Вы находитесь на странице: 1из 4

La Sagrada Escritura, interpretada en la Iglesia, es el alma de la Teología

Toda aproximación a la lectura de la Sagrada Escritura se topa con la difícil tarea de interpretar
el texto bíblico, de comprender sus palabras, de entender el mensaje quiere transmitir. Por ello,
durante el Sínodo sobre la Palabra de Dios, celebrado en el 2008, el problema sobre la
hermenéutica bíblica tuvo su importancia y el Papa Benedicto XVI le dedica toda una sección
al mismo en la exhortación apostólica Verbum Domini que recoge, desarrolla y expone los
lineamientos principales propuestos por el Concilio Vaticano II en la constitución Dei Verbum.
Ciertamente la Palabra de Dios consignada por escrito en la Sagrada Escritura necesita de la
interpretación. El Señor Jesús mismo interpreta pasajes del Antiguo Testamento, también lo
hace san Pablo en sus cartas, sin embargo, no es una tarea confiada a cualquiera de manera
individual, sino a la comunidad eclesial. Es la Iglesia la única autorizada para interpretar, pues
a ella se le ha confiado la Palabra.
En primer lugar, debemos mencionar que la Palabra divina se vivió primero en el seno de la
comunidad, ella es la lectura de fe hecha por el pueblo de Israel y la comunidad cristiana de los
acontecimientos de su vida cotidiana en los cuales Dios ha actuado. Hay un vínculo intrínseco
entre Palabra y fe en la vivencia de la comunidad creyente, la Iglesia. Siendo así, la auténtica
interpretación de la Biblia solo es posible en la fe de la comunidad eclesial, única autorizada
para interpretarla correctamente. El modelo de esto es la persona de María: “Precisamente el
vínculo intrínseco entre Palabra y fe muestra que la auténtica hermenéutica de la Biblia sólo es
posible en la fe eclesial, que tiene su paradigma en el sí de María” (VD, 29).
Por ello, la “fe eclesial” es clave de acceso al misterio contenido en la Escritura. Sin la fe la
Biblia no es más que un libro de historia, de ciencia o algo semejante, pero no sería Palabra de
Dios. Es la fe la que permite el acceso al conocimiento de Jesucristo que el texto describe o
dibuja. Ella va dibujando un rostro, el del Hijo único y eterno del Padre que se ha encarnado.
De las palabras escritas en lenguaje humano, pero inspiradas por el Espíritu Santo, y leídas
desde la fe eclesial brota, como de una fuente, la seguridad y la inteligencia de toda la Escritura.
De ahí se deduce que sin la fe infusa de Cristo es imposible adentrarse en el conocimiento de
Él, de su persona, su misterio, misión y revelación del rostro del Padre. San Buenaventura
afirma en este sentido que, sin la fe, falta la clave de acceso al texto sagrado: “Éste es el
conocimiento de Jesucristo del que se derivan, como de una fuente, la seguridad y la
inteligencia de toda la sagrada Escritura. Por eso, es imposible adentrarse en su conocimiento
sin tener antes la fe infusa de Cristo, que es faro, puerta y fundamento de toda la Escritura”
(VD, 29).
La referencia a la Iglesia no es un criterio extrínseco, no es algo opcional o secundario, sino
necesario para interpretar correctamente la Palabra. El motivo es muy sencillo, pues la
Escritura nace, en cuanto palabra oral y escrita, en medio de la comunidad que cree en el Dios
revelado y es por Él convocada para su escucha y vivencia. La formación del canon bíblico no
es algo ajeno a la vida de la Iglesia, sino que en ella se ha desarrollado, siendo ella la que lo
definió desde su propia experiencia comunitaria de fe en el Dios revelado en su vida (ver VD,
29).
En la comunidad se vive la fe y desde la fe. Esta fe genera una “Tradición” de fe en medio de
un ambiente vital, capaz de leer los acontecimientos cotidianos, ordinarios y extraordinarios,
como acción y voluntad del Dios de la revelación. El autor literario, o sea, el autor sagrado, o
también conocido como “hagiógrafo”, ha vivido su fe en medio de esa tradición que se ha
generado en la vida de la comunidad creyente, y que se transmite de forma oral y que en un
momento determinado es puesta por escrito por parte del autor literario. El autor literario ha
vivido inserto en la vida de fe de la comunidad y desde ella y fiel a ella, ha puesto por escrito
la Palabra, bajo la inspiración del Espíritu Santo. En efecto, “las tradiciones de fe formaban el
ambiente vital en el que se insertó la actividad literaria de los autores de la sagrada Escritura”
(VD, 29).
