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Democracia y globalización.

Perspectivas sobre la democratización del sistema


internacional.
El presente escrito pretende realizar una reseña reconstructiva de los capítulos “La larga
marcha de la democracia” y “Demandas globales de democracia” del texto “Multitud: guerra
y democracia en la era del Imperio” de Michael Hardt y Antonio Negri.
La primera preocupación que aparece en el texto en cuestión, la cual recorrerá como un hilo
rojo toda la argumentación de los autores, inicia en el hecho de que tanto las prácticas como
el concepto de la democracia en la actualidad se encuentra en crisis. A diferencia del periodo
de la Guerra Fría, en el que régimen democrático podía ser considerado todo aquel que, de
un lado, no hiciera parte del bloque comunista, o que, del otro, estuviera separado del sistema
capitalista; para el mundo globalizado, un concepto claro y unas prácticas precisas que
definan la democracia, están lejos de verse nítidos. Por tal razón, resulta imperante,
consideran los autores, que entendamos el sentido de la democracia en el inescapable
contexto globalizado y de guerra global. Será de este punto que se desprendan las
consideraciones que siguen.
Para empezar a dibujar la comprensión de la democracia en relación con el contexto
globalizado, los autores empezarán por exponer las principales posiciones teóricas, tanto de
derecha como de izquierda, que han tomado una posición al respecto del actual estado de
cosas. Aunque haya un acuerdo más o menos general sobre la necesidad de la democracia,
los teóricos no coinciden unánimemente sobre el valor de la influencia de la globalización,
esto es, si la globalización afecta positiva o negativamente al sistema democrático. De esto
resultan cuatro perspectivas: 1) la socialdemócrata; 2) la cosmopolita liberal; 3) la hegemonía
global estadounidense; y, 4) la conservadora basada en los valores tradicionales. Para los
teóricos de 1), la globalización es entendida en términos meramente económicos y causa un
grave debilitamiento en la democracia nacional. Los estudiosos que se adscriben a esta línea
consideran que la globalización aún no representa un fenómeno real; sin embargo, creen que
es usada como una herramienta ideológica para socavar el Estado de Bienestar y dar cabida
a los proyectos de privatización neoliberales. Por lo tanto, los Estados deben resarcir su
soberanía, evitar la entrada real a un mundo globalizado y reforzar el control en la economía
nacional y supranacional. Por su parte, el modelo 2), recalca que la globalización promueva
la democracia. También desde la izquierda, como el caso anterior, pero con otra evaluación,
los teóricos de esta perspectiva apuntan a que la globalización brinda una nueva libertad
relativa en comparación con los Estados-Nación, y que el declive de la soberanía nacional es
un factor positivo para poder construir una democracia internacional. Desde el otro lado del
espectro ideológico, aquellos que propenden por 3), consideran que la globalización ayuda a
la expansión de la democracia, por el simple hecho de que el dominio hegemónico de Estados
Unidos y del capital acarrean consigo el sistema democrático: Estados Unidos exporta sus
sistema democrático allí donde lleve su capital, y esta es la más propia forma de democracia
global. De esta misma gama, pero con una observación negativa, aquellos que siguen las
ideas de 4), piensan que la globalización se presenta como un obstáculo para democracia,
pues amenaza con extirpar los valores de la tradición conservadora. El influjo sin regulación
de los mercados, empieza a difuminar la cultura y la moral tradicional, por tanto, los
mercados deben ser regulados por el Estado-nacional. Frente a estas tesis de 4), Hardt y Negri
afirman que, cuando menos, la constante condición de guerra global, impone, de alguna
forma, la globalización. Por tal, pretender mantenerse al margen del mundo globalizado es
imposible.
Ante estas perspectivas, los autores, consideran que ninguna da una respuesta suficiente a la
pregunta inicial. Todas ellas menoscaban o posponen el tratamiento directo de la pregunta
por la democracia. Lo que si se pone de manifiesto es que la situación de globalización y de
guerra global pone en cuestión a la democracia. Y lo siguiente por anotar es que uno de los
centros de atención debe ser el salto de escala que exige la democracia contemporánea. Ya
no podemos pensar la democracia sólo al interior de las fronteras del Estado-nación, tal como
lo hicieron los modernos del s. XVIII, sino que necesitamos una idea y unas prácticas
democráticas diferentes que puedan elevarse al nivel global.
