Preguntarse por el concepto de “persona” en Spinoza requiere una hermenéutica
que logre distinguir el proceso propio de la ontología spinociana que lleva a pensar al individuo como persona. De trasfondo, para elucidar esta cuestión, es necesario tener presente la noción de “persona artificial” hobbesiana y, al mismo tiempo, la concepción que tiene Locke del individuo como persona a partir de su ontología jurídica de carácter individualista. Sobre este trasfondo adquiere la posición de Spinoza su profundo valor. Es verdad que Spinoza no había leído a Locke pero la respuesta que ofrece frente a la postura de Hobbes posibilita también responderle a él. Un posible ejercicio hermenéutico que puede realizarse es ir desde el comienzo del Tratado Teológico- Político a la Ética para dilucidar la ontología subyacente que le permite a Spinoza liberarse de la estructura filosófica hobbesiana que lleva a pensar al sujeto como persona artificial; es decir, la presentación de la persona bajo la trascendencia del Estado y la desapropiación de la vida pública del sujeto. Si seguimos dicho ejercicio podemos comenzar con el planteo que ofrece Spinoza en el prefacio del TTP y pasar luego al comienzo de la Ética, al libro primero. Esta propuesta no es absolutamente algo impuesto desde afuera. Si nos atenemos a la historia misma de Spinoza podemos observar que mientras escribía la Ética comenzó a redactar el TTP. La relación entre los textos es íntima. La configuración filosófica de la Ética envuelve las proposiciones del TTP. Este ejercicio hermenéutico, si se quiere, parte de ese contexto subjetivo del autor. En el prefacio del TTP reconocemos el problema central, el motivo, por el cual se escribe. En realidad, la temática se expone antes en el exergo que la precede. Allí se puede ver que el planteo de Spinoza se focaliza en la libertad de filosofar. Esta es la tematización del texto. Pero en la misma aclaración temática introduce una dirección claramente política y ética: la libertad de filosofar comprende la paz del Estado. Ella no sólo no es perjudicial para el Estado sino que, a la inversa, es uno de los principios por el cual el Estado resulta factible de modo pacífico. Como se puede observar, hacer filosofía nunca deja de ser algo político al mismo tiempo. Si nos centramos en la época podemos decir que lo que pretende Spinoza es reconocer la necesidad de la linre expresión de ideas, la convivencia de la ideología en su sentido general, en la fomra del Estado. La posición es opuesta a la de Hobbes. A partir de este planteamiento ya puede hablarse de la diferencia de planteamientos. La propuesta de Spinoza habla de la libertad, en primer lugar, frente a la concepción coercitiva de la que parte Hobbes. Luego dicha libertad se inscribe en la fundamentación misma del Estado mientras que en Hobbes la libertad subjetiva es inscripta como efecto de la institución del Estado; es decir, a partir de reconocer la coerción del Leviatán. Es más, en el mismo prefacio, encontramos una expresión que jamás se encuentra en Hobbes: Estado libre (p. 64). Él dice lo siguiente: “…en un Estado libre…es totalmente contrario a la libertad de todos adueñarse del libre juicio de cada cual mediante prejuicios o coaccionarlo de cualquier forma”. Un Estado libre, es, justamente, una institución libre de coerción. Para comprender de qué modo se fundamenta un Estado se debe partir del concepto de libertad y no del de coerción. Y el punto central en esta cita es el “libre juicio”: la posibilidad de expresar ideas propias, marginales a la posición del Estado. Pensemos que en Hobbes esto resulta imposible. Es inimaginable que los sujetos, en el foro externo, puedan emitir sus ideas. La individualidad del sujeto queda remitida a ser un efecto o resto del rol social que lo ocupa. La verdad del sujeto está en su carácter de persona; es decir, en su actividad bajo la autoridad del soberano que le es trascendente a su potencia de actuar. Ahora bien, Spinoza no se queda o gira entorno a la respuesta posible a Hobbes. Parte de su planteo está en reconstruir ontológicamente y políticamente los motivos por los cuales el sujeto es capaz de renunciar a su libertad bajo la autoridad de una instancia que trasciende su juicio. Al modo hobbesiano Spinoza también recurre a una antropología filosófica que explica el por qué de la necesidad del Estado, tanto en sus versiones coercitivas como en su versión