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Antropología Sergio Madrigal Muelas

La mutilación genital femenina ha sido siempre una de las puntas de lanza en el debate que enfrenta
a aquellos que defienden el relativismo cultural y, por tanto, la defensa de las tradiciones de cada
cultura en su contexto, y aquellos que consideran que este tipo de prácticas atentan directamente
contra los derechos fundamentales del ser humano, en especial en este caso contra la figura de la
mujer, y deben terminar siendo erradicadas.

Desde mi punto de vista, como toda tradición con arraigo importante a nivel cultural y con una
importancia capital como rito dentro de la propia cultura, debe abordarse desde una perspectiva no
intrusiva, contando con todos los agentes que participan de ella y trazando un plan que permita su
modificación permanente con el beneplácito de la propia sociedad involucrada. Así mismo, hay que
entender los beneficios a medio plazo de una intervención ahora, al mismo tiempo que comprender
que los resultados también se van a dar en ese medio plazo y no de forma inmediata. La educación
es, por tanto, clave en toda actuación relacionada con este tipo de situaciones.

Pese a que convivimos con muchas culturas cuyas tradiciones pueden ser tremendamente dispares,
concibo una sociedad global con unos mínimos que permitan su convivencia. Para que esta sociedad
global y esta convivencia cultural se pueda dar en las condiciones óptimas, necesitamos comprender
que existen unos requisitos que toda sociedad debe cumplir: respeto a la vida, respeto a la integridad
de las personas, etc.

Lejos de hacer ningún juicio moral y huyendo de cualquier tipo de etnocentrismo, de lo que se trata
es de que alcancemos como raza una especie de acuerdo de mínimos que nos permita interactuar y
asegurar que todo ser humano goce de una vida plena, independientemente de su cultura.

Es por eso que prácticas como la mutilación genital femenina, no tienen cabida en una sociedad
humana moderna y deben pasar a formar parte, como lo han hecho otro tipo de prácticas y ritos, de
nuestra historia y nuestro bagaje cultural.

La forma de atajar esta problemática sin generar complicaciones añadidas ni confrontación pasa por
una evaluación de las alternativas, un debate abierto en el que todas las voces que tengan que ver
con esta situación tengan la posibilidad de expresarse y tener como objetivo fundamental alcanzar un
acuerdo que satisfaga a la mayor cantidad de gente. Se deben de poder entender todas las
consecuencias de realizar prácticas como la MGF, tanto a nivel físico como a nivel psicológico. Pero,
al mismo tiempo, comprender la importancia del rito dentro del proceso de integración y pertenencia
a esa sociedad.

Como en todo acuerdo, todas las partes involucradas habrán de realizar cesiones. Para llegar a un
contexto en el que estas cesiones se produzcan de forma pacífica y con la vista puesta en el acuerdo,
debe existir ya un entorno que anime a ello. Como ya he señalado anteriormente, este entorno
propicio se obtiene fomentando una sociedad culta, proporcionándoles una educación abierta que les
permita iniciar a los propios miembros de la sociedad un proceso de reflexión y de crítica que les lleve
a tomar decisiones con respecto a este tipo de rituales.

Cuando se trata de temas religiosos y tradicionales, el choque intergeneracional siempre es fuerte y,


a veces, complejo de gestionar. La solución pasa, por tanto, por aproximarse desde una perspectiva
abierta y empática, tratando de comprender a todas las partes, aceptando las limitaciones al cambio
de unos y el exceso de ímpetu de otros, para alcanzar no solo un consenso sino un pacto duradero
que permita a la sociedad dar un paso hacia adelante en su proceso de evolución.

En aquellas culturas donde existe una apertura a corrientes de pensamiento externos, nos
encontramos con un arma de doble filo que también hemos de analizar con cautela: por un lado, esta
apertura permite evaluar las propias tradiciones poniéndolas en contraste con las influencias que
vienen de fuera y obtener con ello procesos de crítica constructiva que deriven en cambios positivos

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para la propia sociedad. No obstante, esta apertura y la aceptación de influencias externas en un


mundo globalizado como el nuestro, terminan inexorablemente deteriorando la identidad cultural de
la sociedad, perdiendo por el camino la esencia misma de esa sociedad y homogeneizando toda
cultura.

Una vez revisado el documento Intervenciones sobre los genitales femeninos de Maria Caterina
La Barbera, mis posiciones acerca de la MGF y de sus posibles soluciones no solo se mantienen,
sino que han venido reforzadas por las claras contradicciones que utiliza como argumentos La
Barbera. Bajo el amparo de la defensa de todas las culturas y con mensajes encubiertos tras
proclamas anti imperialistas y anti colonialistas, La Barbera parece querer perpetuar una práctica que,
más allá del maquillaje de viaje iniciático dentro de una sociedad, tiene como objetivo limitar la
capacidad de sentir y disfrutar del acto sexual para la mujer.

La Barbera además trata de justificar sus argumentos en defensa de la mutilación genital femenina
comparando este tipo de ritos con las operaciones de estética realizadas en los países occidentales,
tratando así de rebajar el impacto que este tipo de atrocidades tiene en la vida diaria de las mujeres
(llega a firmar que sólo 3.65% de las mujeres mutiladas no consigue alcanzar el clímax). Intenta,
además, comparar las secuelas psicofisiológicas que se producen cuando las niñas son mutiladas
genitalmente con los posibles efectos secundarios producidos por las operaciones a personas
intersexuales. Estas últimas, legales en los países occidentales.

Todas estas comparaciones parten de una base fundamentalmente errónea desde mi punto de vista:

Toda la línea argumental de La Barbera se fundamenta por un lado en defender la necesidad de este
tipo de prácticas por su importancia dentro de la cultura. Al mismo tiempo hay que evitar las injerencias
por parte de la sociedad occidental, que, en su etnocentrismo, pretende imponer un dogma moral al
resto de culturas. De esta forma su argumento queda doblemente protegido: por un lado, estos
rituales son los que son porque así deben de ser en esa cultura y su necesidad es capital puesto que
suponen una forma sana de integración de la mujer dentro de la sociedad. A pesar, eso sí, de que a
cambio deba permitir este tipo de agresiones. Por otro, si a pesar de ello alguien pretende plantear
algún cambio, lo hará desde una perspectiva adoctrinadora, imponiendo sus estándares éticos y, por
lo tanto, debería ser rápidamente rechazado por la sociedad.

Como raza, como individuos, nuestra evolución cultural nos ha ido mostrando como el ser humano
transita caminos y avanza por una senda que lo lleva a dejar en la cuneta aquellas prácticas cuyo
significado evolutivo se pierde en la maraña de simbologías arraigadas en la tradición y la religión.
Este avance se ha venido produciendo, históricamente, de la mano de un proceso de adquisición de
mayor conocimiento, de democratización de la enseñanza. Con esos mimbres, hemos ido superando
como sociedad los límites que nos habíamos impuesto a nosotros mismos fundamentados en el
desconocimiento y el miedo.

Tratar de transmitir ese conocimiento, de otorgar esa capacidad de elección, esa libertad para poder
decidir acerca de su futuro, a todos los seres humanos, está lejos de ser una imposición o un
adoctrinamiento. Nada tiene que ver con una forma de supremacismo moral o intelectual.
Proporcionar las herramientas para que todos podemos pensar de forma crítica y reflexiva forma parte
inherente de nuestro sueño de alcanzar, como colectivo, cotas todavía más altas, de coronar cimas
todavía más lejanas.

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