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Aún recuerdo la sensación al ver mi aula por primera vez. En septiembre, después de
haber pasado un año estudiando y haber superado los exámenes, llegó la recompensa:
un aula, con mesas, sillas, alguna caja y varios materiales didácticos enviados por la
Conselleria d’Educació. Mi aula... ¡Qué sensación! Yo, allí, sola, frente a ese espacio
que me pareció realmente amplio y con unas ganas increíbles de que, por fin, llegaran
mis alumnos.
El objetivo fundamental para ese curso era estimular las competencias básicas claves en
el desarrollo de los alumnos a lo largo de toda la vida (Escamilla, 2008). En definitiva,
que los alumnos aprendiesen a saber ser y saber hacer, a convivir y a conocer, es decir,
estimular a los alumnos para que adquiriesen las herramientas básicas para seguir
aprendiendo, con autonomía e iniciativa personal, a lo largo de toda su vida. Para
conseguirlo consideré que un elemento clave era la organización del espacio del aula.
La organización del espacio
Al inicio de curso, por la falta de experiencia, encontré algunas dificultades para situar
partes esenciales de un aula como los rincones o la asamblea. Pero era consciente de
que existía una necesidad real de organizar el aula correctamente, justificada
legalmente por el Real Decreto 132/2010 del 12 de febrero. En este Real Decreto se
establecen los requisitos físicos, mínimos, de los centros de segundo ciclo de Infantil,
Primaria y Secundaria. Además, son numerosas las aportaciones de la psicología del
desarrollo y la educación que resaltan la importancia e influencia del ambiente tanto en
el proceso de desarrollo del niño como en el proceso educativo. Destacan, sobre las
demás, teorías como la genética, de Piaget, por la importancia que otorga al aprendizaje
activo del niño; la del aprendizaje sociocultural, de Vigotsky, que se basa en la
interacción en el aula, tanto horizontal –que es la que se crea entre los propios niños–
como vertical –que es la que establecen niño y docente–; o la del aprendizaje
significativo, de Ausubel.
Para empezar, es necesario elaborar una planificación del proyecto educativo que se
pretende llevar a cabo y evitar, en la medida de lo posible, la improvisación. Cuando
decidí organizar el aula por rincones, asumí que en muchos momentos de la práctica
cotidiana no iba a ejercer un control directo sobre la clase, sino que mi función sería la
de facilitador del aprendizaje y de observador del transcurrir de las actividades y de las
relaciones entre los alumnos, para evitar conflictos.
Una vez organizada el aula, te das cuenta de que no es tan sencillo adaptar la teoría a la
práctica cotidiana, y menos con tan poco tiempo y tan poca experiencia. Pero las ganas
de aprender, el interés, la voluntad y el esfuerzo pueden con todo.
La organización del espacio no es una cuestión que surja sin más, sino que conlleva un
proceso de reflexión profunda acerca de la propia concepción de la enseñanza y de los
objetivos que se pretenden alcanzar con un grupo de alumnos en particular. Pero yo aún
no conocía al grupo ni sus necesidades, ni sus motivaciones, ni sus capacidades. Por lo
tanto, preferí esperar a los verdaderos protagonistas del proceso de aprendizaje, y me
pareció una buena opción organizar con ellos nuestra clase. Para empezar, solo
organicé las pocas mesas y sillas con las que contaba y delimité el espacio de la
asamblea, ya que consideraba que era preciso que estuviera preparado para el primer
día de curso de mis nuevos alumnos.
Pasaron las semanas y cada vez era más consciente de las limitaciones de espacio que
tenía esa aula de nueva creación. Por ejemplo, limitaciones para incluir los rincones de
actividad en el aula, que son aquellos que nos permiten organizar el espacio por el que
los alumnos se distribuyen, en pequeños grupos, y realizan tareas o actividades
diferentes.
