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Debates

sobre
M A S C U LIN IH A D E S
PODER, DESARROLLO, POLÍTICAS PÚBLICAS Y CIUDADANÍA

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UNIVERSIDAD NACIONAL
AUTÓNOMA DE MÉXICO

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r.JuanRamóndelaFuente
Rector

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ie. Enriqued elV alB lan
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Secretario General

D
ra. Mari Carm enS erraPuche
Coordinadora de Humanidades

PROGRAMA UNIVERSITARIO
DE ESTUDIOS DE GÉNERO

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ra. MaríaIsabel BelausteguigoitiaRius
Directora

Mtra. A
n aB uquetC orleto
Secretaria Académica

Mtra. PatriciaPiñones
Secretaria Técnica

L
ie. OlgaC orreaInostroza
Jefa de Publicaciones

F o to g ra fía s de p o rta d a :
José Manuel Rodríguez Calleja, Denis Aloha,
Cristina Vázquez, Ojo de vidrio, Schani,
Rufino Uribe, Amish Steve,
Gunnar Wrobel, Eneko Astigarraga.
DEBATES SOBRE MASCULINIDADES
PODER, DESARROLLO, POLÍTICAS PÚBLICAS
Y C IU D A D A N ÍA
DEBATES S O B R E M A S C U L IN ID A D E S
PODER, DESARROLLO, POLÍTICAS PÚBLICAS
Y CIUDADANÍA

Gloria Careaga y Salvador Cruz Sierra


(coordinadores)

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO


PROCRAMA UNIVERSITARIO DE ESTUDIOS DE GÉNERO

M I'.X IC O , 2()06
Este libro es resultado del proyecto "Análisis Conceptual y Estrategias Prácticas
para el Abordaje de la Masculinidad en M éxico”, el cual fue financiado por la
Fundación MacArthur.

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D iseño de portada: Carlos del Castillo Negrete

Primera edición: 2006

D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México


Programa Universitario de Estudios de Género
Torre II de Humanidades, 7o. piso. Circuito Interior
Ciudad Universitaria, 0 4510 México, D. F.

ISBN 970-32-3065-2

Impreso y hecho en México


INDICE

Introducción

Alg uno s problem as de l a m a s c u l in id a d

¿Y eso de la masculinidad?: apuntes para una discusión,


Juan Carlos Ramírez Rodríguez 31
Transformar las masculinidades,
Víctor Seidler 57
El tiempo en masculino,
Daniel Caiás 67

R e f l e x io n e s so br e m a s c u l in id a d ,
ID E N T ID A D Y SEXU A LID A D

Masculinidad, bisexualidad masculina y ejercicio de poder:


tentativa de comprensión, modalidades de intervención.
Femando Seffner 89
Hombres e identidad de género: algunos elementqs sobre
los recursos de poder y violencia masculina,
José Olavarría 115
Entre jaulas de oro: género y migración entre campesinos,
Gabriela Rodríguez 131

C o n s id e r a c io n e s t e ó r ic o -m e t o d o l ó g ic a s

Masculinidades, hegemonía y vida emocional,


Víctor Seidler 147
¿Masculinidad(es)?: los riesgos de una categoría en construcción,
Ana Amuchástegui Herrera 159
8 D pbatfs sorrf m ascu i inidades

La m a s c u l in id a d e n l a g l o b a l iz a c ió n

Desarrollo, globalización y masculinidades,


R.W. Connell 185
La deportivización del cuerpo: la globalización de las identidades
genéricas masculinas,
Fernando Huerta Rojas 2 11

P o l ít ic a s p ú b l ic a s y m a s c u l in id a d

¿En qué consiste la masculinidad?: De lo privado a lo público,


de lo personal a lo relacional, de lo psíquico a lo social,
María Jesús Izquierdo 237
El género en la política pública y su vínculo con el presupuesto,
Flérida Guzmán Gallangos y JennijJerAnn Cooper 263
Masculinidad, intimidad y políticas públicas. La investigación
social: sus aportes, límites y desafíos,
Elsa Guevara Ruiseñor 281
Masculinidad y las políticas públicas,
Javier Alatorre Rico 303
Equidad de género y políticas en Uruguay. Avances
y resistencias en contextos complejos,
Carlos Güida 315
De la educación a la política pública,
Gerardo Ajala 337
Políticas públicas para impulsar representaciones equitativas
de lo masculino en el imaginario social,
Diane Alméras 353

C iu d a d a n ía y m a s c u l in id a d

Los estudios de las masculinidades y la cultura política en México,


Guillermo Núñez Noriega 377
El ejercicio del poder en el Parlamento costarricense.
Política tradicional y masculinidad,
Epsy Campbell Barr 393
¿Y si hablamos de derechos humanos en la reproducción,
podríamos incluir a los varones?,
Juan Guillermo Figueroa Perea 403
El género de la política popular en el México contemporáneo,
Matthew C. Gutmann 429
IN T R O D U C C IO N

Gloria Careaga'
Salvador Cruz Sierra^

Dentro de los estudios de género, se ha desarrollado un campo de reciente


interés: la masculinidad. Dicho campo tiene como objeto de estudio a los
hombres y lo que éstos hacen como referentes más próximos al problema
de la dominación masculina. Sin embargo, como parte del género, la mas­
culinidad no sólo da cuenta de los significados asociados al hecho de ser
hombre, sino también de las formas en que ellos ejercen el poder y como
éste se incorpora en las estructuras e instituciones sociales, así como de
las formas en que las mujeres llegan a reproducir dicho poder o a consti­
tuir un contrapoder de estas prácticas de dominación.
En este sentido, a pesar de que la masculinidad trasciende los cuer­
pos biológicos, se objetiva y materializa en el colectivo de hombres. La cul­
tura de género produce y mantiene, con base en un sistema de oposición, el
sentido de la masculinidad, una que produce identidades y subjetividades,
modelos que guían el ser y hacer de los hombres; de sus cuerpos, actuacio­
nes, prácticas y deseos, así como de los mecanismos que permiten la re­
producción de las relaciones sociales de dominación.
Los estudios sobre masculinidad no son ajenos a diversas imprecisio­
nes de tipo teórico y metodológico, por lo tanto, la elaboración conceptual
dentro de este campo de estudios ha arrastrado ambigüedades e incluso,
en algunos casos, contradicciones, es decir, la construcción teórica ofrece
aún retos importantes.
Discusiones vigentes incluyen la delimitación del campo mismo, la
definición del objeto de estudio y problemas de tipo metodológico. Pensar
en el origen de los estudios sobre masculinidad nos lleva a una diversidad

I Psicóloga social. Secretaria A cadém ica del PUEGde 1992 a 2003 y coordinadora general
del proyecto que im pulsó los seminarios base del presente volum en.
- Psicólogo social. Especialista en estudios de la masculinidad y coordinador conjunto de
los seminarios señalados antes.
/
10 D rl* ^ T tS S08«!E M A S a a iN lO A D E S

de disc iplinas científicas, tiempos y aproximaciones epistemológicas,’ asi­


mismo abordajes ajenos a la producción académica y más cercana a otras
formas de conocimiento y de participación social. Así, el desarrollo de los
estudios sobre masculinidad tiene como referente diversas perspectivas,
que van desde las posturas más consen-'adoras (los mitopoéticos) y reac­
cionarios (íbe wííw's rigíits) hasta los que se han adherido y apoyado las
demandas del feminismo (los profeministas).
Desde la perspectiva profeminista se han desarrollado los avances más
importantes de este campo de estudios. Los aportes más enriquecedores
se han logrado gracias a su incursión en el marco de la perspectiva femi­
nista y de género, aunque hay que reconocer que no por ello se ha retomado
y asumido en su totalidad la crítica, aportes y aspectos centrales ya señala­
dos y analizados por el pensamiento feminista. El cuestionamiento que
hace el feminismo sobre las ba.ses epistemológicas de la construcción del
conocimiento y que evidencia el androcentrismo en las teorías científicas
no ha tenido, al parecer, muciio eco para analizar el lugar que ocupa el
hombre como ente genérico en la visión hegemónica del mundo. Sin em­
bargo, en general, la postura profeminista considera central el aspecto del
poder y las formas de dominación de los hombres sobre las mujeres.
Dentro de algunos problemas conceptuales se encuentra, además de
la definición misma del término masculinidad, la tendencia a reducir la
masculinidad al estudio de los hombres, el uso acrítico del concepto patriar­
cado, la polémica irresuelta de masculinidad versus masculinidades, de
la masculinidad hegemónica versus modelo dominante de masculinidad, y
masculinidad dominante versus masculinidades subordinadas. Además de
la no discusión sobre las propuestas de ver la masculinidad más allá del
poder, e incluir aspectos subjetivos, para la reflexión individual sobre el
proceso de construcción de la masculinidad y sus representación en los
distintos ámbitos.
En este sentido, lejos de intentar contar con una definición acabada
sobre masculinidad, coincidimos con Connell al considerarla como “un
lugar en las relaciones de género, en las prácticas a través de las cuales los
hombres y miujeres ocupan ese espacio en las relaciones de género, y en
los efectos en la experiencia corporal, en la personalidad y en la cultura"'* y,
por tanto, entendemos la masculinidad como una posición, que no es fija
sino condicionada por otras categorías de distinción social y que irascien-

^Connell (2003) da cuenta de su presunta presencia desde el psicoanálisis freudiano


hasta la sociología más positivista.
■*Id e m . p. 1(W,
I ntroduc :ü ó n 11

de los cuerpos biológicos y las individualidades, pero que es referida a un


colectivo: el de los hombres.
La visión anquilosada de víctima-victimario no da cuenta de las com­
plejas relaciones entre hombres y mujeres, ni entre estructura social y
sujeto, que nos permita identificar los factores que reproducen cultural
e ideológicamente una estructura de desigualdad, jerárquica y patriarcal.
De ahí la importancia de reconocer las estructuras materiales y simbólicas
de poder, la redefinición de los espacios donde se ejerce y la redistribución
del mismo.
Si bien es cierto que las formas en que se configura el poder y las
variantes en que lo ejercen los hombres no son de carácter universal, sino
local, contextual y específico a un tiempo y espacio determinado, también
es cierto que existe una constante, si no universal, sí al menos mayoritaria,
que posiciona a los hombres con mayores privilegios y recursos materiales
y simbólicos que les permite ejercer control sobre las mujeres y otros hom­
bres. Esta constante es la que nos lleva al estudio de la llamada “masculi-
nidad hegemónica” o a la denominada “dominación masculina”.
Ante la insistencia en hablar de “masculinidades” en lugar de “masculi-
nidad”, consideramos que se posibilita una mayor visibilidad sobre las diver­
sas formas en que se configuran el ser y hacer masculino, es decir, las múl­
tiples formas en que los hombres viven su masculinidad, sin embargo, el
cambio del singular al plural no resuelve el problema de fondo. El feminis­
mo ya había planteado la imposibilidad de hablar de “la feminidad” o “la
mujer”, dado que existen diversidad de condiciones, como la clase, el color de
piel, la edad, la orientación sexual, que configuran diversas identidades,
cuerpos y subjetividades femeninas, mas este mismo planteamiento presen­
tado como revelador para las “masculinidades” no genera un nuevo plan­
teamiento.
Por lo anterior, no empleamos el concepto “masculinidades”, ya que no
se intenta describir la pluralidad de formas de ser de los hombres, sino de la
lógica que mantiene, produce y reproduce dichas asimetrías de poder entre
hombres y mujeres, es decir, de la llamada masculinidad “hegemónica”.
Justamente, consideramos que en los estudios sobre masculinidad el
eje central de análisis es el poder, concepto fundamental en el estudio de
género y, particularmente, en el campo de la masculinidad. Hablar de las
categorías de patriarcado o de dominación masculina es hablar de una
determinada forma en que están estructurados los dispositivos que permi­
ten a hombres y mujeres ejercer determinado poder en situaciones, espa­
cios y relaciones particulares. Si bien el uso del concepto patriarcado se
considera universalista y ahistórico, su utilidad radica en dar cuenta de
dicha masculinidad hegemónica.
12 D [ rat: s soBRr m ascu linidades

A1 parecer, el uso del término dominación masculina, al mismo tiem­


po que resultaría menos confrontador, se considera más adecuado para
diferenciar las condiciones sociales y culturales que facilitan a los hom­
bres realizar un ejercicio de poder superior en relación con las mujeres.
Sin embargo, ambos conceptos hablan del poder y de la estrecha relación
entre la lógica de dominación y el colectivo de hombres, en cuyos cuerpos
reencarnan y se corporeiza el poder social otorgado a este grupo social.
Por otra parte, el desarrollo teórico sobre la masculinidad se ha produ­
cido en mayor medida en algunos países europeos y del norte de América,
así pues, las imprecisiones conceptuales y la discusión teórica misma se
han llevado a otras realidades y contextos culturales, históricos y sociales
ajenos a su lugar de origen, como es el caso de México y, en general, de
Latinoamérica.

Los E STU D IO S DE M ASCULINIDAD


EN A m é r ic a La t in a y en M é x ic o

Los estudios sobre la masculinidad en América Latina han sido objeto


de estudio desde los inicios de los años noventa, cuando en República
Dominicana el CIPAF impulsó el intercambio con docentes de Estados
Unidos. No obstante, el trabajo que sobre la condición masculina desa­
rrollaban los feministas de varios países, entre ellos Nicaragua, Chile,
México, Perú y Colombia como parte del análisis relacional desde el
género, es evidente en las publicaciones aparecidas en esa época. De ahí
surgieron núcleos de investigación y líneas de trabajo que han proliferado
en los distintos países, principalmente vinculados a los estudios de la mu­
jer y de género. Igualmente, las organizaciones sociales han impulsado el
trabajo de intervención con grupos de hombres que han aportado reflexio­
nes interesantes.
Estos trabajos, como los estudios de género, se desarrollan bajo condi­
ciones muy diversas, acordes a las condiciones políticas y económicas de
cada país, así como en respuesta a una amplia gama de necesidades. Por
lo tanto, entendemos que dicha masculinidad no es una posición ñja,
sino condicionada, además, por la clase, la raza, la edad y la orientación
sexual; no es exclusiva de los hombres, ya que las mujeres también las
reproducen; no es universal porque en cada contexto existen condiciones
culturales diversas que suscitan formas específicas de opresión de género;
no es una cuestión individual, sino estructural y referida a un colectivo. La
experiencia acumulada en el trabajo sobre las masculinidades ha permiti­
do (|uc podamos tener diferentes miradas sobre lo que acontece en este
I n t r o d u c c ió n 13

campo en nuestros proyectos, en México y en América Latina, así como


contrastarla con las diferentes posiciones en otras regiones. Si bien no se
puede hablar de una realidad latinoamericana, dado que cada sociedad
tiene su historia y condiciones particulares, sí se puede hablar de proble­
máticas compartidas, como el subdesarrollo, el atraso tecnológico, así como
experiencias comunes a algunos países, como la conquista, la religión, las
dictaduras, el machismo, entre otros. Lo que en conjunto- revela realida­
des partieularmente diferentes de los países desarrollados y, por ende,
teorizaciones correspondientes a esas mismas realidades.
Aún así, la influencia del desarrollo alcanzado en Estados Unidos en
este campo desde los años setenta es evidente, buscando arroparse bajo
la perspectiva profeminista, que enfatiza en las condiciones de privilegio
de los hombres, pero reconoce, al mismo tiempo, las limitaciones que les
impone. Esta definición se enmarca también en el afán por analizar a los
hombres mismos y su construcción como seres humanos, desde el proce­
so de socialización y los papeles que la sociedad les impone. Esta perspec­
tiva de análisis sociológico (Kimmel y Messner, 1992) reafirma el plantea­
miento de Simone de Beauvoir de que no se nace, sino que se hace mujer
y, en este caso, hombre. Es decir, resultado de una construcción social.
A pesar del intercambio frecuente con Robert W. Connell y con Victor
Seidler, los análisis no han retomado la perspectiva propuesta de contem­
plar a los hombres como sujetos políticos que afectan el balance de intere­
ses y de la dirección del cambio social, ni involucrarse en el cuestionamiento
de la estructura misma de la producción y desarrollo del conocimiento que
privilegia la racionalidad. El trabajo desarrollado hasta hoy se ha centrado
más en dos aspectos principales: la construcción de la identidad masculi­
na y su expresión en campos específicos como la sexualidad, la violencia y
la reproducción, pero sin mucho cuestionamiento respecto de su objeto
de análisis de este campo de estudios.
Además, los estudios sobre masculinidad no han logrado involuerar a
un número importante de profesionales, lo que ha limitado sus oportuni­
dades y la conjunción multidisciplinaria que favorezca una reflexión co­
lectiva desde diferentes ángulos, o una mirada crítica permanente que
lleve a la renovación, al avance de sus planteamientos y al cuestionamiento
de los logros. Incluso, el diálogo se ha centrado entre los profesionales
mismos, y el intercambio crítico con las feministas ha resultado bastante
limitado. En este último punto, el encuentro o desencuentro con el femi­
nismo ha resultado de vital relevancia para el avance y, en ocasiones, es­
tancamiento en que han caído los estudios sobre masculinidad.
Si bien los estudios sobre masculinidad han buscado insertarse en la
perspectiva feminista y con ello tender hacia la transformación de las con­
14 DrBATtS S0I3RC M A S C U L IN IÜ A U L S

diciones de inequidad entre mujeres y hombres, no todo el trabajo desa­


rrollado basta el momento ha logrado retomar los aspectos de fondo que
plantean las propuestas feministas y avanzar hacia el objetivo planteado.
Aunado a lo anterior, algunos de los trabajos que han seguido esta pers­
pectiva retomaron una metodología que se utilizó en los inicios del trabajo
feminista hace cuatro décadas, los grupos de reflexión, cuyo fin era el de
develar las condiciones de subordinación-dominación entre hombres y
mujeres, partiendo del análisis de la cotidianidad de las mujeres, aplicán­
dolo ahora a los hombres, sin un cuestionamiento sobre los significados y
relevancia para los hombres. Si asumimos que el espacio público ha sido
considerado como el propio de los hombres, pareciera que analizar sola­
mente el espacio privado no da pautas suficientes para el análisis de su
cotidianidad, porque ésta se encuentra principalmente en lo público.
Así, aunque en general se podría decir que los estudios sobre las mas-
culinidades en México, como en otros países latinoamericanos, han pre­
tendido mantener un vínculo entre la óptica feminista y los estudios de la
masculinidad, los resultados hasta hoy alcanzados nos han exigido mirar
críticamente los abordajes realizados. Consideramos que no se han cues­
tionado finamente las diferentes expresiones de poder que existen entre
las distintas manifestaciones que tiene la masculinidad, se han realizado
análisis paralelos que no necesariamente responden a la magnitud de la
expresión cotidiana de los géneros, en virtud de sus distintas construccio­
nes de origen. Tomar hoy las problemáticas que enfrentan las mujeres o
incorporar al análisis de las masculinidades los conflictos de la relación
interindividual vividas por las mujeres, no es la mejor vía o, por lo menos,
no es suficiente para dar cuenta de su expresión en los distintos ámbitos.
Incluso, las propuestas feministas han ido más allá de la relación entre las
personas para tratar de comprender las determinaciones sociales, cultura­
les y económicas que estructuran la inequidad, es decir, el análisis de la
construcción social de los géneros requiere de un abordaje amplio.
Una de las grandes aportaciones del movimiento feminista fue dar
cuenta de la estructura patriarcal presente en diversas sociedades y en
prolongados periodos de la historia, asimismo, de los privilegios masculi­
nos. Las instituciones, aunque parezcan pequeñas para la tarea que han
de realizar, llevan a cabo una amplia labor social en el mantenimiento de la
estructura que logra su efecto. El enfoque de género se constituye en una
herramienta enriquecedora para el análisis de la conformación y construc­
ción de esa estructura de poderes, en la que se observa implícitamente a la
masculinidad, develarla es la tarea.
Como es bien sabido, no se puede hablar de “la” masculinidad como
realidad única, acabada, coherente ni lineal para todos los hombres. Tam-
I n t r o d u c c ió n 15

poco hay una forma única de establecer relaciones de poder respecto de


las mujeres. La cultura de género actual se conforma de avances, retroce­
sos, contradicciones y ambivalencias, no solamente en su carácter teórico,
sino en el trabajo político.
Se requiere entonces de construir nuevas aproximaciones para visualizar
el quehacer de los hombres y las formas de ejercicio de poder que se en­
tretejen en los ámbitos en que mayormente se desenvuelven. Es por ello
que se requiere analizar las construcciones sociales de la masculinidad en
los ámbitos públicos y macrosociales, para ver cómo el poder se ejerce
en los espacios públicos y su relación con la cotidianidad. En ese sentido,
abordar la dimensión macro de la masculinidad y ver cómo funcionan los
dividendos positivos que les otorga el modelo de desarrollo a los hombres
por ser hombres en un mundo globalizado, así como los costos que esto
tiene, se constituye en un reto central.

La pro pu esta

El interés del Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM


por incorporar el análisis de las masculinidades al trabajo acadé­
(P U E G )
mico fue manifiesto al abrir, desde 1993, una línea específica para el apo­
yo de proyectos de estudio e investigación. Sin embargo, a casi diez años
de trabajo fue necesario hacer una evaluación. No obstante, en este lapso de
menos de una década, no solamente se ha logrado alcanzar un lugar im­
portante en la reflexión teórica, sino también un gran impacto en los pro­
yectos de intervención social y en el diseño de las políticas públicas.
En este sentido es que, a través del desarrollo de cuatro seminarios,^
se buscó identificar elementos de la masculinidad que son constitutivos
de la estructura de relación social que nos permita ir aterrizando no sola­
mente hacia las cuestiones cotidianas, sino más bien perfilar una mirada
global enfocada al análisis de los ámbitos considerados propios de lo mascu­
lino. No sólo se pretendió hacer una revisión teórica, sino también de las
aproximaciones metodológicas que utilizamos para acercarnos a nuestro
objeto de estudio, e identificar cuáles son las estrategias que utilizamos
para capturar la complejidad para así pretender una mejor comprensión
de los elementos que colectivamente logremos involucrar. Abordamos el
poder como centro del análisis y, de acuerdo a la teoría feminista, a la

El ejercicio del poder y la masculinidad; M odelos de desarrollo y masculinidad; Políti­


cas públicas y masculinidad; Masculinirlatl y participación y A cción ciudadana.
16 DfRATES SOBRE MASCULINIDADES

violencia y la sexualidad como los factores más expresivos de su ejercicio;


buscamos abordarlas desde dos vertientes, una alrededor de estos concep­
tos centrales que estamos planteando y la otra a través de nuestra experien­
cia personal, del cómo lo estamos viviendo en lo cotidiano.
Asimismo, para impulsar la reflexión crítica, en dichos seminarios se
buscó reunir a grupos de personas con distintas miradas que enriquezcan
el campo. Para el desarrollo de esta reflexión, buscamos una articulación
entre estudiosos de la masculinidad, académicas feministas, profesionales
que trabajan en instituciones públicas y en organismos de la sociedad ci­
vil. Pensamos que esto permitiría darnos otras luces, identificar las distin­
tas aproximaciones prevalecientes en este campo de estudios y enriquecer
el trabajo que venimos realizando hasta hoy, a través de las distintas visio­
nes y experiencias diversas, unas desde una aproximación reflexiva de dis­
tintas experiencias, otras desde el análisis de corte académico.
Los textos que aquí se presentan son algunos de los discutidos en
estos seminarios. Su selección deja ver aspectos centrales de la discusión y
hacen referencia a varios de los aspectos considerados para la reflexión.
Los textos abordan aspectos que van desde la constitución del sujeto mis­
mo y su identidad, aportaciones teórico-metodológicas para el estudio de
la masculinidad, como análisis de la expresión de la masculinidad en la
estructura social, con lo que se pretende presentar una perspectiva más
amplia para el análisis de la masculinidad, sus repercusiones y trascen­
dencia en la vida social.
El proceso en que hoy están involucrados mujeres y hombres, con una
participación masiva de las mujeres en los distintos ámbitos de la vida
social, ha exigido a los hombres nuevas definiciones. Condición que no
necesariamente ha llevado a la construcción de formas alternativas de re­
lación, sino, en algunas ocasiones, a la búsqueda de la reafirmación de la
posición. Así los retos conce'ptuales en las transiciones de género buscaban
ofrecer elementos para el análisis de las resignificaciones de género, como
de sus resistencias. Como señalamos al inicio, la sexualidad y la violencia
fueron consideradas como ejes fundamentales en la discusión, por su papel
en las definiciones de género. Así, las Reflexiones sobre masculinidad, iden­
tidad y sexualidad dejan ver las restricciones e imposiciones que enfrentan
los hombres en el proceso de construcción y afirmación de su identidad.
La necesidad de construir un cuerpo teórico propio, reconociendo
los aportes que ofrecen las propuestas feministas con los aportes de otras
latitudes, no ba sido fácil. En las Consideraciones teórico-metodológicas
se busca destacar algunos de los escollos no saldados, como la necesidad
de revisar las implicaciones de la utilización de conceptos y aproximacio­
nes sin tomar en cuenta las especificidades y su pertinencia.
I n t r o d u c c ió n 17

Un análisis del impacto de la estructura social no puede estar ajeno a


la realidad globalizada. La masculinidad en la globalización permite reco­
nocer cómo los procesos institucionales mundiales tienen un impacto di­
recto en las personas y en las definiciones ideológicas. El proceso de
globalización que hoy se enfrenta ha exigido el apego a modelos identita-
rios globales también y, necesariamente, a la merma en la propia valía ante
su incumplimiento, desarrollando complejos procesos de reivindicación y
búsqueda de revaloración. Pero si la globalización impulsa la conforma­
ción de modelos de masculinidad y feminidad que rebasan las fronteras
geográficas de los países, habrá que identificar las implicaciones y presio­
nes de esos nuevos modelos imperantes, en cuanto a los costos que hom­
bres y mujeres tienen que pagar, por ejemplo, a las mujeres se les puede
colocar en una lucha ardua dentro de un mundo masculinizado. Contrario
a las expectativas de homogeneidad de la globalización, ésta también ha
reafirmado una mayor diversidad de identidades, debido a la hibridización
entre identidades que circulan globalmente y resultado de una mayor com­
plejidad o un rango más amplio de posibilidades por lo menos entre los
grupos marginados.
Analizar las conformaciones de nuevos modelos dominantes en un
proceso de globalización resulta también un gran reto. Hay irrupciones
sociales importantes, pero no se observan direcciones precisas, lo que muy
probablemente ha dado lugar a refuncionalizaciones que complejizan su
comprensión. Habrá que poner atención en las resistencias, las reaccio­
nes y sus propuestas ante la homogenización, la comercialización y el do­
minio. Se han generado, aparentemente, condiciones para una mayor aper­
tura hacia la equidad de género, pero al mismo tiempo hay condiciones
sociales que la dificultan, que no abren su espacio, que se torna reaccio­
naria, más autoritaria, evidencia de la reconfiguración de lo que es propia­
mente el poder.
Así, las políticas públicas no se sustraen de esta condición; parten de
una concepción global de desarrollo impulsada por quienes tienen el po­
der, de ahí que su análisis desde el género, resulta central, ya que éstas
no son neutras, sino que parten del ejercicio del poder masculino. Se
pretende analizar aquí las políticas sociales puestas en práctica, asumien­
do que parten de una visión androcéntrica, y su influencia en la definición
e instrumentación del bienestar, del mismo modo que señalar cómo han
contribuido a disminuir, acrecentar o mantener la brecha entre las muje­
res y los hombres. La universalización de la masculinidad en la defini­
ción de la vida social es reflejo claro de los programas y políticas que desde
el Estado organizan la vida de las personas y distribuyen los recursos
sociales.
18 D ebatfs sobrf m asc u u n id ad es

Sus definiciones muestran una estrecha relación entre las Políticas


públicas y masculinidad, lo que nos permite ver cómo representan un ele­
mento definitivo en el mantenimiento del orden social imperante. Los asun­
tos vinculados a las políticas sociales revisten importancia en tanto tienen
como objetivo principal la redistribución del bienestar entre las personas
que componen una sociedad, distribución que no sólo implica los aspec­
tos económicos y de la distribución de la riqueza, sino también de lo políti­
co y de lo subjetivo, que permiten conformar personas con una conciencia
de ser y sentirse ciudadanos y ciudadanas, con igualdad de oportunidades,
reconocimiento y acceso a los diversos recursos materiales y simbólicos.
Por otra parte, no es suficiente evidenciar la visión androcentrista de las
políticas, ni de las condiciones estructurales que reproducen la lógica de
las asimetrías, sino incorporar a los hombres para la solución de distintos
problemas sociales, desde una perspectiva de género. El cambio y la trans­
formación efectiva no podrán darse sin la participación conjunta de hom­
bres y mujeres.
Los procesos de construcción de democracia han reconocido la parti­
cipación de distintos actores, en este sentido, hoy el análisis de la ciudada­
nía representa una tarea necesaria e impostergable. La popularidad de su
uso requiere de una lectura crítica y un riguroso análisis desde una pers­
pectiva de género. Para ello, buscamos identificar los actores que partici­
pan en la construcción de la ciudadanía, como las diversas colectividades,
comunidades, individuos, las diferencias que surgen de éstos, el
cuestionamiento de la división público-privado, nociones respecto de los
derechos, lo local y lo transnacional y, fundamentalmente, el lugar que
ocupa el poder como eje transversal en estas dimensiones. La ciudadanía
vista como una serie de poderes formales y una cierta gama de derechos,
que se tienen o a los que se aspira, nos permite ver lo lejos que estamos de
ella, principalmente, porque no se puede hablar de derechos y de igualdad
si han basado su elaboración en situaciones de grandes asimetrías presen­
tes históricamente.
La vida social no puede concebirse sin la participación de la pobla­
ción. En ese sentido, consideramos que el análisis de distintas experien­
cias de ciudadanización y de entornos políticos definidos podría aportar
algo para mirar el lugar que las mujeres y los hombres ocupan en este
proceso. El vínculo entre Ciudadanía y masculinidad, nos deja ver cómo la
distribución del poder en las relaciones sociales distribuye los recursos y
posibilita o no su apropiación para la transformación. Cuando se observan
las formas en que están estructuradas las relaciones sociales, vemos que
hay un tejido complicado, en el que el sistema de dominación opera en
distintos niveles y de forma diferente en los espacios concretos, analizar
I n t r o d l ic c ió n 19

sus elementos y procesos representa un reto para identificar en las estruc­


turas y prácticas cotidianas la forma en que está operando.
Sin lugar a dudas, los trabajos que integran este libro ponen en la
mesa de discusión aspectos fundamentales para dicho análisis. Represen­
tan una visión amplia para la aproximación de un problema social comple­
jo como la dominación masculina, lo cual constituye un valioso material y
una aportación de las y los especialistas que colaboran en este volumen.
La riqueza del texto no se reduce a la aportación individual de cada espe­
cialista, sino a la reflexión colectiva que se logró, y que se refleja en los
trabajos que se presentan. Con estas vertientes pretendemos contribuir al
desarrollo de este campo de estudio, formular nuevas preguntas e inquie­
tudes, e identificar nuevas rutas en torno hacia dónde podemos impulsar
mejor los estudios de las masculinidades y dónde encontramos las mayo­
res contradicciones en los espacios desarrollados, con el objeto de que,
colectivamente, podamos continuar en el desarrollo de nuevas vías para su
abordaje y para una mejor comprensión de las relaciones de género.
Consideramos también que es necesario definir las líneas de reflexión
necesarias, tomando en cuenta cómo las cuestiones que tienen que ver
con el poder se relacionan con los hombres y sus particularidades. Resulta
fundamental identificar los ámbitos, sectores, niveles e impacto que tie­
nen las masculinidades urbanas y rurales, por ejemplo, en la reordenación
del medio, en la distribución de la riqueza, en las formas de relación y de
intercambio, entre otros aspectos. Las masculinidades que en su ejercicio
han incorporado elementos inherentes al control y al dominio, nos obligan
a una revisión crítica de la manera en que se han entretejido los aspectos
de la masculinidad con otros tipos de relaciones complejas del desarrollo
económico, político y social.
Este volumen presenta los productos de una amplia reflexión colec­
tiva. Su organización está definida precisamente a partir de los elementos
identificados como ejes para el análisis de la masculinidad en los distintos
ámbitos, partiendo del análisis del poder y sus manifestaciones constantes
y abiertas, particularmente, aunque no sólo a través de la violencia, la
identidad y la sexualidad. Este libro recopila trabajos que abordan estas
perspectivas y análisis, y que son resultado de la reflexión y discusión lle­
vadas a cabo en los seminarios realizados. Las personas que colaboraron
contribuyeron así con sus distintas miradas y experiencia desde sus áreas
de especialización, a identificar elementos de la masculinidad que son
constitutivos de la estructura de relación social y revisar no solamente las
cuestiones cotidianas, sino una mirada desde lo público y más global de
los ámbitos que consideramos como masculinos. En el presente texto se
desarrollan trabajos tanto teóricos como empíricos y se hacen evidentes
20 DrBATK SOBRC MASCULINIDADrS

las distintas posiciones, reconocidas en este campo que al inicio señala­


mos,^ de los estudiosos de la masculinidad en torno al lugar de los hom­
bres en el proceso de transformación social.
Iniciamos esta compilación con el apartado Retos conceptuales en las
transiciones de género Algunos problemas de la masculinidad en donde se
abordan reflexiones teóricas que nos permiten ir analizando algunos deba­
tes en los estudios sobre masculinidad, así como su visibilización en las
formas de vida cotidiana. La construcción conceptual y su aplicación en
los estudios sobre masculinidad hace fundamental partir de una revisión
de los términos de masculinidad, masculinidad hegemónica y domina­
ción masculina, mismos que son presentados por Juan Carlos Ramírez
bajo un interesante análisis desde las propuestas que han realizado a la
perspectiva de género y al análisis de la masculinidad Joan Scott, Robert
Connell y Fierre Bourdieu, por mencionar algunos. Una discusión entre
estas aportaciones teóricas lleva a la reflexión al autor para pensar, más
que en la masculinidad, en el proceso de construcción de las masculinidades
y de su relación con el poder, y más que en la hegemonía, en la variedad en
que se configuran las identidades masculinas. Para el autor, el género y la
masculinidad son una forma de relación social, una práctica social que se
materializa en los espacios sociales. Pero además que puede propiciar mayor
entendimiento, entre otras cosas, para la comprensión de la violencia que
los hombres ejercen en espacio doméstico contra sus parejas.
En este apartado, y siguiendo con la misma lógica, Victor Seidler plan­
tea un panorama general de la vigencia y complejidad de la cultura de
género en la sociedades contemporáneas. Señala la importancia y la tras­
cendencia de que los hombres aprendan por sí mismos a nombrar su pro­
pia experiencia como masculina, a través de la difícil pero no imposible
autoconciencia y reflexión como fundamentales tareas para lograr la trans­
formación en el campo de las relaciones de género. Entender la masculini­
dad no exclusivamente como una relación de poder, requiere de indagar
más sobre la experiencia masculina, por ejemplo, sobre los sentimientos
de confusión e impotencia que cada hombre puede experimentar. Seidler

Los estudios de la masculinidad han reconocido cuatro orientaciones principales d es­


de las que se aborda la masculinidad: la profeminista, los estudios de los hombres, el
análisis de la masculinidad en campos o grupos específicos y el trabajo sobre los dere­
chos de los hombres. Si bien estas distintas posiciones han propiciado importantes
debates entre las feministas, en M éxico y en general en América Latina, entre los estu­
diosos de la masculinidad no se distinguen abiertamente estas posiciones. N o obstante,
consideramos que es importante tomarlas en cuenta en el análisis, para una mejor
comprensión.
I n tr o d u c :c;ió n 21

plantea que los hombres necesitan darse el tiempo y el espacio para explo­
rar las formas heredadas de la masculinidad, que den cuenta de las dife­
rencias de las distintas masculinidades. Particularmente con las condicio­
nes actuales de la vida moderna y del uso de las tecnologías se requiere
analizar las nuevas imágenes con las cuales los hombres jóvenes están
aprendiendo a identificarse.
Por su parte, Daniel Cazés analiza los diversos pensamientos en que
el sistema de género, ante el dominio masculino y la opresión de las muje­
res, impone una visión masculina en la vida cotidiana, en el ámbito labo­
ral, en los cuerpos, en las concepciones del mundo, en las normas y len­
guajes, en los discursos e instituciones, así como en las opciones de vida.
Para Cazés, el tiempo adquiere sentidos, valores y usos diferenciados para
hombres y mujeres en nuestra sociedad patriarcal, resultando de mayor
relevancia y más preciado el que se confiere a los hombres.
El apartado Reflexiones sobre masculinidad, identidad y sexualidad
presenta los trabajos teóricos y empíricos que concretizan en recursos y
sujetos específicos las implicaciones de la ideología y estructura de domi­
nación masculina. A través de las experiencias de hombres con prácticas
bisexuales en Brasil, Fernando Seffner muestra cómo hay un ejercicio de
poder que se articula por medio del estigma, la discriminación y la violen­
cia estructural que reprimen y limitan la expresión y prácticas de una sexua­
lidad y de una identidad bisexual. Cargada de sentimientos de culpa y
vergüenza, los hombres “bisexuales” dan cuenta de una diversidad y rique­
za de fantasías, de relaciones afectivas y sexuales, de modalidades de vi­
vencia, de deseos que se expresan en las valoraciones que otorgan a los
vínculos que establecen con otros hombres y con mujeres, de forma que
no agota una categoría fija y delimitada, que finalmente no da cuenta de
esa diversidad de experiencias. Las relaciones de poder determinadas por
la clase social, la raza, el género, la franja etaria, entre otras, influye en la
generación de la llamada violencia estructural, misma que es ilustrada a
través de los testimonios de los hombres bisexuales.
Por su parte, José Olavarría explora algunos de los factores que posibi­
litan la invisibilización y naturalización del poder que ejercen los hombres
sobre las mujeres, la reproducción de los mandatos de una masculinidad
dominante que posibilita en gran medida que los hombres accedan a re­
cursos de poder y marquen una distancia, no solamente entre hombres y
mujeres, sino también entre las diferentes masculinidades, situación que
implica el reconocimiento de una masculinidad hegemónica o modelo re­
ferente y otras masculinidades subordinadas. Son cinco los ámbitos que
Olavarría considera le permiten a los varones acceder a recursos cualitati­
vamente superiores respecto de las mujeres: la autonomía personal, el cuer-
22 D ebates sobke mascu linídaues

po, la sexualidad, las relaciones con otros y otras, y la posición asignada en


la familia, recursos que están presentes en el proceso de construcción de la
masculinidad, en el aprendizaje que los varones tienen de hacerse hom­
bres, de las formas en que subjetivamente los hombres pueden construir
su identidad mediante los recursos sociales y culturales disponibles.
En el trabajo desarrollado por Gabriela Rodríguez, se muestran de
manera muy evidente algunas prácticas e implicaciones en la dinámica
social que tiene la migración de campesinos de una comunidad de Puebla
a diversos destinos del país y del extranjero. Situaciones que van desde el
cortejo hasta el matrimonio, desde la declaración de amor o las prácticas
genitales, representan algunos de los aspectos que la autora analiza para dar
cuenta de los cambios que las condiciones económicas y políticas actuales
gestan en las formas de relación social que establecen los hombres y mu­
jeres de la comunidad. El análisis se centra en las formas en que se ejerce
la masculinidad y sus consecuencias en las condiciones de las mujeres.
En el apartado Consideraciones teórico-metodológicas se abordadla
problemática inherente a este campo de estudios, dado que la masculihi-
dad como un área incipiente no escapa a las imprecisiones y contradiccio­
nes conceptuales y metodológicas. En este apartado, se cuenta nueva­
mente con otra contribución de Victor Seidler, en la que el autor plantea
un interesante debate en las implicaciones que en el trabajo teórico sobre
masculinidad, así como en el trabajo de intervención con otros hombres,
se tiene con el empleo del concepto de hegemonía. Confusión, mala inter­
pretación y alcances son aspectos que hacen necesario retomar y volver a
analizar el concepto desde Gramsci y los nuevos cuestionamientos que él
mismo realizó sobre el término.
Ana Amuchástegui presenta en su artículo algunas reflexiones en tor­
no a los problemas teóricos y metodológicos que, con base en su experien­
cia de campo, ha observado en esta área de estudio. La masculinidad vista
como un objeto, como algo que poseen los hombres, puede implicar el
riesgo de un nuevo moralismo, e incluso la reproducción de estereotipos.
Amuchástegui considera que estas conceptualizaciones de la masculinidad
llegan a generalizarse, por lo que se tiende a llevar estas categorías analíti­
cas a la realidad, antes de acercarse a los contextos culturales específicos
y sin observar las experiencias concretas de los hombres. La autora propo­
ne el empleo del concepto “construcción social de la masculinidad” que
dé cuenta de esta diversidad. El análisis de las voces permitiría mayor
posibilidad y flexibilidad para pensar de otra forma la masculinidad, no
sólo a partir de masculinidades hegemónicas y subordinadas, sino ver la
masculinidad como un proceso social, no como un conjunto de atributos
organizados en una entidad discernible.
I n ik ü d u c c ió n 23

En el apartado La masculinidad en la globalización se presentan dos


trabajos que examinan aspectos teóricos relacionados con el fenómeno de
la mundialización, como su impacto en prácticas sociales concretas, como
es el caso del deporte. Primeramente, Robert W, Connell presenta un in­
teresante planteamiento sobre las masculinidades, que él llama globalizadas,
producto del fuerte y constante intercambio mundial tanto de informa­
ción, como de los flujos financieros y comerciales de las transnacionales,
que sin lugar a duda han generado un proceso de cambio cultural, cierta
homogeneización y un nuevo orden de género global. Para este autor las
corporaciones transnacionales y multinacionales, el Estado internacional,
los medios internacionales y los mercados globales representan ámbitos
que también han contribuido a la conformación de estas masculinidades
globalizantes.
Fernando Huerta, por su parte, estudia un tema que visualiza y cruza
la identidad masculina en nuestro país, el asunto de la deportivización
globalizada. Muestra cómo a través del deporte se estructuran conexiones
entre la economía, la política y los significados culturales que se asocian al
hecho de ser hombres. El deporte, como una institución social, no es
ajeno a la reproducción de relaciones de dominación-subordinación, ena­
jenación del cuerpo y de la sexualidad, así como afianzadora de la ideolo­
gía dominante en nuestra sociedad.
En el apartado de Políticas públicas y masculinidad, María Jesús Iz­
quierdo hace un interesante planteamiento para el combate a las desigual­
dades entre hombres y mujeres. La autora considera que no vivimos en
una sociedad sexista, sino que somos sexismo corporeizado, por lo que
para combatir esta situación se requiere trabajar en la destrucción de las
categorías “hombre” o “mujer”, y la meta es conseguir que sean insignifi­
cantes desde el punto de vista social y se logre el estatuto de ciudadano. El
punto nodal en el sexismo es la división sexual del trabajo, que con su
enorme peso en la dinámica económica de las sociedades y personas no
excluye su importancia en el establecimiento de lugares diferenciados para
los géneros, según el tipo de producción. Aunque en los últimos años ha
existido un desplazamiento del lugar que han dejado algunas mujeres y
están siendo ocupados por otros grupos más marginados, como el de los
migrantes, u otros hombres o mujeres en situaciones de mayor desventaja
en la escala social, dicha división sigue existiendo, por lo que, para la auto­
ra, sin la división sexual del trabajo desaparecería el soporte económico
para las diferencias “hombre-mujer”, y con ello su correlato de los proce­
sos subjetivos que construyen dichas categorías.
Flérida Guzmán Gallangos y Jennifer Ann Cooper analizan central­
mente el ejercicio del presupuesto en México. Es un análisis crítico y con-
24 D ebatís sobre m asc u ü n iü au es

creto de la aplicación de la política pública y su impacto en la situación de


las mujeres y en el combate a las inequidades entre los géneros. Proporciona
un marco conceptual muy interesante, desarrollado a partir de una perspec­
tiva de género, lo que permite comprender los alcances y limitaciones de las
acciones que el Estado lleva a cabo en materia de desarrollo equitativo
para hombres y mujeres. Las acciones se demuestran con hechos y no con
palabras, señalan las autoras, la aplicación del presupuesto es su principal
interés y su análisis es la tarea que desarrollan en el presente artículo. Las
autoras presentan algunos de los resultados de una extensa revisión y aná­
lisis de la aplicación de la cuenta pública del año 2000, desde un enfoque
de género, que sin duda representa una excelente muestra de las acciones
que nuestro gobierno ha realizado en torno a la problemática de género.
Elsa Guevara Ruiseñor parte de la idea de que en el diseño de políti­
cas públicas la producción del conocimiento científico es un insumo im­
portante, representa una variable muy significativa en el proceso de inno­
vación, elección y elaboración de políticas. Sin embargo, no es el único,
ni su elaboración, ni su traducción a la aplicación práctica resulta de la
mejor calidad. El artículo se enfoca a la revisión y análisis del conocimien­
to o saber profesional que representa una gama muy variada de enfoques y
distintos niveles de análisis que complejiza su aplicación y su relación con
otros conocimientos y experiencias. El objetivo principal del artículo es
identificar el estado actual que guarda el conocimiento sobre los hombres
y las masculinidades en el ámbito de la sexualidad erótica y reproductiva.
Así se reitera que los significados culturales de la hombría, la doble moral,
la “actividad” de los hombres, las condiciones de su vida emocional y
afectiva, y en general los asuntos de “hombres” y de “mujeres” limitan su
participación en la reproducción, en la crianza, en las labores domésticas,
y quizá en una mayor participación en la violencia doméstica. Como resul­
tado, la autora muestra cómo aún hoy encontramos que sólo en ciertos
sectores y en aspectos muy acotados se han reducido las asimetrías y prác­
ticas que cuestionen las inequidades entre los géneros.
En este mismo sentido, Javier Alatorre Rico en su texto parte de una
conceptualización de género que retoma la simbolización, colectiva y sub­
jetiva, de la relación entre producción y reproducción que conforma suje­
tos sociales que tendrán un papel predominante en la acumulación de la
riqueza y el control en la reproducción humana. Lo que plantea el au­
tor es que mediante el estudio de los mecanismos de producción y repro­
ducción de la dominación masculina, se abre la posibilidad de desnatura­
lizar las formas de dominación del sujeto masculino, hacerlas visibles y
con ello emprender el desarrollo de políticas y acciones que borren las
ine(|uidades. Para ello plantea que se requiere reconocer que la masculini-
I n t k o u u c c ió n 25

dad trasciende al hombre individual, volver irrelevante el sexo y aplicar


políticas que incorporen a los hombres en prácticas de las que han sido
excluidos, sensibilizar a los que toman decisiones, reformular las leyes, ser
inclusivo y ver a los hombres como socios y no enemigos, son algunas de
las acciones que plantea.
Para complementar la visión de las políticas públicas desde otra expe­
riencia en Latinoamérica, Carlos Güida nos muestra los logros, dificulta­
des y limitantes en el campo de las políticas públicas en torno al género en
Uruguay, particularmente centradas en la salud reproductiva y la violencia
doméstica. Problemas comunes pueden observarse entre la experiencia me­
xicana y uruguaya como la ausencia de políticas sociales bien definidas,
los puntos de vista heterogéneos en torno al género y su aplicación en las
leyes; así como la exclusión de los hombres en los programas y el control
que aún hoy ejercen éstos en la elección de los métodos de planificación.
Pero a su vez el surgimiento y presión de diversos grupos de la sociedad
civil que han obligado a los gobiernos locales a la ejecución de programas
que atiendan los asuntos de las mujeres, la atención de los jóvenes adoles­
centes, educación en sexualidad; a los congresos para que elaboren leyes
de prevención de la violencia doméstica, la despenalización del aborto; la
inserción de la perspectiva de género en la curricula universitaria, así como
la investigación en estos temas.
La relación de las acciones concretas en el trabajo con la masculini-
dad en las políticas públicas se presenta la experiencia de la organización
Salud y Género, A.G. Gerardo Ayala comparte la experiencia de esta orga­
nización en torno al impulso de la educación de diversos sectores y pobla­
ciones que permitan una mayor transformación en las relaciones entre
hombres y mujeres. Su trabajo lo define como un proceso educativo am­
plio, en el que de manera intencionada y planeada se desea incidir en lo
personal, en lo social y en lo político, a través de la sensibilización, la
reflexión y el diálogo, que incluya la situación de las mujeres, hombres
jóvenes, niños y niñas, y otros grupos sociales específicos, particularmente
abarcando el campo de acción de la salud de las mujeres y de los hombres.
Específicamente a través del trabajo en talleres, diplomados, campañas
nacionales, elaboración de material didáctico y capacitación a funciona­
rios y funcionarías de instituciones gubernamentales pretenden generar
cambios personales e institucionales, así como un impacto en los diseños
de políticas públicas.
Gerramos el apartado con el trabajo de Diane Alméras, que con base
en los conceptos del imaginario social de Gastoriadis, definido como una
incesante y esencialmente indeterminada creación sociohistórica y psíqui­
ca de figuras, formas e imágenes que proveen contenidos significativos y
26 DtBATEb SOBKt MASCULINIDAÜES

los entretejen en las estructuras simbólicas de la sociedad, la autora iden­


tifica que la masculinidad estereotípica, como un constructo del imagina­
rio social, se relaciona con instituciones como el poder, el sexismo y la
homofobia. Asimismo, se pregunta qué institución elegir para elaborar una
estrategia de transformación de estas imágenes constitutivas hacia repre­
sentaciones más equitativas de las relaciones entre lo femenino y lo mascu­
lino. Como respuesta, plantea que la división sexual del trabajo norma la
organización de nuestras vidas diarias y sustenta la red de significaciones
del imaginario de la mayoría de los grupos humanos. Como propuesta de
transformación, la autora proporciona una lista de acciones tendientes a
elaborar políticas públicas que impulsen representaciones equitativas de
lo masculino en el imaginario social, con miras a destituir un modelo hege-
mónico. Así, incluye políticas para modificar el significado de las cosas
(identidad masculina, salud sexual y reproductiva, paternidad, la división
sexual del trabajo y la violencia, así como las relaciones afectivas entre
hombres y mujeres) y políticas orientadas hacia interacciones sociales más
equitativas y políticas para alimentar los procesos de interpretación.
Finalmente, en el apartado Ciudadanía y masculinidad es en el que
probablemente se evidencian de manera más nítida las distintas perspecti­
vas utilizadas en el estudio de la masculinidad. A pesar de que todas se
autodenominan como profeministas, no se ha construido el espacio para
su delimitación y mejor comprensión. Lo anterior permitiría ver la defini­
ción de algunas acciones y dimensiones, a través de las cuales se podría
pensar en la posibilidad de construcción de la ciudadanía real y los obstá­
culos que se presentan para su ejercicio. Así, Guillermo Núñez Noriega, a
partir de preguntarse cómo puede contribuir el interés por el análisis de
las masculinidades a una comprensión histórica y antropológica de la cul­
tura política en México, analiza el concepto de cultura política en su vín­
culo con la conformación cultural de la masculinidad y del Estado. Particu­
larmente, ilustra estas relaciones con la realidad observada en el estado de
Sonora, en el norte de México. Plantea una interesante visión histórica
de la forma en que las instituciones masculinas; como las militares y policía­
cas, están definidas por ideologías de la masculinidad y son promotoras de
particulares formas de subjetividad e identidad masculina. Así, da cuenta
de las maneras en que los grupos y clases significan su relación con los
procesos de formación del Estado, por ejemplo, la poética, y la forma en
que las estructuras sociales viven en las subjetividades y en los cuerpos de
la gente, por lo que la masculinidad puede contribuir a la comprensión
de otras realidades.
Epsy Campbell Barr presenta un análisis de cómo se ha estructurado
el ejercicio de la masculinidad del poder político en el parlamento costa-
I n t r o d u c c ió n 27

rricense, así como la inserción y el papel de las mujeres en este espacio


masculino. La autora ilustra el paso que dieron los políticos de una filoso­
fía del “arte de hacer el bien” al “servicio personal”, el incremento de la
corrupción, el clientelismo y el pacto entre caballeros, la descalificación
de la labor de las mujeres como sentimentalismos e idealismos y el no
reconocimiento de su función legislativa. Propone crear una nueva polí­
tica que incluya el manejo transparente de todos los asuntos, de cara a la
gente, el respeto de trato igualitario en el debate político, entre otras
propuestas.
Por su parte, Juan Guillermo Figueroa Perea plantea la importancia de
estudiar los derechos reproductivos de los hombres desde los aportes fe­
ministas y desde una visión de ciudadanía que atienda los conflictos de la
relación público-privado, sexualidad-reproducción, el derecho como ac­
ción normativa y reguladora, en oposición con una práctica de las liberta­
des, así como la relación entre universalización y fragmentación entre Es­
tado e individuo. Es decir, para el autor, los derechos reproductivos de los
varones deben ser comprendidos en una dinámica histórica del feminismo
que cuestione las ideas de universalización y fragmentación, no al margen
de sus planteamientos. Para lo cual deben considerarse los siguientes prin­
cipios; de integridad corporal, de respeto a la diversidad, a la seguridad, a
la salud en la reproducción y los relacionados con la toma de decisiones
reproductivas, así como otras propuestas analíticas que nos sugiere en su
texto.
Para concluir, Matthew C. Gutmann expone el sentido que tiene la
democracia para hombres y mujeres de la colonia Santo Domingo en el
Distrito Federal, particularmente tomando como referente los comicios
de las últimas tres décadas. La noción de democracia en hombres y muje­
res resulta significativamente diferente, en razón de los distintos espacios
de ejercicio de ciudadanía, donde se observa una mayor participación de
las mujeres en la vida comunitaria. El autor deja ver cómo los intereses
de participación ciudadana se distribuyen organizacionalmente entre hom­
bres y mujeres, señalando la importancia y relación de cada uno ellos en el
proceso de construcción de la ciudadanía, a partir de los distintos espacios
y temas que abordan. No obstante, nos reta a ponderar el papel de unas y
otros en los procesos de ciudadanización familiar.
El desarrollo de los seminarios y del proyecto mismo para desentrañar
algunos nudos e inquietudes que se presentaban en este campo, no hubie­
ra sido posible sin el apoyo decisivo de Graciela Hierro, como directora del
l ’ UHG, quien alentó permanentemente el avance de propuestas novedosas
y so tomó los riesgos para aventurarnos en la construcción de nuevas pers­
pectivas. así como el apoyo económico de la Fundación MacArthur. Agrade­
28 D l IÌAILì büBKL MAbCULINIUAUtS

cemos también al equipo de trabajo del PUEG que facilitó el proceso de


desarrollo de cada uno de los seminarios, especialmente el trabajo desa­
rrollado por Cynthia Lima, además de la colaboración de Noemí Campos,
Gabriela Sánchez y Elizabeth Vargas para la sistematización de las relatorías
de las discusiones, así como a Berenise Hernández, jefa de publicaciones
en su momento, por el impulso para que esta sistematización llegara a feliz
término.

