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NOVEDAD EDITORIAL

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Antonio Machado
Poeta en el exilio
Monique Alonso

Con la colaboración de AntonioTello


Antonio Machado. Poeta en el exilio es el fruto de un largo trabajo de investigación
y de una intención muy precisa: ofrecer una documentación histórica capaz de corregir
los errores y contradicciones en lo escrito y dicho sobre esta etapa última de Antonio
Machado. Los documentos hallados y consultados, incluidos todos los escritos del poeta
en estas fechas y los testimonios de quienes vivieron junto a él en esos días, arrojan una
nueva luz para el estudio y conocimiento de lo que fue en realidad su exilio y muerte. El
libro, pues, no pretende ser un estudio completo, definitivo en datos, pero sí en
autenticidad y veracidad, como documento histórico.
Monique Alonso, hija de refugiados españoles, nació en Lourdes. Ha realizado
estudios de Filología en la Universidad de Pau, preparando su tesis de licenciatura sobre
El exilio de los intelectuales españoles en Francia, bajo la dirección del profesor
Manuel Tuñón de Lara, tema que en la actualidad es objeto de su tesis doctoral.

Últimos títulos aparecidos en la colección ÁMBITOS LITERARIOS

NARRATIVA
Félix GRANDE
Lugar siniestro este mundo, caballeros
Fernando del CASTILLO DURAN
Lepsis
Premio Ámbito Literario de Narrativa 1985
POESÍA
Diego MARTÍNEZ TORRÓN Alrededor de ti
GianninaBRASCHI La Comedia Profana Luis MARTÍNEZ DE MINGO Anacrónica y
Fidel
Alfonso LÓPEZ GRADOLÍ Las señales de fuego Premio Ámbito Literario
de Poesía 1985
ENSAYO
Monique ALONSO Antonio Machado. Poeta en el exilio
Orlando GUILLEN Hombres como madrugadas: la poesía de El Salvador

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Con la luz, con el aire, con los seres Vivir es convivir en compañía. Placer, dolor:
yo soy porque tú eres.
J. GUILLEN Aire Nuestro III, Homenaje

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ANTHROPOS
REVISTA DE INFORMACIÓN Y DOCUMENTACIÓN

Junio 1985
Con motivo de la edición del n. ° 50 de nuestra revista ofrecemos este número
extraordinario y doble en extensión, dedicado a Antonio Machado. Con ello nos
sumamos a la celebración que en este año se viene haciendo de un hombre cuya
presencia está viva entre nosotros.
Director: Ramón Gabarros
Redacción: Jordi Doménech, Esteban Mate, Francesc Roque, Jaume Roque; Ramón
Farré-Escofet y Carmen Muntané (diseño); Assumpta Verdaguer y Cristina Villar
(documentación)
Asesores: Juan Baró (economía y estadística); Antoni Jutglar (historia y ciencias
sociales); Montserrat Moix y Montserrat Gimó (psicología y ciencias de la educación);
Manuel Oliva y Pedro Serra (filología y análisis del pensamiento); Juan Quílez (ciencias
físicas y biológicas); Eloy Terrón y Vicente Romano (ciencias de la información)
Diseño gráfico: AUDIOVISA
Muntaner, 445, 4.° 1.a 08021 Barcelona Documentación: C.I.D.A.
Centro de Información y Documentación de Anthropos
Enric Granados, 114 08008 Barcelona
© Grupo A
Edita: Anthropos Editorial del Hombre Enric Granados, 114 08008 Barcelona
Esta publicación es miembro de A.S.E.I. ISSN: 0211-5611
Depósito legal: B. 15318/81
Fotocomposición: Tecfa, S.A. - Barcelona Impresión: Cayfosa, Sta. Perpetua
de Mogoda (Barcelona)
Publicidad y suscripciones:
Enric Granados, 114, entlo. 2.a
08008 Barcelona
Tel.: 217 25 45 / 217 24 16
Suscripción año 1985
(12 números de 64 págs.):
España: 3.750 ptas.
Otros países: 45 $
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en paite, ni
registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún
medio, sea mecánico, fotoquimico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el
permiso previo por escrito de la editorial.
N.°50 / 1985
2 Editorial
ANTONIO MACHADO: POETA EN EXILIO. DESDE EL MIRADOR DE LA

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GUERRA. TEXTOS, NOTAS Y ANTOLOGÍA
3 1. Situación de Antonio Machado: proceso de su último compromiso histórico
18 2. Teoría poética de Antonio Machado
22 3. «Desde el mirador de la guerra»
45 4. Antonio Machado, pensador de la heterogeneidad
59 5. Antología: poemas de un Poeta investigador de historias,
caminos y paisajes
62 Apuntes biográficos
Antonio Machado: datos cronológicos de una biografía
73 Documentación
BIBLIOGRAFÍA DE Y SOBRE ANTONIO MACHADO
74 Obras de Antonio Machado
81 Estudios sobre Antonio Machado
100 Análisis y comentarios
Tres glosas literario-filosóficas a Antonio Machado, por Juan David
García Bacca
106 El cantar y el decir filosófico de Antonio Machado.
Apéndice: los nombres de Antonio Machado, por José Echeverría 124 El sueño y la
muerte en la poesía de Antonio Machado, por Rosario
Hiriart
129 Con don Antonio Machado. Los niños en su obra, por Carmen Conde
Información bibliográfica (cuadernillo en páginas centrales)

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ANTONIO MACHADO: POETA EN EXILIO.
DESDE EL MIRADOR DE LA GUERRA. TEXTOS, NOTAS Y
ANTOLOGÍA

Iniciamos la recogida de estas notas y textos referentes a la figura de Antonio


Machado, destacando el título certero, sugestivo y preciso con que Mónica Alonso
define, en su libro, la vida y la obra del Poeta y Pensador hispano. Se trata de una
amorosa pesquisa, honda e indagadora, de alguien forzado a quedarse, sin pan y sin
tierra, transterrado. Sólo podemos invitar a la lectura de este magnífico libro, fruto de

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paciente búsqueda, afirmación y encuentro con los testigos de la historia; de la «España
peregrina», como la califica doliente José Bergamín. Son documentos que centran la
vida, la temática y las obras de un pensador de su pueblo que muere por su libertad.
Poeta en exilio, hombre en exilio, historia de exilios: he ahí el tema entrañable y
cordial que expresa el destino positivo del ser humano, irse de todo continuamente o
expulsado cuando el otro vence cainíticamente por el odio, la venganza y la negación de
su existencia. Hay dos formas de estar en destierro: impuesto o inventivamente
conseguido. La expulsión y la clandestinidad son las dos formas en que puede
concretarse la primera; y la diferencia creadora, heterogénea y plural, la segunda. Don
Antonio Machado, poeta en exilio, lo fue de las dos maneras. Él siempre estuvo fuera de
todo; pero con su pueblo, para quien desea trabajo y cultura, y con quien pasa la frontera
de la patria. Él expresa en su creación y en su pensamiento la esperanza de una España
con otro porvenir, con otra libertad, hacia la vida lograda desde la muerte. Un destierro,
en definitiva, sembrado de miles de luces, semilla de múltiples esperanzas. Ya es hora de
decidirse a crear un proyecto que realice el porvenir —de los que están en exilio—,
donde vuelvan a vivir ellos —apócrifos innovadores—, aquí y ahora, cincuenta años
después, resucitados a la vida en nuevo ser, en una historia abierta al cambio cordial,
íntimo y material: donde la pluralidad sea un hecho y una propuesta, donde el Exilio sea
una creación positiva, una categoría inventora de éxodos,buscados, y realizados en
creaciones y cambios sorprendentes.
Don Antonio Machado, poeta en Exilio está aquí, vuelve y con él están todos los que
se fueron, los transterrados de la historia, los trabajadores de tierra y libertad, de pan y
cultura, de utopías imposibles, de revoluciones sociales, que ponen en evidencia las
intenciones, los hechos perversos y cobardes de las democracias formales e imperialistas
de la Europa de los años 30, inerme frente a la consolidación del fascismo y la barbarie,
la paz inicua. De todo ello nos hablara don Antonio Machado en los artículos «Desde el
mirador de la guerra». Queremos traer el testimonio, el análisis y la presencia de tantos
que se hacen presentes en Antonio Machado, en su paso, en su compañía, en su vida, en
su muerte y en su resurrección. Entre ellos, destacamos las miles de vidas apócrifas que
pasan la frontera desnudas. Aquí recogemos los documentos y testimonios de personas
entrañables como J.M.a Castellet, J.D. García Bacca, María Zambrano, J.L. Abellán,
Concha Zardoya, Rafael Alberti, A. Sánchez Barbudo, Ángel Viñas, José Echeverría,
Aurora Albornoz, Mónica Alonso y tantos que han profundizado la vida y la obra de
Antonio Machado desde dentro y desde fuera, o bien desde fuera, pero ahora realizada
desde dentro.
Ellos se sienten, los exiliados, recreados en la palabra de Antonio Machado, poeta en
Exilio; poeta sencillamente, porque crea, inventa, innova la palabra y el poema: está más
allá, siempre hacia lo mejor, excedido. Traspasa la frontera de las cosas, de los
pensamientos, de los hombres. Antonio Machado busca, halla y está en la fuente. Allí
nos lleva. Su método poético y reflexivo es camino, espejo y tránsito hacia lo otro y el
otro. . . Antonio Machado, memoria viva de historia y exilio, indagación revolucionaria,
apócrifa del otro, de la profunda heterogeneidad del ser, del encuentro innombrado,

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silencioso, en el fondo, con él o con ella, con la gente del pueblo, trabajadores siempre de
su libertad.
Mónica Alonso abre su obra con este texto, que plantea la evolución del pasado y la
llamada del porvenir de una forma poética, como presencia viva y renovada, encuentro.
Dice así:
«Incierto es, en verdad, lo porvenir. ¿Quién sabe lo que va a pasar? Pero incierto
es también lo pretérito, ¿quién sabe lo que ha pasado?», nos decía Antonio Machado
en boca de Juan de Mairena. Es cierto. ¿Quién sabe lo que ha pasado, lo que le pasó al
poeta Antonio Machado en los años 1936-1939? Nadie. «Las cosas no se hacen
inmutables al pasar de nuestra percepción a nuestro recuerdo», según dice nuestro
poeta. Por ello, todo lo que podemos afirmar en este libro es «con relativa seguridad».
Pero sí, de lo que sí estamos seguros es que cuanto hemos escrito en este libro está
escrito con la mejor fe. Para que este libro sea realmente un libro de Historia, nos
limitamos a referir únicamente datos que se pueden comprobar con documentos o
confrontando varias entrevistas.
Antes de dar luz a este libro hemos trabajado largos años para poder recoger material
y confrontarlo. De lo recogido, más de la mitad ha tenido que eliminarse por falta de
pruebas contundentes (no descartamos por ello poder averiguar su autenticidad algún
día). Hemos seguido muchas pistas, muchas de ellas fueron arduos caminos o senderos
con indicadores inverosímiles; no obstante allí hemos ido, nos hemos arriesgado hasta
llegar al final. Algunas de estas pistas tenían como meta una recompensa, otras un
fracaso. A pesar de todo, las consideramos todas fructíferas.
Esperamos, así, que este pasado, que estos años trágicos de Antonio Machado no
«sean trabajados ni moldeados a voluntad».
(Monique Alonso, con la colaboración de Antonio Tello, Antonio Machado. Poeta en el
exilio, Barcelona, Anthropos Editorial del Hombre, 1985. Col. Ámbitos
Literarios/Ensayo, 12, pp. 13-14.)
Es una invitación a entender en realidad de verdad lo que le
Es una invitación a entender en realidad de verdad lo que le 1939. Un acercamiento
cordial y medido a la vida herida por el hacha de la barbarie, signada por la cruz. Amigos
venid, salid de vuestro silencio, de vuestro olvido, creced en nuestra memoria. Llegan
nuevas gentes a vuestro encuentro. Queremos entender y realizar vuestros anhelos.
Queremos presencia viva, cooperante con vuestro pensamiento y vuestra obra: redimir la
intimidad de la historia, cambiar los fantasmas por creaciones humanas plurales.

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1. Situación de Antonio Machado:
proceso de su último compromiso histórico
En los documentos que vamos a transcribir, nos mueve la intención y la voluntad de
hacer presente la palpitación de don Antonio; su creación, pensamiento y compromiso
con la gente, con la República, especialmente durante la guerra civil. Nos gustaría que los
jóvenes se encontraran con la memoria viva de esta historia, con la postura interior de
estos hombres que hace ya casi cincuenta años expresaron la realidad paradigmática de

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una cultura, una sociedad y unos hombres en estado permanente y antropológico de
guerra civil. Es preciso volver y encontrar el hilo de las luchas, las pasiones, los intereses
y la cobardía que han roto y siguen rompiendo la vida de millones de personas en nuestro
dolorido y absurdo planeta. Pero también cómo la creación, la propuesta, es el nuevo
método positivo capaz de establecer de nuevo la esperanza, la paz y los beneficios de
una revolución social desde el fondo. Lo cual, ya nunca jamás, se podrá realizar por la
fuerza de las armas ni de victorias militares, sino por la creación cooperante, por el paso
a estado social de los individuos, los pueblos y las patrias.
Sólo por construcción disolvente y positiva, nos parece que es posible ya una
revolución social en realidad de verdad, pero vayamos a los testimonios y a los
documentos capaces de darnos la memoria viva, operante y eficaz en el presente. La
Memoria histórica que nos recuerda y presencializa, viva y doliente, la figura interior, en
exilio, de Antonio Machado y sus amigos clandestinos o expulsados de la patria. En
primer lugar, lo que nos dice Rafael Alberti en «Imagen primera y sucesiva de Antonio
Machado». Con vital sintonía e insurgencia intelectual, Rafael Alberti nos enmarca de la
siguiente forma a su personaje: en la calle, en su poesía, en el café, en la política, en el
Quinto Regimiento, en Valencia y entre los álamos argentinos. Esta ubicación parece una
proyección cinemática, desinstaladora, peregrina y en continuo estado de exilio de don
Antonio Machado. He aquí el documento:
1. En la calle
Yo no conocí a Antonio Machado hasta muy tarde, casi dos años después que a Juan
Ramón Jiménez. Con mi hermana Pepita, mi pobre hermana Pepita, hoy joven viuda de
la guerra de España, sabía de memoria sus poemas, que recitábamos en nuestras
inseparables, puras mañanas del Jardín Botánico, el Retiro, la Moncloa, frente al crestado
y niveo Guadarrama. Ningún paisaje como éste, tan de Machado, para repetir de recio su
amor a la ancha y abierta serranía, divisoria de las dos Castillas.
¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo, la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas que yo veía en el azul pintada?
En 1924, alguien que ya no quiero nombrar me dijo: —Preséntate al Premio Nacional
de Literatura. El jurado es muy bueno. Forma parte de él, con Gabriel Miró, Menéndez
Pidal y Moreno Nfilla, Antonio Machado. A lo mejor te dan el premio.

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Aquel «a lo mejor» que mi hoy ex amigo añadiera, se me quedóAntonio Machado brillando
en la cabeza como una posible rendija de esperanza.
ANTHROPOS/3
t
Por entonces, un entonces de lesión pulmonar, de escasez y desorden físico míos, yo

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andaba casi siempre por las sierras de España, buscando en su aire puro de resina el
alimento remozador y fuerte, necesario para mi sangre. Así, cuando me animé a
presentarme al concurso, lo hice desde los montes de Córdoba, desde Rute, un extraño
pueblo de locos, muy buenos aguardientes y olivares. Guardaba yo hacía algún tiempo
mi primer libro, inédito, de poesía, Mar y tierra, cuyo título cambié por el de Marinero
en tierra al publicarlo luego. Para mayor seguridad, acongojado de un terror infantil a
que se perdiera, se lo mandé a aquel cubano tierno, inteligente y entusiasta que por
aquellos años vivía en Madrid, José María Chacón y Calvo, quien tuvo que sobornar a
no sé qué empleado del Ministerio, ya que la fecha de admisión de originales había
terminado, llegando el mío con casi una semana de retraso. Después, y en espera del
fallo del jurado, me eché a dormir, escéptico, convencido de la inutilidad de semejantes
premios literarios, temeroso de las injusticias, atormentado, además, de remordimientos
ético-estéticos por haber caído en la tentación —«como cualquier poetastro», me decía
— de presentarme a tal concurso.
Pasados varios meses de reposo por aquellos trágicos montes cordobeses, volví a
Madrid. ¡Pero qué vuelta para mí entonces, con mis veintidós años, ostentando, a poco
de llegar, en la cartera —la primera de mi vida— aquellas cinco mil pesetas del premio,
las que voy a confesar en un paréntesis (me gasté casi íntegras en helados con una serie
de raros e imprevistos amigos, salidos hoy no sabría decir de dónde).
En seguida fui a saludar, para darle las gracias, a Gabriel Miró, que ya conocía,
visitando también a don Ramón Menéndez Pidal y a José Moreno Villa. Pero, como era
natural, a quien más quería agradecer su voto era a Antonio Machado. Me presenté en su
casa sin aviso.1 No estaba. No vivía en Madrid. Su madre, una anciana pequeñita y fina,
me lo dijo:
—Mi hijo anda por Segovia. Viene muy poco por acá. Es difícil verle.
Pasó algún tiempo. Del Ministerio de Instrucción Pública retiré el original de mi libro,
adquirido por la Biblioteca Nueva para su publicación. Al andar, por la noche,
revisándolo en mi cuarto, cayó de entre sus páginas un papelillo amarillento, medio roto,
escrito con una diminuta letra temblorosa. Decía:
MAR
y
TIERRA
calmando, descendiendo a ese fondo donde esperan dormidas las cosas que no
lograron su final, satisfacer su luz, cumplirla. Pero todo, de pronto, vuelve a emerger, a
irrumpir, llamado desde fuera, desde la superficie menos insospechada. Subía yo una
mañana por la calle del Cisne cuando por la acera contraria vi que bajaba, lenta, una
sombra de hombre, que, aunque muy envejecida, identifiqué sin vacilar con la del retrato
de Machado perdido en mi memoria. Bajaba lenta, como digo, con pasos de sonámbula,
de alma enfundada en sí, ausente, fuera del mundo de la calle, en la mañana primaveral
sonante a árboles con pájaros.
«Es él, es él —me dije—. Si no me atrevo ahora a saludarle, a conocerle, no lo haré
ya jamás.» Y mientras cruzaba, sofocado, de acera en acera, me fui recitando varias

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veces los dos primeros versos del retrato que Rubén Darío le dibujara tan
admirablemente:
Misterioso y silencioso iba una y otra vez.
Aquél era, aquélla era: sombra misteriosa, silenciosa sombra de poeta que yo iba a
osar detener un instante.
—¿Don Antonio Machado?
No olvidaré nunca los silencios que tardó en responderme con dos «Sí, sí» espaciados,
como si hubiera tenido que hacer un llamamiento a la memoria para acordarse de su
nombre.
—Rafael Alberti... Quería conocerle y darle las gracias...
—¡Ah, ah! —repitió, todavía mal despierto, tomándome la mano—. No tiene usted que
agradecerme nada...
Y ausentándose nuevamente, perdida sombra entre las laberínticas galerías de sí mismo,
«mal vestido y triste», le vi alejarse en la mañana de nuestro primer encuentro, calle del
Cisne abajo...
2. En su poesía
La casa tan querida
donde habitaba ella,
sobre un montón de escombros arruinada o derruida, enseña
el negro y carcomido
maltrabado esqueleto de madera.
La luna está vertiendo
su clara luz en sueños que platea en las ventanas. Mal vestido y triste voy caminando por la calle vieja.
Raiael Alberti:
Es, a mi juicio, el mejor libro de poe
sías presentado al concurso.
Antonio Machado.
¡Con qué alegría y estremecimiento leí y releí aquel hallazgo inesperado! Todavía lo
conservo en la primera página de un ejemplar viejísimo de mi Marinero en tierra, lo
único que por casualidad salvé conmigo de la guerra española.
Sí, «mal vestido y triste» iba siempre el poeta de las Soledades, con aire siempre de
venir de provincia, de la «Soria fría» castellana, donde conoció a su esposa y adonde la
perdió. Es esta muerte sola la que va a impelerle a caminar, como el «fantasma irrisorio»
de sus versos, por esos largos corredores misteriosos, de oscuras bóvedas resonantes,
sientiendo voces conocidas, como Bécquer, y la tibieza de una «mano de nieve»
guiadora.
Desde el umbral de un sueño me llamaron.
Era la buena voz, la voz querida [...]
Ni un seductor Manara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario-^ (...)
Así se retrataba el poeta en versos ya famosos; pero yo seguía sin conocerle ni de
lejos. Me sabía, eso sí, de memoria una sola foto suya, aparecida al frente de sus
poesías, en edición de la Residencia de Estudiantes: un Machado, aún bastante joven,
grave y triste, con cara de caído de la luna, saliendo de un alto cuello duro chimenea,
corbata de plastrón, anticuado, anacrónico.
Poco a poco, aquel precipitado deseo de conocerle se me fue Sí, era dejado y triste

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este noble poeta. Pero su dejadez, su abandono exterior, le venían del alma: alma
desnuda, espíritu olvidado de su cuerpo, a quien lo conformaba con el atuendo más
humilde. Su tristeza no era la literaria de cierta poesía, contemporánea suya, a la que
nunca cuadró mejor el título de «modernista». Era tristeza fuerte de varón, de hombre
sufrido, socavado en lo hondo de las raíces. Tristeza de árbol alto y escueto, con voz de
aire pasado por la sombra. Y con la naturalidad, con la llaneza propia de lo verdadero, de
lo que no ha brotado en la tierra para el engaño, hizo sonar sus hojas melancólicas en sus
poemas. Hay que remontarse —como ya se viene repitiendo— hasta Jorge Manrique
para encontrar en castellano manantial más auténtico, más natural en su fluir. Hubo
muchos poetas que consiguieron lo más fácil: hablar en verso; pero él, en cambio, logró
lo más difícil: hablar en poesía. Por eso digo que este venero suyo va a confluir con el
más límpido de Jorge Manrique, hermanándose, ramificándose ambas aguas bajo la
arena tornadiza de cinco siglos. ¡Con qué sereno acento familiar, con qué segura voz de
hablada poesía va encadenando el viejo poeta guerrero del siglo XV sus desesperadas
preguntas en las inmortales coplas dedicadas a la muerte de su padre, el maestre de
Santiago!
¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores?
Hay que bañarse un solo instante en el lago de Bécquer, poeta casi siempre del
vocablo directo, para ir a dar en ese río de Machado y hallar en él, como digo, ¡y con
qué plenitud!, esta misma sencillez de tono, parecida voz del alma, parecido temblor,
austeridad y grandeza.
Daba el reloj las doce... y eran doce golpes de azada en tierra...
...¡Mi hora! —grité—... El silencio me respondió: —No temas [...]
Antonio Machado no amaba lo barroco, contra el cual arremete por boca de su Juan
de Mairena. Era el anti-Góngora, aunque él reconociera la genialidad del poeta cordobés.
Era, podríamos decir, el antiRenacimiento, en lo que éste tuvo para España de corteza
verbal, de suntuosidad y grandilocuencia. Él mismo nos dejó dicho en un poema que su
poeta favorito, el primero de todos, era el viejo Gonzalo de Berceo:
El primero es Gonzalo de Berceo llamado, Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino,
que yendo en romería acaeció en un prado, y a quien los sabios pintan copiando un
pergamino.
Y como andaluz, niño de infancia por jardines y patios del Palacio de las Dueñas de
Sevilla, había bebido en el cántaro fresco de la copla popular, de la pasión directa, sin
adorno, de la sentencia sabia, sin disfraces, subida escuetamente de la garganta honda de
su pueblo. De ahí su preferencia, su escape continuo hacia los metros cortos, o hacia «la
rima pobre», como dice en una canción; su tendencia a las asonancias, a la cadencia de
romance, incluso cuando emplea los metros mayores, como el alejandrino, o el
endecasílabo jugado con el heptasílabo, como silva asonantada.
Un ejemplo de canción simple, de su natural habla andaluza:
Érase de un marinero
que hizo un jardín junto al mar, y se metió a jardinero.

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Estaba el jardín en flor,
y el marinero se fue
por esos mares de Dios.
Y las silvas asonantadas, romancescas, de los campos de Soria:
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, oscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza [...]!
Así, mal vestida y triste, pobremente vestida, con un traje que de tan pobre nos
transparenta ya la desnudez, anda también la poesía de Machado. Pero esa modestia, esa
humildad de medios, esa diaria escasez, son su inmensa riqueza, el tesoro que nos ha
dejado y que cada día que pasa logra una nueva altura y mayor resplandor.
3. En el café
La segunda vez que vi a Antonio Machado fue en el Café Español, un viejo café siglo
XIX, que había frente a un costado del Teatro Real, de Madrid, cerca de la plaza de
Oriente. Empañados espejos de aguas ennegrecidas recogían la sombra de estantiguas
señoras enlutadas, solitarios caballeros de cuellos anticuados, pobres familias de la clase
media, con ajadas niñas casaderas, tristes flores cerradas contra el rendido terciopelo de
los sillones.
Un ciego, buen músico, según el sentir de los asiduos, tocaba el piano, mientras que
una muchacha regordeta iba de mesa en mesa buscando el convite —un café con
tostada, acompañado de algún que otro pellizco furtivo— de los ensimismados
admiradores de su padre. Desde la calle, llovida y fría de enero, tras los visillos
iluminados de las ventanas, adiviné la silueta de Machado, y entré a saludarle. Yo venía
de una pequeña librería íntima, cuyo librero, gran amigo de los jóvenes escritores de
entonces, acababa de conseguirme un raro ejemplar de los poemas de Rimbaud,
sintiéndome infantilmente feliz aquella tarde sabiéndolo apretado bajo mi gabán para
librarlo de la lluvia. Machado me saludó muy cariñoso, ofreciéndome en seguida un
asiento a su lado, mientras me presentaba a sus contertulios. Muy ufano, al quitarme el
gabán, le descubrí mi precioso volumen, que él hojeó con un débil gruñido aprobatorio,
dejándolo luego sobre la silla que a su izquierda sostenía en el respaldo los abrigos y las
bufandas. De los presentados, sólo recuerdo hoy a uno: al viejo actor Ricardo Calvo,
gran amigo del poeta. Aquella tarde, rara ausencia, no se encontraba allí su inseparable
hermano Manuel. Los demás que le rodeaban eran extraños señores pasados de moda y
como salidos de alguna rebotica de pueblo. Y así creo que era, pues la conversación,
durante el rato que yo estuve, aleteó siempre, cansina, alrededor de cosas provincianas;

16
preocupaciones y cosas bien lejanas y ajenas a aquellas tazas de café que tenían delante:
el traslado de algún profesor de instituto, la enfermedad de no sé quién, la cosecha del
año anterior, etc.
Al cabo de algún tiempo observé que Machado fumaba y fumaba, bajando, distraído,
el cigarrillo hacia el lugar donde yo calculaba debía hallarse posado mi precioso Rimbaud.
Con un espanto mal reprimido quise mirar, primero, por encima del hombro de don
Antonio, y luego, por debajo de la mesa, para cerciorarme de que la poesía del más
excepcional poeta de Francia no estaba sirviendo de cenicero a las colillas del gran poeta
español. Pero no me atreví, por encontrarlo poco delicado y considerar, además, mis
sospechas indignas y exageradas.
jAh, pero qué mal hice, qué mal hice! —iba reprochándome poco después bajo los
farolones verdes y los altos monarcas visigodos de la plaza de Oriente—.
Mas desde aquella tarde pude mostrar—no sin cierta sonrisa melancólica— a cuantas
personas han venido pasando por mi casa, mi raro ejemplar de Rimbaud, aún más raro y
valioso por las redondas quemaduras que los cigarrillos de Machado le abrieron en sus
cubiertas color hoja de otoño.
4. En la política
La época en que vi más a Machado fue la del Café Várela, adonde del Café Español
había trasladado su melancólica tertulia. Allí conocí más de cerca a Ricardo Baroja, el
dibujante hermano de don Pío, tratando un poco más íntimamente a Manuel, el
inseparable hermano del poeta. Manuel Machado, cuya p de poeta nunca logró alcanzar
ese tramo más alto de la mayúscula de Antonio, era el mismo ágil, simpáti

17
ANTHROPOS/5

co y gracioso de sus poemillas y coplas llenos de quiebros y requiebros, de cortes y


recortes, de ángel y salero del más puro sevillanismo: un verdadero torero de la poesía,
mejor peón que espada, siempre dispuesto al oportuno quite, al lujoso e insuperable par
de banderillas. Ya todo esto nos lo había dicho él en su «Retrato»:
Me acuso de no amar sino muy vagamente una porción de cosas que encantan a la gente... La agilidad, el
tino, la gracia, la destreza, más que la voluntad, la fuerza y la grandeza... Medio gitano y medio parisién —dice el
vulgo—, con Montmartre y con la Macarena comulgo... Y antes que un tal poeta, mi deseo primero hubiera sido
ser un buen banderillero.
Segovia, días gloriosos que Juan de Mairena recuerda nostálgico durante la guerra:
¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos

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republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia! Recordemos, acerquemos otra vez
aquellas horas a nuestro corazón. Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la
primavera traía a nuestra República de la mano. La naturaleza y la historia parecían fundirse en una clara leyenda
anticipada, o en un romance infantil.
La primavera ha venido del brazo de un capitán. Cantad, niñas, en corro: ¡Viva Fermín Galán!
Luego, después de la experiencia de la guerra, Antonio Machado, de vivir, hubiera
ido muy lejos. No se le escapaba que España era, de toda Europa, el país destinado, el
más predestinado para una revolución profunda. Pero... si ya no podrá verla, ésa será la
única que vaya a recordarle y a escribir por sus muros —como los griegos con letras de
oro los versos de Píndaro— muchas palabras suyas, nuncios de aquella alba que con él
esperábamos.
[...] España quiere surgir, brotar, toda una España empieza! ¿Y ha de helarse en la España que se muere? ¿Ha
de ahogarse en la España que bosteza? Para salvar la nueva Epifanía
hay que acudir, ya es hora,
con el hacha y el fuego al nuevo día.
Oye cantar los gallos de la aurora.
5. En el Quinto Regimiento
Pero esta misma ligereza suya, esta facilidad para salir por pies le perdieron. Así,
cuando los cuernos del toro de la guerra le anduvieron de cerca, rozándole la taleguilla,
saltó del todo la barrera, tirándose de cabeza al callejón de donde ya no se atrevió a salir
—habiendo quizá podido intentarlo—, apagándosele y apagándosenos definitivamente,
dentro de aquella estrecha y dura sombra, las sedas y las luces de su traje. Fue el
hermano preferido de Antonio, a quien éste quería de manera entrañable. En Madrid,
siempre se les veía juntos. Pero si el hombre Antonio era el valor reposado, sereno, de
claros ojos para mirar las cosas, el hombre Manuel, en cambio, menos profundo, más
venal y marchoso, era —como sin broma nos lo había dicho ya en su «Retrato»— la
comodidad, lo muelle, lo sensual, intentando, en muchas ocasiones, frenar aquella
decisión tan espontánea y generosa de su hermano.
Yo volvía por entonces —1933— de Francia y Alemania, habiendo visitado también
la Unión Soviética, viaje de cerca de dos años que me había hecho comprender,
viviéndola y sufriéndola, la trágica realidad de Europa, y aún más a lo vivo la de España.
Regresaba otro: nuevo concepto de todo, y como era natural, del poeta y de la poesía.
Con mi mujer fundé la revista Octubre, la primera española que dio el alerta en el campo
de la cultura y que agrupó a una serie de jóvenes escritores, cuyo sentido del pueblo cada
vez se fue haciendo menos vago, menos folklórico, es decir, más directo, real y
profundo.
Una tarde del Café Várela me decidí, no sin cierta cortedad, a pedirle a Antonio
Machado una colaboración para Octubre. Lo que él quisiera: verso, prosa, un saludo,
cualquier minúsculo trabajo. Nuestra sorpresa fue grande cuando a los pocos días me
envió a casa un corto ensayo —que para mayor halago mío me dedicaba—, bajo este
sorprendente e inesperado título: «Sobre una lírica comunista que pudiera venir de
Rusia» (trabajo que no he visto reproducido en ninguna de las ediciones de la obra del
poeta publicada en el destierro). En él, Machado, poniéndolo, como siempre, en boca de
su Juan de Mairena, nos hablaba ya del poeta del tiempo, de su esperanza en una poesía,

19
expresión o síntesis, no del sentimiento individual, sino del colectivo. Cuando Machado
escribía esto ya había aprendido mucho «por aquellos pueblos de Dios» de su meseta
castellana. No era tan sólo entonces el poeta de las Soledades; lo era ya de Campos de
Castilla y de Nuevas canciones. Los hijos de aquel Álvargonzález de su romance le
habían mostrado, con una grandeza de tragedia antigua, el crimen de que es capaz la
labriega ambición hasta por una exigua herencia en aquellos pobres y amargos campos —
el trozo de planeta por donde él viera cruzar, errante, la sombra fratricida de Caín—.
Sí; Machado había visto, gastado mucho con sus plantas cansinas los terrones
malditos de aquellas duras tierras. Y de aquel su primer sentido o sentimiento, casi
cristiano, de la pobreza resignada de los atónitos palurdos de Castilla había subido a
comprender toda la triste y desgarrada miseria de España, la humana y urgente necesidad
de trocar ese Ayer y aquel Hoy en un Mañana diferente. Y su esperanza la clavó,
primero, en la República, trabajando, hasta activamente, por su advenimiento, llegando a
organizar mítines por los pueblos e izar con otros republicanos la bandera tricolor en el
Ayuntamiento de
6/ANTHROPOS

En los días grandes y heroicos de noviembre, el glorioso Quinto Regimiento, flor de


nuestras milicias populares, se ufanó en salvar la cultura viva de España, invitando a los
hombres leales que la representaban a ser evacuados de Madrid. A la Alianza de

20
Intelectuales se le encomendó, entre otras, la visita a Antonio Machado para comunicarle
la invitación. Y una mañana bombardeada de otoño, el poeta León Felipe y yo nos
presentamos en su casa.
Salió Machado, grande y lento, y tras él, como la sombra fina de una rama, su
anciana madre. No se comprendía bien cómo de aquella frágil diminuta mujer pudo
brotar roble tan alto. La casa, lo mismo que cualquiera, rica o pobre, de aquellos días de
Madrid, estaba helada. Machado nos escuchó, concentrado y triste. «No creía él —nos
dijo al fin— que había llegado el momento de abandonar la capital.» ¿Escasez, crudeza
del invierno que se avecinaba? Tan malos los había sufrido toda su vida en Soria u otras
ciudades y pueblos de Castilla. Se resistía a marchar. Hubo que hacerle una segunda
visita. Y ésta, con apremio. Se luchaba ya en las calles de Madrid y no queríamos —pues
todo podía esperarse de ellos— exponerlo a la misma suerte de Federico.
Después de insistirle, aceptó. Pero insinuando, casi rozado de pudor, con aquella
dignidad y gravedad tan suya, salir también con sus hermanos Joaquín y José...
—No tiene usted ni que indicarlo... El Quinto Regimiento le lleva con toda su
familia...
—Pero es que mis hermanos tienen hijos...
—Muy bien, don Antonio...
—Ocho, entre los dos matrimonios —creo que dijo.
Mas aunque en Madrid había otro organismo, la Junta de Evacuación, que se ocupaba de
los niños, fue el Quinto Regimiento quien salvó a toda la familia de don Antonio,
llevándola a Valencia.
Y llegó la noche del adiós, la última noche de Machado en Madrid. ¡Noche inolvidable en
aquella casa de soldados! Se encontraba allí lo más alto de las ciencias, las letras y las
artes españolas —investigadores, profesores, arquitectos, pintores, médicos...— al lado
de los jóvenes comandantes del pueblo Modesto y Líster, ambos aún con aquel traje
entre civil y militar de los primeros días. Con una sencillísima cena, aquellos héroes, a
quienes su vida y condición no habían permitido seguramente poner la planta en un
museo, ver un laboratorio, cruzar siquiera un patio de instituto, despedían, a los hombres
que tal vez iban mañana a enseñar a sus hijos lo que ellos nunca pudieron aprender.
Afuera, el corazón de España latía a oscuras, con su alto cielo de otoño interrumpido ya
de resplandores de los primeros cañonazos. Por los arrabales extremos —Toledo,
Segovia, Cuatro Caminos, Ciudad Universitaria—, por los alrededores de la ciudad —
Puente de los Franceses, Casa de Campo, El Pardo—, se cubrían de balas y de gloria,
junto con las milicias populares y las Brigadas Internacionales, los defensores
espontáneos de Madrid. Y, mientras, en aquel saloncillo del Quinto Regimiento, en medio
del silencio que dejaba de cuando en cuando el feroz duelo de la artillería, un hombre
extraordinario, aún más viejo de lo que era y erguido hasta donde su vencimiento físico
se lo permitía, con sencillas palabras de temblor, agradecía, en nombre de todos, a
aquellos nobles soldados, que así preciaban la vida de sus intelectuales, repitiendo
razones de fe, de confianza en el pueblo de España. Hoy, pasados tan largos y
catastróficos años, no puedo recordar con precisión lo que Machado en tan breve

21
discurso dijo aquella noche. Quizá se encuentre escrito en algún lado. Pero de su sencilla
despedida no he podido perder—ni perderé ya nunca— el instante aquel en que don
Antonio, con una sinceridad que nos hizo a todos brotar las lágrimas, dirigiéndose a
Líster y a Modesto, ofreció sus brazos —ya que sus piernas enfermas no podían— para
la defensa de Madrid. Poco más tarde, desde su huertecillo de Valencia, escribía el poeta,
insistiendo una vez más en su creencia ciega en el pueblo de España:
«En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que
ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo
mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la
nombra siquiera, pero la compra con su sangre.»
6. En Valencia
La última vez que vi a Antonio Machado fue en Valencia, en aquella casita con jardín
de las afueras que su Gobierno le había dado. Su poesía y su persona ya habían sido
tocadas de aquella ancha herida sin fin que habría de llevarle poco después hasta la
muerte. La fe en su pueblo, aunque ya antes la hubo dicho, la escribía entonces a diario,
volviendo nuevamente a adquirir su voz aquel latido tan profundo de su época castellana,
ahora más fuerte y doloroso, pues el agua de su garganta borboteaba con una santa
cólera envuelta en sangre. Mas, como siempre, a él, en apariencia, nada se le
transparentaba. Estaba más contento, más tranquilo, al lado de su madre, de
sus'hermanos y aquellos sobrinillos, de todas las edades, que le querían y bajaban del
brazo al jardín, dándole así al poeta una tierna apariencia de abuelo. Desde los limoneros
y jazmines —¡oh flor y árbol tan puros en su verso!— cercana, aunque invisible, la
presencia del mar Mediterráneo, Machado veía contra el cielo cobalto las torres y azoteas
de Valencia, bajo el constante moscardoneo de los aviones de guerra.
Ya va subiendo la luna sobre el naranjal.
Luce Venus como una pajarita de cristal.
Ámbar y berilo
tras de la sierra lejana, el cielo, y de porcelana

22
morada en el mar tranquilo. Antonio Machado en un
mitin en Valencia el 1 de mayo de 1937

23
ANTHROPOS/7

Ya es de noche en el jardín —¡el agua en los atanores!— y sólo huele a jazmín,


ruiseñor de los olores.
¡Cómo parece dormida la guerra, de mar a mar, mientras Valencia florida se bebe el Guadalaviar!

24
Valencia de finas torres y suaves noches, Valencia, ¿estaré contigo,
cuando mirarte no pueda,
donde crece la arena del campo y se aleja la mar de violeta?
...Y no pudo mirarla más, pues el poeta era ya una elegía, casi un recuerdo de sí
mismo, cuando allá, solo, en Collioure, un pueblecillo cualquiera de Francia, cercano al
mar, vino la muerte a tocarle, al borde de su «arreado» pueblo heroico, como a un
soldado más, lo que real y humildemente llegó a ser.
Desde entonces, allí, en otra tierra, y no en la suya junto al Duero, como él había
soñado, esperan sus huesos.
7. Entre los álamos argentinos
¡La alameda de El Totoral! Me gusta más que ningún otro paseo de los posibles en
este viejo pueblecito de Córdoba que me tiene en mi espera de retorno a la patria
perdida, esta calle de álamos lombardos, de chopos, como diríamos en España. La calle
arranca de la portada de dos antiguas quintas, yendo a finalizar, aunque ya bordeada de
jóvenes paraísos, en la carretera que sigue a Santiago del Estero. ¡Calle amorosa y
fresca, que cuando se le viene encima el viento sur cruje toda como un navio! Me la
conozco, me la sé bien de dejarle mis pasos en su ablandada tierra invernal o en su fino
polvo de los veranos. Me sé sin falla el número de sus troncos, de los que aún continúan
levantando cortina contra los vendavales y de los derribados por éstos, con esa larga
quejumbre de cosa humana que se extrae, que se descuaja de la profunda raíz terrena.
Me sé también sus altos nidos de loros rayadores, la rama favorita del zorzal, la vara
vigía para los benteveos. Trepan por las alambradas y los álamos de uno de sus bordes
los pinchosos escaramujos de aéreas flores coloridas, enmarañados en los rápidos
ligustrines de semillas moradas, dejando ver a trechos los maizales nacientes, las higueras
oscuras, cuando no la cabeza melancólica de algún caballo o una vaca de la quinta de
Aráoz Alfaro. Al otro borde, más desprovisto de verde protector, se abren cuadrados
campos de alfalfares y ordenadas verduras de los huertos. Cuando en las noches,
acompañado de «Tusca», mi nueva perra, voy golpeando a ciegas con la fusta las yerbas
que a ambos lados corren formando acera, siempre domina un duro aroma como a anís
descompuesto, brotado de los fuertes hinojos al sentirse heridos. Es en las noches de
verano cuando más exaltada y solitaria se encuentra esta alameda. Los álamos se alargan
hasta meterse en lo más hondo del azul estrellado, llegando las estrellas a temblar como
hojas de sus ramajes. Me desorienta todavía el cielo de este hemisferio austral cuando lo
miro. Busco, nostálgico, constelaciones que no encuentro, que yo sé que no están;
estrellas familiares, que se quedaron por el otro, esperándome. ¿Dónde andará aquella
Osa Mayor, que se iba abriendo, grande, con el girar de las horas, hasta correr, hacia la
madrugada, en un ancho galope sobre los picos estivales del Guadarrama? La Cruz del
Sur, más luminosa aún junto al profundo Saco de Carbón de la Vía Láctea, me mira,
recordándome mi suerte. No ando, no, bajo las alamedas, las castellanas choperas de
Antonio Machado. Y, sin embargo, su respiro, su aliento rumoroso me transportan, con
su nombre, hacia aquellos caminos y lejanías, donde la grave resonancia del poeta se
perdía, perdurable, entre las solitarias ringleras de sus árboles más queridos.
En los chopos lejanos del camino parecen humear las muertas ramas [...] (Rafael Alberti, Imagen

25
primera de,.., Madrid, Turner, 1975, pp. 41-58.)
Texto magnífico, poético, limpio y lúcido, para adentrarse como en río fluente en el
pensamiento de don Antonio, de su postura ante los otros y los acontecimientos: visión
interior de un caminante creador de imaginación y de vida. Amigo siempre del hombre
esencial. Nos recuerda Rafael Alberti en su escritura, que su logro mayor y más difícil
como poeta fue «hablar en poesía». Todo se le aparece, en la captación de Rafael Alberti
a don Antonio, como peripecia vital acontecida, paisaje e historia. Repasa presencia en
ciudades y jardines, chopos y encinas, mar y río, olmos viejos y rotos del camino, niño
andaluz y profesor soriano en Campos de Castilla; militante del pueblo, guerrillero de la
paz y la cultura, amigo de la gente. Poeta humilde de la sencillez; poeta del tiempo,
poema y expresión del sentimiento colectivo. Hombre bueno padecido de historia, de
hombres y ausencias; pobre en desnudez; conmovido por la defensa de Madrid; tocado
por la ancha herida que le acompaña hasta la muerte. En Collioure dejó como un soldado
más «lo que real y humildemente llegó a ser» y que hoy queda en mil presencias
encendidas en nosotros.
Desde la Córdoba argentina, Rafael Alberti evoca en exilio clandestino a su poeta y
amigo; buscando en el cielo estrellado sus coordenadas cósmicas y vitales... Allí junto a
los chopos lejanos del camino... Todo queda ya en el tiempo para siempre como
memoria fluente. A través de esta escritura de Rafael Alberti podemos ver a Antonio
Machado en su interior, caminante del tiempo.
Otro texto de gran interés para penetrar en el clima de Antonio Machado, es el de
Antonio Sánchez Barbudo, «Antonio Machado en los años de la guerra civil»:
La evacuación de los «sabios» en noviembre de 1936
A instancias de Alberti y de León Felipe, Machado salió de Madrid, acompañado de
su familia, en noviembre de 1936. Resonaba ya entonces el estruendo del cañón por las
calles y el cielo de Madrid, y se luchaba a las puertas de la ciudad. El gobierno había
ordenado la evacuación de los intelectuales. Al llegar a Valencia se le instaló con otros
escritores, hombres de ciencia y artistas, en lo que se llamó Casa de la Cultura. Allí
vivieron apiñados durante semanas y meses los «sabios», como generalmente se decía.
Algunos de los que estuvieron al lado de Machado en Valencia, como Navarro Tomás,
dos años después le acompañarían también en la penosa salida de España.
En aquel mismo mes de noviembre, un grupo de jóvenes, que habían sido evacuados
por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, planeaba en Valencia la creación de una
nueva revista, más literaria que política, dedicada «al servicio de la causa popular».
Solíamos reunimos en un café de la calle de la Paz. Allí vimos con frecuencia en los
primeros días al pintor Gutiérrez Solana, a quien yo conocía por haberlo visto en la
tertulia de Ramón Gómez de la Serna, en «Rombo», el cual bufando venía escapado de
la Casa de la Cultura. O, como él decía de un modo desdeñoso y carpetovetónico, de la
fonda. «No me gusta esa fonda», repetía.
Solana, como persona, producía extrañeza, admiración y cierto
8/ANTHROPOS

26
horror. Una impresión análoga a la que a menudo producen sus cuadros. Con su pelo
de cepillo y cara de madera en la que sólo se movían los labios, como si fuera un
autómata, para dejar salir en pequeñas explosiones sus palabras ásperas y entrecortadas,
tenía algo de monstruo genial. Algo de terroso, de desenterrado de un subsuelo muy
hispánico. Y algo también, con sus manazas, rostro curtido y ojos saltones, de
extraordinario carretero vagabundo por los campos de Castilla; de lunático. La idea pues
que teníamos, por lo que él nos contaba, de lo que sería la vida en familia de los
«sabios» en aquella casona, era más bien la imagen de la intimidad en una sórdida casa
de locos.
Solana se marchó pronto a Francia, donde encontró a Baroja (el cual en sus
Memorias lo recuerda con antipatía, diciendo que era muy «cuco» y «rencoroso»).
Luego creo fue a Italia, donde según nos dijeron acusó a los «rojos» y se declaró
fascista. Nadie sin embargo tomó eso muy en cuenta a Solana. Pero fue él, que yo sepa,
el único desertor entre los «sabios» evacuados por el gobierno de la República.
Otra impresión muy distinta de la vida en la Casa de la Cultura nos daban, claro es,
otras personas que veíamos, como el siempre discreto y pulcro Moreno Villa, que nos
ayudó a encontrar el título para la nueva revista: Hora de España. Algún día estuve yo

27
en aquella casa legendaria, pero no recuerdo haber visto allí nunca a Machado. Durante
la guerra no hablé con él sino hasta diciembre de 1936; pero entonces con toda calma y
en un ambiente sereno, en el pueblecito de Rocafort, cercano a Valencia, al cual él
acababa de trasladarse con toda su familia.
Habíamos decidido poco antes, los que hacíamos Hora de España, cuyo primer
número aparecería en enero de 1937, que sería bueno que Machado colaborase
regularmente, siempre en primer lugar, con prosas «de Mairena», poesías o lo que él nos
diera. Fui yo el encargado de hacerle esa petición por ser entonces el secretario de la
revista; y además porque le conocía personalmente, aunque no mucho.
La primera vez que vi a Antonio Machado
La primera vez que le había visto fue hacia 1925, siendo yo casi un niño. Fue una de
esas absurdas visitas «de cumplido», que entonces aún se hacían. Alguien de mi familia
me forzó a que fuera a «saludarle», con el pretexto de que él había conocido a mi padre,
y pensando sin duda que tal delicadeza podría serme útil algún día. Pero la entrevista
aquella resultó más bien lamentable. Me recibió muy cortésmente, en una pequeña
habitación del modesto piso que ocupaba con su familia cuando estaba en Madrid; mas al
cabo de poco rato, y a pesar de su amabilidad, estábamos los dos en silencio, sentados
frente a frente, mirándonos conr atención las rodillas. Aún recuerdo, sin embargo, una
mirada suya. Una mirada llena de ternura, que no se dirigía a mí, sino hacia una niñita
que estaba en la misma habitación, algo renuente y apartada, cohibida. Seguramente con
mi llegada había yo interrumpido los animados juegos y diálogos de tío y sobrina; y por
eso ahora la niña, aburrida, hostil, me miraba a hurtadillas, esperando con impaciencia
que me marchase. Yo bien me daba cuenta de la situación; pero, azorado, no sabía qué
hacer. Y Machado tampoco, aunque probablemente sentía alguna piedad de mí. Fue
entonces cuando queriendo él sin duda aliviar la frustración de la chiquilla y darle una
como leve esperanza para el inmediato futuro, después de haberme cariñosamente dicho
a mí algo, volvió un poco la cabeza y la miró a ella reposadamente, con amor. Entonces
vi en su rostro aquella ligera, iluminada sonrisa y aquella mirada que tanto me
impresionó. Una mirada dulce y compasiva, que mucho más tarde comprendí era muy
de Machado: una mirada bondadosa, llena de comprensión.
Me fui pronto aquel día, sintiendo gran respeto hacia el gran hombre, pero humillado,
odiándome a mí mismo, y jurando nunca más volver a presentarme en su casa, ni en la
de ningún otro, para saludos de ninguna especie.
Volví a verle sin embargo siete u ocho años después, en la época ya de la República.
Era Machado entonces miembro del Patronato de las Misiones Pedagógicas, en las cuales
yo trabajaba «fijo», como Cernuda, Casona, Ramón Gaya y algún otro, y le encontraba
a veces en el pasillo, al salir él de las reuniones que tenían los consejeros. Siempre era
amable con todo el mundo, y solía detenerse para hablar con alguno de nosotros. Lo que
contaba resultaba casi siempre divertido. Una vez le oí imitar, serio pero con mucha
gracia, la voz lacrimosa y monótona de cierta primera actriz, que según él hacía el papel
principal —de una obra suya, creo recordar— exactamente «como una gotera». «¡Como
una gotera!», repetía en tono lúgubre. Seguí viéndole y hablando con él así, de vez en

28
cuando, hasta poco antes de que estallase la guerra; y por tanto, cuando meses después
fui a verle a Rocafort, no me sentía nada cohibido.
Él aceptó pronto nuestra propuesta, el ruego de que nos diese colaboración
mensualmente para Hora de España. Aceptó con gusto, entre otras razones porque
necesitaba el dinero. Hablamos largo rato; de la revista, y sobre todo de la guerra, que él
seguía siempre con gran interés. Y a partir de ese día y durante seis meses —hasta junio
de 1937, fecha en que habiendo el gobierno llamado a filas a mi quinta, dejé la revista,
me presenté y me mandaron a Madrid— fui a verle muchas veces al mismo pueblo, con
el pretexto de recoger originales, llevarle pruebas y demás. Me sentía siempre bien
recibido en aquella casa, tanto por él como por su familia; aunque pronto supe que
empezaban a abrumarle ciertas visitas, sobre todo las de comisiones, más o menos
oficiales, que acudían a pedirle algo o a rendirle homenaje. Pero a él le gustaba charlar
libremente con los jóvenes; y más de una vez, aunque por discreción yo me dispusiera a
retirarme pronto, él insistió en que me quedase un rato para seguir hablando.
De aquellas conversaciones recuerdo sobre todo dos; y recuerdo también otra que
tuve con él un año después, ya en Barcelona, que fue la última. A lo que él me dijo en
esas tres ocasiones es a lo que voy ahora a referirme. Es lo que me parece más
interesante de lo que recuerdo haberle oído. Pero además resulta que en esos tres casos
él escribió sobre los mismos asuntos de que me había hablado, y así es posible
complementar mi personal recuerdo, la impresión de cada uno de esos momentos —
impresiones aún muy vivas, aunque no podría reproducir sus palabras—, con palabras
exactas suyas. Palabras que ya me impresionaron cuando las leí por vez primera
precisamente por ser tan semejantes a las que le había oído, y a veces las mismas, y con
análoga significación.
Pero antes diré algo de lo que se veía al llegar a Rocafort, aunque esto es cosa que ya
otros han mencionado [...]
Las caras de los milicianos
Y ahora voy a la conversación primera de cierta importancia que recuerdo, que tuvo
lugar muy al principio de mis visitas, quizás aún en diciembre de 1936. De lo que me
habló, y con gran emoción, fue de los milicianos. De las caras de los milicianos, que él
había observado en Madrid.
Hablaba concentrándose, fijando su mirada en un punto al evocar aquellas caras,
como si quisiera recordar los rasgos con toda exactitud, revivir su impresión, penetrar un
secreto. Eran las mismas caras de siempre, decía, las de hombres jóvenes del pueblo que
él había visto tantas veces. Mas en ellas se advertía ahora una transfiguración; y era la
muerte, no cabía duda, la intuición de la muerte lo que ponía en esos rostros un sello
noble y trágico.
Se descubría oyéndole, aunque esto él no lo dijera explícitamente, su gran admiración
a esos hombres, el respeto y amor que hacia ellos sentía. Resultaba evidente que quería
sentirse solidario, hermano de ellos; compañero en una empresa alta, en una situación
que trascendía la vida ordinaria. Hablaba de muerte, de tragedia; pero su voz revelaba a
veces, al recordar a aquellos milicianos, un especial

29
ANTHROPOS/9

contento, una como callada y muy honda alegría. Y yo adiviné ya eéft tonces,
aunque fuera oscuramente, y he comprendido luego con más claridad, por qué. La
satisfacción que sentía era la de ver al fin realizado, realizándose, el gran sueño de toda
su vida.
Machado, el solitario, el triste, aspiró siempre al amor y a la fraternidad. Pero el amor
era elusivo, algo ausente; y la fraternidad soñada de los hombres, sólo una aspiración,
posibilidad remota, una fantasía. Como es bien sabido, es difícil para cualquier
intelectual, por mucho que quiera éste amar al pueblo, y aunque en cierto modo en
verdad lo ame, tener un contacto real con él, establecer con la gente sencilla una
auténtica solidaridad. Pues bien, ahora de pronto esa unión, ese milagro se realizaba. Con
esos hombres, camaradas entre sí que luchaban y morían aspirando a un mundo mejor,

30
era posible sentirse unido. En las caras de los milicianos veía él, pues, la muerte; pero al
mismo tiempo fraternidad y nobleza, la esperanza. No es extraño por eso que la visión de
esas caras obsesionara tanto a Machado.
La primera vez que publicó reflexiones sobre los milicianos fue en un artículo
aparecido en el número I de la revista Madrid, de la Casa de la Cultura, en febrero de
1937. Debió de escribirlo muy poco después de haber hablado conmigo de ese tema,
pero ciertamente ya en enero de 1937, pues en él alude a la muerte de Unamuno,
ocurrida el último día de 1936. Lo que sobre los milicianos dice en esas «Notas de
actualidad» es en esencia muy parecido a lo que me dijo, aunque en el escrito aparecen
sus reflexiones mezcladas con otras de Heidegger en El ser y el tiempo, obra sobre la
cual debía él estar meditando por aquellos días. Ahora veremos lo que ahí dice. Pero
antes he de mencionar un trabajo anterior, de agosto de 1936, que no se publicó, que
sepamos, sino hasta un año después de haber sido escrito. Es interesante recordarlo aquí
porque prueba que su obsesión con los rostros de los milicianos arrancaba desde el
principio de la guerra. Lo dio a conocer en el discurso que pronuncio en Valencia en la
sesión de clausura del Congreso Internacional de Escritores, y lo publicó poco después
Hora de España, en agosto de 1937. En ese discurso, al comenzar, Machado intercaló
dos páginas que, nos dice, había escrito «en los primeros meses de la guerra». Son las
páginas que se titulan «Los milicianos de 1936», y tienen una fecha al final: agosto
1936. Empieza en ellas diciendo que las caras de los milicianos le hacen recordar ciertos
versos de Jorge Manrique. Y agrega: «tienen en sus rostros el grave ceño y la expresión
concentrada o absorta en lo invisible de quienes, como dice el poeta, "ponen al tablero su
vida por su ley", se juegan esa moneda única—si se pierde no hay otra— por una causa
hondamente sentida. La verdad es que todos estos milicianos parecen capitanes, tanto es
el noble señorío de sus rostros».
Intuía pues, ya en agosto de 1936, que era la muerte como posibilidad, el peligro, lo
que al menos en parte determinaba la especial expresión en aquellas caras. Pero era sobre
todo la decisión de jugarse la vida por una causa, por «su ley», lo que les daba un aire de
nobleza. La muerte estaba al fondo, era preocupación, algo que podría ocurrir al ir a
jugarse la vida. Mas lo que Machado destaca, lo que admiraba, era el «noble señorío»
que de pronto habían adquirido las cabezas de esos hombres. Con ellos él estaba de todo
corazón. Se refiere luego a la «insuperable dignidad del hombre», que el señoritismo
quiere ignorar, y en defensa de la cual se habían levantado a pelear los milicianos. Y
termina diciendo que «con toda el alma» cree él, espera, que han de triunfar «los
mejores», esto es «nuestros heroicos milicianos».
Machado, en agosto de 1936, se fijaba especialmente en la nobleza de esas caras y
veía en ellas la esperanza, más que la muerte. En cambio en el escrito posterior, de
febrero de 1937, que repetimos fue el primero publicado, aunque aún admire el
«señorío» en el rosro de los soldados del pueblo, no era eso ya lo que subraya. Y de
esperanza no dice nada, ni tampoco de la justicia de la causa por la cual luchaban. Lo
que ve ahora en esas caras es la obsesión de la muerte presentida, inexorable; una como
decidida voluntad de entregarse a ella. Y eso es lo que daba al miliciano, convertido en

31
hombre esencial, en hombre auténtico, su grandiosa y trágica expresión.
Empieza hablando otra vez del señorito y de los milicianos. Menciona el fenómeno
de la «desaparición del señorito», en la zona republicana, y la «no menos súbita
aparición del señorío» entre los hombres del pueblo. Dos fenómenos que quizá tengan
como causa común, dice, «la presencia de la muerte en los umbrales de la conciencia
humana». Y entonces agrega, hablando aún de la muerte, y viendo esas caras a la luz de
la filosofía heideggeriana: «sólo el hombre, nunca el señorito, el hombre íntimamente
humano, en cuanto ser consagrado a la muerte (Sein zum Tode), puede mirarla cara a
cara. Hay en los rostros de nuestros milicianos... el signo de una profunda y contenida
reflexión sobre la muerte. Vistos a la luz de la metafísica heideggeriana es fácil advertir en
estos rostros una expresión de angustia, dominada por una decisión suprema, el signo de
resignación y triunfo de aquella libertad para la muerte (Freiheit zum Tode) a que alude
el ilustre filósofo de Friburgo» (p. 598).
Más de un año después, según vemos en unas notas publicadas en Hora de España
en abril de 1938, vuelve otra vez a meditar sobre la expresión en la cara de los soldados.
Pero ahora es ya otra cosa lo que descubre. Escribe entonces, en días de desaliento,
cuando ya se adivinaba cuál sería el triste final de la guerra, después de tanto sacrificio:
«Lo más terrible de la guerra es que, desde ella, se ve la paz, la paz que se ha perdido,
como algo más terrible todavía. Cuando el guerrero lleva este pensamiento entre ceja y
ceja, su semblante adquiere una cierta expresión de santidad» (p. 576). [...]
Una actitud numantina
La última vez que vi a Antonio Machado fue en abril de 1938. Estaba yo de paso en
Barcelona y fui a visitarle al hotel Majestic, donde estaba instalado con su familia de un
modo provisional. Habían llegado unos días antes desde Valencia. Tuvieron que salir de
allí a toda prisa, pues iba a ser cortada de un momento a otro la carretera. El hotel estaba
abarrotado. Machado y los suyos se arreglaban como podían en un par de habitaciones
en el último piso. Me recibió en el pasillo, solo esta vez, sin el hermano; y allí estuvimos
charlando un buen rato, sentados sobre unos baúles, mientras fumaba con avidez alguno
de los cigarrillos que le había yo traído. Estaba muy viejo y parecía cansado y deprimido.
Nos levantamos luego y fuimos hasta una ventana, en el extremo del pasillo, desde la
cual se veían calles, aún animadas, de Barcelona. Era un hermoso día de sol. Se oía
ruido de motores y el estampido de lejanas explosiones.
La crisis causada por nuestras recientes derrotas parecía respirarse en el aire. El
frente se había derrumbado poco antes en varias partes, aunque por esos días empezaba
ya a estabilizarse. En Barcelona había aún cierto pánico; el mes anterior habían sido
frecuentes e intensos los bombardeos. La actitud pesimista de Machado correspondía a
ese estado general de crisis en la zona republicana.
Hablamos casi exclusivamente de la guerra, pero la conversación resultaba algo
incoherente, como a saltos. Machado preguntaba, ansioso de noticias, pero yo no sabía
sino una muy pequeña parte de los hechos. Todo resultaba vago, confuso. Nadie sabía
con exactitud lo que estaba pasando, o cuáles serían las consecuencias; mas se temía lo
peor. Sucedieron muchas cosas, había habido grandes cambios durante el año, casi, que

32
yo no le había visto. Había por tanto mucho que contar, y por eso mismo no se precisaba
nada. Mi recuerdo de lo que me dijo ese día es, en general, bastante turbio; mas algo hay
que recuerdo con toda claridad. Algo que él dijo, de sentido inequívoco, y que me
sorprendió. Estábamos aún junto a la ventana, y Machado triste, pensativo, como
hablando para sí, murmuró unas palabras que no recuerdo exactamente, salvo que dijo
«numantinos», pero cuya significación era esta: Si la guerra fuera a perderse, habría sin
embargo que seguir luchando hasta el fin, morir todos incluso, como los numantinos.
Me sorprendió lo que dijo porque no eran esas las palabras, ni la
10/ANTHROPOS

33
actitud o el tono a que estaba yo acostumbrado cuando le oía en Rocafort. Había
habido en él un cambio, pensaba. Un cambio que aunque reflejase el ocurrido en la
situación militar y política, no por eso dejaba para mí de resultar extraño. Parecía
extraordinario oír de su boca tales palabras. Y a él mismo le costaba sin duda trabajo
decirlas, porque para quien no es un combatiente y en peligro inminente de morir,
proclamar la necesidad de una muerte heroica es siempre cosa difícil, por muy honda que
sea la convicción que se tenga. A no ser, claro es, que el que proclame la necesidad de la
muerte heroica de otros sea sólo un demagogo, un retórico y farsante. Pero Machado no
era nada de eso. Si él hablaba de una necesaria actitud numantina, por dignidad y para
dejar una esperanza abierta hacia el futuro, se refería a ese sacrificio con esfuerzo, con
dolor, y pensando en su propia muerte también.
Por esos mismos días, o muy poco después, debió él de escribir los apuntes

34
publicados en el número XVI de Hora de España, que tenía fecha de abril aunque se
publicó más tarde. Dice ahí lo mismo que a mí me dijo, aunque ahora en tono
pedagógico y sereno, frío casi, propio de Mairena por boca del cual hablaba. Un tono
que no refleja la angustia que expresaban las palabras que le oí. Empieza, pensando
seguramente en sí mismo, con la frase que se ha hecho luego famosa: «Es más difícil
estar a la altura de las circunstancias que au dessus de la mélée». Agrega más adelante:
«Si os encontráis algún día sitiados, como los numantinos, pensad que la única noble
actitud es la numantina». Y a continuación, por si hubiera duda en cuanto a lo que quiere
decir: «Y cuando os queden pocas horas de vida, recordad el dicho español: de cobardes
no se ha escrito nada. Y vivid esas horas pensando en que es preciso que se escriba algo
de vosotros» (pp. 575 y 577).
La evolución de Machado durante la guerra
En el hotel Majestic estuvieron un mes, dice en sus memorias, escritas en 1940, José
Machado, hasta que encontraron alojamiento en un viejo caserón con jardín en las
afueras de Barcelona: Torre Castañer, en el paseo de San Gervasio. Esa fue su última
residencia en España. Yo no tuve ocasión de visitarle en ese lugar; mas al parecer los
primeros meses allí debieron ser para él relativamente tranquilos. Como José Machado,
Joaquín Xirau, que le visitaba en Barcelona con frecuencia, habla de tertulias y cantos en
Torre Castañer; aunque agrega que la actitud de Machado no era «nada... optimista». El
frente se había estabilizado, y luego la ofensiva nuestra a fines de julio, el paso del Ebro,
que fue al principio un éxito aunque muy costoso, había levantado de nuevo la esperanza
en muchos corazones. Pero esto duró poco. Pronto vino la contraofensiva. Faltaban
armas y hombres, y la situación comenzó a resultar insostenible. Escaseaban ademas al
final, como nunca antes, los víveres. El peligro, pesimismo y escasez se notaban sin duda
en Torre Castañer. José Machado alude a meses de hambre y frío, tristeza y falta de luz;
aunque dice también que su hermano, enfermo y debilitado, moviéndose con mucha
dificultad, trabajaba sin cesar, como cumpliendo un deber. Y el curso de la guerra seguía
apasionándole. El periodista Eduardo de Ontañón, que lo visitó por entonces, dijo que
Machado le habló de «santa causa» y de «morir por la patria».
En estos últimos meses escribía con regularidad artículos políticos en La Vanguardia
de Barcelona. No querría en esos escritos, naturalmente, parecer pesimista. Ello no
estaba además permitido. Sus artículos, aunque llenos de amargura, de despectivos
reproches a Francia e Inglaterra, no resultaban demasiado lúgubres. Pero una vez,
cuando ya se presentía inminente la catástrofe, cuando ya no pudo ocultar por más
tiempo lo que pensaba, en un artículo publicado el 10 de noviembre de 1938, admitiendo
como a regañadientes la posibilidad de un total derrota de la España republicana, escribe,
sin usar su doble, sin nombrar a Mairena: «Aun suponiendo —y es mucho suponer—
que pueda caer arrollada por la fuerza bestial de

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y con mi más sincera admiración». Pero antes repite lo que ya otras veces había
indicado: «yo no soy marxista, no lo he sido nunca... me falta simpatía por la idea central
del marxismo» (pp. 690-691). Y meses antes, en Hora de España, en el primer número,
advierte que la retórica 'guerrera es «la misma para los dos beligerantes» (p. 526). Más
de una vez objetó también al uso, por entonces tan frecuente, de la palabra «masas»; y
al concepto mismo de masa humana, que degrada y animaliza al hombre, privándole de
su individualidad.
Pero si alguna reserva había tenido, si alguna distancia sintió en algún momento con
respecto a ideas, personas o hechos en la zona republicana, reserva y distancia
desaparecieron luego completamente, cuando comenzó a verse claro cual sería el final de
la lucha y qué destino trágico el del pueblo derrotado. En julio de 1938, en un artículo
sobre «El Quinto Regimiento», publicado en Nuestro Ejército, elogia sin reserva al
Partido Comunista Español, que tan importante papel tuvo en la creación de un nuevo y
eficaz Ejército Popular. Meses después, en un artículo en La Vanguardia del 23 de
octubre, recuerda la «gloriosa gesta» del paso del Ebro; y con emoción, con
agradecimiento, habla de ese Ejército que «en los momentos de mayor angustia, nos ha
hecho sentir el supremo orgullo de ser españoles». Poco más tarde, en el mismo
periódico, el 13 de noviembre de 1938, responde a la petición que le habían hecho de
comentar sobre los «13 puntos» del programa de paz de Negrín. Lo hace sin duda como
un deber, pero también con sentimiento, y con gran humildad. Declara ahí, agregando
una nota personal, que él como otros de su generación había sido básicamente apolítico,
y que se arrepiente ahora de ello. «Yo siento mucho —dice—, no haber meditado
bastante sobre política.» Mas tiene un consuelo, agrega: «Cábeme la profunda
satisfacción de no haber sido totalmente recusado en mi vejez por los pecados de mi
juventud, de que todavía se quiera escuchar mi voz».
A última hora Machado quería sólo ser aceptado, fundirse del todo con su pueblo,
sufrir con él. Y con buena parte de ese pueblo salió él de España poco después, cuando
ya no le quedaba otro camino; y murió pronto fuera de ella.
Las notas últimas de Juan de Mairena
sus enemigos, su deber es caer con dignidad, resistir hasta el fin».
Otra vez, pues, la misma exhortación. Y quizás siguió pensando así hasta el último
momento. Si luego salió de España, junto a muchos miles de refugiados, fue porque el
gobierno, sabiendo que sería imposible detener el avance enemigo, abandonó la idea de
resistir hasta el fin en el frente de Cataluña, y planeó la retirada, que se hizo
ordenadamente, dando así la oportunidad de escapar a muchos. Pero lo que nos importa
destacar es que la posición política de Machado y su actitud ante la guerra, habían

36
cambiado bastante a partir de la primavera de 1938, si no antes. En los últimos meses fue
más entrañable y completa, más dramática que nunca su identificación con los destinos
de su pueblo en desgracia.
Esto no quiere decir que hubiera habido duda, en ningún momento, en cuanto al lado
hacia el cual él se inclinaba. Machado fue siempre fiel a sí mismo, a su tradición de
liberal. No hay motivo para sospechar en ninguna ocasión de la sinceridad de sus
múltiples declaraciones de adhesión al gobierno de la República. Había presenciado con
gran admiración, recordó él casi dos años después, el «espíritu arrollador del pueblo
madrileño» cuando el asalto al cuartel de la Montaña, al comenzar la guerra. En el
periódico Ahora, el 3 de octubre de 1936, decía a los jóvenes socialistas que se
preparaban para la defensa de Madrid: «Con vosotros estoy de todo corazón». Y el 7 de
noviembre, cuando el enemigo estaba ya a las puertas de la ciudad, orgulloso, radiante al
saber el buen comienzo de la resistencia, escribía: «¡Madrid, Madrid! ¡qué bien tu
nombre suena [...] La tierra se desgarra, el cielo truena...» (p. 674). Meses después, en
abril de 1937, en una carta publicada en Hora de España, declara estar «de todo corazón
del lado del pueblo» (p. 669). En otra carta, año y medio más tarde, el 19 de noviembre
de 1938, cuando estaba ya todo a punto de hundirse y no era por tanto prudente renovar
su adhesión a los vencidos, vuelve a decir que desde el momento que comenzó la
sublevación militar «yo estuve, incondicionalmente, al lado del gobierno... al lado del
pueblo» (p. 687). Y casi lo mismo repetía dos días después, en una alocución por radio
«a todos los españoles», que reprodujo La Vanguardia el 22 de noviembre.
No hay duda, pues, en cuanto a su lealtad constante a la República. Pero se podría
en cambio discutir el grado, modo y carácter, en diferentes momentos, de su adhesión o
falta de adhesión a ciertas ideas y actitudes dominantes en la zona «roja».
Hay que tener en cuenta que él escribió a menudo respondiendo a peticiones de aquí
y allá, y debió de sentirse a veces como obligado a decir cosas que por su gusto quizá no
hubiera dicho, o no de ese modo. Presionado, tal vez; pero moralmente solo, claro es.
Obligado, porque sentía el deber de ayudar con su pluma, en lo que pudiera, a los que
luchaban por lo que él creía ser una causa justa, cualesquiera que fuesen las reservas que
pudiera tener. Por eso hay escritos suyos de esa época de la guerra que en tono y estilo
parecen extraños, ajenos a él. Diríase a veces que hay frases suyas que brotaron de una
parte sólo de su conciencia, la correspondiente al entusiasta, al admirador ingenuo, al
esperanzado que en parte él era; mientras que otra parte de su yo, la del observador
distante, escéptico y burlón, no intervenía, quedaba suprimida, o se limitaba sólo a
contemplar con sorpresa sus propios escritos.
Hay veces en que con la mejor buena fe, quizá sin darse cuenta, repetía clichés de la
prensa que leía, como cuando escribe, en abril de 1937, en el comentario en prosa que se
siente obligado a agregar a un poema suyo, «Meditación del día», que los militares
rebeldes no lograrán vender a España, porque más allá de la «truhanería inagotable de la
política internacional burguesa, vigila la conciencia universal de los trabajadores» (p.
648).
Hay otras ocasiones, en cambio, en que de un modo suave, amigablemente, discrepa

37
u objeta a algo. En el «Discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas», de 1 de
mayo de 1937, asegura estar convencido que el socialismo es «una etapa inexcusable en
el camino de la justicia social». Y acaba diciendo: «contáis con toda mi simpatía
12/ANTHROPOS

Y ahora finalmente veamos en rápida ojeada algunos de sus otros escritos, más
literarios, publicados durante la época de la guerra civil. Casi todos ellos aparecieron en
Hora de España.
Sus notas, observaciones y comentarios tienen casi siempre tono y estilo muy
parecidos al de los escritos en prosa publicados poco antes de la guerra, en el volumen
primero de Juan de Mairena. Incluso los temas a veces vienen a ser los mismos. Pero
como es bien natural, la guerra, la gran alteración que había en todo, es algo que se
refleja con gran frecuencia, de un modo u otro, en lo que él escribe. Evita sin embargo
siempre, como antes, las grandes palabras, los gritos. Se trata de reflexiones, consejos y
advertencias, pero sin nunca caer en dogmatismo o pedantería. Expone lo que muchas
veces es en verdad apasionado pensamiento, con cierta frialdad, con ironía; como si
contemplara esas afirmaciones a distancia, inseguro de sí, dudando de sus propias ideas y
emociones.
Comenta en alguna ocasión, sobre todo hacia el final y en artículos periodísticos,
como ya dijimos, la actualidad política internacional; pero aun esto suele hacerlo con

38
amplia perspectiva, mirando hacia el futuro, como cuando se refiere a esa «paz a
ultranza» que persiguen las cobardes democracias europeas, la cual sin embargo no les
evitará luego «la guerra grande». Y cuando tengan que ir a ella, irán vencidos de
antemano, «tristes y solos» (pp. 606-7).
Pero más a menudo habla de lo que tiene más cerca de sí. Comenta sobre lo que lee
y oye, tratando de repensar lugares comunes; como ese, que tanto por entonces se
repetía, de la necesidad de difundir y defender la cultura. Difundir la cultura no es
repartirla «a voleo», piensa él; y defenderla no supone encastillarse en ella. Y así escribe:
«difundir y defender la cultura son una misma cosa; aumentar en el mundo el humano
tesoro de conciencia vigilante. ¿Cómo? Despertando al dormido» (p. 529). Y en la
cuestión del «arte proletario», preconizado por los comunistas, frente a arte simplemente,
arte verdadero, para el hombre, que era en general la posición de los de Hora de España,
interviene él discretamente, diciendo tan sólo: «Todo arte verdadero será arte proletario;
ya que —agrega—, éste es siempre para la prole de Adán» (p. 526).
Más interesante es lo que, en el mismo número I de Hora de España, de enero de
1937, dice al criticar lo que «hay de supersticioso en el culto apologético del trabajo».
Siempre preocupó a Machado el problema de la justicia social. Ahora, cuando tanto se
hablaba de organizar una verdadera sociedad de trabajadores, quiere él contribuir a
deshacer malentendidos y mentiras. Y expone esta opinión, que casi podríamos calificar
de maoísta: «El divino Platón filosofaba sobre los hombros de los esclavos... nada nos
autoriza ya a arrojar sobre la espalda de nuestro prójimo las faenas de pan llevar, el
trabajo marcado con el signo de la necesidad, mientras nosotros vagamos a las altas y
libres actividades del espíritu, que son las específicamente humanas».
Y es que hay cierto trabajo necesario que no sólo difícilmente podrá coincidir con
ninguna vocación, sino que por su misma naturaleza es degradante y embrutecedor. Y
por eso sigue diciendo: «es este trabajo necesario que, lejos de enaltecer al hombre, le
humilla... el que debe repartirse por igual entre todos, para que todos puedan disponer del
tiempo preciso y la energía necesaria que requieren las actividades libres» (pp. 527-8).
Meses después volvía a tratar de lo mismo: «La superstición del trabajo consiste en
pensar que el trabajo es por sí mismo valioso». Esto oscurece el problema. Hay que
repartir el trabajo necesario, trabajar todos, pero «libres de la jactancia del trabajador»
(p. 551).
Otro tema al que Machado vuelve también a menudo es el de las creencias y el
escepticismo. Un tema viejo suyo, pero que en época de guerra, cuando se luchaba por
ideas, adquiere especial urgencia e importancia. Se refiere por eso, en julio de 1937, a
una muy necesaria investigación de las creencias, la cual —agrega con su habitual
humor, pero con mucha justeza y razón— «sólo puede encomendarse a los escépticos
propiamente dichos» (p. 544). Aludiendo a viejas polémicas entre idealistas y realistas en
filosofía, mas pensando seguramente también en las luchas que había entonces en
España entre espiritualistas y materialistas, dice que los de ambos bandos «se mueven
con sus creencias, siempre en compañía de sus creencias. ¿Se mueven por ellas...? He
aquí lo que convendría averiguar» (p. 545). Y meses más tarde avanza él mismo alguna

39
opinión: «Lo que constituye una creencia verdadera... es la casi imposibilidad de creer
otra cosa, su hondo arraigo en nuestra conciencia» (p. 558). Los razonamientos que
apoyan estas creencias raramente resultan, sin embargo, convincentes. Las creencias,
dice, son «más fecundas en razones que las razones en creencias» (p. 557).
Lo que viene él a recomendar desde el principio, situándose así en la posición suya
de siempre, no es una firme creencia en algo, sino más bien el puro escepticismo. Un
escepticismo apasionado, se apresura a agregar, que nada tiene que ver con el fácil, frío
y vulgar escepticismo. «Nunca os aconsejaré el escepticismo cansino y melancólico de
quienes piensan estar de vuelta de todo. Es la posición más falsa y más ingenuamente
dogmática que puede adoptarse» (p. 541). Lo que él aconseja es «la duda poética, que es
duda humana, de hombre solitario y descaminado, entre caminos» (p. 53). Quiere que se
lleve la duda hasta el extremo, donde podríamos encontrar incluso un poco de esperanza.
Decía ya en el número I de Hora de España: «Aprende a dudar, hijo, y acabarás
dudando de tu propia duda» (p. 525). Y en el número de mayo de 1938, escribía: «el
dicho socrático "sólo sé que no sé nada" contenía la jactancia de un excesivo saber,
puesto que olvidó añadir y aun de esto mismo no estoy completamente seguro» (p. 579).
En cuanto a los que luchan, su simpatía no está con el combatiente pretencioso, que
dice estar seguro de la victoria, sino con ese otro más modesto que mucho anhela el
triunfo pero que duda poder lograrlo. Comienza comentando, de un modo divertido, la
jactancia usual entre boxeadores: cada uno de ellos afirma, sin sombra de duda, que
derrotará al contrincante de un modo decisivo. Y Machado exclama: «¡Qué falta de
respeto al adversario! Y, sobre todo, ¡qué falta de modestia!». Bien se ve, dice, que esas
luchas «no siempre incruentas» no pueden tener ni «un átomo de heroísmo». Y entonces
agrega, pensando sin duda en esos trágicos milicianos que él tanto admiraba: «Porque lo
propio de todo noble luchador no es nunca la seguridad del triunfo, sino el anhelo
ferviente de merecerlo, el cual lleva implícita —¿cómo no?— la desconfianza de
lograrlo» (p. 532).
También tiene relación con el tema de las creencias, lo que dice del valor ético de la
posición de cínicos y marxistas, frente a la pomposidad, hipocresía y mentira de tantos
falsos «espirituales». Estos espirituales pululaban por todas partes, pero más que en la
zona roja en la otra, entre los azules y piadosos terratenientes de la «Cruzada». Su
comentario es este: «El cinismo más auténtico, el que profesaron los griegos en el
gimnasio de Cinosarges, es un culto fanático a la veracidad, que no retrocede ante las
más amargas verdades del hombre. Os pondré un ejemplo: Si el hombre fuera
esencialmente un cerdo —cosa que yo disto mucho de creer— sólo el cínico no se
inclinaría —como los pragmatistas— a guardarle el secreto: la virtud cínica consistiría en
reconocerlo, proclamarlo y en aceptar valientemente el destino porcuno del hombre a
través de la historia. ¿Comprendéis ahora —sigue Machado diciendo—, por qué en
épocas de pragmatismo hipócrita el cinismo es una reacción necesaria? ¿Comprendéis
ahora cómo el marxismo, por muy equivocado que esté, en cuanto pretende señalar una
verdad, en medio de un diluvio de mentiras, tiene un valor ético indiscutible?» (p. 548).
Otros temas que aparecen más de una vez en sus apuntes de esa época, son el de la

40
fraternidad y el de la muerte. Temas viejos en él, pero que de pronto resultan de gran
actualidad. Sobre ellos reflexiona con hondura y renovada emoción.
Sus varias ideas sobre el tiempo, que lleva a la muerte, como fuente principal de la
poesía; sobre el asombro ante el ser, ante lo que aparece, cuando el ser es percibido
sobre un fondo de aniquilación, de nada; y sobre el insaciable anhelo de comunión y
amor que siempre padece el hombre solitario, habían ya cuajado, adquirido forma
bastante precisa en los años inmediatamente anteriores a la guerra. Heidegger le había sin
duda ayudado a aclarar y completar su propio pensamiento. Por eso, en un famoso
trabajo en Hora de España, hace una breve exposición —una de las primeras— y un
gran elogio de El ser y el tiempo; obra que, como antes el ensayo del mismo autor ¿Qué
es metafísica?, sirvió a Machado para confirmar y valorizar sus propias reflexiones e
intuiciones. Pero él no coincide en todo con el filósofo alemán. Machado huía de lo
grandioso, del tragicismo. Y no quiere entregarse el dolor. Siempre en él, como
contrapeso de la tristeza y de la muerte, aparece el canto a la vida, una cierta esperanza.
Por eso, incluso en la para él muy triste primavera de 1938, repite casi con las mismas
palabras algo que ya había dicho en 1935: «El fondo de mi pensamiento es triste; sin
embargo, yo no soy un hombre triste, ni creo que contribuya a entristecer a nadie. Dicho
de otro modo: la falta de adhesión a mi propio pensar me libra de su maleficio» (p. 579).
Y por eso es muy suyo, del mejor Machado, un trozo muy bello que apareció también en
Hora de España meses antes. Debió de escribirlo a fines del 37, en Rocafort, cuando
aún no era aguda la crisis, cuando aún debía de encontrar a veces cierto goce de vivir:
«Siento —decía mi maestro— que mi vida es ya como una melodía que va tocando a su
fin. Esto de comparar una vida con una melodía —comenta Mairena— no está mal.
Porque la vida se nos da en el tiempo, como la música, y porque es condición de toda
melodía el que ha de acabarse, aunque luego —la melodía, no la vida— pueda repetirse.
No hay trozo melódico que no esté virtualmente acabado y complicado ya con el
recuerdo. Y este constante acabar que no se acaba es —mientras dura— el mayor
encanto de la música, aunque no esté exento de inquietud... el

culto. Cierto que el Cristo se dejaba adorar, pero en el fondo le hacía poca gracia. Le
estorbaba la divinidad —por eso quiso nacer y vivir entre los hombres— y si vuelve no
debemos recordársela. Tampoco hemos de recordarle la Cruz... Aquello debió de ser algo
horrible, en efecto. Pero ¡tantos siglos de crucifixión!... Él quiso morir, sin duda, de una
manera impresionante, pero ¡no tanto! Volverá el Cristo a nacer entre nosotros, los
escépticos, que guardamos todavía un rescoldo de buena fe. Todo lo demás es ceniza: no
sirve ya para la nueva hoguera» (p. 554).
No parecerá raro que pensando en la «nueva hoguera», hablando de fraternidad y de

41
ese nuevo cristianismo que se anunciaba, recuerde a veces a Rusia. Desde hacía mucho
tiempo, después de sus lecturas de Dostoyevski y Tolstoi, creía él en el «sentido fraterno
del cristianismo» de los rusos, como decía en 1934. Es bien natural pues que ahora, en la
época en que sólo Rusia ayudaba a España, lleno de agradecimiento, y con cierta
ingenuidad e ignorancia (pues poco se sabía por entonces en España del verdadero
carácter de las «purgas», o de los campos de concentración), repitiera en su artículo
«Sobre la Rusia actual», publicado en septiembre de 1937, que Rusia, aun la Rusia
marxista, es «el foco del cristianismo auténtico». Ahora es marxista, un fenómeno que a
él le parecía «extraño». Pero esa Rusia marxista ha querido ensayar una «nueva forma
de convivencia humana, de comunión cordial y fraterna». Y por eso Rusia es «mucho
más que marxismo» (pp. 668-9). Y unos meses antes, cuando eran todavía grandes las
esperanzas de victoria, también en Hora de España, en la carta a Vigodsky, hablaba del
«sentido fraterno del amor», algo específicamente cristiano y ruso, que iba a encontrar
«un eco profundo en el alma española» (p. 670).
Grandes ilusiones, sueños éstos todos que, como tantas otras cosas, pronto el viento
se llevó.
(A. Sánchez Barbudo, Ensayos y recuerdos, Barcelona, Laia, 1980, pp. 9-14, 17-22, 26-
44.)
encanto de la vida, el de esta melodía que se oye a sí misma —si alguno tiene—, ha de
ser para quien la vive, y su encanto melódico, que es el de su acabamiento, se complica
con el terror a la mudez» (pp. 554-5).
Bello también es lo que escribió aún antes, en enero del 37, en época de mucho ruido,
sobre el silencio y la armonía que de él se levanta. Lo que dice se aprecia mejor
comprendiendo la relación que eso tiene con sus ideas sobre el ser y la nada. Así como
sorprende la presencia de algo, del ser, al destacar éste sobre un fondo de nada (esa nada
que Machado, con su a veces negro humor, decía era la «creación divina», o «el gran
regalo de la divinidad»), igualmente de un fondo de silencio brota ese «mundo de
armonías» que, con sorpresa, descubrimos de pronto entre las cosas. Escribe él: «Sólo
en el silencio, que es, como decía mi maestro, el aspecto sonoro de la nada, puede el
poeta gozar plenamente del gran regalo que le hizo la divinidad, para que fuese cantor,
descubridor de un mundo de armonías» (p. 526).
Sobre el viejo sueño suyo de una extendida y entrañable fraternidad entre los hombres —
sueño que en aquellos días de revolución tenía gran vigencia y plausibilidad—, meditaba
él también de nuevo, considerando esa utopía bajo una nueva luz. Lo mismo que antes,
veía en esa fraternidad que se anunciaba «el hecho cristiano en toda su pureza» (p. 534).
El antiguo mensaje iba, al fin, a ser oído. Volvería Cristo; pero sería un Cristo nada
mítico.
En 1934, en su pequeño ensayo «Sobre una lírica comunista que pudiera venir de
Rusia», hablaba ya de la posibilidad de una «comunión cordial»; mas sería para ello
necesario, entre otras cosas, agregaba, un «fundamento metafísico... ya que una fe
religiosa parece cosa difícil en nuestro tiempo». Sería necesario creer «que existe una
realidad espiritual, trascendente a las almas individuales, en la cual éstas pudieran

42
comulgar» (pp. 859-60). En 1937, en cambio, ya no habla de necesario «fundamento
metafísico», ni de nada «trascendente» en que haya que creer. De lo que habla es de
Cristo, que al parecer sería ahora la base del amor, el foco que iluminaría las almas. Una
vuelta pues a lo religioso, diríase; a eso tan «difícil en nuestro tiempo». Mas en verdad,
por lo que él mismo dice, vemos que el Cristo a que se refiere es un Cristo muy
disminuido. Un símbolo y nada más. El nuevo cristianismo que Machado esperaba era,
en todo caso, bastante herético y peculiar.
«Creo yo —dice en el número de marzo de 1937 de Hora de España—, en una filosofía
cristiana del porvenir, la cual nada tiene que ver —digámoslo sin ambages— con esas
filosofías católicas, más o menos embozadamente eclesiásticas... Nosotros partiríamos de
una investigación de lo esencialmente cristiano en el alma del pueblo, quiero decir en la
conciencia del hombre, impregnada de cristianismo». Eliminaría incluso, en ese nuevo
cristianismo, la Biblia, «ese cajón de sastre», que es otro «de los grandes enemigos del
Cristo» (p. 534).
Temía él —confiesa meses más tarde, en el número de noviembre— que ese «sacar el
Cristo a relucir» pareciese a algunos cosa «propia de sacristanes y de filisteos», aunque
la verdad es, dice, que ésos no sacan al Cristo «en función amorosa, sino para bendecir
los cañones» (p. 553). Más tarde aún, en julio de 1938, una vez más, repitiendo algo por
él ya dicho, niega la divinidad de Cristo, que no es el hijo de Dios, sino, «como
pensamos los herejes», es «el hijo del hombre que se hizo Dios» (es decir, que el
hombre lo convirtió en Dios) para así expiar «los pecados de la divinidad» (o sea, para
suplir las deficiencias de la divinidad). Y entonces agrega: «En este sentido prometeico y
de viva blasfemia parece anunciarse el cristianismo futuro» (p. 582). Y ya antes, en el
número XI, en el mismo en que hablaba de «sacar el Cristo a relucir», volvía a él en
forma que quizás parezca poco respetuosa, pero que no deja lugar a dudas en cuanto lo
que habría de ser ese Cristo cuyo advenimiento esperaba: «Y el Cristo volverá —creo yo
— cuando le hayamos perdido totalmente el respeto; porque su humor y su estilo vital se
avienen mal con la solemnidad del
14/ANTHROPOS

43
El autor recoge en el texto tres tipos de temas en los que se refleja claramente la vida
interior de Antonio Machado y su postura vital: en primer lugar aparecen los compañeros
con él, en destierro cinemático; retratos de amigos hermanados en la ida hacia el lento
exilio. Otro tema: el entrañable aprecio de las vidas del pueblo, de la gente: la cara de los
milicianos que tanto le impresionaron por su señorío, nobleza y entrega, sabiéndose en
peligro de muerte. A ellos los ve transfigurados; la intuición de la muerte ponía en ellos
un sello noble y trágico: «Milicianos que parecen capitanes» por su señorío. Todo ello,
en profunda simpatía y consonancia, surge como actitud numantina: «su deber es resistir
hasta el fin» y fiel a sí mismo siempre estará «de todo corazón al lado del pueblo». Por
fin el último tema son las notas de Juan de Mairena: la guerra, la justicia social; la
creencia como hondo arraigo en la conciencia; hondura del pensamiento y comentarios
en Hora de España, «la nueva hoguera» como sueño de fraternidad. Temas sobre los
que escribe y siente don Antonio Machado en el discurrir de la guerra civil; certeras
reflexiones desde el mirador de sí mismo en solidaridad con el Pueblo.
Cerramos este primer apartado con dos testimonios que nos acaban de configurar la
dimensión interior e histórica de Antonio Machado.
J.M.a Castellet, en su colaboración al homenaje a Antonio Machado en el centenario
de su nacimiento, centra su intervención en el tema de «La vida y la muerte de Antonio
Machado en tierras catalanas». Dice así:

44
Mi presencia entre vosotros quiere ser el homenaje de los escritores catalanes al
poeta y al hombre ejemplar que vivió sus últimos años y murió, también —lejos de su
Andalucía natal y de su Castilla de adopción— entre las gentes de los Países Catalanes
—desde el País Valenciano hasta el Rosellón— con quienes compartió esperanzas y
desilusiones, privaciones y bombardeos, en el ocaso de la Segunda República española.
En efecto, los azares de la guerra civil llevaron a Antonio Machado a realizar un
doloroso peregrinaje, el último de su vida, a lo largo de las tierras de lengua catalana. Ya
en noviembre de 1936, Machado es evacuado, desde el Madrid asediado, a Rocafort,
pueblo cercano a Valencia, donde vivió hasta mediado el año 1938. En Rocafort se
instala en un chalet veraniego, «Villa Amparo», junto con su madre y con su hermano
José y su familia. Desde allí, se traslada, de vez en cuando, a Valencia, donde está la
redacción de la revista Hora de España y donde participa en algunos actos públicos,
como la Fiesta del Primero de Mayo de 1937 —en la que lee su famoso discurso a las
Juventudes Socialistas Unificadas— y el Congreso Internacional de Escritores, en cuya
clausura y en un breve parlamento —tras citar su conocido texto que empieza: «Escribir
para el pueblo [...], ¡qué más quisiera yo!»— concluye diciendo: «...yo escribí estas
palabras que pretenden justificar mi fe democrática, mi creencia en la superioridad del
pueblo sobre las clases privilegiadas». Por entonces, Hora de España se ha convertido
en la principal revista intelectual de la guerra y en la primera que comparten ampliamente
escritores de lengua catalana y castellana, es decir, una tribuna plural en la que se han
olvidado recelos anteriores, ante la magnitud de la tragedia.
En Valencia escribe Machado la continuación de su Juan de Mairena y algunos
poemas en los que hace referencia a la tierra y al paisaje que le han dado acogida así
como al mayor de los poetas de lengua catalana:
[...] Valencia de finas torres, en el lírico cielo de Ausias March, trocando su río de rosas
antes que lleguen a la mar
pienso en la guerra. La guerra viene como un huracán (...)
En plenitud de sus facultades intelectuales, ya en Valencia, empieza, sin embargo, su
desmoronamiento físico. En 1937, escribe a Daniel Vigodsky: «Las visceras más
importantes de mi organismo se han puesto de acuerdo para no cumplir exactamente su
función.» Y así, es un hombre enfermo el que llega a Barcelona, tras el traslado del
gobierno de la República, a mediados de 1938.
En Barcelona y después de una breve estancia en el Hotel Majestic, Antonio
Machado es alojado, junto con sus familiares, en una gran mansión, la «Torre Castañer»,
de amplio y viejo jardín romántico, en el barrio de San Gervasio, descrito por Bergamín.
Enfermo y fatigado, el poeta lleva una vida retirada y de escasa actividad. Escribe ya,
muy poca poesía y su producción más constante son los artículos que publica en La
Vanguardia barcelonesa. Sabemos, sin embargo, por el testimonio de su hermano José,
que en su ulterior huida a Francia se perdieron papeles inéditos que, verosímilmente,
debía ser, todavía, prolongación de su apócrifo Juan de Mairena. Para nosotros,
catalanes, hay un artículo muy significativo de esta última etapa. Corresponde a la serie
«Desde el mirador de la guerra» y se publica el 6 de octubre de 1938. Su párrafo dice
así: «En esta egregia Barcelona —hubiera dicho Mairena en nuestros días—, perla del

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mar latino, y en los campos que la rodean, y que yo me atrevo a llamar virgilianos,
porque en ellos se da un perfecto equilibrio entre la obra de la naturaleza y la del hombre,
gusto de releer a Juan Maragall, a Mosén Cinto, a Ausias March, grandes poetas de ayer,
u otros, grandes también, de nuestros días. Como a través de un cristal, coloreado y no
del todo transparente para mí la lengua catalana, donde yo creo sentir la montaña, la
campiña y el mar, me deja ver algo de estas mentes iluminadas, de estos corazones
ardientes de nuestra Iberia. Y recuerdo al gigantesco Lulio, el gran mallorquín. ¡Si la
guerra nos dejara pensar! ¡Si la guerra nos dejara sentir! ¡Bah! Lamentaciones son éstas
de pobre diablo. Porque la guerra es un tema de meditación como otro cualquiera, y
tema cordial esencialísimo. Y hay cosas que sólo la guerra nos hace ver claras. Por
ejemplo: ¡Qué bien nos entendemos en lenguas maternas diferentes cuantos decimos, de
este lado del Ebro, bajo un diluvio de iniquidades: "¡Nosotros no hemos vqndido nuestra
España!" Y el que esto se diga en catalán como en castellano, en nada amengua ni
acrecienta su verdad».
¡Qué tremenda confesión acerca de uno de los grandes problemas hispánicos, nunca
resuelto, el del casi imposible diálogo de las lenguas y de los hombres! «Hay cosas que
sólo la guerra nos hace ver claras», dice Machado, bajo el estruendo de los
bombardeos, en la inminencia de la derrota. ¡Como si hubiera que apurar hasta el límite
de la muerte para descubrir las trampas que algunas ideologías siempre conservadoras,
cuando no abiertamente reaccionarias o fascistas, colocaban bajo un demagógico e irreal
concepto de unidad! ¿Tendremos que repetirnos siempre, desde la desdicha y hasta el
infinito, que la única viabilidad del Estado español pasa por la asunción de la pluralidad
de pueblos y lenguas? ¿Hay todavía quien, con corazón limpio y mente despejada, puede
negar una formulación como la de Salvador Espriu, referida a su mítica
Sepharad/España:
Diverses son les parles i diversos els homes, i convindran molts noms a un sol amor (Diversas son las hablas y
diversos los hombres, y convendrán muchos nombres a un solo amor)
Cuando Antonio Machado escribe el artículo que hemos citado faltan sólo tres meses
para que emprenda la última etapa de su peregrinaje, la que le ha de llevar al exilio. Es un
hombre enfermo y derrotado, como su propio pueblo. Alrededor del 20 de enero de
1939, a través de los servicios de la Universidad de Barcelona, es evacuado, junto con su
familia y con un grupo de profesores e intelectuales. Cerca de la frontera se encuentran
con Caries Riba, nuestro gran poeta. De labios de éste recuerdo —más de un cuarto de
siglo después— la alucinante descripción del paso de la frontera. Riba y su esposa, la
poetisa Clementina Arderiu, iban con el escritor catalán Pous i Pagés en una ambulancia.
En un alto en el camino encontraron a los Machado —don Antonio, su madre, su
hermano José y la esposa de éste—. Eran como personas desvalidas y abandonadas, y
les hicieron subir en la ambulancia, pero al llegar a la frontera tuvieron que cruzarla a pie.
Allí estaba también Corpus Barga, que cargó en brazos con la madre de los Machado. En
el tránsito, el grupo se disgregó y no volvió a reconstruirse hasta unas horas después.
Según el testimonio de Clementina Arderiu, al reencontrarse, Riba le dijo a Machado:
«Ya ve usted, don Antonio, ya estamos en Francia». Y Machado le contestó: «¡Hallarme
en Francia y como un mendigo!» Y añadió: «¿Le parece a usted que me comprarán este

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reloj de oro que perteneció a mi padre?» Era todo lo que de valor llevaba consigo.
Después de pasar la noche en un vagón de tren, el grupo se separó definitivamente.
Corpus Barga se hizo cargo de los Machado y encontró alojamiento para ellos en
Collioure, pequeño pueblo pescador de la Cataluña francesa, en la fonda de madame
Quintana. Eran las últimas semanas de don Antonio y de su madre. Enfermos los dos,
apenas salían del hotel. No hay casi testimonios de esos últimos días. Uno de ellos ha
sido recogido por Jean Cassou en un bello pasaje del ensayo que le dedicó en su libro
Trois poetes, Rilke, Milosz, Machado.
Después de recordar las dos evocaciones del mar que encontramos en el poeta
mesetario de Campos de Castilla, Cassou concluye diciendo que las gentes de Collioure,
que no habían olvidado la breve estancia de Machado entre ellos, le contaron cómo
gustaba de conducir sus paseos, los últimos de su vida, hasta una roca que avanzaba
sobre el mar: «La, s'asseyant et contemplant autour de luí le bleu du

del et le bleu de la mer, plongé, inmerge dans cette contemplation, il murmurait


avec ravissement: C'est la Gréce».
Se diría que, al borde del Mediterráneo, y como un segundo destino fatal volvían a
recobrar sentido (os versos que lo tuvieron en una primera y triste ocasión, la muerte de
Leonor:
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se
hizo, Señor, contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Antonio Machado murió el 22 de febrero. Terminaba así su periplo de guerra y exilio
por los países catalanes, de uno y otro lado de la frontera. Desde entonces descansa,
entre apellidos catalanes, en el cementerio de Collioure, lugar de peregrinación habitual
para nosotros, tanto los supervivientes de una guerra que se lo llevó, como a muchos
otros españoles, «ligero de equipaje» y «casi desnudo como los hijos de la mar», como
los más jóvenes, los de las generaciones que no conocieron, felizmente para ellos, la
guerra civil. Conste ahora el homenaje de los escritores catalanes al hombre y al poeta, a
quien despediremos un día, cuando sus restos vuelvan a su tierra de origen, con la
nostalgia de muchos años de convivencia, pero con la alegría de saber que el retorno a su
patria habrá significado, también, el retorno de la paz civil a todo el ámbito de la «pe// de
brau», esa «piel de toro» en la que cada día muchos miles de nombres siguen
conservando los mismos ideales que iluminaron la vida de Antonio Machado.
(J.M. Castellet, «Vida y muerte de Antonio Machado en tierras catalanas»,
Cuadernos para el Diálogo, noviembre 1975, extra XLIX, pp. 32-34).
Antonio Machado deja su piel en el paisaje de la mediterránea y honda Cataluña. Su
vida queda aquí florecida y cobijada en el mar.

