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Moral a Nicómaco · libro segundo, capítulo II

Un tratado de moral no debe ser una pura teoría,


sino ante todo un tratado práctico
No debe perderse de vista que el presente tratado no es una pura teoría como
pueden serlo otros muchos. No nos consagramos a estas indagaciones para
saber lo qué es la virtud, sino para aprender a hacernos virtuosos y buenos;
porque de otra manera este estudio sería completamente inútil. Es por lo
tanto necesario, que consideremos todo lo que se refiere a las acciones, para
aprender a realizarlas, porque ellas son las que deciden soberanamente de
nuestro carácter, y de ellas depende la adquisición de nuestras cualidades,
como acabamos de decir.
Es un principio comúnmente admitido, que es preciso obrar conforme a la
recta razón. Aceptamos también este principio, reservándonos explicar más
tarde lo que es la recta razón, y cuál es la relación que guarda con las demás
virtudes.
Convengamos desde luego en este punto; a saber, que toda discusión que
tiene por objeto los actos del hombre, no puede ser más que un bosquejo vago
y sin precisión, como ya hicimos notar al principio, porque no puede exigirse
rigor en los razonamientos, sino en cuanto lo permite la materia a que se
aplican. Las acciones y los intereses de los hombres no pueden someterse a
ninguna prescripción inmutable y precisa, como no puede [36] hacerse
tampoco con las condiciones diversas de la salud{31}. Y si el estudio general
de las acciones humanas presenta estos inconvenientes, con mucha más razón
el estudio especial de cada una de ellas en particular presentará mucha menos
precisión aún; porque no cae en el dominio de un arte regular, ni, lo que es
más, en el de ningún precepto formal. Pero cuando se obra, es una necesidad
constante guiarse en vista de las circunstancias en que uno se encuentra,
absolutamente del mismo modo que se practica en el arte de la medicina y en
el de la navegación.
Por lo demás, por positiva que sea la dificultad que presenta el estudio que
intentamos llevar a cabo, no por eso dejaremos de hacer un esfuerzo para
prestar este servicio realizándolo.
Por lo pronto conviene decir, que las cosas del orden de las que nos ocupamos,
corren el riesgo de ver comprometida su existencia a causa de todo exceso,
sea en un sentido, sea en otro; y para servirnos de ejemplos visibles, mediante
los cuales puedan hacerse comprender bien cosas oscuras y ocultas, veámoslo
con respecto a la fuerza del cuerpo y a la salud. La violencia desmedida de los
ejercicios{32} o la falta de ejercicio destruyen igualmente la fuerza. Lo mismo
sucede respecto al comer y beber: los alimentos en grande o en pequeña
cantidad destruyen la salud; mientras que, por lo contrario, tomados en
debida proporción, la dan, la sostienen y la aumentan. Lo mismo
absolutamente sucede{33} con la templanza el valor y todas las demás
virtudes. El hombre que a todo teme, que huye y que no sabe soportar
ninguna contrariedad, es un cobarde; el que no teme nunca nada y arrostra
todos los peligros, es un temerario. En igual forma, el que goza de todos los
placeres y no se priva de ninguno, es intemperante; y el que huye de todos sin
excepción, como los salvajes que habitan en los campos, es en cierta manera
un ser insensible. Y esto es así, porque la templanza y [37] el valor se pierden
igualmente por exceso que por defecto, y no subsisten sino mediante la
moderación.
No sólo el origen, el desenvolvimiento y la pérdida de estas cualidades
proceden de las mismas causas y están sometidos a las mismas influencias;
sino que además las acciones, que estas cualidades inspiran, han de ser
hechas por los mismos individuos que tienen estas cualidades. Aclaremos esto
con el ejemplo de cosas más palpables y más visibles, y citemos de nuevo la
fuerza del cuerpo. Procede esta de la abundancia del alimento que se toma y
de las fatigas repetidas que se sufren; y recíprocamente, el hombre fortificado
de tal manera soporta mucho mejor todas estas pruebas. El mismo fenómeno
se repite respecto a las virtudes: sólo a condición de abstenernos de los
placeres, es como podemos hacernos templados; y una vez que lo somos,
podemos abstenernos de los placeres con más facilidad que antes. La misma
observación puede hacerse respecto al valor: habituándonos a despreciar
todos los peligros y a arrostrarlos, nos hacemos valientes; y una vez que lo
somos, podemos soportar mejor los peligros sin el menor temor.
———
{31} Aristóteles parece olvidar que la Moral tiene leyes inmutables y
universales.
{32} Véase la Política, lib. V, cap. III. Aristóteles ha hecho notar, que ningún
joven premiado en los juegos olímpicos consiguió después el premio en la
edad viril. Los ejercicios demasiado violentos enervaban las fuerzas.
{33} He aquí la famosa teoría del medio, tan prudente y tan verdadera en la
práctica y tan exacta en la teoría cuando se saben guardar los límites que
Aristóteles mismo señala.

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