libre. Pero aquí no nos encontramos con una nueva versión de estado de naturaleza, En una ficción que nos remita a un cierto momento en el que los sujetos se requieren mutuamente por peligrar su vida o, según Locke, para preservar no sólo la seguridad sino también sus propiedades. Esto no quiere decir que en Spinoza haya una especie de anarquía o de libertad por fuera de ciertas reglas sociales. También en él nos vemos circunscriptos al uso del poder político con sus fuerzas de coerción. El tema está en que el fundamento o punto de partida no nos vemos con ese pensamiento. La idea, si se quiere, es pensar un Estado libre que mediante el mismo ejercicio de la libertad se pueda regular la actividad pública de los sujetos. Se trata de pensar una subjetividad previa que deviene persona. El plano técnico de la persona es un derivado de una forma de vida subjetiva que la antecede. Pero, dado esto, permanece la siguiente cuestión: ¿por qué los sujetos se empeñan una y otra vez en vivir bajo un Estado coercitivo?, ¿qué lleva al sujeto a preferir la servidumbre y no la libertad? El comienzo de la respuesta está en los afectos, igual que en Hobbes. Pero también aquí hay una inversión: el punto de partida no será el miedo sino el afecto de la alegría. El miedo es el punto de partida del Estado coercitivo, y por eso mismo, Spinoza parte por el análisis destructivo de su fundamentación antropológica. El desmontaje de la posición coercitiva tiene como finalidad indicar el por qué de la servidumbre y, obviamente, mostrar su remedio. Como se mencionó antes, este desmontaje no finaliza ni comienza por un estado de naturaleza ficticio a modo de hipótesis. El desmontaje es tal cual lo indica el término: desarmar las diferentes capas que constituyen el fundamento de un Estado coercitivo trascendente a la acción humana. En este sentido, el desmontaje spinoziano analiza las premisas políticas de los Estados nacionales pasados, especialmente el Estado hebreo. Y esto se debe a que dicho Estado se funda en una particularidad: la Biblia. Los textos bíblicos no sólo hablan de la historia del Estado hebreo desde su fundación por parte de Moisés sino también de la teología que lo sostiene. La fundamentación del Estado hebreo es teológico-política. La Biblia nos muestra eso. Las tablas de la ley que recibe Moisés hacen de la nación hebrea un Estado que tiene su génesis en la palabra divina. Los primeros capítulos que siguen al prefacio se encargan de desmontar esto. Pero más allá de las particularidades nacionales Spinoza se pregunta qué es lo que hace que el hombre se entregue a la servidumbre, a ser siervo de mandatos teológicos-políticos. Al inicio del prefación podemos ver que Spinoza menciona un término que es la clave para comprender el cuestionamiento: superstición. Éste término delimita el campo político y teológico mediante el cual se determina la coerción. La superstición es la denominación que utiliza Spinoza para nombrar el proceso de coerción y, al mismo tiempo, para remitir a al primer modo de conocimiento: la imaginación. En primer lugar trataremos lo primero para luego pasar al segundo ya a través de la Ética. La superstición en realidad es un efecto. Es lo que sucede por la fluctuación del ánimo entre el miedo y la esperanza. Éstas dos afecciones son las que llevan, como dice Spinoza, a la creencia de “cualquier cosa”. Esto sucede porque el hombre está constreñido a la “urgencia” de encontrar una respuesta inmediata a los acontecimientos desafortunados que le suceden. “Des-afortunados” ya nos indica lo que explica Spinoza. Los hombre son temporales, fácticos, y en este sentido están sometidos a la fortuna, al tiempo incierto que puede serle favorable o no. En Hobbes esto aparece también, en el caso del estado de naturaleza. Allí el hombre está atado al vaivén de la fortuna y sólo la máquina racional del Estado puede solucionar esa fluctuación. En Spinoza nos encontramos con la misma observación, el ánimo fluctúa en ese tiempo incierto. Sólo bajo un criterio firme y una fortuna favorable el hombre no sería supersticioso, dice el filósofo holandés. La fortuna y la ignorancia son las circunstancias humanas que llevan a creer cualquier cosa e instituir la superstición como explicación y forma de vida. Hay una constitución temporal del sujeto. Y es por esa temporalidad que el sujeto está atado a los infortunios de su tiempo singular. A veces el tiempo me es