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Trigésimo Sexta edición abril - junio 2018

ADICCIONES
CONDUCTUALES:
CARACTERÍSTICAS Y VÍAS DE
INTERVENCIÓN
2ª Edición actualizada
JAVIER FERNÁNDEZ-MONTALVO
Departamento de Ciencias de la Salud. Universidad Pública
de Navarra

JOSÉ JAVIER LÓPEZ-GOÑI


Departamento de Ciencias de la Salud. Universidad Pública
de Navarra

Curso válido para solicitar ser reconocido como miembro acreditado


de las Divisiones de Psicología Clínica y de la Salud, Psicología
Educativa, Psicología de Intervención Social, Psicología del Trabajo,
Organizaciones y Recursos Humanos y Psicoterapia

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


Adicciones conductuales: Características y vías de intervención

FICHA 1 ........................................................................................................... 13
Adicción al juego

FICHA 2 ................................................................................................................................. 18
Adicción al trabajo
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
Adicciones conductuales: Características y vías de
intervención
1. ADICCIONES CONDUCTUALES: CONCEPTO
Durante muchos años la noción de adicción ha sido sinónima de adicción a las drogas. Sin embargo, si los compo-
nentes fundamentales de los trastornos adictivos son la falta de control y la dependencia, las adicciones no pueden li-
mitarse a las conductas generadas por sustancias químicas, como los opiáceos, la cocaína, la nicotina o el alcohol
(Newlin, 2008). De hecho, existen hábitos de conducta aparentemente inofensivos que, en determinadas circunstan-
cias, pueden convertirse en adictivos e interferir gravemente en la vida cotidiana de las personas afectadas (Echeburúa
y Corral, 1994; Griffiths, 2017; Kardefelt-Winther et al., 2017; Rosenberg y Curtiss, 2014).
Cualquier actividad normal percibida como placentera es susceptible de convertirse en una conducta adictiva. Lo
que define a esta última es que el paciente pierde el control cuando desarrolla una actividad determinada y que conti-
núa con ella a pesar de las consecuencias adversas, así como que adquiere una dependencia cada vez mayor de esa
conducta. De este modo, el comportamiento está desencadenado por un sentimiento que puede ir desde un deseo
moderado hasta una obsesión intensa y es capaz de generar síndrome de abstinencia si se deja de practicarlo. Por
ello, el sujeto, ofuscado por el objeto de su adicción, llega a perder interés por otro tipo de conductas que anterior-
mente le resultaban satisfactorias.
Asimismo todas las conductas adictivas están controladas inicialmente por reforzadores positivos -el aspecto placen-
tero de la conducta en sí-, pero terminan por ser controladas por reforzadores negativos -el alivio de la tensión emo-
cional, especialmente- (Echeburúa, 1999; Marks, 1990).
En suma, de conductas normales -incluso saludables- se pueden hacer usos anormales en función de la intensidad,
de la frecuencia o de la cantidad de dinero invertida. Es decir, una adicción sin droga es toda aquella conducta repeti-
tiva que resulta placentera, al menos en las primeras fases, y que genera una pérdida de control en el sujeto (más por
el tipo de relación establecida por el sujeto que por la conducta en sí misma), con una interferencia grave en su vida
cotidiana, a nivel familiar, laboral o social (Faiburn, 1999).
No obstante, las adicciones conductuales se diferencian en algunos aspectos de las adicciones químicas. Desde una
perspectiva psicopatológica, las adicciones químicas múltiples al tabaco, al alcohol, a los ansiolíticos, a la cocaína,
etc., es decir, las politoxicomanías, son relativamente habituales. No es frecuente, por el contrario, encontrarse con
pacientes aquejados de adicciones psicológicas múltiples, como, por ejemplo, adicción al juego, hipersexualidad y
laborodependencia. Lo que sí es más habitual es la combinación de una adicción conductual con otra u otras quími-
cas. Así, por ejemplo, la adicción al juego se asocia principalmente con el tabaquismo y el consumo abusivo de alco-
hol. Y la adicción al trabajo, por poner otro ejemplo, aparece íntimamente ligada con el abuso de drogas dirigidas a
neutralizar el agotamiento ocupacional (cocaína y estimulantes, principalmente).

2. TIPOS DE ADICCIONES CONDUCTUALES


No se puede establecer una clasificación cerrada de este tipo de adicciones. Sin embargo, desde una perspectiva clí-
nica, ciertas conductas como la adicción al juego, la hipersexualidad, la comida descontrolada, la dependencia de las
compras, el ejercicio físico irracional, el abuso de internet, el trabajo excesivo, etc., pueden considerarse como adic-
ciones. Los síntomas observados en estas conductas son básicamente similares a los generados por las drogodepen-
dencias. Estar enganchado a la red, por ejemplo, puede actuar como un estimulante que produce cambios fisiológicos
en el cerebro. Para algunas personas el abuso de internet es tal que su privación puede causarles síntomas de absti-
nencia, como, por ejemplo, un humor depresivo, irritabilidad, inquietud psicomotriz, deterioro en la concentración y
trastornos del sueño. En la tabla 1 se presenta una posible clasificación de este tipo de adicciones (Alonso-Fernández.
1996; Echeburúa, 1999).

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En todas ellas el aspecto definitorio fundamental no es tanto la frecuencia con que se realizan –que, por otra parte,
es habitualmente alta-, sino la pérdida de control por parte del sujeto y el establecimiento de una relación de depen-
dencia. Estas dos características son fundamentales ya que, por una parte, permiten discriminar la presencia de una
adicción conductual de la mera alta frecuencia de un comportamiento determinado y, por otra, impiden caer en el
error de psicopatologizar la vida cotidiana. Ello permite distinguir, por ejemplo, la adicción a las compras del consu-
mismo típico de la sociedad actual (Rodríguez, Otero y Rodríguez, 2001), la adicción al juego de la mera afición a ju-
gar (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997) o la adicción al trabajo del entusiasmo y satisfacción por el desempeño
profesional (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1998; Sender, 1997).
A continuación se describen las características básicas de las adicciones conductuales más estudiadas hasta la fecha:

2.1. Adicción al juego


Se trata, sin duda, de la adicción sin drogas más frecuente en nuestra sociedad, así como la que, hoy por hoy, genera
una mayor demanda terapéutica, especialmente en el caso de las máquinas tragaperras (Fernández-Montalvo y Eche-
burúa, 1997). La dependencia del juego se caracteriza por la incapacidad, por parte del ludópata, para controlar su
impulso a jugar y por el desarrollo de una relación de dependencia con respecto al juego (observada claramente en
que se continúa jugando a pesar de todas las consecuencias adversas que éste le acarrea). Como consecuencia de
ello, se derivan unas conductas de juego que interfieren negativamente en la consecución de los objetivos personales,
familiares y/o profesionales.
Se trata de un problema de gran relevancia social. En nuestro país, la tasa de prevalencia de la ludopatía oscila en
torno al 2% de la población adulta (Becoña, 1999; Becoña, 2004; Irurita, 1996; Muñoz, 2008). El trastorno es más fre-
cuente en hombres que en mujeres, pero éstas son mucho más reacias a buscar ayuda terapéutica por la censura so-
cial existente. A diferencia de otras conductas adictivas, la adicción al juego se distribuye por todas las clases sociales
y por todas las edades. No obstante, la edad de acceso al juego ha descendido en los últimos años. De hecho, cada
vez son más los adolescentes que acuden a tratamiento por problemas de juego. En estos casos la ludopatía se ve
complicada por la aparición de problemas familiares, de un bajo rendimiento escolar, de dificultades en la relación
con los amigos, etc.
Los ludópatas, al menos en España, muestran una dependencia fundamentalmente a las máquinas tragaperras, ya sea
sólo a éstas o en combinación con otros juegos. La dependencia en exclusiva a otros juegos de azar es mucho menor.
Este hecho no es fruto de la casualidad, sino que obedece a una serie de aspectos psicológicos implicados en el fun-
cionamiento de este tipo de máquinas: su amplia difusión; el importe bajo de las apuestas, con posibilidad de ganan-
cias proporcionalmente cuantiosas; la brevedad del plazo transcurrido entre la apuesta y el resultado; la manipulación
personal de la máquina, que genera una cierta ilusión de control; las luces intermitentes de colores, que, junto con la
música y el tintineo estrepitoso de las monedas cuando se gana, suscitan una tensión emocional y una gran activación
psicofisiológica, etc. (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997). Además, en los últimos años se han desarrollado de
forma importante otras formas de juego, como el juego online o el acceso a salas de apuestas. Como consecuencia, se
ha producido un aumento de consultas clínicas por parte de personas que han perdido el control con estas nuevas for-
mas de juego, especialmente en el ámbito de la población adolescente (Echeburúa, 2016).

