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EL ROL DEL ESTADO CONSTITUCIONAL DE DERECHO

Mónica Liliana Barriga Pérez[1]

Teniendo en cuenta las incertidumbres que se tienen a la hora de escoger o defender un modelo de
Estado, que incluya la estabilidad jurídica y social, que reconozca y proteja los derechos humanos
de todos los ciudadanos y que propenda a un desarrollo económico provechoso para todos los
sectores socio-culturales, es decir, un modelo incluyente y no excluyente, nos encontramos ante los
paradigmas del Estado Liberal (laissez faire) o el Estado de Bienestar (estado paternalista), según los
cuales, se asume un rol o misión distinta para que desarrolle el Estado, como institución que
controla o plantea las pautas para el desarrollo del derecho, la economía y la sociedad dentro de un
territorio y una población determinada.

Sin embargo, establecer cuál es el modelo de Estado adecuado para alcanzar los fines
constitucionales no es tarea fácil, máxime cuando los dos modelos enunciados anteriormente,
representaron momentos históricos diferentes, con necesidades diferentes, y poco a poco han sido
revaluados, y actualmente nos encontramos ante la necesidad de encontrar o estructurar un nuevo
modelo estatal que respete los derechos que los ciudadanos han conquistado frente al Estado, en
los términos de Ronald Dworkin[2], e igualmente genere espacios de interacción y crecimiento
económico ante una nueva era de globalización y tecnología.

Ante este escenario, quizás nos damos cuenta que no es fácil encasillar la labor del Estado, en una
tarea de árbitro externo que no se involucra con las necesidades de sus ciudadanos y que
simplemente plantea reglas mínimas de juego, sin importar las condiciones de igualdad, libertad,
capacidades o acceso a bienes y servicios que tienen las personas que representa. Pero tampoco,
añoramos un Estado acaparador, que interviene como actor principal en todas las áreas de la vida
jurídica, social y económica de una sociedad. Siendo eminente la creación de una tercera concepción
de modelo estatal, que sin pretender ser totalmente diferente a las anteriores, en realidad es una
hibridación o armonización de los planteamientos radicales de los dos modelos esbozados
anteriormente.

En la actualidad, el rol o la labor del Estado está centrada en la garantía y real disfrute de los
derechos humanos de los ciudadanos, incluyendo derechos de libertad (derechos civiles) como los
derechos a la subsistencia y a la supervivencia (derechos sociales), acompañado por un desarrollo
económico y social del Estado, cuyas pautas establece directamente la Constitución, como norma
de normas o marco normativo que irradia todo el ordenamiento jurídico, lo que se ha denominado
Estado Constitucional de Derecho.[3] Consecuentemente, el Estado genera espacios de diálogo e
intervención activa de sus ciudadanos e inversión y crecimiento económico, para garantizar mayor
cantidad y disfrute de derechos, pues de lo contrario se pueden reconocer derechos (carta
constitucional), pero no garantizarlos por falta de voluntad política o de recursos económicos, lo
cual conlleva a una utopía de los derechos fundamentales. En otro contexto, se puede generar
crecimiento económico, que no es necesariamente sinónimo de desarrollo, en el entendido de
Amartya Sen, pero no se genera espacios de desarrollo y bienestar para todos, entonces nos
preguntamos ¿Crecimiento económico para qué? O ¿para quienes?

En este entendido, “el desarrollo puede concebirse […] como un proceso de expansión de las
libertades reales de que disfrutan los individuos. El hecho de que centremos la atención en las
libertades humanas contrasta con las visiones más estrictas de desarrollo, como su identificación
con el crecimiento del producto nacional bruto, con el aumento de las rentas personales, con la
industrialización, con los avances tecnológicos o con la modernización social. El crecimiento del PNB
o de las rentas personales puede ser, desde luego, un medio muy importante para expandir las
libertades de que disfrutan los miembros de la sociedad. Pero las libertades también dependen de
otros determinantes, como las instituciones sociales y económicas (por ejemplo, los servicios de
educación y de atención médica), así como de los derechos políticos y humanos (entre ellos, la
libertad para participar en debates y escrutinios públicos).”[4] Y es aquí, donde surge el Estado
Constitucional de Derecho, que tiene la gran misión de proteger y garantizar un real disfrute de los
derechos humanos a todos los ciudadanos y, asimismo de armonizar los intereses económicos del
Estado para generar escenarios de estabilidad jurídica y económica donde esos derechos y
libertades se puedan materializar.

