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D. Brondos
Febrero 2014
Todo sermón debe tener un objetivo claro y específico. Generalmente tiene que ver con acciones
o conducta, pero puede tocar cualquiera de los diferentes aspectos:
Sin embargo, el objetivo no es sólo dar conocimientos, como si se tratara de sólo comunicar
información.
Un objetivo tiene que ver con ir de la realidad presente y actual de los oyentes a otra realidad
deseada, de punto A a B:
A –––––––––––––––––––––––––––––––––––––––> B
Ejemplos: ser más pacientes, generosos, solidarizarse más con los necesitados, no preocuparse
tanto, etc.
Hay varias formas de hacer esto. Las siguientes tres son las más comunes pero no son buenas:
1. amenazas/inspirar miedo: Dios te va a castigar.
2. generar sentimiento de culpa: Si Dios ha hecho esto por ti, ¿cómo puedes ser tan malo
para no responder como él quiere?
3. soborno/do ut des: Si tú haces esto (a pesar de que en realidad no lo quieres hacer), Dios
te va a dar lo que tú quieres. Esto es apelar a los egoísmos de los oyentes y presentar un
Dios que también es egoísta, un “interesado” que sólo busca algo para sí mismo y para
conseguirlo, te dará lo que tú quieres.
Si se hace de esa forma, se puede cambiar la conducta a veces pero no el corazón. Pues uno no
quiere estar en el punto B sino que se siente obligado o presionado a estar ahí en contra de su
voluntad.
Más bien, lo que hay que buscar es que quieran estar en el punto B. Para esto, hay que hacerlos
cambiar de visión y corazón para que vean que es mejor para uno mismo y los demás estar en el
punto B. Como es para el bien de uno, y el amor de Dios es lo que busca nuestro bien, la única
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forma aceptable es que el amor de Dios sea lo que nos haga mover de A a B. Ese amor se nos
expresa de muchas maneras, tanto de forma directa como a través de Cristo, el Espíritu Santo, los
sacramentos, la comunidad, etc.
Podemos entender la ley más en términos de que estamos “enfermos,” “necesitados,” etc. (punto
A) y necesitamos que Dios por medio de Cristo nos sane, llevándonos al punto B.
Sólo puedo estar bien yo si estoy buscando el bien de los demás, en amor. Sólo el amor hace
feliz, por lo cual sólo puedo buscar mi propia felicidad buscando la de los demás.
También los demás sólo pueden estar bien si están buscando el bien de los demás, junto
conmigo. Sólo pueden ser felices si están buscando hacer felices a otros. Por eso, la predicación
no alimenta los egoísmos. No es solamente ofrecerles algo sino también pedir, inclusive exigir
por su propio bien, instarlos y animarlos a dar de sí mismos porque sólo así tendrán el bien que
Dios quiere para ellos. Y por lo mismo ellos también debe animar a los demás a dar de sí
mismos.
Por supuesto, eso significa que todo sermón debe ser un acto de profundo amor hacia los
oyentes. ¿Amas a tus oyentes—a pesar de todo? Eso se reflejará en tus palabras.
No hay que presentar simplemente ideales para luego insistir que intenten alcanzarlos (el
cristiano ideal, la pareja ideal, la familia ideal, el hijo ideal, etc.). Somos justos y pecadores a la
vez. Estamos predicando a pecadores, igual que nosotros, gente que necesita de ayuda y está muy
lejos del ideal igual que nosotros. Somos lo que somos por pura gracia. Todos dependemos igual
de la gracia.
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A veces esto significa enojarnos. ¡Enójate pero no peques! Dios se enoja con nosotros pero es
por su amor apasionado por nosotros. Enójate también con tus oyentes, pero que quede claro que
es por tu amor por ellos/as, por estar buscando su bien y el de los demás.
Para poder mover hacia el objetivo, de A a B, necesito primero conocer y poder describir la
realidad de los oyentes, el “A.” Si no, cada uno dirá, “Este sermón no es para mí; a mí no me
dice nada.” No basta conocer esa realidad sino también poderla describir de una forma que se
identifiquen con ella, que “se pongan el saco,” “el predicador/la predicadora está hablando de
mí.”
También hay que presentar el “B” de una manera que se identifiquen con el objetivo, el lugar
adonde los quiero llevar. Que cada uno diga no sólo “ahí es donde yo quiero estar” sino también
“ahí es donde yo puedo estar.”
En cada sermón, siempre debe haber una idea central. Esta idea obviamente es derivada del
objetivo. La idea central puede resumirse en pocas palabras, no más de un solo enunciado.
“Attitude.” ¡¡¡Yo estoy aquí predicando porque quiero estar aquí y porque tengo algo que
decirles!!!! (y no: “ni modo, hoy me toca predicar, a ver qué les digo para ocupar el tiempo y
cumplir con mi obligación”). Si no tienes algo que realmente quieres decirles, no prediques.