2.2. Adicción al trabajo


TABLA 1
La adicción al trabajo se caracteriza por una im-
CLASIFICACIÓN DE LAS ADICCIONES
plicación progresiva, excesiva y desadaptativa a la
TIPOS VARIANTES MÁS COMUNES actividad laboral, con una pérdida de control res-
Químicas Opiáceos pecto a los límites del trabajo y una interferencia
Alcoholismo negativa en la vida cotidiana (relaciones familiares
Cocaína/anfetaminas
Alucinógenos
y sociales, tiempo de ocio, estado de salud, etc.)
Otras drogas (cannabis, drogas de síntesis) (Andreassen, 2014; Fernández-Montalvo y Echebu-
Tabaquismo rúa, 1998). Al margen de las percepciones distor-
Psicológicas Adicción al juego sionadas del sujeto, la sobreimplicación laboral
Adicción al sexo responde al ansia o necesidad de la persona -el tra-
Adicción a las compras
Adicción a la comida bajo de este modo genera una excitación que osci-
Adicción al trabajo la entre la fascinación y el sobresalto- más que a las
Adicción al ejercicio físico
Adicción al móvil
necesidades objetivas del entorno laboral. Lo que
Adicción a internet distingue a un adicto es más su actitud hacia la ta-

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rea que el número de horas dedicadas (Douglas y Morris, 2006; Machlowitz, 1985). Todo ello viene acompañado fre-
cuentemente por ideas sobrevaloradas acerca del dinero, del éxito o del poder.
Más en concreto, hay cuatro características definitorias de esta adicción (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1998;
Spence y Robbins, 1992): a) implicación elevada en la actividad laboral; b) impulso a trabajar debido a presiones per-
sonales o internas; c) poca capacidad para disfrutar de la tarea realizada; y d) búsqueda de poder o prestigio. Lo que
está en juego en el adicto es la propia autoestima y el reconocimiento social. No es infrecuente que bajo la adicción
al trabajo se escondan sentimientos de inferioridad y de miedo al fracaso (Spruell, 1987). Además, los síntomas expe-
rimentados no son distintos de los que aparecen en otro tipo de adicciones psicológicas: negación del problema, dis-
torsiones cognitivas de la realidad, necesidad de control, tolerancia creciente y síntomas de abstinencia en los
períodos vacacionales (irritabilidad, ansiedad, depresión, etc.).
No toda dedicación intensa al trabajo, al margen incluso de una necesidad laboral perentoria ante una situación
económica crítica, revela la existencia de una adicción. Las personas muy trabajadoras, pero no adictas, disfrutan con
el trabajo, son muy productivas, le dedican mucha energía y entusiasmo y tratan de equilibrarlo con la dedicación del
tiempo libre a la familia, las relaciones sociales o las aficiones (Douglas y Morris, 2006). Además, los períodos de so-
breimplicación laboral responden a una demanda objetiva del mismo, habitualmente de carácter temporal.
Por el contrario, en los adictos el trabajo interfiere negativamente en la salud física, en la felicidad personal o en las
relaciones familiares y sociales. Al carecer de control sobre la dedicación a las obligaciones, invierten una gran canti-
dad de tiempo y de pensamientos, incluso cuando están fuera, en el trabajo, que se constituye en el elemento priorita-
rio de todo lo que les rodea. De hecho, hay una alta implicación laboral incluso en actividades rutinarias y que
podrían ser desempeñadas por otras personas. En estas circunstancias las consecuencias negativas son de varios tipos:
relaciones familiares deterioradas, aislamiento social, pérdida del sentido del humor, desinterés por las relaciones in-
terpersonales “no productivas”, relaciones sexuales programadas y no espontáneas, debilitamiento de la salud, altera-
ciones cardiovasculares relacionadas con el estrés, etc. (Andreassen, 2014; McMillan y O’Driscoll, 2004; Robinson,
2007; Sender, 1997).
La necesidad irrefrenable de dedicar su vida y tiempo al trabajo de un modo central y excesivo lleva al adicto a sen-
tirse insatisfecho o irritable cuando se encuentra alejado de la actividad laboral -días festivos y fines de semana, por
ejemplo-. Es más, estas personas tienden a continuar con su excesiva implicación en el trabajo a pesar de sufrir estrés
o diversos problemas de salud y a ocultar sus pensamientos relacionados con el trabajo para evitar la desaprobación
familiar y social (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1998). En suma, hay una calidad de vida deficitaria, un tiempo li-
bre demasiado reducido y un ritmo de sueño sometido a grandes variaciones.

2.3. Adicción al sexo


La adicción al sexo, que afecta más a hombres, consiste en un exceso desbordante de deseos y de conductas sexua-
les que el sujeto se siente incapaz de controlar (Kraus, Voon y Potenza, 2016; Zapf, Greiner y Carroll, 2008). El impul-
so incontrolado se traduce en una conducta sexual breve, frecuentemente poco satisfactoria, que se repite con
intervalos variables siempre cortos -entre algunas horas y escasos días-, con mujeres distintas y sin reparar en los per-
juicios de toda índole que tal conducta ocasiona a uno mismo y a su familia (Wéry et al., 2016). A veces se pueden
invertir hasta cuatro horas diarias, pero los pensamientos sobre el tema pueden ser casi constantes. De este modo, la
conducta amorosa se reduce a una mera urgencia biológica irreprimible, con el único objetivo de la penetración/eya-
culación y sin dejar espacio a la comunicación ni a la ternura. Se considera a las personas sólo en función del sexo,
que se convierte, de esta forma, en la única vía para conseguir una gratificación personal y afectiva (Alonso-Fernán-
dez, 1996).
Más allá de la cantidad, lo que aparece en primer plano es una conducta sexual irrefrenable que genera autogratifi-
cación y, especialmente, el alivio de un malestar interno. Se trata de conductas no deseadas -ahí está la diferencia con
la promiscuidad o con el apasionamiento- y que producen consecuencias muy negativas para el sujeto: físicas (enfer-
medades de transmisión sexual), psicológicas (sentimientos de culpa y vergüenza, ruptura matrimonial no deseada,
daño a los hijos, autoestima devaluada, soledad, etc.) y sociales (pérdida de empleo, devaluación del estatus socioe-
conómico, etc.). Asimismo, un aspecto importante que se debe tener en cuenta es que el contenido de la adicción
puede referirse tanto a una sexualidad normal (es decir, a relaciones consentidas con adultos) como a una sexualidad
parafílica (por ejemplo, el exhibicionismo o la pedofilia) (Wéry et al., 2016).
En cualquier caso, esta vorágine de sexo sin control lleva a un abandono de las obligaciones familiares, sociales y la-
borales. La vida sexual se vive en secreto y con culpa. La depresión, incluso con ideas de suicidio, está muy asociada
a este tipo de conductas (Earle, Earle y Osborn, 1995).
La adicción al sexo puede revestir diversas formas: masturbación descontrolada, búsqueda ansiosa de relaciones su-

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cesivas con múltiples amantes, frecuentación habitual de prostíbulos, consumo abusivo de teléfonos eróticos, llama-
das telefónicas obscenas o recurso irrefrenable a las páginas de internet dedicadas al sexo, en donde se intentan satis-
facer fantasías sexuales de toda índole (Young, 2008).

2.4. Adicción a las compras


La adicción a las compras es un impulso incontrolable para adquirir objetos inútiles o superfluos. La gratificación de-
riva, más que de la utilidad de los productos, del propio proceso de comprar. Este consumo, no planificado, excede
de las posibilidades económicas del sujeto y le lleva a una prodigalidad en el gasto. De hecho, los derroches de dine-
ro facilitan conductas de morosidad que están asociadas a este tipo de problema (Rodríguez et al., 2001).
Los principales rasgos de esta conducta anómala son que se compra por comprar, que las compras son excesivas,
que los objetos adquiridos son innecesarios y que el sujeto es consciente de ello, pero no puede refrenar el impulso
(Rache, Kahn y Hollander, 2014). De hecho, si pasa por la puerta de un centro comercial y no entra, sufre un síndro-
me de abstinencia, es decir, un estado de nerviosismo que sólo se calma cuando entra a comprar (De La Gándara,
1996; Granero et al., 2016). Los adictos a la compra se sienten estimulados por el puro placer de comprar, de sacar la
tarjeta de crédito y de sentir la excitación de las bolsas en la mano, así como de recibir la atención de los dependien-
tes. Lo que pone en marcha esta excitación son las ofertas, los escaparates, estrenar algo nuevo, etc. El sentimiento de
autoestima y de poder se satisface con esta conducta. Sin embargo, hay una pérdida de aprecio por los productos una
vez comprados.
La mayoría de los afectados son personas en torno a los 30 años, que han empezado a comprar de esta manera en
torno a los 18/20 años, con una importante sobrerrepresentación de mujeres (aproximadamente, 4 mujeres/1 hombre).
El problema se destapa y hay un reconocimiento del mismo cuando se dan una serie de circunstancias, como la im-
posibilidad de hacer frente a las deudas, los reproches de los seres queridos, una situación de bancarrota, etc. (Clark y
Calleja, 2008).
El ciclo habitual de la conducta compradora adictiva es el siguiente: a) estado de ánimo disfórico (tristeza, ira, ner-
viosismo); b) excitación ante las expectativas de comprar; c) adquisición placentera de objetos superfluos; d) arrepen-
timiento y autorreproches por el dinero gastado y por la pérdida de control; y e) repetición del ciclo para la
superación del malestar. Suele haber intentos de resistir los impulsos, pero suelen ser habitualmente fallidos.
Las consecuencias de la adicción a la compra suelen ser muy negativas: deudas, problemas con la justicia (estafas,
hurtos, etc.), ruina, deterioro de las relaciones interpersonales, soledad, divorcio e intentos de suicidio (Clark y Calle-
ja, 2008; Rodríguez, González, Fernández y Lameiras, 2005). De hecho, la depresión puede facilitar esta adicción,
pero también puede ser una consecuencia de la misma.