Pero, como sabemos no existen fórmulas mágicas que resuelvan transcendentalmente los
problemas jurídicos, sociales y económicos que se presentan en un sociedad. Por el contrario, la
historia nos ha demostrado que existen procesos, incorporación de determinadas políticas o
estructura estatal que van cambiando el rumbo o destino de los países. De esta forma, el modelo
de Estado Constitucional, per se, no generaría los cambios estructurales deseados de inclusión
social, garantía de derechos humanos y crecimiento económico, necesita complementarse con otras
herramientas o prerrogativas que le van a permitir desempeñar adecuadamente su labor. Dichas
prerrogativas, considero que podría centrarse en dos, las cuales son: La democracia y el
fortalecimiento de las instituciones estatales, no sin antes aclarar que podría realizarse una lista más
extensa, pero para objeto del presente análisis me centraré únicamente en estas dos.

Tanto la democracia como el fortalecimiento de instituciones estatales son conceptos ampliamente


utilizados, no obstante, su definición no deja de ser ambigua, por tal razón, voy a utilizar el siguiente
concepto de democracia, como un sistema político que “implica, primero, elecciones periódicas,
libres y limpias de los representantes a través del sufragio universal e igualitario; segundo, la
responsabilidad del aparato estatal con respecto al parlamento electo […] y tercero, las libertades
de expresión y de asociación, así como la protección de los derechos individuales contra la acción
arbitraria del estado”[5]

Esta definición desarrolla diferentes aspectos de la democracia, entre ellos; la participación política
de los ciudadanos, representada en el derecho de elegir y ser elegidos, la responsabilidad de los
funcionarios públicos por sus acciones u omisiones que puedan lesionar los intereses públicos,
además de la existencia de diferentes actores o partidos políticos que compiten por acceder al
poder. Por lo tanto, podría afirmar que la democracia es un sistema político y de gobierno que
incluye una pluralidad de intereses e ideologías representadas por los partidos políticos, en el cual
los ciudadanos cumplen un rol fundamental, pues tienen la doble connotación de elegir mediante
el voto a sus representantes y de ser elegidos como funcionarios públicos, sistema que lleva
implícito el respeto a los derechos de los ciudadanos como límite frente a la acción del Estado, entre
ellos los más notorios son: el derecho a la igualdad, el acceso de todos los ciudadanos (incluyendo
a las minorías), libertad de información, libertad de participación y asociación.

Podríamos preguntarnos ¿si la democracia no incluye un modelo económico determinado? O quizás


¿implica eficiencia administrativa? Pero lo cierto es que al concepto de democracia se le han
atribuido características o consecuencias que no son necesariamente intrínsecas a un gobierno
democrático, que se han venido utilizando como paradigmas de la democracia, que aunque pueden
convivir plenamente con un gobierno democrático no son indispensables para su existencia. Para
analizar con mayor profundidad el argumento enunciado, voy a utilizar cuatro conceptos de lo
que no es democracia, desarrollados por los profesores Philippe Schmitter y Terry Lynn Karl.

Los referidos autores señalan que, primero, las democracias no son necesariamente más eficientes
económicamente que otras formas de gobierno, pues su objetivo está focalizado en el
reconocimiento de derechos, no específicamente en obtener más recursos económicos. Segundo,
las democracias no son necesariamente más eficientes administrativamente, pues la capacidad del
gobierno para tomar decisiones es un proceso más lento, porque participan y se consultan más
actores que en otros sistemas de gobierno, pensemos en una dictadura o autocracia. Tercero, las
democracias probablemente no son más ordenadas, estables o gobernables que las dictaduras que
reemplazan, debido al reconocimiento de la libertad de expresión, lo que implica llegar a consensos,
escuchar voces disidentes o en desacuerdo constante con las reglas e instituciones. Y finalmente,
las democracias tendrán sociedades y políticas más abiertas, pero no necesariamente economías
más abiertas, lo cual implica que los derechos humanos reconocidos para todos los ciudadanos, son
un límite o control frente a la libertad económica, lo que no significa que sean incompatibles, pero
sí que tienen que armonizarse, pues libertad política no significa libertad
económica. [6] Expresamente estos autores señalan:

“La democratización no necesariamente traerá crecimiento económico, paz social, eficiencia


administrativa, armonía política, mercados libres o el fin de la ideología, mucho menos traerá el fin
de la historia. No hay duda que algunas de éstas cualidades podrían hacer más fácil la consolidación
democrática, pero no son prerequisitos ni productos inmediatos de la democracia.

En vez de eso, lo que deberíamos estar deseando es la formación de instituciones políticas que
puedan competir pacíficamente para formar gobiernos y para influir en la política pública, que
puedan canalizar los conflictos sociales y económicos a través de procedimientos regulares y que
tengan suficiente contacto con la sociedad civil para representar a sus asociaciones y que las
comprometan en cursos colectivos de acción.”[7]

De esta forma, podemos concluir que la finalidad de la democracia es crear un escenario donde
concurran todas las voces presentes en una sociedad para llegar a un concenso pacífico, donde se
puedan canalizar los conflictos sociales y económicos a través de procedimientos regulares que
incluyan tanto a la sociedad civil como a las instituciones estatales para implementar acciones que
solucionen de forma definitiva el conflicto en cuestión. Es decir, que los canales de participación e
interacción de los ciudadanos con el gobierno son mucho más amplios y complejos, y no se agota
en la participación en las contiendas electorales.

De esta forma, incluso los jueces participan y tienen un rol activo dentro de la interacción de los
intereses o necesidades de los ciudadanos, pues los jueces conocen de fuente directa un conflicto
social o una vulneración de derechos, y en diversas oportunidades se percatan que la simple
resolución judicial inter pares no es suficiente para solucionar un problema más complejo, y es en
estos casos, en los cuales los jueces constitucionales utilizan mecanismos que generan cambios
sociales como son las sentencias interpretativas, manipulativas o estructurales, convocan a
audiencias públicas o realizan seguimiento a la implementación de determinadas políticas públicas,
lo que el profesor Cesar Rodríguez Garavito ha denominado democracia deliberativa.[8]

Por otro lado, respecto al fortalecimiento de las instituciones del Estado, que se constituye en un
prerrequisito indispensable para el éxito de un Estado Constitucional y Democrático, es necesario
resaltar que la tradicional tridivisión de poderes – Legislativo, Ejecutivo y Judicial-, apoya en la
elaboración de la concepción institucional y especializada del Estado, que si bien no agota la
cantidad de funciones que cumple el Estado, sí enmarca las principales funcionales estatales, como
son; elaborar las leyes, ejecutarlas, elaborar políticas públicas, velar por la garantía y
reconocimiento de los derechos de todos los ciudadanos, así como solucionar los conflictos de los
ciudadanos de forma definitiva impartiendo justicia, entre otras. División de poderes que representa
una función específica y fundamental en el desarrollo de las tareas encomendadas al Estado, donde
ninguna de las ramas del poder es jerárquicamente más importante que la otra, por el contrario
conviven en una relación armónica de check and balance o frenos y contrapesos, según la cual ellas
mismas se controlan mutuamente, evitando excesos de poder en las otras ramas del poder.

Cuando se rompe esa armonía y control mutuo, porque existe un poder superior de una de las ramas
(v. gr. El Ejecutivo o Presidente) sobre las otras ramas del poder (Congreso, Poder Judicial o Tribunal
Constitucional), se van debilitando las instituciones, generando subordinación a los intereses
particulares del Gobierno o autoridades de turno, generando corrupción, limitando la
independencia y autonomía en la toma de decisiones en sus respectivos ámbitos de función, lo cual
implica que los canales de comunicación y acción entre los funcionarios públicos y la ciudadanía se
vean truncados, afectando el normal funcionamiento del sistema de gobierno o modelo de Estado,
por ello, contar con instituciones sólidas, independientes, respetuosas de los derechos humanos de
los ciudadanos y del ordenamiento jurídico, es lo único que garantiza el normal funcionamiento de
un Estado Constitucional y Democrático.

