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Notas en torno a la Servidumbre voluntaria

Sobre el Texto de E. de La Boétie: “Discurso sobre la servidumbre voluntaria”

Huergo, Claudia

Filiación Institucional: Profesora de la Cátedra Psicoanálisis- Fac. de Psicología


Universidad Nacional de Córdoba

Resumen: La actualidad del Discurso sobre la servidumbre voluntaria de E. de la Boetié


nos proporciona algunas claves para interrogar la escasa resistencia colectiva a las
condiciones de servidumbre y sujeción que propone el actual modelo político y social
hegemónico. Entre esas claves, interesa resaltar la solidaridad que encuentra el autor entre
las posiciones del tirano y el esclavo, considerándolas como parte de un continuo con
fuerte capacidad de irradiar corrupción y tiranía, generando efectos de propagación en la
trama social. Sus desarrollos nos permiten pensar al sometimiento como una máquina
montada sobre la subjetividad, brindando también elementos para pensar su desmontaje. La
estrategia que propone el autor, de dejar de sostener al tirano, es puesta en diálogo a su vez
con consideraciones sobre la tiranía y el sometimiento en Spinoza.

Palabras claves: sometimiento - subjetividad- tiranía- servidumbre

La temática propuesta por este Congreso entra en resonancia con una travesía personal que
me llevó a encontrarme con un texto escrito hace más de 450 años, el Discurso sobre la
servidumbre voluntaria de E. de La Boetié. Comparto algunas notas que fueron
configurando para mí zonas de trabajo posibles en torno al texto.

Un poco de historia

El Discurso sobre la servidumbre voluntaria, o el contra Uno, de E. De La Boetie, es más


que un texto, es un acto de escritura cometido hace mas de cuatro siglos en tiempos del rey
Francisco I, por un joven estudiante proveniente de una familia acomodada, situación que
le permitió escapar al analfabetismo, la miseria, el hambre y la enfermedad que asolaban a
la mayoría del pueblo. Tanto Francia como las naciones-estado europeas (gobiernos que
reclamaban vastas facultades dentro de territorios definidos) estaban en su apogeo. Los
monarcas absolutos colisionaban unos con otros y con sus propios ciudadanos a los cuales
les exigían dinero y obediencia. El siglo 16 dio nacimiento a la tiranía que eventualmente
conduciría a la Revolución Francesa. Algunos afirman que el ensayo surgió puntualmente
como consecuencia de la Revuelta de la Gabela en Bordeaux. La gabela era un impuesto
que se aplicaba sobre la sal, y que era vivamente rechazado por el pueblo. Esta tensión
provocó que los disidentes asesinaran al director general de la gabela y a dos de sus
oficiales. Como castigo, el gobierno sentenció a muerte a cientos de personas, y azotó a
otras tantas.

Desde aquella revuelta, ese discurso no para de hablarnos.

Vigencia del texto

Quizá uno de los secretos de esta vigencia, sea que el autor con su escrito, produce una
fuga. Esta fuga de ciertas coordenadas temporales e históricas lo ubica en un plano por
momentos atemporal, como una gran boca del tiempo por la que hablan siglos de historia.
Mientras avanzo en la lectura, me compenetro en lo que para mí tiene los visos de una
investigación “Que vicio, se pregunta, que desgraciado vicio explica nuestra servidumbre:
“ver un numero infinito de personas que no obedecen sino sirven, que no son gobernadas
sino tiranizadas, que no tienen bienes ni padres ni mujeres, ni hijos, ni siquiera la propia
vida que les pertenezca…” (E. de la Boétie. Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Ed.
Libros de la Araucaria. 2006).