B ib l io g r a f ía

C o n n e l l , Robert W . 2003. Masculinidades. PUEG-UNAM, M éxico.


K im m e l , M ich ael y M essner,M ichael. 1992. “M en ’s Live” en Fin de Siglo, géne­
ro y cambio civilizatorio. E d iciones de las M ujeres, núm . 17. Isis Internacio­
nal. Santiago d e C hile.
Se id LER, Victor. 2 0 0 0 . La sinrazón masculina. Masculinidad y teoría social, Pro­
grama Universitario de Estudios de G énero-C entro de Investigaciones y E s­
tudios Superiores en Antropología Social, M éxico.
A lg u n o s p r o b l e m a s d e l a m a s c u l in id a d
¿Y ESO DE LA M ASC U LIN ID AD ?:
APUNTES PARA U N A D IS C U S IÓ N ’

Juan Carlos Ramírez Rodríguez

Entrar en el campo del género y la masculinidad ha sido para mí el resul­


tado de un recorrido en ámbitos temáticos íntimamente relacionados. El
comienzo fue el tema de la salud de las mujeres, más allá de lo estricta­
mente materno infantil, la planificación familiar y el cáncer de cérvix y de
mama. Ello supuso la identificación de multiplicidad de elementos que
afectan a la salud. Dentro de estos elementos, posteriormente, se privile­
giaron las relaciones entre el trabajo doméstico y el trabajo asalariado y su
correspondencia con la salud de las mujeres. Es decir, se trataba de la
percepción que las mujeres tenían sobre sus problemas de salud y su rela­
ción con la construcción social del género. Un tema que primero fue recu­
rrente y con el tiempo se volvió permanente fue el de la violencia contra
las mujeres. Este último produjo un proyecto de largo plazo que se ha de­
nominado “Género y violencia”. En el marco de este proyecto, se han
desarrollado investigaciones específicas sobre el problema de la violencia
doméstica contra las mujeres (magnitud, efectos, servicios, entre otros) y
también estudios demostrativos sobre intervenciones (detección de la vio­
lencia en unidades médicas, sensibilización y capacitación del personal
médico sanitario) que contribuyan a enfrentar este problema social.
Si bien los estudios realizados en el marco del proyecto “Género y
violencia” han atendido fundamentalmente la perspectiva de las mujeres,
se hizo impostergable la necesidad de entender la violencia que ejercen
los varones. La violencia de que son objeto las mujeres es producto, salvo
casos excepcionales, de las acciones que los varones ejercen en contra de
aquéllas. Diversos resultados, emanados de la acumulación de evidencias
empíricas, han dado lugar a preguntas como las siguientes: ¿qué significa
para los varones el ejercicio de la violencia?, ¿cómo se construye dicha

' La reflexión que aquí presento forma parte de la investigación “M asculinidad y violen­
cia dom éstica’’, la cual recibió financiamiento del PRODIH III de la Fundación Carlos
C^iagas. También ha contado con apoyo financiero de la Universidad de Guadalajara.
32 D fR A TFS SORRF M A SCU IIN ID A D FS

relación?, ¿por qué unas relaciones devienen violentas y otras no? La dis­
cusión teórica sobre la violencia masculina también ha sido importante,
pero su desarrollo es todavía limitado. A diferencia de los importantes apor­
tes al conocimiento de la violencia doméstica masculina en contra de la
pareja, desde la perspectiva de las mujeres sujetas a estas relaciones, el
punto de vista de los varones inmersos en tales relaciones no ha sido sufi­
cientemente estudiado, podría incluso decirse que es todavía incipiente.
En este sentido, plantea retos tanto para el desarrollo de estudios de corte
empírico, como en la discusión teórica.
A fin de contribuir en la comprensión de la violencia doméstica mas­
culina contra sus parejas (de aquí en adelante VDM CP),^ me planteé un
estudio sobre este tema en un sector popular de la zona metropolitana de
Guadalajara, el cual ha requerido de la discusión de diversos aspectos con­
ceptuales que, desde mi punto de vista, son claves. En este artículo no
haré referencia a mi trabajo etnográfico, sino que me limitaré a discutir
algunos aspectos teóricos. Particularmente quiero referirme al acercamiento
teórico de la masculinidad y a algunos de los planteamientos relacionados
con el poder que en esa discusión se han hecho.

M a s c u l in id a d : ¿y eso ?

Cuando se habla de masculinidad, ¿a qué nos referimos? Existen diversas


interpretaciones posibles:

1. Una perspectiva tiene que ver con la condición natural o biológica del
hombre, de la cual emanan todas sus posibles expresiones sociales.
2. Otra perspectiva es de carácter positivista, ya que alude a “lo que hace”
el hombre. Es una descripción de sus acciones, se observa y verifica un
comportamiento, esto materializa la idea de lo que es la masculinidad.
3. También es posible identificar la masculinidad como “el deber ser”, que
nos sitúa en un plano normativo. La expectativa que se tiene de los
hombres en cuanto a sus acciones se deriva de supuestos, más o menos
consensuados, sobre “lo que debe ser un hombre” en una sociedad espe­
cífica. Se espera que los hombres actúen en una dirección y no en otra.

2 Me refiero específicam ente a la violencia que los varones ejercen contra sus parejas
mujeres, Con ello quiero señalar que no desconozco la existencia de la violencia que
varones ejercen contra sus parejas varones, en el caso de relaciones homosexuales, lo
i|ue rcc|iiicrc también de estudios particulares.
¿Y ESO ÜE LA MASCULINIDAD?: APUNTES PARA UNA DISCUSIÓN 33

4. Otro planteamiento es de carácter semiótico. Por ello habría que enten­


der que la masculinidad es un sistema simbólico con múltiples posibi­
lidades de significación (Connell, 1995, 1997).

Estas perspectivas hacen pensar en distintas formas de representar­


nos la masculinidad, como universal y rígida o como múltiple y cambiante.
Entonces existe una diversidad de concepciones sobre la masculinidad.
Veamos algunos aspectos particulares sobre esa discusión para después
identificar los elementos que podrían tener utilidad en la comprensión de
diversos problemas, entre ellos la V D M C P.

Mujeres, feminismo y género

Badinter (1993) estima que el desarrollo de los estudios sobre la masculi­


nidad ha tenido un carácter reactivo, responde a los reiterados y periódi­
cos planteamientos feministas. El feminismo, indistintamente de su orien­
tación,^ planteó la otredad, implícita o explícitamente, como un todo
homogéneo e incluso como algo amorfo. En el caso del feminismo radical
y, en general, las teorías que enfatizan la opresión, hablan de una masculi­
nidad opresiva denominada como patriarcado.“* El patriarcado es una es­
tructura que subordina a las mujeres en todos los ámbitos sociales. Estas
teorías de la opresión no llegan a discutir la masculinidad como tal, sino

3 El fem inismo presenta una diversidad de posturas tanto en el plano teórico com o en la
acción política. Es importante considerarlo porque se puede pensar, equivocadam ente,
que hablar de fem inism o es aludir a una perspectiva teórica y política única y homogénea,
Al respecto, puede consultarse a Lengermann y Niebrugge-Brantley (1997), quienes iden­
tifican tres grandes vertientes: las teorías de la diferencia, las teorías de la desigualdad y
las teorías de la opresión.
■’ A mediados de la década de los setenta, en Estados U nidos, como parte de la búsqueda
del fem inism o por sintetizar los planteamientos del fem inism o radical y el fem inism o
socialista, Einseinstein (1980) formuló el concepto de patriarcado capitalista, dentro del
cual reconocía la idea aportada por el fem inism o radical sobre patriarcado, definido “como
un sistem a sexual de poder en el cual el hombre posee un poder superior y un privilegio
económ ico. El patriarcado es la organización jerárquica masculina de la sociedad y, aun­
que su base legal institucional aparecía de manera m ucho más explícita en el pasado, las
relaciones básicas de poder han permanecido intactas hasta nuestros días. El sistem a
patriarcal se m antiene, a través del matrimonio y la famiba, m ediante la división sexual del
trabajo y de la sociedad. El patriarcado tiene sus raíces en la biología, más que en la econo­
mía y la historia. M anifiestas a través de la fuerza y el control m asculinos, las raíces del
patriarcado se encuentran ya en los propios y o e s reproductivos de las mujeres. La posición
de la mujer en esta jerarquía de poder no se define en térm inos de la estructura econ ó­
mica de clase, sino en térm inos de la organización patriarcal de la sociedad” (pp. 28-29).
34 DbBAIES bOBKL MASCULINIDADLS

que problematizan la vida de las mujeres y la opresión de que son objeto,


identificando los distintos aspectos (cuerpo, trabajo, educación, familia,
entre otros) sobre los cuales ven coartada sus posibilidades de realización
como seres sociales autónomos.
Mientras que el feminismo planteó la necesidad de conocer a las mu­
jeres y explicarse a sí mismas, los estudios de género se abrieron a la rela­
ción entre mujeres y hombres como propósito fundamental. El énfasis
relacional, no obstante, partió de la perspectiva femenina; se podría decir
que los estudios de género contribuyeron a construir a los hombres imagi­
nados por las mujeres, que fue una masculinidad imaginada en sus distin­
tas variantes, sea ésta simbólica o normalizada, pero generalmente desde
una mirada femenina.
De la teoría feminista a la perspectiva de género hubo una transfor­
mación fundamental: de una visión universalista de la relación entre los sexos,
donde lo que se discute es a las mujeres, se pasa a una perspectiva de la
diversidad de la expresión de la feminidad y al planteamiento de la mascu­
linidad como inherente a la discusión relacional de los géneros. En el afán de
mostrar la universalidad de la asimetría entre los géneros (explorada des­
de distintas ópticas: la estructura social, la cultural, la socialización [Lamphere,
1991]), de sus significados, se encontró la variabilidad de expresión de los
mismos, la inoperancia del andamiaje teórico y las limitaciones metodoló­
gicas para dar cuenta de ellas, por lo que fue necesaria una elaboración
propia y pertinente de nuevas teorías y metodologías. Con ello, no sólo se
cuestionó el androcentrismo, sino el origen técnico para hacer ciencia
(Moore, 1996). La opresión universal se cuestionó y empezó a darse un
lugar a la perspectiva masculina, asumida como unimodal.
El sistema sexo-género empujó a pensar, ya no en términos del ámbito
biológico, sino cultural y subjetivo.’ Se supuso que las regulaciones para
las mujeres también indicaban regulaciones para los hombres. Se utiliza­
ron como consecuencia formas de representación binaria que dividen el
orden social: público/privado, masculino/femenino, cultura/naturaleza, día/
noche, seco/húmedo, hombre/mujer, entre otros.
El uso de la perspectiva teórica del género mostró que la opresión de
las mujeres no está en el hecho biológico, sino que el hecho mismo es el
objeto significante, es la base sobre la que se construye un sistema de
significados; tal cual lo menciona Rosaldo, “el lugar de la mujer en la vida
social humana no es producto de las cosas que hace, sino del significado

Los yoes femeninos pensados desde una mirada masculina adoptada por las mujeres, tal
cual lo plantea Einseinstein (1980), pero sin llegarlo a desarrollar.
;Y ESO DE LA MASCULINIUAU?; AI’U M IS l ’AKA UNA UISCUSIÙN 35

que adquieren sus actividades a través de la interacción social concreta.”


(Rosaldo, 1980).'’ El género puede entonces adquirir diversidad de signifi­
cados, deja de ser universal y rehúye a la tentación esencialista del funda­
mento binario biológico del sexo. La idea binaria de los géneros, más que
desecharse, se transforma. Ahora ya no hay la idea de posiciones contra­
puestas, sino una gradación entre puntos polares, permeados y construi­
dos por estructuras de prestigio; esto es, se hace una valoración, se signifi­
can acciones, objetos, el cuerpo, el movimiento, las actitudes, el habla,
que varían en función de los contextos sociohistóricos, de situaciones re­
gionales (Mead, 1961; Ortner, 1991; Lamas, 1997).
El análisis de los contextos particulares asume un papel trascendental
en el ordenamiento de los géneros, de las atribuciones de los mismos basa­
dos en los significados que socialmente se les asignan. Llevar la compren­
sión de los géneros a un terreno que supone como parte del mismo la varia­
bilidad, es situarlos en posiciones de cambio. De hecho, los límites que se
establecen entre los géneros no son nítidos, sus fronteras están en una
constante negociación. De ahí que la propuesta de Scott de entender el
género con una historicidad propia y que tiene como eje motor las relaciones
de poder, entendidas no como una fuerza coherente, unifìcadora y central,
sino como relaciones desiguales, construidas discursivamente como cam­
pos de fuerza sociales, proporciona, desde mi punto de vista, un cambio
cualitativo importante respecto de los aportes hechos previamente.
Scott define el género considerando dos proposiciones que “deben”
ser analíticamente distintas; “el género es un elemento constitutivo de las
relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos, y el
género es una forma primaria de relaciones significantes de poder. Los
cambios en la organización de las relaciones sociales corresponden siem­
pre a cambios en las representaciones del poder, pero la dirección del cam­
bio no es necesariamente en un solo sentido.” (Scott, 1997: 289).
La primera proposición del concepto, referida a las relaciones socia­
les, comprende cuatro elementos:

1. Los símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones


múltiples. Su identificación implica una búsqueda de las representacio­
nes simbólicas que se evocan, también implica el cómo y en qué contextos
se efectúa dicha búsqueda. Una misma acción puede representarse (y de

'’ Esta misma idea fue expuesta por M. Mead (1961) en sus estudios entre los arapesh,
mundugumor y ichambuli, habitantes de las islas de los mares del sur, en los años veinte
y Ireitila.
36 D ebates sobre m ascu linidaües

hecho se representa) de diferente forma por distintos sujetos. Además,


adquiere significados dependiendo de quién interpreta la acción. Así, mien­
tras la homosexualidad durante la adolescencia puede ser vista como una
etapa transitoria e ineludible hacia la adultez, en determinados contextos,
en otros tiene un tono de reprobación, de rechazo, y es negada como pro­
ceso “normal” del desarrollo humano.^

2. Los conceptos normativos que son interpretaciones de los significados de


los símbolos son, asimismo, un intento de limitar y contener sus posibilidades
metafóricas. Estos conceptos normativos se expresan en doctrinas religio­
sas, educativas, científicas, legales y políticas, que pretenden afirmar cate­
górica y unívocamente el significado de varón y mujer, esto es, lo masculi­
no y lo femenino. Las acciones, como se ha mencionado previamente,
tienen posibilidades de significación diversas; lo interesante es que la evo­
cación metafórica de las mismas generalmente tiene un curso restringido,
porque se mueve dentro de marcos normativos colectivamente construi­
dos y legitimados, como los que se han enunciado. Se establecen así me­
canismos que vigilan y sancionan las prácticas sociales, lo que no necesa­
riamente está asociado con la existencia de sujetos que vigilan, sino que la
normalidad forma parte del propio sujeto, quien ha asumido la normatividad
socialmente legítima. Lo más interesante de este proceso es que, no obs­
tante la normalización de las prácticas sociales calificadas como masculi­
nas o femeninas, es posible cuestionarlas abierta o subrepticiamente, lo
que genera cambios en dichas prácticas y el disentimiento de ciertos gru­
pos sociales. El ejemplo más claro ha sido, desde luego, el feminismo, que
rompe constantemente con visiones unívocas y presenta a debate opcio­
nes polimorfas; mostrando acuerdos, diferencias, confrontaciones e impo­
siciones. Se podría decir que ha contribuido a cuestionar la uniformidad
simbólica. Las campañas que tratan el tema de la violencia contra las
mujeres son un claro ejemplo de cómo la violencia se desnaturaliza y se
abren opciones de interpretación que conducen a acciones alternas al si­
lencio y a la aceptación de su ejercicio como una práctica natural.

3. Incluir nociones políticas y referencias a las instituciones y organizaciones


sociales. No hay que limitarse al sistema de parentesco, es necesario ir más

^AI respecto, resulta ilustrativo el libro de Gilmore (1994), Hacerse hombre. Concepcio­
nes culturales de la masculinidad. En él se muestra cómo la homosexualidad se institu­
cionaliza en determinadas sociedades y adquiere carácter de ritual de paso hacia la
masculinidad: dejar de ser niño, femenino y adquirir un rango diferente.
jY ESO DE l A MASCUIINIDAD?: APUNTES PARA UNA DISCUSIÓN 37

allá de la familia, al mercado de trabajo, a la educación y a la política. El


paso dado por Rubin, al ubicar la opresión de las mujeres en el campo
cultural, no en el biológico, ha provocado que Scott observe un avance,
pero también una limitación, pues el campo cultural no está restringido a
la familia. Tanto hombres como mujeres se mueven en espacios que reba­
san el ámbito doméstico y las relaciones que se establecen en su alrede­
dor. Las sociedades industriales y urbanas muestran un abanico de posibi­
lidades de construcción cultural. Los marcos normativos y los sistemas
simbólicos que entran enjuego en una sociedad urbana e industrial no son
homogéneos ni coincidentes; por tanto, se requiere explorar cómo son dis­
puestos por ciertos grupos sociales, de forma que mantengan un mínimo
sentido de coherencia, a pesar de las confrontaciones que siempre están
presentes. Así, habrá configuraciones de la masculinidad y de la femini­
dad que tendrán mayor relación con los ámbitos del mercado de trabajo
que con las prácticas religiosas o viceversa.

4. La identidad subjetiva. Aunque ésta parecería ser universal, no es una


posición con la que Scott esté de acuerdo. Sería necesario formular las
identidades, esto es, pensar las identidades existentes en función de
las actividades que desarrollan, de las organizaciones sociales que operan
y de las representaciones culturales históricamente específicas.
La segunda proposición del género es entendida como una forma pri­
maria de relaciones significantes de poder. “Los conceptos de género es­
tructuran la percepción y la organización, concreta y simbólica, de toda la
vida social. Hasta el punto en que esas referencias establecen distribucio­
nes de poder (control diferencial sobre los recursos materiales y simbóli­
cos, o acceso a los mismos), el género se implica en la concepción y cons­
trucción del propio poder.” (Scott, 1997: 292-293).®
Se podría decir que el género es ante todo una forma de ejercicio de
poder,^ no es algo que venga de fuera, sino que es parte constitutiva del*

* Hay que considerar que la idea de poder ha sido utilizada de forma recurrente en el
debate feminista y del género. Se han propuesto distintas opciones teóricas y metodológi­
cas. El énfasis se ha puesto en las relaciones de producción, en la apropiación del cuerpo,
en la jerarquía y organización de la familia, el parentesco y el matrimonio, y desde luego en
una propuesta que trata de ubicar los procesos específicos como ejemplos o variantes de
estructuras de prestigio, como lo plantearon Ortner y Whitehead (1991).
Entre los elementos que Foucault identifica para ir construyendo lo que denomina
como “una nueva economía de las relaciones de poder” está la resistencia que se ante­
pone a los distintos tipos de poder. El punto de partida no es su racionalidad interna
(visión weberiana), sino el enfrentamiento de las estrategias de las relaciones de po-
38 D fbatfs sobrf MAsniiiNinAnFS

mismo. No sería impropio decir, entonces, que hablar de género sin en­
tender que implica poder, es no hablar de género.'® Además, hablar de
poder en relación con el género es una posibilidad abierta en términos
de direccionalidad. Tanto hombres como mujeres no solamente están en
posibilidad de ejercer el poder, sino que de hecho lo ejercen. También hay
que reconocer que no se puede partir de la existencia de una simetría en el
ejercicio del poder entre los géneros; de hecho, Scott insiste precisamente
en la historicidad, en el cambio en las representaciones sobre los géneros
que está dado por posicionamientos cambiantes fundados en el ejercicio
del propio poder, en los significados que se atribuyen a las prácticas socia­
les de hombres y mujeres y entre sí.
De esta forma, el género es un elemento que, junto con otras catego­
rías, como la de clase y raza, trata de evidenciar los procesos por los que ha
transcurrido la opresión y la dominación de ciertos grupos de población
sobre otros, en este caso particular entre hombres y mujeres."

der. Las resistencias al poder son luchas que se oponen a la dominación, la explota­
ción y contra lo que ata al individuo a sí mismo. Las luchas son contra la autoridad y
tienen varios aspectos en común: 1) son luchas transversales, porque no están limita­
das a una sociedad particular, sino que tienen un carácter universal, sin ser homogé­
neas, porque en ciertos lugares se desarrollan más fácilmente que en otros; 2) son
luchas inmediatas. No se busca al enemigo principal, sino al inmediato, se podrían
ver como luchas anárquicas; 3) son luchas que cuestionan el estatus del individuo
porque van contra el gobierno (entendido como guía) de la individualización (Foucault,
1988).
10 Al menos en una de sus perspectivas. El planteamiento de roles de género no contempla
el "poder” como elemento analítico, porque no existe como premisa la asimetría, sino las
diferencias y como consecuencia las complementariedades.
" La producción empírica sobre el género ha sido amplia. Se ha incursionado tanto en
temáticas como en campos disciplinares múltiples. Una muestra de ello es lo que
Conway et al. (1997) han clasificado en los siguientes rubros como producción en
ciencias sociales: 1) la política que trata la cuestión de la cultura política de inclu­
sión-exclusión; las mujeres como grupo sin derechos; la igualdad; 2) la antropología
que discute las relaciones hombres/mujeres; la relatividad cultural; los rituales de
paso; 3) la psicología ha aportado diversos aspectos de la conformación de la identi­
dad sexual desde distintas escuelas psicológicas; 4) la economía, sobre las diferen­
cias salariales; la producción y uso de tecnología; las dinámicas de los mercados de
trabajos; 5) la ciencia, que discute fundamentos epistemológicos; 6) el simbolismo
religioso. En el campo de las ciencias de la salud se ha privilegiado; 1) la salud
reproductiva (Vlll-SIDA; enfermedades de transmisión sexual, la anticoncepción, eu­
genesia, aborto, etcétera); 2) la educación para la salud; 3) la epidemiología de enfer­
medades crónicas; 4) los sistemas de servicios de salud, entre otros (Gómez, 1993;
Pérez Gil, 1995; Feminist Perspectives on Technology, Work -(■ Ecology, Conference
Proceedings, 1994).
¿Y ESO DE LA MASCULINIDAD?: APUNTES PARA UNA DISCUSIÓN 39

En busca de la masculinidad: evidenciando privilegios

No es posible hablar de masculinidad, sin antes acercarse al planteamien­


to que, desde distintas perspectivas, se ha hecho en los estudios de géne­
ro. Usualmente, los planteamientos teóricos sobre el género aluden de
modo explícito a las implicaciones que éstos tienen en relación con las
mujeres, y si bien se menciona que también son propuestas que involucran
a los hombres, ellos no son objeto primario de su análisis y, por tanto se
pierden, se desvanecen o aparecen veladamente. En ocasiones, los hom­
bres son señalados como un conjunto homogéneo; otras veces tienen una
figura amorfa. En las ciencias sociales existe también cierta confusión en
el empleo del término “hombre”, puesto que se utiliza de forma “genérica”
para denominar a la humanidad. Por otra parte, parecería que no es nece­
sario aludir explícitamente a los hombres, porque se asume que se habla
de ellos y no de mujeres (Hearn y Collinson, 1994).'^ Entonces, los estu­
dios de la masculinidad contribuyen a desmantelar la perspectiva del hom­
bre como universal, acotándolo y contextualizándolo.
Aunque parezca reiterativo, hay que tener presente que el género, en
tanto categoría analítica, tiene múltiples propósitos. Uno de los más im­
portantes ha sido evidenciar la opresión, la desigualdad y la inequidad en
que viven las mujeres. Con el tiempo, otra discusión hizo convergencia;
me refiero a la derivada de los movimientos lèsbico y gay, los cuales han
hecho también un aporte sustantivo, junto con la discusión en torno al
género, para que los estudios de la masculinidad amplíen su perspectiva y
fortalezcan su debate (Connell, 1993).
Así como los estudios de género tratan de la feminidad, es decir, a las
mujeres como diversidad en función de múltiples contextos socioculturales
(lo que ha evidenciado las condiciones de desigualdad cotidiana, que no
son naturales ni universales), de la misma forma, uno de los primeros de­
safíos que, al parecer, han enfrentado los estudios de la masculinidad, es
el de visualizar a los hombres. Para Kimmel (1998), hacer visibles a los
hombres significa hablar de los privilegios que han sido construidos social­
mente, pero que se consideran naturales, esenciales a la condición bioló­
gica, al ser hombre. El privilegio, si bien tiene orígenes diversos, también
tiene una característica singular: es producto del logro, de la lucha por

'2 Hearn y Collinson señalan cómo los autores clásicos en ciencias sociales asumen en
sus textos la referencia a los hombres sin aludir a ellos explícitamente, porque las
mujeres ni siquiera son consideradas como agentes sociales. Esta confusión es toda­
vía mayor en determinadas lenguas en que el término “género" es polisémico, como en
el castellano.
40 DfRATES SOBRE MASCULINIDADES

imponerse a su diferente, a su otredad, a las mujeres, a lo femenino y a lo


que de ello se desprende. Este fenómeno se inicia con el proceso de la
concepción (Badinter, 1993), y hasta en las más complejas formas de ob­
tener la masculinidad en sociedades con distinto nivel de desarrollo tecno­
lógico. En algunas sociedades, la diferencia y la subordinación obedecen a
una argumentación que enfatiza la relación más estrecha de los varones
con los procesos racionales y menos con los emocionales, cosa contraria a
lo que ocurre con las mujeres (Seidler, 2000). Otros basan su diferencia­
ción en el uso de las armas, la caza, el conocimiento tecnológico, la pro­
ducción de saberes, la apropiación por parte de los varones de las habilida­
des de las mujeres, entre otras muchas (Godelier, 1986; Gilmore, 1994).
Entonces, la masculinidad se define por su relación, en primera instancia,
con las mujeres, lo cual supone, ante todo, subordinación de una parte a la
otra. La segunda instancia de diferenciación es entre varones. Esto re­
quiere desmantelar la imagen homogénea de la masculinidad, lo cual nos
lleva a pensar que dentro del grupo de varones hay una gradación, una
categorización. El parámetro para determinar el “grado”, por llamarle de
alguna forma, de masculinidad, dependerá del concepto de masculinidad
en un contexto sociocultural específico. Cornwal y Lindisfame (1994)
muestran cómo el concepto de “macho” tiene significados que llegan a ser
totalmente contrarios en sociedades diversas, previniéndonos sobre los ries­
gos de las generalizaciones.
Hay quien considera que uno de los elementos más importantes para
identificar la masculinidad es la orientación sexual. De hecho, la política
sexual ampliamente discutida en la literatura gay contribuyó a establecer
continuidades y diferencias en términos de la masculinidad e instaurar
una visión de la diversidad masculina.'^ Las formas de expresión de las
masculinidades no son socialmente sancionadas de la misma forma, algu­
nas son más aceptadas que otras, e incluso existen manifestaciones de
masculinidad que son rechazadas.

Perlongher (1999) muestra la diversidad del mundo gay en Sao Paulo. La prostitución
masculina tiene connotaciones muy heterogéneas que para un observador externo es
difícil distinguir y, por tanto, no logra identificar las variantes de las prácticas que en
primera instancia se denominarían como “gay". Sólo en la medida de una inmersión
en la actividad cotidiana es posible no sólo conocer sino exponer la variedad de
matices y apreciaciones sobre la cultura de la expresión homosexual en Sao Paulo.
Núñez muestra el proceso por el que ha pasado la expresión erótica entre varones
en una sociedad norteña de México. La coptación de los espacios socioculturales por
una visión heterosexual y homófoba que reprueba y reprime cualquier opción sexual
alterna a la hegemónica.
fi ESO DE LA MASCLJLINIDAD?: APUNTES PARA UNA DISCUSIÓN 41

La hegemonía

Las masculinidades nos muestran otra cara de la subordinación, ya no es


únicamente la subordinación femenina a una masculinidad dominante,
sino la existencia de masculinidades dominantes y subordinadas. En esta
discusión surge lo que se ha denominado “masculinidades hegemónicas”
(Connell, 1987). El concepto de hegemonía utilizado para hablar de la
masculinidad se entiende más como un proceso que como algo termina­
do. La hegemonía es “la cuestión de cómo grupos particulares de hombres
encarnan posiciones de poder y bienestar, y cómo legitiman y reproducen
las relaciones sociales que generan su dominación” (Carrigan, Connell et
al., 1987: 179). La hegemonía tiene formas de expresión diferencial en
cuanto a clase social, pero es siempre subordinando a las mujeres (desde
la niñez a la ancianidad) y a los niños de diferente manera, utilizando
desde la persuasión hasta la violencia física. “La construcción de la hege­
monía no es una cuestión de jalóneos entre grupos ya formados, más bien
es una cuestión de \a formación de tales grupos” (op. cit., 1987: 181). De
acuerdo con estos autores, algunos elementos que permiten comprender
la hegemonía son

1. El uso de la persuasión, más que el uso de la violencia física, aunque


esta última no está descartada.
2. Involucra la división del trabajo entre mujeres y hombres, pero también
los trabajos que desempeñan los hombres de forma diferencial, esto es,
parecería que hay trabajos más masculinos que otros.
3. Implica al Estado, que penaliza y promueve manifestaciones específi­
cas de “masculinidad”, por ejemplo, criminaliza la homosexualidad y
promueve ventajas para quienes viven bajo el orden heterosexual.

La idea de la hegemonía para entender las masculinidades presenta


varios elementos que se deben considerar. Primero, el concepto mismo de
hegemonía coloca la discusión en un plano social, de grupos e institucio­
nes y no de individuos; no supone las relaciones cara a cara. Segundo,
enfatiza la idea de las hegemonías, en plural, ya que el sentido original
gramsciano tiene una orientación singular que representa al grupo hege-
mónico. Formular la coexistencia de hegemonías es para Carrigan y cola­
boradores (1987), así como para Connell (1987) la posibilidad de expre­
sión de variaciones entre clases sociales. Esto es, en cada clase social habrá
expresiones, ideas, prácticas masculinas que se consideran como las que
representan a “lo masculino” por excelencia, en relación con otras dentro
de una misma clase. Esto, sin duda, genera confusión y, posiblemente.
42 DtBATrS SOBRF MASnUINIDADFS

hace necesaria una discusión mayor que precise el uso del concepto “he­
gemonía” aplicado a la masculinidad. Tercero, la hegemonía es subordina­
ción de todo un gradiente opuesto al polo denominado como masculinidad
hegemónica, empezando por las mujeres, seguido de los niños, los homo­
sexuales y los que no llegan a representar a cabalidad la masculinidad
hegemónica, pero que gozan de ciertos beneficios de la misma. Cuarto,
una permanente acción desde la posición hegemónica de cuestionar todo
lo que no reúna los criterios de lo aceptado como hegemónico. Quinto, la
hegemonía es relacional y, por tanto, dinámica, en permanente reconfigu­
ración, negociable en tanto persuasiva. Sexto, impone una distribución
sexuada de tareas sociales (trabajos para hombres, para mujeres y para
ambos) y emplea recursos ideológicos para asegurarse de que sea de una
forma y no de otra.
Desde esta acepción (hegemónica) de masculinidad es difícil estable­
cer un criterio sobre lo que es masculino, ya que, dependiendo del contex­
to, se enfatizarán atributos particulares (Cornwall y Lindisfarne, 1994).
Goffman, al discutir el problema social del estigma, plantea como un ejem­
plo la idea de lo que puede ser considerado como un “hombre” en la socie­
dad estadounidense.

Según el co n sen so general, en Estados U nidos, el ú nico hombre que no


tien e que avergonzarse de nada es un joven casado, padre de familia, blan­
co, urbano, norteño, heterosexual, protestante, que recibió educación su p e­
rior, tiene un buen em pleo, aspecto, p eso y altura adecuados y un reciente
triunfo en los d eportes. Todo norteam ericano tien de a mirar el m undo d e s­
de esta perspectiva, y este es uno de los sentidos en que puede hablarse de
un sistem a de valores com unes en Estados U nidos. Todo hombre que no
consiga com pletar estos requisitos se considerará, probablem ente — por lo
m enos en algunos m om entos— , indigno, incom pleto e inferior. (Goffman,
1998: 150).

Esta idea de la masculinidad deja claro que existe una otredad mascu­
lina, que se constituye en “mayoría”, puesto que sólo algunos pueden cum­
plir con todos los criterios enumerados. Para la inmensa mayoría significa
sólo un anhelo prácticamente imposible de alcanzar. Lo hegemónico no
implica, entonces, que se viva como el prototipo de masculinidad, sino que
se tienda a vivir como tal, se aparente esa manera de vida, tornándose así
en cómplice, lo cual permite gozar del privilegio sin necesariamente “ser lo
hegemónico”, pero sí representarlo.
En otro contexto diferente, entre los baruya, en Nueva Guinea, el
proceso de masculinización de los varones es lento y prolongado, doloro­
so y complejo. Demanda desarrollo de destrezas físicas, adquisición de
;Y ESO DE LA MASCULINIÍMD?: AI’ l.iNTES TARA l^NA DISCUSIÓN 43

conocimientos que sólo son compartidos y preservados por los hombres.


Sólo algunos de ellos llegarán a ser hig man, el ideal masculino. La gran
mayoría logra sobreponerse a las pruebas y es aceptado como hombre,
pero sin llegar a ser un hig man. Algunos hombres, al no cumplir con los
criterios para entrar en el largo proceso de iniciación, o que durante el
mismo no logran sobrellevar el cúmulo de pruebas, son hostigados y se­
ñalados como incompletos y se les suele denominar como “papa dulce”
(Godelier, 1986), nombre con una connotación despectiva, de burla y
menosprecio.*''
Viveros muestra cómo en contextos socioculturales diferentes en la
Colombia moderna, la acepción de masculinidad presenta variaciones de­
pendiendo de la clase social, la raza, la escolaridad, la presencia-ausencia
del padre durante el crecimiento de los niños y la participación de las
mujeres (particularmente de la madre), sobre las ideas acerca de las muje­
res y el trato que los hombres deben darles. También se tienen en cuenta
la demarcación sobre la orientación sexual y la homofobia, como criterios
de aceptación al grupo de pares, entre otros (Viveros Vigoya, 1998).

La masculinidad como proceso

Siguiendo a Badinter (1993), mencionaba en un párrafo previo que la


masculinidad parece ser producto del logro. Siempre hay que afirmar­
se como varón, como hombre, como niño. Siempre hay que establecer
la diferencia. La diferencia en este caso es exclusión. La definición de lo
masculino es “lo que no es femenino". La identidad masculina se cons­
truye bajo el criterio de lo que no es exclusivo de las mujeres. No se
define por sí mismo, sino sólo en función de la otra. El deslinde se da
en todos los campos de la práctica social.'^ Cuando este deslinde es

Esta descripción minuciosa que hace Godelier de la sociedad baruya muestra con toda
claridad la importancia de los contextos socioculturales, sin los cuales los elementos
simbólicos carecen de sentido. La papa, que es un tubérculo de la dieta cotidiana de
esta sociedad, es significada de formas múltiples. Sólo quien ha comido ese tipo de papa
y tiene registrado en su memoria su sabor, textura, color, aroma, forma, uso, proceso de
preparación, ritos asociados al consumo, etcétera, tiene el contexto que permite darle
una interpretación acorde. No es posible disociar el universo simbólico del contexto del
cual se desprende, el que dio lugar a dichas interpretaciones.
' Tengo muy presente muchas actitudes y conductas de uno de mis hijos (de 9 años), que
me causaban incomodidad, no sé si angustia. De repente, jugando, corría moviendo sus
brazos de una forma suave. En cierta ocasión, al principio, cuando noté lo que hacía, le
llamé la atención diciéndole que no jugara así, aunque siguió jugando de la misma for­
ma, No le llegué a explicar en esa ocasión el porqué no debía hacerlo. Después, en los
44 D fBATFS SOBRF MASCULiNIDADES

impuesto, y no se cuestiona, se asume como un principio, como ley


natural.'*’
La idea de la otredad como dispositivo de diferenciación involucra
diversas dimensiones. En la de carácter emotivo y personal, se presentan
variaciones importantes de acuerdo con el ciclo de vida individual. En los
primeros años de vida, existe una relación estrecha entre el niño y la niña
con su madre. Badinter (1993) señala que las relaciones madre-hijo tie­
nen implicaciones eróticas, afectivas; incluso, el autor llega a considerar
que no existe una madre que no sea pedófila. Esta relación que experi­
menta el niño como pasiva, es grata y satisfactoria. Aprende expresiones
de emotividad de su madre. Llegado el momento, otra etapa del ciclo vital,
se ve cuestionado socialmente por la relación con la madre y lo que de
ella aprendió, su expresividad emotiva que tiene que re-aprender, ahora
reprimiéndola. Aprende nuevos significados acerca de los sentimientos
que pueden ser expresados por los varones. Ahora, el “trabajo de género”, que
para Kaufman (1997) es la forma de socialización a la que se ven constre­
ñidos los varones (pero también las mujeres), lo impele a rechazar cual­
quier acción que pudiera asociarlo con lo que significan las mujeres, lo
femenino o, como comúnmente se dice, “lo que no es de hombres”. Si
bien la masculinidad parecería ser un proceso contradictorio permanente.

días siguientes ha continuado haciendo ese juego y otros más. A partir de mi llamada de
atención, he reflexionado sobre mi actitud misógina y homófoba. Me explico: cuando lo
veía mover sus brazos y correr, sentía que si lo veían otras personas, particularmente sus
compañeros de juego y de escuela, se iban a burlar de él y finalmente lo tacharían de
afeminado. Esto traía como consecuencia que me cuestionara mi papel de buen padre.
Traté de entender por qué él jugaba y juega así, y qué es lo que lo lleva a mover los
brazos de esa forma. No sé si es el movimiento, el viento, la flexibilidad que experimen­
ta, no lo sé. De lo que me he percatado es de su extraordinaria sensibilidad y sensuali­
dad. Me he dado cuenta de que se da la libertad de usary jugar con aquello que lo atrae,
por ejemplo, de repente con un juego de té (¿“para niñas”?), que se esperaría que no le
gustara. A una estufa, a una cocina, les da usos insospechados. Vive en un mundo lúdico
donde usa lo que considera útil para su actividad recreativa. No obstante, hay otros
ámbitos donde marca con toda claridad su identidad varonil y establece la diferencia
con sus compañeras, con sus amigas.
También puede ocurrir que la demarcación impuesta sea cuestionada, entonces puede
reprimirse la resistencia o eventualmente dar lugar a un replanteamiento del límite en
cuestión. Estos eventos no se presentan como hechos aislados, sino que forman parte
de un conjunto de prácticas que se refuerzan una a la otra en forma multidireccional.
Pensemos por un momento en las diferencias que se presentan entre hombres y mujeres
respecto a la forma de sentarse y agacharse a recoger algo que está en el suelo; cómo se
da desde la niñez hasta alcanzar la madurez. El movimiento y posición del cuerpo, que
es un elemento psicomotriz, se educa y se conduce bajo ciertos criterios normados,
consensuados sncialmente.
¿Y ESO DE LA MASCULINIDAD?: APUNTES PARA UNA DISCUSIÓN 45

existe evidencia clara de periodos de mayor o menor agudización de dicha


contradicción.'^
El género y, desde luego, la masculinidad son una forma de relación
social, son una práctica social, se materializan en espacios sociales como
la calle, el trabajo, la escuela, el templo, el parque, el cine, el restaurante, la
casa habitación, entre otros. También se manifiestan en los discursos y
creencias. Adoptan matices, dependiendo de condiciones relaciónales par­
ticulares; esto es, entre pares, con mujeres, con familiares y frente a quien
representa la autoridad. Asumen formas de legitimidad en función de las
variantes como las mencionadas. Esto torna la aprehensión de la masculi­
nidad como huidiza, tal parecería ser otra característica global de la mas­
culinidad, en constante movimiento.
Las variables características de la masculinidad en diferentes contex­
tos socioculturales, hacen difícil, y podría incluso decirse que inútil, ela­
borar una serie de criterios universales sobre la masculinidad. Sin embar­
go, una característica recurrente, si no es que universal, es el rechazo a lo
femenino. Rechazar cualquier sospecha de feminización resulta ser mu­
cho más evidente entre las culturas con menos desarrollo técnico e indus­
trial; no obstante, se encuentra presente, al parecer, en la mayoría de los
contextos socioculturales. El rechazo a lo femenino se expresa de muy
diversas formas, desde la sutileza del chiste y el sarcasmo, hasta el castigo
corporal que se inflige a los varones que manifiestan conductas asociadas
a lo femenino.

Dos perspectivas teóricas sobre la construcción


de la masculinidad

Debido a la diversidad, resulta poco útil buscar una caracterización de lo


masculino; por tanto, es más enriquecedor pensar en el proceso de cons­
trucción de las masculinidades. Ahora me centraré en presentar dos plan­
teamientos teóricos sobre el particular.

Mientras que existen sociedades donde estos momentos son claramente establecidos, por
ejemplo, la separación del hijo del cuidado materno (Gilmore, 1994; Godelier, 1986), en
otras es un proceso menos claro y quizá más confuso, e incluso quizá debatible, cuestio­
nado a través de ciertas prácticas, que parecenan transformar de fondo las relaciones
sociales de género y desde luego la masculinidad.
46 D ebates sobre mascijünidades

Tres formas relaciónales estructuran las masculinidades

Quizá la propuesta más depurada sea la planteada por Connell (1987,


1993, 1994, 1995, 1997, 1998). La masculinidad es un proceso de rela­
ción entre estructuras sociales y las prácticas que tales estructuras posi­
bilitan. Las principales estructuras que dan cuentan de casi cualquier
ordenamiento de los géneros son las productivas, las de poder y las de
cathexias, éstas son dimensiones que se intersectan, se influyen y se mo­
difican constantemente.

1. Las relaciones productivas son estructuras que constriñen a los sujetos a


desempeñar determinados trabajos. La segregación laboral es una de las
bases de estas prácticas sexistas, porque el desarrollo de habilidades y
destrezas son diferenciales según el sexo, motivo por el que los empleadores
encuentran “racional” una asignación discriminatoria con precedentes cla­
ros y precisos. La elección de sujetos para el desarrollo del trabajo está
mediada, entonces, por una estructura que antecede a la elección. Esto
manifiesta que un mismo sistema técnico laboral que puede estar es­
tructurado de diversas formas, se diseña de una manera particular que
responde a una forma socialmente elegida. Es evidente que la división
sexual del trabajo forma parte de un sistema estructurado genéricamen­
te y, como sistema, incluye aspectos como la producción, el consumo y la
distribución. Esta perspectiva del trabajo no se limita a la asignación arbi­
traria en el momento de emplear a un sujeto, tampoco está constreñida a
la visión del trabajo desde la perspectiva marxista, en tanto relaciones de
clase. No, tiene un sentido más amplio, que da cabida, por ejemplo, al
trabajo sexual, al sexoservicio (el turismo sexual es una variante), que obe­
dece a una lógica de relación intergenérica (Piscitelli, 2001).'*
Para Connell (1987) los principios sobre los que se fundamentan
estas relaciones de producción son la demarcación continua entre el tra­
bajo de mujeres y de hombres; la relación de las demarcaciones con el
control y rentabilidad del trabajo; la exclusión de las mujeres de oportuni­
dades profesionales donde acumulen prestigio y control de capitales;’’ la
complicidad de los hombres de distinta clase para mantener las demar­
caciones que limiten la movilidad de las mujeres; las consistentes dife-

El turismo sexual amalgama asimetrías de género, clase y raza, globales (globalizadores


1/s globalizados).
Baste recordar el denominado “techo de cristal” alusivo a los espacios directivos y ejecu­
tivos de primer orden, prácticamente vedados para las mujeres (Burín, 1987).
¿Y ESO DE LA MASCULINIDAD?: APUNTES PARA UNA DISCUSIÓN 47

rencias de ingreso que conllevan a prestaciones diferenciales (guarderías


sólo para madres trabajadoras). Estos principios operan de forma general,
sin negar la existencia de procesos de cambio que atentan contra los mis­
mos principios, los transgreden y, finalmente, construyen alternativas para
el cambio. Esto quiere decir que las demarcaciones no son absolutas e
inamovibles.

2. En cuanto a las relaciones de -poder se plantea la articulación de aspec­


tos macrosociales y microsociales que configuran la masculinidad. Esta
articulación debe situarse en términos de las relaciones de poder entre los
géneros, y de modo particular entre los grupos de hombres. Las relaciones
de poder pretenden afirmar la hegemonía de la masculinidad. Si las rela­
ciones de poder contribuyen a establecer las demarcaciones entre los gé­
neros e intragenéricamente, implican también restricciones de los propios
sujetos que detentan una masculinidad hegemónica, que está caracteriza­
da por una moralidad definida, o sea, un código ético particular. El poder
supone autoridad y legitimidad, entonces se hace necesario identificar los
espacios controlados por hombres que representan estas características y
que refuerzan la idea de dominación, de control masculino y tienen un
carácter estructural.^“ La idea de un poder global en el que las mujeres
están subordinadas a los hombres debe conjugarse con otro poder, el local
y periférico, donde las mujeres tienen otras posibilidades en el ejercicio
del poder, como sería el ámbito doméstico.

