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Ecclesiam Suam

Carta encíclica de Pablo VI


El mandato de la Iglesia en el mundo contemporáneo.

Me parece que teniendo en cuenta los cambios epocales que tantas veces en nuestra
reflexión como Departamento de Catequesis han ocupado un lugar preponderante y además
pensando en la crisis que vivimos como Iglesia y la inercia psicoespiritual (acedia) a la que está
sometida toda nuestra jerarquía sin excepción –y en muchos casos en que aparece inconsciente-
considero que una respuesta o una salida viene dada de la mano del “diálogo” con el mundo
moderno. Una parte de nuestra crisis como Iglesia se debe (así lo creo) a que no hemos sabido
dialogar con el mundo moderno; todavía pensamos y creemos que como Iglesia somos los únicos
que tenemos la verdad absoluta sobre la realidad cuando en realidad debemos admitir –con
humildad- que cada uno –personas e instituciones- tan sólo posee siempre una parte de la verdad
y que siempre hay que aceptar la verdad de los otros. Esta meditación sobre el diálogo de Pablo VI
es una invitación, entonces, a profundizar nuestro propio diálogo con las personas y con el
entorno que nos rodea para que podamos ser más fieles a Jesucristo quien ha sido y es la Palabra
–el Logos- por quien Dios ha querido dialogar con nosotros.

“La Iglesia –nos dice Pablo VI- debe ir hacia el diálogo con el mundo; la Iglesia se hace
palabra, se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio” (n° 27).

La religión, diálogo entre Dios y el hombre.

El “dialogo” para Pablo Vi posee un “origen trascendente”, ya que está en la intención


misma de Dios; la religión misma, por propia naturaleza, es una relación dialogal entre Dios y el
hombre. La misma revelación puede ser representada como un diálogo en el cual el Verbo de Dios
se manifiesta en la Encarnación y se expresa como Evangelio (Buena Noticia). Dios ha inaugurado
el coloquio perenne entre Él y el hombre que, aunque fue interrumpido momentáneamente por el
pecado original, ha sido reanudado por Dios mismo en el transcurso de la historia. La historia de la
salvación da testimonio precisamente de ese diálogo variado y largo que se convierte en diálogo
de salvación para el hombre.

Características del diálogo de salvación.

1° Fue abierto espontáneamente por iniciativa divina: “Él nos amó primero” (1 Juan 4,19).
Por tanto, Dios nos da el ejemplo y somos nosotros como Iglesia que debemos tomar la iniciativa
en el diálogo. “No podemos esperar ser llamados” (n° 29).

2° El diálogo de la salvación nació (y nace) de la caridad, de la bondad divina; no debe


haber otro interés más que la caridad para dialogar.

3° El diálogo de la salvación no se fija en la categoría de los interlocutores ni tampoco se


obsesiona por los resultados que tiene que conseguir; el verdadero diálogo no tiene que tener
límites ni tampoco debe estar supeditado a los cálculos estratégicos.

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4° El diálogo no obliga a nadie a aceptarlo; si el interlocutor no quiere dialogar entonces
habrá que respetar su posición; como Iglesia estamos llamados a dejar libres a nuestros
interlocutores para acogerlo o rechazarlo. El diálogo deberá siempre transitar por los caminos de
le educación humana, por la persuasión interior y por medio de la conversación ordinaria
respetando siempre la libertad personal y civil (n° 29).

5° El diálogo ha de ser “católico”, es decir, universal y sin discriminación alguna.

6° Ha de tener en cuenta que todo diálogo tiene un desarrollo sucesivo lo que nos
previene en contra de la tentación de inmediatismo ansioso; debe tener muy en cuenta todo
aquel que dialoga la lentitud de la madurez psicológica y de la historia que se da tanto en las
personas como en el conjunto de la humanidad y las instituciones; todo diálogo verdadero ha de
saber esperar la “hora de Dios” en que Él lo haga eficaz. Como dice Pablo VI: “No por ello nuestro
diálogo diferirá para mañana lo que se puede hacer hoy; debe tener el ansia de la hora oportuna y
el sentido del valor del tiempo. Hoy, es ecir, cada día, debe volver a empezar, y por parte nuestra
antes que por parte de aquellos a quienes se dirige” (n° 29).

Cualidades del diálogo.

Todo diálogo supone los valores de la cortesía y de la estimación del otro respetado su
dignidad y su libertad; ; también supone que no debe realizarse bajo el imperio de los prejuicios ni
menos quedándose solamente en gestos ostentosos que luego no son corroborados por los
hechos.
También todo diálogo debe poseer al menos cuatro “cualidades especiales” a saber:
Claridad, mansedumbre, confianza y prudencia.

Claridad.

El diálogo exige que todo se diga claramente para que ambas partes comprendan
claramente lo que se dice, tanto de quien habla como e quien oye; el Papa Pablo VI habla de que
el diálogo ha de considerarse incluso como una “transfusión de pensamientos y casi una invitación
a ejercer y cultivar las principales facultades de la mente y del corazón” (n° 89)1.

Mansedumbre.

Es la delicadeza (lenitas) teniendo siempre el ejemplo de Jesús en Mateo 11,29 (Aprendan


de mí que soy manso y humilde de corazón). La mansedumbre combate el orgullo que muchas
veces nos hace usar “palabras sarcásticas” que pueden herir al otro y también aleja las actitudes
de autoritarismo y dominación que a veces es propia de quien tiene autoridad y se cree superior.

Confianza.

Supone confiar en la palabra del otro como una palabra valiosa y en admitirla como tal; si
existe confianza entonces puede generarse una mutua familiaridad y amistad.

1
En n° 89 corresponde a la edición “Colecciones completas de encíclicas pontificias (1832-1965), Editorial
Guadalupe, Buenos Aires, Argentina (1967), Tomo II (1939-1965), p. 2635 ss.

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Prudencia.

Por la prudencia se examina “cuidadosamente cupáles son las inclinaciones psicológicas y


cuál es la dignidad del que oye”; es decir, ha de tomar muy en cuenta si el interlocutor es un niño
o si es una persona desconfiada u hostil. Dice el Papa: “El que dialoga se empeña en conocer la
sensibilidad del oyente, en cambiar, si la razón así lo exige, algo en sí mismo o en el método
(modis) de las cosas que debe exponer para que jamás se vuelva molesto o incomprensible al
oyente” (n° 89).

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