Para responder esto se transforma en un exhaustivo observador del comportamiento de sus


semejantes frente al poder. A partir de allí, empieza a desnudar la maquinaria de
producción de servidumbre. Para eso nos presenta lo que llama la pirámide de la opresión.
El mayor monumento de la corrupción humana: “lo que edifica y conserva el poder de los
tiranos es la complicidad de un grupo de hombres que participan de sus rapiñas y son
cómplices de todos sus crímenes. Se trata en primera instancia de un pequeño núcleo de 5
o 6, que cuentan a su vez con la complicidad de otros 600, que aprovechan su protección y
obran con ellos del mismo modo que el tirano con su grupo de 5 o 6 (Ibid).

Y así al infinito. Esos 600 harán lo propio con otros 6000 y la pirámide de colaboración y
complicidad se amplifica y extiende como una gran mancha de aceite. El 1er. impacto que
nos produce esta sencilla constatación es casi tan certero como un tiro en la frente. El
siervo o esclavo se vuelve a su vez tirano de otros. Por lo tanto, son posiciones
complementarias. Deleuze en sus clases sobre Spinoza afirma que un esclavo es un tirano
en potencia. Están unidos por afectos similares. Por pasiones tristes. ¿qué tienen en común
un tirano que detenta el poder, un esclavo que no tiene ningún poder y un sacerdote que no
parece tener más poder que el espiritual?... ellos tendrán que hacer reinar a la tristeza
puesto que el poder que tienen no puede ser fundado más que sobre ella...el tirano es aquel
que necesita... la tristeza de los sujetos... no hay terror que no tenga una especie de tristeza
colectiva como base...” (G. Deleuze: En medio de Spinoza. Ed. Cactus. 2003).

Esta sujeción sostenida en el tiempo produce efectos de naturalización “Dicen que siempre
han estado sujetos, que sus padres han vivido así. Creen que están obligados a tolerar el
mal, se engañan con el ejemplo y ellos mismos fundan sobre la longitud del tiempo el
derecho de posesión sobre quienes lo tiranizan; pero en verdad los años no dan nunca el
derecho de obrar mal, sino que hacen más grande la injusticia” (E. de la Boétie. Discurso
sobre la servidumbre voluntaria. Ed. Libros de la Araucaria. 2006).

“Siempre fue así” “siempre hubo pobres y ricos” “roba pero hace” “acá no trabaja el que
no quiere” “es culpa del sistema, y el sistema no se puede cambiar, siempre fue así” son
todos enunciados actuales que muestran ese efecto de naturalización y acostumbramiento a
la opresión. Con esta primera marcación, que muestra las posiciones complementarias del
tirano y el siervo, ingresamos a la posición antagónica, la del hombre libre.

El hombre libre de La Boetie no es un héroe. No es un superhombre, ni un pro-hombre.


Más bien es alguien desobediente. Y que basa su desobediencia en un ejercicio de
memoria, que no es sólo memoria representacional, sino memoria del cuerpo, “sentir
hervir en su corazón el valor de la libertad” “Sienten el peso del yugo y no pueden dejar
de sacudírselo, jamás se habitúan a la sujeción” Aunque la libertad se haya perdido por
completo, y esté excluída del mundo, -sigue diciendo- la imaginan y la sienten en su
espíritu y hasta la saborean” (Ibid). Es decir, una memoria que nos sólo es añoranza de
algo vivido y perdido, sino que se atreve a imaginar e inventar incluso lo que nunca vivió.
En esto, más allá de lo vivido personal, obviamente está el decantado identificatorio que
funciona como transmisión generacional. Que es como decir: alguna generación antes
habrá hecho alguna experiencia en torno a la libertad.