3. Las relaciones de cathexias son la dimensión emocional, la dimensión


erótica, sexual, no biológica, estructuradas socialmente. La construcción
del deseo, la objetivación cel deseo en su más extensa expresión, desde
luego, incluye, pero de ninguna manera se limita, al deseo sexual; particu­
larmente el deseo heterosexual y homosexual están normalizados, no hay
un ejercicio discursivo indiscriminado. Sus representaciones y sus prácti­
cas están cruzadas por discursos como el médico y el religioso.^' Las rela­
ciones de cathexias también implican relaciones emocionales, tanto afectivas

Cuando Connell hace esta form ulación, piensa en los países centrales. De ahí que
son muy significativas las instituciones de violencia (militares, prisiones y policía); los
trabajadores de los grandes complejos industriales (petróleo, acero); la burocracia de
los Estados socialistas (el libro lo escribió antes de la caída del M uro de Berlín); y la
clase trabajadora que desarrolla una fuerza física paralela a la maquinaria industrial que
utiliza.
El trabajo de Núñez (1999), para el caso mexicano, se inscribe dentro de la propuesta
de la sexiialidarl como una próclica social.
48 D ebates sobre masculinidades

como hostiles. En las relaciones que podrían catalogarse como más cerca­
nas, tanto en las de pareja como en las relaciones dentro de la familia,
están presentes estas formas ambiguas de relación.
Estas formas estructurales de relación social son, para Connell, las
que van configurando las masculinidades que, desde luego, dan lugar a la
diversidad. Por ejemplo, las relaciones de producción es todavía un aspec­
to debatido por las feministas y por los estudios de género; esto no resulta
extraño, si se piensa que uno de los elementos que caracterizan la identi­
dad masculina, hablando en términos generales, es la figura de “provee­
dor”, derivado de su participación en el trabajo. El proceso que ha vivido la
economía mundial y, en particular, la latinoamericana (con sus efectos en
periodos de auge y de recesión), ha evidenciado la falta de seguridad en el
trabajo, la pérdida del empleo o el subempleo como elementos que contri­
buyen a cuestionar la identidad masculina,^^ especialmente en sectores
populares (Katzman, 1991). Al parecer, las especulaciones sobre las modi­
ficaciones en las identidades masculinas en contextos de desempleo y mar-
ginación muestran que los recursos identitarios no dependen en exclusiva
del hecho de ser proveedor de la familia, si bien esta característica tiene
un peso significativo importante. Por ejemplo, los hombres jóvenes de San­
tiago de Chile recurren a sus redes sociales de apoyo, buscan alternativas
a los empleos fijos y de largo plazo, negocian con la pareja el empleo de
esta última, etcétera (Olavarría et al, 1998).
El cuidado infantil que, incluso se especuló, fuera el fundamento de
la división sexual del trabajo, tiene relación con los estudios de paterni­
dad. Gutmann (1996, 1998) encuentra que la percepción del cuidado in­
fantil por parte de los hombres en la ciudad de México es muy variable. En
hombres de sectores populares puede resultar muy normal, parte de la
vida cotidiana de un hombre; mientras para otros es resultado de una ne­
gociación explícita con la pareja, el denominado “Kramer” para los secto­
res medios. Pero para un sector alto, es impensable, porque de ello no son
responsables ni la madre ni el padre, sino personal de servicio. Esto mues­
tra una gran variedad en la configuración de las identidades masculinas en
relación con el cuidado infantil. Alatorre (1999), en un estudio sobre pa-

22 El papel del proveedor y de ‘jefe de familia” son cuestionados y se advierte la aparición


de nuevos patrones de autoridad, bajo esquemas de aportación y distribución del ingre­
so, distintos de aquel que descansaba en el varón. También se conjuga con cambios en
el nivel de escolaridad de la descendencia, el abandono tardío o temprano del hogar por
parte de los hijos y las hijas. El empleo femenino obliga a nuevos arreglos entre la pareja
y con la familia en general. También se devela la jefatura de familia compartida y la
femenina como opciones distintas a la tradicional (González Rocha, 1999).
;Y ESO DE LA M A S n illN in A D ? : APUNTES PARA DNA DISCUSIÓN 49

ternidades en sectores populares y altos en la ciudad de México, más que


identificar un patrón homogéneo en el ejercicio de la paternidad, encuen­
tra procesos particulares de paternaje que se definen no sólo por el hecho
de pasar tiempo con sus hijos/as, sino que también incluye aspectos como
el ejercicio de la autoridad, el apoyo en las actividades escolares y el com­
partir el tiempo libre, con variaciones importantes en el ciclo de vida.
Entre los aspectos que resultan coincidentes, tanto para Scott como
para Connell, están las relaciones de poder, profundamente entrelazadas
con las relaciones de género. Quizá la diferencia entre ambas visiones
radica en la importancia que asigna Connell a las relaciones intragénero.
En este sentido, la formulación de una caracterización de la denominada
“masculinidad hegemónica” enfatiza, desde su definición, la existencia de
una otredad masculina que no cumple con un patrón exigido del “ser hom­
bre” en un contexto sociocultural determinado. Las relaciones de poder,
en tal sentido, no sólo implican ver hacia el otro género, sino también
hacia las relaciones intragenéricas que establecen pautas de relación dife­
rencial. La exigencia de la comprobación permanente de la heterosexua-
lidad sería uno de los ejemplos más claros. Además, otro elemento que
salta a la vista es el rechazo a la homosexualidad, vinculado a las relaciones
de cathexias. El rechazo a las posibilidades de un acercamiento a lo feme­
nino implica también la restricción emocional, en ello va el hecho de que
las relaciones de poder marcan también prácticas que controlan no
sólo los sentimientos, sino la sensualidad, el cuerpo. El cuerpo masculino
está bajo un régimen normativo que impone restricciones. Esto coincide
con lo que ha formulado Kaufman, quien señala que el precio de “la adqui­
sición de la masculinidad hegemónica (y la mayor parte de las subordina­
das) es un proceso a través del cual los hombres llegan a suprimir toda una
gama de emociones, necesidades y posibilidades, tales como el placer de
cuidar de otros, la receptividad, la empatia y la compasión, experimenta­
das como inconsistentes con el poder masculino” (Kaufman, 1997: 70).
La idea de poder como un ejercicio impositivo, que es el generalmen­
te empleado en la teoría social,^'* contrasta con la idea de Scott que, aun­
que no la explicita, deja entrever que las relaciones de poder basadas en
los significados atribuidos a las distintas prácticas sociales puestas en jue­
go en la relación entre hombres y mujeres, tienen una bidireccionalidad y,
por tanto, adquieren, para el caso de las mujeres, una connotación positi­
va, lo que se ha denominado como “empoderamiento”. De una forma mu­
cho más clara, y en términos desde luego propositivos, Kaufman retoma a

Un;i revisión de íilgiinas posiciones se encuentran en M inello (1986).


50 D ebaTFS SOBRF MASOH INIDADF5

MacPherson, quien entiende el poder humano “en función del potencial


para usar y desarrollar nuestras capacidades humanas. Este punto de vista
se basa en la idea de que somos hacedores y creadores, capaces de utili­
zar el entendimiento racional, el juicio moral, la creatividad y las rela­
ciones emocionales” (Kaufman, 1997: 67). Pero también tiene una cara
negativa, entendida como imposición, como control sobre otros y sobre
sí mismo “sobre nuestras indómitas emociones”. Esta última caracteriza­
ción es la que generalmente se reconoce como ejercicio de poder. Ello
abre una serie de posibilidades no consideradas en los estudios de género
y de la masculinidad. Sin lugar a dudas, es una propuesta debatible y,
en tal sentido, se requiere debatir sobre la misma como una posibilidad
teórica que le otorgue una faceta positiva a las relaciones de poder antes
anotadas.

La masculinidad como dominación

Otra de las propuestas para entender el proceso de construcción de la


masculinidad es la denominada “dominación masculina”, concepto uti­
lizado, entre otros, por Bourdieu (1990, 2000). Hay que recordar que
Bourdieu emplea el concepto de dominación como parte de sus plantea­
mientos teóricos, como son el habitus y el campo}'* La dominación, enton­
ces, es un proceso que contribuye a la reproducción social (Bourdieu y
Passeron, 1996). Recurre a esta idea para explicarse la relación entre los
géneros y, desde luego, la subordinación de las mujeres a los hombres.
Pero veamos de forma particular qué entiende Bourdieu por dominación
masculina:

En el caso de los que han sido designados para ocupar las posiciones domi­
nantes, también es indispensable la mediación de los habitus, que disponen
al heredero a aceptar su herencia (de hombre, hijo mayor o noble), es decir,
su destino social. Contrariamente a la ilusión del sentido común, las disposi­
ciones que llevan a reivindicar o a ejercer tal o cual forma de dominio, como
la libido dominandi masculina en una sociedad falocéntrica, no son algo que
se da por sentado, sino que deben ser construidas mediante un arduo trabajo

El concepto de dominación fue discutido ampliamente por Weber ( 1992) como una
forma acotada de la categoría “poder”. La dominación opera con racionalidades; de acuer­
do con Weber, un tipo de dominación se estructura de acuerdo con fines y otra con
arreglo a valores. Estas no son excluyentes, y sería algo muy extraordinario que presen­
taran una expresión pura. El elemento valorativo, que es en sí mismo subjetivo, es reco­
nocido por Weber, pero no desarrollado. En cambio, Bourdieu toma el elemento subje­
tivo como uno de los elementos centrales para entender la dominación.
¿Y ESO DE lA MA5CULINIDAD?: APUNTES PARA U’NA DISCUSIÓN 51

de socialización, tan in d isp en sa b le co m o el q u e d isp o n e a la su m isión (Bour­


d ieu , 1990; 33).

¿Cuáles serían los elementos que Bourdieu menciona y que desde mi


punto de vista son relevantes para comprender el proceso de construcción
de la dominación masculina y, por tanto, de la masculinidad?^’ Entre los
más destacables están, primero, que hay distintas formas, tipos o variantes
de dominación, siendo una de éstas la masculina.^'’ Segundo, la domina­
ción es un proceso que permitirá a un sujeto, en un momento dado, adqui­
rir una posición dominante. Tercero, la dominación es producto de un
trabajo complejo: implica una inversión, costos, para aquel que quiere o
debe, como mandato social, ocupar dicha posición.
La etnografía elaborada por Godelier sobre la sociedad baruya mues­
tra el proceso por medio del cual los hombres lograron y mantienen la
dominación sobre las mujeres. Algunos de los elementos de la dominación
se aluden al mencionar que “una permanente subordinación también im­
plica la existencia de un determinado consentimiento por parte de los do­
minados y la existencia de dispositivos sociales y psicológicos para crear
este consentimiento” (Godelier, 1986: 45). Esta afirmación permite aña­
dir otros elementos diferentes a los anotados previamente, cuando se ha­
cía referencia a la idea bourdieuseana de la dominación masculina. Guar­
ió, el consentimiento del dominado: no es posible mantener la dominación
más que con la colaboración de quien se encuentra sujeto a la domina­
ción. Bourdieu menciona, además, que la aceptación o, también podría
decirse, colaboración para ser dominado, puede ser consciente o incons­
ciente; esto es, que se encuentra inscrito en el habitus de los sujetos. Es
un condicionamiento mental que se ve alimentado por las disposiciones
sociales, las cuales confirman, en forma discursiva y por medio de las prác­
ticas, la superioridad de los varones y la sujeción de las mujeres. Los
hombres tendrán a su disposición espacios para competir entre sí, mostrar
sus habilidades y destrezas en todos los campos (económico, político, cien­
tífico, familiar, sexual y demás), de donde están excluidas las mujeres o
donde tienen espacios acotados para participar. Esto conlleva la edifica­
ción de sistemas simbólicos, sistemas de prestigio que afirman las asime­
trías entre los géneros, los cuales vendrían a conformar el quinto y sexto
elementos.

Cuando Bourdieu discute la “dominación masculina”, llama la atención que en ningún


momento invita a debatir a quienes han hecho la discusión sobre la “masculinidad”
desde los años ochenta.
Otras son las de clase, raza, etnia, edad.
52 D lBA!1.S SOBKf M A SCU LIN lD A D rS

Mujer(es), feminismo(s), género(s), mascuHnidad(es):


continuidad(es)

Perspectivas múltiples, divergencias y similitudes, nuevas propuestas y


necesidades de redefinición teórica, podrían ser algunas definiciones de
este ámbito teórico inacabado que ha sido impulsado y fortalecido desde la
perspectiva de las mujeres, los feminismos, las aportaciones teóricas sobre
los géneros y sobre las masculinidades. Enfatizo el uso del plural por su
multiplicidad, la cual requiere ser reconocida para acercarse a algún pro­
blema de carácter empírico que involucre este debate, tal es el caso de la
VDMCP. Con ello quiero reiterar que la discusión sobre masculinidad sólo
es posible si se consideran los aportes previos del feminismo en los cuales
se finca la discusión del género.
Una vez realizado este recorrido, todavía primario sobre el tema, iden­
tifico algunos aspectos que podría ser útil considerar en el momento de
entender el problema de la VDMCP:

1. La masculinidad es, ante todo, un proceso de búsqueda permanente y


reafirmación constante de asimetrías y alternativas de cambio en las
relaciones entre los géneros e intragenéricamente. Promover y mante­
ner las asimetrías, o romperlas requiere de un trabajo continuo que está
estructurado socialmente.
2. La participación de los sujetos en relaciones asimétricas se da de forma
consciente o inconsciente. Más que pensarlos como mundos excluyen-
tes, existe una participación mixta; esto es, habrá aspectos reconocidos
y que se practican para reafirmar tales asimetrías, mientras que otros se
ejercen sin reconocimiento alguno, aparecen como naturales, se ac­
túan de forma inconsciente.
3. Es ante todo una relación de poder. No es un sistema de complementa-
riedad y distribución de papeles para los hombres y las mujeres que
requiera un ordenamiento, en lugar de ello es un enfrentamiento de
visiones del mundo y un espacio de prácticas sociales.
4. Es la construcción de un universo simbólico en constante cambio. Los
significados que se construyen sobre el significante, se modifican a lo
largo del tiempo. El universo de significantes implica al mundo mate-

27 Desde luego que otras perspectivas se contraponen a este planteamiento, por ejemplo,
la perspectiva mitopoética de la masculinidad, se sustenta en otras premisas teóricas,
recurren a los arquetipos jungeanos que definirían desde un lugar del inconsciente co­
lectivo lo que se considera masculino como un carácter universal. En tal sentido, puede
consultarse a Moore y (ullettc (199.?) y Thompson (1993).
¿Y ESO o : LA MASCUIINIDAD?: APUNTES PARA UNA DISCUSIÓN 53

nal y a las relaciones sociales. Me refiero al cuerpo como instancia pri­


maria de significación. Cuando cito al cuerpo, no lo limito a la estructu­
ra física, biológica, sino a lo que representa y a lo que es posible hacer
con él. Además, no es únicamente el cuerpo en tanto carne, sino a las
implicaciones psíquicas que son un nodo utilizado por el sujeto a través
del cual mantiene una relación creativa con su contexto sociocultural.
5. Tal significante, el cuerpo, va modelándose para dar respuesta a distin­
tas exigencias que impone la sociedad en el transcurso del ciclo vital del
sujeto. Este es un corte temporal, la vida del sujeto, su ciclo vital. Pero
también tal universo simbólico va modelándose en función del tiempo
histórico, el cual tiene una connotación secular. Entonces, las relaciones
entre los géneros e intragenéricamente están traspasadas por la inter­
sección del tiempo vital y del tiempo secular. Es así que la temporalidad
es importante para comprender los procesos de simbolización y cambio
de la masculinidad y de los géneros.
6. Si la masculinidad es un proceso relacional que implica la significación
del cuerpo traspasado temporalmente, el contexto sociocultural es el
espacio en que tiene efecto tal dinámica. Dicho espacio no es único,
sino múltiple. En este sentido, reconocer el proceso de construcción de
la masculinidad es adentrarse en diversos campos de relación social
que intrínsecamente ordenan su relación teniendo una connotación de
género. Desde luego, la masculinidad incide en el sujeto transformán­
dolo y, a su vez, el sujeto posee elementos que eventualmente tienen la
posibilidad de transformar la estructura social. Entonces la masculini­
dad no puede entenderse sino como una relación indisoluble sujeto-
estructura, dentro de una dinámica dialéctica de la cual no es posible desli­
garse. La masculinidad es, entonces, una red de relaciones complejas
de interconexión múltiple y nunca una relación lineal de dependencia
entre la estructura social y el objeto sexuado.

¿Y ENTONCES?

Estas notas son apenas un atisbo al intrincado mundo de los géneros y


particularmente de la masculinidad. Son apenas unas ideas sobre temas
destacados por el feminismo; son algunas implicaciones de la categoría de
género y su utilidad para comprender la masculinidad. También se señala­
ron ciertos matices de las propuestas teóricas sobre la masculinidad. Se
han observado algunas inconsistencias que requieren de un debate am­
plio. Más que procurar consensos, parecería pertinente mostrar sus for­
talezas y limitaciones. Ello reclama un decidido trabajo empírico que
54 DCBATtS SOBRI MASCUÜNIOADES

revise temáticas diversas, que permita poner a prueba los planteamien­


tos teóricos y favorezca el enriquecimiento teórico sobre el género y la
masculinidad.

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TR A N S FO R M A R LAS M A S C U LIN ID A D E S

Victor Seidler

N o m b r a r

¿Pueden cambiar los hombres? ¿Por qué les ha costado tanto tiempo res­
ponder a los cuestionamientos que el feminismo ha planteado respecto de
relaciones más equitativas y amorosas? El feminismo tradicionalmente exi­
gió igualdad de derechos, igualdad de oportunidades al competir por ca­
rreras, empleos y profesiones; además de igualdad de representación en la
esfera política, de la cual las mujeres se encontraban excluidas. No se
trataba de cuestionar los términos masculinistas de la esfera pública que
se presentaron dentro de la modernidad, definida como el reino de la ra­
zón y que sólo la misma masculinidad dominante podía dar por sentado.
Las mujeres se encontraron en una posición en la que siempre debían
probar que eran racionales, pues se consideraba que su destino estaba
cerca de lo natural y se encontraban mucho más influenciadas por sus
emociones, sentimientos y deseos. El feminismo liberal afirmó que las
mujeres poseían la misma racionalidad que los hombres y, por lo tanto,
debía permitírseles competir en las mismas condiciones.
Sin embargo, con el feminismo de los años sesenta, en el mundo de
habla inglesa se dio una aseveración central, según la cual “lo personal era
político”; con ello se quería decir que el poder debía reconocerse dentro de
la esfera personal de las relaciones íntimas, pero también dentro de la
esfera pública de la política. Ya no se podía pensar que la esfera pública era
el espacio de la razón y el poder, mientras que la esfera privada era un
espacio exclusivo para el amor, las emociones y la intimidad. Con ello
resultó que si las mujeres iban a tener la libertad de competir para obtener
empleos y seguir sus profesiones, entonces los hombres debían reconside­
rar los términos masculinistas que se daban por sentado y que incluían
hasta las formas mismas, según las cuales se organizaban tradicionalmen­
te los lugares de trabajo. Las mujeres querían la posibilidad de competir
bajo sus propios términos y no verse obligadas a negar las responsabilida­
des relacionadas con el cuidado infantil y el trabajo doméstico, responsa­
bilidades que seguían siendo suyas.

|'.7I
58 DtBAlLS SUBKt MASCULINlUAÜtS

Así, el apoyo masculino al feminismo no podía limitarse únicamente a


apoyar a las mujeres en sus demandas de igualdad, sino que debía incluir
que los hombres aprendieran a nombrar su propia experiencia como mas­
culina. Se trataba de algo que ellos tenían que aprender a hacer por sí
mismos, cosa nada fácil en una cultura en general homofóbica y en la cual
las identidades masculinas se definían en gran medida en términos nega­
tivos —esto es, en “no” ser “tiernos”, “emocionales” ni “dependientes”, lo
que en otras palabras quería decir que “no eran mujeres”. Así, para los
hombres resultaba diftcil apoyarse entre sí en grupos de autoconciencia ya
que, a menudo, cuando niños se les enseñaba a necesitar ser “indepen­
dientes”y “autosuficientes”— no podían mostrar ninguna “debilidad” frente
a otros hombres por temor a que el hecho fuera utilizado en su contra
dentro de las relaciones competitivas de la masculinidad. Muchas veces,
los hombres sólo pueden sentirse bien consigo mismos cuando saben que
les “va mejor” que a los demás.
Estos patrones comienzan muy temprano y es importante reflexio­
nar sobre las formas en que los niños aprenden sus masculinidades en la
escuela y en sus familias. A menudo sienten que deben sobrevivir por
sí mismos y que, por ejemplo, si su padre y madre se están separando o si
alguno/a de ellos murió, no pueden hablar con otras personas ni buscar
ningún apoyo. Normalmente sienten vergüenza y aprenden a pretender
que todo está bien. Aprenden a manejar su torbellino y confusión emocio­
nales internos por sí mismos o puede ser que los “exterioricen” intimidando
a otros niños o niñas para afirmar así su identidad masculina amenazada.
Recientemente se ha prestado gran atención a las culturas de intimida­
ción en las escuelas, como parte de la discusión sobre el “bajo aprovecha­
miento de los niños”, que se relaciona con el que las niñas realicen sus
labores escolares mucho mejor que ellos. Posiblemente esto se deba al
tipo de estimulación y apoyo que ellas reciben y que se relaciona con su
sentido de autoestima como jóvenes mujeres.
De alguna forma, es preciso reflexionar sobre el tipo de apoyo que
necesitan los niños en su transición a la vida adulta y a las incertidumbres
relacionadas con lo que significa ser un hombre en el mundo contemporá­
neo. En parte se trata de un elemento cultural que se relaciona con el
diálogo continuo entre las generaciones. Sin embargo, junto a la desapari­
ción de tantas industrias tradicionales, los padres no pueden ya heredar
una profesión a sus hijos. Al acabarse las relaciones de aprendizaje de
oficio, el contexto en el cual pudiera darse un diálogo entre hombres jóve­
nes y viejos con transferencia de habilidades va también desapareciendo;
la consecuencia es que los jóvenes de clase obrera se vuelven más depen­
dientes de los sistemas de educación formales, de los cuales sus padres y
T ransporm ak las m a s c u lin id a d l s 59

madres se encuentran apartados/as. Entonces, los jóvenes se sienten aún


más aislados e incapaces de acercarse a los demás.
Conforme va desapareciendo el trabajo tradicional, a los padres les
cuesta cada vez más mantener su identidad masculina como proveedores;
el resultado es cierta depresión que se “hereda” inconscientemente a la
siguiente generación. Los niños pueden sentirse inseguros respecto de su
identidad como hombres jóvenes. Así que a veces se sitúan como antago­
nistas frente al feminismo, el cual insiste en que los hombres sólo pueden
definirse a sí mismos como figuras de poder que son, de alguna forma,
responsables de la subordinación y opresión de las mujeres. Como ésta no
es la forma según la cual los hombres jóvenes se entienden a sí mismos,
con frecuencia se sienten incómodos y confundidos.

PO D ER

Al verse rodeados de mujeres jóvenes que tienen más confianza en sí


mismas y parecen saber mejor cuál es la dirección de sus vidas, los hom­
bres jóvenes pueden encerrarse en un hosco silencio. Muchas veces, la
primera teoría feminista insistía en identificar a la masculinidad exclusiva­
mente como una relación de poder, como si no fuera posible “volver a
descubrirla”, frase que he utilizado desde hace mucho tiempo porque el
objetivo era deconstruir la masculinidad. Daba la impresión de que no
había formas según las cuales los hombres pudieran cambiar, ni ninguna
manera de redimir la masculinidad; más bien parecía que debíamos acep­
tar que la masculinidad era el problema y que no era parte de la solución.
Se trata de una debilidad que todavía se presenta en ciertas formas de la
política antisexista masculina, que asume que los hombres pueden nom­
brar su experiencia si reconocen el poder que tienen en la subordinación de
las mujeres.
Esta forma de la política masculina, impulsada por el compromiso
que tiene con la terrible violencia que los hombres comúnmente ejercen
sobre las mujeres, sabe con claridad a lo que se enfrenta. Insiste en que
los hombres se responsabilicen de lo que durante tanto tiempo se ha nega­
do. Sin embargo, el foco de la aproximación se queda en el sufrimiento
femenino y dice muy poco sobre la experiencia masculina. Como ya lo
indiqué en Man Enough,’ debemos ocuparnos de los abusos del poder
masculino y la violencia que se ejerce sobre las mujeres. Debemos romper

^ Victor Soidicr, M an linougi: lím hodiyinf’ M asculinities, Londres, Sage, 1997.


60 D cBATCS SOBRC MASCU'LINIDADCS

con la confabulación de la violencia doméstica y el abuso sexual en los


lugares de trabajo. El problema es que muchas veces, al trivializar estas
experiencias, nos convertimos en aliados sin quererlo. Otra posibilidad es
que supongamos que se trata de cuestiones privadas de quienes están in-
volucrados/as. Al haber trabajado en México, conozco cómo aquello que
se presenta como “buen comportamiento” público, en realidad esconde la
violencia que se expresa dentro de las casas. Muchas veces, las mujeres
están tan asustadas que no pueden hablar del asunto; la otra opción es que
se culpen a sí mismas.
Debemos ser capaces de reconocer tanto el poder social que los hom­
bres siguen ejerciendo en la sociedad patriarcal, misma que se estructura
en gran medida de acuerdo con la imagen que ellos mismos tienen, como
los sentimientos de confusión e impotencia que cada hombre puede expe­
rimentar. Se trata de aspectos de una realidad social compleja. Debemos
volver a pensar las relaciones que se dan entre el poder y la vida emocio­
nal, además de las diferentes esferas en las cuales el poder se ejerce. Así
surgen cuestiones de diferencias dependientes del género y formas según
las cuales, por ejemplo, las mujeres ejercen el poder en áreas específicas
de la vida, mientras que los hombres lo hacen en otras. Suele ocurrir que
las mujeres se quejan de que sus compañeros hombres se comportan como
niños en el hogar, al no estar seguros de sus emociones.
El padre ha sido tradicionalmente la fuente de autoridad divina en la
familia. Su palabra fue durante mucho tiempo ley y se suponía que debía
ser obedecido. Frecuentemente los padres creían que comprometerían su
autoridad si se involucraran emocionalmente con sus hijos o hijas. Supo­
nían que debían legislar “lo mejor” para ellos y ellas, sin tener realmente
que comunicarse con ellos o ellas. Su deber era castigar a quien lo desobe­
decía. El resultado era que el padre patriarcal se mantenía distante de la
familia, organizada alrededor de las madres y los hijos/as. Si el padre se
sentía solo y excluido, podía buscar la compañía de otros hombres en el
trabajo o involucrarse en relaciones que, al mantenerse en secreto, le pro­
porcionaban la intensidad que su vida no tenía. Es común que los hijos no
puedan identificar el contacto que les faltó en las relaciones con sus pa­
dres, aunque ahora ya reconocen que quieren mayor contacto emocional
con sus propios hijos/as.
A menudo, en Gran Bretaña, lo que verdaderamente resultó ser trans­
formador fue la presencia cada vez mayor de los padres durante el embara­
zo de sus compañeras y, después, en el nacimiento de los/as hijos/as. Los
jóvenes padres querían involucrarse más y se sentían incómodos cuando
se les obligaba a regresar a trabajar después de limitadas licencias de pa­
ternidad. Esto resultó devastador para las mujeres, quienes se quedaron
T ransformar i as MAsaii.iNinAors 61

literalmente “con el/la bebé en brazos” cuando siempre habían vivido rela­
ciones de género más equitativas, según las cuales ambas partes trabajaban
y eran responsables del cuidado del espacio doméstico. De alguna forma,
la igualdad estructurada con base en el género, que parecía funcionar muy
bien cuando ambos trabajaban, no podía incluir a los hijos/as. Muchas ve­
ces la solución era contratar a mujeres más pobres que cuidaran a los/as
hijos/as y, así, pasar a alguien más la carga de trabajo; en general, las ma­
dres no se sintieron bien con esta solución. Los primeros meses se con­
vierten así en periodos de sobrevivencia durante los cuales las parejas no
pueden enfrentarse a los nuevos problemas que surgen; dieciséis meses
después, cuando las cosas relacionadas con el cuidado del/la bebé son
más fáciles, el resultado es el divorcio.
Al intensificarse el trabajo, es difícil que los padres y las madres ten­
gan el tiempo que sus hijos/as quisieran para estar con ellos/as. Algunas
veces, las mujeres se sienten tan aliviadas como los hombres cuando se
van a trabajar y pueden escapar de las infinitas exigencias y el caos emo­
cional de la vida íntima. Podemos decir que en el mundo de habla inglesa
la presión sobre las mujeres para ajustarse a una identidad de género
neutral es considerable; en realidad, lo que esto significa es ajustarse a
los términos masculinistas. Una vez que se les había aceptado en el lugar
de trabajo, se esperaba que “aguantaran la presión como los demás”. In­
vestigaciones recientes muestran cómo algunas mujeres que trabajan se
sienten agraviadas frente a mujeres con hijos/as, ya que piensan que “aban­
donaron” la nave y exigieron demandas especiales que no debían haber
pedido.

L a / s d if e r e n c ia / s

Al reflexionar sobre la experiencia de los hombres, podemos apreciar las


tensiones que ellos sienten entre su vida íntima y su trabajo. No sólo se
trata de tener “tiempo cualitativo” con sus hijos/as durante el fin de sema­
na. También se trata de escuchar lo que los niños/as quieren y necesitan y
de revisar la igualdad de género para que sean incluidos. Además, es nece­
sario reconocer lo importante que es, tanto para los hombres como para
los niños y las niñas, que los padres se involucren día con día con sus hijos
e hijas. Para esto debemos aceptar que necesitamos volver a pensar la
naturaleza del trabajo posindustrial y el equilibrio, tanto en el caso de los
hombres como en el de las mujeres, entre el tiempo de trabajo y el de la
vida íntima. En parte, esto supone que los hombres reconozcan el “trabajo
emocional” necesario para sostener una relación sexual duradera.
62 D cBATCS SOBRf MASruilNIDADFS

Normalmente, los hombres aprenden a pensar que sus relaciones son


sólo un contexto que se da por sentado. Aun cuando suelen decir que
“trabajan para sus familias’’, las identidades masculinas siguen organizán­
dose alrededor del trabajo, por lo que los hombres pocas veces saben el
tiempo, la atención y el esfuerzo que se necesitan para mantener una rela­
ción a largo plazo. Es común suponer que se trata de una labor que las
mujeres deben realizar en las relaciones heterosexuales; se trata de un
trabajo invisible que las mujeres cada vez se encuentran menos dispuestas
a realizar, ya que ahora esperan emocionalmente más de una relación que
lo que las generaciones anteriores esperaban. Es muy importante no gene­
ralizar y considerar que estas cuestiones son propias de contextos cultura­
les e históricos específicos. Las viejas leyes vascas permitieron que las
mujeres heredaran las tierras y que, por lo tanto, sostuvieran fuentes de
poder femenino dentro de la comunidad. Una vez más, es necesario que
aprendamos de la experiencia de los/as demás y reflexionemos sobre este
tipo de cuestiones en contextos culturales específicos.
Cuando nos referimos al poder y la diferencia, no sólo pensamos en
las relaciones que se dan entre hombres y mujeres, sino que también de­
bemos incluir sexualidades diferentes y relaciones complejas que separan
a diversas masculinidades. No podemos olvidarnos de las cuestiones de
clase, cultura, “raza” y etnias, y las formas en las cuales dichas cuestiones
generan relaciones de poder y acreditación entre diferentes masculinidades.
En una reciente discusión entre un grupo de hombres quedó claro que
algunos de los que provenían de clases obreras no podían imaginarse a sí
mismos asistiendo a la universidad. No se trataba de una posibilidad in­
cluida en el mundo social que habitaban, que en cambio sí consideraba
cuál oficio seguirían.
De la misma manera en que hemos aprendido a pensar las diferencias
entre las mujeres, también hemos aprendido a pensar las diferentes mas­
culinidades. Así como las mujeres descubrieron la libertad para explorar lo
que quieren y necesitan para ellas mismas, sin importar los juicios y eva­
luaciones de la masculinidad dominante, así también los hombres necesi­
tan darse el tiempo y el espacio para explorar las formas heredadas de la
masculinidad. Se trata de que los hombres aprendan a nombrar las mas­
culinidades específicas que, al crecer, siempre dieron por sentadas. Esto
pudiera ser difícil en un periodo de incertidumbre en el cual se han fractu­
rado los modelos tradicionales de masculinidad, organizados alrededor de
las nociones según las cuales los hombres son los “proveedores ”. A menu­
do, los hombres piensan que deben “tener el control” de su propia expe­
riencia y que si admitieran cierta inseguridad sus identidades masculinas
se verían amenazadas. Aprenden a esconder sus ansiedades y miedos, mien-
T ransformar las M Asrui inioaofs 63

tras proyectan cierta imagen pública de sí mismos. En algunos casos, cuando


temen que si muestran lo que sienten ante otros serán rechazados, desa­
rrollan cierta angustia interna. El enojo puede volverse contra uno mismo,
lo cual se refleja en el alto porcentaje de suicidios de hombres jóvenes que
se registra casi como un fenómeno mundial. Pudiera parecer mejor suici­
darse que mostrar ante los y las demás que se está desesperado.

L a s t e c n o l o g ía s

Las personas jóvenes sienten que, debido a la globalización y las nuevas


tecnologías, viven en un mundo muy diferente que las generaciones ante­
riores no pueden comprender; así, el espacio entre las generaciones se
amplía. Con la nueva tecnología de las telecomunicaciones y de software,
el tiempo parece comprimirse porque las personas jóvenes se encuentran
sobreestimuladas y ansiosas por estar “en contacto” con toda una red de
conexiones que siempre está en movimiento. Vivimos en una cultura que
se mide en milésimas de segundo y que redefine las relaciones entre las
culturas urbanas y rurales: el concepto de lugar no tiene ya el mismo peso
que antes. En una sociedad de 24 horas por siete días, que no se detiene
nunca y en la cual hemos creado herramientas para aprovechar al máximo
el tiempo y el trabajo, es fácil sentir que tenemos menos tiempo para noso-
tros/as mismos/as y nuestras relaciones que el que tuvieron los demás se­
res humanos a lo largo de la historia. El correo electrónico puede ser muy
conveniente, hasta que nos encontramos contestando frenéticamente una
cadena de correos interminable. El teléfono celular nos ahorra tiempo,
excepto cuando dé repente nos encontramos potencialmente al alcance
de cualquiera que exija nuestra atención. Apagamos la computadora y des­
conectamos el teléfono para tener un espacio propio; el resultado es que
nos preocupamos por todo lo que nos estamos perdiendo.
Las nuevas tecnologías han puesto a circular masculinidades globales
que exhiben imágenes con las cuales los jóvenes aprenden a identificarse.
Adoptan cierta imagen pero, al mismo tiempo, puede serles difícil expre­
sar lo que les ocurre, ya que con ello comprometerían la imagen que han
deeidido seguir. No deberíamos sorprendernos de que las enfermedades
relacionadas con el estrés aumenten de manera drástica en todo el mundo
por la sobrecarga y caducidad de la información resultantes del hecho de
que las personas sienten que pueden enfrentarse al ritmo, flujo y densidad
de las actividades humanas. En Gran Bretaña, tres de cada diez emplea­
dos presentan problemas mentales cada año, resultado de comportamien­
tos relacionados con el estrés. Como Jeremy Rifkin, autor de The Age of
64 DtBATCS SOBRr MASninNIDAOFS

Access,^ escribió: “si un niño o una niña crece rodeado/a de juegos de video
y computadoras y se acostumbra a que se le premie instantáneamente,
¿deberíamos sorprendemos de que su capacidad de concentración sea poca?
Si aceleramos el ritmo, el resultado será que aumentaremos la impacien­
cia de una generación" {The Guardian, 26 de mayo de 2001, p. 22). Rifkin
se pregunta si este tipo de cultura hiperacelerada no nos está volviendo a
todos/as menos pacientes y si estos nuevos patrones de estrés, relaciona­
dos con la “furia en el camino” o la “violencia doméstica”, no muestran la
forma en la cual más personas viven su tensión como explosiones de
violencia.
Rifkin plantea una cuestión muy significativa cuando dice que “si esta
revolución de la nueva tecnología únicamente se relaciona con la veloci­
dad y la hipereficiencia, entonces podríamos estar perdiendo algo mucho
más valioso que el tiempo; nuestro sentido de lo que significa ser alguien
que se preocupa por los demás” (p. 22). Esto se da tanto en el caso de los
hombres como en el de las mujeres, y de diferentes formas, al ayudar a
plantearnos las maneras en las cuales nos culpamos de no ser capaces de
“mantenernos al nivel” de los nuevos patrones; por ejemplo, cuando inten­
tamos reducir la cantidad de sueño que necesitamos. Sin embargo, en
lugar de juzgarnos según estos nuevos estándares, debemos reconocer que
lo único importante no es la manera en que integramos nuestras vidas a la
revolución de las nuevas tecnologías, ni cómo nos ajustamos a la globaliza-
ción que los políticos normalmente califican como inevitable cuando re­
chazan cuestionar los intereses del poder corporativo en una economía
globalizada. Necesitamos planteamos preguntas más profundas sobre cómo
creamos una visión social que utilice las tecnologías sin permitir que éstas
se apoderen de nuestras vidas.
A menudo, sólo cuando los hombres enferman se detienen a pensar
sobre cuestiones tan importantes como éstas. Normalmente se enojarán
con el cuerpo que los ha defraudado al enfermarse. Muchas veces, las
presiones relacionadas con el intento de sostener las masculinidades tra­
dicionales son responsables de que los hombres enfermen, ya que para
ellos es difícil escuchar a sus propios cuerpos, considerados por la moder­
nidad como máquinas que se pueden utilizar. Para muchos hombres es
difícil encontrar apoyo cuando están enfermos, por ejemplo, de cáncer de
próstata. Prefieren no hablar del asunto y esperan que si el cáncer surgió
de la nada, entonces también desaparezca fácilmente. Se niegan a reflexio-

2Jeremy Rifkin, The Age o f Access: The N ew o f Hypercapitalism, Where A ll o f Life isaP aid
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T ransfo rm ar las m a s o u l in iu a u l s 65

nar sobre el papel que tuvieron en su enfermedad la tensión y el estrés


resultantes de intentar mantener todo en orden. Esperan que la medici­
na reponga su condición y les permita regresar tanto a trabajar como a
una “vida normal”. Se niegan a escuchar la incertidumbre médica relacio­
nada con el tratamiento adecuado. El resultado es que normalmente no se
presta la atención debida a la salud masculina. En su lugar, ellos piensan
que se les debe juzgar según estándares externos y sienten que fracasan si
no pueden ajustarse a los mismos. Contarle al profesional de la salud so­
bre sus miedos se vuelve algo muy complicado, aun cuando hacerlo los
ayudaría; si lo hicieran, sentirían que son “débiles” y no “lo suficientemen­
te hombres”.
Diferentes generaciones de hombres aprendieron a quedarse calladas
cuando regresaron de la guerra o de algún otro conflicto. Pocas veces con­
taron a sus parejas o hijos/as lo que habían vivido, el miedo y el terror de
una guerra. Intentaban proteger a la siguiente generación, pero, en el pro­
ceso, no recibieron el apoyo que les hacía falta. El dolor de la guerra civil
sigue sintiéndose y necesitamos compartir esta memoria histórica; así, los
nietos y nietas sabrán lo que sus abuelos y abuelas vivieron. Este trabajo
de memoria ayudará a que la nueva generación explore su propio terreno y
les dará un nuevo sentido sobre lo que es verdaderamente importante en la
vida. Necesitamos revisar el valor y la determinación asociados a estas ex­
periencias del pasado y abrirnos al diálogo entre padres e hijos, diálogo que
en muchas ocasiones está bloqueado. Sin embargo, normalmente son los
hijos e hijas quienes cargan con los conflictos sin resolver de sus padres y
madres, de ahí que sea fundamental que los hombres y las mujeres apren­
dan a hablar entre sí, salvando las diferencias de poder y vulnerabilidad.
Cuando los hombres aprendan a mostrar más de su propia vulnerabi­
lidad, aprenderán a reconocer que ésta no es un signo de debilidad, sino
fuente de valor. Cuando los hombres jóvenes aprendan a ser más cariño­
sos e íntimos con quienes se relacionan, sin importar el sexo, aprenderán
qué es importante en la vida. Aprenderán a valorar el amor al luchar por
conseguir mayor justicia en las relaciones dependientes del género, en
una sociedad más democrática y equitativa.
EL T IE M P O EN M A S C U L IN O

Daniel Cazés Menache*

Una v is ió n in t r o d u c t o r ia (c o n e s t a d ís t ic a s ) '

A partir del informe de 1995, el Programa de Naciones Unidas para el


Desarrollo (PNUD)^ permitió afirmar con certeza que, conforme a los indi­
cadores oficiales y la metodología elaborada por el grupo que encabezó
Mahbub ul Haq, “no hay actualmente ninguna sociedad donde las muje­
res dispongan de las mismas oportunidades que los hombres”.'
Un par de años antes, en una comunidad rural centroamericana se
llevó a cabo un taller destinado a identificar la percepción de sus integran­
tes, hombres y mujeres, acerca del tiempo dedicado al conjunto de tareas
necesarias para el sustento doméstico.'' Un centenar de parejas elaboró
una amplia lista de actividades masculinas y femeninas y, de común acuer­
do, asignó a cada una las horas o medias horas que consideraban necesa­
rias para su realización. Pese a las diferencias estacionales de algunos
trabajos, como los de siembra y cosecha, las apreciaciones colectivas fue­
ron consensuadas sin grandes cuestionamientos. Enseguida se procedió a
sacar cuentas. Esta operación se hizo en pequeños grupos, cada uno de los
cuales presentaría luego sus conclusiones al plenario. Las evidencias eran
claras por todos lados; las mujeres invertían mucho más tiempo de trabajo
diario que los hombres. Si bien en general éstos consagraban entre ocho y

*Este artículo originalmente se publicó en el V il Congreso Español de Sociología, Socio­


logía del Tiempo-CEllCll-UNAM.
' Las propuestas y conclusiones teóricas de esta contribución son un primer desarrollo de
"La dimensión social del género: posibilidades de vida para mujeres y hombres en el pa­
triarcado”, en el tomo 1, páginas 335-388 de la Antología de la sexualidad hum ana, C. J.
Pérez Fernández y E. Rubio A. (coords.), México, Conapo, 1994.
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68 D l UAIIIS Sü Ií KL MASCUÜNlDADtS

diez horas diarias a sus labores, ninguna mujer lo hacía menos de doce
horas, y buen número de ellas alcanzaba hasta quince. Los señores busca­
ban ajustar sus cálculos y formulaban explicaciones y justificaciones. Cuan­
do se dieron cuenta de que el mismo problema se había presentado en
todos los grupos y lo discutieron ante todos y todas, entre enojos y bromas
acabaron por aceptar que acarrear varias veces al día dos baldes con quin­
ce litros de agua cada uno a una distancia de varios kilómetros requiere, al
menos, tanto esfuerzo físico como trabajar con el arado; los más lúcidos
concluyeron que algo tenían que hacer para transformar la situación. Pero,
no obstante las desavenencias conyugales que la investigación produjo y
los compromisos por el cambio negociados al final del taller, en aquella
comunidad todo seguía más o menos igual cuando el PNUD publicó su
informe previo a la Conferencia de Pekín.
Para este informe, se examinó una muestra del uso del tiempo en ca­
torce países industrializados, nueve países en desarrollo y ocho de Europa
del este, elegidos por la disponibilidad y la confiabilidad de la información.
El tiempo se midió en promedios semanales y mensuales de las horas y
minutos diarios, y se dividió, por un lado, en el dedicado a las llamadas
actividades no económicas y económicas productivas, y por otra, en el
dedicado a las actividades productivas destinadas al mercado (que se com­
putan en el Sistema de Cuentas Nacionales, SCN, de la O N U ).
Sin entrar en todos los detalles,^ resumo algunas de las conclusiones
pertinentes para este trabajo;

fl) En los países en desarrollo, las mujeres realizan 53 por ciento del
tiempo total dedicado a todas las actividades económicas, y los hom­
bres 47 por ciento.
b) De ese tiempo económico femenino, sólo 34 por ciento se registra
en el SCN, mientras que del correspondiente masculino se registra 7 6
por ciento (66 por ciento del trabajo de las mujeres y 24 por ciento
del masculino son invisibles).^
c) En los países industrializados, el tiempo total dedicado por las mu­
jeres a las actividades económicas alcanza 51 por ciento, y por los

5 Conmutables en las pp. 97 a 111.


* Por memoria: Sobre la invisibilidad del trabajo femenino, vista como crítica de la eco­
nomía y que antecede casi en una década a los trabajos del PNUD, he hallado de Ra­
món Nemesio, “ La mujer y la ciencia: economía” , en Liheración y utopía, edición de
María Ángeles Durán, Madrid, Akal, 1982, pp. 169-193; de M. A. Durán he revisado
“El trabajo invisible en las cuentas de la nación" (que cita otras contribuciones suyas
que van de 1988 a 1996) en Las m ujeres y la ciudadanía en el um bral del siglo XXí,
editado por Paloma De Viliolta, Madrid, Estudios Complutenses, 1998.
El TIFMPn FN M ASnilINO 69

hombres 49 por ciento (los trabajos invisibles representan los mismos


porcentajes que en los países en desarrollo).

Los promedios se obtuvieron de datos que son diferentes en cada país


examinado. Veamos:

a} En las zonas urbanas de los países en desarrollo, por cada 100 ho­
ras de trabajo masculino, las mujeres trabajan: en Kenya 103; en
Nepal 105; en Venezuela 106; en Indonesia 109 y en Colombia
112.
h) En las zonas rurales, los tiempos de trabajo registrados por cada
100 horas de trabajo masculino son en Bangladesh 110; en Guate­
mala y en Nepal 118, en Filipinas 121 y en Kenya 135.
c) La distribución del tiempo de trabajo femenino se registró así en
los países industrializados: en Finlandia 105, en Estados Unidos
106, en Noruega 108, en los Países Bajos 109, en Francia 111 y en
Italia 123.

Por otra parte, el mismo informe del PNUD^ permite ver que en la
conducción del mundo los hombres ocupan 94 por ciento de los puestos
ministeriales, 90 por ciento de los escaños parlamentarios y 86 por ciento
de los puestos administrativos y ejecutivos. Además, 62 por ciento de la
llamada población activa la integran los hombres, quienes abarcan 54 por
ciento de la matrícula escolar en sus tres niveles.**
Hasta aquí este panorama cuantitativo que sustenta la definición del
tiempo masculino como tiempo patriarcal.

^Pp. 55 y 68-70.
®Estos porcentajes difundidos en 1995 se toman aquí como indicativos aún válidos. Hay
variaciones en los promedios anuales. En el informe 2000 — con datos de 1998— (Méxi­
co, Mundi Prensa), se constata que mientras las tasas brutas de la matricula masculi­
na tienden a igualarse y en algunos países a disminuir en relación con la femenina, y
que aunque la tasa de alfabetización de adultos tiende a equilibrarse — aunque en
varios países más hombres están alfabetizados y en ningún país sucede lo contrario— ,
el porcentaje mínimo de escaños parlamentarios ocupados por hombres es menor de
65 por ciento, que en la mayoría de los países con fuerte presencia femenina rebasa 75
por ciento, en la mayoría se ubica alrededor del 80 por ciento y en un buen número
está por encima del 90 por ciento. En 2001 — con datos de 1999— (México, Mundi
Prensa) se vuelven a hallar tasas de alfabetización masculina mayores que las femeni­
nas, y las de matrícula femenina combinada ligeramente superiores; pero los porcen­
tajes de escaños parlamentarios y puestos ejectitivos son prácticamente idénticos.
70 D:UATns SORRC MASCULINIDADrS

T ie m p o d e p a t r ia r c a d o ’

El patriarcado es el tiempo histórico —construido sobre nociones especí­


ficas de secuencia y transcurso—, del dominio masculino de las socie­
dades, de la dominación de los hombres en sociedades y culturas de
una diversidad asombrosa. La estructura patriarcal de las relaciones ha
sido una constante en todas las estructuras económicas, políticas y religio­
sas de las que tenemos conocimiento, pese a la enorme variedad de sus
manifestaciones.
Es un tiempo inmemorial y a la vez es el tiempo de las relaciones
cotidianas íntimas y públicas, conscientes e inconscientes, de las con­
cepciones de la realidad que motivan la interpretación del pasado, las
ideas del futuro y, sobre todo, el actuar permanente en que se desarrolla,
se reproduce y se fortalece el orden paradigmático del dominio de los
hombres.'“
Son sus características fundamentales" la escisión de los géneros y el
antagonismo mutuo estructurado en el dominio masculino y en la opre­
sión de las mujeres, con sus correspondientes (aunque diversas y comple­
jas) construcciones de los cuerpos, formas que toman las relaciones socia­
les, concepciones del mundo, normas, lenguajes, discursos, instituciones
y opciones de vida.
El tiempo patriarcal (un tiempo de aparente eternidad concretada en
la reproducción permanente de ciclos espirales copiados de sí mismos)
tiene como paradigma al hombre (es decir, a todos los hombres) y a sus
intereses dominantes. Es un tiempo masculino que comenzó a correr con
el hig hang de la opresión humana, quizá desde el inicio de la expansión de
la cultura.'^ Pero el tiempo que dura cada vida se marca de manera dife­
rente, conforme a los mandatos culturales asignados como algo ineludible
a cada sujeto según su género.

^ Para la comprensión general de esta categoría, puede consultarse la entrada correspon­


diente, preparada por Alicia H, Puleo, en 10 palabras clave sobre mujer, dir. por Celia
Amorós, Estella, Verbo Divino, 1998.
Kate Millet, Sexual Politics, Nueva York, Doubleday, 1975:34; Fierre Bourdieu, La domi-
nation masculine, París, Seuil, 1998: 11.
" Marcela Lagarde, Los cautiverios de las mujeres, México, U N A M , 1990: 91.
’ 2 Aunque hay antropólogos y antropólogas que sugieren su surgimiento a partir de la revo­
lución neolítica, la aparición de especialistas, la guerra como empresa ofensiva y defen­
siva y la estratificación social. Es decir, la explotación. Pienso, por ejemplo, en Gordon
Childe y Leakey; algunas investigadoras consideran que la primera opresión fue la de las
mujeres. Godelier afirma que inició su desarrollo en sociedades preclasistas y preestatales.
El t ie m p o en m a s c u l in o 71

Este tiempo concreto transcurre diferencialmente en masculino y en


femenino. Cada mujer y cada hombre sintetizan y concretan los procesos
históricos que los hacen ser sujetos de género suficientemente aceptables
para cada sociedad, portadores de su cultura, herederos de sus tradicio­
nes religiosas, nacionales, de clase.
Su tiempo, el de su época, el de la duración de su vida y el de cada uno
de sus días, se desencadenan, en masculino o en femenino, en el momen­
to mismo en que con voz contundente se proclama, para asignarle género
e iniciar la construcción de su propio cuerpo, que cada recién nacido “es
niño” o “es niña”.
El orden genérico de la vida social y, por lo tanto, su tiempo y sus
tiempos resultan de las atribuciones adjudicadas diferencialmente a hom­
bres y mujeres, y se manifiestan en todos los aspectos de las relaciones
entre unos y otras. Cada sociedad organiza su propia estructura y su
propio tiempo con fundamento en la asignación de género, que no es otra
cosa que la clasificación axiológica funcional de los sujetos, la cual está
siempre presente en todas las dimensiones de la vida humana. En este
complejo proceso se establecen y se ajustan los modelos del ser y se esta­
blecen las normas del deber ser que permiten a cada sujeto asemejarse
cuanto le sea posible a algún modelo genérico prescrito y, por lo tanto, a
ser aceptado como individuo de su sociedad.
El tiempo de cada género se corresponde con los principios binarios
que establecen atributos y momentos excluyentes y contrarios. Pero, por
más que las normas fundamentales de la dominación genérica se cumplan
en permanencia, la vivencia de los atributos y de los tiempos genéricos no
es uniforme ni idéntica a sí misma a lo largo de la vida de los individuos.
En cada persona se van concretando en etapas marcadas por rituales de
pasaje. La organización genérica de cada sociedad —y habría que recono­
cerlo en un afán etnográfico de aspiraciones exhaustivas de cada comuni­
dad— engloba no sólo al conjunto de derivaciones de los atributos de gé­
nero, sino también la adecuación temporal para la asunción y la práctica
de esos atributos.
La asignación de género y, por lo tanto, la definición de los tiempos
masculinos y femeninos, es apenas el comienzo de un proceso siempre
inconcluso de especialización. En él, cada individuo limita sus posibilida­
des de vida a la realización exclusiva de ciertas actividades, míticamente
agrupadas en productivas y reproductivas, a la percepción de la realidad
desde perspectivas excluyentes, a formas de ser, de pensar y de sentir res­
tringidas por sistemas intelectuales y efectivos segregados, a la integración
diferencial en mundos —tiempos y espacios— propios, en círculos obliga­
torios o vedados, para incidir en ellos. Siempre bajo la égida de definicio-
72 D ebatfs sobre M A srui in id a o fs

nes políticas de comando y obediencia, de dominio y sujeción, y, en medi­


das complejas y muy diversificadas, de acción como actores, pacientes o
agentes del principio universal del dominio genérico.
Los atributos de cada especialidad se valoran como superiores o infe­
riores, dignos de respeto y prestigio, base de privilegios y canonjías, o bien
de invisibilidad, indiferencia, desprecio, desvalorización o degradación.
En cada universo sociocultural, la especialización no es simple distribu­
ción de tareas o roles, sino, antes que otra cosa, clasificación valorativa de
los sujetos, de sus tiempos, así como de su actuar social y cultural.