En este sentido, los autores proponen establecer un paralelo entre las condiciones que afronta
una nueva concepción de democracia global y los retos que se presentaron a los pensadores
del siglo XVIII a la hora de implementar su modelo de democracia. En primera instancia, el
escepticismo da algunos ilustrados contra la democracia se fundamentaba en el argumento
según el cual la democracia podría servir en el “reducido” espacio de la polis griega, pero
nunca en un Estado-nación como los de aquella época. No obstante, fue posible reinventar el
concepto y las prácticas institucionales que dieran cabida al sistema deseado para poder
aplicarlo al contexto precisado. Así mismo, hoy resulta necesario reinventar una vez más la
noción y las instituciones para poder ampliar las fronteras de su alcance a un estadio global.
Además de esto, tanto en la modernidad como ahora, el estado de guerra civil representa uno
de los principales incentivos para consolidar un sistema democrático que atenúe dicha
situación. La diferencia, y la razón de que la concepción moderna de democracia en este
punto no sea más apropiada, es que, para los modernos, la formación de una soberanía estatal
respondía al problema de la guerra civil. Hoy, en cambio, para las condiciones de la guerra
global, la soberanía de los Estados-nacionales no es eficaz y exige el desdibujamiento de las
fronteras nacionales, sobre todo cuando se trata de la reiterada guerra contra el terrorismo.
De esta forma puede colegirse que, ante problemáticas similares a las del s. XVIII, las mismas
soluciones no son adecuadas en este caso.
Tras analizar lo que consideran los autores las invenciones más importantes de la democracia
moderna, a saber, que es el gobierno de “todos por todos” –a diferencia del “gobierno de la
mayoría” de la antigüedad clásica- y la institución de la representación, terminan por concluir
que el sustento de estas nociones puede no ser indicado para el nuevo contexto al que se
enfrentan, principalmente porque, incluso si lograra establecerse un muy cercano vínculo
entre los representantes y los representados, al final sólo puede gobernar uno (y no todos,
como pretenden los pensadores modernos). Esto pone de manifiesto la tención inherente que
contiene el concepto de representación. Por tanto, incluso este concepto, el cual permanece
en el seno de cualquier concepción de la democracia, requiere de una innovación para nuestro
contexto globalizado.
Una vez puesto en evidencia las limitaciones de los criterios de la democracia moderna para
pensar una democracia global, los autores se disponen a estudiar, de un modo similar, las
propuestas de la democracia socialista. Y es que, a pesar de que surgen paralelamente a las
propuestas liberales y constitucionales y fracasa, éste modelo tiene “elementos
prometedores”. En primer lugar, en oposición al Estado burgués, la democracia socialista,
pensando en una base proletaria, propone la construcción en una democracia “desde abajo”,
considerando, en segundo lugar, que no podían disociarse la representación política de la
administración económica, pues esta división resulta una herramienta de las estructuras de
opresión. Así, era necesario que los instrumentos del poder político coincidieran
democráticamente con la gestión económica de la sociedad. Otra posición de la tradición
socialista (también comunista y anarquista), inspirados en el evento de la Comuna de París,
postulaban la necesidad de reducir cada vez más el espacio entre el poder soberano -
representantes- y la sociedad -representados-, a tal punto que el Estado pudiera desaparecer
y la propia sociedad pudiera autogestionarse, dándole mecanismos al proletariado para la
intervención directa de la gestión económica y social. Finalmente, estas pretensiones
terminaron mutando a la corrección de la organización capitalista del mercado o fueron
absorbidas por los “Estados proletarios” como la Unión Soviética, donde la representación
es degradada a al control demagógico y al consenso populista, privando a la multitud de
cualquier conexión directa con el poder soberano. No sólo subyacen al fracaso de esta
propuesta las condiciones históricas, sino también, agregan Hardt y Negri, la falta de una
delimitación conceptual precisa tanto de la democracia como de la representación en el
transcurso de la doctrina, pues terminan soportándose, paradójicamente, en las ideas
burguesas.
Recordando, entonces, los “subproductos ideológicos” de corte fascista que terminaron
derivando de los grandes experimentos históricos socialistas, los autores firman el acta de
defunción de las ideas de representación y democracia del socialismo. Así pues, estas
perspectivas no suplen la necesidad conceptual de plantear nuevas ideas para una democracia
global, tarea que sigue pendiente.