Ahora bien, debemos preguntarnos: ¿cómo era su participación en la vida de fe de la
comunidad? Ante todo, en la vida litúrgica de la comunidad, en medio de la cual la Palabra es
comunicada, escuchada, vivida y se revela como Palabra que da sentido a lo que la comunidad
vive en el momento. También, una participación en lo cotidiano de la vida comunitaria, como
lo es el mundo espiritual, sus valores, motivaciones, creencias, forma de comunicarse,
referentes culturales, influencia externa, en fin, todo el acontecer se vuelve realidad que la
palabra ilumina, anima y transforma. Es decir, todo el acontecer histórico con sus triunfos y
fracasos, sus éxitos y derrotas, valores y miserias. En la comunidad nada es ajeno a la Palabra
de Dios que se revela. Por ello es importante que quienes se dedican al delicado trabajo de
investigar los múltiples “detalles” que dieron origen a la Palabra de Dios escrita, han de
involucrarse en la vida de la comunidad.
Tenemos que estar muy atentos a los contextos sociales, culturales y religiosos que dieron
origen a la Tradición desde la cual la Palabra se puso por escrito en la Sagrada Escritura.
Haciéndolo seremos fieles a su espíritu, sabremos lo que el Señor quería comunicarnos por
mediación del autor literario, y reconoceremos la necesidad de vivir con intensidad la fe de la
comunidad eclesial, contexto vital y necesario para una correcta interpretación de la Palabra
divina. Toda interpretación de la Escritura ha de hacerse según los criterios que han dado origen
a la misma Palabra, entre ellos, el Espíritu con que fue escrita, la fe eclesial, la vida y
hermenéutica eclesial y otros. De eso vamos a escuchar en esta entrega por palabras de grandes
conocedores de la Escritura a lo largo de la historia de la Iglesia.
Siguiendo las reflexiones sobre el numeral 29, se nos indica ahora que la Escritura ha de leerse
e interpretarse en el mismo Espíritu con que fue escrita haciendo un vínculo directo con la Dei
Verbum número 12. La Dei Verbum 12 ofrece dos indicaciones metodológicas para un
adecuado trabajo exegético. En primer lugar, confirma la necesidad de la utilización del método
histórico-crítico, cuyos elementos esenciales describe brevemente. Esta necesidad es la
consecuencia del principio cristiano formulado en Juan 1, 14: "Verbum caro factum est". El
hecho histórico es una dimensión constitutiva de la fe cristiana. La historia de la salvación no
es una mitología, sino una verdadera historia y, por lo tanto, hay que estudiarla con los métodos
de la investigación histórica seria.
Sin embargo, esta historia posee otra dimensión, la de la acción divina. En consecuencia, la
Dei Verbum habla de un segundo nivel metodológico necesario para la interpretación justa de
las palabras, que son al mismo tiempo palabras humanas y Palabra divina. El Concilio dice,
siguiendo una regla fundamental para la interpretación de cualquier texto literario, que la
Escritura hay que interpretarla en el mismo espíritu en el que fue escrita y para ello indica tres
elementos metodológicos fundamentales cuyo fin es tener en cuenta la dimensión divina,
pneumatológica de la Biblia: es decir se debe 1) interpretar el texto teniendo presente la unidad
de toda la Escritura; esto hoy se llama exégesis canónica; en los tiempos del Concilio este
término no había sido creado aún, pero el Concilio dice la misma cosa: es necesario tener
presente la unidad de toda la Escritura; 2) también se debe tener presente la viva tradición de
toda la Iglesia, y finalmente 3) es necesario observar la analogía de la fe. Sólo allí donde los
dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, son observados, se puede hablar
de una exégesis teológica - de una exégesis adecuada a este Libro. Mientras que con respecto
al primer nivel la actual exégesis académica trabaja a un altísimo nivel y nos ayuda realmente,
la misma cosa no se puede decir del otro nivel. A menudo este segundo nivel, el nivel
constituido por los tres elementos teológicos indicados por la Dei Verbum, casi no aparece. Y
esto tiene consecuencias más bien graves.