El t ie m p o e n m a s c u l in o

De acuerdo con el género que se le asigna, cada sujeto accede a recursos


vitales valorados diferencialmente; el más preciado es el que confiere a
todos y cada uno de los hombres, el control de los mecanismos de la organi­
zación social y sus tiempos, sea en el conjunto de cada sociedad o, al me­
nos, en uno de los niveles de su jerarquía.
La posesión monopólica de ese control proviene de lo que Lagarde'^
define como expropiación de los recursos vitales que los hombres han hecho
— y hacen cotidianamente— a las mujeres. Tal expropiación permite que el
dominio sea atributo de un género y el sometimiento lo sea del otro, e impone
las desigualdades y la opresión genéricas; establece, además, las condicio­
nes y las reglas de las relaciones entre los géneros y minimiza las posibilidades
de un cambio radical en este orden de las cosas y de los tiempos.
Conforme a los mitos y las tradiciones predominantes en el universo
judeo-cristiano, el primer ser humano fue un hombre, y la divinidad le
hizo consagrar su tiempo a dar nombre a todo lo existente, a transformar el
tohu vahohu, el caos, en cosmos. El creador, eterno y atemporal, omnipre­
sente y omnisciente, cedió al hombre, a un hombre, a los hombres hechos
a su imagen y semejanza, su poder para nombrar y ordenar. Fijó así la
concepción primigenia del tiempo masculino, tiempo de creación y de
apropiación del universo, de clasificación y organización: el tiempo de tal
especialización es de establecimiento de normas, de sistematización jerár­
quica del universo con base en valores de incuestionable fundamento
masculino, tiempo también de vigilar y juzgar el cumplimiento de las reglas
y de sancionar a quienes las infringen. Pero, siguiendo siempre este mito
fundacional básico, la creación sólo pudo concluir cuando el hombre pri-

' ^ Ibidem , p. 193.


El tifm po fn m a s o h iñ o 73

migenio tuvo a alguien para imponerle el poder de su dominio viril. La


mujer original debió nacer del cuerpo de aquel varón para que todos los
hombres pudieran ejercer sus atributos sociales sobre todas las mujeres.
Ellos ya no podrían parir como lo hizo solo el primero, y sobre la sed feme­
nina de conocimiento instituirían el pecado y su punición. Para ello, el
advenimiento de la primera mujer tenía que producir un nuevo tiempo
caótico, tiempo también eterno, en el que los hombres deben intervenir
siempre y en todo para restaurar permanentemente el paraíso perdido por
el indeseable deseo de sabiduría.
La mujer, con dolor, se convertiría en madre universal para que todas
las mujeres siguieran el camino de la conyugalidad y la maternidad; el
hombre, con el sudor de su frente, sería modelo de patriarca, a semejanza
de dios padre, para que todos los hombres tuvieran la posibilidad de hacer­
se patriarcas. El universo y el tiempo sólo podían ser androcéntricos. Los
hombres son los protagonistas y constituyen la medida de todas las cosas.
El tiempo en masculino debe estar dedicado, en consecuencia, a de­
sarrollar la inteligencia abstracta para comprender el mundo, explicarlo,
organizar la elucidación del pasado y concebir el sentido del porvenir; y
también la inteligencia concreta para organizar el universo y comandar
lo que en él acontece. El tiempo de cada hombre debe dedicarse tanto a lo
anterior como a proveer lo necesario para su domesticidad inmediata y
para sus allegados en el espacio público; por ello, no sólo debe consagrarlo
a llevar las riendas de las familias y sus propiedades, sino también a ejercer
los poderes públicos civiles en el consenso y la concordia, y los policiacos
y militares en la disputa y la guerra.
Del tiempo masculino es la definición de las reglas del pensamiento,
de las creencias, la moral y las tradiciones; de la interpretación de lo coti­
diano, lo jurídico y lo histórico.
Es en el tiempo en masculino donde se ubican la creatividad'’ y la
dominación, la racionalidad y la violencia, la conducción del prójimo y

La serpiente se halla en todas las mitologías mediterráneas como representación de la


sabiduría y en relación con mujeres y deidades femeninas (Kore en sus múltiples ante­
cedentes, advocaciones y derivaciones mediterráneas). Los mitos micénicos prepatriar­
cales son más antiguos que los semíticos patriarcales, posteriores al olvido de la deidad
femenina que aparentemente acompañó en épocas remotas al creador que luego se
llamaría Jehová, y en cuyo lugar quedó Eva para quien la serpiente fue seducción y
embaucamiento. Véase la obra de Gerda Lerner, The Creatkm ofPatriarchy, Nueva York,
Oxford University Press, 1986, y de Riane Eisier, El cáliz y la espada, Santiago de Chile,
Cuatro Vientos, 1990.
Aun la creatividad de las mujeres es considerada un atributo masculino al que ellas
pueden tener acceso. Recuérdese, romo ejemplo, lo que Julio Cortázar afirma en
74 D fRATFS SORRf MASCULINIDADES

las decisiones sobre las vidas propias y ajenas, las instituciones y su mane­
jo, la comunicación con las deidades y la conducción de los rituales en que
se crean y recrean comunidades e identidades; la definición de ideales y
proyectos colectivos.
Como quiera que se distribuya en lo concreto el tiempo vital de cada
hombre, en el de todos se halla la perspectiva de las puertas abiertas a la
posesión de los recursos para la vida. Su tiempo es el de los padres-patriar-
cas, de los superiores, de los prestigiados, de quienes tienen al menos un
espacio de hegemonía, el de los triunfadores y exitosos, el de los ejecutores
que controlan y dominan; el de los protagonistas de sus propias vidas y de
la vida humana con H mayúscula.
Los hombres tienen movilidad en el tiempo y en el espacio; si viven
tiempos cíclicos, no son los de la reproducción, privados y domésticos,
sino los tiempos épicos y públicos determinados por las instituciones, por
los ciclos históricos y políticos, los del enfrentamiento y la configuración
del destino y los destinos; el tiempo de las mujeres es la espera de futuros
con características siempre inciertas,'^ mientras que los tiempos masculi­
nos siempre tocan el presente, el tiempo vertiginoso en que viven los suje­
tos de la historia.
La situación y el tiempo específicos de cada hombre conjugan su asig­
nación genérica con las determinaciones de su edad, sus habilidades y sus
condiciones de clase, sus posesiones, los poderes que ejerce y padece en
la práctica; sus afiliaciones étnica, nacional, religiosa y política; los mo­
mentos concretos de su época de vida y las relaciones realmente vividas
con otros hombres y con las mujeres. De esta compleja conjugación sur­
gen las masculinidades y los tiempos vividos en el orden patriarcal.
Obviamente, no todos los hombres son plenamente dueños y señores
de su tiempo, de sus vidas, de sus mundos, del mundo. Todo depende de
cómo les haya rendido el tiempo al ocupar y alcanzar posiciones públicas
de dominio. Prácticamente todos tienen acceso al dominio en la dimen­
sión doméstica y privada, aunque aun ahí a la mayoría le resulta muy difí-

su La vuelta al día en ochenta mundos, México, Siglo XXI, 1978, acerca de las caracterís­
ticas masculinas de la lectura (que poseen quienes hacen de cada obra literaria un
mundo propio, autónomo del propuesto por el autor o la autora), y las femeninas (las del
“lector hembra” que sólo reproduce lo postulado en el texto). Me parece pertinente
recordar que Andrei Tarkovsky definió su arte como el de Esculpir el tiempo (libro de
1986, publicado en español en 1993 por la UNAM, México).
Véase mi contribución “La espera, el tiempo de los oprimidos”, presentada en el congre­
so II tempo e il sacro, Florencia, 1986, publicado el año siguiente en la revista A ltes de
hoy 1: 27-40, México.
El Tir.MPO TN M A sn niN O 75

cil, si no imposible, cumplir todas las exigencias de los paradigmas patriar­


cales que definen, en el sentido común y en la propia exigencia (conscien­
te o no), al deber ser un hombre íntegro, un hombre de verdad.'^
Para poder ser reconocido socialmente como tal:

hay que ejercer el d om in io fam iliar y tener d ón d e y sobre q u ién ejercerlo;


esto exige ser cón yu ge y padre d om in ante y a la vez proveedor y p rotector
[...]; im plica la p o sesió n d e un territorio y b ien es su ficie n tes q ue perm itan
cum plir tales tareas [ ...] y la expan sión de su s p o se sio n e s m ateriales, h u m a­
nas y sim bólicas. A lcanzar la categoría m áxim a de la virilidad dem anda e fic a ­
cia en lo q ue se sab e hacer, pero tam b ién para com p etir y triunfar en en fren ­
tam ientos q ue requieren diversos grados de violen cia. S ólo los h om bres q ue
p o seen o han p o seíd o un cierto núm ero de m ujeres p u e d e n aspirar a los
apelativos enu m erad os. Se acercan m ás q u ien es p u e d e n am asar fortunas,
representar p ú b lica m en te a su s pares y controlar n úm eros cr ec ie n tes de s u ­
bordinados y som etid os. Si a lo anterior se agregan prestigios d el saber, del
m anejo de armas y ejércitos, y la eje cu ció n em presarial y gubernam ental, se
habrá llegado al cu m p lim ien to m ás a u tén tico d el m andato cultural, al p a­
triarcado íntegro y ejemplar.'**

El pequeño patriarca puede serlo en ciertos espacios y durante ciertos


tiempos, sea por delegación de instituciones o patriarcas de mayor jerar­
quía, o plenamente sólo en los espacios de la domesticidad. Ahí ejerce sus
poderes de dominio y puede sentirse y ser reconocido como hombre comple­
to aunque esté sometido él mismo a patriarcas de mayor poder. Los otros
patriarcados sólo se construyen y se consuman en los espacios y los tiem­
pos públicos. Mientras más amplios sean éstos, más completo y verdadero es
el hombre que los abarca y los controla.
En su análisis pionero de los procesos de la formación de las masculi-
nidades, Maurice Godelier'** muestra que la preponderancia de los hom­
bres radica en el acceso que tienen a los medios de producción, en el lugar
que se han asignado en los procesos productivos y en las formas en que
controlan los privilegios del consumo.
La igualdad básica entre todos los hombres frente a las mujeres, y “los
mismos mecanismos que instituyen esa igualdad con la misma intensidad

En M anhood in the M aking, David D. Gilmore presentó en 1990 (New Haven, Yale
University Press) las características requeridas a estas categorías en 80 culturas de todo
el mundo.
De mi trabajo citado en la nota 1, página 372.
' '* La producción de grandes hombres. Poder y dom inación m asculina entre los banya de N u e ­
va G uinea, Madrid. Akal, 1986 (el original francés se publicó en París, Fayard, 1982).
76 DriiATÍ S SOBRr MASCUI INIDAnCS

producen hombres que se distinguen de los demás y se elevan por encima


de ellos [...]. La producción de grandes hombres es el complemento y la
coronación indispensables de la dominación masculina [...]. Hasta 1960,
los baruya se gobernaban sin clase dirigente y sin Estado, lo que no quiere
decir sin desigualdades. Una parte de la sociedad, los hombres, dirigía a la
otra, las mujeres, y gobernaba no sin las mujeres, sino contra ellas”.

T i e m p o d e e n a j e n a c i ó n ^'

La condición masculina y los privilegios asignados a los hombres en el


patriarcado generan su enajenación o alienación.
Esta es una propuesta teórica basada en la tesis de que los privile­
gios de género provienen de la expropiación (enajenación) monopolizado-
ra de todos los recursos sociales y culturales que no se permite poner al
alcance de las mujeres (incluyendo, para matizar, aquellos que se les per­
miten de manera limitada y, por tanto, no como privilegios congénitos), y
que hacen a todos los hombres portadores y beneñciarios de la opresión
genérica.
Todos los hombres pueden gozar de las ventajas que se les ofrecen
como recompensa por la permanente tensión que les ocasiona la obliga­
ción de poseerlas si cumplen con los atributos suficientes de la masculini-
dad hegemónica; tal es la vía por la que se les enajena permanentemente
la posibilidad de construirse como seres humanos plenos y de construir la
equidad y la igualdad de los géneros: en cada acción masculina se deja
una parte de las posibilidades masculinas de construir la humanización
igualitaria y libertaria de la humanidad y de cada individuo. Así se cultiva la
propia enajenación en lo que he descrito como estructura de la alienación
generalizada.
Considero que esta propuesta teórica, al desarrollarse con todo el ri­
gor que exige, será parte fundamental de la filosofía y de la ciencia del
feminismo, y por tanto de la teoría y de la perspectiva de género. Así for­
mulada, incluye la certeza de que la construcción de la equidad es posible
en concordancia con el conjunto de los planteamientos feministas, he-

Ihidem, p. 8.
2* Véase el término enajenación en el capítulo “Nociones y definiciones básicas de la pers­
pectiva de género”, en La perspectiva de género. G uía para diseñar, poner en marcha, dar
seguimiento y evaluar proyectos de investigación y acciones públicas y civiles, que coordiné
asesorado por Marcela Lagarde y con la colaboración de Bernardo Lagarde, México,
Conapo/Comisión Nacional de la Mujer, 2()()().
El tiem po :n m a s c u l in o 77

chos mayoritariamente por mujeres, y en la medida en que los hombres se


integren en sus propias búsquedas libertarias y liberadoras. En este senti­
do, la veo como clave de la metodología filosófica, cognoscitiva, ética y
política, formulada y desarrollada durante la última mitad del siglo XX,
y que abre los senderos igualitarios posibles para el tercer milenio, al
que, por ello, se ha denominado milenio feminista.
En la vida cotidiana, el sexismo (complejo integrado por machismo,
misoginia y homofobia) es la máxima intolerancia a lo diferente del para­
digma masculino, base del poder más destructivo de las personas que
lo padecen y el más enajenante de las que lo asumen y ejercen. El sexismo
es la forma más amplia de opresión, la que siempre está tras todas las
demás. En el mundo y el tiempo patriarcales del dominio, la opresión y la
enajenación, el sexismo es la herramienta de la autoconstrucción y la auto-
afirmación enajenadas de los sujetos y de los géneros.
La condición genérica de los hombres es más vivible que la de las
mujeres porque, aunque enajenada, es una condición de dominio, mien­
tras que la de ellas es una condición de opresión. Es así como queda esta­
blecida la asimetría genérica que se concreta en el hecho de que las posi­
bilidades de vida para hombres y para mujeres son desiguales, inequitativas
e injustas, es decir, asimétricas.
En su enajenación invisibilizada, todos los hombres, por su condi­
ción genérica, tienen poder de dominio (potencial u operante) sobre to­
das las mujeres. Éste se les ha otorgado desde su asignación de género
como don permanente. Pero es insuficiente por sí mismo para sobrevivir
en las relaciones entre sí. En sus relaciones intragenéricas, los hombres
del patriarcado están obligados a construir y ejercer otros poderes. En el
proceso en que lo hacen, deben someterse a su vez, de diversas maneras,
al dominio de hombres más poderosos. Así, el proceso y su concreción
son ambivalentes y las masculinidades que producen sólo pueden ser
enajenadas.
La enajenación, definida en principio por la asignación de género, se
construye, se reproduce y se amplía a lo largo de la experiencia vivida por
cada hombre. En ella, es posible distinguir, como tendencia, las siguientes
etapas formativas, de ejercicio y decadencia:

a) Aquella en que se aprende la masculinidad y que se ubica en tér­


minos generales en lo que en cada cultura se define como infancia
o niñez.
h) Aquella en que los procesos biosocioculturales llevan a cada hom­
bre a ubicarse en su propia masculinidad, por lo general durante la
adolescencia y la juventud.
78 D cBATCS SOBRr MASCULINIDADIS

c) Aquella en la que cada hombre decide por cuál masculinidad opta,


qué poderes ejercerá y a cuáles privilegios no renunciará; este mo­
mento coincide aproximadamente con la asunción personal y el
reconocimiento social de la edad adulta (incluye la edad de la ciu­
dadanía, la época deseable para el matrimonio, la toma de cada
quien a su propio cargo y, desde luego, las formas masculinas de
homosexualidad, comprendidas en las posibilidades culturales
del deber ser y del poder ser, contrapuesto al mandato cultural he-
gemónico).
d) Aquella en que, asumida plenamente cada masculinidad, se em­
prende su ejercicio integral y se enfrentan de maneras suficiente­
mente adecuadas los conflictos de la cotidianeidad de cada hom­
bre: es la madurez masculina.
e) Aquella en que el envejecimiento y otros tipos diversos de desgaste
orgánico y social limitan a los hombres en el cumplimiento de su
mandato cultural y segregan a los mayores de quienes se hallan en
plena realización: es la vejez, época de crisis de la virilidad y de la
hombría; debe coincidir aproximadamente con la viropausia o an-
dropausia, con la jubilación, el asilo y las depresiones típicas de un
periodo en el que buenas dosis de aislamiento, abandono, nostalgia
y recuento de frustraciones alternan, en el mejor de los casos, con
muestras de respeto y reconocimiento o de hartazgo y desprecio.
Como quiera que sea, es la antesala de la muerte y la lejanía de los
tiempos de plenitud.

Pero en las tres o cuatro décadas en que la ilusión de ser hombres


completos puede provocar la satisfacción masculina, el tiempo de la ena­
jenación tiene otras características:^^

a) El tiempo en masculino y el tempo de la enajenación virilizadora


giran en torno de la certeza de que los hombres son sustancialmente
diferentes de las mujeres, y que los hombres de verdad son superio­
res a todas ellas y a cualquier hombre que no se apegue al mandato
cultural de la masculinidad.

22 Como las que ha enumerado Harry Christian en The M aking o f Antisexist M en, Lon­
dres, Routledge, 1994, p. 12, y que, como ahora, he parafraseado de diversas maneras,
por ejemplo, en "Metodología de género en los estudios de hombres, de masculinidad o
de masculinidades". La ventana, 10, Universidad de Guadalajara, agosto de 1999, "El
feminismo y los hombres”, Revista de la Universidad de México, mayo de 2000, y en "¿Y
los hombres qué?", Meridiam, 21 y 22, Sevilla, 2001.
El t ie m p o en m a s c u l in o 79

h) La atención al correr del tiempo masculino se centra en la convic­


ción de que cualquier actividad o conducta identificada cultural­
mente como femenina va contra natura y degrada al hombre que
las realice o actúe.
c) Una buena porción del tiempo de vida de cada hombre —tiem­
po emocional y afectivo— se consagra a evitar sentir (o al menos
expresar y reconocer) las emociones que tengan la más mínima
semejanza o hagan la más remota evocación de sensibilidades o
vulnerabilidades identificadas culturalmente como femeninas
o feminoides.
d) El tiempo masculino más preciado, y el mejor invertido en la enaje­
nación viril y en la identidad básica, es el que dedican los hombres a
aprender y ejercer la capacidad de dominación y de triunfo.
e) La misma característica tiene el tiempo en que se forma la dureza
de cada hombre que es uno de los rasgos masculinos de mayor
valor.
f) La plenitud y la madurez comienza a alcanzarlas cada hombre cuan­
do asume y practica los roles centrales de procreador y padre, al
menos en potencia, y de proveedor, y mientras los defienda como
privilegios exclusivamente masculinos.
g) El tiempo real de la convivencia es el estipulado para la compañía
de unos hombres con otros, excepción hecha del tiempo de las re­
laciones heterosexuales, preferentemente genitales, que constitu­
yen la vía virtual y casi única para estar cerca de las mujeres. La
unión sexual se da también en el tiempo real del ejercicio del po­
der, de su potencial de paternidad y de obtención de placeres, así
como el de demostración de la propia virilidad (capacidad, compe­
tencia y éxito) ante otros hombres.
h) El tiempo supremo de la masculinidad, vivible en las circunstancias
que cada quien percibe como de excepción épica, es el de las situa­
ciones extremas en que hay que acabar con la vida de otros hom­
bres o dejarse morir a manos de ellos, pues en esas ocasiones se
anula toda cobardía y se puede alcanzar la calidad del heroísmo y el
sacrificio por el honor personal y por la patria o la causa, que es
siempre masculina (la matria sería femenina, pero sus tiempos y
espacios no se ubican en la historia, sino en la cotidianidad, es
decir, en la naturaleza y no en la civilización, y sus causas sólo son
mortales si en realidad son causas masculinas).
80 DtBATCS SOBRE MASCLJLINIDADES

T ie m p o d e a l t e r n a t iv a s y d e t r a n s f o r m a c i ó n ^^

El tiempo en masculino, enajenado y enajenante, parece haber comenza­


do a cambiar. Menos en la práctica y en la conciencia que en la reflexión y en
algunas declaraciones de intención. Los cambios que comenzamos a cono­
cer en las legislaciones y en las instituciones han sido resultado del esfuer­
zo de las mujeres, que han cambiado su tiempo y sus tiempos de manera
vertiginosa durante la última mitad del siglo XX. Cierto es que los desenca­
denaron a partir de los tiempos masculinos de las llamadas guerras mun­
diales y de la destrucción, que les permitió percibir la posibilidad de su
autonomía y actuar en consecuencia. Pero esos cambios formidables (el
surgimiento del sujeto histórico femenino, de la ciudadana que construye
equidad y de su irrupción en todos los ámbitos de la sociedad contemporá­
nea), quizá los más profundos desde el renacimiento y la racionalidad eu­
ropeas, han sido cosa de mujeres y, aunque afectan profundamente a los
hombres, éstos no han dejado de percibirlos con menosprecio o, en el
mejor de los casos, con indiferencia y con algo de temor, aunque con la
esperanza de que ,]ps aguas de las revueltas feministas vuelvan a su tran­
quilidad original y eterna. Como si fueran caprichos pasajeros a los que de
todas maneras hay que combatir a menudo con acciones sangrientas.
Ante los desarrollos tecnológicos más vertiginosos, los cambios en la
condición y en el tiempo masculinos y en la conciencia política de las
realidades culturales, se instituyen con la mayor de las lentitudes.
El análisis y la propuesta rigurosos de transformación del tiempo mas­
culino datan, en la mente de los hombres, del último cuarto del siglo XVII,
pero han avanzado muy poco hasta los inicios del XXI.
En nuestra modernidad masculina, la formulación de la alternativa la
inició François Poulain de la Barre, autor del segundo epígrafe al inicio de
la obra de Simone de Beauvoir ("debe sospecharse de todo lo escrito por
los hombres acerca de las mujeres, pues ellos son juez y parte a la vez”).

2-^ La categoría alternativa la he definido en “Creación de alternativas y poderes democrá­


ticos en el México de hoy”, capítulo introductorio de Creación de alternativas en M éxico,
México, UNAM, 1999.
En las palabras y los proyectos de las mujeres se remontan, también bajo la égida de la
razón ilustrada, a la última década del siglo XVlll, con la Declaración Universal de los
Derechos de la Mujer y la Ciudadana, formulada por Olympia de Goujes —merecedora
por ello de la guillotina en el tiempo masculino del terror en la Revolución francesa— ,
pero han evolucionado con enorme creatividad, riqueza, diversidad y alcances intelec­
tuales y políticos desde la publicación, en 1949, de El segundo sexo de Simone de Beauvoir,
y hasta los días posteriores a la Conferencia de Pekín en 1995, que llegan hasta hoy.
El TIEMPO EN MASCUl.INO 81

Poulain publicó tres obras (en 1673, 1674y 1675)’’ que se enmarcaron
en la llamada querelle desfemmes, en que intervinieron, entre otros, Perrault
y Molière. Poulain, cartesiano militante, a diferencia de su maestro y en el
contexto de “la lucha contra el prejuicio y [por] la articulación del nuevo
método de conocimiento para la fundamentación de la ciencia” se propu­
so “llevar la racionalidad en la ‘configuración de las relaciones vitales’ nada
menos que a la relación entre los sexos, ámbito por excelencia de la irra­
cionalidad y la obstinación ancestral del prejuicio”.^^
El título del segundo de sus libros indica, como lo señala Celia Amorós,
el propósito de derivar hacia los derechos de las mujeres, las implicaciones
de la crítica cartesiana del prejuicio, la tradición y el argumento de autori­
dad, así como del dualismo mente-cuerpo. Esta obra se dirige a las muje­
res, “aunque (sus consejos, dice Poulain) no sean menos útiles para los
hombres por la misma razón de que las obras dirigidas a los hombres sir­
ven igualmente para las mujeres...” En las Conversaciones de 1674, Poulain
expone su ideario en las palabras de dos mujeres, Sofía, quien lleva “el
nombre de la sabiduría misma”, y Eulalia, “que habla bien” y de dos hom­
bres, Timandro, “hombre honesto que se rinde a la razón y al buen senti­
do”, y Estasímaco, “pacífico [...], enemigo de las controversias (y) de la
pedantería”. Para él, siempre conforme a lo dicho por Celia y Ana Amorós,
la relación orgánica entre igualdad y libertad incluye a las mujeres en los
discursos filosófico y político, hasta entonces exclusividad masculina, y se
anticipa en más de un siglo a Condorcet (Sobre la admisión de las mujeres
al derecho a la ciudadanía) y a Olympe de Goujes, quienes, en 1790 y
1791, respectivamente, plantearon la igualdad en la educación y la exten­
sión de los derechos del hombre y del ciudadano a las mujeres.

La primera es Discours physique et morale de ¡’é galité de deux sexes, où l'on voit l'importance
de se défaire des préjugés (Discurso físico y moral de la igualdad de los sexos, e n el que se
advierte la im portancia de deshacerse de los prejuicios, reeditada en 1984 en Paris, Fayard,
cuya traducción al español está en proceso de edición en el CEIICH-UNAM); la segunda
se intitula D e l ’éducation des dames p our la conduite de l ’esprit dans les sciences et dans les
moeurs. E ntretiens. (D e la educación de las m ujeres para dirigir el espíritu en las ciencias
y en las costum bres. Conversaciones, traducción y notas de Ana Amorós, con un estudio
introductorio de Celia Amorós , Madrid, Cátedra, 1993), y la tercera. D e l ’excellence des
hom m es contre l ’é galité des sexes (D e la excelencia de los hombres contra la igualdad de los
sexos, de la que hay un ejemplar en la Biblioteca del Congreso en Washington).
Esta cita y las siguientes provienen de la presentación y anotaciones de Celia y Ana
Amorós en la edición castellana del segundo libro mencionado. En mi artículo “Algunos
hombres de E l segundo sexo", en E l siglo de las m ujeres, Ana Mana Portugal y Carmen
Torres (eds.), Santiago de Chile, Isis Internacional, 1999, resumí las tesis expuestas por
ambos filósofos.
82 D ebates sobre m a s q j l in id a d e s

En su última obra, redactada poco antes de dejar la sotana católica y


convertirse al protestantismo, Poulain ofreció los argumentos con que se
detracta a las mujeres y se aprueba limitar su educación conforme a la
‘honestidad’ de su sexo, y los refuta.
Se ha considerado a Poulain precursor del feminismo y de la Revolu­
ción, así como autor del “Primer discurso filosófico antipatriarcal", con el
que emprendió la pragmatización de las implicaciones del cartesianismo
en el ámbito social, convencido de que la lucha contra el prejuicio ha de
tener virtualidades reformadoras no sólo en las ciencias, sino también en
las costumbres, es decir, en lo que para Gramsci sería “la concepción del
mundo que se expresa implícitamente... en todas las manifestaciones de
la vida, individuales y colectivas’’,^^ filosofía y praxis cotidiana.
En palabras cartesianas, y como formulación ética y política, siglo y
medio más antiguas que las del italiano, para Poulain “el conocimiento
verdadero del bien y el mal no puede reprimir ningún afecto en la medida
en que ese conocimiento es verdadero, sino sólo en la medida en que es
considerado él mismo como un af ect oEs t a afirmación resulta ineludible
cuando se emprende cualquier análisis de la condición masculina y de las
relaciones y los tiempos vitales de los hombres.
El planteamiento de Poulain puede resumirse así: el ancestral prejui­
cio de la desigualdad de los sexos es el más obstinado; si se refuta sobre la
premisa de que l’esprit no tiene sexo, podrán refutarse los demás, y

h abrem os con trastado las c o n d ic io n e s d e p osibilid ad, n o só lo ló g ica s sin o


pragm áticas d e [ ...] la lu ch a con tra e l p reju icio a m p liad o [ .. .] al á m b ito de
la praxis so c ia l [ ...] . E l p reju icio [ ...] e s tá arraigado en in te r e se s, co n fig u ra
actitud es, troquela con d u ctas y d eterm ina ofu scacion es: no basta co n argu­
m entar [ ...] . La re co n str u c c ió n d e lo s a rgu m en tos y d e la tó p ica d el adver­
sario [ ...] [es] algo m ás q u e u n ejercicio retórico [ ...] : la lib eración d el in te ­
rés d e la razón fren te a las razones de lo s in te r e se s h a de ser ob jeto de
co n v icció n capaz de reorientar las vo lu n ta d es y de co m p en sa r las in clin a c io ­
n es contrarias

Agrega Poulain:

en tre tod os lo s preju icios, n in gu n o [ ...] [es] aq u el q u e c o m ú n m e n te se tie n e


sobre la d esigu ald ad d e am b os sex o s”. Las “o p in io n e s diversas [ ...] no se
fundan sin o en el in terés o e n la co stu m b re, y [ ...] es in co m p a ra b lem en te
m ás d ifícil librar a los h om b res d e los sen tim ien to s e n los q u e está n su m id o s

27 ¡I m aterialism o storico e la filo d o ñ a di B enedetto Croce, Turfn, Einaudi, 1964, p. 7.


El tiempo en m a s c u lin o 83

que de aquellos que han abrazado por el motivo de las razones que les han
parecido las más convenientes y las m ás fuertes”. D e modo que, “com o se
juzga que los hombres no hacen nada más que por la razón, la mayoría no
puede imaginarse que no ha sido consultada para introducir unas prácticas
[...] implantadas con tal universalidad que se imagina que son la razón y la
prudencia las que las han creado.

Así pues, en sus obras, Poulain trata “no ya de demostrar more deduc­
tivo la igualdad entre los sexos como idea verdadera, sino de potenciarla
como sentimiento moral con virtualidades en orden a la transformación de
las costumbres.”
En sus términos, las mujeres están tan convencidas de su desigualdad
e incapacidad que hacen virtud no sólo de soportar la dependencia, sino
de creer que está fundada en la diferencia que la naturaleza ha establecido
entre ellas y los hombres. Poulain adelantó así una cuestión fundamental
para El segundo sexo,^^ y planteó que la diferencia no es fundamento de la
desigualdad. Ambas concepciones resultan imprescindibles en el recono­
cimiento de las mujeres como sujetas y para su construcción como tales. Y
en la toma de posición tanto como en la espontaneidad de las actitudes de
los hombres en su relación entre ellos y con las mujeres. Vale decir, en el
proceso masculino de desenajenación, transformación del tiempo y parti­
cipación real en la edificación de la equidad y la libertad.
La visión de Poulain acerca de los orígenes de la desigualdad y de lo
que es posible designar como la especificidad masculina del tiempo, se
resume así:

En la primera edad del m undo [...] todos [los seres humanos] eran iguales,
justos y sinceros y solam ente tenían por regla y por ley el buen sentido. Su
moderación y su sobriedad eran la causa de su justicia [ ...] Pero a partir del
m om ento en que a algunos hombres, abusando de sus fuerzas y de su ocio, se
les ocurrió querer som eter a los dem ás, la edad de oro y de libertad se trocó

2** Simone de Beauvoir la subraya cuando, en los epígrafes del tomo 2, contrapone a Kier­
kegaard, uno de los iniciadores del existencialismo, con Sartre, el existencialista más cer­
cano a la autora. Dice el primero: “¡Qué desgracia ser mujer! Y cuando se es mujer, sin
embargo, en el fondo la peor desgracia es no comprender que es una desgracia”, y respon­
de el segundo: “Semivíctimas, semicómplices, como todo el mundo”. Él sabía bien de lo
que hablaba y es muy probable que relacionara ese aforismo con la forma en que compar­
tió su vida y su obra con Simone de Beauvoir; ella, tras su legendaria derrota intelectual de
1929 en el jardín parisino del Luxemburgo, resolvió que sólo podría ser primera, después
de Sartre. De invaluable valor también a osle respecto es la obra de Toril Moi, Simone de
Heauvnir. The Making o f an Inlelleclual Woman, Oxfortl, Basil Blackwell, 1994.
84 D lbatls sobrc mascu linidadc s

en una edad de hierro y servidumbre. Los in tereses y los bien es se con fu n ­


dieron de tal manera por la dom inación que algunos solam ente pudieron vivir
dependiendo de los otros. Y esta con fusión fue en aum ento a medida que se
iba alejando del estado de inocencia y de paz, produjo la avaricia, la am bi­
ción, la vanidad, el lujo, la ociosidad, el orgullo, la crueldad, la tiranía, el
engaño, las divisiones, las guerras, la fortuna, las inquietudes, en una pala­
bra, casi todas las enferm edades del cuerpo y d el espíritu que nos afligen.

Desde entonces, algo han contribuido algunos hombres a la transfor­


mación de la masculinidad del tiempo, de la condición masculina y de
nuestras realidades vitales.
No entro ahora en los pormenores de otro estudio recién iniciado so­
bre las contribuciones que considero más interesantes durante el fin del
siglo XX y lo que va del XXI. Sólo mencionaré a algunos hombres cuyas
obras es importante seguir y evaluar, tanto por sus aportaciones teóricas
como por las investigaciones de que dan cuenta, así como por sus contri­
buciones metodológicas, éticas y políticas (al igual que Godelier, Bourdieu
y Christian, a quienes ya he citado, y que Stuart Mili, quien merece espe­
cial atención, y otros a quienes por ahora no menciono): Victor J. Seidler^^
desde Londres, Michael Kaufman'*” desde Toronto, Michael Kimme^' desde
California, Robert W. Connell^^ desde Sydney, Daniel Welzer-Lang^^ des­
de Toulouse.
Aunque yo he hablado de la nuestra como una búsqueda feminista,
los colegas presentes en el encuentro organizado por Emakunde en Do-
nostia-San Sebastián consideran que es más prudente hablar sólo de
hombres profeministas. Tal vez nos pongamos de acuerdo cuando haya

Salvo las dos obras que se indican, todas las ha editado Routledge, en Londres, 1989:
Rediscovering M asculinity y Reason, Language an Sexuality; 1991 : Recreating Sexual Poli­
tics, M en, Feminism and Politics, The Moral Lim its o f Modernity, Londres; Macmillan,
The Achilles'H eel Reader.— M en, Sexual Politics and Socialism, 1992: M en, Sex and
Relationship, 1994: Unreasonable M en: M asculinity and Social Theory (traducción al
español en México, UNAM, 2000, 1995: Recovering the Self-Morality and Social Theory,
1997: M an Enough. Embodying M asculinities, Londres, Sage.
1987. Beyond Patriarchy, Oxford, Toronto; 1989: Fiombres poder y cambio, Santo Domin­
go, CIPAF, 1993: Cracking the Armor. Power ~ and the Lives o f M en, Toronto, Viking.
1987. Changing Men, Newsbury Park, Sage, 1991: Mens Lives; Londres, Macmillan, 1992:
Against the Tide. Pro-Feminist M en in the United States, 1776-1990. Documentary History
(con T. Mosmiller), Boston, Beacon.
1987: Gender and Power 1996; M asculinities, ambas en Cambridge, Polity.
1988: Le viol m asculin, Paris, Harmattan, 1991; Les hommes vilents, París, Coté femmes,
1993: Les hommes à la conquête domwatique (con J. P. Filiod), Le Jour, Paris-Montreal;
1998: Violence et m asculinité (con D. Jackson), Scrupules, Montpellier.
El TIFMPn FN MASrUÜNO 85

cambiado la era del tiempo en masculino: se puede expresar optimismo o


pesimismo al respecto, pero sin duda nadie piensa que esto sucederá an­
tes del final de los tiempos.

E p íl o g o s o b r e e l t ie m p o a c a d é m ic o

Sería imperdonable no decir algunas palabras sobre el tiempo académico


en masculino. La escalera que lleva a la biblioteca universitaria histórica en
Salamanca ofrece motivos excepcionales para esta reflexión;
Es el camino ascendente para pasar del ras del suelo, dejados apenas
la cotidianidad y el ritmo de la calle, hacia el firmamento estrellado donde
las serpientes ocupan un lugar destacado entre las constelaciones que ser­
virían de marco a la sabiduría acumulada en los libros y al trabajo del
gremio de los intelectuales renacentistas apoyados por la Corona que en
ellos buscaba también su legitimidad.
Para quien concibió la decoración de la escalinata, el recorrido sería
una fiesta de la alegría y el erotismo de quienes llegaran al recogimiento de
la imaginación y la creatividad; era también el espacio idílico del encuentro
equitativo en un tiempo igualitario para mujeres y hombres con disposición
a desarrollar con el préstamo del saber las dotes recibidas de natura.
Por ello, quien inventó los frisos floridos y voluptuosos de los dos
primeros tramos de la subida escogió y adaptó los grabados de Israel van
Meckenem.^''
Lamentablemente, alguien más tuvo en sus manos el diseño de la
decoración del tercer trecho de la escalinata y, desde una óptica totalmen­
te masculina e inquisitorial, modificó el tiempo de la conmemoración de
la libido intelectual para transformarlo en el de la solemnidad jerárquica.
Comenzó por cortarle las alas a un Cupido^^ confundido largo tiempo
con Mercurio, el empresario, y encuadró los últimos peldaños en la nor-
matividad viril de los torneos caballerescos, con sus animales totémicos,
emblemáticos de la verdadera hombría, y con sus triunfos y sus éxitos.

34 Fue éste un judío holandés particularmente osado, entre cuyas aportaciones origina­
les está la de haber sido el primer artista plástico que se autorretrató, con una expresión
cercana a la picardía, acompañado de su esposa. Aunque no concuerdo con ninguna
de sus apreciaciones morales, debo mucho a la lectura de A d s u m m u m caeli. Univer­
sidad de Salamanca, 1986, libro en el que Luis Cortés Vázquez describe la escalera e
interpreta lo que considera su “programa humanístico” .
Carlos Payán diría que asesinó al eros laboral necesario para la creación y los placeres
que proporciona.
86 D fBATES sobre MASCUIINIDADFS

Así, el joven gaitero que inicia el ascenso festivo y libertario, llegaría al


piso superior, a la puerta de la biblioteca, convertido por ideas y manos
diferentes en un clérigo formal y ceremonioso de pretensión mayestática.
De ahí sólo quedaba un paso para la interpretación más o menos ofi­
cial de que el tiempo académico elimina el regocijo pecaminoso de las
búsquedas, transformarlo en ritual de la meritocracia y convertir el sende­
ro del saber en vía dolorosa de rituales del poder de quienes se autoasignan
el control de conocimientos y pensamiento.
El tiempo en masculino que se quiso consagrar en la escalera corre­
gida de Salamanca (pese a la incursión creciente de las pensadoras y
las sabias en el universo de las aulas, los conciliábulos de especialistas
y los libros), sigue siendo un tiempo sideral y cotidiano vigente. Las muje­
res han cambiado y han cambiado su tiempo, pero las convicciones y las
prácticas predominantes en todas las Salamancas del mundo siguen sien­
do las del viril reparador de las osadías de van Meckenem y de quien recu­
rrió a sus metáforas.
Debe ser cierto que la universidad no presta lo que la inteligencia no
da, pero también lo es que en el mundo y en el tiempo de la academia la
ausencia masculina de imaginación puede simular aptitudes reconocidas
sólo desde las alturas del dominio de la hombría. Quizá algo cambiará
cuando alguien, de regreso de la prisión del tiempo en masculino, pueda
repetir “decíamos ayer.. y “viva la vida”.
R e f l e x io n e s s o b r e m a s c u l in id a d ,
IDENTIDAD Y SEXUALIDAD
M A S C U L IN ID A D , B IS EXU ALID AD M A S C U L IN A
Y EJERCICIO DE PODER: TENTATIVA DE C O M P R E N S IÓ N ,
M O D A L ID A D E S DE IN TE R V E N C IÓ N

Femando Seffner

P r e s e n t a c ió n

El presente texto busca construir una reflexión sobre la cuestión del ejer­
cicio del poder, articulando tres categorías relacionadas: estigma, discri­
minación y violencia, tomada esta última como una modalidad específica
de violencia estructural, y considerada la categoría más importante del
análisis, desde el campo del género y la masculinidad. Además, se presta
especial atención a la construcción identitaria de una determinada forma
de sexualidad masculina, la bisexualidad. En algunos espacios del texto se
relatan situaciones de estigma, discriminación y violencia que se vinculan
con la epidemia del sida, hecho que se denomina vulnerabilidad social al
sida. Además de buscar una comprensión, aunque parcial, de la compleja
articulación entre estas categorías y niveles, presentamos un instrumento
que nos permitió entrar en contacto con hombres bisexuales, la Red Bis-
Brasil, fruto de un proyecto de investigación e intervención financiado por
la Fundación MacArthur.
En resumen, haremos una breve exposición de la cuestión del ejerci­
cio del poder, abordando relatos de vida de hombres bisexuales, los cuales
involucran a la sexualidad y la violencia, ambas como expresiones particu­
lares del ejercicio del poder. No queremos entablar una discusión sobre el
poder desde el discurso filosófico ni desde la ciencia política, más bien
trabajaremos con lo que dicen estos aspectos respecto del ejercicio del
poder, tomando en cuenta la materialidad de sus manifestaciones.
Para desarrollar estos objetivos, el texto está estructurado en cuatro
partes interrelacionadas. En la primera, presentaremos y analizaremos una
serie de aspectos sobre la problemática del ejercicio del poder, privilegian­
do el tema de la violencia estructural, especialmente en sus intersecciones
con el terreno de los derechos humanos, con la problemática de la vulne­
rabilidad al sida, con los procesos de globalización y con las categorías
conceptuales de estigma y discriminación. En la segunda parte, abordare­
mos el proceso de construcción de la Red Bis-Brasil, para hombres bi­
sexuales en Brasil, éste es el principal producto de un proyecto de investi-

| M - ) |
90 D fbatfs sorrf m a s g il in id a d e s

gación e intervención social financiado por el Programa de Población de la


Fundación MacArthur en el periodo 1995-1999. Con base en los elemen­
tos analizados en las dos primeras partes, en la tercera articularemos con­
sideraciones acerca de la bisexualidad masculina con situaciones de vio­
lencia estructural y sus efectos sobre la vulnerabibdad al V IH sida, resaltando
las acciones de la Red Bis-Brasil, que se configuran como prácticas de
resistencia a esta situación. Por último, citamos la bibliografía y las fuen­
tes utilizadas para la redacción del texto.
Dos elementos contribuyen un poco a “atravesar” (“volver transver­
sal”) la rigidez de la estructura mencionada. En primer término, siempre
que sea posible, en cualquiera de los apartados traeremos a colación te­
mas y cuestiones tomados de las actividades de la Red Bis-Brasil. En se­
gundo término, en el texto aparecen dispersos algunos fragmentos de tes­
timonios, extraídos de cartas o entrevistas, de hombres que participan en
la Red. Para mantener el secreto y la discreción que caracterizan todo el
trabajo que realizamos con estos hombres, los nombres son ficticios y se
omitieron las ciudades de origen; pero la edad, el nivel de escolaridad, la
profesión y otros detalles de la situación socioeconómica del individuo
corresponden a la información que efectivamente fue aportada.
Un aspecto que merece consideración inicial es el uso de las expresio­
nes “hombres bisexuales” y “bisexualidad masculina”. Reconocemos en
estos términos un sesgo esencialista, en desacuerdo con el referencial cons-
truccionista que orienta la investigación y este texto en particular. Tal vez
una designación más adecuada sería “hombres que mantienen relaciones
afectivas y/o sexuales con hombres y mujeres”, lo que parece coherente
con nuestra posición teórica, pero resulta poco práctico. Además, en el
momento de redactar este texto, me parece que la expresión “hombres que
tienen sexo con hombres”, conocida por las siglas HSH (o M S M en inglés),
y de la que se deriva la expresión antes citada para referirse a los hombres
de la Red Bis-Brasil, presenta problemas, en especial porque se refiere, de
modo casi exclusivo, a una identidad creada a partir de una preferencia
sexual o incluso de un acto sexual: tener sexo con hombres. Por supues­
to, no existen “hombres bisexuales” en el sentido de una categoría pura
o esencial, sino una diversidad de comportamientos y valoraciones de la
bisexualidad imposible de incluir en una misma categoría, aunque haya­
mos observado, a través de consultas, que la mayoría de los hombres de la
Red Bis-Brasil prefiere autodenominarse bisexual. Por lo pronto, esta defini­
ción conceptual permanece abierta, pero reconocemos su insuficiencia para
expresar todo lo que hemos recopilado en testimonios, historias de vida,
narrativas de fantasías y de relaciones afectivo/sexuales y diferentes modali­
dades de vivencia y valoración del deseo de relacionarse con hombres y mu-
M ASrU IIN ID An, RISFXUAIIDAD MAfSnil lNA Y FIFRCinO DF RODER 91

jeres. De manera genérica, estamos trabajando con hombres que manifies­


tan el deseo de mantener relaciones afectivas y sexuales con hombres y mu­
jeres, en las más diversas formas y en diferentes modalidades de valoración
e intensidad. Siempre que utilicemos aquí la expresión hombres bisexuales,
nos gustaría que se entendiera a partir de esta riqueza de significados.

El e j e r c ic io d e l p o d e r y l a c o n s t r u c c ió n d e IDENTIDADES:
V IO LE N C IA ESTRUCTURAL V S. ID E N T ID A D DE PROYECTO

La designación de violencia estructural parece referirse a las formas de


violencia que no se presentan en general de manera súbita, ni se derivan
de situaciones excepcionales, como guerras; sino que están insertas en el
funcionamiento de la vida cotidiana de los individuos, actuando de forma
constante y, muchas veces, difícil de percibir, pues se presentan casi “na­
turalizadas”. El elemento central que preside la definición de violencia
estructural es la verificación de que las desigualdades —de género, raza,
clase social, nivel cultural, escolaridad, religión, grupo etario, preferencia
sexual, posición política, entre otras, y sus diferentes combinaciones—
desembocan en situaciones institucionalizadas de violencia, caracterizadas
entonces por el adjetivo “estructural”. Decir que se vive en una cultura de
violencia equivale a afirmar que los modos de vida de los miembros de la
sociedad incorporaron la violencia a su funcionamiento cotidiano. También
significa que los sistemas de interrelaciones que enlazan a los individuos
en un conjunto admiten la práctica de la violencia de forma rutinaria.
El concepto de violencia, como cualquier otra construcción concep­
tual, es histórico y social. Hoy, nuestra lectura de las sociedades del pasado,
a partir del conjunto de derechos humanos que la sociedad contemporánea
ha construido, hace que llamemos violencia a muchas cosas que en su
época no fueron vividas por los individuos como formas violentas, y mu­
cho menos consideradas de esa manera. El aspecto social de la conceptua-
ción de la violencia se refiere a que, en un grupo social, algunos van a
nombrar como violencia algo que otros podrán considerar habitual y no
violento. En nuestra sociedad, en muchos aspectos, parece que la violen­
cia se volvió cotidiana y esto lo observamos especialmente al consumir los
productos de los medios de comunicación: periódicos, revistas, programas
de televisión y radio. Al entrar en contacto con esta proliferación de vio­
lencia, muchos individuos empiezan a creer y afirmar que la violencia es
hoy un elemento fundamental de las relaciones sociales. Es decir, que la
forma de establecimiento de las relaciones sería la violencia, desde la más
suave, como la competencia entre individuos por una plaza laboral, hasta
92 DlBATtS SÜBKL MASCULINIDAUCS

la barbarie de los asesinatos, pasando por situaciones vividas en el tránsito


de las grandes ciudades, agresiones diversas, violencia simbólica, vergüen­
za por la falta de dinero, sensación de impotencia por no poder consumir
lo que se desea, etcétera.
No obstante, creemos que la violencia, pese a tener una positividad
productiva, no es un elemento fundamental de la vida social, a diferencia
de lo que muchas creencias difunden. Los elementos fundamentales de
las relaciones sociales son principalmente la clase, la raza/etnia, el género,
la franja etaria, la religión, la nacionalidad y la región, entre otros. Así, la
mayoría de las relaciones sociales en las que participamos se da a partir de
diferencias de clase, raza/etnia, género, religión, generación u otras. Mu­
chas veces, estas diferencias son materia de la propia relación, lo que está
en juego, aquello que en ese momento estamos “intercambiando” con el
otro. La violencia puede aparecer como un complemento esencial de la
articulación entre esos elementos. Se le puede ver como el lubricante de
estas relaciones. Puede ser necesaria para que un grupo siga dominando a
otros, desde la perspectiva del género (los hombres violentan a las muje­
res), de la región (ciertos Estados del mundo usan la violencia para mante­
ner su dominio sobre otros), de la religión (el ejercicio de la violencia en la
relación entre grupos religiosos, como en Irlanda), de la raza/etnia (véase
el caso de Sudáfrica), entre otras posibilidades. La necesidad de domina­
ción siempre acarrea desigualdades de distribución de poder en la socie­
dad, lo que origina, entonces, otras formas de desigualdad. También pode­
mos tener una sinergia entre más de una forma de desigualdad, como sucede
en la relación entre el sida y la sexualidad.
En veinticuatro horas de la vida de un individuo, la mayor parte del
tiempo lo que está en juego en la construcción de su identidad es algo
relacionado con la clase, la raza o etnia, el género, la generación, la región
y la nacionalidad; con diferentes intensidades que dependen del contexto y
de las interpelaciones. No me relaciono con Pablo, Pedro o María a partir de
la violencia, sino que la relación que puedo establecer con cada una de esas
personas —siendo María mujer y yo hombre, o Pedro estadounidense y yo
brasileño— puede incluir un complemento fundamental, la violencia, que
puede estar poco o muy dimensionada. No podemos caer en la tentación
de hacer afirmaciones del tipo “siempre existe violencia”, “está por todas
partes”, “todo el mundo es violento”, porque son maneras de hacer que el
propio concepto de violencia pierda un poco de su potencial de análisis
teórico. Si “todo es violento" por hipótesis, ya no necesitaríamos ese con­
cepto, pues se vaciaría o naturalizaría. Si empezamos a calificar todas las
situaciones como de violencia estructural, perdemos la necesidad de inda­
gar sobre las causas de la violencia.
M asculiniüad , bis: xualidad m asculina y r)rRc;ic:io dc ponrR 93

Partiendo del análisis de Anderson (2001) sobre el tema de la opre­


sión, en el que comenta el pensamiento de la Escuela de Francfort, nos
damos cuenta de que para profundizar en el tema de la violencia estructu­
ral necesitamos tener una “concepción de la historia y la sociedad basada
en la lucha de los grupos sociales por obtener reconocimiento” (Anderson,
2001: 8). El conflicto entre los grupos sociales, más que entre los indivi­
duos, tiene un papel central. Esa posición nos distingue de otras corrien­
tes teóricas, en las que se da prioridad a los conflictos entre individuos
(Hobbes) o entre entidades estructurales. La historia humana y las socie­
dades se caracterizan por conflictos entre grupos sociales que buscan
reconocimiento. Estos conflictos pueden redundar en violencia, la cual
puede asumir la modalidad de violencia estructural. En la violencia es­
tructural tenemos un carácter genuinamente social: “una consideración
de lo social que pone de relieve que la sociedad se reproduce por medio de
la interacción muchas veces conflictiva de los grupos sociales reales, que a
su vez son producto de actividades que son objeto de interpretación y lu­
cha por parte de los participantes” (Anderson, 2001: 11). En resumen, la
trayectoria histórica de una sociedad se representa por la fuerza de los
conflictos entre los grupos sociales que la conforman.
Sin embargo, el concepto de lucha por el reconocimiento también
puede ser útil para comprender la trayectoria de vida de los individuos, en
este caso, los hombres bisexuales que participan en la Red Bis-Brasil. ¿De
qué forma se sienten oprimidos? ¿Qué es para ellos una “injusticia”? ¿Qué
consideraría cada uno de ellos que es una situación de plena justicia y
seguridad para el ejercicio de sus deseos de relaciones afectivas y sexuales
con hombres y mujeres? Una posibilidad de análisis, que más adelante
explicaremos, es

localizar la p ercep ción crítica de la injusticia de m anera m ás general dentro


de las experiencias negativas d e los individuos de ver violadas sus grandes
expectativas ‘m orales’. En las experiencias vividas d e difam ación y falta de
respeto [ ...] p odem os ver claram en te lo q ue sign ifica negar a las p ersonas lo
que m erecen [ ...] . Sobre todo, la sen sa ció n de ser engañado surge en el in te ­
rior de la experiencia subjetiva de los individuos y en cu en tra su expresión,
com o afirm ación moral, en las lu ch as sociales (A nderson, 20 0 1 : 12).