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Por fín, merece la pena terminar con el texto de Ménica Alonso: el relato de sus
últimos instantes, ya entrañado en la desnudez de su muerte quijotesca. Dice así:
madre y llevarla como una pluma desde la estación al pueblo, por toda la ancha calle que
lo cruzaba y terminaba en el mar».
Madame Figueres acogió a estos cinco refugiados en la tienda que tiene en la Placette
desde 1928. Hay que señalar que esta tienda no ha sido nunca una tienda de
antigüedades, como se ha venido diciendo repetidamente, sino de ropa interior para
caballero. Allí, esta buena señora les ofreció la primera de tantas cosas que les tendría
que ofrecer luego: una taza de café con leche y una silla para descansar.
La familia Machado estaba tan agotada que no tuvieron siquiera fuerzas para cruzar
el Oouy —arroyo que pasa por delante del Hotel Bougnol Quintana— y todavía menos
para dar la vuelta para cruzarlo por el puente. Corpus Barga fue a buscar un taxi. Éste,
coducido por el señor Ferrer, les llevó hasta el hotel, dando la vuelta por la calle del
cementerio que lleva ahora el nombre de Antonio Machado.
En el hotel en cuyo rótulo rezaba «Bougnol Quintana: La plus ancienne réputation»,
había muchos refugiados españoles, entre ellos el comandante Orgaz y su mujer. La
dueña del hotel, la señora Pauline Quintana, les proporcionó dos habitaciones en el
primer y único piso del hotel: una para Antonio y su madre, otra para José y su mujer.
Para acceder a la segunda habitación había que pasar por la del poeta.
Aquella noche, cuando regresó Jacques Baills al hotel para cenar, hacia las ocho o las
nueve, le preguntó a la dueña si habían llegado unos viajeros que él había enviado.
Pauline Quintana contestó: «Sí, ya se han acostado, no han querido cenar». Jacques
Baills nos decía: «Cuando llegaron aquí, llegaron como todos los refugiados españoles;
nadie les conocía, no sabíamos que era Machado ni mucho menos, y fueron recibidos
como tenía costumbre de recibir la señora Quintana; o sea, sabía que trataba con
refugiados y como tales estaba dispuesta a aliviar todos los tormentos que ella pudiera».
Al día siguiente, José bajó a la tienda de la señora Figueres para darle las gracias por
su acogida de la víspera. Luego bajaría casi todos los días para recoger los periódicos del
día anterior y Match (en la actualidad París Match, revista francesa).
No hay que olvidar que los Machado llegaron a Collioure con la ropa que llevaban
puesta, «con un paraguas para cuatro» y sin ningún medio económico. Fue gracias a una
ayuda de la Embajada de España en París que llegaron a sobrevivir económicamente y
también gracias a una ayuda material de los nuevos amigos de Collioure. Por ejemplo, el
señor Figueres era quien le compraba algo de tabaco a Machado, ya que nunca, aun en
esos momentos tan difíciles, don Antonio no pudo dejar de fumar. Madame Figueres les
proporcionó también algo de ropa.
Sólo al cabo de dos o tres días se reconoció en aquel refugiado a la figura de Antonio
Machado, gran poeta español.
Jacques Baills tenía costumbre de ayudar a madame Quintana en la contabilidad del
hotel. Este trabajo no lo hacía todos los días, sino cuando sus ocupaciones se lo
permitían. Fue al recopilar la ficha de Antonio Machado, «profesor», que se acordó de
las poesías estudiadas en la escuela, de cierto poeta español llamado Antonio Machado.

48
Entonces le preguntó a don Antonio si el que se había presentado como profesor era por
casualidad el poeta. Este le contestó muy sencillamente, «sin sonreírse siquiera»: «Sí,
soy yo». A partir de ese día, después de la cena, Jacques Baills iba a sentarse a su mesa
y conversaba un poco con ellos, intentando sustraerles un momento de «esa soledad que
llevaban entre cuatro». Pero nunca tuvieron conversaciones de fondo político. Sus
conversaciones fueron más bien triviales. Otros días, don Antonio pedía permiso a
madame Quintana para entrar en la cocina y oír las noticias en la radio. Pero don
Antonio iba agotándose poco a poco. Veía claramente que se acercaba el fin de su vida y
le decía a su hermano José: «Cuando ya no hay porvenir por estar cerrado el horizonte a
toda esperanza, es ya la muerte lo que llega».
El día 29 de enero de 1939, llegó por fin nuestro poeta a Collioure. Serían las cinco y
media de la tarde cuando el tren repleto de viajeros llegó a la estación. En él llegaban
«cuatro personas vestidas de negro», según Jacques Baills. Estas cuatro personas no eran
ni más ni menos que Antonio Machado, su madre Ana Ruiz, y su hermano José con su
esposa Matea. Las sobrinas de Machado, que salieron con ellos de Madrid, habían sido
evacuadas en septiembre de 1938 a la URSS.
Al bajar del tren preguntaron por un hotel al primer empleado que encontraron en la
estación. Éste era Jacques Baills, quien les indicó el Hotel Bougnol Quintana, donde él
mismo se alojaba. Este hotel estaba —y sigue estando— a mano derecha de la
«Placette» según se baja la Avenida de la Estación.
Aquella tarde de enero el tiempo estaba tan triste como el corazón de la familia Machado.
Había llovido mucho y seguía lloviendo. El cielo estaba encapotado. Parece que la
naturaleza, augurando el futuro, se había puesto de luto y lloraba al acoger al poeta en lo
que sería ya su última estancia.
La calle que iba de la estación al hotel estaba de obras y esto dificultó todavía más el
caminar de nuestros viajeros para recorrer estos pocos metros. Así, antes de llegar al
hotel la familia Machado tuvo que descansar. Así fue cómo la señora Figueres vio entrar
en su tienda a «dos mujeres y tres hombres: madame Machado, la esposa de José,
Antonio, José y un señor que les acompañaba, pero que hablaba muy bien francés». Este
señor era el generoso Corpus Barga que, después de haber ido a Perpignan en busca de
alguna ayuda, regresó a Cerbére a buscar a la familia Machado, «y cuyo comportamiento
llegó hasta el punto de coger en brazos a nuestra anciana
16/ANTHROPOS

49
Un día José le preguntó a Jacques Baills si no tendría unos libros o algo con que
distraer al poeta. Éste había conservado algunos libros de cuando iba a la escuela, y así
prestó a Machado dos libros de Pío Baroja: El amor, el dandysmo y la intriga y El
mayorazgo de Labraz, una traducción de Los vagabundos, de Máximo Gorki, y un
folleto: Vicente Blasco Ibáñez: su vida, su obra, su muerte. Respecto a este folleto,
Jacques Baills se arrepintió siempre de habérselo dejado al poeta, porque «pudo hacerle
pensar en su fin próximo».
Estos libros fueron, pues, los últimos libros que tuvo Machado en sus manos. Los
que él trajera en sus maletas se perdieron con ellas, así como las últimas poesías escritas
por el poeta.
En Collioure, Machado no escribió. Sólo encontró José en el bolsillo de su gabán,
días después'de su muerte, «un pequeño y arrugado trozo de papel». En él, tres
anotaciones, la primera reproducía las palabras con que empieza el monólogo de Hamlet:
«Ser o no ser»; la segunda contenía las últimas palabras en verso escritas por el poeta:
«Estos días azules y este sol de la infancia»; la tercera no era más que una corrección a
unos versos suyos ya publicados:
Y te daré mi canción: se canta lo que se pierde, con un papagayo verde que la diga en
tu balcón.
Se ha dicho también que un día Machado fue hasta Saint Vincent, capillita cercana al

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rompeolas, y que en el momento en que estaba escribiendo pasó por allí un pescador.
Este pescador nos aseguró durante años que él todavía conservaba este papel, pero sin
consentir jamás, a pesar de nuestra insistencia, en enseñárnoslo. A su muerte nos
pusimos en contacto con sus herederos, quienes nos aseguraron que dicho papel no había
existido. Pensamos que así sería, sobre todo si consideramos el estado físico de Machado
y el pésimo estado del camino que conducía a dicha capilla.
En los últimos días de su vida, don Antonio se recogió en sus pensamientos. ¿En qué
pensaría entonces el poeta? ¿En todo lo que más amaba y que su destino le robaba? ¿En
el patio sevillano?
¡Mi Sevilla infantil! ¡Tan sevillana! ¿En Leonor, que se durmió para siempre en los
páramos de Soria que él no volverá a ver?
En la memoria mía,
tu recuerdo a traición ha florecido; Soria pura, entre los montes de violeta.
su llegada al pueblo, el poeta bajó a darle las gracias a la señora Figueres. Por lo
demás, salía algunas veces a sentarse en un banco que había delante del hotel y desde allí
contemplaba a los jugadores de petanque.
Sin embargo, unos días antes de morir, el día 17 de febrero, en su amor infinito a la
naturaleza, le dijo a José: «Vamos a ver el mar».
«Esta fue su primera y última salida —nos dice José—. Nos encaminamos a la playa.
Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban en la arena.
»EI sol del mediodía no daba casi calor. Era en ese momento único en que se diría que el
cuerpo entierra su sombra bajo los pies. Hacía mucho viento, pero él se quitó el
sombrero, que sujetó con una mano en la rodilla, mientras que la otra mano reposaba en
una actitud suya, sobre la cayada de su bastón. Así permaneció absorto, silencioso ante
el constante ir y venir de las olas que, incansables, se agitaban como bajo una maldición
que no las dejara nunca reposar. Al cabo de un largo rato de contemplación me dijo
señalando a una de las humildes casitas de los pescadores: "¡Quién pudiera vivir allí, tras
una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación!". Después se levantó con gran
esfuerzo y andando trabajosamente sobre la movediza arena, en la que se hundían casi
por completo los pies, emprendimos el regreso en el más profundo silencio.»
Este sería el último paseo de don Antonio. El día 18, la afección de bronquios que
padecía se empeoró y el poeta tuvo que guardar cama. Unos días después emprendería
el viaje sin retorno, el de la muerte, conservando, no obstante, todas sus facultades hasta
el último momento.
Los últimos días de la vida de Machado llevan pues, para él como para sus
familiares, el signo de la desgracia y de la fatalidad.
Dañado en su cuerpo y en su alma, Antonio Machado tenía que expirar a las tres y media
de la tarde del día 22 de febrero de 1939 (miércoles de ceniza, ¡triste coincidencia!).
Cuando el poeta tuvo que guardar cama, le atendió el médico de Collioure, el doctor
Cazabens, quien pronosticó una congestión grave. Sí, era grave el estado del poeta que
agonizaba en la misma habitación que su madre. Todos los proyectos de don Antonio
morían con él. Morían sus deseos de ir a la URSS, donde se disponían a recibirle como

51
huésped de honor. No llegó tampoco a ver la carta del hispanista John Brande Trend que
le ofrecía un puesto para el lectorado del Departamento de Español de la Universidad de
Cambridge. Moría sin terminar esta obra que tantas ganas tenía de terminar. Y también
moría su esperanza de ver a su patria libre...
¿En su hermano Manuel, que se quedó en la otra zona? Aviva tu recuerdo, hermano.
No sabemos de quién va a ser el mañana. ¿En Guiomar? Tú, asomada, Guiomar, a un
finisterre, miras hacia otro mar, la mar de España.
La noticia de la muerte del poeta se divulgó muy rápidamente y sus nuevos amigos
de Collioure fueron los primeros en estar a su lado.
A las cinco de la tarde, el señor Jacques Baills fue al Ayuntamiento a declarar la muerte
del poeta, y a correos para enviar un telegrama a la Embajada de España. También avisó
a algunos amigos del poeta, como por ejemplo el profesor Sala, el poeta catalán Ventura i
Gassol, el señor Santaló, cónsul en Port Vendres...
(Monique Alonso, op. cit., pp. 483-492).
¿En la agonía de su madre que tanto amaba? En Collioure, don Antonio casi no salió.
Una semana después de
Hermosas palabras que nos dan a sentir a don Antonio Machado en la lúcida
esplendidez de la orilla, su vida junto al mar, camino fluente del hondo ser.

2. Teoría poética de Antonio Machado


Es preciso enmarcar la obra y el pensamiento de Antonio Machado en el ámbito de
su teoría poética. Recogemos, entre múltiples análisis, unas notas y textos de Aurora de
Albornoz sobre el tema, que lo centran con brevedad y concisión. Dice lo siguiente:
Siempre he tenido la impresión —muy subjetiva, desde luego— de que, en cuanto a
poética se refiere, Antonio Machado va de la negación a la afirmación. Aclaro: llega a una
definición de «lo que la poesía es», pasando por un análisis de «lo que la poesía no es».
Esto, creo que fácilmente captable a través de su prosa, está magistralmente dicho en
unos pocos versos:
Ni mármol duro y eterno, ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.
Así dice el poeta al principio de un poema que es toda un arte poética.
Añadiré algo más. Al definir lo que la poesía es, nos está hablando de su propia poesía.
Es decir: lo que la intuición ha puesto en el poema la reflexión lo razona en la «poética».
No se trata de una defensa de lo suyo: se trata, creo, de un perfecto acuerdo entre la
intuición y la razón; entre el mundo mágico y el mundo lógico. Y se trata, desde luego,
de la revelación de una gran «autenticidad». Uso este término —demasiado empleado ya
con relación a Machado— con plena conciencia de mi decir, y no en forma arbitraria. Al
calificar a Machado de poeta auténtico quiero significar que entre su concepto de poes/a

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y su poesía —o, al menos, en buena parte de ella— hay una perfecta concordancia.
[...] Lo que niega, o mejor, lo que rechaza como verdadera poesía, como «la verdadera
poesía», la de hoy y la de mañana, es una serie de teorías—que se concentran en grupos,
tendencias, modas...—. No suele, sin embargo, rechazar en bloque ni negar
arbitrariamente. Podría decirse más bien que, tras un análisis detenido, suele aceptar lo
que considera valores positivos de tal o cual tendencia y rechazar lo que considera
negativo, falso o superficial.
[...] En su búsqueda de lo que la poesía es —a través del camino de lo que la poesía no
es—, el teórico reflexiona profundamente sobre todos aquellos elementos que una
determinada tendencia proclama como base y fundamento de la poesía, ya sea la
«música», ya la imagen poética, ya la función del intelecto...
A mi juicio, podríamos hablar de un «Machado crítico» —el que estudia, acepta y, con
frecuencia, niega— y de un «Machado creador», ya no sólo de poesía, sino de una
interesante «poética».
En una nota inédita de Los complementarios escribe Machado en 1914:
El adjetivo y el nombre, remansos del agua limpia, son accidentes del verbo en la
gramática lírica, del Hoy que será Mañana, y el Ayer que es Todavía.
Tal era mi estética en 1902. Nada tiene que ver con la poética de Verlaine. Se trataba
sencillamente de poner la lírica dentro del tiempo y, en lo posible, fuera de lo espacial.
18/ANTHROPOS ¿Podríamos aceptar plenamente que la conciencia poética de
Machado era ya tan clara en 1902? ¿Quería, ya en 1902, «poner la lírica dentro del
tiempo»? Me inclino a pensar, más bien, que en esa

53
fecha tan temprana intuía algo que con el paso de los años ha de llegar a precisar.
Pero es importante señalar que acaso ya en aquel momento, al tiempo que Verlaine le
atraía, sin duda, no aceptaba del todo la estética verleniana, y trataba de buscar la suya,
la propia. [...] el primer Machado es un gran admirador de Verlaine, que, al mismo
tiempo que oye de vez en cuando los «violines verlenianos», está comenzando a elaborar
su propio decir, su auténtico decir.
Por esta misma época escribe Machado, en su artículo sobre Arias tristes, de Juan
Ramón: «Creo, sin embargo, que una poesía que aspire a conmover a todos ha de ser
muy íntima. Lo más hondo es lo más universal». Hay un «pero»: «Pero mientras nuestra
alma no se despierte para elevarse, será en vano que ahondemos en nosotros mismos.
No lograremos hacer nada que nos satisfaga. Seremos confeccionadores de sensaciones
narcóticas, con las cuales muchos gustarán de embriagarse; tallaremos tal vez, figurillas
de exquisita labor que puedan adornar algo más sustantivo y allí donde no haya nada, no

54
estarán mal esas figurillas...». Es más que pura sensación personal lo que Machado
busca, ya tan temprano, en la poesía. Años más tarde veremos cómo sueña la poesía de
«los poetas de mañana». Por ahora, más que elaborar, más que definir, critica.
(Aurora de Albornoz, prólogo a Antonio Machado, Antología de su prosa. II:
Literatura y arte, pról. y selec. de Aurora de Albornoz, Madrid, Edicusa, 1976, pp. 12-
16.)
Se concentra la autora en los párrafos siguientes, en la definición positiva de su
poética y las posibilidades que ella encierra. Dice así:
En versos citados al comienzo de estas notas hallamos esa definición: poesía es «palabra
en el tiempo».
Intentemos ver cuándo y cómo nació, y cómo al paso de los años se va cargando de
nuevo contenido.
La definición está en los citados versos del comienzo del poema «De mi cartera», último
del libro Nuevas canciones. Como subtítulo —que pierde al pasar a Poesías completas—
lleva estas palabras que intentan ser explicativas: Apuntes de 1902. Al pie, otra fecha:
1924.
[...] me parece posible aceptar que el contenido "de los versos iniciales —es decir: la
poesía no es mármol, no es música, no es pintura— estuviese pensado desde principios
de siglo. Se trata de una respuesta a parnasianos y simbolistas, como obviamente se ve.
Pero la definición de poesía como «palabra en el tiempo», que aparece tarde en la
poética de Machado, es esencia y síntesis de muchos años de meditación.
La definición está ya en una breve nota del cuaderno de Los complementarios, fechada
en 1915. Pero es en los versos de 1924 cuando nos llega publicada por vez primera;
reaparecerá, en la misma forma, o con variantes, en ocasiones posteriores: unas veces la
comenta dentro de algún texto; otras, la amplía, llenándola de nuevas posibilidades de
significación.
En la «Poética» incluida en Antología (1931), de Gerardo Diego, afirma Machado que,
como en los años del modernismo, los de su juventud, piensa que «la poesía es palabra
esencial en el tiempo».
Pocos años más tarde Juan de Mairena, en su ataque a la poesía pura, esgrime como
arma principal la definición: «Decíamos, en suma, cuánto es la poesía palabra en el
tiempo y cómo el deber de un maestro de poética consiste en enseñar a sus alumnos a
reforzar la temporalidad de su verso». Esto, dicho en el momento en que ataca a la
poesía pura, va llenándose de nuevos posibles significados.
Nuevos significados podemos adivinar también en esta variante de la definición, que
hallamos en el capítulo IX de Juan de Mairena: «La poesía es —decía Mairena— el
diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo. Ese diálogo, esa palabra, es lo que el
poeta pretende eternizar sacándolo fuera del tiempo, labor difícil y que requiere mucho
tiempo, casi todo el tiempo de que el poeta dispone. El poeta es un pescador, no de
peces, sino de pescados vivos; entendámonos: de peces que puedan vivir después de
pescados».
Creo que en este párrafo —amparándose en la velada, pero clara expresión maireniana—

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ha condensado algunas ideas que había expresado unos años antes en «El arte poética de
Juan de Mairena»: «Todas las artes —dice Juan de Mairena en la primera lección de su
"arte poética" —aspiran a productos permanentes, en realidad, a frutos intemporales. Las
llamadas artes del tiempo, como la música y la poesía, no son excepción. El poeta
pretende, en efecto, que su obra trascienda de los momentos psíquicos en que es
producida. Pero no olvidemos que, precisamente, es el tiempo (el tiempo vital del poeta
con su propia vibración) lo que el poeta pretende intemporalizar, digámoslo con toda
pompa: eternizar».
Ya bastante antes, entre los apuntes del cuaderno de ¿os complementarios, hallamos una
nota interesantísima que es, me parece, el germen de los dos párrafos que acabo de citar.
Veámosla de cerca para entender en su totalidad el sentido de la definición machadiana
de la poesía: «Es evidente que la obra de arte aspira a un presente ideal, es decir, a lo
intemporal. Pero esto de ninguna manera quiere decir que pueda excluirse el sentimiento
de lo temporal en el arte. La lírica, por ejemplo, sin renunciar a su pretensión a lo
intemporal, debe darnos la sensación estética del fluir del tiempo. Es precisamente el
flujo del tiempo uno de los motivos líricos que la poesía trata de salvar del tiempo, que la
poesía pretende intemporalizar».
Si tomamos en cuenta el momento en que fueron escritas estas notas recogidas en Los
complementarios podemos deducir que es aproximadamente entre 1915 y 1920 cuando
Machado llega a su concepción de una poesía cuyo gran problema es captar el tiempo —
las cosas en el tiempo— y eternizarlo.
En forma mucho más indefinida, sin embargo, pudo haber intuido algo mucho antes. Y
en una posible primera intuición pueden haber influido algunas ideas de Unamuno; acaso
la definición unamuniana de la poesía como «eternización de la momentaneidad».
Posteriormente —ya se ha dicho— sus estudios de algunos «filósofos del tiempo»:
Bergson, especialmente.
Pero, sobre todo, cuenta, me parece, su capacidad de reflexión sobre poesía, sobre
poetas y sobre algunos poemas, en concreto. Y poniéndonos a imaginar un poco, ¿no
habrán dejado mucho las «Coplas» de Jorge Manrique, en esta definición machadiana?
Al menos, creo que la ilustran como ningún otro poema de nuestra lengua.
«Palabra en el tiempo» —poesía— es, pues, eternización de lo que pasa; de lo que
necesariamente fluye. Es apresar el momento vivo, y hacer que ese momento siga
viviendo en toda su fluidez.
Es éste el decir básico, fundamental, que encierra la definición machadiana. Pero creo
que cabe señalar la otra posible interpretación que la definición conlleva. La otra, he
dicho; la otra que alcanzo a ver, cabría añadir.
Está esa segunda interpretación implícita en el verso del poema de 1924, pero para mejor
verla debemos recurrir a la variante que hallamos en el capítulo IX de Juan de Mairena,
a la que hice ya referencia: «Diálogo del hombre con su tiempo».
«Palabra en el tiempo» y «diálogo del hombre con su tiempo» nos llevan a pensar en un
Machado «poeta social», además.
Podemos interpretar que ese «tiempo» en el que la palabra se dice no es sólo un «tiempo

56
vital», sino, además, un «tiempo histórico». Así lo podemos aceptar, ya que cuando
Machado habla de «tiempo» deposita en este término una serie de significaciones
múltiples.
Si tomamos en cuenta que la variante «diálogo del hombre con su tiempo» es muy
posterior a la definición original, podríamos incluso pensar que, al correr de los años,
Machado intuyó en su definición primera la nueva posibilidad que ahora vemos.
Posibilidad que se añade a la primera, enriqueciéndola.
De hecho, esta posibilidad de enriquecer puntos de vista —que a veces se han
concretado pronto en formulaciones-^ me parece frecuente en Machado, en cuyo
pensamiento hallamos, más que «cam

ANTHROPOS/19

bio», algo que no me atrevería tampoco a llamar «evolución», sino más bien

57
constante «revolución»; es decir, un movimiento circular alrededor de un punto —de una
primera intuición— que se va ampliando, ensanchando, creciendo cada vez más, sin
perder nunca de vista su centro. [...]
En 1919 afirma su esperanza en «la edad que se avecina» y en «los poetas que han
de surgir, cuando una tarea común apasione las almas»... Y añadirá: «¿Quién duda que el
árbol humano comienza a renovarse por la raíz y de que una nueva oleada de vida
camina hacia la luz, hacia la conciencia? Los defensores de una economía social
totalmente rota seguirán echando sus viejas cuentas y soñarán con toda suerte de
restauraciones; les conviene ignorar que la vida no se restaura ni se compone como los
productos de la industria humana, sino que se renueva o perece. Sólo lo eterno, lo que
nunca dejó de ser, será otra vez revelado y la fuente homérica volverá a fluir». La tarea
no será de uno solo, sino de muchos; pero será una tarea «cordial», que nacerá del yo,
del cada yo, al contacto con el mundo —con el «tiempo»— en que está inmerso.
Que lo más íntimo sea lo más universal no implica un culto al yo. Ni significa que ese
necesario mirarnos hacia dentro tenga como finalidad perdernos en esa contemplación,
aislándonos del otro; de los otros. El poeta de mañana dirá su intimidad, pero la dirá a
todos, firmemente anclado a su realidad: «El culto al yo como única realidad creadora —
escribía en "Reflexiones sobre la lírica"— en función de la cual se daría exclusivamente
el arte, comienza a declinar. Se diría que Narciso ha perdido su espejo, con más exactitud
que el espejo de Narciso ha perdido su azogue, quiero decir, la fe en la impenetrable
opacidad de lo otro, merced a la cual —y sólo por ella— sería el mundo un puro
fenómeno de reflexión que nos rindiese nuestro propio sueño, en último término, la
imagen de nuestro soñador. Pero como tampoco hay renuncia sin provecho, la canción
de los nuevos poetas parecerá vibrar en un aire más puro y más claro, donde la luz
tornase a su modesto oficio de hacernos más limpio y transitable el camino de los ojos. Si
con la sensación estamos en parte en las cosas mismas, o si como seres conscientes ni
fingimos ni deformamos nuestro universo; si el soñador despierta no ya entre fantasmas,
sino firmemente anclado en un trozo de ¡o real, será el respeto cósmico a la ley que nos
obliga y afinca en nuestro lugar y en nuestro tiempo, la fuente de una nueva y severa
emoción, que podrá tener algún día madura expresión lírica».
Los futuros poetas, dirá en el «Diálogo entre Juan de Mairena y Jorge Meneses», no
se cantarán a sí mismos; no sentirán solos, «porque nadie siente si no es con otro, con
otros... ¿por qué no con todos?». Serán cantores de una nueva sensibilidad: la suya, la
más íntimamente suya, que estará, sin embargo, conformada por el tiempo en que les
toque vivir.
(Aurora de Albornoz, pról. a Antonio Machado, op. cit., pp. 27-34).
Lo que importa es hablar o cuando menos escribir un pensamiento hablado. La
novedad en la poética es la surgencia del otro.
Yo nunca os aconsejaré que escribáis nada, porque lo importante es hablar y decir a
nuestro vecino lo que sentimos y pensamos. Escribir, en cambio, es ya la infracción de
una norma natural y un pecado contra la naturaleza de nuestro espíritu. Pero si dais en
escritores, sed meros taquígrafos de un pensamiento hablado. Y nunca guardareis lo

58
escrito. Porque lo inédito es como un pecado que no se confiesa y se os pudre en el
alma, y toda ella la contamina y corrompe. Os libre Dios del maleficio de lo inédito.
Pero del mañana, se dirá, del nuevo siglo, que para muchos comienza después de la
guerra y para algunos apenas si ha comenzado todavía, del mañana y de su poeta, de su
hombre, ¿quién se atreve a vaticinar? ¡Bah!, cualquiera que no padezca del miedo pueril
a equivocarse que es, en el fondo, el fatuo anhelo de sentar plaza de infalible.
El mañana, señores, bien pudiera ser un retorno —nada enteramente nuevo bajo el
sol— a la objetividad, por un lado, y a la fraternidad, por el otro. Una nueva fe —porque
es en el campo de las creencias donde se plantean los problemas esenciales del espíritu—
se ha iniciado ya. Comienza el hombre nuevo a desconfiar de aquella soledad que fue
causa de su desesperanza y motivo de su orgullo. Ya no es el mundo mi representación,
como era en lo más popular, la única verdad metafísica popular del ochocientos. Se tornó
a creer en lo otro y en el otro, en la esencial heterogeneidad del ser. El yo egolátrico del
ayer aparece hoy más humilde ante las cosas. Ellas están ahí y nadie ha probado que las
engendre yo cuando las veo, enfrente de mí hay ojos que me miran y que,
probablemente, me ven, y no serían ojos si no me viesen.
(Antonio Machado, Antología de su prosa. H: Literatura y arte, pról. y selec. de
Aurora de Albornoz, Madrid, Edicusa, 1976, pp. 53 y 77.)
Cuando Machado expresa los problemas de la lírica, dice lo siguiente:
No decimos gran cosa ni decimos siquiera [lo] suficiente cuando afirmamos que al
poeta le basta con sentir honda y fuertemente y con expresar claramente su sentimiento.
Al hacer esta afirmación damos por resueltos, sin siquiera enunciarlos, muchos
problemas.
El sentimiento no es una creación del sujeto individual, una elaboración cordial del
YO con materiales del mundo externo. Hay siempre en él una colaboración del TÚ, es
decir, de otros sujetos. No se puede llegar a esta simple fórmula: mi corazón, enfrente del
paisaje, produce el sentimiento. Una vez producido, por medio del lenguaje lo comunico
a mi prójimo. Mi corazón, enfrente del paisaje, apenas sería capaz de sentir el terror
cósmico, porque aun este sentimiento elemental necesita, para producirse, la congoja de
otros corazones enteleridos en medio de la naturaleza no comprendida. Mi sentimiento
ante el mundo exterior, que aquí llamo paisaje, no surge sin una atmósfera cordial. Mi
sentimiento no es, en suma, exclusivamente mío, sino más bien NUESTRO. Sin salir de
mí mismo, noto que en mi sentir vibran otros sentires y que mi corazón canta siempre en
coro, aunque su voz sea para mí la voz mejor timbrada. Que lo sea también para los
demás, éste es el problema de la expresión lírica.
(Antonio Machado, op. cit., pp. 101-2.)
Realmente es difícil poder sintetizar el hilo conductor de la poética machadiana con
mayor claridad procesual y contenido real. Otra forma de ver la postura interior de
Machado es entender su concepción del mundo poético y, en definitiva, del arte: la
creación como expresión social del hondo sentimiento colectivo. Poesía en el tiempo,
captación e invento del fluir que produce, obra y queda.
He ahí el poema: río y piedra que documentan la corriente fluente del tiempo; el

59
diálogo del hombre con su tiempo, con su historia; poeta social. Poética, en fin, que
adviene en conciencia viva, presencializadora de ámbitos e historias amanecidas en otros
heterogéneos; Poética y poema del hombre en el tiempo, productora del tiempo.
Señalamos a continuación dos textos del propio Machado sobre el tema, que
confirman la lectura y análisis de Aurora Albornoz.
20/ANTHROPOS

No sólo en el sentir participa el tú, sino que el lenguaje como material poético, antes
de ser recreado en poema, es de ellos, objetivo, de los otros.
Pero el arte, y especialmente la poesía —añade Martín—, que adquiere tanta más
importancia y responde a una necesidad tanto más imperiosa cuanto más ha avanzado el
trabajo descualificador de la mente humana (esta importancia y esta necesidad son
independientes del valor estético de las obras en que cada época se producen), no puede
ser sino una actividad de sentido inverso al del pensamiento lógico. Ahora se trata (en
poesía) de realizar nuevamente lo desrealizado; dicho de otro modo: una vez que el ser
ha sido pensado como no es, es preciso pensarlo como es; urge devolverle su rica,
inagotable heterogeneidad.
Este nuevo pensar, o pensar poético, es pensar cualificador. No es, ni mucho menos,
un retorno al caos sensible de la animalidad; porque tiene sus normas, no menos rígidas
que las del pensamiento homogeneizador, aunque son muy otras. Este pensar se da entre

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realidades, no entre sombras; entre intuiciones, no entre conceptos. «El no ser es ya
pensado como no ser y arrojado, por ende, a la espuerta de la basura.» Quiere decir
Martín que, una vez que han sido convictas de oquedad las formas de lo objetivo, no
sirven ya para pensar lo que es. Pensando el ser cualitativamente, con extensión infinita,
sin mengua alguna de lo infinito de su comprensión, no hay dialéctica humana ni divina
que realice ya el tránsito de su concepto al de su contrario, porque, entre otras cosas, su
contrario no existe.
Necesita, pues, el pensar poético una nueva dialéctica, sin negaciones ni contrarios,
que Abel Martín llama lírica y, otras veces, mágica, la lógica del cambio sustancial o
devenir inmóvil, del ser cambiando o el cambio siendo. Bajo esta idea, realmente
paradójica y aparentemente absurda, está la más honda intuición que Abel Martín
pretende haber alcanzado.
(Antonio Machado, op. cit, pp. 135-6.)
El hombre nuevo no puede definirse por el sueño, sino por el despertar, para
cualificar la realidad. Así la poesía nuevamente lo desrealiza.
Otro texto importante en que centra su pensar en el tiempo, es el siguiente:
El pensamiento lógico, que se adueña de las ideas y capta lo esencial, es una
actividad destemporalizadora. Pensar lógicamente es abolir el tiempo, suponer que no
existe, crear un movimiento ajeno al cambio, discurrir entre razones inmutables. El
principio de identidad —nada hay que no sea igual a sí mismo— nos permite anclar en el
río de Heráclito, de ningún modo aprisionar su onda fugitiva. Pero al poeta no le es dado
pensar fuera del tiempo, porque piensa su propia vida que no es fuera del tiempo,
absolutamente nada.
Me siento, pues, algo en desacuerdo con los poetas del día. Ellos propenden a una
destemporalización de la lírica no sólo por el desuso de los artificios del ritmo, sino, sobre
todo, por el empleo de las imágenes más en función conceptual que emotiva. Muy de
acuerdo, en cambio, con los poetas futuros de mi Antología, que daré a la estampa,
cultivadores de una lírica, otra vez inmergida en las «mesmas vivas aguas de la vida»,
dicho sea con frase de la pobre Teresa de Jesús. Ellos devolverán su honor a los
románticos, sin serio ellos mismos; a los poetas del siglo lírico, que acentuó con un
adverbio temporal su mejor poema, al par que ponía en el tiempo, con el principio de
Carnot, la ley más general de la naturaleza. [...]
No hay mejor definición de la poesía que ésta: «poesía es algo de lo que hacen los
poetas». Qué sea este algo no debéis preguntarlo al poeta. Porque no será nunca el poeta
quien os conteste. [...]
Las obras poéticas realmente bellas, decía mi maestro —habla Mairena a sus
discípulos—, rara vez tienen un solo autor. Dicho de otro modo: son obras que se hacen
solas, a través de los siglos y de los poetas, a veces a pesar de los poetas mismos, aunque
siempre, naturalmente, en ellos. Guardad en la memoria estas palabras, que mi maestro
confesaba haber oído a su abuelo, el cual, a su vez, creía haberlas leído en alguna parte.
Vosotros meditad sobre ellas. [...]
Si vais para poetas, cuidad vuestro folklore. Porque la verdadera poesía la hace el

61
pueblo. Entendámonos: la hace alguien que no sabemos quién es o que, en último
término, podemos ignorar quien sea , sin el menor detrimento de la poesía. No sé si
comprenderéis bien lo que os digo. Probablemente, no.
(Antonio Machado, op. cit., pp. 167-8, 176, 189, 197.)
Todo el conjunto del material y una lectura amplia de la prosa y poemas de Antonio
Machado,"nos lleva a su interior, a su mirador habitado por un pensamiento creador
revolucionándose siempre desde un centro. Vemos, entonces, al verdadero poeta,
sencillamente porque crea, inventa, innova y adviene. Está más allá de todos los datos,
de los hechos y las experiencias; siempre en exilio, excedido y centrado en el fondo,
hondamente sentido y vivido. Su función es traspasar todas las cosas, los materiales, ir
hacia... y estar en la fuente. Ser y estar en Fuente fluente y desde ahí, en ese estado,
crear un poema como documento de conocimiento y vivir lo real, lo otro y al otro: la
transida heterogeneidad del ser.
La lectura sencilla de estos textos nos sitúa en la intimidad herida y creadora de A.
Machado. Ahí podremos ya entender su postura histórica y vital que aparece en «Desde
el mirador de la guerra». Se trata siempre de un acercamiento hondo al final del camino,
donde permanecer siempre en proceso y resurrección; en producción renovada e
invitadora a una lógica poética capaz de inventar al otro. En definitiva, como él mismo
nos dice en el prólogo a Páginas escogidas, en respuesta a la cuestión del valor
estimativo de su obra: «haber contribuido en ella [...] a la poda de ramas superfluas en el
árbol de la lírica española, y haber trabajado con sincero amor para futuras y más
robustas primaveras». Ello constituye, por tanto, un valor relativo: la fe cordial y honda
creencia que el poeta descubre en sí mismo.

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3. «Desde el mirador de la
guerra»
Hay un libro en prosa del poeta Antonio Machado, donde se recogen todas sus
palabras, escritas o pronunciadas directamente, acerca de la guerra, más bien, en la
guerra.
Ménica Alonso vuelve ahora sobre este material, su itinerario y complementariedad
testimonial. Lo recoge todo ello en este hermoso libro titulado Antonio Machado. Poeta
en el exilio. De él entresacamos algunos documentos, especialmente aquellos que
expresan su visión de la peripecia vital de la guerra civil y de Europa. Existen temas
todavía palpitantes, no suficientemente aclarados.
Como pórtico e introducción al tema, recogemos un artículo de María Zambrano, en
Hora de España, en que comenta y elabora el significado y el sentido histórico y
antropológico del libro de Machado. Se titula el artículo «La guerra de Antonio
Machado». Es un texto para leer en silencio y soledad, y recobrar la memoria, la
presencia de amigos que están en el hondo abismo de la historia. Se trata de un artículo
importante, palabra elaborada, hablada y dejada en escritura. Su tesis produce tratados.

63
Cierra, María Zambrano, con estas palabras su trabajo, condensando al máximo su clara
palabra de experiencia: «Sin melancolía y con austero dolor nos habla a lo más íntimo de
nosotros este libro, La guerra, ofrenda de un poeta a su pueblo». He aquí el texto en su
integridad:
Un libro en prosa del poeta Antonio Machado, donde se recogen todas sus palabras,
escritas o pronunciadas directamente acerca de la guerra o, más bien, en la guerra.
La poesía española es tal vez lo que más en pie ha quedado de nuestra literatura,
cosa que no nos ha soprendido porque su línea ininterrumpida desde Juan Ramón
Jiménez es lo más revelador, la manifestación más transparente del hondo suceso de
España, y si algún día alguien quisiera averiguar la profunda gestación de nuestra historia
más última, tal vez tenga que acudir a esta poesía como a aquello en que más
cristalinamente se aparece. Lo que estaba aconteciendo entre nosotros era de tal manera
grave, que huía cuando se pretendía apresarlo y aparecía, en cambio, en casi toda su
plenitud cuando el hombre creía estar solo, entregado a sus más íntimos y recónditos
afanes. Por esto, y por otras razones, entre las que pudiéramos apuntar que la historia de
España es poética por esencia, no por que la hayan hecho los poetas, sino porque su
hondo suceso es continua transmutación poética, y quizá también porque toda historia, la
de España y la de cualquier otro lugar, sea en último término poesía, creación, realización
total; por todo esto que se apunta y por otras cosas que se callan, tal vez sea la poesía
española, desde Juan Ramón Jiménez hasta hoy, el índice o documento mejor de
nuestros verdaderos acontecimientos.
Testimonio de nuestro suceso, la poesía, hasta en sus últimas consecuencias, ha
tenido el testimonio extremo, ha tenido sus mártires y hasta sus renegados, si bien, es
verdad que la poesía de estos últimos se ha desdibujado de tal manera que apenas existe.
La poesía española hoy nos acompaña, justo es proclamarlo, y con tanta mayor
imparcialidad por no ser quien esto afirma y siente de la estirpe de los poetas.
Pero entre todos los poetas que en su casi totalidad han permanecido fieles a su
poesía, que se han mantenido en pie, ninguna voz que tanta compañía nos preste, que
mayor seguridad íntima nos dé, que la del poeta Antonio Machado.

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No es un azar que sea así, por la condición misma poética que de Fragmento de la portada
de un número de la revista Milicia Popular, diario del 5.° Regimiento siempre ha tenido Machado; nada
nuevo nos brinda, nada hay en él que antes y desde el primer día ya no estuviera. Y si
hoy aparece en primer término y con mayor brillo, se debe, no a lo que él haya añadido,
sino a la situación de la vida española, a que por virtud de las terribles circunstancias
hemos venido a volver los ojos en esa última mirada de vida o muerte, hacia lo cierto,
hacia lo seguro, hacia la verdad honda que en horas más superficiales hemos podido
quizá eludir. La voz poética de Antonio Machado canta y cuenta de la vida más
verdadera y de las verdades más ciertas, universales y privadísimas al par de toda vida.
¿Qué sería de nosotros, de todo hombre, si no supiésemos hoy y no nos lo supiesen
recordar el saber último que con sencillez de agua nos susurran al oído las palabras
poéticas de Machado? Y aunque en última instancia, todo hombre, toda hombría en
plenitud sepa de esas cosas, son necesarias siempre su formulación poética, porque en la
conciencia de un poeta verdadero adquieren claridad y exactitud máxima y al ser
expresadas, al ser recibidas por cada uno en su perfecto lenguaje, ya no nos parecen
nuestras, cosa individual, sino que nos parecen venir del fondo mismo de nuestra

65
historia, adquieren categoría de palabras supremas, esa que todo pueblo ha necesitado
escuchar alguna vez de boca de un Legislador, Legislador poético, padre de un pueblo.
Palabras paternales son las de Machado, en que se vierte el saber amargo y a la vez
consolador de los padres, y que con ser a veces de honda melancolía, nos dan seguridad
al darnos certidumbre. Poeta, poeta antiguo y de hoy; poeta de un pueblo entero al que
enteramente acompaña.
Y si en días alegres podemos apartarnos de la voz de los padres, a ellos volvemos
siempre en los días amargos y difíciles; las dificultades nos traen a la verdad, y en ella
nos reconciliamos todos. Pero es preciso para que la paz sea perfecta que la voz paternal
no la enturbien luego los reproches, la recriminación o el resentimiento por el olvido
sufrido. Que como agua vaya vertiendo para todos, pero sintiéndola cada uno nacer al
lado de su oído, la verdad humilde y antigua.
Esta voz es hoy para nosotros, españoles que vivimos las más duras circunstancias
que se han exigido a pueblo alguno, la voz de la poesía de Machado, no ya de la de
ahora, sino de esa contenida en sus poesías completas y que estaba ahí ya de antes, ya
de siempre, igual a sí misma a través de todas las alternativas de nuestra vida literaria; es
el único consuelo posible, aquello que nos promete porque nos descubre y nos muestra
nuestros claros, más claros orígenes. La palabra del poeta ha sido siempre necesaria a un
pueblo para reconocerse y llevar con íntegra confianza su destino difícil, cuando la
palabra del poeta, en efecto, nombra ese destino, lo alude y lo testifica, cuando le da, en
suma, un nombre. Es la mejor unidad de la poesía con la acción o como se dice con la
política, la mejor y tal vez única forma de que la poesía puede colaborar en la lucha
gigantesca de un pueblo: dando nombre a su destino, reafirmando a sus hijos todos los
días su saber claro y misterioso del sino que le cumple, transformando la fatalidad ciega
en expresión liberadora. Y sin buscarlo, nos acude a la mente un nombre: Hornero, a
quien de un modo literario en nada pretendemos cotejar con nuestro humilde cantor de
los campos castellanos, el cantor—¿coincidencia?—de las altas praderas numantinas.
No se trata de comparar méritos ni nosotros sabríamos discernirlo, pero es quizá una
categoría poética que un poeta determinado puede llevar con más o menos talento, con
más o menos fortuna literaria. Si acude con su grandeza impersonal —impersonal hasta
en su ciega mirada— el divino cantor de la Grecia legendaria es por eso, justamente, por
su impersonalidad, porque a su través ya no creemos escuchar a un hombre
determinado, sino a un pueblo.
Todo ello acude a decirnos que es Antonio Machado un clásico, un clásico que, por
fortuna, vive entre nosotros y posee viva y fluente su capacidad creadora. Y es clásico
también por la distancia de que su voz nos llega; con sentirla cada uno dentro de sí, se le
oye llegar de lejos, tan de lejos que oímos resonar en ella todos los íntimos saberes que
nos acompañan, lo que en la cultura viene a ser la paternidad, aquello que poseemos de
regalo, de herencia. Por el solo hecho de ser españoles recibimos el tesoro con nuestro
idioma, lo recibimos y llevamos en la sangre, en lo que es sangre en el espíritu, en
aquello vivo, íntimo y que, siendo lo más inmanente, es lo que nos une: la sangre de una
cultura que late en su pueblo, en el verdadero pueblo, aunque sea analfabeto. Y por esto

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es también su viva historia lo que pasa y lo que queda.
Poeta clásico. Una de las cuestiones que más falta haría aclarar y poner de manifiesto
es la diferente manera de ser poeta o las diferentes formas de poesía. No cabe con una
mínima honestidad intelectual abarcar lo mismo a fenómenos y sucesos tan desemejantes
como el de Verlaine y Dante, por ejemplo. Aunque a todos abarque la unidad de la
poesía, sin duda son varias las especies de ella, que hacen distinta la situación del poeta
con respecto a su propia poesía y distinta la función histórica de la misma poesía.
Porque hemos comenzado diciendo que La guerra es un libro en prosa —salvo dos
poemas— de un poeta. Pensamientos de un poeta que en Antonio Machado forma ya
además un volumen casi parejo en extensión al de su poesía; Juan de Mairena crece al
lado de Antonio Machado. Quiere esto decir y lo dice, además, por la naturalidad y
perfección de la prosa, y por la exactitud del concepto, que no se trata de un poeta que
accidentalmente piensa. Y es él mismo quien nos lo dice: «Todo poeta —dice Juan de
Mairena— supone una metafísica; acaso cada poeta debiera tener la suya —implícita,
claro está, nunca explícita—, y el poeta tiene el deber de exponerla por separado, en
conceptos claros. La posibilidad de hacerlo distingue al verdadero poeta del mero
señorito que compone versos».
Es esta relación entre pensamiento filosófico y poesía uno de los motivos más hondos
para clasificar a un poeta, si la tal clasificación existiera. Un motivo hondo, moral, salta a
la vista en el caso de Machado. Y es el sentimiento de responsabilidad. Machado,
hombre, acepta lo que dice Machado, poeta, y pretende en último término darnos las
razones de su poesía, es decir, que el poeta humildemente —hay que repetir de continuo
está condición de la humildad tratándose de Machado— somete a justificación su poesía,
no la siente manar de esas regiones suprahumanas que unas veces se han llamado Musas,
otras inspiración, otras subconciencia, designando siempre, al poner su origen tan alto o
tan bajo, mas nunca en la conciencia, que la poesía no es cosa de la que se pueda
responder; que ello es cosa de misterio, cosa de fe, milagrosa revelación humana en que
no interviene el Dios, pero sí lo que cerca del hombre sea más divino, esto es, más
irresponsable.
Machado que dice, sin embargo, en una de las páginas de este libro: «por influjo de
lo subconsciente sine qua non de toda poesía», somete luego la poesía a razón diciendo
que la lleva implícita, es decir, que en último término no cree en la posibilidad de una
poesía fuera de razón o contra la razón, fuera de ley. Para Machado la poesía es cosa de
conciencia. Cosa de conciencia, esto es, de razón, de moral, de ley.
Y si miramos a su propia poesía, sin atender a los pensamientos que Juan de Mairena
o el mismo Machado hombre nos da en La guerra, vemos que no le es ajeno el
pensamiento. No sucede esto en el mundo por primera vez: que pensamiento y poesía,
filosofía y poesía se amen y requieran en contraposición, y tal vez para algunos, consuelo
de aquellas veces en que mutuamente se rechazan y andan en discordia. No es la primera
vez, y así acuden a nuestra memoria, las diversas formas de esta unidad. Los primeros
pensamientos filosóficos son a la par poéticos; en poemas se vierten los transparentes
pensamientos de Parménides, de Pitágoras; poetas y filósofos son, al mismo tiempo, los

67
descubridores de la razón en Grecia. Poesía y escolástica encontramos en Dante, y
pensamiento, clarividente y concentrado pensamiento encontramos en Baudelaire. Pero
hay nombres más próximos a nosotros a quienes inmediatamente nos trae a la mente
Antonio Machado: Jorge Manrique, o como él le llama, D. Jorge Manrique, queriendo tal
vez señalar con ello la cercanía viviente en que le siente. De un lado Jorge Manrique, de
otro la poesía popular,

ANTHROPOS/23

Misterios hondos en que juegan muerte y amor. En ellos se desenvuelve la poesía de


Antonio Machado; su poesía y su pensamiento requeridos, engendrados por estos
opuestos polos, Muerte y Amor.
Porque es Machado en nuestra lírica un poeta erótico, honda y serenamente erótico.
Y al llegar a este punto la voz de un maravilloso poeta aparece llena de alusiones: San

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Juan de la Cruz. También él necesitaba comentar sus versos, empaparlos de razón y aun
de razones. Razones de amor tan sabrosas de leer como su amorosa poesía.
Razones de amor porque cumplen una función amorosa, de reintegrar a unidad los
trozos de un mundo vacío; amor que va creando el orden, la ley, amor que crea la
objetividad en su más alta forma. Mucho sabe de esto Machado y claramente lo expresa
en su «Abel Martín» incluido en el volumen de Poesías completas. Maravillosos
pensamientos de un poeta, razones de amor que algún día serán mirados como
continuación de lo meor y más vivo de nuestra mística. Amor infinito hacia la realidad
que le mueve a reintegrar en su poesía toda la íntima substancia que la abstracción diaria
le ha restado.
El pensamiento científico, descualificador, desubjetivador, anula la heterogeneidad del
ser, es decir, la realidad inmediata, sensible, que el poeta ama y de la que no puede ni
quiere desprenderse. El pensar poético, dice Machado, se da «entre realidades, no entre
sombras; entre intuiciones, no entre conceptos». El concepto se obtiene a fuerza de
negaciones, y «el poeta no renuncia a nada ni pretende degradar ninguna apariencia». Y
en otro lugar: «¿Y cómo no intentar devolver a lo que es su propia intimidad? Esta
empresa fue iniciada por Leibnitz, pero solamente puede ser consumada por la poesía».
«Poesía y razón se completan y requieren una a otra. La poesía vendría a ser el
pensamiento supremo por captar la realidad íntima de cada cosa, la realidad fluente,
movediza, la radical heterogeneidad del ser.» Razón poética, de honda raíz de amor.
No podemos perseguir por hoy, lo cual no significa una renuncia a ello, los hondos
laberintos de esta razón poética, de esta razón de amor reintegradora de la rica substancia
del mundo. Baste reconocerla como médula de la poesía de Antonio Machado, poesía
erótica que requiere ser comentada, convertida a claridad, porque el amor requiere
siempre conocimiento.
especialmente andaluza, en que nuestro pueblo dicta su sentir, sentir que es sentencia,
esto es, corazón y pensamiento.
Esta unidad de razón y poesía, pensamiento filosófico y conocimiento poético de la
sentencia popular y que encontramos en todo su austero esplendor en Jorge Manrique,
¿de dónde viene? ¿Dónde se engendra? Una palabra llega por sí misma no más se piensa
en ello: estoicismo; la popular sentencia y la culta copla del refinado poeta del siglo XV,
parecen emanar de esta común raíz estoica, que aparece no más intentamos sondear en
lo que se llama nuestra cultura popular.
Menos azarante y problemático es el estoicismo de las coplas de Jorge Manrique que
aquel que escuchamos resonar en nuestro cancionero y aun en los dichos con que
nuestro pueblo se anima o se consuela en los trances difíciles. La época en que fueron
escritas las coplas de Jorge Manrique coinciden con una ancha y extensa ola de
meditación sobre la muerte que recorría toda la Europa culta. Pero sí tendríamos siempre
que anotar el hecho de que sean estas coplas de meditación ante la muerte, lo que más
honda y persistentemente nos ha legado nuestro pasado literario, lo que está siempre en
el fondo de nuestro corazón presto a saltar a nuestra memoria. Todo ello y hasta la
denominación estoica que le aplicamos lleva consigo graves cuestiones en las que no

69
podemos sumergirnos, aunque bien necesario sería para comprender en su integridad la
poesía y el pensamiento de nuestro poeta.
Seguramente que esta solución estoica, como explicación de su íntima unidad
poético-filosófica, no sería aceptada sin más por Machado, quien dice en las mismas
líneas de este libro que nos ocupa, refiriéndose a Unamuno: «De todos los pensadores
que hicieron de la muerte tema esencial de sus meditaciones fue Unamuno quien nunca
nos habló de resignarse a ella. Tal fue la nota antisenequista—original y españolísima, no
obstante— de este incansable poeta de la angustia española».
Parecería leerse en estas líneas un cierto reproche al senequismo español y a su
resignación ante la muerte, como cosa de inferior estirpe que la angustiosa agonía de D.
Miguel al querer vencerla, al no aceptarla. Pero más adelante dice: «Porque la muerte es
cosa de hombres —digámoslo a la manera popular— o, como piensa Heidegger, una
característica esencial de la existencia humana, de ningún modo un accidente de ella; y
sólo el hombre —nunca el señorito—, el hombre íntimamente humano en cuanto ser
consagrado a la muerte, puede mirarla cara a cara. Hay en los rostros de nuestros
milicianos —hombres que van a la guerra por convicción moral, nunca como
profesionales de ella— el signo de una profunda y contenida meditación sobre la muerte.
Vistos a la luz de la metafísica heideggeriana es fácil advertir en estos rostros una
expresión de angustia dominada por una decisión suprema, el signo de resignación y
triunfo de aquella libertad para la muerte a que aludía el ilustre filósofo de Friburgo».
Está aquí expresado por el propio poeta de modo transparente, lo que entiende por
ser hombre en su integridad. De esta entereza humana arranca la unidad moral, poética y
filosófica de la poesía de Machado. Es lo que está siempre en el fondo de ella como lo
está en el rostro de nuestros milicianos.
¡Una profunda y contenida meditación sobre la muerte! Sin comprometernos ahora
con la denominación estoica, sí cabe decir que lo que enlaza la poesía de Machado a la
copla popular, a Jorge Manrique, y a ellos con la serena meditación de nuestro Séneca, es
este arrancar de un conocimiento sereno de la muerte; este no retroceder ante su imagen,
este mirarla cara a cara que lleva hasta el mismo borde del suicidio.
Alguien ha dicho, y si no, ha podido decirlo, que el estoicismo es una filosofía de
suicidas. Tal vez, y tal vez sea un género único de suicidio, el único suicidio noble por ser
engendrador de realidades, nacido del amor a algo que queremos más que a nuestra
propia existencia —tal, la Patria, la libertad—. Y tal vez el suicidio del estoico signifique
una amorosa aniquilación del yo, para que lo otro, la realidad, comience a existir
plenamente.
24/ANTHROPOS

70
Amor y conocimiento a través de estas páginas de La guerra, van directamente hacia
su pueblo. La entereza con que el ánimo del poeta afronta la muerte, le permite afrontar
cara a cara a su pueblo, cosa que sólo un hombre en su entereza puede hacer. Porque es
la verdad la que le une a su pueblo, la verdad de esta hombría profunda que es la razón
última de nuestra lucha. Y en ella, pueblo y poeta son íntimamente hermanos, pero
hermanos distintos y que se necesitan. El poeta, dentro de la noble unidad del pueblo, no
es uno más, es, como decíamos al principio, el que consuela con la verdad dura, es la
voz paternal que vierte la amarga verdad que nos hace hombres. Voz paternal la de
Machado, aunque tal vez al sentirla así contribuya, para quien esto escribe, el haber visto
su sombra confundida con la paterna en años lejanos de adolescencia, allá en una antigua
y dorada ciudad castellana. La sombra paterna... y la sombra de amigos caídos en la
lucha común. El escultor Emiliano Barra!, que a un tiempo esculpiera también la cabeza
de Machado y la paterna, muerto ahora hace un año por nuestra lucha en el frente de
Madrid... Y tu cincel me esculpía. La poesía de Machado ha devuelto al escultor su
obra, y las últimas palabras casi de este libro van a él dedicadas: «Cayó Emiliano Barra!,
capitán de las milicias de Segovia, a las puertas de Madrid, defendiendo a su patria contra
un ejército de traidores, de mercenarios y de extranjeros. Era tan grande escultor que
hasta su muerte nos dejó esculpida en un gesto inmortal.» Y con Emiliano Barral todo un
trozo de vida en la lejana y dorada ciudad, encendida de torres y altos chopos. La poesía

71
de Machado afronta sin debilidad la melancolía de estas pérdidas irreparables. Sin
melancolía y con austero dolor nos habla a lo más íntimo de nosotros este libro, La
guerra, ofrenda de un poeta a su pueblo.
(María Zambrano, «La guerra de Antonio Machado», Hora de España, t. 3, n.° 12,
1937, pp. 68-74.)
actividades libres, ni superfluas ni parasitarias, merced a las cuales el hombre se aventaja
a los otros primates. Si queda esto bien asentado entre nosotros, podremos pasar a
examinar cuanto hay de supersticioso en el culto apologético del trabajo. Quede para otro
día, en que hablaremos de los ejércitos del trabajo.
Destacamos, en síntesis, algunas ideas por su importancia y novedad: la historia de
España es poética por esencia; su hondo suceso es continua transmutación poética; pero
en el fondo
-—comenta María Zambrano— toda historia es poesía, creación, realización total. La
poesía como índice o documento de nuestros acontecimientos históricos. La voz del
Poeta, como prestación de compañía y seguridad íntima. Por él nos llegan, sencillas y
ciertas, las verdades más hondas, esto es, «nos parecen venir del fondo mismo de
nuestra historia». El poeta crea conciencia, da nombre a su pueblo, por eso sus palabras
son necesarias para conocer su destino. «El poeta le da nombre transmutándolo en
expresión liberadora.» Meditación senequista de la muerte. Poesía y pueblo en unidad
fundida. La poesía capta, por eso, la realidad fluente, movediza de la historia y la
realidad; poesía en el tiempo. Pensamientos hondos y bellos los que María Zambrano
elabora y devuelve a Antonio Machado y a nuestras presencias vivas en la historia.
Seleccionamos algún texto de Antonio Machado sobre la guerra y la paz, y
especialmente las relaciones de España y la República con Europa:
Cuando los hombres acuden a las armas, la retórica ha terminado su misión. Porque
ya no se trata de convencer, sino de vencer y abatir al adversario. Sin embargo, no hay
guerra sin retórica. Y lo característico de la retórica guerrera consiste en ser ella misma
para los dos beligerantes, como si ambos comulgasen en las mismas razones y hubiesen
llegado a un previo acuerdo sobre las mismas verdades. De aquí deducía mi maestro la
irracionalidad de la guerra, por un lado, y de la retórica, por otro.
Escribir para el pueblo —decía mi maestro— ¡qué más quisiera yo! Deseoso de
escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él
sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra,
de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer. Escribir para
el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en
Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Por eso yo no he pasado de folklorista,
aprendiz, a mi modo, de saber popular. Siempre que advirtáis un tono seguro en mis
palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo.
(Antonio Machado, «Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su
maestro Abel Martín», Hora de España, n.° 1, enero 1937, en Monique Alonso, op. cit.,
pp. 92 y 94-5.)
La revolución es siempre desde abajo y la nace el pueblo. Una gran parte de la

72
juventud española ha abrazado valientemente la causa popular, y España tiene hoy lo que
hace mucho tiempo necesitaba: una juventud sana y enérgica, capaz de mirar
serenamente al mañana: una juventud realmente joven.
Yo no soy un verdadero socialista y, además, no soy joven; pero, sin embargo, el
socialismo es la gran esperanza humana ineludible en nuestros días, y toda superación del
socialismo lleva implícita su previa realización. Soy de los pocos viejos que no creyeron
nunca en las falsas juventudes. Siempre pensé que la renovación de nuestra vieja España
comenzaría por una estrecha cooperación del esfuerzo juvenil férreamente disciplinado.
Confío en vosotros, que sois la juventud con que he soñado hace muchos años. Con
vosotros estoy de todo corazón.
(A. Machado, declaración al semanario Ahora, 3 octubre 1936, en Monique Alonso, op.
cit, pp. 33-4.)
De ningún modo quisiera yo —habla Juan de Mairena a sus alumnos— educaros
para señoritos, para hombres que eludan el trabajo con que se gana el pan. Hemos
llegado ya a una plena conciencia de la dignidad esencial, de la suprema aristocracia del
hombre; y de todo privilegio de clase pensamos que no podrá sostenerse en lo futuro.
Porque si el hombre, como nosotros creemos, de acuerdo con la ética popular, no lleva
sobre sí valor más alto que el de ser hombre, el aventajamiento de un grupo social sobre
otro carece de fundamento moral. De la gran experiencia cristiana todavía en curso, es
ésta una consecuencia ineludible, a la cual ha llegado el pueblo, como de costumbre,
antes que nuestros doctores. El divino Platón filosofaba sobre los hombros de los
esclavos. Para nosotros es esto éticamente imposible. Porque nada nos autoriza ya a
arrojar sobre la espalda de nuestro prójimo las faenas de pan llevar, el trabajo marcado
con el signo de la necesidad, mientras nosotros vacamos a las altas y libres actividades
del espíritu, que son las específicamente humanas. No. El trabajo propiamente dicho, la
actividad que se realiza por necesidad ineluctable de nuestro destino, en circunstancias
obligadas de lugar y de tiempo, puede coincidir o no coincidir con nuestra vocación. Esta
coincidencia se da unas veces, otras no; en algunos casos es imposible que se produzca.
Pensad en las faenas de las minas, en la limpieza y dragado de las alcantarillas, en
muchas labores de oficina, tan embrutecedoras... Lo necesario es trabajar, de ningún
modo la coincidencia del trabajo con la vocación del que lo realiza. Y es este trabajo
necesario que, lejos de enaltecer al hombre, le humilla, y aun pudiera degradarle, el que
debe repartirse por igual entre todos, para que todos puedan disponer del tiempo preciso
y la energía necesaria que requieren las La patria —decía Juan de Mairena— es, en
España, un sentimiento esencialmente popular, del cual suelen jactarse los señoritos. En
los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su
sangre y no la mienta siquiera. Si algún día tuviereis que tomar parte en una lucha de
clases, no vaciléis en poneros del lado del pueblo, que es el lado de España, aunque las
banderas populares ostenten los lemas más abstractos. Si el pueblo canta La Marsellesa,
la canta en español; si algún día grita: ¡Viva Rusia!, pensad que la Rusia de ese grito del
pueblo, si es en guerra civil, puede ser mucho más española que la España de sus
adversarios.

73
(A. Machado, «Sigue hablando Mairena a sus alumnos», Hora de España, n.° 3, marzo
1937, en Monique Alonso, op. cit, pp. 107-8.)
Es importante destacar el proyecto teórico de guerra que aporta y su vinculación con
la causa del pueblo, la revolución, la cultura y la patria. Conceptos e ideas vivos,
sangrantes y comprometidos todos ellos, hasta la muerte, en el proyecto republicano de
vida social y civil. De todas formas, en el «Juan de Mairena» nos ofrece A. Machado un
texto amplio, donde expresa sus ideas sobre la guerra y la paz:
i
Algún día —habla Juan de Mairena a sus alumnos— pudiéramos encontrarnos con
esta dualidad: por un lado, la guerra, inevitable, por otro, la paz, vacía. Dicho en otra
forma: cuando la paz esté hueca,

horra de toda contenido religioso, metafísico, ético, etc. y la guerra cargada de


razones polémicas, de motivos para guerrear, apoyada en una religión y una metafísica y
una moral, y hasta una ciencia de combate, ¿qué podrá la paz contra la guerra? El
pacifismo entonces sólo querrá decir: miedo a los terribles estragos de la guerra. La
guerra, matribus detestata, tendrá de su parte a todos los hombres animosos, frente a
una paz sólo acompañada por el miedo. En mala compañía irá entonces la paz. Os juro
que no quisiera alcanzar esos tiempos.
Algún día —habla Juan de Mairena, cinco años antes de estallar la guerra mundial—
irá Europa a una guerra de proporciones incalculables; porque todas, o casi todas, las
naciones de Europa son entidades polémicas, como si dijéramos: gallos con espolones
afilados cuya misión es pelear. Todas se definen como potencias —de primero, segundo,
o tercer orden—, el culto al poder es común a todas. Y, más que al disfrute del poder, a
su ejercicio, a la tensión del esfuerzo combativo por el cual tiende a evaluarse la calidad
humana en el mundo occidental. El struggle-for-life darwiniano se ha ido convirtiendo en
un vivir para pelear que declara superfluas todas las actividades de la paz.
Que esto sea un hecho, amigos míos, no quiere decir que existan razones absolutas
para aceptarlo como norma de conducta universal. Por lo demás, no todos los pueblos ni
todas las civilizaciones, han gustado de enaltecer al boxer, al hombre de pelea que se
prepara para romperle alegremente el esternón a su prójimo; de modo que el hecho
mismo es más limitado de lo que se cree.
Son los ingleses, acaso, quienes más han contribuido a dar esta bélica tonalidad, esta
tensión polémica al mundo occidental. Reconozcamos, sin embargo, que ellos lo han
hecho con cierta elegancia y —me atreveré a decirlo— no sin cierta inocencia. Pueblo
naturalmente de presa, el anglosajón, necesitado de vastos dominios para poder vivir con
algún decoro en su archipiélago nada pródigo en mantenencias, no podía ser un pueblo

74
contemplativo, estático y renunciador; pero ha logrado ser —reconozcámoslo— algo más
que pirata y dominador. Él ha creado formas de convivencia humana muy aceptables,
que palian y cohonestan —en apariencia, al menos— el bellum omnium contra omnes,
de Hobbes. Sobre una base agnóstica y escéptica —un escepticismo de corto radio, que
no agota nunca el contenido negativo de sus premisas— él ha creado esa flor de la
política occidental, el liberalismo, hoy en quiebra, un equilibrio dinámico de combate, que
concede al adversario el máximum de derechos compatible con la intangibilidad del
cimiento económico y social de un imperio. El mar y la Biblia han hecho lo demás para
que fuese el inglés un tipo humano bastante recomendable, que algún día será en el
mundo objeto de nostalgia.
Pronto asistiremos —añade proféticamente Juan de Mairena— al ocaso de Inglaterra,
que enseñó a boxear al Occidente, a mantenerse en perfecta disponibilidad polémica.
Asistiremos a un rápido descenso de Inglaterra, debido, en parte, a que algunos pueblos
de Oriente han aprendido demasiado bien sus lecciones, en parte a que en Europa misma
la concepción bélico-dinámica del mundo ha sido desmesurada por el genio metafísico de
los alemanes. Algo también —todo hay que decirlo— a causa de la incapacidad de los
alemanes para la convivencia pacífica con otros pueblos, que sacará a Inglaterra,
necesariamente, de su splendid isolation.
sidad generosa. Ellos han buscado por encima de todo la razón metafísica
(buscándola digo, sin encontrarla, claro es) que permita a un pueblo vivir para el
exterminio de los demás. Ellos han creado, algo peor, han nacionalizado ese sentido de la
tierra irremediablemente combativo, esa jactancia de grupo zoológico privilegiado, que
hoy envenena y divide a Europa, y que mañana pretenderá agruparla en una más vasta
entidad no menos polémica, cuando la palabra Occidente suene en nuestros oídos como
grito de bandera para las guerras de color, intercontinentales, que la misma Europa, si
Dios no lo remedia, habrá desencadenado.
Es deseable, en efecto (añadía Mairena) que el Imperio alemán sea destruido en la
próxima guerra y ello en beneficio de los mismos grupos germánicos que lo integran.
Porque la Alemania imperial prusianizada tiende fatalmente a declarar superflua su
admirable tradición de cultura, para quedarse a solas con su voluntad de poder, como ella
dice, amenazando al mundo entero, y no menos del mundo entero amenazada y
aborrecida.
La verdad es que Zaratustra, por su jactancia ético-biológica y por su tono
destemplado y violento, está pintiparado para un puntapié en el bajo vientre, que le
obligue a ceder el campo a otros maestros más hondamente humanos, que la misma
Alemania puede producir, a otros maestros que nos enseñen a contemplar, a meditar, a
renunciar...
Reparad en que los alemanes han contribuido en proporción enorme a crear en el
mundo un estado de paz agresiva tan lamentable como la guerra misma, dominado por
un concepto de rivalidad mucho más nociva que el mero campeonismo inglés, no exento
de caballero
26/ANTHROPOS

75
II
Los futuros maestros de la paz, si algún día aparecen (sigue hablando Mairena) no
serán, claro esta, propugnadores de ligas pacifistas entre entidades polémicas. Ni siquiera
nos hablarán de paz, convencidos de que una paz entre matones de oficio es mucho más
abominable que la guerra misma. Ni habrán de perseguir la paz como un fin deseable
sobre todas las cosas. ¿Qué sentido puede tener esto? Pero serán maestros cuyo consejo,
cuyo ejemplo y cuya enseñanza no podrán impulsarnos a pelear, sino por causas justas,
si estas causas existen, lo que esos maestros siempre pondrán en duda.
¿Pensáis vosotros que de una clase como esta puede salir nadie dispuesto a pelearse
con su vecino, y mucho menos por motivos triviales? Perdonad que me cite y proponga
como ejemplo: no encuentro otro más a mano. Reparad en que cuando yo elogio cosas o
personas que dejan mucho que desear, como en el caso mío, no elogio ni estas cosas ni a
estas personas, sino las ideas trascendentes de que ellas son copias borrosas, que pueden
aclararse, o imperfectas y, por ende, perfectibles.
Reparad en mi enseñanza. Yo os enseño, o pretendo enseñaros, a contemplar. ¿El
qué?, me diréis. El cielo y sus estrellas, y la mar y el campo, y las ideas mismas, y la
conducta de los hombres. A crear la distancia en este continuo abigarrado de que somos
parte, esa distancia sin la cual los ojos —cualesquiera ojos— no habrían de servirnos
para nada. He aquí una actividad esencialísima que por venturoso azar es incompatible

76
con la guerra.
Yo os enseño, o pretendo enseñaros, a meditar sobre todas las cosas contempladas, y
sobre vuestras mismas meditaciones. La paz se nos sigue dando por añadidura.
Yo os enseño, o pretendo enseñaros, a renunciar a las tres cuartas partes de las cosas
que se consideran necesarias. Y no por el gusto de someteros a ejercicios ascéticos o a
privaciones que os sean compensadas en paraísos futuros, sino para que aprendáis por
vosotros mismos cuánto más limitado es de lo que se piensa el ámbito de lo necesario,
cuánto más amplio, por ende, el de la libertad humana, y en qué sentido puede afirmarse
que la grandeza del hombre ha de medirse por su capacidad de renunciación. Espero que
de esta enseñanza mía tampoco habréis de sacar ninguna consecuencia batallona.
Yo enseño, o pretendo enseñaros, a trabajar sin hurtar el cuerpo a las faenas más
duras, pero libres de la jactancia del trabajador y de la superstición del trabajo. La
superstición del trabajo consiste en pensar que el trabajo es por sí mismo valioso, y en tal
grado que, si los fines que el trabajo persigue pudieran realizarse sin él, tendríamos
motivo de pesadumbre. Contra tamaño error de esclavos os he puesto muchas veces en
guardia. Que vuestro culto al trabajo sea el culto a Hércules, a un semidiós, no a una
plena deidad, porque los dioses propiamente dichos no trabajan. Merced a mi enseñanza,
amigos míos, la palabra huelga, que tanto viene resonando en nuestro siglo —acaso sea
ella la gran palabra de nuestro siglo— ha de perder en vuestros labios, si alguna vez la
proferís, parte de su carácter polémico para revelar su más honda significación: tregua a
las actividades necesarias para los capaces de actividades libres. ¡Paz a los hombres de
buena voluntad!
Yo os enseño, o pretendo enseñaros, oh amigos queridos, el amor a la filosofía de los
antiguos griegos, hombres de agilidad mental ya desusada, y el respeto a la sabiduría
oriental, mucho más honda que la nuestra y de mucho más largo radio metafísica Ni la
una ni la otra podrán induciros a pelear: ambas, en cambio, os harán perder el miedo al
pensamiento, mostrándoos hasta qué punto la mera espontaneidad pensante, bien
conducida, puede ser fecunda en el hombre.
Yo os enseño o pretendo enseñaros a que dudéis de todo: de lo humano y de lo
divino, sin excluir vuestra propia existencia como objeto de duda, con lo cual iréis más
allá que Descartes. Descartes tenía enorme talento; ninguno de nosotros le llegará nunca
al zancajo. Pero nosotros podemos pensar mejor que Descartes, porque las pocas
centurias que nos separan de él nos han hecho ver claramente que su célebre cogito ergo
sunt, que deduce el existir del pensar, después de haber hecho del pensamiento un
instrumento de duda, de posible negación de toda existencia, es lógicamente inaceptable,
una verdadera birria lógica, digámoslo con todo respeto.
Claro es que Descartes —en el fondo— no deduce la existencia del pensamiento, el
sunt del cogito, mucho menos del dubito, sino de todo lo contrario: de lo que él llama
representaciones claras y distintas, es decir, de las cosas que él reputa evidentes —no
sabemos por qué— entre las cuales incluye la substancia, que sería la existencia misma.
Aquí ya no hay contradicción, sino lo que suele llamarse círculo vicioso o viaje para el
cual no hacen falta alforjas.

77
Fue Cartesio —creo haberlo demostrado más de una vez— un gran matemático que
padecía el error propio de su oficio: la creencia en la indubitabilidad de la matemática y
en la claridad de sus proposiciones, sin reparar en que si el hombre no pudiera dudar de
la matemática, es decir de su propio pensamiento, no hubiera dudado nunca de nada. De
tamaño error, el más grave de la filosofía occidental, desde Platón a Kant, está
perfectamente limpia mi modesta enseñanza. Yo os enseño una duda sincera, nada
metódica, por ende, pues si yo tuviera un método, tendría un camino conducente a la
verdad y mi duda sería pura simulación. Yo os enseño una duda integral, que no puede
excluirse a sí misma, dejar de convertirse en objeto de duda, con lo cual os señalo la
única posible salida del lóbrego callejón del escepticismo. Espero que de esta enseñanza
no habréis de salir armados para la camorra.
Yo os enseño —en fin— o pretendo enseñaros, el amor al prójimo y al distante, al
semejante y al diferente y un amor que exceda un poco al que os profesáis a vosotros
mismos, que pudiera ser insuficiente.
No diréis, amigos míos, que os preparo en modo alguno para la guerra, ni que a ella
os azuzo y animo como anticipado jaleador de vuestras hazañas. Contra el célebre
latinajo, yo enseño: si quieres paz, prepárate a vivir en paz con todo el mundo. Mas si
la guerra viene, porque no está en vuestra mano evitarla, ¿qué será de nosotros —me
diréis— los preparados para la paz? Os contesto: si la guerra viene vosotros tomaréis
partido sin vacilar por los mejores, que nunca serán los que la hayan provocado, y al lado
de ellos sabréis morir con una elegancia de que nunca serán capaces los hombres de
vocación batallona.
(A. Machado, «Algunas ideas de Juan de Mairena sobre la guerra y la paz», Hora de
España, n.° 10, octubre 1937, en Monique Alonso, op. cit, pp. 173-8.)
Los siguientes textos completan el anterior, en el sentido de poner en relación los dos
conceptos de paz y de guerra y el ámbito de sus implicaciones sociales y antropológicas:
Tiempo es ya, tiempo es acaso todavía, de que ios españoles intentemos los más hondos
análisis de conciencia.
¿A dónde vamos? ¿A dónde íbamos? Preguntas son estas que llevan aparejadas otras,
por ejemplo, ¿con quiénes vamos? ¿Quiénes van a ser en lo futuro nuestros compañeros
en el viaje de la historia? ¡Si la guerra nos dejara pensar!...
Pero la guerra es un tema de meditación. Los filósofos no pueden eludirlo en
nuestros días. Cierto que para ellos la guerra plantea un problema difícil. Dentro de la
guerra hay un deber imperioso, que el filósofo menos que nadie puede eludir: el de luchar
y si es preciso el de morir al lado de los mejores. Para luchar, empero, hay que tomar
partido, y ello implica una visión muy honda de los propios motivos —ciertamente tan
honda que se les vea coincidir con las razones— y otra, digámoslo sin rebozo, demasiado
turbia y harto superficial de los motivos del adversario. Esto pudiera cohonestar la
conducta del filósofo que, para meditar sobre la guerra, pide apartamiento, del hombre
que se abstiene filosóficamente de opinar, lo que, en cierto modo, supone abstención de
la lucha. Mas en oposición a esta exigencia de distancia para la visión, hay otra de
vivencia (admitamos la palabreja) que toda honda visión implica. Y acaso sea algo frivola

78
la posición del filósofo cuando piensa que la guerra es una impertinencia que viene por
sorpresa para perturbar el ritmo de sus meditaciones. Porque la guerra la hemos hecho
todos y es justo que la padezcamos; es un momento de la gran polémica que constituye
nuestra vida social; nadie con mediana conciencia puede creerse totalmente
irresponsable. Y si la guerra nos aparece como una sorpresa en el ámbito de nuestras
meditaciones, si ella nos coge totalmente desprevenidos de categorías para pensarla, esto
quiere decir mucho en contra de nuestras meditaciones, y en pro de nuestro deber de
revisarlas y de arrojar no pocas al cesto de los papeles inservibles.
(A. Machado, «Miscelánea apócrifa. Sigue Mairena...», Hora de España, n.° 20, agosto
1938, en Monique Alonso, op. cit., p. 379.)
En las épocas de guerra hay poco tiempo para pensar. Pero las pocas cosas que
pensamos se tifien de un matiz muy parecido al de la verdad. Por ejemplo: lo más terrible
de la guerra es que, desde ella, se ve la paz, la paz que se ha perdido, como algo más
terrible todavía. Cuando el guerrero lleva este pensamiento entre ceja y ceja, su
semblante adquiere una cierta expresión de santidad.
(A. Machado, «Notas y recuerdos de Juan de Mairena», Hora de España, n.° 16, en
Monique Alonso, op. cit., p. 308.)
Lo que nos ofrece y presenta en los anteriores planteamientos A. Machado en boca
de un apócrifo, Juan de Mairena, es toda una propuesta pedagógica que puede cambiar a
Europa como «entidad polémica». El nervio de su planteamiento, que va a adquirir
expresiones concretas en la conducta de las naciones europeas en relación con la guerra
civil española, lo constituye el siguiente principio: «Si quieres paz, prepárate a vivir en
paz con todo el mundo.» Esto se ejercita realizando la enseñanza que propone:
meditación, renuncia a sí mismo como ampliación del campo de la libertad, la huelga
como tregua a las actividades necesarias para los capaces de actividades libres; afirmarse
en la duda integral, es decir, duda del propio pensamiento, y por fin, practicar el amor al
prójimo y al distante. El afianzamiento de la guerra radica en la constitución polémica de

Europa, especialmente de Inglaterra y Alemania. Su concepción burguesa de la


realidad social. El liberalismo concede al adversario el máximo de derechos «compatible
con la intangibilidad del cimiento económico y social del Imperio». Por esta razón, todo
programa y voluntad de paz quedan vacíos. Se afirma un proyecto de vida para el
exterminio de los demás. Un proyecto de paz implica un cambio profundo de toda
concepción de Europa y de las relaciones internacionales. Nos vemos implicados en la
polémica «porque la guerra la hemos hecho todos y es justo que la padezcamos; es un
momento de la gran polémica que constituye nuestra vida social; nadie con mediana
conciencia puede creerse totalmente irresponsable»: si la guerra se nos impone hemos de

79
tomar partido por los mejores y hemos de estar a su lado y hasta saber morir con
elegancia.
En sus escritos «Desde el mirador de la guerra» va simplemente a aplicar estos
principios a diversos temas coyunturales todavía hoy llenos de vigencia y actualidad. He
aquí una selección de estos documentos publicados en el periódico La Vanguardia,
durante la estancia de A. Machado en Barcelona:
Algunas veces os he dicho —así hablaría hoy Juan de Mairena a sus alumnos— que,
en tiempos de guerra, es difícil pensar; porque el pensamiento es esencialmente amoroso
y no polémico. Mas tampoco dejé de advertiros que la guerra es, a veces, un gran
avivador de conciencias adormiladas, y que aun los despiertos pueden encontrar en ella
algunos nuevos motivos de reflexión. Cierto que la guerra reduce el campo de nuestras
razones, nos amputa violentamente todas aquellas en que se afincan nuestros
adversarios; pero nos obliga a ahondar en las nuestras, no sólo a pulirlas y aguzarlas para
convertirlas en proyectiles eficaces. De otro modo, ¿qué razón habría para que los
llamados intelectuales tuvieran una labor específicamente suya que realizar en tiempos
de guerra?
La gran ventaja que proporciona la guerra al hombre reflexivo es esta: como toda
visión requiere distancia, la hoguera de la guerra nos ilumina y nos ayuda a ver la paz, la
paz que hemos perdido, o que nos han arrebatado, y que es la misma, aproximadamente,
que conservan las naciones vecinas. Y vemos que la paz es algo terrible, monstruoso y
tan hueco de virtudes humanas como repleto de los más feroces motivos polémicos. Y
ello hasta tal punto que no habría excesiva paradoja en afirmar: lo que llamamos guerra
es, para muchos hombres, un mal menor, una guerra menor, una tregua de esa
monstruosa contienda que llamamos la paz. Os pondré un ejemplo impresionante para
ilustrar mi tesis y elevarla al alcance de vuestras cortas luces. En los países más
prósperos —no hablo de España— grandes potencias financieras, comerciales, fabriles,
etc., hay millones de obreros sin trabajo, que se mueren literalmente de hambre, o
arrastran una existencia tan mísera como las pensiones que les asignan sus gobiernos. En
el seno de una paz ubérrima, de una paz que se dice consagrada a sostener y aumentar el
bienestar del pueblo, que permite a esas naciones llamarse a sí mismas potencias de
primer orden, hay muchos hombres que carecen de pan. Mas si la guerra estalla, esos
mismos hombres tendrán muy pronto pan, carne, vino, y hasta café y tabaco. No
ahondemos por de pronto en el hecho; formulémonos esta pregunta: ¿no es extraño que
sea precisamente la guerra, la guerra infecunda y destructora, la que eche de comer al
hambriento, vista, calce al desnudo, y hasta enseñe al que no sabe, porque la guerra no
se hace sin un mínimum de técnica, que es fuerza aprender al son de los tambores?
Colocados en este mirador, el que nos proporciona la guerra, claramente vemos que lo
terriblemente monstruoso es lo que llamábamos paz. El mero hecho de que haya
trabajadores parados en la paz, que encuentran, a cambio de sus vidas —claro está—
trabajo y sustento en la guerra, en el fondo de las trincheras, en el manejo de los
28/ANTHROPOS

80
cañones, y en la producción a destajo de máquinas destructoras y gases homicidas, es
un lindo tema de reflexión para los pacifistas. Porque esto quiere decir que toda la
actividad creadora de la paz tenía —vista a grandes rasgos— una finalidad guerrera, y
acumulaba recursos cuantiosísimos e insospechados para poderse permitir el lujo terrible
de la guerra, infecunda, destructora, etc., etc. Ni una palabra más sobre este tema;
porque ello sería abusar de la retórica, es decir, de la predicación al convencido. Veamos
otro aspecto de la cuestión.
Seguimos en el mirador de la guerra. Veamos el caso de una nación, como la nuestra,
pobre y honrada (unamos estas dos palabras por diezmillonésima vez, con perdón de la
memoria de Valle-lnclán y olvidando la amarga ironía cervantina), una nación donde las
cosas suelen estar algo mejor por dentro que por fuera. En ella, unos cuantos hombres de
buena fe, nada extremistas, nada revolucionarios, tuvieron la insólita ocurrencia, en las
esferas del gobierno, de gobernar con un sentido de porvenir, aceptando, sinceramente,
como bases de sus programas políticos, un mínimum de las más justas aspiraciones
populares, entre otras la usuraria pretensión de que el pan y la cultura estuvieran un poco
al alcance del pueblo. Se pretendía gobernar, no sólo en el sentido de la justicia, sino en
provecho de la mayoría de nuestros indígenas. Inmediatamente vimos que la paz era el
feudo de los injustos, de los crueles, y de los menos. Y sucedió lo que todos sabemos:
primero, la calumnia insidiosa y el odio implacable a aquellos honrados políticos, después

81
la rebelión hipócrita de los militares, luego la rebelión descamada, la traición y la venta de
la patria de todos para salvar los intereses de unos cuantos. Y vosotros me diréis: ¿cómo
es esto posible? Yo os contestaré: el porqué de esta monstruosidad se ve muy claro desde
el mirador de la guerra. La paz circundante es un equilibrio entre fieras y un compromiso
entre gitanos (perdón, ¡pobres gitanos!, es un decir), llamémosle mejor un gentleman
agreement. La corriente belicista es la más profunda en todo el Occidente —aceptemos
la palabra en el sentido germánico— porque su cultura es preponderantemente polémica.
Esta corriente arrastra a todas las grandes naciones que se definen como grandes
potencias. Todas están convencidas —con razón o sin ella— de la fatalidad de la guerra
y a ella se aperciben. Pero los unos afectan creer en la posibilidad de la paz, los otros en
la alegría de guerrear. La guerra —en el sentido militar de la palabra— se cotiza como
amenaza y como medio de chantaje, antes de ser un hecho irremediable. España es una
pieza en el tablero para la bélica partida, sin gran importancia por sí misma,
importantísima, no obstante, por el lugar que ocupa. ¡Que nadie toque a ese peón! Dicho
de otro modo: la independencia de España es sagrada. Tal era la voz de nuestros amigos,
convencidos de que ese peón guarda la llave de un imperio, la frontera terrestre y las
rutas marítimas de otro. Era un poco inocente pensar que ese peón iba a ser intangible.
Ningún español había tan imbécil que lo pensara. Y ocurrió lo inevitable. Dos grandes
potencias lo amenazaron, primero; se propusieron eliminarlo después. Con la noble
España quedan condenados a muerte dos grandes imperios. Los españoles pensamos
ingenuamente que la España propiamente dicha, no la que se vendía y se entregaba a la
codicia extranjera, tendría de su parte a esos dos grandes imperios, puesto que los altos
intereses de éstos coincidían con los hispánicos. No fue así. La lógica de los hechos era
otra. Ambos concertaron la fórmula de no intervención, con permiso y participación de
sus adversarios: «Que la guerra se detenga en las fronteras de España, que no surja de
ella, antes de tiempo, la gran conflagración universal; que nuestros enemigos esperen
hasta que nosotros podamos aniquilarlos». Algo tan lógico como ingenuo. ¿Ingenuo? No
demasiado. Porque ellos supieron muy "pronto que sus enemigos no esperaban. La
guerra iba decididamente contra ellos. Y entonces los pobres españoles pensamos que el
patrimonio nacionalista estaría de nuestra parte. Pero el patriotismo no era ya
nacionalista; en esos dos grandes imperios, vulgo grandes democracias, es hoy lo que,
muy en el fondo, había sido siempre: un sentimiento popular, y una palabra en labios de
los acaparadores de la riqueza y del poder. El patriotismo verdadero de esas dos grandes
democracias, que es el del pueblo, está decididamente con nosotros; pero quienes
disponen aún de los destinos nacionales están en contra nuestra. Ellos conservan todavía
sus antifaces, superfluos de puro transparentes y pretenden engañar a sus pueblos y
engañarnos a nosotros. En verdad no engañan a nadie. Ellos, los acaparadores del poder
y la riqueza, los dueños de una paz que quisieran conservar a outrance, han concedido
demasiado a sus adversarios para que sus pueblos no lo adviertan, y hoy están a dos
pasos de ser dentro de casa motejados de traidores. El juego, por lo demás, era harto
burdo para engañar un solo momento a quienes lo veían desde fuera. Ya es voz unánime
de la conciencia universal que el pacto de no intervención en España constituye una de

82
las iniquidades más grandes que registra la historia.
Desde el mirador de la guerra se ven otras muchas iniquidades de la paz. De la mayor
de todas hablaremos otro día.
(A. Machado, «Mairena postumo. Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 3
mayo 1938, en Monique Alonso, op.-cit, pp. 313-7.)
Cuando vemos desde el mirador de la guerra la llamada política conservadora que
domina hoy los Estados, no las naciones, de las llamadas democracias, advertimos
claramente toda su ceguera, toda su insuperable estolidez. Los hombres que representan
esta política (poned aquí los nombres que queráis, sin reparar en su filiación de partido),
no vacilan en divorciarse de sus pueblos, en permitir que sean éstos amenazados,
lesionados y hasta invadidos, con tal de poner a salvo los intereses de una clase
privilegiada. La posición es un poco absurda: porque una clase privilegiada no puede
llegar hasta el sacrificio... de todas las demás; pero, al fin, no es tan nueva en el mundo,
que sea para nosotros motivo de escándalo. Lo verdaderamente monstruoso es que esos
hombres sigan simulando echar sus viejas cuentas, como si entre el año 14 y el año 38 de
nuestro siglo no hubiera pasado nada sobre el mísero planeta que habitamos. Su actitud
ante una posible (para ellos inevitable) guerra grande es, agravada por el tiempo,
aproximadamente la misma que tuvieron en vísperas de la guerra europea. Ellos nos
hablan, como entonces hablaban, en nombre de sus respectivos países, como si ellos
fueran los representantes legítimos de entidades compactas, suficientemente unificadas
para ser arrastradas a una guerra mortífera, bajo el mismo uniforme y ¡a misma
denominación (franceses, ingleses, etc.), sin cambio alguno de la estructura social, en el
momento de ser atacadas por otras naciones no menos compactas, no menos unificadas,
donde las discordias interiores se apagan al sonar los primeros tambores. En el año 14 la
guerra, con todos sus horrores, fue una admirable simplificación de las contiendas
íntimas, una tregua sangrienta de la paz. El mismo crimen que eliminó a Jaurés se silbó
por superfluo. Jaurés era —¡cuántas veces se dijo!— francés antes que socialista, y nada
había que temer de su influencia sobre las masas proletarias. Pero los políticos
conservadores de nuestros días saben muy bien que esto ya no es posible. Lo saben y ni
siquiera tienen el pudor de ocultarlo. Siguen, no obstante, y seguirán ahuecando la voz
para hablar como antaño: «En los momentos decisivos para los cuales activamente nos
apercibimos, contamos con enorme provisión de materias primas destinadas a industrias
de guerra, con fábricas cuyo trabajo para la guerra será incesante, el enorme poder de
nuestras escuadras, la fecundidad de nuestras mujeres, y el material humano, difícil de
mantener en la paz, pero de oportuno empleo y fácil consumo en las horas marciales. Y
todo ello arderá en la gran hoguera cuando llegue su día. Que nadie atente a la integridad
de nuestro territorio, a la independencia de nuestra nación, a la intangibilidad de nuestro
imperio colonial, o sea obstáculo a su futuro engrandecimiento». Todas estas palabras
suenan hoy a retórica hueca, puesto que no contienen ya un átomo de verdad en labios
de quienes las pronuncian. Porque sus pueblos saben, y ellos mismos no ignoran, lo
siguiente:
Primero.— Que estos políticos conservadores sólo representan a una clase que lleva el

83
escudo al brazo, una plutocracia en posición defensiva, cuyo cimiento no tiene la firmeza
que tuvo en otros días.
Segundo.— Que sus adversarios, los políticos que definen, alientan o impulsan una
política amenazadora (un Mussolini, un Hitler) son algo más cínicos que ellos, pero acaso
menos estúpidos, y que les asiste, en sus pueblos, una corriente de opinión más
considerable. Son hombres, también con el escudo al brazo, pero representan el
momento de suprema tensión defensiva de la burguesía (fascio), que se permite el lujo de
la agresión. Espíritu de miedo envuelto en ira, que dijo nuestro Herrera.
Tercero.— Que ellos, los políticos conservadores de las grandes democracias, tienden
a simpatizar, necesariamente, con los jefes francamente imperialistas de los países
adversarios, porque son lobos de la misma carnada, dicho de otro modo: defensores de
una misma causa: el apuntalamiento del edificio burgués, minado en sus cimientos.
Cuarto.— Que el pacto a que ellos tienden es un pacto entre entidades polémicas, un
pacto entre fieras, y las fieras sólo pueden ponerse de acuerdo en dos cosas: o para
devorar al débil o para devorarse entre sí.
Quinto.— Que ellos, dadas su ideología y su estructura moral, y dado el ambiente en
que operan, no pueden escaparse de esta terrible alternativa.
Sexto.— Que su posición es hoy más falsa que nunca, más falsa y más débil que la
de sus antagonistas, los jefes de las naciones desvergonzadamente imperiales. Porque
carecen de milicias voluntarias que los amparen. Representan plutocracias engastadas en
pueblos de tendencia realmente liberal y democrática, y no pueden aspirar a cambiar el
sentido de la corriente más impetuosa y profunda de sus pueblos.
Séptimo.— Que su actuación política es, no ya superflua, sino perjudicial a sus
naciones, porque ella oscila necesariamente entre la amenaza y la claudicación, la
amenaza, que irrita al enemigo y refuerza sus resortes polémicos, y la claudicación, que
deshonra a los pueblos y los entrega moralmente vencidos al adversario.
Octavo.— Que ellos no pueden responder a estas preguntas: ¿A dónde vamos? ¿Qué
camino es el nuestro en el futuro histórico? Que ellos contribuyen a poner un tupido velo
de mentiras ante los ojos de sus pueblos. Porque ellos ignoran —o aparentan ignorar— el
hecho ingente de la Revolución rusa, y pretenden que se vea en ella un poder demoníaco
y un foco de infección que puede contaminar a sus pueblos, en lo cual están de perfecto
acuerdo con los llamados fascistas. Y pretenden, sobre todo, que nadie vea en Moscú, el
aborrecido Moscú, el faro único de la Historia que hoy puede iluminar el camino futuro.
Les aterra sobre todo —reparadlo bien— que la gran Revolución rusa haya pasado de su
período demoledor al creador y constructivo y que lo que allí se hace sea la experiencia
maravillosa de una nueva forma de convivencia humana.
Noveno.— Que, honradamente, sólo pueden hacer una cosa: retirarse a su vida
privada de cazadores aristocráticos o de no menos distinguidos pescadores de caña, y
dejar los puestos de pilotos que hoy ocupan a los hombres que tengan la conciencia
integral de sus pueblos, de su ruta y de su porvenir, porque sólo a éstos incumben la
heroica faena y la terrible responsabilidad del timón.
Y no sigo, por ahora, enumerando, porque no aspiro a los trece puntos, número

84
sagrado para nosotros, después del insuperable manifiesto del doctor Negrín.
Dejemos para otro día el tratar de la diplomacia conservadora, que tanto hubiera
hecho reír a un Maquiavelo, y que tanto nos recuerda los versos del coplero español:
Cuando los gitanos tratan
es la mentira inocente;
se mienten y no se engañan.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 14 mayo 1938, en
Monique Alonso, op. cit., pp. 320-8.)

rostro hay menos diferencia y, por de contado, menos distancia de lo que pensamos.
Mucho se ha hablado de la hipocresía de los ingleses. No los midamos con ese metro:
busquemos en ellos los valores reales a que esa hipocresía consagra un culto más o
menos directo, las firmes, inevitables virtudes a que esa hipocresía rinde tributo más o
menos forzado. Mucho se ha dicho de la pedantería de los alemanes. Cuando Alemania
deje de ser pedante —y parece que lleve camino de ello— la turba filistea lapidará sus
verdaderos sabios, y caerá en cuatro pies, y encontrará demasiado cómoda la postura.
Y volviendo al grano de nuestro cuento, añadiremos, para que todos nos oigan: mal
paso ha sido el de la política conservadora de las grandes democracias en Ginebra, como
nos muestran el copioso abucheo de la opinión y la agria crítica con que la prensa de
todos los matices (sin excluir a la retardataria) la señala y comenta. El sarcástico refrendo
de la no intervención en España, precisamente allí donde se aportan pruebas
abrumadoras de su falsía, ante conciencias saturadas de este amargo convencimiento, es
un acto de cínica inverecundia que, a nuestro juicio, no puede realizarse impunemente.
Contribuyen esos hombres a degradar a sus pueblos, presentándolos ante el mundo
entero, desde la alta tribuna de Ginebra, como cómplices de una probada injusticia, como
torpes disimuladores de una iniquidad sin ejemplo en la Historia. (De algo había de servir
—digámoslo de pasada— la Sociedad de Naciones, y no sólo como pulpito donde alguna
vez se encarame la hombría de bien para hablar al mundo, sino como lugar donde se
pongan de resalto por su propia inepcia cuantas ruines maquinaciones ocultaba el secreto
de las cancillerías.) Contribuyen estos hombres, tan incapaces de prever y cautelar lo
futuro como ingenuos creyentes en la fatalidad de la guerra, a que ésta sea realmente
ineluctable; porque allí donde a la razón y a la moral se jubila, sólo la bestialidad
conserva su empleo. Y por el hecho de haber demorado la inevitable guerra serán ellos
los culpables de su terrible agravamiento.
Por fortuna, aún será tiempo de evitar los daños más irreparables, porque contra la
política conservadora de las grandes democracias milita el instinto de conservación de los
pueblos.