El hombre libre que encuentro en el texto básicamente es alguien que se mueve hacia lo
que quiere. Toma lo que le pertenece. El considera que ser libre es la cosa más simple del
mundo. La cosa más ética. El dice que para obtener la libertad sólo hay que quererla. No
hace falta más que desearla. Lejos de ser este un planteo ingenuo, de La Boetie realiza con
esta formulación una articulación importante, que podemos retomar desde el psicoanálisis.
Encontrarse con ese deseo nos habilita a una forma de lazo con los otros que potencia
ligaduras, nuevas conexiones, y que revierte el funcionamiento piramidal que él había
descrito a partir de los vínculos de opresión y sometimiento. Es decir que nos muestra que
por esas mismas vías podemos hacer circular otra cosa. Que el deseo también es una
potencia. Que abre, que horada, que conecta. Las conexiones deseantes funcionan como un
infiltrado en el cuerpo social, desatando experiencias de encuentro inéditas, alegres. La
fuerza del texto de La Boetie tiene que ver con que desata pasiones alegres. En su
investigación parece haber descubierto algo a lo que quiere invitarnos: no quiere que lo
sigamos a una carnicería, ni a la batalla final, sino a una empresa alegre, y porque no
decirlo, simple.

Las formas de resistencia que nos propone son también movimientos deseantes, no
defensivos. No tiene que ver con cuidarnos la espalda, con mirar el mundo paranoicamente.
El discurso sobre la inseguridad es absolutamente funcional al poder del tirano. El tirano
quiere que recortemos en la figura del otro lo hostil, lo intolerable, y que por lo tanto
pasemos largas horas mirando el movimiento de nuestro vecino, donde se trata de medir
todo el tiempo esa proximidad amenazante. Tampoco nos propone un movimiento de
ofensiva. Más bien tiene que ver con asumir lo deseado, y no retroceder. La Boetie no nos
dice: “cuídense del tirano”. El lo considera la persona más débil, más cobarde, mas
indigna.

“No es necesario combatirlo, no es necesario destruirlo, él mismo se destruye, con tal que
el país no se avenga a servirlo, no es preciso quitarle nada sino no darle nada”. “Con
dejar de servirlo, ya estarían a salvo” “Son los mismos pueblos los que se dejan, o mejor,
se hacen devorar” (Ibid). El saber y el poder del tirano se funda en el miedo, y en la
tristeza. Enjuician la vida inoculando tristeza en ella, nos dice Deleuze: “lo que Spinoza
odia de la religión es que ha sido concebida como sátira de la naturaleza humana.
Denuncian a la naturaleza humana porque tratan de hacerla enjuiciar. Hay allí una
complicidad- y ésta es la intuición de Spinoza- entre el tirano, el esclavo, y el sacerdote.
¿Por qué? Porque es el esclavo mismo el que se siente tanto mejor cuando todo va mal.
Cuanto más mal va todo, más satisfecho se siente ¡Así es el modo de existencia del
esclavo!... Dostoievski ha escrito páginas muy profundas sobre la unidad del esclavo y del
bufón. Son tiránicos esos tipos. Se cuelgan de uno, no lo sueltan. No dejan de poner la
nariz donde uno caga. No son felices. ... siempre es necesario que encuentren una pequeña
ignominia en la ignominia (G. Deleuze: En medio de Spinoza. Ed. Cactus. 2003).

El tirano sabe del miedo de los otros. Sabe sobre “la cobardía y el afeminamiento que el
sometimiento produce en la gente. Con la libertad se pierden la virilidad y el coraje”.
Alguien sometido es alguien que difícilmente peleará por su libertad. “los tiranos saben
esto muy bien y así como persiguen el saber y proscriben los libros, fomentan los juegos
públicos, las tabernas, (…) ofrecen dádivas en alimento o en dinero, les brindan
diversiones y espectáculos, y así los ablandan, los distraen, los hacen amigos de lo fácil,
ajenos al esfuerzo, agradecidos y sumisos”

Nuevamente aquí la fuerza de su texto: al mostrarnos lo que el tirano nos hace, nos muestra
lo que nos dejamos hacer. Nos muestra al par tiranía-sometimiento como una trampa en
nuestra propia subjetividad. Y nos muestra cómo componemos ese cuerpo de mil manos y
mil brazos que cuida del cuerpo débil del tirano: “así el tirano reduce a servidumbre a unos
súbditos por medio de otros (…). “De dónde ha sacado tantos ojos con que os espía, si
vosotros no se los disteis? Cómo tiene tantas manos para golpearos si no las toma de
vosotros? ¿Qué os podría hacer, si no fuerais encubridores del ladrón que os saquea,
cómplices del asesino que os mata y traidores a vosotros mismos? (E. de la Boétie.
Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Ed. Libros de la Araucaria. 2006).