Una forma de ampliar el campo de comprensión de la violencia es­


tructural es relacionarla con otros dos conceptos, la exclusión social y la
desigualdad. En una matriz propuesta para organizar estos términos, esta­
blecida por Castells, cada uno forma parte de un conjunto de otros tres.
La desigualdad aparece en el eje de dominio de las relaciones de distribu-
ción/consumo o apropiación diferenciada de la riqueza generada por el
94 D ebates sobre m ascu linidades

esfuerzo colectivo, junto con la polarización, la pobreza y la miseria. Por su


parte, la exclusión social aparece como uno de los procesos específicos de
las relaciones de producción, al lado de la individualización del trabajo, la
sobreexplotación de los trabajadores y la integración perversa. A pesar de
que los dos términos se defínen en relación con el eje producción/distri-
bución/consumo, pueden ser herramientas útiles para auxiliar en la com­
prensión de la violencia estructural a la que están sujetos los hombres
bisexuales asociados a la Red Bis-Brasil.
“Se entiende por desigualdad la apropiación diferenciada de la riqueza
(renta y bienes) por parte de individuos y grupos sociales distintos que se
relacionan entre s f (Castells, 2000a: 96). Los grupos sociales discriminados
por causa de su preferencia sexual pueden estar sujetos a una situación de
estigma (Goffman, 1982), lo que les dificulta participar en la distribución
de la riqueza de manera equitativa con otros individuos y grupos. Esta es
una percepción clara entre muchos informantes de la Red Bis-Brasil,
pues hay relatos de hostilidad en el lugar de trabajo, con claros efectos en
los planos de ascenso profesional, como es el caso de Bruno, de 29 años,
soltero, miembro del equipo de mecánicos especializados de una conce­
sionaria automotriz de una gran ciudad;

M is com pañeros siem pre están hablando de mujeres, todo el tiem po. Y apro­
vechan cualquier oportunidad para llamar a alguno de los jefes “m aricón”,
jo to ’, ‘de la m ano caída’, refiriéndose al h ech o de que los jefes balancean las
hojas de requisición en la m ano y nos llam an para atender a los clien tes. Lo
peor de todo es que todo el día cu en tan alguna anécdota de la vida privada de
algún jefe, no sé cóm o se enteran, siem pre son cosas relacionadas con sexo y
m ujeres, y tam bién casos de sexo entre un jefe y algún otro em pleado, uno de
lim pieza o alguno de los de seguridad. Ya m e propusieron ser subjefe y m e dio
m iedo aceptar, dije que estaba estudiando, q ue no tenía tiem po de quedarme
m ás tarde en el taller, pero la verdad es q ue p en sé que alguien podría d esc u ­
brirme cuando salgo con otros. M ientras siga siendo un m ecánico igual que
ellos, m e quedo callado en m i rincón y no se m eten en mi vida. Si m e volviera
jefe, de seguro empezarían a hurgar en m i vida. Y la cosa se pondría fea.

El miedo de quedar expuesto a una situación vejatoria derivada de la


revelación de su vida sexual, especialmente entre los hombres, nos indica
que “la posibilidad de sentir, interpretar y percibir las necesidades y de­
seos propios, en suma, la posibilidad misma de ser alguien depende cru­
cialmente del desarrollo de la autoconfíanza, el autorrespeto y la autoestima”
(Anderson, 2001: 12). Esta vinculación entre el sentir y la autoestima tie­
ne una relación directa con el tema de la vulnerabilidad al sida. La autoes­
tima sólo se puede construir si estoy participando en una relación en la
M ASrUtlNIDAD, BISEXUAlinAD MASCUUNA Y ElERfiriO DE PODER 95

que no necesito esconder algo muy importante sobre mi vida. Ése fue un
factor de atracción y también de preocupación de innumerables hombres
que se acercaron a la Red Bis-Brasil. Dispuestos a encontrar un lugar para
hablar sin tapujos sobre sus preferencias, temían que la red no fuera un
ambiente “confiable”, según nos revela esta carta de Mauro, de 35 años,
comerciante, residente de una ciudad de la región metropolitana de Porto
Alegre y soltero:

Es un alivio saber q ue el an u n cio es serio, fin alm en te no p od em os estar exp o­


nién don os a situ acion es que nos com prom etan y com p liq u en la existencia,
no sólo en el plano personal, sino tam bién profesional, esto porque existe
discrim inación en n uestra socied ad y en algunas áreas e s mayor o menor.
Será in teresan te conversar co n personas iguales, sin preocuparse por e sc o n ­
der nada, y la m anera en que parece q ue están m anejando esto m e h ace
sentir tranquilo y an sioso resp ecto al prim er en cu en tro. Si n ecesita n alguna
inform ación m ás sobre m í, por favor pídanm ela para q ue p odam os con o cer­
nos mejor. U n abrazo.

Los ejemplos anteriores también sirven para ilustrar la situación defi­


nida por el concepto de exclusión social: “proceso mediante el cual se les
impide sistemáticamente a determinados grupos e individuos el acceso a
posiciones que les permitirían una existencia autónoma dentro de las nor­
mas sociales determinadas por instituciones y valores insertados en un
contexto dado. [...] La exclusión social es un proceso, no una condición.
De este modo, sus límites siempre se mantienen móviles y los excluidos e
incluidos pueden alternarse en el proceso a lo largo del tiempo, depen­
diendo de su nivel de escolaridad [...] prejuicios sociales [...]” (Castells,
2000a: 98). El autor también comenta que, a pesar de que el desempleo
sea el principal mecanismo de exclusión social y el testimonio anterior
no se refiera a uno de esos casos, “los motivos por los que los individuos y
los grupos se exponen a dificultades/imposibilidades estructurales para
procurarse el sustento siguen trayectorias totalmente diversas”, siendo éste,
sin duda, un caso de esas trayectorias diversas.
Al hablar de los procesos de exclusión social, de inmediato nombra­
mos a dos sujetos: el incluido y el excluido. Hoy se ha vuelto lugar común
utilizar estos términos, que están presentes tanto en los análisis del Banco
Mundial como en discursos de todos los matices partidarios o programas
de ONG. El “éxito” de esa designación nos lleva a reflexionar sobre la nece­
sidad de su problematización. Por un lado, observamos que los procesos
de exclusión e inclusión han estado presentes en todas las formas de orga­
nización social, colocando a los individuos dentro y fuera de redes de so­
ciabilidad, beneficios sociales, acceso a tierras, oportunidades económi­
96 D ebates sobre m a s c u h n iq a d e s

cas, padrones electorales, derechos económicos y demás. Por otro lado, la


designación de los individuos y los grupos sociales que participan en estos
procesos no siempre ha sido la que ahora nos hemos acostumbrado a usar,
incluidos y excluidos. En el vocabulario marxista, por ejemplo, la burgue­
sía y el proletariado nos indican situaciones de inclusión y exclusión, res­
pectivamente. A primera vista, puede parecer que hubo un simple cambio.
Sin embargo, llamar proletario a un individuo o grupo —en el lenguaje
marxista, una clase— nos remite de inmediato a su inserción en el mundo
laboral y rápidamente ubicamos al grupo —clase— que es su oponente
antagónico, la burguesía. Al hablar de incluidos y excluidos, las fronteras
se vuelven más móviles: “el excluido sustituye, con ventajas, una serie de
agentes sociales que han estado marcados, a lo largo de la historia, por
luchas, oposiciones y relaciones de poder perversas. El concepto de ex­
cluido aparece como diluyendo la materialidad de los sujetos construidos
históricamente” (Pinto, 1999: 34).
La movilidad de las fronteras entre incluidos y excluidos también se
revela en el hecho de que nadie queda totalmente incluido o excluido.
Esta posibilidad se plantea en el concepto de Castells citado anteriormen­
te, al subrayar que la exclusión es un proceso, no una condición fija. Ser
un excluido tiene entonces una materialidad menos fija que la de ser un
proletario, que no es un proceso, sino una condición de clase. En la dialéc­
tica marxista, los proletarios no luchan para ser la burguesía, sino para
eliminarla. En cambio, los excluidos luchan para ser incluidos, parece que
no tienen un antagónico directo. Nadie lucha contra el incluido, todos
quieren ser incluidos: “los brasileños pobres, trabajadores, empleados y
desempleados [...] perdieron esa identidad, que les garantizaba por lo
menos un enemigo (aunque estuviera dotado de un escaso contenido) y
empezaron a formar parte de un grupo grande e informe, el de los exclui­
dos” (Pinto, 1999: 34). Una salida para esta situación de aparente confusión,
que se puede prestar a afirmaciones del tipo “todos somos excluidos”, es
nombrar en cada momento del proceso al incluido y al excluido en dispu­
ta, por ejemplo, el gran terrateniente y el “sin tierra”, estableciendo entre
ellos una relación dialéctica marxista que indica que el “sin tierra” existe —es
excluido— porque existe el gran terrateniente —es incluido—, con lo que
rescatamos en parte el concepto de contradicción entre la burguesía y el
proletariado presente en Marx.
La investigación que ahora coordinamos sobre bisexualidad transita
entre los temas del sida y la sexualidad masculina. Al leer el material del
que dispongo —cartas, testimonios orales, noticias de los periódicos, cari­
caturas, historietas, poesía u otros—, tal vez haya incorporado como vio­
lencia más cosas de las que contiene el concepto antes esbozado. No obs-
M a SCULINIDAD, BISEXUALIDAD m a sc u lin a y E)ERCICI0 de poder 97

tante, me pareció que la “manera de vivir” de los hombres informantes de


la investigación está marcada por una alta dosis de insatisfacción y sufri­
miento silencioso, lo que en este análisis se entendió como una modalidad
de violencia estructural, pues la vida de muchos de ellos se estructura a
partir de estas vivencias.
Un punto que necesita ser verificado es en qué medida el empobreci­
miento, o el mero empeoramiento de las condiciones económicas, contri­
buye al aumento de la violencia estructural entre estos hombres. ¿O acaso
la violencia contra estos hombres es la misma, independientemente del
nivel de ingreso, la clase económica y la situación social? Tal vez resulte
que el factor de organización más importante de la violencia en este grupo
sea la categorización rural y urbana, o la franja etaria, o la división entre
hombres casados y solteros, o la división de raza/etnia, o la diferencia de
creencia religiosa, como ocurre en un caso que citaremos más adelante.
Desde luego, no podemos perder de vista que la pobreza participa activa­
mente en la construcción de los procesos de exclusión social y vulnerabi­
lidad al sida en todos los grupos sociales, y en éste en particular, pero
también es cierto que:

una cuestión fundam ental es que la pobreza está al m enos parcialm ente lim i­
tada com o categoría unicausal de análisis de la vulnerabilidad al VIH sida. D e
acuerdo con la bibliografía sociológica y antropológica [ ...], en casi todas las
circunstancias la pobreza funciona en conjunto con otros factores sociales y
culturales en la articulación de formas variadas de vulnerabilidad al VIH sida.
El énfasis está en la interacción entre factores estructurales diversos; la si­
nergia causada por su contacto [...] aborda la pobreza en relación con su
desplazam iento espacial, su poder asociado al género, la violencia y la discri­
m inación sexuales, la desertificación urbana y la desintegración social oca­
sionada por el tráfico de drogas, y así sucesivam ente. Las tendencias amplias
com o la pauperización, la fem inización o la interiorización son innegables,
pero su uso a veces sim plista puede enmascarar la complejidad social de los
procesos de vulnerabilidad (Parker y Camargo Jr., 2000: 9).

No debemos olvidar —al ver los ejemplos de la peste, la sífilis y el


sida— que con frecuencia las enfermedades se usan como instrumento
para quitar derechos a poblaciones o grupos, legitimar persecuciones, es­
tablecer el dominio de un grupo sobre otros. La enfermedad se vuelve
entonces un problema de democracia, un problema político, pues se pone
al servicio del silencio de grupos, de la construcción de los modelos de vícti­
mas y culpables. En el caso de los hombres bisexuales, su culpabilización
por propagar el sida sirvió para acallar más al grupo, para silenciarlo, para
hacer (|ue otros —médicos, autoridades sanitarias, psicólogos— pudieran
98 □ [BATES SOBR: MASa.T INIDADES

hablar libremente en su nombre. Las maniobras de culpabilización de los


hombres bisexuales por la propagación del sida funcionan como estrategia
de silenciamiento de los individuos pertenecientes a este grupo, de mane­
ra semejante a la violación, modalidad de silenciamiento de lo femenino, o
la ofensa pública, al llamar a alguien por ejemplo “marica”, como forma de
silenciar al individuo y, casi de modo infantil, eliminar esta diferencia.
Incluso un observador no muy atento al desarrollo de la epidemia del
sida en Brasil en los últimos veinte años percibirá la evidente imbricación
entre los procesos que conducen a la adquisición de la enfermedad y
los determinantes socioeconómicos y políticos que presiden la vida de los
individuos y las poblaciones. Las “formas” que asume la epidemia, en
los diferentes países y regiones, en grupos sociales distintos, son el resul­
tado de la intervención de una complejidad de procesos —tanto económi­
cos como sociales, políticos, culturales, entre otros— que, la mayoría de
las veces, ya existían antes de que surgiera la enfermedad, pero fueron
reelaborados por ésta y en parte conformaron las modalidades de presen­
cia de la epidemia entre grupos e individuos. De este modo, cuando se
habla de “vencer el sida”, como aparece con frecuencia en los periódicos,
estamos hablando de la solución de un conjunto enorme de problemas de
salud pública y no sólo del descubrimiento de una vacuna, como quiere la
prensa. La presencia del sida en determinados grupos sirve como marca­
dor social, permite visualizar una situación de vulnerabilidad social que
ya existía y que ahora adquiere nuevos contornos, generalmente más
dramáticos.
La vulnerabilidad social a la epidemia guarda una estrecha relación
con situaciones de violencia estructural y desigualdad social. En esta
medida, es necesario “promover un entendimiento más eficiente de las
maneras en las que las diversas formas de violencia estructural —como
pobreza, opresión entre los sexos y discriminación sexual sistemática—
contribuyen, muchas veces de maneras sinérgicas, a la vulnerabilidad al
sida en América Latina y en otras partes del mundo” (Parker et al., 2000:
3). Las respuestas a la epidemia sólo darán resultado si se piensan como
proyectos a largo plazo encaminados a la resolución —o por lo menos la
atenuación— de las desigualdades sociales y las situaciones de violencia
estructural. Sin embargo, como ya lo mencionamos, en general el indivi­
duo vive la violencia estructural como algo casi “naturalizado", por lo que
muchas veces, incluso, es difícil que la parte afectada la llame violencia.
De esta forma, “la relación entre violencia, pobreza y vulnerabilidad no se
puede ver simplemente como de causa y efecto o mera asociación. Es
necesario estar más atentos, pues el locus de la violencia estructural es
exactamente una sociedad de democracia aparente, que a pesar de conju-
M a SCULINIDAD, BISEXUALIOAD m a sc u lin a y EIERCICIO DE PODER 99

gar participación e institucionalización, defendiendo la libertad e igualdad


de los ciudadanos, no les garantiza el pleno acceso a sus derechos” (Cruz
Neto, 2000; 6).
En el caso brasileño, y me parece que podemos aplicar este razona­
miento al resto de los países latinoamericanos, la sociedad y el Estado no
garantizan a todos los grupos sociales un trato de igualdad y equidad.
Las desigualdades de poder suelen estar organizadas en tres ejes: raza,
clase y género, y sus combinaciones. Podemos decir que son los estigmas
de raza, clase y género. Por lo general, la diversidad no se considera en el
ordenamiento jurídico de estos países, lo que contribuye a reforzar las si­
tuaciones de violencia estructural y priva a los individuos de medios para
defenderse de la exclusión, la falta de respeto, las actitudes prejuiciosas, la
discriminación y la hipocresía. Entre los grupos oprimidos y que no están
considerados en la legislación, destacan los llamados tradicionalmente “mi­
norías sexuales”. Ahora bien, hoy tenemos en América Latina sociedades
en las que amplios sectores reconocen y aceptan que la heterosexualidad
no constituye la única forma de expresión de la sexualidad humana. La
lucha por los “derechos referentes a la libre orientación sexual se inserta
en un contexto internacional de construcción de los derechos humanos”
(Pimentel, 2002) y constituye una tarea social de gran envergadura, que
tiene por objeto enfrentar la desventaja histórica de estos grupos frente a
otros.
Parker y Aggleton, en un texto publicado por la Asociación Brasileña
Interdisciplinaria de Sida (2001), retoman cuestiones relacionadas con
el estigma, la estigmatización, la discriminación y la negación para exami­
nar la epidemia del sida y aportan elementos para pensar en cuestiones
vinculadas con la sexualidad y la violencia estructural. Para los hombres
informantes de la Red Bis-Brasil, la cuestión del sida y de la orientación
sexual se configura como una fuente de estigma y discriminación, enten­
dida aquí como trato injusto y, por lo tanto, generador en potencia de vio­
lencia estructural. El estigma para el hombre de práctica bisexual se da
por diversos caminos. Uno de ellos vincula la bisexualidad con indecisión,
ambigüedad, falta de fuerza de voluntad, incapacidad para fijarse una
orientación y, por lo tanto, con un individuo débil. Otra fuente de estig­
ma es pensar en la bisexualidad, en especial la masculina, como un exceso,
un deseo de intensificar la vida sexual, hacerlo todo, dejarse ir, entregarse
a los placeres con quien sea, buscar placer sin límites, es decir, se habla de
un individuo fuerte. Otra fuente importante de estigma es el hecho de que
la bisexualidad tiene una gran influencia en el debate sobre la fidelidad
y la relación monogámica. No hay manera de ser bisexual sin atentar con-
1ra la monogamia.
100 D ebates sobre m ascu liniuades

Una consecuencia importante del proceso de estigmatización es la su­


presión de la voz de estos individuos, como ya se dijo brevemente en páginas
anteriores. Todos hablan en nombre de los hombres bisexuales: médicos,
psicólogos, científicos sociales, autoridades sanitarias, pero en raras oca­
siones un hombre bisexual habla públicamente sobre su orientación o sus
problemas. Como nos alertan Parker y Aggleton, “dentro de tal estructura, la
construcción del estigma (o, dicho de manera más sencilla, la estigmatización)
supone la señalización de diferencias significativas entre categorías de per­
sonas y, por medio de esa marcación, su inserción en los sistemas o estruc­
turas de poder” (Parker y Aggleton, 2001: 14). En otras palabras, y siguiendo
de cerca ideas de Foucault, se establece un régimen de conocimiento y poder
acerca de la bisexualidad masculina, compuesto por discursos de varios
órdenes. La propia investigación que emprendimos es uno de los discur­
sos que construyen la bisexualidad en Brasil. En la medida en que estos
hombres no tienen grupos organizados, esa construcción se vuelve su voz.
Este “excéntrico”, el hombre bisexual, es necesario para la definición
de lo normal, de la heteronormatividad masculina. Se produce esta dife­
rencia, que se valora negativamente, lo que contribuye a reforzar la centra-
lidad de la masculinidad heterosexual hegemónica. En este sentido, la
“construcción social del estigma es central para el trabajo del poder" (Parker
y Aggleton, 2001: 14), y en la actualidad el hombre bisexual se posiciona
como una mezcla de indeciso y libertino o como representante del “sexo
del futuro” en muchas revistas. La discriminación contra los hombres bi­
sexuales no se basa en reglas o leyes, sino que es una violencia simbólica
derivada del peso de la masculinidad hegemónica, que transforma esa di­
ferencia en desigualdad. Esta desigualdad se puede aceptar pasivamente,
como se observa en las cartas de los informantes a través de ideas y pensa­
mientos del tipo “somos minoritarios”, por la verificación de que les falta
algo en cuanto a definición y decisión, o porque su descripción parte del
modelo de la heterosexualidad, de modo que algo les “falta” o les “sobra”.
Son pocos los informantes que muestran una actitud combativa de lucha
por la igualdad en términos de orientación sexual.
El estigma no se puede ver como un atributo psicológico o como una
“cosa”, sino que es el fruto de una relación social, histórica y culturalmente
construida y que, así como se construyó, se puede modificar. “De hecho,
es posible ver que la estigmatización desempeña un papel fundamental
en la transformación de la diferencia en desigualdad y puede funcionar, en
principio, en relación con cualquiera de los ejes principales de la desigual­
dad estructural interculturalmente presente: clase, género, edad, raza o
etnia, sexualidad u orientación sexual, y así sucesivamente” (Parker y Aggle­
ton, 2001: 16).
M a s c u l in id a d , bis e x u a lid a d m a s c u l in a y ejercicio de poder 101

Antes de finalizar con estas consideraciones sobre el tema de la vio­


lencia estructural, no podemos dejar de mencionar una interesante cola­
boración de Derrida, en su reciente estancia en Río de Janeiro, a propósito
del tema de la violencia, en donde distingue a la violencia de la crueldad y,
al mismo tiempo, subraya algo en lo que en general pensamos poco, es
decir, el establecimiento y el mantenimiento de una estructura jurídica
que garantice los derechos humanos para determinados grupos también
se puede ver como una modalidad de violencia; “La crueldad no es igual a
la violencia. Toda crueldad es violenta, pero la violencia no siempre es
cruel. Cuando se funda el derecho, hay violencia. Y, enseguida, hay una
violencia conservadora, que consiste en mantener las leyes. Cuando nos
asomamos al abismo sobre el que se funda el derecho, nos da vértigo”
(Perrone-Moisés, 2001; 13).

R e d B is -B r a s il ; m o d a l id a d de c o n s t r u c c ió n

D E P O D E R DE REPR ESENTA R

En Brasil, los escasos trabajos de investigación sobre la bisexualidad cons­


tituyen una forma de conocer y, por tanto, una modalidad de construir
“efectos de realidad” con respecto a estos hombres. En ellos aparece una
clara vinculación de la bisexualidad con el sida, la prostitución y la homo­
sexualidad. Si buscamos en Internet, la mayor parte de las investigaciones
que incluyen el personaje “hombre bisexual” está relacionada con la epide­
miología del sida y de otras enfermedades de transmisión sexual. Cada
descripción regula aquello que describe, o bien, construye aquello que des­
cribe y, por lo tanto, establece un modo de control sobre aquello que
describe. Cada descripción refleja relaciones de poder o es el fruto de
éstas. En el caso del trabajo de constitución de la Red Bis-Brasil, clara­
mente tenemos un proceso de descripción y construcción de identidades
de los hombres bisexuales. De esta forma, es necesario discutir cómo se da
esta construcción, por una Red que ha sido el modo de acceso a las trayec­
torias de vida de los hombres bisexuales que participaron como informantes
en esta investigación.
El propósito que se formuló inicialmente para el proyecto de estudio
sobre hombres bisexuales era el de “investigar comportamientos, hábitos y
actitudes entre hombres bisexuales, tratando de identificar, describir y ana­
lizar su vulnerabilidad frente al VIH sida, a fin de generar instrumentos de
comunicación efectiva que favorezcan su capacitación para establecer es­
trategias de prevención de la infección por VIH sida, tanto para sí como en
la relación con sus compañeros(as)”. En este proyecto, iniciado en agosto de
102 D ebates sobre m asc u lin ioad es

1995, probamos diversos caminos para relacionarnos con el universo


de los hombres que mantienen relaciones afectivas y sexuales con hom­
bres y mujeres, y acabamos por centrarnos en la construcción de una red,
que resultó ser una modalidad fructífera de relación con el público meta,
tanto para el encaminamiento de acciones de prevención del sida como
para la investigación sobre identidad y modos de subjetivación de estos
hombres.
Antes de pasar a una reseña sobre las principales etapas de construc­
ción de la red, conviene abordar una cuestión fundamental: ¿exactamente
qué problemas surgen en el acto de realizar una intervención social en un
grupo de hombres y llevar a cabo una investigación relacionada? Construir
una red, la opción elegida para proceder a la intervención social en este
grupo de hombres, representa un proyecto práctico que, según nos aclara
Foucault (1980), al mismo tiempo que estudia y conoce, permite ubicar y
controlar a los que son el objeto de estudio. Si, por un lado, las estrategias
de exclusión son marginadoras, punitivas, fundamentalmente negativas, la
inclusión aparece como su reverso: incluir es traer al centro, valorar, volver
positivo. Si la exclusión es desconocimiento, la inclusión es una estrategia
de conocimiento: “Mientras que la exclusión es el alejamiento y el desco­
nocimiento, la inclusión, cuyo modelo inicial es el control de la pobla­
ción víctima de la peste en la Edad Media, es el modelo del conocimiento,
del examen” (Pinto, 1999: 37). Aquí el poder aparece en la dimensión que
más trabajó Foucault: la de productor de verdades. De forma semejante,
la Red Bis-Brasil produjo un conjunto de verdades acerca de la bise-
xualidad masculina brasileña, tanto más ante la casi absoluta inexistencia
de trabajos más sistemáticos sobre este grupo en el país. Las “verdades”
producidas están relacionadas con el dispositivo de producción, en este
caso una red de contactos por vía postal. Probablemente, el uso de otro
dispositivo habría producido otro conjunto de verdades, algunas cercanas
a las que se presentarán, otras más distantes y algunas incluso contradic­
torias como se afirmará posteriormente. No consideramos que una teoría
o un método simplemente “descubren” una realidad que ya preexistía a
la investigación. Crear una red, la forma en que la Red Bis-Brasil fue
construida, implicó una coyuntura histórica y especialmente epidemioló­
gica, implicó la producción activa de una determinada identidad bisexual
masculina.
Otra forma de ver las cosas es decir que, al crear la red, estábamos
armados de la llamada razón técnico-científica, que asocia el conocimien­
to con la manipulación: “El objeto de investigación científica ya se percibe
bajo la forma de su funcionalidad virtual” (Rouanet, 2001: 16). Se puede
afirmar que la estrategia “funcionó” en el sentido de acercar a estos hom­
M a SCUÜNIUAD, BIStXUALIlMU MASCULINA Y DLKCICIO ÜL l’ODLR 103

bres, de organizarlos para algunas actividades de carácter práctico, de ha­


cerlos visibles preservando su anonimato, de poner a cada uno de ellos en
contacto con muchos otros, etc. Organizar a los hombres en una red supo­
ne construir una identidad, o sea, buscar lo idéntico en ellos, de alguna
forma “normalizarlos” como individuos. Dos factores parecen intervenir al
respecto; en primer lugar, cierta necesidad, derivada de la modernidad, de
construir identidades, lo que incluso otorga determinado poder a quien
“posee” una identidad, tal como lo señala Castells en el segundo volumen
de su trilogía, en relación con el concepto de red, en cierta forma similar a
la situación que nos ocupa. Por otro lado, al lidiar con políticas públicas de
salud, tenemos la necesidad de imaginar un sujeto meta de estas políticas,
con un grado razonable de previsión de sus acciones. En este sentido, la
tentativa de “entender” quiénes son los hombres bisexuales necesariamente
pasó por constituirlos como objetos de la política pública de prevención
del sida, pues este trabajo se generó en el marco de esas preocupaciones.
Esta observación no merma en nada la pertinencia de las conclusiones a
las que llegamos, sólo sirve para iluminar el recorrido metodológico que se
siguió, fruto de elecciones conscientes. Al escribir el presente texto, pre­
ocupado por la cuestión de la violencia estructural, percibí que estaba
construyendo nuevamente un sujeto masculino bisexual, esta vez desde la
óptica de un individuo objeto de las políticas públicas de derechos huma­
nos o un individuo asociado a la Red Bis-Brasil, lo que constituye una
práctica de resistencia a la violencia estructural.
Una vez hechas estas consideraciones iniciales, procedamos a la des­
cripción del proceso de montaje de la red, esto se vuelve necesario para
comprender las posibilidades de utilizar esta red como una práctica de
resistencia a la violencia estructural. En el primer año de trabajo (agosto
de 1995 a agosto de 1996), se realizó un esfuerzo inicial de comprensión de
la identidad bisexual masculina, a partir de la recopilación de anuncios
de revistas, periódicos y espectaculares, documentación nacional y extran­
jera sobre el tema, videos pornográficos autotitulados bisexuales, películas
del circuito comercial sobre el tema, reportajes de revistas de tipo Veja,
hton, Marie Claire, Contigo y otras, lo que permitió evaluar mejor las po­
sibilidades de trabajo del proyecto original.
Entonces mandamos publicar anuncios en periódicos, al principio en
la columna de clasificados de Zero Hora, de Porto Alegre, en los que manifes­
tábamos nuestro interés en reunir un grupo de hombres que quisieran ha­
blar sobre el tema de la bisexualidad masculina. Un número considerable
de hombres entró en contacto por carta, diciendo estar interesados en for­
mar parte del grupo. Pero esto no se llevó a cabo, pues casi nadie asistió a
las reuniones convocadas y los (|uc asistieron estaban interesados exclusi­
104 D fbates sobrf m a s c u l in id a d f s

vamente en establecer contacto sexual con otros hombres, en ocasiones con


los propios organizadores. No obstante, todos resultaron ser correspondien­
tes activos y deseaban entrar en contacto con nosotros o con otros hombres
no sólo para tener encuentros sexuales, sino también para intercambiar
información e impresiones personales. De ahí nació la idea de organizar
una red postal, lo que nos permitiría tener acceso a esos informantes y un
intercambio de información entre ellos, guardando su anonimato.
A partir del segundo semestre de 1996, el principal eje de actividades
del proyecto estuvo representado por las acciones para constituir y ampliar
la red de hombres bisexuales, bautizada como Red Bis-Brasil, designación
sugerida por los propios participantes, que hoy cuenta con cerca de qui­
nientos hombres de todo Brasil. Una vez definido que el trabajo se realiza­
ría por la vía de la correspondencia postal, hicimos un esquema de las
posibilidades, buscando y catalogando revistas dedicadas a la publicación
de anuncios del tipo clasificados sexuales, así como en periódicos y sec­
ciones de revistas y periódicos dedicados a encuentros y anuncios.
Ante el aumento del número de interesados y la enorme demanda de
cartas y solicitudes de respuesta e información diversa, tuvimos la idea
de crear un boletín de publicación regular. Solicitamos opiniones a los
asociados de la red, por medio de aerogramas para facilitarles la respuesta,
y el nombre elegido por la mayoría para el boletín fue Frente & Verso. La
periodicidad de este boletín se estableció en cerca de dos meses y empe­
zó a funcionar como instrumento de información, intercambio de ideas y
recados. Otra forma de entrar en contacto con los hombres de comporta­
miento bisexual fue a través de anuncios publicados en revistas y periódi­
cos de todo el país para dar a conocer la red.
El intercambio de correspondencia, la sistematización de los datos
indicados en las fichas de inscripción y la tabulación de los datos recopila­
dos en el cuestionario largo (que incluía más de cien preguntas) en el
programa de cómputo SPSS aportaron un excelente material para escribir
artículos en el boletín o para consultar a los asociados sobre los temas
recurrentes en la investigación, como la culpabilización de los bisexuales
por la infección de las mujeres con el VIH . La recopilación de material de
los medios de comunicación, en especial de revistas y periódicos, permitió
establecer una especie de mirada del otro sobre la bisexualidad masculina
y también alimentó la redacción de cartas y artículos del boletín. Todo este
material se encuentra archivado y, por el momento, en una fase de análisis
más detallada.
Las cartas que nos llegan de los innumerables asociados permiten per­
cibir que la red se convirtió en un espacio en el que se sienten valorados y
respetados, lo que contribuye a elevar su autoestima y aceptación. Estos
MASniUNIDAD, BISEXUAÜDAD MASCULINA Y FIERCICIO DE PODER 105

elementos constituyen el escenario ideal para la formulación de estrategias


de prevención del VIH sida. En esta medida, el vínculo establecido hasta
ahora entre estos hombres permite que haya acciones efectivas de organi­
zación social y visibilidad del tema de la bisexualidad masculina, muchas
veces manteniendo el anonimato de quienes no desean “dar la cara”.
La participación en la red y la recepción de material siempre fueron
gratuitos para los asociados. De cualquier forma, para un país con graves
problemas en el área de lectura y escritura, el simple mantenimiento de
un apartado postal y la disposición para mantener contacto por carta con
otros individuos no es una característica fácil de hallar en la mayoría de la
población, lo que señala los límites de esta experiencia.

La R e d B i s -B r a s il f r e n t e a l a v io l e n c ia e s t r u c t u r a l

La Red Bis-Brasil sirvió para que se manifestaran los hombres interesados


en enfrentar la discriminación en la que viven, proponiendo la creación de
mecanismos para defenderse ya utilizados por otros grupos. Esto es lo que
observamos en la siguiente carta de Hugo, de 31 años, con preparatoria
terminada, soltero y que en el momento de enviar la carta estaba mante­
niendo una relación fija con una mujer y en los últimos seis meses había
tenido relaciones sexuales con un hombre y otras dos mujeres:

Sao Paulo, 2 2 /1 0 /9 6 . Les escribo porque m e pareció muy interesante su


trabajo, creo que llegó el m om ento de que los bisexu ales tengam os un tipo
de asociación sólo para nosotros, de nivel nacional y, por qué no, de nivel
internacional también, pues ya existen asociaciones de gays y lesbianas y por
qué nosotros los bisexuales no creamos una asociación sólo nuestra. M e gus­
taría hacerles algunas preguntas a los dos y tam bién algunas sugerencias,
quisiera recibir una respuesta de su parte, ¿de acuerdo? Soy bisexual y pienso
de esa manera, quiero saber si u stedes piensan de la mism a forma que yo,
¿de acuerdo? A mi m odo de ver, ser bisexual no es ser homosexual, pues a los
hom osexuales sólo les gustan las personas del m ism o sexo, mientras que al
bisexual le gusta tener relaciones con los dos sexos, o sea, con hom bres y
mujeres, y en las relaciones le gusta ser activo y pasivo con los dos, con hom ­
bres y mujeres tam bién, ¿de acuerdo?

El comentario sobre la homosexualidad masculina expresado en la carta


anterior merece algunas consideraciones. Un elemento muy presente en
la correspondencia enviada por los hombres de la red, así como en las
entrevistas, es la negación de relaciones de cualquier tipo con los homo­
sexuales o la cercanía con los modos de ser homosexuales. No se trata de
106 DrnATrs sobrf m a s c u iin id a d fs

una regla, pero sin duda es una opinión que reúne a cerca de la mitad
del universo investigado. En determinado momento, pusimos a votación
entre los participantes de la red si deberíamos aceptar o no la presencia de
homosexuales como asociados. Se generó un debate intenso, con opinio­
nes en contra y a favor. Después de un plebiscito, se impuso por una pe­
queña diferencia la posición de que los homosexuales podrían participar
en la red. Sin embargo, hubo vigorosas manifestaciones de que, si bien se
admitiría a los homosexuales, se prefería a quienes no fueran afeminados.
Podemos pensar que son mínimas las diferencias entre bisexuales y homo­
sexuales, pues ambos se encuentran en una situación de marginación frente
a la masculinidad hegemónica. Incluso podríamos pensar que entre estos
dos grupos debería existir alguna solidaridad, puesto que sus miembros en­
frentan numerosas situaciones parecidas en cuanto a discriminación y
miedo a ser descubiertos.
Para los hombres bisexuales, esta pequeña diferencia parece consti­
tuir un problema mayor que las grandes diferencias que pueden llegar a
existir entre ellos y los hombres exclusivamente heterosexuales. La aproxi­
mación a la homosexualidad, especialmente en su faceta de hombre afe­
minado, amanerado, es rechazada de manera tajante, lo cual se expresa de
manera muy clara en los anuncios, donde son frecuentes las referencias
del tipo “absténganse mariquitas afeminadas, vestidas, desviados amane­
rados y otros que se sientan mujeres”. Esta “violencia de las mínimas dife­
rencias” tiene varias raíces:

En un ensayo relativam ente menor, E l tabú de la virginidad, publicado por


primera vez en 1917, Freud acuñó la expresión “el narcisism o de las diferen­
cias m enores” para describir un fenóm eno que se repite con frecuencia: la
hostilidad entre grupos sociales que son iguales o sem ejantes en todos los
aspectos m enores, salvo algunos. Su observación se p uede expresar en forma
de una hipótesis o teoría general, la de que los grupos sociales distintos, aun­
que sem ejantes, tien en probabilidades mayores de ser hostiles entre sí que
los grupos que p oseen diferencias obvias (Burke, 2000: 16).

Ahora bien, si la identidad nos habla de las diferencias, entonces hay


que preocuparse justo por aquellos que son más parecidos a nosotros y
que más amenazan con confundir la definición de nuestra identidad. Por
lo tanto, es necesario afirmar la diferencia contra el que es más cercano y,
por lo tanto, más amenazador.
Esto nos puede llevar a la falsa idea de que los hombres bisexuales
tienen preferencia por relacionarse con hombres varoniles, decididamen­
te viriles y masculinos. Sin embargo, en la correspondencia, así como en
M a s c u l in id a d , bisexu alid ad m a s c u i in a y eiercicio de poder 107

los anuncios de los periódicos y en nuestro propio boletín Frente & Verso,
encontramos que los hombres buscan compañeros afeminados, claramente
femeninos. Todo esto pone de manifiesto la complejidad de una construc­
ción de identidad localizada en la frontera o en tránsito entre la visibilidad
y la invisibilidad, lo claro y lo oscuro, el lazo conyugal y el encuentro fortui­
to, entre hombres y mujeres. Se vuelve una maniobra exigente mantener
una identidad en medio de tantos flujos y tránsitos, pues en medio de uno
de esos desplazamientos podemos “perder” algo; “no son las diferencias lo
que da origen a la violencia y al caos, sino su pérdida”. Sin embargo, preci­
samente la amenaza de pérdida de las diferencias menores que constitu­
yen o simbolizan la identidad es lo que desencadena la violencia para de­
fenderlas. A final de cuentas, la violencia no es la única estrategia posible
para lo que podríamos llamar “administración” de las diferencias, que en
ocasiones persisten por siglos, como sucede con los ingleses y los escoce­
ses, sin caer en la violencia” (Burke, 2000: 16).
No cabe duda de que los determinantes de raza y etnia son causantes
de situaciones de violencia estructural, lo cual se percibe en la siguiente
carta, donde también se mezclan cuestiones de pertenencia a un grupo
religioso. El informante es negro, de 31 años, vive con su familia en una
ciudad mediana en el interior de Río Grande do Sul, trabaja y estudia, y
convive de manera muy intensa en el medio religioso:

A m igos, tengo unas preguntas: ¿cóm o hago para co n o cer a h om bres de mi


nivel, no guapos de cara, sin p rejuicios de color, raza, cred o y q ue sean a d ep ­
tos al sexo interracial, q ue les g u ste el sexo entre b lan cos y negros? ¿C óm o se
h acen am igos co m o nosotros? ¿B isexuales, sin q ue haya d ece p c io n es? Tengo
la in ten ción de vivir solo d entro de p oco tiem po, pero quisiera ten er la co m ­
pañía frecu en te de un am igo, o la visita de am igos b isexu ales co m o nosotros,
¿cóm o le hago? Estoy harto de la m onotonía, quisiera sentirm e m ás feliz, eso
no significa sólo sexo, sin o am istad pura y sincera, d on d e haya fidelidad y
confianza m utua. Lo que m e en tristece m ás e s q ue p erten ezco a una fam ilia
grande y form o parte de una organización religiosa, por lo q u e no ten go liber­
tad para cosas íntim as. N o ten go m u ch o s am igos, sólo dos, y viven lejos, los
dem ás sólo son co n o cid o s, no p u ed o ten er algo ín tim o co n ellos ni hablar de
esas cosas. ¿Q ué hago?

Una faceta de la violencia estructural presente en las relaciones entre


los hombres de este grupo es la heteronormatividad masculina hegemónica.
Las posibilidades de ser hombre son muy estrechas, hay poco espacio para
la variación. Así, cualquier otra forma de vivir lo masculino que no sea
tradicional se puede identificar rápidamente con la homosexualidad, lo
(|ue representa un gran temor para estos hombres. Otra de las causas de
108 D ebatís sobre m a s c u ü n id a d e s

violencia estructural son las dicotomías entre hombre y mujer, naturaliza­


das como débil contra fuerte, activo contra pasivo. Los hombres que tie­
nen preferencia por la posición pasiva en la relación con otros hombres
tienden a sentirse disminuidos en su masculinidad. Un tercer aspecto se
refiere a la intimidad entre hombres, que siempre es difícil. Los hombres,
en general, establecen redes pobres, de poca calidad, de poca intimidad y
sufren por esta limitación. Esto se refleja en el deseo de algunos de aso­
ciarse a la red con la clara intención de conseguir un compañero para
tener conversaciones íntimas y no sólo para relaciones sexuales. Como
resultado de este conjunto de factores, nos dimos cuenta de que la Red
Bis-Brasil sirvió como lugar para que la mayoría de los hombres hablara de
sus relaciones con otros hombres y de su temor a la homosexualidad; tra­
tara de encontrar hombres para relaciones de amistad y conversaciones
íntimas, etc. Pocas veces se abordó la relación con las mujeres y cuando se
hizo fue porque se trataba de hombres a los que les gustaba mantener
relaciones con un hombre y una mujer al mismo tiempo. En general, estos
hombres buscan una pareja para relacionarse y, en esa medida, hablan
sobre sus preferencias femeninas:

C om o saben, yo soy. Soy bisexual pero b ien definido. A ctivo sólo con las
m ujeres, y pasivo cien por cien to con los hom bres. Ahora no ten go m ucho
con tacto debido al co n cep to que se tien e en la región n oreste. E s m uy difícil
q u e las m ujeres a cep ten a un bisexual pasivo. Pongo tam bién otro problem a,
un detalle sexual, m ás com ú n en m ujeres. Soy sexualm en te h istérico, grito
m u ch o durante el acto sexual cu ando p o seo a una mujer o soy poseíd o por
otro hom bre. Pero si con sigo dism inuir [ ...] M e gustaría en ten d er m ás sobre
ese tipo de placer, a pesar de q ue no m e considero un d em en te, he pensado
en visitar a un sexólogo o psicólogo. A dem ás d e la tim idez, no ten go co n d icio ­
n es financieras para que m e atienda u n esp ecialista. Otra cosa, no consigo
abatir com p leta m en te el placer de realizarlo con un hom bre y con una mujer.
R equiero ten er la p resen cia d e los dos ju n tos al m ism o tiem po, sólo así m e
realizo p len am en te, p u es cuando estoy solo con una mujer, o con un hom bre,
m e sien to in satisfech o, in com pleto. Tam bién siento la n ecesid ad de ver a los
dos relacionán d ose, cosa que tam bién m e excita y m e h ace gritar com o h isté ­
rico. Espero una respuesta, requiero de su ayuda para en ten d er mejor todo
esto. U n abrazo para am bos.

También nos gustaría pensar un poco en el universo de la bisexualidad


masculina, organizando el terreno de posibilidades de encuentros entre
estos hombres a partir de la clasificación de Kenneth Plummer para la
homosexualidad, citada por Giddens (1997), de la cual nos permitimos
extraer un fragmento:
M a s c u l in iü a u , bisexualidaü m a s c u lin a y ejercicio de poder 109

Kenneth Plum m er distinguió cuatro tipos de hom osexuales en la moderna


cultura occidental. La hom osexualidad casual es un encu en tro hom osexual
pasajero que, en general, no estructura sustan cialm en te la vida sexual del
individuo. Las caricias entre com pañeros de la escu ela o la m asturbación
m utua son ejem p los de esto m ism o. La h om osexualidad com o actividad
situada se refiere a situaciones en las que se m antien en actividades h om o­
sexuales regularm ente, pero ésta s no se transforman en una preferencia
dom inante del individuo. En m u chos contextos carcelarios, com o prisiones o
cuarteles, es com ún este tipo de com portam iento hom osexual. Se considera
m ás com o un su stitu to d el com p ortam ien to heterosexu al q ue com o una
preferencia. La hom osexualidad personalizada alude a casos de individuos
que tien en una preferencia por actividades hom osexuales, pero que están
aislados de los grupos donde son fá cilm en te aceptad os. En e s te caso, la
hom osexualidad es una actividad furtiva, a escondidas de am igos y colegas.
La hom osexualidad co m o e stilo de vida se refiere a los in d ivid u os q u e
“asum en” su hom osexualidad y se asocian con otros de gustos sem ejantes.
Estas personas p ertenecen norm alm ente a subculturas “gay”, en las q ue las
actividades h om osexuales está n integradas en un estilo d e vida d istinto
(Plummer, 1975).

Aplicamos esta clasificación a los informantes de nuestra investiga­


ción, sustituyendo homosexualidad por bisexualidad. La primera de las
cuatro modalidades, la bisexualidad casual, puede ser pensada como la de
los adolescentes que mantienen encuentros sexuales y afectivos con otros
adolescentes y, a la vez, de forma simultánea, una relación con mujeres, en
general de la escuela. En principio, siguiendo rigurosamente la definición
dada, estos hombres no estarían participando en la red. No obstante, más
adelante en la vida, estos deseos se pueden “reactivar” y encontramos ca­
sos entre los informantes, como podemos ver en esta carta:

Q ueridos amigos. M e llamo G ilberto, tengo 32 años, soy casado y nun ca he


tenido un contacto de este tipo. H ace algún tiem po que lo d eseo, pero aún
no he tenido la oportunidad. Sólo llegué a hacer algo así en la escu ela. C om o
ya m encioné, soy casado y, por ello, el secreto y la d iscreción son esen cia les.
[...] Espero an siosam ente una respuesta y que tal vez pueda realizar m i d e ­
seo en el grupo. U n abrazo. Gilberto.

El informante escribe para una red de encuentros entre hombres bi­


sexuales, y primero afirma, en dos momentos, que “nunca he tenido un
contacto de este tipo” y “aún no he tenido la oportunidad”, sin embargo,
enseguida comenta “llegué a hacer algo así en la escuela”. Él expresa una
modalidad particular de interpretación de los episodios juveniles, de con­
tactos sexuales, vinculándolo con un deseo presente. Esta asociación de
110 D lüaius suürl m a s c u l in iu a ü l s

deseo presente con episodios adolescentes aparece en situaciones dramáti­


cas, como en el siguiente fragmento tomado de la extensa correspondencia
del informante, que es casado, tiene 46 años, vive en una ciudad capital y
describe, con mucho detalle, cómo se fue relacionando cada vez más con
hombres y acabó por perder interés en su matrimonio y en su esposa. Sólo
reproducimos el párrafo inicial de la primera carta:

M e en ter é d e tu ex iste n c ia y de tu trabajo a través d e la revista Caros am igos


[ ...] ten go tres hijas y sigo casado au n q u e sie n to q ue m i u n ión (que ya tie n e
2 2 a ñ o s) se e stá h u n d ie n d o in ex o r a b lem en te d eb id o a u na c o m p u lsió n que
m e em puja h acia p ersonas d el m ism o sexo, iniciada e n exp eriencias in fa n ti­
les co n jó v en es, reprim ida por m u c h o s añ os, pero ahora regresa co n fuerza.

La segunda modalidad, la bisexualidad como actividad situada, se puede


aproximar al relato de experiencias de hombres en cuarteles, retiros y en­
trenamientos de muchos días en lugares donde sólo había hombres. Tene­
mos diversos relatos de hombres que hablan de sus tiempos en el cuartel,
detallan las relaciones que tuvieron con otros hombres y luego hacen una
descripción que parece ser clásica, del tipo: “estuvimos muchos días en un
campamento o prestando servicio interno en un cuartel; fulano y yo éra­
mos muy amigos, una noche de invierno me llevó una taza de café a la
caseta, acabamos abrazándonos y tuvimos sexo dentro de la caseta...”. Y
otras variantes similares. Parece que ya hay cierta forma de normatividad
para describir este tipo de suceso, que se repite en numerosos relatos,
tanto en revistas como en las cartas de los informantes.
La tercera modalidad, que podríamos llamar “por adaptación de la
bisexualidad personalizada”, parece ser aquella en la que convive la mayo­
ría de los hombres informantes de la Red Bis-Brasil. Los individuos pro­
curan satisfacer sus deseos, pero lo hacen de forma individual, sin llegar
jamás a pertenecer a una red, o frecuentando lugares de convivencia don­
de podrían encontrar a otros semejantes a ellos. Es una práctica de en­
cuentros furtivos con diferentes hombres de forma nómada, preservando
el anonimato. Esto lleva a operar la dicotomía visibilidad-invisibilidad, pro­
curando hacer bastante visible su relación con las mujeres, lo que puede
implicar la estrategia de tener una enamorada, novia, esposa o ser visto
simplemente como un hombre que atrae y es atraído por mujeres. La fase
de la invisibilidad se da en las relaciones con los hombres, que es regida
por un comportamiento sigiloso y discreto durante los encuentros furtivos
y en los cuales no establecen vínculos. Metáforas como luz y oscuridad,
visible e invisible, mostrar y esconder son bastante eficientes para descri­
bir el modo de vida de muchos informantes: “un bisexual, es visto como
M ascui in id a d , liisrxuAi itMD M AsruiiN A Y riFR cino n r poder 111

‘desviado’cuando tiene una relación ilegítima, ‘invisible’con el mismo sexo;


presenta un aspecto legitimado, visible, cuando la relación es con el sexo
opuesto y cumple los requisitos sociales [...]. En fin, un bisexual es ‘des­
viado’cuando la relación sexual es con el mismo sexo, siendo ‘normal’cuando
su relación es con el sexo opuesto” (Silva, 1999: 39). La vinculación de la
Red Bis-Brasil representó, en la vida de muchos, formas de quebrantar los
patrones de comportamiento.
La cuarta y última modalidad, la bisexualidad como estilo de vida,
encuentra pocos adeptos, pues no existen formas socialmente aceptadas
de vivir la bisexualidad en nuestro medio, mientras que la homosexualidad
ya ha producido muchas formas y estilos de vida. En Brasil no tenemos
registro de bares bisexuales, discotecas para encuentros entre bisexuales,
revistas, periódicos, boletines o individuos públicos que asuman su bise­
xualidad. De esta forma, se torna difícil hablar de bisexualidad masculina
como un estilo de vida. Esto se aplica en especial a los hombres casados, lo
que tal vez ayude a explicar una característica que es un tanto evidente entre
los informantes: el retraso en el matrimonio con una mujer, que parece
derivarse de la tensión y de la importancia que tiene la vida sexual para
estos individuos, según señala Gary Dowsett cuando demuestra la impor­
tancia de la vida sexual en la conformación de las redes donde se inserta el
individuo.
La Red Bis-Brasil apunta al sentido de construcción de una forma de
vivir la bisexualidad masculina en que se preserva el anonimato, pero ofre­
ce una oportunidad política. De esta forma, su estructura y existencia tie­
ne conexiones con una categoría de identidad de proyecto, una segunda
terminología propuesta por Castells. Si la problemática de la sexualidad
recae en un plano individual, en general alimenta una situación de culpa y
de impotencia, y jamás alcanza el nivel de construcción de un estilo de
vida. La existencia y la expresión social de los hombres bisexuales enfatiza
la diversidad de la masculinidad. Cuestiona la idea de que el ser hombre
es una cosa obvia, que no necesita de mayores discusiones. Pero al mismo
tiempo, es como una forma de erotismo, la bisexualidad problematiza
numerosos elementos de la masculinidad hegemónica, ayudando a cues­
tionar que hay hombres heterosexuales de un lado y homosexuales del
otro. Los hombres bisexuales sienten el malestar de la heteronormativi-
dad. Son, en principio, buenos aliados en la tarea de transformación de la
masculinidad hegemónica. No pueden ser silenciados; por el contrario,
deben ser estimulados a hablar, a organizarse, a tomar visibilidad, ser ellos
mismos, por lo menos en la bisexualidad masculina.
112 D ebates sobre m as c u lin id a d e s

C o n s id e r a c io n e s f in a l e s

La conformación de una red entre hombres que manifiestan el deseo


de mantener relaciones afectivas y sexuales con hombres y mujeres puede
convertirse en un instrumento auxiliar en la modificación de situaciones
de violencia estructural, estigma y discriminación. A esto contribuyen ac­
ciones que procuran elevar la autoestima de los individuos, a través del
intercambio de experiencias y la ampliación del grupo de amigos, posibili­
tadas por la Red Bis-Brasil. La divulgación de trayectorias de vida y de
los episodios más significativos de las vivencias de relaciones afectivas y
sexuales con otros hombres permite a cada uno de los integrantes revisar
su propia experiencia, percibiéndose de manera diferente. Tal colabora­
ción va encaminada a disminuir la vulnerabilidad social de estos hombres
frente a los daños a la salud, situaciones de discriminación, dificultad de
acceso a los derechos humanos básicos y marginalidad legal. El poder
de las acciones encaminadas a transformar las situaciones de enfermedad
como manifestaciones de la orientación sexual, es utilizado en ocasiones
para retirar los derechos políticos y humanos de individuos y grupos.
La existencia de hombres organizados en una red puede hacer frente a
esta estrategia.

