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VIERNES
(libro editado en octubre de 2001 por el sello Bajo la Luna Nueva, seleccionado para el Plan de
Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación
de la Presidencia de la Nación)
Tigre, tigre
William Blake
Escolopendra, escolopendra
Aimé Cesaire
Iguana, iguana
Arnaldo Calveyra
—Hubieras visto —decías— la cara que puso cuando volvió del monte
con la escopeta en una mano, y una liebre agarrada de las orejas
en la otra:
“¡Primero lo del guiso de lentejas y ahora esto!”
gritaba el Colorado, y Rivka, nuestra madre, lloraba al cielo.
Era natural que prefiriéramos no hablar del asunto:
“...eso rojo, eso rojo...”,
la historia de tu familia sangra por donde la toques.
Mi padre agonizaba
en un sanatorio con TV por cable.
Puse el canal de ópera
para amortiguar sus alaridos constantes.
Justo cuando Rigoletto abraza el cadáver
de su hija, debí tenerlo al viejo
para que no se cayera de la cama:
la doble simetría de la escena
me la volvió soportable.
PLAZA ST. EXUPERY
a E. A. F., i. m..
Ascuas recuerdo:
flotaban en lo azul.
PLAZA HOUSSAY
a Mirta Rosenberg
a Silvana Sayago
a Pat Roldán
Escribo,
escribo a máquina:
cada letra es un disparo en la noche.
REPETICIÓN DEL ACONTECIMIENTO
II
¿Qué salvaba
a mis músicos
en cada concierto
del horror de saber
que nuestra música
agudizaba
el tiempo irreversible,
más que la repetición del acontecimiento,
el standard, la forma
del compás?
III
No va a llorarnos
su lisa velocidad.
PHANTOM AT THE ROXY
a Julius
El fantasma en la cornisa
era yo: desde una balaustrada,
automático cuervo sin idioma
sin que la palabra diera ningún lenguaje,
sin que la palabra labrara
mundo, repetía
ya no me acuerdo qué
como quien baila, como quien escribe
en el aire, como quien baila
con nadie.
ESCRITO EN LA MESA DE LUZ DE UN HOTEL * * * *
No está tu cuerpo
teníamos la misma estatura
ya no
que el suelo olvide tus pies.
a D. G. Helder
a Silvina
—Aquí no se llora.
Aquí, donde estamos.
—Siempre estamos
donde estamos.
¿Entonces nunca
se llora?
—Sí, creo
en las palabras.
¿Acaso poseemos otra cosa?
Si nos dejaran llorar
poseeríamos lágrimas,
gotas de mercurio
en nuestras bellas caras
rodando dulcemente, dulcemente.
Me gustaría tener esperanzas
pero no en el pasado:
maldigo tu lealtad.
Odio tu modo de tocar el timbre,
tus piernas flacas vistas a lo lejos
y yo avanzaba sin reconocerte
y vos pensando que me alegraría
de verte; digo,
por tu sonrisa.
—¿Y la canción?
a Martín Prieto
De entrecasa quisiera
andar por el nombre mío,
entre amigos, en el estío, de colores pastel quisiera
pasearme teniendo mi lugar,
oficial de mi oficio, lugarteniente
de regreso de batallas densamente
batidas
con honores quisiera
pisar la tierra mía en alpargatas,
con decoro, austeramente
respirar
los días de la vida mía, sus modestos
placeres:
¡ah, la belleza de las conversaciones!
Civilizados vinos, áspero contrapunto
de sauvignon y césped;
ni un sesgo disonante
rasgue la paz de esta luz,
su esplendor.
BENTEVEO
a P.D.
Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
El sol brilla sin dioses.
No tenemos esperanza;
tenemos, sí, la esperanza de la esperanza,
esperamos que la esperanza
suceda.
Hemos tenido fe
y voluntad; hemos luchado,
con una fe sin esperanza hemos luchado.
Para perder mejor hemos luchado,
para que no nos ganen así como así,
para que les cueste
aplastarnos, para eso
hemos luchado sin esperanza,
sólo con voluntad hemos luchado.
Ha muerto la
Gracia. ¿Resucitará? (¿Estás
llorando?) ¿Resucitará?
Hemos amado sin esperanza,
con deseo hemos amado,
sin esperanza hemos amado.
Con una piedad sin esperanza hemos amado,
con una piedad funeraria.
Parasol
tardío
gesto vegetal
la dama de la noche desenrosca
su corola blanca.
Diríase: como una voluntad de inocencia
a través de la sombra.
Diríase: ángeles
en el infierno azul
del crepúsculo, sus guardapolvos
escolares tan extraños a esta hora.
Diríase: bailarinas...
O, mejor, contemplar
en silencio, lo que se muestra: el gesto
vegetal, menos aún que un gesto
y más inexorable.
Autómata no cadáver,
el autómata vivo.
Y la velocidad de su perfume.
Como he visto, también, hombres
capaces de una mutante adaptación
animal entre los muebles
y sus cuerpos.
Los he visto colgar, líquidos suspendidos,
gigantescos ofidios
felinos de belleza monstruosa
expandiéndose, por doseles,
escritorios.
(Herida: cada libro cae en su noche, en su muerte sin nube por este acto que sólo
retendrá la conciencia, y cada mordisco de fuego restaura la planicie del espléndido
cielo)
SI EN LO QUE RESTA