El sometimiento, pasa por el asentimiento. Ese asentimiento se instala de lleno en nuestra


subjetividad. Y nos advierte: es una operación que no termina sólo en la obediencia. Busca
destruir. “No basta con que lo obedezcan, es necesario que se rompan, que se atormenten,
que se maten trabajando en los asuntos de él y luego, que se complazcan con sus placeres,
que abandonen los propios gustos por los suyos (…) es preciso que no sólo hagan lo que él
dice sino que piensen lo que quiere y con frecuencia, que adivinen aún de antemano sus
pensamientos” (Ibid).

El tirano somete parasitando. Usando el cuerpo del otro, sus pensamientos, para vivir allí.

Los mismos pueblos, pues, se dejan, o mejor, se hacen devorar.

Si hay algo que sostiene al tirano, es nuestra hambre de servidumbre. Poner el acento en la
devoración, en el acto de devoración, sin duda es una genialidad del autor. Y nos
muestra una suerte de amor que se parece al estrago. No hay forma de complacer o de
calmar esa ansia de destrucción. Mientras más se le entrega, más consume. “¿Es posible
pues, que haya alguien, que con tanto peligro, y tan poca seguridad, quiera ocupar ese
desdichado cargo de servir con tanta fatiga a un amo tan peligroso?… Estar noche y día
listo para tratar de agradar a uno, y temerlo, sin embargo, más que a nadie en el mundo.
Tener siempre el ojo vigilante, la oreja alerta, para espiar de dónde ha de venir el golpe,
para descubrir las emboscadas, para advertir la destrucción de los propios compañeros,
para avisarle quién lo traiciona, sonreir a todos y sin embargo temer a todos, no tener
ningún enemigo abierto ni ningún amigo seguro, mostrando siempre el rostro sonriente y el
corazón transido, no poder estar contento ni atreverse a estar triste! (Ibid).

Hasta aquí, parte de la anatomía de la máquina de sujeción. Su razón apasionada lo lleva a


concluir que si el sometimiento es una máquina montada, entonces, se puede desmontar.
Parte de ese desmontaje pasa por saber que la libertad está en la sangre, en el cuerpo, en la
tierra, no en ninguna trascendencia, no está en el más allá, se compone con cosas de este
mundo. Al sortear el tema de la trascendencia, nos desata de la moral del desprendimiento,
de la renuncia o del sacrificio, como tanto discurso idealista: dice, al contrario: tomen lo
que es vuestro. No se contenten con la mitad de lo que les pertenece: vayan por todo. Por
que si dejan esa mitad en un acto de sometimiento, de renuncia, ya nada les pertenecerá.
Parece de esta forma avanzar en la diferencia entre el dar, del lado del Don, que construye
comunidad, y la entrega sacrificial, que es sinónimo del sometimiento. Los dioses que
construimos, los tiranos que protegemos, no se contentan nunca, siempre piden un
sacrificio más, no paran hasta destruir y corromper el último resquicio de deseo, de
dignidad. No quieren sólo bienes materiales, el pillaje no termina allí. Así entregáramos
todo, irían por más. No es sólo afán de riqueza lo que los mueve, quieren sometimiento.
Los tiranos viven de nuestro sometimiento. Ese es su alimento. Quieren que vivamos de
sus sobras, y para eso nos ofrecen ser parte de esa máquina de someter. Para acceder a esos
placeres, tenemos que entregar lo más propio, degradarnos y de ese modo cierra el círculo
y ya somos parte de la pirámide de opresión. Por eso el único acto posible para derrocarlo
es dejar de sostenerlo. Y para dejar de sostenerlo, tenemos que transformarnos. Rectificar
nuestra máquina, ensamblarla de nuevo, las veces que haga falta. Sacarlo de nuestra casa,
de nuestra cama, no alcanza. Como no alcanzó en el 2001 el “que se vayan todos”. Nunca
se fueron, porque viven de nosotros, les prestamos cuerpo, les prestamos brazos, seguimos
trabajando para ellos.