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A notaciones personales h echas durante los seminarios; a) Investigación en ETS/


VIH/SIDA; determ inantes sociodem ográficos y escenarios futuros, promovido por
la ABIA, del 18 al 2 0 de junio de 2 0 0 1 , Río de Janeiro; b) Sexualidad y política en
A m érica Latina (2 al 3 de ju lio de 2 0 0 1 , Río de Janeiro, AB1A y IMS/UERj);
c) V iolencia estructural y vulnerabilidad frente al VIH sida en A m érica Latina;
prácticas de resistencia (4 al 5 de julio de 2 0 0 1 , Río de Janeiro, ABIAy IMS/UERj).
HOMBRES E ID ENTIDAD DE GENERO: ALG U N O S
ELEMENTOS SOBRE LOS RECURSOS DE PODER
Y VIO LENCIA M A S C U LIN A '

]osé Olavanía^

H o m b r e s , id e n t id a d d e g é n e r o y m a s c u l in id a d / e s

Existe un amplio acuerdo en que la masculinidad no se puede definir


fuera del contexto socioeconómico, cultural e histórico en que están inser­
tos los varones, y que ésta es una construcción cultural que se reproduce
socialmente.
A partir de los relatos de varones entrevistados en distintos estudios
y en diversos países de la región, se configura una versión del deber ser
de los hombres, referente presente en sus identidades masculinas, que
se impone sobre otras, y cuyos atributos son similares a los encontrados
en diferentes regiones. Los estudios coinciden en que es posible identifi­
car cierta versión de masculinidad que se erige en “norma” y deviene “he-
gemónica”' —incorporándose en la subjetividad tanto de hombres como
de mujeres—, que forma parte de la identidad de los varones y busca regular
al máximo las relaciones genéricas (Fuller, 1997,2001; Viveros, 2001 ; 01a-
varría, 2001a, b).
Esta forma de ser hombre se ha instituido en norma, toda vez que
señala lo que estaría permitido y prohibido. Delimita, en gran medida, los
espacios dentro de los que se mueve un varón, marcando los márgenes,
para asegurarle su pertenencia al mundo de los hombres. Salirse de éste
sería exponerse al rechazo de los otros varones y de las mujeres.

' Este documento se ha elaborado en el contexto del proyecto no. 1010041 del Fondo de
Investigación Científica y Tecnológica del CONICy T. Para la redacción de este artículo
se ha utilizado parte del informe “Identidad/es masculina/s, violencia de género y cultu­
ra de la paz. Antecedentes para el debate en América Latina”, realizado a petición de la
UNESCO.
2 Sociólogo, doctorando en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
3 En el transcurso de la Reunión de Tepalehui, Morelos, debatimos ampliamente sobre el
concepto de masculinidad hegemónica, en la acepción que le ha dado Robert Connell
en M asculinities, y su utilización en algunas de las investigaciones recientes en la re­
gión; fue un diálogo muy esclarecedor para todos/as los/as que participamos; merecería
un escrito especial.

II'
116 D uATtS SUUKL MASCULINIUAULS

Este “modelo referente” define atributos propios de los hombres e


impone mandatos que señalan —tanto a hombres como a mujeres— lo
que se espera de ellos y ellas, y es el patrón con el que se comparan y son
comparados los varones. A algunos, los menos, les produce grandes sa­
tisfacciones; a otros, en cambio, les causa incomodidad, molestia, fuer­
tes tensiones y conflictos por las exigencias que impone. Si bien hay
varones que tratarían de diferenciarse de este referente, no es fácil que
suceda, pues así como representa una carga, también les permite ejercer
el poder que confiere y gozar de mejores posiciones en relación con las
mujeres y con otros hombres considerados inferiores en la jerarquía de
posiciones.
Los atributos que distinguen a los varones están sostenidos y reforza­
dos por mandatos sociales que pasan a formar parte de su identidad. Ex­
presan esa masculinidad dominante que es su referente, que no necesa­
riamente pueden exhibir o ejercer en los diferentes ámbitos de su vida; por
el contrario, su exhibición y ejercicio dependerá de los recursos que po­
sean o hereden, del contexto social en el que vivan, de su sensibilidad y de
la exitosa aprobación de las pruebas de iniciación que les permitan reco­
nocerse y ser reconocidos como hombres.
Si bien para los varones ser hombre tiene su origen en una caracterís­
tica biológica —tener pene—, las pautas internalizadas les dicen que na­
cen incompletos, que la plenitud se logra en la adultez, luego de un con­
junto de experiencias iniciáticas o “pruebas”. Así, los hombres tienen que
enfrentarse a la paradoja de hacerse tales, frente a ellos mismos y frente a
los otros y otras. Deben, por tanto, desarrollar ciertos atributos y asumir
“roles”, en cada etapa de su ciclo de vida, constantemente y cuidando de
no salirse del libreto para no arriesgar su condición de varón. Este proceso
permite la reproducción social de la masculinidad.

INVISIBILIDAD, RECURSOS DE PO DER Y VIOLENCIA

A partir del referente de masculinidad dominante, con sus atributos y


mandatos, esta manera de ser hombre se ha transformado en lo “natural”,
“los hombres son así”, y el resultado es que se invisihiliza su poder sobre
las mujeresy sobre algunos hombres (Kimmel, 1998; Connell, 1998,2000).
Esta invisibilidad permite las relaciones de poder y, al mismo tiempo, las
reproduce, gracias a la dinámica de lo “no existente”.
Las investigaciones relacionadas con los varones heterosexuales indi­
can, en general, que cuando éstos hacen su reconstrucción biográfica,
estiman que su identidad como v a ro n es ha sido un dalo de siempre. Des-
HoMRRrs r intNiioAD or gìnfro 117

de que tuvieron conciencia ellos mismos se han visto como hombres, nun­
ca lo pusieron en duda; inicialmente como niños, luego como adolescen­
tes y adultos. Perciben que el ser hombres, de la manera en la que han sido
socializados, es parte de su naturaleza. “Los hombres nacen así y así será
por siempre”. En general, no es una cuestión incierta o dudosa que les
cause problemas. Basta tener pene. Pero además de tenerlo (que es lo que
hace la diferencia corporal visible), .reconocen en ellos mismos una forma
de ser que es propia, que los distingue de las mujeres, y ése ya no es un
aspecto corporal, sino una forma de sentir, de comportarse, de hablar, que
los hace diferentes. Esto, al igual que el pene, sería también permanente.
Les tocó ser hombres, fue algo de la naturaleza, venía “de adentro”.
Las construcciones socioculturales en torno a la diferencia corporal,
que distinguen a “los” que tienen pene de “las” que no lo tienen, habrían
sido internalizadas como parte constitutiva de esa diferencia corporal. La
forma de “ser” varones les viene “de adentro”. En torno a los cuerpos cons­
truyeron la diferencia y ésta pasó a ser parte de sus identidades de género.
Así adquirieron sentido las diferencias que posibilitan las inequidades, no
como recursos otorgados injustamente, sino como dones otorgados por la
naturaleza. Por tanto, haber nacido hombre fue un regalo, una gracia divi­
na. No cualquiera nace hombre, hay que agradecérselo al Señor.
Esta forma de masculinidad sería, por tanto, inmutable, y su corpo­
reidad determinaría la forma de ser de los hombres. En el campo de la
sexualidad, los varones que no son heterosexuales serían considerados no
plenamente “masculinos”, una “desviación biológica”, enfermos.
Este modelo de masculinidad invisibilizado y transformado en natura­
leza, con sus atributos y mandatos sociales, posibilita, en gran medida, que
los hombres accedan a recursos de poder significativamente mayores
que las mujeres, y que ciertos hombres posean poder en proporciones ma­
yores a otros. Con esta posibilidad, los varones serían impulsados a buscar
poder y a ejercerlo sobre las mujeres y sobre aquellos hombres que están
en posiciones jerárquicas menores, a quienes pueden dominar. Los lleva­
ría a establecer relaciones de subordinación, no sólo de la mujer con res­
pecto al hombre, sino también entre los propios varones, permitiendo la
existencia de masculinidades hegemónicas y subordinadas. No hay que
olvidar —o mejor dicho hay que tener siempre presente— que los hom­
bres son herederos del patriarcado histórico, les permite gozar de su divi­
dendo (Connell, 2000), lo cual le da legitimación y sentido al modelo refe­
rente actual.
Existen, por lo menos, cinco ámbitos en los que los varones tienen
acceso a recursos cualitativamente superiores, en comparación con las
mujeres, para la construcción de sus identidades y relaciones de género:
118 DrBATES SOBRE MASrUI INIOADES

recursos para la autonomía personal, el cuerpo, la sexualidad, las relacio­


nes con otros/as y la posición asignada en la familia. A continuación exa­
minaremos cada uno de estos ámbitos:
A) Los padres, al igual que las agencias socializadoras, esperan que
sus hijos varones reproduzcan el referente de masculinidad, encarnando
los atributos de éste y ejerciendo sus mandatos. Por ello les inducen a
apropiarse de recursos de poder que apuntan a la autonomía personal de
manera significativamente mayor al que tienen las mujeres, como es el
acceso a los espacios públicos, el uso del tiempo y el manejo del dinero.
Desde niños se les permite el conocimiento y familiarización paulatina
con la calle —los espacios públicos—, imponiéndoles restricciones cada
vez menores respecto de los lugares a los que tienen acceso y del tiempo
utilizado. En la calle ellos deciden qué hacen con el tiempo y no son re­
queridos para actividades domésticas, salvo las que corresponden a los
hombres, que, en general, requieren poco tiempo. Esto otorga a los varo­
nes autonomía de movimiento y disponibilidad de tiempo fuera del hogar,
lo cual les ayuda en el camino a la adultez. Los padres y los/as otros/as
adultos están observando y guiando al niño/adolescente a incursionar en
esos espacios, incentivando su autonomía. Para las mujeres, en cambio,
parte del uso del tiempo ya está definido: deben participar en las activida­
des domésticas, ayudando a la madre cultivando sus atributos e iniciándo­
se en sus obligaciones de género; deben permanecer buena parte de su
tiempo en el hogar. Además, siempre se les restringen las salidas a los
espacios públicos, porque ése es un ámbito potencialmente peligroso para
ellas; allí están los hombres que las podrían dañar. Los mismos varones
que son impulsados a apropiarse de la calle, son a su vez los (potenciales)
agresores de las mujeres que incursionen en aquélla.
El dominio de la calle y los espacios físicos públicos por parte de
los varones, transforma estos espacios en lugares de encuentro mascu­
linos —homosociahles— y de competencias, en donde pueden demostrar
sus atributos: competir para tratar de ganar; ser valiente ante él mismo y
frente a terceros/as; correr riesgos y no mostrar miedo; iniciarse en el
sexismo, en el heterosexismo y en la homofobia.
El acceso al dinero y a su uso constituye otro ámbito que diferencia a
hombres de mujeres desde la infancia. Los varones, para sus salidas públi­
cas, requieren de dinero; al principio, en cantidades pequeñas, luego, ma­
yores. Cuando necesitan más dinero del que obtienen en sus hogares, los
varones tienen mayores facilidades para realizar algún tipo de actividad
que les sea remunerada y por la cual reciben reconocimiento. A las muje­
res, en cambio, les resulta más difícil, porque el trabajo doméstico no se
remunera, e iniciarse en el trabajo remunerado siendo niñas o adolescen-
H ombres r id e n t id a d de género 119

tes implica un gran riesgo; el peligro, nuevamente, está representado por


los varones. Esta diferenciación en el manejo del dinero se marca desde la
infancia y, en muchos casos, se acentúa cuando se llega a la edad adulta,
ya sea porque las mujeres se quedan en el hogar, en las actividades repro­
ductivas —“dueñas de casa’’— o por el nivel de los ingresos percibidos en
sus puestos de trabajo, normalmente inferiores a los que reciben los varones.
B) La construcción de los cuerpos y la interpretación de las “pulsiones”
da origen a recursos de poder que se distribuyen inequitativamente entre
hombres y mujeres. Según esta construcción, los cuerpos de los hombres
deben ser activos; fuertes, duros, aptos para el trabajo y para trabajos pesa­
dos, para la guerra; para el mando; cuerpos que podrían ser constante­
mente sometidos a prueba; cuerpos de la calle; racionales, que controla­
rían sus emociones y sus actos, excepto cuando los “ciega la rabia”, “el mal
genio” y el deseo (“instinto”) sexual; cuerpos para penetrar al cuerpo de
las mujeres. Los cuerpos de las mujeres, en cambio —para el referente
de masculinidad dominante—, deben ser pasivos, delicados, débiles, ap­
tos para trabajos livianos, cuerpos emocionales, para ser penetrados por
los varones y para la maternidad, cuerpos del hogar que hay que proteger,
complementarios a los de los varones.
La invisibilidad de la construcción lleva a que los varones se apropien
de “su” superioridad corporal, en relación con la mujer, desde que tienen
conciencia. Su cuerpo es el fuerte, el de la mujer es el débil. La socializa­
ción a que son sometidos desde su infancia va dirigida a desarrollar al
máximo ese atributo. Cuerpos para defender/se de otros varones y para
proteger a las mujeres. Cuerpos de hombres para que protejan a la Madre
Patria de potenciales invasores (también varones). Pero estos cuerpos, así
como deben proteger, pueden agredir. Su capacidad de ejercer violencia, a
través de la agresión física, es otro de los recursos de poder que otorga el
modelo de masculinidad referente. Los cuerpos de los varones son —po­
tencialmente— agresivos en los distintos espacios públicos y privados en
que circulan las mujeres y los “débiles”: en sus hogares, con sus parejas e
hijos/as; en la calle, con aquellas que anden “solas” sin varones adultos,
con los niños, los ancianos y los homosexuales; en el trabajo, acosándolas
sexualmente; en la guerra, como trofeos de guerra, en violaciones masivas,
“limpieza” de género y genocidios.
La interpretación que hacen los varones del cuerpo no sólo tiene gran
importancia en la construcción de sus identidades y relaciones de género
—sea en la subjetividad individual, las relaciones de pareja, en su núcleo
familiar y con otros/as—, también establece jerarquías entre ellos y los
posiciona a partir de las diferencias. Esta situación, igualmente invisihili-
zada, se expresa fundamentalmente en las instituciones —religiosas, pro­
120 5
D cBATFS sobre MA CULINIDADFS

ductivas, educacionales, militares/policiales, entre otras— y en las políti­


cas públicas, al imponer como un dato de la naturaleza estas construccio­
nes culturales de los cuerpos, que discriminan la diferencia, la reproducen
e impulsan. Por ejemplo, desconocer que una proporción importante de
las madres adolescentes tienen hijos de varones también adolescentes, y
que mientras a las primeras se les segrega en la escolaridad, se les induce
a ocultar su embarazo y maternidad, y a algunas a abortar, a los segundos
se les invisihiliza, "no existen” y, por tanto, no tienen que asumir obligacio­
nes, y en caso de querer hacerlo, se les considera como inmaduros para tal
responsabilidad.
El cuerpo, que da origen a la construcción genérica, es, por tanto,
objeto de construcción social, constantemente afectado por el poder so­
cial que impone un tipo de masculinidad a través de un determinado siste­
ma de sexo/género. Así, el cuerpo está abierto al cambio y es objeto de
interpretación, sus significados y su jerarquía cambiarían históricamente
(Connell, 1995, 1998, 2000).
En su constitución, esta forma de masculinidad es sexista —los hom­
bres son superiores a las mujeres— y heterosexista —los heterosexuales
son los normales, superiores a los homosexuales, que son enfermos e infe­
riores—. Su interpretación de los cuerpos justifica la homofobia, estigma­
tiza al hombre homosexual como enfermo que debe ser corregido y casti­
gado. Asimismo,/ewíwíza a los hombres cuyos cuerpos no correspondan al
estereotipo de la masculinidad hegemónica. Hombres que expresan sus
emociones, artistas, de contextura débil, enfermizos, entre otros, tende­
rían a ser feminizados. Esta interpretación del cuerpo, que se ha transfor­
mado en algo natural, llevaría a los varones a ocultar sus debilidades para
no ser catalogados de débiles, afeminados u homosexuales, y a hacer de­
mostraciones de "hombría” ante los otros/as, comportándose de manera
sexista, heterosexista y homofóbica.
De la misma manera, la división étnico-racial de la sociedad estable­
cería una jerarquía de los cuerpos, que infantiliza yfeminiza a los hombres
sometidos de etnias/razas conquistadas, atribuyéndoles características que
corresponderían al cuerpo estereotipado de la mujer y/o del niño: pasivi­
dad, debilidad, falta de confiabilidad, emocionalidad, infantilismo. Estos
serían hombres-niños, flojos, pendencieros, traicioneros, llevados por sus
emociones, peligrosos (Connell, 1998; Kimmel, 1998). Sin embargo, como
lo describe Mara Viveros (1998), también puede observarse una inversión
en las valoraciones desde los cuerpos socialmente disminuidos.
C) Una característica central de los hombres, según el referente de
masculinidad, es la heterosexualidad, la sexualidad realizada con el sexo
opuesto. Sólo el hombre heterosexual es plenamente hombre. Como lo
H o m b RFS F IDFNTinAD DF GÉNERO 121

analizan numerosos autores y autoras, en este modelo, la heterosexualidad


deviene un hecho natural.
Al atribuir su sexualidad a un instinto animal —fenómeno fisiológi­
co— , su impulso puede ser más fuerte que la voluntad; en ese caso, la
razón no lograría controlar el cuerpo y el deseo. Para muchos varones, el
deseo (la necesidad, “el instinto”) llega a un punto tal que en algunos mo­
mentos no puede dominarlo, no lo puede doblegar. La animalidad que hay
en el varón puede sobrepasarlo en ocasiones; la animalidad es el descontrol.
El hombre se puede transformar en una especie de animal descontrolado.
Esta interpretación, subjetiva en una proporción importante de varo­
nes, les llevaría a sentir su cuerpo como un factor fragmentado de su sub­
jetividad, asociado a sus deseos, placeres y emociones —propias de la sexua­
lidad—, con expresiones de una fuerza interna que no se puede controlar
y que los podría llevar a ejercer violencia más allá de su voluntad, para
satisfacer el deseo. Pero esta interpretación, que libra al varón de sus res­
ponsabilidades sexuales, le permite, a la vez, justificar el uso de la fuerza
(violencia) para someter a mujeres y, a veces, a varones indefensos, y a
engañar bajo amenazas a niños/as. Todo esto sin sentirse responsables de
sus actos o de las consecuencias de éstos, porque no habrían sido capaces
de controlar su “instinto”, aunque después sientan dolor y manifiesten
arrepentimiento.
Esta interpretación de los cuerpos de hombres y mujeres, muy asumi­
da entre los varones, les lleva a distinguir entre sexo y amor. Algunas de sus
consecuencias se expresan en la relación con sus mujeres. Les llevaría a
celar a sus mujeres, cuando muestran empatia a un varón, y a interpretar
como la máxima muestra de desamor y traición de su mujer/amada el que
ella pueda tener sexo con otro varón. Pero no sucedería en el caso contra­
rio, cuando es el varón el que ejerce su sexualidad con otra mujer.
El amor en cambio, se reservaría a la mujer amada, aquélla con la que
se puede casar, tener hijos y proveer al hogar. Se hace el amor con la mujer
amada y se tiene sexo con las otras. Esta forma de interpretar la sexuali­
dad, que adquiere tanta fuerza en la adolescencia y primeros años de la
juventud, comenzaría a ser cuestionada por los propios varones cuando
establecen relación de pareja y comienzan a convivir, porque sexo y amor
serían componentes esenciales para la estabilidad de la pareja. Cuando se
debilita uno de estos dos componentes, la pareja entraría en conflicto;
cuando se debilitan ambos, haría crisis la convivencia (Olavarría, 2001b).
Esta construcción de los cuerpos del hombre y la mujer tiene profun­
das consecuencias en la salud reproductiva. De acuerdo con ésta, las mu­
jeres tendrían la mayor responsabilidad en la reproducción, porque “sa­
brían” que los varones, cuando se excitan, no tienen control de sus cuerpos;
122 D ebates sobre m a s c u i in id a d e s

ellas, en cambio, sí conocerían su cuerpo, sus periodos fértiles y, además,


en su cuerpo anida el embarazo. Así, las mujeres son las que pueden regu­
lar la fecundidad, controlando la frecuencia de las relaciones sexuales con
el varón y/o usando anticonceptivos que impidan el embarazo. En cambio,
para los varones, con cuerpos que pueden tornarse incontrolables, su pre­
ocupación es por sus mujeres y no por ellos mismos. Los hombres que se
preocupan dejan claro a sus mujeres que se “cuiden”, que usen adecuada­
mente los anticonceptivos para no quedar embarazadas. En el caso de que
ellas, por problemas graves de salud, no puedan usar anticonceptivos, los
varones estarían dispuestos a utilizar condones durante el periodo que
dure el impedimento. Esta interpretación de la reproducción y cómo se
le enfrenta es, en gran medida, estimulada por los/as profesionales de la
salud, quienes no sugieren caminos que involucren directamente al varón.
Provoca, asimismo, que los hombres se sientan como espectadores de
la procreación de sus propios hijos, y que las mujeres deban asumir una
responsabilidad que debería ser compartida con su pareja.
D) Los atributos y mandatos que impone el referente de masculinidad
dominante señalan que los hombres son distintos y superiores a las muje­
res; éstas son lo opuesto, lo contrario de los varones; sus atributos las ha­
cen menos importantes: ser de la casa, expresivas, guiadas por sentimien­
tos, físicamente más débiles, entre otros. Es una oposición que supone la
inequidad; la otredad minusvalorada. En ellas se concentra el conjunto de
cualidades que expresa esa menor importancia. Por lo tanto, los hombres
no deben hacer las cosas que hacen las mujeres, porque hacerlas significa
exponerse a ser tildados de afeminados y se exponen al rechazo por parte
de los otros/as. Las actividades de las mujeres, según el modelo referente,
son el límite que no debe traspasar el varón.
El grado de posesión de los atributos del referente de masculinidad
que exhiban los hombres les otorgará recursos de poder diferenciados.
Mostrar precariedad, comportarse “como mujeres", realizar actividades que
ellas realizan, infantiliza y fetniniza a los varones y los subordina a otros;
los define como “poco” hombres, débiles y menos importantes. Una forma
de feminizar a un varón es obligarlo a hacer “cosas de mujer” o decir que
las hace. En \a feminización del otro está la constitución de masculinida-
des dominantes y subalternas y, por tanto, los recursos de poder implíci­
tos. Estas capacidades se atribuyen, distribuyen y reconocen en hombres
específicos; por ejemplo: los varones cesantes, sin ahorros, los propieta­
rios de medios de producción; los que poseen los atributos físicos, los que
no los tienen; los que controlan sus emociones y actúan racionalmente,
los que expresan sus emociones (porque no las “pueden” controlar); los
heterosexuales, los homosexuales; los vencedores, los vencidos. Las dico-
H ombrfs f íd f n t id a d df cfnfro 123

tomías pueden ser múltiples, las capacidades y las “discapacidades” se


potencian entre sí, posibilitando las discriminaciones de género, reforza­
das por las de raza, etnia, clase social, discapacidad física e intelectual,
edad, así como el uso de la violencia. De este modo, la masculinidad domi­
nante dota a los varones de recursos de poder por el hecho de serlo, y les
posibilita estructurar relaciones con las otras/os, subordinándolos, desva­
lorándolos y convirtiéndolos en dependientes de ellos. Lo hegemónico y lo
subordinado emergen en una interacción mutua, pero desigual. La mas­
culinidad que no corresponde al referente es disminuida, subordinada,
pero se necesitan una a otra en este sistema interdependiente. Toda forma
de ser hombre que no corresponda a la dominante, sería equivalente a una
modalidad precaria de ser varón, que puede ser sometida por aquellos que
ostentan la calidad plena de “varones” y también puede ser violentada.
E) La posición que se asigna al varón en su núcleo familiar le confiere
recursos de poder que se potencian con los antes mencionados. A partir de
la naturalización de un tipo particular de familia, a la familia nuclear pa­
triarcal (Olavarría, 2001a) se le caracteriza como una institución estructu­
rada, con base en cierto tipo de relaciones que establece “roles” para cada
uno de sus miembros —el padre, la madre, los hijos varones y las hijas
mujeres—. Pero al caracterizar a las mujeres en la pareja y en el núcleo
familiar, éstas no se distinguen por ser lo opuesto al varón, con menor
valor, sino por ser el complemento de aquél. A primera vista, dentro del
núcleo familiar, la mujer habría recuperado su equivalencia con el hom­
bre, pero es en esa complementariedad donde queda nuevamente de ma­
nifiesto su menor valía, cuando se la asocia a un sistema de roles (teoría de
los roles sexuales) que refuerza la inequidad y hace que ésta aparezca como
algo natural. Esta forma de caracterizar a la mujer, a partir del modelo
dominante de masculinidad, invisihilim doblemente la inequidad, desde
las identidades y las relaciones de género.
Este tipo de familia se articula a partir de las relaciones entre los otros
miembros con el padre/varón, al que se le asigna la calidad de eje del
sistema de roles y funciones. El padre ocupa el vértice superior, ordena y
supedita a los/as otros/as estableciendo atribuciones y responsabilidades,
“roles y funciones” para cada uno. Los “roles” del varón/padre son la auto­
ridad, jefe del hogar, proveedor, protector, regulador de los premios y casti­
gos, entre otros. Los roles del resto de los miembros de la familia y sus
interacciones se estructuran en relación con éste. Cuando esta construc­
ción histórica de la familia se invisihilim, transforma a esa familia en “la
familia”; es un proceso que esencialim, transforma en naturaleza aquello
que ha sido construido, confiriendo al varón recursos de poder sólo por el
hecho de constituir un núcleo familiar con su pareja.
124 D eBATFS sobre MASrUI INIDADFS

Los recursos asignados al varón en la familia, a través de la paternidad


patriarcal, tienen como contraparte a una mujer que ejerce la materni­
dad, que le es complementaria. La mujer/madre complementa al hombre/
padre; ambos, con los hijos, dan origen a la institución de la familia, “base
de la sociedad”. El trabaja y ella está en la casa; él provee y ella mantiene y
cría a los hijos; él es la autoridad y ella y los hijos le deben obediencia.
La separación de lo público y lo privado y la división sexual del trabajo,
que conlleva esta paternidad, pasan a ser lo “normal”. Son el referente, se
incorporan a la identidad de hombres y mujeres y organizan la conviven­
cia y la familia. Si se cuestionara este “orden”, el núcleo familiar entraría
en crisis.

“R e s p o n s a b il id a d e s ” m a s c u l in a s

Una de las expresiones del uso de recursos de poder por parte de los varo­
nes es el sentido que adquiere la responsabilidad. Este sería uno de los
ámbitos donde se expresaría aquello que se ha caracterizado como la frag­
mentación de las identidades y subjetividades de los hombres, y sería, a la
vez, uno de los mecanismos que les permite el uso de poder. El modelo
referente de masculinidad permite a los varones que prácticas contradic­
torias sean justificadas como “responsables”, liberándolos subjetivamente
de las obligaciones que tienen en las consecuencias de dichas prácticas.
En nombre de la responsabilidad, los varones pueden justificar comporta­
mientos contradictorios, pero que adquieren sentido subjetivo “honora­
ble” en la construcción de sus propias biografías.
En las distintas etapas de la vida de los varones, tienen que adoptar
comportamientos que contradicen los mandatos de este súper yo de la
masculinidad, especialmente cuando deben/pueden elegir, conscientemen­
te o no, entre opciones que lo enfrentan con mandatos de la “propia”
masculinidad, muchas de las cuales se contradicen con valoraciones mo-
rales/religiosas que representan para él pautas de conducta aceptable.
La adolescencia es quizá una de las etapas de la vida de los varones en
la que las encrucijadas se presentan con más fuerza, porque es el periodo
de las pruebas iniciáticas que les permiten el paso a la adultez. Los man­
datos de la masculinidad dominante/hegemónica comienzan a encarnar
conscientemente y los impelen a probarse frente a ellos mismos y frente a
los otros/as.
Esta es una de las etapas de la vida de los varones en la que se justifica
una serie de comportamientos violentos como prácticas responsables. Una
de las “responsabilidades” del varón es demostrar/demostrarse que es he-
H o m BR[S [ IDrNTIQAD D[ GtNCRO 125

tero sex u a l, q u e ha c o n q u ista d o y p en etra d o a u n a m ujer. E sa d em a n d a d el


m o d e lo re feren te d o m in a n te e s m ás fu e rte q u e la “r e sp o n sa b ilid a d ” c o n
su s p rim eras parejas sex u a les; d em o str a rles la sin ce rid a d d e su a fe c to , c u i­
darse para n o em b arazarlas o in fe cta rla s. A sí, lo s v a ro n es a ctú a n “r e sp o n ­
s a b le m e n te ” para co m p ro b a r su h om b ría, em b arazan e n m ú ltip le s o c a s io ­
n e s a su s parejas. M u c h o s , s e so r p r en d e n c u a n d o s e e n ter a n d e q u e la
pareja e stá em b arazada, y no so n p o c o s lo s q u e n ie g a n tal p a te rn id a d e
in d u c e n a la m u jer al aborto.
La n e c e s id a d d e m o stra rse v a lie n te s e s, para lo s a d o le s c e n te s , u n a
resp on sab ilid ad : d e b e n alcan zar la ca lid a d d e h o m b re . M ostrar y m ostrar­
se q u e p u e d e n su perar e l m ie d o a las s itu a c io n e s d e riesg o llev a a los v aro­
n e s a exp erim en tar, ju n to a su s sim ila res — su gru p o d e a m ig o s u otro
grupo a n ta g ó n ic o — s itu a c io n e s q u e lo s se ñ a le n c o m o c a p a c e s d e arries­
garse, se a c o m p itie n d o c o n o tro /s o m o str a n d o e s p e c ia l h a b ilid a d e n u n a
p rá ctica p eligro sa . E n tre las c o m p e te n c ia s s e d e sta c a n , p or e je m p lo , la
in g esta d e a lc o h o l y /o d e drogas ilíc ita s y las carreras d e a u to s, e n a v en id a s
p ú b lic a s u tiliza d a s c o m o p ista s im p ro v isa d a s, para d em o stra r su a trev i­
m ie n to y p o d er para derrotar al otro. Las c o n s e c u e n c ia s d e e sta s c o m p e ­
te n c ia s so n a m p lia m e n te c o n o c id a s e n tér m in o s d e a c c id e n te s a u to m o v i­
lís tic o s o d e in to x ic a c io n e s m á s o m e n o s graves, y e s , para a lg u n o s, el
p r in c ip io d e la d e p e n d e n c ia d e las drogas. S e c o m p ite p or las m á s d iv e r ­
sas razon es, p ero e n to d a s d e b e h a b er una c u o ta d e riesg o d e d a ñ o fís ic o o
d e a c c id e n te fatal (m u er te ). E n su “r e sp o n sa b ilid a d ” d e ser v a lie n te s, m u ­
c h o s q u e d a n c o n trau m as para e l resto de su vid a, si n o e s q u e la p ie r d e n .
L as rivalid ades en tre gru p os d e a d o le sc e n te s/jó v e n e s d e barrios y /o
c o le g io s llev a n a e n fr e n ta m ie n to s v io le n to s para im p o n e r se a lo s o tros,
c o m o u n a m anera d e d em o stra r su su p erio rid a d , d e ser m á s h o m b r e s q u e
los otros. La ju stific a c ió n d e e sta c o n d u c ta e s, a sim ism o , su r e sp o n sa b ili­
dad d e ser h o m b re s v a lie n te s y re sp o n d er a la v io le n c ia c o n v io le n c ia . L os
ritos para co n v ertirse e n h o m b re s se viv en c o m o u n a guerra; lo s o tros so n
los e n e m ig o s, y su s “territorios” y e m b le m a s s e tran sform an e n tro feo s q u e
d e b e n con q u ista r. La v io le n c ia e s la form a d e re la c io n a r se . P a n d illa s y
barras bravas so n a lgu n as form as d e org a n iza ció n q u e in tr o d u c e n a e s o s
varon es e n la “m a sc u lin id a d ”, ser h o m b re s d e verdad.
L os h o m b re s, e n cu a lq u ie r eta p a d e su vida, p u e d e n ser r e sp o n sa b le s
a su m ie n d o o n o su p a tern id a d , co m p o r ta m ie n to g en er a liz a d o e n u n a p ro ­
p orción im p orta n te d e p ad res d e h ijos n a c id o s e x tr a m a r ita lm e n te, e s p e ­
c ia lm e n te d e m a d res a d o le s c e n te s . L os p ad res d e hijos n a c id o s v ivos de
m a d res a d o le s c e n te s so lte r a s so n , e n u n a p r o p o rció n m u y a lta , v a r o n e s
d e n o m ás d e 2 5 a ñ o s.“* E n a lg u n o s ca so s, los p ad res a su m e n su p a te r n i­
dad; el em b arazo d e la pareja lo s lleva a con vivir o a ca sa rse c o n ella , c u a n -
126 DrBAirs soBRr MAsruiiNiDAnrs

do hay una relación de afecto/amorosa. Esto sucede especialmente con


los varones de sectores populares. Otros, en cambio, niegan su paterni­
dad, porque dudan ser los padres, aun con la conciencia de ser la única
pareja sexual de la embarazada. Este segundo comportamiento también es
considerado como “responsable” por algunos varones: “responsablemente”
no asumen una paternidad de la que tienen duda.’
Serían, asimismo, “responsables” los varones cuando transfieren a la
mujer las consecuencias de su sexualidad activa, especialmente en lo rela­
tivo a la salud reproductiva: anticoncepción, embarazo, parto y también en
lo concerniente a la crianza de los hijos. Ellos no tendrían control sobre su
propio cuerpo, “el instinto” y, por tanto, sería un riesgo responsabilizarlos
del control de la fecundidad de la pareja. La mujer sería la responsable,
entonces, de las consecuencias de la vida sexual de sus hombres. De ahí a
la manipulación del cuerpo de las mujeres para regular la concepción,
habría un corto trecho; no así a la manipulación del cuerpo de los hom­
bres. Si los cuerpos de éstos son manipulados, podrían perder la virilidad.
En cambio, eso no sucedería con las mujeres.
La interpretación del cuerpo del varón poseído por un instinto se­
xual animal permite a muchos agresores sexuales y violadores intentar
justificar sus comportamientos, más allá del dolor que digan sentir y del
que efectivamente experimenten. Ellos no serían responsables de un cuer­
po que no pueden controlar (su propio cuerpo), que los empuja a acciones
que van más allá de su voluntad. Tanto es así que en distintas legislaciones,
durante muchos años, se ha liberado de responsabilidad penal a los suje­
tos que, luego de cometida la violación contra una mujer, se casan con
ella. El matrimonio los libera de la cárcel. La violación de niños y el inces­
to estarían también, en gran medida, justificados por esta necesidad apre­
miante de los varones.
“Responsablemente”, algunos varones abandonarían el propio hogar,
cuando toman conciencia de que no son capaces de proveerlo y estiman

'' En Chile es posible comprobar, según datos de Instituto Nacional de Estadística, para
1999, que 83.2 por ciento de los hijos nacidos vivos eran de madres adolescentes solte­
ras, y que una gran proporción de los padres de los hijos de madres adolescentes solteras
tenía una edad no mayor a un rango de cinco años en relación con la madre. Es así que
70 por ciento de los padres de niños/as nacidos vivos, de madres solteras menores de 15
años, no tenía más de 20 años de edad. El 84 por ciento de los padres de los nacidos de
madres solteras entre 15 y 19 años no había cumplido 25 años, y un cuarto de ellos no
llegaba a los 20 años (INE, 2001).
^ En Chile, desde 1999, entró en vigencia una nueva legislación sobre filiación que obliga
a un examen de ADN en los casos en que haya disputas sobre el particular. Ojalá quienes
administran justicia la apliquen.
H omrrfs f inFNTinAD df génfro 127

que la pareja, madre de sus hijos, sí puede hacerlo, porque así lo ha visto
con otras mujeres, incluso con la propia madre.
Algunos varones, jóvenes y adultos, entienden la delincuencia como
una forma de responder a los mandatos de la masculinidad dominante.
Los hombres deben ser los proveedores de sus familias, deben aportar el
dinero para satisfacer sus necesidades en el nivel considerado adecuado
por ese grupo. Pero, especialmente en las últimas dos décadas, las condi­
ciones socioeconómicas (originadas por las políticas de ajuste fiscal, por
las necesidades de las empresas por reducir costos, especialmente en la
mano de obra y trabajo, y las crisis periódicas, entre otras) han provocado
que una proporción creciente de varones jefes de hogar, o que desean
establecer su propia familia, no encuentren trabajo en el sector productivo
o de servicios. El dilema entre delinquir y no cumplir con sus obligaciones
de “hombre” de la casa, llevaría a algunos a optar por lo primero. Delinquir
sería un comportamiento “responsable”, en caso contrario no cumpliría su
“rol”, perderían su autoridad frente los miembros de su familia y frente a
otras personas.
Estos comportamientos “responsables”, que permiten a los varones
una gran maleabilidad en sus vidas, llevaría al observador externo a consi­
derarlos hombres con identidades fragmentadas, o, si se generaliza, a con­
siderar las identidades de los hombres como necesariamente fragmenta­
das en sí. Pero, curiosamente, en la subjetividad de muchos varones estas
contradicciones se perciben como algo normal, natural. Esta situación la
ha permitido el referente de masculinidad que señala mandatos sobre
comportamientos “responsables” a partir de relaciones inequitativas en­
tre hombres y mujeres. Lo que “debe” salvar el varón, en última instancia,
según el referente, son sus recursos de poder para mantener dicha condición
y reproducirla. Esta forma de razonar permite a los varones dar sentido
subjetivo a prácticas contradictorias para mantener el control; es posible
que analizando estas prácticas se encuentren explicaciones de la violencia
de género.
La inequidad en la asignación de recursos de poder y la justificación
de comportamientos contradictorios como prácticas “responsables” en
los varones, son el origen de múltiples comportamientos violentos, le­
gitimados socialmente y, sólo en los últimos años, considerados (algunos)
como delitos (por ejemplo, la violencia doméstica ejercida por el varón
en contra de su mujer e hijos). Pero existe un conjunto de mecanismos de
legitimación del modelo de masculinidad dominante que genera dicha si­
tuación. Por un lado, está la invisibilidad de las construcciones sociales
en torno a él, que le permiten transformarlo en parte de la naturaleza, en
“biológico”. Pero también hay interpretaciones que incentivan el carácter
128 D ebatfs sobre masculinidadfs

supuestamente ontològico de este referente de masculinidad. Algunas ex­


plicaciones funcionalistas, como la teoría de los roles sexuales —basada
en la explicación estructural de la familia, de la paternidad/maternidad y
de la sociedad con roles y funciones complementarios en un rígido orden
jerárquico— es una Justificación ideológica del modelo dominante de
masculinidad. Transforma una “teorización”, o sea una explicación de por
qué las cosas suceden como suceden, en una verdad ontològica; toda otra
forma de relacionarse sería anormal, desviada, contra natura. Este tipo de
explicación lleva, como ya hemos señalado, a invisibilimr la distribución
inequitativa de los recursos de poder entre el hombre y la mujer, y justifi­
ca, en la naturaleza/biología, el uso de esos recursos y la violencia que
ejercen (o pueden ejercer) contra otros y otras. El orden jurídico legitima
el acceso de los varones a los recursos de poder y los transforma en normas
jurídicas, en derecho positivo, como es el caso del Código de Derecho
Civil en el ámbito de la familia.

P a r a f in a l iz a r

En 1998 se realizó en Chile la conferencia “La equidad de género en Amé­


rica Latina y el Caribe: desafíos desde las identidades masculinas”. Las
conclusiones a las que se llegó tienen plena vigencia. Los consensos, que
se presentan a continuación, fueron el fruto de varios días de trabajo y
reflexión de especialistas que desde hacía largo tiempo estaban dedicados
al estudio del tema (Valdés y Olavarría, 1998).

—Los consensos acerca de puntos fundamentales fueron los siguien­


tes: primero, que para analizar y trabajar el tema de violencia y
masculinidad, es central situarlo en el contexto de las relaciones de
poder. El tema del poder, la dominación y el control deberían ser el
eje alrededor del cual se haga el trabajo sobre esta temática.
—El grupo estuvo de acuerdo en la importancia de entender cómo la
violencia se vuelve parte de la identidad masculina, dentro de un
contexto de violencia social y cultural en toda América Latina, y que
se construye social e históricamente, no es una condición natural.
—Hubo consenso al comprobar que todos/as los/las participantes com­
partían la idea utópica de lograr la construcción de un mundo sin
violencia, que querían llegar a construir relaciones de equidad en­
tre hombres y mujeres, y vieron a la violencia como un obstáculo
fundamental que impide lograr dicha equidad. Que existe, también,
un desafío ético, porque está en juego la integridad personal de las
H ombres e id e n tid a d de genero 129

mujeres, así como la condición misma y la calidad de vida de los


hombres. Ven la violencia como una expresión extrema de la desi­
gualdad de género que se reproduce generacionalmente, a través
de hombres y mujeres, adultos y niños y niñas. Y que niños y niñas,
testigos de violencia, tienen más posibilidades de reproducirla.
-Coincidieron en que la violencia no se explica como efecto de una
sola causa, sea ésta alcoholismo, desempleo, fútbol, pobreza, o me­
dios de comunicación, sino que es necesario buscar una explica­
ción que reconozca la complejidad del problema, que supone exa­
minar cómo se construyen socialmente las identidades y relaciones
de género; reconociendo la diversidad de situaciones personales,
según condiciones de clase, raza, etnia, edad, entre otras.
-Hubo consenso en que, desde la subjetividad de los hombres, hay
experiencias personales de dolor que se deben considerar. Cuando
los hombres expresan el sufrimiento, se manifiesta una dimensión
más humana de inseguridades, miedos y desconexión emocional.
-El grupo reconoció una gran falta de voluntad política para imple­
mentar leyes y asignar recursos a programas efectivos para mujeres
y hombres.
-Asimismo, hubo coincidencia sobre las siguientes cuestiones, las
cuales habrá que tomar en cuenta en las recomendaciones que se
formulan:

Visualizar la lógica binaria de la violencia, que se da en las rela­


ciones de género: mando o me mandan.
Reconocer que la violencia se da en múltiples formas y grados: la
violencia verbal, psicológica, económica, sexual.
Reconocer el enorme control de los hombres sobre la sexualidad
de las mujeres.
Incorporar la perspectiva de género (relacional) tanto en la inves­
tigación, como en las intervenciones.
Contextualizar la violencia como un problema de derechos
humanos.
Coordinar la acción del Estado, el movimiento de mujeres y las
organizaciones de hombres.
Formar recursos humanos especializados en el problema.
Incorporar el tema en los procesos educativos de jóvenes y adul­
tos: en escuelas, estudios técnicos y profesionales.
130 D ebates sobre m ascu linidades

B ib l io g r a f ía

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sidad N acional de Colom bia.
ENTRE JAULAS DE O R O : GÉNERO Y M IG R A C IÓ N
ENTRE C AM PESIN O S

Gabriela Rodríguez

Un acercamiento etnográfico a una comunidad ubicada al sureste del es­


tado de Puebla, permite acercamos al género y a la reconstrucción de
masculinidades que realizan los campesinos de dicha comunidad dedica­
da a la producción de caña de azúcar. En la actualidad, el poblado transita
por la creciente disyuntiva entre la precariedad y la sobreviviencia que se
logra a partir del cultivo de la caña, frente al progreso que promete la
emigración hacia Estados Unidos; dilema que se presenta en las vidas de
hombres y mujeres, y crea en sus imaginarios un futuro que está siendo
construido por los y las jóvenes de ahora.
En este ensayo se abordan algunas de la ideas y prácticas sobre el gé­
nero y la sexualidad que los campesinos toman y recrean a partir del con­
tacto con los migrantes que se desplazan a otras ciudades del país y del
extranjero.

C a m b io s g e n e r a l e s e n e l c o r t e j o

En los procesos de comunicación del cortejo empieza a superarse el


papel pasivo de las mujeres y se presenta una gama interesante de com­
portamientos que combina tanto formas anteriores como formas nove­
dosas de comunicar emociones. Estas formas comprenden desde las mi­
radas de deseo (con que arranca el cortejo en la mayoría de las parejas), las
cartas de amor enviadas a través de intermediarios, como era el caso de
los abuelos y abuelas; hasta el diálogo, las conversaciones de amor cara
a cara y las caricias en público de las parejas actuales. Largas pláticas de
las parejas sobre sus deseos, miedos y sentimientos amorosos, así como
un trato mucho más cercano, caracterizan la conducta de los novios de
hoy y los distingue de las relaciones tan formales que se daban entre los
novios de otros tiempos. Han proliferado en los últimos tiempos las rela­
ciones amistosas, los equipos deportivos y las fiestas organizadas entre

inii
132 D eiíau s sübkc m asc u ü n id ad es

jóvenes de uno y otro sexo. Estos vínculos permiten relaciones menos ver­
ticales y espacios privilegiados para compartir sentimientos y problemas
familiares.
En la actualidad, la declaración de amor sigue marcando el inicio del
noviazgo. La frase constante de las mujeres “él me habló”, y la afirmación
de los varones “le hablé de amores”, señalan, sin confusión, al sujeto mas­
culino, a quien corresponde expresar activamente el deseo, así como el
valor de la conversación entre novios. Sin embargo, tomar la iniciativa para
comenzar un noviazgo es una práctica incipiente entre las mujeres jóve­
nes, pues cada vez son más frecuentes los relatos de muchachas que de­
claran su amor a los varones “como si ellas fueran el hombre” —dijo José,
de 17 años—. Además, hablar sobre el amor o referirse al noviazgo como
una pasión amorosa no forma parte de las experiencias de los abuelos; en
cambio, sí es el contenido sustancial de los relatos de quienes fueron no­
vios en las décadas subsiguientes.
Los actos sexuales entre novios, sin fines matrimoniales, se están rea­
lizando, pese al riesgo para las mujeres de perder el prestigio y la posibili­
dad de encontrar un buen marido. Sin embargo, en este contexto existe la
idea del “amor limpio”, concepto que circula todavía entre los jóvenes; y
que se refiere a la entrega total por amor, acto sexual que está justificado
por el triunfo de la pasión sobre la voluntad.
En términos de los estilos masculino y femenino, por encima de las
diferencias individuales, se impone una concepción única del ser hombre
y del ser mujer. Hay una definición “natural” heterosexual del varón como
ser activo, que debe dirigir los acercamientos hacia las mujeres, que tiene
presencia pública; ese hombre que debe prepararse para cumplir una fun­
ción de proveedor a toda costa y que puede desplazarse por las noches.
Mientras, la mujer debe ser recatada, aprender a echar las tortillas desde
niña, dominar el fogón del hogar y la crianza de los menores, estar sujeta al
control de los hombres (padres, hermanos, novio, esposo) sobre su cuer­
po, pero también, exigirá respeto en su juventud y, más tarde, renunciará a
todo para sacar adelante a sus hijos.
La adscripción de identidad de género se reduce a las dos opciones
señaladas, a pesar de que las muchachas estén mostrando desplantes acti­
vos frente al cortejo y la sexualidad, y los varones estén sufriendo por tener
que demostrar constantemente actos viriles que la cultura les exige.
En este contexto, la idea de relaciones homosexuales no tiene una
significación de vida en pareja, tal como existe en otras regiones. Las prác­
ticas genitales entre personas del mismo sexo son referidas como inicia­
ción masculina (cercana a las prácticas zoofílicas, de las cuales sólo tuvi­
mos una referencia puntual), o como costumbres que contradicen “la
Entre ia u ia s de o r o : g énero y m ig r a c t ó n entre c a m p e s in o s 133

naturaleza heterosexual” de hombres y mujeres. La anécdota sobre la tía


de uno de nuestros informantes es elocuente al respecto; esa mujer muy
masculina, que usaba pantalones, controlaba la producción de la caña,
montaba a caballo y se acostaba con las sirvientas, “esa tía era un hombre”,
decía Mario, su sobrino, en tanto que para la esposa de éste, Mariana, “ella
era mitad hombre y mitad mujer”. En todo caso, individuos como estos no
pueden ser categorizados fuera de esa dualidad. En cuanto al caso de “el
chicas”, un joven que baja al manantial y mantiene relaciones con otros
niños y jóvenes a cambio de dulces y golosinas; o el de “la manflora”, que
cortejaba a doña Elena en sus tiempos de soltera, son personas a las que se
hace referencia con risas y a quienes se juzga de raros, sin poder dar mayo­
res explicaciones. En ningún caso, los testimonios relacionan estas prácti­
cas con una identidad sexual diferente.