2.5. Adicción a la comida


La sobreingesta voraz de comida, reflejo de la adicción a la comida, supone la presencia regular de atracones sin
control por parte del sujeto. Éstos se inician de una forma brusca, precedidos de una sensación de hambre voraz in-
contenible, y suponen la ingestión -habitualmente en solitario o a escondidas- de una gran cantidad de alimentos (so-
bre todo, pasta, chocolate, dulces u otros productos de alto valor calórico, como patatas fritas) en un período corto
(20-60 minutos) hasta que el sujeto se encuentra desagradablemente lleno. El consumo de calorías en cada atracón
puede oscilar de 1.500 a 5.000 (Fairburn, 1998).
Los efectos de los atracones son gratificantes de inmediato (reducción de la inquietud y sensación de euforia), pero a
los pocos minutos generan un nivel de malestar físico (dolores abdominales, somnolencia, sensación de pesadez, etc.)
y de desasosiego psicológico (sentimiento de culpa ante la pérdida de control, descenso de la autoestima, estado de
ánimo deprimido, profundo malestar al recordar el atracón, etc.). A su vez, este nivel de malestar hace más probable
la aparición de nuevos atracones, que, a modo de autoterapia, consiguen reducir -sólo momentáneamente- el males-
tar. La adicción a la comida supone un ansia por ingerir alimentos -atracción irresistible y sensación de no parar-,
que, si se frustra, genera ansiedad o irritabilidad (Alonso-Fernández, 1996). Hay dos aspectos que diferencian la so-
breingesta patológica del mero comer mucho (Echeburúa, 1999): la gran cantidad de alimentos consumidos durante
la ingesta y, especialmente, la sensación de pérdida de control.
La sobreingesta patológica suele venir acompañada de una mayor o menor obesidad (Wolz, Granero y Fernández-
Aranda, 2017). No es lo mismo, sin embargo, comer mucho que ser adicto a la comida. En el primer caso no hay ali-
mentos prohibidos en la dieta y hay una tendencia a comer lentamente saboreando de la comida. En la sobreingesta,
por el contrario, la ingestión de alimentos está controlada más por reforzadores negativos (alivio del malestar) que por
gratificaciones positivas (placer de la comida, actividad social compartida, etc.), se come con voracidad, los alimentos

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prohibidos (por ejemplo, la pasta o los dulces) en la dieta habitual se convierten en los alimentos preferidos durante
los atracones y hay una gran abundancia de pensamientos relacionados con los alimentos cuando llevan a cabo otro
tipo de actividades. En cierto modo, la comida para los adictos se convierte en el eje central de su vida (Arensan,
1991).
Diversos autores han encontrado características similares a las adicciones químicas entre los adictos a la comida
(Gearhardt, Corbin y Brownell, 2009; Gold, Frost-Pineda y Jacobs, 2003; Meadows, Nolan y Higgs, 2017; Volkow y
O’¨Brien, 2007): pérdida de control sobre el consumo de alimentos, dependencia (reflejada en la incapacidad para
detener el consumo a pesar de las consecuencias negativas), tolerancia (necesidad de un mayor consumo de alimen-
tos para tener la misma sensación de ansiedad) e, incluso, síntomas de abstinencia.
La adicción a la comida es asimismo distinta de la bulimia. En esta última se recurre a los vómitos inducidos y al
consumo de laxantes/diuréticos o al ayuno y ejercicio intenso, hay una percepción distorsionada de la imagen corpo-
ral y hay una preocupación morbosa por el peso. Por el contrario, en la sobreingesta patológica se producen atraco-
nes recurrentes sin la conducta compensatoria inapropiada (purgas, ayuno o ejercicio físico excesivo) típica de la
bulimia nerviosa. Respecto a la imagen corporal, puede haber, en todo caso, más un desagrado o insatisfacción por el
tamaño del cuerpo que la presencia de distorsiones graves de la imagen corporal propiamente dichas.

2.6. Adicción a internet


La adicción a internet supone una pauta de uso anómala, excesiva y desadaptativa, que va más allá de la reacción
normal en muchos nuevos usuarios: una dedicación intensiva de tiempo como consecuencia de la fascinación inicial
por las posibilidades de la red y una regularización temporal dentro de unos límites controlados al cabo de unas po-
cas semanas (McNicol y Thorsteinsson, 2017).
La capacidad adictiva de internet deriva de una difusión cada vez más generalizada, de su presencia en los lugares
más significativos para una persona (el hogar, el centro de trabajo o de estudio, los sitios de ocio, etc.), de su bajo cos-
te y de sus inmensas posibilidades de relación sin exigir prácticamente nada a cambio. El anonimato es una de las
grandes ventajas del ciberespacio.
La red permite satisfacer dos tipos de necesidades básicas: a) la estimulación solitaria (búsqueda de información y de
imágenes o incluso sonidos, juegos solitarios, obtención de nuevos programas, etc.); y b) la búsqueda de interacción
social. En este sentido, no deja de ser significativo que los elementos del ciberespacio que cuentan con un mayor
componente adictivo y en los que están más implicadas las personas dependientes de internet se refieran, aunque no
exclusivamente, a la relación interpersonal: a) los “chats” o canales de conversación en tiempo real; b) los foros de
discusión; c) el correo electrónico; d) las páginas “Web”; y e) los juegos “on line” (juegos de rol, estrategia, casinos
virtuales, etc.) (Echeburúa, Amor y Cenea, 1998).
En algunos pacientes la adicción al ordenador puede ser secundaria a otros trastornos. Es el caso, por ejemplo, de
personas con otras adicciones (adicción al sexo, al juego o a las compras) o con parafilias (pedofilia, “voyeurismo”,
etc.) que pueden engancharse a la red en función de su trastorno primario. En estas situaciones es esta alteración pri-
maria -y no el hecho de la navegación por el ciberespacio- lo que requiere una atención clínica prioritaria.
La dependencia a internet comienza de una forma gradual. Algunos signos iniciales de alerta son la comprobación
reiterada e irrefrenable del correo electrónico, el aumento desproporcionado de las facturas telefónicas y la inversión
injustificada de tiempo y dinero en servicios “on line”. Lo que es una afición o un instrumento de trabajo o de estudio
se convierte en la parte central de la vida de una persona. En estos casos la red no se utiliza meramente para obtener
información, sino como una manera de buscar una satisfacción inmediata y de huir de los problemas. Todo ello viene
acompañado de unos cambios psicológicos adicionales: alteraciones de humor, ansiedad e impaciencia por la lenti-
tud de las conexiones o por no encontrar lo que se busca o a quien se busca (por ejemplo, en un canal “chat” de con-
versación), estado de conciencia alterado (con una total focalización atencional), irritabilidad en caso de interrupción,
incapacidad para salirse de la pantalla (incluso para comer o atender una cita a la hora convenida), etc.
El adicto -presa de una excitación elevada- empieza a aumentar su dependencia del ordenador hasta aislarse del en-
torno y no prestar atención a otros aspectos de las obligaciones laborales y académicas y de la vida social. En esta re-
lación adictiva con la red hay unos componentes objetivos (estar enganchado más de 5 horas diarias -salvo por
obligación laboral-, dormir mucho menos de lo habitual, etc.) y unos componentes subjetivos (utilizar el ciberespacio
para mejorar el estado de ánimo y escapar de la vida real). No es infrecuente en este contexto un deterioro de las rela-
ciones afectivas e incluso de la vida de pareja (Young, 1996).
Como ocurre en todas las adicciones, las personas dependientes de internet tienden a negar (o, en todo caso, a mini-
mizar) la dependencia de la red. El análisis de la adicción a internet requiere una valoración cuidadosa, ya que el

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tiempo de conexión es una variable cuantitativa significativa, pero puede ser insuficiente si no se pone en relación
con las necesidades objetivas (laborales o académicas) del usuario.