85
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 22 mayo 1938, en
Monique Alonso, op. cit, pp. 329-32.) Uno de los errores más graves de la política
conservadora de las llamadas grandes democracias (entran en ella todos cuantos la hacen,
cualquiera que sea su denominación de partido) consiste en creer que ella puede
permitirse el ser infiel a su mascara, y el lujo de una iniquidad desvergonzada, sin que la
Historia, en plazo más o menos breve, le pida estrecha cuenta de su conducta. Confía
demasiado en sus recursos materiales —los que posee y los que procura agenciarse— y
se entrega a la gran corriente de cinismo que invade el mundo, alardeando, como sus
adversarios, de una actuación realista y reconociendo, implícitamente, que una política
cimentada en principios éticos sería una política de ilusiones.
Las grandes democracias, para quienes la guerra es lo indefectible, se preparan mal
para la guerra. Los hombres que la representan descuidan, malgastan o anulan
anticipadamente su retórica (entiendo por retórica el empleo de la palabra para convencer
al prójimo y persuadirle de las propias razones), descuidan, digo, su retórica y la
despojan de toda virtud suasoria, al ajustar su conducta burdamente a normas dictadas
por la retórica del adversario.
Cuando Álvarez del Vayo, nuestro representante en Ginebra, pronuncia ante la
Sociedad de Naciones un alegato repleto de dignidad y de lógica, todo él conducido a
probar de un modo perfecto la actuación hipócrita y perversa de quienes, habiendo
propuesto la no intervención en España, ayudan a los agresores intervencionistas y
privan al agredido de su derecho más incontestable: el de procurarse los medios para su
defensa, los representantes de Inglaterra y de Francia, lord Halifax y su compadre M.
Bonnet, responden con sendos discursos, escritos de antemano, en que ni se intenta una
refutación, con dos piezas de vulgarísima oratoria diplomática que ni siquiera pretende
convencer a nadie. ¿Qué importan las razones ante los hechos que consuma la fuerza?
No perdamos el tiempo. Porque no es este el único hecho monstruoso a que hemos de
dar nuestra aquiescencia. Mas ahí queda, hincado en el blanco, sin agotar su impulso, el
discurso de nuestro compatriota, como flecha trémula y vibrante para inquietud y
escándalo de conciencias adormiladas; ahí quedan también las dos ineptas oraciones de
sus colegas, para vergüenza de sus pueblos respectivos y prueba de la nociva inutilidad
—casi todo lo inútil es nocivo— de una institución que, fundada para sustituir la fuerza
material por la justicia y amparar el derecho de los débiles, mira con indiferencia la ruina
de éstos, cuando no contribuye a acelerarla. La voz de España ha sonado serena, cortés
y varonil, en boca de Álvarez del Vayo. Por fortuna, la voz de Francia y de Inglaterra,
dos grandes pueblos orgullo de la Historia, no es la que ha sonado en labios de los
homúnculos que pretenden representarlos.
Pero nosotros nos preguntamos si el desprecio de las razones y de los principios
morales puede, de algún modo, contribuir a fortalecer a los pueblos, si aun desde un
punto de vista pragmático —que nunca será el nuestro— quienes amenguan el valor ético
de sus pueblos no amenguan también la fuerza de sus resortes polémicos, si en una gran
contienda puede, a la larga, recaer el triunfo sobre quienes ahincadamente se obstinaron
en no merecerlo, en pueblos previamente deshonrados por la abyección de sus hábitos

86
políticos.
Vista panorámicamente, la guerra europea, que estalló en 1914, nos parecía a muchos
que los recursos marciales, técnicamente organizados, asistían a los imperios teutónicos;
pero que algo más fuerte, una superioridad ética basada, cuando menos, en su mayor
fidelidad a los tratados convenidos durante la paz y a las normas del derecho de gentes,
militaba en favor de los aliados. Era una cierta confianza en el triunfo de la justicia lo que
mantuvo enhiesto el ánimo de los francoingleses en las horas más amargas, una cierta fe
en el triunfo del más noble, lo que parecía concitar contra la invasora Germania,
deshonrada por su propia conducta, los enemigos más terribles. ¿La simplificación era un
poco burda? Acaso. Ya hubo entonces alguien que se preguntó si era la máscara o el
rostro de los que se jactaban de combatir por la libertad y por el derecho lo que tan
fuerte sugestión ejercía sobre nosotros. Pero no sutilicemos demasiado. Entre la máscara
y el
30/ANTHROPOS

Parece evidente que la política conservadora de Inglaterra y, en cierto modo, la


francesa que le es tributaria y por ella conducida a remolque, es una política de clase, en
pugna con la totalidad de los intereses nacionales, los de ambos imperios (el inglés y el
francés), pero que, no obstante, se presenta ante el mundo y ante sus pueblos respectivos
como política nacional. Es esto lo que vengo diciendo hace ya varios meses. Soy yo el

87
primer convencido de mi insignificancia como escritor político, y no ignoro que mi
opinión carece de toda importancia. Ni siquiera contaría con mi adhesión decidida, si algo
muy parecido no lo hubiera sostenido, hace muy pocos días, nada menos que sir Norman
Angelí, un «premio Nobel de la paz», y una autoridad suprema como tratadista de
política internacional. Mas no me complace tanto el éxito de una coincidencia a que
nunca aspiré como el haber, merced a ella, encontrado quien cargue, por su mayor
solvencia, con la responsabilidad de una opinión tan rotunda. Pero dejemos a un lado
todo criterio basado en la autoridad, no sin antes recordar la frase de Mairena: «la verdad
es la verdad dígala Agamenón a su porquero». Parece cierto que la política conservadora
de las grandes democracias perjudica a sus pueblos. Por su torpeza, cuando no por su
perversidad, esta política ha consentido y aun ha coadyuvado a que dos naciones, dos
grandes imperios, hayan perdido antes sus adversarios ventajas que su posición
geográfica y su historia les habían deparado. Es evidente que una España sometida a la
influencia, cuando no al completo dominio, de Alemania y de Italia, supone, para
Francia, una frontera más que defender y una esencialísima vía marítima perdida o
interceptada a sus tropas coloniales, imprescindible en el caso de una guerra que obligue
a la defensa de la metrópoli: supone, para Inglaterra, por lo menos la puesta en litigio de
su hegemonía en el Mediterráneo, la pérdida probable de la más importante llave de su
imperio. El Gobierno inglés, no obstante, y su obligado acólito, el de la República
francesa, no sólo no han hecho nada para evitar estos peligros, sino que han contribuido
con la llamada no intervención en la guerra de España (que es una decidida y obstinada
intervención en favor de los invasores de nuestra península) a su más terrible
agravamiento. Tal es la abominable guerra que brindan a sus pueblos respectivos,
mientras, por otro lado, fuerzan el ritmo de los preparativos bélicos en proporciones
vertiginosas. Norman Angelí ha señalado agudamente esta contradicción. «Inglaterra,
viene a decir, se arma hasta los dientes contra Alemania, convencida de que no otro
puede ser su enemigo; Inglaterra aplaude, alienta y ayuda a Alemania, en su tarea de
adquirir ventajas para una próxima, acaso inminente contienda contra Gran Bretaña.»
Para una mentalidad alemana —habla Juan de Mairena—, la contradicción sería más
aparente que real: todo se explicaría fácilmente, con sólo reparar en que la «voluntad de
poderío» ni puede ejercitarse contra pigmeos, ni contra enemigos descuidados,
insuficientemente apercibidos, o desventajosamente colocados para una gran refriega. En
pueblos como Inglaterra y Francia, abrumados de sentido común, esta explicación no
puede ser válida. Queda la que Norman Angelí y otros con él, también muy autorizados,
se inclinan a aceptar. Indecisos los gobiernos conservadores entre dos pavuras y dos
imanes, germanismo y comunismo, su línea de conducta política es una resultante, no
menos indecisa y temblorosa, de su posición de clase, ya que no personal. En ella decide,
a última hora, la simpatía por la posición socialmente defensiva, su honda fascistofilia, el
poderoso atractivo que ejercen los «totalitarios» sobre las conciencias burguesas. Y esta
explicación puede ser, en efecto, la buena, pero hemos de reconocer que ella sólo explica
los hechos más o menos lamentables de la turbia actuación conservadora; los explica sin
cohonestarlos, porque de ningún modo pueden ellos inspirar normas para una conducta

88
política de porvenir, ni conservadora ni progresiva. Inglaterra y Francia podrán ser o no
ser comunistas en un futuro remoto o inmediato; el comunismo podrá ser para ellas un
peligro grave, como piensan algunos, o una solución conservadora del problema social,
como piensan en la misma Inglaterra otros, que ni siquiera son comunistas; pero hay algo
que Inglaterra y Francia no podrán ser nunca: amigos de la Alemania hitleriana y de la
Italia de Mussolini, sin antes vomitar hasta la última miga del festín de Versalles y, lo que
es más grave, sin renunciar a gran parte de sus vastos dominios coloniales. De modo que
la contradictoria conducta conservadora que Angelí señala y pretende explicar, arguye en
sus mantenedores una torpe visión del porvenir y una absoluta incapacidad política.
Porque ellos, los políticos conservadores, deben saber que la Alemania del Führer y la
Italia del Duce son la hostilidad misma contra Inglaterra y Francia, y que sin duda el eje
Roma-Berlín y el mismo Berlín y la misma Roma, en cuanto focos de ambición imperial,
no tienen otra razón de existencia que su aspiración al aniquilamiento de sus rivales. Si se
nos rearguye que esos políticos conservadores de Inglaterra y Francia sólo aspiran a
hacerse respetar y temer, como lo muestra la cuantía de sus aprestos marciales, para
mantener la paz como equilibrio de tensiones polémicas —una práctica política del siglo
XIX hoy en descrédito—, contestaremos que este mismo equilibrio de fuerzas y esta
misma paz de fieras prevenidas y en acecho constante, tampoco puede conseguirse, sin
el concurso de las energías que dominan en sus pueblos, los cuales no han de inclinarse,
por instinto de conservación, a conceder ventajas a sus enemigos, ni a cambiar la
dirección de sus corrientes políticas más impetuosas: las democráticas.
En suma, esa política contradictoria a la que alude Norman Angelí, atenta a los
intereses de clase, que cede, contemporiza, pacta con el enemigo o ante él claudica,
acaso merece menos que nada, desde el punto de vista nacional, el nombre de política
conservadora; porque nada puede conservar, como no sea el nombre que mereció
antaño, cuando en verdad conservaba las conquistas del espíritu libe

89
Antonio Machado

ral y progresivo de sus pueblos. Hoy representa una remora en su camino, la reacción
desmedida, que sólo puede conducir, dentro de casa, a la guerra civil; fuera de ella, a la
pérdida o al apartamiento de sus aliados naturales, las grandes democracias ricas de
porvenir, en el Viejo y en el Nuevo Continente, las democracias más propiamente dichas

90
cuyos nombres todos conocemos.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 2 junio 1938, en
Monique Alonso, op. cit, pp. 337-40.)
Entre el hacer las cosas bien y el hacerlas mal —solía decir Juan de Mairena, cuando
oficiaba de inmoralista— hay un término medio, a veces aceptable, que consiste en no
hacerlas; porque, en verdad, mientras las cosas no se hacen, cabe esperar que han de
hacerse bien algún día, pero hechas mal, fuerza será, primero, deshacerlas. Por eso,
añadía, los malhechores deben ir a presidio.
Reconozcamos que estos conceptos, poco simpáticos en un clima activista como el
nuestro, contienen alguna verdad. Hay labores negativas que nos alejan del bien tanto o
más que la inactividad y la holganza. Pongamos un ejemplo. Todos pensamos que la
Sociedad de las Naciones había de trabajar para que los hechos, que constituyen la
conducta de unas naciones con otras, se ajustasen a normas de Derecho, y nadie pensaba
que tan altó fin, como es la paz basada en la justicia, pudiera alcanzarse en breve tiempo.
No obstante, mientras la Sociedad de Naciones trabajase para acercarse a él, sería una
institución útil y acreedora a nuestro respeto. Mas la Sociedad de Naciones aparece como
un instrumento en manos de los poderosos, que pretenden cohonestar, merced a ella, las
mayores injusticias. Y porque la influencia de la Sociedad de Naciones ha de ser
necesariamente más de índole ética que de coacción material, no por ello han de ser
menores los daños que su inepcia ocasione. A la brutalidad de los hechos la Historia nos
tenía habituados. Nos consolaba la esperanza en la realización futura, más o menos
remota, del Derecho. La Sociedad de Naciones nos aleja esta esperanza. Siglos antes que
la Sociedad de Naciones viniese al mundo, se aceptaba como principio incuestionable de
Derecho público que la conquista de un pueblo, el hecho bruto de la conquista, no abolía
el derecho a la soberanía del soberano despojado, si éste no lo cedía y se obstinaba en
mantenerlo. Los pueblos se ajustaron a este principio más de una vez; otras, procuraron
soslayarlo; cínicamente nunca fue contradicho. Si la conducta de Ginebra con el pobre
Negus de Abisinia se convierte en precedente jurídico, el Derecho público habrá
retrocedido varios siglos, por obra y gracia de la Sociedad de Naciones. Esto quiere decir
que la Sociedad de Naciones es una buena iniciativa fracasada por inepcia de sus
ejecutores y que, antes de que esta institución responda a su fin pacifista, será preciso
deshacer lo hecho, acaso violentamente, con lo cual la Sociedad pro paz universal tendría
en Ginebra una reducción al absurdo en verdad grotesca y desorientada. Sólo lo bien
hecho —en este caso la primitiva concepción de Wilson— puede perdurar: la obra de los
malhechores es siempre negativa y abominable.
noble, una verdadera traición. La idea traicionada, vieja como el mundo civilizado, es
esta: «Deseamos la paz supeditada al imperio del amor y la justicia, de ningún modo
basada en la iniquidad». Si el Homo sapiens de Linneo fuera un animal tan
esencialmente batallón como incapaz de convivencia amorosa, ¿por qué no dejar que se
devore a sí mismo? La guerra sería la forma más gallarda del homicidio y la más eficaz
para el pronto y deseable exterminio de la especie. Porque sospechamos que esto no es
así, y que la guerra, en el estado actual del hombre, carece de todo valor ético y es una

91
remora en el camino de la justicia, debemos erigirnos en defensores de la paz. La
traducción ginebrina reza así: «Defendemos la paz como finalidad suprema, la paz a todo
trance, y ello por el camino más corto, que es, naturalmente, el del exterminio de los
débiles, es decir, defendemos la paz para mantener el imperio de la iniquidad».
Llamar hombres honrados, honourable men, a quienes mantienen este error
monstruoso, implica una ironía, que excede en mucho a la del Marco Antonio
shakespeariano con los asesinos de César.
La verdad es que ni Bruto era una buena persona, ni pueden ser ejemplos de alta
moral los hombres que con una mano, envuelta en el guante de la no intervención,
ayudan a los estranguladores de la República legítima de España y con la otra, no menos
enguantada, nos indican la puerta de la Sociedad de Naciones, en previsión del día en
que, con los más inicuos hechos consumados, se consideren abolidos nuestros más
legítimos derechos.
Por fortuna, ni la República española puede ser yugulada, ni muchos menos puede
ser ya la actual y caduca y desorientada institución de Ginebra quien dicte la última
palabra en ninguna cuestión de Derecho internacional.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 12 junio de 1938, en
Monique Alonso, op. cit., pp. 340-3.)
Hay demasiado polemismo en la paz —decía Juan de Mairena a sus alumnos—, para
que, de cuando en cuando, no estalle la guerra entre los pueblos, parte como suma y
homogenización total de copiosas rencillas, parte también, como acuerdo pacífico o
tregua dentro de casa, para que todos los moradores de ella puedan consagrarse, con
cierta alegría, a la demolición de la casa vecina. (Donde decimos «casa» léase «nación».)
El hombre, en su aspecto de Homo faber, es constructor de máquinas, y las fabrica de
guerra, con lo cual atiende a dos fines, que él estima humanos: primero, consagrar los
trabajos de la paz a la preparación de la gran contienda; segundo, aquietar su conciencia,
objetivando sus malas pasiones, desubjetivizándolas hasta hacerlas individualmente
inocuas. Cierto que esas máquinas serán mucho más destructoras que la quijada asnal
que esgrimió Caín; pero no ha de haber más odio en el técnico que las ponga en
movimiento que hubo en su constructor. El hombre sobradamente batallón de la
civilización occidental va para buena persona, excelente padre de familia, que gana el pan
cotidiano contribuyendo, en la modesta medida de sus fuerzas, al futuro aniquilamiento
de la especie humana.
Los errores suelen ir forrados de iniquidad. Y viceversa. Las iniquidades suelen ir
envainadas en las más torpes expresiones lógicas, de palabra o conducta. Por esto —
decía Mairena— es disculpable la crítica acerba que combate los errores como
iniquidades, y la otra, de apariencia benévola, que pretende refutar las iniquidades como
errores. Porque es difícil distinguir al hombre que mantiene el error del pillo redomado, y
al pillo redomado del hombre que se equivocó de medio a medio. Estas reflexiones de
Juan de Mairena pudieran escribirse al margen del libro sobre «La naturaleza práctica del
error», obra antifascista por excelencia, como todas cuantas ha escrito ese viejo amigo de
España que es Benedetto Croce.

92
Reparad en que la actual Sociedad de Naciones sólo propugna un error monstruoso, que
es a su vez la traducción villana de una idea
32/ANTHROPOS

La hipocresía inglesa —decía Juan de Mairena, buen amigo de los ingleses— es la


vara con que suelen medir a Inglaterra sus enemigos. Ello implica una grave injusticia.
Porque la hipocresía es la sombra de la virtud; y tanto más la sombra de cuerpos
acentúa, cuanto más intensa es la luz que los ilumina. La hipocresía inglesa es la sombra
del puritanismo inglés. Inglaterra es todavía, y acaso ha sido siempre, puritana. Aunque
Shakespeare es su mayor poeta, y el más grande acaso de todos los pueblos, su poeta
específico es John Milton, que a sí mismo parece retratarse por boca de su Jesús: «born
to promote alltruth allrighteous things». El puritanismo es un áspero culto a la virtud,
hondamente religioso, de estirpe cristiana. Si Inglaterra dejase algún día de ser puritana,
alguien diría: ya se quitó la careta. Yo
ANTHROPO
diría más bien, que se ha quitado el rostro, para mostrarnos la abominable jeta de
pueblo de presa de lo que algún día llamaremos, con expresión un tanto equívoca, pero
irremediable: una gran potencia totalitaria. Y en el peor caso, siempre será un consuelo
para la humanidad el saber que este día coincide con la total decadencia del imperio
británico.

93
En agudo contraste con Shakespeare, ese gigante creador de conciencias, y con
Milton el puritano, dos grandes poetas que son, sin duda, dos grandes hombres, aparece
en Inglaterra más tarde, en la cumbre del dieciocho, Alejandro Pope, un excelente poeta,
a través de cuyos escritos, algunos impecables, se trasluce una mala persona, mejor diré
un hombre pequeño, esquinado, resentido, el espolón de cuyo ingenio se afila en la carne
del prójimo. Una degeneración suya es el literato de tipo «acreedor», quiero decir de
hombre a quien, no sabemos por qué, parece que siempre se debe algo. Se diría que este
hombre —que rara vez logra objetivar sus motivos— no coge la pluma sino para vengar
algún pequeño agravio personal o reclamar una pequeña deuda. Su agresividad es
siempre ad hominem, pero nunca de radio metafísico, como en nuestro Miguel de
Unamuno. Este hombre segrega una cierta baba difusa que todo lo mancha, y en la cual
es él mismo quien se anega. Visto a la luz de la guerra, ha de aparecer como una ave de
otro clima. En verdad, pertenece al pequeño mundo polémico de la paz.
«Las más de las veces al vencedor lo hace el vencido», ha dicho el doctor Negrín en
su magnífico discurso a la nación española, pronunciado en Madrid hace unos días. La
frase, realmente lapidaria, del doctor Negrín tiene hoy un valor de circunstancias que
iguala a su valor de verdad universal. Al vencedor lo hace, en efecto el éticamente
vencido, el que se adelanta a su derrota con el convencimiento de merecerla. Por
fortuna, en la España auténtica, en este rabo por desollar del Viejo Continente, no
domina el hombre de esta laya. Tampoco abunda el puro pragmatista, que rinde culto al
éxito que hace del éxito la vara con que se miden verdad y virtud, y a quien Cervantes
definió con estas palabras de Don Quijote: «Bien se ve Sancho, que eres villano, de los
que dicen: viva quien vence».
El doctor Negrín no mienta en su discurso a nuestro Don Quijote; pero bien claro se
ve que como buen español lo lleva en el alma. ¿Quién habla de rendirse —viene a
decirnos— cuando estamos luchando contra los traidores de casa y la codicia de fuera? Y
estos otros conceptos de estirpe platónica: cuando se lucha por la justicia, ¿quién puede
estar au dessus de la mélée?
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 25 junio 1938, en
Monique Alonso, op. cit., pp. 343-5.)
Lo más terrible de la guerra que se avecina —habla Mairena un año ante de morir,
hacia 1909— ha de ser la gran vacuidad de su retórica, y, sobre todo, las consecuencias
literarias y artísticas que ella ha de tener una vez terminada. Los hombres saldrán algo
idiotizados de las trincheras, preguntándose por qué han guerreado y para qué se guerrea.
De un modo más o menos consciente, esta pregunta la hará el arte, el arte literario antes
que ninguno —(¿para qué se escribe?, ¿para qué se pinta? y usted ¿para qué esculpe?)—
y como no ha de saber responderse, el hombre de la postguerra será un hombre
estéticamente desorientado, y dará en el culto del infantilismo, del non sens, del
primitivismo rezagado y, por ende, en la copia del arte de razas inferiores, donde acaso
encuentre algún elemento fecundo, mas nunca lo que él busca. Lo más característico de
ese arte, será una total recusación de toda labor de continuidad. «Quien no sea capaz de
poner una primera piedra, nada tiene que hacer en el arte.» Y como las primeras piedras

94
han sido puestas ya, se hará de las piedras un uso homicida, para tirárselas a la cabeza al
primero que pase. Coincidirá todo ello con el auge del cinematógrafo, que es,
estéticamente la inanidad misma, el cual, combinado con el fonógrafo, dará un producto
estéticamente abominable. No basta moverse; hay que meter ruido.
Yo os aconsejo, amigos míos —sigue hablando Mairena a sus alumnos— que no
perdáis la cabeza en esa baraúnda. Porque todo ello será el resultado de una guerra vacía
de sentido, o cuyo sentido no habrán alcanzado a comprender la inmensa mayoría de los
combatientes, de una guerra preludio de otra mucho más honda, complicada y
significativa que vendrá más tarde. Y aunque todo ello sea estéticamente de escaso valor
(nunca de valor nulo), no por eso carecerá de importancia, como tema de reflexión desde
otros puntos de mira.
Habrá que reparar en cuan grande ha de ser el resentimiento, y cuan hondo el odio
contra la tradición y contra la continuidad histórica de tantos miles de hombres que
habrán visto inmoladas, segadas materialmente generaciones enteras en el gran choque de
las plutocracias occidentales, cuántos los llevados en alas de una retórica rezagada a una
guerra implacable, para defender el predominio del capital que los esclaviza y la forma de
convivencia humana que sacrifica al individuo a la estadística. Como una reacción contra
la retórica prebélica, aparecerá el absurdismo postbélico, con sus piruetas más o menos
macabras, sus futuristas iconoclastas, sus incendiarios de museos...
Los millones de hombres sacrificados al terrible Moloch de la guerra, despertarán en
el alma resentida de los supervivientes una profunda corriente maltusiana, que bien
pudiera acusarse en la literatura por una defensa más o menos embozada del uranismo y
que difícilmente podrá ser compensada por el culto, en verdad gedeónico, al heroísmo
anónimo del soldado desconocido. El «¿para qué engendra usted, señor mío?» y el
«usted señora, ¿para qué da a luz?», serán preguntas postbélicas mucho menos carentes
de sentido que las supradichas (¿para qué escribe?, etc.) y aunque no se formulen de un
modo explícito, determinarán la conducta de los hombres y de las mujeres, que en las
grandes ciudades se entreguen al abuso de las voluptuosidades infecundas, y a la
exaltación del dandysmo prebélico, agravado por la desconcertada ñoñez postguerrera.
Yo os aconsejo que os dediquéis a meditar sobre las múltiples manifestaciones de ese
arte como fenómenos postbélicos. Ello no es más que un punto de vista para atisbar un
aspecto del problema estético. Enfundad vuestras liras y consagraos a la filosofía, quiero
decir a la reflexión, porque la tradición filosófica, menos de superficie que la literaria, no
se habrá interrumpido. La continuidad histórica, en el fondo, tampoco.
Las grandes potencias habrán chocado como carneros —Mairena habla siempre en
1909— o como ciervos enfierecidos hasta partirse el frontal. Pero un pueblo, entretanto,
habrá tenido una ocurrencia genial, de esas que, una vez realizadas, recuerdan la
experiencia entre ingenua y cazurra del huevo de Colón.
Para combatir el imperialismo, es decir, las ambiciones desmedidas y forzosamente
homicidas de las plutocracias, empecemos por arrojar nuestro Imperio a la espuerta de la
basura. Después, con las armas en la mano, las armas que ese imperio nos obligó a
empuñar para que le sirviéramos, vamos a servirnos a nosotros mismos y, de paso, a la

95
humanidad entera, proclamando nuestra voluntad de estructurar y de construir un orden
social más en armonía con nuestras fatalidades y con nuestra libertad, con nuestras
necesidades y con nuestras aspiraciones. Desde entonces se habrá iniciado el ocaso, no
precisamente de las revoluciones, sino por el contrario, de las guerras imperiales y
nacionalistas, porque toda guerra estará ya más o menos complicada con la Revolución.
En el camino de esas nuevas guerras, más o menos catastróficas, pero desde luego
menos vacías —lanzas contra escudos— en que todo el mundo va a saber por qué y
para qué se lucha y hasta para qué se engendra, el arte tomará una actitud
profundamente humana.

¿Surgirá un arte nuevo? Esa pregunta, sobradamente inepta, carecerá de sentido.


Porque lo primero que ha de borrarse con una esponja empapada en la vieja sangre de
los hombres, es el prurito de discontinuidad y de creación ex nihilo que se engendró en
una postguerra embrutecida y desorientada.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra. Viejas profecías de Juan de Mairena»,
La Vanguardia, 24 agosto 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 374-6.)
manejos pacifistas de Chamberlain. Al gesto de España, a las palabras del doctor Negrín,
de insuperable valor moral, responde con su aquiescencia a controlar la retirada de
nuestros voluntarios, cuidándose muy mucho —como decíamos los académicos— de no
entorpecer en lo más mínimo la actuación salvadora del Comité de No Intervención,
donde figuran los invasores de España.
En esta egregia Barcelona —hubiera dicho Mairena en nuestros días—, perla del mar
latino, y en los campos que la rodean, y que yo me atrevo a llamar virgilianos, porque en
ellos se da un perfecto equilibrio entre la obra de la Naturaleza y la del hombre, gusto a
releer a Juan Maragall, a mosén Cinto, a Ausias March, grandes poetas de ayer, y otros,
grandes también, de nuestros días. Como a través de un cristal, coloreado y no del todo
transparente para mí, la lengua catalana, donde yo creo sentir la montaña, la campiña y el
mar, me deja ver algo de estas mentes iluminadas, de estos corazones ardientes de
nuestra Iberia. Y recuerdo al gigantesco Lulio, el gran mallorquín. ¡Si la guerra nos dejara
pensar! ¡Si la guerra nos dejara sentir! ¡Bah! Lamentaciones son éstas de pobre diablo.
Porque la guerra es un tema de meditación como otro cualquiera, y un tema cordial
esencialísimo. Y hay cosas que sólo la guerra nos hace ver claras. Por ejemplo: Qué bien
nos entendemos en lenguas maternas diferentes, cuantos decimos, de este lado del Ebro,
bajo un diluvio de iniquidades: «¡Nosotros no hemos vendido nuestra España!» y el que
esto se diga en catalán o en castellano en nada mengua ni acrecienta su verdad.
Grande fue el éxito de Chamberlain en el Parlamento inglés, antes de su último viaje
a Alemania. (Hasta la reina María—too/c to the lady— se desmayó al oírle.) Su ingenio

96
inagotable había tenido una ideíca más: ¡Hay que salvar al fascio por encima de todo!
¡Que se hunda Inglaterra, pero que se salve la City!
Los profetas a la manera de Juan de Mairena (que nunca tuvo la usuraria pretensión
de acertar en sus vaticinios) somos los primeros sorprendidos cuando los hechos vienen a
darnos la razón. ¿Con que era cierto que Francia no iría a la guerra por mor de
Checoslovaquia? ¿Que mister Chamberlain no pensó jamás que había de achicharrarse
todo él por tan poca cosa, cuando no consentía en quemarse los dedos por la cuestión de
España? ¿Cómo es posible que cosas tan lógicas hayan podido coincidir con los hechos?
Si se fuera (dentó de unos días, o de unas semanas, o de unos meses) a la guerra
grande, podría decirse que nunca los hombres se decidieron a ella más convencidos de su
inutilidad... Y con más horror a sus consecuencias. ¿Cómo —se preguntarían— si todos
la aborrecemos, todos la hemos aceptado? Porque parece ser que ni el propio Hitler la
quiere de verdad, y que su posición es, en efecto, la del chantajista, el cual sabe muy
bien todo el provecho que puede rendirle la amenaza mientras no se cumple, y el poco
que habría de rendirle su cumplimiento.
Yo no creo, sin embargo, que esto sea tan verdad como parece. Porque hay muchos
belicistas en el mundo, demasiados creyentes en la profunda fatalidad de la guerra;
muchas almas armígeras y batallonas; sobradas gentes convencidas de que la verdad es
guerrera y la paz una vana aspiración de los débiles; toda una ciencia pura cuyas
hipótesis últimas no repugnan la guerra, y otra, aplicada al dominio de la Naturaleza,
propicia a desviarse hacia el dominio de los hombres. Y demasiados intereses
comprometidos en la fabricación de máquinas homicidas, gases deletéreos, etc. Porque el
clima moral del Occidente es guerrero por excelencia, y el Homo sapiens, de Linneo, y el
faber de los pragmatistas, se han trocado en un Homo bellicosus, dispuesto a tomarse
con Satanás en persona, como Don Quijote, y sin ninguno de los motivos que tenía el
buen hidalgo para pelear. Porque hay toda una filosofía y hasta una religión, bajo el signo
de Marte, y sobrados motivos sociales, biológicos, metafísicos, que llevan al hombre a
guerrear. Todo esto hay, como si dijéramos, en un platillo de la gran balanza y, en el otro,
el Miedo, que es la ferocidad misma, el alma de la jungle... De modo que la guerra, en
ninguno de sus aspectos, sin excluir el de la paz armada hasta los dientes, puede
asombrarnos.
Y ahora nos preguntamos unos cuantos románticos rezagados, almas perdidas en un
melonar: ¿Seguirá interviniendo el Comité de No Intervención? La cuestión de España —
¡ían secundar/a!— y el problema ba/adf del Mediterráneo habrá que tratarlos —no
obstante su levedad— en alguna parte. Que no sea, pedimos a Dios, en ese Huerto del
Francés del honor internacional.
Cuando llamamos Huerto del Francés al Comité de No Intervención, no pretendemos
ensombrecer demasiado la memoria de Aldije; porque no es en él, precisamente, en
quien pensamos.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 6 octubre 1938, en
Monique Alonso, op. cit, pp. 393-5.)
Conviene no escuchar demasiado los cantos de las sirenas, o mejor dicho, conviene

97
no confundirlas con las voces leales. Porque los días se acercan de mayor peligro para
este vasto promontorio de Occidente, ancha cola o rabo, ya no del todo por desollar, de
la vieja Europa.
Por las puertas de la traición han entrado nuestros enemigos, salvo aquellos que ya
estaban dentro, dedicados a franquearlas. En verdad, no faltaron Laocoontes que
denunciasen a tiempo lo que llevaba en el vientre el caballo de nuestra Troya republicana.
Acaso no gritaron bastante; la verdad es que no fueron oídos. A costa de mucha sangre,
saben hoy casi todos en qué consistía la faena de aquel infatigable ensanchador de la
base de nuestra República. Pero aquello es ya lo irremediable, y aunque no conviene
olvidarlo, fuerza es pensar en otras traiciones más graves, que todavía puede reservarnos
un mañana más o menos, nunca demasiado, remoto. Por fortuna, los vigías están hoy en
sus puestos; y los oídos son hoy más finos que lo fueron entonces. Conviene no olvidar,
sin embargo, que toda vigilancia es poca, y que los gritos.de alerta no son todavía
superfluos.
La Sociedad de las Naciones, ese organismo de trágica opereta o, si lo preferís, ese
esperpento, en el sentido que dio nuestro ValleInclán a la palabra, es una institución tan al
servicio de la guerra, quiero decir tan al servicio del fascio, como los cañones de Hitler y
los
34/ANTHROPOS

98
Conviene desconfiar, con máxima desconfianza, de todos aquellos que más allá del
Pirineo, nos hablan todavía de la No Intervención en España, sobre todo cuando simulan
ignorar que la No Intervención fue, desde un principio, una groserísima cobertura del
convenio entre cuatro gobiernos intervencionistas, dos de los cuales eran auténticos
invasores de España; los otros dos, sus indirectos coadyuvantes, pues negaban a España
sus más legítimos medios de defensa.
Entre esos simuladores hay algunos un tanto arrepentidos de su conducta, no por el
daño que hicieron a España, sino por miedo a ser señalados entre los suyos como
desleales a su patria, porque vendían como política nacional una política de clase. Entre
ellos hay alguno que, no contento con contribuir al asesinato de España, vendía a su
nación y, además, a su clase. De ese, menos que de nadie, hemos de contribuir nosotros
a cohonestar la conducta. Toda nuestra gratitud, en cambio, será poca para nuestros
verdaderos amigos de Francia y de Inglaterra, y para quienes, como el representante de
la URSS, lucharon sin tregua por entorpecer los manejos hipócritas, y revelar al mundo
el cinismo y mala fe de los cuatro gobiernos aludidos, a saber: Inglaterra, Francia,
Alemania e Italia.
El tiempo continúa su marcha inexorable — fugit irreparabile tempus—, y del
porvenir, la inagotable caja de sorpresas, hemos de confesar que sabemos muy poco. No
tan poco, sin embargo, que todo nos sea absolutamente imprevisible: también lo esperado
puede saltar como la liebre, cuando menos se espere; la caja de sorpresas nos reserva esa
sorpresa más. España ha sido, en verdad, consecuente consigo misma cuando, bajo un
diluvio de iniquidades, ha adelantado el pecho, para pasar el Ebro, y escribir a su margen
la más gloriosa gesta de su historia.
Entre las viejas cuentas del astuto abogado de la City, ha surgido esa cifra inesperada
y desconcertante. Nosotros la esperábamos, aunque, al producirse, nos asombre.
España ha sido consecuente consigo misma, cuando el doctor Negrín la ha
proclamado como sustentadora de los valores éticos universales, cuando el doctor Negrín
y Álvarez del Vayo han exaltado en Ginebra —la hoy lamentable Ginebra, tantas veces
antaño patria y asilo de la libertad— el gesto españolísimo, y han sabido oponer la
suprema hombría de bien al despotismo del fascio inverecundo y a la suprema avilantez
del fascio encubierto. España ha sido consecuente consigo misma cuando, abrumados
nosotros por la adversidad y en los momentos de mayor angustia, nos ha hecho sentir el
supremo orgullo de ser españoles. De suerte que ya sabemos que no todo fue sorpresa en
lo pasado, y sospechamos que no todo ha de serlo en el futuro.
No hemos tampoco de apartar nuestros ojos de las iniquidades previstas, porque la
mayor parte de todas tal vez se guisa ya en las cocinas de nuestros adversarios. Fuera de
España, en la brumosa Albión, hay alguien que no duerme, porque, como Macbeth, ha
asesinado el sueño, y no precisamente en su castillo de Escocia, sino en el corazón de la
City. Es de esperar que en la pendiente del crimen y del miedo, también como Macbeth,
no pueda detenerse. Por lo demás, sus brujas lo engañarán con la verdad, hasta el fin.
Tampoco él ha de creer en el milagro del bosque semoviente, ni en el invulnerable
ardimiento del hijo de la loba... romana. No agotemos el símil. Él irá hasta el fin, el suyo,

99
que no lleva trazas de ser demasiado gallardo. Procuremos nosotros apartarnos de su
camino, mas sin quitarle ojo. Y cuando gritemos, que se nos oiga más allá del Atlántico.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 23 octubre 1938, en
Monique Alonso, op. cit., pp. 399-401.)
La segunda cortina de humo que, para hacer pendant a la centrooriental ya casi
extinguida, ha de levantarse en el Occidente europeo, va a consistir en sobrestimar lo que
se pretende escatimar a Hitler y Mussolini —por ejemplo: las colonias africanas que
Hitler parece reclamar, etc.— para encubrir o paliar concesiones mucho más graves, no
sólo para nosotros, los españoles, sino también y sobre todo, para Inglaterra y para
Francia, las concesiones que en la zona española piensan hacer los defensores del fascio
en Londres y en París.
Es evidente, de toda evidencia, que el simple otorgamiento de la beligerancia a
Franco, sin que Italia y Alemania hayan retirado la totalidad de las fuerzas invasoras de
nuestra península, implica un apoyo, una ayuda y un aliento para los propósitos en
España de Hitler y de Mussolini, y que ello supone para el porvenir de Francia y de
Inglaterra un daño mucho más grave que la devolución de unas colonias que, digámoslo
de paso, fueron arrebatadas a Alemania en aquel abuso de una justa victoria que se llamó
tratado de Versalles. Alemania, por su parte, no ha de hacer demasiado hincapié para que
se les devuelvan con premura, porque cree tener sobrada fuerza para recobrarlas, porque
aspira a mucho más y porque, fiel a sí misma, no gusta de invocar sus razones, mientras
pueda inventar alguna sinrazón monstruosa que aterre al mundo.
Quienes disponen todavía de los destinos de Inglaterra y de Francia para servir
intereses sin patria, complicados con el provecho de las patrias ajenas, pretenderán otra
vez engañar a sus pueblos, haciéndoles creer que ellos son los más fieles guardadores de
la integridad de sus respectivos dominios coloniales. El tratado de Versalles es intangible.
Tal es una de las frases más huecas que pueden proferirse. En primer lugar, porque el
tratado de Versalles viene siendo violado hace ya muchos años; en segundo, porque, en
cuanto tiene de injusto y de inepto, no hay razón alguna para que sea intangible. Aun
suponiendo que haya sido Alemania la única responsable de la guerra de 1914, cuesta
algún trabajo creer que los alemanes que no habían nacido en aquella fecha puedan ser
también culpables de la gran contienda. No creo que haya hoy en el mundo ningún
hombre de mediana conciencia que no esté convencido de la perfecta tangibilidad de ese
tratado. Frases de esta índole se profieren, no obstante, en Francia y en Inglaterra, con la
complicidad de la inconsciencia por un lado, y, por otro, de la prensa venal para levantar
una tolvanera, un remolino de polvo que encubra la complicidad del fascio anglofrancés
en el chantaje de gran estilo que hoy perpetra en el mundo el eje Roma-Berlín. Hoy
sabemos todos que ese chantaje ha sido y es posible, entre otras cosas, por la llamada no
intervención en España, quiero decir por el apoyo que Inglaterra y Francia —los
gobiernos, no sus pueblos— han prestado a los invasores. Merced a este apoyo, Hitler y
Mussolini tienen en su mano las prendas que les permiten ejercer el chantaje, a saber: las
posiciones estratégicas contra Inglaterra y Francia que han logrado tomar en el
Mediterráneo y en nuestra península. Los gobiernos de Francia e Inglaterra, ¿lograrán su

100
propósito, el de engañar a sus pueblos? No me atrevo a creerlo. Ellos tienen gran fe en la
lentitud con que se forman los verdaderos estados de opinión, y en el poder de la prensa
afecta para retardarlos y para desorientar y desencaminar a los pueblos. Confían, no sin
razón, en que cultivando el miedo, aumenta la eficacia de la amenaza de guerra. La lucha
política, en cuanto tiene de artificial, les ayuda, porque las verdades más obvias se
debilitan en boca de quienes las usan exclusivamente como arma polémica. Sin duda, la
verdad no deja de serlo cuando se convierte en proyectil o coincide con intereses de
partido, pero pierde para los neutros toda eficacia suasoria. El gran chantaje está
perfectamente organizado. Los unos amenazan con la guerra, a que no están ni mucho
menos, decididos; los otros, fomentan el miedo de sus pueblos, y les prometen una paz,
que de ningún modo está en sus manos. La resultante de todo ello es, por de pronto, que
el chantaje prospera.
Con todo, yo no dudo que la verdad ha de abrirse paso en Inglaterra y en Francia. De
Francia, sobre todo, espero la voz inconfundible del acusador, voz de timbre francés,
que es, como tantas veces lo ha sido, el timbre de lo universal humano. Entre tanto,
hemos de reconocer que el mingo de la incomprensión lo están poniendo nuestros buenos
vecinos. Todavía hay en Francia quien cree de buena fe, que nosotros, los llamados
rojos, luchamos contra una España auténtica amante de sus tradiciones, campesinos y
falangistas auxiliados por marroquíes, también españoles, y que no ha reparado aún en el
hecho insignificante de la invasión italogermana. Por fortuna, piensa el articulista a que
aludo —nada menos que un miembro de la Academia Gon

101
ANTHROPOS/35

court— el labrador, en las tierras reconquistadas por los nacionales, a retrouvé son
isolement, sa peine et sa venté. Y acaba citando las palabras de un oficial español,
modelo —según él— de buenos patriotas y de hombres de ingenio sutil: ¿.a phalange...
est une belle maitresse! Mais la monarchie.. c'est l'épouse! Cuando se piensa que hay
todavía en Francia hombres de prestigio poseedores de tan insuperable estolidez... Por
suerte, en caso de suprema incomprensión no ha de representar allí el nivel mental más
frecuente en la Academia Goncourt.
La opinión en Inglaterra no parece tan desorientada como en Francia. Ya son muchos
los ingleses que ven el aspecto de dictadura que va adquiriendo la actuación de
Chamberlain y de sus amigos. Mas todavía no han visto con suficiente claridad que esa
dictadura es de una categoría moral muy inferior a las de Hitler y de Mussolini, porque

102
no se ejerce en favor de Inglaterra —ni como democracia ni como imperio— sino en
favor de la City y del eje Roma-Berlín; que es, sencillamente, una tiranía encubierta y
una traición al destino futuro de la Gran Bretaña.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra. La gran tolvanera», La Vanguardia,
23 noviembre 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 422-4.)
gigantesca obra militar de nuestro Ejército, y de la política del doctor Negrín. Para un
nuevo reparto del mundo, Alemania e Italia ocupan en España posiciones que no piensan
abandonar, antes por el contrario pretenderán arraigar en ellas, posiciones que tampoco
pueden impunemente conservar, en primer término porque España no soporta la invasión
ni abdica de su independencia (sobre esto, como decía un filósofo, conviene que no
quepa la menor duda); en segundo lugar, porque la permanencia del invasor en España
obligaría a Inglaterra y a Francia a la defensa de sus intereses vitales amenazados de
muerte.
El nuevo Munich al que se encaminan les llevará a concesiones en el Mediterráneo,
infinitamente más graves que las que han realizado hasta la fecha, en perjuicio no sólo
nuestro, sino en daño de sus pueblos respectivos.
Por de pronto, han pinchado en hueso en su entrevista de París. El patriotismo
francés empieza a estar en guardia y ese patriotismo no puede ser fascista y es algo más
serio de lo que muchos creen. La beligerancia a Franco tras la cual veía Mussolini el
aplastamiento de la República española y su posición en España para una cínica política
de beatí possidentes (la que tuvo en Abisinia), no ha podido ser concedida. La loba
romana aulla desvergonzadamente y no parece que Mussolini renuncie a la empresa;
tampoco es fácil que deje de contar con el apoyo del fascio anglo-francés. Pero el fascio
anglo-francés comenzará a ser muy poca cosa ante el patriotismo integral de dos grandes
pueblos.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra. Recapitulemos», La Vanguardia, 7
diciembre 1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 433-5.)
La política de Chamberlain se caracteriza por su incansable pertinacia para navegar
en aguas turbias, por la ocultación constante de sus motivos y por la gran ceguera para el
porvenir de Europa y, en primer término, para el porvenir de Inglaterra. Lo menos malo
que puede pensarse de Chamberlain es que, convencido de la fatalidad de la guerra,
considera el tiempo empleado en la fabricación de armamentos como una ventaja mayor
para Inglaterra que la suma de sus claudicaciones puede serlo para sus adversarios. En
este caso sólo podría acusársele de un cálculo que parece implicar un error monstruoso.
Por muy abundantes que sean los elementos bélicos que Inglaterra y Francia puedan
acumular en el plazo que sus adversarios les consientan, es evidente que una España
totalmente sometida a Italia y a Alemania, la ocupación de Mallorca, el emplazamiento de
las fuerzas enemigas en el norte de África y en el contorno de Gibraltar, de una línea
ofensiva a lo largo del Pirineo y la existencia de todo un ejército en la Península
perfectamente aguerrido y con hondas raíces en nuestro territorio, dueño de todas las
posiciones estratégicas (todo esto supone el nuevo Munich a que parece encaminarse la
política filofascista de Inglaterra y de Francia), son desventajas enormes de

103
compensación imposible. A esto hay que añadir que la política de claudicación ante el
fascio, aunque sólo sea temporal, restará a Inglaterra y a Francia el apoyo de las dos
grandes democracias del mundo.
Es evidente que el viaje de Chamberlain a Roma, si llega a realizarse, abrigará el
propósito de entregar España a la codicia italiana, como fue en Munich entregada
Checoslovaquia a los manejos imperialistas de Alemania. Y el hecho es doblemente
monstruoso, porque no hay la más leve razón, ni aun la más mínima apariencia de razón,
para que sea mermada la independencia española. Pero el hecho es también infinitamente
más grave para el porvenir de Inglaterra y de Francia. La sola concesión de la
beligerancia a Franco, sin la retirada total de las fuerzas italianas invasoras de España, es,
a todas luces, la aquiescencia a los propósitos del fascio y a su total dominio en el
Mediterráneo occidental, la entrega definitiva de la más importante llave de un Imperio y
de las rutas marítimas de otro. Cuesta trabajo pensar que nadie, de buena fe, pueda en
Inglaterra y en Francia amparar esta política.
Aunque los acontecimientos no marchen al ritmo de nuestra impaciencia, hemos de
reconocer que tienden a seguir sus cauces naturales. En Inglaterra y Francia la opinión
está cada día más despierta y menos desorientada. No es fácil ya que los gobiernos de
Londres y París hagan demasiadas concesiones a los matones de Berlín, y Roma, sin que
un abucheo universal los asorde.
La ocurrencia genial de nuestro presidente, el doctor Negrín, de retirada total de
nuestros voluntarios, y las justas palabras de Álvarez del Vayo, han eliminado del
problema español la turbia zona de los equívocos, donde tanto provecho encontraron
nuestros adversarios. Ya nadie puede engañarse, ni aun el número incalculable de los
papanatas. España está invadida por potencias extranjeras. Del lado de la República no
hay más que españoles. Frente a nosotros un pueblo mediatizado por la invasión, el que
más directamente la padece, un pueblo al que se arrastra a una lucha contra nosotros (es
decir contra España misma, la España libre aún de invasores), y las fuerzas militares de
Italia y Alemania, que pretenden sojuzgar nuestro territorio y establecer en él las bases
defensivas y los focos de agresión contra Inglaterra y Francia, las dos imperiales
democracias de Occidente.
Parece indudable que la retirada de fuerzas invasoras de nuestra península no ha de
pasar de un mero y groserísimo simulacro, por razones tan obvias que, como decía un
ateneísta, hasta las señoras pueden comprenderlas. El régimen dictatorial, basado en el
éxito inmediato y progresivo, no puede sobrevivir a arrepentimientos de ese calibre,
mucho menos cuando los tales arrepentimientos implicarían renuncias a ventajas
positivas, verdaderas victorias estratégicas, obtenidas en la gran contienda ya entablada, y
en la cual los totalitarios llevan, hasta la fecha, la mejor parte. En verdad, nadie piensa en
la retirada de invasores de España, sin que éstos intenten por todos los medios, cotizar
sus ventajas en pro de sus designios de expansión imperial. Alemania ha obtenido éxitos
enormes para su expansión centro-orienal en Europa —Austria primero, después
Checoslovaquia— sin haber abandonado un momento su presión en España, donde el
Aquiles británico tiene su talón invulnerable. Italia reclama ya con impaciencia las

104
ventajas equivalentes en el Mediterráneo y, en parte, compensatorias, porque la anexión
de Austria por Alemania supone un grave atentado al porvenir de su pueblo. Hablar en
estos momentos de no intervención en España es un abuso descomedido de las palabras;
porque todas las pretensiones de Alemania y de Italia —los máximos intervencionistas—
están complicadas y lo estarán más de día en día con la presión en España.
A medida que el tiempo avanza, el problema se agudiza, no para nosotros sino para
todos. En verdad, nosotros lo hemos sacado de puntos para dejarlo reducido a sus
propios términos. Tal ha sido la
36/ANTHROPOS

Mas no exageremos nuestra extrañeza. Gran parte de la prensa, a cuyo cargo está la
labor de formar la opinión, sirve a intereses de clase sin patria, cuando no a intereses
fascistas, literalmente vendida al adversario. En Francia no es un secreto para nadie la
cantidad que invierte Alemania en la compra de plumas mercenarias. Pero no es esto
todo, ni sería suficiente. En las esferas del Gobierno y de la plutocracia anglofrancesa
imperante reina el terror a un despertar verdadero de la conciencia de los pueblos. El
error monstruoso, o la iniquidad sin ejemplo, que supone la llamada no intervención en
España, enderezada toda ella a hacer creer que la lucha en nuestra península es una mera
guerra civil promovida por Rusia, una lucha de opiniones encontradas, cuya repercusión
más allá de nuestras fronteras, sólo podría contribuir a precipitar la revolución social; la

105
ocultación del hecho verdadero que es, a todas luces, la invasión constante, sistemática y
progresiva de nuestro territorio por quienes aspiran a un nuevo reparto del mundo en
detrimento de los dos imperios democráticos del Occidente europeo, es algo que no
admite el total desenmascaramiento sin una repulsa de fondo, ajena a todo juego
polémico de partido, que llevaría a los pueblos de Inglaterra y de Francia, despiertos, a
pedir cuentas demasiado estrechas, a imponer las más terribles sanciones a los culpables.
Cierto que en Inglaterra y Francia han sonado ya voces acusadoras que suponen
conciencias vigilantes; mas todo ello no ha roto la espesa costra del engaño. Para
muchos, los más, estas voces cantan de falsete, responden a intereses políticos y sociales
no siempre legítimos, simulan peligros inexistentes. Se ignora que, aun en el caso de que
las voces apocalípticas no fuesen enteramente sinceras, coinciden con la realidad de los
hechos, que en política se miente muchas veces con la verdad y que no falta quien señale
peligros verdaderos sin creer en ellos.
La turbia política de Chamberlain aprovecha el equívoco y lo cultiva. Contra lo que
se cree, la opinión en Inglaterra está menos adormilada que en Francia, sin duda —
también contra lo que se cree— porque el problema de Inglaterra es mucho más grave
que el de Francia. Francia podría sobrevivir a su Imperio colonial; Inglaterra, no. Se dice,
además, que el inglés es más tardo de comprensión que el francés, y esto es sólo cierto
con una limitación, que suele omitirse: de cuanto pasa fuera de Francia, suele ser el
francés el último en enterarse, porque su política y su diplomacia suelen estar en manos
de hombres mediocres; las de Inglaterra —en cambio— han venido siendo hasta hace
poco el patrimonio de una élite. Con todo, aun en la misma Francia la opinión despierta
en el momento preciso en que los gobiernos filofascistas meditan la suprema iniquidad
contra España y la suprema traición al porvenir de sus pueblos.
Si contra lo que nosotros creemos, ambas se realizan, el naufragio moral de las
llamadas democracias del Occidente europeo sería un hecho irremediable; Inglaterra y
Francia habrían perdido no sólo sus posiciones estratégicas para la inevitable contienda
futura, sino su razón de ser en la historia. Ni dignidad ni precio; ni honra ni provecho.
Les quedaría una fuerza disminuida y degradada y una retórica manida, sin valor ideal,
que no podrá convencer a nadie. Porque entre el deshonor y la guerra —recordemos las
palabras de Churchill— habrían elegido el deshonor y tendrían la guerra, una guerra sin
honor —añadimos nosotros— y que de ningún modo merecería la victoria.
España, por fortuna, la España leal a nuestra gloriosa República, cuantos combaten la
invasión exterior, sin miedo a lo abrumador de la fuerza bruta, habrán salvado, con el
honor de la Europa occidental, la razón de nuestra continuidad en la Historia.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra», La Vanguardia, 6 enero 1939, en
Monique Alonso, op. cit, pp. 436-8.)
En el conjunto de los documentos se expresan diversos niveles de análisis y de
pensamiento. Tanto aparecen pensamientos que constituyen principios de acción
organizadores de realidad, como observaciones o comentarios circunstanciales, especial

106
ANTHROPOS/37

mente en lo referente al aislamiento en que los Estados democráticos van dejando a


la República con su tesis de no intervención.
¿Qué es lo que observa don Antonio Machado «desde el mirador de la guerra»?
Quizá lo primero y fundamental es la iniquidad de Europa y del mundo occidental, la
perfidia de su neutralidad, de su no colaboración con el gobierno legítimo, bajo la
aparente voluntad de parar la expansión de la guerra. Hay aquí documentos de una
enorme lucidez y hondura de pensamiento, que el desarrollo posterior de la historia no ha
hecho más que confirmar. Destacamos, como resalte, algunos de estos temas que valdría

107
la pena estudiar con mayor amplitud, en referencia al conjunto del pensamiento de A.
Machado. Veamos algunos temas selectivos y precisos.
Todo este conjunto de reflexiones parte de una situación social y concreta. «En
tiempos de guerra, es difícil pensar, porque el pensamiento es esencialmente amoroso y
no polémico.» Desde ahí ve don Antonio Machado verdades terribles que poco a poco
va desgranando, con doliente dolor, bajo las bombas que caen sobre la Barcelona civil.
Por eso la guerra puede ser un enorme despertador de conciencias dormidas. Describe
así los falsos y tergiversados valores de la paz: la paz inicua. Se le revela el punto
matricial que justifica la guerra y pervierte la paz: la defensa de los intereses de clase, el
afincamiento de los intereses de la burguesía. Por eso la guerra genera trabajo, y la paz,
paro. Observa la política conservadora de los imperios europeos, que comprometen la
seguridad y el bienestar de sus pueblos con tal de salvar y consolidar los intereses y
privilegios de clase. Queda evidente la inanidad de la política de no intervención de la
Sociedad de Naciones. Pero A. Machado también reconoce que los pueblos europeos se
van diferenciando cada vez más de sus gobiernos y de sus Estados. Los pueblos saben:
que los políticos conservadores representan una clase; cómo colaboran con la barbarie
fascista de forma directa e indirecta; con los portavoces eficaces del Estado burgués; sus
pactos son entre entidades polémicas; y por consiguiente no pueden escaparse a su
alternativa; pero su posición es falsa y perjudica a sus pueblos respectivos; no saben a
dónde van; deberían retirarse la vida privada y dejar sus puestos a hombres que tengan la
conciencia integral de sus pueblos.
Su mayor error —el de la política conservadora— es creer que puede ser infiel a su
máscara sin que la Historia le pida cuentas de su conducta.
También son de interés los análisis de nuestra presencia en los foros internacionales
defendiendo la causa de la República. Son documentos que merecen ser leídos con una
atención y acogida cordial.
Nos parece de gran interés aportar aquí nada más que un texto que sitúe desde hoy
los temas que aborda A. Machado en sus escritos. Ofrecemos la síntesis que Ángel Viñas
nos da acerca de la internacionalización de la guerra. Dice así:
Estructura inicial de la internacionalización
El proceso de internacionalización de la guerra civil se inició de forma determinada por
los cinco factores siguientes:
1) Manteniendo una pauta de aislamiento ante los grandes problemas internacionales, que
había culminado en la neutralidad espa
38/ANTHROPOS

108
ñola durante la primera guerra mundial, la República no había sentido la necesidad de
apuntalar su política exterior con pactos o alianzas bilaterales ante la ascensión del
fascismo. Al estallar la guerra civil, el autoaislamiento relativo español no encontró
fácilmente interlocutores complacientes.
2) La carencia de medios bélicos suficientes para asegurar el triunfo, tanto por parte
del gobierno republicano como de los insurgentes, incitó a acudir al exterior, donde
podían encontrarse en la cantidad y calidad adecuadas.
3) Para el gobierno de Madrid, legalmente constituido y sorprendido por un golpe de
fuerza, no había problema alguno en apelar al mercado externo, toda vez que en un
principio lo que solicitaban eran, simplemente, armas y municiones.
4) Para los sublevados, algunos de los cuales habían anudado previamente tenues
hilos exploratorios hacia las potencias fascistas (más intensos en el caso de Italia), su
ayuda aparecía como la condición necesaria, aunque no suficiente, para mantener una
guerra larga, frustrado el pronunciamiento.
5) Para estimular un apoyo más activo de las potencias extranjeras el conflicto se
planteó crudamente en términos de la pugna fascismo-antifascismo, por un lado, o de
comunismo-anticomunismo, por otro, lo que tuvo importantes repercusiones en la
opinión pública y en la escena internacionales.
Sobre estos factores incidió la posición asimétrica de los contendientes. El gobierno

109
republicano era, en un principio, el único reconocido internacionalmente, contaba con la
legitimidad institucional y disponía de los recursos más centralizados del Estado (reservas
de oro y plata del Banco de España). Los insurgentes carecían, al comienzo, de todo
sfafus internacional, no tenían otros recursos que los que pudieran conquistar por la
fuerza y su proyección hacia el exterior era más limitada, concentrándose esencialmente
en las potencias fascistas.
De aquí que el inicio del proceso de internacionalización estuviera, en primer lugar,
marcado por estas asimetrías, y en segundo término, por las distintas reacciones que el
estallido de la guerra civil provocó entre las potencias y la opinión pública extranjeras.
Los sublevados vieron situarse a su lado los regímenes fascistas: Alemania e Italia
abanderaron su causa con la colaboración complaciente de Portugal, en coqueteo con la
tentación totalitaria. Más tarde la derecha europea y americana apoyó, en general, a los
«cruzados» contra el comunismo ateo y «destructor de los valores de la civilización
occidental». Los vaivenes tácticos del Vaticano no impidieron, por otra parte, que un
amplio segmento del catolicismo militante ayudase, bien material o espiritualmente, a
quienes se oponían a la «España roja».
Para la República la situación fue menos nítida y el apoyo que aspiraba a obtener de
las democracias occidentales no se materializó en la cuantía y calidad necesarias.
En Francia los acontecimientos de España avivaron las tensiones internas y el frágil
gobierno del Frente Popular de León Blum se dividió inmediatamente en tomo a la
cuestión española. La ayuda fue esporádica y, en un principio, superficial.
En Inglaterra, al sobresalto causado por el hundimiento del aparato estatal
republicano y los excesos de la revolución, se unió el temor de que en España se instalara
un régimen incapaz de mantener la ley y el orden burgueses. Las simpatías ideológicas
del gobierno conservador de la época y de gran parte de la maquinaria del Estado —en
particular en el Foreign Office y en las fuerzas armadas— no se decantaron
inequívocamente hacia la República. En ello se vieron apoyados por la frialdad hacia ésta
de los círculos conectados con la industria y las finanzas, que tenían intereses
sustanciales en la España prontamente ocupada por las tropas de Franco.
Así, pues, en los medios gubernamentales ingleses, que jugaron el papel más
importante en la configuración de la actitud de los países occidentales no alineados con
Franco, la República sólo encontró reticencias, cuando no hostilidad, aunque ésta no
siempre saliera a flote.
En los Estados Unidos la opinión pública se dividió, al igual que ocurría en otros
países democráticos, pero el distanciamiento norteamericano de los problemas de Europa
y la postura de neutralidad ante conflictos internos de otros países en que no se vieran
involucrados los intereses nacionales, llevó a la administración de Roosevelt, después de
algunas indecisiones, a decretar a principios de 1937 el embargo de material de guerra
con destino a España. La República mantuvo cordiales relaciones con la gran potencia,
todavía dormida, pero poco pudo conseguir de ella en términos de apoyo, salvo el de
naturaleza humanitaria.
La estructura del proceso de internacionalización de la guerra civil se vio marcada,

110
pues, entre los países más importantes que hubieran podido ayudar a la República, por la
timidez y la acumulación de constreñimientos.
Sólo México saltó en defensa del gobierno republicano. La administración de
Cárdenas no vaciló en suministrar todo el apoyo material que pudo, pero los envíos de
armas eran por necesidad pequeños y la ayuda no compensó la sequedad de otras
fuentes.
Esta sequedad fue «organizándose» a partir del mes de agosto de 1936. A propuesta
francesa, contando con la entusiasta aprobación británica, no tardó en diseñarse lo que ha
dado en denominarse «política de no intervención». Con cierta rapidez, a dicha política
fueron adhiriéndose formalmente hasta 27 países europeos, incluso aquellos (como las
potencias fascistas) que no dudaban en seguir apoyando a los rebeldes. También lo hizo
la Unión Soviética, cuyas relaciones con el gobierno de Madrid eran, en aquel momento,
bastante tenues.
Dicha política de no intervención cristalizó en la creación, en septiembre de aquel
año, del comité del mismo nombre, con sede en Londres, cuya misión estribaba,
fundamentalmente, en aislar el conflicto español y prevenir todo posible desbordamiento
hacia el resto de Europa. Pero la política de no intervención no tardó en convertirse en
una mera farsa, aunque lastró considerablemente los esfuerzos republicanos por
conseguir armas y material.
En estas condiciones, el proceso de internacionalización de la guerra civil discurrió,
en sus comienzos, por tres vías.
La primera fue la táctica seguida por las autoridades republicanas para contornear las
limitaciones e imposiciones de la no intervención apelando al mercado negro de
armamentos. Una red de agentes, primero individualizadamente, luego de forma más
organizada hasta llegar a la constitución, a finales de 1936, de la Comisión Técnica
Española, con sede en París, se desparramó por los países europeos (y americanos)
menos insensibles a los acontecimientos de España con el fin de adquirir pertrechos y
productos de la más variada índole que destinar al esfuerzo de guerra.
Es necesario señalar que en este ámbito las autoridades francesas hicieron en numerosas
ocasiones la vista gorda a ciertas limitaciones de los acuerdos de no intervención y no
dudaron en prestar su cooperación para que el trabajo de los agentes republicanos
pudiera desarrollarse con los menores impedimentos posibles. La política cambiante de
cierre y apertura sucesivos de la frontera francoespañola permitió que al territorio
republicano llegara abundante material, bélico y no bélico, aunque nunca con la fluidez y
seguridad suficientes a las que la República creía tener derecho.
La segunda vía estribó en la realización de un importante esfuerzo organizado, impulsado
por los partidos comunistas asentados en la Europa occidental y, más específicamente,
por el francés, para canalizar el entusiasmo antifascista hacia la guerra de España.
Naturalmente, la Unión Soviética no fue ajena a tales operaciones, aunque en principio se
mantuviera en cierta reserva.
Así, desde el mes de septiembre de 1936 luchadores antifascistas probados (muchos con
experiencia de la primera guerra mundial, otros con la conseguida en la pugna contra la

111
ascensión y triunfo de los regímenes fascistas), izquierdistas de coloración varia, parados,
románticos y aventureros procedentes de poco más de medio centenar de países
europeos, americanos e incluso asiáticos y africanos, pasaron a englobarse en las
denominadas «Brigadas Internacionales», que hicieron por primera vez acto de presencia
en los frentes de España a comienzos de noviembre de 1936.
Las Brigadas Internacionales respondían no sólo a una decisión calculada de la
Comintern sino también al amplio soporte que en la opinión pública mundial de
izquierdas y antifascista generó la lucha por la defensa de las libertades en España contra
lo que se estimaba una agresión impulsada por los regímenes fascistas, que entonces se
acercaban a la cima de su poderío y que estaban dando al traste con el orden
internacional anclado en las disposiciones de los tratados de paz que concluyeron la
primera guerra mundial.
La tercera vía por la que discurrió este inicial proceso de internacionalización fue la
ayuda soviética a la causa republicana.
Fue, ciertamente, un apoyo cauteloso y lento en producirse. Cuando se demostró de
manera inequívoca que ni italianos ni alemanes estaban dispuestos a observar los
principios de la política de no intervención, Stalin decidió participar activamente en la
guerra civil española. Su embajada en Londres lo dio a entender con claridad, aunque en
velado lenguaje diplomático, a principios de octubre de 1936.
La ayuda directa soviética se materializó en el suministro de grandes cantidades de
armamento, que la República necesitaba desesperadamente, y en el envío de un grupo
selecto de «asesores». El apoyo se desgranó en funciones muy diversas: desde la
participación en ciertos combates a la colaboración en la organización de la defensa
republicana (a veces de forma hiriente); desde la instrucción a los miembros del Ejército
Popular a la ampliación de la influencia soviética en España.
Pero esta presencia (cifrada habitualmente en torno al millar de hombres, en rotación) no
podía pasar, ni pasó, desapercibida y tuvo efectos contradictorios: reforzó los temores de
aquellos países (Inglaterra en primer lugar) que divisaban en la inicial radicalización
ocurrida en la España republicana el comienzo de un despeñamiento hacia el
establecimiento de un régimen «rojo» y justificó, por otra parte, la continuada
intervención de aquellas otras potencias y segmentos de la opinión pública occidentales
que divisaban en la guerra civil la inevitable confrontación con el comunismo.
Sobre los motivos de Stalin podría discutirse interminablemente. Pero uno de los factores
que, sin duda, debieron animar su intervención en un teatro de operaciones tan lejano
como era España estaba relacionado con su deseo de preservar el sistema de seguridad
colectiva de la Sociedad de Naciones frente a las agresiones fascistas. En ello le guiaba el
propio interés: si el sistema no funcionaba, difícilmente podría contar en un caso de
apuro el joven Estado soviético con la ayuda de las potencias democráticas occidentales.
Si la Alemania nazi dirigía codiciosas miradas hacia el Este, para Moscú la alternativa era
clara: o se aliaba con aquéllas, a fin de frenar la temida expansión germana en busca de
Lebensraum, o llegaba a un acuerdo de contención con Hitler, que no era fácil de perfilar
ni de instrumentar en aquellos momentos.

112
Ante tal dilema, la intervención soviética en España no fue nunca demasido activa ni
implicó riesgos que pudieran poner en peligro los objetivos de la política exterior de
Stalin.
En esta situación global, ambigua para la República, el mantenimiento y la escalada de la
intervención germano-italiana en favor de Franco tuvieron efectos muy importantes.
Las potencias fascistas perseguían, aparte de metas ideológicas obvias (quizá más claras
en el caso mussoliniano), intereses geoestratégicos evidentes que coincidían en el deseo
común de debilitar la posición francesa en el Mediterráneo occidental.
La intervención alemana era, ciertamente, la más espectacular y la que más interrogantes
proyectó en la escena internacional, pero, retrospectivamente, sus motivos principales
eran simples: Hitler impulsaba, todavía, una política exterior relativamente racional y si la
afirmación de un régimen izquierdista favorable a Francia y apoyado por ella robustecía a
esta última y permitía que España saliera de su neu

ANTH ROPOS/39

113
ca de escape a las responsabilidades gubernamentales de las potencias democráticas
occidentales.
El pronunciamiento había fracasado, ciertamente. La división de las fuerzas armadas
españolas había contribuido a convertir en guerra civil la incapacidad de los sublevados
para asestar un rápido golpe mortal al Estado republicano. Pero fue la intervención
extranjera en favor de los rebeldes lo que, más que ningún otro factor, contribuyó a
enderezar la balanza. De lo contrario, con el recurso al material extranjero, cuya compra
difícilmente podría haberse impedido a un gobierno legítimo y reconocido
internacionalmente, no hubiese sido improbable que la República, tarde o temprano,
hubiese dado al traste con una sublevación aislada y carente de apoyos exteriores. La
agresividad de las potencias fascistas y el apocamiento de los países democráticos
destruyeron tal posibilidad. Y ésta no es, a su vez, comprensible sin tener en cuenta la
política de «apaciguamiento» impulsada por Inglaterra hacia las reivindicaciones
alemanas e italianas, que encontraba su origen en una meditación un tanto miope de los
intereses británicos. La política exterior francesa, de «decadencia», según ha sido
reiteradamente caracterizada, se plegó a los designios ingleses y la España republicana
terminó pagando los platos rotos.
En consecuencia, la guerra civil española ha de integrarse íntimamente en la dinámica
de las relaciones intraeuropeas del período. Son éstas las que delimitaron su marco
externo, las que proyectaron influencia sobre la evolución de las acciones de los
contendientes, las que favorecieron a unos o a otros según las circunstancias y las que,
en definitiva, permitieron que un golpe de fuerza fallido se transformara,
irremediablemente, en larga y cruenta guerra civil.
El proceso de internacionalización
tralidad tradicional, cabía contar con que las posibilidades alemanas de debelar
rápidamente al primer enemigo a abatir en el Oeste se vieran dificultadas.
Sobre estas reflexiones estratégicas incidieron después consideraciones de prestigio, a
las que Mussolini era muy sensible. La ayuda de ambas potencias a Franco no fue muy
amplia, desde luego, en los primeros meses de la guerra (después se intensificaría
notablemente, sobre todo a partir del reconocimiento común del gobierno de Burgos el
18 de noviembre de 1936, aunque Guatemala y El Salvador se les adelantaron en diez
días), pero desempeñó dos papeles esenciales:
a) Conectó a los sublevados con importantes fuentes exteriores de aprovisionamiento
y estímulos.
b) Aumentó extraordinariamente la complejidad de las relaciones intraeuropeas de la
época.

114
En particular, la intervención nazi hacia el sur provocó una cierta consternación en el
gobierno francés y, secundariamente, en el británico. Por primera vez, en efecto, un
Tercer Reich en expansión, que luchaba por sacudirse de las trabas de Versalles, daba un
zarpazo en una zona lejana a su tradicional —e implícitamente reconocida— esfera de
influencia.
Frente a la timidez y reticencias de las potencias democráticas occidentales los regímenes
fascistas fueron desarrollando una actitud crecientemente agresiva y de apoyo descarado
a Franco, lo que no descartaba vacilaciones muy frecuentes. A la vez, en los campos de
batalla de España forjaban lo que no tardaría en convertirse en unidad de destino ulterior.
El denominado «Eje» entre el Tercer Reich y la Italia mussoliniana empezó a
materializarse, en efecto, en octubre de 1936.
Así, pues, el proceso de ¡nternacionalización de la guerra civil en sus comienzos no
puede enjuiciarse por la mera comparación —como se ha hecho en numerosas ocasiones
por autores proclives a los sublevados— entre los suministros extranjeros relativos
recibidos, de una u otra parte, por los contendientes. Su significación radica, más bien, en
la dinámica generada por la asimetría inserta en dicho proceso.
El apoyo externo dio alientos a los sublevados, proyectó indirectamente a Franco (que es
quien lo recibía) hacia las cumbres del poder, inyectó una vena de justificación ideológica
«moderna» (y homologable con la que parecía estar en ascenso en Europa) a un
pronunciamiento fracasado, ayuno de cualesquiera principios que no fuesen estrictamente
«anti» o «retrógrados», y favoreció el primer gran reconocimiento internacional del
régimen que iba alumbrando el general Franco.
No hay comparación histórica posible entre el abierto apoyo, de Estado, que prestaron a
aquél las potencias fascistas y las ayudas, más o menos encubiertas, que Francia y otros
países occidentales (pocos) otorgaron, más o menos vergonzantemente, a la República.
La no intervención oficializó la farsa.
Ya para el otoño de 1936 las asimetrías destacaban violentamente. Por un lado, las
fuerzas franquistas se veían reforzadas por soldados alemanes (en torno a un millar)
extraídos del ejército, de la marina y de la renovada aviación. El envío de la denominada
Legión Cóndor, con unos 4.000 hombres en rotación, se anunció a Franco a principios de
noviembre de 1936. Todos ellos contribuyeron a forjar un nuevo ejército. Y, por otro
lado, unidades regulares y de milicias italianas empezarían a arribar en gran número a
España (unos 15.000 hombres) a finales de aquel año y comienzos de 1937. Todos
llevaban consigo equipamiento y medios bélicos propios, a la vez que por innumerables
canales Alemania e Italia atendían a las solicitudes de suministros que les dirigían los
sublevados.
Frente a ello se encontraba una República que emergía de un intenso proceso de
disolución de la autoridad central, que había cometido enormes errores tácticos y de
organización, que chocaba con la reticencia, cuando no con la incomprensión,
internacionales y que recibía, por la puerta falsa, armas y hombres del exterior en una
dinámi
40/ANTHROPOS

115
En la segunda mitad de 1936 y gran parte de 1937 el conflicto de España ocasionó,
sin duda, grandes preocupaciones entre las potencias. Cómo limitar los riesgos de su
desbordamiento sobre el frágil sistema de seguridad colectiva y cómo evitar un creciente
deslizamiento de aquéllas en el torbellino español fueron objetivos esenciales de quienes
como los gobiernos británico y francés, deseaban mantener, aunque con retoques
concedidos de antemano a Hitler y a Mussolini, el statu quo.
Para 1938, sin embargo, la guerra civil española había retrocedido en la atención
internacional. En el año del Anschluss de Austria y de la crisis de los Sudetes, cómo
contener la expansión alemana en Centroeuropa y llegar a establecer un modus vivendi
con los dictadores fascistas —sin que ello implicara otorgar a la Unión Soviética un
mayor peso específico en la política internacional del período— pasó a obsesionar a las
autoridades de Londres y, secundariamente, de París. Al final, la indiferencia hacia el
destino de la República (indiferencia que ésta se negaba a aceptar: tercamente según
algunos, ingenuamente según otros) y el continuado apoyo a Franco de Hitler y Mussolini
decidieron el proceso de internacionalización.
En esta dinámica, la actuación del Comité de No Intervención londinense generó más
tinta, fintas diplomáticas e hipocresía que resultados y la Sociedad de Naciones, a cuyas
reuniones anuales del Consejo acudían los más cualificados representantes republicanos,
poco pudo hacer sino contemplar impotente cómo las decisiones que afectaban a la

116
guerra civil se tomaban en las cancillerías de las más importantes potencias europeas sin
dar juego a ninguno de sus mecanismos. Con ello su desprestigio quedó consolidado.
En 1937 el agente más «dinámico» de la política de no intervención fue, sin duda,
Inglaterra, que continuó presionando a Francia para que no abandonara dicha línea de
conducta, aprovechándose del temor de los franceses a quedarse solos frente a Hitler. Y
no sorprende, pues, que cuando el embajador de Mussolini en Londres y representante
en el Comité, Diño Grandi, proclamara abiertamente el 23 de marzo de aquel año, tras la
derrota de Guadalajara, que por supuesto había tropas italianas en España y que no se
retirarían hasta la victoría, tal afirmación apenas fue tomada en consideración por tan
ilustre areópago de políticos, funcionarios y mediocridades.
La ayuda italo-germana continuó sin penetrar en el Comité, cuya única medida había
sido adoptar el 16 de febrero una resolución que extendía la no intervención al
reclutamiento, tránsito y salida de no españoles que intentaban combatir en España. Esto
afectaba en primer lugar a las brigadas internacionales, ya que en el envío de unidades
militares regulares y de milicias por parte de las potencias fascistas difícilmente se haría
caso de tales buenos deseos.
El 20 de abril se puso en práctica un complejo plan, aprobado el 8 de marzo, para
controlar puertos y fronteras. Y, de hecho, patrullas navales enviadas por Inglaterra,
Francia, Alemania e Italia empezaron a vigilar las costas para evitar conculcaciones de la
no intervención.
Pero, quizá no paradójicamente, las potencias fascistas se encargaron de prestar
servicio en las costas mediterráneas. Tras numerosos incidentes (caso del Deutschland,
bombardeo alemán de Almería), Hitler y Mussolini se retiraron temporalmente de un
control burdo e ineficaz para abandonarlo en el mes de julio, en tanto que el nuevo
primer ministro británico, Neville Chamberlain, abanderado del «apaciguamiento»,
trataba de contemporizar una y otra vez, sin duda con el deseo de mejorar por todos los
medios las relaciones anglogermanas.
La única «victoria» que en esta dramática fase pudo apuntarse la República fue la no
concesión de los derechos de beligerancia a ambos contendientes, medida sugerida por
las potencias fascistas y que hubiera supuesto el fin de los controles y obligaciones de la
no intervención para las partes en litigio. Ciertamente, el no reconocimiento de tales
derechos se debió tanto a las presiones republicanas sobre Francia como a los temores
ingleses de que ello provocase fricciones con el tráfico marítimo británico. Mientras
tanto, la marina de Franco había ido estableciendo un bloqueo en torno a las costas del
Mediterráneo que produjo, cuando menos, dos efectos: desestimuló la ayuda soviética
(que hubo de discurrir por la frontera franco-española, más cerrada que abierta al tráfico
según los vaivenes de la política de los gobiernos de París) y desincentivó el ritmo de
suministros que recibía la República. Para que no quedara duda de cuáles eran los fines
perseguidos, en el verano de 1937 (cuando el Vaticano reconoció a Franco) submarinos
no identificados, pero italianos, sostuvieron una intensa campaña de ataques contra los
buques que aprovisionaban la España republicana.
Las víctimas fueron numerosas, incluidos barcos británicos, y esto indujo a que

117
Chamberlain no se opusiera a una iniciativa francesa para reunir una conferencia,
celebrada del 10 al 14 de septiembre en Nyon (Suiza), a tenor de cuyas decisiones se
preveían acciones navales para destruir todo sumergible que atacara o hubiese atacado a
buques mercantes no españoles. Alemania e Italia no asistieron a la conferencia pero
poco más tarde los incidentes cesaron como por ensalmo.
Se ha afirmado que Nyon fue la única ocasión en que las potencias democráticas
occidentales dieron signos de firmeza, y quizá sea cierto. Pero Nyon ha de situarse en el
contexto de la enloquecida política de apaciguamiento de Chamberlain y, en particular, de
sus intentos por llegar a algún tipo de acomodo con Mussolini. Para entonces, una
evidente admiración del fascismo se extendía —con muchas excepciones, es cierto— en
los círculos dirigentes británicos, y si Londres se decidió a apoyar la iniciativa francesa ha
de entenderse que ello fue también por la preocupación que le inspiraba la seguridad del
Mediterráneo, al fin y al cabo yugular del imperio.
La marcha hacia Nyon había estado llena de sobresaltos: en numerosos incidentes
muy espectaculares (de los cuales dos fueron todo un símbolo: Guadalajara y Guernica)
se había puesto de manifiesto que en España operaban fuerzas regulares o unidades
orgánicas de los Estados fascistas, que hacían la guerra a la República. Los intentos —
desesperados— del gobierno republicano por hacer ver a las democracias, y en particular
a Inglaterra, que la agresión había de ser parada en España, so pena de alentar aún más a
los dictadores, toparon con un muro de incomprensión. Al gobierno de Londres lo único
que parecía interesarle era que los alemanes no obtuvieran bases permanentes en España
después del conflicto y, en el ínterin, que el débil régimen franquista no desviara
demasiadas materias primas (de las que solían ir a parar tradicionalmente a Inglaterra,
sobre todo, mineral de hierro) hacia Berlín.
Tras Nyon el desbordamiento de la guerra civil era ya menos verosímil y, en
consecuencia, el interés internacional decreció. Por otro lado, el fracaso de la ofensiva
republicana en Brúñete y la pérdida del frente norte señalaban que, lenta pero
inexorablemente, las tornas se volvían contra la República. Entonces empezaría en serio
la búsqueda del acomodo con Franco: Inglaterra no tardó en despachar, en noviembre, a
un agente oficioso, sir Robert Hodgson, hacia Burgos. Algunos países siguieron, más
pronto o más tarde, su ejemplo: Japón y el Manchukuo reconocieron a Franco en
diciembre. Yugoslavia lo había hecho de facto en octubre. A finales de año hubo un canje
de notas con Uruguay y en los últimos días de marzo de 1938 Grecia, Turquía y
Rumania procedieron también a un reconocimiento de facto del régimen franquista.
De entre las grandes potencias sólo Francia y Estados Unidos permanecieron
inconmovibles (aunque desde la primera se hicieran discretos sondeos para enviar otro
agente, que no prosperaron).
Tras la pérdida del Norte la República cometió un error estratégico que le costaría
caro: incapaz de entender que no lograría volver a avivar, fuera de límites muy estrechos,
el interés extranjero por su causa, se empecinó en una serie de grandes operaciones
militares convencionales y muy ortodoxas que la desangraron inútilmente. Para entonces
la superioridad de fuego y de aviación de las tropas franquistas era evidente y no existían

118
obstáculos insalvables a su reforzamiento. Con un ininterrumpido apoyo alemán e italiano
en hombres y en material (la Legión Cóndor había renovado ya casi todos sus aparatos,
adoptando máquinas muy modernas para la época), el montaje de ofensivas masivas
desarrolladas con todo el arte de los ejércitos regulares más conservadores estaba
condenado al fracaso y exponía a un continuo desgaste a tropas experimentadas,
difícilmente sustituibles.
El fracaso en Teruel y la acometida franquista en el Alfambra pusieron una vez más
de manifiesto la precariedad republicana, aunque no se carecían de ciertos datos
estimulantes, si bien no públicos. El 14 de febrero de 1938 Molotov comunicó al
embajador español en Moscú, doctor Marcelino Pascua, que el Kremlim accedía a
reanudar con la mayor rapidez posible los suministros de aviones, en especial de
bombarderos. Por otro lado, los rusos deseaban que los ministros comunistas españoles
desaparecieran del gobierno (había dos desde septiembre de 1936) y que Negrín formase
su futuro gabinete con socialistas y republicanos, competentes y enérgicos, que
permitieran ampliar el margen de maniobra internacional que necesitaba
desesperadamente la República. Poco más tarde, Stalin concedía a ésta un crédito de 70
millones de dólares, del cual sólo la mitad estaba respaldada con oro (del poco que ya
quedaba en Moscú, una vez que Largo Caballero y Negrín hubieran cursado numerosas
órdenes de venta desde febrero del año anterior).
Mientras la ofensiva franquista avanzaba incontenible, Negrín, en rápida visita a París
del 12 al 14 de marzo, conseguía de León Blum (que formaba un segundo gobierno
efímero) la reapertura de la frontera franco-española y pronto grandes cantidades de
material de guerra, que veían obstaculizado su tránsito, se vaciaron en la España
republicana.
Sin embargo, en una dramática sesión del Comité Permanente de la Defensa
Nacional del día 15 los dirigentes franceses examinaron y rechazaron la posibilidad de
intervenir directamente en España. A pesar de las simpatías de Blum y de Paul-Boncour,
su ministro de Asuntos Exteriores, asombrados de hasta qué punto la influencia británica
había llegado a condicionar la política francesa hacia el conflicto, el miedo a una guerra
contra Italia y Alemania, la impreparación

denció que la República carecía de margen de maniobra exterior. El destino de una


nueva propuesta, del 5 de julio, del Comité de No Intervención sobre control naval que
favorecía a los franquistas y fue displicentemente rechazada por éstos puso de
manifiesto, por lo demás, que la guerra civil ya no estaba en primera línea de la atención
internacional.
Frente a este entorno, no quedaba más remedio que resistir. Pero se mantuvo una

119
línea que ya había resultado improductiva. La ofensiva sobre el Ebro, acometida con la
frontera cerrada y con grandes dificultades para recibir nuevos envíos de material o para
trasladar hacia España el que se adquiría más o menos subrepticiamente en el mercado
negro, se saldó, tras cruentos combates, con un nuevo fracaso.
Éste fue, sin duda, más rotundo y de consecuencias más profundas que las que
implicaba el retroceso militar. Desconcertado por la acometividad republicana, Franco no
dudó en echar toda la carne en el asador y en ceder a las presiones alemanas sobre
ciertos temas económicos para garantizarse un suministro fluido de armas y material.
También se intensificó el diálogo con Italia, con la que a finales de verano se llegaba a
otros significativos acuerdos de aprovisionamiento. Así, mientras la República se
desangraba inútilmente en el Ebro, Franco establecía las bases para una nueva ofensiva
por su parte, mucho más devastadora que la del Alfambra. La asimetría del contexto
internacional del conflicto era ya abrumadora.
Hacia el fin
militar de Francia y el temor a quedarse cortados de Gran Bretaña desaconsejaron a
los franceses toda escalada en la delicada situación española.
Este fue el punto más audaz al que llegó la política francesa, la cual, tras las
emociones despertadas por el Anschluss en marzo, se orientaba hacia un acercamiento
con Italia para, al igual que hacía Inglaterra, despegarla en lo posible de Alemania.
Está hoy suficientemente claro que la postura francesa, en particular durante el
gobierno Daladier (desde abril de 1938), estribaba en profundizar la relación con
Inglaterra, precisamente cuando la política de Chamberlain empezaba a alcanzar sus más
altas cotas en el camino del apaciguamiento. Una semana tras el Anschluss el primer
ministro británico no ocultaba que Franco estaba ganando la guerra gracias a la ayuda
alemana e italiana, que los soviéticos trataban de meter a Inglaterra en una guerra contra
Alemania y que no cabía, en consecuencia, apoyar a Francia en el cumplimiento de sus
obligaciones frente a Checoslovaquia o dar a esta última garantía alguna. El temor al
Tercer Reich lo paralizaba todo y le inclinaba a mostrarse amable con Mussolini. Si ya se
disponía a regalar Checoslovaquia a Hitler, difícilmente iba a endurecer su actitud a causa
de la España republicana, por la que no sentía la menor simpatía.
Que el horizonte no se dibujaba rosado para la República lo mostraron los acuerdos
anglo-italianos del 16 de abril, que se suponía no entrarían en vigor hasta que no se
arreglase la cuestión española.
Dichos acuerdos fueron acompañados de un canje de cartas en el que el gobierno de
Mussolini aceptaba una propuesta británica para una evacuación proporcional de los
voluntarios extranjeros y confirmaba que al término de la guerra civil no quedarían en
España soldados italianos. Implícitamente, Londres reconocía que, mientras tanto,
podrían permanecer en ella.
A medida que la evolución militar tomaba un curso desfavorable para la República, el
único país (Francia) que por lo menos no la amenazaba, adoptaría una actitud
bamboleante, presionado por Gran Bretaña. Así, el 13 de junio de 1938 la frontera
franco-catalana dejó de ser permeable. Fue un duro golpe que los dirigentes republicanos

120
sintieron tanto más cuanto que Daladier y Bonnet (su ministro de Exteriores) se habían
para entonces comprometido con ellos a no hacer nada hasta una fecha ulterior.
Según comunicó Daladier a Pascua, nuevo embajador republicano en París, el cierre
de la frontera se debía a incitaciones del gobierno británico, con el que era indispensable
estar en buen acuerdo para capear la situación en Checoslovaquia. No cabía, desde
luego, esperar cosas muy diferentes. El avance franquista hacia Levante, cortando en
abril en dos partes el territorio republicano, la inacción de la escuadra (salvo el combate
en que fue hundido el Baleares) y el derrumbamiento de la División 43, con su obligado
paso de la frontera, habían producido en Francia gran impresión, tanto en medios
periodísticos como políticos. En éstos se apreciaba, además, otro tipo de factores: las
reservas, que empezaban a exteriorizarse, sobre la eficacia, estimada corta y tardía, de la
ayuda soviética y la sorpresa, muy grande, sobre el escaso volumen de material de guerra
de tal procedencia que había pasado en tránsito la frontera durante el período en que la
apertura había funcionado a pleno rendimiento. En tales circunstancias la postura de
Chamberlain aparece tanto más criticable, aun en la línea del apaciguamiento, cuanto que
además de darse cuenta de toda la importancia internacional de la guerra civil, preveía
una larga resistencia por parte republicana, cuya moral no le parecía abatida.
Para entonces proliferaban los rumores sobre «mediación» y «armisticio» en el
conflicto español, y el 20 de junio de 1938 el ministro de Estado Álvarez del Vayo señaló
que el gobierno republicano estaba decidido a replicar a los continuos bombardeos sobre
poblaciones civiles y que, preocupado por evitar sufrimientos a los españoles, trasladaría
su respuesta a los lugares mismos de donde emanaban aquellas acciones, es decir, al
extranjero. Implícitamente se apuntaba hacia Italia. La reacción franco-británica fue de
duro distanciamiento y evi
42/ANTHROPOS

121
En tanto que Franco mejoraba sus posibilidades de futuro, Negrín —que trataba
secretamente de entrar en contacto con círculos adversarios para llegar a algún tipo de
paz negociada— explicaba con toda claridad que las agresivas iniciativas alemanas en
Europa estaban determinadas, esencialmente, por la inhibición de los potencias
democráticas occidentales. Así ocurría, según él, en el caso español, que no era
indisociable del problema checoslovaco. Tras ello aleteaba la idea de que, en la medida
en que la resistencia republicana no desfalleciera, cabría contar con ella como un
poderoso elemento del sistema defensivo de las democracias.
La política negrinista descansaba en el supuesto de que, ante la amenaza del Tercer
Reich, tarde o temprano las democracias terminarían oponiéndole una voluntad firme.
Para Negrín, y para muchos, la guerra española —en su dimensión internacional— no
era sino un preludio de la europea.
En la crisis de Munich se puso de manifiesto la fragilidad de tales percepciones. La
actitud franquista sufrió incomprensibles retrasos y fue extremadamente inhábil a la hora
de poder aprovechar su postergada declaración de neutralidad en un eventual conflicto
europeo, lo que molestó a alemanes e italianos casi por igual. Tampoco, sin embargo,
parece que fuese mucho más inteligente la actitud de Negrín, hasta ahora no
documentada fehacientemente en la literatura. En la madrugada del 28 de septiembre,
víspera del acuerdo de Munich, comunicó a Pascua que no creía que se produjeran

122
movimientos bélicos en Europa, pero que debía informar a Daladier de que la actitud del
gobierno republicano, en relación con el francés u otros, sería la de acomodarse a las
disposiciones del pacto constitutivo de la Sociedad de Naciones. El embajador, en el
período de gestación de la crisis, había carecido de instrucciones precisas, y éstas,
cuando le llegaron, fueron incomprensibles o rígidas.
No están claras las razones que impulsaban al presidente del Consejo a obrar de esta
manera: el anuncio, en Ginebra, el 21 de septiembre, de que la República retiraría
unilateralmente a los voluntarios extranjeros que aún combatían bajo su bandera había
causado gran impresión, pero resulta difícil pensar que Negrín creyese que la reacción
internacional al desmembramiento de Checoslovaquia podría ser canalizada con eficacia
por los mecanismos de la Sociedad de Naciones.
En general se ha afirmado que la solución de Munich condenó a la República. Y,
ciertamente, en la medida en que de haberse producido entonces un conflicto general
quizá se hubiera establecido una conexión con el español, es evidente que ello no
favoreció a los republicanos.
A pesar de la renovación del apoyo soviético (materializado en la concesión, en
agosto, de un crédito de 60 millones de dólares —cuya formalización y ejecución se
reservó Negrín— y en el envío de más suministros bélicos a finales de año), la intensa
ofensiva sobre Cataluña desmoralizó la resistencia republicana. Previamente, tras varias
semanas de forcejeo, el gobierno británico, humillándose un poco más, había aceptado
que la retirada italiana de 10.000 «voluntarios» cumplía los requisitos del acuerdo con
Mussolini del 16 de abril, que entró en vigor el 16 de noviembre.
Naturalmente, las democracias reaccionaron a la nueva crisis checoslovaca cuando el
15 de marzo las tropas alemanas ocuparon lo que quedaba del desmembrado país. La
política de «apaciguamiento» había fracasado y Hitler mostraba que no era posible creer
en sus promesas. El acuerdo de Munich, que había aspirado a preservar la paz en
Europa, se revelaba ahora como una candidez más de las democracias, a menos de seis
meses tras su conclusión.
Empezaba la reacción. El 23 de marzo Polonia declaró la movilización parcial y tres
días más tarde rechazaba, con toda claridad, las pretensiones alemanas. Alarmado y
humillado, el 31 de marzo Chamberlain se decidió, por fin, a iniciar el giro de su política
anterior. La garantía entonces extendida a Polonia fue rápidamente asumida por Francia
y no tardó en ampliarse a Rumania, Grecia y Turquía. La contención de los dictadores
fascistas adoptaba ya formas concretas que implicaban la posibilidad de intervención
efectiva de las democracias en los conflictos que originara en el futuro la expansión
germanoitaliana.
Todo esto llegaba demasiado tarde para la República. Incluso antes del nuevo
zarpazo hitleriano en lo que quedaba de Checoslovaquia, ante el XVIII Congreso del
PCUS Stalin había extraído el 10 de marzo las consecuencias del fracaso de la no
intervención y, con una afirmación sibilina («por nuestra parte, nosotros nos
relacionaremos tanto con los agresores como con sus víctimas»), abierto el paso al
posterior acomodo con Hitler.