Para concluir este capítulo, los autores tratarán un último tema a propósito de una de las
formas en que, se ha considerado, se manifiesta la representación democrática, esta es, la
opinión pública. Es más, la opinión pública no sólo aparece como una manera, sino como la
manera por antonomasia de la representación democrática en el mundo globalizado. Sin
embargo, se hace menester estudiar con más detenimiento a quién representa la opinión
pública y cómo lo hace. Mediante un análisis, inicialmente histórico y ulteriormente
conceptual, Hardt y Negri concluyen que la opinión pública no es ni representativa ni
democrática. Por el contrario, en la comprensión de todo acto comunicativo (donde se incluye
toda opinión pública) como una actividad bilateral, se entiende la tensión renuente entre las
formas dominantes de expresión y las de resistencia, que configuran nuevos modos de
significación y expresión social. Nuevas subculturas alternativas y redes de expresión
emergen de entre las entrañas del canon cultural dominante. Es en este movimiento que se
incrusta la opinión pública. Sucede, pues, que esta dinámica comunicativa es productiva,
tanto de valores económicos como de subjetividades que hacen parte del juego social. Debido
a esto, la opinión pública no es una voz unánime y absoluta que represente las intenciones e
intereses del pueblo, ni un punto de equilibrio que las pondere. Se trata más bien de un
“campo de conflicto” establecido por las relaciones de poder, en las que la intervención
política es imperante: no es un terreno equilibrado sino totalmente asimétrico, gracias a que
los principales medios de difusión están controlados por grandes corporaciones. La opinión
pública, por lo tanto, se extiende más allá de las instituciones democráticas representativas
tradicionales, mostrando el déficit cada vez mayor en que éstas se encuentran. “Las
multitudes consiguieron expresar lo que sus representantes no podían”.
A este punto del texto, los autores tomarán una nueva dirección en su investigación. Les
corresponde ahora un estudio más “empírico”. Puntualmente, el segundo capítulo que aquí
reseñaremos, se centra en recoger y articular sintética y analíticamente las protestas que se
alzan cada vez más multitudinariamente en contra de la estructura actual de la democracia a
nivel global, seguidamente de las propuestas de reforma de la misma.
Hardt y Negri identificarán cuatro aspectos específicos bajo los que se pueden reunir las
quejas y sugerencias que las protestas a nivel mundial tratan de revindicar, a saber: 1)
reivindicaciones y reformas en la representación; 2) de derechos y justicia; 3) económicas;
y, 4) biopolíticas.
1) Cada vez se hace más constates los reclamos por la falsa y distorsionada representación a
nivel nacional: no se elige al candidato deseado, sino al que signifique el menor mal para el
Estado, aumentan los índices de abstencionismo, etcétera. Sí esto ocurre en el plano nacional,
qué diremos a nivel global en el que las condiciones de representación son aún más tenues.
Frente a los reclamos de representación, han surgido múltiples propuestas de mejora. Algunas
no están encaminadas precisamente al sistema democrático global, como, por ejemplo, el
concepto en expansión de accountability, vinculado fuertemente con la idea de
gobernabilidad. De otro lado, se han propuesto muchas reformas a las Naciones Unidas que
ayuden a hacer más efectivo el mecanismo de representación. Algunas de estas reformas se
centran en el Consejo de Seguridad, otras en crear una segunda cámara o “Asamblea de los
pueblos” en la cual la votación no opere “un estado, un voto”, sino que considere las
proporciones poblacionales. De esta idea han emergido también propuestas como las de un
parlamento global. El problema, al final, de que estas reformas puedan ser efectivas, es que
el concepto de representación en que se fundamentan es muy insuficiente.
2) En un segundo aspecto, se concentran las protestas dirigidas a las autoridades nacionales
encargadas de garantizar los derechos y la justicia en su jurisdicción, y que, de alguna forma
no lo han logrado. A este fracaso, resulta cada vez más común que los sujetos conviertan sus
reclamaciones por derechos civiles, en reclamaciones por sus derechos humanos frente a
instancias supranacionales. Este mecanismo de los derechos humanos, trata entonces,
afirman los autores, en contrarrestar las injusticias de los sistemas legales nacionales o suplir
sus insuficiencias. El problema fundamental recae en que faltan instituciones efectivas que
hagan respetar tales derechos. Por tanto se necesita una estructura legal institucionalizada
que no dependa de los estados-nación dominantes. Una estructura que propenda por
promulgar principios universales de justicia y derechos humanos debe ser fuerte y autónoma,
alejada de la ley imperial que, mediante la imposición armada, significa un obstáculo para
ello. Así, la propuesta más relevante a este respecto es la de ampliar y fortalecer instituciones
como el Tribunal Penal Internacional, concediéndole jurisdicción global y poder para
aplicarla, con vinculación, tal vez, a las Naciones Unidas.