La primera consecuencia de la ausencia de este segundo nivel metodológico es que la Biblia se
convierte en un libro del pasado solamente. Se pueden extraer de él consecuencias morales, se
puede aprender la historia, pero el libro como tal habla sólo del pasado y la exégesis ya no es
realmente teológica, sino que se convierte en pura historiografía, historia de la literatura. Esta
es la primera consecuencia: la Biblia queda como algo del pasado, habla sólo del pasado.
Existe también una segunda consecuencia aún más grave: donde desaparece la hermenéutica
de la fe indicada por la Dei Verbum, aparece necesariamente otro tipo de hermenéutica, una
hermenéutica secularizada, positivista, cuya clave fundamental es la convicción de que lo
Divino no aparece en la historia humana. Según esta hermenéutica, cuando parece que hay un
elemento divino, se debe explicar de dónde viene esa impresión y reducir todo al elemento
humano. Por consiguiente, se proponen interpretaciones que niegan la historicidad de los
elementos divinos.
Por eso para la vida y para la misión de la Iglesia, para el futuro de la fe, es absolutamente
necesario superar este dualismo entre exégesis y teología. La teología bíblica y la teología
sistemática son dos dimensiones de una única realidad, que llamamos teología. Por
consiguiente, sería deseable que en una de las propuestas se hablara de la necesidad de tener
presente en la exégesis los dos niveles metodológicos indicados por la Dei Verbum 12, en la
que se habla de la necesidad de desarrollar una exégesis no sólo histórica, sino también
teológica. Así pues, será necesario ampliar la formación de los futuros exégetas en este sentido,
para abrir realmente los tesoros de la Escritura al mundo de hoy y a todos nosotros.
La teología, por asistencia del Espíritu Santo, contribuye a la inteligencia de las realidades
como de las palabras del depósito de la fe, y, por tanto, al crecimiento de la vida de la Iglesia
(cf. CEC 94). Estudiar las Escrituras es tarea confiada a la comunidad creyente, dentro de la
cual algunas instituciones asumen esta tarea como propia y en total sintonía con el Magisterio
de la Iglesia. Entre ellos están los teólogos, exégetas, la Pontificia Comisión Bíblica y el sentir
de los fieles bajo la guía del Magisterio. La teología busca dar respuesta a los grandes
interrogantes del ser humano en relación al misterio de Dios. Para ello su estudio está animado
por la misma Sagrada Escritura, ella ha de ser definitivamente el alma de la teología. La
afirmación se encuentra en la Dei Verbum n. 24 del Concilio Vaticano II, y no ha perdido
validez, por el contrario, cada día toma mayor significado en el ámbito de los estudios bíblicos
y teológicos.
Saliendo al encuentro de la falsa antinomia entre exégesis y teología dice la Dei Verbum que
“el estudio de las sagradas Escrituras ha de ser como el alma de la teología”. Aunque todavía
queda mucho trabajo por delante, en la época posterior al Vaticano II la idea de la Escritura
como alma de la teología, ha cobrado un interés renovado por la centralidad de la Escritura, no
solo en los estudios teológicos y exegéticos, sino en toda la vida de la Iglesia. Lo que se afirma
es que todo aquel que estudia la teología ha de hacerlo de la mano de la Escritura, para extraer
de ella el contenido teológico que explicita el misterio de Dios en ella revelado, pero siempre
a la espera de ser conocido en mayor profundidad. Por lo mismo, la investigación histórica, en
sus diversas modalidades: arqueología bíblica, lingüística, hermenéutica, exégesis y otras, ha
de ir de la mano con el texto sagrado. Sería un grave error realizar estudios teológicos
prescindiendo del texto bíblico, no sería más que bellas reflexiones teológico-filosóficas, pero
sin que lleguen a profundizar el misterio de Dios, y al encuentro personal con el Verbo
Encarnado, teniendo como consecuencia un estancamiento en la vida de la Iglesia.
El tema, como vemos, es de vital importancia para la vida de la Iglesia, por eso se ha de estar
atento al avance de los estudios bíblicos en relación con la teología y su repercusión en la
pastoral de la Iglesia. Esto porque de la buena relación entre la teología y los estudios bíblicos
se verá beneficiada la acción pastoral eclesial, la vida espiritual de los fieles y la fecunda
relación entre exégesis y teología. Todo tiene su núcleo y en este caso lo conforma la sana
relación entre teología sistemática, exégesis bíblica y acción pastoral para la vida de la Iglesia.

Вам также может понравиться