123
Pero en España el desmoronamiento y la desmoralización republicanos habían
minado la voluntad de resistencia. El 27 de febrero Inglaterra y Francia habían
reconocido a Franco. Otros países, incluidos los Estados Unidos, siguieron el ejemplo.
El Estado republicano se vio, así, privado de una de sus más importantes cartas en la
escena internacional, y poco más tarde el golpe de Casado hizo el resto.
Franco había ganado la guerra intensificando su orientación hacia las potencias
fascistas, en particular hacia Alemania. Ya el 31 de julio de 1938 se había firmado un
acuerdo de cooperación policial. El 24 de enero se concluyó un convenio cultural
bastante amplio. El 27 de marzo se firmó la secreta adhesión española al acuerdo
anticomintern (establecido por Alemania, Italia y Japón) y cuatro días más tarde la
España «nacional» y el Tercer Reich daban a conocer un convenio de amistad.
En el futuro los vencedores habían de hacer frente a las repercusiones de la
inseguridad internacional, lastrados por los compromisos, tácitos o expresos, del pasado.
Los derrotados que no se hubieran exiliado se enfrentaban por su parte a la cárcel, la
humillación o la ejecución.
(Ángel Viñas, Guerra, dinero, dictadura. Ayuda fascista y autarquía en la España de
Franco, Barcelona, Crítica, 1984, pp. 21-38.)
Dejamos que el lector saque sus conclusiones. Pero nos parecen muy válidas las
reflexiones de A. Machado y que la historia posterior ha confirmado. El conjunto de
Europa se ha de replantear múltiples cuestiones sobre sí misma, sus relaciones internas y
particularmente sobre España. Igualmente nosotros hemos de poner en cuestión
determinadas posturas de política internacional, el carácter absoluto de determinados
conceptos y tesis que refrendan los pueblos y los Estados. Los intereses de clase y la
ideología con el bienestar y el progreso general de todo el conjunto de la colectividad
nacional e internacional. Es preciso recordar para saber y para pensar.
Los cambios y las propuestas innovadoras sólo pueden aparecer como verificación
concretados sobre los hechos históricos profundamente investigados y asumidos.
Aportamos, a continuación, algunos elementos de los escritos y sentencias de A.
Machado como cierre y referencia a la mutua imbricación de la guerra y la paz. Lo
importante es destacar que el fondo del tema consiste en sacar a la luz la intención de los
proyectos materiales que se ha decidido realizar. En definitiva, ¿quiénes son la fuente que
da sentido y consistencia a la guerra y a la paz?
Si la vida es la guerra, decía Juan de Mairena, ¿por qué tanto mimo en la paz? Pero
nada hemos de concluir contra el sentido cordial de la vida. Existen afectos humanos
muy profundos, cariños paternales, filiales y fraternos, que, aun confinados en los
estrechos límites de la familia, son depósitos sagrados, cuando no fecundos manantiales
de amor. De ningún modo hemos de envenenarlos o contribuir a que se aminoren y
extingan. Debemos confesar, sin embargo, que son insuficientes, no ya para asegurar la
paz, la cual —digámoslo de pasada— es poca cosa por sí misma, y, asentada sobre la
iniquidad, muy inferior al estado de guerra, sino para asegurar la amorosa convivencia
humana. Y no sólo son insuficientes, sino tales como aparecen, negativos. La familia, esa
célula social a que aludía Augusto Compte, cuando carece de un sentido religioso, quiero

124
decir de un sentido cordial de radio infinito, aunque trascienda por mera analogía de los
vínculos más estrechos de la sangre, tiende a encerrarse en un contorno arisco, y a
constituirse en entidad polémica, en la cual el egoísmo aparece más acusado que en el
mero individuo. Y, siguiendo esta ley, son más peleonas las tribus que las familias, las
ciudades que las tribus, las naciones que las ciudades, las federaciones de potencias que
las naciones mismas, y cuando todos los hombres de un continente o de una raza se unan
bajo una misma bandera o un mismo color, constituirán los más abominables equipos de
pelea, dispuestos a tomarse—como decía Don Quijote— con los hombres de otros
continentes o de piel diversamente colorida. Tienden los hombres al homicidio en masas
cada vez mayores, y para ello perfeccionan hasta lo infinito la asnal quijada abelicida;
que en esto consiste el tercio, por lo menos, de lo que suele llamarse fecundas
actividades de la paz. Y ello es tan perfectamente lógico como profundamente
monstruoso. Lo que se extiende y se generaliza, lo que se objetiva y, en cierto modo, se
racionaliza, lo que tiende a totalizarse, no es el sentido fraterno de la vida, el amor de
hombre a hombre y, en cierto sentido, el culto al hombre esencial, al hombre como capaz
de libertad y de superación de sus fatalidades zoológicas, sino estas fatalidades mismas, a
saber el egoísmo genésico y la voluntad de perdurar en el tiempo, con desdeño de toda
espiritualidad, su apego al interés material de la especie, y, sobre todo, su capacidad para
la pugna biológica y para el trabajo puramente cinético.
Sé muy bien lo que digo, aunque acaso no acierte a expresarlo con entera justeza.
Una enorme oleada de cinismo, o si os place mejor, de realismo, nos arrastra a todos. La
labor dominante de la cultura occidental —sin excluir ni a su ciencia ni a su arte ni a su
metafísica— tiende a despojar al hombre de todos sus atributos divinos. ¡Perdón!
Cuando digo divinos quiero decir humanos, aquellos por los cuales el hombre excede o se
diferencia de otros grupos zoológi

eos enteramente sometidos a sus fatalidades orgánicas. Y en esta corriente tan


esencialmente batallona, que es la guerra misma, ¿cómo pensar que la guerra, ni aun la
totalitaria, puede ser enfrenada? Sin la tendencia de sentido contrario, a saber: la
amorosa, la ascética, la contemplativa, la espiritual, de la cual sacamos toda nuestra
retórica y muy poco de nuestras realidades efectivas, es muy difícil que lleguemos a
intentarlo siquiera.
Perdonad que me haya apartado tanto del tema concreto que me propuse tratar: las
bombas criminales sobre las ciudades abiertas. Porque escribo a la luz de una vela, en
plena alarma, y son estas mismas aborrecibles bombas, que están cayendo sobre nuestros
techos, las que me inspiran estas reflexiones.
(A. Machado, «Desde el mirador de la guerra. Para el congreso de la paz», La

125
Vanguardia, 23 julio 1938, en Monique Alonso, op. cit., pp. 357-8.)
I
Casi todo cambia —habla Juan de Mairena a sus alumnos—, sin que eso quiera decir
que, como suelen pensar los viejos progresistas, casi todo haya de mejorar con el tiempo,
sin que tampoco ello nos obligue a afirmar lo contrario, a saber, que el cambio en el
tiempo sólo supone desgaste y deterioro; porque también en el tiempo florecen los
rosales y maduran las brevas. Casi todo cambia, amigos míos, y no digo todo, a secas,
por quitar rotundidad y absolutez a mis afirmaciones, y, además, porque hay gran copia
de hechos insignificantes, como el de haber nacido en viernes, por ejemplo, que los
mismos dioses no podrían mudar. Son estos los hechos por cuya averiguación se pirran
los eruditos, ansiosos de verdades inconmovibles y que nosotros desdeñamos con
demasiada frecuencia.
Casi todo cambia; digamos mejor que cambia todo lo importante y profundo; y lo
que parece quedar como inmutable es puro'símbolo. Así pensamos al menos los hombres
de fe heraclitana, contra el célebre aforismo goethiano que parece afirmar todo lo
contrario. Y lo que está más sometido a cambio, amigos míos, es lo que solemos llamar
el pasado histórico, el cual, en cuanto vive en nuestras almas, es decir, en cuanto es
algo, claro está que cambia, además y necesariamente, en función de lo que esperamos o
tememos del porvenir. De suerte que lo más modificable, lo más revisable y, en cierto
sentido, lo más reversible es todo aquello que creíamos cumplido y consumado
definitivamente en el tiempo. Quedan, en cambio, y se sobreviven, las palabras, los
signos con que ayer señalábamos algo muy importante, que es hoy muy otra cosa. Bien
hacía el príncipe Hamlet en desdeñar las palabras. El sabía, sin embargo, que nada hay
en la vida del hombre que dure tanto como ellas.
II hubiera añadido: «Claro está que el pobre inglés que se gloriaba de tener a
Shakespeare en su familia no sería, a su vez, de ninguna de las ilustres familias que
mantienen hoy la política de no intervención en España».
III
De la política inglesa —sin excluir a la conservadora— se ha dicho frecuentemente
que es una política democrática. Se ha dicho, siempre con alguna reserva, mas nunca sin
alguna razón, porque, al fin, todo es relativo. Es extraño, sin embargo, que se siga
diciendo todavía; cuando de esa política aparece totalmente eliminado el demos, es decir,
las diecinueve vigésimas partes de la total Albión. Si encontráis alguna exageración en mis
palabras, pensad que yo incluyo en ese demos eliminado a una gran parte de la
burguesía, puesto que también se dice, sin bordear demasiado la contradictio in adjeto,
que hay democracias burguesas o burguesías democráticas. En suma, como decía
Mairena, que las cosas pasan y se mudan mucho antes que las palabras con que las
designábamos. Un ejemplo de la dureza, impermeabilidad y resistencia de las palabras a
los embates del tiempo, nos lo da esa política francesa de no intervención en España, tan
semejante a la de Mr. Chamberlain, y que ha sido, al fin, la política del ¡Frente Popular!,
con M. Blum, ¡un socialista!, a la cabeza. (Claro que M. Blum ha cohonestado su
conducta haciéndonos comprender que él propuso y defendió una verdadera —y no

126
ficticia— no intervención en España, porque él ignoraba —aunque no lo dijo, es fuerza
suponerlo— lo que sabía todo el mundo: que dos de las grandes potencias no
intervencionistas eran, precisamente, los invasores de la Península ibérica.)
IV
Asusta pensar hasta qué punto pueden los hombres propugnar la paz y trabajar para
la guerra futura, defender el orden social establecido y contribuir a su más implacable
subversión; aterra pensar cuánta es la fe de la política europea en la retórica mala, en la
virtud de las palabras horras de todo contenido, como parapetos defensivos contra las
realidades futuras, como banderas para alistar incautos, o como armas arrojadizas con
que achocar al adversario.
(A. Machado, «Atalaya. Desde el mirador de la contienda», La Vanguardia, 9 agosto
1938, en Monique Alonso, op. cit, pp. 368-70.)
La cuestión shakespearíana —sigue hablando Mairena a sus alumnos—, la de si hubo
o no hubo en tiempos de la reina Isabel un llamado Shakespeare que escribió tantas
maravillas, parece responder a que no faltó en Inglaterra un hombre a quien estorbara la
gloria de Shakespeare, y que, no pudiendo destruir la obra inmortal, la tomó con su
autor, para demostrarnos que aquel hombre tan grande ni siquiera había existido. Si esta
versión, un tanto gedeónica, no os satisface, buscaremos otra más seria y verosímil. Por
ejemplo: hubo un inglés que quiso dar a roer cebolla, como vulgarmente se dice, a un
compatriota suyo que se jactaba de tener en su familia un tal Shakespeare que había
escrito Hamlet. Y engendró la cuestión shakespeariana, para demostrarle que ese
Shakespeare no fue un gran poeta, sino un burgués insignificante que no escribía mejor
que su portera. Afortunadamente (para que no siempre las malas personas se salgan con
la suya), sabemos de Shakespeare, del hombre Shakespeare, tanto como muchos clásicos
ingleses de cuya existencia nadie ha dudado todavía.
Así hablaba Juan de Mairena a sus alumnos. En nuestros días,
44/ANTHROPOS

127
Un pensamiento guía todo el fondo de su reflexión: «Asusta pensar hasta qué punto
pueden los hombres propugnar la paz y trabajar para la guerra futura, defender el orden
social establecido y contribuir a su más implacable subversión...». Todo ello tiene como
resultado el vaciado de la palabra, su perversión y que al vencedor lo haga y convierta en
tal el vencido. ¿Por qué? ¿Por qué se realizan proyectos contrarios a aquellos que
expresan los discursos y sus aparentes buenas intenciones? Hay una respuesta muy
sencilla, pero de hondas consecuencias, que necesitaría amplio desarrollo teórico y
experimental: todos estamos trabajando para una clase privilegiada. Vivimos en el orden
general del salario y la delegación ingenua y desentendida de los auténticos y reales
problemas afectantes de la realidad social y del proceso histórico. La realidad puede ser
otra, pero si efectivamente se cambia su óptica, su perspectiva, su proyecto social.
Antonio Machado está vivo y presente en su «palabra en el tiempo»: en su pensamiento
y realidad apócrifa, por su compromiso con los expulsados al exilio. Se trata de una
presencia cordial y entrañable que hace vigente a tantos apócrifos con los que él se
encontró y caminó en exilio hacia el Exilio. Antonio Machado, Poeta y Pensador del
tiempo, siempre en exilio.

128
4. Antonio Machado, pensador de la
heterogeneidad
Queremos finalizar estas notas y textos con una alusión y la inclusión de dos
documentos que cierren este perfil de A. Machado como poeta y hombre en Exilio.
Introducimos el análisis del pensar de Antonio Machado con un tema que aparece en
varios de los trabajos de J.L. Abellán, con relativa insistencia y tino, el apócrifo, como
definición de su personalidad y de su pensamiento. He aquí, en síntesis, algunas
referencias textuales:
La palabra «apócrifo» es de origen griego y significa lo mismo que «absconditus» en
latín. En el lenguaje corriente apócrifo es lo «supuesto o fingido» y una filosofía de lo
apócrifo es la que desvela por medio de la imaginación eso que está oculto. Por eso
Machado, cuando trata de definir el nuevo concepto, propone como notas
consustanciales al mismo el estar construido por nuestro pensar y el carecer de
fundamento. La filosofía de lo apócrifo es, pues, la filosofía de la imaginación o de la fe,
ya que ambas quedan confundidas en el pensamiento machadiano. La fe tiene en este

129
pensamiento un carácter voluntarista como en Unamuno; igual que en éste creer es en
Machado «crear lo que no vemos», es decir, inventarlo imaginativamente. Ahora quizá
se entienda mejor por qué «fe poética» y «fe cristiana» se identifican con Antonio
Machado.
El sentido filosófico de lo apócrifo es el de una exaltación de la imaginación como
facultad esencial humana. Usando términos técnicos que Machado nunca empleó
diremos que el hombre es un ser ontológica o constitutivamente imaginativo, y sólo así
cobra pleno sentido esta frase reveladora de Mairena: «Vivimos en un mundo
esencialmente apócrifo, en un cosmos o poema de nuestro pensar, ordenado o construido
todo él sobre supuestos indemostrables, postulados de nuestra razón, que llamamos
principios de la lógica, los cuales, reducidos al principio de identidad que los resume y
reasume a todos, constituyen un solo y magnífico supuesto».
El mundo en que vivimos los hombres es, pues, para Machado un mundo apócrifo,
porque la razón y la lógica se han impuesto a la realidad construyendo su propia verdad,
es decir, inventándola. «Lo apócrifo —dice— de nuestro mundo se prueba por la
existencia de la lógica, por la necesidad de poner el pensamiento de acuerdo consigo
mismo, de forzarlo, en cierto modo, a que sólo vea lo supuesto o puesto por él, con
exclusión de todo lo demás. Y el hecho —digamos de pasada— de que nuestro mundo
esté todo él cimentado sobre un supuesto que pudiera ser falso, es algo terrible, o
consolador. Según se mire.» El hombre occidental se ha «inventado» un mundo lógico y
racional, del que se ha derivado esta sociedad industrial y consumista en que vivimos;
pero puesto que la verdad se inventa, la teoría machadiana ofrece unas posibilidades
revolucionarias cuyo sentido podremos ver más adelante. De momento, recordemos uno
de los proverbios que dedica a José Ortega y Gasset en su libro Nuevas canciones, y que
dice así:
Se miente más de la cuenta por falta de fantasía:
también la verdad se inventa.
La imaginación o fantasía es la facultad fundamental del hombre, y por falta de ella
se puede llegar a mentir, puesto que el hombre es el hacedor de su propia verdad. La
verdad se inventa y por eso todo el mundo es apócrifo; lo que pasa es que unos lo saben
y otros no. Machado cobra conciencia de ello a lo largo de su vida, y en especial a partir
de 1926 a raíz de su amor con «Guiomar». Machado se inventa su mundo, que es un
mundo de profesores-poetas, poetas-filósofos y profesores-filósofos, hasta llegar a los
quince apócrifos. [...]

Por un lado, lo apócrifo ejerce en Machado una función heurística y hermenéutica de


comprensión de uno mismo. Este es el sentido que tienen los poetas, a través de los

130
cuales Machado indaga en su propia realidad personal.
Busca tu complementario, que marcha siempre contigo, y suele ser tu contrario.
dice uno de sus cantares, que se corresponde con estos dos versos:
Mas busca en tu espejo al otro, al otro que va contigo.
Pero, junto a este sentido de comprensión y de investigación de su propia
personalidad, lo apócrifo cumple en Machado otra función de carácter utópico, como
medio de cambio y transformación de lo real. Que esta acepción está en Machado parece
muy claro en párrafos como el que reproducimos a continuación: «Cuando una cosa está
mal, decía mi maestro —habla Mairena a sus alumnos—, debemos esforzarnos por
imaginar en su lugar otra que esté bien; si encontramos por azar algo que esté bien,
intentemos pensar algo que esté mejor. Y partir siempre de lo imaginado, de lo supuesto,
de lo apócrifo; nunca de lo real».
El mundo es siempre apócrifo para Machado, pero a un mundo apócrifo lógico —
racional e inhumano— Machado opone un mundo apócrifo poético —cristiano y
humano, al mismo tiempo—. A partir de aquí podemos vislumbrar el sentido utópico que
adquiere lo apócrifo como un intento de inversión de la historia o de reconstrucción
crítica de la misma. La idea aparece ya en una de las estrofas finales de «E/ Dios ibero»,
aquella que dice:
¡Qué importa un día! Está el ayer alerto al mañana, mañana al infinito,
hombres de España; ni el pasado ha muerto, ni está el mañana —ni el ayer— escrito.
Es un buen método para adentrarse en el estudio serio de su pensamiento, de su
visión imaginaria de la realidad, de su soñar para despertar y traspasar las cosas, la
historia, las teorías y los límites, es decir, transfinitar siempre la realidad histórica.
El primer documento-comentario, que sigue una línea de configurar la postura interior
de A. Machado, es un trabajo de J.D. García Bacca: «Antonio Machado, ¿poeta o
filósofo?». Nos parece de gran interés para concretar el hilo conductor de los pasos que,
procesual e indagadoramente, le llevan a configurar su pensamiento. ¿De qué se trata?
Sencillamente de mostrar de forma muy comprensible el proceso interior de
autoconstrucción y configuración —poema a poema, pensamiento a pensamiento— del
asentamiento cinemático e indagador de la realidad en Antonio Machado. En definitiva,
cómo se elabora y conforma una vida en creación e invento. Todo aquello, importante,
que se va sedimentando y perfilando como interioridad, tesis alentadora de su intimidad,
en la que él mismo se acoge con su pueblo, se recrea, vive, convive y su presencia se
renueva aún hoy.
Reproducimos el texto en su integridad porque constituye el deslinde e investigación
de la realidad temática que la historia de la ciencia y la filosofía ha recorrido, y su
incidencia en el vivir concreto de A. Machado y la elaboración de su pensar vivo y en
devenir, siempre hacia una puerta abierta al campo. He aquí el texto:
«Hay hombres, decía mi maestro, que van de la poética a la filosofía; otros que van
de la filosofía a la poética. Lo inevitable es ir de lo uno a lo otro, en esto, como en todo
lo demás.» (Obras completas, de A. Machado, Editorial Séneca, México, 1940, p. 557.)
¿Fue Antonio Machado de la poética a la filosofía? ¿Le fue inevitable ir de la una a la

131
otra?
¿A qué filosofía llegó?
(I)
(1899-1907)
Machado no fue de la poética a la filosofía; estuvo yendo siempre de aquélla a ésta. En
Soledades hace decir al Viajero:
Sonríe al sol de oro
de la tierra de up sueño no encontrada; y ve su nave hendir el mar sonoro, de viento y
luz la blanca vela hinchada.
Esta afirmación aparentemente críptica de que «el ayer no está escrito» adquiere
plena luminosidad cuando la contrastamos con algunas de las prosas que aparecen en
Juan de Mairena; por ejemplo cuando dice: «Para nosotros lo pasado es lo que vive en
la memoria de alguien, y en cuanto actúa en una conciencia, por ende incorporado a un
presente y en constante función de porvenir. Visto así —y no es ningún absurdo que así
lo veamos—, lo pasado es materia de infinita plasticidad, apta para recibir las más
variadas formas. Por eso yo no me limito a un snobismo de papanatas que aguarda la
novedad caída del cielo, la cual sería de una abrumadora vejez cósmica, sino que os
aconsejo una incursión en vuestro pasado vivo, que por sí mismo se modifica, y que
vosotros debéis con plena conciencia corregir, aumentar, depurar, someter a nueva
estructura, hasta convertirlo en una verdadera creación vuestra. A este pasado llamo yo
apócrifo, para distinguirlo del otro, del pasado irreparable que investiga la historia... Mas
si vosotros pensáis que un apócrifo que se declara deja de ser tal, puesto que nada oculta
para convertirse en puro juego o mera ficción, llamadle ficticio, fantástico, hipotético,
como queráis». Machado no emplea aquí la palabra utópico, y sin embargo
probablemente es la más apropiada, como queda bien claro en este otro párrafo, escrito
ya en plena guerra civil: «Incierto es, en verdad, lo porvenir —dice—. ¿Quién sabe lo
que va a pasar? Pero incierto es también lo pretérito: ¿quién sabe lo que ha pasado? No
dudo que haya en nuestra conciencia una pretensión a fijar lo pasado, como si las cosas
pudieran hacerse inmutables al pasar de nuestra percepción a nuestro recuerdo. Pero si lo
miramos más de cerca, veremos que el devenires uno y que es su totalidad (porvenir-
presente-pasado) lo sometido a constante cambio. También es cierto que como el punto
de mira y los puntos de
46/ANTHROPOS

132
referencia varían de continuo —cuantitativa y cualitativamente—, ningún
acontecimiento de nuestro pasado ha de aparecemos dos veces como exactamente el
mismo. De suerte que ni el porvenir está escrito en ninguna parte, ni el pasado
tampoco». Es decir, que como señalaba el verso que antes comentábamos, «no está el
mañana —ni el ayer— escrito».
(J.L. Abellán, «La filosofía de Antonio Machado y su teoría de lo apócrifo», El
Basilisco, n.° 7, 1979, pp. 81-3.)
No hay aquí una sola palabra que no pudiera haberla dicho, y las dijo, Hornero. Y,
puestas en griego clásico, jónico, y en música de hexámetros.sonaranle al viejo bardo
griego, como suyas. Y los rapsodas siguientes, más precedentes a Pericles,
incorporándolas al río de hexámetros de la «futura» Ilíada. Mas ni Hornero ni ellos
hallarán modo —aun puestos en los más armoniosos y acompasados hexámetros— de
hacer desembocar en la Ilíada u Odisea aquellos otros versos de Machado en ese mismo
poema:
«Apenas desamarrada
la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera, se canta: no somos nada.
Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.»

133
Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría. (Yo pensaba: ¡el alma mía!)
Y me detuve un momento,
en la tarde, a meditar...
¿Qué es esta gota en el viento
que grita al mar: soy el mar?
Heráclito no se reconociera en tales hexámetros, a pesar de sonarle pertinazmente en
sus oídos algunas de sus predilectas y obsesionantes palabras: río, ribera, agua, gota.
Mas en caso de haberlos encontrado en prosa, fuéranle o inspiración o confirmación.
Y en caso de haberlos hallado sueltos algunos de los recogedores de fragmentos de los
Presocráticos, los incorporaran con ambigua delicia y honra a los de Heráclito. Se
reconocería Heráclito en lo de «nada somos». Mas no tanto en lo de «Yo» pensaba: ¡el
alma «mía»! «Me» detuve un momento en la tarde a meditar: ¿qué es esa gota en el
viento que grita al mar: «yo soy» el mar?
El poeta Antonio Machado, joven aún, está yendo ya de poeta a filósofo: hacia Heráclito.
¿Llegará a «ser», con años y poemas, filósofo heraclitiano? ¿Era inevitable llegar a
«ser»-lo, quien decía de sí «...este rincón vanidoso, oscuro rincón que piensa»? Parece
dudoso. Machado se encargará, a lo largo de años, y de poemas —que son su vida
auténtica— de mostrarlo; y, si nos empeñamos, con la pedantería de la palabra, en
demostrarlo.
Mas la obsesión por agua, río, mar, viento... o por lo que
Ir hacia lo infinito; mas horror de llegar a «ser, moverse, vivir» en Él.
¿Qué hacer o qué inventar para ir hacia-y-no llegar a nada menos que hasta Infinito?
Entre «los grandes inventos» el primero, para Machado, es «La noria»:
La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la muía,
¡pobre muía vieja!,
al compás de sombra que en el agua suena.
La tarde caía
triste y polvorienta.
Yo no sé qué noble, divino poeta,
unió a la amargura
de la eterna rueda
la dulce armonía
del agua que suena, y vendó tus ojos,
¡pobre muía vieja!...
Mas sé que fue noble, divino poeta,
corazón maduro

134
de sombra y de ciencia.
Las más hondas palabras
del sabio nos enseñan
lo que el silbar del viento cuando sopla o el sonar de las aguas cuando ruedan.
no abandonará a Machado. Sabio en oír lo que dicen el silbar del viento y el sonar de
las aguas. Oír lo que dice, y enseña, una infinidad móvil, indistinta, inarticulable, cuando
silba sin llegar a «sílabas», cuando suena sin llegar a «sonidos», a asonancias,
consonancias, pretenciosas por explícitas y ganosas de hablar.
El poeta está yendo hacia infinidades o inmensidades reales, absorbentes y disolventes.
Él piensa
[-.]
antes de perderse, gota de mar, en la mar inmensa.
«Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.» Filosofar hablando en verso:
en palabra «corriente», palabra «en el tiempo» (el «Arte poética» de Juan de Mairena)
es, por una parte, heraclitiano, por lo de corriente. Pero caer en cuenta de que tal
corriente, tal río de palabras, conduce a una infinidad, inmensidad, absorbente y
disolvente, sean cuantas hayan sido las vueltas y revueltas, remansos y meandros del
camino hacia el Mar, produce en quien no «es» heraclitiano —con esa eternidad vaga, de
condenación eterna que «ser y es» sugieren, y el principio de identidad remacha—, la
reacción que la bellamente seria estrofa declara:
¡Ay del noble peregrino que se para para meditar, después de largo camino en el
horror de llegar!
Ir hacia infinidad, inmensidad, concretamente reales, y horror de llegar.
Para ir hacia infinidad, absorbente y disolvente, sin ser absorbido por ella y por ella
disuelto, gran remedio es —remedio invento de «grande y noble poeta»— vendarse los
ojos y dar vueltas y más vueltas en círculo, que es figura encarnación o enmaterialización
de la identidad: de lo mismo, por lo mismo, hacia lo mismo, sin mirar a nada más, sin
querer ver, por y para estar pensando todo según identidad, sintiéndola a cada vuelta,
oyéndola a cada compás del agua que suena, aceptando la dulce armonía, no de lira, sino
la eterna rueda.
Parménides reconocería a Machado por suyo. Así rueda, se mueve hacia eternidad,
su «esfera bellamente circular», «pártase de donde se partiere, se llega siempre a lo
mismo»; principio y norma del movimiento del pensar. «El mismo permanece, en lo
mismo permanece, por sí mismo es el ente.» Y vendar los ojos del pensamiento respecto
de lo aparencial: «Fuerza al pensamiento... a que se aleje en su investigación de aquel
otro camino por donde los mortales, de nada sabedores, bicéfalos, yerran perdidos».
Así Parménides.
«Noble y divino poeta», «corazón maduro de sombra y de ciencia», maduro en
ontología —y eso que quien la inventa, o la halla y dice en palabras inaugurales, aun no
acabadas de repetir— fue Parménides.
Hacia el año treinta decía Antonio Machado de los poetas —no sé si él se da por aludido
—: «Los poetas pueden aprender de los filósofos el arte de las grandes metáforas, de

135
esas imágenes útiles por su valor didáctico e inmortales por su valor poético: el río de
Heráclito, la esfera de Parménides».
Machado estaba aún yendo (1899-1907) de lo uno a lo otro: de poética a filosofía —y
hacia Heráclito, hacia Parménides—. No estaba aún cerca de la desembocadura del río
en el Mar, y podía aguantar aún «el horror de llegar». Si tanto tanto le apretaba tal
horror, quedábales la solución, la metáfora, de Parménides: la Noria del Pensar; cegarse a
lo externo temporal, mundanal, y dar las decorosísimas vueltas, omnidemostrativas, del
principio de identidad. Que según él son idénticamente verdaderos los axiomas, la
identidad de su verdad se propaga, mediante las reglas de deducción, de los axiomas a los
teoremas, y de éstos puede ascenderse, por la escala de reversiones

o reidentificaciones, a los axiomas, a la verdad inicial, o como dirá (hacia 1914)


Machado:
De la mar al percepto, del percepto al concepto, del concepto a la ¡dea —¡oh, la linda
tarea!—, de la idea a la mar.
¡Y otra vez a empezar!
La Noria, ahora del Pensamiento —de un Pensar, con Noria de modelo, o de una
noria con pensar por modelo— le permitía al poeta ser
[...] esa gota en el viento que grita al mar ¡soy el mar!
(II)
(1907-1917)
De lo uno a lo otro: de poética a filosofía. ¿Hacia Heráclito, hacia Parménides, hacia
cuál más, hacia quién menos?
La filosofía era, aún, para Machado cielo estrellado. Estrellas son en él, y para Machado,
Heráclito, Parménides. ¿Quién de los dos la Polar?
Así resonaba en castellano lo de Heráclito, al cabo de unos tres mil años.
«Si tu pensamiento no es naturalmente oscuro, ¿para qué lo enturbias? Y si lo es, no
pienses que pueda clarificarse con retórica. Así hablaba Heráclito a sus discípulos.» Así
hacía hablar Machado a Heráclito.
Machado escuchó a Heráclito, pues su voz resuena aún al cabo de unos tres mil años,
impresa, ahora, después de copiada y vuelta a copiar. El pensamiento de Machado, claro,
de claro heraclitismo, lo expresó él en claros versos,
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar, el monte, y el ojo que los
mira.
Agua del buen manantial,
siempre viva,
fugitiva;

136
poesía, cosa cordial.
¿Constructora?
—No hay cimiento
ni en el agua* ni en el viento—.
Bogadora,
marinera,
hacia la mar sin ribera.(Baeza, 1913.)
Algo hubiese tenido que envidiar Heráclito, de haber podido oír esos versos de
Machado de boca de la «Sibila... cuya voz resuena, por virtud de Dios, miles y miles de
años»; podía, pues inspirarlos ella a Machado, al cabo de unos tres mil años. O ser
versos que oyó Machado en sueños, en griego, y los puso en castellano, de palabras,
ritmo, armonía y período.
Pudo oírlos quien como él
en sueños lucha con Dios; y depierto, con el mar.
Huye de la ciudad... Pobres maldades, misérrimas virtudes y quehaceres de chulos
aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
[...]
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! —¡carne triste y espíritu villano!—.
No otra cosa hizo Heráclito, hace sus buenos miles de años. Huyó de su patria
nativa, Éfeso. Y según nos cuenta un viejo historiador ¡ay [de] saltar impaciente las
bardas del corral?
* En todas las ediciones aparece «alma», y no «agua»; mantenemos la corrección de
J.D. García Bacca. También en el poema anteriormente citado de «La noria», v. 18,
mantenemos «del agua que suena», en vez de «sueña». [N. del E.]
48/ANTHROPOS

137
«cuenta cuentos», depositó sus escritos en el templo de Diana para que allí tuvieran
que ir a leerlos los que no fueran mercaderes, chulos, mediocres en virtudes y vicios,
ruines, ociosos, tristes de carne y villanos de espíritu.
Londres, Madrid, Ponferrada, tan lindos... para marcharse. i Éfeso, tan lindo para
marcharse!
«Si no se espera no se da en lo in-esperado, que lo inesperado es in-encontrable e in-
asequible», decía Heráclito.
Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra!
[...] en versos profundos cuyo secreto era de él.
—así nos lo dice, en versos, Rubén Darío.
La constelación celestial de filósofos: Heráclito, Parménides, se acrece en este tiempo

138
con Bergson. Los datos inmediatos de la conciencia.
Sobre mi mesa Los datos de la conciencia, inmediatos. No está mal
este yo fundamental,
contingente y libre, a ratos, creativo, original;
este yo que vive y siente dentro la carne mortal
¡ay! por saltar impaciente las bardas de su corral.»
(Baeza, 1913.)
¿Que algún corral, o alguna filosofía, acorralaba ya a Machado? —por este tiempo,
cronológico y poético—. Parménides no ha desaparecido del todo; Heráclito presente,
luciente, no ha llegado a ser estrella polar. Bergson, más pariente de Heráclito que de
Parménides; Bergson, el de la Evolución creadora, con sus notas antiparmenídeas de
«contingente, libre, creativa, original», de «surtidor de novedades» —jaillissement de
nouveautés— «no está mal», es lo más que dice Machado de la obra de Bergson, que es
ésta el real Bergson, el cuerpo auténticamente suyo, y no es otro de judío que en él veían
y verían otros, imbéciles y asesinos.
¿Qué vio Machado, o leyó —y visto y oído, lo dejó sobre la mesa— en los Datos
inmediatos de la conciencia y que le despertó dentro de su carne mortal las ganas
Que el poeta, en su camino de «lo uno a lo otro», de «poética a filosofía» percibió en
Bergson las huellas, rastros e improntas del determinismo mecanicista de Spencer, del
que Bergson trataba, con más palabras que éxito filosófico, de evadirse, allá por 1907-
1917; tiempo poético éste de Machado; y la impaciencia de saltar las bardas del
deterninismo latente y latiente en el entendimiento —por tanto en el suyo: el de Bergson
también y en todo entendimiento, por ser su función la de espacializar todo, ser órgano
de inserción en la realidad externa material, mecánica—, impacientaba a Bergson, y por
contagio o por coincidencia entre filósofo que iba hacia lo otro, hacia poeta, con poeta
que estaba yendo hacia filósofo, impacientaba a éste: a Machado.
Las bardas, ciertas bardas, hay que saltarlas a tiempo; mientras no llegue tal tiempo
hay que aguantarse las ganas de saltarlas. Bergson se las aguantó y las saltó; saltó las
bardas sistemáticas de Spencer, de Kant... en Las dos fuentes de la moral y de la
religión (1932). Y salió, o creyó salir a Mística.
(III)
(1917-1930)
Han cegado mis ojos las cenizas del Fuego heraclitano.
El mundo es, un momento, transparente, vacío, ciego, alado.
«Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses, ni ninguno de
los hombres, sino que fue desde siempre, es y será Fuego siempre vivo que se enciende
mesuradamente y mesuradamente se apaga.»
«El rayo, timonel de todas las cosas.» «Cuando sobrevenga el Fuego, el Fuego
mismo discriminará y prenderá en todas las cosas.» «El Fuego, al mezclarse con los
aromas, del deleite de cada aroma recibe un nuevo nombre.»
Fuego que se enciende mesuradamente, según cuenta-y-razón (logos) y
mesuradamente según la misma cuenta-y-razón (logos), según el mismo compás se

139
apaga, y según cuenta-y-razón destruye todo y rehace todo, prende todo y se desprende
de todo: de dioses y hombres..., resulta tan determinista como el Ser de Parménides. En
su esfera bellamente circular todo oía o sabía a «ser», a «ente», a «identidad». «Ente es
el aroma de todas las cosas al serse ellas ser», o serlas el Ser.
Aquí: el Fuego, el mismo, prende en todas las cosas, no según identidad atempera!,
sino según identidad real de período, de repetición rítmica de lo mismo. Total: mecánica
estática universal; mecánica ondulatoria universal. Deterministas ambas.
Las cosas —dioses, hombres, aguas...— terminan sabiendo a Ente: terminan oliendo
a Fuego aromático. Siempre según determinismo ontológico: identidad, de una vez;
identidad, en infinitas veces. Total: lo mismo.
Machado que estaba ya yendo, desde hacía años y poemas, hacia Heráclito, puede
decir con verdad, resultado de su experiencia de esa frase en que Fuego ha prendido en
todo y del todo en todo, y no quedan ya más que cenizas aromáticas:
Han cegado mis ojos las cenizas del Fuego heraclitano.
El Mundo, este Mundo, uno y el mismo para todos [...] es, un momento,
transparente, vacío, ciego, alado.
No otra cosa dijo Heráclito, en sentencia, para algunos oscura, ahora tal vez clara: «el
orden cósmico, el Mundo más bello, es algo así como desperdicios echados a voleo».
Dudo de que Machado conociera esta sentencia. La edición clásica ya ahora, y
difundida, de Fragmente der Vorsokratiker, de DielsKranz, es de 1936. Desperdicios
echados a voleo dan un mundo, el estado momentáneo del Universo: el «transparente,
vacío, ciego, alado». Mientras llega ese momento final, o fin del mundo, y comienza a
desencenderse el Fuego y a encenderse las cosas, Fuego hácese ser río de fuego, río de
lava, solidificándose mesuradamente, enfriándose según cuenta-y-razón, según Logos,
que Logos es la cuenta y razón de todo, de cada cosa; cuenta y razón mayor en dioses
que en hombres, en libres que en esclavos; siempre cuenta «corriente».
Machado está haciendo experiencia de tal fase, en su ida de lo uno a lo otro: de poeta a
filosofante, a filósofo.
El río despierta. En el aire oscuro, sólo el río suena.
—¡Oh rumor de agua lejana!—. La tarde despierta al río.
¿Sabes, cuando el agua suena, si es agua de cumbre o valle, de plaza, jardín o
huerta?
«Transformaciones del Fuego: primera, Mar; del Mar, una mitad se transforma en
tierra; la otra, en tempestad con rayos.» «De tierra se hace agua; y de agua, alma.»
Palabras son de Heráclito.
Así, Machado. ¿Cuál es la verdad? ¿El río que fluye y pasa
donde el barco y el barquero son también ondas del agua? ¿O este soñar del marino
siempre con ribera y anclas?
«Y las transformaciones de Mar se conmensuran según la misma cuenta-y-razón que
regía antes de hacerse tierra», insiste Heráclito. Y recalca: «Si se escucha no a mí, sino a
Cuenta-y-Razón, habrá que convenir, como puesto en razón, en que todas las cosas son
unas». ¿Quién lo dijo, Heráclito o Parménides?

140
«No es posible —hace decir Machado a Abel Martín— un pensamiento heraclitano
dentro de una lógica eleática.» «Cuando se fija el pensamiento por la palabra, hablada o
escrita, debe cuidarse de indicar de alguna manera la imposibilidad de que las premisas
sean válidas, permanezcan como tales, en el momento de la conclusión. La lógica real no
admite supuestos, conceptos inmutables, sino realidades vivas, inmóviles, pero en
perpetuo cambio. Los conceptos o formas captoras de lo real no pueden ser rígidos, si
han de adaptarse a la constante mutabilidad de lo real. Que esto no tiene expresión
posible en el lenguaje, lo sabe Abel Martín. Pero cree que el lenguaje poético puede
sugerir la evolución de las premisas asentadas, mediante conclusiones lo bastante
desviadas o incongruentes para que el lector o el oyente calcule los cambios que, por
necesidad, han de experimentar aquéllas, desde el momento en que fueron fijadas hasta
el de la conclusión, para que se vea claramente que las premisas inmediatas de sus
aparentemente inadecuadas conclusiones no son, en realidad, las expresadas por el
lenguaje, sino otras que se han producido en el constante mudar del pensamiento. A esto
llama Abel Martín esquema extemo de una lógica temporal en que A no es nunca A en
dos momentos sucesivos. Abel Martín tiene, no obstante, una profunda admiración por la
lógica de la identidad que, precisamente por no ser lógica de lo real, le parece una
creación milagrosa de la mente humana.»
Tal es la barda que Machado está impaciente, cada vez más, cada poema o
pensamiento, de saltar. Y cada vez tal barda es más alta y firme: «la lógica de la
identidad»: la de «a la vez» «de una vez», o la de «según veces», en períodos
mesurados, medidos, por cuenta y razón, por Logos; «creación milagrosa de la mente
humana».
Machado es ya «filosofante». Y con esta palabra declaraba Sócrates en su Apología
o Defensa pública ante sus jueces, en qué consistía su profesión y quehacer diario. Jamás
se llamó Sócrates a sí mismo «filósofo».

141
ANTHROPOS/49

Poeta que va para filósofo; así que filosofante aún, como Machado, aprende,
experimenta a su cuenta y riesgos, lo que él mismo, consciente cada vez más, cada
poema más, de lo que le está pasando, resumirá en aquella sentencia: «Decía mi maestro:
Pensar es deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta dar en un callejón
sin salida. Llegados a este callejón pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y
entonces es cuando se busca la puerta al campo».
Al poeta que va de lo uno a lo otro, de poeta a filósofo, le pasa precisamente eso.
«También de los filósofos pueden aprender los poetas a conocer los callejones sin salida
del pensamiento, para salir, por los tejados, de esos mismos callejones.»

142
Machado ha entrado ya en la calle, espaciosa todavía, de Heráclito, Parménides, Bergson
«ensistematizados». Deambulan portal calle Abel Martín, Juan de Mairena, Antonio
Machado, tres que son uno, o uno que es tres. Es lo mismo.
No le cercan bardas de corral. Lo van encerrando y encaminando los «palacios
encantados de la lógica», la concepción mecánica del mundo, la Crítica de Kant... que, a
derecha e izquierda, hacen de calle, Calle Real. La bordean, en realidad, alterando las
palabras de Machado, palacios, cada uno de ellos:
lo pronto; deambular desde Heráclito —Río universal, Cosmos, como el Grande y Único
Río—, desde Parménides —la Esfera infinita del Ser-Calle Real— a Kant, río del
tiempo, o tiempo cual canal de todo lo externo e interno, sentidos, categorías, razón,
ideas, lógica. Por ser el tiempo de una dimensión, por ser hilo, enhebra, enhila todo, por
muchas y aun infinitas dimensiones que una cosa tenga, si pretende, ilusa en superlativo,
volar y ser.
De calle en calleja.
«En la jaula encantada del espacio y tiempo construye el espíritu cuerpos tales cual
Velázquez Las Meninas, y Kant la Crítica de la Razón pura.» «La Crítica de la Razón
pura, con su belleza incomparable de poema lógico, es una ingente tautología, en cuya
base se halla la fe en la ciencia físico-matemática.»
«El tiempo, realidad última... inevitable.»
«Lo inevitable es ir de lo uno a lo otro, en esto como en todo.» Aquí, lo es ir de calle en
calleja. Ya ha ido Machado, y está en ésta.
(IV)
De calleja a callejón sin salida (1930-1936)
El soneto «Al Gran Cero» termina cantando: «transparente, vacío, ciego, alado» brinda, poeta, un
canto de frontera a la muerte, al silencio y al olvido.
Y a ratos, a sentencias, parece cual si Machado estuviera encantado o se dejara
conscientemente encantar por Filosofías «palacios encantados de lógica». Éstos, o
algunos de ellos, colindan con la calleja que, a la Calle Real de Heráclito, Parménides,
Bergson, Kant... sigue.
No entremos por impaciencia o curiosidad en la calleja que llevó a Machado al
callejón sin salida. Detengámonos a contemplar con Machado —Martín o Mairena— «el
palacio encantado» de Kant. De él vale superlativamente aquello de Machado: «de los
filósofos pueden aprender los poetas a conocer los callejones sin salida del pensamiento,
para salir, por los tejados, de esos mismos callejones».
«Hay una poesía que se nutre de superlativos. El poeta pretende elevar su corazón
hasta ponerlo fuera del tiempo, en el topus uranios de las ideas. Esta poesía,
acompañada a veces de una emoción característica, que es la emoción de los
superlativos, puede ser realmente poética, mientras el poeta no logra su propósito. Lo
que quiere decir que el propósito, al menos, es antipoético. Si leyerais a Kant —en leer y
comprender a Kant se gasta menos fósforo que en descifrar tonterías sutiles y en
desenredar marañas de conceptos ñoños— os encontraríais con aquella su famosa
parábola de la paloma que, al sentir en las alas la resistencia que le opone el aire, sueña

143
que podría volar mejor en el vacío. Así ilustra Kant su argumento más decisivo contra la
metafísica dogmática, que pretende elevarse a lo absoluto por el vuelo imposible del
intelecto discursivo en un vacío de intuiciones. Las imágenes de los grandes filósofos,
aunque ejercen una función didáctica, tienen un valor poético indudable... Conste ahora,
no más, que existe —creo yo— una paloma lírica que suele eliminar el tiempo para
mejor elevarse a lo eterno y que, como la kantiana, ignora la ley de su propio vuelo.»
Espacio, tiempo, categorías... conscientemente sentidos, cual condiciones
restringentes de conocimiento, acción, ilusión, cual leyes del vuelo metafísico o lírico —
vuelos «superlativos»— son ya Calle Real que se estrecha y enfila hacia «calleja».
A «la emoción de los superlativos», la del «ancha es Castilla», la rebaja, estrecha,
angosta el tiempo, superlativamente. Y lo hace por igual a metafísica y a lírica. «Poesía
es diálogo del hombre con el tiempo», «es palabra en el tiempo». «En cuanto nuestra
vida coincide con nuestra conciencia es el tiempo la realidad última, rebelde al conjunto
de la lógica, irreductible, inevitable, final.»
«Lo importante es ir de lo uno a lo otro»: «de calle a calleja», por
50/ANTH ROPOS

«Algún día, habla Mairena a sus alumnos, se trocarán los papeles entre los poetas y
los filósofos. Los poetas cantarán su asombro por las grandes hazañas metafísicas, por la
mayor de todas, muy especialmente, que piensa el ser fuera del tiempo, como si

144
dijéramos el pez vivo y en seco, y el agua de los ríos como una ilusión de los peces. Y
adornarán sus liras con guirnaldas para cantar esos viejos milagros del pensamiento
humano. En cambio los filósofos irán poco a poco enlutando sus violas para pensar,
como los poetas, en el fugit irreparabile tempus. Y por este declive romántico llegarán a
una metafísica existencialista, fundamentada en el tiempo; algo en verdad, poemático
más que filosófico. Pero que será el filósofo quien nos hable de angustia, la angustia
esencialmente poética del ser junto a la nada, y el poeta quien nos parezca ebrio de luz,
borracho de los viejos superlativos eleáticos. Y estarán frente a frente poeta y filósofo —
nunca hostiles— trabajando cada uno en lo que el otro deja.»
Allí, en el callejón sin salida, se encuentra Machado con Heidegger, ambos impelidos
«irremediablemente» por el tiempo kantiano que, Río heraclitano ontológico, arrastra —
no, según medida, así vagamente, cual el Río de Heráclito—, sino arrastra, encajona,
ordena y contiene todo: lo sensible, lo inteligible, lo externo, lo interno, según las cuatro
funciones o actuaciones trascendentales: Zeit-reihe (enseriación temporal), Zeit-inhalt
(contención), Zeit-ordnung (ordenamiento), Zeit-inbegriff ^encajonamiento,
comprehensión).
Oigamos el «Canto de Frontera», de Machado, puesto ahora por él en prosa, cual
prosa es el lenguaje de Heidegger, el de Bergson, compañeros de callejón sin salida: «Los
que buscábamos en la metafísica una cura de eternidad, de actividad lógica al margen del
tiempo nos vamos a encontrar —bueno es tener prejuicios sin los cuales no es posible
pensar— definitiva y metafísicamente cercados por el tiempo. ¿Por una viva eternidad
como la durée bergsoniana? Algo peor. El tiempo de Heidegger, su tiempo primordial,
como en Bergson, ajeno a toda cantidad, esencialmente cualitativo, es, no obstante, finito
y limitado. No pierde el tiempo, en Heidegger, su carácter ontológico por su limitación y
finitud; antes lo afirma. No olvidemos que este ser en el tiempo y en el mundo es la
existencia humana; es también el ser que se encuentra, al encontrarse con la muerte».
«Llegados a este callejón sin salida pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y
entonces es cuando se busca la puerta al campo.» Es el momento —o la coyuntura que,
pedantes, diríamos ahora— de que Machado busque, y nos la enseñe, la puerta al
campo. La gracia estaría en eso; y las gracias que le daríamos estarían dadas a punto, y
bien merecidas.
Por la calle han venido, sueltos, en grupitos, sin orden ni concierto, proposiciones,
reglas, ocurrencias, trucos... de Tales, Pitágoras, Teeteto...; han llegado a callejón sin
salida: a callejón-plaza cerrada, bien cerrada por Definiciones (23), Postulados (5),
Nociones comunes (9). Plaza de la Constitución de Elementos de Geometría, de
Euclides. Allí, proposiciones sueltas, trucos, reglas, mirándose en «Elementos» se han
acicalado o arreglado, y, dando la vuelta callejón-plaza sin salida, han desfilado calle
abajo —cual «teoremas», en serie ordenada, en fila irrompible—, en la dirección de
callejón sin salida a calleja, de calleja a calle, de calle... ¿a dónde?
Fase primera:
«De la Mar al percepto», a calle;
«del percepto al concepto», a calleja; «del concepto a la idea», a callejón sin salida.

145
Fase segunda:
«—¡Oh, la linda tarea!—,
de la idea», de callejón sin salida a calleja, «a la Mar.
¡Y otra vez a empezar!»
Desde el trescientos antes de nuestra era, hasta nuestros días, han ido entrando,
desde el Mar de los conocimientos que surgen, al azar, en el mundo, nuevas
proposiciones, nuevos trucos, nuevos aparatos, que en compañía de los «teoremas»,
entrarán por la calle de la «Ciencia» geométrica euclídea, pasarán, aún sueltos, a calleja,
para llegar a «Plaza, en callejón sin salida, euclídea», reformada ahora, hacia 1900, en
Plaza de la Constitución: Fundamentos de la Geometría, de Hilbert. 20 axiomas en 5
grupos. Plaza de la Constitución tan perfectamente cerrada en «sistema» que, aparte de
no contradecirse entre sí, son suficientes —Veinte en Cinco— para dar estatuto de
«Teorema» a las proposiciones recién llegadas, revalidar el título de las antiguas, poner
en fila ordenada e irrompible a todos los ya «Teoremas», y salir en procesión todos por
el mismo camino, inevitable: de Axiomas a Teoremas; de Plaza —callejón— a calleja, de
calleja a calle, de calle a...
«a la Mar»
«—¡Oh, la linda tarea!—» «¡Y otra vez a empezar!»
E iguales pasos, paseos, idas y venidas, vueltas y revueltas desde Mar hasta callejón,
desde callejón a Mar, en filosofía, teología, física, lógica, y cualquier aspirante a Ciencia.
¿Y qué conocimiento o conocimientos —sean de sociología, economía, biología,
política...— no aspira a pasar de Mar a Calle-callejón —Plaza de Constitución
Axiomática—, y salir graduado de «teorema» —en reata, fila o procesión?
A Machado le fue inevitable, lo sintió cual inevitable, el ir de lo uno a lo otro: de
poética a filosofía.
Partió de Mar. Que fue su obsesión de por vida. Mar: enmaterialización de una infinidad
absorbente, desarticulante, disolvente.
¿Para qué llamar caminos a los surcos del azar?... Todo el que camina anda, como
Jesús, sobre el mar.
Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se
hace camino al andar.

146
147
ANTHROPOS/51

148
Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.
Pero el Mar deshace presta y fácilmente las estelas del mejor y más pretencioso
navio.
Entre callejón sin salida, o, «Plaza de la Constitución Axiomática», el uno de los
extremos, y Mar, el otro de los extremos, en que «Teoremas» —aun los graduados con
«superlativas» notas—, son nada más «estelas», caminos que no se pueden volver a
pisar porque el Mar, la Infinidad, los disuelve, ¿habrá, pues, que, inevitablemente, ir de lo
uno a lo otro, de lo otro a lo uno, y otra vez, otra vez, otra vez... a empezar?
tución sistemática del Universo», cual final de calles, callejas, callejones de
pensamientos.
Los filósofos, los grandes, con conciencia de lo que han hecho, son los que se sienten
seipsiencerrados en su propio sistema; y sálense —a la lógica, que se la lleve el diablo—
por los tejados de los callejones y por los de los edificios de la «Plaza de la Constitución
sistemática del Universo».
Los filósofos, los pequeños, no se notan encerrados, pues no se han encerrado ellos a sí
mismos, y les vienen anchas y tranquilizantes calles, callejas, callejones y «Plaza de la
Constitución».
Machado llegó a semejantes Plazas filosóficas: Heráclito, Parménides, Bergson, Kant,
Heidegger. Se sintió encerrado; y de la encerrona salió, no por los tejados—camino de
ladrones, gatos, presos vulgares o avergonzados carceleros de sí mismos—, sino por la
puerta que lleva al Campo.
Aquello es «filosofar»; esto otro es «Pensar».
(VI)
«Filosofar», dicho sea poniendo mis pecadoras manos de filósofo sobre las palabras
de Machado, es «deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta llegar a ese
callejón sin salida que es Plaza de la Constitución sistemática del Universo».
«Filosofar en grande» es llegar a tal Plaza, saltar por sus tejados y salir a la Mar.
«Filosofar en pequeño» es llegar a tal Plaza, quedarse encandilado ante «sistema»; dar
vueltas y más vueltas de procesión, y terminar en embobados, comentadores, glosistas,
escolastiqueros y repetidores.
«Pensar», y ahora es Machado quien habla, «es deambular de calle a calleja, de calleja a
callejón, hasta llegar a un callejón sin salida. Llegados a este callejón sin salida pensamos
que la gracia estaría en salir de él. Y entonces es cuando se busca la puerta al Campo».
Antonio MACHADO no es filósofo. Es «pensador».
Lo que es ser más, mucho más, muchísimo más que filósofo. Más y mejor.

149
(J.D. García Bacca, «Antonio Machado, ¿poeta o filósofo?», Cuadernos para el
Diálogo, extra XLIX, noviembre 1975, pp. 350-7.)
(V)
«Pensar», a diferencia de «filosofar», o de hacer ciencia, sea la que fuere, consiste, y
se reconcentra, en «buscar la puerta al Campo». No, en volver a la Mar, tras el
consabido paseo, desfile o procesión.
Es este el momento preciso, la oportunidad apropiadísima, para «buscar la puerta al
Campo». No, para volver a la Mar.
La traza de disimular puerta en pared de lisas, firmes, inocentes apariencias, y el truco de
apretar un botón, de hallar dónde está —y otros trucos, dejando aparte las palabras
mágicas, cual las de «Sésamo, ábrete»— es viejo; y fuera el gran entretenimiento y
esperanza para presos en cualquier clase de cárcel.
La «Plaza de la Constitución axiomática» euclídea dio por muchos siglos, más de mil
años, la impresión de estar perfectamente cerrada y no caber más paseo que el de noria:
vueltas y más vueltas a lo mismo: de teoremas a axiomas; de axiomas a teoremas. Los
matemáticos se propusieron tapar una pequeña y sospechosa raja: el postulado de las
paralelas. Lo cual, caso de conseguirse el cerrarla, cerraba mejor la geometría, y los
encerraba mejor a ellos. No se sintieron «encerrados» y «seipsiencerrantes». No
buscaron la puerta al Campo. Taparon a cal y canto, con pretendidas pruebas, la
sospechosa raja, ¿o puerta? Que así y a sí mismos, se encierran, y hácense «se-
ipsiencerrantes» quienes creen que la verdad es única en cualquier orden, sea o no el
geométrico.
Al fin, de tanto tantear, de «tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe», los
matemáticos del siglo pasado evadiéronse de la «Plaza de la Constitución euclidiana» por
lo que no era raja, sino puerta, y salieron al Campo de la Geometría, de las geometrías
no euclídeas, y otras más, más amplias y mejor cruzadas de caminos, más sutiles y
elásticos. Salieron no a un Mar de errores, ni a un Mar de indefinidos, donde no hay
caminos, sino borrables huellas y estelas. Salieron a «Campo» de leyes.
Mar es desierto de leyes.
Campo es tierra de leyes —tierra de pan llevar, y aun de «todo llevar», epíteto homérico
de la madre Tierra.
Hay que buscar —dice Machado: el rebelde a seipsiencerramiento— la puerta que da a
Campo. Nada de derribar muros, ni saltar bardas.
Los poetas no han de «aprender de los filósofos a conocer los callejones sin salida del
pensamiento, para salir, por los tejados, de esos mismos callejones». Que de los
callejones del pensamiento que los filósofos, algunos de los grandes, han construido cual
«palacios encantados de lógica» —aceptemos los filósofos la ambiguamente benévola
frase de Machado— es mala costumbre la de salirse por los tejados de esos mismos
callejones, salirse por los tejados de sus «sistemas». Se sale, y salen, entonces y así, a
una Mar, no a un Campo. Salen a un «desierto de leyes»; no, a una «tierra de leyes».
Todo ello es «filosofar»: afanoso construir la «Plaza de la Consti
52/ANTHROPOS

150
Como se desprende con claridad de la lectura del texto, J.D. García Bacca elabora
cinco pasos o secuencias para resolver lógica y realmente el problema propuesto: Antonio
Machado, ¿poeta o filósofo? Ni lo uno ni lo otro: pensador.
¿Cómo surge en este proceso indagador hacia tal actividad de abrir puerta al campo?
He aquí, en resumen, el diseño del proceso.
El primer paso constata lo horrible que es el hecho de caminar hacia infinito, sin
detenerse y disolverse en un mar. ¿Cómo se ha resuelto en la historia y resuelve A.
Machado este problema? Vendar los ojos y dar vueltas: el gran invento de la Noria. Es un
repaso breve pero hondo de la filosofía. Su solución suspende el «horror de llegar». El
poeta toma la Noria como modelo de su pensar.
En el segundo paso, se propone ir de lo uno a lo otro: de poética a filosofía. Surge,
así, la impaciencia por «saltar las bardas del corral». Heráclito no es todavía su estrella
Polar, para saltar los límites del determinismo latente y latiente en todo sistema. Pero no
basta la inquietud, se necesita el tiempo.
El tercer paso descubre un hecho sorprendente: Parménides y Heráclito son dos
versiones de la identidad lógica y ontológica: dos teorías complementarias del ser por las
que pasa la investigación machadiana. Así el Fuego heraclitiano que todo lo enciende y

151
apaga con cuenta-y-razón (Logos), resulta ser encierro determinista tan radical y evidente
como el Ser de Parménides: ser, ente, identidad.
El Fuego, el mismo, prende en todas las cosas según identidad real de período, de
repetición rítmica de lo mismo. En resumen: mecánica estática universal o mecánica
ondulatoria universal. Deterministas ambas. Por eso, la lógica de la identidad, por no ser
lógica de lo real, es una creación milagrosa de la mente humana. Y tal es la barda que A.
Machado está impaciente, en cada poema o pensamiento, por saltar. Experimenta, de
este modo, ser filosofante como Sócrates. Por ello, es donde A. Machado se siente
cercado, no ya en el corral y sus bardas, sino en «los palacios encantados de lógica»: la
concepción mecánica del hombre. Parece como si conscientemente se dejara encantar
por filosofía sistemática.
Este tercer paso le conduce a la «metafísica del tiempo», al callejón sin salida de
ciencia y filosofía, que dura desde el trescientos antes de Cristo hasta nuestros días,
incluido Heidegger. Todo, hasta ahora, en lo referente al conocimiento ha quedado
limitado en el callejón sin salida de axiomas y teoremas, en sistemas definidos. El círculo
sistémico consiste en ir de lo uno a lo otro y de éste a lo uno. Y volver a empezar...
El cuarto paso se abre al pensamiento. ¿Qué es pensar? Pensar, a diferencia de
filosofía y ciencia, consiste siempre en buscar la puerta al campo; esto es, buscar la
puerta que da al campo.
El quinto paso es la conclusión, la tesis que nos ofrece J.D. García Bacca, respecto a
Antonio Machado: no es filósofo, ni puede ensistematizarse en ninguna filosofía, habida
o por haber. Antonio Machado es Pensador. Lo que es más y mejor.
El segundo documento recoge un estudio de María Zambrano como el mejor cierre
de este trabajo sobre Antonio Machado. Es la biografía más válida que conocemos. Es
un acertado itinerario hacia la intimidad: el ser constituyéndose en la unidad y alteridad
del amor, en un pensamiento de amor. He aquí el texto:
Muéstrame, ¡oh Dios!, la portentosa mano
que hizo la sombra: la pizarra oscura
donde se escribe el pensamiento humano.
(Abel Martín, «Los complementarios»)
Leyendo un claro día
mis bien amados versos,
he visto en el profundo
espejo de mis sueños
que una verdad divina
temblando está de miedo,
y es una flor que quiere
echar su aroma al viento.
«Galerías» (Introducción)
Si un grano del pensar arder pudiera,
no en el amante, en el amor, sería
la más honda verdad lo que se viera.

152
(«De un cancionero apócrifo»)
Un pensador, mas de un pensamiento único que exige, como es ley de lo único,
multiplicidad de formas o de «géneros», y aun pluralidad de personas en quienes darse.
El hombre habitado por un pensamiento único, tal vez a imagen y semejanza de la
divinidad, necesita, además de la persona que lleva su nombre propio y manifiesta su ser
individual, de otras personas que no siempre el ser así habitado alcanza a «crear», a dar
vida y formas a su ser al modo humano o pretendidamente sobrehumano. Poeta, por
esto sólo, es él qué lo logra, como es el prodigioso caso de Antonio Machado. Poeta,
aunque poemas no hubiera nunca escrito. Antonio Machado se nos aparece de inmediato
como poeta desde el principio; mas veamos lo que él mismo entiende por ser poeta. Lo
declara nítidamente en su madurez cuando, dicho sea de paso, de los elementos
—«Raíces del ser» los llamó su descubridor Empédocles— el fuego ha ido ganando en
su pensamiento a los demás: a la tierra ante todo, al aire, y también sin esquivarla al agua
misma. No ha esquivado a ninguno de ellos, pero el agua corre por las venas de su
poesía como si fuera su sangre misma. Esa sangre que toda palabra ha de tener sin que
deje de ser agua: «Di, ¿por qué acequia escondida, / agua, vienes hasta mí, / manantial
de nueva vida / en donde nunca bebí?», invoca cuando su madurez alborea.
Es en el «Cancionero apócrifo» (Juan de Mairena) en el capítulo «La metafísica de
Juan de Mairena» donde leemos: «Todo poeta —dice Juan de Mairena1- supone una
metafísica; acaso cada poema debiera tener la suya implícita —claro está, nunca explícita
—, y el poeta tiene el deber de exponerla, por separado, en conceptos claros. La
posibilidad de hacerlo distingue al verdadero poeta del mero señorito que compone
versos», citando del tratado de metafísica Los siete reversos.
Mas, esta metafísica resulta ser teología, una singular teología de la que sería
demasiado simple decir que invierte los términos del acto creador según la teología
judeocristiana: «Cuando el Ser que se es hizo la nada», dice al comienzo del soneto «Al
Gran Cero», de Abel Martín, que Mairena declara «inmortal» al comentarlo.
Tiene, pues, un doble comentario el soneto revelador de su singular teología. Singular
porque no se trata de moverse en un pensamiento dentro de una tradición, codificándola
o alterándola, sino de un concebir al ser divino extrayéndoselo de las entrañas del sentir
del hombre, de este hombre, Antonio Machado, a quien amenazan por igual el ser y la
nada. Y como poeta declaradamente, y no sólo por hombre sin más, le resultan
irrenunciables sensaciones y sentires, y pensares diríamos ante todo. Pensares que nacen
del pensamiento único, de su fondo insondable y que vienen a ser un sentir propio del
pensamiento. Porque este pensamiento es de un ser confinado, amenazado, herido
también. Una especie de astro en el universo. ¿Mónada? Abel Martín señala a Leibniz
como el filósofo del porvenir, cuando reclama la restitución al universo de su intimidad.
Intimidad pura es este pensamiento único y no «interioridad del hombre»
agustinianamente. Aunque diga «Mirando un claro día / mis bien amados versos / he
visto en el profundo espejo de mis sueños / que una verdad divina temblando está de
miedo». El profundo espejo de los sueños refleja la verdad divina, la muestra temblando.
¿Manifiesta acaso el dentro de lo divino, que tiembla por darse en un espejo?

153
Y esa verdad divina «es una flor que quiere echar su aroma al viento». Debería
bastarle al poeta el verla temblar en el espejo de sus sueños y asistirla, pues que tiene
miedo; darle su aliento de vida para que eche su aroma al viento. Les bastaría, quizás, a
toda una cadena de poetas, a toda una tradición poética, bastaría quizás a la poesía toda.
Mas a Antonio Machado, poeta ante todo, no. Lo que quiere decir que la poesía toda no
le basta. No le basta con la verdad divina, aunque sea ella la que pide, ella la que quiere
echar, como una flor, su aroma al viento, nada más. Mas a él le pide pensar para que se
cumpla su querer. Y pensar, por lo que vemos, es llegar hasta Dios mismo, saber de él,
entender su creación para insertarse en ella, tal como al

ANTHROPOS/53

enunciado en el proceso de su cumplimiento, según se vaya manifestando, y no sólo


en el pensar, sino en el modo de vivir, de este sujeto a quien rige y que, tanto más

154
dócilmente le siga, más irá quedándose en libertad. Y él mismo, el hombre Antonio
Machado, irá haciéndose visible, irá poniéndose de manifiesto. Su más recóndita
intimidad se irá dando, y no solamente en palabra y en conducta, sino que irá haciendo
de él una figura inequívoca, una forma indeleble y viviente, como si hubiera nacido
entero de la cabeza de Zeus, al modo de Palas y armado como ella. Tan inerme que se le
veía que había nacido. Pues que lejos de borrar el ser de nacimiento, la criatura nacida,
esta figura apta para la historia que no pasa, la revela o la trasluce. Aquel su andar
vacilante, buscando no pesar sobre la tierra, apenas rozaba el suelo con sus pies, y
sentado se recogía y aun se encogía tendiendo a borrarse; por no ocupar espacio se
sentía que eso no era así. Su «torpeza» de movimientos no era sino resistencia a ocupar
lugares, a decir «aquí estoy yo». Corpulento, se deslizaba al andar entre las gentes, se
ahilaba como si pasara por un laberinto. Sólo cuando había de comparecer ante la
«polis» y más allá de ella, se diría que ante un invisible ojo que lo miraba, se erguía y se
quedaba firme, descubierto, casi desnudo como uno de los «hijos de la mar» ya desde
antes de subir a bordo de nave alguna.
Un pensamiento indestructible, pues, que si destruye será reduciendo, alquitarando, y
si nos atreviéramos diríamos, purificando en una no declarada áscesis, como si la acción
incesante de un fuego sutil, del mismo pensamiento se ejerciera de por sí a oscuras del
sujeto, que así conserva su candor ganando en sabiduría. «Corazón maduro de sombra y
de ciencia.» Mayor sea la indestructibilidad de este pensamiento, más necesitado está
para pensarse y vivirse a un tiempo. Esto que podría ser un átomo quizás, una
enigmática figura, una palabra sólo, pide plurales modos de manifestación y aun de
expresión. Aun porque este pensamiento no viene a dar en servir de expresión a un
individuo, a satisfacer una pasión mediocre. Pide verdad y realidad a un tiempo, como un
ser que ya es de por sí. Y ofrece plenitud dentro de la cual su portador puede quedar
semiescondido, sin acabar de aparecer, casi anónimo, como le sucedió a Miguel de
Cervantes. El corazón mismo es su aposento y el pensar, su indispensable oficina, y aun
pediría la sangre y la pide, en efecto, cuando ha de verificarse, haciendo del derramarse
de la sangre algo universal. Y si abre alguna herida, es la herida del hombre sin más;
borra las características individuales, se alimenta de ellas, eso sí, o las deja bajo un velo
que acentúa el misterio último de esta vida singular y de todos a la vez; se hace en uno
solo y le confiere soledad, siendo para todos los hombres en principio. Y por ello es
verdaderamente pensamiento. Es una proporción insoslayable de lo humano, un teorema,
en cierto modo, que se verifica haciendo del individuo un hombre verdadero.
Un pensamiento, pues, dotado de vida propia que hace del hombre donde habita
antes que un filósofo o un sabio o un poeta explícito, un pensador o meditador; un ser
pensante a toda hora, hasta en sueños; y, precisamente, en sueños, es como se ve
Antonio Machado, arquetipo de esta especie de seres pensantes.
Y como tratándose de pensar se entiende desde siglos de «occidental cultura» que ha
de estar solo o ser, más bien, solo el pensante, que ha de ser, en suma, un existente, hay
que señalar de seguido que esta especie de pensador no estará solo nunca, aunque de sus
«soledades» nos diga en seguida. Porque estas soledades no provienen de ese género de

155
soledad del hombre sin mundo y sin dios, sin ser y sin sueños y tampoco de la duda al
modo cartesiano. Hay que entender estas soledades como una plenitud de un ser
balbuciente que se asoma, con una inocencia que no perderá nunca, al universo. Y que
sabe con inmediatez de su lugar propio, de su situación en el pensamiento. Está bajo la
sombra y al lado del pensamiento vivo: dentro del ser pensante y sin desprenderse de él,
configurándolo, sellándolo, tal como algunas criaturas no humanas se nos aparecen,
selladas en su piel o en su caparazón, o en las figuras del plumaje de ciertas aves, y que
también en las nubes, a veces, se señalan.
hombre-poeta corresponde hacer. ¿Hacer algo o hacerse dentro de esa divinidad?
Y esta exigencia íntima de entender a Dios viene a ser en Machado, como lo que es
en Nietzsche, en Hólderlin, en Novalis — Unamuno no llegó a eso— un concebir a Dios
en la intimidad del pensamiento y del ser, casi un re-crearlo.
Y aunque sea sólo como enunciado, digamos, el que no deje de ser un tanto
sorprendente que se estudien las «concepciones del mundo» mientras quedan flotando
estas concepciones de Dios o de lo divino que a partir del Romanticismo alemán —
Goethe el primero— se vienen dando en poetas-filósofos y en filósofos-poetas —Hegel
incluido—. Su fondo, próximo o remoto, es, sin duda alguna, el Dios que el místico
concibe o muere por concebir. Eckhart, Boehme, San Juan de la Cruz. Lo que no quiere
decir que estos poetas-filósofos y filósofospoetas sigan la misma vía del místico
arquetípico. Por el contrario, declara Mairena de Abel Martín que tenía escasa simpatía
por los místicos a causa de ese su separarse del mundo de la sensación, de los
sentimientos, de lo sensible, en suma. Quede en pie únicamente este concebir lo divino
en la intimidad del pensar y el sentir humanos, esta búsqueda de la intimidad conjunta de
la divinidad, del hombre y del universo total.
Y en esta más que búsqueda de la intimidad, del dentro de lo divino universal y
humano, el eros es agente insoslayable, hacedor tal vez. Abel Martín, en quien el eros se
deposita más que en ningún otro de sus heterónomos, es un gran erótico, mas se nos dice
que no platónicamente, a causa de la belleza, sino en modo metafísico, porque el ser es
heterogéneo. Por nuestra parte añadimos que este eros no entra dentro de las honduras
de la carne. Y no deja de haber un paralelismo entre el rechazo del dios creador judeo-
cristiano, el del «Génesis», y esta ausencia total del eros carnal, del que ni una brizna
vemos aparecer en la poesía de Machado, ni en la metafísica de sus heterónomos, ni por
levemente que sea en sus complementarios. Y tan puramente aparece así que ni tan
siquiera se echa de ver esta ausencia de la pasión de la carne que pide reproducirse,
engrendrar y... ser reengendrada en la resurrección, que tanto llamea en el pensamiento
de Miguel de Unamuno.
Esta ausencia de pasión de la carne es agente de transparencia entre Dios y hombre.
Las entrañas del hombre no claman ni reclaman; su inexistencia deja todo el lugar al ser y
al no-ser, al pensar y al pensamiento. No sueña este ser encarnarse. Se diría que el
misterio cristiano de la Encarnación no le toca, ni el de la pasión ni el del dolor divino a lo
humano: «No puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero / sino al que anduvo en la
mar». No pide, pues, ni acepta la humanización de Dios. No reclama existir. No pide ni

156
tan siquiera tiempo. ¿De qué dios se trata? Pues que revelador es, de la divinidad que se
concibe o se quiere concebir, aquello que el hombre le pide: la súplica y la subsiguiente
ofrenda.
Dos comentarios metafísicos nos ofrece, decíamos, el soneto «inmortal» «Al Gran
Cero», y dos poemas aún en que se ahonda y a la par se aclara: el de su autor Abel
Martín y el de su discípulo Mairena. Observemos, de paso, que si no encontramos trazas
de ansia de generación carnal ni existencia!, en cambio la relación de Martín y de
Mairena se nos aparece como una suerte de generación del pensamiento; de sentires y
pensares. Una génesis del pensamiento único, lo que corrobora que se trata de un
pensamiento que apetece concebir y generar. Un pensamiento de amor, pues ha de ser.
Un pensamiento único, que toma toda una vida humana, ha de ser un cierto modo de
ser pensamiento o del ser del pensamiento, que podrían y aun deberían ser señalados a
priori. Se nos aparecen de inmediato tres a priori de este pensamiento único: ser
indestructible, poseer, sin hacer del sujeto en quien se da un «poseído» y, ya que toma
para sí toda la vida, darla. Ser, pues, un pensamiento que es vida. Y al ser pensamiento
verdadero, ser universal, trascendente. Contener en sí algún aspecto irrenunciable de la
condición humana. Un imperativo que no es necesario se enuncie como tal, que se irá
54/ANTHROPOS

Y así: «Olivo solitario, / lejos del olivar, junto a la fuente, / olivo hospitalario / que

157
das tu sombra a un hombre pensativo / y a un agua transparente», leemos en «Olivo del
camino», que abre Nuevas canciones. Todo es revelador: el olivo no está solo, sino que
es hospitalario al modo de una alma viviente. Paralelamente a «Y todo el campo un
momento / se queda mudo y sombrío, / meditando» de los primeros poemas de su
primer libro Soledades. ¿Puede sentirse solo quien siente el campo meditar? Soledades y
no soledad, estados del ser como «mudo» y «sombrío», como «solitario», sentidos
inmediatamente en los campos, en el árbol, como la transparencia es sentido y vista en el
agua.
Sí, ya sabemos que a tales expresiones se les llama metáforas o transposiciones, y
más de acuerdo con la antepenúltima estética, «proyección sentimental». Ya que la
mente moderna rompió con lo inmediato, salvo con la inmediatez del sujeto a través de
su duda, en lo que ya inmediatez no hay. Y no puede aceptar el sentir directo de un
modo de ser humano originado en una realidad que no llega al ser; realidad, sí
ciertamente, mas sin ser; y si se tratara de seres, si se perciben y viven esas realidades
como lo que son (¿seres?) entonces la cuestión aparece bien diferente.
De otra parte, la acusación, o al menos diagnóstico, de «panteísmo» saltaría sin
esfuerzo, si nos colocásemos en los esquemas del pensar occidental: es el hombre y sólo
él, el pensante, y sólo él, quien tiene relación directa con la divinidad. Y sentir lo divino y
lo definitorio de lo humano como es el pensamiento en identidad, entonces, si no es
metáfora, es panteísmo. Pues que el pensamiento divino así mirado sería divino, mas sin
existir. No lo hay, siquiera.
Mas sucede que el pensamiento original, originario y, al par universal, no procede de
estos señalados modos; su proceso es otro. ¿Existencialmente, existencializando al sujeto
en cuestión? Mas para definirlo así no habría más inconveniente que el que no se trate de
que el sujeto existe, sino de alguna otra cosa que si se pone en relación con el existir es
para llegar a su opuesto, el des-existir. El hombre donde tal sujeto del pensamiento
vénico anida se va quedando libre para hacerse responsable de modo inmediato, moral y
aun políticamente, para la acción, si necesario fuese algún día por él no previsto.
Se podía también decir, cediendo a las formulaciones últimas, que este pensamiento
«estructura» al sujeto, al hombre mismo. Y para ello no se presenta mayor obstáculo que
el caer en la cuenta de que ese hombre que se presenta ya en plenitud no está
estructurado, sino configurado, conformado y que se trata de que el despliegue del
pensamiento abra las posibilidades de pensar y de ser en activo, mientras el sujeto íntimo
se va acercando, como lavado por las aguas incesantes en que se baña, a la simplicidad
primera y última, la de ser criatura viviente y, luego, la de ser sin más, en la nada. En una
nada —como se ha visto— que no le devora, ni le resiste, ni le acuna tampoco, como si
fuera a llevárselo de nuevo. En una nada que viene a ser la hospitalidad del creador.
Y así el hombre pensativo está amparado por el olivo solitario, «olivo del camino»,
que se ha ido a estar solo, justamente para estar al borde del camino por donde transitan
los hombres, las bestias, el polvo y el camino también.
Y amparado por esta sombra buena (no olvidemos que Antonio Machado era de
Andalucía, donde la sombra y el que sea buena es algo de mucha monta) el hombre

158
pensativo está en sí porque está en el lugar de su pensamiento.
Es hospitalario el solitario olivo. Hospitalaria la venta o la mujer, como en Cervantes
—de paso sea dicho—: «¡Blanca hospedería, / celda del viajero, / con la sombra mía!»
(CLIX, «Canciones»).
La blanca hospedería equivale al olivo hospitalario, del camino que da su sombra.
Mas aquí, la sombra es la suya, es él quien da su sombra, esa misteriosa sombra que lo
acompaña siempre; la suya a veces, o la de otro, de otro o de uno, la del más hondo sí
mismo tal vez.
Y el amor es ante todo, y más allá de todo, un pensamiento de amor. Un
pensamiento y no un lugar como hemos procurado señalar; el campo, el olivo y aun la
hospitalidad. Y misteriosamente y sobre todo, sueño. El pensamiento de amor roza la
«verdad divina» que está temblando. Y no es el simple temblor que encontramos en el
campo también, es el desvanecimiento, especie de temblor en su propio corazón entre el
despertar y el sueño. «...El limonar florido, el cipresal del huerto, el sol, el campo, el iris
—el agua en tus cabellos—. Y todo en la memoria se perdía como una pompa de jabón
al viento.»
Mas el perderse, que no llega a ser olvido, en el corazón-memoria es algo cósmico.
Lo más alejado de un pensamiento.
El pensamiento de amor nace entero. Sólo con este pensamiento se podría vivir, lo que
decir quiere que este pensamiento solo tomaría toda una vida. Mas, ¿acaso, cuando el
pensamiento de amor se ha dado —Dante, Petrarca, Quevedo...—, ha sido solamente lo
que se entiende por amor, amor entre hombre y mujer, entre «gacela y león»? Tal como
si análogamente a lo que se cree establecido acerca del pensar y de su sujeto humano,
con el amor aconteciera también. Es decir, como si el Amor, él, de sí mismo viviera,
mientras se cree, y hoy obstinadamente, que el suceso del amor pudiera darse en
términos solamente psicológicos y sociológicos, sin un a prior/, sin un pensamiento que
germina en un ser. Como si de Guiomar pudiera cualquier hombre enamorarse (incluido
el mismo Antonio Machado'en otra estación de su ser) sin que el pensamiento de amor lo
haya dispuesto
así. Y así, la identificación de Guiomar con la existencia real de una mujer amada
viene a ser subsidiaria de ese pensamiento de amor, sin el cual, ese amor concreto o no
hubiera existido, o se hubiese dado en forma diferente. Y para que este pensamiento de
amor, que no discutimos para nada que llegara a encarnarse, era indispensable Abel
Martín. Fue desde él, a través de él y con él cómo el hombre real Antonio Machado llegó
a vivir ese amor concreto que sería corroboración, respuesta (si es que así realmente se
le dio).
Mas, cómo fue posible, ya que en la metafísica estoica de Abel Martín aparece que la
amada es imposible. ¿Será, acaso, aquella que «no acudió a la cita»? Leemos: «En la
metafísica intrasubjetiva de Abel Martín fracasa el amor, pero no el conocimiento, o
mejor dicho, es el conocimiento el premio del amor. Pero el amor, como tal, no
encuentra objeto; dicho líricamente: la amada es imposible.» Y antes: «El gran ojo que
todo lo ve al verse a sí mismo es, ciertamente, un ojo ante las ideas, en actitud teórica,

159
de visión a distancia; pero las ideas no son sino el alfabeto o conjunto de signos
homogéneos que representan las esencias que integran el ser. [...] Hijas del amor, y, en
cierto modo, del fracaso del amor, nunca serían concebidas sin él, porque es el amor
mismo o conato del ser por superar su propia limitación, quien las proyecta sobre la nada
o cero absoluto, que también llama el poeta cero divino, pues, como veremos después,
Dios no es el creador del mundo —según Martín—, sino el creador de la nada. No
tienen, pues, las ideas realidad esencial per se, son meros trasuntos [...]. Estas esencias
no pueden separarse en realidad, sino en su proyección ilusoria, ni cabe tampoco —
según Martín— apetencia de las unas hacia las otras, sino que todas ellas aspiran
conjunta e indivisiblemente a lo otro, a un ser que sea lo contrario de lo que es, de lo
que ellas son; en suma, a lo imposible».
Y así el verdadero conocimiento corre la suerte del amor, como hijo de su fracaso.
Queda en pie y brillando como una columna de luz ya sin fuego, diríamos, esta
aspiración de las ideas conjunta e indivisiblemente hacia lo otro. Como imantadas por ese
imposible contrario a ellas mismas, aspiran, decimos, a su propia destrucción. Porque
«no es tampoco para Abel Martín la belleza el gran incentivo del amor, sino la sed
metafísica de lo esencialmente otro». Lo otro del que ama, lo otro del que piensa, lo otro
del que mira. O lo otro en sí mismo, como sugiere, aunque califica a esta expresión de
hiperbólica, «de un apasionado culto a la mujer» que «la mujer es el anverso del ser»,
que no podríamos sin más interpretar como el no-ser en esta forma de pensa

160
ANTHROPOS/55

miento que no se atiene a las premisas y que más decisivamente aún, disuelve o
supedita los contrarios a la heterogeneidad del ser. ¿Qué sería, nos preguntamos, este
«anverso del ser»? Un absoluto impensable, se nos ocurre. Y que sea impensable no
supone forzosamente su inexistencia, mas, ¿quedaría la mujer entonces como un
absoluto y el absoluto puede ser acaso uno que admita otro? O será un más allá del ser,
ya que el ser no subsiste ante la nada, la nada divina. Antesala sería entonces la mujer
para el varón, de la verdad última alcanzada por el pensamiento en la metafísica de Abel
Martín. Mas ¿vivible? Vivible también como ese «deseerse» que anuncia, como vía
negativa tan de la mística toda. «Mas nadie logrará ser el que es, si antes no logra
pensarse como no es.»
Y esta vía Abel Martín, a través de Machado, la expone con nítida claridad al hacer

161
en breves líneas la crítica del pensar que aún padecemos. «La concepción mecánica del
mundo —añade Martín— es el ser pensado como pura inercia, el ser que no es por sí,
inmutable y en constante movimiento, un torbellino de cenizas que agita, no sabemos
por qué ni para qué, la mano de Dios.» Y comenta así este pensamiento originario de
Martín: «Cuando esta mano, patente aún en la chiquenaude cartesiana, no es tenida en
cuenta, el ser es ya pensado como aquello que absolutamente no es. Los atributos de la
substancia son ya, en Espinosa, los atributos de la pura nada. La conciencia llega, por
ansia de lo otro, al límite de su esfuerzo, a pensarse a sí misma como objeto total, a
pensarse como no es, a deseerse. El trágico erotismo de Espinosa llevó a un límite
infranqueable la desubjetivación del sujeto».
Y aquí, es donde se nos da la solución, la salida de la aporía y de su interminable
laberinto, pues que continúa diciendo con sólo un punto y seguido de separación el
pensamiento decisivo de Martín, su revelación: «"¿Y cómo no intentar —dice Martín—
devolver a lo que es su propia intimidad?". Esta empresa fue intentada por Leibniz —
filósofo del porvenir, añade Martín—; pero sólo puede ser consumada por la poesía, que
define Martín como "aspiración a conciencia integral"». Mas como la poesía a su vez, se
nos dice, es hija del fracaso del amor, he aquí una hija que logra lo que la metafísica, el
conocimiento no puede. Se trata, pues, de crear o de descubrir al menos alguna creación
posible, una creación no de otro ser, sino de una conjunción entre el pensar y el amor.
Quizás esta: «Si un grano del pensar arder pudiera, / no en el amante, en el amor, / sería
la más honda verdad lo que se viera». ¿Y el verla sólo, nos decimos, nos bastaría? Nos
bastaría, aunque su inmediata acción se nos enuncia así: «y el espejo de amor se
quebraría, / roto su encanto».
«Quiere decir Abel Martín que el amante renunciaría a cuanto es espejo en el amor,
porque comenzaría a amar en la amada lo que, por esencia, no podrá nunca reflejar su
propia imagen.» Lo que nos entrega la clave del pensamiento que el hombre Antonio
Machado, encerrado en los confines de las sociales, intelectuales e históricas
circunstancias, no pudo por sí mismo declarar. ¿Cómo hubiera podido sin apartarse de su
vía decirse ni tan siquiera a sí mismo, y menos aún a sí mismo, un pensamiento, el
central de toda mística y determinadamente de las más cristalina de este Occidente —la
del maestro Eckhart, que aparece en cada uno de los pasos de su pensamiento, un
pensamiento único si los ha habido—? Elegimos este por su simplicidad y su adecuación:
«Ninguna imagen nos abre la deidad ni el ser de Dios. Si alguna imagen o semejanza
permanece en ti, jamás llegarás a ser uno con Dios» («Sermón surrexit autem Saulus»).
No podía Antonio Machado formularse así este pensamiento ni a través de Abel
Martín. Como poeta le es irrenunciable el olor, el sabor, el reflejo. Como pensador, la
sombra y como metafísico del amor la heterogeneidad del ser —de la mujer como
hombre—. Como habitante de un país, de una historia, de alma y espíritu irrenunciable.
(Y dicho sea de paso, solamente cuando así sucede se tiene, aunque se pierda, una
patria.) Y por todo ello pasó Antonio Machado sosteniendo al par con su vida esta
especie de «Ars Amandi» de la que nos atrevemos a decir que contiene la metafísica y,
por tanto, la ética de Martín y

162
56/ANTHROPOS

Mairena. Mas quizá difiera de la mística de Eckhart —hombre activo despierto a su


histórico quehacer en su hora—, la acción que cambiaría, que transmutaría todo al
revelar la «más honda verdad», «Si un grano del pensar arder pudiera, / no en el amante,
en el amor». Que se sepa una tal acción divina, humana, o humana y divina
conjuntamente no ha sido propuesta ni Asonada declaradamente nunca. Se trata de algo
inédito. Un inédito pensamiento de amor que reclama su lugar propio allá en la
constelación de los pensamientos únicos al modo de los astros e indelebles como ellos,
indestructibles en tanto que la vida humana no se desmienta, no se desdiga, cosa que no
hay que dar por imposible.
¿Y nos podemos permitir identificar esta verdad («lo más hondo que se viera») con
«la verdad divina temblando de miedo», en el profundo espejo de sus sueños, vista
cuando un claro día miró sus bienamados versos?
¿La verdad divina tiembla, nos preguntamos, por estar reflejándose en el espejo? Y
si, como insinuábamos al referirnos a ella, nos pide algo más que el ser vista, si acaso
tiembla por algo propio del hombre siendo divino, si es que es la verdad un ser divino
que pide al hombre. Y es entonces la verdad del amor que se produce cuando lo uno —el
uno— se hace lo otro, pidiendo al otro o a los otros que se hagan uno, unos en el amor,
salvándose así de la heterogeneidad del ser y de los seres. Y si es así en el caso del amor

163
hombre-mujer se daría, que este anverso del ser que es la mujer, pide enigmáticamente al
hombre, que la siga más de lo que entiende al modo espontáneo propio del hombre; que
se niegue trascendiéndose, y aun abismándose, «Gracias, Petenera mía: / en tus ojos me
he perdido: / era lo que yo quería». Pues que tiembla también esta verdad divina por
flotar en el humano sueño. ¿Tiembla al despertar dentro del sueño humano? Y entonces
temblaría de la historia que de los sueños humanos procede, y pediría una clara historia,
una historia creadora y transparente, esa que el «hombre pensativo» crea unificando la
sombra que cubre su cabeza y el agua transparente que sin sombra le acompaña al borde
del camino, del histórico camino mientras aún serpea.
Y así, aunque conserve algo de su propia imagen, llega a pensar y a amar
conjuntamente, en la intimidad del ser y de la historia. Y la historia misma se le hará
íntima, la intimidad de la historia se hará verdad manifiesta y no habrá contraposición
entre el actuar y el pensar.
La Petenera es también una figura de la historia que nos mira. El pensamiento único
contiene o acaso está contenido en la visión dada al poeta Antonio Machado (su
verdadero punto de partida, motor de su poesía) en la «verdad divina» vista en sus
«Bienamados versos». En el «profundo espejo de mis sueños» que, así como espejo se
le revela dándole sus sueños. Obtener la revelación de los propios sueños por la poesía y
luego en ella por directa visión, es sustancia de poesía y de conocimiento unidamente.
Mas sería acaso posible una poesía que no sea conocimiento en sí misma, pensamiento
visible, pensamiento nacido, crecido como una flor, según se dice de esa «verdad
divina». Y así la dialéctica entre el ver y el mirar, entre el ojo y el ver tiene su raíz o
fundamento divino y es cosa de amor, como es sabido. «El amor es el ojo con que el
amante ve a lo amado», enunció Plotino precisando. Precisando no solamente la
tradición platónica, sino como todo pensamiento certero —único— hace el sentir difuso
y tratándose de amor particularmente confuso, que alienta en el corazón humano que no
ha llegado a estar «maduro de sombra y de ciencia».
No encontramos trazas de que Machado-Martín-Mairena hayan bebido en este
pensamiento de Plotino. Mas la filiación de un pensador o de un pensar no depende,
como se sabe y se olvida, del conocimiento de los textos que por otra parte, pueden
haber sido conocidos un día y hundirse en el fondo creador de la memoria.
La unidad indestructible del pensamiento único de Antonio Machado se muestra también
en el arranque común de su poesía y de la metafísica de Abel Martín, el primero de sus
heterónomos, «poeta y filósofo» que escribió en la primera página de su libro de poesías
Los complementarios: «Mis ojos en el espejo / son ojos ciegos que miran / los ojos con
que los veo». Y continúa: «En una nota, hace constar Abel Martín que fueron estos tres
versos los primeros que compuso, y que los publica, no obstante su aparente trivialidad o
su marcada perogrullee, porque de ellos sacó, más tarde, por reflexión y análisis, toda su
metafísica».
Y no es cosa que deba de extrañamos el que la poesía propiamente dicha, comience o se
origine en una revelación y la metafísica se abra a partir de una revelación también, mas
negativa; «Mis ojos en el espejo» que dan a conocer la existencia ¿inevitable? del espejo

164
que toda visión encuentra, aunque no sea en los bienamados versos, responde aquí a una
pregunta que por informulada no deja de ser determinante. Ha puesto sus ojos en el
espejo y entonces le miran ciegos, se miran ciegos a ellos mismos en una frustrada,
identidad. De la identidad, eje de toda verdad metafísica, y de todo verdadero amor. No
hay metafísica que no vaya haciéndose filosofía inevitable, impávida y hasta
heroicamente sino en busca de la identidad: del ser y del pensar, del sujeto y del objeto
más íntegramente del sí mismo y del todo, de la vida y del ser; del amor uno y múltiple,
del que ve y de lo visto, del amor. Del centro y de la circunferencia.
Y para llegar a lo menos a las puertas de la identidad o tan siquiera verla como posible —
sintiéndola ya— ha sido siempre indispensable eliminar algo de la simple vida y del
simple, dado, pensar. Por lo menos se presenta una escisura: un abismo o una sola línea,
límite; el límite que el pensamiento humano ha de establecer, aunque solo fuera para
hacer el indispensable vacío o hueco por donde corra el camino. Ese camino al lado del
que se yergue el «olivo solitario» como su guardián; el olivo hospitalario que da su
sombra al hombre que piensa bajo su sombra como en lugar propio junto a una agua
transparente representación del pensar mismo cuando se cumple. Esta figura poética del
lugar del pensamiento único —el olivo único a su vez— se nos revela ahora como un
método. Y la metáfora contenida en tan * breves palabras se nos figura perfecta. Pues
que el camino es una separación en un territorio que antes estaba junto, una apertura en
lo indiferenciado.
Encontramos que esta revelación negativa que hace posible la metafísica, el pensar
humano, se origina nada menos que en un acto divino. Lo enuncia poéticamente Abel
Martín y lo comenta, lo hace aún más explícito «La metafísica de Juan de Mairena». Y
más íntegramente, pues que en sólo cuatro versos, aparece la conjunción de la mirada
con el acto creador de la nada: «Dijo Dios: Brote la nada. / Y alzó la mano derecha, /
hasta ocultar su mirada. / Y quedó la nada hecha». Los ojos ciegos que miran no ya en el
espejo, sino tras del espejo de la nada, «pizarra en la que se escribe el pensamiento
humano», y entonces, mientras exista esa pizarra, espejo, mientras rija el «Fiat umbra»
de donde «brotó el pensar humano, ¿podrá haber visión, la visión por el amor apetecida
que es la única identidad posible que este pensamiento nos muestra?»
Y declara así él, este él único que por momentos forman Abel Martín y Juan de Mairena.
Pues que si Mairena es otro es porque estaba llamado a ser maestro de pensar en una
aula semivacía que se ha ido llenando de innumerables oyentes y como sucede de sólito,
de ellos habrán salido y saldrán algunos verdaderos discípulos como él, lúcidos y
rezumando ironía; la indispensable ironía que sella la unidad entre razón y piedad, la
grande Piedad. Aunque sea dada al menudeo.
Y así entre la metafísica de estos heterónomos, no hay sino complementariedad. Explica
Machado estos cuatro versos: «Así simboliza Mairena, siguiendo a Martín, la creación
divina, por un acto negativo de la divinidad, por un voluntario cegar del gran ojo, que
todo lo ve al verse a sí mismo».
Dios como el «gran ojo que todo lo ve al verse a sí mismo» había quedado denunciado
antes. Y prosigue: «Se preguntará: ¿cómo, si no hay problema de lo que es, puesto que lo

165
aparente y lo real son una y la misma cosa [...] puede haber una metafísica?». Y
responde Mairena: «Precisamente la desproblematización del ser, que postula la absoluta
realidad de lo aparente, pone ipso facto sobre el tapete el problema del no ser, y éste es
el tema de toda futura metafísica». Al poner el problema del no ser, libera el pensamiento
poético, decimos, según se muestra con precisión en el propio Abel Martín, el que
«sacó» toda su poesía metafísica de sus tres primeros versos, o sea, de una intuición y
un sentir y pensar poético («Mis ojos en el espejo / son ojos ciegos que miran / los ojos
con que los veo»), Abel Martín el teólogo-poeta libera y revelación a lo humano del
pensamiento poético como pensamiento divino. Comentando de inmediato su soneto,
base de su teologizar, «Al Gran Cero», dice: «Dios regala al hombre el gran cero, la nada
o cero integral, el cero integrado por todas las negaciones de cuanto es. Así, posee la
mente humana un concepto de totalidad, la suma de cuanto no es, que sirva lógicamente
de límite y frontera a la totalidad de cuanto es». Y repite «Fiat umbra! Brotó el pensar
humano. Entiéndase: el pensar homogeneizador, no el poético, que es ya pensamiento
divino».
Se da en el hombre gracias al poeta, el pensamiento divino. Mas ¿y el ver? La visión que
divina habría de ser, ¿qué suerte corre? Y que de ver se trata y, por tanto, de un Dios de
la visión, lo mostraría en modo suficiente la súplica del hombre. Pues como ya
apuntamos, se puede identificar al dios en quien el hombre cree por la súplica que al ser
ese dios el suyo no puede acallar. Y la encontramos precisamente en el poema ofrecido
como de Abel Martín (Los complementarios) donde se ofrece una vez más la revelación
negativa: «Muéstrame, ¡oh Dios!, la portentosa mano / que hizo la sombra: la pizarra
oscura / donde se escribe el pensamiento humano». Y esta súplica al modo de casi todas
las nacidas de lo más hondo, queda en el texto sin comentario. Curiosamente en la
poesía, en la metafísica misma, en todo aquello que el hombre «crea» y expresa lo más
revelador, queda sin explicación, tal como en los sueños sucede. La verdad íntima, el
motor del último fondo ya es mucho que aparezca. La verdad entrañable queda ahí como
dejada, como si por sí misma saliera. Porque la verdad está tan emparentada con el
sueño que se funde en él. La humana verdad que el hombre grita a su dios o a solas si
dios no tiene o cree no tener, es como un sueño. Su sueño originario. Su verdad.
Y antes, en el período diríamos ingenuo de la poesía de Antonio Machado antes de que
Mairena y Martín hubiesen nacido o antes de que se muestren encontramos... Pero aun
antes, en las no muy frecuentes apariciones de la luz, «Luz en sueños» (Galerías). La
luz, medio de la visión directa, de la visión verdadera inmediata, ¿está en sueños?
Encontramos en Nuevas canciones en «Iris de la noche» una verdadera plegaria de la
visión: «Y tú, Señor, por quien todos / vemos y que ves las almas, / dinos si todos, un
día, / hemos de verte la cara». ¿Será esta, acaso, la «más honda verdad», quebrado el
espejo que mantiene encantado el amor? Amor que muere por ver y que tiembla por ser
visto.
¿Y ha de seguir así el amor? El pensamiento poético, que es «pensamiento divino», no lo
ha rescatado porque es cosa de visión. Y sólo hay la visión más allá del espejo, sea de los
sueños o el de la pizarra oscura que el dios voluntariamente ciego tendió al hombre que

166
ha de reflexionar. Habría de verificarse una acción divina, o quizás humana, si posible le
fuera al hombre disponer de un grano de pensar enteramente divino, enteramente pensar.
No aparece referencia alguna al «pensamiento de pensamientos» del Dios de Aristóteles
cuyo acto es vida, pensamiento puro que no es creador como el Dios de la tradición
judeo-cristiana que Martín recusa. Mas la nada, ¿existiría sin este acto creador? Bien es
cierto que esa nada de Martín-Mairena no es la nada propiamente dicha, sino un espejo,
una pizarra, un lugar dado al pensar humano. Y del pensar divino, poético en el hombre,
es donde viene como posible el rescate. Ha de suceder algo extraordinario, casi
impensable, para que la conjunción pensamiento-visión, sentido de la visión y del amor
conjuntamente, vida, pues, se verifique. Y es el amor, el lugar donde únicamente puede
darse. Aire tiene de ple

a ser la hospitalidad del creador. María Zambrano concentra en la siguiente frase


muchos siglos de indagación antropológica: «El hombre pensativo está en sí porque está
en el lugar de su pensamiento [...]. Y el amor es ante todo, y más allá de todo, un
pensamiento de amor [...] y sobre todo, sueño». «El pensamiento de amor nace entero.»
El Amor, él no puede darse sin un pensamiento, sin un a priori que germine en ser. Es,
pues, así cómo hay que entender que el incentivo del amor no es la belleza, sino la «sed
metafísica de lo esencialmente otro», o lo otro en sí mismo: aspiración a conciencia
integral. Es preciso devolverle a lo que de su propia intimidad crea la conjunción entre el
pensar y el amar: «Revelar la más honda verdad». De ahí viene el tercer a priori; se
trata de algo «inédito»; un inédito pensamiento de amor, el cual reclama un lugar propio.
Por eso, la verdad del amor se produce cuando lo uno se hace lo otro, pidiendo al otro o
a los otros que se hagan uno: «Unos en el amor». Se salva, así, la heterogeneidad del ser
y de los seres.
Por fin, el lugar del pensamiento único se nos revela como método, que nos conduce
a la ruptura del encanto del espejo y al encuentro con la realidad gozada y en sí.
Se trata de un artículo que merece una meditación profunda y más amplia. María
Zambrano nos ofrece en él la imagen interior y más verdadera de Antonio Machado.
garia, y de tímida y ardiente plegaria recóndita, un arcano que al fin se abre, ese
soneto donde leemos: «Si un grano del pensar arder pudiera, / no en el amante, en el
amor». Se rompería el encanto del espejo y sería la más honda verdad la que se viera. Se
vería de verdad. Y de verdad se amaría. Sería vida de verdad, nos decimos. Y el amor
no temblaría. Haría arder y ardería inextinguiblemente.
(María Zambrano, «Un pensador (Apuntes)», Cuadernos para el Diálogo, extra XLIX,
noviembre 1975, pp. 398-404.)
María Zambrano entiende a Antonio Machado como persona de un solo

167
pensamiento. Esto exige la presencia de otras personas en quienes logre crear, dar vida,
formas de ser al modo humano. Poeta —afirma— es sólo quien logra el éxito en tal
empresa. Poeta con poemas, con escritura o sin ella. Antonio Machado es, pues, poeta
en este sentido profundo, desde el principio. A él le nacen las personas del pensamiento
único, en su fondo insondable y que viene a ser «un sentir de su propio pensamiento».
Pensar de un ser confiado, amenazado o herido: intimidad pura. Sigue su análisis hacia el
fondo María Zambrano; desentrañando la vida humana y poética de Antonio Machado,
con delicada y penetrante sensibilidad. Así nos dice que pensar es llegar hasta un quién
profundo, último, principio, modelo vivo de toda génesis: Poeta creador del Universo. Es
el Dios presente y presentido de María Zambrano, cordial, que habita las entrañas del
cosmos. Su creador es poeta, no científico. Pero es justo reconocer que éste, el
científico, deshace el universo natural, lo cual nos facilita ser hombres poetas, en
advenimiento.
La exigencia íntima de A. Machado —dice— de entender al quién-Dios viene a ser
—como en otros poetas-pensadores— en concebir a Dios en la intimidad del
Pensamiento y del ser, casi en re-crearlo.
Enuncia María Zambrano profundas verdades en su análisis: la intimidad del hombre
es intrínseca alteridad, otredad, diálogo y apertura en el silencio del solo con el Solo.
Silencio y estancia, habitación, tiempo de ir y encontrarse en el amor trascendido. Todo
el artículo rebosa de observaciones finísimas y profundas: revelación única de la biografía
de A. Machado.
María Zambrano concreta en esta frase su exposición: «Concebir lo divino en la
intimidad del pensar y el sentir humanos; esta búsqueda de la intimidad conjunta de la
divinidad, del hombre y del universo total». Así, la búsqueda del «dentro de lo divino
universal y humano», el eros es agente insoslayable, hacedor de la heterogeneidad del
ser. Pero este eros no entra en la hondura de la carne. Así la génesis de un pensamiento
único que apetece concebir y generar sólo puede ser un «pensamiento de amor». Él toma
toda la vida. De este pensamiento único se nos aparecen tres a priori. El primero es «ser
indestructible», poseer para sí toda la vida, darla. Ser, en pensamiento que es vida. Y al
serlo en verdad será universal y trascendente. Un pensamiento tal hace del hombre un
poeta, un meditador: «ser pensamiento a toda hora, hasta en sueños». Así quien medita
no puede sentirse solo jamás.
El segundo a priori es que este pensamiento estructura al sujeto, al hombre mismo: ser
sí mismo en la nada, lo cual viene
58/ANTHROPOS

168
Resumimos, en síntesis, algunos de los pensamientos de Antonio Machado,
elaborados y publicados en situación de guerra, porque creía en la paz.
Todo cambia, especialmente aquello que es importante y profundo; también el
pasado histórico está sometido a cambio, a innovación y recreación. Ello es lo que
constituye proyecto y meditación de actualidad, de las leyes del porvenir. Pero lo más
interesante es el cambio del a priori, del previo interior configurante y organizador
práxico de la realidad histórica. La decisión íntima de ser, el ámbito de creación de un
quién inédito; la consiguiente teoría del conocimiento, del pensamiento y obra. Lo que
importa, pues, es cambiar el fondo de la producción y del productor de la historia;
convertir sus materiales en nuevos inventos y enseres capaces de habitar un mundo
recreado. De ahí, surgirá pujante «una conciencia vigilante», eso es lo que por otra parte
significa difundir y defender la cultura frente al estado antropológico de guerra civil y de
barbarie, aumentar en el mundo la conciencia vigilante, el número de hombres despiertos.
Es preciso asumir desde la experiencia de la guerra y del pelear humano, la emergencia
de los profundos manantiales de amor soterrados en la historia. Crear amor. Nunca se ha
de concluir algo contra el «sentido cordial de la vida».
Antonio Machado está aquí y ahora, persona resucitada en sí y por sí, pero también
en todos los apócrifos-personas que viven y están insurgiendo de las entrañas de la
historia y del universo. Son, en definitiva, los quiénes audaces, en exilio y heterodoxia,

169
quienes cambian e inventan la realidad en novedad y libertad. Antonio Machado
permanece y vive como luminaria apócrifa de historias que se condensan en
pensamientos de amor.