Pese a las dificultades, consideré que era necesario incluir los rincones como parte
esencial de la organización del espacio. De esta forma se favorecería un buen
funcionamiento del aula y que los alumnos pudiesen construir aprendizajes de forma
contextualizada, en situaciones cercanas a la realidad y de forma motivadora.
Los fijos que se crearon para aquel curso fueron: los escritores, los matemáticos, la
orquesta y los informáticos. Además, se creó un rincón para favorecer principalmente
el juego simbólico. Ese rincón fue cambiando de nombre a lo largo del curso en función
de la unidad didáctica que se estaba trabajando: era un rincón flexible.
Para llegar a esta propuesta de rincones se conjugaron factores como la ratio, los
intereses de los alumnos, la disponibilidad de materiales y las posibilidades del aula
como espacio físico. Pero, además, la elección de estos rincones respondió a las
necesidades básicas de los alumnos de cuatro años, a las capacidades e intereses del
grupo clase y a la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner (1983) y su relación
con las competencias básicas. Este autor define la inteligencia como la capacidad de
resolver problemas o elaborar productos valiosos en una o más culturas. Diferencia
ocho tipos de inteligencia: lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal
cinética, intrapersonal, interpersonal y naturalista. Estas inteligencias se desarrollaron a
lo largo de todo el curso mediante uno o más rincones.
El funcionamiento de la clase
El grupo clase estaba compuesto por 26 alumnos, 17 niños y 9 niñas. Dos de ellos
procedían de Rumanía, pero ya tenían conocimiento de la lengua vehicular, y una
alumna era de Brasil. Destacaba el caso de un alumno con síntomas de ausencia de
lenguaje, poca comprensión, lloros continuos, juego individual, estereotipias, etc., que
finalmente fue diagnosticado con Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD); y dos
alumnos en situación de riesgo, que vivían en una residencia.
El funcionamiento de los rincones era bastante sencillo; los alumnos solo debían
colocar, en el cartel correspondiente, su nombre y apellidos (plastificados), según el
rincón en el que quisieran participar, respetando el número de personas en cada rincón,
limitado por las bandas adherentes de cada cartel. Esto evitaba las idas y venidas a un
rincón de los mismos niños, fomentando también cuestiones como la coeducación, el
respeto a los compañeros y a los materiales, la tolerancia y la resolución pacífica de
conflictos. El aprendizaje por rincones en ocasiones se basa en el juego libre y, en otras
muchas, en una actividad guiada por el docente.
La clase estaba dividida en un total de cinco rincones, sin contar el espacio dedicado a
la asamblea y a las perchas. El uso de las profesiones como nombres de los rincones se
debió al interés por desarrollar este contenido como eje vertebrador del curso, y por
dotar de un carácter práctico a los aprendizajes. En el rincón de Los escritores, que
también se podría haber llamado el rincón de Las Letras o de La Biblioteca, se
pretendía desarrollar la competencia lingüística desde una perspectiva comunicativa,
formando palabras, escribiendo espontáneamente, leyendo o interpretando bits.
El logro más significativo que obtuvimos fue el paso de una escritura diferenciada, en la
que los alumnos utilizaban muchas letras, números o pseudoletras a una escritura
silábico-alfabética, en la que los alumnos confrontan sus ideas con la escritura
convencional y se dan cuenta de que ésta va más allá de la sílaba. Descubren que la
sílaba tiene más de una letra, pasando, evidentemente, por esa etapa silábica que tanto
trabajamos en el aula, con múltiples actividades diarias, en la que los infantes son
capaces de segmentar una unidad oral en sílabas. Escriben una grafía para cada golpe de
voz (sílaba) y le asignan un tipo de correspondencia (con o sin valor sonoro
convencional).
En el rincón de Los informáticos, los alumnos podían acudir a buscar información, con
guía y supervisión, y a escribir palabras o incluso pequeños textos y completar dibujos
con colores. El logro principal fue una mayor consolidación de la lectoescritura,
respetando la etapa en la que cada uno se encontraba, un mayor control de la
coordinación óculo-manual y un dominio casi total del manejo del computador,
entrando y saliendo de los programas de uso frecuente con total autonomía.