Convicciones: ¡¡¡Yo estoy muy convencido de esto que les estoy diciendo y quiero convencerles
a ustedes también!!! ¡¡¡Es algo que va a cambiar tu vida!!! Hay que hablar desde lo más
profundo del corazón, desde tu propia fe. Por eso tu predicación depende de cómo está tu fe. Por
eso, aun cuando uno busque expresarse con ademanes, el cuerpo, el rostro, la voz, etc. esto no es
actuar, como si fuera algo fingido. Es más bien dejar que salga y se vea lo que hay en tu interior.
“¡No me avergüenzo del evangelio porque es el poder de Dios!” ¡Yo creo eso! Creo en el
evangelio, creo en Dios, y creo en lo que les estoy diciendo. Pero obviamente, eso tiene que ser
verdad: no puedo predicar bien lo que yo en realidad no creo.
Poner la confianza de los oyentes en Dios y JC, no en ellos mismos. No es simplemente, ¡tú
puedes! sino ¡todo lo puedes en Cristo que te fortalece! No es simplemente “tú tienes” sino “todo
es tuyo en Cristo.”
El sermón no es una “plática,” una clase, una enseñanza, aunque incluye elementos didácticos. El
sermón es una exhortación. Pretendo llegar al corazón de los oyentes. Obviamente, para hacer
eso, hay que llegar también a su “cabeza,” pero no debe ser simplemente “de cabeza a cabeza.”
Tiene que ser “de corazón a corazón.” ¡Enséñame tu corazón cuando predicas!
No se predica para una sola persona o grupo; aunque se puede enfocar a una persona o grupo
(ejemplo, sermón para boda, bautismo, funeral, día de las madres, etc.), hay que hacerlo de una
forma que integre a los demás.
Hay que evitar el lenguaje abstracto, que generalmente consiste de sustantivos abstractos (el
hombre, la humanidad, el ser humano, el prójimo, la paternidad, la iglesia, el amor, etc.) pero a
veces también verbos abstractos (e.g., amar).
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Hablar en tercera persona tiende a ser muy abstracto (“uno debe hacer esto... el cristiano fiel hace
esto otro...”) Es mejor hablar de “nosotros,” no de una forma abstracta (“nosotros los seres
humanos/los creyentes” sino concreta (“nosotros que estamos aquí reunidos en este lugar, que
somos miembros de esta iglesia”). Todavía mejor es hablar de “tú y yo.” Y todavía mejor hablar
mucho de “tú.” Ejemplos para ilustrar. “Dios ama a la humanidad.” “Dios nos ama a los seres
humanos.” “Dios nos ama a los que estamos aquí presentes.” “Dios nos ama a ti y a mi.” “Dios te
ama a ti.”
También hay que incluir el Yo en la predicación. Si quiero convencer a los oyentes, hay que
mostrar que yo mismo estoy convencido. A veces inclusive tengo que convencerme a mí mismo.
Como Pablo, que se pone como ejemplo. Como Isaías, “Heme aquí, Señor, yo voy.” Entonces sí
puedo decirles, “¿Ustedes también vienen conmigo?”
Por eso, es buscar que se comprometan con algo, junto conmigo. Obviamente, yo mismo tengo
que estar comprometido y dejar que lo sepan.
Buscar un equilibrio: aproximadamente 50% del tiempo hablar del texto, y otro 50% la realidad
de los oyentes. No brincar de uno al otro demasiado.
Es importante incluir ejemplos, ilustraciones, etc., como pintar un cuadro y ponerlo ante los ojos
de los oyentes (Gal 3:1). Usar lenguaje gráfico (en el buen sentido de la palabra). Por ejemplo, en
la parábola del buen samaritano, el hombre golpeado (por la vida), abandonado, dejado por
muerto, pisoteado, etc. Esto se presta para las metáforas, que son importantes.
Las historias son muy buenas, siempre y cuando no son demasiado largas y llevan a algún punto
pertinente. Las historias verídicas son mejores.
Ventajas y desventajas de escribir el texto del sermón o seguir sólo un bosquejo. Si lo escribes,
hay que escribirlo tal como lo hablas (muchas frases cortas, exclamaciones, preguntas, lenguaje
accesible, etc.)
No hay decirles lo triturado, lo de siempre, lo que ya saben. Hay que variar, buscar hacer algo
diferente cada vez que predicas, no caer en rutinas.
La introducción debe captar su atención. Puede ser una historia o experiencia, descripción de la
realidad actual, una frase, una paráfrasis del texto bíblico, etc.
La conclusión también debe impactar. Hay que cerrar “con broche de oro.” Es mejor terminar lo
menos posible con imperativos como “hagamos,” “recordemos,” “debemos,” “ojalá que
podamos...” etc.
Obviamente, en medio debe hacer una secuencia de ideas: A lleva a B, B a C, C a D, etc.
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Hay que manejar muchas preguntas, sobre todo retóricas. Un buen sermón tiene muchas
preguntas. La idea de Bultmann “ansprechen”: el evangelio te busca, te confronta, te inquieta, te
achaca, te acosa (en el buen sentido de la palabra), te exige una respuesta y no deja que estés en
paz hasta que la des—pero siempre en amor, por tu bien. Es la gracia lo que hace todo esto, no la
amenaza, la culpa, la obligación, etc.
Al final, recalcar: Toda regla es para romperse. Eso es verdad para cada una de las “reglas”
arriba expuestas.