3) Las protestas económicas más visibles contra el sistema global se sustentan en que muchos
pueblos del mundo viven en la mayor pobreza y al borde de la inanición. Por un lado, las
protestas reclaman que la deuda externa es uno de los principales factores que mantienen
pobres a uno países y ricos a otros: “la deuda constituye un mecanismo para esclavizar al
deudor”, afirman los autores. De otro lado, algunas reivindicaciones presuponen que el
motivo causante de las desigualdades e injusticias a nivel global es que los poderes
económicos son incapaces de regular la actividad económica efectivamente: el capital global
ya no puede ser controlado por los Estados, pues está más allá de sus fronteras, reclaman
algunos. Así, las dinámicas de privatización y el auge de los mercados financieros concentra
la riqueza en manos de muy pocos, desestabilizando los sistemas económicos donde operan.
Frente a estas quejas, algunos de los esfuerzos por grupos no gubernamentales, resultan
bastante limitados pues no logran un cambio radical en el sistema que mantiene la pobreza.
Empero, las propuestas que sí consideran un cambio radical toman dos líneas: la primera se
trata de retornar a los estados un mayor poder regulador de la economía, esta se ejemplifica
con la propuesta de implementar una Tasa Tobin para las transacciones internacionales; la
segunda, pretende retirar a los Estados o a los poderes económicos gran parte del control
sobre la economía, tal como limitar los controles económicos y políticos ejercidos a través
de mecanismos como el de las patentes o el copyright. En general, estas reformas apuntan a
la recuperación o creación de lo común y a la necesidad de cambiar los procesos de
privatización.
4) Esta categoría de reivindicaciones, sugieren los autores, no pretende agrupar al resto de
ámbitos que no se han observado aquí, sino que busca mostrar cómo todas las esferas de la
vida (económica, política, de derechos y justicia, cultural y social) están mutuamente
implicadas. Ejemplo de esta integración son las protestas contra el daño ecológico, que
involucran tanto los problemas económicos, sociales, ambientales y políticos, entre otros. En
este punto, tal vez la reivindicación más importante es aquella que protesta contra la
destrucción y la muerte, esto es, contra la guerra: “la paz es la exigencia común y la condición
necesaria para enfrentar los problemas globales”. Así, las propuestas que buscan atacar los
problemas biopolíticos, concluyen los autores, no se concentran tanto en reformas
estructurales, como sí en desarrollar experiencias comunes que afronten concretamente las
situaciones de afectación global: tratados internacionales, programas que integren las
distintas naciones, entre muchas otras.
Es cierto que las propuestas de cambio son (por ahora) casi inalcanzables, sin embargo, son
muy útiles como herramienta pedagógica. Pensar en una propuesta de mejoramiento genera
una perspectiva nueva y crítica sobre las estructuras existentes. Eso significa, en alguna
medida, una base importante para cualquier cambio. Esta forma de cuestionamiento, propone
un rescate de la noción foucaultiana de “genealogía” que busca un “cuestionamiento crítico
del presente y de nosotros mismos”, donde el hombre “construye nuevos modelos
institucionales y sociales basados en sus propias capacidades productivas”. Se trata de una
“nueva ciencia” que se preocupe, desde esta base genealógica, por considerar el futuro de la
democracia global, tal como en la modernidad, los federalistas, invocaban la creación de una
nueva disciplina que ayudara a suplir las necesidades del modelo democrático requerido.
Pero en nuestro caso, se requiere poner en juego conocimientos locales, discontinuos, no
legitimados, lo que hace que Foucault la considere más bien, una anticiencia.
En los últimos párrafos de este capítulo, Hardt y Negri se concentran en hacer una descripción
general del marco en que debe moverse esta “nueva ciencia”, contrastando los retos e
invenciones de los modernos con los que nos aparecen en la era de la globalización y la guerra
global. La radicalidad conceptual, la permanente posición utópica de crear un nuevo mundo,
y la posibilidad efectiva de realizarlo (“¡Si ellos lo hicieron, nosotros también podemos!”),
son aportes importantes para el proyecto de una nueve democracia global. Ciertamente, la
tarea es de magnitudes colosales. De cualquier modo, el sentido y la necesidad de la empresa
están claros: “nuestros sueños hacen necesario otro mundo”, donde el nivel global se muestra
como el único escenario imaginable posible.

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