3. VULNERABILIDAD PSICOLÓGICA A LAS ADICCIONES CONDUCTUALES


El ser humano necesita alcanzar un nivel de satisfacción global en la vida. Normalmente, éste se obtiene repartido
en diversas actividades: la familia, el trabajo, la pareja, la comida, las aficiones, el deporte, etc. Un mayor número de
aficiones e intereses de una persona está en relación directa con una mayor probabilidad de ser feliz. De este modo,
las carencias en una dimensión pueden compensarse, en cierto modo, con las satisfacciones obtenidas en otra (Eche-
burúa, 1999).
Por el contrario, si una persona es incapaz de diversificar sus intereses o se siente especialmente frustrada en una o
varias de estas facetas, puede entonces centrar su atención en una sola. El riesgo de adicción en estas circunstancias
es alto. De este modo, la adicción constituye una afición patológica que, al causar dependencia, restringe la libertad
del ser humano (Alonso-Fernández, 1996).
En algunos casos hay ciertas características de personalidad o estados emocionales que aumentan la vulnerabilidad
psicológica a las adicciones: la impulsividad; la disforia (estado anormal del ánimo que se vivencia subjetivamente
como desagradable y que se caracteriza por oscilaciones frecuentes del humor); la intolerancia a los estímulos displa-
centeros, tanto físicos (dolores, insomnio, fatiga, etc.) como psíquicos (disgustos, preocupaciones, responsabilidades,
etc.); y la búsqueda exagerada de sensaciones nuevas. Hay veces, sin embargo, en que en la adicción subyace un pro-
blema de personalidad -de baja autoestima, por ejemplo- o un estilo de afrontamiento inadecuado ante las dificulta-
des cotidianas (tabla 2).
Otras veces se trata de personas que carecen de un afecto consistente y que intentan llenar esa carencia con sustan-
cias químicas (drogas, alcohol o tabaco) o con conductas sin sustancias (compras, juego, internet o trabajo). Porque el
cariño llena de sentido nuestra vida y contribuye de forma decisiva a nuestro equilibrio psicológico.
En resumen, un sujeto con una personalidad vulnerable, con una cohesión familiar débil y con unas relaciones so-
ciales pobres corre un gran riesgo de hacerse adicto si cuenta con un hábito de recompensas inmediatas, tiene el ob-
jeto de la adicción a mano, se siente presionado por el grupo y está sometido a circunstancias de estrés (fracaso
escolar, frustraciones afectivas, competitividad, etc.) o de vacío existencial (inactividad, aislamiento social, falta de
objetivos, etc.). El esquema del inicio y mantenimiento de las adicciones psicológicas se describe en la figura 1.

4. LÍNEAS GENERALES DE INTERVENCIÓN


TABLA 2
Un primer aspecto que es necesario destacar es
FACTORES PSICOLÓGICOS DE PREDISPOSICIÓN
la dificultad de hablar de un tratamiento único de
Variables de personalidad Impulsividad las adicciones conductuales. Este tipo de adiccio-
Búsqueda de sensaciones
Autoestima baja
nes son muy distintas entre sí y cada una de ellas
Intolerancia a los estímulos displacenteros tiene una serie de características específicas que
Estilo de afrontamiento inadecuado de las dificultades deben contemplarse en los programas de trata-
Vulnerabilidad emocional Estado de ánimo disfórico miento. Son muy diferentes las implicaciones que
Carencia de afecto
tiene, por ejemplo, la adicción al juego con las
Cohesión familiar débil
Pobreza de relaciones sociales que puede tener la adicción al ejercicio físico o
la adicción al trabajo. En cierta medida, algo si-
milar ocurre en el campo de las adicciones quí-
FIGURA 1 micas. Al margen de los aspectos comunes a
INICIO Y MANTENIMIENTO DE LAS ADICCIONES SIN DROGAS todas ellas (por algo son todas conductas adicti-
vas), desde un punto de vista terapéutico el trata-
INICIO MANTENIMIENTO
miento se debe orientar a las características
Vulnerabilidad Déficits de autocontrol y específicas de cada una de ellas. Es distinto, por
psicológica del control de los impulsos
ejemplo, el tratamiento del alcoholismo que el
tratamiento de la adicción a los opiáceos.
Actividades ADICCIÓN
Dependencia No obstante, sí es cierto que, a pesar de sus dife-
placenteras PSICOLÓGICA
rencias, todas las conductas adictivas tienen algo
en común, que constituye su aspecto nuclear: la
Presión Falta de actividades pérdida de control sin la presencia de una sustancia
social gratificantes

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química adictiva. De hecho, las dos características fundamentales de este tipo de conductas adictivas, al igual que
ocurre con las adicciones químicas, son la pérdida de control y la relación de dependencia que se establece en rela-
ción a una determinada conducta (continuar con ella a pesar de las consecuencias negativas que produce). Como
consecuencia, las vías de intervención propuestas hasta la fecha son muy similares en todas ellas.
Sin embargo, el primer aspecto que se debe tener en cuenta a la hora de afrontar el tratamiento de un paciente con
una adicción conductual es el objetivo terapéutico: la abstinencia versus el control. En el tratamiento de las adiccio-
nes conductuales resulta implanteable, con la excepción de la adicción al juego, el objetivo de la abstinencia. Se trata
de conductas descontroladas, pero que resultan necesarias en la vida cotidiana, como ocurre en el caso de trabajar,
de comer, de comprar, de practicar el sexo, de conectarse a la red, etc. El objetivo terapéutico se centra, por tanto, en
el reaprendizaje del control de la conducta. En el caso de la adicción al juego, en cambio, a pesar de los intentos que
se han producido por plantear el juego controlado como objetivo terapéutico (Ladouceur, Lachance y Fournier,
2009), hoy por hoy no existe evidencia empírica suficiente que lo avale. Por ello, a diferencia del resto de adicciones
conductuales, el único objetivo asumible, con argumentos científicos claros, es la abstinencia del juego.
En cualquier caso, las vías de intervención postu-
ladas son muy similares en todos los casos (tabla TABLA 3
TRATAMIENTO Y PREVENCIÓN DE RECAÍDAS EN LAS ADICCIONES
3). A corto plazo, el tratamiento inicial de choque
se centra, en una primera fase, en el aprendizaje de TRATAMIENTO INICIAL
respuestas de afrontamiento adecuadas antes las si-
Control de estímulos
tuaciones de riesgo (técnicas de control de estímu- Exposición con prevención de respuesta
los); y en una segunda fase, en la exposición
TRATAMIENTO DE MANTENIMIENTO
programada a las situaciones de riesgo (técnica de
A medio plazo
exposición en vivo con prevención de respuesta a Identificación de situación de riesgo
los estímulos y situaciones relacionadas con la con- Aprendizaje de respuestas de afrontamiento adecuadas
Modificación de las distorsiones cognitivas sobre su capacidad de control
ducta adictiva).
El control de estímulos constituye un primer paso A largo plazo
que siempre es necesario en el tratamiento. En con- Solución de problemas específicos
Cambio en el estilo de vida
creto, se refiere a la evitación, en la primera fase de
la terapia, de los estímulos asociados a la conducta
descontrolada. Se trata de identificar los aspectos TABLA 4
que hacen más probable la conducta adictiva, con EJEMPLOS DE CONTROL DE ESTÍMULOS EN
el objetivo de controlarlos y de que el paciente ALGUNAS ADICCIONES SIN DROGAS
aprenda respuestas de afrontamiento alternativas
Ludopatía
para las distintas situaciones de riesgo. Este control
de estímulos, estricto en un primer momento, se 1. Control sobre el dinero
atenúa gradualmente a medida que transcurre el 2. Eludir los circuitos de riesgo
3. Evitar la relación con amigos jugadores
tratamiento. Algunos ejemplos de aplicación del 4. Autoprohibición de la entrada en bingos y casinos
control de estímulos en distintas adicciones con- 5. Planificación para devolver las deudas contraídas

ductuales se presentan en la tabla 4. Adicción a las compras


El control de estímulos es un paso necesario, pero
1. Restringir la entrada en las tiendas
no suficiente, para reasumir el control sobre las 2. Limitar el dinero disponible en la cartera
conductas adictivas. Esta técnica, basada en la evi- 3. Pagar sólo con dinero en efectivo
4. Retirar las tarjetas de crédito
tación, ayuda al sujeto a mantenerlo alejado de los 5. Comprar en compañía de otras personas no consumistas
estímulos peligrosos y contribuye a producir en el 6. Adquirir sólo productos planificados con anterioridad en una lista
7. Control diario de gastos
paciente una mejoría objetiva (recuperación objeti-
va). En definitiva, no realiza la conducta adictiva Adicción al trabajo

porque se le impide hacerla. 1. Reducción de los compromisos


Sin embargo, muchas de las conductas adictivas - 2. Establecimiento estricto de un horario laboral razonable
3. Respeto a los fines de semana y las vacaciones
comer, comprar, jugar, trabajar, tener relaciones se- 4. Normas de higiene complementarias:
xuales, etc.- están presentes continuamente en la 4 Establecimiento de una dieta equilibrada

4 Control del sueño


vida cotidiana. Por ello, no es suficiente esta recu-
4 Regulación del consumo de alcohol y de excitantes
peración objetiva, sino que se debe conseguir una
4 Implicación activa en el tiempo libre, tanto desde una perspectiva lúdica como
recuperación subjetiva. Es decir, no implicarse en familiar y social