5. Antología: poemas de un Poeta investigador de


historias, caminos y paisajes
En un breve y certero estudio titulado «Los caminos de Antonio Machado», Concha
Zardoya nos lleva metódicamente por el recorrido interior y expresivo de la obra
machadiana, pero vista desde la metáfora y método del camino. Estos son los caminos
machadianos: el caminante; el camino de la vida; el camino y la realidad; el camino y la
región; el camino, el monte y el aire; los caminos del mar; los caminos y el tiempo; los
caminos del sueño; los caminos de la visión onírica; los caminos del amor; el camino, la
locura y la ficción literaria; el camino de la soledad; caminos sin nadie; los caminos de la
muerte; la muerte del camino; sin caminos; camino intuido; encrucijadas; el atajo;
caminos del alma. Veamos la variedad de aspectos y la riqueza de contenidos poéticos y
antropológicos que se encierra en la metáfora machadiana de «camino».
Concha Zardoya los va analizando paciente y analíticamente. Una idea rige todo el
estudio: caminar es vivir. Vivir es hacer camino. El camino no está, no es; hay que

170
hacerlo, hay que crearlo, hay que vivirlo. No es previo al hombre, sino coetáneo de su
vivir y de su hacer. Así lo resume en un final apretado y sintético Concha Zardoya:
El poeta es alma siempre en camino y, por tanto, siempre haciéndose y siempre por
hacer: alma en camino que escapa hacia el sueño.
Si Heráclito es asociado siempre a su imagen o metáfora del río, a Antonio Machado
hemos de asociarlo al camino: camino que se da en el espacio, pero que se recorre en el
tiempo. Camino, sí, que devora el tiempo, pues vivir —en palabras de Juan de Mairena
— es esto: «devorar tiempo».
El camino machadiano es una fuerza dinámica que impulsa al hombre: que es el
hombre vivo, viviente, viviendo. Línea abierta que se opone al estatismo —peso— de
ciudades y pueblos quietos, detenidos en el espacio y en el tiempo, en donde éste, a su
vez, se ha parado. El camino es la imagen objetiva del tiempo vital que progresa hacia su
vivir —su futuro— y hacia su muerte.
Los caminos de Antonio Machado se oponen a la paz de los muertos en sus tumbas,
pues son vida por vivir, vida que se vive. Mirar hacia atrás es mirar lo ya vivido, y
soñarlo es revivirlo. Y por esto el camino machadiano es negación de la nada y de la
muerte, aunque hacia ella progrese lenta o velozmente: es una prueba existencia!.
Camino que habría que definir como Ortega definía la vida: como un «fluido indócil
que no se deja retener, salvar, pues, mientras va siendo, va dejando de ser
inmediatamente». Como una cosa estática que permanece y persiste: actividad que se
consume a sí misma.
El camino machadiano es imagen que ilustra claramente aquella idea orteguiana de
que «vivir es, de cierto, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar con él, ocuparse de él».
Juan de Mairena se burla de los hombres que están siempre de vuelta en todas las
cosas, porque, según el, «no han ido nunca a ninguna parte». «Porque ya es mucho ir;
volver, ¡nadie ha vuelto!» Lo único importante, lo único válido es ir, es caminar: es ser
camino hacia el morir, mar del que nunca se volverá.
Antonio Machado anduvo caminos para no circular o rodar, obligadamente, sobre
rieles. Vivir era, para él, hacerse el propio camino: caminar libremente, con los ojos
puestos en la tierra y, también, en el cielo: «Camina... En el azul, la estrella».
Antonio Machado recorrió los caminos españoles y se sintió cami

no de España por amor a la libertad. Y tal amor se ve implícito en los versos


meditativos y metafóricos de «Poema de un día»: bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan mariposas doradas...
Algo importa
que en la vida mala y corta que llevamos

171
libres o siervos seamos.
Y en su final: Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
Baeza, 21 de febrero de 1915. (Campos de Castilla)
No está mal
este yo fundamental,
contingente y libre, a ratos, creativo, original;
este yo que vive y siente dentro de la carne mortal ¡ay! por saltar impaciente las bardas de su corral.
Antonio Machado saltó las bardas del corral y se fue por los caminos de España y de
Francia —al final de sus días—, libre y sin equipaje, como Don Quijote.
(Concha Zardoya, «Los caminos de Antonio Machado», La torre (San Juan de Puerto
Rico), XII, n.° 45-46, 1964, pp. 97-8.)
Nada mejor que este texto para introducción de la presente antología poemática
indagadora de historias, caminos y paisajes, donde el hombre concreto ha prendido y se
ha quedado como «poeta en el tiempo»: el hombre esencial de Antonio Machado. El otro
moviéndose como «poesía en el tiempo»: donde al final y al principio confluyen en
acontecimiento fluente: «Estos días azules y este sol de la infancia». Últimas palabras
poéticas escritas por el Poeta en exilio, Antonio Machado.
Iris de la noche
A D. Ramón del Valle-lnclán.
Hacia Madrid, una noche, va el tren por el Guadarrama. En el cielo, el arco iris
que hacen la luna y el agua. ¡Oh luna de abril, serena, que empuja las nubes blancas!
La madre lleva a su niño, dormido, sobre la falda. Duerme el niño y, todavía, ve el
campo verde que pasa, y arbolillos soleados,
y mariposas doradas.
La madre, ceño sombrío entre un ayer y un mañana, ve unas ascuas mortecinas y
una hornilla con arañas.
A don Francisco Giner de los Ríos
Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja. ¿Murió?... Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara, diciéndonos: Macedme
un duelo de labores y esperanzas. Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre
vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba, del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
...¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,

172
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta. Su corazón repose
Hay un trágico viajero, que debe ver cosas raras, y habla solo y, cuando mira, nos
borra con la mirada.
Yo pienso en campos de nieve y en pinos de otras montañas.
Y tú, Señor, por quien todos vemos y que ves las almas, dinos si todos, un día,
hemos de verte la cara.
(Nuevas canciones, «Canciones de tierras altas»)
Nel mezzo del camin, pasóme el pecho la flecha de un amor intempestivo. Que tuvo
en el camino largo acecho mostróme en lo certero el rayo vivo.
Así un imán que, al atraer, repele (¡oh claros ojos de mirar furtivo!),
amor que asombra, aguija, halaga y duele, y más se ofrece cuanto mas esquivo.
Si un grano del pensar arder pudiera, no en el amante, en el amor, sería la más honda
verdad lo que se viera;
y el espejo de amor se quebraría, roto su encanto, y roto la pantera de la lujuria el
corazón tendría.
(De un cancionero apócrifo, «Abel Martín»)
Siesta
(En memoria de Abel Martín)
Mientras traza su curva el pez de fuego, junto al ciprés, bajo el supremo añil, y vuela
en blanca piedra el niño ciego, y en el olmo la copla de marfil
de la verde cigarra late y suena,
honremos al Señor
—la negra estampa de su mano buena— que ha dictado el silencio en el clamor.
Al dios de la distancia y de la ausencia, del áncora en la mar, la plena mar... Él nos
libra del mundo —omnipresencia—, nos abre sendas para caminar.
El tren devora y devora
día y riel. La retama
pasa en sombra; se desdora el oro de Guadarrama.
Porque una diosa y su amante huyen juntos, jadeante,
los sigue la luna llena.
El tren se esconde y resuena dentro de un monte gigante.
Campos yermos, cielo alto.
Tras los montes de granito
y otros montes de basalto,
ya es la mar y el infinito.
Juntos vamos; libres somos. Aunque el Dios, como en el cuento fiero rey, cabalga a
lomos
del mejor corcel del viento;
aunque nos jure, violento,

173
su venganza;
aunque ensille el pensamiento, libre amor, nadie lo alcanza.
Con la copla de sombra bien colmada, con este nunca lleno corazón,
honremos al Señor que hizo la nada y ha esculpido en la fe nuestra razón.
(Cancionero apócrifo)
Canciones a Guiomar III
Tu poeta piensa en ti. La lejanía es de limón y violeta,
verde el campo todavía. Conmigo vienes, Guiomar; nos sorbe la serranía. De encinar en
encinar se va fatigando el día.
Hoy te escribo en mi celda de viajero, a la hora de una cita imaginaria.
Rompe el iris al aire el aguacero,
y al monte su tristeza planetaria.
Sol y campanas en la vieja torre.
¡Oh tarde viva y quieta
que opuso al panta rhei su nada corre, tarde niña que amaba tu poeta!
¡Y día adolescente
—ojos claros y músculos morenos—, cuando pensaste a Amor, junto a la fuente, besar
tus labios y apresar tus senos! Todo a este luz de abril se transparenta; todo en el hoy de
ayer, el Todavía que en sus maduras horas
el tiempo canta y cuenta,
se funde en una sola melodía,
que es un coro de tardes y de auroras. A ti, Quiomar, esta nostalgia mía.
(Cancionero apócrifo, «Canciones a Guiomar»)

174
175
ANTHROPOS/61

APUNTES BIOGRÁFICOS
Antonio Machado: datos cronológicos de una biografía

Mis ojos en el espejo son ojos ciegos que miran los ojos con que los veo.
En una nota, hace constar Abel Martín que fueron estos tres versos los primeros que
compuso, y que los publica, no obstante su aparente trivialidad o su marcada perogrullez,
porque de ellos sacó, más tarde, por reflexión y análisis, toda su metafísica.
Antonio Machado, «De un cancionero apócrifo» (Abel Martín).
Sevilla
1875. Antonio Machado nace en Sevilla, el 26 de julio, en el seno de una familia de
la burguesía media, liberal y progresista. Es el segundo hijo del matrimonio de Antonio
Machado Álvarez y Ana Ruiz (hija de un confitero de Triana), después de Manuel,
nacido en 1874, a los que siguieron José (1879), Joaquín (1881), Francisco (1884, ya en
Madrid) y Cipriana (1885, que murió siendo niña).
El padre, Antonio Machado Álvarez, había nacido en Santiago de Compostela y era
licenciado en Derecho y Letras, aunque su gran dedicación era la de folklorista (a él se
debe la introducción de esta palabra en castellano); alentado por Fernán Caballero, se
consagró a los estudios de folklore, especialmente recopilando cantares populares. Fundó
la revista El Folklore Andaluz y publicó obras como la Biblioteca de tradiciones
populares y la Colección de cantes flamencos. Fue masón, intelectual positivista y
anticlerical, amigo de Joaquín Costa y Francisco Giner de los Ríos; escribió en
periódicos, entre ellos La Justicia (periódico republicano de Nicolás Salmerón), firmado
con el seudónimo de «Demófilo» (amigo del pueblo).
Con ellos vivían también los abuelos paternos: Antonio Machado Núñez y Cipriana
Álvarez Duran (sobrina del insigne polígrafo Agustín Duran, compilador de un
Romancero general, muy bien conocido de Antonio Machado). El abuelo, Antonio
Machado Núñez, krausista, era catedrático de ciencias naturales de la Universidad de
Sevilla. Nació en Cádiz, de joven emigró a Guatemala, estudió medicina en París con el
eminente sabio español Orfila, y fue profesor de las universidades de Santiago de
Compostela y Sevilla (de la que sería rector); fundó con Fernando de Castro, rector de la
Universidad de Madrid, la Revista de Filosofía y Ciencias. En 1875 renunció a la
cátedra a raíz de la expulsión de Giner de los Ríos y otros profesores krausistas por el
gobierno Cánovas (no volvería a ella hasta 1881, con la restitución de los profesores
durante el gobierno liberal de Sagasta).
1881. Antonio Machado asiste, junto con su hermano Manuel, a la escuela de
párvulos de don Antonio Sánchez.
Madrid
1883. Cuando Machado tiene ocho años, su familia se traslada a Madrid, donde el
abuelo ha sido nombrado catedrático en la Universidad Central. Antonio Machado y
Manuel ingresan como alumnos en la Institución Libre de Enseñanza (fundada en Madrid

176
en 1876 por los profesores separados de la universidad oficial, y bajo la inspiración de
Francisco Giner de los Ríos; entre las secciones de primera y segunda enseñanza asistían
más de 250 niños y eran profesores, entre otros, José de Caso, Francisco Giner, Manuel
Bartolomé Cossío, José Ontañón, Francisco Quiroga).
Este mismo año, el padre de Antonio Machado consigue un puesto de registrador de
la propiedad en Puerto Rico, adonde se traslada, pero enferma de tuberculosis poco
después de llegar.
1889. Comienza sus estudios de bachillerato en el Instituto de San Isidro y, al año
siguiente, como alumno libre, en el Instituto Cardenal Cisneros. Empiezan las aficiones
literarias de Machado, sobre todo por el teatro, y junto con su hermano Manuel
frecuentan ambos toda clase de tertulias y ambientes literarios de Madrid; traban amistad
en estos años con Ricardo Calvo (hijo de Rafael Calvo, director del Teatro Español).
1893. Muere el padre de Machado, cuando regresaba de Puerto Rico. En este año,
Antonio Machado publica, con seudónimo, algunas colaboraciones juveniles en el
semanario La Caricatura (nacido en la tertulia de jóvenes poetas bohemios del café
Tornos, y dirigido por Enrique Paradas).
7595. Muere el abuelo, Antonio Machado Núñez. La familia queda en una situación
penosa, viviendo de la renta de la abuela; por decisión familiar, el hermano menor,
Joaquín (tiene 14 años) emigra a Guatemala (de donde regresará sin éxito a los pocos
años, en 1902; en un principio se pensó en enviar a América a Antonio Machado, debido
a su mayor edad); Manuel se traslada a Sevilla para cursar y finalizar los estudios de
Filosofía y Letras.
Antonio Machado asiste a la tertulia de don Eduardo Benot, lingüista, erudito y ex
ministro de la I República, tertulia a la que asistían destacadas personalidades (Nicolás
Estébanez, F. Pi y Margall); allí conoce a Valle-Inclán, a quien habría de dedicar una
constante admiración y amistad. Como trabajo remunerado, Machado colabora en el
Diccionario de ideas afines que dirigía Benot, encargándose de la parte correspondiente
a verbos.
1898. Acompaña a Manuel (marzo) a Sevilla (Machado tiene 23 años); allí ve de
nuevo el palacio de las Dueñas donde nació y el entorno familiar de sus años de infancia.
1899. En junio, viaja a París, donde se reúne con su hermano Manuel, para trabajar
como traductor en la editorial Garnier. Se instalan en el hotel Mediéis, donde se alojó
Verlaine en sus últimos años, en pleno Barrio Latino; conocen a Osear Wilde (un año
antes de su muerte) y viven el ambiente de bohemia del «fin de siglo» de París. Allí
traban amistad con el joven diplomático y escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo
(quien había publicado ya un primer libro, de crónicas, Bohemia sentimental) y con Pío
Baroja (que al año siguiente publicaría también su primer libro, de no menos significativo
título, Vidas sombrías). En París, Machado escribe la mayor parte de poemas que más
tarde formarían Soledades. Regresa a Madrid en octubre.
1900. Trabaja esporádicamente en la compañía teatral de Fernando Díaz de
Mendoza. En septiembre obtiene el grado de bachiller, en el Instituto Cardenal Cisneros.
1901. Publica sus primeros poemas en la revista modernista Electro. Electro (revista

177
quincenal, marzo-mayo 1901) sería, junto a las predecesoras Germinal Germinal 1898,
Vida Nueva (1898-1899), Arte Joven (1901) y las posteriores Juventud (1901), Alma
Española (1903) y Helios (1903-1904), la plataforma —junto a la prensa progresista del
momento— del amplio movimiento renovador de la

Antonio Machado
«gente nueva» (frente a la «gente vieja», defensora del statu quo social y literario de
la Restauración). La revista estaba dirigida por un grupo integrado por Pío Baroja,
Ramiro de Maeztu, ValleInclán, Villaespesa y Manuel Machado como secretario de
redacción; en ella colaborarían, además de Antonio Machado, Benavente, Rubén Darío,
Juan Ramón Jiménez, etc.
Es el momento de la eclosión del movimiento modernista y de los jóvenes escritores
más tarde encuadrados como «generación del 98». Muchos de estos nuevos escritores
(nacidos la mayor parte entre 1865 y 1875), aparte su actividad inicial de publicistas,
habían ya publicado sus primeras obras: citamos, por ejemplo, a Unamuno (1864-1936),
mentor de la generación, que publica En torno al casticismo (1895) y Paz en la guerra
(1897); Ganivet (1865-1898), Idearium español (1897) y Los trabajos del infatigable
creador Pío Cid (1898); Valle-Inclán (1866-1936), Femeninas (1895) y Epitalamio
(1899); Benavente (1866-1954), La comedia de las fieras (1898) y Lo cursi (1901); Pío
Baroja (1872-1956), La casa de Aizgorri y Aventuras, inventos y mixtificaciones de
Silvestre Paradox (ambas en 1901); José Martínez Ruiz, después «Azorín» (1873-

178
1967), El alma castellana (1900) y La voluntad (1901); Manuel Machado publica este
año Alma, Alma, 1958), Almas de violeta y Ninfeas (1900). Una oleada iconoclasta en la
atonía ambiente. Antonio Machado, que no publicará su primer libro hasta 1903,
colabora sin embargo en la mayor parte de las revistas mencionadas.
1902. Segundo viaje de Antonio Machado a París (abril-agosto), donde Gómez Carrillo
le ha conseguido un modesto empleo en el consulado de Guatemala. Allí conoce a Rubén
Darío, padre del modernismo hispanoamericano y escritor y poeta ya consagrado; ambos
trabarían amistad, que se mantendría hasta la muerte de Rubén Darío en 1916.
En una carta a Unamuno, Machado resume su experiencia de París, donde tras
expresar que la vida allí era poco fecunda para el arte, devenido superfluo, dice: «Pasa lo
contrario en España, donde aparte algunas capitales que tienen alma postiza, la vida, que
se ignora a sí misma, corre más espontánea y verdadera, y tiene mayor encanto para el
arte. [...] Empiezo a creer, aun a riesgo de caer en paradojas, que no son de mi agrado,
que el artista debe amar la vida y odiar el arte. Lo contrario de lo que he pensado hasta
aquí» (carta publicada por Unamuno en Helios, agosto de 1903).
A su regreso de París, Machado comienza su amistad con Juan Ramón Jiménez, a
quien visita en el Sanatorio del Rosario en Madrid. En septiembre colabora con Manuel y
Francisco Villaespesa en una adaptación en verso castellano del drama de Víctor Hugo,
Hernani.
1903. Aparece Soledades, primer libro de poesías de Antonio Machado. Está
dedicado a Antonio Zayas y Ricardo Calvo, contiene 42 poemas y se divide en cuatro
secciones: «Desolaciones y monotonías», «Del camino», «Salmodias de abril» (dedicada
a Valle-Inclán) y «Humorismos. Los grandes inventos» (el libro sufriría una notable
transformación en su segunda edición de 1907). En este año aparecen también dos
importantes libros modernistas: Arias tristes, de J.R. Jiménez, y La paz del sendero, de
Ramón Pérez de Ayala; el año anterior, Valle-Inclán había publicado Sonata de otoño.
Soledades —y sobre todo nos referimos ahora a su nueva edición de 1907— es un
complejo libro donde Machado asimila y objetiva la quintaesencia del pensamiento
poético que vivió y que recibió

179
ANTHROPOS/63

En esta última, publica un elogioso artículo sobre el libro de Unamuno Vida de don
Quijote y Sancho, aparecido este año: «...sus bellos sermones [de Unamuno] no son
voces de apocalipsis, sino palabras vivificadoras, como él dice, que exhortan a una
interna renovación. Existe hoy más trajín espiritual y buen deseo de saber, de enseñar, de
trabajar, que en la época anterior a nuestros desastres definitivos. Injusticia sería negar la
labor que realiza la juventud: todos, aunque por diversos caminos, vamos en busca de
mejor vida» (La República de las Letras, 9 de agosto de 1905).
Firma el manifiesto de protesta con motivo de la concesión del Premio Nobel de
Literatura a Echegaray (el más atacado entre los escritores de la anterior generación;

180
encabezaron la protesta ValleInclán y Grandmontaigne, apoyada por Unamuno, Azorín,
Darío, Maeztu, Antonio y Manuel Machado, Baroja, etc.).
1906. Prepara oposiciones a cátedras de francés de Instituto de segunda enseñanza.
Soria

Fachada del palacio de los duques de Alba en la calle


Dueñas de Sevilla, donde nació el poeta
1904. Colabora en Helios, Blanco y Negro y Alma Española (1903-1904, semanario
no menos importante que Helios, donde colaborarían, entre otros, Maeztu, Azorín,
Eduardo Marquina, Rubén Darío, Valle-Inclán, Unamuno, Baroja, etc.). Antonio
Machado mantiene en estos años una estrecha relación con su hermano Manuel, Juan
Ramón Jiménez, Rubén Darío y Valle-Inclán. Después de la publicación de Soledades
inició también su amistad y correspondencia con Unamuno (a quien envió un ejemplar
del libro, dedicado «A don Miguel de Unamuno. Al sabio y al poeta. Devotamente
Antonio Machado»), a quien Machado considerará como un maestro y será para él una
firme y constante referencia hasta su muerte en 1936.
En una carta a Unamuno, Machado expresa: «Yo veo la poesía como un yunque de
constante actividad espiritual, no como un taller de fórmulas dogmáticas revestidas de
imágenes más o menos brillantes... Pero hoy, después de haber meditado mucho, he
llegado a una afirmación: todos nuestros esfuerzos deben tender hacia la luz, hacia la
conciencia. He aquí el pensamiento que debía unirnos a todos. Usted, con golpes de

181
maza, ha roto, no cabe duda, la espesa costra de nuestra vanidad, de nuestra
somnolencia. Yo, al menos, sería un ingrato sí no reconociera que a usted debo el haber
saltado la tapia de mi corral o de mi huerto. Y hoy digo: Es verdad, hay que soñar
despierto» (carta a Unamuno, publicada fragmentariamente por éste en su artículo
«Almas de jóvenes», Nuestro Tiempo, mayo de 1904).
1905. Colabora en Renacimiento Latino, Blanco y Negro y La República de las
Letras.
en herencia. En su núcleo íntimo, es una «escenificación» del fracaso romántico y
del mundo burgués (del «mundo viejo», cuya ruina Machado vivió incluso en su entorno
familiar pocos años antes, casi a la par con el desastre finisecular); es el «paisaje» de la
ruina de la conciencia burguesa, enredada en el laberinto fantasmal del yo (falacia que
está en la raíz del solipsismo decimonónico, es decir, el mundo como representación
especular, tal como expresan los versos de Machado citados al inicio de esta cronología).
La asimilación y objetivación que lleva a cabo en Soledades, le permitirá a Machado
emprender la búsqueda de una nueva base objetiva, es decir, el pueblo como sujeto
humano real (que culminará en Campos de Castilla, de 1912).
En 1917, en el prólogo de su edición en Páginas escogidas, Machado veía así
Soledades: «Las composiciones de este primer libro, publicado en enero de 1903, fueron
escritas entre 1899 y 1902. Por aquellos años, Rubén Darío, combatido hasta el escarnio
por la crítica al uso, era ídolo de una selecta minoría. Yo también admiraba al autor de
Prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde
nos reveló la hondura de su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí—y
reparad en que no me jacto de éxitos sino de propósitos— seguir camino bien distinto.
Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la
línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone
el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en
respuesta animada al contacto del mundo. Y aun pensaba que el hombre puede
sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo, distinguiendo la voz viva de los ecos
inertes; que puede también, mirando hacia dentro, vislumbrar las ideas cordiales, los
universales del sentimiento. No fue mi libro la realización sistemática de este propósito;
mas tal era mi estética de entonces».
En este año, empieza su colaboración en la revista Helios (revista mensual, abril
1903-mayo 1904), fundada por J.R. Jiménez, y que había de ser una de las publicaciones
más significativas del movimiento renovador, en literatura y arte, del modernismo.
64/ANTHROPOS

182
1907. Obtiene una de las cátedras de francés (abril) y elige la de Soria. En mayo
realiza una breve visita de tres días a Soria para tomar posesión de la cátedra. A su
regreso, Machado escribe el poema «Orillas del Duero», que aún tiene tiempo de incluir
en la nueva edición de Soledades ya en prensa. En septiembre (Machado tiene 32 años),
al inicio del nuevo curso, se traslada a Soria. Allí se alojará, en diciembre, en la pensión
de doña Isabel Cuevas, donde Machado conoce a Leonor Izquierdo, hija de aquélla, y
con la que contraerá matrimonio dos años después.
Colabora en Renacimiento (marzodiciembre 1907, revista fundada por Gregorio
Martínez Sierra y heredera de Helios) y en la Revista Latina. A finales de año aparece
Soledades. Galerías. Otros poemas (Madrid, Librería de Pueyo, Bibl. Hispano-
Americana), nueva edición de la anterior de 1903 (de la que
n.° 50 / junio 1985 ANTHROPOS, Revista de Información y Documentación

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Bibliografía temática

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Reseña de materiales referidos a Antonio Machado y su obra y de ediciones recientes de
obras del autor
GARCÍA BACCA, Juan David Invitación a filosofar
según espíritu y letra de
Antonio Machado
Barcelona, Anthropos Editorial del Hombre, 1984,210 pp., Col. Pensamiento crítico /
Pensamiento utópico, 11
Aurora de Albornoz ha dicho de esta obra: «Del espíritu y de la letra de don Antonio
Machado, García Bacca ha recogido algo fundamental: el deseo de "escribir para el
pueblo". De "filosofar para el pueblo"... O mejor, con el pueblo; y, siempre, como el
pueblo. Porque el pueblo es nuestro único verdadero maestro, afirma García Bacca.
Pero, al lado del magisterio del pueblo, García Bacca reconoce el magisterio de aquel
tímido filósofo que fue don Antonio: tan tímido que tuvo que inventarse a otros filósofos
para poner en boca de ellos sus pensamientos...».
Este libro es una de las más fundamentales obras de Juan David García Bacca,
filósofo, teólogo, físico, matemático y una de las más relevantes figuras del pensamiento
español contemporáneo. Pero es también al mismo tiempo uno de los más notables
estudios sobre el pensamiento de aquel otro pensador español que fue —y es aún en la
conciencia de muchos— Antonio Machado. El libro está dividido en cinco partes, más
unas «Palabras iniciales» y un «Epílogo: El filósofo».
La primera parte, «Antropología filosófica», contiene los capítulos y apartados
siguientes: 1.°) Hombre y habla. I: Un hombre, los hombres; El Hombre. II: Nos los
hombres. Conocimiento y reconocimiento. 2.°) Surgimiento y establecimiento de
sociedad. Nos los hombres. I: De cosas a enseres. De universo a mundo. II: Mundo y
hermanos. 3.°) Hombre y conciencia. I: Conciencia contemplativa. II: Conciencia activa.
III: Conciencia práctica. Esta primera parte recorre sistemática y procesualmente la
constitución del sujeto humano, es decir de la Sociedad, desde el reconocimiento
subjetivo de la mirada hasta la conciencia, pasando por el núcleo central de la Producción
y el reconocimiento objetivo en el trabajo y la creación de Mundo.
La segunda parte, «Teoría del pensar», contiene sólo dos capítulos: 1.°) Pensar y
conocer. I: Pensar y ser. II: Conocer y método. 2.°) Objetividad. Kant y Velázquez. Es
de una gran importancia, en esta parte de carácter epistemológico, sobre todo el segundo
capítulo sobre la «Objetividad», que fundamenta a su vez el capítulo segundo
(«Surgimiento y establecimiento de sociedad. Nos los hombres») de la parte primera.
Las partes tercera y cuarta, «Ontología» y «Teología», respectivamente, son las
fundamentales de este libro de J.D. García Bacca, en el sentido que ofrecen los
parámetros conceptuales sobre que se apoyan sus análisis y original pensamiento. Se
divide la tercera parte, «Ontología», en los capítulos: 1.°) Ser, caos, nada, creación,
trabajo. I: Caos, orden, creación. II: Nada, creación, trabajo. 2.°) Novedades. I:
Novedades en nada. II: Novedades en ser. (Este segundo capítulo es de una enorme
originalidad, y conecta, por otra parte, con la especial concepción metafísica de J.D.
García Bacca.)

184
La cuarta parte, «Teología», contiene un único capítulo: Ver y hablar con Dios y
hablar con Dios sin verlo.
Finalmente, la última parte, titulada «Humanismo», posee un carácter conclusivo, y
está dividida en dos capítulos: 1.°) Hombre y pueblo. 2.°) Nacimiento, vida, muerte.
En resumen, se trata, como ya se ha dicho, de una obra fundamental de este gran
pensador español que es Juan David García Bacca, libro construido a su vez sobre la
base de un riguroso estudio del pensamiento de Antonio Machado. Libro con dos
vertientes, pues, y libro, también, extremadamente hermoso, por su sencillez, su claridad
de estilo, su finura de pensamiento. En las «Palabras iniciales», García Bacca presenta el
libro recogiendo una cita de Machado: «"Escribir para el pueblo... ¡qué más quisiera yo!
Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está,
de lo que él sabe". Aquí, en esta obrita, el autor ha intentado imitar a Antonio Machado.
También el autor querría escribir para el pueblo. Aunque los temas y su desarrollo
parezcan dirigidos a una clase distinguida, apelan a lo que, filósofos o no, tengan todos de
pueblo, que aquí es casi todo —por suerte. El autor mismo ha tenido que hacer un
esfuerzo para descender a su estrato popular —de abuelos labradores; de padres,
sencillos maestros de escuela. Esta obra es, pues, un acto de democracia».
ALONSO, Monique (con la colab. de Antonio Tello)
Antonio Machado.
Poeta en el exilio
prólogo de Carmen Conde, Barcelona, Anthropos Editorial del Hombre, 1985,541 pp.,
Col. Ámbitos Literarios / Ensayo, 11
El presente estudio de Monique Alonso, secretaria de la Fundación Antonio Machado
de Collioure (Francia), tiene dos vertientes. En primer lugar, se trata de una documentada
investigación sobre los últimos años de vida de Antonio Machado, desde que inició su
salida de Madrid en noviembre de 1936 hasta su muerte en el exilio en febrero de 1939.
Muchos años de paciente y laboriosa búsqueda, entrevistas, acopio de informaciones,
etc., han sido necesarios para llevar a buen fin

185
la crónica personal de este último Antonio Machado a menudo muy desconocido. El
libro, pues, no sólo trata la biografía de Machado en su exilio de Collioure, sino que
comienza la crónica a partir de su salida de Madrid, evacuado junto a otros intelectuales
por el gobierno republicano (evacuación que llevó a cabo el Quinto Regimiento, entre los
días 24-26 de noviembre de 1936); sigue con el relato de la estancia de Machado en
Valencia (de noviembre de 1936 a abril de 1938), concretamente en el pueblecito cercano
de Rocafort, hasta su traslado a Barcelona, donde permaneció Machado desde abril de
1938 a enero de 1939, última residencia del poeta y pensador en España. El 22 de enero
de 1939, Machado emprendía junto a millares de personas (cuatrocientas mil, dicen los
historiadores) el paso de la frontera hacia Francia, instalándose en Collioure, hasta el 22
de febrero de 1939 en que murió.
Fueron los años de guerra de 1936-38 los de más intensa actividad de Antonio
Machado, a pesar de su avanzada edad y de su precaria salud. Actividad no sólo muy
densa en cuanto a colaboraciones en revistas y la prensa del momento (el libro recoge
numerosos artículos publicados en la prensa de guerra, casi desconocidos), sino de
intervenciones y participaciones en actos públicos, manifiestos, etc. Quienes hayan
estudiado, aun someramente, la biografía de Machado, sabrán que fueron los años de
guerra en los que Machado desarrolló su más intensa actividad, enteramente entregado a

186
la causa de la República y con una enorme claridad de conciencia desde el primer
momento.
La segunda vertiente del libro de Monique Alonso es la recogida de toda la
producción escrita (artículos, poesía, cartas...) de Antonio Machado, desde noviembre de
1936 hasta su muerte. Este, creemos, es uno de los aspectos más loables del libro, no ya
por reunir toda la producción escrita —y debidamente ordenada y fechada— de
Machado en estos importantes años, sino por los numerosos escritos inéditos, o bien casi
desconocidos que se publican. Ya se ha dicho que 1936-38 fueron los años de más
intenso trabajo de A. Machado. Baste recordar aquí los artículos de «Juan de Mairena»
que publicó mensualmente desde el primer número de la revista Hora de España (enero
de 1937 a noviembre de 1938), las colaboraciones en la prensa de guerra (Madrid, La
Voz de España, Ahora, Servicio Español de Información, Ayuda, Nuestro Ejército,
etc.), o la serie de artículos publicados en La Vanguardia de Barcelona, bajo el título de
«Desde el mirador de la guerra» (27 de marzo de 1938 a 6 de enero de 1939). Se
completa el libro con la publicación de testimonios sobre A. Machado en estos años, toda
su poesía publicada, y diversas cartas que ha podido recoger Monique Alonso,
reproducidas en facsímil junto a su transcripción.
En conjunto, como afirma Carmen Conde en el prólogo «Ante este libro»: «Algo tan
hermoso, cual su noble poesía, infunde la ternura hacia el inolvidable don Antonio
Machado. Esta ternura hacia él es lo que mueve el amoroso desvelo de Monique Alonso,
la infatigable secretaria de la Fundación Antonio Machado [...]. Este documentado libro
de Monique Alonso, prolijo en detalles, fechas, acontecimientos, asume el penoso
tránsito de los últimos días del poeta en tierra francesa tan inmediata a la nuestra.
Testimonios, cartas, poemas de los años de funesta guerra española [...]. Una afanosa y
apasionada indagatoria para poder afirmar lo auténtico de aquel breve tiempo. Con su
franciscana humildad, don Antonio pasa por estas páginas, tan llenas de admiración y
cariño, tal como le conocimos: humildad pura y desinteresada, fervor por sus ideas
nacidas y heredadas a favor del pueblo que, justamente, no le ha olvidado ni olvidará».
El libro se acompaña de numerosas ilustraciones y fotografías.
MACHADO, Antonio
Soledades. Galerías.
Otros poemas
ed. de Geoffrey Ribbans, Madrid, Cátedra, 1983,280 pp., Col. Letras hispánicas, 180
Geoffrey Ribbans es uno de los más destacados estudiosos del primer Machado. En
este sentido, su edición crítica de Soledades. Galerías. Otros poemas es ejemplar e
impecable. La edición que se presenta de SGOP sigue la última versión publicada en vida
de Machado, es decir la aparecida en sus Poesías completas de 1936 (en notas a pie de
página, además de los datos de la primera publicación de los poemas —la mayor parte de
poesías de SGOP aparecieron en revistas modernistas de la época: Helios,
Renacimiento, etc.—, se relacionan las variantes respecto a anteriores ediciones, además
de cuantos detalles pueden interesar al lector atento de la obra de Machado), y presenta
los siguientes apartes: en primer lugar, una muy útil «Introducción» de G. Ribbans,

187
seguida de una «Bibliografía selecta»; a continuación, la edición de SGOP (en sus seis
secciones: «Soledades», 1899-1907, «Del camino», «Canciones», «Humorismos,
fantasías, apuntes», «Galerías» y «Varia»), y como Apéndices figuran los «Poemas
anteriores a 1907 no incluidos en las secciones de Poesías completas correspondientes a
SGOP» (entre ellos, los 13 poemas suprimidos por Machado de la primera edición de
Soledades de 1903), una relación bibliográfica comentada de las ediciones de Soledades
(1903) y SGOP (1907) y, finalmente, un importante apartado de «Documentos» que
contiene diversos prólogos de Machado a SGOP, cartas, etc.
En resumen, esta edición de G. Ribbans publicada por Cátedra es sin duda la más
completa y elogiosa de las ediciones críticas de tan importante obra de Machado.
MACHADO, Antonio
Campos de Castilla
ed. de José Luis Cano, Madrid, Cátedra, 1984,183 pp., Col. Letras hispánicas, 10
La obra incluye la edición de Campos de Castilla según su última versión en Poesías
completas (es sabido las notables transformaciones que sufrió el libro de Machado en sus
sucesivas ediciones, desde la primera en 1912, que contenía sólo 54 poemas, hasta la
PC, con 123). Abre el libro una Introducción de J.L. Cano con el título «Vida de
AAtonio Machado», seguida de una/«Bibliografía»; asimismo se incluye el prologo de
Machado a la edición de su obra en Páginas escogidas, de 1917.
Homenaje a Antonio Machado La Torre, Rev. general de la Universidad de Puerto
Rico (San Juan de Puerto Rico), año XII, n.° 45-46, enero-junio 1964,556 pp.
Este número doble de la revista La Torre de la Universidad de Puerto Rico, está
monográficamente dedicado a Antonio Machado, al cumplirse los 25 años de su muerte.
La Torre recogió en este número del año 1964 colaboraciones de los más destacados
críticos y estudiosos de Machado, constituyendo una de las primeras y más importantes
publicaciones monográficas sobre A. Machado. Participan en la revista un total de 30
colaboradores y los trabajos están agrupados en dos secciones: «A.M., vida» y «Cartas y
documentos de A.M. y poesía», precedidas por una Introducción a cargo de Federico de
Onís, «A.M. (1875-1939)», que abre el número.

188
La primera sección incluye los siguientes trabajos: H. Carpintero, «Un texto olvidado
(discurso de A.M. en el homenaje a Pérez de la Mata)»; C. Beceiro, «Sobre la fecha y
circunstancias del poema "A José María Palacio"»; J. Campos, «A.M. y Giner de los
Ríos (Comentario a un texto olvidado)»; R.A Molina, «A.M. y el paisaje soriano»; C.
Zardoya, «Los caminos de A.M.»; J. Casalduero, «Machado, poeta institucionista y
masón»; J. Ruiz de Conde, «La crisis de A.M. hacia 1926»; W. Barnstone, «Sueño y
paisaje en la poesía de A.M.»; R.S. Piccioto, «Meditaciones rurales de una mentalidad
urbana: el tiempo, Bergson y Manrique en un poema de A.M.»; R.A González, «Las
ideas políticas en A.M.»; J. Echeverría, «Con Juan de Mairena, años después»; C.
Lascaris, «El Machado que se era nada»; J. Enjuto, «Apuntes sobre la metafísica de
A.M.»; J.L. Abellán, «A.M., "filósofo cristiano"». La segunda sección presenta los
siguientes trabajos: J. Bergamín, «A.M., el bueno»; J. Serrano Poncela, «Borrosos
laberintos»; J. Cassou, «Mi alegre leyenda olvidada...»; G. de Torre, «Teorías literarias
de A.M.»; F. Ayala, «Un poema y la poesía de A.M.»; B. Gicovate, «La evolución
poética de A.M.»; R. Gullón, «Simbolismo y modernismo en A.M.»; J.E. González,
«Imagen espiritual de Machado desde su poesía»; Ch. Rosario, «La realidad y A.M.»;
C. Blanco Aguinaga, «Sobre la "autenticidad" de la poesía de Machado»; O. Macrí,
«Algunas adiciones y correcciones a mi edición de las poesías de A.M.»; T. Navarro
Tomás, «La versificación de A.M.»; G. Diego, «A.M. y el soneto»; H.F. Grant,
«Ángulos de enfoque en la poesía de A.M.»; J.C. Cano, «Machado y la generación

189
poética del 25». Finaliza la revista con una «Bibliografía de A.M.», a cargo de Aurora de
Albornoz (pp. 505-553).
Entre los trabajos, destacamos especialmente, en primer lugar, el de José Luis
Abellán («A.M., filósofo cristiano», pp. 221-239), notable estudio, a pesar de su carácter
descriptivo, de las coordenadas fundamentales del pensamiento de das fundamentales del
pensamiento de 264), C. Zardoya (pp. 75-98), J. Echeverría (pp. 171-185) y C. Blanco
Aguinaga (pp. 387-408).
Es también de un gran interés el estudio de Charles Rosario («La realidad y A.M.»,
pp. 369-386), sobre el proceso de objetivación en la poesía de A.M., y en otro orden, el
del profesor J. Navarro Tomás («La versificación de A.M.», pp. 425-442).
PÉREZ GAGO, Santiago
Razón, «sueño» y realidad. Niveles de percepción estética en la semántica «sueño»
de Antonio Machado
Salamanca, Eds. Universidad de Salamanca / Ed. San Esteban, 1984,379 pp., Acta
Salmanticensia, Serie Filosofía y Letras, 154
Se trata de un detenido análisis del campo semántico, plural y diverso, de «sueño» en
Machado. Santiago Pérez Gago se esfuerza en este estudio por descubrir la posible
unidad de sentido tras la compleja dispersión y pluralidad del «sueño» en la poesía de
Machado, la cual analiza paso a paso a lo largo de los cuatro capítulos que componen el
libro: I, Sueño, realidad y símbolo. II, Sueño y adivinación. III, Sueño en Antonio
Machado. IV, Machado: sueño poético. Completan la obra una amplia Bibliografía y un
índice de autores.
ROJAS, Carlos
Machado y Picasso: arte y muerte en el exilio
Barcelona, Dirosa, 1977,187pp.,
Col. Documentos y ensayo, 18
Carlos Rojas, catedrático de literatura española contemporánea de la Universidad de
Emory (Atlanta, Georgia), novelista y ensayista, Premio Nacional de Literatura 1968,
presenta en este libro dos ensayos, respectivamente titulados «Antonio Machado y Ruiz»
y «Pablo Ruiz Picasso». «Con un estilo peculiarísimo, Carlos Rojas nos ofrece revividas,
para meditación de los españoles todos, otras dos complejas actitudes de sendos nombres
singulares, Pablo Picasso y Antonio Machado, ante la dramática circunstancia histórica
que padecieron», dice en el prólogo José M.a Balcells. Ambos ensayos se completan con
sendas bibliografías.
entonces tan lejana a su propio entorno vital», dice la autora en las «Palabras iniciales» a
esta segunda edición. El libro está dividido en las siguientes partes y capítulos. Primera
parte: La poesía de Antonio Machado: I) búsqueda de la voz propia. II) Algunas notas en
la poesía de A. Machado. III) Los temas. Segunda parte: Machado y Soria: IV) Soria
descubierta para la poesía. V) El paso del poeta por la ciudad. VI) Visión subjetiva
(interpretación de Soria). VII) Visión real. VIII) Paisaje urbano. IX) El paisanaje. Tercera
parte: Soria en el recuerdo: X) Última parte en la obra de A. Machado. XI) Baeza,
Segovia, Madrid. El final. Concluye con una sección de «Versos a Machado», dos

190
apéndices documentales y una bibliografía. El libro se presenta ilustrado con numerosas
fotografías.
Revista de Soria
(Diputación Provincial de Soria), año X, n.° 30, segundo trimestre de 1976 (dedicada a
Leonor Izquierdo Cuevas)
El presente número está monográficamente dedicado a Leonor Izquierdo, con quien
A. Machado contrajo matrimonio en Soria, en 1909. Contiene, entre otras, las siguientes
colaboraciones: B. del Riego, «De mi reciente visita a Leonor en el alto Espino»; A.
Cuenca, «Leonor, esposa breve y musa permanente de A.M.»; M. Moreno, «Algunas
noticias más sobre Machado y Leonor» y V. Higes Cuevas, «Almenar, donde nació la
musa inspiradora de Machado». La revista se presenta profusamente ilustrada.
Zona Universitaria
(Comissió Cultural de la Facultat de Filología, Univ. Central de Barcelona) n.° especial
[1985] (monográfico sobre Antonio Machado)
PÉREZ ZALABARDO,
M.a Concepción
Antonio Machado, poeta de Soria Soria, Diputación Provincial de Soria, 1975 (2.a
ed.), 163pp.
Pormenorizado y cuidadoso estudio sobre Antonio Machado y Soria, en su vida y en
su poesía. «Parece asombroso que un hombre nacido en Andalucía, recriado en Madrid
y París descubra con tanta profundidad las esencias castellanas, implicándose en una
realidad hasta Incluye las colaboraciones siguientes: Aurora de Albornoz, «A.M.: sobre
poesía»; Monique Alonso, «Ruta del exilio de A.M.»; J.L. Cano, «La poesía del 27 y
A.M.»; Ricardo Gullón, «Simbolismo en A.M.»; Lluís Izquierdo, «La lectura en A.M.»;
José M.a Moreiro, «D. A.M. y Guiomar»; Luis Romero, «Memoria de aquel
aniversario»; José M.a Valverde, «De "El profesor de español"» (poema), y M. Vázquez
Montalbán, «Un educador liberal». Cierran el número los poemas ganadores del I
Certamen poético «Viu i pensa» en homenaje a Antonio Machado.

191
Selección y reseña

MUÑOZ PETISME, A.
Cosmética y terror
Zaragoza, Olifante Eds. de Poesía, 1984, 49 pp.
«Durante mucho tiempo vagó confusa por los círculos hécticos de mi precocidad la
idea —no sufrida— de que la belleza no es nada sino el comienzo de terror que nosotros
mismos somos capaces de soportar. Rilke, claro.
En diciembre de 1980, motivado por las lecturas recientes de la alquimia y los
románticos alemanes, compuse —apenas en quince días— el primer esqueleto de la
Cosmética. Obscurum per obscuriusl ignotum per ignotius. Durante el 81, tras unos
meses de "fascinación" exclusiva por la música y la moda, reescribí definitivamente el
poema, esta vez con unos propósitos más o menos mixtificadores. El resultado es esta
Cosmética y terror de la que no reniego, pero tampoco puedo defender. Cómo defender
el relato tapizado de una desestabilización.
Debo añadir que tanto la foto como el color de la portada son un intento por
recomponer la época a la que aludo. Exorcismos y nuevas sofísticaciones.
Finalmente quiero dedicar la edición a los amigos que ya desde el principio creyeron
en los textos e hicieron lo posible por sacarlos a la luz.

192
También el distanciamiento juega sus malas artes.»
SAINZ RODRÍGUEZ, P.
Introducción a la historia de la literatura mística en España Madrid, Espasa-Calpe,
1984,326 pp., Col. Espasa Universitaria, Literatura, 18
El presente libro apareció en 1927, y obtuvo el Premio Nacional de Literatura; se
agotó y ha llegado a alcanzar precios exagerados en el mercado de librería. Es esta una
de las razones por las que se imprime ahora, para facilitar su adquisición, pues, a pesar
de los años transcurridos, la obra sigue siendo de utilidad para cuantos estudian los temas
místicos en nuestra literatura. No es, como su título indica, una historia de la literatura
mística, sino una investigación general con la que se pretende preparar al estudioso. Es,
en realidad, una exploración del misticismo universal, buscando situar nuestra literatura
mística en ese panorama.
En la página 125 aparece un cuadro sinóptico de la evolución de la literatura mística
de cada país y en realidad el libro no es más que una justificación de este cuadro
sinóptico.
También al estudiar los problemas doctrinales del misticismo se pretende encauzar los
esfuerzos de los investigadores de estas cuestiones en un sentido doctrinal, para lograr
que la investigación erudita pueda llegar a conclusiones definitivas de tipo constructivo,
sin perderse en minuciosidades de carácter externo o en apologías literarias o devotas. La
historia de nuestro misticismo vendrá a corroborar los resultados del presente estudio.
Se trata de una obra ya clásica e importante.
CUNQUEIRO, A.
Obra en galego completa. Poesía. Teatro, I
Vigo, Galaxia, 1980,341 pp.
La editorial Galaxia de Vigo acomete una labor valiosa y encomiable: publicar las
obras completas de un importantísimo escritor: Alvaro Cunqueiro. En este primer
volumen se recogen los siguientes poemas: Mar ao ñor de; Cantiga nova que se chama
riveira; Poemas do si e non; Dona do corpo delgado; Herba aquí ou acola; y las obras
de teatro: O incerto señor Don Hamlet, príncipe de Dinamarca; A noite vai coma un
rio; Palabras de víspera.
LOPE DE VEGA
Las hazañas del segundo David Auto sacramental autógrafo y desconocido, publicado
por Juan Bautista Avalle-Arce y Gregorio Cervantes Martín
Madrid, Gredos, 1985,186 pp., Biblioteca Románica Hispánica, Textos, 16
El auto sacramental es producto tan netamente español como lo fue Lope de Vega,
autor del que hoy sale a la luz por vez primera. No tiene nada que ver con los misterios
cíclicos medievales de la Europa cristiana, y tiene todo que ver con la liturgia del Corpus
Christi, vale decir, con el misterio de la Eucaristía. El propio Lope de Vega intentó una
definición en la Loa entre un villano y una labradora, que apareció postuma, en 1644,
gracias a los esfuerzos del licenciado José Ortiz de Villena, quien se encargó de recoger
doce autos sacramentales de Lope, con sus respectivas loas y entremeses. Allí pregunta
la Labradora: «¿Y qué son autos?». Y el Villano contesta:

193
Comedias a honor y gloria del pan, que tan devota celebra esta coronada villa:
porque su alabanza sea confusión de la herejía, y gloría de la fe nuestra, todos de
historias divinas.
Tres criterios definitorios fundamentales discierne Lope de Vega en ese tipo especial
de comedia que se llama auto sacramental: primero, tiene que celebrar la Eucaristía;
segundo, tiene que ser espectáculo público y colectivo; tercero, tiene que combatir los
errores heréticos y defender los dogmas de la fe católica.
REYES, G.
Polifonía textual. La citación en el relato literario
Madrid, Gredos, 1984,290 pp., Biblioteca Románica Hispánica, Estudios y ensayos, 340
«En este libro se estudian los mecanismos lingüísticos de la traslación discursiva:
cómo se hacen simulacros de palabras con palabras, cómo se reproduce una enunciación
por medio de otra. El fenómeno es analizado en el lenguaje de la conversación y en
algunos textos escritos, pero sobre todo en la literatura.
El texto literario es, en sí mismo, un simulacro. En cuanto estructura verbal
representativa de discurso (y conjuntamente de la realidad que el discurso articula) la
literatura es simulacro lingüístico por excelencia, imagen de discurso desarraigada de un
yo-tú, de un aquí y de un ahora determinables e históricos, es enunciación imaginaria
sujeta a infinitas actualizaciones. Propongo en la Introducción que la literatura es cita de
discurso: es lengua mostrada en uso, es análisis, tergiversación, explotación de
virtualidades y juego con las convenciones,

194
limitaciones y glorías de nuestros actos de habla corrientes.
Estudio los simulacros en el simulacro.»
MOLINA, C.A
La revista «Alfar» y la prensa literaria de su época (1920-1930) La Coruña,
Ediciones Nos, 1984,397 pp.
Paralelamente a la reciente aparición facsimilar de la revista Alfar, que yo mismo
preparé, se edita este ensayo. Una sección del mismo forma parte del estudio epilogal
(tomo V y último) del facsímil, junto al magnífico trabajo que J.M. Bonet dedicó a la
parte artística de dicha publicación. Por lo tanto Alfar y la prensa literaria de su época
(1920-1930) es el corpus completo. Los dos primeros capítulos, «Panorámica de las
revistas literarias españolas durante las tres primeras décadas» y «Las revistas literarias
en Galicia durante las tres primeras décadas», son el amplio esquema de un trabajo
mucho más denso y en vías de conclusión, con el que se pretenderá realizar un primer
acercamiento a una necesaria y futura historia definitiva de la prensa literaria española.
Se trata de una obra de incalculable valor documental, muy bien editada.
DARÍO, Rubén
Prosas profanas y otros poemas Edición de Ignacio M. Zuleta,
Madrid, Ed. Castalia, 1983,218 pp.,
Coi. Clásicos Castalia, 132
La obra editada, Prosas profanas y otros poemas, es, en palabras del profesor Zuleta,

195
«el libro axial de Darío» y sin duda el más representativo punto de arranque del fecundo
movimiento modernista. La edición que de él se ofrece es la más completa de cuantas
existen y puede considerarse como definitiva: toma como base la segunda edición (París,
1901), que agrega veintiún poemas a la primera (Prosas profanas, Buenos Aires, 1896) y
la última que cuidó personalmente el autor. Se han tenido presentes, además de ambas
ediciones, las versiones periodísticas que de algunos poemas publicó Rubén, los escasos
manuscritos conservados y las ediciones críticas más solventes. Aspirando a «ofrecer un
sólido instrumento de trabajo a aquellos interesados en profundizar en el conocimiento de
la obra de Rubén Darío», el autor de la edición ofrece, además de la historia textual de
cada poema, un «índice onomástico y glosario» (incluido al final) y algo
extraordinariamete útil: una bibliografía específica de cada uno de los poemas de Prosas
profanas
La «Introducción biográfica y crítica» preparada por Ignacio M. Zuleta está dividida
en cuatro partes: 1) el poeta; 2) el libro; 3) los poemas (agrupados para su estudio en tres
categorías: poemas cardinales, poemas emblemáticos y poemas «varios»); y 4) la crítica.
Además de la «Noticia bibliográfica» y de la «Bibliografía selecta», la presente edición se
enriquece con tres apéndices: el primero recoge tres poemas de Darío contemporáneos
de Prosas profanas pero no recogidos en ninguna de las ediciones, el segundo ofrece una
cronología de todos los poemas y el último una clasificación de los mismos basada en
la.métrica.
PRIETO, A.
La poesía española del siglo XVI. I: Andáis tras mis escritos
Madrid, Cátedra, 1984,283 pp., Col. Crítica y estudios literarios
«La poesía situada en la cronología de este volumen es, en importante medida,
producto del ayuntamiento de dos vertientes poéticas que tuvieron su común raíz en la
lírica cultivada por los trovadores. Términos como cansó, canzone, canción exteriorizan
muy claramente su comunidad. De Provenza, una poesía se extiende, con sus
intermediarios, a la península española y a Italia, y en estas tierras sufre un lógico
proceso de nacionalización que implica un distanciamiento, unas características, que
luego intentaré precisar en algún punto, matizando con formas poéticas como el soneto,
la octava, la canción o la sextina provenzal. Pero, obviamente, poesía de cancionero
española y poesía de arte italiana mantuvieron gustos comunes hasta llegar a su
encuentro, como cierto conceptismo, cierta predilección por la antítesis, por los juegos de
palabras, las aliteraciones o los bisticci. (A ello uniré después el gran camino de una
poesía tradicional.)
El encuentro (es sabido) tuvo lugar, para la trayectoria de la poesía española, en
Granada, en 1526. Es una importantísima fecha en la historia de nuestra literatura, y si
ese encuentro arrastra recuerdos medievales (el ensayo del Marqués de Santillana con el
soneto), es ya un encuentro acogido por una madurez en la que corren el humanismo, la
conciliación platónica y el alto ejemplo de Petrarca, con sus comentaristas.»
CAMPANA, D.
Cantos órf icos

196
Selección, trad., pról. y notas
de Carlos Vítale
Zaragoza, Olifante Eds. de Poesía, 1984, 67 pp.
A principios de siglo confluyen en Italia dos movimientos literarios (y artísticos, en
general): el crepuscularismo y el futurismo. Ambos movimientos fueron juzgados por
G.A Borgese «un mismo momento espiritual desarrollado de dos maneras
psicológicamente distintas», es decir, dos respuestas, no extrañas en su origen, a los
cambios que empezaban a producirse en la sociedad. El primero de ellos, el
crepuscularismo, mira hacia el pasado; sus temas son cotidianos, nostálgicos: la
naturaleza, la inocencia, la vuelta al hombre primitivo. Esta tendencia regresiva no impide
que en ciertos aspectos, especialmente formales, pueda ser considerada una poesía
moderna. El futurismo, fundado en 1909 por Filippo Tommaso Marinetti, pretendía, a su
vez, «matar el claro de luna». La suya era una poesía netamente urbana, que hacía un
verdadero culto de la velocidad y de la máquina: «Los futuristas son los místicos de la
acción»; era, o quería ser, un arte del futuro, antirromántico.
Campana no es ajeno a estos movimientos, aunque no se adhiere por completo a
ninguno de los dos. Su influencia, no obstante, puede rastrearse fácilmente en su obra,
como así también la de los simbolistas franceses, la de Poe y Whitman, pero la
asistemática reelaboración que hace de sus principios imposibilita cualquier clasificación.
La poesía de Campana es, como escribiera Gianni Pozzi, una «desordenada furia». Está
llena de elementos dispares, intentos fallidos y logros admirables, fragmentos que
anticipan el hermetismo de Ungaretti y otros que remiten a la poesía del siglo XIX. En
Campana, podría decirse, no hay un estilo, sino muchos estilos superpuestos y a menudo
antagónicos. Su riqueza es eminentemente verbal, exaltada; Campana se deja llevar por
la melodía y en ocasiones corre el riesgo de quedarse en un simple experimento o juego
de palabras. Sin embargo, no debe olvidarse lo que esto implica en cuanto búsqueda de
un lenguaje «poético»: la tajante separación entre lengua coloquial y lengua poética es
una de sus características más notorias.
Diño Campana sacrifica el significado a lo irracional, órfico; prefiere lo inconsciente a
lo consciente, la alucinación a la realidad. La disgregación del mundo encuentra su
correspondencia en el desdoblamiento del yo. Años más tarde T.S. Eliot volvería por el
mismo camino en La tierra baldía.
CELAYA, G.
Penúltimos poemas
Barcelona, Seix Barral, 1982,230 pp., Col. Serie Mayor
Rafael Gabriel Múgica Celaya, más conocido por Gabriel Celaya, aunque también ha
firmado otros libros con los nombres «Rafael Múgica» y «Juan Leceta», nació en
Hernani (Guipúzcoa) en 1911. En 1935 publica su primer libro y a los pocos meses
obtiene también su primer premio, Premio del Centenario Bécquer. La obra de Celaya,
muy extensa y muy compleja, puede dividirse, según él, en cuatro etapas (surrealista,
existencialista, marxista y órfica), que aparecen muy cumplidamente expuestas en el
prólogo de este libro, así como en la «Cantata a cuatro voces» que se incluye en este

197
volumen, que el autor titula Penúltimos poemas, pero que. quizá sea la síntesis de toda
su obra.
sólo aparecen al contemplar la causa»; IV) ...De los dioses. «A veces los dioses,
prodigiosos en todo, terribles, coinciden con nosotros, se marchan.»
ARBELOA, V.M.
La aventura del tú
Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, 1983,113 pp.
A modo de prólogo, expone José Hierro su impresión de este librito: «Hay poesía de
invención y poesía de experiencia. La del autor, la contenida en esta Aventura del tú
(primer premio Arga de poesía en castellano 1982) es, sin duda alguna, poesía de
experiencia, de experiencia gozosa. Él no es un poeta que cante lo que perdió, sino lo que
posee: vida, amor... Es este un libro erótico —en el más puro sentido—. Es un libro
escrito desde los sentidos, capaces de captar las cosas: ellas son, no los nombres, lo que
satisface al poeta... Esta sed de vida, este afán de vivir amando, lógicamente exige una
expresión directa... que es la que predomina en el libro... La sorpresa es la materia prima
de sus versos y el amor está siempre recomenzando, renaciendo: "Quisiera no quererte
para empezar de nuevo"».
JIMÉNEZ LOZANO, José y MARTÍN, Miguel (fotografías) Guía espiritual de
Castilla Valladolid, Ámbito Eds, 1984,321 pp., 80 fotogr.
ESCOBAR, Julia
Fluyen permanentes
Valencia, Pre-Textos, 1984,69 pp., Col. Pre-Textos/Poesía
Julia Escobar nació en Madrid en 1946. Este libro, con el que obtuvo el premio
Francisco de Quevedo 1980 del Ayuntamiento de Madrid, es el primero que publica.
Agrupa la autora sus poemas en cuatro apartados: I) Fluyen permanentes... «La mirada
al alma es toda mía. Entreveo su ausencia en la mirada fría, ocasional, de los otros»; II)
...El espacio y el tiempo... «Tantas cosas se oponen a las cosas. Es un hoy no y un
mañana tampoco cuántas horas perdidas en preparar las horas y luego traicionarlas...»;
III) ...En la memoria reiterada... «Cierto, los recuerdos no empiezan por el final José
Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930) es autor de una extensa obra ensayística y
narrativa (entre otras, Duelo en la Casa Grande, Anthropos, 1982; Parábolas y
circunloquios de Rabí Isaac Ben Yehuda, Anthropos, 1985). Transcribimos la
«Explicación» introductoria de J. Jiménez Lozano: «Esta Guía espiritual de Castilla es
algo muy sencillo: digamos que las glosas y confidencias que pueden surgir
espontáneamente al peregrinar por esta tierra, disfrutar sus bellezas artísticas y evocar su
memoria histórica. No se trata, pues, de una guía turística pero tampoco de ninguna clase
de documentalismo académico, y mucho menos, de propuestas interpretativas e inútiles
acerca de lo que Castilla sea. En este libro, se ofrecen simplemente algunas claves y
mediaciones para acercarse a las expresiones del arte o a la vida misma de nuestro
pasado, que, obviamente, es res nosíra con la que se une nuestra existencia de ahora
mismo...». El autor de las excelentes fotografías que acompañan el libro, Miguel Martín,
ha perseguido el propósito, como afirma él mismo, de «fotografiar la luz y el espíritu de

198
Castilla».
OSTEN SACKEN, C. von der El Escorial. Estudio iconológico Bilbao, Xarait,
1984,174 pp. + 49 ilustr. Col. Libros de arquitectura y arte
El Escorial es descrito aquí más bien como la expresión de los complejos intereses
que configuran un momento clave de la cultura europea, cual es el final del siglo XVI y
del Renacimiento, cuando contrarreformismo religioso y absolutismo político, culto
dinástico y exaltación personal, progreso científico y afición a las ciencias ocultas se
entremezclan de manera inextricable. La autora, que sigue la línea interpretativa de
algunos compatriotas suyos como L. Pfandl y G. Weisse, confiesa que en otros libros el
Escorial es exaltado separadamente bien como centro de la Contrarreforma, bien como
símbolo del absolutismo civil y religioso, unas veces como escuela de diferentes saberes
teológicos, bíblicos y humanísticos y otras como nuevo templo de Salomón, sin que estas
referencias se fundamentasen en un análisis sistemático de sus profundos contenidos
culturales. Lo que se ha realizado en esta monografía es el estudio metódico de la
compleja totalidad del monasterio, integrando y vertebrando todos sus aspectos
significativos al considerarlos desde un único punto de vista iconográfico: La autora no ha
pretendido ser exhaustiva en la utilización de las fuentes documentales e informativas,
sino ha elegido únicamente aquellas que le convenían para su fin, comenzando por la
siempre sugestiva crónica del P. Sigüenza. Sin duda su postura fundamentalmente
interpretativa de los mensajes de la fundación y del edificio filipinos puede provocar
puntos polémicos con los que no todo el mundo estará conforme, pero esperamos que
este sea uno de los alicientes y condimentos más sabrosos del libro.
La presente obra nos ofrece un ejercicio de lectura iconológica de un monumento
como El Escorial, con amplitud de aspectos, materiales y sociales. Estos son los temas en
que se centra el análisis: ubicación histórica de la producción artística; El Escorial como
lugar de protección y defensa de los contenidos de la fe y de las formas de culto católicos
atacados por el protestantismo; El Escorial como monumento a la lucha por la victoria; El
Escorial como centro de lucha espiritual contra el protestantismo y como lugar universal
de investigación y formación; El Escorial como expresión simbólica del derecho al poder
y de la conciencia sagrada del soberano; y por fin, El Escorial como nuevo templum
salomonis. Se trata de una obra de gran interés y valor analítico y didáctico.
MAISO GONZÁLEZ, J.
La peste aragonesa de 1648 a 1654
Zaragoza, Universidad de Zaragoza, Departamento de Historia Moderna, 1982, 212 pp.,
Estudios/80
La epidemiología histórica, en manos de historiadores de la medicina desde que A.
Hirch publicó su Handbuch en 1881, ha llevado una trayectoria muy irregular. Son los
historiadores sociales de la medicina como Ackerknecht en sus estudios sobre el
paludismo o Rosen, en el análisis de las enfermedades profesionales y las enfermedades
mentales, así como cultivadores de la medicina social como McKeown, los que han
sabido conjugar los resultados provinientes de campos distintos a la investigación
históricomédica. Conceptos aclarados por la «nueva demografía histórica», como gusta

199
llamarla Jordi Nadal, son de una utilidad indiscutible para el historiador social y de la
medicina. Un ejemplo: al estudiar Jesús Maiso en esta monografía la evolución del
número de matrimonios, describe el fenómeno de que en 1653 prácticamente se duplican
(413) y que sin embargo en pleno período de peste se altera en muy poco la carrera al
altar (281 matrimonios en 1652 y 263 en 1651); el autor concluye que la cantidad de
viudas y huérfanos a consecuencia de la epidemia algo tiene que ver con el fenómeno.
Sin embargo dicho fenómeno es independiente de la variable viudas o huérfanos. La
demografía histórica ha demostrado que en tiempo de plétora demográfica se retrasa la
edad del matrimonio y disminuye su número; inmediatamente después de una
hecatombe, las parejas se forman más de prisa y en mayor proporción. En este sentido
Fierre Chaunu ha podido hablar del retraso de la edad del matrimonio como de la
verdadera arma anticonceptiva de la Europa clásica. Ciertamente que después ae una
epidemia la población tiende a recuperar sus pérdidas, pero el ritmo de esta recuperación
dependerá de una serie de factores complejos y en gran medida independientes de las
características de la crisis. En el caso concreto de Zaragoza será un proceso muy lento ya
que en 1661 todavía contaba, excluyendo la inmigración, con 24.685 habitantes, es decir,
2.949 menos que al principio de 1652. En definitiva, cada situación histórica habrá tenido
la fecundidad que le haya convenido. Vistas así las cosas cada vez más se le resta
importancia a las repercusiones demográficas de la mortalidad catastrófica.
Se trata de un trabajo de gran interés para la historia social de la población.
RUIZDOMÉNECH,J.E. La memoria de los feudales Prólogo de Georges Duby
Barcelona, Argot, 1984,267 pp.
De lo que se trata es de encontrar la memoria colectiva. Georges Duby resume en el
prólogo el sentido de la presente obra: José Enrique Ruiz Doménech emprende así la
tarea de releer ciertos textos y su relectura es particularmente novedosa, pues posee
sobre la mayoría de los medievalistás, la ventaja de haber recibido una formación de
filósofo, y en las mejores escuelas. Esto hace que observe la sociedad feudal desde un
punto de vista algo insólito; considerándola bajo un ángulo inhabitual percibiendo así
fenómenos que escapan generalmente a la observación corriente, reclama nuestra
atención sobre ellos. Por eso, todo lo que publica conduce a reflexiones, a discusiones
fecundas.
Acerca de la memoria del pueblo en la época feudal no sabemos prácticamente nada.
Mucho mejor se ha conservado la que procede de la caballería, es decir de la parte
profana de la aristocracia. En todo caso, sólo quedan fragmentos dispersos. Uno de los
méritos de este brillante ensayo consiste en haber elegido entre estos residuos los más
significativos y de haberlos relacionado, no sin audacia. [...] En contraposición, la luz se
concentra sobre un período corto, el siglo XII, entre el momento en que la cultura
caballeresca surge de las tinieblas que la enmascaraban y aquel otro en que comienza a
perder su ingenuidad bajo la influencia de la cultura sabia, la de los clérigos».
GONZALO DE BERCEO Milagros de Nuestra Señora Edición modernizada,
estudio y notas de Vicente Beltrán Pepió
Madrid, Alhambra, 1985,129 pp., Clásicos modernizados Alhambra, 3

200
Para una cabal comprensión de la personalidad literaria de Gonzalo de Berceo,
resulta imprescindible partir de su condición social de clérigo. La nobleza medieval
descendía, en principio, de aquellos germanos que en el siglo VI habían destruido el
Imperio romano y que conservaron durante muchas generaciones su lengua de origen;
sabemos, por ejemplo, que la aristocracia franca no adopto el romance hasta el
advenimiento de la dinastía capeta (987). Este factor hizo que las clases dominantes, en
lo que podríamos llamar el poder civil, se desentendieran en general de la cultura y la
escritura, ligadas al uso del latín; todo ello, sumado a la decadencia económica y la
desintegración política de Europa en la Alta Edad Media, hizo que el saber quedara
confinado a los ambientes eclesiásticos y, especialmente, a los monasterios. En la Baja
Edad Media, la difusión de la literatura trovadoresca y caballeresca aseguró el desarrollo
de las letras seculares en lengua vulgar y la difusión de la lectura y la escritura entre la
aristocracia, pero lo que solemos conocer como «cultura», ligada a la escuela y a la
erudición, siguió siendo hasta el Renacimiento patrimonio de la Iglesia. De ahí que en el
siglo XIII, y durante mucho tiempo, «clérigo» sea sinónimo de lo que hoy
denominaríamos «letrado». La contraposición de las armas y las letras, inherente a la
vida medieval, tuvo una abultada expresión literaria que arranca en castellano con la
Disputa de Elena y María, del siglo XIII, y llega hasta el Quijote (I, 38). En la primera
mitad del siglo XIII aparece la prosa castellana y se adopta esta lengua en la cancillería de
Castilla y León, sustituyendo al latín. Desde fines del siglo XII, se afirma asimismo en
este reino el uso del gallego como lengua de la lírica cortés y paralelamente surge una
escuela literaria, el mester de clerecía, que intenta verter al castellano los contenidos y
recursos propios de la rica tradición latina en la Edad Media.

201
Novedades editoriales

Acribia (Zaragoza)
BAILEY, L., Patología de las abejas, 1984, 139 pp.
El desarrollo científico de la apicultura ha permitido un conocimiento a fondo de las
enfermedades de las abejas, de las que este libro
constituye un valioso manual. La obra, con un
enfoque técnico, clasifica las enfermedades en
función de su origen, describiendo la sintornatología, diagnóstico, factores facilitadores de
la enfermedad, tratamiento y medidas profilácticas. El texto se acompaña con abundantes
gráficos, fotografías y una extensa bibliografía.
Alianza (Madrid)
GARCÍA LORCA, Federico, Libro de poemas (1918-1920), ed., introd. y notas de
Mario Hernández, 1984, 271 pp., Obras de Federico García Lorca, 14.
Libro de poemas es el primer libro publicado por Federico García Lorca, en 1921
(Madrid, Imprenta Maroto). Con posterioridad a la muerte del poeta granadino se han
efectuado diversas ediciones del libro: Guillermo de Torre (Buenos Aires, 1938), Arturo
del Hoyo (Madrid, 1954), M. García-Posada (Madrid, 1980), lan Gibson (Barcelona,
1982) y Marco Massoli (Pisa, 1982). Para esta edición dentro de las «Obras de Federico

202
García Lorca» que viene publicando Alianza, se ha encargado Mario Hernández, que
establece con rigor prácticamente definitivo el complejo libro lorquiano. En este sentido,
son de destacar las «Notas al texto» que se incluyen al final de la edición, así como la
amplia «Introducción» del propio Mario Hernández.
EINSTEIN, A., Sobre la teoría de la relatividad especial y general, 1984,140 pp.,
Col. El libro de bolsillo, 1.048.
El libro se propone dar una idea lo más exacta posible de la teoría de la relatividad,
pensando en aquellos que, sin dominar el aparato matemático de la física teórica, tengan
interés por esta teoría.
Amarantos (Barcelona)
MOLINA CORTÉS, Manuel, Poesía romántica de una imagen enmurada. Poesía
romántica d'una imatge entre parets, trad. de Joan Badell, 1984, 131 pp.
Manuel Molina Cortés nació en Úbeda, de donde emigró primero a Cataluña y luego
a Suiza e Inglaterra, para regresar de nuevo a Barcelona. Ha publicado Trashumarían
(ed. bilingüe castellano-francés), Contestación y otros poemas, Gritos, En el vuelo de la
aurora y Cosas de mi vida. Este libro, el último que publica, se inscribe en el marco de
la actual neopoesía amorosa. Hay que destacar la cuidada traducción al catalán, a cargo
de Joan Badell.
SABORIT I CODINA, Pere, Breu assaig
sobre res, 1984, 65 pp.
Componen el libro (Breve ensayo sobre nada), meditaciones y aforismos en torno a los
siguientes capítulos: «De un excedente de conciencia», «Palabra versus silencio», «Eso
que de forma grandilocuente llamamos pensar», «Saber y no saber», «El suicidio al
acecho», «Y el hombre en todas las encrucijadas», etc. Citas de Cioran, Nietszche,
Hume, H. Miller, Pessoa entre otros, introducen los distintos capítulos.
Antoni Bosch (Barcelona)
BOWRA, C.M., Poesía y canto primitivo, trad. de Carlos Agustín, 1984, 308 pp.
Obra de gran interés y novedosa por su planteamiento. El propio autor indica su
propósito: «Este libro intenta adentrarse en un campo
que, en la medida de mi conocimiento, no se
ha explorado en ninguna historia de la literatura a pesar de que constituye una parte
indudablemente fundamental en un estudio de ese
tipo. El origen del arte de las palabras permanece oculto en un pasado inmemorial, pero
todavía es posible reconstruir parte de sus primeros procesos y evoluciones a través del
estudio comparativo de los pueblos más primitivos que aún existen en el mundo. El
examen
de la parte que conocemos de sus cantos y de
sus otros esfuerzos por ordenar las palabras en
una secuencia rítmica, nos permite extraer
ciertas conclusiones reveladoras acerca de las
formas incipientes de literatura».
Ariel (Barcelona)

203
GEYMONAT, Ludovico, Historia del pensamiento filosófico y científico. VII:
Siglo XX (I), ed. y pról. de Eugenio Trías, equipo traductor: Juana Bignozzi, Juan
Andrés Iglesias y Carlos Peralta, 1984, 575 pp., Col. Ariel filosofía.
En la obra se articula históricamente el proceso a través del cual se configura tanto el
pensamiento científico como el filosófico y su articulación en el contexto histórico-social,
en el entramado de fuerzas que dan el marco adecuado a los avances tecnológicos y a la
elaboración de teorías científicas.
Centro de Estudios
Bajoaragoneses (Alcañiz)
Varios autores, La Semana Santa del Bajo Aragón. Antología, 1985, 137 pp.
Aparte de dar a conocer algunos textos inéditos y recuperar otros de difícil acceso sobre
el tema, la presente edición pretende suplir la penuria de trabajos de investigación y
ofrecer al lector un instrumento de aproximación al conocimiento de un hecho complejo
y cambiante como es la Semana Santa del Bajo Aragón.
Donostiarra (San Sebastián)
ÁLVAREZ LÓPEZ, J., Plan general y contabilidad de sociedades, 1981, 8.a ed.
revisada, 570 pp.
Obra didáctica y de consulta para quienes estudian o trabajan en el campo de la
administración empresarial. Expone, de forma instrumental, la aplicación del plan general
de contabilidad a las diversas formas jurídicas que pueden constituir una empresa.
Desborda el campo estrictamente contable y considera en su exposición la legalidad
actual.
ÁLVAREZ LÓPEZ, J., Plan general y contabilidad de sociedades. Supuestos y
soluciones, 1983, 4." ed. revisada, 234 pp.
Obra complementaria de la del mismo autor. Instrumento que facilita la labor del
profesor, mediante el planteamiento de problemas y soluciones en la aplicación del plan
general de contabilidad a las sociedades.
ÁLVAREZ LÓPEZ, J., Análisis de balances.
Auditoría, agregación e interpretación, 1984, 14.a ed. revisada, 555 pp.
Plantea criterios de valoración de balances. De interés para administradores, auditores y
contables. Tras exponer los criterios previos, la obra se desarrolla en los siguientes
capítulos: análisis de balances; análisis patrimonial; análisis financiero; análisis
económico; comparación de datos en el espacio (comparación interempresarial y
muestras representativas para el análisis).
ÁLVAREZ LÓPEZ, J., Supuestos y soluciones de análisis de balances. Auditoría,
agregación e interpretación, 1984, 5.a ed. revisada
y ampliada, 214 pp.
Obra instrumental orientada a ia labor didáctica del profesor. Ofrece una amplia gama de
problemas, en el campo de la administración empresarial, y sus soluciones. El balance, en
todas sus vertientes, es objeto de análisis (problema/solución).
Edicions 62 (Barcelona)
Epistolari de Joan Salvat-Papasseit, por Amadeu-J. Soberanas i Lleó, 1984, 212

204
pp., Antología catalana, 100.
Es de celebrar que la reconocida colección «Antología catalana» haya querido
publicar en su número 100 este importante libro. Joan Salvat-Papasseit (1894-1924), hijo
de un fogonero de barco, anarcosocialista, colaborador tempranamente en Justicia
Social, Los Miserables, etc. (donde firmaba con el significativo pseudónimo de
«Gorkiano»), poeta vanguardista y de rebelde antiesteticismo, es, a menudo, un escritor
y persona a quien no se le ha

prestado quizá la debida atención. La presente recopilación de cartas, efectuada por


el profesor de literatura catalana de la Universidad de Barcelona, A.-J. Soberanas, posee
un valor inestimable, no ya porque se recogen todas las cartas que se han conservado,
sino porque constituye además un importantísimo documento para el conocimiento del
gran escritor y personalidad que fue Joan SalvatPapasseit. Hay que destacar que las
cartas están cuidadosamente anotadas con todo lujo de aclaraciones y abundantes
referencias documentales y aparato crítico.
Poesía galaico-portuguesa. Antología. Del
segle XII al XIX, a cargo de Josep M. Llompart, 1984, 264 pp. Les millors obres de
la literatura universal, 36.
Antología de poetas gallegos y portugueses, desde el siglo XII hasta 1900, dividida en
seis partes: «Els trobadors», «Tradició i Renaixement», «Barroc, Neoclassicisme,
Preromanticisme», «Romántics i postromántics», «El Rexurdimento gallee» y «Portugal:

205
la fi del segle». Josep M. Llompart ha preparado la edición y traducido al catalán los
poemas. SCHRÓDINGER, Erwin, Qué es la vida? La
ment i la materia, trad. de Nuria Roig, ed. a cargo e Joan Senent-Josa y J.
Wagensberg, pról. de Jordi Flos, 1984,218 pp., Col. Clássicsdel pensament modern, 17.
En el primer ensayo el autor plantea dentro de un contexto realista y científico, y de
acuerdo con las leyes físicas conocidas, preguntas sobre la vida. En el segundo se
pregunta por el lugar que ocupa la conciencia en la evolución de la vida, repasando los
problemas de la evolución biológica.
PLANCK, Max, El coneixement del món físic,
trad. de Jaume Gascón i Roda, ed. a cargo de David Jou, pról. de Manuel Cardona,
1984, 3% pp., Col. Clássics del pensament modern, 18.
El libro recoge una serie de ensayos de Max Plack sobre temas muy diversos y
redactados en diferentes épocas. Incluye finalmente, una cronología de Max Planck.
Eunsa (Pamplona)
ARTIGAS, M., Introducción a la filosofía, 1984, 141 pp., Col. Libros de iniciación
filosófica, 7.
Se intentan compaginar los dos aspectos que puede tener una introducción a la
filosofía: utilidad didáctica y consistencia propia. En este libro se dedica amplia atención a
las relaciones entre filosofía y teología. Consta de tres partes: 1) Naturaleza de la
filosofía, 2) División de la filosofía, y 3) Filosofía y cristianismo.
FERRER, U., Guía de los estudios universitarios. Filosofía, 1984,359 pp., Col.
Ciencias de la Educación.
Es esta una obra de marcado carácter orientador. Permite introducirnos, de forma
clara y sintética, en los contenidos de las diferentes materias que se imparten en los
estudios universitarios de filosofía. Es de resaltar la bibliografía comentada que ofrece de
estos estudios, así como las observaciones metodológicas y las salidas profesionales que
hoy existen. Se trata, pues, de una guía de especial interés tanto para estudiantes que han
de elegir carrera como para interesados en el tema. HERVADA, Javier y MUÑOZ, Juan
Andrés, Guías de los estudios universitarios. Derecho, 1984, 310 pp., Col. Ciencias
de la Educación.
Dirigida a alumnos de BUP y COU el libro ofrece una panorámica de lo que son los
estudios de Derecho, sus posibilidades, sus posteriores salidas profesionales, y un posible
enfoque a dar a estos estudios, con una descripción de los materiales que deberá utilizar.
Fernando Torres (Valencia)
VICEN GONZÁLEZ, V., De Kant a Marx. (Estudios de historia de las ideas),
1984, 238 pp., Col. El derecho y el Estado.
En el presente volumen se reúnen cierto número de trabajos en los que el autor trata
de poner en claro un punto concreto en la historia de la ideas, y cuyo único denominador
común es de naturaleza metódica, a saber, aquella premisa de todo el historicismo
europeo, esto es, entender el objeto desde sí mismo, no desde puntos de vista abstractos,
sino desde el horizonte en el que el objeto se hace real y cobra sentido.
Hacer (Barcelona)

206
BERNERI, M.L., El futuro (viaje a través de la utopía), trad. de Elba Leite, 1984,
363 pp.
Redactado en 1948, el libro desarrolla una crítica sistemática al lado cuadriculado de las
utopías clásicas y plantea nuevos interrogantes y nuevas alternativas. Incluye una
biliografía de la edición original sobre las utopías.
Juventud (Barcelona)
VOLTES, P., Femando VII. Vida y reinado, 1985, 267 pp., Col. Grandes
biografías.
Alejado de limitaciones de carácter erudito,
este libro aspira a interesar al lector que sienta
curiosidad por los capítulos culminantes de la
historia de las Españas de los dos lados del
Atlántico, unidas por última vez bajo la corona de Fernando VIL
Libro de oro de la poesía en lengua castellana. (España y América). I: Siglos XII-
XIX. II: Siglo XX, 2 vols., selec., pról. y notas biográficas de M.» Luz Morales,
1984,2.a ed., 1.348 pp., Col. Libros de bolsillo Z, 176-177 y 178-179.
Los dos volúmenes que componen esta antología de la poesía hispanoamericana, reúnen
—como dice la antologa en el prólogo— una
selección de poemas desde el Cantar de Mío
Cid hasta Claudio Rodríguez. Es de destacar
la precisa inclusión de poetas de Hispanoamérica, así como las breves pero certeras notas
biobibliográficas que encabezan los poemas de cada uno de los autores antologados.
TOLSTOI, León, Resurrección, trad. de Mariano Orta Manzano, 1984,2.a ed., 515 pp.,
Col. Libros de bolsillo Z, 193.
Resurrección (1899) figura entre las mejores
novelas de Tolstoi. Narra la historia de una
seducción, pero en la que los valores éticos del
arrepentimiento y la redención confieren un
nuevo cariz a la novela, revelador de la personalidad del gran escritor ruso.
TOLSTOI, L., La muerte de Ivan Ilitch, trad. de M. Orta, 1984, 2.* ed., 153 pp., Col.
Libros de bolsillo Z, 138.
Ampliamente reconocida como una obra
maestra de León Tolstoi, «la mejor sin duda
que haya salido de su pluma», esta narración
contiene su «mensaje»: la novela es de tesis y
su lectura requiere atención. Un admirable
testimonio sobre la sociedad rusa del siglo
XIX.
Col. Juventud:
BOJUNGA NUNES, L., Los compañeros, 1984,144 pp. KAESTNER, E., Las dos
Carlotas, 1984,128 pp. KAESTNER, E., Emilio y los detectives, 1984,126 pp.
GRIPE, M., El papá de noche, 1984,128 pp. HAUGEN, T., Los pájaros de la noche,

207
1984, 144 pp. KURTZ, C., Óscar y la extraña luz, 1984, 175 pp. LINDGREN, A.,
Ronja, la hija del bandolero, 1985, 222 pp.
Labor (Barcelona)
HAWKE, G.R., Economía para historiadores, 1984, 256 pp., Col. Labor
universitaria, Manuales.
El autor, consciente de que, cada vez más, entre los conocimientos básicos de los
estudiantes de historia debe encontrarse la economía, ha ordenado esta presentación de
principios económicos de una manera adecuada a este grupo de lectores. Los ejemplos
que se presentan en el texto están pensados también para llamar la atención sobre los
distintos grados de abstracción de las ideas en economía y para demostrar cómo se
encuentran incorporados en las razones históricas.
Magisterio Español (Madrid)
TORRE, Joseph M. de, WUliam James: Pragmatismo, 1983,130 pp., Crítica
filosófica, n.° 40.
Partiendo del profundo impacto de William
James sobre la vida y el pensamiento americanos, el autor analiza críticamente capítulo a
capítulo la obra del filósofo tomando como
eje su Pragmatismo, un hombre nuevo para
antiguos modos de pensar (1907).
Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (Madrid)
Varios autores, Estudios económico-financieros de los planes generales, Centro
de Estu

208
dios de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente, 1979, 150 pp., Serie Manuales,
n.° 1.
Este título es el primero de una serie de manuales destinados a ios profesionales
relacionados con los planes generales de ordenación. El presente estudio se ha elaborado
en función de la normativa legal sobre este tema y aborda, de forma sistemática y
metodológica, los aspectos cualitativos y cuantitativos de los recursos financieros para la
ejecución de la planificación territorial.
Mitre (Barcelona)
LLATSE NAVARRO, J., Jesús: el esenio. Los años desconocidos de Jesús de
Nazareth, 1984, 212 pp., Col. Libro exprés.
El libro pretende resaltar el aspecto humano de Jesús, su origen y existencia, la
iniciación que recibió, de quién, dónde y por qué. Busca la identidad de Jesús en los años
más desconocidos de su vida, en los que «tuvo que estar preparándose para enseñar a los
hombres la verdad de Dios».
La escasez de pruebas de que se dispone, convierte la obra de Llatse Navarro en una
lectura más en torno al personaje de Jesús, cargada de afirmaciones hipotéticas y de
especulaciones. El valor que puede atribuírsele es la intención, manifestada, de descifrar
la historia humana real de Jesús, al margen de revelaciones divinas.
Molino (Barcelona)
Biblioteca práctica de la salud:

209
Estos cuatro volúmenes, los primeros de esta colección sobre salud con los que Molino
inicia una nueva línea en su larga historia de edición, responden a sendos problemas de la
vida cotidiana de la gente. En cada uno de ellos encontraremos, de manera sencilla,
concisa y práctica, el planteamiento del problema concreto, explicaciones y aplicaciones
teóricas y prácticas del mismo, y cómo poder prevenirlo, cuidarlo y, quizás, sanarlo.
Colección redactada totalmente por médicos, que puede facilitar respuestas a muchas
preguntas que preocupan respecto a la salud. Los primeros cuatro títulos, son los que
siguen: Pasquet, Abanou y Majdalani, Dres., Prevenir y combatir el dolor de espalda,
1984,112 pp. Roquebrune y Joussemet, Dres., Prevenir y combatir el estrés, angustia
y depresión, 1984,127 pp. Lumbroso, P., Dr., Prevenir y combatir el exceso de peso,
1984, 155 pp. Roquebrune, J.P., Dr., Prevenir y combatir el infarto, 1984,127 pp.
Col. Julio Verne:
VERNE, J., El volcán de oro, 1984, 283 pp.
Robur el conquistador, 1984,181 pp. El chancellor, 1984, 191 pp. El dueño del
mundo, 1984, 164 pp. Una ciudad flotante, 1984, 160 PP.
ASIMOV, I., Como descubrimos los orígenes del hombre, 1984, 52 pp., Col.
Cómo descubrimos..., 3.
Col. Clásicos Juveniles Molino:
SABATINI, R., El capitán Blood, 1984,264 pp. AMICIS, E. de, Corazón, 1984, 197
pp. TWAIN, M, Las aventuras de Tom Sawyer, 1984,199 pp. ORCY, B. de, La
Pimpinela Escarlata, 1984, 203 pp. LONDON, J., La llamada de la selva, 1984,151
pp.
Col. Trebizón:
DIGBY, A., Problemas en Trebizón, 1984,179 pp. Tenis en Trebizón, 1984, 150 pp.
Campamento de verano en Trebizón, 1985, 148 pp. Cuarto curso en Trebizón,
1985,156 pp.
BRANDEL, M., Misterio de la paloma mensajera, 1984, 148 pp., Col. Alfred
Hitchcock y los tres investigadores, 37.
Museo de Bellas Artes
de Asturias (Oviedo)
Catálogos de exposiciones:
100 estampas escogidas de la R.D.A. 1983. Exposición conmemorativa del 35
aniversario de la R.D.A. Del 19 de octubre al 3 de noviembre de 1984.
Vicente Pastor. Frescos. Obra realizada en 1984 con la aportación de la beca de artes
plásticas concedida por el Ayuntamiento de Aviles. Del 3 ai 21 de octubre de 1984.
Juan Martínez. Cuadros pintados, cuadros escritos. Enero-febrero 1985.
Gruber. Febrero-marzo de 1985, 47 pp.
Ángel Guache. Las islas (Pinturas 1982-84). Textos de Juan Manuel Bonet, «Norte de
la pintura», y de Ángel Guache, «Fragmentos (de un cuadro de anotaciones)». Marzo de
1985, 54 pp.
Península (Barcelona)
DETIENNE, Marcel, La invención de la mitología, trad. de Marco-Aurelio

210
Galmarini, 1985, 206 pp., Col. Historia, ciencia, sociedad, n.° 192.
El problema planteado es el de la legitimidad de una «ciencia de los mitos». Se
considera al mito como una forma inacabada: no es ni un género literario ni una narración
específica. Se propone volver a pensar la mitología entendida tanto como objeto del
conocimiento como de la cultura.
COMALADA, Ángel, España: el ocaso de un
Parlamento, 1921-1923, 1985, 172 pp., Col. Temas de historia y política
contemporánea, n.° 18.
El estudio se propone analizar las secuelas del desastre de Annual (1921). A tal objeto
se han centrado monográficamente los debates de las Cortes y cómo sintieron y opinaron
los españoles que ocupaban puestos representativos dentro del sistema parlamentario de
la época.
Prensa Científica (Barcelona)
Varios autores, El nuevo sistema solar, Selec. e introducciones de Ramón Canal,
1984, 243 pp., Libros de Investigación y Ciencia.
Conjunto de artículos que empiezan con la descripción del último modelo de
explicación del origen del sistema solar. El resto de artículos trata de los últimos
descubrimientos sobre el sol, los planetas, sus satélites y los cometas.
Pre-Textos (Valencia)
GAYA, R., Diario de un pintor, 1952-1953, 1984, 84 pp.
Ramón Gaya, pintor español en el exilio,
vuelve a Europa después de permanecer más
de trece años en México. Su visita, que durará
un año (1952-1953), y que plasmará en este
Diario, constituye una aproximación honda al
París y a la Venecia de los grandes artistas
(Miguel Ángel, Cézanne, Gide...), acercándonos con una sensibilidad extrema a la
realidad cotidiana de estas ciudades.
Rondas (Barcelona)
ESTÍBALIZ, Mercedes, Edad de la mañana. (Poemas), 1984, 29 pp., Col. El
poeta ante el espejo, XXV.
Poemas de factura clasicizante, en la forma, y de tono intimista y apegado en la
intención. La autora ha publicado además Estrofas de una mujer, El alma iluminada y El
limbo dorado.
Seix Barra! (Barcelona)
FERNÁNDEZ SANTOS, J., Los jinetes del alba, 1984, 289 pp., Biblioteca Breve.
Esta novela es un relato en el que el amor y la
muerte corren al filo de un tiempo y de unos
hechos que influyeron de modo decisivo en la
vida de los actuales españoles. Violento y poético, este relato conmovido es una de las
mejores muestras de la creatividad narrativa y
estilística de J. Fernández Santos.

211
Universidad de Valencia
SEOANE, E., El corcho y plantas endémicas de la Comunidad Valenciana,
1984, 72 pp.
En esta publicación se resumen las líneas de
investigación del Departamento de Química
Orgánica de la Universidad de Valencia. Los
trabajos se centran fundamentalmente, en el
conocimiento de la composición química del
corcho y de las plantas endémicas de Valencia, así como de la obtención y síntesis de
compuestos de interés industrial.
edición del autor
HERNÁNDEZ, P.-P., Desaparecer y permanecer, Madrid, 1985, 54 pp.
Libro de aforismos y meditaciones poéticofilosóficas, dividido en dos partes:
«Desaparecer y permanecer» y «Creer en la realidad es
superstición».