Adicionalmente, encontramos que otra causa del debilitamiento institucional, es producto de la


confusión entre el concepto de restricción en las actividades económicas que desempeña el Estado
y la capacidad institucional del Estado. Es decir, que cuando en los años 80´s y 90´s se planteó reducir
las actividades económicas en las que intervenía el Estado, se asimiló erróneamente a un
debilitamiento en la capacidad del Estado en la elaboración de políticas públicas, garantía de
derechos y facultad para hacer cumplir las leyes, lo cual llevo, indudablemente, en algunos países
de América Latina y África a crisis más agudas que las que inicialmente se querían solucionar, tal es
el caso de Kenia en África, como señala el estudio desarrollado por Francis Fukuyama:

“Como consecuencia de la doble naturaleza de ese Estado africano, los programas de estabilización
y adaptación estructural impuestos por los países donantes en las décadas de los ochentas y los
noventas tuvieron un efecto contraproducente y distinto al deseado. […] los regímenes
neopatrimoniales tenían la última palabra, la condicionalidad externa fue finalmente usada como
pretexto para llevar a cabo recortes en sectores del Estado moderno y a la vez proteger, e incluso
ampliar, el alcance del Estado neopatrimonial. Así pues, las inversiones en infraestructuras básicas
como carreteras o salud pública cayeron de forma drástica a lo largo de un periodo de veinte años
y lo mismo sucedió con las inversiones en educación y agricultura. Paralelamente, la inversión en
los llamados gastos de soberanía como fuerzas militares, servicios diplomáticos y puestos vinculados
a la Presidencia incrementaron de forma radical (en Kenia, por ejemplo, los funcionarios del
ministerio de la Presidencia ascendieron de 18.213 en 1971 a 43.230 en 1990).

A pesar de que muchos de los defensores del consenso de Washington ahora no dudan en afirmar
que habían comprendido la importancia de las instituciones, el marco legal y el orden concreto de
aplicación de las reformas, lo cierto es que, desde finales de los ochenta hasta principio de los
noventa, las cuestiones del eje Y referentes a la capacidad del Estado y a la construcción del mismo
brillaron por su ausencia en el debate político. Hubo muy pocas advertencias por parte de quienes
elaboraron esa política desde Washington acerca de los peligros que suponía impulsar la
liberalización sin las instituciones adecuadas.”[9]

El análisis realizado en los países africanos es totalmente aplicable a la realidad latinoamericana,


pues si no existen instituciones fuertes que realicen contrapeso a los intereses individuales,
económicos y de poder de los gobernantes, los límites se van difuminando, dando paso a la
corrupción y al exceso de burocracia estatal dentro de las instituciones más importantes y
representativas de una sociedad. Las instituciones deben seguir cumpliendo su rol legítimo de
proteger los intereses y derechos de los ciudadanos, además, de continuar con la facultad o
capacidad institucional de elaborar e invertir en políticas públicas que representen un desarrollo
integral (reconocimiento de derechos, incremento económico y de libertades) para todos los
ciudadanos.

Por lo tanto, es indispensable “distinguir entre el alcance de las actividades estatales, que consisten
en las diferentes funciones y objetivos que asumen los gobiernos, y la fuerza del poder del Estado o
la capacidad de los Estados para programar y elaborar políticas públicas y aplicar las leyes con rigor
y transparencia, que equivale a lo que se denomina hoy en día capacidad estatal o
institucional.”[10] De esta manera, independientemente del modelo económico adoptado por una
sociedad, lo importante es contar con instituciones estatales fuertes, impermeables a la corrupción
y otros males que aquejan a la administración pública. Así, como mantener clara la función y
capacidades que cumplen las instituciones dentro del Estado, pues contar con instituciones
fortalecidas coadyuva al desarrollo de los fines del Estado Constitucional de Derecho, los cuales son
en últimas armonizar los presupuestos normativos de reconocimiento de derechos con el desarrollo
económico y social, para alcanzar un real disfrute de las garantías constitucionales.