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la conducta adictiva, a pesar de tener la posibilidad de hacerlo. Por lo tanto, la recuperación total (objetiva y subjeti-
va) sólo se produce cuando el sujeto se expone, en una segunda fase del tratamiento, a los indicios de riesgo de forma
progresiva y regular y es capaz de resistirse a ellos sin adoptar conductas de escape. En el caso del juego, por ejem-
plo, se trata de que el paciente acuda a los locales de juego o a los bares con máquinas tragaperras, sin poder jugar;
en el caso de las compras, acudir a grandes superficies, sin permitirle comprar; en el caso de la comida, acudir a una
comida o cena, pero limitar la cantidad máxima de comida, etc.
Esta exposición a los indicios de riesgo debe hacerse inicialmente en compañía de alguna persona de confianza (fa-
miliar, amigo, etc.). Posteriormente, en aquellos casos en los que el tratamiento de exposición evolucione de forma fa-
vorable, se permitirá gradualmente al paciente hacerlo de forma más autónoma, sin depender tanto de la persona que
actúe como coterapeuta. Hacerlo a solas es algo que debe intentarse sólo cuando ya se ha ensayado esta situación re-
petidas veces con otras personas y el paciente se encuentra seguro de sí mismo (Hodgson, 1993).
A medio plazo, el tratamiento de mantenimiento, una vez reasumido el control de la conducta, requiere actuar sobre
la prevención de recaídas. El común denominador en los procesos de recaída en las diferentes conductas adictivas es
la exposición a una situación de alto riesgo, sin la puesta en marcha de las estrategias de afrontamiento adecuadas
(Marlatt y Gordon, 1985). Por lo tanto, un aspecto fundamental es el conocimiento de los factores que precipitan las
recaídas, es decir, aquellas situaciones que favorecen la vuelta a la conducta adictiva. Así, se trata, fundamentalmen-
te, de identificar situaciones de riesgo para la recaída, de aprender respuestas adecuadas para el afrontamiento de las
mismas y de modificar las distorsiones cognitivas sobre su capacidad de control de las conductas adictivas.
Por último, más a largo plazo, conviene solucionar los problemas específicos (ansiedad, depresión, problemas de
pareja, etc.) e introducir cambios en el estilo de vida, de modo que el paciente sea capaz de obtener otras fuentes de
gratificación más allá de la conducta adictiva (Echeburúa, 1999; Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997). No se debe
olvidar que se trata de conductas adictivas y que, al margen de la frecuencia e intensidad con la que se llevan a cabo,
al igual que ocurre con otras adicciones, provocan numerosas repercusiones negativas en el entorno cercano del pa-
ciente: familia, trabajo, amigos, etc. Todo ello debe tenerse en cuenta a lo largo del tratamiento, pues repercute de
forma importante en el buen desarrollo del mismo.

5. CONCLUSIONES
Todas las adicciones acaban por minar la vida de quienes las sufren y de todos los que les rodean. Por ello, lo funda-
mental para determinar si una conducta es adictiva no es la presencia de una droga, sino más bien la de una expe-
riencia que es buscada con ansia y con pérdida de control por el sujeto y que produce una relación de placer/culpa.
Las adicciones conductuales funcionan, en unos casos, como conductas sobreaprendidas que traen consigo conse-
cuencias negativas y se adquieren a fuerza de repetir conductas que en un principio resultan agradables; en otros, co-
mo estrategias de afrontamiento inadecuadas para hacer frente a los problemas personales (por ejemplo, acudir al
bingo o comer en exceso para hacer frente a la ansiedad o al aburrimiento).
En todos los casos los estímulos condicionados desempeñan un papel importante en el mantenimiento de las adic-
ciones. Los estímulos condicionados externos pueden variar de una adicción a otra: la presencia de un ordenador, en
el caso de un adicto a internet; el sonido de una máquina tragaperras, en el caso de un adicto al juego; el olor a ali-
mentos, en el caso de un adicto a la comida; la visión de una mujer sola, en el caso de un sexoadicto; los anuncios de
rebajas, en el caso de un adicto a las compras, etc. Sin embargo, los estímulos condicionados internos son muy simi-
lares en todas las adicciones. La disforia es, sin duda, el más importante. De hecho, todo tipo de adictos tienden a re-
caer cuando se encuentran mal o deprimidos (Echeburúa, 1999).
El objetivo terapéutico en las adicciones conductuales es el reaprendizaje de la conducta de una forma controlada.
Concluida la intervención terapéutica inicial, los programas de prevención de recaídas, en los que se prepara al pa-
ciente para afrontar las situaciones críticas y para abordar la vida cotidiana de una forma distinta, pueden reducir sig-
nificativamente el número de recaídas en los primeros meses de seguimiento, que constituyen el momento crítico.

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Ficha 1.
Adicción al juego
1. CARACTERÍSTICAS DE LA ADICCIÓN AL JUEGO

1.1. Concepto y prevalencia


La adicción al juego aparece clasificada de forma diferente en las dos nosologías psicopatológicas vigentes. Mientras
que la CIE-10 (OMS, 1992) lo considera como un trastorno del control de los impulsos, el DSM-5 (APA, 2013) lo ha
introducido recientemente dentro de las adicciones, como un trastorno no relacionado con sustancias. Ello se debe a
que hay un consenso científico en la consideración de la ludopatía como un claro ejemplo de las recientemente de-
nominadas adicciones conductuales. La adicción al juego se caracteriza por la pérdida de control con respecto al jue-
go y por el establecimiento de una relación de dependencia. Más en concreto, el adicto al juego presenta un fracaso
crónico y progresivo en resistir los impulsos a jugar, de los que derivan conductas de juego que interfieren negativa-
mente en la consecución de los objetivos personales, familiares y/o profesionales.
Se trata de un problema de gran relevancia social. En nuestro país, la tasa de prevalencia de la ludopatía oscila en
torno al 2% de la población adulta (Becoña, 1993, 2004; Irurita, 1996; Legarda, Babio y Abreu, 1992; Muñoz, 2008).
El trastorno es mucho más frecuente en hombres que en mujeres, pero éstas son mucho más reacias a buscar ayuda
terapéutica por la censura social existente. A diferencia de otras conductas adictivas, la adicción al juego se distribuye
por todas las clases sociales y por todas las edades. No obstante, la edad de acceso al juego ha descendido en los últi-
mos años. De hecho, cada vez son más los adolescentes que acuden a tratamiento por problemas de juego. En estos
casos la ludopatía se ve complicada por la aparición de problemas familiares, de un bajo rendimiento escolar, de difi-
cultades en la relación con los amigos, etc. (Secades y Villa, 1998).
Los ludópatas, al menos en España, muestran una dependencia fundamentalmente a las máquinas tragaperras, ya sea
sólo a éstas o en combinación con otros juegos. La dependencia en exclusiva a otros juegos de azar es mucho menor.
Este hecho no es fruto de la casualidad, sino que obedece a una serie de aspectos psicológicos implicados en el fun-
cionamiento de este tipo de máquinas: su amplia difusión; el importe bajo de las apuestas, con posibilidad de ganan-
cias proporcionalmente cuantiosas; la brevedad del plazo transcurrido entre la apuesta y el resultado; la manipulación
personal de la máquina, que genera una cierta ilusión de control; las luces intermitentes de colores, que, junto con la
música y el tintineo estrepitoso de las monedas cuando se gana, suscitan una tensión emocional y una gran activación
psicofisiológica, etc. (Echeburúa y Fernández-Montalvo, 1997).

1.2. Sintomatología asociada


La adicción al juego, y las consecuencias que se derivan de la misma, provocan un aumento importante de la sinto-
matología asociada al jugador. Desde una perspectiva psicopatológica, los trastornos del estado de ánimo (depresión
e hipomanía, fundamentalmente) y las conductas adictivas son los trastornos más frecuentemente observados (Tedes-
chi, Martinotti, Andreoli y Janiri, 2008; Báez, Echeburúa y Fernández-Montalvo, 1994). Por otra parte, la tasa de pre-
valencia del consumo abusivo de alcohol u otras drogas entre los adictos al juego es muy elevada, con tasas que
oscilan entre el 11% y el 70% de los casos, según los distintos estudios llevados a cabo (French, Maclean & Ettner,
2008; Stewart & Kushner, 2005). El consumo de sustancias adictivas puede responder a motivaciones distintas, tales
como la potenciación de la estimulación y del placer, el enfrentamiento a las vivencias del juego, el olvido de las pér-
didas y/o la sustitución de la adicción.
Los trastornos de personalidad, sobre todo los referidos al descontrol de la impulsividad, están frecuentemente aso-
ciados a la ludopatía. En concreto, el trastorno antisocial y el trastorno límite son los que aparecen con más frecuen-
cia en las muestras de pacientes con problemas de adicción al juego (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 2001).
Como ocurre en las conductas adictivas, el impacto de la adicción al juego va más allá del paciente afectado. En
concreto, la familia, los amigos y el ambiente laboral están profundamente afectados por la problemática del juego
del sujeto (Fernández-Montalvo, Báez y Echeburúa, 2000). De hecho, el deterioro puede extenderse en algunos casos
a la pareja del jugador, en forma de aumento de la bebida y del tabaco, de trastornos de la conducta alimentaria, de
gastos impulsivos sin control, etc.