Publicaciones periódicas

Agora. Papeles de Filosofía

212
Universidad de Santiago de Compostela, Departamentos de Historia de la Filosofía,
Lógica y Ética de la Sección de Filosofía. Avda. de Juan XXIII, Santiago de Compostela.
La idea de la revista, como sugiere el término griego de su título, es «crear un espacio
abierto, una plaza pública, donde sea posible el diálogo razonable». Escribiendo la misma
palabra sin acento en gallego significa ahora y da sus señas de identidad: «se localiza en
Galicia y quiere estar en el aquí y el ahora, incluso si se ocupa de lo lejano y lo antiguo».
El cuerpo de cada uno de los tres números aparecidos está constituido por las secciones
«Estudios», «Notas y comentarios» y «Recensiones», y los escritos proceden en su
mayoría de profesores de los departamentos responsables de la publicación y están
referidos a las temáticas que les son propias.
Puede dar idea del interés de la publicación la enumeración de los estudios que
aparecen en el número 3: F. Montero, «La teoría del yo de Ortega y Gasset»; J.M.
Rodríguez R., «Orixe do Ortega teórico e crítico da arte»; A. Leyte, «¿Un punto de vista
sociológico sobre la ciencia?»; X.L. Pintos, «¿Ateísmo o crítica de la religión? (Apuntes
para una nueva lectura de un tema polémico, con ocasión del primer centenario de K.
Marx)»; E. Guisan, «Comte, Marx y el fundamento racional de la Ética»; M.X. Agrá,
«J. Rawls, El análisis del concepto de justicia»; M. Gondar, «El mundo de los
aparecidos. Claves para una lectura antropológica de la sociedad gallega tradicional»;
L.R. Camarero, «Repercusiones teóricas de las observaciones del microscopio sobre el
pensamiento de Malebranche y de Leibnitz»; J.L. González, «Aproximaciones a la teoría
del inconsciente en la fenomenología y en el psicoanálisis»; L. Villegas, «Autorreferencia,
tensión y crisis de identidad: problemas de filosofía del lenguaje».
Arbor. Ciencia, pensamiento
y cultura
C.S.I.C. C/ Vitruvio, 8, 28006 Madrid. N.° 469, enero 1985, 136 pp.
La revista empieza con este número una nueva etapa bajo la dirección de Miguel Ángel
Quintanilla. En el editorial, que firma el nuevo director, quedan perfectamente definidos
los objetivos propuestos: «...será preciso que científicos e intelectuales realicemos un
esfuerzo conjunto para restablecer cauces de comunicación. Es preciso que la sociedad
conozca y valore lo que significa la empresa científica y técnica; como es preciso también
que la comunidad científica sea sensible a las necesidades de la sociedad que la mantiene
y apoya. Pero sobre todo es preciso que unos y otros contribuyamos a construir esa
nueva cultura que está exigiendo la propia realidad de nuestro tiempo y que nunca podrá
cuajar al margen de la ciencia y de la técnica. [...} propiciar la comunicación entre las
ciencias y las humanidades, y en especial para promover el estudio, la reflexión, el debate
y la crítica en torno a la ciencia y la técnica, a sus dimensiones sociales, culturales,
educativas, políticas, económicas, históricas y filosóficas». El número contiene los
siguientes trabajos: Pedro Laín Entralgo, «Respuesta a la técnica»; Carlos Solís, «Astros
y zanahorias»; Arturo García Arroyo, «Realidad y perspectivas de la política científica en
España»; Luis J. Boya, «Panorama de la microfísica actual (Los Nobel de Física 1984);
Ernest Giralt Lledó, «Síntesis de péptidos sobre soportes poliméricos»; Francisco
Garfias, «Jaroslaw Seifert, Premio Nobel de Literatura 1984»; Fernando Broncano,

213
«Los milagros del universo abierto. Comentarios a K.R. Popper».
Ateneu. Revista de Cultura
Ateneu Barcelonés. C/ Canuda, 6, 08002 Barcelona.
De la presentación que se hace en el primer número traducimos el siguiente párrafo:
«...con la pretensión de que sea órgano de la Casa, pero que no se abstenga de incidir en
la problemática del momento. La experiencia de años en amasar cultura, su tribuna
abierta a todos los vientos del pensamiento y el hecho de aglutinar un número importante
de socios dedicados a las más diversas facetas de las ciencias humanas, virtudes
acumuladas por nuestra entidad, son garantía fiable de que en estas páginas podrán
ofrecer provechosas lecciones del pasado y nuevas perspectivas de futuro».
L'Avene. Revista d'História
Rambla de Catalunya, 13, 3.°, 2. a, 08007 Barcelona. N.° 81, abril de 1985, 90 pp.
En su «Dossier» presenta un estudio sobre la presencia de los judíos en la Cataluña
medieval a partir de los siguientes trabajos: Sánchez Martínez, M., «Els jueus i el poder
reial»; Alsina, T., «La imatge visual i la concepció deis jueus a la Catalunya medieval»;
Riera, J., «Les sinagogues medievals»; Feliu, E., «El cercle de cabalistes de Girona ais
segles XIIXIII»; Romano, D., «Metges jueus a Catalunya»; y un breve estudio sobre la
presencia de los judíos en la Cataluña contemporánea: Cuüa i Clara, J.B., «Els jueus a la
Catalunya contemporánia».
Canelobre. Revista del Instituto de Estudios Juan GH-Albert
Diputación Provincial de Alicante, Alicante. N.° 2, otoño 1984, 125 pp.
Contenido del número: «Portada», María Chana; «El nostre Mar», Salvador Espriu; «El
Tio Cuc», Jaime Lorenzo; «Cinco ciudades: Alicante, Alcoy, Elche, Benidorm y
Orihuela», Salvador Forner, Vicente Manuel Vidal, Luis Alonso de Armiño Pérez, Juan
Luis Piñón Pallares, María del Carmen Blasco Sánchez, Joan Calduch, Gaspar Jaén,
Jesús Millán; «La revolución de París de 1848 vista desde Alicante», Juan A. Ríos;
«Xavier Soler: paisaje interno», María Chana y Xavier Lorenzo;. «Portafolio de Xavier
Soler», José Carlos Rovira; «Carlos Palacio: algunos acordes»; «L'aigua, la guerra i
('economía», Josep Antoni Ybarra; «Los libros», Francisco Espinosa; «Debate sobre la
paz»; «Hacia un nuevo orden de paz europeo», Johan Galtung; «Los temibles obispos
oriolanos del siglo XVIII», Mario Martínez Gomis.
Claridad
Secretaría Confederal de Imagen, Comisión Ejecutiva Confederal de UGT, Madrid.
III época, N.° 1, mayo-junio 1984, 95 pp. En la presentación se definen las intenciones
de la revista: «Emprendemos esta tercera época de Claridad persuadidos de que a través
de los años, de la ausencia y el silencio, enlazamos con una destacada publicación que
hizo de la información y la crítica importante instrumento de la reflexión y el
pensamiento socialista. Desde la asunción crítica de nuestro pasado y de nuestra
memoria, aparecemos hoy nuevamente con la voluntad de continuar la herencia
centenaria de un modo de hacer sindicalismo en nuestro país. [...] La necesidad de dotar
al conjunto de los trabajadores y a los cuadros sindicales de un lugar de reflexión y
pensamiento que genere instrumentos útiles para orientarse en la encrucijada en que nos

214
sitúa la realidad que vivimos es la razón que nos mueve a continuar una publicación que
hizo también historia. En esta tercera y nueva etapa, Claridad quiere ser una revista
donde se aborden todas las cuestiones pertinentes que atañen al movimiento obrero».
Tres temas destacan en el presente número: «La transición sindical: una aproximación»;
«La acción institucional»; «Sociología del sindicalismo».
Con Dados de Niebla.
Literatura. Revista semestral
Diputación Provincial de Huelva. Gran Vía, Huelva. N.° 1, octubre de 1984, 62 pp.
Con la nueva publicación «se desea apoyar, promover y difundir la creación literaria
desde Huelva y con Huelva como punto de particu

lar interés, pero sin ridículos criterios empobrecedores ni torpes provincianismos. Si


es arte, es universal. [...] Por eso junto a la escritura de poetas onubenses y a un cuento
popular recogido de viva voz a una anciana de la sierra de Huelva, aparecen en la Revista
trabajos de muy diversa procedencia y originales inéditos de tres Premios Nobel: uno
español, Jacinto Benavente, otro chileno, Pablo Neruda y un tercero griego, Elytis.
Asimismo se ha querido prestar atención preferente a la creación plástica, con dibujos
que abarcan desde pintores consagrados, como el onubense José Caballero, a jóvenes
que ya despuntan. También está en nuestro ánimo acercarnos a los creadores
hispanoamericanos, a los que Huelva desea mirar con especial interés».
El Croquis. Publicación trimestral de Arquitectura

215
O General Arrando, 18, 28010 Madrid. N.° 18, agosto-octubre 1984, 90 pp.
Número monográfico dedicado a Juan Daniel Fullaondo, con suplementos dedicados a
proyectos fin de carrera y a viviendas unifamiliares.
Inventarío de Estadísticas
de España
Consorci d'Informació i Documentació de Catalunya. Área de Producción de Bases
de Datos Documentales. C/ Urgell, 187, 08036 Barcelona. Suplemento N.° 2, 1984, 61
pp. Sumario: Introducción; índice de publicaciones por organismos; índice alfabético de
títulos; índice de materias; Fichas de publicación.
Mayurqa. De Geografía, Historia iArt
Facultat de Filosofía i Lletres, Universitat de Palma de Mallorca. Apartado 598,
07080 Palma de Mallorca. N.° 20, 1981-1984. En su sección de historia moderna y
contemporánea publica los siguientes artículos: Ubaldo de Casanova i Todolí> «Las
primeras Cordo de Casanova i Todolí> «Las primeras Cor 1520)»; Eberhard Grosske
Fiol, «La libertad de prensa en Mallorca durante la guerra de la Independencia»; Sebastiá
Serra Busquéis, «La Veu de Mallorca. Una publicació nacionalista entre el 1900 i 1931»;
Pere Roca Rodríguez y Guillem Alemany, «L'evolució demográfica de Sta. María al
segle XVII»; Pere Roca Rodríguez y Guillem Alemany, «Aproximado a l'estudi de les
estructures de poder a Campanet».
Pensamiento Iberoamericano. Revista de economía política
Instituto de Cooperación Iberoamericana. Avda. de los Reyes Católicos, 4, 28040
Madrid. N.° 6, julio-diciembre 1984, 527 pp. El número está centrado en el tema
«Cambios en la estructura social», y se inicia con la siguiente presentación: «Las décadas
de postguerra fueron el escenario de transformaciones profundas y de órbita universal
que han sido objeto de innumerables estudios e investigaciones. Ahora que parece vivirse
el ocaso de ese tiempo y el ingreso a otro todavía incierto y no poco amenazante, se
redobla el interés por desentrañar la naturaleza y el legado del primero. Los trabajos aquí
reunidos se proponen abordar esa tarea en lo que se relaciona con los cambios
experimentados por las estructuras sociales en América Latina, principalmente, y
también en España y Portugal. Las diferencias nacionales y de formación histórica
explican la mayor atención al mundo latinoamericano que, por otra parte, ha
experimentado cambios muy sustanciales en un período relativamente breve».
Revista de Occidente
Fundación José Ortega y Gasset. C/ Fortuny, 53, 28010 Madrid. N.° 47, abril 1985,
155 pp. El número está dedicado a «Medicina y humanismo: homenaje a Gregorio
Marañón», y ofrece los siguientes artículos: «Expulsión y diáspora de los moriscos
españoles» (extracto de un inédito), Gregorio Marañón; «Marañón: su vida y su
traducción escrita», Alejandra Ferrándiz; «Hacia el verdadero humanismo médico»,
Pedro Laín Entralgo; «Medicina y humanismo: perspectivas», Juan Rof Carballo;
«Viejas y nuevas humanidades médicas», Diego Gracia; «Problemas actuales sobre la
muerte y el morir», Salvador Urraca; Notas: «El sentido social de la enfermedad», Darío
Páez; «Medicina y humanismo, hoy», Manuel Várela Uña; «La bioética», Marciano

216
Vidal.
Revista Española de Pedagogía
tervención preventiva con menores difíciles»; G. Vázquez Gómez, «La elaboración
de esquemas de aprendizaje en la prevención y tratamiento de la desviación social
juvenil»; J.V. Merino Fernández, «Epílogo».
Telos. Cuadernos de Comunicación, Tecnología y Sociedad
FUNDESCO (Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las
Comunicaciones). C/ Serrano, 187, 28002 Madrid. N.° 1, enero 1985.
Como queda expresado en el editorial, la nueva publicación se propone constituirse en
instrumento para un debate abierto sobre las tecnologías de información y comunicación
que permita profundizar en los problemas, impulsar la investigación y progresar
constantemente hacia soluciones concretas. Parte de las experiencias e investigaciones
existentes y de los análisis realizados en países altamente industrializados donde la
aplicación de las nuevas tecnologías es ya intensa, adaptando sus decisiones a nuestras
peculiares circunstancias socioeconómicas y culturales. El número está distribuido en los
apartados siguientes: Editorial, Tribuna de la comunicación, Perspectivas, Cuaderno
central: «El teletexto»; Debate: «La batalla de la Unesco»; Experiencias, Legislación,
Secciones y Libros, Revistas, Agenda. Se resaltan en portada los trabajos de A.
Mattelart, «Olvidar la comunicación», de S. Giner, «Tecnología y cambio social» y de
J.M. Martín Pallín, «El orden informático».
Vuelta
Leonardo da Vinci, 17 bis, Mixcoac, 03910 México, D.F. Año IX, N.° 100, marzo
1985. «¿Qué les diremos a nuestros lectores, hoy que llegamos al número 100 y estamos
cerca de cumplir los diez años? No acabamos de creerlo. Por primera vez en México una
revista literaria se sostiene sin ser el órgano de una institución ni el suplemento de otra
publicación. En 1976 nadie se imaginaba que el público mexicano había llegado al nivel
en que era viable una revista literaria independiente. [...] Cien números después, nos
alegra vivir la experiencia de que ese público ya existe. Nos sentimos agradecidos,
animados por esa inmensa minoría que se reúne a leer, escribir, anunciarse, en las
páginas de Vuelta. Una revista es como un lugar de reunión, como una plaza pública en
días de fiesta, como una feria, como una costumbre. Eso no se construye con dinero o
por decreto, como se ha visto repetidamente cuando se improvisa una revista con
muchos millones, las mejores firmas, el mejor papel, pero sin público.» C.S.I.C. C/
Serrano, 127, 28006 Madrid. N.° 164-165, abril-septiembre 1984.
Número especial dedicado al curso de «Modificación de conducta en Educación
Especial» que se celebró en marzo de 1984 bajo los auspicios de la Sección de
Educación Especial de la Sociedad Española de Pedagogía. Se compone de los siguientes
trabajos: A. PolainoLorente, «Presentación»; J.L. Pinillos, «Introducción a la
modifícación de conducta en la educación especial»; R. Fernández Ballesteros,
«Diagnóstico funcional de la conducta»; V. Pelechano Barbera,.«Programas de
socialización en deficiencia mental»; A. PolainoLorente, «Modificación de conducta en
hiperactividad infantil»; M.C. Luciano Soriano, «Implantación de conducta verbal en

217
niños no-verbales»; A. Riviére, «La modificación de conducta en el autismo infantil»; L.
Martín Barroso, «La Reto: un programa de modificación de conducta en menores
conflictivos»; C. Bragado Álvarez, «Modificación de conducta
en la enuresis»; J. de Antón, «Modelos de in

PUBLICACIONES PERIÓDICAS
NOVEDAD EDITORIAL

coleccion
pensamiento critico/ pensamiento utopico
PARMÉNIDES • MALLARMÉ
(s.Va.C.) (s.XIXd.C)

218
NECESIDAD Y AZAR
Juan David García Bacca
«Han sido y son altavoces —amplificadores siempre— de Necesidad, filósofos,
matemáticos y físicos, muchos y grandes de todos los tiempos; y un solo poeta grande:
Lucrecio, en De rerum Natura. Han sido y son altavoces —amplificadores a veces— de
Azar, matemáticos y físicos, muchos y grandes..., y poetas, pocos y grandes, de nuestros
días: uno de ellos Mallarmé. Actualmente —1901 a 1985— el problema o cuestión de las
relaciones entre Necesidad y Azar se plantea en siete niveles: poemático, filosófico,
matemático, físico, biológico, cósmico y nuclear, primariamente; y, secundariamente, en
los campos político, social, económico, religiosa.. [...]. En esta obra se propone el autor,
y propone al lector, definir Necesidad y Azar, señalar los linderos de sus dominios, las
transgresiones e interacciones entre ellos; y, una vez explicado tal evidentemente previo
tema, tomar conciencia, autor y lector, de que Necesidad y Azar físico-matemático nos
sub-tienden, sostienen y sus-tentan; son nuestra base y fondo realísimo, sin los cuales, a
la una, acordes, no tendrán ni sentido ni fuerza real Leyes y Libertad: reales las dos.»
Juan David García Bacca, filósofo, teólogo, físico, matemático... es una de las más
relevantes figuras del pensamiento español contemporáneo. Exiliado republicano, ha
seguido su labor docente en varias Universidades de América Latina. Su obra sigue viva
y en construcción con nuevas aportaciones en el área de la ciencia, el arte, la técnica y la
poesía, enriqueciendo las perspectivas de toda producción social desde el saber de un
sujeto científico actual.

219
220
N1STOHIA
M MCASTILLAYLEONl M.

221
uwobra
¿fue está Mmiemo
debato
¿jwe merecía.
Donde se estudian ios asentamientos
humanos del Valle del Duero desde los
más remotos tiempos del Paleolítico
hasta las vísperas de la invasión de
Hispania por los ejércitos romanos.
G. Delibes
J. Fdez. Manzano
F. Romero Carnicero
R. Martín Valls
Se analiza la trayectoria
seguida por la Meseta Norte
desde su conquista por los romanos hasta la invasión musulmana
J. Mangas
J. M.° Solana

Las Juntas Municipales de los distritos I y II de Sevilla, convocan la cuarta


edición del
PREMIO NACIONAL DE POESÍA
ANTONIO MACHADO
que se fallará el 22 de febrero de 1986

• El período de recepción de originales empieza el 1.° de diciembre y


finaliza el 15 de febrero.
• Extensión máxima: 150 versos.
• Para información y entrega de originales dirigirse a:
Junta Municipal Distrito I Alameda - Multicentro, 2.a Pl. Of. 202 41002 SEVILLA

222
GONZALO TORRENTE
BALLESTER
Aparición durante el mes de Junio

223
LA ROSA
DE LOS VIENTOS
La imaginación, el humo; la cultura, en una opereta sin música
ÁMBITO Ediciones S.A. Héroes del Alcázar, 10, Ediciones Destino47001
Valladolid. Telfs. 35 41 61/51

224
GUAPEÓOS
HISPANOAMERICANOS
Presidente:
Director:
Jefe de Redacción:
Secretaria de Redacción: JOSÉ ANTONIO MARAVALL FÉLIX GRANDE
BLAS MATAMORO
MARÍA ANTONIA JIMÉNEZ
Número 419 Mayo de 1985 Morkos MEKLED: GARCÍA MÁRQUEZ, el patriarca,
el extranjero y la historia
Poemas de Luis ROSALES, Elena ANDRÉS y Rafael MONTESINOS Centenario de
David Herbert LAWRENCE
Otilia LÓPEZ FANEGO: La influencia española en CORNEILLE Y las habituales
secciones de notas y críticas de libros.
Número 420 J unió de 1 985 Premios Cervantes : Discursos de Luis ROSALES,
Rafael ALBERTI y Ernesto S ABATO
Mario BOERO: La teología de la liberación
Czeslaw MILOSZ: Desde mi otra Europa
Francisco RIVERA: Roberto J U ARROZ o el descenso a las profundidades Roberto J U
ARROZ: Poesía vertical
Dirección, Secretaría Literaria y Administración:
INSTITUTO DE COOPERACIÓN IBEROAMERICANA Avda. de los Reyes Católicos,
4 - Teléis. 244 06 00, exts. 267 y 396 Ciudad Universitaria
28040 MADRID
PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN
Pesetas $USA
Un año (doce números) 3.500 30
Dos años 6.500 60
Ejemplar suelto 300 2,50
NOTA: El precio en dólares es para las suscripciones fuera de España

225
226
Machado desechó 13 poemas, reestructurando el libro y ampliándolo hasta un total
de 95 poemas, muchos publicados ya en revistas con anterioridad).
1908. Es nombrado vicedirector del Instituto de Soria (marzo). Colabora en La
Lectura («Revista de ciencias y artes», Madrid, 1901-1920, dirigida por Francisco
Acebal) y en el periódico local Tierra Soñaría.
En éste publica un importante artículo, titulado «Nuestro patriotismo y la marcha de
Cádiz», donde uniendo el recuerdo de la conmemoración del 2 de mayo de 1808 y el
desastre de 1898, afirma: «[...] Acaso el golpe recibido nos pondrá en contacto con
nuestra conciencia. Por lo pronto, nuestro patriotismo ha cambiado de rumbo y de cauce.
Sabemos que ya no se puede vivir del esfuerzo, ni de la virtud, ni de la fortuna de
nuestros abuelos [...]. Somos los hijos de una tierra pobre e ignorante, de una tierra
donde todo está por hacer. He aquí lo que sabemos. [...] Sabemos que la patria es algo
que se hace constantemente y que se conserva sólo por la cultura y el trabajo. El pueblo
que la descuida o abandona, la pierde, aunque sepa morir. Sabemos que no es patria el
suelo que se pisa, sino el suelo que se labra; que no basta vivir sobre él, sino para él: que
allí donde no existe huella del esfuerzo humano, no hay patria, ni siquiera región, sino
una tierra estéril, que tanto puede ser nuestra como de los buitres y de las águilas que
sobre ella se ciernen... No sois patriotas pensando que algún día sabréis morir para
defender esos pelados cascotes; lo seréis acudiendo con el árbol o con la semilla, con la
reja del arado o con el pico del minero a esos parajes sombríos y desolados donde la
patria está por hacer».
1909. Contrae matrimonio con Leonor Izquierdo (30 de julio). Machado trabaja en
los poemas de su libro Campos de Castilla.
Años después, ya en Baeza, Machado expresará respecto de estos años: «Si la
felicidad es algo posible y real —lo que a veces pienso— yo la identificaría mentalmente
con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer» (carta a don Pedro Chico,
1919).

227
Antonio Machado y Leonor Izquierdo el día de su
boda
1910. Realiza una excursión a las fuentes del Duero (septiembre). La excursión siguió
este itinerario: en coche de Soria a Cidones; a Vinuesa, a pie; a Cobaleda, en caballo;
subida al monte Urbión; de regreso descendieron por la Laguna Negra, trágico escenario
del poema «La tierra de Alvargonzález». En este año, Machado publica el poema «Por
tierras del Duero» (luego cambiado de título en «Por tierras de España»), que tanto
había de impresionar a Unamuno. A finales de año entrega ya el manuscrito de Campos
de Castilla al editor Gregorio Martínez Sierra, para su publicación en la Editorial
Renacimiento.
Obtiene una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios para cursar filología
francesa en París.
79/7. Viaja con Leonor a París (13 de enero), donde Machado asiste a los cursos de
filología de Bédier y, con mayor interés, a los de filosofía de Henri Bergson, en el
Collége de France. En París escribe y termina «La tierra de Alvargonzález» (un relato en
prosa fue publicado en la revista Mundial de París, en enero de 1912, que dirigía Rubén
Darío; apareció también una primera versión del poema en La Lectura, abril del mismo
año). En julio, Leonor enferma de tuberculosis, regresando ambos a Soria en septiembre
(Rubén Darío, a petición de Machado que había gastado todo su dinero en la
hospitalización de Leonor, costeó noblemente el viaje de regreso de ambos).

228
7972. Aparece, en julio, Campos de Castilla (Madrid, Ed. Renacimiento), obteniendo un
éxito inmediato (Ortega y Gasset y Azorín publicaron elogiosos artículos, y Unamuno se
apresuró a escribir a Machado). La edición incluía el extenso e importante poema en
romance «La tierra de Alvargonzález».
En el prólogo a la edición del libro en Páginas escogidas de 1917, escribe Machado:
«...pensé que la misión del poeta era inventar nuevos poemas de lo eterno humano,
historias animadas que, siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas. Me pareció el
romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo Romancero. A este
propósito responde La tierra de Alvargonzález. Muy lejos estaba yo de pretender
resucitar el género en su sentido tradicional..., mis romances no emanan de las heroicas
gestas, sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se cantaron; mis romances
miran a lo elemental humano, al campo de Castilla y al libro primero de Moisés, llamado
Génesis».
A los pocos días de la aparición del libro, muere Leonor (1 de agosto). Machado
abandona Soria y se instala en Madrid, para gestionar su traslado a otro Instituto. En
octubre es nombrado catedrático del Instituto de Baeza, adonde se incorpora el 1 de
noviembre.
Culmina aquí una etapa de Machado —iniciada en torno a sus años de 1899—,
abriéndose una nueva etapa en que, por sobre el poeta, queda el hombre y el pensador,
en contacto constante y compromiso con la realidad y los múltiples acontecimientos que
habrán de sucederse.
En una entrevista publicada en La Voz de España, de París, en 1938, Machado
resume su experiencia soriana: «Soy hombre extraordinariamente sensible al lugar en que
vivo. La geografía, las tradiciones, las costumbres de las poblaciones por donde paso, me
impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu. Allá, en 1907, fui destinado
como catedrático a Soria. Soria es lugar rico en tradiciones poéticas. Allí nace el Duero,
que tanto papel juega en nuestra historia. Allí, entre San Esteban de Gormaz y
Medinacelli, se produjo el monumento literario del Poema del Cid. Por si ello fuera poco,
guardo de allí re

229
ANTHROPOS/65 cuerdo de mi breve matrimonio con una mujer a la que adoré con
pasión y que la muerte me arrebató al poco tiempo. Y viví y sentí aquel ambiente con
toda intensidad. Subí al Urbión, al nacimiento del Duero. Hice excursiones a Salas,
escenario de la trágica leyenda de los Infantes. Y de allí nació el poema de
Alvargonzález».
Baeza
7973. Desde Baeza, Machado prosigue sus colaboraciones en La Lectura y en el
periódico soriano El Porvenir Castellano (promovido en Soria por Machado y dirigido
por su amigo José María Palacio). Lee intensamente filosofía y mantiene una continuada
correspondencia con Unamuno.
En una carta de este año a Unamuno, expresa Machado su abatimiento, tanto por la
muerte de Leonor como por su confinamiento en Baeza: «Esta Baeza, que llaman
Salamanca andaluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios
colegios de segunda enseñanza, y apenas sabe leer un 30 por cien de la población. No
hay más que una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos

230
clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaén y la ciudad está poblada de
mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta. La profesión de jugador de monte se
considera muy honrosa. Es infinitamente más levítica [que Soria] y no hay un átomo de
religiosidad. Se habla de política —todo el mundo es conservador— y se discute con
pasión cuando la Audiencia de Jaén viene a celebrar algún juicio por Jurados. Una
población rural, encanallada por la Iglesia y completamente huera. Por lo demás, el
hombre del campo trabaja y sufre resignado o emigra en condiciones lamentables que
equivalen al suicidio». Y más adelante, en la misma carta, se refiere a la muerte de
Leonor: «La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura
angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella, pero sobre el
amor está la piedad. Yo hubiese preferido mil veces morirme a verla morir. Hubiera dado
mil vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío.
Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por esto
viniera Dios al mundo. Pensando

Casa donde vivió Antonio Machado en Baeza


en esto me consuelo algo. Tengo a veces esperanza. Una fe negativa es también
absurda. Sin embargo, el golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. Mientras luché a
su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella,
pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa. En fin,
hoy vive en mí más que nunca, y algunas veces creo firmemente en que la he de
recobrar. Paciencia y humildad».

231
En otras cartas a Ortega y Gasset y a Juan Ramón Jiménez, Machado expresa sus
preocupaciones y ocupaciones en estos duros años de 1913-1914. En una carta a Ortega
y Gasset, en mayo de 1914, dice: «Ya empiezo a trabajar con algún provecho. Desde
hace poco empiezo a reponerme de mi honda crisis que me hubiera llevado al
aniquilamiento espiritual. La muerte de mi mujer me dejó desgarrado y tan abatido que
toda mi obra, apenas esbozada en Campos de Castilla, quedó truncada. Como la poesía
no puede ser profesión sin degenerar en juglaría, yo empleo las infinitas horas del día en
este poblachón, en labores varias. He vuelto a mis lecturas filosóficas, únicas de verdad
que me apasionan. Leo a Platón, a Leibnitz, a Kant, a los grandes poetas del
pensamiento». Y a Juan Ramón Jiménez: «Yo trabajo lo que puedo, repuesto por
voluntad desesperante de una honda crisis que me llevaba al aniquilamiento. A veces me
apasiona el problema de nuestra patria y quisiera... Pero no se puede hacer nada
inmediato y directo. Hay un ambiente de cobardía y de mentira que asfixia. Es
verdaderamente inicuo este tácito acuerdo que hemos establecido para respetar todo lo
huero y ficticio y desdeñar todo lo vital. Parece como si pensáramos todos, con honda
convicción, que hay una cosa sagrada: la mentira... En fin, trabajemos pacientemente
nuestras armas. Pero, al fin, es preciso ir a la guerra».
Machado se desplaza con frecuencia a Madrid («siempre sobre la madera / de mi
vagón de tercera») donde sigue y está en contacto con la animación que hacia 1914
cobra la vida intelectual española, a la par de las rápidas transformaciones que
experimenta la sociedad. Surge una nueva generación de intelectuales (la llamada
«generación de 1914», con José Ortega y Gasset a la cabeza: Manuel Azaña, Fernando
de los Ríos, Luis de Zulueta, Salvador de Madariaga, Pablo de Azcárate, Luis Bello,
Américo Castro, Luis de Araquistáin...), que aportará un nuevo sentido al papel del
intelectual, más integrado en la sociedad, y a la altura de las circunstancias y
acontecimientos del nuevo siglo (guerra mundial de 1914-18, revolución rusa de 1917,
creación de la III Internacional en 1919...; en España, creciente participación de amplios
sectores sociales en la vida pública, industrialización y modernización general de la
sociedad, auge del movimiento obrero y de la conflictividad social, progresiva
derechización que desembocará en la Dictadura de Primo de Rivera en 1923, etc.); papel
y responsabilización del intelectual que, sin embargo, derivaría hacia posiciones
encontradas, más o menos elitistas, unas, o bien de carácter populista, otras. Machado no
es ajeno a estas transformaciones y, como antaño en los años de la crisis finisecular —así
como después en los años de la guerra civil—, participará en los nuevos tiempos y
colaborará en los más destacados periódicos y revistas del momento, junto a la nueva
generación de escritores.
En Baeza, Machado inicia el cuaderno de apuntes editado tras su muerte con el título
de Los complementarios (intensificado luego en Segovia). En noviembre de 1913
participa en el homenaje a Azorín, en Aranjuez, junto con Baroja, J.R, Jiménez, Ortega
y Gasset, etc.
7975. Inicia estudios de Filosofía y Le tras, por libre, examinándose en la Uni
versidad de Madrid. En este año comien za sus colaboraciones en el semanari< España

232
(Madrid, 1915-1924, «Semanarii de la vida nacional»), fundado por Orte
ga y Gasset. España sería el periódico político de la nueva corriente intelectual; su
consejo de redacción estaba integrado por R. de Maeztu, R. Pérez de Ayala, Luis de
Zulueta, Eugenio d'Ors, G. Martínez Sierra, Juan Guixé y Pío Baroja. En 1916
cambiaría sustancialmente de orientación, tras pasar a dirigirlo el socialista Luis de
Araquistáin y, a partir de 1922, por Manuel Azaña. En él colaboraron todos los escritores
de ambas generaciones, la del 98 y la del 14, e incluso alguno de la del 27 (Salinas,
Guillen). Machado, ya en el número de 26 de febrero, publicó el poema elegiaco «A don
Francisco Giner de los Ríos» (muerto el día 18 de aquel mes), su antiguo maestro de la
Institución Libre de Enseñanza, que desde el poema de Machado, proclama:
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
En julio, firma el manifiesto de adhesión a la causa de las naciones aliadas (junto a
Azcárate, Azorín, Araquistáin, Américo Castro, Cossío, Marañón, Menéndez Pidal,
Maeztu, Enrique de Mesa, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Pérez Galdós, F. de los
Ríos, Unamuno, ValleInclán, Zuloaga, etc.)
La guerra europea —así como la revolución rusa de 1917— será un acontecimiento
de primera magnitud; Unamuno, Valle-Inclán y otros intelectuales visitaron los frentes
aliados. Al respecto, en una carta a Unamuno el 16 de enero de este año, afirma
Machado: «Nuestra neutralidad hoy consiste [...] en no querer nada, en no entender
nada. Lo verdaderamente repugnante es nuestra actitud ante el conflicto actual y épico,
nuestra conciencia, nuestra mezquindad, nuestra cominería. Hemos tomado en
espectáculo la guerra como si fuese una corrida de toros, y en los tendidos se discute y se
grita. Se nos arrojará un día a puntapiés de la plaza, si Dios no lo remedia. Los elementos
reaccionarios, sin embargo, aprovechan la atonía y la imbecilidad ambiente para cometer
a su sombra indignidades como la que usted fue víctima [la destitución de Unamuno
como rector de la Universidad

233
de Salamanca el año anterior]. Si no se enciende dentro la guerra, perdidos estamos.
La juventud que hoy quiere intervenir en la política debe, a mi entender, hablar al pueblo
y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia y el pan, promover la revolución, no
desde arriba, ni desde abajo, sino desde todas partes. Gentes de buen talento hay entre
ellos y de noble intención, pero me parecen todos tocados de un mal disimulado
aristocratismo que malogrará su obra. Importa, sobre todo, que el empujón que vendrá
de fuera no nos coja dormidos».
79/6. Escribe el poema «A la muerte de Rubén Darío» (fallecido en febrero, en
Nicaragua). En junio tiene un encuentro con Federico García Lorca, que llega a Baeza en
viaje de estudios, como estudiante de la Universidad de Granada. Machado prosigue sus
colaboraciones en España y en La Lectura.
1917. En abril aparece Páginas escogidas (Madrid, Ed. Calleja) y en julio la primera
edición de Poesías completas (publicadas por la Residencia de Estudiantes, que orientaba
J.R. Jiménez).
Machado prosigue sus anotaciones en el cuaderno de Los complementarios; de este
año es el escrito que lleva por título «Problemas de la lírica»: «No decimos gran cosa ni
decimos siquiera suficiente cuando afirmamos que al poeta le basta con sentir honda y
fuertemente y con expresar claramente su sentimiento. Al hacer esta afirmación damos

234
por resueltos, sin siquiera enunciarlos, muchos problemas. El sentimiento no es una
creación del sujeto individual, una elaboración cordial del YO con materiales del mundo
externo. Hay siempre en él una colaboración del TÚ, es decir, de otros sujetos. No se
puede llegar a esta simple fórmula: mi corazón, enfrente del paisaje, produce el
sentimiento; una vez producido, por medio del lenguaje lo comunico a mi prójimo. Mi
corazón, enfrente del paisaje, apenas sería capaz de sentir el terror cósmico, porque aun
este sentimiento elemental necesita, para producirse, la congoja de otros corazones
enteleridos en medio de la naturaleza no comprendida. Mi sentimiento ante el mundo
exterior, que aquí llamo paisaje, no surge sjn una atmósfera cordial. Mi sentimiento no
es, en suma, exclusivamente mío, sino más bien NUESTRO. [...] Un segundo problema:
Para expresar mi sentir tengo el lenguaje. Pero el lenguaje es ya mucho MENOS MÍO
que mi sentimiento. Por de pronto, he tenido que adquirirlo, aprenderlo de los demás.
Antes de ser NUESTRO —porque MÍO exclusivamente no lo será nunca— era de ellos,
de ese mundo que no es ni objetivo ni subjetivo, de ese tercer mundo en que todavía no
ha reparado suficientemente la psicología, del mundo DE LOS OTROS YOS».
Escrito que se completa con otro que Machado escribió en 1914 para el prólogo al
libro del republicano Hilario Ayuso, Helénicas: «Manuel Ayuso hace política y poesía.
Ambas cosas son perfectamente compatibles. Me atreveré a decir más: ha sido casi
siempre la poesía el arte que no puede convertirse en actividad única, en profesión. Un
hombre consagrado a la poesía, paréceme que no será nunca un poeta. Porque el poeta
no sacará nunca la poesía de la poesía misma. Crear es sacar una cosa de otra, convertir
una cosa en otra, y la materia sobre la cual se opera no puede ser la obra misma. Así,
una abeja consagrada a la miel —y no a las flores— será más bien un zángano, y el
hombre consagrado a la poesía y no a las mil realidades de su vida, será el más grave
enemigo de las musas».
1919. Aparece la segunda edición de Soledades. Galerías. Otros poemas.
En el prólogo a esta segunda edición, Machado se hace eco de los nuevos poetas por
venir: «La ideología dominante [cuando escribió Soledades} era esencialmente
subjetivista [...]. Yo amé con pasión y gusté hasta el empacho esta nueva sofística, buen
antídoto para el culto sin fe de los viejos dioses, representados ya en nuestra patria por
una imaginería de cartón piedra. Pero amo mucho más la edad que se avecina y a los
poetas que han de surgir cuando una tarea común apasione las almas. Cierto que la
guerra no ha creado ideas nuevas —no pueden las ideas brotar de los puños—; pero
¿quién duda de que el árbol humano comienza a renovarse por la raíz, y de que una
nueva oleada de vida camina hacia la luz, hacia la conciencia?».
En octubre le llega una real orden trasladándole al Instituto de Segovia, adonde
Machado se incorpora el 26 de noviembre.
Segovia
1920. Desde su llegada a Segovia, Machado colabora en la creación de la
Universidad Popular, incorporándose al grupo fundador (entre otros, Blas Zambrano,
profesor de la Escuela Normal y padre de María Zambrano, y que será compañero de
Machado en los años segovianos); en la Universidad Popular de Segovia, Machado da

235
una clase semanal gratuita de francés (además, hizo donación de libros suyos para la
biblioteca ambulante creada por la Universidad). Frecuenta la tertulia que se reúne en el
taller del ceramista Fernando Arranz, y a la que asisten también Blas Zambrano y el
escultor Emiliano Barral.
Comienza sus colaboraciones en el periódico El Sol, en la revista La Pluma (fundada
por Manuel Azaña), en Los Lunes del Imparcial y prosigue las de La Lectura. Emprende
Machado en estos años una gran actividad en la prensa y revistas de amplia difusión,
publicando artículos con un claro sentido de formación y pedagógico; esta actividad, que
centra el trabajo de Machado a partir de ahora, culminará durante los años de la
República con la publicación del «Juan de Mairena» (en el Diario de Madrid y en El
Sol), y después en los años de guerra de 1936-1938.
Desde Segovia, se desplaza regularmente a Madrid (los fines de semana y
vacaciones, en su piso de General Arrando, 4), donde sigue la actualidad cultural y del
país (en este año, Unamuno publica su poema El Cristo de Velázquez, que tanto elogia
Machado; Valle-Inclán publica su primer esperpento, Luces de bohemia, en la revista
España).

Café Castilla de Segovia, frecuentado por Antonio


Machado
7927. Colabora en la revista índice (Madrid, 1921-1922, fundada por Juan Ramón
Jiménez junto con la editorial del mismo nombre; en ella, así como en La Pluma,

236
publicarán sus primeras obras los jóvenes poetas y escritores de la generación del 27).
Son años también de tensiones políticas en el país (asesinato de Dato, desastre de
Annual) que preludian la crisis que llevará a la Dictadura de Primo de Rivera. En una
carta a Unamuno de este año, Machado expone su visión de la realidad política española:
«[...] hay una desorientación grande y una falta de visión clara del problema político
entre los que más se precian de comprensivos y aun, tal vez, no faltan hombres de buena
voluntad descaminados y descaminantes. Yo tengo buenos amigos, personas dignas de
aprecio por muchos conceptos entre los llamados reformistas. Creo, sin embargo, que
como políticos han hecho una labor negativa, porque son los saboteurs más o menos
conscientes de una revolución inexcusable. Comenzaron proclamando la accidentalidad
de la forma de gobierno, muy a destiempo y en provecho inmediato de la superstición
monárquica y del servilismo palatino. Con ello han conseguido anular la única noble,
aunque de corta fecha, tradición política que teníamos, y la labor educadora de Pi y
Margall y Salmerón y otros dignos repúblicos, que emplearon cuarenta años de su vida
en convencer al pueblo de todo lo contrario. Abandonaron el republicanismo; algunos
fueron más allá sin vocación suficiente para ello; otros, los más, quedaron en actitud
torpemente pragmática, sin dignidad ideal y sin alcanzar tampoco el aprecio y la eficacia.
[...] El pueblo hablaba de una idea republicana y esta idea era, por lo menos, una
emoción, ¡y muy noble, a fe mía! ¿Por qué matarla? En vez de ahondar el foso donde se
hundiese la abominable España de la Regencia y de este reyezuelo, afirmando al par
republicanismo y acrecentándolo, depurándolo, enriqueciéndole de nueva savia,
decidieron echar un puente levadizo hasta la antesala de las mercedes. Pecaron de
inocentes y también, quizás, de fatuos y engreídos, porque pensaron, acaso, que ellos
podrían, una vez dentro de la olla grande, dar un tono de salud al conjunto pútrido del
cual iban a formar parte, ¡gran error! Creo que es preciso resucitar el republicanismo
meneando las ascuas de la ceniza y hacer hoguera con leña nueva» (carta a Unamuno,
24 de septiembre de 1921).
7922. Colabora en España y en La Voz de Soria.
En este periódico escribe Machado un breve artículo titulado «Extensión
Universitaria», donde toma posición respecto a un polémico debate: «No soy partidario
del aristocratismo de la cultura, en el sentido de hacer de ésta un privilegio de casta. La
cultura debe ser para los más, debe llegar a todos; pero antes de propagarla será preciso
hacerla. No pretendamos que el vaso rebose antes de llenarse. La pedagogía de regadera
quiebra indefectiblemente cuando la regadera está vacía. Sobre todo, no olvidemos que la
cultura es intensidad, concentración, labor heroica, callada y solitaria; pudor,
recogimiento antes, mucho antes, que extensión y propaganda».
Pronuncia un discurso «Sobre literatura rusa», en la Casa de los Picos de Segovia (6
de abril).
7923. Publica «Proverbios y cantares» en la Revista de Occidente (Madrid, julio
1923-junio 1936, en su 1.a etapa), fundada por José Ortega y Gasset. Revista de
Occidente será una de las publicaciones culturales más importantes no ya de España sino
de la Europa de entreguerras; la lista de colaboradores destacados de dentro y fuera de

237
España sería interminable. Antonio Machado colaborará regularmente en ella ya desde su
primer número, donde publica la serie de «Proverbios y cantares», dedicados a José
Ortega y Gasset, y quizá una de las composiciones poéticas más genuinas de Machado.
Se trata de 99 coplas «soleares», la quintaesencia de la copla popular andaluza (un
terceto octosílabo con rimas asonantes alternas), y que Pedro Salinas calificará de
«cantares de pensador» (en el sentido fuerte de la palabra; ¡cuánta distancia, por otra
parte, con el pensamiento alemán en boga —Heidegger iniciaba este año sus clases en
Marburgo; en 1927 publicaría Ser y tiempo— de que quería hacerse eco la Revista de
Occidente!).
Prosigue sus colaboraciones en La Pluma y España. Un grupo de jóvenes poetas, entre
ellos Salinas, Bacarisse, Ardavín y Chabás, dedican un homenaje a Machado en Segovia.
1924. Se estrena en Madrid (enero) una adaptación de El condenado por
desconfiado, de Tirso de Molina, realizada por Manuel y Antonio Machado. A este
arreglo seguirán otros de varias comedias de Lope de Vega (uno de ellos estrenado en
Salamanca en 1925).
Aparece, en abril, Nuevas canciones (Madrid, Ed. Mundo Latino), que recoge
poemas de Baeza y Segovia hasta la fecha.
En una entrevista publicada en el semanario La Internacional (17 de septiembre de
1920), Machado había dicho: «Yo, por ahora, no hago más que Folk-lore, autofolklore o
folklore de mí mismo. Mi próximo libro será, en gran parte, de coplas que no pretenden
imitar la manera popular—inimitable e insuperable, aunque otra cosa piensen los
maestros de retórica— sino coplas donde se contiene cuanto hay en mí de común con el
alma que canta y piensa en el pueblo. Así creo yo continuar mi camino, sin cambiar de
rumbo».
Forma parte del jurado que otorga a Rafael Alberti el Premio Nacional de Literatura
(por su obra Marinero en tierra). Colabora en Alfar, de La Coruña.
7925. Aparece la segunda edición de Páginas escogidas. Publica «Reflexiones sobre
la lírica» en la Revista de Occidente. Es elegido miembro correspondiente de la Hispanic
Society of America.
7926. En febrero, es estrenada la primera obra teatral de Manuel y Antonio
Machado, Las desdichas de la fortuna o

238
Antonio y Manuel Machado
Julianillo Valcárcel, en el teatro Princesa de Madrid, con gran éxito de público y
crítica. En años sucesivos, Antonio y Manuel Machado, aprovechando las estancias del
primero en Madrid, escribirán y estrenarán cada año una obra (Juan de Manara, 1927;
Las adelfas, 1928; La Lola se va a los Puertos, 1929; La prima Fernanda, 1931; La
duquesa de Benamejí, 1932). En este mismo mes, Antonio y Manuel Machado reciben
un homenaje por parte de sus antiguos compañeros de la Institución Libre de Enseñanza;
el acto tuvo lugar en los jardines de la Institución y fue ofrecido por el profesor
institucionista Manuel Bartolomé Cossío.
Comienza la publicación del «Cancionero apócrifo de Abel Martín» en la Revista de
Occidente (abril-junio).
Abel Martín tuvo una larga gestación, quizá en torno a los diez años. En Los
complementarios se referirá a un «cancionero del siglo XIX»: «Los poetas han hecho
muchos poemas y publicado muchos libros de poesías; pero no han intentado hacer un
libro de poetas. Un cancionero del siglo XIX sin utilizar ninguna poesía auténtica»; y a
renglón seguido comenzaba Machado un «cancionero apócrifo» de 14 poetas (junto
también a cinco posibles ensayistas y una lista de «filósofos españoles del siglo XIX»,
con la anotación: «Seis filósofos que pudieron existir, con seis metafísicas diferentes»),
entre los que figura también el siguiente: «Antonio Machado. Nació en Sevilla en 1875.
Fue profesor en Soria, Baeza, Segovia y Teruel. Murió en Huesca en fecha todavía no

239
precisada. Alguien lo ha confundido con el célebre poeta del mismo nombre, autor de
Soledades, Campos de Castilla, etc.». Todos estos poetas y filósofos decimonónicos se
resumirían, al fin, en uno, Abel Martín, y a quien a su vez sucederá su discípulo Juan de
Mairena (Machado esbozó otros apócrifos ya del siglo XX, pero que no llegó a cuajar).
En una carta a E. Giménez Caballero (publicada en La Gaceta Literaria, 15 mayo
1928), dice Machado: «Abel Martín y Juan de Mairena son dos poetas del siglo XIX que
no existieron, pero que debieron existir, y hubieran existido si la lírica española hubiera
vivido su tiempo. Como nuestra misión es hacer posible el surgimiento de un nuevo
poeta, hemos de crearle una tradición de donde arranque y él pueda continuar. Además,
esa nueva objetividad a que hoy se endereza el arte, y que yo persigo hace veinte años,
no puede consistir en la lírica —ahora lo veo muy claro—, sino en la creación de nuevos
poetas —no nuevas poesías—, que canten por sí mismos. El verdadero sermón poético,
a la española, ha de engendrarse en el espíritu como se engendra en la carne y, por ende,
impregnar a la musa para nuevos poetas que, a su vez, nos den en el porvenir las nuevas
canciones».
Firma el llamamiento de la Alianza Republicana (conglomerado republicano
constituido este año gracias al impulso de José Giral y Manuel Azaña, y con el objetivo
común de poner fin a la Dictadura y a la monarquía; a ella se adhirieron personalidades
de diversa procedencia: Clarín, Marañón, Luis de Tapia, Ayala, Eduardo Ortega y
Gasset, Unamuno, etc.).
7927. Estreno de Juan de Manara, de Antonio y Manuel Machado, en el teatro
Reina Victoria de Madrid. Este mismo mes, Machado es elegido miembro de la Real
Academia Española (aunque no llegó nunca a formalizar su entrada en la Academia; en
1931, redactó un proyecto de discurso de ingreso, que quedó en borrador).
En una carta a Unamuno (12 de junio), dice: «Le agradezco su felicitación por mi
nombramiento de académico. Es un honor al cual no aspiré nunca. Pero Dios da pañuelo
al que no tiene narices». Del borrador de discurso, redactado en 1931, entresacamos dos
fragmentos; el primero es una presentación de sí mismo, que dice: «No creo poseer las
dotes específicas del académico. No soy humanista , ni filólogo, ni erudito. Ando muy
flojo de latín, porque me lo hizo aborrecer un mal maestro. Estudié el griego con amor,
por ansia de leer a Platón, pero tardíamente y, tal vez por ello, con escaso
aprovechamiento. Pobres son mis letras en suma, pues aunque he leído mucho, mi
memoria es débil y he retenido muy poco. Si algo estudié con ahínco fue más de filosofía
que de amena literatura. Y confesaros he que con excepción de algunos poetas, las bellas
letras nunca me apasionaron. Quiero deciros más: soy poco sensible a los primores de la
forma, a la pulcritud y pulidez del lenguaje, y a todo cuanto en literatura no se
recomienda por su contenido. Lo bien dicho me seduce sólo cuando dice algo
interesante, y la palabra escrita me fatiga cuando no me recuerda la espontaneidad de la
palabra hablada».
Más adelante apunta unas reflexiones sobre la lírica del siglo XIX; después de afirmar
que «quiero hacer constar que la poesía, y especialmente la lírica, se ha convertido para
nosotros en problema», dice: «A través de todo el siglo romántico resuena un tema

240
negativo: el de la irrealidad de cuanto trasciende del sujeto individual. Nunca se insistirá
demasiado sobre el escepticismo [...] y el solipsismo del ochocientos. Todo el siglo fue,
en lo profundo, una reacción monstruosa contra los dos temas esenciales de la cultura
occidental que son —¿quién puede dudarlo?— el de la dialéctica socrática, que inventa la
razón humana, la comunión mental de una pluralidad de sujetos en las ideas
trascendentales, y el de la otra más sutil dialéctica del Cristo, que revela el objeto cordial
y funda la fraternidad de los hombres emancipada de los vínculos de la sangre. Sólo
Platón y el Cristo supieron dialogar, porque ellos más que nadie, creyeron en la realidad
espiritual de su prójimo. El ochocientos, en cambio, se mostró, en lo profundo, incapaz
para el diálogo, lo que explica el carácter egolátrico de su lírica. Su pensamiento parte
siempre del yo para tornar a él. Ninguna de sus metafísicas implica la realidad irreductible
y absoluta del tú. Esto es lo que quería decir mi apócrifo Juan de Mairena cuando
afirmaba que el hombre del ochocientos no creyó seriamente en la existencia de su
vecino». Y sigue, a continuación: «El mañana, señores, bien pudiera ser un retorno —
nada enteramente nuevo bajo el sol— a la objetividad, por un lado, y a la fraternidad,
por el otro. Una nueva fe —porque es en el campo de las creencias donde se plantean los
problemas esenciales del espíritu— se ha iniciado ya. Comienza el hombre nuevo a
desconfiar de aquella soledad que fue causa de su desesperanza y motivo de su orgullo.
Ya no es el mundo mi representación, como era en lo más

241
popular, la única verdad metafísica popular del ochocientos. Se tornó a creer en lo
otro y en el otro, en la esencial heterogeneidad del ser».
1928. Conoce, probablemente, a Guiomar en junio. En octubre tiene lugar el estreno
de la obra de Manuel y Antonio Machado, Las adelfas. Aparece la segunda edición de
Poesías completas (Madrid, Espasa-Calpe). Colabora en la joven revista Manantial, de
Segovia, y en La Gaceta Literaria.
1929. Estreno de La Lola se va a los Puertos, en el teatro Fontalba, el mayor éxito
teatral de Antonio y Manuel Machado. Publica las «Canciones a Guiomar» en la Revista
de Occidente (julioseptiembre).
De este año es una carta a Unamuno (exiliado desde el inicio de la Dictadura, primero
en París y luego en Hendaya, después de haberse evadido de la isla de Fuerteventura
adonde fue desterrado), donde Machado se refiere a la situación política del momento:
«[...] De política, acaso sepa usted desde ahí, más que nosotros, los que vivimos en
España. Aquí, en apariencia al menos, no pasa nada. Y lo más triste es que no hay
inquietud ni rebeldía contra el estado actual de cosas. Las gentes parecen satisfechas de
haber nacido. Nadie piensa en el mañana. Para muchos una caída en cuatro pies tiene el
grave peligro de encontrar demasiado cómoda la postura. Yo, sin embargo, quiero pensar
que tanta calma y tanta conformidad, son un sueño malo, del cual despertaremos algún

242
día...».
7937. El 14 de abril es proclamada la República. Antonio Machado es uno de los
republicanos que en este día izan la bandera republicana en el Ayuntamiento de Segovia.
En un artículo titulado «El 14 de abril de 1931 en Segovia» (publicado en La Voz de
España, abril de 1937, en conmemoración de aquel día), dice Machado: «Fue un día
profundamente alegre —muchos que ya éramos viejos no recordábamos otro más alegre
—, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían fundirse para vibrar
juntas en el alma de los poetas y en los labios de los niños.
»Mi amigo Antonio Ballesteros y yo izamos en el Ayuntamiento la bandera tricolor.
Se cantó La Marsellesa; sonaron los compases del Himno de Riego. La Internacional no
había sonado todavía. Era muy legítimo nuestro regocijo. La República había venido por
sus cabales, de un modo perfecto; como resultado de unas elecciones; todo un régimen
caía sin sangre para asombro del mundo. Ni siquiera el crimen profetice de un loco que
hubiera eliminado a un traidor [se refiere a Lerroux] turbó la paz de aquellas horas. La
República salía de las urnas acabada y perfecta como Minerva de la cabeza de Júpiter.
»Así recuerdo yo el 14 de abril de 1931. »Desde aquel día —no sé si vivido o
soñado— hasta el día de hoy que vivimos demasiado despiertos y nada soñadores, han
transcurrido seis años repletos de realidades que pudieran estar en la memoria de todos.
Sobre esos seis años escribirán los historiadores del porvenir muchos miles de páginas,
algunas de las cuales acaso merecerán leerse. Entretanto, yo, los resumiría con unas
pocas palabras. Unos cuantos hombres honrados, que llegaban al poder sin haberlo
deseado, acaso sin haberlo esperado siquiera pero obedientes a la voluntad progresiva de
la nación, tuvieron la insólita y genial ocurrencia de legislar atenidos a normas
estrictamente morales, de gobernar en el sentido esencial de la historia, que es el del
porvenir. Para estos hombres eran sagradas las más justas y legítimas aspiraciones del
pueblo; contra ellas no se podía gobernar, porque el satisfacerlas era precisamente la más
honda razón de ser de todo gobierno. Y esos hombres nada revolucionarios, llenos de
respeto, mesura y tolerancia, ni atrepellaron ningún derecho ni desertaron de ninguno de
sus deberes. Tal fue a grandes rasgos, la segunda gloriosa República española, que
terminó, a mi juicio, con la disolución de las Cortes Constituyentes. Destaquemos este
claro nombre representativo: Manuel Azaña».
Este mismo mes se estrena La prima Fernanda en el teatro Victoria de Madrid. Junto
a Manuel, es nombrado hijo adoptivo de Sevilla. En septiembre, Machado es trasladado
al Instituto Calderón de la Barca de Madrid, adonde se incorpora en octubre para ocupar
la cátedra de francés.
Madrid
1932. Estreno de La duquesa de Benamejí (marzo) en el teatro Español. Es
nombrado hijo adoptivo de Soria (octubre). Participa en el homenaje a ValleIncíán.
1933. Aparece la tercera edición de Poesías completas, que incluye los cancioneros
apócrifos de Abel Martín y de Juan de Mairena. Es elegido miembro del Patronato de las
Misiones Pedagógicas. El teatro universitario «La Barraca», creado este año y dirigido
por Federico García Lorca, escenifica La tierra de Alvargonzález.

243
1934. Comienza la publicación de «Juan de Mairena» en el Diario de Madrid
(«Juan de Mairena» se publicó por capítulos en este periódico a partir del 19 de
noviembre, y después en El Sol, desde el 17 de noviembre de 1935 hasta la edición de
los artículos en forma de libro, en junio de 1936; Machado continuará la publicación de
«Juan de Mairena» en la revista mensual Hora de España, desde su primer número en
enero de 1937 hasta el último en octubre de 1938).
1935. Se adhiere a la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la
Cultura, constituida a raíz del I Congreso Internacional de Escritores celebrado en París
este año (estaba presidido por una junta de 12 miembros, entre ellos Valle-Inclán; en
España la Asociación tendría un desarrollo escaso y en febrero de 1936 se disolvió para
constituir la Alianza Internacional de Escritores Antifascistas, que pronto alcanzaría una
gran repercusión).
Antonio y Manuel Machado terminan el drama El hombre que murió en la gue

rra (estrenado por Manuel, en Madrid, en 1941).


7936. Aparece en volumen Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y
recuerdos de un profesor apócrifo (Madrid, Espasa-Calpe), que contiene todo lo
publicado en la prensa desde 1934. El libro consta de cincuenta capítulos y en él se
despliega todo un amplio compendio de reflexiones sobre temas de filosofía, sobre

244
literatura, sobre política y cultura, etc., constituyendo una de las obras fundamentales no
sólo de Machado sino de la literatura y el pensamiento español contemporáneo. Aparece
también la cuarta edición de Poesías completas (la última edición en vida de Machado).
Al estallar la guerra civil, Machado se adhiere a la República. El día 24 de noviembre
tiene lugar la evacuación de intelectuales a Valencia, dispuesta por el gobierno
republicano y organizada por el V Regimiento; la expedición llega a Valencia el día 26,
instalándose en la Casa de la Cultura (Machado salió de Madrid con su madre, sus
hermanos José, Francisco, Joaquín y las familias de estos últimos). Pocos días después,
Machado se traslada a Villa Amparo, cerca del pueblo de Rocafort y próximo a Valencia.
Colabora en el semanario Ahora. En noviembre firma la resolución del Secretariado
Internacional de la Asociación de Escritores para la Defensa de la Cultura (junto con
Rafael Alberti, José Bergamín, Ilya Ehrenburg, André Malraux, etc.). Por último, en este
año mueren Valle-Inclán (el 5 de enero) y Unamuno (el 31 de diciembre); la muerte de
Unamuno sobre todo afectará en gran manera a Machado.
1937. Prosigue la publicación de «Juan de Mairena» a partir del primer número de la
revista Hora de España, editada en Valencia. Hora de España Hora de España octubre
1938, subtitulada «Ensayos. Poesía. Crítica. Al servicio de la causa popular») sería el
órgano de los intelectuales republicanos y una de las publicaciones más importantes de
los años de guerra (junto a El Mono Azul). Fue fundada y dirigida en Valencia por Rafael
Dieste, Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya y Juan Gil-Albert, a los que se unieron a
mediados de año María Zambrano y Arturo Serrano Plaja; en su consejo de colaboración
figuraban, además de los mencionados, León Felipe, José Moreno Villa, Ángel y Alberto
Ferrant, Antonio Machado, José Bergamín, Tomás Navarro Tomás, Rafael Alberti, José
Fernández Montesinos, P. Bosch Gimpera, Rodolfo Halffter, José Gaos, Dámaso Alonso
(muchos de ellos residían en la Casa de la Cultura de Valencia y figuraban también como
colaboradores de El Mono Azul; el equipo de redacción estaba formado por Sánchez
Barbudo, Serrano Plaja, Rafael Dieste, GilAlbert, Gaya —ilustrador de la revista—,
Gaos y Manuel Altolaguirre; colaborarían además, con artículos y poemas, Rosa Chacel,
B. James, Huidobro, Octavio Paz, Aleixandre, Cernuda, M. Hernández, etc.). Los
artículos de «Juan de Mairena» de Antonio Machado abrían cada número, en la primera
sección de «Ensayos».
Participa en la Conferencia Nacional de Juventudes Socialistas (12 de enero) en
Valencia. En un acto público al aire libre, el 1.° de mayo en Valencia, lee su «Discurso a
las Juventudes Socialistas Unificadas».
Son los meses álgidos de la guerra. Machado está enfermo (tiene 62 años), y así lo
dice en una carta al escritor ruso David Vigodsky (publicada en Hora de España, n.° 4,
abril 1937): «En efecto, soy viejo y enfermo, aunque usted por su mucha bondad no
quiera

245
ANTHROPOS/71

Finalizamos esta cronología con una cita con que comienza uno de los más notables
estudios sobre el pensamiento de Antonio Machado, Invitación a filosofar según
espíritu y letra de Antonio Machado, de Juan David García Bacca:
«Escribir para el pueblo —decía mi maestro— ¡qué más quisiera yo! Deseoso de
escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él
sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra,
de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer. Escribir para
el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en
Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Por eso yo no he pasado de folklorista,

246
aprendiz, a mi modo, de saber popular. Siempre que advirtáis un tono seguro en mis
palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo»
(Antonio Machado, en Hora de España, n.° 1, enero de 1937).
Bibliografía básica:
creerlo: viejo, porque paso de los sesenta, que son muchos años para un español;
enfermo, porque las visceras más importantes de mi organismo se han puesto de acuerdo
para no cumplir exactamente su función. Pienso, sin embargo, que hay algo en mí
todavía poco solidario de mi ruina fisiológica, y que parece implicar salud y juventud de
espíritu, si no es ello también otro signo de senilidad, de regreso a la feliz creencia en la
dualidad de substancias.
«De todos modos, mi querido Vigodsky, me tiene usted del lado de la España joven y
sana, de todo corazón al lado del pueblo, de todo corazón también enfrente de esas
fuerzas negras —¡y tan negras!— a que usted alude en su carta.
»En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid,
que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha
sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos —nuestros harinas— invocan la patria
y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En
España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es
entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud».
En julio interviene en el II Congreso Internacional de Escritores, organizado por la
Alianza Internacional de Escritores Antifascistas como demostración de solidaridad de los
intelectuales de todo el mundo con la causa de la República (la delegación española
estaba formada por Jacinto Benavente, Álvarez del Vayo, Ricardo Baeza, Margarita
Nelken, María Teresa León, José Bergamín, Rafael Alberti, T. Navarro Tomás y León
Felipe); Machado lee en el Congreso reunido en Valencia su «Discurso sobre la defensa y
la difusión de la cultura».
Es nombrado presidente del Patronato de la Casa de la Cultura, colaborando en
Madrid (Cuadernos de la Casa de la Cultura); colabora además, en este año, en
numerosas publicaciones de la guerra: La Voz de España, Ahora, Servicio Español de
Información, Ayuda, Nuestra Bandera, Mediodía, etc. (además de sus artículos
mensuales en Hora de España).
En el «Juan de Mairena» de Hora de España insiste en los temas de 1934-1936:
«Entre nosotros, españoles, nada señoritos por naturaleza, el señoritismo es una
enfermedad epidérmica, cuyo origen puede encontrarse, acaso, en la educación jesuítica,
profundamente anticristiana y —digámoslo con orgullo— perfectamente antiespañola.
Porque el señoritismo lleva implícita una estimativa errónea y servil, que antepone los
hechos sociales más de superficie —signos de clase, hábitos e indumentos— a los valores
propiamente dichos, religiosos y humanos. El señoritismo ignora, se complace en ignorar
—jesuíticamente— la insuperable dignidad del hombre. El pueblo, en cambio, la conoce
y la afirma, en ella tiene su cimiento más firme la ética popular. "Nadie es más que nadie"
reza un ada
72/ANTHROPOS

247
gio de Castilla. ¡Expresión perfecta de modestia y de orgullo! Sí, "nadie es más que
nadie" porque a nadie le es dado aventajarse a todos, pues a todo hay quien gane, en
circunstancias de lugar y de tiempo. "Nadie es más que nadie", porque —y este es el más
hondo sentido de la frase—, por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más
alto que el valor de ser hombre. Así habla Castilla, un pueblo de señores, que siempre ha
despreciado al señorito».
Publica su último libro, La guerra (Madrid, Espasa-Calpe), ilustrado por su hermano
José.
1938. Ante el avance de los nacionalistas, en marzo se traslada a Barcelona.
Machado se instala provisionalmente en el hotel Majestic y, a los pocos días, se aloja en
la torre Castañer (en el paseo de San Gervasio). Prosigue sus colaboraciones en Hora de
España (la revista se había trasladado a Barcelona en enero) y comienza su serie de
artículos en La Vanguardia con el título «Desde el mirador de la guerra»; continúa
también su colaboración en Servicio Español de Información y Nuestro Ejército (escribe
además los prólogos a los libros de Manuel Azaña, Los españoles en guerra, y de Valle-
Inclán, La corte de los milagros).
1939. El día 22 de enero marcha con su familia y junto a otros intelectuales en
dirección a la frontera de Francia, adonde llegan tras duras penalidades el día 27. La
frontera es un éxodo. Antonio Machado, enfermo, tiene 64 años; su madre Ana Ruiz que

248
le acompaña, 88. El paso de la frontera es a pie y bajo la lluvia que cae en este fatídico
día, junto a una multitud de gente (el 14 de enero cayó Tarragona y pocos días después
los nacionalistas llegaban a la línea del Llobregat; el gobierno republicano se traslada de
Barcelona a Gerona —la última sesión parlamentaria celebrada en suelo español, con
Negrín al frente, fue en Figueras el 1 de febrero—; Barcelona cayó el 26 de enero: hasta
el 10 de febrero pasaron a Francia en torno a las 400.000 personas, entre ellas
Machado). El día 29 de enero, Machado, su madre y su inseparable hermano José llegan
a Collioure, instalándose en el hotel Bougnol-Quintana (Machado declina diversos
ofrecimientos de asilo, entre ellos el de trasladarse a la URSS). En febrero, Machado cae
enfermo, agravándose el día 18. El día 22 de este mes, muere Antonio Machado; tres
días después moría también su madre. Ambos fueron enterrados en el cementerio del
pueblecito de Collioure.
Obras de A. Machado: Soledades. Galerías. Otros poemas, ed. de Geoffrey Ribbans
(Barcelona, Labor, 1975, Textos hispánicos; Madrid, Cátedra, 1983, Letras hispánicas);
Campos de Castilla, ed. de Rafael Ferreres (Madrid, Taurus, 1970, Temas de España) y
ed. de José Luis Cano (Madrid, Cátedra, Letras hispánicas); Los complementarios, ed.
de Domingo Ynduráin (2 vols., Madrid, Taurus, 1972) y ed. de Manuel Alvar (Madrid,
Cátedra, 1980, Letras hispánicas); Nuevas canciones y De un cancionero apócrifo, ed.
de J.M. Valverde (Madrid, Castalia, 1971, Clásicos Castalia); Juan de Mairena (1936),
ed. de J.M. Valverde (Madrid, Castalia, 1973, Clásicos Castalia); toda la producción
escrita de Machado entre 1936-1939, incluido el «Juan de Mairena» de Hora de España
y los artículos de La Vanguardia, etc., está recogida en la edición y estudio de Monique
Alonso, Antonio Machado. Poeta en el exilio (Barcelona, Anthropos Ed. del Hombre,
1985, Ámbitos literarios/Ensayo). Como introducción a su vida y obra puede verse
Manuel Tuñón de Lara, Antonio Machado, poeta del pueblo (Barcelona, Laia, 1981, 4.a
ed.) y José María Valverde, Antonio Machado (Madrid, Siglo XXI, 1983, 4.a ed.); un
estudio en profundidad del pensamiento de Antonio Machado es la obra del pensador
español Juan David García Bacca, Invitación a filosofar según espíritu y letra de
Antonio Machado (Barcelona, Anthropos Ed. del Hombre, 1984, Pensamiento
crítico/Pensamiento utópico).

BIBLIOGRAFÍA DE Y SOBRE ANTONIO MACHADO

En Antonio Machado concurren, a nivel de documentación, varios aspectos diversos


y curiosos. Es difícil el poder comprobar las citas de la edición de sus obras, dada la
cantidad de ediciones realizadas y, por otra parte, la disparidad de los diversos autores
que le estudian, en referencia a las mismas. Por ello, no nos hemos extendido en
secuenciarlas.
La edición de Obras Completas, publicada junto con su hermano Manuel, no son
tales. Muchos trabajos de A. Machado se conocen con posterioridad a esta edición y
algunos están aún en manos de los estudiosos para su determinación. No obstante, las
ediciones más referenciadas en los estudios sobre A. Machado, son la de la Editorial

249
Losada, de Buenos Aires (muy difícil de adquirir hoy) y la más asequible en el mercado
actual, editada por la Editorial Plenitud.
En cuanto a ediciones críticas sobre la obra completa de Machado, resalta entre
todas, las ediciones preparadas por Oreste Macri, «Poesía» y «Prosa», con estudios,
bibliografía, etc., publicadas por la Editorial Lerici, de Milán.
En cuanto a los estudios sobre A. Machado, mucho hay escrito, y pueden
comprobarse las reediciones del mismo artículo en diversas revistas y a veces, con una
distancia en el tiempo de años.
Muchas citas —y algunas hallará el lector en la documentación que sigue— son
breves: unas por ser poesías dedicadas a su memoria, otras por ser testimonios de
contemporáneos y otras muchas, por ser simples reseñas de obras editadas, o reeditadas.
Un capítulo bastante voluminoso de estas citas, lo configuran los Homenajes,
destacando, entre ellos, el Homenaje realizado por la Revista La Torre (S.J. de Puerto
Rico), por ser muy citada a nivel de trabajos. Hallará el estudioso, los artículos
aparecidos en la misma, en la documentación que hoy presentamos. A nivel español, otro
Homenaje importante es el de la Revista Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid), que
publicó en dos tomos, y que incorpora al homenaje a su hermano Manuel.
Por todo este cúmulo de aspectos, queremos indicar que esta documentación es una
selección orientativa. No están todos los libros y artículos aparecidos, aunque hemos
tratado de recoger una pequeña presencia de todos los aspectos que se han estudiado
sobre Machado.
La organización temática la hemos simplificado en grandes apartados temáticos, pues
la subdivisión que es posible hacer es muy extensa.
Como complemento del apartado «Fuentes y documentos», adjuntamos una
selección de revistas que han dedicado sus páginas a la memoria de Antonio Machado:
Rev. Hispánica Moderna, Nueva York, t. XV, en.-dic. 1949; Cuadernos
Hispanoamericanos, Madrid, 11-12, 1949; Grímpola, 7, 1957; Acento
Cultural, Madrid, 5,1959; Sep. de la Revista Cuadernos, París, 36, 1959; Caracola, Málaga, 84-87,

1959-1960; ínsula, Madrid,


158, 1960; 212-213, 1964; 344-345, 1975; Ruedo Ibérico, París,
1962; Rocamador, Falencia, 32, 1963; La Torre, S.J. de Puerto Rico, XII, 45-46,1964;
Puerto, S.J. de Puerto Rico, 1,1967; La Estafeta Literaria, Madrid, 569-570, 1975;
Revista de Soria, Soria, 27, 1975; Peña Labra. Pliegos de Poesía, Santander, 16,

250
ANTHROPOS/73

1975; Cuadernos para el Diálogo, Madrid, XLIX, 1975; Cuadernos


Hispanoamericanos, Madrid, 304-307, 1975-1976; Celtiberia, Soria, XXV, 49, 1975;
Curso Superior de Filología Hispánica. Cursos Extraordinarios, Salamanca, 1,1975;
Journal of Spanish Studies Twentieth Century, vol. 4, n.° 1, 1976; Partido Socialista
Obrero Español, Madrid, 1979; Universidad Complutense, Madrid, 1979; Aula Magna
«Tirso de Molina», Diputación Provincial, Dpto. de Cultura, Soria, 1985; Zona
Universitaria, Comissió Cultural de la Fac. de Filología, Universidad Central de
Barcelona, número especial. De entre los libros destacamos: A Don A.M. al cumplirse

251
los veinte años de su muerte, Antiguos alumnos de la Institución Libre de Enseñanza,
México, 1961; Paseos con A.M., Madrid, Gráf. Bergaz, 1966; Cien del Sur sobre la
Épica, Granada, Universidad de Granada, 1975; A.M. y Soria. Homenaje en el primer
centenario de su nacimiento, Soria, Centro de Estudios Seríanos, 1976; Homenaje a
A.M., Salamanca, Sigúeme, 1977. Por último, una recopilación bibliográfica es la
publicada por el Ministerio de Cultura, Bibliografía Machadiana, 1976, que recoge tanto
las obras propias como los artículos de Manuel y Antonio Machado.
Finalmente, queremos agradecer a Mónica Alonso su colaboración en la elaboración de la
presente Bibliografía.

Obras de Antonio Machado

Poesía y prosa
Soledades (1899-1902), Madrid, Imprenta de A. Álvarez, 1903, 112 pp. (de la col.
de la Rev. Ibérica); Reed. Madrid, Imprenta de Valero Díaz, 1904 (idéntica).
Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid, Lib. Pueyo, 1907,186 pp., Biblioteca
Hispano-Americana; Madrid, Calpe, 1919 (2.a ed.), 81 pp. 2 h., Col. Universal, 27;
Madrid, Espasa-Calpe, 1943 (3.a ed.), 93 pp.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Edición, prólogo y notas G. Ribbans,
Barcelona, Labor, 1975, 271 pp., Col. Textos Hispánicos Modernos, 29.
Soledades (Poesías), Edición, estudio y notas Rafael Ferreres, Madrid, Taurus, 1968
(5.a ed., 1977), 144 pp. 1 h., Col. Temas de España, 69.
Soledades. Galerías. Otros poemas, Edición de G. Ribbans, Madrid, Cátedra,
1983, 280 pp.. Col. Letras Hispánicas, 180.
Campos de Castilla, Madrid, Ed. Renacimiento, 1912,198 pp.; Madrid, Afrodisio
Aguado [1949], 157 pp.
Campos de Castilla, Ed. J.L. Cano, Madrid, Anaya, 1964, 128 pp., Col. Biblioteca
Anaya; 1967.
Campos de Castilla, Edición, Estudio y notas de Rafael Ferreres, Madrid, Taurus, 1970
(4.a ed., 1977), 247 pp., Col. Temas de España, 84.
Campos de Castilla, Edición J.L. Cano, Madrid, Cátedra, 1976 (2.a ed.), 183 pp. 1 h.,
Col. Letras Hispánicas, 10; 1977 (4.a ed.); 1978 (5.a ed.); 1980 (6.a ed.); 1982 (8.a ed.).
Páginas escogidas, Madrid. Imp. Bernardo Rodríguez, 1917, 325 pp.
Páginas escogidas. Autocrítica y comentarios del autor, Santander-Madrid, Aldus
S.A.-Artes Gráf. Ed. Saturnino Calleja, 1925, 524 pp.
Poesías Completas (1899-1917), Madrid, Imprenta Fortanet, Publicaciones de la
Residencia de Estudiantes, 1917, 1.a ed., 284 pp.
Poesías Completas (1899-1925), Madrid, Espasa-Calpe, 1928 (2.a ed.), 392 pp.
Poesías Completas (1899-1930), Madrid, Espasa-Calpe, 1933 (3.a ed.), 428 pp.; 1936
(4.a ed.), 434 pp.
Poesías Completas, Oración por A.M. por Rubén Darío. Vida, prólogos, poética por
A.M., Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1940, 346 pp.; Madrid, 1971 (13.a ed.), 300 pp.,

252
Col. Austral, 149.
Poesías Completas, Prólogo de Dionisio Ridruejo, Madrid, EspasaCalpe, 1941 (5.a ed.),
XV + 402 pp.
Poesías Completas, Buenos Aires, Losada, 1943, 275 pp., 1973 (10.a ed.).
Poesías Completas (recoge las poesías de la edición de 1936, con nuevos textos
machadianos, poemas y prosas de otros tiempos), Madrid, Espasa-Calpe, 1979 (11.a
ed.), Col. Ediciones especiales.
Poesía, Estudio, notas y comentarios de texto M.a Pilar Palomo, Madrid, Narcea, 1971,
330 pp.
Poesías Completas, Prólogo Manuel Alvar (Nueva edición de Poesías Completas,
publicadas en 1940 en Espasa-Calpe), Madrid, EspasaCalpe, 1975, 424 pp.; 1984 (10.a
ed.), Selec. Austral, 1.
74/ANTHROPOS

Poesía, Introd. y antología de Jorge Campos, Madrid, Alianza Editorial, 1976 (5.a
ed., 1981), 144 pp., Col. Libro de bolsillo, 602.

253
Poesías, Introd. y Prólogo Dr. Virgilio Be jarano, San Cugat del Valles (Barna), Libros
Río Nuevo, 1982, 215 pp. 8 h.
Poesía, Barcelona, Orbis, 1982, 362 pp., 2 h., Col. Historia de la Literatura española,
12.
Poesía, Barcelona, Bruguera, 1983 (2.a ed.), 277 pp., 3 h., Col. Club, 74.
Poesía, Barcelona, Seix Barral, 1983, 279 pp., Col. Obras maestras de la literatura
contemporánea, 21.
Nuevas canciones (1917-1920), Madrid, Mundo Latino, 1924, 22Q pp.
Nuevas canciones y De un cancionero apócrifo, Edic., Introd., y notas José M.a
Valverde, Madrid, Castalia, 1971, 263 pp., Col. Clásicos Castalia, 32; 1975, 1980.
Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor
apócrifo, Madrid, Espasa Calpe, 1936, 344 pp.
Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor
apócrifo (2 vols.), Buenos Aires, Losada, 1943; 1958.
Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor
apócrifo, 1936. Edic. José M.a Valverde, Madrid, Castalia, 1972, 284 pp.
Juan de Mairena, Madrid, Espasa-Calpe, 1973, 236 pp., Col. Austral, 1.530; 1982 (3.a
ed.); 1984 (4.a ed.).
Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor
apócrifo, 1936. Precedido de: Apuntes inéditos (1933-34), Edic., prólogo y estudio
comparativo de Pablo del Barco, Madrid, Alianza, 1981, 320 pp., Col. Libro de bolsillo,
855.
La Guerra (1936-1937), Dibujos de José Machado, Madrid, EspasaCalpe, 1937, 115
pp.
Abel Martín. Cancionero de Juan de Mairena. Prosas Varias, Buenos Aires, Losada,
1943 (4.a ed., 1975), 156 pp., Col. Biblioteca Clásica y Contemporánea, 20.
Antología de Guerra, La Habana, Ucar, García y Cía., 1944,150 pp.
La Guerra. Escritos: 1936-1939, Selec., introduc. y notas J. Rodríguez Puertolas y G.
Pérez Herrero, Madrid, Emiliano Escolar, Edit., 1983, 481 pp.
La tierra de Alvargonzález y Canciones del Alto Duero, Ilust. de José Machado,
Barcelona, Nuestro Pueblo, 1938, 76 pp.
La tierra de Alvargonzález, La Habana, El Ciervo Herido, 1939, 58 pp.
Obras, Edic. y Prólogo de José Bergamín, México, Séneca, 1940, 929 pp.
Obras Poética, Edic. y epílogo de R. Alberíi, con un retrato y autógrafo del poeta,
Buenos Aires, Pleamar, 1944, 365 pp., Col. Mirto.
Obras Completas de M. y A. Machado, Texto al cuidado de H. Carpintero, Madrid,
Ed. Plenitud, 1947, 1.336 pp., 1951 (2.a ed.), 1955 (3.a ed.), 1957 (4.a ed.), 1973 (5.a
ed.), 1.279 pp.; Madrid, Biblioteca Nueva, 1978, 1.316 pp.
Poesías escogidas, Nota prelim. F.S.R., Madrid, Aguilar, 1947, 486 pp., Col. Crisol;
1958 (3.a ed.), 475 pp.
Canciones, Madrid, Afrodisio Aguado, 1949, 152 pp.

254
Obra Inédita: Los complementarios. Papeles postumos. Obra varia, Madrid,
Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 243-286.
Obras completas. Poesías completas, Buenos Aires, Losada, 1951, 269 pp.
Cuaderno de literatura. Baeza 1915, Pról. de E. Casamayor, Bogotá, Prensas de la
Universidad Nacional, 1952, 90 pp., Facsímil.
Los Complementarios y otras prosas postumas, Ordenación y nota preliminar de
Guillermo de la Torre, Buenos Aires, Losada (1957), 248 pp. (Biblioteca
Contemporánea).
Los Complementarios, Edic. crítica por Domingo Ynduráin, Vol. I. Facsímil, 208 pp.,
Vol. II. Transcripción, 244 pp., Madrid, Taurus, 1972.
Los complementarios, Edic. y prólogo Manuel Alvar, Madrid, Cátedra, 1980, 360 pp.,
Col. Letras Hispánicas, 117; 1982 (2.a ed.).
Campos y nombres de España, Toulouse, [1960], 32 pp.
Obras. Poesía y prosa, Edic. de Aurora de Albornoz y Guillermo de Torre, Ensayo
prelim. Guillermo de Torre, Buenos Aires, Losada, 1964, 1.068 pp., Col. Obras
Cumbres; 1974 (2.a ed.).
Prosas y poesías olvidades, Recop. y prólogo R. Marrast y R. Martínez-López, París,
Centre de Recherches de l'Institut d'Études Hispaniques, 1964, 153 pp.
A.M. y Ruiz, Expediente académico y profesional (1875-1941), Prólogo Juan Velarde
Fuertes, Colaboración de: L. Rosales Camacho y A. Cerrolaza Armentia, Madrid,
Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1975, LX+ 291 pp.,
Col. Expedientes administrativos de grandes españoles, 1.
Canto a Andalucía, Madrid, Edic. de Arte y Bibliografía, 1984, 82 pp., Col. Tiempo
para la Alegría.
Teatro (Antonio y Manuel Machado)
Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel. Tragicomedia en cuatro actos y
en verso (Estrenada el 9-II-1926 en el teatro de la Princesa), Madrid, Fernando Fe,
1926; Madrid, Espasa-Calpe, 1928, Col. Universal; Recog. en: Teatro Completo, T.I.,
Madrid, C.I.A.P., 1932; Madrid, Edic. Españolas, 1940; Barcelona, Edit. Cisne, 1942.
Juan de Manara. Drama en tres actos, en verso (Estrenada en 1927 en el Teatro
Reina Victoria), Madrid, Espasa-Calpe, 1927, 155 pp.
Las adelfas. Comedia en tres actos, en verso y original (Estrenada en el Teatro
del Centro, de Madrid, el día 22 de octubre de 1928). Dibujos de José Machado,
Madrid, Estampa, 10 de noviembre de 1928, 98 pp., Col. La Farsa, año II, n.° 62.
La Lola se va a los puertos. Comedia en tres actos (Estrenada el 8-XI-1928),
Madrid, La Farsa, 1930, 120 pp.; Madrid, EspasaCalpe, 1951.
La Lola se va a los puertos. Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel,
Madrid, Espasa-Calpe, 1978 (4.a ed.), 222 pp., Col. Austral, 1.011.
La prima Fernanda (Escenas del Viejo Régimen). Comedia de figurón, en tres
actos original (Estrenada en Madrid en el Teatro de la Victoria, el día 24 de abril de
1931). Dibujos de José Machado, Madrid, Estampa, 23 de Mayo de 1931, 109 pp., Col.
La Farsa, año V, n.° 193.

255
La prima Fernanda. Comedia en tres actos y en verso, Buenos Aires, Espasa-
Calpe, 1942.
La duquesa de Benamejí. Drama en tres actos, en prosa y verso (Estrenada en
Madrid, en el Teatro Español, la noche del día 26 de marzo de 1932). Dibujos de José
Machado, Madrid, Estampa, 9 de abril de 1932, 78 pp., Col. La Farsa, año VI, n.° 239.
Las Adelfas. La Lola se va a los puertos, Madrid, Edic. Españolas, 1940.
El hombre que murió en la Guerra (Estrenada el 18-1V-1941 en el

ANTHROPOS/75

Teatro Español), Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947, 166 pp.,


Col. Austral, 706 (incluye la Edic. «Las Adelfas»).
La duquesa de Benamejí. La prima Fernanda. Juan de Manara, Buenos Aires,
Espasa-Calpe, 1942; Madrid, 1944 (2.a ed.), Col. Austral, 260.

256
Teatro Completo. I-Desdichas de la fortuna; Juan de Manara. II-Las Adelfas;
La Lola se va a los puertos, Madrid, Renacimiento, 1932.
Adaptaciones (teatro)
MACHADO, M. y A. y LÓPEZ HERNÁNDEZ, J. (Refundidores), El condenado
por desconfiado (Obra de Tirso de Molina, estrenada en 1924 en el Teatro Español).
Dibujos de Caballero, Madrid, La Farsa, 1924; Madrid, Editora Nacional, 1970,133 pp.
HUGO, V., Hernani, Trad. de A. y M. Machado y F. Villaespesa. Madrid, La Farsa
[1924], 70pp., Col. La Farsa, 42.
MACHADO, M. y A. y LÓPEZ PÉREZ-HERNÁNDEZ, J. (Refundidores), La Niña de
Plata. Comedia famosa de Lope de Vega Carpió en tres actos y ocho cuadros
(Estrenada en el Teatro Lara de Madrid, el 19 de enero de 1926). Dibujos de Barbero,
Madrid, Estampa, 27 de julio de 1929, 68 pp., Col. La Farsa, año III, n.° 97.
—, El Perro del Hortelano (Obra de Lope de Vega, estrenada en 1931 en el Teatro
Español). Dibujo de Merlo. Madrid (Rivadeneyra), 1931, 86 pp., Col. La Farsa, 206.
MACHADO, M. y A. Hay verdades que en amor... (Obra de Lope de Vega, estrenada
en Salamanca, en 1925). Inédita.
MACHADO, M. y A. y LÓPEZ PÉREZ-HERNÁNDEZ, J., El príncipe constante
(obra de Calderón). Inédita.
Selección de antologías
MACHADO, A., Antología, Selec. J.L. Cano, Salamanca, Anaya, 1961, 100 pp.,
Col. Biblioteca Anaya, 17; 1969.
—, Antología, Madrid, Cuadernos Hispanoamericanos, 11-12 (1949), 595-603.
—, Antología poética, Prólogo y selec. José Hierro, Barcelona, Marte, 1968; 1971.
—, Antología de su Prosa. I-Cultura y Sociedad (19701), 238 pp. II-Literatura y
Arte (19711), 249 pp. 1 h. III-Decires y pensares filosóficos (19711), 211 pp. 1 h. IV-
A la altura de las circunstancias (19721), 178 pp. Prólogo y selec. Aurora de Albornoz,
Madrid, Edicusa, 19762, Col. Divulgación Universitaria, 27, 29, 33, 39.
—, Poesía, Introduc. y antología Jorge Campos, Madrid, Alianza, 1976, 144 pp., Col.
Libro de bolsillo, 602; 1981 (5.a ed.), 143 pp.; 1983.
—, Poemas. Antología de urgencia, Selec. y pról. L. Izquierdo, Madrid, Guadarrama,
1976, 368 pp., Col. Eds. de bolsillo, 431.
—, Antología poética, Prólogo Julián Marías, Barcelona, Salvat Edit., 1969,190 pp.,
Col. Biblioteca Básica Salvat, Libros RTV, 16; hay una ed. 1982, 189 pp. en la Col.
Biblioteca Básica Salvat, 13.
—, Antología poética, Selec. e Introduc. Luis Jiménez Martos. Madrid, E.M.E.S.A.,
1976, 114 pp.
—, Antología, Introduc. y Selec. Ángel González, Madrid, Júcar, 1976, 154 pp. 3 h.,
Col. Los Poetas, 19.
—, Antología poética, Prólogo, Selec. y notas Margarita Smerdou Altolaguirre. Madrid,
E.M.E.S.A., 1977, 137 pp.
—, Antología poética, Introduc. Carlos Ayala, Barcelona, Círculo de Lectores, 1977,
150 pp. 1 h., Col. Pequeño tesoro.

257
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— , La Semana, VI (El calor y el desnudo. Dos hienas. De incógnito), La
Caricatura, Madrid, 3 septiembre 1893, II, núm. 59. — , La Semana, VII (La
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verbenas), La Caricatura, Madrid, 7 septiembre 1893, II, núm.
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— , La Semana, VIII (La hecatombe. Un diputado barbero. De
regreso. Lo que puede el poder), La Caricatura, Madrid, 10 septiembre 1893, II,
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— , La Semana, IX (Calladito. El suplicio. Rayos, truenos y
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(1913), 260-265.
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Enseñanza, XXXIX, 664 (1915), 220-221.
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El amor tuerto y Werther en España. Leyendo a Valera; Leyendo a Unamuno,
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Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, 4-XI-1934, con el mismo título: 13-XI-1934;
18-XM934; 28-XI-1934; 6-XII-1934; 13-XII1934; 21-XII-1934; 3-1-1935; 7-1-1935.
Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena (fragmentos de lecciones), 11-1-1935 y el
20-1-1935.
Miscelánea apócrifa. (Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena). 3-II-1935.
El pragmatismo, el españolismo, los deportes y otros excesos. (Apuntes y
recuerdos de Juan de Mairena), 10-11-1935.
De la Poética a la Retórica, 17-11-1935.
De lo uno a lo otro (Sentencias, donaires y discursos de Juan de Mairena), 27-11-
1935.
Ni en serio ni en broma. (Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena), 5-III-1935.
Sobre esto y aquello y lo de más allá. (Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena),
14-111-1935.
Miscelánea apócrifa. (Anécdotas, aforismos, ocurrencias y pronósticos de Juan de
Mairena), 23-111-1935.
El gran climatérico (Juan de Mairena diserta sobre una futura renovación del
teatro), 29-111-1935.
Miscelánea apócrifa. (Fragmentos de varias lecciones de Mairena), 12-IV-1935.
Miscelánea apócrifa. Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, 19-VI-1935.
De lo uno a lo otro. (Recuerdos de Juan de Mairena), 26-IV-1935.
Miscelánea apócrifa. (Apuntes tomados al oído en la clase de Sofística de Juan de
Mairena), 26-1V-1935.
Recapitulemos. Apuntes tomados por los alumnos de Juan de Mairena, 14-V-1935.
Los alumnos de Juan de Mairena, 23-V-1935.
Habla Mairena a sus discípulos, 3-VI-1935.
Habla Mairena a sus alumnos, 17-VM935.
Habla Mairena a sus discípulos, 28-VI-1935.
Sigue hablando Mairena a sus alumnos de Retórica, 15-VII1935.
Mairena empieza a exponer la poética de su maestro Abel Martín, 29-VII-1935.
Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 15-VIII-1935.

263
Sigue Mairena, no siempre «ex-cathedra», 29-VIII-1935.
Sigue hablando Mairena, 12-IX-1935.
Habla Mairena sobre el nombre, el trabajo, la Escuela de Sabiduría, etc., 30-IX-
1935.
Sobre otros aspectos de la Escuela de Sabiduría, 24-X-1935.
El Sol (Madrid)
MACHADO, A.
Miscelánea Apócrifa. Habla Juan de Mairena a sus alumnos, 17 de noviembre
de 1935, p. 1.
Miscelánea Apócrifa: Habla Mairena a sus alumnos, 1-XII-1935.
Así hablaba Mairena a sus alumnos, 22-XII-1935.
Mairena continúa conversando con sus discípulos, 5-1-1936.
Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 19-1-1936.
Sigue hablando Mairena, 9-II-1936.
Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 23-11-1936; con el mismo 23-11-1936; con
el mismo V-1936.
Mairena y su tiempo, 28-VI-1936.
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Col. Biblioteca del 36.
Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 3 (1937), 5-12; 1977, Vol. I, pp. 165-172,
Col. Biblioteca del 36.
Carta a David Vigodsky, 4 (1937) 5-10; 1977, Vol. I, pp. 245-250, Col. Biblioteca del
36.
Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, 5 (1937), 5-12; Vol. I, 1977, pp. 325-332,
Col. Biblioteca del 36.
Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, 6 (1937), 5-10; Vol. II, 1977, pp. 5-10, Col.
Biblioteca del 36.
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Vol. II, 1977, pp. 203-211, Col. Biblioteca del 36.
Sobre la Rusia actual, 9 (1937), 5-11; Vol. II, 1977, pp. 293-299, Col. Biblioteca del
36.
Algunas ideas de Juan de Mairena sobre la guerra y la paz, 10 (1937), 5-12; Vol. II,
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Miscelánea Apócrifa. (Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena), 11 (1937), 5-9;
Vol. III, 1977, pp. 5-9.
Miscelánea Apócrifa. Palabras de Juan de Mairena, 12 (1937), 5-11; Vol. III, 1977,
pp. 101-107, Col. Biblioteca del 36.
Miscelánea Apócrifa. Notas sobre Juan de Mairena, 13 (1938), 7-16; Vol. III, 1977,
pp. 199-208.
Miscelánea apócrifa. Habla Juan de Mairena a sus alumnos, 14 (1938), 5-10; Vol.
III, 1977, pp. 293-298.
Miscelánea apócrifa. (Notas y recuerdos de Juan de Mairena), 15 (1938), 5-11; Vol.
III, 1977, pp. 401-407, Col. Biblioteca del 36.
Notas y Recuerdos de Juan de Mairena, 16 (1938), 5-10; Vol. IV, 1977, pp. 5-10.
Sobre algunas ideas de Juan de Mairena, 17 (1938), 5-9; Vol. IV, 1977, pp. 105-109.
Sigue hablando Mairena a sus alumnos, 19 (1938), 5-12; Vol. IV, 1977, pp. 297-304.
Miscelánea Apócrifa. Sigue Mairena..., 20 (1938), 5-12; Vol. V, 1977, pp. 5-12, Col.
Biblioteca del 36.
Mairena Postumo, 21 (1938), 5-12; Vol. V, 1977, pp. 113-120, Col. Biblioteca del 36.
Mairena Postumo, 22 (1938), 9-15; Vol. VI, 1977, pp. 229-235, Col. Biblioteca del 36.
Mairena Postumo, 23 (1938), 7-13, (este número fue secuestrado y no pudo repartirse,
apareciendo 34 años después algunos ejemplares); Vol. V, 1977, pp. 331-337.
Entrevistas
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VIU, F. de, Los hermanos Quintero y Manuel y Antonio Machado disertan como
convencidos republicanos (Entrevista), Madrid, Ahora, abril 1931.
OLMO, R. del, Al comenzar el año 1934. Deberes del arte en el momento actual
(Entrevista con A.M.), Madrid, La Libertad, La Libertad,
1-1934, Recog. en: Los novelistas sociales españoles (1928-1936). Antología, Madrid,
Peralta-Ayuso, 1977, pp. 65-67.
PRATS, A., Conversación con el insigne poeta Don A.M., Madrid, El Sol, 9-XI-
1934; Recog. por R. Marrast en Rev. La Torre, 45-46, y en versión incompleta en
Almanaque Literario, Madrid, 1935; Recog. en: A.M., Madrid, Taurus, 1979 (2.a ed.),
pp. 35-40 (reproduce el original).
A.M. en Valencia. El insigne poeta español dice: «El Museo del Prado y la
Biblioteca Nacional»..., Barcelona, La Vanguardia, 29-XI-1935, p. 1.
Entrevista a A.M. (entrevista sin firma), Madrid, Heraldo, Heraldo, 1936.

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—, Cartas de... a Juan Ramón Jiménez, con un estudio preliminar de Ricardo Gullón
y prosa y verso de... y Juan Ramón Jiménez, San Juan (Puerto Rico), Ed. de La torre,
1959, 73 pp. facsímil; Publicaciones de la Sala Zenobia-Juan Ramón de la Universidad
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plancha por B. Falencia), Madrid, Edic. de Arte y Bibliofilia, 1977, 12 pp., Col. Tiempo
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315
Foto
familiar de Antonio Machado poco antes de la guerra. En ella aparece su madre, su hermano José, la
mujer de éste y sus hijas

316
ANTHROPOS/99

ANÁLISIS Y COMENTARIOS
Tres glosas literarip-filosóficas a Antonio Machado*

Juan David García Bacca


CREACIÓN Y PRODUCCIÓN
¿Dices que nada se crea? No te importe, con el barro de la tierra, haz una copa para
que beba tu hermano.
¿Dices que nada se crea? Alfarero, a tus cacharros. Haz tu copa y no te importe si no
puedes hacer barro.
ANTONIO MACHADO, Obras completas, Ed. Séneca, México, 1940, p. 238.
Los griegos griegos —el «verde que te quiero verde»— no fueron tontos, como raza,
o, si nos repugna la palabra, digamos como pueblo; griegos sueltos, no sólo no fueron
tontos, sino han sido los más inteligentes hombres que ha habido.
Los hebreos hebreos fueron tontos
* Título nuestro bajo el cual agrupamos los trabajos originales de J.D. García Bacca,
«Creación y producción», «Pensar, amor y verdad» y «Glosa a un proverbio y cantar de
Antonio Machado». [N. del E.]
como raza, o como pueblo; y pasearon su cerrilismo y cerrazón mental por toda el
Asia menor, y sus linderos. Algunos hebreos que frente a su pueblo «de dura cerviz» —y
es palabra de su Dios— se destacaron, advínoles la inteligencia por inspiración divina, de
la que necesitaban para cosas tan elementales como decir «no matarás, no robarás, no
codiciarás los bienes ajenos, no tomarás en vano el nombre de tu Dios...», o para recoger
sin discriminación leyendas babilónicas o egipcias, o quedarse pasmados ante un canto
nupcial o un drama teológico que ningún literato —ni griego griego ni clásico posterior ni
romántico moderno— firmaría, a no ser por obligación de conciencia religiosa.
Esto no es lo peor —pues «cada cual es como Dios lo hizo», di jólo Sancho Panza
—. Lo peor fue que ciertos griegos, no tontos —tampoco de los más inteligentes—, y
algunos hebreos, mediocres de natural —lo que no obstó para que se creyeran inspirados
nada menos que por su Dios—, se dieran por obligación de conciencia moral, religiosa y
política cambiar de vocación: griegos, a tomar en serio, con seriedad filosófica, leyendas
mesopotámicas y palabras de vago, hiperbólico e híbrido sentido; hebreos, a querer
hablar en griego, o en romano, de lo que no entendían ni por lenguaje ni por sentido —a
tomar en serio, la filosofía con la seriedad propia de profecía y según los modos
antifilosóficos de apocalipsis, epifanías y evangelios—.
De esas cuestiones, híbridos de profecía y apofansis, de mitología mesopotámica
griega, de logos y evangelio hemos heredado nosotros, bajo el nombre de teología, un
buen número: bueno, por grande; pésimo, por sus pretensiones de solución salvadora,
respuesta definitiva y sanseacabó.
Una de ellas, y no por cierto la menor o marginal, es la creación de nada, con sus
indisimulados desdén y menosprecio por la producción o cualidad humanas.

