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Elegía prosa(ica), a propósito de Gabriel García Márquez

América Latina no quiere ni tiene


por qué ser un alfil sin albedrío…
“La soledad de América Latina”. Discurso
de aceptación del Premio Nobel, 1982.

Antes de iniciar estas notas quisiera aclarar que soy un lector, bueno o malo, pero lector. Un
lector latinoamericano, y como tal, un sujeto que ha intentado familiarizarse con la producción
literaria surgida en el espacio geográfico que lo vio nacer. En este peregrinaje de lecturas he
encontrado verdaderos monstruos del genio, individuos que se me han presentado al entendimiento
como verdaderos deicidas. De la obra de uno de esta estirpe es precisamente sobre quien pretendo
decir algunas cosas.

La primera vez que leí a García Márquez fue en el colegio, no recuerdo en qué curso pero
sé que fue durante mi adolescencia. Relato de un náufrago fue el primer texto que leí gracias a una
profesora de Castellano cuyo nombre he olvidado. Recuerdo que en ese entonces se intensificó mi
miedo al mar. Hoy me parece curioso que esa imagen se me haya quedado grabada, y sobre todo,
que siga viva a pesar de que me he convertido en un lector a veces en exceso académico. Hoy por
hoy, Relato de un náufrago se me presenta como una obra en la que el arte de narrar obedece a
principios epistemológicos más cercanos a encontrar un lenguaje apropiado para contar que el mero
hecho de referir una historia de supervivencia. Lo cierto es que ese relato me cautivó durante mis
primeros años de incipiente lector.

Pasaron varios años antes de volver a leer otra obra de García Márquez. Crónica de una
muerte anunciada fue una novela de la que aprendí que un crimen siempre tiene una razón de ser,
pero que los motivos de esa muerte merecen ser conocidos. Esto no significa que ese crimen sea
desde un punto de vista ético aceptable. Un crimen es un crimen, sobre todo en un territorio como
América Latina, sector del mundo que ostenta un catálogo abultadísimo de crímenes a su haber,
crímenes en los que lamentablemente está cimentada su historia. De todos modos, las múltiples
perspectivas en las que se narra la muerte de su protagonista, Santiago Nasar, me permitieron tomar
conciencia de que la verdad es un concepto apenas aprehensible, tan etéreo como la idea de Dios
que tenemos los no creyentes.

Después, no sé cuánto tiempo después, leí una novela que ha justificado mi decisión de
haber estudiado Literatura (decisión solventada sólo en mi amor a la lectura, nunca en pretensiones
profesionales ni de estabilidad económica), disciplina tan poco práctica desde la óptica de la
producción capitalista, pero tan enriquecedora desde el punto de vista de las experiencias: porque
leer obras literarias multiplica el espectro experiencial del ser humano; lo convierte en un hombre
más feliz o más miserable. Sea cual sea la consecuencia, la lectura de obras literarias le permite a
mujeres y hombres vivir muchas vidas, y eso es grato en perspectiva de que estamos condenados (o
favorecidos) a una vida corta. Cien años de soledad es, como me dijo una vez un maestro que hoy
es mi amigo, “una maravilla”. Siempre me pareció genial de ese libro que García Márquez haya
podido contar la historia de América Latina en quinientas páginas, situando esta historia en un
espacio como Macondo, cuando otros no han podido hacerlo en varios tomos. La historia de los
Buendía me reveló que la genialidad está administrada por sólo unos pocos. Los inventos de los
gitanos, la fuerza desmesurada del patriarca fundador José Arcadio Buendía, el carácter
apesadumbrado del Coronel Aureliano, los desbordes de tiranía de Arcadio, los intentos de descifrar
los pergaminos de Melquíades, entre muchas otras historias fascinantes, me trasladaron a la
inmensa soledad de América Latina que sólo García Márquez fue capaz de dimensionar. Sólo ahora
lo logro ver con nitidez, ahora que García Márquez ha muerto y me veo en la necesidad de escribir
esta elegía prosa(ica). Cien años de soledad fue la contribución que hizo un hombre a la elaboración
de un albedrío, un pensamiento crítico dirían algunos maestros, propiamente latinoamericano. Creo
que eso le debemos a García Márquez.

Posteriormente vinieron otras lecturas. Doce cuentos peregrinos me hizo ver que no tengo
la necesidad de viajar para conocer otras geografías, pues una narración efectiva me permitirá
ambular en ellas a través de un camino de letras y páginas. El coronel no tiene quien le escriba me
permitió dimensionar que es pecado mortal no agradecer una muerte natural en tiempos de
dictadura, lo que amerita vestirse de frac para semejante acontecimiento. El general en su laberinto
fue una novela con la que accedí a la interioridad de un sujeto fundamental, Simón Bolívar, cuyo
proyecto de una nación americana emancipada, utópica como muchos lo señalan hoy a doscientos
años, sólo requirió del coraje de los hombres de ese tiempo, que era el tiempo en que se podía
ejecutar dicho proyecto. El otoño del patriarca me condujo por las complejidades no sólo de la
mentalidad atrofiada de un dictador, sino también por las que pueden configurarse por medio del
lenguaje.

No he leído toda la obra de García Márquez, ni mucho menos lo que han dicho los críticos
sobre su obra: tan desprestigiada está esta labor que espero no caer yo en ese pantano mierdoso.
Como decía al comienzo, en mi experiencia (que es breve, pues tengo treinta años y leo como un
enfermo obsesivo desde los dieciocho más o menos) he leído a varios deicidas que han surgido en
este territorio conocido hoy como Latinoamérica. Sin embargo, creo que he leído lo suficiente de
este deicida que el mundo conoció como Gabriel García Márquez. La muerte de este creador sin
duda es una pérdida en el escenario literario continental y mundial. No estoy pensando en él como
persona, pues sólo sé de García Márquez lo que pude encontrar en sus escritos, y en general, poco
me han interesado las vidas de los escritores. Me refiero a su pérdida en términos de sus
contribuciones para mitigar la soledad de América Latina, para la que él esperaba una segunda
oportunidad sobre la tierra.

Para terminar estas anotaciones quisiera aclarar que soy un profesor, y como profesor
responsable y heterodoxo he procurado promover la lectura de las obras de este colombiano que nos
ha dejado recientemente. Con mayor o menor éxito, creo que mis estudiantes han recepcionado esta
producción, de la cual debemos sentirnos orgullosos como latinoamericanos que somos. García
Márquez exploró territorios del lenguaje sobre los que pocos escritores latinoamericanos han
peregrinado; éstos han sido terrenos que merece la pena conocer, zonas que la imaginación humana
ha creado y a las que nuestros jóvenes debieran siquiera aproximarse una vez en su vida.

C.H.T.
Santiago, 19 de abril de 2014.

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