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En definitiva, la adicción al juego se caracteriza por una dependencia emocional del juego, una pérdida de control y
una interferencia negativa en el funcionamiento normal en la vida cotidiana.

2. TRATAMIENTO DE LA ADICCIÓN AL JUEGO


2.1. El objetivo terapéutico
Por lo que se refiere al objetivo terapéutico, la mayor parte de los estudios llevados a cabo tienen como meta la abs-
tinencia total del juego. No obstante, como ha ocurrido en el caso del alcoholismo, se ha planteado la posibilidad de
crear programas terapéuticos con el objetivo de lograr, si no la abstinencia total, al menos un mayor control: el juego
controlado (Ladouceur, Lachance y Fournier, 2009). Sin embargo, aunque este tipo de programas resultan sugerentes,
al menos para cierto tipo de jugadores, todavía no se han puesto a prueba de una forma controlada y se carece, por
tanto, de un respaldo empírico a los mismos. Por ello, en la actualidad parece aconsejable considerar la abstinencia
total del juego, al menos de aquél del que el paciente es dependiente, como principal objetivo terapéutico.

2.2. Tratamiento dirigido al cese de la conducta de juego


Las técnicas concretas de tratamiento propuestas son el control de estímulos y la exposición en vivo con prevención
de respuesta. Se trata de evitar situaciones asociadas al juego y/o de exponer regularmente a los sujetos a tales situa-
ciones, pero sin permitirles jugar ni adoptar conductas de escape (por ejemplo, marcharse del local). Las técnicas de
exposición, referidas inicialmente a los trastornos fóbicos y obsesivo-compulsivos, se han comenzado a aplicar a las
conductas adictivas y constituyen un camino muy prometedor. En concreto, cuando se han aplicado en el tratamiento
de la ludopatía, los resultados terapéuticos obtenidos han sido satisfactorios (Echeburúa et al., 1996; 2000).
El control de estímulos se refiere fundamentalmente al control del dinero y a la evitación de las situaciones o circui-
tos de “riesgo”, así como de la frecuentación de amigos jugadores. A medida que la terapia avanza, se procede a una
atenuación gradual del control de estímulos, excepto en lo que se refiere al contacto con otros jugadores. Con el con-
trol de estímulos se consigue que la persona evite el peligro, y por lo tanto, logre una recuperación objetiva (que no
juegue). Sin embargo, esto no garantiza que, cuando se dejen de controlar los estímulos, el jugador no vuelva a jugar,
puesto que lo que ha sucedido es que no ha tenido posibilidad de jugar.
Por ello, el objetivo a conseguir es que, cuando se encuentre en los lugares de juego, sea capaz de controlar su im-
pulso a jugar. Esto sólo se consigue mediante la exposición a las situaciones de juego, impidiéndole realizar la con-
ducta de juego o la conducta de escape (prevención de respuesta). Solamente así se conseguirá una recuperación total
(objetiva y subjetiva), puesto que el jugador aprenderá a desarrollar estrategias de autocontrol en la propia situación
de juego.
Con la exposición en vivo con prevención de respuesta se pretende que el sujeto experimente deseos de jugar, pero
que aprenda a resistir y controlar esos deseos de forma progresiva. De este modo, aprende a ejercer de una forma más
efectiva el autocontrol de la conducta de juego. La
exposición en vivo con prevención de respuesta es
TABLA 1 una técnica que sirve para dotar al paciente de una
CARACTERÍSTICAS DE LA EXPOSICIÓN EN EL JUEGO PATOLÓGICO capacidad para resistir a los impulsos del juego y,
EXPOSICIÓN CARACTERÍSTICAS
en último término, para darle una mayor seguridad
en su capacidad de control. A diferencia de los
1ª semana de El coterapeuta (un familiar o amigo cercano) entra con el paciente trastornos de ansiedad, en donde las sesiones de
exposición al local de juego y se queda junto a él mientras lleva a cabo la ex-
posición a las máquinas tragaperras. exposición tienden a ser muy largas, en la adicción
El paciente no lleva dinero consigo. Si es necesario, el coterapeuta al juego la habituación a los estímulos expuestos se
paga la consumición.
consigue en un plazo de tiempo más corto (entre
2ª semana de El coterapeuta acompaña al paciente al local de juego, pero se que- 15 y 20 minutos). Las características de la aplica-
exposición da fuera, al alcance de la vista, mientras lleva a cabo la exposición
a las máquinas tragaperras.
ción de las técnicas de exposición se resumen en la
El paciente lleva el dinero justo para pagar una consumición sin al- tabla 1.
cohol.
3. PREVENCIÓN DE LAS RECAÍDAS
3ª semana de El coterapeuta se queda en casa, sin salir, mientras el paciente acu-
La actuación terapéutica adecuada en este con-
exposición de al local de juego para llevar a cabo la exposición. El paciente
puede llamarle por teléfono si se encuentra en un aprieto. texto implica, por un lado, el desarrollo de habili-
El paciente lleva el dinero justo para pagar la consumición más un dades específicas para impedir la caída inicial (o
billete de 5 o 10 euros.
para evitar la recaída, en el caso de que se haya
4ª semana de El coterapeuta no participa en las tareas de exposición. producido una primera caída) y, por otro, la solu-
exposición El paciente lleva dinero en el bolsillo sin restricciones.
ción de los problemas específicos (ansiedad, depre-

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sión, problemas de pareja, etc.) y el cambio global del tipo de vida del paciente (Fernández-Montalvo y Echeburúa,
1997).
Los puntos de intervención para evitar las caídas iniciales son los siguientes (Marlatt y Gordon, 1985; Shaffer y La
Plante, 2005):
a) Identificación de las situaciones de alto riesgo. Prevenir la recaída implica enseñar al paciente a reconocer las situa-
ciones específicas de alto riesgo y mantenerlo en una disposición de alerta cognitiva.
b) Respuestas de enfrentamiento adecuadas a situaciones problemáticas. Conviene enseñar a los sujetos las habilida-
des necesarias para hacer frente a las situaciones de alto riesgo. Las posibles áreas de actuación incluyen autoafir-
mación, control del estrés, relajación, control de la ira, habilidades de comunicación y habilidades de solución de
los problemas cotidianos.
c) Cambio de expectativas sobre las consecuencias positivas del juego. Esta parte del programa implica la información
sistemática al paciente sobre los efectos a medio y largo plazo de las conductas adictivas, así como la actuación so-
bre algunos errores cognitivos (por ejemplo: “por una vez que juegue, no me va a pasar nada malo”, etc.).
Una vez que el paciente ha aprendido a identificar las situaciones de alto riesgo para la recaída, así como a imple-
mentar las estrategias más adecuadas para afrontarlas, es necesario recurrir nuevamente a las técnicas de exposición.
Nuevamente, la recuperación total (objetiva y subjetiva) sólo se produce cuando el sujeto se expone a los indicios de
riesgo y pone a prueba las estrategias de afrontamiento aprendidas. La exposición a los indicios de riesgo debe hacer-
se inicialmente en compañía de alguna persona de confianza (familiar, amigo, etc.). Hacerlo a solas es algo que debe
intentarse sólo cuando ya se ha ensayado esta situación repetidas veces con otras personas y el paciente se encuentra
seguro de sí mismo.
Más a largo plazo, para evitar el proceso de recaída, conviene intervenir en dos aspectos fundamentales:
a) Solución de problemas específicos: Los problemas específicos pueden ser variables de unos casos a otros, pero hay
algunos que son prácticamente constantes en todas las personas con problemas de juego: el exceso de ansiedad, el
estado de ánimo deprimido, las discusiones familiares y de pareja, los problemas laborales, etc. Es difícil mantener
la abstinencia del juego si no se interviene también en todos estos aspectos, ya que aumenta la probabilidad de que
se produzca una recaída a medio y largo plazo.
b) Cambio en el estilo de vida: Un proceso profundo de cambio implica el establecimiento de nuevas metas de vida.
La apatía facilita la añoranza del juego, los sentimientos de culpa y el estado de ánimo deprimido. Sólo un cambio
de vida estable garantiza el mantenimiento de la abstinencia del juego a largo plazo. Sugerir al paciente la realiza-
ción de un balance del antes y del después del tratamiento contribuye a mantenerlo motivado en el largo proceso
de la abstinencia. De hecho, al tenerlo escrito, le permite releerlo en las situaciones de desánimo, cuando mayor es
el riesgo de recaída, y remotivarse en estos momentos bajos.
En esta misma línea, es necesario fomentar el establecimiento de conductas alternativas al juego que le sean gratificantes
(Shaffer y LaPlante, 2005). Cuando una persona está implicada en una conducta adictiva, la mayor parte de las fuentes de
satisfacción en la vida cotidiana procede de dicha adicción: la ocupación del tiempo libre, la interacción social con los
amigos jugadores, el refuerzo de la posibilidad de obtener una ganancia, etc. No es, por ello, extraño que un ludópata se
sienta vacío cuando deja de jugar. Se trata, por tanto, de enseñar al paciente nuevas pautas de conducta que le generen
una gratificación alternativa. De este modo, estas nuevas conductas desempeñan un doble papel: a) ser incompatibles con
la adicción; y b) ofrecer al sujeto vías atractivas y diferentes de obtener satisfacciones en la vida diaria.