317
Machado tuvo que hacerse, a no dudar, violencia a lo que de cristiano tenía —y por
herencia tenemos casi todos—, para exclamar:
¿Dices que nada se crea? No te importe, [...]
¿Dices que nada se crea?
[...] no te importe
si no puedes hacer barro.
Tres son, entre otros, los prejuicios que ese híbrido de filosofía y mitología semítica,
que es la noción de creación, nos ha inoculado/y circulan por nuestras venas desde siglos.
Primero: El de que nada se crea ya —desde que Dios creó, a golpes de palabra, los
cielos y la tierra, y cerró al cabo de seis días el período creador, y se puso a descansar; y,
claro está, continúa descansando de crear cielos, tierra, estrellas y animales...—.
Segundo: Que producir algo de nada, sin material preexistente, constituye la hazaña
de las hazañas; o que lo importante no es lo hecho; lo importante es que, de lo hecho,
sea lo que fuere, no haya habido nada antes. Sobre todo que
100/ANTHROPOS

318
no preexista el barro, o
materia informe a reformar.
Tercero: Producir algo por sólo decirlo, por la sola, nuda y simple palabra; tal ha de
ser el modelo supremo de producción, descalificador automático de manos —y de
alfareros que no producen cacharros y vasos por palabras mágicas o sacramentales, sino
por obra de sus manos, como operarios u obreros—.
Tratemos de reivindicar para nosotros las categorías de barro, obrero e inventor,
dejando para quien las quisiere las de nada, oráculo y creador.
I
¿Dices que nada se crea? No te importe, [...]
Las cosas no tienen más importancia que la que nosotros les damos. Pero tanta y
tanta, y por tantos siglos, puede haberles dado a algunas la humanidad que, a lo último,

319
resulten importantísimas y lo único y más importante —que, a tal paso, el más pobre de
este mundo llegaría a ser el más y el único rico, si todos los ricos se pusieran, ¡oh
inverosimilitud de inverosimilitudes!, a regalarle su dinero, y la consiguiente importancia
de Don Dinero—.
La abstracción —total, formal, fenomenológica...— sacude las cosas concretas, y
cáenseles sus individualidades al primer remezón, sus diferencias específicas al
segundo... y al cabo de pocos más despréndense hasta las categorías, quedando limpio,
mondo y puro el ser en cuanto ser. Frente a su universalidad de universalidades,
ultratransparente pureza y supradiamantina simplicidad lo demás: de Dios a protón, de
sustancia a relación... carece de calidad ontológica. La ontología es la descalificación
misma de los entes.
La importancia constituye el correlativo método o procedimiento de limpieza
valorativa de las cosas. Importancia es abstracción valoral.
Afirmación, negación: potencias lógicas.
Importancia, no importancia: potencias valórales.
Ponerse a afirmar o a negar: poderes del Yo lógico.
Dar importancia, no dar importancia: poderes del Yo libre.
Descartes y Husserl percibieron con deslumbrante claridad el abismo sin fondo que se
abre entre afirmación y ponerse a afirmar; negación, y ponerse a negar; y el correlativo
entre verdad, y ponerse a afirmarla; falsedad, y ponerse a negarla. El abismo lo franquea
la libertad —no la verdad ni la lógica ni la ontología ni la teología—. Yo soy quien,
libremente, se pone o se da a afirmar o a negar. La libertad lo es, inclusive y
principalmente, frente a la verdad y falsedad, afirmación y negación. La libertad posee,
por tanto, función y poderes supraontológicos. Abstenerse de ponerse a afirmar o
abstenerse (epokhé) de ponerse a negar no son abstracción, formal o lógica, cual las
llamadas abstracción total, formal o funcional... Es abstracción real: poder por el que el
Yo se abstrae o separa, digno y pulcro, de todos, aun de verdad y falsedad, sin descender
a discutir con ellas en su terreno, en su contenido. Podrá ser algo verdad tan grande
como un templo; no por serlo tengo yo —tiene un Yo— que ponerse a afirmarla. La
verdad no puede arrancar a un Yo la afirmación. Se trata de un poder del Yo,
descalificador de verdad y falsedad. Por muy bien que nos demuestren que Dios existe, o
que 2 + 2 = 4, entre esas verdades y el Yo se interpone el abismo sin fondo de mi
libérrimo ponerme a afirmarlas o abstenerme de ello. A la verdad le hacemos, a veces, la
gracia de afirmarla; a la razón o razones les damos, a veces, razón; y casi iba a añadir
que, es natural, mas no necesario, que se haga. Lo mismo pasa con bienes y valores.
Podrán ser la justicia, la lealtad, el amor, la urbanidad... valores tan excelsos unos,
excelentes todos, cuanto que se quiera, o pretenda una jerarquía o teoría de valo

320
res. Y tribunales de justicia, Cortes supremas, códigos, amigos, personas educadas...
apreciabilísimos bienes son y concreciones peculiares de tales o cuales valores; si no nos
da la gana de darles importancia, quedan reducidos a la impotencia, a no poder hacer
valer el valor que son. El valor no puede hacerse valer, en definitiva y última instancia,
sino mediante un acto de libérrima, supravaloral, decisión del Yo.
La importancia no es, pues, un valor; es el originalísimo poder de hacer que los valores
realmente valgan, o dejen realmente de valer. Podrá una realidad estar cargada,
recargada y sobrecargada de Bondad; si no nos ponemos a darle importancia, si nos da
la gana de dársela, resultará impotente para hacerse ella, la Bondad en persona, valer. El
valor es desvalido sin nuestra libertad.
No tiene importancia alguna, ni ontológica ni valoral, el que haya o no haya algo, nada o
ser, antes de ponerse a crear o a hacer.
Con todo el ser a cuestas, el uranio lleva miles de millones de años desintegrándose, tonta
y pertinazmente —dicen que calentando la tierra: algo tenía que hacer, según la ley de
conservación—. Cuando el hombre se puso a hacer algo con él, entró el uranio en la
historia, o dominio de novedades. Fue creado; y tal día de tal año —¿1936,1944?— fue
el día de su creación. El otro, el uranio natural, igual pudo ser hace dos mil millones de

321
años que cien mil millones de millones de años, que un quintillón de años... que un
segundo, que una millonésima de segundo..., y pudo quedarse tal cual por otros tantos y
más millones de siglos, por los siglos —casi iba a decir Amén—. Que si no hubiera
habido uranio natural no se hubieran inventado la bomba o reactor atómicos, es cierto;
pero por sólo haber habido tal uranio natural, no se sigue que se inventaran bomba o
reactor. De realidad a invención, no hay paso. Porque una cosa no sea real, no por eso
sólo tiene que venir al ser por creación; de ser esto verdad, no sería real este segundo de
este minuto de este año en que estoy escribiendo, puesto que esta novedad, por ínfima
que sea —y por mucho que la queramos ningunear—, nunca antes fue, nunca después
será. Surge entera ahora, de golpe, sin causa necesaria y suficiente. Adviene porque sí.
Existía, no existir son, respecto de creación, cosas neutrales. Y no han sido ni creados ni
no creados el ser y la nada. Mejor lo dijo Machado, sin metafísicas o filosofemas:
[...] no te importe si no puedes hacer barro.

ANTHROPOS/101

322
II y semitas, helenizados a medias y a cua
dros para los que pensar y decir serán las bienvenidas y decorosas vestimentas de la
pereza y del desdén por la realidad: por las categorías de barro, obrero e inventor; o por
la historia: serie de inventos, para los que todo el ser —natural o no, genético, jurídico,
social, económico, religioso— sirve, sin más remilgos ni respetos, de simple material: de
barro.
El magnifícente desplante de otro español españolísimo: D. Miguel de Unamuno: que
trabajen ellos, ha llevado en nuestra desdichada España, a que no nos importe, ni haya
importado por siglos —sea dicho trastocando las palabras de Machado— el que tantos
hermanos nuestros carezcan de copa —casa, higiene, alimentos, ropas, tierra, trabajo,
instrucción...—, y nos paguemos de grandes palabras: Catolicismo, Orden, Civilización
cristiana, Voluntad de Dios...
Aunque no lo parezca, todo ello se sigue, con malditamente feroz lógica, de preferir
las categorías de nada-oráculocreador a las humildes y humanas de barro-operario-
inventor.
Tomemos en serio, y no sólo va la cosa por España, lo de Machado:
Alfarero, a tus cacharros. Haz tu copa y no te importe si no puedes hacer barro.
[...] con el barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano.
Platón es, precisa y justamente, eso: un grano del pensar que, puesto a arder en
amor, dio al mundo la luz de la más grande verdad que se ha visto en la historia. Platón
es la luz emanante de la fusión de pensar, amor y verdad; o de Idea, Bien y Verdad,
puestos a arder. Lo demás que fue Platón cae en el orden de lo insignificante, o en el de
condición próxima o remota —necesaria, cuando más, nunca suficiente—, para
determinar quién es.
La pregunta elévase así de nivel: Primero, para que el pensar pueda arder —aparte
de sus ordinarias funciones que, son, entre otras, explicar las cosas definidas, sólidas y
cristalinas— ¿qué combustible adecuado emplear: amante o amor?
Segundo: ¿Qué forma o estado ha de tomar el pensar para que pueda arder? —basta
para ello que sea pensar discursivo, definidor, opinable...—.
Tercero: Hallado el estado del pensar, adecuado para arder en amor, ¿será verdad, y,
sobre todo, la más grande verdad, lo que se vea?
Cuarto: Admitiendo que sea la más grande verdad lo que brote de fundir pensar y amor,
¿la verdad resultante será del tipo relámpago o del de la serena y firme luz del sol?
Y basta con estos interrogantes para desencadenar la reacción en cadena de otros, y
dejarlos todos en suspenso, pues el autor de este artículo no sabe, con saber digno de
esta palabra, la respuesta.
PENSAR, AMOR Y VERDAD I

323
Difícil —entre otros motivos, por aventurada— es la empresa de caracterizar,
inequívoca y adecuadamente de vez, la figura filosófica de Platón. Todo lector asiduo y
reverente, y todo traductor con ojos de literato y filosofo, se ha visto, al final del trabajo,
emplazado, y aun retado, por el interrogante: ¿quién y qué, por fin, será Platón? Y cada
uno ha dado su respuesta —o ha renunciado prudentemente a ello—.
Machado, sin proponérselo, dio, a mi parecer, la más acabada y penetrante
caracterización de Platón, al escribir en uno de los tercetos de un soneto suyo —de los
atribuidos modestamente por él a Abel Martín:
Si un grano del pensar arder pudiera, no en el amante, en el amor, sería la más honda
verdad lo que se viera [...]
Lo importante no se cifra en sacar algo de la nada o del ser; sino en lo que se saca;
en el producto, en lo hecho, y en quien lo hace.
Dando una mirada al mundo circundante, decía con uno de sus típicos desplantes Pío
Baroja: esto..., lo hace cualquiera. La cosa es peor metafísicamente; y será Sartre quien
lo diga: el mundo natural, el ente, para ser lo que es tiene que recobrarse de sus causas, y
ponerse a serlo en sí. Si es que hubo causas, el ser, para ser, las borra. Ser es borrón y
cuenta nueva de causas. Llegada la hora de nacer, el hombre tiene que respirar él, de por
sí; y por el sólo respirar y latir el corazón no sabríamos que hemos tenido madre; lo
sabemos por otros, que, a su vez, saben sólo por sí que respiran y viven.
Que el ser ha sido creado sólo puede saberse, a lo más, por verlo pasar a otro, y a
manos de su causa, y aun así llegará un momento: el de la realidad de verdad, en el que
el ser sea y tenga que ser lo que es por sí, en sí, so pena de que la causa misma no haya
hecho nada sino mirarse cara y manos en un espejo que ni siquiera es espejo en sí ni
sirve para mirarse y verse obrar y ver en él lo hecho.
Encontrarse con el ser —natural o inmediato, material o no, espiritual o no...— está
ahí —hecho o no hecho—, carece de importancia. Los griegos lo comprendieron; y crear
de la nada les pareció un sinsentido, por anterior e indiferente a todo sentido y
contrasentido.
La Biblia no dice otra cosa. Dentro de ese cajón de sastre de la sabiduría semítica,
como llamó Machado al Antiguo Testamento, una de las tradiciones cosidas en el
Génesis sírvese constantemente de la palabra amasar, y no de la de crear, usada en el
paño o retazo insertado en el comienzo del Génesis. La tradición de barro, ladrillos,
amasijo... babilónicos hablaba en esa palabra, inteligible a semitas de aquella región.
Nada les importó no poder hacer barro; lo tomaron sin más requilorios. Alfarero, a tus
cacharros. Se pusieron a fabricar, y dejaron monumentos... y no palabras, inspiradoras
de futuros bizantinismos conceptuales, híbridos de griego y semita.
Por decoro, mal podía Dios descansar de sólo decir: hágase, hágase. Descansó Dios
de realmente amasar, en siete días, nada menos que cielos, tierra, plantas, animales y
hombre. Eso se llama trabajar, en firme y en grande. Y merece descanso, y es un buen
ejemplo para trabajadores. Lo otro de decir: hágase, hágase ha sido el mal ejemplo
justificativo de la pereza multisecular de tantos arios
102/ANTHROPOS

324
ANTONIO MACHADO, Obras
completas. Ed. Séneca, México, 1940, p. 365.
Forma del pensar capaz de arder La pólvora arde, regada por el suelo; explota,
comprimida en cartucho. El uranio arde, dejado en su mina, con no visibles rayos, pero
sí con radiaciones durísimas y penetrantes: rayos gamma; mas el uranio explota montado
en bomba, con cantidades críticas debidamente aproximadas en tiempo y lugar. Arde el
sol, y sábese ahora que su luz y calor provienen de explosiones nucleares —fusión y
fisión—. Arde-y-explota.
¿Qué forma dar al pensar para que o simplemente arda o arda por explotar?
Si todas las circunferencias vistas hubieran ostentado siempre ante los ojos el color rojo,
creyéramos, dice Aristóteles, que rojo era una propiedad tan esencial de circunferencia
como lo es ahora su curvatura constante. Y sería preciso gran sutileza de pensamiento
para deslindar, por definición adecuada, una cosa de otra.
Hasta Platón, y aun después de él casi siempre, el pensar había presentado ante la mente
varias formas o estados: pensar intuitivo de ideas de simplicidades lucientes típicas y
recortadas, o la de pensar ser, despensando opiniones y fenómenos, o la de pensar
discursivo, o la de pensar corriente, cotidiano, común, y otras.
La opinión o pensar opinativo, la recta opinión misma, el pensar científico mediante eidos
o esencialidades dan, sin lugar a dudas, cada uno su luz —tranquila, segura, definida—.

325
Platón, como buen griego, padeció —si es que se puede llamarlo enfermedad o pasión—
de obsesión solar —de heliotropismo—. Nosotros la hemos perdido a manos de ese
invento que es la luz eléctrica. Hemos perdido la obsesión por el sol, por el hágase luz:
petición, anhelo y necesidad diaria en otros tiempos; y, al perderla, desvanecióse el halo
de divinidad del sol —o su más modesto de modelo metafísico—.
El sol luce y arde con luz y ardor descubrientes y engendradores. ¿Qué más natural o
inmediata exigencia, pues, que la de pedir a la lucecita mental que es el pensar que se
ponga a altura del sol: arda y luzca?
Implícito y ejercitado proyecto de Platón.
La pólvora, regada por el suelo, arde; mas no explota. El pensar discursivo, pólvora es,
derramada cual reguerito por cosas, uniéndolas una con otra mediante más o menos
intermedios, siempre con un término medio común. Y da su luz.
El eidos o definiciones de hombre, piedad, justicia, amistad... o de tierra... foquitos son
de luz, de alcance delimitado —mas dentro de él, discretos en iluminación—.
Pero el sol es sol. Y ahí, cual omnividente ojo del cielo, que dijera Esquilo, está,
tranquilamente desafiante. Su luz no es eidos concreto y delimitado —cual los de
hombre y agua, de circunferencia...—, es idea y no pequeña (La República, 507 e -508
a).
La obsesión por el sol continúa presente y actuante. Y lo que es peor, o más profundo,
descalificando las demás luces, aun las esenciales (eide). La luz del sol —luz calor, luz
ardor— ¿ha de emplearse para hacer que la mirada converja hacia él, cual hacia
Principio, o bien servirse de ella como de simple medio para ver las cosas —agua, tierra,
plantas, animales, hombre...—, siendo éstas el fin y el final, el ápice y acto último del
conocimiento y del ser?
Se trata, sabérnoslo ahora, no de un problema teórico, sino de una decisión previa a todo
filosofar, y de la que depende el tipo mismo de filosofar. Es cuestión no de verdad o
falsedad, sino de

326
«La Tierra de
Alvargonzález» según interpretación de Vázquez Díaz
ponerse (Husserl), por un acto libérrimo, a tratar sol cual principio, y cosas cual
principiadas; o ponerse a dar la primacía a las cosas, y el carácter de medio a sol y a luz.
Platón, con tanto derecho al menos como Aristóteles, se puso a, se decidió por mirar
todo hacia sol, cual principio; por el mero hecho de tal decisión lo sensible quedó
orientado hacia lo eidético, y esto hacia Idea de Bien —hacia IdeaAmor—.
Difícil cosa es poner a arder un grano de arena, o un diamante. Más dificultoso
resulta poner a arder una esencia o eidos, que son los granos supradiamantinos de la
realidad. El pensar posee también su esencia, y más dura y reticulada que las esencias de
opinión, ver, discurrir..., hombre, agua, tierra, dos...
Para poner a arder al hidrógeno y que, fundido, dé helio —y, por ello, estrellas—,
hacen falta unos centenares de millones de grados de temperatura.
Para que arda el pensar no basta con el combustible de un amante, o amor
concretado; hace falta el «Amor puro, sencillo, sin mezcla, no infectado de carnes, ni de
colores ni de tantas otras mortales naderías» (Banquete, 211 e.). Tal es el combustible; y
tal, su grado de temperatura, capaz de hacer arder la esencia de mente que es el pensar.
Lo que de la mente es capaz de arder se reduce al sólo pensar; lo demás es escoria o
materia volátil. Lo que de los eidos concretos resista al ardor del amor será lo que tengan
de idea; lo demás no pasa de imitación, semejanza, similor, silueta, sombra: todo ello
escoria eidética, idolillos.
II
Luz y Verdad.
Démonos, por unos momentos, a imaginar, y, sobre todo, a pensar qué imagen, y
experiencias, sacaríamos del mundo actual si tuviésemos unos ojos dotados de la finura
de nuestros espectrocopios, que el humor vitreo poseyera la sensibilidad para iones de las

327
cámaras de Wilson y Millikan, y nuestra pupila fuera tan fina como ciertos preparados
fotográficos; supongámonos dotados, además, de un sentido del movimiento y equilibrio
tan delicado al menos como los mejores sismógrafos de los observatorios; y nuestro
tacto, de una sensibilidad para los cambios de temperatura, superior o igual a la de los
mejores termómetros y termostatos. Es un prejuicio —es decir, una convicción anterior a
todo juicio, sea ella misma verdadera o falsa— creer que el sentido de todos los hombres
—la sensibilidad cual totalidad de todos los sentidos o todos ellos en grado de coafinación
— haya sido, sea o será siempre el mismo.
Platón fue un hombre que, según todas las apariencias documentales, tuvo sensibilidad
de sismógrafo para el mundo; lo notó sometido a continuo y arrítmico movimiento, en
estado de terremoto (seísmos), y tembló por su realidad —la suya: la del hombre y por la
de las cosas—. No acusaremos a un sismógrafo de falsificador o alarmista porque escriba
en una cinta una curva oscilante o porque nosotros no tengamos la sensación de temblor
—fuera de casos extre

ANTHROPOS/103

328
mos, raros e impresionantes por su brutalidad—.
Aristóteles tuvo, en este punto, sensibilidad normal; macroscópica y roma. Los dos,
Platón y Aristóteles, tienen razón acerca de la realidad: macroscópica o global, el uno;
microscópica y fina, el otro.
La solución no puede consistir en enfrentarlos y ver quién tiene razón, sino en unir de
alguna manera sus experiencias, al modo que, en nuestros días, Bohr intenta, por el
principio de correspondencia, vincular sin desdibujar mundo clásico —macroscópico—,
y mundo cuántico.
En este punto Platón y Aristóteles son diversos en cuanto hombres. Y lo es Platón
respecto de casi todos los hombres, mientras que Aristóteles es, en este punto, igualito a
la inmensa mayoría de los humanos. Pero Platón fue griego, por los ojos; y lo fue
Aristóteles. Ser griego de ojos consiste en una cosa muy sencilla: en ver la luz del sol
como bloque simple, y no cual tamizada por un prisma y descompuesta en colores,
menos aún en espectro infrarrojo y ultravioleta. En este aspecto nuestros ojos fisiológicos
continúan siendo griegos, mas nuestros aparatos, los ojos artificiales o científicos —tan
nuestros como es nuestra la ciencia física actual—, ya no lo son. Y aquí está el punto
crítico. La mente no puede ya tomar los datos de sus sentidos cual si fueran
componentes de un orden esencial, único posible: elevar el ojo a aparato científico. El
que no estén a la altura de un prisma, microscopio, cámara Wilson, contador Geiger... no
exige descalificarlos en su ámbito; mas tampoco elevarlos a norma única y absoluta, a
proveedores de la inteligencia.
La luz natural es, sin duda, una potencia de verdad: de descubrimiento de lo que las
cosas son o tienen de visible —a lo que el griego llamó eidos—. Poco es lo que de una
realidad corporal aparece en el espejo; la imagen especular es algo, no mucho, de la cosa;
y eso mismo que es, lo es por modo de simple presencial, reducido a inoperancia física.
Preferirlo como declaración fidedigna y rica de las cosas define al griego, mas no al
hombre, y menos aún al científico, y todavía menos al filósofo, que del hombre natural y
del hombre científico, cual de proveedores, tiene que vivir —<le proveedores de material
a elaborar en productos ontológicos o metafísicos—.
Pero si cada uno es como Dios lo hizo, díjolo Sancho Panza, y, por tanto, perfecto
derecho tiene el griego a ser hombre griego, lo posee Platón para ser griego de ideas, y
Aristóteles para ser griego de eidos. Y aquí se divide el común camino. Dada la luz
natural, y vivida cual bloque radiante, Platón es el hombre griego cuyo medio
cognoscitivo y vital es la luz en bloque indistinto, sumergiente en su supraunidad e
indivisibilidad todas las cosas, deslumhrándolas con su potencia, desdibujándolas en sus
contornos, comiéndoseles los colores, casi más bien diluyéndolas en sí que no ella
diluyéndose o repartiéndose en ella. Luz como idea —y «por cierto, no pequeña»—.

329
Aristóteles dirá de la luz lo que jamás dijo ni podía decir Platón —aparte de lo que
ninguno de los dos pudo decir: que es movimiento ondulatorio transversal de un campo
electromagnético cuya energía, granulada o aperlada, se define por el producto de la
constante de Planck por la frecuencia—.

Aristóteles, puesto a decir en palabras lo que asomada a los ojos su mente veía,
definió la luz como el acto propio, y final ya, de lo transparente en cuanto transparente
(diáfano), sobre todo del aire. Acto último de lo transparente en cuanto transparente
(De Anima, libr. II, cap. VII). Son, pues, las cosas —ciertas cosas privilegiadas: aire,
agua, superficies sólidas y lisas...— las que hacen de potencia propia de la luz, y es ella
su acto final. Luz, a servicio de eidos o formas y propiedades de las cosas.
Es verdad, sin duda; mas para ojos macroscópicos, y para mente que sea mente de
ojos macroscópicos —sus proveedores monopolísticos de datos—. Es tan verdad que
eso es, justa y propiamente, Aristóteles frente a Platón, dentro del denominador común
de hombre griego. A escala microscópica, y dentro de luz y radiaciones en general —que
de todos los cuerpos salen o se arrancan—, el perfil típico de los cuerpos desaparece, se
desdibuja, oscila. Luz hace de medio disolvente —a la larga, eficazmente—, más que de
medio uniente. Platón fue un griego con sensibilidad para percibirlo —de mente dotada
de prismas, espectrógrafos, contadores Geiger, cámaras Wilson...—.
Si no admitimos, valiente y decididamente, que eso es Platón, la historia de la
filosofía quedará reducida a historietas o cuentos, contados, en el mejor de los casos, no

330
por un idiota, sino por un sabio. Pero no por eso será menos cuento el cuento.
Es falso —o digamos más modestamente: no consta— que la mente de los hombres
sea de una sola e ínfima especie. Justamente los grandes filósofos, físicos, matemáticos...
son las mutaciones de la especie mental, más significativas que la mansurrona,
insignificante y gregaria multitud de los humanos —cada uno uno de tantísimos, un
cualquiera—.
No se puede ser Platón ni entenderlo, o serlo mentalmente, por sólo leerlo en sus
obras; ni creer uno de nosotros que lo ha entendido por sólo cerrar los ojos a lo que está
ahora viendo: televisores, espectrógrafos, microscopio electrónico... No ven ya nuestros
fisiológicos ojos con la inocencia de los de un griego; nuestra ignorancia de lo que ven
nuestros ojos científicos es ignorancia afectada; y, bajo ella, nuestra pretensión de
entender a Platón será otra afectación —más grave, cuanto más vivamos en el ámbito de
la técnica moderna, aun en sus invasiones domésticas—.
La verdad en Platón —lo que es Platón en cuanto vidente y descubriente y pensante
— es verdad o patencia de idea: todo, hombres, plantas, dioses, dos, circunferencia...
sumergido en bloque de luz, disolvente lenta y segura de eidos.
Si se define la verdad por potencia de patencia, el tipo supremo de tal poder habrá de
otorgarse a una verdad, tan singular y única, que desingularice y desindividúe todo. La
Unicidad de la Verdad —real de verdad— impone tal proceso, que recibió el nombre de
dialéctico: Universo real inmediato que terminará disuelto en luz, disuelta a su vez
uniformemente por el universo, y mundo eidético cuyo final consistiría en disolución de
sus perfiles en y dentro de Idea.
Ver todo eso, además de saberlo ajustadamente decir, es Platón.
El grano del pensar ha, realmente, ardido; no en amante o cosas amables concretas, sino
en amor: en Bien que no es bienes, sino bienes disueltos en idea —disolvente natural de
eidos—. Y la verdad o patencia alcanzada es «la más grande que se viera», pues es el
predominio, realizado, de La Verdad en cuanto La Patencia.
Eddington, puesto a fantasear sobre la ciencia, en vez de fantasear sobre las vulgares
imágenes sacadas del vulgar muestrario recogido por nuestros vulgares sentidos, dirá que
el final del universo no será precisamente un mar de calor a baja temperatura —un baño
tibio capaz de adormecer toda energía—, sino una inmensa radiodifusión: todo,
convertido en ondas de radio, las ínfimas del espectro. Tal sería la verdadera y definitiva
sinfonía universal, tocada al unísono. Universo en estado de unísono real. En principio
de entropía, admite esa interpretación —entre otras, una vez admitido él—.
La historia va haciendo —y es ella ese mismo hacer o quehacer— que cada vez, época
tras época, resulte más improbable —y por ello próximo a la imposibilidad— el poder ser
Platón, el entender lo que es Platón.
Descomponemos ahora —con pasmosas tranquilidad e inconsciencia— la sencilla luz del
sol en espectro de colores y radiaciones; y no creemos cometer un atentado o pecado
contra la luz, cuando lo fuera, y gran luminicidio, para Platón —y aun para Aristóteles—.
Y andan sueltos, por obra de nuestra inventiva, fotones, electrones, neutrones... cada
uno con sus peculiares ondas. La mente ha hecho a su manera, bien real, cosa parecida:

331
descompone la Bondad en bondades o bienes, bienes en cosa y valor, Verdad en
verdades. Y real y verdaderamente andan ya sueltos por el mundo actual cosas, valores,
verdades, ideas, cual van disparados por el mundo físico, disparados por nosotros,
protones, electrones, fotones... Nos quejamos a veces de la creciente radiactividad de la
atmósfera física, y protestamos airada o mansamente, con Linus Pauling y Bertrand
Russell, contra las explosiones nucleares. No nos quejamos, bien al revés, de que, a
manos de nuestra mente, y por virtud de esos aparatos mentales —realmente eficaces—
de abstracción formal, fenómenológica, valoral... vaguen sueltos y disparados, cual
proyectiles, valores e ideas, dejando indefensos y vacíos cosas y bienes.
Quien impugne, sabiendo lo que hace, la teoría de los valores, sea consecuente y súmese
a Linus Pauling y Bertrand Russell en su protesta contra los experimentos nucleares. Mas
quien acepte en su casa televisión, no proteste ni impugne la teoría de los valores. Son
tan reales los valores como los electrones emitidos o sueltos por un bombardeo de metal
con fotones. La Bondad se hace plural, y la Verdad truécase en plural, no por proceso
natural sino por artificial; pero no por artificial menos real. Los instrumentos mentales de
desintegración no son menos reales y menos potentes que los físicos; sí son más sutiles,
ellos y sus productos.
Valores e ideas son productos de desintegración artificial de Bien e Idea. En tiempos de
Platón y, en su grado, en los de Aristóteles, el mundo natural y el mental estaban aún
íntegros —en Platón, integérrimos—. ¿Se fueron tales tiempos para no volver? Si se
fueron, se fueron de verdad, en realidad; y ese se fueron es lo que da a la historia el no
ser historieta o cuentos contados por grandes narradores, sino el ser la serie
retrospectivamente coherente de inventos de ser.

GLOSA A UN PROVERBIO
Y CANTAR DE
ANTONIO MACHADO

Ayer soñé que veía


a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía...
Después soñé que soñaba.
GLOSA
Lo que va de Antes de ayer a ayer,
y de ayer a Hoy.
Sé que antes de ayer veía
a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que yo le entendía.
Ayer... soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía.
Después... soñé que soñaba.
1. Antes de ayer..., allá por el siglo primero de nuestra era, supieron ciertos hombres,
pocos y privilegiados, que veían a Dios y que Dios les hablaba por boca de Cristo, que
era Dios; y supieron, con saber de personas: de quienes se ven cara a cara y se miran,

332
que entendían lo que Dios les hablaba. Y pusieron por escrito sus palabras. Son el
Evangelio: la Buena Nueva. Y lo es porque relata esa Novedad de Novedades, resumida
en que los hombres vieron a Dios, en que nadie menos que Dios les habló; y, ¡oh
maravilla de las maravillas!, en que los hombres entendieron lo que nadie menos que
Dios les dijo... Eso pasó antes de ayer. Pero al pasar de antes de ayer a ayer, pasó
también eso de vigilia a sueño, a la historia.
Ayer..., después del siglo primero, todo eso se trocó en sueño. Y nos vienen contando
siglo tras siglo, casi milenio tras milenio, que unos hombres vieron a Dios, que Dios les
habló, que ellos le entendieron. Y nos lo cuentan a los miles de millones que ni vimos ni
oímos ni entendimos; y quienes nos lo cuentan, tampoco ellos lo han visto, ni oído, ni
entendido —ellos en persona—. Unos creen que otros vieron; unos creen que otros
creyeron que otros vieron; unos creen que otros creyeron que otros creyeron que otros
vieron... Y nosotros tenemos que creer ya que los hombres del siglo xviii creyeron que
los hombres del siglo xvii creyeron que los hombres del siglo xvi creyeron... que los
hombres

del siglo n creyeron que algunos hombres


del siglo i,

333
vieron a Dios,
que Dios les habló,
y que ellos le entendieron.
Pero nosotros ya, de tantos intermediarios creyentes, sólo podemos, cuando más,
soñar:
Ayer soñé que veían otros
a Dios y que Él les hablaba.
Nada de antes de ayer veía yo. Ese antes de ayer se fue para no volver, hace
diecinueve siglos, y amenaza, y cumple, con irse cada vez más lejos: a mil siglos, a un
millón de siglos...
Ya ahora, Hoy, para muchos, no nos queda sino eso:
Después... soñé que soñaba.
Nuestra religión está hecha de materia de sueños y de sueños de haber soñado. Y
realmente —en nuestra vida social, política, religiosa, pública...— no queda, hecho
valiente y sinceramente el balance, más que un ensueño de haber soñado que Dios vino
al mundo y dijo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado»; «Pongo mi vida
por mis enemigos»; «¿qué mérito tiene hacer el bien sólo a los amigos?»; «Mi reino no
es de este mundo»; «Bienaventurados los pobres, los mansos»...; «Quien quiera
seguirme, venda todo lo que tiene, délo a los pobres... y tendrá un tesoro en el cielo»;
«No podéis servir a dos señores: a Dios y al Dinero...»
¡Lo que va de antes de ayer a ayer, y de ayer a hoy!
2. Antes de ayer —hace poquitos años, menos que los dedos de una mano—
supimos los venezolanos que nos veíamos y supimos que nos hablábamos, y supimos —
con saber de personas que se miran cara a cara, a los ojos— que nos entendíamos. Y lo
que nos oíamos decir, y en lo que nos entendíamos, puesto quedó por escrito. Y fue
nuestro Evangelio: la Buena Nueva de nuestra resucitada Democracia.
Ayer... ya sólo soñábamos que nos habíamos oído, hablado y entendido. Ayer, era ya
sueño el que nos habíamos hablado de nuestra democracia y que nos habíamos
entendido como demócratas, que nos habíamos mirado a los ojos y, en tal mirada,
reconocido todos como demócratas.
¿Después —¿ahora?— soñé que soñaba?
Mientras conservemos, aunque sea reducido a ensueño, eso de que Democracia es
—aparte de definiciones jurídicas o políticas— una forma de vida social en que los
hombres se miran a los ojos, se hablan, se oyen y comienzan o terminan por entenderse,
siempre será posible que se cumpla, trastocando debidamente algunas palabras, aquella
otra coplilla de Machado:
Anoche soñé que oía
a Dios, gritándome: ¡Alerta! Luego era Dios quien dormía, y yo gritaba: ¡Despierta!
¿Quién despertará con un ¡Alerta! a nuestra democracia dormida, soñante y
delirante? Pero, si llegare a dormirse el Demócrata que de nuestros sueños y pesadillas
nos despertara, ¿quién le gritará: ¡Despierta!?
¡Lo que va de antes de ayer a ayer y de ayer a hoy, en todo: en religión y en política!

334
El cantar y el decir filosófico de Antonio Machado1

335
José Echeverría
A Aurora de Albornoz, amiga en Antonio Machado y otras peripecias.
1. Nadie, a mi parecer, podría hoy desmentir con fundamento la afirmación de que
Antonio Machado es un poetafilósofo: poeta de la filosofía no menos que filósofo de la
poesía, sin por ello dejar de ser en momento alguno un poeta a secas.
Su filosofía no se presenta, claro está, como un sistema ni se expresa en la forma
más usual del tratado o el ensayo. Está —lúdica, equívoca y en apariencia contradictoria
— en sus cantos y decires, en las lecciones, los sofismas, las burlas y los donaires de
Juan de Mairena y en lo que éste atestigua que pensaba y decía su maestro Abel Martín.2
Una de las obras que Mairena, según información de Machado, atribuye a Martín se
titula De lo uno a lo otro. El autor habría pretendido en ella dar respuesta a esta
pregunta, enunciada de manera kantiana: ¿cómo es posible el objeto erótico?3 En
efecto, más allá de la belleza de los cuerpos y de su atractivo, más allá también del
poderoso instinto genésico, descubre Martín, como gran incentivo de Eros, «la sed
metafísica de lo esencialmente otro».4 El uno está solo sin otro que lo complementa.
Necesita de lo ajeno, de lo diferente de sí. Pero, en la empresa de alcanzar este otro-que-
sí, ocurre que, al menos en un primer momento, fracasa. Agotado su impulso por llegar a
ese otro en que habría podido trascenderse, y que resulta a la postre no ser tal o
inasequible, el uno ha de imputar la figura del otro a su propio pensamiento, a su
representación, acaso a su ilusión, a su delirio; vuelve, triste, sobre sí, se hace reflexivo.
Se ve a sí mismo como no más que tensión erótica sin objeto. El uno deja de
contraponerse a ese segundo, a ese dos que ahora se le exhibe como inmanente respecto
de su conciencia, como espejismo suyo, como una varia proyección de sí fuera sí.5 Por
N. del E.: Este ensayo corresponde al capítulo III del libro de José Echeverría, Libro
de convocaciones, I. Cervantes, Dostoyevski, Nietzsche, Antonio Machado, Barcelona,
Anthropos Ed. del Hombre, 1985, Col. Ámbitos Literarios/Ensayo.
este regreso hacia sí el uno se convierte ahora en un sujeto consciente de sí; llega a
ser yo, uno mismo.
2. Aquí podría terminar un brevísimo esquema del itinerario ontológico de Abel
Martín. Algunas palabras de su discípulo Juan de Mairena sugieren este término:
«Porque Abel Martín no ha superado, ni por un momento, el subjetivismo de su tiempo
—leemos—, considera toda objetividad propiamente dicha como una apariencia...».6
Pero estas palabras son deliberadamente ambiguas: sólo rigen, como ya se dijo, para un
primer tramo de tal itinerario e inducen a error con la locución «ni por un momento». En
ánimo de jugar con el lector y desconcertarlo, simula Machado que Mairena no ha
comprendido bien el pensamiento de su maestro, que no ha captado el carácter
provisional del subjetivismo de Martín, a la postre superado por él mismo.
Ante todo, aun derrotado en su intento de conquistar lo otro, adquiere el uno,
constituido ahora como uno mismo, un nuevo territorio para el despliegue de su propia
subjetividad. Pues descubre que él es, o puede ser, o debe ser, para sí mismo, otro, que
no se muestra a la primera mirada. Descubre, en otras palabras, que es, para sí, apócrifo,
en el sentido etimológico de distante y oculto.8 El poeta aprende que él no se agota en el

336
hombre que desempeña el papel atribuido a Antonio Machado, que tras él, como
revelación de tendencias secretas y de impulsos inconfesados, están Juan de Mairena,
Abel Martín y muchos más, todos interpelándose en dramático diálogo o conjugándose
en jubilosa algazara. La dimensión de la propia otredad es indispensable para dar sentido
a nuestra identidad.9
Además, el otro que quedó inalcanzado en el primer intento de aprehenderlo, se
enriquece en la ausencia, en la nostalgia que el uno padece en soledad todavía anhelante.
Vaya como ejemplo esta sentencia de Abel Martín que Mairena juzga no del todo feliz,
mas sí interesante:
...Aunque a veces sabe Onán mucho que ignora Don Juan.10
Este último no ve en la mujer aquello por lo cual es ella misma y ninguna otra: única.
Cada mujer se le aparece, por el contrario, como ejemplar de un género, del género
femenino.11
Según Abel Martín, este pensar homogeneizante nos aparta del ser, que es
heterogéneo. Mairena es, como siempre, el portador de este pensamiento de Martín:
«una vez convictas de oquedad, las formas de lo objetivo no sirrven ya para pensar lo
que es».12
3. El hombre pierde el ser, que es uno y otro, que es uno con otro, al distribuir sus
experiencias en especies y géneros, al clasificarlas, pues por esta vía se reencuentra solo
con su acción de distribuir y clasificar. Abel Martín supone entonces un don divino que
salva al hombre, tras esta caída en las abstracciones de sus propios espectros
hipostasiados: el de la nada. No encuentra Martín suficientes razones para imputar a Dios
la creación del mundo. Pero sí piensa, o finge pensar, que debemos agradecerle, como
fruto de su misericordia hacia nosotros, la génesis de la nada:
poeta admirarse del hecho ingente que es el pensar, ora lleno, ora vacío, el huevo
universal...».17 El movimiento pendular entre lo vacío y lo lleno queda bien expresado en
uno de los dos poemas metafísicos de Machado, del que ahora he de ocuparme.
AL GRAN CERO
Cuando el Ser que se es hizo la nada y reposó, que bien lo merecía,
ya tuvo el día noche, y compañía
tuvo el hombre en la ausencia de la amada.
Fiat umbral Brotó el pensar humano. Y el huevo universal alzó, vacío, ya sin color,
desustanciado y frío, lleno de niebla ingrávida, en su mano.
Dijo Dios: «Brote la Nada» Y alzó la mano derecha, hasta ocultar su mirada. Y
quedó la nada hecha.13
«Es un portento digno de asombro este poder de aniquilación, este poder
desrealizante», comenta Mairena. La nada es amiga del hombre. Ante ella, cobra el
hombre conciencia de que su saber es nada, de que no hay leyes causales definitivas ni
normas compulsorias; de que es libre, en suma, para hacer esto o lo contrario.
«En memoria de Abel Martín», escribe Mairena un poema del que extraigo unos
pocos versos:
honremos al Señor

337
[...]
que ha dictado el silencio en el clamor.
Al Dios de la distancia y de la ausencia, del áncora en el mar, la plena mar... Él nos
libra del mundo — omnipresencia — , nos abre senda para caminar.14
La nada, para Machado, se condiciona recíprocamente con nuestra libertad y es, por
ende, también fuente de su inevitable acompañante: la angustia. Refiriéndose a ésta,
escribe el poeta en Soledades: «Sí, yo era niño, y tú mi compañera».15
«Tan grande hazaña como sería haber sacado el mundo de la nada es la que mi
maestro atribuía a la divinidad: la de sacar la nada del mundo», leemos en Juan de
Mairena. «Dios sacó de la Nada el mundo — agrega más adelante— , para que nosotros
pudiéramos sacar el mundo de la nada.» 16 Y en otra parte de la misma obra, se describe
la labor del hombre «como un hacha que se abre paso a través de un bosque»,
precisando luego Machado que «no hay tal hacha ni semejante tala» y que «la arboleda
subsiste intacta». Concluye: «Incumbe al
Toma el cero integral, la hueca esfera, que has de mirar, si lo has de ver, erguido.
Hoy que es espalda el lomo de tu fiera,
y es el milagro del no ser cumplido, brinda, poeta, un canto de frontera a la muerte,
al silencio y al olvido.18
En el comentario que sigue a este soneto, hay pensamientos que merecen destacarse:
«Dios regala al hombre el gran cero, la nada o cero integral, es decir, el cero integrado
por todas las negaciones de cuanto es». A diferencia del anterior forcejeo con
abstracciones y generalidades, buscando en ellas residuos del ser esquivo que no pudo
aprehender, ahora el hombre, receptor de este suntuoso don de Dios, sabe que todo es
nada. «Así, posee la mente humana un concepto de totalidad, la suma de cuanto no es,
que sirva lógicamente de límite y frontera a la totalidad de cuanto es: Fiat umbral Brotó
el pensar humano.» 19 Aún aquí se refiere Machado-Martín al pensar homogeneizador:
pero esta vez elevado al rango de una categoría que, al abarcarlo todo, abre el camino
para pensar el ser. Pues, en efecto, no sólo hay aniquilación en este surgimiento de la
nada como totalidad del no yo. Hay también en ella una secreta incitación a rescatar el
ser en su heterogeneidad abolida. «Lo otro no se deja eliminar: subsiste, persiste; es el
hueso difícil de roer en que la razón se deja los dientes.» 20 Queda dicho en el soneto
transcrito: «Ya tuvo el día noche»; la noche engendra un nuevo día, el que celebramos
precisamente porque, tras la noche, es nuevo. Sigue: «y compañía tuvo el hombre en la
ausencia de la amada». La ausencia sólo es nada en relación a una presencia perdida,
como tal susceptible de reencontrarse.21
4. Tras el proceso de aniquilación, el impulso hacia lo otro renace purificado,
vigoroso. «Ahora se trata (en poesía) —leemos— de realizar nuevamente lo
desrealizado; dicho de otro modo: una vez que el ser ha sido pensado como no es, es
preciso pensarlo como es; urge devolverle su rica, inagotable heterogeneidad.» 22 Se trata,
en suma, de «una nueva dialéctica, sin negaciones ni contrarios, que Abel Martín llama
lírica y, otras veces, mágica, la lógica del cambio sustancial o devenir inmóvil, del ser

338
cambiando o el cambio siendo»,23 sobre lo cual he de volver, bastándome ahora señalar
que tiene la virtud de romper el cerco del solus ipse.
El hombre, no ya el mero bípedo racional,24 no ya el homo sapiens y faber, sino el
homo poeticus, único en quien es de verdad espalda el lomo de la fiera, brinda su «canto
de frontera / a la muerte, al silencio y al olvido». Para Machado, lo específico del
hombre radica en que «aunque su propia lógica y natural sofística lo encierren en la más
estrecha concepción solipsística, su mónada solitaria no es nunca pensada por él como
autosuficiente, sino como nostálgica de lo otro, paciente de una incurable alteridad».25
Mónada, sí, pero, a diferencia de la de Leibniz, abierta a lo ajeno, provista de puertas y
amplios ventanales.26 Por esto, el canto lo es de frontera que se cruza, de despedida al
cero, ahora —tras esta etapa— trasmutado en el Gran Pleno o conciencia integral (según
reza el título del otro gran poema metafísico de Machado):

Que en su estatua el alto Cero —mármol frío,


ceño austero
y una mano en la mejilla—,

339
del gran remanso del río,
medite, eterno, en la orilla,
y haya gloria eternamente.
Y la lógica divina
que imagina,
pero nunca imagen miente
—no hay espejo; todo es fuente—, diga: sea
cuanto es, y que se vea
cuanto ve. Quieto y activo
—mar y pez y anzuelo vivo,
todo el mar en cada gota,
todo el pez en cada huevo,
todo nuevo—,
lance unánime su nota.
Todo cambia y todo queda,
piensa todo,
y es a modo,
cuando corre, de moneda,
un sueño de mano en mano. Tiene amor rosa y ortiga,
y la amapola y la espiga
le brotan del mismo grano.
Armonía;
todo canta en pleno día.
Borra las formas del cero,
torna a ver,
brotando de su venero,
las vivas aguas del ser.27
Si, como afirma Martín-MairenaMachado, el hombre sólo se cumple a plenitud en el
poeta, por preservar él, tras la decepción, el anhelo de lo Otro, cabe todavía preguntar:
¿quién es el poeta? ¿Se define éste por algo que de hecho produce? ¿O es de su esencia,
antes bien, una actitud, haga lo que haga, produzca o no produzca aquella obra que es
tenida por «poética»? Si nos inclinamos a esto último, y es lo que me parece dar al
pensamiento machadiano todo su alcance y sentido, quedará por precisar cuál es esta
actitud, que a veces se manifiesta como poema, pues es condición de que los haya, pero
en que el poema puede estar sólo latente, como potencialidad de expresar un sentimiento,
o mejor: una visión, un acto vidente, que acaso se guarde o se calle.28 Encontramos la
respuesta en el problema mismo que Abel Martín pretende dilucidar en su obra: ¿Cómo
es posible el objeto erótico? La actitud o visión por la que el hombre supera el
subjetivismo y se abre paso hacia el otro, un otro que es también vidente, que nos ve a
nosotros (fuente y no espejo),29 es Eros, es amor.
Pero cuidado: no se trata de la apetencia primordial de alteridad que, ya se vio, al
fracasar refluye bajo el modo de la reflexión constituyendo el sujeto como uno mismo;

340
no se trata del amor que la ilusión inspira y la desilusión castiga devolviéndolo a la
subjetividad circunscrita del presunto amante entristecido. El Eros que alcanza, que ve,
en efecto, el otro, tras la decepción, es aquel que trabaja en la soledad infortunada,
mediante la invención del objeto erótico, una invención que es, bien lo sabemos,
sinónimo de hallazgo. Por esta afirmación de un triunfo eventual del yo derrotado, tras
laboriosa empresa de recuperación, Abel Martín resulta ser, a la postre, un pensador que
se sale de su tiempo y de la tendencia subjetivista que lo marcaba, según opinión
equivocada, y destinada a equivocar al lector, que Machado atribuye a Mairena.
5. ¿Cuál es, pues, este objeto erótico por fin conquistado? ¿Es Guiomar, la amada?
Sí, en una primera aproximación, pero una Guiomar diferente de la del primer amor,
porque este amor ha sido trabajado y perfeccionado por el olvido y el recuerdo, no
menos que por la fantasía.
«Los verdaderos amantes —leemos en Juan de Mairena— se huyen tanto como se
buscan, porque la presencia pone entre ellos un algo irreductible a la imagen erótica.» 30
Y aun presente, la ausencia los ronda. La amada —explica Abel Martín— es «en la cita
ausencia».31 En cuanto al poder inquisitivo y alumbrador de la fantasía cuando se
pretende licenciar a la memoria, recordemos:
Todo amor es fantasía;
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada,
contra el amor, que la amada no haya existido jamás.32
Ésta no puede ser, empero, más que una provisional instancia. La amada —o el
amado— suele faltar, y además pasa, se va y no vuelve, o se muere: deja de estar allí
como el otro. Claro es que hay, en el primer caso, la expectativa, espera del futuro; y
queda en el último, el recuerdo, guardián del pasado. Pero, expectativa y recuerdo son, o
parecen ser para el sentido común, tan sólo estados anímicos, adscritos a esa subjetividad
de que aspirábamos a arrancarnos... En verdad, el Otro, el Tú de Machado, no es el otro
ser humano, ni aun ese otro ser humano que el amor destaca entre todos; no puede serlo
en los términos de Antonio Machado, pues si lo fuera, la heterogeneidad del ser se
reduciría a un vulgar empirismo sensualista, radicaría sólo en la sensación fugaz del
instante presente; no abarcaría las perspectivas o dimensiones del tiempo, del pasado que
al vivir acumulamos y con el que cargamos; del futuro hacia el que con este fardo nos
encaminamos. El «Recuerdo infantil» de Juan de Mairena es ilustrativo al respecto:
Mientras no suena un paso leve y oiga una llave rechinar,
el niño malo no se atreve
a rebullir ni a respirar.
El niño Juan, el solitario,
oye la fuga del ratón,
y la carcoma en el armario,
y la polilla en el cartón.

341
[...]
El niño está en el cuarto oscuro, donde su madre lo encerró;
es el poeta, el poeta puro
que canta: ¡el tiempo, el tiempo y yo!33
No cantaría el poeta niño «el tiempo y yo», si no viviese un pasar sonoro (ratón,
carcoma, polilla) a la espera de un desenlace (el sonido del paso leve, la llave que rechina
y, por fin, la puerta que se abre), ambos anudados en el presente. Cuando en «Al Gran
Pleno» leemos que «nunca imagen miente» hemos de entender que el poeta alude a la
veracidad de lo que se presenta, ya como percepción, ya como recuerdo o expectativa
para atestiguar lo otro, y la reiteración en este poema de la palabra «todo» («[...] todo el
mar en cada gota, / todo el pez en cada huevo, / todo nuevo—, / lance unánime su nota.
/ Todo cambia y todo queda, / piensa todo [...]») apunta a este desparramo del ser en el
tiempo, no menos que al poder de recogerlo como un todo simultáneo y denso.
Si hubiéramos de esquematizar el pensamiento filosófico de Machado, diríamos que
él se da según la forma de la letra Z, siendo la línea horizontal superior de esta letra la
marcha del uno al otro-dos guiada por el impulso erótico originario; la oblicua regresiva,
el movimiento de la decepción, esto es, del otrodos al uno mismo, y la línea horizontal
inferior el paso del uno mismo a lo OtroTú, bajo la inspiración del erotismo poético. Mas
hay aquí un problema que Machado no dilucida con claridad. ¿No podría esta última
apetencia de alteridad provocar una nueva decepción que nos devolviera a la reflexión
solipsista y al mundo de las meras representaciones, continuándose así la Z en un
indefinido zigzagueo hacia abajo? La respuesta a tal pregunta es, a mi parecer, que, en
efecto, tal segundo o tercer o cuarto regreso puede darse como repetición del primero
(por lo que estando ya contenido en éste no es necesario volver a mentarlo como
zigzagueo); puede darse en la medida en que el impulso se detiene en algo que es otro,
en cosas, en entes, en objetos o sujetos-objetos mudables, inconstantes y perecibles,
como tales propensos a de

342
cepcionarnos. Pero lo propio del acto poético vidente es alcanzar la «conciencia
integral», vale decir, no las cosas otras, sino la otredad misma en ellas, que es lelos de
todo el proceso. Y de este punto ya no hay regreso, porque de él no cabe decepción, ya
que la decepción está incorporada en el acto mismo de alcanzarlo. «Sí, pero no», viene a
decir, cuantas veces sea necesario, el tramo horizontal superior de la letra con su caída en
línea oblicua hacia atrás. «No, pero sí», es el sentido del tramo final.34
A mi ver, el existir humano es para Machado la coexistencia de dos centros o polos
de imputación: yo-lo Otro (conviene, en definitiva, designar así este último, con artículo
neutro, no sólo para evitar la particularización en un género, masculino o femenino, sino
por respeto a su misterio y potencia; por lo cual, además, la mayúscula); cuando unas
vivencias se imputan al yo, como en el caso de ilusiones, alucinaciones, sueños, fantasías
y delirios o tan sólo representaciones, es porque otras, que las contradicen, reclaman su
mejor derecho a ser imputadas a lo Otro. De este modo, ocurre que yo he de absorber
como propio, algo que tal vez hubiera aspirado a que fuera de lo Otro, pero que lo Otro
rechaza, sin que se pierda, no obstante, el vínculo yolo Otro que constituye la radical y
siempre renovada heterogeneidad del ser. Lo Otro no se identifica, desde este punto de
mira, con ninguna de las vivencias que hacia ello apuntan, si bien está en todas ellas
(«todo el mar en cada gota»).35

343
El existir (según la etimología cara a Heidegger que remite a «estar fuera de sí» 36) es,
pues, como un diálogo en que aquello que nos ocurre, los encuentros y desencuentros,
las dichas y los quebrantos, son a modo de palabras de lo Otro, presente en todo lo que
es otro, palabras a las que respondemos con las nuestras, con actos de arrojo o de huida,
de rechazo o de celebración.37
6. Mas si anhelamos lo Otro y, según indica Machado —ya lo veremos—, lo Otro
«no parece necesitar de nadie»,38 ¿no deberemos dar a éste un nombre diferente?
Mairena atribuye a Martín estas palabras: «Dios revelado, desvelado en el corazón del
hombre, en una otredad muy otra, una otredad inmanente, algo terrible, como el ver
demasiado cerca la cara de Dios. Porque es allí, en el corazón del hombre, donde se toca
y se padece otra otredad divina, donde Dios se revela al descubrirse, simplemente al
mirarnos, como un tú de todos, objeto de comunión amorosa, que de ningún modo
puede ser un alter ego —la superfluidad no es pensable como atributo divino— sino un
Tú que es Él».39
Cada hombre, cada mónada humana, cada yo en activa apetencia del Tú que es Él y
que es de todos, es, pues, receptor de la palabra que este Tú le reserva, pero, a la vez, es
él mismo palabra del Tú para otros que no son él aunque sean como él. Tremenda
responsabilidad es la que emana de la ética que de esta metafísica deriva: ser cada
hombre un interlocutor único y privilegiado de Dios al par que palabra con que Dios se
dirige a otros hombres. En el imperativo de esta ética de fraternidad —«ama a tu
hermano que es igual a ti, pero que no eres tú»—^ ve el poeta lo esencial de la palabra
de Cristo, no la del Cristo que se ha pretendido enterrar en Aristóteles, agrega,41 sino del
que (a la manera de Dostoyevski, del Chatov de Los endemoniados al menos) vive en el
alma del pueblo, vale decir en esta Tierra, como el otro hombre. En la tregua del eros
genesíaco, que sólo aspira a perdurar en el tiempo, de padres a hijos, leemos en Juan de
Mairena, proclama el Cristo la hermandad de los hombres, emancipada de los vínculos
de la sangre y de los bienes de la tierra, el triunfo de las virtudes fraternas sobre las
patriarcales.42 Es un triunfo que presupone «la existencia en sí del otro yo» y que
además, no aniquila al vencido, no anula al padre. «Si todos somos hijos de Dios —
hijosdalgo, por ende y ésta es la razón del orgullo modesto a que he aludido alguna vez—
¿cómo he de atreverme, dentro de esta fe cristiana, a degradar a mi prójimo tan profunda
y sustancialmente que le arrebate el ser en sí para convertirlo en mera re

344
ANTHROPOS/109

presentación, en puro fantasma mío?», escribe Machado. 3 Y en otra parte, tras


mentar la «sutil dialéctica del Cristo que revela el objeto cordial y funda la fraternidad de
los hombres emancipada de los vínculos de la sangre», agrega que «una nueva fe... se ha
iniciado ya».44
bración) lo que el poeta pretende intemporalizar, digámoslo con toda pompa:
eternizar».47
Por cierto, para Machado, el tiempo vivido no es sólo el de la vigilia, sino también el
de los sueños que la complementan de modo privilegiado:
que en otras palabras, transmuta el vivir en una vida, se nos aparece como un
despertar; y su anticipación, mientras vivimos, que es nuestra misión, por conferir
profundidad y sentido al vivir, es lo que el poeta llama visión vigilante.
Lo dicho aparece confirmado por las diversas figuras que el tiempo adquiere en la

345
obra de Machado.
Ante todo, el tiempo vivido es visto por el poeta según la imagen de un camino cuyo
término, al principio, se desconoce:
Y podrás conocerte recordando del pasado soñar los turbios lienzos, en este día triste
en que caminas con los ojos abiertos.
De toda la memoria, sólo vale el don preclaro de evocar los sueños había escrito en
Soledades.48
Mas en «Proverbios y cantares» aclara que los sueños sólo adquieren su pleno valor
cuando los evocamos despiertos:
Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar.49
Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las
polvorientas encinas!... ¿Adonde el camino irá?51
Luego advierte el caminante que el camino no está trazado, que él lo crea libremente:
Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se
hace camino al andar.52
El peregrino del tiempo no sólo hace el camino al caminar: se va haciendo a sí
mismo: «el caminante es la suma del camino». Pero en esta suma de su tiempo está con
él, como en un jardín —¿el paraíso reconquistado?— lo que en el camino vio; por lo que
leemos a continuación:
Y en el jardín, junto del mar sereno, le acompaña el aroma montesino, ardor de seco
henil en campo ameno.53
Esto es así porque al llegar al término del tiempo-camino, el caminante vuelve la vista
hacia atrás, hacia lo recorrido ya, hacia su pasado —y no puede hacer otra cosa puesto
que el camino ha terminado y no hay ya futuro que proyectar o esperar—:
Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de
volver a pisar.54
¿Está perdido lo que en la senda se vio? Machado parece responder que no, que todo
está allí, resurrecto, en el jardín al que accede:
Tú sabes las secretas galerías del alma, los caminos de los sueños, y la tarde tranquila
donde van a morir... Allí te aguardan
las hadas silenciosas de la vida, y hacia un jardín de eterna primavera te llevarán un
día.55
7. En el ser heterogéneo, no están de partida el uno mismo frente a lo Otro, su
contrapolo dialogal, en actitud estática, inmóvil, definitiva. La apetencia de alteridad que
mueve al yo hacia lo ajeno se despliega en un tiempo, tiempo de conquistas efímeras, de
derrotas penosas y, a veces, de reconquistas eficaces. «Nada» es precisamente el nombre
que damos a esta falta de ser, a este no-seraún-del-todo: ella es este tiempo de olvido y
espera, de impaciencia y angustia, de imperfección, y, si sabemos vivirlo bien, de
cumplimiento del ser. Si bien el tiempo huye, como dice el latín fugit irreparabile
tempus, a la vez adelanta y realiza, y es lo que comprueba el imperativo castellano de
«darle tiempo al tiempo», esto es, de darle ese tiempo que necesita para que la tarea de
indagar y comprender y de transmutar conceptos en sentimientos pueda llevarse a

346
cabo.45 Es poeta quien, cantando el «cuarto oscuro» del tiempo, lleva éste a su
desenlace. Tras el poema del niño malo encerrado por su madre, agrega Machado unas
preguntas que son asertos: ¿cantaría el poeta si no tuviera que esperar «a que se abra una
puerta»? ¿Cantaría «sin la angustia del tiempo, sin esa fatalidad de que las cosas no sean
para nosotros, como para Dios, todas a la par, sino dispuestas en serie y encartuchadas
como balas de rifle, para dispararlas unas tras otras?».46 No, viene a responder
Machado, no cantaría. Vivir «es devorar tiempo» y es poeta quien siente y celebra este
acto devorador y nutricio, que salva el tiempo intemporalizándolo.
Surge aquí la más radical interrogación que cabe dirigir a Machado: la espera de que
la puerta se abra, ¿no es acaso espera de que las cosas, los otros seres, las experiencias
vividas se nos den, no ya «en serie», «unas tras otras», como ocurrieron en nuestro
tiempo, sino «todas a la par», en el término de este tiempo, en nuestra muerte vivida que
es el acto de morirse!
La respuesta afirmativa es dada expresamente por Machado. El «Arte poética» de
Juan de Mairena enseña que el poeta —esto es, el hombre en su anhelo de cumplir la
heterogeneidad del ser— alcanza una vivencia que trasciende en unidad los momentos
del tiempo. Así leemos: «precisamente, es el tiempo (el tiempo vital del poeta con su
propia vi
110/ANTHROPOS

347
348
Obsérvese que el despertar aludido aquí viene «tras el vivir», esto es, tras el tiempo
de esperas, de búsquedas, como lo que le pone fin. Y esto lo confirma una lección de
Juan de Mairena, en la que la palabra «sueño» está tomada en su otro sentido, como
sinónima de dormir: «Yo os aconsejo la visión vigilante, porque nuestra misión es ver e
imaginar despiertos, y que no pidáis al sueño sino reposo».50
Todo ello significa, a mi parecer, que el vivir temporal —velar y soñar— está vocado
hacia la posibilidad de revelar plenamente su sentido en la vivencia de su clausura, si
sabemos vivirla bien por haberla venido viendo e imaginando; y esta vivencia que
convierte al infinito sustantivado en el sustantivo genuino,
En la misma dirección se orienta el elogio que hace Machado-Mairena de la posada-
verdad a que se llega tras el caminar buscándola. «Que el camino vale más que la
posada; que puestos a elegir entre la verdad y el placer de buscarla elegiríamos lo
segundo... Todo eso está muy bien —decía Mairena—; pero ¿por qué no pensamos
alguna vez cosa tan lógica como lo contrario de todo esto?» 56
Sí, Machado da la respuesta que de él esperábamos. Mas es como si, junto con decir
la palabra esperada, arrojara sobre ella un velo de escepticismo para templarla. El poema
que comienza indicándonos el jardín a que llega el camino se continúa con las palabras
«Esto soñé», las que constituyen además el título del poema mismo, el cual luego
apostrofa al tiempo como «homicida / que nos lleva a la muerte o fluye en vano».57 Hay

349
que leer también este «Consejo», como pérdida de toda esperanza de reencuentro con lo
vivido:
Este amor que quiere ser acaso pronto será;
pero ¿cuándo ha de volver lo que acaba de pasar?
Hoy dista mucho de ayer. ¡Ayer es Nunca jamás!58 Y en el poema titulado «Otro clima»
que comienza:
¡Oh cámaras del tiempo y galerías del alma, tan desnudas [...]!
leemos más adelante:
¿Un mundo nuevo para ser salvado otra vez? ¡Otra vez! Que Dios lo diga. Calló el
poeta, el hombre solitario [...]
¿Qué ve el poeta? [...] un nihil de fuego escrito [...]59 Tras el pavor del morir está el
placer de llegar. ¡Gran placer!
En este punto, el poema parece concordar con lo que Machado escribe en «Al Gran
Pleno»: allí «el alto Cero» se quedaba «en la orilla del remanso del río» para que hubiera
gloria eterna. Pero no falta en la «Glosa» de Manrique ese escepticismo que antes nos
salió al paso. Termina el poema así:
¡Gran placer!
Mas ¿y el horror de volver? ¡Gran pesar!62
¿Volver de qué? La respuesta parece ser: volver de la ilusión de ese río que
desemboca en el mar, en el mar en que el río cumple su destino y que, según «Al Gran
Pleno», está presente ya en cada gota y es a la postre «armonía» que os aconsejo —dice
Mairena a sus alumnos— una posición escéptica frente al escepticismo».65 Y esto
equivale a dudar de la propia duda, «que es el único modo de empezar a creer en algo»,
agrega en otra parte.66 El escepticismo, en vez de un afán de negarlo todo, se revela, por
el contrario, cartesianamente, como el único medio de defender algunas cosas,67 de llegar
a ciertas convicciones. ¿Qué cosas? ¿Cuáles convicciones?
8. Hay, de una parte, el factum de que no nos resignamos ni a morir nosotros ni al
morir de nuestras vivencias:
¿Y ha de morir contigo el mundo mago donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano que tú querías retener en sueños, y todos los
amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?

350
Por fin, en Juan de Mairena, el profesor apócrifo enseña que la idea de la muerte,
apriori de la vida humana, lo es de la muerte que todo lo apaga.60 En la misma vena
escéptica y triste cabe invocar:
Antonio Machado en su lecho de muerte
«borra las formas del cero» en «las vivas aguas del ser».63
La oscilación entre el escepticismo y la esperanza se expresa también en este cantar:
Y todo en la memoria se perdía como una pompa de jabón al viento.61 Otra figura del
tiempo que se encuentra en Machado es la del río:
Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar,
que es el morir. ¡Gran cantar!
Entre los poetas míos tiene Manrique un altar.
Dulce goce de vivir: mala ciencia del pasar, ciego huir a la mar.
¿Cuál es la verdad? ¿El río que fluye y pasa
donde el barco y el barquero son también ondas del agua? ¿O este soñar del marino
siempre con ribera y ancla?64
Empero, el escepticismo, reverso del saber, con que Machado atenúa su afirmación
del mar-pleno —escepticismo que cumple en el ámbito gnoseológico una función análoga
a la que en el ontológico corresponde a la nada, reverso absoluto del ser—, queda a la
postre sujeto a un escepticismo de segundo grado: «Yo
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo, la vieja vida en orden tuyo y nuevo? ¿Los
yunques y crisoles de tu alma trabajan para el polvo y para el viento?68
Hay también, de otra parte, la certeza de la muerte que nos aguarda y que es
aniquilación respecto de un mundo que sigue su curso sin nosotros:
Al borde del sendero un día nos sentamos. Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola
[cuita son las desesperantes posturas que tomamos para aguardar... Mas Ella no
faltará a la
[cita.69

351
¿Habrá que sacrificar aquel anhelo nuestro de ser en favor de la dura realidad de que
no seremos? ¿O habrá que aplacar la dureza de esta realidad con algima ilusión
consoladora, como la perduración de nuestra alma en «otro mundo»? ¿Hay alguna otra
posibilidad?

ANTHROPOS/111

No parece convencer a MachadoMairena la lectura parcial que hace de la carta de


Epicuro a Meneceo: «De la muerte decía Epicuro que es algo que no debemos temer,

352
porque mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.
Con este razonamiento, verdaderamente aplastante —decía Mairena—, pensamos
saltarnos la muerte a la torera con helénica agilidad de pensamiento. Sin embargo, [...]
eso de saltarse la muerte a la torera no es tan fácil como parece, ni aun con ayuda de
Epicuro, porque en todo salto propiamente dicho la muerte salta con nosotros. Y esto lo
saben los toreros mejor que nadie».70 Digo que es esta una lectura parcial de la citada
carta de Epicuro porque, tras esto que en ella se lee relativo a la muerte (TÓV 6óvarov),
va a mencionar el filósofo del Jardín, como algo serio, que no admite bromas o chanzas,
el cuidado de bien morir (rov icaXoág ájroOvfjoiceiv) y, por cierto, no se comprende
que debamos cuidar de hacer bien, o mal, algo que no puede concernirnos, puesto que
para nosotros no es. Dicho de otro modo, Epicuro, bien leído, parece coincidir con
Machado en que hay la muerte como acontecer de la naturaleza, como dejar de ser para
el mundo, como estado de muerte, pero que hay también la muerte —o mejor: el
morirse— como acto terminal de la vida y que, como tal, está en la vida.71
Hay versos de Machado que, en contradicción con la lectura parcial citada,
reproducen la evidencia epicúrea de que la muerte, como no ser ya más, nos es ajena por
la ausencia de sensación que pueda atestiguarla ante nosotros. Citaré aquí ante todo, del
poema XXI de Soledades, estos dos versos:
tú no verás caer la última gota que en la clepsidra tiembla.
No podemos ver esta caída porque estamos en la gota, porque para la simbología de
Machado, somos la gota que cae, como se dice claramente en el poema XIII del mismo
libro:
(¡Yo pensaba: el alma mía!)
Y me detuve un momento, en la tarde, a meditar...
¿Qué es esta gota en el viento que grita al mar: soy el mar?
res» de Campos de Castilla, que lleva el número XLV:
Morir... ¿Caer como gota de mar en el mar inmenso?72
Esta identificación en sí con la gota, ahora unida a la identificación del mar con el
morir, se reitera en los primeros versos de uno de los «Proverbios y canta
112/ANTHROPOS

353
Así, abundando en esta interioridad vivencial del morirse, vemos a MachadoMairena,
después de traducir un hexámetro de Hornero («Como la generación de las hojas, así
también la de los hombres»), comentar ante sus presuntos estudiantes: «Hornero habla
aquí de la muerte como un épico que la ve desde fuera del gran bosque humano. Pensad
que cada uno de vosotros la verá un día desde dentro y coincidiendo con una de esas
hojas».73 Más adelante habla de la muerte como tema de la autosuficiente e inalienable
intimidad del hombre, y dice que hay que aprender a mirarla de frente.74 Ve entonces en
ella, no aniquilación, sino figura, la «figura final» 75 del tiempo que vivimos, consumación
del todavía en un ahora, sosiego a que nuestro movimiento aspira: «A última hora (lo
cual parece equivaler a la hora última), siempre habrá un alguien enfrente de un algo, de
un algo que no parece necesitar de nadie».76 Reencontramos, pues, en la vivencia del
morirse, la heterogeneidad del ser: el uno mismo con lo Otro, el yo frente al Tú. Ni aun
en el morir estoy solo. No hay allí un espejo de ojos ciegos que miran los ojos con que
los veo:77 «no hay espejo; todo es fuente», canta Machado en «Al Gran Pleno» cuando
se alcanzan «las vivas aguas del ser».78
Recoge también Machado de Jorge Manrique la concepción del morir como trago. Es
lícito decir que, para Machado, en concordancia con su concepción del ser como yo-lo
Otro, el morirse, en cuanto vivencia, se traga el poder aniquilador de la muerte, del

354
mismo modo y por la misma razón que la armonía del Gran Pleno borra la forma del
cero: se incorpora la nada y es. Por esto, el título completo del poema metafísico citado
de Machado es «Al Gran Pleno o conciencia integral».
¿Qué es lo que en este pleno se integra como conciencia? El tiempo vivido del pasado
hasta el presente del morirse. No el pasado como fue, sino enmendado por actos
subsiguientes, recreado por la actividad de la memoria. «Lo pasado es lo que vive en la
memoria de alguien —escribe Machado— y en cuanto actúa en una conciencia, por ende
incorporado a un presente y en constante función de porvenir»; agregando el poeta que
este «pasado vivo, que por sí mismo se modifica», lo debemos convertir en una
verdadera creación nuestra.80
Cuando un pasado tal se hace instantáneo, en el límite del morirse, ya no se da a la
conciencia como flujo de episodios sucesivos, retenidos como recuerdos: adquiere
carácter de totalidad simultánea. «Lo pasado es aquello que no pasa»,81 pues los hechos,
al pasar de la percepción al recuerdo, llegan a ser inmutables en esa «figura final», que
Machado dice.82
Del mismo modo que contrapone el tiempo psíquico vivido al tiempo cósmico de los
relojes,83 hace suyo Machado el concepto metafísico de eternidad como condensación
del tiempo, devenir inmovilizado, duratio tota simul, que decían los escolásticos
siguiendo a Boecio, en oposición al del sentido común, que es tiempo que no se acaba.84
Cuando en aquella eternidad se integra un pasado digno de ser aprobado, resulta de ello
la armonía en que «todo canta», en que todo lo vivido lanza «unánime su nota», según
se lee en «Al Gran Pleno». El carácter sincrónico de la armonía nace precisamente de
esta unanimidad simultánea de las voces.
Parece haber sido propósito filosófico de Machado conciliar el llamado fluir
heraclítico del tiempo, que se suele designar también como devenir, con el ser eleático
eterno.85 Sabemos hoy que la pretendida oposición entre Heráclito y Parménides, y en
especial la supuesta refutación de Parménides a Heráclito, son frutos de interpretaciones
dudosas y de lecturas descuidadas de los textos.86 Subsiste, empero, que hay fragmentos
de Heráclito que parecen apuntar hacia un movimiento, el del río (49 y 91), el del fuego
vivo que se prende y apaga según medida (30), y otros que contienen una apología de la
espera, para alcanzar, como murientes, lo inesperado (18 y 27) y que mientan a Dios
como síntesis de contrarios (67) en lo que se muestra lo mejor, lo más hermoso y lo más
justo de todas las cosas (102). Según esto, la conciliación que Machado buscaba parece
innecesaria, por encontrarse el ser ya también en Heráclito como término posible del
flujo temporal que vivimos. Ello se ve claro en nuestro idioma con sólo sustituir el común
galicismo «devenir», derivado, creo yo, de las traducciones al español de las obras de
Bergson (equivalente del alemán werderí) por el buen castellano: llegar a ser.
Comprendemos así, que, si es verdad, como dice Machado en «Al Gran Pleno», que
«todo cambia y todo queda», ello es porque el cambio accede al ser, desemboca en ser,
del mismo modo que el camino conduce a la morada y el río va a dar en el mar. Según
esto, nuestro tiempo requiere ser vivido por nosotros, en la medida de nuestras
posibilidades, aspirando a que se dirija hacia el equivalente del punto que, al poner fin al

355
verso o al poema, nos permite comprender retroactivamente el sentido que tuvo el
despliegue de éstos en palabras, frases, pausas y silencios. El punto ortográfico es figura
del punto final del vivir temporal.
En suma, he pretendido acreditar esto, que me parece corresponder al cantar y al
decir filosófico de Antonio Machado: la carrera de nuestro tiempo tiene para nosotros
una meta, que podemos anticipar, tiene un fin que recoge en unidad los pasos que fueron
en el tiempo sucesivos; sea cual fuere el curso ulterior del mundo, importa vivir con
miras a alcanzar esta meta, a coincidir con nosotros y lo Otro en el fin.
9. Mas cabe ahora preguntar: si esta es la palabra filosófica de Machado, ¿por qué no
le ha sido atribuida como suya? ¿por qué no la ponen de manifiesto los muchos
excelentes autores que se han ocupado del pensamiento de Machado en busca de su
genuina significación?
Dos son las razones, a mi entender, que explican este fracaso: la primera radica en el
objeto de estos estudios; la segunda, en los enfoques que hacia Machado dirigen quienes
lo examinan como pensador.
Respecto de la primera de estas razones, puede decirse que Machado no indicó con
precisión su itinerario ontológicoepistemológico, no quiso dar el orden de sus momentos,
tal vez para reservarnos el placer de descubrirlos nosotros mismos como él los había
descubierto. Conviene volver a nuestro esquema que asimila este itinerario a una zeta
mayúscula, poniendo ahora letras en los extremos de sus líneas. Tendríamos:
Se dijo ya que la horizontal A-B representa la apetencia originaria de conocer y
poseer lo ajeno y que B-C es el movimiento de la decepción o del escepticismo que nos
deja solos con nuestras representaciones o conceptos. Hasta aquí no parece surgir
dificultad. Machado, identificado en apariencia con Martín, maestro de su maestro
Mairena, no habría superado «ni por un momento» el subjetivismo de su tiempo. Hay
excelentes motivos para sospechar que esto no es verdaderamente así, que hay aquí un
equívoco deliberado del poeta —vale decir que C no es el término del itinerario filosófico
de Machado: uno de estos motivos es que este pretendido «subjetivismo» no se
compadece bien con el título de una de las obras atribuidas a Martín —De lo uno a lo
otro— que implica un trascender del sujeto hacia lo que le es ajeno, ni tampoco con la
afirmación de «la heterogeneidad del ser», que tiene la mismas connotaciones,87 por lo
que cabe ver en tal pretendido «subjetivismo» una interpretación errada del discípulo;
otro motivo para desconfiar de esta afirmación de Mairena sobre la doctrina de su
maestro, es que aquél enseña en un tiempo posterior al de Martín; por esto, desde la
perspectiva abierta ya en este nuevo tiempo de Mairena, y a fortiori desde la del propio
tiempo de Machado, se puede lamentar que Martín, al parecer, no lograra esta
superación, ahora posible, pensable, vivible, gracias al nuevo trazo C-D que nos arranca
de la decepción, que nos libera del escepticismo y del Cero, conduciéndonos a la
conciencia integral del yo con el Otro-Tú, que es la armonía anhelada y, por fin,
cumplida. Si nos quedamos en el punto C, pierden su sentido todos los cantares y decires
de Machado que afirman D. Si, por otra parte, no se comprende que C precede a D, que
es etapa en el camino hacia D, esto es, si se entremezclan los cantares y decires tristes de

356
la decepción, del dolor de la pérdida, del escepticismo, con los cantares y decires
triunfales del encuentro postrero, del gran Magníficat final, resulta un discurso
incoherente y no sabemos ya a qué atenernos. Lo mismo ocurre si no se distinguen
claramente el encuentro primero que pone fin a la línea horizontal superior, del último
que está al término de la línea horizontal inferior, esto es, si se confunde B con D, lo
efímero y contingente con lo definitivo y necesario. Esto último aparecerá entonces
amenazado de pérdida, igual que lo primero: D estará sujeto a la negatividad que afecta a
5, y no habrá habido ese progreso que confiere su fisonomía propia al pensar de
Machado y el carácter específico y único de su religiosidad tan arduamente conquistada.
Respecto a la razón por lo que se malentiende a Machado derivada de los enfoques
que hacia su pensamiento se han dirigido, pienso que éstos pecan por el anhelo de
clasificar a Machado, de hacerlo entrar en un redil ya conocido, negando su radical
originalidad filosófica. ¿Fue Machado creyente —en el sentido del dogmatismo católico
— o fue ateo? Por cierto, la respuesta es que Machado no fue ni lo uno ni lo otro. Nos
quedan entonces otras posibilidades dentro del catálogo de las posturas conocidas:
Machado pudo haber sido panteísta... o acaso teósofo.
Es claro que Machado no fue católico, en el sentido riguroso de la palabra. Y no es
sólo que no lograra serlo, que le resultara difícil aceptar ciertos dogmas. Hubo en él,
como es comprensible en un hombre de su generación, educado en la tradición liberal
española, una voluntad explícita de rechazo frente a esa catolicidad que, en España, en
mayor grado que en otros países europeos, fue durante siglos un instrumento de opresión
cultural y de coerción social y política. Para reconocer esta voluntad en Machado, basta
recordar el elogio que hace, en Juan de Mairena, del modo cómo murió Valle-Inclán:
«Olvidemos un poco la copiosa anecdótica de su vida —escribe refiriéndose a éste—
para anotar un rasgo muy elegante y, a mi entender, profundamente religioso de su
muerte: la orden fulminante que dio a los suyos para que lo enterraran civilmente. ¡Qué
pocos lo esperaban! Allá, en la admirable Compostela, con su catedral y su cabildo, y su
arzobispo y el bo

Entierro de Antonio

357
Machado. Cortejo fúnebre cruzando el Douy (Collioure)
tafumeiro... ¡Qué escenario tan magnífico para el entierro de Bradomín! Pero Valle-
Inclán, el santo inventor de Bradomín, se debía a la verdad antes que a los productos de
su fantasía. Y aquellas últimas palabras a la muerte, con aquella su impaciencia de poeta
y de capitán: ¡Cuánto tarda esto! ¡Oh, qué bien estuvo D. Ramón en el trago supremo a
que aludía Manrique!».88
Obsérvese que Machado tiene por un rasgo profundamente religioso el que Valle-
Inclán haya rechazado los sacramentos y la liturgia del catolicismo en el momento de
morir. Esto significa que Machado, aunque haya querido no ser católico, se consideraba a
sí mismo como un hombre religioso, que por ende sabía perfectamente lo que era, para
él, relipara una interpretación panteísta de su pensamiento,9 prevalecen aquellos en que
Dios no es el Todo-Naturaleza, sino el Tú frente al yo, el Tú que es Él, objeto de
eventual comunión amorosa como figura final del vivir.
Es mi opinión que muchos de los problemas con que la crítica forcejea en relación a
Machado se deben a que, cuando no se le ignora del todo, se alude o distorsiona el
sentido del poema «Al Gran Pleno», que es, a mi parecer, junto con las Coplas
manriqueñas, uno de los dos mayores poemas metafísicos de la literatura castellana.92
Para Cerezo Galán, la «conciencia integral» que este poema mienta no es más que
«la forma fantástica, casi onírica, de un mundo atravesado por el flujo de la

Collioure
gión. Queda con esto desvirtuada la afirmación de Adela Rodríguez Forteza en su
libro —por lo demás excelente— La naturaleza y Antonio Machado: «Sabemos que
Machado carecía de una fe religiosa definida y que oscilaba entre la creencia, la duda y la
negación». Y también: «...a pesar de la fuerte nota de laicismo que inclina e] movimiento
oscilatorio de Machado la mayor parte de las veces hacia la duda, éste no puede evitar
que el cristianismo se cuele en su obra».89
Por cierto, no hay tal cristianismo «colado», sino un cristianismo pensado por el
poeta, aceptado por él a plena conciencia, que exalta, según se dijo, los valores fraternos
sobre los patriarcales y, por ende, que identifica a Cristo con el otro hombre y, a la
postre, con el pueblo.90
Tal cristianismo en manera alguna puede aproximarse a un panteísmo, posición

358
filosófico-religiosa que tiende a la unificación, por ende, a la homogeneización, la cual no
se compadece con la heterogeneidad del ser ni con el dualismo de lo uno y lo Otro.
Aunque hay pasajes en la obra de Machado que se prestan temporalidad, que se deshace
y rehace de continuo porque nunca cesa de manar la diferencia en el seno de todo ni se
sacia la sed de alteridad de cada una de sus partes». Acierta, sin embargo, este autor
poco después al afirmar que, para Machado, el tiempo queda consumado «en el instante
de la totalización de su transcurso». Mas desvaloriza esta afirmación suya al reprocharle
a Machado el no haber salido del «otro inmanente» hacia lo que él llama «el otro
trascendente y real». Esto equivale a ignorar la génesis en Machado de una nueva
religiosidad, de esa «filosofía cristiana del porvenir» en que Mairena dice creer, y no ver
en ellas más que lo que este crítico llama una «interpretación secularista del
cristianismo», que resulta para él equivalente a una «fe nihilista» por la ausencia de una
«explícita esperanza escatológica».93 En suma, es reclamarle a Machado el Credo
católico...
Por su lado, Antonio Sánchez Barbudo, comenta «Al Gran Pleno» con estas
palabras: «Es el mundo visto —imaginado— desde un punto de mira que no es el propio
del hombre. No es el mundo tal como realmente se ve, desde la conciencia angustiada
ante el pasar de las cosas y ante su propio e irremediable caminar hacia la muerte; no es
el mundo mirado, como en verdad se mira, desde la frontera de la nada, de la noche,
como el propio Machado dice en el poema "Al Gran Cero"; sino como se vería desde
fuera de uno mismo, impersonalmente, intemporalmente, esto es, como lo vería Dios, a
plena luz».94 Por cierto, este exégeta tendría razón si el tiempo sólo fuese para Machado
lo que él se empeña en que sea: un caminar irremediable hacia la muerte concebida como
un dejar de ser; no la tiene si el caminar lo es hacia un morirse que vence a la muerte,
hacia una vivencia final en la que, como recapitulación del tiempo sido, el ser se
sobrepone a la nada, y es lo que crea la posibilidad del enlace dialéctico entre los dos
poemas «Al Gran Cero» y «Al Gran Pleno» —que Machado ofrece sucesivamente—.
Sigue Sánchez Barbudo: «El poema es una visión cósmica, panteísta, del mundo
concebido como "gran pleno o conciencia integral", como un todo, serie de apariciones y
desapariciones, a través de las cuales la unidad permanece. Esas desapariciones,
importantísimas desde el punto de vista de la conciencia individual, son insignificantes
desde el punto de vista de la "conciencia integral" que es la que, no sin cierta sorna [sic],
aquí se considera...».95 Más adelante, en la misma vena-, dice este autor que «Al Gran
Pleno» es sobre todo una fantasía, una broma (sic),96 y afirma también que, «por el
asunto de este poema, que supone una visión desde fuera del mundo, necesita él [el
poeta] imaginar a Dios, siquiera provisionalmente», pero que, «por muchos caminos,
llegamos siempre a descubrir la misma desolada situación del hombre, la falta de Dios, la
nada».97 En suma, y pese a sus méritos evidentes, la tentativa de interpretación de
Sánchez Barbudo, al igual que otras muchas, no sigue hasta el fin el itinerario filosófico
de Machado, nos abandona en el cero (en el punto C de mi esquema,98 por no ver la
línea C-D, por voluntad de ignorar que hay para Machado D), todo ello con menoscabo,
no sólo del poema «Al Gran Pleno», sino de la expresa declaración ya mentada de

359
Machado, que Sánchez Barbudo cita,99 en orden a que es el tiempo vital lo que se ha de
procurar eternizar.
A la postre, la lectura predominante de la obra de Machado —de que los textos
citados son sólo ejemplos— nos deja con un poeta solitario, escéptico y desencantado,
con el «buen don Antonio», serio y tristón. Con ella se exorciza al león que Machado
dijo llevar dentro del pecho.100 Con ella se niega su ardua y laboriosa hazaña.
NOTAS
1. El presente ensayo cumple el propósito que me llevó a escribir otro, titulado «Cofl
Juan de Mairena años después», publicado en La Torre, revista general de la Universidad
de Puerto Rico, «Homenaje a Antonio Machado», año XII, n.° 45-46, enero-julio 1964,
pp. 171 a 186. Por razones para mí inexplicables, vinculadas acaso a enigmas de mi
inconsciente o a la dificultad de descifrar ciertas ambigüedades en que el poeta se
complace, me desvié de tal propósito, pese a haberlo enunciado con toda claridad al
comienzo de dicho ensayo. Me extendí, en cambio, en el tema, por cierto interesante, de
la relación de Machado con sus heterónimos. Quede para otra ocasión la tentativa de una
síntesis entre aquel ensayo y éste.
2. Cf. Antonio Machado. Antología de su prosa. 3: Decires y pensares filosóficos,
prólogo y selección de Aurora de Albornoz, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1976, p.
8 del prólogo. Enrique Anderson Imbert califica el estilo peculiar del decir filosófico de
Antonio Machado (en adelante en las notas A.M.) como una «picaresca de la
inteligencia», en «El picaro Juan de Mairena» (Antonio Machado, edición de Ricardo
Gullón y Alien W. Phillips, Madrid, Taurus, 1973 —en adelante Ant. Gullón-Phillips—,
p. 372 ); y Antonio Sánchez Barbudo (El pensamiento de A.M., Madrid, Guadarrama,
1974) lo caracteriza por el humorismo, el desorden consciente, la oscuridad voluntaria (p.
8) y cierto «tono de guasa» (p. 70). A fin de apreciar la vocación de A.M. por la
filosofía, es pertinente recordar la carta que escribe a Federico de Onís en 1932, a
propósito de los estudios regulares que realizó entre 1915 y 1917, para obtener un título
de la Universidad de Madrid. Expresa allí que este título académico fue un «pretexto»
para consagrar unos años a una inclinación de toda su vida (cita María Embeita,
«Tiempo y espacio en la poesía de A.M.», Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, n.°
304-307, 2 vols., octubre-diciembre 1975 - enero 1976 —en adelante CH, I y II—, vol.
II, p. 723, n. 7). Cf. también la frase del discurso de ingreso a la Academia de la Lengua:
«Si algo estudié con ahínco, fue más de filosofía que de amena literatura» (Obras:
poesía y prosa, edición reunida por Aurora de Albornoz y Guillermo de Torre, con
prólogo de este último, Buenos Aires, Losada, 1964 —en adelante OPP—, p. 843).
3. OPP, p. 296.
4. OPP, p. 300.
5. OPP, p. 305.
6. Loe. cit.
1. «El hombre quiere ser otro. He aquí lo específicamente humano [...] el pensamiento
del hombre, a juzgar por su propia conducta ha alcanzado esa categoría supralógica del
deber ser o tener que ser lo que no es...» (OPP, p. 501).

360
8. Cf. OPP, p. 426. «Lo apócrifo tiene que ver con la búsqueda de la verdad», escribe
Aurora de Albornoz en el prólogo de la Antología citada supra en n. 2.
9. OPP, p. 295. Véase mi ensayo mencionado supra en la n. 1.
10. Cf. esta copla: «Tres veces dormí contigo, / tres veces infiel me fuiste, / morena,
conmigo mismo» (OPP, p. 757).
11. Véanse, de A.M., «Apuntes sobre Don Juan», y otro texto, que reitera aquél,
«Don Juan Tenorio», en OPP, pp. 717-18 y 812-13. Cf. de Sóren Kierkegaard, O bien...
o bien, en especial, en la traducción al francés de F. y O. Prior y M.H. Guignot (París,
Gallimard, N.R.F., 1943), pp. 53 (sobre el vínculo del erotismo sensual con el
cristianismo) y 76 (en la que se lee que «la feminidad abstracta es para él [Don Juan] lo
esencial»). Véase: «Sobre el tema de Don Juan en A.M.», de Carlos Feal Deibe (CH, I,
pp. 729 a 740); el autor analiza allí el drama Juan de Manara que, en 1927, escribió
A.M. en colaboración con su hermano Manuel. Según el autor de este artículo, lo
característico de Don Juan para los Machado es una inapetencia hacia el otro concreto,
que allí llama «incapacidad de amar» (p. 731), simbolizada en el acto I, escena 6, como
sed que el beber no cancela. En el mismo sentido, en «Recuerdos de sueño, fiebre y
duermivela» se lee: «A tu ventana llego / con una rosa nueva, / con una estrella roja, / y
la garganta seca. /[...] ¿Cuál de las tres? Son una: / Lucía, Inés, Carmela» (OPP, p. 333).
Los versos citados deben aproximarse a estos otros: «¡Ay del que llega sediento / a ver el
agua correr, / y dice: la sed que siento / no me la calma el beber!» (OPP, p. 83). El tema
de Don Juan en relación a A.M. da para un ensayo que he de escribir en otra ocasión.
12. OPP, p. 310. A esta actividad homogeneizante de la conciencia, que nos aparta
del ser-otro, dejándonos solos con nuestros conceptos, alude A.M. en los versos que
hablan de la «maldita faena / de ir arrojando a la arena, / muertos, los peces del mar»
(OPP, p. 205).
13. OPP, p. 449.
14. OPP, p. 330.
15. OPP, pp. 112 (poema LXXVII) y 564 (con referencias a Unamuno y Kierkegaard).
16. OPP, pp. 556 y 521.
17. OPP, p. 450. Sobre el valor milico-simbólico del huevo cósmico, véase de C.G. Jung,
Paracelsica, Zurich, Rasher, 1959, p. 168; de Mircea Eliade, Traite d'histoire des
religions, París, Payot, 1949, pp. 353-54, y Forgerons et alchimistes, París,
Flammarion, 1956, p. 123. Hay también referencia al tema en el libro de Gilbert Durand,
Les structures anthropologiques de l'imaginaire, París, Bordas, 1965, pp. 289-90.
Véase, por fin, el ensayo de Gustavo Correa, «Mágica y poética de A.M.», en CH, I, p.
470, n. 12, sobre el origen órfico de la imagen del mundo como huevo (citando a W.K.C.
Guthrie, Orpheus and Greek Religión, Londres, 1952).
18. OPP, p. 311.
19. Loe. cit.
20. OPP, p. 357.
21. Puede advertirse aquí el resabio de la enseñanza de Bergson, cuyos cursos en el
Collége de France A.M. había seguido en 1911. En La pensée et le mouvant escribe

361
Bergson: «Nunca [...] nos asombraríamos de que algo exista —materia, espíritu, Dios—
si no admitiéramos implícitamente que podría no existir nada» (Oeuvres, Édition du
Centenaire, París, P.U.F., 1959, con introducción de Henri Gouhier, p. 1.304). Agrega
Bergson que «nada», al igual que «desorden», son términos que «designan [...]
realmente una presencia—la presencia de una cosa o de un orden que no nos interesan,
que decepciona nuestro esfuerzo o nuestra atención—. Es nuestra decepción lo que se
expresa cuando llamamos ausencia esta presencia» (p. 1.305; trad. nuestra). Sobre la
influencia de Bergson y otros filósofos en la obra de A.M., véase el citado artículo de G.
Correa en CH, I, p. 467, n. 7; sobre la de Bergson en particular, Nigel Glendinning, «The
Philosophy of Henri Bergson in the Poetry of A.M.», Revue de Litérature Comparée,
XXXVI (1962), pp. 50 a 70.
22. OPP, p. 309.
23. OPP, p. 310.
24. OPP, p. 311.
25. OPP, p. 501.
26. Sobre la relación de A.M. con Leibniz, véase lo que aquél escribe en OPP, pp. 293-
94. Cf. Monadologie, 8. A. Sánchez Barbudo señala que, a diferencia de la de Leibniz,
la mónada de Machado es amante, fraterna, necesitada y ansiosa de lo otro (op. cit., pp.
15 y 18). Falta también en A.M. la armonía preestablecida de Leibniz, por lo que P.
Cerezo Galán habla con acierto de «una monadología disarmónica» (Palabra en el
tiempo: poesía y filosofía en A.M., Madrid, Gredos, 1975, pp. 334 ss. y, en especial,
sobre las diferencias respecto de Leibniz, pp. 336 y 337). Cf. G. Correa, art. cit., CH, I.
p. 483, quien afirma que Machado-Martín «se aparta de la multiplicidad de las mónadas
de Leibniz» en favor de una mónada única; me inclino antes bien a pensar que, para
Machado-Martín, hay por lo menos dos mónadas, lo uno y lo Otro, y en rigor muchas
más, puesto que hay otros que son como yo y que, como yo, aspiran a lo Otro, siendo
ellos «otros» también para mí, sobre todo lo cual se ha de volver más adelante.
27. OPP, p. 312.
28. «La poesía es —decía Mairena— el diálogo del hombre, de un hombre con su
tiempo. Eso es lo que el poeta pretende eternizar...» (OPP, p. 380). Cf. también:
«Pensaba mi maestro que la poesía, aun la más amarga y negativa, era siempre un acto
vidente...», afirma Juan de Mairena en las huellas de Rimbaud (OPP, p. 449). Y también:
«En verdad, lo poético es ver...». Señalemos, por, fin, que, para A.M., es el niño en su
encierro, cantando al tiempo, «el poeta puro» (OPP, p. 372), según se acentuará más
adelante. Aunque A.M. suele equiparar la poesía a otras artes, a la postre concede a
aquélla una marcada superioridad sobre todas las demás. Ante todo, ella comparte con
otras artes temporales —música, danza— la aptitud para erigirse en símbolo trascendente
del río que es el tiempo vivencia!.

362
complementario, / que marcha siempre contigo, / y suele ser tu contrario» (p. 255).
Hay un pasaje en donde Abel Martín señala como meta del poeta «el pindárico sé el que
eres [...] término de este camino de vuelta» (OPP, p. 308); mas él debe conjugarse con
estos otros, de «Proverbios y cantares», XXXVI: «No es el yo fundamental / eso que
busca el poeta, / sino el tú esencial» (p. 258). El espejo es, en la poesía de Machado, un
símbolo polisémico. Concha Zardoya, en su ensayo «El cristal y el espejo en la poesía de
A.M.», destaca sobre todo el sentido positivo de retener las imágenes que refleja y
absorber el tiempo, por lo cual el espejo se identifica con la conciencia rememorante
(Poesía contemporánea española, Madrid, Guadarrama, 1961, pp. 181 a 215); pero a
este sentido cabe contraponer la función de devolver mi propia imagen, en vez de darme
acceso a la del tú que me mira, puesta de resalte en los versos citados al comienzo de
esta nota. Cf. mi ensayo «La novela espejo» en Cuadernos Hispanoamericanos, n.°
313, julio de 1976, en especial el pasaje con que se inicia el parágrafo 9. El ojo y la
mirada son también para A.M. símbolos polisémicos: pueden estar referidos a la mirada
recíproca que en tensión erótica se dirigen el yo y el tú; pero «el gran ojo que todo lo ve»
es, para A.M., un ojo de visión a distancia, que convierte a los sujetos en meros objetos
homogéneos de conocimiento teórico (OPP, p. 305). Corresponde a lo que en otros
escritos he denominado el sujeto epistemológico omnisciente.
30. OPP, p. 555. Cf. los versos: «Escribiré en tu abanico: / te quiero para olvidarte, /
para quererte te olvido» (p. 376); también: «en amor el olvido pone la sal» (p. 377); y el
poema que comienza así: «Sé que habrás de llorarme cuando muera / para olvidarme y,
luego, / poderme recordar [...]» (loe. cit.). Para A.M. la memoria no sólo conserva y
archiva: al incursionar en el pasado vivo, que por sí mismo se modifica, lo corrige,
aumenta, depura, lo somete a estructuras nuevas. Cf. «Esperanza y desesperanza de
Dios en la experiencia de la vida de A.M.», de José Luis L. Aranguren en Ant.
GullónPhillips, p. 297. Cf., sobre el poder alumbrador del olvido y del recuerdo, el
parágrafo titulado «La teoría y las cartas a Guiomar», en La poesía de A.M., de Ramón
de Zubiría, Madrid, Gredos, 1959, pp. 124-25, y también El pensamiento de A.M. de
Pablo de A. Cobos, Madrid, ínsula, 1971, pp. 72-73. Véase, por fin, sobre la
maleabilidad del pasado por la memoria, el libro citado de Cerezo Galán, p. 167 («Vencer
al tiempo, con su doble poder del olvido y la muerte, es rehacer en la memoria y
engendrar en la esperanza») y pp. 211 a 220.
31. OPP, p. 299.
32. OPP, p. 378.
33. OPP, p. 372.
34. Esta última frase reproduce con leve alteración un pensamiento de Cerezo Galán, op.

363
cit., p. 357. Obsérvese que las cosas sensibles —y entre éstas los otros seres humanos—
vuelven a adquirir sentido, pese a haber pasado, en cuanto se las ve, recuperadas, como
manifestaciones de lo Otro. Así, a los versos ya citados (supra n. 12) que aluden a la
triste faena «de ir arrojando a la arena, / muertos, los peces del mar», cabe contraponer
éstos: «Si quieres saber algo del mar, vuelve otra vez, / un poco pescador y un tanto
pez» (OPP, p. 474), y la concepción de la poesía como pesca «de pescados vivos [...] de
peces que puedan vivir después de pescados» (OPP, p. 380), lo cual concuerda, a su
vez, con estos versos de «Al Gran Pleno»: «mar y pez y anzuelo vivo, / todo el mar en
cada gota, / todo el pez en cada huevo, / todo nuevo».
35. Estos pensamientos fueron expuestos por mí (sin referencia a A.M., por no haberlos
visto entonces claramente en su obra) primero en un artículo publicado en 1950, con
motivo del tercer centenario de la muerte de Descartes, por la Revista de Filosofía de
Santiago de Chile, y luego, ampliados, en mi libro-tesis Réflexions métaphysiques sur la
mort el le probléme du sujet, París, Vrin, 1957, pp. 49 a 79 (proposiciones III y IV). En
sentido contrario a lo sostenido en el texto, esto es, afirmando que para A.M. el yo sólo
apetece otro yo humano o «lo sensible», se pronuncian Pedro Laín Entralgo, Rafael
Lapesa y Gustavo Correa en sus respectivos ensayos incluidos en CH, I, pp. 9 ss., 423
ss. y 479 ss. Creo justificado, a la luz de lo dicho en el texto y de lo que me parece ser el
pensamiento filosófico de A.M., disentir de tan autorizadas opiniones. Si ellas fueran
acertadas, no habn'a un genuino acceso de lo uno hacia lo Otro, sólo se darían vínculos
ocasionales con unos otros aparentes, susceptibles de ser impugnados por el desengaño
que nos deja en soledad decepcionada con nuestras representaciones; en los términos de
mi esquema explicativo, la Z no llegaría a configurarse, pues podría siempre quedar
disuelta en un zigzagueo. Cabe señalar el parentesco laxo de lo que veo como
pensamiento de Machado con otras posiciones filosóficas contemporáneas, como las
sostenidas por Martín Buber en su libro Ich und Du (Yo y Tú, trad. de Horacio Crespo,
Buenos Aires, Nueva Visión, 1969) y por Gabriel Marcel en Étre el avoir, París, Aubier,
1935 (en particular su concepción del misterio del ser como copresencia en Journal
métaphysique, 1928-1933).
36. Para comprobar el seguro conocimiento que A.M. logró tener del Heidegger de Ser y
tiempo y de la filosofía fenomenológica en general, véase OPP, pp. 562 a 567 y 598.
37. Hay aquí una suerte de argumento ontológico, pero orientado hacia lo Otro: no se
trata de partir de un yo ya evidente a probar que hay algo otro, diferente de él; lo Otro,
por definición, es Otro, unido inexorablemente al yo que soy, puesto que soy siempre en
cuanto apetencia de lo Otro.
38. OPP, p. 519. Véase el comentario de P. de A. Cobos a este pasaje, pp. 76-77.
39. OPP, p. 459. Sobre Dios como lo radicalmente Otro, véase la cita que Sánchez
Barbudo hace de la Dogmática de Karl Barth (op. cit., p. 46). En el mismo sentido, cf.
Rodolfo Otto, Lo santo, trad. de Fernando Vela, Madrid, Revista de Occidente, 1925, p.
34: «Un Dios que concebimos no es Dios (Testeeger)»; y en general su afirmación de lo
divino como mysteríum tremendum, pp. 18 ss.
sin necesidad de dar su anécdota, «contando su melodía»: «Canto y cuento es la poesía.

