Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Tras este contexto, Bonilla cuestiona los planteamientos de Mallon y Manrique sobre la
conciencia nacional del campesinado. En primer lugar, para el historiador, es difícil aceptar que
este grupo haya trascendido su conciencia como grupo social –como lo señala Manrique-, ya
que en otras realidades, es la burguesía la que históricamente ha dirigido el proceso nacionalista
de un país. Sin embargo, el caso peruano parece ser la excepción a este planteamiento teórico,
ya que sería el campesinado el que inició este nacionalismo ante la ausencia de una burguesía
que lo hiciera. Ante esto, Bonilla se pregunta cómo conciliar esta singularidad con lo teórico, que
hasta ese momento ha demostrado lo contrario; no basta con decir –en palabras de Manrique-
que “no es evidentemente la realidad la que se equivoca” (213).
1
Es Doctor en Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima) y cuenta con estudios
en el Instituto de Historia Social y Económica en la Universidad de Burdeos (Francia). Actualmente, se
desempeña como profesor asociado y coordinador de Posgrados en Historia de la Universidad Nacional
de Colombia, desde 1997. Ha escrito diversos libros y artículos sobre la historia económica, social y política
de Perú y América Latina, de los que destacan las más recientes como Metáfora y realidad de la
independencia en el Perú (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2001); (con Gustavo Montañez) Colombia
y Panamá. La metamorfosis de la nación en el siglo XX (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2004);
y El futuro del pasado. Las coordenadas de la configuración de los Andes (Lima: Fondo Editorial del
Pedagógico san Marcos/Instituto de Ciencias Humanas, 2005).
episodio similar que sucedió en China: el campesinado se movilizó contra la agresión japonesa;
en este contexto, resalta también cómo es que el odio representa una forma rápida de acceder
a una conciencia nacional. No obstante, debido a la complejidad y duración, el nacionalismo
chino no podría considerarse espontáneo. No se podría concluir lo mismo para el Perú, pues las
evidencias mostradas por Manrique y Mallon no son tan claras sobre el comportamiento del
campesinado indígena; en todo caso, faltaría averiguar qué significado tienen para los
campesinos palabras como “patria”, “país” o “nación”.
En cuarto lugar, Bonilla no está convencido de que la ocupación de las haciendas de los
terratenientes como castigo por su colaboracionismo con los chilenos sea una manifestación del
nacionalismo del campesinado; tampoco le queda claro la transición de este nacionalismo
campesino a un ataque abierto contra toda la clase propietaria. Sobre los dos temas, más
reflexiona acerca del primero: ¿no podría ser acaso una “reparación de viejos agravios, con la
ventaja adicional, de camuflar esta revancha, en medio del caos general, bajo el manto de una
sanción moral a una conducta poco decorosa? (213). Para aclarar esta ambigüedad, Bonilla
sugiere que se podría haber investigado las relaciones entre terratenientes y campesinos en el
contexto de las haciendas afectadas, y compararlas con las que no fueron.