En el rincón del Juego simbólico, que fue cambiando de nombre a lo largo del curso,
convirtiéndose en una peluquería, un restaurante, una tienda de disfraces o una clínica
veterinaria, cada niño podía organizar su juego, su espacio y su rol, con un alto grado de
autonomía. El logro más notorio fue la fluidez verbal con la que se desenvolvían,
llamando a los materiales por su nombre: fonendoscopio, caja registradora, lista de
reserva, y la comunicación y el respeto entre ellos –dignos de admirar–.
Las inteligencias intrapersonal e interpersonal fueron desarrolladas en todos los
rincones y en cada una de las tareas desempeñadas a lo largo de la jornada escolar,
desde la asamblea hasta el patio. Estas inteligencias se entienden como el conocimiento
de los aspectos internos de una persona, así como la percepción de contrastes en los
estados de ánimo, temperamento, motivaciones e intenciones de las personas que nos
rodean. Por último, la inteligencia corporal-cinética y la espacial también eran
trabajadas en todos y cada uno de los rincones: cuando se movían, interactuaban,
manipulaban objetos y realizaban habilidades físicas básicas y motricidad fina.
En cuanto al material para crear cada rincón, se emplearon diversas fuentes: las familias,
las tiendas especializadas, materiales reciclados y mucha imaginación. Los criterios
que tuvimos en cuenta para la selección de los materiales de cada rincón fueron: la
necesidad, asequibilidad, fácil identificación y conservación, vistosidad y seguridad.
Por las limitaciones de espacio, que se han comentado anteriormente, los materiales se
encontraban en armarios y los alumnos se guiaban por los carteles y rótulos que
habíamos diseñado, entre todos, para saber dónde encontrar cada cosa.
Además, los alumnos como protagonistas del aprendizaje también debían estar
involucrados en este proceso evaluador, en el que sus aportaciones contaban y se tenían
en cuenta, para introducir cambios y mejoras. Preguntas como las siguientes guiaron la
evaluación: ¿Este espacio favorece la iniciativa del niño y su creatividad?; ¿la
decoración es estimulante?; ¿los materiales están al alcance de los niños?; ¿el clima es
propicio para que el niño se sienta seguro y se sienta apreciado y valorado?; ¿los niños
han participado en su organización, cuidado, orden…? ¿Están las áreas de trabajo
claramente diferenciadas? En síntesis, ¿es un espacio pensado para ellos y con ellos?
El espacio va ligado al tiempo, y por tanto tuve que evaluar aspectos clave mediante
preguntas como: ¿El tiempo destinado para el trabajo en los rincones se adapta al
desarrollo psicológico del niño?; ¿se tiene en cuenta la curva de fatiga del alumno?;
¿existe tiempo para el trabajo individual y en grupo?; ¿la planificación temporal
permite la libre expresión del niño?; ¿el niño conoce cómo se distribuye el tiempo?
Esta experiencia ha sido muy gratificante y ha tenido valor para el aprendizaje de los
alumnos y para la mejora de nuestra práctica docente. En el camino hemos encontrado
dificultades y muchas de ellas se podrían haber evitado si los arquitectos, antes de
diseñar una escuela, preguntasen a algún docente. Si tuviesen en consideración
cuestiones tan simples como a qué altura colocar la pila del aseo para que los alumnos
de Educación Infantil lleguen a lavarse las manos sin que esta práctica cotidiana se
encuentre con una barrera arquitectónica que afecta al desarrollo de la autonomía; o la
orientación del aula, para no alcanzar temperaturas demasiado elevadas en los meses
más calurosos. Todo un sinfín de errores arquitectónicos, fácilmente evitables y,
desafortunadamente, bastante habituales en los centros educativos, incluso en los de
reciente construcción.