364
/ Se canta una viva historia, / contando su melodía»; «Toda la imaginería / que no ha
brotado del río, / barata bisutería» («De mi cartera», OPP, pp. 286-87). Precisamente la
rima, el ritmo y otros recursos de la métrica tienen por función actualizar el pasado en la
audición o lectura del verso presente, vocado a su vez al remate del poema, y esta
interacción o referencia recíproca de las tres instancias temporales es propia del tiempo
vivido. Cf. «A.M.: "De mi cartera". Teoría y creación», de Aurora de Albornoz, en CH,
I, pp. 1.025-26; y esta estrofa final del poema antes citado: «La rima verbal y pobre, / y
temporal, es la rica. / El adjetivo y el nombre, / remansos de agua limpia, / son
accidentes del verbo / en la gramática lírica, / del Hoy que será Mañana, / del Ayer que
es Todavía» (OPP, p. 287). Cabe citar aquí también lo que Machado dice sobre la
aspiración de la obra de arte a un presente ideal, es decir a lo intemporal, sin excluir el
sentimiento de lo temporal; luego, tomando la lírica corno ejemplo, afirma: «Es
precisamente el flujo del tiempo uno de los motivos líricos que la poesía trata de salvar
del tiempo, que la poesía pretende intemporalizar (OPP, pp. 703-704; cf. p. 315). Sin
embargo, contrariando a Verlaine, niega Machado que la poesía pueda ser sólo y ante
todo música. El material del poeta no es, como el de otras artes, algo aún no trabajado,
asocial, a la manera del mármol y aun del color y el sonido. «El poeta lucha con otra
suerte de resistencias: las que ofrecen aquellos productos espirituales, las palabras, que
constituyen su material. Las palabras, a diferencia de las piedras, o de las tierras
colorantes, o del aire en movimiento, son ya, por sí mismas, significaciones de lo
humano, a los cuáles ha de dar el poeta, necesariamente, otra significación» (cita A. de
Albornoz, art. cit, p. 1.018). Cabe aproximar esta función inevitablemente social de
alterar el lenguaje común y cotidiano sin apartarse de él que Machado atribuye a la
poesía, con lo que expresa el verso de Mallarmé en «Le tombeau d'Edgar Poe»:
«Donner un sensplus pur awc mots de la tribu». Sobre la superioridad que también
Hegel en su Estética atribuye a la poesía sobre otras artes, véase de Carla Cordua, Idea y
figura. El concepto hegeliano de arte, Río Piedras, Puerto Rico, Editorial Universitaria,
1979, pp. 15 a 17 y particularmente p. 271: «La poesía es para Hegel la más perfecta de
las posibilidades artísticas en general, y la más acabada de las manifestaciones sensibles
del ser, o lo que es lo mismo, del parecer de la idea [...] la poesía [...], porque representa
el telas hacia el que se mueve el progreso continuo de las artes que integran el sistema,
puede ser llamada el arte universal...»; etc.
29. Recuérdese, en «Al Gran Pleno» recién transcrito, el verso que dice «no hay espejo;
todo es fuente», en oposición a estos otros, que apuntan al momento de la decepción:
«Mis ojos en el espejo / son ojos ciegos que miran / los ojos con que los veo» (OPP, p.
294). Cf. también, entre los «Proverbios y cantares», el IV: «Mas busca en tu espejo al
otro, / al otro que va contigo» (p. 253), y el XV: «Busca tu
116/ANTHROPOS

365
40. Carta a Miguel de Unamuno de 16 de enero de 1918, OPP, pp. 922 a 925, en
especial p. 924.
41. OPP, p. 534.
42. OPP, p. 365. Cf. Cerezo Galán, op. cit., p. 367. Sobre este tema, véase mi ensayo,
concordante con lo expuesto por A.M., «El Dios hermano», en Sin Nombre, San Juan,
Puerto Rico, vol. VII, n.° 2, 1976, pp. 18 a 56 y, en especial, en p. 21, la referencia a
Mt.: 25, 35 a 40.
43. OPP, p. 480; cf. p. 483 y también p. 356 («Las cosas están presentes a la
conciencia...», etc.). Tales pasajes pueden concordarse con la prioridad husserliana del
mundo de la vida sobre el que las ciencias, conforme a sus métodos específicos, logran
exhibirnos (Krisis..., etc., § 36).
44. OPP, p. 856.
45. OPP, p. 261: «Demos tiempo al tiempo: / para que el vaso rebose / hay que llenarlo
primero». Cf. p. 526.
46. OPP, p. 373.
47. OPP, p. 315. Cf. pp. 703-704. Cabe aproximar este pensamiento de Machado al tan
citado verso con que Mallarmé inicia «Le tombeau d'Edgar Poe»: «Tel qu'en lui-méme
enfin l'éternité le change».
48. OPP, p. 119.

366
49. OPP, p. 261.
50. OPP, p. 394.
51. OPP, p. 64. Cf. Cerezo Galán, op. cit., pp. 59 a 79, en especial p. 70, y el ensayo de
Concha Zardoya «Los caminos poéticos de A.M.», en Ant. Gullón-Phillips, pp. 327 ss.
52. OPP, p. 203.
53. OPP, p. 273.
54. OPP, p. 203.
55. OPP, p. 109. Cf. Ricardo Gullón, Las secretas galerías de A.M., Madrid, Taurus,
1958, en especial pp. 41 a 47 y 56.
56. OPP, p. 504.
57. OPP, p. 273.
58. OPP, p. 100. Cf. p. 207 (XLIII a XLV) y p. 226: «[...] todo pasa [...] nada vuelve
[...]; ¡Nada queda!».
59. OPP, pp. 347-48.
60. OPP, p. 515. Esto es, apríori, porque el saber que el hombre tiene de que su tiempo
se encamina hacia la muerte es independiente de cualquier experiencia de que otros
mueren o de que todos los hombres son mortales. Coincidiendo en esto con Heidegger,
Machado observa que la totalidad de la existencia humana «no puede ser pensada sin
pensar en la muerte, su indefectible acabamiento» y que, por eludir tal pensar, «las
baratas filosofías de la vida» lo son del «vivir acéfalo» (OPP, p. 561). En este contexto,
es pertinente evocar el poema en un verso que dice «Hoy es siempre todavía» (OPP, p.
253) y también estos versos de las «Ultimas lamentaciones de Abel Martín»: «¡Oh
tiempo! ¡Oh Todavía / preñado de inminencias!» (OPP, p. 329). La palabra castellana
«todavía» es contracción de la locución «por todas las vías», que significó primero «en
todo tiempo» y más tarde «antes y ahora también» (lo cual lleva implícito el sentido de
«mañana acaso ya no»). Es equivalente del francés encoré, del italiano ancora, voces
derivadas del latín hanc horam, que significa «hasta esta hora», y contiene una
anticipación de que lo que aún no cesa podría cesar. El verso «Hoy es siempre todavía»
tiene, pues, el sentido de indicar hacia un término del tiempo vivido. Cerezo Galán ofrece
un análisis de este verso en op. cit. pp. 194-95 y 201-202. A propósito del poema en que
se lee que el Todavía «se funde en una sola melodía», observa este autor que su sentido
apunta hacia un instante en que el «todavía» se consuma y perfecciona (p. 201).
61. OPP, p. 104.
62. OPP, p. 101. La unidad que forman el río y el mar, esto es río-mar, podría no haber
sido ajena al nombre ficticio con que Machado invoca a su último secreto amor. (Cf.
Concha Espina, De A.M. a su grande y secreto amor, Madrid, Gráficas Reunidas, 1950).
Sobre este amor y el origen del nombre «Guiomar», véase de José Luis Cano, «Un amor
tardío de A.M.: Guiomar», en Ant. Gullón-Phillips, en especial pp. 105-106. Sobre el
simbolismo del río y el conexo del mar en A.M., véase Cerezo Galán, op. cit., pp. 79 a
87 y 99 a 108.
63. También se puede entender este «horror de volver» como la visión hacia un pasado
que ya no se puede rectificar y que no siempre fue bueno y acreedor de una postrera

367
aprobación. Armand F. Baker en «A.M. y las galerías del alma», CH, II, en el contexto
de la poco convincente hipótesis que enuncia de un Machado teósofo, ye en este «horror
de volver» una «referencia a la idea de volver a nacer en esta vida de sufrimiento y
dolor» (p. 647). Por su parte, Cerezo Galán cree encontrar en esta locución machadiana
una alusión a la teoría del eterno retorno.
64. OPP, p. 268. Aquí el río ya no es nuestro vivir, sino lo que pasa, arrastrándonos,
frustrando nuestra esperanza de anclar en la ribera. Este poema debe ser aproximado de
aquellos versos que dicen del poeta que «su fortaleza opone al tiempo, como el puente /
al ímpetu del río sus pétreos tajamares» (OPP, p. 227).
65. OPP, p. 403.
66. OPP, p. 469.
67. OPP, p. 385.
68. OPP, p. 113.
69. OPP, p. 79.
70. OPP, p. 425.
71. Cf. mi ensayo «Contemporaneidad de Epicuro» en el volumen La encrucijada del
hombre contemporáneo, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1976; y la ponencia
que, bajo el título «Epicure: la pensée du mourir», presenté al cuarto simposio
organizado por la Asociación Humanística Helénica sobre el tema «Racionalidad
científica y no científica» (Atenas-Portaría, 5 al 13 de septiembre de 1978), cuyas actas
están en prensa.
72. OPP, pp. 73, 67 y 207 respectivamente. 73. OPP, p. 389. Sobre la concepción de la
muerte «a lo épico» y «a lo lírico», véase el libro citado de Pablo de A. Cobos, pp. 86 a
89. En la misma dirección, Francisco Ayala, «Un poema y la poesía de A.M.», en Ant.
Gullón-Phillips, pp. 388-89. 74. OPP, p. 425.
75. OPP, p. 574.
76. OPP, p. 511.
77. OPP, p. 519.
78. Hay otras figuras simbólicas en la poesía de A.M. que no he mencionado en el texto,
a fin de no desviarlo del propósito que lo inspira. La tarde, por ejemplo, aparece
reiteradamente como símbolo de tiempo que se acaba (véase «El uso de "tarde" en la
poesía de A.M.», de Alfredo Rodríguez, Luz Rodríguez y Tomás Ruiz Fábrega, CH, II,
pp. 69 a 697). La primavera también ocupa un lugar de privilegio como símbolo de
resurrección y de triunfo sobre la muerte (véase «El símbolo de la primavera en la poesía
de A.M.», de José Luis Cano, CH, II, pp. 695 a 715, y «Amor y muerte en A.M. El
poema "A José María Palacio"», de Ricardo Senabre, ibíd., en especial pp. 952 ss.).
También habría que señalar el valor simbólico de «sol» y «sombra». Véase, en general,
«Sobre algunos símbolos en la poesía de A.M.», de Rafael Lapesa, CH, I, pp. 386 a
431, y «Mágica y poética de A.M.», de Gustavo Correa, ibíd., pp. 462 a 492. A estos
símbolos ya estudiados puede añadirse el de «fuego», como pura existencia, y «ceniza»,
como lo desechable del vivir; cf. el poema «Esto soñé» (OPP, p. 273; cf. p. 276), que
trae un eco de «Toute l'áme résumée» de Mallarmé. Hay valiosas contribuciones para

368
una simbólica de A.M. en un trabajo inédito de la profesora Carmen Judith Vilanova
(«La sensibilidad romántica de A.M.: observaciones») que he tenido el privilegio de leer.
79. OPP, pp. 451 y 347 (el final de «Muerte de Abel Martín»).
80. OPP, p. 439. Cf. Cerezo Galán, op. cit., pp. 297 y 209.
81. OPP, p. 598.
82. OPP, p. 511.
83. OPP, pp. 495-96. Obsérvese que, si bien los relojes mecánicos parecen poder girar al
infinito y sin interrupción, suponiendo que no se desgastaran y que una fuente energética
permanente los alimentara, siendo por esto asimilable el tiempo que exhiben al tiempo
cósmico, hay otros relojes, como los solares, y sobre todo los de arena, que, por
interrumpir su curso cuando el sol deja de alumbrar, aquéllos, o cuando la arena se
acumula toda en el compartimento inferior, los últimos, simbolizan la finitud del tiempo
humano. Sobre la primera clase de relojes, véanse los poemas «Hastío» (LV) y
«Meditaciones rurales» (CXXVIII) en OPP, pp. 99 y 183 ss. y, en este último, la
pregunta: «¿Pero tu hora es la mía? ¿Tu tiempo, reloj, el mío?» (p. 183). 84. OPP, p.
381, sobre el concepto de eternidad del sentido común como tiempo que no se acaba
nunca; cf. p. 315, que equipara «eternizar» a «intemporalizar». Recuérdese que, según
palabras de Mairena, su maestro murió más inclinado, acaso, hacia el nirvana búdico que
esperanzado en el paraíso de los justos (OPP, p. 452). Recuérdese también que el
nirvana no es tiempo indefinido de bienaventuranza, sino superación de la condición
temporal, tenida por reiterativa, condición que Machado llama «amargura

de la eterna rueda» en el poema «La noria» (XLVI), OPP, p. 90.


85. OPP, p. 566; cf. pp. 310, 341 y 755.
86. Olof Gigon ha indicado con acierto que esta oposición tiene su origen en la
sistemática platónica y que ella pasa por alto que el propósito filosófico de Heráclito es
diferente del de Parménides. «Cuando la actitud de Heráclito se encontró encorsetada en
las categorías de la metafísica eleática —escribe este autor— pudo aparecer como
filosofía del "devenir" frente a la filosofía eleática del ser. L presentación platónica de la
doctrina de Heráclito no es falsa, pero cambia los acentos de lo ético a lo ontológico y
pone a Heráclito ante una cuestión que no era la suya» (Los orígenes de la filosofía
griega, Madrid, Credos, 1971, p. 272; cf. también pp. 222 y 243). Dentro de esta línea
de pensamiento que pretende contraponer Parménides a Heráclito, se atribuye a éste el
célebre navio QSÍ (todo fluye) de la doxografía, sin más base en los textos que la imagen
del río cambiante (fragmentos 22B, 49 a 51). En todo caso, si hubiese en Heráclito la
afirmación de tal flujo universal, habría que pensar, con Rodolfo Mondolfo, que ello es
sólo un primer momento de su especulación, superado luego por las exigencias de la

369
razón (el Xóyog que aparece ya en el fr. 1) y la necesidad religiosa de la unidad
permanente de los contrarios (fr. 67 y 102) (El pensamiento antiguo. Historia de la
filosofía greco-romana, Buenos Aires, Losada, vol. I, p. 47). Sin embargo, sería un error
borrar las diferencias hasta el punto de afirmar, con Martín Heidegger, que Heráclito
dice, en verdad, lo mismo que Parménides (Introducción a la metafísica, Buenos Aires,
Editorial Nova, 1956, p. 131). Se h querido conferir verosimilitud a esta pretendida
polémica, a base del supuesto de que, al aludir Par ménides (en el fr. B 6, 5) a «hombres
de dos cabezas», habría apuntado contra el fragmento 60 de Heráclito, según el cual es
uno mismo el camino que va hacia lo alto y el que va hacia lo bajo. Werner Jaeger añade
su opinión autorizada a la de otros helenistas, al señalar que esta invectiva de
Parménides, según toda verosimilitud, no se dirige contra un pensador en particular, sino
contra «la raza entera de los mortales» (La teología de los primeros filósofos griegos,
México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1952, pp. 103-104). Jean Bollack y
Heinz Wismann consideran, por su parte, que es imposible, a partir del nivel de
comprensión que ha producido el texto de las ediciones actuales, establecer un
pensamiento que pueda atribuirse a Heráclito con exclusividad; la obra, opinan, nos ha
sido transmitida en forma distorsionada por prejuicios, ideologías y citas interesadas
(Héradite ou la séparation. París, Éditions de Minuit, 1972, p. 46).
87. Cf. OPP. p. 356, en donde se dice que tal heterogeneidad lo es entre los actos
conscientes y los objetos a que ellos apuntan.
88. OPP, p. 492.
89. San Juan de Puerto Rico, Editorial Cordillera, 1965, pp. 247 y 263. Cf. p. 259: «De
ahí que el tema de la vida y la muerte se mueva entre la esperanza y la desesperación».
90. Véase supra parágrafo 7 y nota 40. Cf. también, en esta dirección, la apología que
hace Machado del pueblo ruso en OPP, pp. 860-61: «Porque lo ruso, lo específicamente
ruso, era la interpretación exacta del sentido fraterno del cristianismo, que es, a su vez, lo
específicamente cristiano... El ruso, genuinamente cristiano, creía en la fraternidad
humana, emancipada de los vínculos de la sangre...». Siguen pasajes que revelan una
comprensión profunda de la dificultad de conciliar con el marxismoleninismo esta
tradición cristiana rusa, sin excluir el que esta conciliación sea posible.
91. Cf. OPP, p. 294. Sobre cierta ambigüedad de Machado frente al panteísmo, véase
Pablo de A. Cobos, op. cit., p. 76. Por no parecerme suficientemente fundada en los
textos, no me extiendo en la interpretación de Armand F. Baker en «A.M. y las galerías
del alma», CH, II, pp. 647 a 678, de un Machado teósofo. Es por cierto abusivo leer
como afirmación de la creencia en la reencarnación de las almas la boutade de Mairena:
«El pasado hay que buscarlo en el presente. Felipe II no ha muerto, amigo mío. ¡¡¡Felipe
II soy yo!!! ¿No me había Ud. conocido?» (OPP, p. 675).
92. No aparece referencia alguna a este poema en los artículos, por lo demás muy
interesantes, de Constantino Láscaris y Jorge Enjuto, titulados res pectivamente «El
Machado que se era nada» y «Apuntes sobre la metafísica de A.M.», ambos incluidos en
el ya citado número de La Torre, enerojulio 1964, pp. 187 ss. y 209 ss. El primero de
estos autores escribe: «La afloración consciente de "la inmensa mar" en Machado sólo

370
puede ser la muerte Y dado que la muerte es enfrentada desde el "no somos nada", a
primera vista podría decirse [no entiendo cómo, pero así lo he visto escrito varias veces
en artículos que citan a Machado] que es como la plenitud plena, como el ser absoluto de
Dios» (p. 198). Hay muchos aciertos en el artículo de José Luis Abellán, «A.M., filósofo
cristiano» (ibíd., pp. 221 ss.).
93. Op. cit., pp. 358, 360y 379. En su «Profesión de fe» dice A.M.: «Dios no es el mar,
está en e mar». Me permito entender esta sentencia enigmática en el sentido de que el
mar en que él río desemboca es, según la metáfora manriqueña que A.M. hace suya, el
morir, al tiempo que Dios —o la vivencia de Dios— es una posibilidad de este morir: el
morir bueno.
94. Op. cit.,p. 88.
95. Loe. cit.
96. Ibíd.. p. 88.
97. Ibíd.. p. 93. No creo necesario referirme al falso problema suscitado por Sánchez
Barbudo sobre, si en el caso de A.M., el filósofo mató al poeta o si surgió el filósofo
porque el poeta había en él empezado a morir (p. 59).
98. A.M. «...buscaba en vano escapar del solip sismo», dice Sánchez Barbudo (p. 54).
99. Op. cit., p. 115.
100. Aludo aquí a palabras del poema «Hacia tierra baja», OPP, pp. 237-38.
Apéndice: los nombres de Antonio Machado1
1. El acto de leer una obra literaria o filosófica de calidad no acaba por cierto cuando,
llegados a la última página, cerramos el libro para dejarlo en el anaquel. Cabría afirmar,
antes bien, que sólo entonces comienza ella a vivir, que sólo entonces inicia su secreto
itinerario por nuestro espíritu y el lento despliegue de las significaciones de que es
portadora y que librará a nuestro más personal pen samiento.
Hacia fines de 1945 leía yo en las costas de Chile las sentencias, los donaires y
recuerdos apócrifos de Juan de Mairena, y se sellaba entonces para mí la alianza por
contraste entre una cierta vida intelectual española, al par provinciana y cultivada,
sosegada y tensa, y ese océano que, como para recusar el adjetivo con que se quiso
exorcizar su terrible potencia, prosigue sin tregua, ante unas rocas despavoridas y líricas,
su milenario trabajo de horadar nuestra tierra.
He vuelto hace poco a este libro, a sus páginas, intocadas desde entonces, manchadas
ya por los aires salinos, yodados y húmedos que han sido los míos. Lo he leído ahora en
playas tibias, ante el mar amigo de una segunda patria. He reencontrado en sus márgenes
amarillentos mis notas y observaciones de entonces, que hoy me parecen casi
extranjeras, por rústicas y primitivas. Y he visto con asombro que nada anoté ni observé
respecto de aquello que en el libro de verdad importa, de aquello al menos que hoy me
parece que en él importara.
Mi asombro ha subido de punto cuando he advertido que mucho de aquello en que
entonces no reparé, o en que no reparé con una atención tan vigilante como para
subrayarlo y comentarlo, es en considerable medida lo que en los últimos años yo he
pretendido expresar en mis propios escritos. ¿Coincidíamos ya entonces el libro- y yo, y

371
era mi falta de respuesta consecuencia de una lectura distraída y presurosa? Es posible,
puesto que, según mis recuerdos, en esos años solía yo leer en polémica, animado por el
propósito semiconsciente de oponerme al autor, de distinguirme de él —lo que equivale a
decir que aún no sabía leer—. Sin embargo, me inclino más bien a pensar que el libro
creció en mí, sin yo saberlo siquiera, pese a mi inatención y a mi olvido, favorecido
acaso en su crecimiento por esta inatención y este olvido míos, gracias a los cuales podía
atribuir a mi invención lo que el poeta, y con él tantos otros, ya habían creado y
descubierto.
Quienquiera que se proponga pensar por sí mismo lleva a cabo un acto de ruptura
con los pensamientos que hasta entonces aparecían ante él acreditados por la aprobación
común. Y funda en esta ruptura el sentimiento, no exento de soberbia, de su propia
originalidad. Pero esta experiencia no completa su ciclo propio y peculiar sino cuando
comprendemos que aquellos contra quienes pretendimos pensar habían consumado
también en su hora el mismo acto de ruptura, y que, por tanto, lejos de distinguirnos de
ellos, más bien nuestra pretensión nos abrió el acceso hacia una más plena inteligencia de
sus vidas y sus obras, de sus trabajos y sus días. Al sentimiento ine vitablemente pobre
de la mentida originalidad, sucede entonces el de haber logrado participar con nuestras
escasas fuerzas en una vasta empresa colectiva de pensadores, artistas y poetas, el de
haber podido establecer con ellos una cierta, imperfecta comunión en lo originario, el de
pertenecer, como vastagos indignos por cierto de tan ingente legado, a la gran estirpe de
quienes aspiraron a ser hombres. A la postre, comprendemos que no hay más
originalidad que la que consiste en reconocer nuestra débil voz en el coro de los mayores,
pro curando ella también a su modo y estilo alcanzar ese único punto hacia el que
convergen, pese a la diversidad de las situaciones históricas, de las circunstancia
personales o de los lenguajes empleados, todas las búsquedas de fundamentos radicales y
todos los actos de auténtica celebración.
Pero ¿no será esta una falsa genealogía, no ocurrirá que esta comunión y este
parentesco no son sino el fruto de una retroactiva y presuntuosa atribución de nuestro
pensamiento a otros, más grandes, con cuyos nombres y prestigios quisiéramos disimular
la cortedad de nuestra propia luz? Así puede ser en efecto. Pero esta posibilidad es el
inevitable riesgo del pensar por sí. Pues no hablan para nosotros Platón y Aristóteles,
Dante y Goethe, si no comenzamos nosotros por hablarles, si, con el atrevimiento del
que aún no sabe, no hacemos primero de sus obras suertes de cajas en que nuestro
incipiente decir resuene. Lo que importa es, sin embargo, la ulterior disposición a recibir,
a aprender y a enmendarnos, una vez consumado nuestro inicial e iniciático acto de
invocación.
Hasta cierto punto toda genealogía es ficticia y todo pasado, apócrifo. Es el acto
nuestro de acoger, de recoger y exaltar unos ascendientes lo que les confiere verdadero
ascendiente sobre nosotros, lo que nos constituye en sus efectivos y eficaces herederos.
Es nuestra decisión de actuar como creadores lo que otorga actualidad a las obras del
pasado y convierte esa pretendida creación nuestra en una ritual repetición, en un volver
a pedir, a demandar y preguntar lo que el hombre ha querido y requerido a lo largo de su

372
historia.
2. Mas en lo dicho podemos comprobar que nuestra coincidencia con el poeta se
extiende hasta el modo como él mismo concebía su coincidencia con otros y el acto de
creación cultural. Pues, para Machado, para Machado-Mairena-Martín, el hombre
cumple la esencia de lo humano en la medida en que es él mismo, auténtico, vale decir,
original. «Sed originales, yo os lo aconsejo —dirá Juan de Mairena—: casi me atrevería a
ordenároslo.» 2 Pero esta originalidad se da en oposición con la demasiado común
novelería.3 Ella comienza, a menudo, por cierta incomprensión que lleva implícito el
deseo de comprender, aunque más no sea el de comprender que no se había
comprendido;4 o bien se inicia con un pensar en rebeldía contra lo que se piensa, por un
desaber lo que se da por sabido, única manera de llegar a pensar y saber algo.5 Claro
está, al adoptar tal actitud es posible que incurramos en el pecado que más difícilmente
se perdona y de que se acusaba a Sócrates: el de introducir nuevos dioses.6 Pero estos
dioses que parecen nuevos resultan, a la postre, ser los antiguos, que se había dejado en
decoroso olvido y cuyo culto queda ahora reinstaurado.7 El olvido de los dioses antiguos
es, pues, condición de que surjan renovados por la invención humana —esa invención
sinónimo de hallazgo— y de que se pueda sentir por ellos una espontánea y libre
veneración. Todo lo cual se vincula al tema machadiano de la función alumbradora del
olvido, potencia activa que genera y depura el recuerdo en que el pasado llega a
consumarse.8 Precisamente porque queremos perfeccionarlo llegamos a captarlo en su
realidad. «Tenéis —decía Mairena a sus alumnos— unos padres excelentes, a quienes
debéis respeto y cariño: pero ¿por qué no os inventáis otros más excelentes todavía?».9
Estos serán, precisamente, los verdaderos padres. Sócrates es una invención del recuerdo
amoroso de Platón, más real sin embargo que cualquier otro Sócrates que no tuviera la
altura que Platón supo darle.10 El pasado sólo es en cuanto vive en la memoria de
alguien, en cuanto actúa en una conciencia que lo incorpora a un presente. Y no importa
que la conciencia corrija o aumente.11 Pues la grandeza propia del pasado consiste
precisamente en su poder para incitarnos a tal operación: «Que después de veintitrés
siglos haya quien dicte lecciones de platonismo al mismo Platón, no dice nada en contra,
y sí mucho en favor de Platón».12 Lo original de un pensador o poeta se revela en el
acto original de quien lo lee y, a la postre, pertenece a la comunidad dialogal que ambos
instituyen.13
Entre los «Proverbios y cantares» de Machado hay uno que dice:
Para dialogar,
preguntad, primero;
después... escuchad.14
Juan de Mairena, según interpretación de José Machado
Pero, cuando escuchamos, ¿qué oímos? Preguntas, que acaso llevan en su seno lo
que solicitan. La pregunta «es la moneda que vuelve siempre a nuestras manos», porque
el hombre es un ente inquisitivo, necesitado de lo otro, paciente de incurable alteridad,
que cumple su esencia, y por ende encuentra la única satisfactoria respuesta, en el

373
propio, infatigable preguntar.16
En definitiva, Machado viene a afirmar la gran ecuación de pregunta, creación,
ficción, realidad y verdad.17 En versos atribuidos a «un coplero sevillano, que vaga hoy
por las estepas de Soria», dirá así:
Se miente más de la cuenta por falta de fantasía:
también la verdad se inventa.18
Es posible, sin embargo, que las ficciones varias sean a manera de tanteos, que no
siempre alcanzan su fin, y que, a la postre, muchas hayan de ser desechadas en beneficio
de la que nos da acceso a esa velada y última verdad que es raíz de todas y de todas da
cuenta.19
Lo apócrifo, para Machado, no es pues, lo arbitrariamente falsificado; es más bien
un sustrato de realidad, oculto y secreto, al que corresponde en nosotros, como único
órgano de aprehensión adecuado, la más perceptiva, la más lúcida imaginación.
3. De acuerdo con estos principios, podemos intentar comprender la relación
ambigua, derivada de un complejo de identificaciones y proyecciones, que une a
Machado con su principal alter ego.
Para ello debemos comenzar por evocar el talante del poeta. Rubén Darío, que en
1902 lo conoció en París,20 le dedica unos versos en que dice:
Misterioso y silencioso
iba una y otra vez.
[...]
Cuando hablaba tenía un dejo de timidez y altivez.21
Y el propio Machado se confiesa en Soledades:
yo sé que es lejana la amargura mía que sueña en la tarde de verano vieja. [...]
— Yo no sé leyendas de antigua alegría, sino historias viejas de melancolía.22 y en
«Autorretrato»:
Ni un seductor Manara ni un Bradomín [he sido
—y a conocéis mi torpe aliño
[indumentario— ,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas pueden tener de
[hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre[jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y
más que un hombre al uso que sabe su
[doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra,
[bueno.23
Machado silencioso, serio, nostálgico y melancólico, tímido por altivo. Machado
bueno. Así fue, así se veía a sí mismo, así era sin duda en su trato con otros. Poeta en
quien «la inspiración corrige»,24 poeta reflexivo que canta después de pensar. Sí. Pero ¿y
las gotas de sangre jacobina? Sabemos que le resultaba difícil no rebelarse contra la
monotonía y quietud de una vida provinciana, que la mujer lo perturbaba hondamente, y
en alguna parte habla de amores de «tapadillo y atajo» como fueron al parecer algunos

374
de los suyos.25 El poema que titula significativamente «Hacia tierra baja» es ilustrativo
de su íntima contradicción:
Rejas de hierro: rosas de grana. ¿A quién esperas,
con esos ojos y esas ojeras,
enjauladita como las fieras,
tras de los hierros de tu ventana?
Entre las rejas y los rosales, ¿sueñas amores
de bandoleros galanteadores, fieros amores entre puñales?
Rondar tu calle nunca verás ese que esperas; porque se fue toda la España de
Merimée.
Por esta calle —tú elegirás— pasa un notario
que va al tresillo del boticario, y un usurero, a su rosario.
También yo paso, viejo y tristón. Dentro del pecho llevo un león.26
Y Darío había adivinado en él al «pastor de mil leones y de corderos a la vez» que
«conduciría tempestades o traería un panal de miel».27
Agreguemos aquí el peso del nombre que no sólo indica la pertenencia a una familia y
a un grupo social, en el caso de Machado a una clase media docta y cultivada, sino que
define además una cierta personalidad, una cierta imagen de nosotros ante los demás, y
por ende ante nosotros mismos, derivada de lo que hemos sido y constriñente en cuanto
a lo que podemos ser. El poeta, tan sensible a las palabras, al aura de sus significaciones
varias y asociaciones, debió de saber cómo el nombre, y específicamente el suyo y sólo
suyo, Antonio Machado, trazaba el cauce de sus posibilidades. Pues llevar corno apellido
un participio pasado significa que el presente está ya preterido, y que, aunque tengamos,
a fuer de vivientes, aún medio cuerpo en el futuro, podemos dar «lo no venido por
pasado»; significa, en otras palabras, que hemos de vivir el presente según el modo de lo
sido, de lo que no volverá a ser —fugit irreparabile tempus—, salvo en la experiencia
poético-metafísica del recuerdo y en espera de la figura que de nuestra vida forjará el
morir.28 Y es tal vez lo que Machado expresa al suponer que su protagonista llevaba
siempre su reloj con veinticuatro horas justas de retraso, a fin de vivir en el pasado y de
poder acudir, sin embargo, con puntualidad a cualquier cita.29
Pero no olvidemos: Machado posee también cierta connotación de estribillo que nos
persigue obcecadamente, que nos machaca y quebranta, «como un nacha que se abre
paso a través de un bosque»,30 dejándonos para siempre heridos y volviendo siempre a
lastimar nuestra herida. Y este sentido doliente y melancólico del apellido es acentuado
por el nombre «Antonio», que suena como el bordón de la guitarra, la cuerda de las
notas graves que articulan la melodía, nombre que —ya lo vinculemos al primer san
Antonio o a san Antonio de Padua, portugués como era portuguesa por su origen la
familia del poeta— evoca, además, una vida austera, reclusa y seria.
Antonio Machado, quien aconsejaba que antes de escribir un poema, se imaginara el
poeta capaz de escribirlo,31 pudo conjurar, sin embargo, la gravedad de su nombre, sin
dejar de serle fiel, pudo conjugarla al menos con otros requerimientos de su personalidad,
oponiendo a su presente sido un ficticio pasado que es, el de un sevillano que vive en su

375
recuerdo, porque fue su maestro, espontáneo decidor de donaires, escéptico, malicioso,
rabioso a ratos, cortés, y descortés si hace falta,32 conservador callejero y aficionado a la
gitanería, que tuvo fama de borracho y de loco,33 pero movido por hondas
preocupaciones metafísicas, las de Machado, y como éste, en el buen sentido de la
palabra, bueno. Tal personaje —profesor titular de Gimnasia, pero que da unas clases
voluntarias y gratuitas de Retórica, Poética y Sofística— es, en una primera instancia, el
portavoz de la filosofía cínica de Machado. Recuérdese la apología que hace Mairena de
Espronceda por haber logrado acercar el romanticismo a la entraña española, «hasta
pulsar con dedos románticos, más o menos exangües, nuestra vena cínica, no la estoica,
y hasta conmover el fondo demoníaco de este gran pueblo...».34 Recuérdese, también,
como testimonio de la contraposición de cinismo y estoicismo, el gran desprecio que
manifiesta Mairena por Séneca: «Un retórico sin sofística, un pelmazo que no pasó de
mediano moralista y trágico de segunda mano».35 Y estas definiciones: «Por cinismo
entiendo [...], inclinándome a uno de los sentidos etimológicos que se asigna a la palabra
cínico (de kyon, kinós, perro) una cierta fe en que la animalidad humana, el llamado
estado de naturaleza, contiene virtudes más auténticas que los valores culturales; una
cierta rebelión de la elementalidad contra la cultura»;36 rebelión que, por cierto,
constituye en cada caso una nueva actitud cultural: «En pleno Iluminismo, el cínico
Rousseau inicia una cultura romántica al rebelarse contra una cultura clásica —quiero
decir lastrada en demasía de razón y de inteligencia—, abogando por los fueros de la
sentimentalidad».37 Pero la cultura cínico-romántica nos entregará luego lo que durante
todo el siglo XIX hemos estado llamando «ideales», y así hoy nos corresponde ser
cínicos contra Rousseau y el romanticismo idealizante, que es un modo de ser fieles a
Rousseau y sobre todo a nosotros. El cinismo, en este sentido del vocablo, viene a ser
una ética que se manifiesta en una marcada aversión por las ilusiones al uso,
especialmente cuando ellas pretenden revestirse de un valor ético para encubrir y
disimular una realidad que nos duele y humilla. «El más auténtico —dice Mairena—, el
que profesaron los griegos en el gimnasio de Cinosargues, es un culto fanático a la
veracidad, que no retrocede ante las más amargas verdades del hombre. Os pondré un
ejemplo: Si el hombre fuese esencialmente un cerdo —cosa que yo disto mucho de creer
— sólo el cínico no se inclinaría —como los pragmatistas— a guardarle el secreto; la
virtud cínica consistiría en reconocerlo, proclamarlo y en aceptar valientemente el destino
porcino del hombre a través de la historia. ¿Comprendéis ahora por qué en épocas de
pragmatismo hipócrita el cinismo es una reacción necesaria?».38 Pero ¿qué ocurre
cuando al cinismo, llevado a su extremo, ataca al propio cinismo? Ocurre que el hombre
termina por comprender que en el reconocimiento de su miseria puede radicar una
grandeza. Y esta es, precisamente, la otra vena del genio español: la estoica, que hace de
esta conciencia que el hombre tiene de sí, como ente finito y menesteroso, acaso
despreciable, destinado a morir, la raíz de la dignidad humana. «En toda gran catástrofe
moral sólo quedan en pie las virtudes cínicas. ¿Virtudes perrunas? De perro humano, en
todo

376
El Mirón,
Soria. Cuadro de Uranga
caso, sólo fiel a sí mismo.» 39 Tras el cínico Mairena trasluce el estoico Machado.
La tensión polar, que es también un parentesco, entre el autor y su protagonista, se
manifiesta en la de sus apellidos. Desde luego porque, pese al idéntico ma inicial,
Machado da un tono hondo y serio, donde Mairena lo da alegre, liviano y cantarme. Pero
también porque Mairena es el nombre de un pueblo andaluz, y deriva del árabe
maharana que, por significar hato de pastores, nos remite a una vida nómada,
espontánea y libre. Por fin, porque su origen árabe, al igual que su musicalidad propia,
vinculan Mairena a Guiomar, la amada apócrifa y real de Mairena y Machado, es decir, a
un complejo de experiencias eróticas. Estos sentidos aparecen reforzados por el nombre
Juan, que acaso, en una primera aproximación, nos evoque al Bautista, pastor y profeta,
no menos que al evangelista del verbo encarnado y al visionario de la isla de Palmos;
pero que, en último término, más bien nos obliga a pensar en Juan de Manara, vale decir
en el héroe del Eros, en Don Juan, cuya figura, cuya ventura, tanto preocuparon a
Machado.40 Y, sin embargo, el «carácter satánico y blasfematorio» del gran «avivador
erótico» no se manifiesta en Juan de Mairena sino como tema de reflexiones o como
impulso contenido41 que se vierte en obras de fantasía.42 Tendremos que llegar a Abel
Martín, cabeza de la estirpe intelectual de Machado, para encontrar este carácter
encarnado en la realidad apócrifa que el poeta nos entrega.
Pero antes de abandonar a Mairena, preciso es aludir brevemente al «de» genitivo de
su nombre: él arraiga su origen en una zona agraria y al par agrega un matiz de
gentilhombría rural, como tal estrechamente vinculada al pueblo, a ese pueblo andaluz,

377
portador de «un escepticismo extremado, de radio metafísico».43
El que Juan de Mairena tenga, a su vez, un maestro cuya memoria venera, permite al
poeta efectuar un nuevo desdoblamiento y al par alcanzar estratos más secretos y
profundos de su propio ser.44 En Abel Martín encontraremos acentuada la oposición
interior de Juan de Mairena, de modo que, para describir a ambos con versos de
Machado, podría decirse que Mairena era «de espíritu burlón y de alma quieta»,45
mientras Martín sería el que afirma: «yo vivo en paz con los hombres / y en guerra con
mis entrañas».46 La experiencia fundamental, poético-filosófica, de Abel Martín, es la de
la heterogeneidad del ser, por lo que cada sustancia es ante todo una apetencia de
alteridad.47 En ello ve nuestro filósofo la raíz de la religiosidad, pero también la del sexo.
«No es para Abel Martín la belleza el gran incentivo del amor, sino la sed metafísica de
lo esencialmente otro.» 48 Y Eros se le aparecerá como calvario no menos que como
guerra.49 «Que fue Abel Martín hombre en extremo erótico lo sabemos por testimonio de
cuantos le conocieron, y algo también por su propia lírica [...] nombre mujeriego y,
acaso, también onanista; hombre, en suma, a quien la mujer inquieta o desazona, por
presencia o ausencia.» 50 Ona

378
ANTHROPOS/121

nista aun cuando la mujer está «de cuerpo presente», pues la amada es siempre «en
la cita ausencia».51 Onanista sobre todo, porque lo otro, lo heterogéneo, habita en
nosotros mismos, porque «yo es otro», según la expresión de Rimbaud, y la guerra
erótica es, pues, guerra con las propias entrañas.
De aquí también que la religiosidad suela manifestarse para Martín como pugna o
lucha con Dios, como blasfemia, provista de tanta mayor validez religiosa cuanto más
franca y declarada sea: conciencia, sino sencillamente contra su carácter.54
En el nombre mismo de Abel Martín encontramos acentuada la interna tensión de
que «Juan de Mairena» daba testimonio. «Abel» expresa la vida inocente del pastor
cuyas ofrendas fueron preferidas por Yahvé; y «Martín», tras el sonido inicial ma que lo

379
aproxima a Mairena y Machado, evoca desde luego el dios de la guerra, pero en último
término al hermano fratricida, a Caín. El largo romance titulado «La tierra de Alvar

Hay blasfemia que se calla o se trueca en oración;


hay otra que escupe al cielo y es la que perdona Dios.52
vía del parricidio (emparentada, por cierto con la blasfemia-deicidio); y no lo es
menos vincular a Miguel con Abel y Mairena-maharana: inocencia, espontaneidad, vida
pastoril.
El poema termina, sin embargo, en una trágica reconciliación de cada personaje
consigo mismo, que es una recuperación y una rectificación del pasado. Miguel, nuevo
hijo pródigo, continuará la empresa y la vida de su progenitor. Juan y Martín se ahogan
en la laguna a cuyas aguas habían arrojado el cadáver del padre, y se identifican así con
él en la muerte:
¡Padre!, gritaron; al fondo
de la laguna serena
cayeron, y el eco ¡padre!
repitió de peña en peña.58
La analogía podría llevarse hasta confrontar esta muerte de los hermanos parricidas
con la que Mairena atribuye a Abel Martín. «Mi pobre maestro tuvo una agonía dura,
trabajosa, desconfiada... La verdad es que había blasfemado mucho. Con todo, debió de
salvarse a última hora, a juzgar por el gesto postrero, que fue el de quien se traga
literalmente la muerte misma...» 59
Podemos concluir: Machado va de sí mismo a Mairena y de Mairena a Martín en

380
obediencia al nosce te ipsum deifico. Por este juego de presentaciones y representaciones
logra aprehender la contradicción recóndita que acaso en su sobrio vivir, en su convivir,
no expresara. Su itinerario resulta así provisto de un ejemplar valor. Pues si es verdad
que ante todo debemos ser fieles a nosotros y que toda otra fidelidad nos es dada por
añadidura habrá que esforzarse por saber el quién que somos, y acaso ello sólo se logre
en el extremo de un tiempo laborioso y reflexivo, anticipando ese morir que habría de
responder a nuestra pregunta, que apaciguaría nuestras oscilaciones y vacilaciones, que
haría de nuestro vivir siendo un vivir sido, una vida.
Martín, Mairena, Machado: tres nombres o tres personas y un solo hombre
verdadero. Mejor: una sola persona. Pues la máscara, que parece ser el útil postizo que
disimula los rasgos del actor, es, al par, el instrumento por el que sus voces diversas
resuenan, persuenan, y sus potencialidades se hacen acto, drama. Lo que la máscara
oculta es, en verdad, lo que no somos. A última hora, revela y expresa, por nuestro
prolongado actuar, por el personar en ella de nuestra palabra, ese rostro que al filo del
tiempo nos vamos haciendo para aquello —Aquel— con que el tiempo deslinda.
«Más tarde o más temprano, hay que dar la cara», escribe Machado.60 gonzález»
confirma esta interpretación. En él Machado nos ofrece el otro aspecto de la vida
campesina: codicia, envidia, crimen.
Mucha sangre de Caín
tiene la gente labriega,
[...]
La codicia de los campos
ve tras la muerte la herencia; no goza de lo que tiene
por ansia de lo que espera.55
El menor de los hijos de Alvargonzález, Miguel, goza de la preferencia del padre
(«aunque el último naciste / tú eres en mi amor primero»).56 Pero es quien parte a tierras
lejanas, para tornar años después, opulento, a remover la conciencia de sus hermanos
asesinos —Juan y Martín—:
Martín tenía
la sangre de horror helada. La azada que hundió en la tierra teñida de sangre estaba.57
En último análisis, la blasfemia sólo pretende degradar porque honra, sólo niega
porque implícitamente afirma. Más aún: ella es imprecación violenta a un Dios que no es
tal, acreedor por ello de nuestra ira por confrontación con el Dios que es, único que
podría aplacar de verdad esta ira. Aquí, como en el pensamiento de Machado en general,
la vía hacia el Ser pasa necesariamente por la Nada. «En una Facultad de Teología bien
organizada —dice Abel Martín—, con el desprendimiento de quien esboza un programa
académico, es imprescindible —para los estudios de doctorado, naturalmente— una
cátedra de Blasfemia, desempeñada, si fuere posible, por el mismo demonio.» 53 Mas,
tras este aspecto, no ya cínico, sino sacrilego y blasfematorio del personaje, se barrunta,
como siempre, a Antonio Machado el Bueno, a un estoico dispuesto a morirse de
hambre, sin protestas ni alharacas, antes que hacer algo, no ya contra su
122/ANTHROPOS

381
Resulta así legítimo establecer la conexión de Juan —el «Juan» de Mairena: Juan de
Manara, Don Juan— con Martín-Caín, un Caín que es fratricida por la

382
NOTAS
1. Ensayo publicado bajo el título «Con Juan de Mairena años después», en el
número que La Torre, Revista general de la Universidad de Puerto Rico, Año XII, n.°
45-46, enero-junio 1964, dedicó a Antonio Machado, al cumplirse 25 años de su muerte.
2. Juan de Mairena, sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor
apócrifo, Buenos Aires, Losada, 1943, p. 52. Seguiré citando este libro según la
mencionada edición, ya que este ensayo fue escrito antes de publicarse las Obras: poesía
y prosa, Losada, 1964.
3. Ibíd., t. I, pp. 102, 133, 145; t. II, p. 46.4. Ibíd., t. II, p. 24.
5. Ibíd., t. I, pp. 84 y 177.
6. Ibíd., t. I, p. 141.
7. Loe. cit.
8. Ibíd., t. I, pp. 43 a 45; cf. t. II, p. 84.9. Ibíd., t. I, p. 83.
10. Ibíd., pp. 134-135; cf. también p. 59.11. Ibíd., t. I, pp. 133-134.
12. Ibíd., t. II, p. 24.
13. «El tema es original, quiero decir que es viejo como el mundo...» (Ibíd., t. I, p. 101);
las ideas no han de ser tenidas por «prendas de uso personal» (Ibíd., t. I. p. 88); las
razones «se engendran, por cooperación, en el diálogo» (t. I, p. 42); «las obras poéticas
realmente bellas rara vez tienen un solo autor: son obras que se hacen solas, a través de
los siglos y de los poetas, a veces a pesar de los poetas mismos, aunque siempre,
naturalmente, en ellos» (t. I, p. 130).
14. Poesías completas, Buenos Aires, EspasaCalpe, 1940, p. 228. Citaremos esta edición
de ahora en adelante con las iniciales PC.
15. Juan de Mairena, t. II, p. 22.
16. Véase, en especial, ibíd., t. II, pp. 29-30.
17. «El momento creador en arte, que es el de las grandes ficciones, es también el
momento de nuestra verdad...» (Ibíd., t. I, p. 154).
18. Ibíd., t. II, p. 85; sobre esta máxima aplicada al arte escénico, véase a continuación:

383
pp. 85-86.
19. Véase en Ibíd., t. II, p. 16, lo que escribe Machado sobre la muerte de Valle-Inclán.
20. Entre unas breves notas cronológicas de Machado, encontramos esta: «De Madrid a
París (1902). En este año conocí en París a Rubén Darío», cita Segundo Serrano
Poncela, Antonio Machado, su mundo y su obra, Buenos Aires, Losada, 1954, p. 18.
21. PC, p. 7.
22. VI; PC. p. 15. Cf. Juan de Mairena, I, 154: «La melancolía o bilis negra —otra bilis
— ha colaborado más de una vez con el poeta y en páginas perdurables».
23. Campos de Castilla (1907-1917), XCVII, PC., p. 85.
24. Juan de Mairena, I, p. 62.
25. Véase Serrano Poncela, op. cit., pp. 144-145. 26. CLV, PC., pp. 209-210.
27. PC., p. 7.
28. Cf. Juan de Mairena, I, pp. 118, 186. 29. Ibíd., II, p. 52. De que Machado
vinculaba a viejos recuerdos y a la relación familiar con sus padres y antepasados aludida
en su apellido, la vivencia de su vida sida, da testimonio el poema que comienza «Esta
luz de Sevilla...» (PC., p. 264).
Mi padre, aún joven. Lee, escribe, hojea sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta. Pasea.
[...]
Sus grandes ojos de mirar inquieto ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacio.
Ya escapan de su ayer a su mañana; ya miran en el tiempo, ¡padre mío!, piadosamente mi cabeza cana.
30. Juan de Mairena, I, p. 149.
31. Ibíd., I, pp. 105-106.
32. Véase Ibíd., II, pp. 82-83.
33. Ibíd., I, pp. 57, 137, 157-158, etc.
34. Ibíd., I, p. 129.
35. Ibíd., I, p. 167.
36. /Wd.,II, p. 99.
37. Loe. cit.
38. Ibíd., II, p. 100. Cf. I, pp. 163-164.
39. Ibíd., I, p. 60.
40. Recuérdese que Antonio y Manuel Machado son autores de un drama en verso
titulado precisamente Juan de Manara (Madrid, Espasa-Calpe, 1927). Cf. también sobre
el tema de Don Juan en Juan de Mairena. I, pp. 51-52, 129-130; y sobre la dialéctica de
vestido-desnudo, ibíd., II, pp. 40 y 40-41.
41. Ibíd., I, p. 52. «Machado considera a Don Juan —observa Serrano Poncela—, una
potencia natural en disposición de ser cultura. El sexo en estado de pureza, dueño de un
misterioso porvenir. Precisamente porque España es, por otras razones que abocan a
idéntico resultado, una barbarie en potencia cultural, puede albergar en su seno este
poderoso arquetipo de Eros» (op. cit., p. 154).
42. Véase en Juan de Mairena, I, pp. 9Q y 93, la referencia a dos obras dramáticas
atribuidas por Machado a Mairena: Padre y verdugo, cuyo protagonista —Jack (¿Juan?)

384
— había amado «a más de sesenta mujeres entre esposas y barraganas», y El gran
climatérico, de cuyo personaje central nos dice que. «simboliza lo inconsciente
libidinoso a través de la existencia humana».
43. Ibíd., I, p. 166. En un discurso funerario alaba Mairena al señorío del difunto: «un
señorío interior, sin pizca de señoritismo». Y en otra parte, hablando de la Escuela
Popular de Sabiduría Superior que anhela fundar y de las objeciones que en contra de tal
proyecto surgen, observa: Pensamos que el pueblo «se reiría en nuestras barbas si le
hablásemos de Platón. Grave error. De Platón no se ríen más que los señoritos, en el mal
sentido —si alguno hay bueno— de la palabra» (I, pp. 174-175). Y es que el «señorito»
es constituido como tal por la mirada —humillada y por ende humillante— del criado que
le sirve y halaga. No alcanza la calidad de señor sino aquel que lo es de sí mismo y que,
por no necesitar de criados, logra superar la tentativa disminuyeme —expresada por un
diminutivo— del que acaso pudiere servirle (cf. II, pp. 167 y 178). Téngase, además, en
cuenta que para Machado, es propio del señorío instalarse como por derecho propio en la
universalidad, y por ende, el reconocimiento de la igual dignidad de los hombres: «La
verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Agamenón: Conforme. El
porquero: No me convence» (I, p. 7). 44. No aludimos a las ficciones del personaje
ficticio, como el poeta Jorge Meneses, imaginado por Mairena como inventor de una
máquina de trovar, aparato capaz de producir coplas mecánicas que expresan el
sentimiento predominante de una colectividad (PC, pp. 310 y ss.). Sólo mencionamos
aquí, por falta de tiempo y espacio, al maestro de Juan de Mairena que, en el plano
ficticio en que éste está situado, aparece como real.
45. «El mañana efímero», CXXXV, PC, p. 166. 46. «Proverbios y cantares», CXXXVI,
PC, p. 172.
47. «De un cancionero apócrifo», CLXVII (Abel Martín), PC, pp. 269 y ss.
48. Ibíd., p. 278.
49. Ibíd., p. 277.
50. Ibíd.,p. 272.
51. Ibíd., p. 276.
52. Juan de Mairena, I, p. 106.
53. Ibíd., I, p. 10.
54. Ibíd., I, p. 171. Cf. con esta sentencia: «Cosa es verdadera que el hombre se mueve
por el hambre y por el prurito, no del todo consciente, de reproducirse, pero a condición
de que no tenga cosa mejor por qué moverse, o cosa mejor que le lleve a estarse quieto»
(Ibíd., I, p. 172).
55. CXIV, PC, p. 115.
56. Ibíd., p. 177.
57. Ibíd.,p. 135.
58. lbíd.,p. 139.
59. Juan de Mairena, I., p. 52.
60. Ibíd., I, p. 23. Cf. I, p. 85: «Sobre el carnaval».

385
ANTHROPOS/123

386
El sueño y la muerte en la poesía de Antonio Machado*

Rosario Hiriart
Cuando la Asociación de Escritores y Artistas me invitó a que hablase sobre Antonio

387
Machado, decidí escoger como tema de estudio «el sueño y la muerte» en su poesía.
Ello obedecía, entre otras cosas, al reciente aniversario de su muerte. En mi última
estancia en Madrid, supe que un grupo de escritores amigos se preparaba a una
peregrinación que desde hace varios años vienen efectuando: un viaje al pueblito francés
donde muriese don Antonio el 22 de febrero de 1939. Allí, reunidos, esos hombres y
mujeres rinden cada aniversario, tributo al poeta. Los que hemos nacido y vivido en
tierras de América sentimos la obra poética del cantor soriano, íntimamente ligada a
nuestra historia literaria. Vuestro don Antonio llegó a nosotros en versos de Rubén Darío:
Misterioso y silencioso
iba una y otra vez.
Su mirada era tan profunda que apenas se podía ver.
Cuando hablaba tenía un dejo de timidez y de altivez.
Y la luz de sus pensamientos casi siempre se veía arder.
Era luminoso y profundo
como era hombre de buena fe. Fuera pastor de mil leones y de corderos a la vez.
Conduciría tempestades
o traería un panal de miel. Las maravillas de la vida
y del amor y del placer,
cantaba en versos profundos cuyo secreto era de él.
Montado en un raro Pegaso, un día al imposible fue.
Ruego por Antonio a mis dioses, ellos le salven siempre. Amén.
Según Federico de Onís, Darío «descubrió antes que nadie el valor único de Antonio
Machado».
Deseo subrayar que en los últimos años, se han venido rindiendo homenajes y
reconocimientos a distintas figuras literarias del exilio. Hace muy poco, se presentó en
esta ciudad, una retrospectiva de los exiliados españoles en Mé
* Conferencia de la Dra. Rosario Hiriart en la Asociación de Escritores y Artistas
Españoles, Madrid, Cátedra «Antonio Machado», Ciclo 1984,13 de marzo de 1984.
xico (precisamente, un intento similar, tendrá lugar en la ciudad de México el próximo
mes de agosto, y he sido invitada a participar para ocuparme de la obra de Max Aub en
aquel país). Señalo el hecho, añadiendo que ya para mi generación como para muchos de
ustedes, la guerra civil, con toda su carga luctuosa, es materia libresca. Esa guerra que
supuso una sangrienta tragedia que dividió a los españoles, significó para nosotros —
contradicciones inevitables del destino histórico—, un enriquecimiento en el orden
cultural. Un gran número de esos exiliados de la guerra fueron tanto en la América
española como en Norteamérica, nuestros profesores. Con muchos de ellos estudié, a ese
grupo debemos en gran parte, nuestra formación literaria. Y curiosamente, los terribles
años que llevaron a esos hombres y mujeres al destierro, 1936-1939, quedan enmarcados
por la muerte de dos grandes poetas, posiblemente los escritores más estudiados en
América durante los últimos años: Federico García Lorca y Antonio Machado. Mis
comentarios de hoy, queden como un pequeño tributo al poeta y al hombre. Al poeta que
ha ido creciendo, valorándose, por sus cantos mismos, independiente de las

388
circunstancias externas. Al hombre cuya muerte marca, al menos teóricamente, y por
motivos ajenos a él mismo, la culminación o cierre de un ciclo en la historia de España.
Sobre el tema del «sueño y la muerte» en Antonio Machado se han escrito muchas
páginas. La bibliografía machadiana resulta hoy muy abundante. Esta tarde yo me
limitaré a destacar directamente en algunos de sus poemas la presencia del sueño, para
poder estudiar entonces el papel que éste cumple dentro de su creación artística.
Desde muy temprano en su obra, cantó Machado en hermosas composiciones
intimistas, sus sueños, como forma de expresar su concepción del tiempo. El paso del
tiempo fue meditación fundamental para los hombres del 98. En don Antonio, el
sentimiento del tiempo se nos da a través del sueño. En su sueño/ensueño, encierra el
poeta el tiempo personal, su caminar hacia la muerte: «Vivir —dejó dicho— es devorar
tiempo».
No voy a detenerme en la figura del autor, demasiado familiar es para ustedes. No
obstante deseo apuntar que el secretario de esta Institución publicó en 1968 un libro
titulado Antonio Machado. Allí, en el afecto entrañable que parece haber guardado
siempre a su profesor de francés, nos deja José Gerardo Manrique de Lara, sus
recuerdos infantiles, en una fina evocación del hombre: «Tengo
124/ANTHROPOS

389
ante mí su conocido retrato en que aparece sentado junto a la mesa del café,
ensombrerado y entre triste y risueño, con los puños de almidón y las manos robustas
descansando sobre el cayado. Qué gran paramento de cristalería. Una jarra de agua con
tapadera automática y copas anchas y oferentes, disuelta ya la vanidad del blanco
azucarillo... Ahí estás, don Antonio. Y tras de ti, proyectado en el espejo, está,
haciéndote guardia, velando la majestad de tu verbo, el solícito echador de recuelo, firme
como una cariátide, como algo ya muerto en el propio símbolo, con las piernas
amortajadas por una sábana con manchas de café. Subsiste en ti la mirada enigmática
con que llegaste a mi infancia, con que te retrató Rubén, como una premonición de algo
que yo sabría más tarde».
El sueño tiene, dentro de la literatura de habla española, una marcada tradición. Está
presente ya en la Edad Media y se perfila con contornos muy precisos en el
Renacimiento. Este fenómeno onírico, como bien sabemos, ha variado en sus

390
interpretaciones. El hombre clásico y el neoclásico soñaron mientras dormían. El
romántico soñó despierto. El romanticismo alemán, sobre todos, adoptó el tema poético
del sueño, que pasaría, más tarde, a los poetas modernos y surrealistas. En la historia de
la poesía española es Gustavo Adolfo Bécquer el gran soñador, luego, por supuesto, Juan
Ramón Jiménez y Antonio Machado. (El influjo de Bécquer en Machado ha sido bien y
ampliamente estudiado. Baste decir que se apoya entre otros motivos, en el trasmundo
del sueño. José Luis Cano ha anotado la atmósfera becqueriana de algunos poemas de
Machado. Carlos Bousoño y Rafael Lapesa han trazado con admirable maestría la
relación entre los dos poetas. De Bécquer dijo Machado: es «el ángel de la verdadera
poesía».) Bien, en don Antonio, a diferencia de los románticos, el sueño tiene
características metafísicas.
El poeta sueña en estado de vigilia:
No mi corazón no duerme. Está despierto, despierto. Ni duerme ni sueña, mira, los
claros ojos abiertos,
señas lejanas y escucha
a orillas del gran silencio.
La realidad de lo olvidado queda transformada por la imaginación, y el recuerdo
convierte el ensueño en materia poética. Los fragmentos de la experiencia viva del autor,
de la que se nutre todo artista, deben ser en Machado, primero olvidados, para poder ser
más tarde rememorados, es decir, soñados. Varias de las «Parábolas» de Campos de
Castilla dejan bien ilustrado el ensueño del poeta. Desde el sueño infantil nos lleva
gradualmente al sueño del que ya no despertaremos:
Era un niño que soñaba un caballo de cartón.
Abrió los ojos el niño
y el caballito no vio.
Con un caballito blanco el niño volvió a soñar;
y por la crin lo cogía...
¡Ahora no te escaparás! Apenas lo hubo cogido, el niño se despertó.
Tenía el puño cerrado.
¡El caballito voló!
Quedóse el niño muy serio pensando que no es verdad un caballito soñado.
Y ya no volvió a soñar.
Pero el niño se hizo mozo y el mozo tuvo un amor, y a su amada le decía:
¿Tú eres de verdad o no? Cuando el mozo se hizo viejo pensaba: Todo es soñar, el
caballito soñado
y el" caballo de verdad.
Y cuando vino la muerte, el viejo a su corazón
preguntaba: ¿Tú eres sueño? ¡Quién sabe si despertó!
En el prólogo de este libro nos explica el proceso creativo que, a su juicio, debe
seguir el escritor: «Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo
interno pierde solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe
por sí, sino por nosotros. Pero si miramos adentro, entonces todo nos parece venir de

391
fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer
entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir; sólo así podremos obrar
el milagro de la generación». Nosotros podríamos preguntarnos, ¿cómo llegaba don
Antonio al recuerdo?, ¿cuál era en definitiva el andamiaje sobre el que plasmaba
poéticamente lo vivido?;
Y podrás conocerte recordando del pasado soñar los turbios lienzos, en este día triste
en que caminas con los ojos abiertos.
De toda la memoria, sólo vale el don preclaro de evocar los sueños.
Busca en el recuerdo, «estoy solo, en el patio silencioso, / buscando una ilusión
candida y vieja: / alguna sombra sobre el blanco muro, / algún recuerdo, en el pretil de
piedra».
Su poesía meditabunda le lleva necesa

Francisco Giner, fundador de la Institución


Libre de Enseñanza
riamente al pasado. La niñez machadiana está retratada una y otra vez en sus libros,
especialmente en Soledades y Galerías. Es en estas obras donde de modo más específico
su material poético se nutre por vía del sueño:
Algunos lienzos del recuerdo tienen luz de jardín y soledad de campo; la placidez del
sueño

392
en el paisaje familiar soñado.
Lo esencial de su actitud poética contenido en esos libros tiene carácter onírico:
Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido hermano que en el
sueño infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano.
[...]
Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tictac del reloj. Todos callamos.
Encontramos una referencia a un hecho concreto que le sirve como punto de partida
para expresar la emoción propia, rescatada o recuperada, en el recuerdo de una escena
infantil que nos da la sensación de un cuadro. Ambiente, retrato, distancia, tiempo, y la
sensación es parecida a la que puede producir la contemplación de una obra del
impresionismo pictórico. «La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo, / surge o se
apoya como daguerrotipo viejo.» Por virtud del recuerdo, detenidos en la imagen del
tiempo, entramos en el ayer, quedando sumidos en un ambiente de lejanías:

393
ANTHROPOS/125

Pasan las horas del hastío por la estancia familiar, el amplio cuarto sombrío donde yo
empecé a soñar
Del reloj arrinconado, que en la penumbra clarea, el tictac acompasado
odiosamente golpea.
un día es como otro día; hoy es lo mismo que ayer.
Es el tiempo del sueño, ¿hoy?, ¿ayer? Simultaneidad lograda en el ensueño que hace
posible romper las barreras del tiempo real. «Y el demonio de los sueños abrió el jardín
encantado / del ayer. ¡Cuan bello era!» «En sueños oyó el acento de una palabra divina»:
Desde el umbral de un sueño me

394
[llamaron...
Era la buena voz, la voz querida.
—Dime: ¿vendrás conmigo a ver el
[alma?... Llegó a mi corazón una caricia.

— Contigo siempre... Y avancé en mi [sueño por una larga, escueta galería,


sintiendo el roce de la veste pura
y el palpitar suave de la mano amiga.
En la poesía machadiana no sólo sueña él, sueñan también las cosas, los objetos que
le rodean, hay una humanización de la naturaleza: «Fue una clara tarde, triste y
soñolienta», «...yo sé que es lejana la amargura mía / que sueña en la tarde de verano
vieja.» Los frutos encantados «que hoy en el fondo de la fuente sueñan...». Cantan unos
niños «que vierten en coro / sus almas que sueñan». «Sonaban los cangilones de la noria
soñolienta.» «¡Verdes jardinillos, / claras plazoletas, / donde el agua sueña.» «...el
soñoliento llano.» El «humo verde que a lo lejos sueña». En las «Canciones» hay una
hermosa composición que nos trae la imagen de dos hermanas «La menor cosía / la
mayor hilaba» señalando «la tarde de abril que soñaba». «El mar es un sueño sonoro»
en el que sueñan a su vez, el sol, la vela tronchada y la gaviota de lento volar. «La tarde
se ha dormido / y las campanas sueñan.» «El iris y el balcón. Las siete cuerdas / de la
lira el sol vibran en sueños.» «La luna vertía su blanco soñar.» «La blanca quimera
parece que sueña.» «La tarde está cayendo frente a los caserones / de la ancha plaza en
sueños...» «...hay un sueño de lirio en lontananza.» Y «el agua ríe y sueña y pasa». En
los campos de Soria «la tierra no revive, el campo sueña». Hasta «parece que las rocas
sueñan». Los ejemplos

395
Rubén Darío
se multiplican y la tarde, las campanas, la amargura, los frutos, las almas, la noria, el
agua, el llano, el humo, el mar, el sol, las velas, las gaviotas, la luna, la quimera, la playa,
el lirio, el campo, las rocas y todo, sueña, sueña en el corazón del poeta.
La visión paisajística de Machado tiene también un origen onírico. El paisaje nos da
su estado anímico:
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos, [...]
o, por contraste:
¡Primavera soriana, primavera
humilde, como el sueño de un bendito, de un pobre caminante, que durmiera de
cansancio en un páramo infinito!
El paisaje, por virtud de la recreación queda estático, inmovilizado en el recuerdo —
pensemos en la imagen del daguerrotipo—. Evocaciones de lugares donde prevalece el
sentimiento: el ensueño actualiza el paisaje sentido, que es traído hasta nosotros al modo
de un sucesivo reflejarse de espejos. La simbólica fuente o fontana de Machado se

396
entrecruza en un espejo de realidades lejanas, sueños que nos llevan a su infancia:
El limonero lánguido suspende una pálida rama polvorienta,
sobre el encanto de la fuente limpia, y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro.
Por virtud de la memoria sueña/recjea el paisaje y al despertar, pero veámoslo
perfectamente ilustrado en los siguientes versos:
Desgarrada la nube; el arco iris brillando ya en el cielo,
y en un fanal de lluvia
y sol el campo envuelto.
Desperté. ¿Quién enturbia
los mágicos cristales de mi sueño? Mi corazón latía
atónito y disperso.
...¡El limonar florido,
el cipresal del huerto,
el prado verde, el sol, el agua, el iris!... ¡el agua en tus cabellos!...
Y todo en la memoria se perdía como una pompa de jabón al viento. Dialoga con la
noche, se siente fantasma de su sueño:
¡Oh, dime, noche amiga, amada vieja, que me traes el retablo de mis sueños siempre
desierto y desolado, y sólo con mi fantasma dentro,
mi pobre sombra triste
[...]
Me respondió la noche:
Jamás me revelaste tu secreto.
Yo nunca supe, amado,
si eras tú ese fantasma de tu sueño [...]
Dije a la noche: Amada mentirosa, tú sabes mi secreto;
tú has visto la honda gruta
donde fabrica su cristal mi sueño [...]
¡Oh! Yo no sé, dijo la noche, amado, yo no sé tu secreto,
aunque he visto vagar ese que dices desolado fantasma, por tu sueño. [...]
Para escuchar tu queja de tus labios yo te busqué en tu sueño,
y allí te vi vagando en un borroso laberinto de espejos.
Concha Zardoya, al estudiar los símbolos del cristal y el espejo en Machado, ha
hecho inteligentes indicaciones acerca de la «forma exterior del sueño». Ramón de
Zubiría en su excelente libro sobre la poesía de don Antonio se ocupa del recuerdo/sueño
del poeta reflejado en el espejo de su memoria.
A Machado le asociamos siempre al camino. Camino sobre el tiempo que es vivir,
camino hacia el sueño último que es la muerte. En él —como señalamos— el ir al pasado
significa mirar lo ya vivido, el camino andado, que al ser soñado por el hombre-poeta, se
revive en la palabra. El hombre, ser viviente, sigue caminando, sigue viviendo
deshaciéndose, diluyéndose en el sueño de la vida, que inexorablemente le lleva a la
muerte. Vivir es caminar, recordar por virtud del sueño. Morir, lo contrario, no caminar,

397
no soñar.
La muerte es uno de sus temas preferidos de meditación. Muchas son las
composiciones en las que este escritor, situado en la corriente del tiempo, se interroga
sobre el fin último del ser. Un trabajo de Francisco Ayala titulado «Un poema y la poesía
de Antonio Machado», indicaba que a su juicio la excelencia poética de este autor
culminaba en doce versos donde trata el tema de la muerte:
¿Y ha de morir contigo el mundo mago donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron del alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo, la vieja vida en orden tuyo y nuevo? ¿Los
yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?
Según Ayala, la muerte es «un tema radical a cuya perspectiva se asoma alguna vez
que otra todo hombre; y el hombre que fue nuestro don Antonio, por serlo con tanta
intensidad, apenas lo perdía de vista nunca. [...] La muerte —para él— no es sino la
desintegración bioquímica del ser viviente, que a su vez constituye una mera
diferenciación de la materia incesantemente transformada en el laboratorio infatigable de
la naturaleza...». En esta composición, por el recuerdo/ensueño quiere retener el poeta
«la blanca sombra del amor primero». La experiencia amorosa vivida por él es
convertida en poesía porque —cito nuevamente a Ayala—: «las dotes artísticas puestas
en juego por el escritor harán que su personal meditación metafísica —como, acaso su
personal sentimiento erótico— quede objetivada en formas poéticas, incorporada en una
combinación de palabras capaz de suscitar experiencias análogas, también auténticas,
radicales y únicas, pero efímeras, en el ánimo de sus lectores. El poema es un soliloquio,
integrado por una serie de interrogaciones con las que el poeta se dirige a sí mismo para
preguntarse acerca de su destino último». La palabra nos llega con tal carga de
autenticidad, que ante el poema machadiano no nos sentimos inclinados a meditar sobre
la muerte del que ha escrito los versos, sino la propia muerte. Milagro conseguido por el
misterio poético. Desde su primer libro, Soledades, nos asoma Machado a la muerte.
«En el entierro de un amigo» la muerte está contemplada sin sentimentalismos. Es la
muerte física, junto a «rosas de podridos pétalos», su amigo «Definitivamente, duerme
un sueño tranquilo y verdadero». «Retrato», de tono triste y melancólico, narra el paso
de la juventud hacia la muerte. En «Las moscas», con sus octosílabos ligeros e irónicos,
va de la infancia a la vejez y de ésta a la muerte. «Los sueños malos» nos hablan de la
visita de la muerte. En «Cante hondo» el poeta medita, y el plañir de una copla le
devuelve su sueño infantil sobre la muerte:
Yo meditaba absorto, devanando
los hilos del hastío y la tristeza,
cuando llegó a mi oído,

398
por la ventana de mi estancia, abierta
a una caliente noche de verano,
el plañir de una copla soñolienta,
quebrada por los trémolos sombríos de las músicas magas de mi tierra.
...Y era el Amor, como una roja llama... —Nerviosa mano en la vibrante cuerda
ponía un largo suspirar de oro
que se trocaba en surtidor de estrellas—.
...Y era la Muerte, al hombro la cuchilla, el paso largo, torva y esquelética.
—Tal cuando yo era niño la soñaba—.
Y en la guitarra, resonante y trémula, la brusca mano, al golpear, fingía
el reposar de un ataúd en tierra.
Y era un plañido solitario el soplo que el polvo barre y la ceniza avienta. Por el ensueño
va a la muerte: El rojo sol de un sueño en el Oriente [asoma.
Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante [peregrino?
Pasado el llano verde, en la florida loma,
acaso está el cercano final de tu camino.
Se acerca el crepúsculo y siente el merodeo de la muerte:
La tarde está cayendo frente a los [caserones de la ancha plaza, en sueños. Relucen las
[vidrieras con ecos mortecinos de sol. En los balcones hay formas que parecen
confusas calaveras.
La dama, que no falta nunca a la cita, hará acto de presencia:
Al borde del sendero un día nos sentamos. Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola
cuita son las desesperantes posturas que tomamos para aguardar... Mas Ella no faltará a
la cita.
¿Qué es morir?: dejar de soñar:
Morir... ¿Caer como gota de mar en el mar inmenso? ¿O ser lo que nunca he sido:
uno, sin sombra y sin sueño, un solitario que avanza sin camino y sin espejo?
Machado sintió la presencia de la muerte, que en algunas épocas de su vida —
recordemos la muerte de Leonor— debió de ser constante. «Una noche de verano/[...] la
muerte en mi casa entró./[...] Silenciosa y sin mirarme, / la muerte otra vez pasó/[...] Mi
niña quedó tranquila, / dolido mi corazón. [...]». La muerte acusa su presencia, le
acompaña, va con él, queda personificada en su poesía. El hombre terminará por
resignarse,

399
Unamuno
pero la muerte queda viva en la memoria, en el ensueño, en el duermevela de su
creación.
Dios está también presente en su sueño:
así voy yo, borracho melancólico, guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
Con Dios mantiene una relación entrañable que expresa su soledad. Muy lejos está
nuestro poeta de la constante lucha con la divinidad al estilo de su compañero de
generación, don Miguel de Unamuno. Resulta siempre difícil intentar siquiera adentrarse
en la obra de un autor, queriendo entender su actitud ante lo religioso. Nada más lejos de
nuestra intención. Señalemos tan sólo que el cristianismo machadiano parece tener un
carácter estético o poético, alejado de la ortodoxia católica, cerca del panteísmo de la
metafísica de Abel Martín. Podemos citar «El Dios ibero» o «Señor, ya me arrancaste lo
que yo más quería». Muy conocidos son los versos en que narra su ascensión por la vía
mística hasta el encuentro con Dios: «Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión!»...
y sueña con la fontana, la colmena, el sol, Dios. La escala progresiva en esta sucesión de
sueños, más que revelarnos su fe, parece hablarnos de su necesidad de creer: ¡bendita
ilusión! Hay en su obra cierta nostalgia de Dios.
En los «Proverbios y cantares» nos dice:
Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía... Después soñé que soñaba.
Más adelante dirá:
Anoche soñé que oía
a Dios, gritándome: ¡Alerta! Luego era Dios quien dormía, y yo gritaba: ¡Despierta!

400
Antonio Machado es el poeta retrospectivo de miradas interiores, el buscador de
ensueños en sus galerías íntimas: «Converso con el hombre que siempre va conmigo». A
través del sueño buscó respuesta a su soledad. En su prisma de ensueños descomponía la
realidad creando infinitas imágenes de sí mismo y de las cosas que le rodeaban,
dándonos en definitiva una nueva realidad soñada. Así nos ha acercado a su infancia, a
su juventud, lo que amó, Dios, él mismo, recreado en su sueño. Digo re-creado porque la
experiencia vital en Machado tiene que ser —repita— olvidada, única forma de poder
ser, más tarde, rememorada poéticamente:
Escribiré en tu abanico:
te quiero para olvidarte,
para quererte te olvido.
Mucho más explícita resulta la relación entre la realidad y la imaginación en el poema,
en estos versos:
Sé que habrás de llorarme cuando muera para olvidarme y, luego,
poderme recordar, limpios los ojos

que miran en el tiempo.


Más allá de tus lágrimas y de
tu olvido, en tu recuerdo,
me siento ir por una senda clara,
por un «Adiós Guiomar» enjuto y serio.
Antes de terminar deseo hacer mías unas palabras de Manuel Alvar en la edición que
de las Poesías completas de nuestro poeta preparase para EspasaCalpe: «"Por mucho
que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre". Así hablaba

401
Juan de Mairena, formulando [...] lo que su creador Antonio Machado practicaba en el
dulce y doloroso ejercicio de vivir. Pocas veces al tener un libro entre las manos se
cumplirán mejor los deseos de Walt Whitman: en nuestros dedos no descansan unas
hojas, sino que tiembla un hombre. [Para ser ese hombre] no necesitó gritos ni
charangas, le bastó el caminar como lo vio Rubén, en silencio y con la mirada profunda,
convirtiendo en luz la propia bondad íntima. Y es que aquel hombre que caminaba en
sueños, iba "siempre buscando a Dios entre la niebla". [...] Y este hombre pasó
doloridamente por la vida dejándonos unas cuantas palabras verdaderas. Son sus versos,
desasidos y desnudos, como una tristeza que caminara. Pero, también, nos dejó en ellos
fe y esperanza. No serían si no palabras de un hombre bueno. [...] rara vez en nuestra
poesía se habrá encontrado un testimonio más sincero y auténtico. Porque rara vez las
palabras han significado más directamente aquello que querían significar». Su poesía nos
da la imagen de un hombre silencioso, un ser desgarrado y melancólico. Su drama
espiritual se encierra en su soledad y su amor a España, a esa España fuera de la cual
tuvo que morir. ¡Qué honda tristeza vibra en los versos de este hombre! ¡Qué dramática
nos parece su soledad y su nostalgia!
Concluyo añadiendo que la sencillez machadiana ante el análisis resulta engañosa. En
don Antonio, la aparente sencillez está cargada de complejas sugerencias. Por su ensueño
hace que los mundos del sueño y la realidad sean intercambiables, «Eran tu voz y tu
mano, / en sueños, tan verdaderas». Lograda la ambigüedad del acontecer puede
identificarse como vida presente cualquier hecho ya sucedido. Si el poeta borra los
límites entre el ayer y el hoy, logra detener la corriente del tiempo y, al conseguirlo, el
tiempo machadiano se acerca al tiempo del lector, siendo en definitiva la intemporalidad
de su poesía, su sueño, el que dota sus versos de ese hondo y bellí

402
simo palpitar humano que envuelve una especie de temblor ante el misterio.

403
Juan Ramón Jiménez Muchas gracias. 128/ANTHROPOS

Con don Antonio Machado. Los niños en su obra

Carmen Conde

404
HASTA el día que me llame como a ti la buena voz querida desde un sueño, vengo y
voy esperándola serena.
Recuerdo de Valencia una mañana última del tiempo que vivíamos con acoso de
metralla y de cascotes. Hablábamos los dos con un amigo, zumbaban aviones
extranjeros... Santullano era él y mi memoria os mantiene leal con mi respeto.
Sentado y pensativo, una mano posada en tu bastón eras, Poeta, testigo de dolor por
toda España. Hablaba Santullano; en su decir ni mínima latía la esperanza.
Iba el pensamiento hasta encontrar el camino de Úbeda a Baeza,
tristísimo sin nubes que vistieran de rosa incandescente su andadura. No cantaban las
aves ni aireaban con su vuelo reposado los olivos... La hora se detuvo en tantos seres
llenando los barrancos con sus cuerpos!
Sí, mi Don Antonio, todo es luego; es ayer, es aquí, aunque mañana... Mañana
brotará de nuevo umbral la voz que me convoca para un sueño.
CARMEN CONDE Febrero de 1979, Madrid
Vengo en peregrinación emocionada ante el último lugar que recibió a don Antonio
Machado. Le encontré días antes de irse de Valencia, en plena guerra, a Barcelona desde
donde partiría para su postrer viaje. Dialogamos en el despacho que en el Ministerio de
Instrucción Pública ocupaba otro gran amigo, don Luis Santullano, secretario que fue del
Patronato de las Misiones Pedagógicas. Don Antonio se iba pronto, debió ser la última
vez que acudía a aquella melancólica representación de un Ministerio que moría.
Sentado, como habitualmente lo hacía con una mano apoyada en su bastón, recio y
grave, no me preguntéis qué dijo: yo oía solamente su voz. En aquella voz resonaba la
España más herida de su historia y ambos la estábamos viviendo a la vez en Valencia, la
pronto vencida también. Cuando supe que había muerto y cómo, ¿quién no lo lloró
conmigo? Y como los poetas nos expresamos mejor con lo que escribimos, escribí un
boceto de teatro cuyo protagonista era él: nuestro don Antonio. Con su muerte murieron
muchísimas cosas de las que solamente él sabía contar y cantar. Si tardé en llegar aquí
nunca fue por olvido o desamor. Durante largos años yo estuve «exiliada» dentro de la
misma España, como mi marido, el poeta Antonio Oliver Belmás. Después, escasez de
medios y abundancia de penas trabó mi viaje: éste que hago ahora para rezar ante la
tumba de don Antonio.
«...Este hombre pasó por la vida dejándonos unas cuantas palabras verdaderas. Son
sus versos, desasidos y desnudos, como una tristeza que caminara. Pero también, nos
dejó en ellos fe y esperanza. No serían sino palabras de un hombre bueno.» Palabras
escritas por un escritor sumamente erudito, académico y poeta, Manuel Alvar, en su
magnífico prólogo a las Poesías completas de don Antonio Machado. En ese prólogo,
entre los ejemplos que muestra de algunos de los poemas de don Antonio se encuentra
uno que leeré y que me interesa sobremanera por referirse al tema, «Los niños en su
obra», que me atrae.
Los niños, cantando ante una fuente
«[...] vierten en coro
sus almas que sueñan,

405
cual vierten sus aguas
las fuentes de piedra [...]
Cantaban los niños
canciones ingenuas,
de un algo que pasa
y que nunca llega:
la historia confusa
y clara la pena.
Seguía su cuento
la fuente serena;
borrada la historia,
contaba la pena.
«Su retórica —dice Alvar al estudiar la hermosa obra de don Antonio— es muy
pobre. Los recursos de que se vale don Antonio, apenas si permiten un mínimo asidero.
Y, sin embargo, rara vez en nuestra poesía se habrá encontrado un testimonio más
sincero y auténtico. Porque rara vez las palabras han significado más directamente
aquello que querían significar. Las palabras en carne viva, sin lienzos que las pueden
ocultar.»
Semejante pureza impulsó al inolvidable poeta a ocuparse en muchas ocasiones de
los niños en sus poesías. La inmaculada infancia recibe el canto fervoroso del hombre
que supo verla: dentro de la naturaleza, seguramente en la propia ciudad en que nació él:

406
ANTHROPOS/129

La plaza y los naranjos encendidos con sus frutas redondas y


risueñas. Y en aquella plaza, el
Tumulto de pequeños colegiales que, al salir en desorden de la escuela, llenan el aire
de la plaza en sombra con la algazara de sus voces nuevas.
Entonces,
¡Alegría infantil en los rincones de las ciudades muertas!...

407
¡Y algo nuestro de ayer, que todavía vemos vagar por estas calles viejas!
El don Antonio que había escrito
Y no es verdad, dolor, yo te conozco, tú eres nostalgia de la vida buena y soledad de
corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella
se complacía tiernamente con los años delgados y puros de las vidas que se iniciaban
con inocencia.
Hace muchos años ya que aquel representante de Juan Ramón Jiménez en la Tierra,
al que García Lorca tituló como «Cónsul de la Poesía», Juan Guerrero Ruiz, me pidió
que hiciera yo una Antología de poesías a los niños... Por mucho que busqué en los
grandes siglos de oro, no encontré alegría para la infancia. A lo más, sonetos y sonetos,
etc., a los principitos muertos, por ejemplo. Al llegar a nuestro tiempo, por fin, hallé
poemas (no demasiados, en verdad) y entre ellos los de don Antonio. Él, lo cuenta:
Yo escucho los cantos de viejas cadencias
que los niños cantan cuando en corro juegan [...]
En los labios niños, las canciones llevan
confusa la historia
y clara la pena
[...]
Jugando, a la sombra de una plaza vieja,
los niños cantaban...
sobre el juguete encantado, sobre el libróte cerrado [...]
Don Antonio no negaba su ingénita melancolía
Es una tarde cenicienta y mustia, destartalada, como el alma mía; y es esta vieja
angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo ni vagamente comprender siquiera; pero
recuerdo y, recordando, digo: —Sí, yo era un niño, y tú, mi compañera.
¿Quién era compañera suya, la auténtica; acaso la misma melancolía recurriendo a
unos años en que se manifestó para siempre?
Mas, en la infancia hubo gozos naturales que don Antonio cuenta con dulzura:
Yo conocí, siendo niño, la alegría de dar vueltas sobre un corcel colorado, en una
noche de fiesta.
En el aire polvoriento chispeaban las candelas, y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.
¡Alegrías infantiles que cuestan una moneda de cobre, lindos pegasos, caballitos de
madera!
En un momento de recapitulación, el Poeta sevillano hace el magnífico resumen de
su infancia. Entre los poemas a los niños, de pronto se encuentra consigo. Y entonces
toma la pluma, la descarga de melancolías y reconoce. Hace.su propio «Retrato», su
hermoso retrato abarcativo de toda una vida y anticipando su propio final humano. Lo
sabemos todos, sí; pero yo no me resisto a leerlo con profunda emoción:

408
Mi infancia son recuerdos de un patio [de Sevilla, y un huerto claro donde madura el
limonero: mi juventud, veinte años en tierra de
[Castilla; mi historia, algunos casos que recordar [no quiero.
Ni un seductor Manara, ni un Bradomín [he sido
—ya conocéis mi torpe aliño[indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de
[hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre[jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su
[doctrina soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Acertaba el poeta; puedo decirlo porque parte de mi niñez transcurrió en Marruecos,
entre niñas moras y niñas hebreas. De ellas aprendí viejos romances que no olvidé. Un
día, incluso, ya en mi madurez le canté algunos a don Ramón Menéndez Pidal y él,
regocijado, encontró variantes que le parecieron preciosas. Fui niña que cantaba las
palabras viejas de nuestros romances castellanos y arábigo-andaluces.
Solamente un hombre que ha sido niño de verdad (y esto no se refiere a todos los
adultos) puede comprender y
130/ANTHROPOS

409
expresar el tedio o la monotonía que podía producir un colegio con moscas. Y
también la diversión de los chicos ante ellas, porque se posaban
Penoso es comprobar que don Antonio entonces pudiera decir de las moscas:
[...] en la aborrecida escuela, raudas moscas divertidas, perseguidas
por amor de lo que vuela [...]
Ahora, apenas hay moscas y las escuelas ya no son aborrecidas..., en general. Me
refiero a las grandes ciudades, desde luego.

410
Antonio Machado dé niño
Delicioso, el poema «Sueño infantil», cuando eran negros sus cabellos todavía. ¡Con
cuánto amor lo recuerda el hombre! Entonces todo era posible para el niño ilusionado
que, indiscutiblemente, vivió siempre dentro de su pecho.
Sin embargo no se detenía únicamente ante los felices niños de los juegos o los
cantos, que también supo ver, adolorido,
¡Y esos niños en hilera,
llevando el sol de la tarde
en sus velitas de cera!...
Eran los hospicianos o los niños de las Casas llamadas de Misericordia, que
acompañaban los entierros de los ricos, velas en las manilas, hasta su término mortal. El
poeta Antonio Oliver Belmás también protestó, más duramente, por aquello que
considerábamos casi infamia: sacrificar a los niños aislados «con sus velitas de cera» en
los entierros. Obtuvo del municipio de su tierra natal la suspensión de tal
acompañamiento infantil y paupérrimo.
Adoro la hermosura, y en la moderna [estética corté las viejas rosas del huerto de
Ronsard; mas no amo los afeites de la actual
[cosmética. No soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores [huecos y el coro de los grillos que cantan a la
luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces,
una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar [quisiera mi verso, como deja el capitán su
espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador
preciada.
Converso con el hombre que siempre va [conmigo

411
—quien habla solo espera hablar a Dios un [día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme [cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi
dinero pago el traje que me cubre y la mansión que
[habito, el pan que me alimenta y el lecho en [donde yago.
Y cuando llegue el día del ultimó viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de
tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la
mar.
Tremendo testamento. Premonición amarga. Todos sabemos cómo fue su equipaje y
qué tremenda la mar que lo tragó. Tenía la razón: todos le debemos cuanto escribió.
El paréntesis para su propia existencia partiendo de la infancia y yendo hasta el morir,
deja al poema «El hospicio» que tiene indudable relación con aquellos niños de las
velitas... Aquí se dice mucho más: toda una estampa que mana ternura y dolor.
En su extenso y hermoso poema a los «Campos de Soria» solamente aparece una
niña junto a la vieja que hila mientras ella cose..., y piensa; es decir: sueña. «La niña
piensa que en los verdes prados / ha de correr con otras doncellitas / en los días azules y
dorados, / cuando crecen las blancas margaritas.» Fuera del hogar, la nieve.
En «La tierra de Alvargonzález», aparecen tres niños: únicas flores puras brotando de
la ciénaga:
La mujer vigila, cose
y, a ratos, sonríe y canta.
—Hijos, ¿qué hacéis? —les pregunta. Ellos se miran y callan.
—Subid al monte, hijos míos, y antes que la noche caiga,
con su brazado de estepas
hacedme una buena llama.
El poeta melancólico y entrañable amador de niños, clama por su propia infancia.
Una suave marea de recuerdos sube a sus labios para redimirlos de la sonrisa amarga:
¡Ah, cuando yo era niño
soñaba con los héroes de la Ilíada! Áyax era más fuerte que Diomedes, Héctor, más
fuerte que Áyax,
y Aquiles el más fuerte; porque era el más fuerte... ¡Inocencias de la infancia!
Cuando volvió de la mar trajo un papagayo verde. ¡Te olvidaré, capitán!
Y otra vez la mar cruzó con su papagayo verde, ¡Capitán, ya te olvidó!
En este caso, «la niña» es una mozuela; pero en Andalucía, las mujeres se llaman
«niñas» en la intimidad.
Después de hacer su propio «retrato», don Antonio hizo el de su padre en un soneto
cargado de reminiscencias. En este poema renace la dulce memoria de su ciudad
luminosa:
Esta luz de Sevilla... Es el palacio donde nací, con su rumor de fuente. Mi padre, en
su despacho. —La alta frente, la breve mosca, y el bigote lacio—.

412
¡Ah, cuando yo era niño
soñaba con los héroes de la Ilíada!
En sus «Canciones», don Antonio no olvida a las niñas, y las acucia a la alegría:
Mientras danzáis en corro, niñas, cantad:
Ya están los prados verdes, ya vino abril galán.
Mi padre, aún joven. Lee, escribe, hojea . sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea. A veces habla solo, a veces canta.
Sus grandes ojos de mirar inquieto ahora vagar parecen, sin objeto
donde pueden posar, en el vacío.
Ya escapan de su ayer a su mañana; ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.
Y, en «El viaje»:
—Niña, me voy a la mar . —Si no me llevas contigo te olvidaré, capitán.
Tres niños están jugando a la puerta de su casa; entre los mayores brinca un cuervo
de negras alas.
En el puente de su barco quedó el capitán dormido; durmió soñando con ella; ¡Si no
me llevas contigo!...
No se detuvo en este canto al padre, ni en el anteriormente leído. También, otro
poema, «Mi padre», brotó de su corazón. Este:
Ya casi tengo un retrato
de mi buen padre, en el tiempo,

413
pero el tiempo se lo va llevando.
Mi padre, cazador —en la ribera
de Guadalquivir ¡en un día tan claro!— —es el cañón azul de su escopeta
y del tiro certero el humo blanco.
Mi padre en el jardín de nuestra casa, mi padre, entre sus libros, trabajando. Los ojos
grandes, la alta frente,
el rostro enjuto, los bigotes lacios.
Mi padre escribe (letra diminuta—),
medita, sueña, sufre, habla alto.
Pasea —oh padre mío ¡todavía!
estás ahí, el tiempo no te ha borrado. Ya soy más viejo que eras tú, padre mío,

ANTHROPOS/131

414
[cuando me besabas. Pero en el recuerdo, soy también el niño que [tú llevabas de la
mano. ¡Muchos años pasaron sin que yo te
[recordara, padre mío! ¿Dónde estabas tú en esos años?
Resaltan sus preferencias más emocionales: los niños y su padre. Es curioso
Con un caballito blanco el niño volvió a soñar;
y por la crin lo cogía...
¡Ahora no te escaparás! Apenas lo hubo cogido, el niño se despertó.
Tenía el puño cerrado.
¡El caballito voló!
Quedóse el niño muy serio pensando que no es verdad un caballito soñado.
Y ya no volvió a soñar.
Pero el niño se hizo mozo y el mozo tuvo un amor, y a su amada le decía:
¿Tú eres de verdad o no? Cuando el mozo se hizo viejo pensaba: Todo es soñar, el
caballito soñado

415
y el caballo de verdad.
Y cuando vino la muerte, el viejo a su corazón
preguntaba: ¿Tú eres sueño? ¡Quién sabe si despertó!
Al poeta le preocupaba su propio devenir físico; la vejez, la infancia remota... El
tiempo, en resumen, que nos va llevando leve o duramente. Por eso, una vez más
también, la vejez aparece repleta de nostalgias. De las que tituló «Ultimas lamentaciones
de Abel Martín (Cancionero apócrifo)», recordemos un fragmento:
Hoy, con la primavera,
soñé que un fino cuerpo me seguía cual dócil sombra. Era
mi cuerpo juvenil, el que subía
de tres en tres peldaños la escalera.
—Hola, galgo de ayer. (Su luz de acuario trocaba el hondo espejo
por agria luz sobre un rincón de osario.)
—¿Tú conmigo, rapaz?
—Contigo, viejo.
Soñar, soñar... El sueño de la infancia, el sueño del adulto y el sueño que
delicadamente le sitúa en un tiempo indefinible.
Otra vuelta a los niños que, con el «sueño» pueblan gran parte de su obra. En
«Muerte de Abel Martín»,
Los últimos vencejos revolean en torno al campanario;
los niños gritan, saltan, se pelean. En su rincón, Martín el solitario. ¡La tarde, casi noche,
polvorienta, la algazara infantil, y el vocerío, a la par de sus doce en sus cincuenta!
Llevaba consigo la deliciosa carga de sus años primeros en Sevilla:
que la madre no parece gravitar en la poesía de don Antonio. En general, las madres, si
se mencionan, pasan débilmente por sus versos. Y precisamente fue su madre la que le
acompañó en el último viaje y con él reposa sobre la tierra que los acogió. Volvamos a los
niños: este niño ¿fue el que naciera en el palacio sevillano?
Jardines de mi infancia
de clara luz, que ya me enturbia el tiempo, con las lluvias de... con el milagro
brillad, jardines, de los ojos nuevos.
Recuerdos, recuerdos... y la mención de algún muchacho:
Por una calle solitaria, un hombre de blusa azul, el rostro mal rapado,
los ojos inocentes y tranquilos
y el corazón ligero, aprieta el paso.
Lleva en la mano diestra
un bulto envuelto en un pañuelo blanco. Dobla la esquina.
—¿A dónde vas?
—Le llevo un poco de comida a ese muchacho.
Era un niño que soñaba un caballo de cartón. Abrió los ojos el niño y el caballito no
vio.
Don Antonio nos da a manos llenas «un poco de comida» para este hambre de
nuestro corazón inquieto, con su poesía clara, limpia, transida de humanidad

416
generosamente desinteresada...
Hay una mano de niño
dispersa en la tarde gris,
o en la tarde gris se borra
una acuarela infantil. [...]
Por colofón este poema de «La muerte del niño herido», escrito en Barcelona en
junio de 1938. Por entonces, y perdóneseme la cita, yo escribía en Valencia mi libro
titulado Mientras los hombres mueren y poemas a los niños que mata la guerra.
Otra vez es la noche... Es el martillo de la fiebre en las sienes bien vendadas del niño.
—Madre, ¡el pájaro amarillo! ¡Las mariposas negras y moradas!
—Duerme, hijo mío. Y la manita oprime la madre junto al lecho. —¡Oh flor de
fuego! ¿Quién ha de helarte, flor de sangre, dime? Hay en la pobre alcoba olor de
espliego:
fuera la oronda luna que blanquea cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
—¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía? El cristal del balcón repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
No vine a otra cosa que ésta: releer los poemas de aquel hombre bueno, dedicados a
los niños y a su padre propio. Don Antonio padeció amor de hijo y amor de tener un
hijo, indudablemente. La vida de su padre se reavivó con el paso de su infancia a la
madurez... Fue un ser entrañado en las raíces hondas de la vida: padre, niños... Sin
mujer que le diera hijos y con leve recuerdo de otra mujer, su madre. Esto me extraña en
él, pero así fue siendo en su obra. La feroz espada del tiempo hincándose en su pecho. Y
una ternura rezumante de amor en cuanto nombraba.
Como todos nosotros yo le quise y le quiero por cuanto escribió sin otra finalidad que
entregársenos desinteresadamente. Mucho le debemos, como él afirmó, porque nos dio
una obra tan hermosa y tan limpia que jamás le podremos olvidar.
132/ANTHROPOS

417
418
419
Índice
aguas del ser».63 339
Y todo en la memoria se perdía como una pompa de jabón al
397
viento.61
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo, la vieja vida en orden tuyo y
398
nuevo? ¿Los yunques y crisoles d
Al borde del sendero un día nos sentamos. Ya nuestra vida es
399
tiempo, y nuestra sola [cuita son las d

420

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