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El culto a la Reina de los Cielos

octubre 6, 2011Alfonso LloredaCatolicismo, Escritos de traductores y revisores de la Reina-Valera, Mujeres de la


Biblia, Personajes bíblicos
En forma imponente y majestuosa celebra en estos días LA REINA DE LOS
CIELOS el centenario de una de sus muchas apariciones. El santuario de
LOURDES no puede ya contener más gente. Cientos de miles de personas,
haciendo gala de una devoción rara en nuestro tiempo, se esfuerzan cada
día por conseguir acceso al lugar santo y recibir por fin la bendición
anhelada.

Por todas partes se advierte una organización precisa y eficaz. Hasta el


más mínimo detalle ha sido tomado en cuenta para evitar confusión y
facilitar la marcha ordenada de los fieles. La belleza y el arte con que se
han hecho los arreglos acusan un espíritu exquisito y desprendido,
consagrado íntegramente a la mayor gloria de LA REINA DE LOS CIELOS.
Pero nadie puede salir de aquel santuario sin llevarse para siempre
dibujada en el rostro la impresión profunda que produce el tumulto
interminable de gentes angustiadas pero paciente que llegan hasta la
gruta mágica esperando que de un momento a otro se produzca el milagro
y termine la tragedia que los ha llevado allí. Naturalmente que van también
allí los incrédulos, los irrespetuosos, los que sólo buscan el punto
comercial apropiado, y sin duda, los maliciosos, que se preguntan a dónde
irán tantos millones. A nosotros el espectáculo nos ha invitado a la
meditación espiritual.

I. —UN CULTO CON RAICES LARGAS Y PROFUNDAS


El espectáculo de fe y de regocijo de LOURDES no es cosa de ayer ni de
anteayer. Las apariciones de Lourdes, Fátima, Guanare, Guadalupe,
Chiquinquina, etc., son acontecimientos recientes si los comparamos con
la primera aparición en el mundo de LA REINA DE LOS CIELOS. Hemos de
buscar sus raíces en los comienzos mismos de la historia; allá donde se
encuentra también el comienzo de los sentimientos religiosos del hombre.
Los sumerios y los babilónicos, que mecieron la cuna de la historia
humana, la adoraban ya y la llamaban con el mismo nombre: Ishtar, REINA
DE LOS CIELOS. Los asirios y los cananeos la heredaron con nombre,
imagen y ceremonias. Los primeros la llamaron Sharrot-Shame y los otros
Ashtarot. Los egipcios tuvieron también su REINA DE LOS CIELOS en
diosas que llamaron Iside, Osiride y Anat. Nos relata el autor del libro de
Los Hechos de los Apóstoles, que el Asia le rendía culto bajo el nombre de
Diana en el templo maravilloso de Efeso. En la ciudad de Mukden en la
China legendaria existe todavía un templo dedicado a la adoración de LA
REINA DE LOS CIELOS. Por otra parte, las excavaciones que se llevan a
cabo en todo el mundo con el fin de conocer mejor la historia y costumbres
de nuestros antepasados, dan fe de la antigüedad de este culto no
solamente entre los orientales Y europeos, sino también entre los indios
americanos de todo el continente. Nada, que si las creencias son ciertas
por su antigüedad y valen por el arraigo que hayan logrado en el corazón
del hombre, tenemos que aceptar que la adoración a LA REINA DE LOS
CIELOS marcha a la cabeza de los sentimientos religiosos de la
humanidad. El espectáculo de Lourdes tiene, pues, raíces largas y
profundas. Es el mismo culto rendido a la misma deidad desde los
comienzos de la historia.

II. —EL PUEBLO DE DIOS Y LA REINA DE LOS CIELOS


No obstante, existe un dato curioso, que no puede menos que invitarnos a
una cuidadosa y profunda reflexión: Tal adoración no solamente ha existido
al margen de las ordenanzas bíblicas, sino que ha recibido siempre un
severo rechazo de parte de los dirigentes autorizados del pueblo hebreo y
de la iglesia novotestamentaria por considerarlo contrario a la voluntad
divina.

Hay que admitir que tan pronto como el pueblo hebreo entró en contacto
con los cananeos, LA REINA DE LOS CIELOS se abrió paso y se situó al
lado del Dios Altísimo en la vida religiosa de Israel. No tan sólo eso, sino
que fue objeto de mayor solicitud y devoción por parte de los hebreos que
Dios mismo, Jeremías 7:18; 44:17-26.

El primero de los textos citados ilustra claramente lo que queremos decir.