4. CONCLUSIONES
Los estudios referidos a la terapia de la adicción al juego prueban que este cuadro clínico responde bien a los trata-
mientos ofertados. Desde una perspectiva general, se han obtenido unas tasas de éxito superiores al 50% de los casos
tratados con un control mínimo de seguimiento de 6 meses. Además, esta tasa de éxito aumenta considerablemente
cuando se aplican técnicas conductuales -control de estímulos y exposición en vivo con prevención de respuesta,
principalmente- seguidas de una intervención cognitivo-conductual en prevención de recaídas (cfr. Echeburúa et al.,
2000, 2001). En la actualidad este tipo de técnicas constituyen, sin duda, el tratamiento de elección de la ludopatía.
El empleo de técnicas cognitivas no parece ser necesario para conseguir la abstinencia del juego. Independiente-
mente del número elevado de distorsiones cognitivas que presentan los adictos al juego (cfr. Fernández-Montalvo,
Echeburúa y Báez, 1996), la eficacia de los tratamientos a largo plazo no aumenta cuando se incluyen este tipo de in-
tervenciones cognitivas (cfr. Echeburúa et al., 1996).

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Si bien el tratamiento psicológico es prioritario en el ámbito de la ludopatía, queda pendiente, desde una perspectiva
psicofarmacológica, el estudio de las situaciones concretas en las que el empleo de medicación, de forma combinada
con la terapia psicológica, podría aumentar la eficacia terapéutica, como en el caso de jugadores con un nivel eleva-
do de impulsividad, por ejemplo. Una revisión de los estudios sobre tratamientos farmacológicos de la adicción al
juego puede encontrarse en Grant, Odlaug y Schreiber (2014).
Desde otra perspectiva, resulta de interés el tratamiento de los trastornos duales. En las investigaciones controladas
sobre la terapia de la adicción al juego se utilizan, por razones metodológicas, jugadores puros, sin otro trastorno psi-
copatológico concomitante. No obstante, la experiencia clínica demuestra la existencia, en numerosas ocasiones, de
comorbilidad e incluso de un diagnóstico dual en el ámbito de la ludopatía (alcoholismo, esquizofrenia y deficiencia
mental, principalmente, en el eje I; trastorno antisocial y límite de la personalidad, en el eje II). En estos casos, las téc-
nicas terapéuticas propuestas no se muestran tan útiles como en los jugadores puros. Se requiere más investigación a
este respecto.
En otras palabras, la adaptación de los objetivos clínicos y de los programas de tratamiento a las necesidades indivi-
duales, así como el papel terapéutico mismo de los manuales de autoayuda (por ejemplo, Fernández-Montalvo y
Echeburúa, 1997), constituyen una cuestión no resuelta que requiere una detallada investigación.

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Ficha 2.
Adicción al trabajo
1. CONCEPTO DE ADICCIÓN AL TRABAJO
La dedicación intensa al trabajo se ha considerado durante muchos años como una conducta adecuada y socialmen-
te valorada, que denota un sentido elevado de responsabilidad y que responde a los valores de una sociedad en don-
de se priman el éxito y el poder. De hecho, incluso ha sido categorizada como una adicción positiva, es decir, como
una conducta repetitiva que proporciona bienestar económico e integración social a una persona (Killinger, 1993;
Machlowitz, 1977; Porter, 1996; Schaef & Fassel, 1988). Sin embargo, el análisis de este fenómeno a largo plazo
muestra que esos beneficios se dan sólo en las primeras fases de la adicción, convirtiéndose posteriormente en una
conducta perjudicial tanto para el individuo como para la empresa (Dudek, 2008; Galperin & Burke, 2006).
Todo ello ha contribuido a que el estudio de la adicción al trabajo -al igual que ha ocurrido con el resto de las adic-
ciones conductuales- sea reciente. Si bien fue descrita por Oates (1971) -quien utilizó por primera vez el término in-
glés workaholism-, ha sido sólo en los últimos años cuando se ha comenzado a considerar este fenómeno como un
trastorno grave, del que pueden derivar serias consecuencias físicas y psicológicas (Andreassen, 2014; Fernández-
Montalvo & Echeburúa, 1997; Ng, Sorensen, & Feldman, 2007; Pietropinto, 1986; Robinson, 1989; Spruell, 1987).
La adicción al trabajo se caracteriza por una implicación progresiva, excesiva y desadaptativa a la actividad laboral,
con una pérdida de control respecto a los límites del trabajo y una interferencia negativa en la vida cotidiana (relacio-
nes familiares y sociales, tiempo de ocio, estado de salud, etc.). Al margen de las percepciones distorsionadas del su-
jeto, la sobreimplicación laboral responde al ansia o necesidad de la persona -el trabajo de este modo genera una
excitación que oscila entre la fascinación y el sobresalto- más que a las necesidades objetivas del entorno laboral
(Buelens & Poelmans, 2004; Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1998). Lo que distingue a un adicto es más su actitud
hacia la tarea que el número de horas dedicadas (Burke, 2006; Kemeny, 2002; Machlowitz, 1977, 1980; Snir & Zo-
har, 2008). Todo ello viene acompañado frecuentemente de ideas sobrevaloradas del dinero, del éxito o del poder.
Se pueden distinguir cuatro características definitorias de esta adicción (Andreassen, 2014; Harpaz & Snir, 2003; Ki-
llinger, 1993; Spence & Robbins, 1992): a) implicación elevada en la actividad laboral; b) impulso a trabajar debido a
presiones personales o internas; c) poca capacidad para disfrutar de la tarea realizada; y d) búsqueda de poder o pres-
tigio.
Lo que está en juego en el adicto es la propia autoestima y el reconocimiento social. No es infrecuente que bajo la
adicción al trabajo se escondan sentimientos de inferioridad y de miedo al fracaso (cfr.Spruell, 1987). Los síntomas
experimentados no son distintos de los que aparecen en otro tipo de adicciones conductuales: negación del proble-
ma, distorsiones cognitivas de la realidad, necesidad de control, tolerancia creciente y síntomas de abstinencia en los
períodos vacacionales (irritabilidad, ansiedad, depresión, etc.) (Buck & Sales, 2000; Fassel, 1990; Homer, 1985; Killin-
ger, 1993; Naughton, 1987; Porter, 1996; Robinson, 1989).
No toda dedicación intensa al trabajo, al margen incluso de una necesidad laboral perentoria ante una situación
económica crítica, revela la existencia de una adicción. Las personas muy trabajadoras, pero no adictas, disfrutan con
el trabajo, son muy productivas, le dedican mucha energía y entusiasmo y tratan de equilibrarlo con la dedicación del
tiempo libre a la familia, las relaciones sociales o las aficiones (Douglas & Morris, 2006; Fernández-Montalvo & Eche-
burúa, 1998; Schaufeli, Taris, & Van Rhenen, 2008). Además, los períodos de sobreimplicación laboral responden a
una demanda objetiva del mismo, habitualmente de carácter temporal.
Por el contrario, la adicción al trabajo interfiere negativamente en la salud física, en la felicidad personal o en las re-
laciones familiares y sociales. Al carecer de control sobre la dedicación a las obligaciones, invierten una gran canti-
dad de tiempo y de pensamientos, incluso cuando están fuera, en el trabajo, que se constituye en el elemento
prioritario de todo lo que les rodea. De hecho, hay una alta implicación laboral incluso en actividades rutinarias y
que podrían ser desempeñadas por otras personas. En estas circunstancias las consecuencias negativas son de varios
tipos: relaciones familiares deterioradas (Bakker, Demerouti, & Burke, 2009; Shimazu, Bakker, & Demerouti, 2009),
hijos con mayores problemáticas psicopatológicas (Chamberlin & Zhang, 2009; Robinson & Kelley, 1998), aislamien-
to social, pérdida del sentido del humor, desinterés por las relaciones interpersonales “no productivas”, relaciones se-
xuales programadas y no espontáneas, debilitamiento de la salud, alteraciones cardiovasculares relacionadas con el

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estrés (Andreassen, Ursin, & Eriksen, 2007), y en general, una pérdida de calidad de vida y de bienestar (Bonebright,
Clay, & Ankenmann, 2000; Burke & Fiksenbaum, 2009; Burke, Richardsen, & Mortinussen, 2004; Fernández-Montal-
vo & Echeburúa, 1998; Pietropinto, 1986; Robinson, 1996b).
La necesidad irrefrenable de dedicar su vida y tiempo al trabajo de un modo central y excesivo lleva al adicto a sen-
tirse insatisfecho o irritable cuando se encuentra alejado de la actividad laboral -días festivos y fines de semana, por
ejemplo-. Esto les lleva a estar trabajando aun cuando no estén en el trabajo (Kemeny, 2002). Es más, estas personas
tienden a continuar con su excesiva implicación en el trabajo a pesar de sufrir estrés o diversos problemas de salud y
a ocultar sus pensamientos relacionados con el trabajo para evitar la desaprobación familiar y social (Porter, 1996). En
suma, hay una calidad de vida deficitaria, inducida por un consumo abusivo de alcohol y tabaco, un tiempo libre de-
masiado reducido y un ritmo de sueño sometido a grandes variaciones.