L a m ig r a c ió n a E s t a d o s U n id o s

La emigración de campesinos a Estados Unidos influye en las reflexiones


sobre el género, y despierta una sensibilidad diferente respecto de la salud
sexual, el cortejo y otras representaciones de la vida social; de forma tal
que la emigración se convierte en un referente cotidiano, sin el cual no
sería posible entender la vida en la comunidad. En la población estudiada,
todo se define por contraste entre “el allá” y “el acá”. Se trata de dos espa­
cios y dos mundos imaginarios, dos realidades y dos mitos; Estados Unidos y
su pueblo.
California es el mejor escenario futuro en el que se ven los jóvenes,
hombres y mujeres, y es casi el único camino que se visualiza con el fin de
mejorar. Las grandes ciudades, como México o Puebla, constituyen otros
escenarios posibles. En cualquier caso, salir es avanzar, arriesgarse para
mejorar; mientras que quedarse es darse por vencido y sobrevivir. Los que
se van, se casan más tarde; quieren conocer la vida, disfrutar de su juven­
tud y ensayar; los que se quedan tienen menos capacidad de riesgo y de
búsqueda.
Pero vivir en Estados Unidos es vivir en “una jaula de oro”, metáfora
vernácula para expresar la gran paradoja de la migración, reflejo de una
fuerte discrepancia en el estatus : “allá” viven mejor, tienen mejores condi­
ciones económicas, pero se la pasan encerrados, tienen el más bajo estatus,
son discriminados, explotados y maltratados; “acá van de pobrezas a po­
brezas”, pero tienen libertad de movimiento y gran prestigio; los migrantes
son los triunfadores, los que traen dinero, novedades y anécdotas de otros
mundos.
134 D ebates sobre MAsruiiNiDAnFS

Esta enorme ambivalencia ante la migración, se acompaña de senti­


mientos que se debaten entre la ilusión de ir y el desengaño al llegar, el
confort del otro lado y la nostalgia por el lugar de origen, la libertad de acá
y la prisión de allá. La migración tiene notables impactos sobre la econo­
mía, el consumo y la cultura. Los dólares del otro lado permiten que acá se
invierta en construir y remodelar casas y obras de riego, comprar maquina­
ria para el trabajo y electrodomésticos, así como enormes estéreos, cáma­
ras y reproductoras de video y demás aparatos de la industria cultural. Más
allá de los cambios materiales, las representaciones sobre el cortejo y la
sexualidad son parte de esta experiencia de la otredad. Hay una apropia­
ción selectiva de patrones estéticos urbanos, de sentidos afectivos y lúdicos
en el noviazgo, de relaciones sexuales alejadas del interés conyugal, de
juegos y contactos corporales entre novios en espacios públicos y de ensa­
yos de prácticas preventivas de salud sexual.
El notable contraste entre “el allá’’y “el acá” tiene sus propios referen­
tes y cobra significaciones distintas entre los hombres y las mujeres. Son
principalmente los varones jóvenes en edad productiva (al terminar la se­
cundaria) los que migran a Estados Unidos; las muchachas suelen irse a
trabajar a otras ciudades, incluso a lugares lejanos como México o Vera-
cruz. Sin embargo, cada vez son más las esposas y hermanas a quienes “se
las llevan” para el otro lado, o que “mandan por ellas”.
Casi todos los varones desean irse, y algunas de las muchachas tam­
bién, sobre todo quienes han estado en otras ciudades o que han visitado a
sus hermanos en California. Desde la primera generación, ya los hombres
migraban a otros estados de la república, principalmente a zonas produc­
toras de caña de Puebla y Veracruz, y no fue sino hasta hace quince años
que los jóvenes de la localidad comenzaron a irse para “el otro lado”.
Fabián y Mario, como padres de familia de los primeros migrantes
internacionales, perciben este fenómeno desde un ángulo particular, la
visión de quienes tienen siete y cinco hijos “allá”, respectivamente. Fabián
tiene toda una posición crítica ante los estadounidenses: se molesta mu­
cho porque “allá” a los migrantes los tratan como delincuentes. Entre risas
y angustia nos cuenta cómo vio en el noticiario que los policías de Esta­
dos Unidos hasta a las muchachas golpean: “Eso tiene que arreglarse
en los consulados, ora ya hasta se creen dueños del petróleo, eso pertene­
ce a la nación ¡desde los tiempos de Cárdenas!”
Además de las experiencias de sus hijos, Mario tiene la vivencia re­
ciente y directa, pues vivió durante nueve meses en Los Angeles con su
esposa Mariana, y su hija menor, Esperanza, para conocer y compartir un
poco la vida de sus hijos en el otro lado. Está muy enojado con las últimas
noticias de maltrato a los migrantes.
Entre iaiiias de oro: gínero y migración entre campesinos 135

Los m exicanos dejan m u ch o dinero en los E stados U n id os, luego se v e . .. En


las gasolineras, 6 0 por cien to de los c o c h e s son de m exicanos, allí están d e ­
jando el dinero. Y b ien q ue les pagan m en os, cuatro o cin c o dólares por ilega­
les. ¡N o es m ás q ue una jaula de oro!, está uno todo el día trabajando y luego
se va uno a encerrar a un departam ento m uy elegan te, m uy b onito y no sale
uno más q ue a hacer las com pras, y de nuevo al encierro. A los am ericanos
q u e tien en q u e trabajar le s pagan m ás y n o le s exigen co m o a los m ex ica ­
nos, hora trabajada... hora pagada, ¡ni descansar los dejan! N i estirarse p uede
uno, ni q ue fuera uno de fierro. H asta los m ism os m exicanos nacionalizados
tratan m al a los ilegales, se sie n ten m ás porque tien en p a p eles y hasta le
hablan con “aprobio” al p resid en te C lin ton , le d icen hasta lo peor.

La visión de las madres es menos crítica, más bien es de consterna­


ción. Elena y Mariana siempre están preocupadas por cómo les va a ir a
sus hijos en el paso de la frontera, a veces son mordidos por los perros;
ellas les piden que les llamen a la caseta telefónica. Pero también expresan
resentimientos por sentirse olvidadas. Elena, por ejemplo, no pierde opor­
tunidad para señalar que no va a permitir que Inocencio parta:

Ya le estam os quitando la in ten ción . A q u í hay m u ch a tierra q ue cuidar, de


aquí no se va a ir In ocen cio, au n q u e tenga ganas. Y cu an do nos m uram os
nosotros, si quiere dejar todo y irse para el otro lado, él sabrá. C u an do se van
siem p re p rom eten q u e van a m andar y a la m era hora se le s olvida. P rom e­
ten q ue van por nom ás por un tiem p o y lu ego se van q uedando. Juan Fernan­
do sólo ha ven id o dos v ec es en 16 años.

Pertenecientes a la segunda generación, nuestros informantes que con­


formaron los primeros grupos de migrantes del pueblo, Javier y Juan Fer­
nando, con 16 años y 7 años de experiencia en el otro lado, respectivamente,
resaltan en primer lugar las diferencias de “acá” y “allá” en las relaciones
de género, las cuales son, desde su punto de vista, muy contrastantes. Allá
existen otras formas de comunicación, una tendencia a tomar decisiones
conjuntas, una distribución más pareja del trabajo doméstico, sobre todo
cuando ellas también trabajan; en síntesis ¡allá es muy diferente!
Juan Fernando se congratula de no haberse casado joven como los de
su generación, ellos tienen muchos hijos y problemas económicos. Su plan
fue, como el de muchos jóvenes de ahora, irse a trabajar varios años, con
los dólares de allá fincar casa acá y luego buscar pareja para formar una
familia. Hay también otros casos en que la migración ocurre ante pre­
siones económicas después de formada la pareja. Algunos tienen una po­
sición intermedia, forman pareja justo antes de irse, se casan ‘pa’ tener
algo acá”.
136 D ebates sobre mascu linidades

Pero Juan Fernando ha asimilado ideas diferentes a las de acá. Por


ejemplo, el hecho de que el casamiento sea una decisión independiente
de las relaciones sexuales, y que la igualdad de derechos entre los sexos
sea un ideal de vida en pareja.

No como otros amigos de acá, que ya tenían que casarse porque tenían rela­
ciones. Al tener relaciones ya están como obligados a casarse. Yen realidad
ni se aman, sino que solamente fue como una obligación. Yo conozco tres
o cuatro casos que así se casaron. Aquí el casamiento es... si la mujer se casa
con el hombre hacen de cuenta que la mujer se vendía con el hombre y que
la mujer es una esclava. Sí. Eso es absolutamente erróneo y “acsurdo”, y
eso, yo no lo aprendí allá. Yo desde aquí, yo nunca estuve de acuerdo, para mí
la mujer..., yo sé que es un ser humano. Siempre tenemos que ser iguales.
Hay una diferencia, —¿me entiendes?— y es que yo la miro. Pero en dere­
chos, pues en derechos, tanto como el mismo derecho tiene la mujer, el hom­
bre también los tiene, y la mujer tiene el mismo derecho. Nunca se puede
poner a la mujer a un lado por el machismo, que no, que los mexicanos, como
tú sabes, tenemos. Pero esto —te diré—, es un orgullo —¿cómo te diré?
equivocado.

Javier migra a los 16 años después de terminar la telesecundaria, y


ante la imposibilidad de seguir la prepa por falta de recursos (para la ins­
cripción, el transporte y los libros). Estaba a punto de casarse, cuando sus
hermanos, los de las dos partes (es decir los de acá y los de allá) le ayuda­
ron a desistir del matrimonio.

Me orientaron, metieron la mano y abrieron la puerta para que yo pudiera


irme. Era una época de secas, no había riego para el cultivo, ni fuentes de
trabajo, se medio solucionaban las cosas cazando y vendiendo leña. Si yo me
hubiera casado, cuántos hijos ‘orita’no tuviera. ‘Tuviera’ lleno de hijos. Los
que se quedan aquí nomás piensan en casarse, pero así se destruye uno mis­
mo. No hay cómo vivir la vida, aquí no hay diversiones más que tomar. Allá
anda uno con chamacas. Se da uno cuenta de la vida. Si no, ya tuviera yo
cuántos hijos. Yo no decidí casarme pronto.

De los integrantes de su generación, todos los que se quedaron se


casaron, excepto uno que está soltero. Del total de sus cinco hermanos,
sólo uno se quedó. Entre los planes futuros de Javier está el de volver al
pueblo, comprar un pedazo de terreno y material para hacer su casa, ahora
que va a nacer su primer hijo. Piensa también en poner un negocio, posi­
blemente un taller de bicicletas, algo que aprendió desde chico con su
papá. Hace un año se casó con una muchacha de Cuernavaca, a quien
conoció en Los Angeles. Ahora la trajo para que nazca acá su hijo. Des­
Entre iaui as de oro; género y migración entre campesinos 137

pués del parto, él se irá allá y le enviará los dólares para “mandarla traer”,
el costo de la pasada está subiendo sostenidamente.

Allá se ahorra m u ch o, entre cin co rentan un departam ento. S e sie n te uno


encerrado, com o en una jaula de oro [m ism a m etáfora que usa su padre].
A quí uno es libre, allá h ace m u ch o frío. Se la pasa uno encerrado en la casa o
en el trabajo. Allá no m e sien to bien. A qu í trabajo en la m añana y lu ego salgo
con m is am igos. Allá si te ven m u ch o tiem po afuera creen q ue eres vend ed or
de drogas.

Nos tocó vivir el nacimiento de la hija de Javier. Fue realmente impor­


tante compartir el gusto de todo el mundo ante el nacimiento de una niña
muy sana. Le pusieron María de los Ángeles, en honor a la ciudad que les
ha dado tanto a sus padres.
A Javier no le faltan ganas de retornar y vivir acá, es una decisión
sumamente difícil. Lo que lo hace dudar es el nivel de ingreso y de vida de
allá, si las cosas no se componen aquí, piensa irse a Cuernavaca o a otro
lado a poner un negocio. En cuanto a la sexualidad, Javier considera que
acá es más conservadora. “Allá no se ve el noviazgo, hace uno cosas, o sea
más íntimas con la persona, ya no hay necesidad ni de hablar, dice el di­
cho: ¡mañana ni te conozco!”. Nos dice refiriéndose al sexo con personas
prácticamente desconocidas.
El caso de Francisca es realmente interesante, ella es de las pocas
mujeres que migran a Estados Unidos sin ser casada. Como fue abando­
nada por su marido, decidió irse al día siguiente y pidió el apoyo de sus
padres. Don Fabián la apoyó con dinero y Elena se ofreció a cuidar a su
hijo mientras ella estaba allá. A Francisca la conocimos cuando ya tenía
siete años viviendo del otro lado, es una mujer fuerte y asertiva, con un
aplomo muy diferente a las mujeres de Iguanillas. Dice que ella no ha
cambiado y le sigue gustando la comida del rancho, aunque allá vivan de
otro modo “yo no soy pretensiosa como otros que se van a los Estados
Unidos. Acá se sufre más porque aquí uno desea todo. Como está uno
pobre, no hay trabajo, no hay nada, uno desea de todo y por todo, como
ropa; no te alcanza el dinero pa’ comprarte ropa, ni comida . Aquí uno va
de pobrezas a pobrezas.”

Ella explica que los hom bres ayudan m ás allá porque trabajan m en o s q ue los
hom bres del cam po, allá sólo sus och o horas, así que cu an do regresan p ued en
ayudar, no q u e aquí nun ca se le s acaba el trabajo. Otra de las d iferencias
im portantes es que aquí hay m u ch o m achism o.
Ya llegan do allá, au nq ue vaya u n o de un rancho, verdad, aq uí ¡que tien e
unas costum bres! Allá llegas y uno tien e que adaptarse a las co stu m b res allá.
138 D fBATFS SOBRF M A S r U L IN ID A O F S

A quí el hombre ¡es muy machista!, ajá, ve que aquí, por ejem plo, un
hombre que nunca ha salido de su, de su pueblo tiene diferentes costum bres
al, a uno que ya ha salido a otro lugar, porque un hombre que nunca ha salido
de aquí, yo he mirado, yo, yo en los cinco años que yo viví con, con mi primer
marido, a él no le gustaba que yo usara pantalones, ni que m e pintara porque
esa es la costum bre de aquí y, y yo lo respetaba porque dije “bueno, si es mi
marido tengo que respetarlo”, pero porque uno tam bién está cerrada de ojos,
com o que dicen “¡haz esto y uno lo hace! y ya.
C on los que se han ido para allá tienen diferentes p ensam ientos a los de
aquí, porque allá; por ejem plo uno p uede andar en “chor”, puras playeras
de esco te, nom ás con puro tirante, porque allá cuando vien e la calor no
puede uno andar con ropa de esta caliente, debe de andar con pura ropa
¡bien sencilla! por el calor y ahí tu esposo, él tam bién sabe que así debe uno
de andar porque es por ¡el clim a, por el tiem po, no, no es que uno quiera
andar así, tien e uno que andar así por el clim a, ajá, o que ande uno de “chor”
bien cortito!
Otra diferencia es que un hombre tam bién que nunca ha salido de su,
de su tierra, de su rancho, ¡se emborracha que llegan pegándoles, maltratán­
dolas, ellas nunca dicen nada!
Allá se emborracha, pero nunca llegan maltratando a uno.
Porque si se llegan y se emborracha maltratando a una, está la polecía, y
allá a uno sí defien de la polecía, sea tu am ante quien sea.
Sí yo le pago a la polecía y lo m eten a la cárcel los días que yo quiera.
N o si uno agarra las ideas de allá, las costum bres.
Y él tam bién sabe, que si m e pone una m ano encim a yo no m e voy a
dejar, yo no m e voy a dejar que m e e s té ... ’ora sí que m e ponga la m ano
encim a, pero cuando yo le busque! en algún problema o algo que yo tenga la
culpa sí, pero no nomás porque venga borracho, no. Y aquí no, aquí, aquí
tengas la culpa o no la tengas aquí te dan, y luego se emborrachan, no te dan
el gasto, que se van co n los amigos, com o que son más despreocupados,
hasta en los niños.
A quí pus todo el tiem po ¡que la mamá y que la mamá y que la mamá está
con ellos! y ellos no, con ellos no todo el tiem po con la mamá y q ue sales por
aquí ¡cárgatelo tú! que el marido por un lado y tú por el otro.
Allá no, porque allá si sale a, si te invitan a una fiesta sale uno los dos y
todo el tiem p o ... tien e uno q ue compartir entre los dos d e n och e y de día,
aunque uno trabaje, los dos se cansan.

Pero Francisca es el caso de la mujer que se va, situación que tiene


muy poco que ver con la de las esposas que se quedan. Estas presentan
otro patrón muy ambivalente. Su situación económica mejora por los dóla­
res que reciben del otro lado y al mismo tiempo ganan libertad. Toda vez
que los maridos son celosos, exigen atenciones constantes y controlan in­
cesantemente los movimientos de sus mujeres; cuando ellos se van fuera.
Entrf jai iias nr oro; ofnfro y MiriRAnóN fntrf campesinos 139

la vida cotidiana de ellas cambia sustancialmente y baja su carga de traba­


jo doméstico. No habíamos tomado conciencia de ello sino hasta cuando
nos enteramos de que Heladio, el esposo de Valentina, regresaba del norte
después de casi un año de trabajar allá. Al preguntarle a Valentina cómo se
sentía ante la noticia, la frase que expresó fue realmente sorprendente:
“Adiós a la calle”.

U no se choca todo el día en el m etate, luego hay que llevarle el almuerzo y se la


pasa uno todo el día trabajando d esd e que D ios am anece y hasta que oscurece.
Siem pre nos llam ó m u ch o la aten ción q ue V alentina extrañara p o co a
H eladio y no estuviera d eseosa de verlo, ni siquiera por n ecesid ad sexual. H e ­
ladio, por su cu en ta, cu ando nos habló de su s p reocu p acion es d e m igrante,
h abló d el esfu erzo por “n o clavarse en extrañar”, ya q u e m u c h o s em p iez a n
a tom ar y a andar co n otras m ujeres, él se con centra en trabajar y estar solo
por un tiem p o. Otra de las m ujeres cuyo m arido v ie n e cada dos añ os, n os
dijo q ue au nq u e “a v e c e s ella está gan osa, ella co m o m ujer tie n e el d e sa h o ­
go de la m enstruación, en cam b io ellos allá tien en q u e m eterse con viejas
para desahogarse, ellos lo n ecesita n m ás porque tien en alta tem peratura”.

Pero si las mujeres casadas ganan libertad, ocurre lo contrario en el


caso de las jóvenes que se les va el novio al otro lado. Por lo general, se
acuerda continuar con la relación, y él suele prometer que volverá para
pedirla o llevársela. Mientras tanto, ella es vigilada por los parientes y ami­
gos del novio, quien suele amenazar con dejarla si sabe que sale con otro,
así que la está vigilando; informándose por teléfono o por carta si es que su
novia ha salido con alguien. En medio de un baile, la hermana del novio de
Reina le lleva una carta de él, quien se fue hace seis meses; ella lee la carta
con nosotros. Es una carta muy amorosa. Le dice que la extraña mucho
“no te imaginas cuánto. Pórtate bien, pues si sé que sales con otro, te
olvidas de mí. Mi amor, mándame una foto tuya, por favor”. Un par de
meses después. Reina está realmente muy confundida porque le empieza
a gustar otro acá.

¡Ay pus!, esto y ec h a bolas d e p lano — ríe— porq ue José, é s te an du vo de


novio con la herm ana d e m i ¡de m i n o v io !... de A dolfo ¿mh? Y ahora, pues
así, siento q ue quiero a José — ríe— pero tam bién a mi novio ¡ay! P u s... este ,
sien to q u e si dejo a A d olfo y le h ago ca so a José se va a enojar su herm ana
de m i novio y van a em pezar a d ecir q ue cóm o si era el novio de la herm ana ¡de
m i novio! Y, ay, ’stoy ec h a bolas, no sé ni q ué hacer.

El caso de Esperanza fue más angustiante y lo vivimos muy de cerca.


Su novio se fue un par de meses después de que ellos habían comenzado
a tener relaciones sexuales.
140 D eRATFS sobre MASrUIINinADFS

U n día agarra y q u e m e d ice ¿sabes qué? ya m e voy a ir. Le digo: ¿para


dónde?, d ice: para Los A n g e les. Y ¿cuándo? — no d ic e — , q u ién sab e. Pero
a lo m ejor va a ser pronto... Yo no sabía ni qué hacer — le digo— , no, p u es
p orque é l m e d ecía ¿cóm o q u ieres q u e q u edem os? N o p u e s ai com o tú
digas — le digo— , si quieres term inam os. N o — d ice— , le digo b uen o co n ste
pero tú m e h ablas y m e m andas cartas. Y ya d esp u é s llegó el día, un día
an tes quedam os q ue yo lo veía en casa de Valentina, pero n u n ca llegó. Ya
agarré y m e vin e, y ya p u e s m e p u se b ien triste, la verdá, porq ue digo p u es,
ya se va a ir y no se despidió de m í ni nada. ’Tons que agarro y q ue m e voy a
buscarlo. Y hora q ué — le digo— , por q ué m e dejaste p la n ta d a ... d ice no, es
q u e acabo de llegar. Ya estu vim os p laticando que no se qué, q ue m e cuidara
m u ch o, q ue si él se iba es para que yo lo esperara, y q ue él m e iba a hablar y
todo eso.
A l otro día se fue y ya no lo vi. U n m es d esp u és m e habló, m e con tó que
ya había pasado y que otro día m e hablaba. D esp u é s de un m es m e habló y
m e dijo que m e iba a mandar una carta. Ya pasaron dos m eses y todavía no
recibo la carta.

Ahora Esperanza está saliendo con otro muchacho y desde que anda
con él se está olvidando de Carmelo, esta nueva relación la vive como
venganza.

La verdá él m e engañaba con otra, así q u e ahora nos toca a nosotras d esq u i­
tarnos de todo lo q ue nos han h ech o . El andaba con la M ón ica, y yo los
en con tré un día platicando. Ahora yo voy a tratar a e ste chavo y si C arm elo
m e habla, le voy a decir q ue si m e quiere q ue venga por m í. A lm a m e a co n se­
jó que ya no tuviera relaciones hasta q ue m e vaya con él o co n otro y hasta
que entre a su casa. Voy a tratar de aguantarm e a ver si puedo.

Esperanza sueña con irse a vivir a Los Ángeles. Lleva un buen rato
queriendo convencer a sus papás, pero no lo logra.'
Entre los varones que no han migrado circulan historias y anécdotas
acerca de la gran apertura sexual que hay allá, en el otro lado. Se habla de
que allá es lícito tener relaciones prematrimoniales y del acceso a lugares
donde se paga por sexo. Dicen que allá los migrantes viven hacinados en
un departamento para compartir gastos y que contratan a alguna prostitu­
ta “que se mete con todos”.

' Un año después de concluido el trabajo de campo, en enero de 1998, llamamos por
teléfono sólo para saludar a los informantes, Mariana, su madre nos informó que Espe­
ranza ya se había ido para Los Ángeles, se escapó con otro joven migrante que vino de
visita. Ella ahora ya tiene un hijo.
Entre jaulas or o r o : c; í n [ ro y m ig r a c ió n entre campesinos 141

José, quien nunca ha migrado, reproduce estas historias y marca la


diferencia entre acá y allá en la frecuencia con que se va a prostíbulos y en
el número de relaciones con otros hombres y con travestis:

Allá van m ucho más. Allá en v eces uno va buscando tuerca y se encuentra
uno tornillo, no que si no ¡pus por ahí no! O sea, al verlas se ven bien, a s í...
mujeres bonitas, de buen cuerpo, pero ya n o ... no m e acuerdo com o les
llam a. Q u e ahorita o sea prim ero m e toca a m í y ya, d esp u é s ahora voy
y o ... así, pues uno nos contó que así le pasó. N o, no aceptó. ¡Patagonia, a
correr!

Al final del trabajo de campo, hubo oportunidad de visitar a los Herrera


en su casa en Los Ángeles. A los investigadores nos interesaba sobre todo
ver a Francisco, a quien habíamos seguido durante año y medio. Acababa
de irse al norte, como muchos, después de terminar la secundaria. Estuvi­
mos solamente un par de días, sin embargo, fue muy interesante ver en
qué condiciones viven, más allá de lo que nos habían platicado.
Viven en unos edificios habitados por familias mexicanas, su contacto
con los estadounidenses es mínimo. A pesar de que Javier es el único entre
sus hermanos que habla inglés, los demás se mueven con gran facilidad
en la ciudad y trabajan con personas de otras partes del mundo (chinos,
italianos, estadounidenses), pero sólo utilizan algunas palabras en inglés
con las que se dan a entender y no necesitan dominarlo, debido al tipo de
trabajo que tienen (meseros, cocineros, choferes, cargadores). En un solo
departamento viven 14 personas, los cinco hermanos, sus esposas y los
niños. Aun así, nos invitaron a quedarnos a dormir. Nos impresionó mu­
cho la diferencia de recursos respecto de sus condiciones en México. Allá
tienen cocina equipada, cuartos alfombrados y varios automóviles lujosos.
Cuando nos fuimos a pasear, nos llevaron en una camioneta Cherokee
muy bonita. Todo el tiempo nos decían que ellos podrían prescindir de
todos esos lujos y algún día regresarían a México.
Aquí no tenemos libertad. Yo cambio esta camioneta por un burro, sin
ningún problema, aquí la necesito para moverme, allá pa’qué la quiero,
con el burro voy y vengo y cargo lo que quiera.
De regreso, nos pidieron un favor: que si podíamos traer dos bocinas
del aparato de sonido de Zara, la mamá de Francisco. Se trata de dos boci­
nas muy grandes que no habían podido llevar en la última visita. Lo hici­
mos con mucho gusto, y así tuvimos la oportunidad de sentimos como
ellos al regresar al rancho, inmensamente orgullosos de traer unas enor­
mes bocinas al llegar de visita desde “el otro lado”.
142 DrBATES SOBRE MASCULINIDADES

C o m e n t a r io s c o n c l u s iv o s

Las transformaciones económicas estructurales remueven las bases de todo


un sistema patriarcal. Se calcula que 200 habitantes del pueblo viven “allá”,
es decir, una quinta parte de la población. Tal como registran los estudios
demográficos, hay una tendencia al aumento del nivel educativo entre
los migrantes indocumentados, y desde la década de los ochenta se habla
de un aumento vertiginoso relacionado con la crisis económica.^ La migra­
ción es, sin duda, una alternativa de ascenso social, muchas veces más
valorada que los estudios secundarios o superiores, y además está dando
una oportunidad a los y las jóvenes de generar ingresos, ser más autóno­
mos y verse menos sujetos a las normas familiares y comunitarias.^
El cambio de valor de las tierras, ligado al fracaso agrario y a la pobreza
permanente, erosionan el poder económico de los hijos varones al heredar
la tierra, y la búsqueda de trabajo estacional en otras parcelas y en otras
ciudades conduce a que los jóvenes ganen independencia respecto de pa­
dres y abuelos. La pobreza obliga también a la incorporación de las muje­
res al mercado de trabajo, con lo cual ellas adquieren una mayor responsa­
bilidad y, al mismo tiempo, sientan las bases para una autonomía que, a
mediano plazo, contribuye a un mayor control sobre sus vidas y sus cuer­
pos.'' Así lo comprueban los testimonios de algunas mujeres que han tra­
bajado en otras ciudades, dentro y fuera del país, y que regresan de vez en
cuando a las celebraciones locales y a saludar a sus parientes.
No hay duda de que pisar otras tierras y mirar la propia desde un
ángulo lejano es una fuerza transformadora. Los hombres que migran a
Estados Unidos inician un proceso reflexivo sobre el género, que es
nuevo en la comunidad; llegan a hablar de igualdad de derechos entre
hombres y mujeres y, esporádicamente, realizan trabajo doméstico cuando
no hay mujeres en el hogar o cuando ellas también tienen que acudir a
trabajar; pero cuando visitan la comunidad vuelven a asumir su función
masculina en el ámbito doméstico. Las muchachas que han salido, ya sea
a Los Ángeles u otras ciudades grandes del país, son las que tienen un
criterio más abierto para juzgar, expresan mayores ambiciones, ya sea por
el estudio o el trabajo y, en cierto sentido, tienen un mayor control sobre

2 Bustamante (1994), Zúñiga (1996) y Verduzco (1998).


* Algunas de las transformaciones en la autoridad familiar las analiza Soledad González
(1996).
'' Los trabajos de Gail Mummert (1994) documentan también el mayor margen de acción
y decisión de las mujeres rurales que realiz.an trabajo extradoméstico en la región cen­
tral del país.
Entre ia u ia s de o r o : g ín e r o y m ig r a c ió n entre campesinos 143

sus vidas. Las mujeres de los migrantes consideran que cuando están
“allá” sus maridos son más permisivos con ellas, se preocupan más por sus
hijos, beben menos y no las pueden maltratar porque “la polecía las de­
fiende”. Estas ideas se comparten, circulan en la comunidad y se han ins­
crito en las representaciones de las mujeres y hombres, aun entre quienes
nunca han migrado.

B ib l io g r a f ía

BUSTAMANTE, Jorge et al. 1994. “Los flujos migratorios de M éxico a Estados U ni­
dos”, Demos, Carta Demográfica sobre M éxico 7, p. 23.
G o n z á l ez , Soledad. 1996. “Novias pedidas, novias robadas, polígamos y madres
solteras. U n estudio de caso en el M éxico rural, 1930-1990", en María de la
Paz López (com p.). Hogares, familias: desigualdad, conflicto, redes solidarias y
parentales. M éxico, El Colegio de M éxico.
M u m m e r t , Gail. 1994. “Cam bios en la estructura y organización familiares en
un contexto de emigración m asculina y trabajo asalariado fem enino: estudio
de caso en un valle agrícola de M ichoacán”. Ponencia presentada en el S em i­
nario Hogares, familias, desigualdad, conflicto, redes solidarias y parentales,
A guascalientes, INEGl/SOMEDE, 22 y 29 de junio de 1994.
V e r d e z c o , Gustavo. 1998. “Los factores de la migración internacional”. Demos,
Carta Demográfica sobre M éxico 11, PP- 15 y 16.
ZÚÑIGA, Víctor. 1996. “C om posición familiar y migración interna e internacional
en la zona metropolitana de Monterrey: el caso de Ciudad Guadalupe, N.
L.”, en María de la Paz López (com p.). Hogares, familias: desigualdad, conflic­
to, redes solidarias y parentales. M éxico, El Colegio de M éxico.
C o n s i d e r a c i o n e s t e ó r i c o -m e t o d o l ó g i c a s
M ASCUUNIDADES, H EG EM O N IA
Y V ID A E M O C IO N A L

Victor Seidler

E l p o d e r y e l c o n t r o l

Muchas veces, los hombres de diferentes contextos culturales se dan cuenta


de que han aprendido a controlar para que no los controlen a ellos. Las
formas en que ejercen el poder son distintas y, en muchas ocasiones, los
hombres pueden aprender reflexionando sobre las experiencias de mascu-
linidad de diferentes culturas. En la cultura machista que podemos en­
contrar en América Central, como lo exploró el grupo de hombres de Can­
tera, en Nicaragua, la cultura homofóbica manifiesta mucho miedo a lo
femenino. Los hombres aprenden a temer a sus emociones y sentimientos
porque éstos pueden hacerlos traicionar su identidad como hombres hete­
rosexuales. Sienten que deben controlar a “sus" mujeres, aun cuando no
ejerzan el control en otras áreas de sus vidas y trabajo. Suponen que deben
dar órdenes a sus compañeras y que ellas deben obedecerlos. Algunas ve­
ces harán uso de la violencia para asegurar que los obedezcan, situación a
la que creen tener derecho. Las estructuras del poder masculino suelen
ser visibles; el problema es que, como normalmente son algo que se da por
sentado, los hombres pueden pasarlas por alto.
Desde los setenta, en Occidente se han cuestionado las estructuras
del poder patriarcal, y en distintos países se tiene el nuevo concepto de la
igualdad de géneros. Sin embargo, con frecuencia esta situación sólo em­
peora el juego de poder y control que se establece en las relaciones. El que
las jóvenes hayan entrado al mercado laboral y tengan ingresos propios
ocasionó un cambio radical en las relaciones dependientes del género. Ellas
esperan otras cosas de las relaciones y, si éstas no funcionan, son capaces
de continuar con sus vidas. Si las relaciones fracasan, sigue existiendo el
remordimiento, pero si tanto los hombres como las mujeres intentaron
que sus relaciones heterosexuales funcionaran, lo que normalmente se
piensa es que el amor en la relación se terminó. Las personas no están ya
dispuestas a hacer que una relación continúe cuando éste es el caso.
Aunque todavía existen las diferencias de clase, la idea de que las
relaciones tienen que funcionar para ambas partes ha atravesado las fron-

I47|
148 DcüArrs soBRr MAScuiiNinAnrs

leras que separan a las clases. Las mujeres ya no conservan sus relaciones
por el bien de los niños si sienten que sus propias necesidades emociona­
les no se cumplen. El matrimonio no es ya un fin sino el marco en el cual
los individuos deben realizarse. Cuando una mujer siente que se le ignora
en una relación o que su compañero no se abre emocionalmente, insistirá en
que las cosas cambien. Se ha dado un cambio tan radical que no se
piensa que el hombre sea un buen esposo sólo cuando proporciona el
dinero para la familia. Las mujeres esperan obtener más emocionalmente
de sus relaciones.
La economía del tiempo es diferente y las mujeres esperan que los
hombres se hagan más presentes en la relación. Anteriormente, cuando
trabajaban horas extras para que la familia sobreviviera no había gran pro­
blema, pero el presente es distinto y las mujeres se muestran insatisfechas
con la ausencia de su pareja. Esperan que esté con ellas y las/los hijas/
hijos. Sin embargo, los hombres pueden sentirse incómodos en el espacio
doméstico, como si no pertenecieran a él. Como se sienten mejor con sus
amigos en el trabajo, aceptan gustosos las horas extras; el espacio domés­
tico les es extraño. Pareciera que la familia se ha organizado sin ellos y
entonces no encuentran un lugar en ella.
Cuando los padres esperaban que se les respetara como las figuras de
autoridad tradicionales en la familia, su posición estaba perfectamente
definida. Las madres los buscarían para que ejercieran disciplina y auto­
ridad —‘Ya verás cuando llegue tu papá”—. Al hablar con algunas jóvenes
de familias de Bangladesh, emigrantes en Londres, me quedó claro que
surgían diferentes patrones. Cuando no existía la presencia de los abuelos
o abuelas, las nuevas parejas podían establecerse con facilidad, especial­
mente si la mujer trabajaba fuera de la casa. Algunas jóvenes menciona­
ban lo silenciosas que eran sus madres y cómo no eran capaces de interpo­
nerse para defender a sus hijas. Otras hablaban de que se habían establecido
relaciones más equitativas. Normalmente, la madre se ocupaba de educar
a los hijos e hijas, y era ella la que los/las disciplinaba cuando se portaban
mal. Los niños tenían la libertad de salir y llegar tarde a casa, mientras que
las jóvenes no gozaban de ese privilegio porque ellas cargaban con el honor
de la familia.
Son sorprendentes las semejanzas y diferencias que se observan al
analizar la diversidad de las masculinidades culturales; por ejemplo, las
diferentes formas en que los hombres sostienen su poder y control, y
las diferentes sensibilidades que los caracterizan son asombrosas. Sólo
cuando tomamos conciencia de cómo los patriarcados se han sostenido
en las diferentes tradiciones religiosas y espirituales, comenzamos a en­
tender la naturaleza de las relaciones dependientes del género. A menudo
MASCULINlüAUtS, H tüLM üN ÍA Y VIDA EMOCIONAL 149

reproducimos inconscientemente las suposiciones cristianas respecto a


una única fuente de poder y autoridad divina. Se trata de la tradición jerár­
quica en la que se tiene una cadena de autoridad, en la cual el padre
representa a la autoridad divina dentro de la familia. Su palabra es la ley.
En los Estados democráticos liberales todavía resuenan estas tradiciones,
de ahí que la fuente de la autoridad y del Poder Legislativo sea única. Por
ejemplo, en Inglaterra se tiene el concepto de la reina y el Parlamento
como fuentes exclusivas de autoridad. Durante años fueron la fuente últi­
ma de la autoridad y el tribunal de apelaciones de todas las colonias del
Imperio británico.
Como esta visión jerárquica de la autoridad podía identificarse en las
diferentes legitimaciones del sistema de castas de la India, las lecturas de
las diversas tradiciones religiosas solían ser equivocadas. Resultaba difícil
apreciar el poder de las deidades femeninas en las tradiciones hindúes.
Las mujeres no eran sumisas ante las autoridades masculinas como lo son
en Occidente; sin embargo, las jerarquías dependientes del género tenían
sus propias tensiones sin resolver. Había que temer al poder femenino, y la
sexualidad de las mujeres era una amenaza para la potencia masculina.
Ellas tenían identificaciones propias y podían ejercer formas de control
sobre sus hijos e hijas en las esferas religiosas.
Podemos caracterizar formas diferentes de patriarcado en las que los
hombres aprenden a ejercer el poder de varias maneras; el problema es
que al hacerlo, sugerimos cierto universalismo que con facilidad se vuelve
reductivo.
Se trata de una debilidad de las tradiciones del trabajo crítico sobre
los hombres y las masculinidades, que definen a estas últimas exclusiva­
mente como relaciones de poder. Así, en términos marxistas ortodoxos, se
sugiere que las tradiciones culturales son legitimaciones ideológicas que
deben ser encubiertas para revelar las relaciones de poder dependientes del
género. Se trata del tipo de marxismo ortodoxo que Gramsci cuestionaba
al intentar entender las formas en que la hegemonía actuaba. En las discu­
siones de Robert Connell sobre las masculinidades hegemónicas se corre
el riesgo de enmarcar a éstas exclusivamente como relaciones de poder,
tanto entre los hombres y las mujeres como entre diversas masculinidades.
Aun cuando no sea la intención de Connell, con ello se fomenta el univer­
salismo que sostiene las nociones y soluciones occidentales, y se dificulta
teorizar las diversas culturas de la masculinidad. Pareciera, entonces, que el
poder, de alguna forma, representa la “verdad” de la masculinidad que
debe hacerse ver, y se olvida que la idea era explorar las relaciones comple­
jas entre el poder y la vida emocional.
150 D ebates sobke masculinidaues

V o l v e r a p e n s a r l a h e g e m o n ía

Las formulaciones que hace Robert Connell en Masculinities' suelen


repetir la distinción que él mismo hace entre el poder y la vida emocional,
lo que refleja la distinción errónea entre la política y la terapia. Connell
tiende a identificar la autoconciencia como una práctica terapéutica, en
lugar de comprometerse de forma crítica con el individualismo que nutre
a las prácticas terapéuticas o explorar la razón por la cual los hombres
necesitan romper con el intelectualismo que frecuentemente limitó los
experimentos de los grupos de autoconciencia y evitó que los hombres rea­
lizaran formas más directas de exploración emocional. El problema es que
los hombres adoptaban esta práctica para explorar ellos mismos el punto
de vista feminista de que “lo personal es político" y, con ello, tener un
puente que les permitiera explorar la forma en la cual lo que la cultura
moral liberal les había invitado a construir como experiencia “personal” y
“subjetiva", se encontraba en realidad conformado por relaciones mayores
de poder y subordinación.
Necesitamos explorar la razón por la cual los hombres que están en con­
textos culturales y de clase específicos se sienten atrapados por su raciona­
lismo e incapaces de apartarse del intelectualismo que siempre habían
dado por sentado. Freud ya había identificado esto cuando se refirió a que
los hombres podían escapar de las emociones y sentimientos, que habían
aprendido a interpretar como amenazas para sus identidades masculinas y
enfrascarse en el racionalismo que les permitía mantener distancia emo­
cional respecto a sí mismos. Se trata de una dificultad que la autoconciencia
mantiene y que el psicoanálisis tradicional reproduce. Con ello se explica
por qué en diversos contextos culturales los hombres buscan formas más
expresivas de psicoterapia, menos preocupadas por las regresiones a las ex­
periencias de la niñez y comprometidas con explorar directamente las emo­
ciones y comportamientos no resueltos del presente. Buscan terapias que
se relacionen con un futuro diferente en el cual ellos puedan sentirse más
cómodos con las complejidades de sus vidas emocionales.
Si exploramos las diversas culturas de la masculinidad, entonces tene­
mos que referirnos a las complejas relaciones que se dan entre el poder y
la vida emocional. Debemos cuestionar la presteza con la cual Connell
distingue entre lo que considera la política terapéutica de los setenta y la
política real que la siguió. Se trata de una distinción poco útil que marca
diferentes momentos históricos de la exploración crítica de los hombres y

' Robert Connell, M asculinities, Berkeley, University oí t ’alilbrnia, 1^)95.


M as c u lin id a d e s , h e g e m o n ía y v id a e m o c io n a l 151

las masculinidades. En lugar de enfrascarse críticamente en las experien­


cias del pasado, las clausura y presenta una ruptura radical entre las emo­
ciones y el poder, entre la terapia y la política. Esto se debe a cierta lectura
de Gramsci que necesita cuestionarse.
En Recovering the Self: Morality and Social Theory,^ hice una lectura
diferente de Gramsci que lo colocaba en los términos de la compleja rela­
ción de Marx con el racionalismo ilustrado; ahí, mostré cómo Marx se en­
cuentra tanto en el interior de la modernidad como fuera de ella. En los
setenta, se solía leer a Gramsci a través de Althusser y se insistía en repro­
ducir la distinción errónea entre una primera visión “humanista”, que su­
puestamente se basaba en una concepción dada de la naturaleza humana
que necesitaba “realizarse”, y cierta concepción científica del marxismo,
posterior, que consideraba la historia y la política como “ciencias”. Esta
lectura althusseriana de Gramsci se encontraba específicamente en los escri­
tos de Stuart Hall y Chantal Mouffe. Aunque Connell no surge de esta tradi­
ción del marxismo estructuralista, sí comparte con él cierto racionalismo mo­
ral. Es posible identificar en él cierto temor por lo personal y emocional.
Es útil recordar estas tradiciones del trabajo intelectual, ya que, aun­
que desprestigiadas en el presente, continúan resonando. En el desplaza­
miento que la teoría social hace desde Althusser hasta Foucault se sospe­
chaba de lo “personal” y lo “emocional”. Gramsci mismo trabajaba con una
concepción relacional de los sujetos, en la cual los individuos se definían
en términos de sus relaciones con los otros, y no de cierta naturaleza inter­
na que debía expresarse. Quería referirse a los/las individuos en términos
de sus relaciones sociales. Al mismo tiempo, en sus Cartas de la cárceR
exploraba lo que significaba “conocerse a sí mismo”, no sólo como una explo­
ración psicológica interna, sino en términos de una red de relaciones so­
ciales. Algunas veces, esta exploración presenta una contradicción que
surge de un punto de vista, según el cual, para desarrollar una conciencia
crítica debemos comprendernos a nosotros mismos en relación con la com­
plejidad de las relaciones históricas y no en términos individualistas de
cierta psicología interna.
En las importantes notas a pie de página, puede verse cómo Gramsci
se refiere a estas cuestiones. Sólo en las últimas páginas de Cartas de la
cárcel puede notarse su insatisfacción con el tipo de descripción estructu­
ral que trata a la experiencia como un efecto de los discursos predominan­
tes. Gramsci ya cuestiona la tradición racionalista que descalificaba a la

^Victor Seidler, Recovering the Self: M orality and Social Theory, Routledge, Londres, 1994.
^Antonio Gramsci, Cartas de la cárcel, México, Era, 1981.
152 D ebates sobre m ascu linidadc s

tradición religiosa católica por considerarla irracional, al reconocer que,


por lo menos en Italia, había que comprometerse críticamente con el po­
der de las tradiciones católicas para configurar identidades particulares.
Se dio cuenta de que la misma noción del tiempo se estructuraba de acuerdo
con el calendario católico, y cómo, así, se estructuraban las identidades y
sentidos del presente y el futuro. En lugar de descartar las tradiciones
religiosas como formas de superstición, debemos explorar las verdades que
incluyen, y las formas en las que pueden mantener a la gente en condicio­
nes opresivas y humillantes. Así se incluiría explorar la manera en la que lo
femenino se idealizaba en la figura de la virgen y, al mismo tiempo, se
experimentaba como una contaminación terrible para los hombres. Según
la lectura católica del Génesis, Eva era una tentación que debía identifi­
carse con la serpiente y a la cual había que resistirse. Si los hombres no
podían confiar en las mujeres, entonces tampoco podían confiar en lo “fe­
menino” que se encontraba en ellos mismos.
De los últimos escritos de Gramsci debemos aprender que no pode­
mos definir exclusivamente a la masculinidad como una relación de poder.
Gramsci introduce la noción de la hegemonía para escapar de dicha defi­
nición; quería centrarse en cuestionamientos a la legitimidad, relacionados
con las diversas fuentes de poder. En consecuencia, hay que comprometer­
nos con las tradiciones católicas y las formas en las cuales sostienen visio­
nes particulares del poder masculino. Esto se relaciona tanto con nociones
de pureza como con nociones de lo “masculino” que de alguna forma no se
encuentran contaminadas por lo “femenino”. Necesitamos explorar la ma­
nera en la cual las masculinidades heterosexuales y homosexuales particu­
lares se relacionan entre sí. A menos que nos comprometamos con los de­
talles, seremos incapaces de apreciar la manera en la cual las subjetividades
masculinas se organizan en torno a sí mismas y a otras. También debemos
referimos a los miedos homofóbicos específicos que surgen cuando los hom­
bres se encuentran cerca unos de otros, y a la seguridad que ofrece el hu­
mor en estos casos.
A menos que nos ocupemos de los miedos y ansiedades específicos,
no podremos apreciar la manera en la cual se sostienen las subjetividades
masculinas. En lugar de asumir una visión de la libertad y la autonomía
individuales en los términos de una cultura protestante, debemos explorar
los diferentes puntos de vista de la modernidad. En Rediscovering Mascu-
linity,'* me centré en la relación entre una masculinidad blanca dominan-

Victor Seidler, Rediscovering M asculinity: Reason, Language, and Sexuality, Londres,


Routledge, 1989.
M a s c u i .in id a d e s , h e g e m o n ía y v id a e m o c io n a l 153

te, dentro de la modernidad protestante, que legislaba una relación espe­


cífica entre la razón y la vida emocional. Esta visión de la masculinidad no
puede traducirse a otros contextos culturales distintos; más bien debe vol­
ver a estudiarse en una tradición católica. Es común encontrarse con que
en las culturas posmodemas, la gente insiste en que estas historias ya no
influyen en culturas más seculares. Sin embargo, debemos tener cuidado
antes de hacer esta suposición y hablar de “masculinidades hegemónicas”,
porque entonces podríamos impulsar el tipo de universalismo que Gramsci
cuestionó en su pensamiento sobre Italia.

L a h e g e m o n ía y l a v id a e m o c io n a l

Si continuamos pensando en las “masculinidades hegemónicas” debemos


evitar el discurso universalista que trata a la masculinidad exclusivamente
como una relación de poder. En diferentes contextos de clase, “raza” y
etnicidad, se presentan diferentes visiones de masculinidad que necesitan
explorarse con cuidado. Por ejemplo, la manera en la que los hombres se
identifican con la fuerza física puede descalificarse ante el contraste entre
el trabajo manual y el intelectual. Podríamos sentirnos incómodos si no
somos fuertes, pero también pudiera ser que los hombres de clase media
desdeñaran la fuerza física por sí misma. Necesitamos explorar historias
que resultan muy complejas. Cuando Gramsci se refiere a la hegemonía
de las instituciones capitalistas en las culturas morales, distingue los dis­
tintos espacios en los cuales debemos crear relaciones alternas y formas
de vida que, al unirse, representan una contra-hegemonía. Esto puede
atestiguarse en los movimientos anticapitalistas que surgen en oposición a
la globalización. La gente busca un punto de vista diferente de la relación
entre la cultura y la naturaleza; la mente, el cuerpo y el espíritu, y entre el
trabajo y la vida íntima.
Gramsci intenta subrayar que no sólo se trata de valores y creencias
alternativos, sino de crear relaciones y estilos de vida que sostengan estos
puntos de vista. Se trata de una parte del complejo proceso histórico me­
diante el cual la gente gradualmente reconocerá las conexiones que exis­
ten entre distintas esferas de la vida las cuales había aprendido a separar.
De alguna forma, cuando se habla de masculinidades “hegemónicas” es
fácil olvidar los contextos culturales y políticos en los que las teorías de
Gramsci se desarrollaron. El intentaba cuestionar la expansión del fas­
cismo en la comunidad de la clase obrera cuando el apoyo a Mussolini
crecía. Estaba consciente de que no podíamos centrarnos solamente en
los mecanismos de la explotación capitalista. También había que explorar
154 D cbatcs sobre masculinidadcs

las conexiones entre el poder y la cultura para, así, cuestionar el análisis


de las masculinidades hegemónicas, centrado exclusivamente en las re­
laciones de poder, que impide las conexiones entre la cultura y la vida
emocional.
De esta forma, el análisis de Connell se queda en términos de un
análisis estructuralista, aunque no en los mismos términos con los que los
althusserianos trabajan. Por eso es que, al referirse a la masculinidad como
poder, no estudia las experiencias contradictorias de los propios hombres.
A pesar de que podemos aprender mucho de los estudios más empíricos de
Connell, poco podemos desprender respecto a cómo surgieron estas mas­
culinidades, y se presenta una fractura con discusiones más teóricas sobre
éstas. Las diferentes secciones no embonan, y es fácil sentir que no se
proporcionan términos que ayuden al análisis de lo que ocurre en los estu­
dios más empíricos.
Gracias a la teoría social posmoderna hemos aprendido a cuestionar el
universalismo que por tanto tiempo inundó a las teorías sociales. Hemos
aprendido a cuestionar la posición desde la cual los sujetos hablan y las
formas en que se colocan frente a los discursos dominantes. En parte, esto
incluyó la recuperación del punto de vista de la política sexual respecto a
que la gente debe hablar desde su propia experiencia y no hacerlo en tér­
minos racionalistas, decidiendo lo mejor para otros. En lugar de asumir
que la “experiencia” es algo dado, nos dimos cuenta de que se trata de algo
fragmentado y de que las identidades son complejas. Lo anterior se oponía
al universalismo que impulsaba a las mujeres a hablar en nombre de
otros, suponiendo que compartían la misma situación de subordinación y
opresión. Se cuestionó implícitamente el universalismo cuando las muje­
res de diferentes contextos de clase, raza y etnicidad aprendieron a hablar
desde su propia y distinta experiencia de otredad.
Al mismo tiempo, al referirnos a las masculinidades posmodernas
debemos tener cuidado y no presentar visiones homogenizadoras y unifi-
cadoras de la masculinidad. Así, tendremos que cuestionar los discursos
universalistas del poder y volver a pensar los términos de la dominación
masculina. Si insistimos en articular los cuestionamientos de Gramsci en
términos estructuralistas, esto es, como relaciones de poder, perderemos
la conexión con la experiencia contradictoria de diversas masculinidades.
Es más, seguramente identificaremos, como Connell lo hace, a los hom­
bres con las masculinidades contra las cuales ellos luchan. Debemos te­
ner cuidado y no encajonar a los hombres en las relaciones de poder, tanto
con las mujeres como con otros hombres, sin crear espacios en los cuales
podamos explorar las relaciones contradictorias que los hombres estable­
cen frente a las masculinidades dominantes.
MASCülINIDADrS, HEGEMONÍA Y VIDA EMOCIONAL 155

En las Cartas de la cárcel, Gramsci comenzó a cuestionar el universa­


lismo tan comúnmente implícito en los escritos de Marx, en particular la
autoridad que Lenin asumió en relación con la experiencia y la conciencia de
la clase obrera. En estas cartas a su familia, Gramsci quería explorar su pro­
pia voz como individuo y reflexionaba críticamente sobre su propia expe­
riencia política en la izquierda. Ahí rechazó el contraste, presente en algunos
de sus trabajos anteriores, entre “conocerse a uno mismo/una misma” per­
sonalmente y “conocerse” políticamente a través de las relaciones con otros/
otras. Se trataba de una falsa oposición que le impedía compartir su expe­
riencia como hombre con su propia familia. Sin embargo, en los escritos de
Connell, lo personal se vuelve “terapéutico” cuando se analiza la hegemo­
nía como una relación de poder, como parte de una jerarquía de poderes.
Así resulta que, al referirnos a las masculinidades hegemónicas, nega­
mos lo personal y lo emocional. En consecuencia, las luchas personales
masculinas con las masculinidades que heredaron no se politizan, y obte­
nemos un análisis reductor que sólo utiliza el lenguaje del poder. Con ello,
las “masculinidades” se convierten fácilmente en el nuevo objeto de la
investigación científica, aunque no cuestionen las suposiciones masculi-
nistas que trabajan en el objetivismo de las metodologías de investigación
positivista. Por el contrario, se corre el peligro de seguir la dirección de las
masculinidades hegemónicas porque se silencia y niega lo personal y emo­
cional. Se permite a los hombres reproducir un espacio teórico des/conec-
tado de la exploración de su propia experiencia como hombres.
Hasta cierto punto, esto nos recuerda las dificultades que Marx tenía
con su propio origen judío, origen que tenía que negarse para que él pudie­
ra hablar en términos universalistas de la humanidad. Sin darse cuenta,
Marx asumió que su propia diferencia como judío no le proporcionaba una
posición desde la cual pudiera hablar; es más, se trataba de una particula­
ridad que, en términos católicos dominantes, necesitaba trascender para
poder hablar desde los términos universalistas de la razón. En lugar de
apreciar cómo el discurso universalista de la razón, establecido en oposi­
ción radical a la naturaleza y la vida emocional, legitima y habla por la
experiencia de una masculinidad blanca, heterosexual, cristiana y domi­
nante, Marx asume que se trata de un avance incuestionable. El carácter
judío de Marx debe trascenderse en el camino hacia lo que es ser “huma­
no”. Sostener una particularidad amenaza y compromete la universalidad
del humanismo, identificado únicamente con la razón y la racionalidad.
Es por esto que Marx asume que de alguna forma tiene que librarse de su
carácter judío para existir como ser humano.
A menos que seamos capaces de criticar el universalismo que perma­
nece implícito dentro de las tradiciones marxistas, reproduciremos estas
156 D : bat: s sobrc masculinidadcs

suposiciones en la política sexual que se configura bajo estas definiciones.