favorable a mis intereses y a veces no lo es. Maquiavelo fue el primero que tematizó esto a un nivel ontológico-político. Spinoza, como Hobbes, lo siguen en lo mismo. La temporalidad humana es fluctuante, el ánimo siempre se ve arrastrada por eso que lo excede y que debe tratar de dominar. La alteración de la fortuna sin una racionalidad que la pueda dominar queda a merced de la ignorancia que es capaz de representarse cualquier cosa con tal de encontrar un poco de tranquilidad y explicación a su suerte mundana. El ser del hombre comprendido en su temporalidad fáctica lleva en sí la flutuatio animi; y es por eso que la superstición resulta posible. Es una posibilidad humana. Y ella lo es debido a la ausencia de un criterio firme que sea capaz de buscar las causas o la causa que posibilita abrir la comprensión en una dirección filosófica. Es importante recordar que la filosofía durante la primera modernidad era entendida como el estudio de las causas de los fenómenos. La ignorancia, el no estudio de las causas, es lo que lleva, dice Spinoza, a forjar ficciones. La superstición como creencia falsa denota el carácter ficcional del relato explicativo y también la esencia de lo real como ilusión. Los sujetos producen un relato ficcional que comprende lo real como una ilusión y, por ende, de ese modo se comportan. Los sujetos se comportan en la realidad como si ésta se definiera por ese relato ficcional. El mundo vivido es un mundo ilusorio. La ignorancia de la verdadera causa de naturaleza humana lleva a guiarse por el miedo y la esperanza, dos afectos negativos que obstaculizan la racionalidad y la praxis pública. Un pasaje importante que define el prefacio en su aspecto político es la cita que hace Spinoza de Quinto Cursio, gobernador romano: “No hay medio más eficaz para gobernar a la masa que la superstición” (p. 64). A partir de aquí Spinoza pasa de la caracterización antropológica que venía haciendo a una caracterización política. La superstición implica la pérdida del libre juicio, el gobierno de sí queda en manos de algo o alguien que no es la propia subjetividad. Si seguimos esto a la luz del concepto hobbessiano de persona observamos que la superstición es lo que lleva a la constitución de ese concepto. La masa quiere decir el vulgo: categoría social por la cual se indica el estamento más inculto. Ahora bien, la superstición del vulgo es lo que genera la monarquía y los diferentes gobiernos despóticos. El “secreto” de la monarquía es, justamente, la superstición. Pero para que la superstición, el mundo ilusorio, pueda conservarse el poder político no puede actuar sólo. El vulgo, ante un gobierno monárquico que actúa por sí sólo imponiendo su autoridad, es capaz de revelarse. El sujeto no soporta estar relegado y dominado por un poder político de esa naturaleza por mucho tiempo. La clave está en la religión, dice Spinoza. El poder político debe actuar mediante la religión si quiere mantener ese mundo ilusorio. El engaño debe ser una creencia. La ilusión tiene el estatuto de creencia, si no fuera así el sujeto se revelaría ante el dominio del poder. Y lo que hace que la ilusión se mantenga en el tiempo es que se funde como una creencia religiosa: un engaño perpetuo que no puede liberarse si no es por la filosofía. La coerción, de esta manera, es efectiva debido a que el sujeto no se sabe controlado. Puede decirse que la efectividad del poder político se encuentra en el factor religioso. Es la religión la que termina por imponer algo falso como creencia. El poder político, de esta manera, es siempre un poder político-teológico. Si volvemos a la interpretación antropológica veremos bajo qué modo actúa la religión en la construcción del poder político. Spinoza, habíamos dicho, menciona que el miedo y la esperanza son los dos afectos que están por detrás de la superstición. De aquí, entonces, que es la religión la que actúa sobre el miedo y generándolo continuamente. Como en Hobbes el poder se instituye sobre la base del miedo. Pero, mientras el Leviatán emerge desde la ficción de un cierto estado de naturaleza, en Spinoza el miedo y la esperanza constitutiva de la monarquía es analizada hermenéuticamente; es decir, desde los fundamentos históricos en que se fue realizando. El Estado hebreo y el romano son fuentes esenciales a Spinoza que le permiten ver el desarrollo fáctico del miedo bajo la interpretación que hacen de los textos sagrados.