2. DATOS EPIDEMIOLÓGICOS
No hay estudios epidemiológicos sobre este trastorno. Los datos existentes son fragmentarios, parciales y con poco
apoyo empírico. Así, según Machlowitz (1980), alrededor del 5% de la población general podría ser adicta al trabajo.
Con muestras específicas de profesiones liberales (médicos, psicólogos y abogados), la tasa de prevalencia puede lle-
gar hasta el 23% (Doerfler & Kammer, 1986). En población americana se ha estimado que en torno al 10% de la po-
blación general podría ser adicta al trabajo (Sussman, Lisha y Griffiths, 2011).
Desde el año 1992 en Canadá se han realizado estudios epidemiológicos con muestras representativas de la pobla-
ción a las que se les pregunta si se consideran adictas al trabajo. Durante estos años alrededor de un 27% de la pobla-
ción canadiense mayor de 15 años se considera a sí misma adicta al trabajo (Keown, 2008). Este dato es muy
semejante al que se da en los Estados Unidos (Robinson, 2007). Aun cuando no todas esas personas serán propiamen-
te adictas al trabajo, sí que dibujan un perfil muy semejante al del adicto, ya que al ser comparados con quienes no se
consideran adictos presentan: (1) una menor satisfacción con la propia vida; (2) una menor satisfacción en el trabajo;
(3) una mayor dificultad para encontrar tiempo para la familia; (4) una sensación de que se les escapa el tiempo de las
manos y (5) una peor valoración de su estado de salud. Además no valoran su situación económica mejor que la del
resto de la población (Kemeny, 2002; Keown, 2008).
Por lo tanto, más allá de la prevalencia concreta de esta adicción, parece claro que afecta a personas de edades
medias, de clase acomodada, con una actividad laboral creativa y que no actúan movidas exclusivamente por ne-
cesidades económicas. Si bien la adicción se da más entre los hombres que entre las mujeres -éstas suelen tener
una visión más amplia de la vida, con un mayor equilibrio entre lo afectivo y lo laboral (Hodson, 2004)-, las dife-
rencias en cuanto a sexos tienden a reducirse, especialmente en profesionales jóvenes, presentando las mismas ca-
racterísticas negativas en hombres y mujeres (Burke, Burgess, & Fallon, 2006; Kemeny, 2002; Killinger, 1993;
Robinson & Post, 1997).

3. CARACTERÍSTICAS DE LA ADICCIÓN AL TRABAJO


Las principales señales de alarma en relación con la dependencia del trabajo son las siguientes (Porter, 2001; Robin-
son, 1989, 1996a):
1. Prisa constante y ocupación continua. Los adictos al trabajo tienen un sentimiento constante de urgencia de tiem-
po, así como la necesidad de estar implicados en un mínimo de dos o tres tareas simultáneamente y de rechazar
actividades no directamente productivas.
2. Necesidad de control. La rigidez de pensamiento lleva a planear y organizar excesivamente todo lo que acontece,
de forma que todo sea predecible y controlable. No es frecuente la delegación del control en otras personas.
3. Perfeccionismo. El miedo al fracaso impone un control estricto, un alto nivel de exigencia y una intolerancia a los
errores.
4. Dificultades en las relaciones personales. Al estar los sujetos constantemente inmersos en el trabajo, no hay ape-
nas espacio para las relaciones interpersonales, que se consideran como una pérdida de tiempo.
5. “Embriaguez” de trabajo. Es frecuente la alternancia de etapas de sobreimplicación en el trabajo -similar a un
episodio de embriaguez- con otras de reducción drástica del nivel de actividad -como la resaca tras una borrache-
ra-, que es resultado de un agotamiento patológico y de una falta de descanso, tanto físico como intelectual.
6. Dificultad para relajarse y divertirse. El ocio se percibe como una pérdida de tiempo. Las lecturas, por ejemplo,
suelen estar relacionadas con temas profesionales. La obsesión por hacer cosas, en lugar de relajarse y disfrutar, es
asombrosa.

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7. Pérdidas parciales de memoria. Son fruto del agotamiento y de la atención simultánea a muchos asuntos. No son
infrecuentes los olvidos de fechas y temas relacionados con la vida familiar y social (aniversario de boda, cumple-
años de los niños, etc.).
8. Impaciencia e irritabilidad. Al ser el tiempo una posesión muy preciada, carecen de paciencia y se irritan fácil-
mente si se les hace esperar o se abordan temas en una conversación que no son directamente de su interés.
9. Déficit de autoestima. El sentimiento de baja autoestima les conduce ansiosamente a la obtención de logros, que
consiguen aumentar, pero sólo transitoriamente, los sentimientos de valía personal.
10. Inatención a las necesidades de salud. Son frecuentes una amplia variedad de problemas físicos (obesidad, con-
sumo excesivo de alcohol, tabaquismo, hipertensión, etc.), así como un descuido de las necesidades personales
de salud (horas de sueño, descanso regular, chequeos periódicos, etc.).
Desde otra perspectiva, una característica habitual de las adicciones químicas es la politoxicomanía. Sin embargo,
en las adicciones psicológicas no es frecuente encontrarse con pacientes aquejados de adicciones psicológicas múlti-
ples, como, por ejemplo, adicción al juego, hipersexualidad y adicción a las compras (Echeburúa & Corral, 1994). Lo
que sí es más habitual es la combinación de una adicción psicológica con una o varias adicciones químicas -por
ejemplo, la ludopatía y el alcoholismo (Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1997)-. En el caso concreto de la adicción
al trabajo, es frecuente el abuso de drogas con el objetivo de neutralizar el agotamiento ocupacional (exceso de café,
tabaco, alcohol y cocaína) y de fármacos para conciliar el sueño (Alonso-Fernández, 1996). En la figura 1 se presenta
un esquema de una secuencia evolutiva frecuente en la adicción al trabajo.

4. CONCLUSIONES
Se trata, en definitiva, de una adicción caracterizada por un aumento excesivo de los rendimientos laborales, con un
profundo sentido del cumplimiento del deber, con una vida carente de aficiones y con un sentimiento de culpabilidad
por disfrutar del ocio o con la conversión de éste en una actividad competitiva más: practicar deporte para ganar a to-
da costa, y no para disfrutar de la compañía o de la relajación proporcionada por el ejercicio físico. En estos casos la
actividad laboral funciona como una fuente de motivación y como un desafío impuesto por la propia persona para
evaluar su capacidad. El sujeto, atenazado por una serie de creencias irracionales (“miedo a no valer bastante”, “te-
mor a no disponer de tiempo suficiente para conseguir el bienestar material”, etc.), puede estar implicado en una ba-
talla sin fin por el éxito, que, una vez alcanzado, no va seguido de una sensación duradera de recompensa o de alivio
real de la tensión (Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1998; Sender, Valdés, Riesco, & Martín, 1993).
En líneas generales, parece que la adicción al tra-
bajo se acompaña de depresión, ansiedad e ira, así
FIGURA 1 como de una cierta incapacidad asertiva para re-
SECUENCIA EVOLUTIVA DE LA ADICCIÓN AL TRABAJO chazar tareas no razonables (Buck & Sales, 2000;
(Alonso-Fernández, 1996)
Haymon, 1992). Además parece que las personas
con mayor sobreimplicación laboral son más per-
1ª secuencia Comportamiento autoritario
Adicción al
con la familia y los
feccionistas y presentan más problemas de salud,
trabajo
subordinados más dificultades para delegar en otros el trabajo y
mayores niveles de estrés (Spence & Robbins,
1992). También parece que la mayor gravedad de
la adicción al trabajo se relaciona con una mayor
2ª secuencia
incapacidad para solucionar los problemas de for-
Deterioro de la Síndrome Abuso de drogas
ma efectiva, con una menor claridad para estable-
capacidad laboral de estrés fármacos cer los roles familiares y con una mayor dificultad
para expresar afectos, así como con mayores es-
fuerzos para establecer relaciones sociales e ínti-
mas (Robinson & Post, 1995, 1997). Dicho de otra
3ª secuencia Trastorno Abuso de manera, un adicto al trabajo raramente se siente fe-
Depresión
psicosomático alcohol liz (Kemeny, 2002). Pero es que además, la familia,
que también sufre las consecuencias de esta adic-
ción, suele recibir muy poco apoyo de su entorno
social, que sólo percibe en el adicto a una persona
4ª secuencia Crisis aguda de enfermedad
coronaria o muerte repentina
trabajadora que busca lo mejor para los suyos (Ke-
meny, 2002).

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