CONCLUSIONES

Considero que el Estado Constitucional de Derecho, es un modelo indicado para afrontar los retos
que presentan los Estados Modernos, los cuales se encuentran en la encrucijada del reconocimiento
constitucional de los derechos humanos, el crecimiento económico, el desarrollo socio-cultural, la
globalización y la tecnología, y garantizar el real disfrute de los derechos civiles, políticos y sociales
de todos los ciudadanos parte de una misma sociedad. Pues si bien, la tarea no es fácil, uno de los
objetivos o fines del Estado Constitucional es crear espacios de inclusión y armonización de los
intereses contrapuestos presentes en una sociedad, así, como garantizar la protección efectiva de
los derechos fundamentales de todos los ciudadanos.

Este modelo estatal es acorde con el concepto de desarrollo de libertades desarrollado por Amartya
Sen, según el cual, el crecimiento y desarrollo económico no puede estar medido únicamente por
el incremento del Producto Nacional Bruto o el aumento en las rentas personales, sino que debe
incluirse otros factores determinantes que influyen en los grados o capacidad de libertad que tienen
los miembros de una comunidad, como son; las instituciones sociales y económicas y el disfrute de
los derechos humanos. Escenario en el cual, el PNB y las rentas individuales son uno de los medios
para expandir libertades de los ciudadanos, pero no los únicos ni determinantes.

Adicionalmente, para el desarrollo de un modelo de Estado Constitucional de Derecho se necesitan


dos prerrequisitos, como son: primero, la democracia, entendida como el sistema político que
permite el desarrollo del rol dual de los ciudadanos, elegir y ser elegido, y además promueve y
respeta los derechos humanos como límite frente a las acciones del Estado. Segundo, el
fortalecimiento de las instituciones estatales, concebida como la capacidad del Estado para
desarrollar políticas públicas, garantizar los derechos de los ciudadanos y hacer cumplir el
ordenamiento jurídico, pues de lo contrario cuando se rompe la armonía entre las diferentes ramas
del poder, se genera un debilitamiento institucional sensible a los problemas de corrupción y exceso
de burocracia estatal.

BIBLIOGRAFÍA

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Edición, 2012.

[1] Abogada de la Universidad del Rosario (Bogotá D.C., Colombia). Estudiante de la Maestría en
Derecho con mención en Política Jurisdiccional de la PUCP.

[2] DWORKIN, Ronald. La lectura moral y la premisa mayoritarista en Democracia deliberativa y


derechos humanos. Barcelona: Gedisa Editorial S.A., 2004, pp. 101 – 111.
[3] FERRAJOLI, Luigui. Derecho y Dolor: La crisis del paradigma constitucional, en “El Canon
Neoconstitucional”, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2010, pp. 147 – 149.

[4] SEN, Amartya. Desarrollo y Libertad. Editorial Planeta S.A., Barcelona, 2000, pp. 19.

[5] O´DONNELL, Guillermo. Democracia, agencia y estado. Teoría con intención


comparativa. Prometeo Libros, Buenos Aires, 2010, pp. 28.

[6] SCHMITTER, Phillipe C. y KARL, Terry Lynn. Instituciones Políticas y Sociedad, ¿Qué es y qué no es
democracia?.IEP, Perú, 1995, pp. 184 y 185.

[7] Ibídem, pp. 185.

[8] RODRIGUEZ GARAVITO, Cesar y otro. Un giro en los estudios sobre los derechos sociales: El
impacto de los fallos judiciales y el caso del desplazamiento forzado en Colombia en Derechos
Sociales: justicia, política y economía en América Latina. Bogotá D.C.: Editorial Siglo del Hombre
Editores – Universidad de los Andes, Universidad Diego Portales – CELS y LAEHR. 2010, pp. 123 –
131.

[9] FUKUYAMA, Francis. La construcción del Estado: Hacia una nuevo orden mundial en el siglo
XXI. Ediciones B., Barcelona, 2004, pp. 35 y 36.

[10] Ibídem, pp. 23.

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