Por un lado está la evidencia del éxito y arraigo que llegó a tener en el
pueblo el culto tomado de los cananeos: “Los hijos recogen la leña, los
padres encienden el fuego y las mujeres amasan la masa para hacer las
‘cavanim’ (tortas o “cakes”) a la Reina de los Cielos”. Ninguna ceremonia a
Jehová logró nunca despertar una actividad tan global y un esfuerzo tan
unido de todo el hogar como ésta rendida a la deidad femenina. El texto
mismo explica la reacción divina: “Para provocarme a ira”. Si se quiere
saber hasta dónde este culto llegó a tener significado y valor para la
familia hebrea, léanse los textos citados del capítulo 44; pero si se quiere
saber cuál es el juicio y la condenación divinos sobre tal actividad, aquí
está la respuesta: “Por tanto, así dice el Señor: He aquí, mi furor y mi ira se
derraman sobre este lugar”, Jeremías 7:20. No se trata, pues, de conocer
la historia o de medir el arraigo que tal culto tenga, lo importante es saber
cuál es el juicio de Dios sobre dicha adoración.

Que el culto a LA REINA DE LOS CIELOS fue en Israel algo foráneo lo


atestiguan por un lado la ausencia de toda aprobación en la redacción de
la Ley. No hay allí nada que remotamente pudiera implicar una sanción
divina a tales prácticas. Por otro lado, la palabra que el profeta usa
(7:18:44:19) para designar las tortas o “cakes” que las mujeres hacían con
la figura de la Reina para ofrendarlas en su culto, es una palabra de origen
extranjero, que no se usa en el Antiguo Testamento sino en estos dos
textos, y que tiene además una sorprendente semejanza con los nombres
que los asirios y babilónicos daban a estas mismas tortas o idolillos. Las
mujeres asirias y babilónicas las llamaban camunu y cavanu de donde la
similitud con cavan salta a la vista. No hay duda, pues, que los hebreos
importaron la reina, el culto y hasta el nombre de las tortas con que la
ofrendaban y con ello provocaron la ira del Señor.

III. —UNA POSICION CLARA Y DEFINIDA


Habiendo dejado establecida la inequívoca posición de la Escritura Santa
en relación con el culto a LA REINA DE LOS CIELOS, pasemos a examinar
otra posición no menos clara y no menos definida. La Iglesia Romana, sin
ningún apoyo bíblico, se ha constituido en heredera y continuadora del
culto a LA REINA DE LOS CIELOS. El Vaticano, a pesar de confesar su falta
de base escritural, la ha hecho “inmaculada”, “co-redentora”, la ha librado
de la muerte que corresponde a todo ser humano, la ha sentado en el Trono
de la Gracia y le ha dado igual gloria y poder que Jesucristo. Pronto, sin
duda, la hará la cuarta persona de la deidad, y después mayor que las
demás. Por otra parte, la Iglesia Romana no tiene ningún interés en
alejarse del camino emprendido al lado de LA REINA DE LOS CIELOS; por
el contrario, a veces da la impresión de querer apresurar la marcha hacia
la meta propuesta. Al Movimiento de la Reforma del siglo XVI, que tuvo por
fin ensalzar la persona de Jesucristo en la vida de la iglesia, la iglesia
romana contestó con el dogma de la “inmaculada concepción”. Cuando
hace algunos años un grupo de ingenuos dentro del protestantismo creyó
que había llegado la hora para una unión con la iglesia de Roma, el
Vaticano apresuró la promulgación del dogma de la “asunción”, o
ascensión corporal de la Reina a los cielos. La posición de la iglesia
romana a este respecto es clara y definida; el que abrigue ilusiones se
equivoca.

IV. —QUE VALGA LA ACLARACION


Quizá sea necesario explicar nuestro esfuerzo por no identificar a la Virgen
María, la madre nuestro Señor y Salvador Jesucristo, con la REINA DE LOS
CIELOS que celebra en estos días el primer centenario de su apreciación
en el santuario de LOURDES. Sencillamente porque para nosotros los
evangélicos son dos cosas completamente diferentes. Lo que se lleva a
cabo en Lourdes no puede ser otra cosa que la reproducción modernizada
del culto a LA REINA DE LOS CIELOS que un día se introdujo en el pueblo
hebreo provocando la ira de Dios a través del profeta Jeremías. En los
Evangelios encontramos a la Virgen María, la sencilla y humilde madre del
Salvador, para quien el Señor no ordenó otra cosa que el respeto y la
admiración de los cristianos. Nosotros los evangélicos creemos en la
Virgen María, la respetamos, admiramos y tratamos de seguir su ejemplo, y
nos repugna la idea de verla convertida en LA REINA DE LOS CIELOS de
los babilónicos, asirios y cananeos. Por eso, y que valga la aclaración, son
dos cosas completamente distintas: Por un lado LA REINA DE LOS CIELOS
de la iglesia romana y por otro la Virgen María de los evangelios.

El Heraldo Cristiano
Marzo 1958

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