La Boétie no liga la libertad a un régimen político en particular, o a una forma de


organización social determinada. No parece encontrar, ni en uno ni en otro, la garantía de
su realización. Parece no querer eximirnos del trabajo subjetivo de afrontar esa conquista.
Nuevamente aquí no se trata de encontrar lo menos peor. Se trata de encontrar lo que
queremos. Y en eso, no podemos retroceder. Podemos tener obstáculos, podemos carecer
de libertades, pero nada de eso justifica el sometimiento. Podemos estar empobrecidos,
jodidos, precarizados, pero no sometidos. Ese es el descubrimiento De La Boetie. La
trampa del sometimiento se abre por la vía del deseo. Las herramientas para abrir esa
trampa las podemos construir de muchos modos, pero ninguno de esos modos puede saltear
o evitar la experiencia de la desobediencia al mandato mortífero y mortificante de una
cultura represora. Ese acto de desobediencia, de no acatamiento, es fundacional de una
subjetividad que se afirma en la resistencia al Poder, como plantea J. C. Volnovich, y que
se diferencia de una subjetividad genuflexa, de un sujeto adaptado y adocenado que, para
sobrevivir, pagó el alto precio de la subordinación al otro. Abrir esa trampa implica
siempre una aproximación al abismo, al vértigo. Una vez allí, tenemos que construir modos
de convivencia que no pasen por la sujeción a otro sino por la conexión a otro. No tenemos
porque estar solos en esa experiencia: las conexiones deseantes siempre abren a más
conexiones y potencian un efecto multiplicador que nos lleva a la experiencia de la
intimidad. Podemos estar en intimidad con el mundo. Estar conectados sin estar sujetados.
No tenemos porqué estar solos, pero tenemos que poder tolerar cierto desamparo. Cierta
intemperie. Ser libres no es poder cualquier cosa. Es poder cosas muy precisas, prepararnos
para desarrollar al máximo nuestra potencia de actuar.

A esa misma ética nos remite Carpintero en su trabajo en torno a Spinoza, cuando se
pregunta “cómo generar un imaginario de esperanza para que la gente luche por la vida,
por un mundo más justo (…) ¿Cómo generar una política de las pasiones alegres? Una
política que construya comunidad. Una política que se plantee la lucha por la vida no por la
muerte. Una política que reemplace las consignas “revolución o muerte”; “socialismo o
muerte” por “revolución por la vida”; “socialismo por la vida”. En definitiva, una política
que expanda el campo de lo posible” (E. Carpintero: Modelos socioculturales del poder IV.
El Mayo del ´68 o la potencia de la alegría.
http://lateclaene.blogspot.com/2008/07/modelos-socioculturales-del-poder-iv.html). La
Boetié no avanza en pensar cómo serán esas formas organizativas políticas que no aplasten
esas pasiones alegres. No nos releva de ese trabajo. Pero nos muestra la diferencia enorme
entre trabajar para el sometimiento o para la vida. Y entonces pasa a ser una decisión
simple. Asumir del lado de qué trabajos vamos a estar.

Bibliografía de referencia

E. Carpintero: La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Freud y Spinoza. Ed.


Topía. 2003.
J. C. Volnovich: “Destrúyete a ti mismo” www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-
81020-2007-03-05.html

André May: La servidumbre voluntaria. Un estudio sobre las interpretaciones del Discurso
de La Boétie. mx.geocities.com/cblba/may.pdf

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