Una de las fortalezas de los escritos de Marx que sigue en pie es su pre­
ocupación por la justicia y su lucha en contra de la explotación y la opre­
sión. Sin embargo, al mismo tiempo, Marx sólo consideraba la injusticia y
la opresión “reales” cuando se daban en el espacio público del trabajo y la
política. Se trata de una suposición que el feminismo ayudó a cuestionar
como parte de su crítica de la modernidad. No sólo cuestionó las distincio­
nes entre la cultura y la naturaleza, la razón y la emoción, sino también
entre las esferas pública y privada, al sostener que lo “personal es político”.
No se trataba de reducir lo político a lo personal, crítica falsa que Connell
y Lynne Segal harían en contra del proyecto Talón de Aquiles a principios
de los ochenta. No obstante, traicionó el rechazo a aceptar que, al hablar de
hombres, la exploración de las vidas emocionales y personales puede ser
parte de una política masculina capaz de cuestionar el racionalismo que
ha dado forma al pensamiento de la izquierda.
Al pensar las masculinidades, los cuestionamientos sobre la diferen­
cia en relación con la cultura, la religión, la raza y las etnicidades suelen
debilitarse como formas particulares que necesitan ser trascendidas cuan­
do nos dirigimos hacia el discurso más universalista del poder. Esto tam­
bién perjudica el pensamiento sobre las relaciones complejas que los hom­
bres tienen con las masculinidades heredadas y silencia la experiencia vivida
por los hombres como tales, cuando nos encontramos atrapados por los
términos abstractos de las masculinidades subordinadas y hegemónicas.
Aun cuando el trabajo de Connell se desplazó hacia una discusión más
plural de las masculinidades, alejada de puntos de vista singulares de lo
masculino, que a menudo incluyen suposiciones específicas respecto de
la clase, la raza y lo sexual, lo cierto es que también ayudó a limitar la
exploración de diversas culturas de la masculinidad cuando la gente se
encontró en el discurso universalista y homogéneo del poder.
Lo anterior tiene consecuencias paradójicas en el análisis del discurso
que se separó del estudio del poder que los hombres tenían en relación
con las mujeres y los hombres gays, para pensar en términos de cómo las
diferentes “posiciones del sujeto” se articulan en los discursos dominan­
tes. Con ello, la masculinidad volvió al marco del análisis feminista pose^
tructuralista, al mismo tiempo que cuestionó los conceptos de determina^
das identidades sexuales y de género que esperaban ser expresadas. Al
pensar en términos de la posición del sujeto y rechazar las identidades por
considerarlas ensamblajes provisionales de ciertos rasgos y cualidades, se
desacredita lo emocional y lo personal. Entonces, de diversas maneras,
se dificulta la exploración de las formas en las cuales los hombres pueden
cambiar, porque se encuentran fijas respecto de las relaciones de poder.
M A S n ilIN ID A D F S , HFGFMONÍA Y VIDA F M O riO N A l 157

En lugar de impulsar a los hombres para que hablen desde su propia


experiencia y exploren las complejidades de las subjetividades masculinas,
nos encontramos en el discurso universalista y abstracto de las masculini-
dades hegemónicas. Así, se han presentado marcos teóricos que las orga­
nizaciones globales utilizan, ya que parecen proporcionar un análisis que
no necesita escuchar a los hombres. No necesitamos escuchar qué es lo
que los hombres quieren, digamos en relación con la salud reproductiva,
ni involucramos en el difícil proceso de negociación entre diferencias. Es
más, suponemos que como los hombres tienen el poder, entonces no pue­
den tener ninguna virtud de su lado.
De forma paradójica, el análisis hegemónico de la masculinidad silen­
ció a los hombres que necesitábamos escuchar y los hizo sentirse culpa­
bles y avergonzados de sus masculinidades. En lugar de hacerlos cons­
cientes de que aun cuando las masculinidades heredadas pudieran ser
parte del problema, revisar dichas masculinidades podría ser parte de la
solución. En los discursos dominantes de las masculinidades hegemónicas
no hay ningún espacio para que esto ocurra. Es más, su universalismo y
alcance global son parte del problema.
¿MASCULINIDAD(ES)?: LOS RIESGOS
DE U N A CATEGORÍA EN C O N STR U C C IÓ N ’

Ana Amuchástegui Herrera

Los autores del género quedan


encantados por sus propias ficciones
JUDITH Bu tle R

Aunque Butler aplica esta frase a todos aquellos que hemos sido “generi-
zados” (Butler, 1998), podemos aventurarnos a usarla también para quie­
nes trabajamos, investigamos o teorizamos sobre cuestiones de género. El
problema del esencialismo no se reduce al enfoque biologicista, sino que
puede permear, sin que sea la intención de sus autores, muchas represen­
taciones del género, entre las cuales están las premisas de las que parti­
mos para nuestro trabajo, ya sea en políticas públicas, en modelos educa­
tivos e incluso en las diversas aproximaciones teóricas.
En particular la literatura sobre hombres y masculinidad(es) parece
estar en riesgo de representar al género —a la masculinidad en concreto—
como si fuera una-cosa-en-sí-misma,^ aunque la intención de deconstruir­
lo aparezca explícita. El presente trabajo pretende poner a discusión algu­
nas de las vertientes de este riesgo.^
Este artículo está escrito desde mi experiencia como investigadora
sobre temas de género y sexualidad con hombres y mujeres. Pero también

■ Una versión breve de este artículo apareció publicada en La Ventana, núm. 14, Universi­
dad de Guadalajara, diciembre de 2001, bajo el título “La navaja de dos filos; Una re­
flexión sobre el trabajo y la investigación sobre hombres y masculinidades en México”.
Las discusiones suscitadas en la reunión Masculinidad y poder, organizada por el PUEC:
en febrero de 2002, nutrieron la reflexión aquí presentada.
2 Parafraseo aquí a Caplan (1987) cuando habla de que la sexualidad se ha convertido en
una cosa-en-sí-misma en el contexto de la modernidad cultural. Me parece que algo
similar podría suceder con “la masculinidad” en este momento.
^ Agradezco la colaboración de Roberto Garda, Yuriria Rodríguez y Elizabeth García en la
realización del trabajo de campo de la investigación en la que se basa este artículo y
algunos comentarios del material producido, así como la generosidad de Benno De Kjeizer,
Juan Guillermo Figueroa, José Aguilar y Eduardo Liendre, quienes han compartido con­
migo su visión del trabajo con hombres en México. Asimismo, conté con la fortuna de
colaborar temporalmente con Delia Villalobos en su trabajo de promoción de la salud y
la equidad de género en comunidades rurales de Michoacán.
160 D ebates sobre masculinidades

desde mi experiencia de relaciones con los hombres; como madre novata


de un niño de ojos grandes, como compañera no tan novata de un hombre
claro, como hija, como amiga, como colega, como investigadora...
¿Puede haber una posición más subjetiva desde donde investigar y
reportar lo investigado? Difícilmente. Y sin embargo, aunque muchos lo
pretendan diferente, no existe otro modo de hacerlo. La única realidad
que conocemos está teñida por los métodos que seguimos para conocerla,
y éstos, a su vez, son marcados por la subjetividad del o la investigadora.
La diferencia entre el enfoque aquí descrito y aquellos basados en el para­
digma objetivista de las ciencias, es que quien investiga explicita y asume
la posición desde la cual construye su objeto de estudio e interpreta su
material de campo.
Es obvia aquí una interpretación construccionista del conocimiento,
orientada por los trabajos fundacionales de Berger y Luckmann ( 1968) en
sociología, Geertz (1983 y 1989) en antropología y Gergen y Davis (1985)
e Ibáñez (1994) en psicología. La crítica a la visión objetivista y positivista
del conocimiento ha invitado a la reflexión desde hace ya varias décadas.
Científicos sociales de diferentes corrientes teóricas —y a través de dife­
rentes conceptos— han afirmado la importancia de la subjetividad del
investigador y el carácter construido del conocimiento, definiéndolo como
el resultado de una interacción entre sujeto y objeto de investigación
(Devereaux, 1989; Bertaux, 1993, entre otros).“*
En particular en el campo de los estudios sobre género, quienes parti­
cipan, ya sea a favor (Stanley, 1990) o en contra (Bartra, 1998) de la posi­
ble existencia de una “metodología feminista”, afirman la importancia de
la subjetividad del o la investigadora en la producción de conocimiento;

En otras palabras, la clase, la raza, la cultura, las presuposiciones en torno al


género, las creencias y los com portam ientos de la investigadora, o del inves­
tigador m ism o, deb en ser colocados dentro del marco de la pintura que ella o
él desean pintar. Esto no significa que la primera parte de un inform e de
investigación deba dedicarse al exam en de con cien cia (aunque tam poco esté
del todo m al que de vez en cuando los investigadores hagan exam en de co n ­
cien cia). Significa más bien, com o verem os, explicitât el género, la raza, la
clase y los rasgos culturales del investigador y, si es posible, la manera com o
ella o él sospechan que todo eso haya influido en el proyecto de investigación
[...]. A sí, la investigadora o el investigador se nos presentan no com o la voz
invisible y anónim a de la autoridad, sino com o la de un individuo real, h istó­
rico con d eseos e in tereses particulares y esp ecíficos (Harding, 1998: 25).

Para revisar la influencia de esta visión del conocimiento en los métodos cualitativos de
investigación en ciencias sociales, véase Martínez, 1996 y Ciuba y Lincoln, 1994.
¿ M a s c u l in id a d ( ls)?; los kilsg us u l u n a l a il o o r ía ln c o n s t r u c c ió n 161

Respecto de las investigaciones sobre hombres y masculinidades,


Seidler (1989) y el colectivo de Achilles Heel han insistido desde hace
tiempo en la necesidad de que los investigadores y activistas mantengan
un trabajo personal de modo que puedan reflexionar sobre su condición
de hombres en circunstancias particulares, y en cómo éstas intervienen en
su quehacer. En el caso de estudios realizados en México, un ejemplo de
esta postura reflexiva se encuentra en Gutmann (1996) y Prieur (1998).
De modo que me veo obligada a advertir que si el lector busca en estas
páginas un reporte “objetivo” de resultados de investigación saldrá decep­
cionado, pues intento más bien lanzar algunas interrogantes y cuestiona-
mientos sobre la investigación y el trabajo sobre hombres y masculinidades
en México, que han surgido de mi particular posición en el campo. Para
empezar, soy feminista, lo cual me coloca en una cierta perspectiva, en el
sentido de que mi investigación parte del reconocimiento de la diferencia
y de la necesidad de escuchar al “otro” (en este caso los hombres) desde su
propio punto de vista, tomando en cuenta el contexto de desigualdad de
género que caracteriza a nuestro país.

La in v e s t ig a c ió n

Este artículo nace del proyecto —en proceso todavía— “El significado de
la reproducción para los hombres: salud, poder y género”,’ cuya motiva­
ción inicial fue conocer algunos de los procesos que intervienen en las
prácticas de salud reproductiva de los hombres, especialmente a partir de
los significados que atribuyen a la sexualidad y la reproducción.
La investigación consiste en un estudio exploratorio sobre los signifi­
cados que los hombres atribuyen a su cuerpo, su sexualidad, su reproduc­
ción y su salud, atendiendo a sus condiciones materiales de vida y a las
relaciones de género en las que están insertos. Se ha buscado conocer
cuáles son los malestares, dolores, pérdidas y desventajas de ciertas formas
de masculinidad, así como los beneficios que pensarían recibir si cambia­
ra la construcción cultural del género que ellos viven. Se trata de conocer,
a nivel de las emociones, los significados y la intimidad; el efecto de los
discursos que constituyen cierta subjetividad masculina, de modo que se
haga efectiva aquella máxima de que “lo personal es político”, en el senti­
do de estudiar la dimensión de poder y sujeción que el género implica.

Esta investigación ha sido auspiciada por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xo-


chiniilco y por una beca de liderazgo de la l’ undaeión MacArthur.
162 D:I3ATCS sorrl masculinidadcs

Estas inquietudes surgieron de investigaciones previas sobre sexuali­


dad (Amuchástegui, 1998a, 1998b, 2001; Rodríguez, Amuchástegui, Rivas
y Bronfman, 1996), aborto (Rivas y Amuchástegui, 1996) y derechos re­
productivos (Rivas, Amuchástegui y Ortiz, 1998 y 1999), en las cuales,
durante el trabajo de campo, se evidenció el carácter eminentemente
relacional del género. Es decir, se hizo necesario comprender el lugar de
los hombres en los vínculos que perpetúan la desigualdad entre hombres y
mujeres y, al mismo tiempo, analizar la masculinidad en su contradictoria
dimensión de mandato restrictivo y “pedagogía para la opresión”.^
Con el fin de que la investigación se incluyera en un proceso de traba­
jo a largo plazo, me involucré en las actividades de un grupo del Colectivo
de Hombres por Relaciones Igualitarias (CORIAC), con sede en la ciudad de
México, y con los grupos de hombres de comunidades rurales de Michoa-
cán convocados por el Equipo de Promoción de la Salud Comunitaria,
coordinado entonces por Delia Villalobos. Con ellos estuve presente en
diversos talleres sobre cuestiones de género, sexualidad y salud, a partir de
los cuales invité a los participantes a colaborar en la investigación a través
de la realización de entrevistas individuales. Decidí llevarlas a cabo yo
misma para tener una impresión directa de las condiciones de producción
del material de campo, y porque quería sostener la pregunta de investiga­
ción durante las mismas.
Después de haber realizado algunos primeros encuentros, el deseo se
me atravesó en el camino y nació Daniel, mi hijo, durante el periodo de
trabajo de campo. Obedeciendo medidas preventivas del embarazo, me
fue imposible seguir viajando a Michoacán, por lo cual me enfrenté a la
necesidad de delegar la realización de las entrevistas, cosa que nunca ha­
bía hecho.
Encomendé esta tarea en Michoacán a Roberto Garda, sociólogo y
miembro de CORIAC, quien para ese entonces ya había llevado a cabo un
prolongado trabajo de reflexión sobre su condición de hombre. Estas cir­
cunstancias y el hecho de que no pertenecía al grupo de Michoacán me
parecieron que lo habilitaban como un escucha sensible.
Después de iniciar las entrevistas en CORIAC, tuve que interrumpirlas
por la necesidad de atender a mi hijo durante su primer año de vida. En
este caso, solicité a Yuriria Rodríguez y a Elizabeth García (en ese enton­
ces investigadoras asociadas del Programa Salud Reproductiva y Sociedad
de El Colegio de México) que colaboraran en esta fase de la investigación.

^Guillermo Núñez, comunicación personal. I Reunión de Organizaciones Civiles que


trabajan con Hombres, Querétaro, México, 2000.
¿Masculiniuad(ls)?: lus kiesgos ul una c.Aitt;üRÍA en construcción 163

Tomé esta decisión debido a que Roberto Garda formaba parte del grupo
de hombres que íbamos a entrevistar en CORIAC y porque me parecía im­
portante detectar el tipo de relación que los hombres entablaban con mu­
jeres entrevistadoras. Al final, no sólo el sexo del entrevistador, sino sus
características raciales, culturales y de clase producirían efectos impor­
tantes en la información.
Realizamos en total tres sesiones de entrevistas autobiográficas narra­
tivas (Lindón, 1999) con ocho hombres de Michoacán y siete de la ciudad de
México. La guía de entrevista fue uniforme y consistía en estímulos abiertos
para que los participantes relataran historias sobre diferentes aspectos de
su vida, como su infancia, sus amores, su sexualidad y su paternidad. Esta
gran cantidad de material de campo está en proceso de análisis e interpre­
tación, pero de una primera lectura se desprende una de las inquietudes
que deseo plantear; la dificultad —o error— de utilizar una categoría de
masculinidad como entidad discreta e identificable en cada relato de vida.
Como puede apreciarse, los acontecimientos personales referidos ten­
drían efectos directos en mi aproximación al problema, los sujetos y las
posibilidades de interpretación de la investigación. Aunque no es impres­
cindible, pasar por la experiencia de la reproducción (biológica y social) y
los ajustes, negociaciones y conflictos que implica, me permitió incorpo­
rar en el trabajo información subjetiva que resultó importante para com­
prender la experiencia de hombres y mujeres.
Por ejemplo, gracias a largas conversaciones con mi compañero y pa­
dre de mi hijo, pude comprender la dificultad que viven muchos hombres
para vincularse amorosamente con su primer hijo recién nacido, en virtud
de su escaso —o nulo— “entrenamiento” práctico y emocional frente al
suceso. Pude también entender la responsabilidad y confusión que signifi­
ca la asignación esencialista de un saber maternal a las mujeres por el solo
hecho de haber gestado y parido, al mismo tiempo que la relativa posición
de poder que nos puede otorgar el mismo hecho.

Los PUNTOS DE PARTIDA: ENCARGOS Y DEMANDAS

La “masculinidad”, como categoría teórica y empírica, y la proliferación de


trabajos relacionados con el tema surgieron recientemente, “hacia el ini­
cio de la década de los ochenta’V y obedecen a una serie de procesos

^Cazés (1998) afirma que “estos estudios no comenzaron hace tan poco tiempo, pues
los trabajos de incontables investigadores del pasado se ocupan de los hombres, la
virilidad y la masculinidad, y gran parte de las obras de las feministas, al menos desde
164 D cBATCS sobre MASCliLINIDADCS

sociales, políticos y académicos que vale la pena mencionar con el fin de


construir, como se dijo anteriormente, el contexto en el cual se está reali­
zando este estudio y la posición desde la cual investigo el tema.
A mi parecer, el gran interés por el estudio de la (o las) masculinidad(es)
y el trabajo con hombres a nivel internacional —^principalmente en el mun­
do anglosajón— surge de cinco fuentes fundamentales:

1) Las transformaciones que los movimientos feministas norteameri­


cano e inglés trajeron, tanto en la academia como en las relaciones
de pareja durante las décadas de los setenta y ochenta, incitaron a
algunos hombres a reflexionar sobre su participación en la desigual­
dad de género. En particular, algunos sociólogos cercanos al mar­
xismo y a las luchas sociales de las mujeres se mostraron sensibles
a la democratización de las relaciones íntimas y de las familias. Tal
es el caso de Seidler (1991) en Inglaterra, de Kinimel (1987) en
Estados Unidos, de Kaufmann (1989) en Canadá,] y de Connell
(1987) en Australia. En México, Cazés (1998) comenzó a reflexio­
nar sobre el tema como sociólogo preocupado por las desigualda­
des, y Figueroa (1998, 2000), como demógrafo y filósofo conoce­
dor de la problemática de la salud y los derechos reproductivos. De
Kjeizer ha trabajado en torno a cuestiones de masculinidad, salud y
paternidad tanto desde la perspectiva académica (De Kjeizer, 1998
y 2001) como desde el activismo.
2) El surgimiento del movimiento homosexual y de los estudios gay y
la necesidad de criticar la homofobia. En México, esta vertiente ha
tenido expresión en los trabajos de Hernández Meijueiro (1998) y
Núñez (1999) y en nuevas producciones de corte etnográfico
(Hernández Cabrera, 2001 y González Pérez, 2001). Sin embargo,
pocos trabajos —con excepción de Núñez, por ejemplo— han re­
flexionado sobre el tema desde una perspectiva de género que con­
sidere las relaciones entre la homosexualidad y la masculinidad.
3) La flexibilización del empleo, la destrucción del orden salarial
(Olavarría, 2001) y el ingreso masivo de las mujeres al mercado de
trabajo en los países del llamado Tercer Mundo han traído, como
consecuencia, el cuestionamiento de la provisión material de la fa-

1949 — cuando apareció E l segundo sexo— se refieren a esos temas que para las bús­
quedas libertarias de las mujeres son imprescindibles” (Cazés, 1998: 105). Lo que yo
considero es que, a pesar de que sociólogos y teóricas feministas trabajan sobre las
relaciones de género o incluso sobre hombres, la masculinidad como un objeto de estu­
dio discreto y válido por sí mismo, generó un campo vasto y específico de producción de
conocimiento apenas recientemente.
> M A sniiiN iD A n(F s)?: in s rifsgos or u n a c a t f c o r ìa fn ro N S T R u m ó N 165

milia como función exclusiva de los hombres y como emblema prin­


cipal de la masculinidad. Aunque Gutmann (1996) pretende anali­
zar estas transformaciones en las identidades masculinas y la divi­
sión sexual del trabajo en una colonia popular de la ciudad de
México, hace falta un trabajo histórico más amplio que nos permita
construir en detalle los efectos que la globalización económica y
cultural del neoliberalismo ha producido en los soportes tradicio­
nales de la masculinidad. Por ejemplo, es necesario conocer las
consecuencias de la destrucción de la economía agrícola de subsis­
tencia, la migración internacional de hombres y mujeres y la pene­
tración creciente de los medios electrónicos en las redes sociales,
familiares y de género.
4) Los documentos internacionales firmados en las Conferencias de
El Cairo y Pekín, en los cuales se enfatiza la importancia de “incre­
mentar la participación” de los hombres en los procesos reproduc­
tivos. Según el Programa de la Conferencia Internacional de Pobla­
ción y Desarrollo; “El objetivo es promover la equidad de género en
todas las esferas de la vida, incluyendo la vida familiar y comunita­
ria, e impulsar a los hombres a hacerse responsables de su compor­
tamiento sexual y reproductivo, y de sus roles sociales y familiares”
(CIPO, 4.25).''
Preocupados por el crecimiento poblacional de los países del
Tercer Mundo —aunque no necesariamente por cerrar la brecha
económica entre los países centrales y periféricos—, los organis­
mos internacionales fueron influidos por la fuerza del movimiento
feminista global, pues tuvieron que reconocer que el comportamien­
to sexual y reproductivo de las personas sucede en el contexto de
grandes desigualdades, entre otras las de género. Sin embargo, por
más progresista que sea la redacción de estos documentos —se in­
cluyó por ejemplo una cierta definición del concepto de derechos
reproductivos y sexuales—^ su implementación por parte de los go-*

* A partir de esta línea, el asterisco indica mi traducción del inglés.


**“Los derechos humanos de las mujeres incluyen su derecho a controlar y decidir de
manera libre y responsable cuestiones relacionadas con su sexualidad, incluyendo su
salud reproductiva y sexual, libres de coerción, discriminación y violencia. Relaciones
igualitarias entre mujeres y hombres en cuestiones de relaciones sexuales y reproduc­
ción, incluyendo el respeto pleno a la integridad de la persona, requieren respeto mu­
tuo, consenso y responsabilidad compartida por el comportamiento sexual y sus conse­
cuencias” (Plataforma de Acción de la Cuarta Conferencia Mundial de las Mujeres,
ONU, párrafo 96).
166 D fBATFS sobre MASrULINIDADFS

biernos nacionales se ha visto dificultada por infinidad de circuns­


tancias, entre otras, por el avance de la derecha conservadora.^
5) El incremento de los financiamientos que se derivaron de tales com­
promisos, especialmente en investigación, activismo y políticas pú­
blicas relacionadas con el amplio marco de la “salud reproductiva”,
la cual incluye la salud sexual, la educación sexual, las infecciones
de transmisión sexual, la anticoncepción, los embarazos “no desea­
dos” y el aborto. Esto como resultado del reconocimiento de que
“las mujeres enfrentan mayores riesgos de salud asociados a la re­
producción que los hombres, aunque son ellos quienes son en ma­
yor medida responsables de originarlos” (Mundigo, 1995:5). En
México, esta política de financiamiento favoreció una cierta discu­
sión entre académicos, activistas y agencias gubernamentales,'" la
investigación sobre hombres y masculinidades y el activismo en
cuestiones de violencia doméstica, educación sexual y salud sexual
y reproductiva." Aún después de estos años de auge del tema, el
apoyo económico ha disminuido, lo cual ha dañado considerable­
mente la posibilidad de crear y sostener una red de investigadores
comprometidos con la problemática y la sustentabilidad de proyec­
tos de grupos de hombres.

En todo caso, podríamos decir que muchos activistas y académicos


mexicanos han incursionado en el campo a raíz de los conflictos y negocia­
ciones que han realizado con sus compañeras feministas para la transfor­
mación de sus relaciones familiares y de pareja. Pero, más allá del compo­
nente personal, una buena parte de este trabajo surgió también como
respuesta a las demandas de grupos de mujeres, las cuales planteaban que
para avanzar en la búsqueda de la equidad —principalmente en la erradi­
cación de la violencia doméstica y el ejercicio de los derechos reproducti­
vos de las mujeres—, era fundamental la transformación de la participa­
ción de los hombres en las relaciones de género (Cazés, 1998).
En el área del activismo, y de acuerdo con una tradición más cercana
a América Latina —Freire y la educación popular—, estos procesos globales

9 Para información sobre la vigilancia ciudadana de los acuerdos internacionales, ver Foro
Nacional de Mujeres y Políticas de Población, organización civil dedicada al seguimien­
to de su implementación.
Como la Reunión Nacional sobre Hombres y Salud Reproductiva, organizada en 1999
por un conjunto de organizaciones, entre ellas, AVSC International, MBXF’AM y CORIAC.
*' Este fue el caso de la convocatoria para las Becas de Liderazgo del Programa de Pobla­
ción de la Fundación MacArthur en México en 1997.
¿ M a s c u l in id a d ( es)?; los riesgos de u n a c a te g o r ía en c o n s t r u c c ió n 167

se han reflejado en la impartición de una gran cantidad de talleres sobre


masculinidad y en la creación de algunas organizaciones de hombres con
carácter permanente.'^ La mayoría de tales grupos y de los académicos
que está reflexionando sobre la condición de ser hombres en nuestro país,
comparten una tendencia profeminista y/o reconocen la importancia de la
teoría de género para la realización de su tarea.
De modo que, en México, el trabajo con hombres ha estado particu­
larmente cercano al movimiento de mujeres y a sus demandas, más que
enfrentado a ellos, como sería el caso de algunos grupos norteamericanos
que han reaccionado negativamente a los avances de los derechos de las
mujeres. Junto con grupos feministas, algunas de estas organizaciones han
logrado ocupar un lugar importante de interlocución con los legisladores y
el gobierno, sobre todo en la ciudad de México, para el diseño de políticas
públicas de salud y violencia doméstica.

P o l ít ic a s p ú b l ic a s

Sin embargo, la difusión del trabajo con hombres está corriendo, a mi


juicio, ciertos riesgos políticos. Por un lado, la suscripción del gobierno
mexicano a los documentos internacionales ha promovido el uso indiscri­
minado de términos como “género”, “salud reproductiva” y “masculinidad”
en agencias gubernamentales, mas no siempre la aplicación de una pers­
pectiva de género en sus programas. Esto implicaría conocer el contexto
en el cual sucede la reproducción humana, es decir, la situación concreta
de las mujeres y los hombres y las relaciones de poder en las que están
inmersos. Por ejemplo, en la Reunión Nacional sobre Hombres y Salud
Reproductiva, varios participantes provenientes de instancias gubernamen­
tales reducían el concepto de “salud reproductiva” a sinónimo de planifi­
cación familiar y de uso de anticonceptivos. En particular, la preocupación
por cómo “se involucran los hombres en procesos reproductivos” se expre­
saba en el interés, como lo afirmó un representante de la Secretaría de
Salud, por “incrementar la participación de los hombres en las decisiones
de planificación familiar”. Más allá de que esta meta pudiera contabilizar­
se con el número de vasectomías realizadas por el sector salud, este obje­
tivo refleja una adopción irreflexiva del discurso del Programa de El Cairo,
pues no considera el hecho de que los hombres participan en las decisio-

'2 Salud y G énero y el C olectivo de Hom bres por R elaciones Igualitarias (CORIAC) son dos
de las organizaciones que llevan a cabo trabajo con hombres en M éxico.
168 D ebates sobre MAsruiiNinAOFs

nes reproductivas de la pareja, mas no siempre de manera democrática ni


respetando los derechos de las mujeres. De no ejercer presión por parte de
la sociedad civil, y en particular de las organizaciones de mujeres, las bue­
nas intenciones del llamado male involvement pueden terminar en formas
de reciclar el poder masculino sobre los cuerpos de las mujeres, avaladas
por políticas públicas de salud.

El a c t iv is m o

Me parece percibir otro tipo de riesgos en la difusión del trabajo con hom­
bres entre algunas de las organizaciones de la sociedad civil. Un ejemplo
de ello es la discusión que se dio en la Primera Reunión Nacional de Orga­
nizaciones Civiles que Trabajan con Hombres, en la cual algunas mujeres
académicas y activistas fuimos invitadas a una mesa sobre Mujeres que
Trabajan con Hombres.
La composición de esta reunión fue sumamente heterogénea, no sólo
desde el punto de vista regional, sino también en cuanto a los objetivos de
los grupos representados: estaban presentes desde grupos gay altamente
politizados, hasta pequeñas organizaciones de hombres que iniciaban el
trabajo con agresores desde una perspectiva de género. En opinión de sus
organizadores,''' el encuentro fue sumamente rico, pues permitió el inter­
cambio y la convivencia de hombres heterosexuales y homosexuales re­
flexionando sobre su condición de hombres, desde los diferentes lugares
sociales que ocupan.
Durante la discusión con las mujeres surgieron algunos comentarios
que me hicieron pensar que existen diversas interpretaciones sobre las
metas de este trabajo, no todas atentas a la dimensión de poder que impli­
can las relaciones de género. Por ejemplo, una buena parte de las interven­
ciones hacía comparaciones entre el feminismo y lo que algún participan­
te llamó el “movimiento masculinista”. Esta interpretación sugiere que el
trabajo con hombres en México es un movimiento social y que debería
seguir un camino que las feministas habrían abierto ya. En mi opinión,
ninguna de las dos ideas es del todo exacta, pues no me parece que este
trabajo sea un “movimiento”, en el sentido de convocar a grupos oprimidos
a luchar contra las fuerzas que los someten. Como bien dice Gutmann

Delia Villalobos, Ana María Hernández, Pilar Muriedas, Cristina Galante, Patricia Nava
y yo.
Eduardo Liendre y Roberto Garda, com unicación personal.
¿MASnillNIDADÍEs)?: IOS R irscos DE UNA CATEGORÍA EN tONSIKUCUÓN 169

sobre su experiencia con hombres de una colonia popular de la ciudad de


México: “En los lugares de la ciudad de México donde ha habido cambios
en las identidades y acciones masculinas, las mujeres han sido, por lo ge­
neral, las iniciadoras. Es muy raro que los grupos sociales que sustentan el
poder, sin importar cuán acotados estén, renuncien a éste sin oponer re­
sistencia, mucho menos cuando esto surge de un sentido colectivo de jus­
ticia’’ (Gutmann, 2000).
La idea de un “movimiento masculinista” parece surgir de la necesi­
dad de generar espacios de discusión exclusivos para los hombres, lo cual
es fundamental, pero expresado así sugiere la idea de un revanchismo o
reacción frente al feminismo y la lucha de las mujeres. Aun entre acadé­
micos he escuchado la noción de que se ha trabajado ya suficiente con las
mujeres y que ahora “les toca’’ a los hombres. Afirmaciones como ésta
reflejan la idea, bastante difundida en este campo, de que equidad e igual­
dad son lo mismo, es decir, que tanto hombres como mujeres viven la
opresión de género. Aunque esto es definitivamente cierto, el lugar de
mujeres y de hombres en las relaciones intergenéricas implica una jerar­
quía por parte de ellos sobre ellas. De estas consideraciones, surge el pri­
mer dilema relacionado con el tema que nos ocupa: ¿cómo trabajar sobre
la opresión de género que viven los hombres sin negar ni desconocer el
poder que ejercen sobre las mujeres?
Este dilema se complica ante algunas anécdotas de los hombres que
han participado en grupos de reflexión sobre masculinidad. Por ejemplo, a
decir de su esposa, uno de los hombres participantes en los talleres de
Michoacán la forzó a practicarse un aborto. Otro más, según su hija, ahora
colabora efectivamente en el trabajo doméstico, pero utiliza esta “conce­
sión” para exigir una mejor atención por parte de las mujeres.'^
A decir de Bárbara YEán,'* los programas de atención a “generadores
de violencia" presentan problemas importantes. Más allá de las complici­
dades construidas socialmente (médicos, ministerios públicos, psicólogos)
que hacen difícil la comprobación de la violencia doméstica frente a las
instituciones de justicia, algunos programas de trabajo psicológico con hom­
bres —que ella denominó “grupos de catarsis”— terminan por ofrecerles
mejores elementos de intelectualización al convertirlos a su vez en vícti­
mas de violencia.

'5 Delia Villalobos, comunicación personal.


Subprocuraduría de Atención a Víctimas del Delito y Servicios a la Comunidad de la
Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. Ponencia presentada en la reunión
Masculinidad y poder, organizada por el I’UIÍC en febrero de 2002.
170 D cB.ATFS 50BRF MASniLINIDADFS

Un segundo riesgo que detecté en esa fructífera conversación y en


otras interacciones con organizaciones y académicos de la masculinidad,
es la necesidad de marcar el contenido de la necesaria transformación de
los hombres desde una ideología particular. Con frecuencia, se nota una
cierta intención —no siempre voluntaria ni consciente— de construir un
hombre ideal y un nuevo moralismo, a veces basado en lo que se cree la
equidad de género (básicamente la participación en las tareas domésticas
y la crianza de los niños) o la no-violencia contra los homosexuales, inclu­
yendo una especie de mandato de ejercer los propios impulsos homosexua­
les para realmente superar la homofobia. Esta buena intención peca, en el
fondo, de un cierto fundamentalismo consistente en creer que existe una
sola forma de transformar las relaciones de género, dejando fuera la plura­
lidad y el papel que la autodeterminación, en mi opinión, debería jugar en
el proceso. Puede favorecerse con ello una especie de competencia o de
vigilancia culpígena, más que una reflexión sobre las condiciones que lle­
van y permiten a los hombres ejercer relaciones desiguales y los costos que
tienen para ellos. Más aún, sabemos bien que la culpa genera más ira e
incluso violencia.
Esta situación plantea otro dilema en el trabajo con hombres: ¿cómo
diseñar programas de reeducación que no pretendan homogeneizar la ex­
periencia ni el proceso de cambio de sus participantes? ¿Es posible la
transformación de las relaciones de género sin la construcción de un nue­
vo moralismo? No pretendo responder individualmente a estos cuestiona-
mientos, sino proponerlos como temas para la discusión colectiva.

La t e o r ía

El trabajo de interpretación del material de campo me enfrentó a un dile­


ma teórico y metodológico importante: al iniciar la codificación de los tex­
tos de las entrevistas, me di cuenta de que aplicaba el código "masculini­
dad” de dos maneras diferentes:

• Cuando los participantes hacían una referencia explícita al género,


por ejemplo, en este fragmento de la entrevista con Fabián, miembro del
grupo urbano de CORIAC:

Tenía 16 años, en to n ces iban puros señores ¿no?, realm ente era el único
ad olescen te que iba [a A capulco]. E n tonces pus m e quedo así ¿no? [gesto de
incredulidad], cuando entram os al cabaret ése m e quedo im pactado. Ya d e s­
pués de la tercera ch ica que pasa ya com o que la agarro con m ás calm a, más
tranquilo y em piezo a tener e se con tacto con el am biente de [ ...] de hablar
¿MASaiüNIDAD(cs)?: LOS RIKGOS DL UNA CATEGORÍA EN CONSIKUCUÜN 171

entre hom bres ¿no?, de a ver q uién tien e a la m ujer y q uién toma m ás y q uién
paga y cosas de esas, se m e queda m u ch o e se aprendizaje.

• Cuando a mí me parecía que estaban hablando sobre el ser hombres


sin hacerlo explícitamente, como es el caso del siguiente testimonio ex­
traído de la misma entrevista con Fabián:

H ay un periodo que tanto e se am biente de la escu ela , de drogas, com o tam ­


b ién un poco del barrio se em p ieza a formar una banda m uy [ ...] d e d elin ­
cu en tes m uy desalm ados, en to n c es nosotros nos jun tam os con ellos, nos ha­
cem os parte de la m ism a banda, porque ya d esd e an tes nos veíam os con
cierta id en tificación, nos id en tificam os co n ellos, q ue som os los que nos ju n ­
tamos en el barrio porque som os a los que n os gusta el rock [ ...] y así m e la
paso la juventud, m e la paso entre estudiar, entre estar en la casa, entre estar
en la calle con los rockeros [ ...] el deporte em pieza a pasar.

Este segundo procedimiento no me satisfacía del todo, pues mis crite­


rios para aplicar esta definición estaban basados en información de con­
texto —no siempre inmediato— proporcionada en la literatura o en mi
propia experiencia y comprensión de lo que entendía por masculinidad en
la cultura nacional mexicana. En suma, la aplicación de la categoría podía ser
tautológica, pues encontraba en las entrevistas lo que previamente había
visto enunciado en los estudios sobre el tema, de modo que me parecía estar
simplemente confirmando lo que otros llamaban masculinidad: una lista
más o menos establecida de características atribuidas a los hombres.
No sin antes padecer una angustia considerable, me dediqué a buscar
salida a este dilema sólo para encontrar aún más problemas metodológicos
como el que explicaré a continuación.
En una reunión con académicos y activistas mexicanos,'^ Robert
Connell, cuya teoría es fundamental en los estudios sobre masculinidad,
presentó una fotografía en la cual se veía a un grupo de hombres vestidos
de diferentes maneras y con expresiones diversas. Se podía ver desde una
reina travesti hasta un funcionario vestido de traje y corbata, con su portafolio
al lado. Entre ellos se encontraban hombres vestidos con ropas de trabajo,
atuendos de cuero o camisetas de algodón. Se nos informó entonces que
todos ellos eran homosexuales y que la fotografía formaba parte de una
campaña de prevención contra el VIH sida que pretendía mostrar la diver­
sidad de identidades y prácticas homosexuales.
Connell llamó a esta fotografía una muestra de “diferentes masculini-
dades”. Sin embargo, ¿no era una fotografía de diferentes hombres, sim-

Organizada por el l’LUX:, UNAiVI, 2000.


172 DcBATfs soBRr MAsrui.iNinAnrs

plemente? ¿Por qué llamar a ese grupo de personas un conjunto de mascu-


linidades? ¿Es que entonces existen tantas masculinidades como hombres
hay? ¿O es que sólo hay un cierto número de masculinidades, discernibles
entre sí, que reflejan la existencia de grupos compactos y tipos homogé­
neos de hombres?
De hecho, la formulación teórica sobre la existencia de masculinida­
des hegemónicas y subalternas (Connell, 1995) parece sostener esta vi­
sión de la masculinidad como un conjunto de atributos organizados en
patrones simbólicos y conductuales, aunque Connell se esfuerce por aco­
tar el contenido de tales definiciones a momentos históricos y culturas
específicas.
Clatterbaugh (1998) afirma que el secreto mejor guardado en la lite­
ratura especializada de habla inglesa es que en realidad tenemos una idea
muy vaga de lo que estamos hablando. Para este autor, el uso del término
“masculinidad” es errático y diverso, lo cual refleja imprecisión y confu­
sión que tienen necesarias consecuencias en la investigación y la produc­
ción teórica. Por ello, sugiere tener cuidado al utilizar los conceptos de
masculinidad o masculinidades como fundadores del campo.
Siguiendo a este autor, el concepto de masculinidad(es) implicaría la
existencia de una o más entidades discretas que agrupan una serie de ca­
racterísticas (sean éstas actitudes, comportamientos o ideas) observables
en ciertas personas o grupos. Sin embargo, para identificar tal entidad es
necesario abstraería de un grupo de individuos que presenten tales ideas,
comportamientos o actitudes, lo cual nos lleva a un callejón sin salida.
A partir de ciertos grupos, podemos formarnos una idea de una mas­
culinidad particular, pero, como hemos visto, no podemos identificar a un
grupo antes de tener una idea de la masculinidad apropiada. Así, estamos
atrapados en un círculo en el cual necesitamos una idea A para determinar
un grupo B y necesitamos un grupo B para determinar una idea A. ¿Cómo
podemos empezar entonces? ¿Cómo podemos romper este círculo? Si no
lo hacemos, es factible que terminemos diciendo lo obvio, que una mas­
culinidad particular es ese conjunto de comportamientos, actitudes y ha­
bilidades exhibidas por los grupos de individuos que poseen esa masculi­
nidad (Clatterbaugh, 1998; 29)."^
Para Clatterbaugh la literatura ofrece, en general, dos tipos de defi­
niciones:

• La masculinidad está constituida por las conductas y actitudes que


diferencian a los hombres de las mujeres.*

*A partir de esta línea, el asterisco indica mi traducción del inglés.


¿ M as(: u l in id a d ( cs)?; los kicsgos u l u n a c a il g ü k ía ln c u n s ik u c ü ó n 173

• La masculinidad está constituida por estereotipos y normas acerca


de lo que los hombres son o deben ser.
Ambas definiciones se encuentran llenas de problemas episte­
mológicos y metodológicos. La primera definición se basa en un
criterio estadístico y conductual que, para mi gusto, tiene dos pro­
blemas:
— Ignora la importancia de la construcción de significados sociales
del género pues se basa exclusivamente en conductas.
— Confunde sexo con género al unir en la misma definición la mas­
culinidad y los hombres.

A pesar de que esta definición merece una discusión profunda, qui­


siera centrarme en la segunda por la densidad teórica que implica. La
investigación ha demostrado una y otra vez no sólo que los estereotipos y
las normas de género son inconsistentes en sí mismas, sino que las prácti­
cas de las personas rara vez se ajustan a ellas, de modo que si pretendemos
investigar bajo esta concepción, corremos el riesgo de negar las diferen­
cias y las inconsistencias de la experiencia de ser hombre. Por ello, según
Gutmann (2000) hay que: “Tomar en cuenta, por un lado, las perspectivas
de los hombres en un movimiento procesal y no como una cosa que ha
sido permanentemente configurada en una forma en particular y, por
otro, los puntos de vista de los hombres durante un periodo específico”
(Gutmann, 2000: 48).
Si no siguiéramos esta línea de análisis, podríamos construir un con­
junto de atributos, lo que de otra manera estaría disperso, definiendo como
“masculinidad” todo aquello que concuerde con las normas.
Me parece que éste es el caso de muchos estudios que acaban descri­
biendo como una entidad discreta una serie de atributos de los hombres o
de la definición de ser hombres en grupos particulares. Cornwall y Lindis-
farne (1994) ofrecen una colección de etnografías sobre masculinidad, a
pesar de que parecen compartir la imposibilidad de asirla como objeto de
estudio:

La m asculinid ad n u n ca es tangible ni tam p oco es una ab stracción cuyo sig n i­


ficad o es el m ism o en todas partes. En la práctica, las p ersonas operan de
acuerdo co n d iferen tes n o cio n es d e m asculinidad; u na in sp e cc ió n cercana
revela un con ju n to de n o cio n es co n cierto “p arecido fam iliar” (C ornw all y
L indisfarne, 1994: 12).

Para Connell (1998) el saldo positivo de estos estudios ha sido mos­


trar la contradicción, jerarquía y pluralidad de la(s) masculinidad(es),
174 D ebatus sobre masculinidadcs

aunque mantiene, junto con muchos otros autores, que la categoría “mas-
culinidad ”puede reflejar una organización más o menos coherente de sig­
nificados, prácticas y normas. De hecho, en su artículo de 1998, Connell
se lanza en busca de lo que llama "masculinidades globalizadas”, entre
las cuales se encuentra la “masculinidad transnacional de los negocios”,
marcada por “un gran egocentrismo, lealtades condicionadas y un sentido
decreciente de la responsabilidad hacia otros” (Connell, 1998: 16).* Lla­
ma la atención, sin embargo, la advertencia que hace en el uso de este
hallazgo:

D eb em os, sin embargo, recordar dos con clu sion es im portantes del m om ento
etnográfico en la investigación sobre m asculinidad: que d iferentes formas
de m asculinidad co ex isten y q ue la h egem on ía es su scep tib le de ser d esa ­
fiada. E stas p o sib ilid a d es tam b ién se p resen tan en la escen a global. La
m asculinidad transnacional de los n egocios no es co m p letam en te h o m o g é­
nea; variaciones de ésta están im buidas en d iferentes partes del sistem a
m undial, las cu ales p u ed en n o ser com p letam en te com p atib les (C on n ell,
1998: 17).*

¿Para qué, entonces, insistir en que el concepto es preciso y en que


debe ser fundador del campo? ¿Cómo resolver el dilema presentado por la
necesidad de una categoría suficientemente flexible como para nombrar
el aspecto masculino del género sin cosificarlo y reconociendo su carácter
fluido y procesal? Quizá hemos dedicado nuestros esfuerzos a construir el
concepto de masculinidad por una necesaria, pero equívoca reacción a la
identificación que se ha hecho del término género con estudios y trabajo
sobre mujeres. Es decir, si nuestros títulos fueran “género y trabajo”, “gé­
nero y sexualidad” o similares, probablemente los lectores asumirían que
se trata de investigaciones sobre la condición de las mujeres. Pero, dese­
char simplemente el concepto tampoco es una solución, pues equivaldría
a negar la existencia de significados, estructuras sociales, prácticas e iden­
tidades de género, incluyendo lo masculino.
En breve, a pesar de los esfuerzos por diversificar y hacer plural la
masculinidad y hablar de “masculinidades”, en los textos aquí citados es­
tamos más bien presenciando la construcción de una gran contradicción,
en el sentido de que la masculinidad parece ser un concepto compacto
que se vacía una y otra vez, pues aunque su contenido sea siempre cues­
tionado por las contingencias históricas y culturales propias de los grupos
estudiados, lo seguimos sosteniendo.

'A partir de esta línea, el asterisco indica mi traducción del inglés.


¿ M a s c u l in id a d ( cs)?: los riesgos dc u n a c a tlg o r ía ln c o n s t r u c c ió n 175

Por todo lo anterior, lo que someto a discusión es la necesidad de


señalar el problema y la complejidad de un concepto tan equívoco como el
de masculinidad, y la posibilidad de trabajar sobre el concepto de género,
haciendo referencia a los hombres, o a lo masculino como construcción
cultural.
La salida que he encontrado para este dilema teórico, epistemológico
y metodológico (el cual no pretendo generalizar sino poner a discusión) es
insistir en el análisis del género como una categoría relacional, dado que
su función, cuando menos en la cultura occidental, es la construcción de
diferencias —incluyendo jerarquías— entre dos términos (lo masculino y
lo femenino, las mujeres y los hombres, la masculinidad y la feminidad)
(Haste, 1993). Construir “masculinidades” múltiples (indígena, negra, blan­
ca, transnacional, judía, etcétera) como si fueran una lista organizada de
atributos, características o conductas me parece un camino que corre el
riesgo de homogeneizar, no sólo entre los grupos, sino también dentro de
los mismos “grupos”, lo que la evidencia ofrece como una riqueza infinita
de significados y prácticas que no se agrupan “natural” ni necesariamente
bajo una identidad unitaria de género.
En términos metodológicos, podría utilizarse el término “construcción
social de la masculinidad” para designar una serie de discursos y prácti­
cas sociales que pretenden definir al término masculino del género dentro
de configuraciones históricas particulares, diferenciándolo de las propias
experiencias de los hombres, que no están reducidos a someterse a tal
construcción y que manifiestan innumerables formas de resistencia.
En otra ocasión construí un método basado en el análisis de voces
(Amuchástegui, 2001) con el fin de comprender esa difícil relación entre
lo micro y lo macrosocial, entendido como la experiencia individual —en
este caso la experiencia de ser hombre— constituida en interacción con
procesos sociales más amplios. Aunque esta propuesta nació de mi interés
por comprender la construcción de la sexualidad, me parece que los pro­
cesos que señalo ahí son útiles también para pensar en subjetividades de
género.'®
Siguiendo el concepto de experiencia, según lo construye Voloshinov
(1929/1973), y el de polifonía acuñado por Bakhtin (1981), diseñé una
metodología de interpretación de textos de material de campo que mostra­
ra la compleja interacción entre los diversos discursos sociales y la expe­
riencia de las personas, especialmente en cuanto a sus posibilidades de
resistencia y autonomía frente a ellos.

>8 Uso este concepto como lo define Foucault (1988), en el sentido de construirse a uno
mismo como sujeto de alguna distinción social o identidad, en este caso de género.
176 D cbatcs sobrc m a s c u lin id a d e s

Si lo que nos interesa es precisamente la relación entre la construc­


ción social de la masculinidad en contextos específicos (estereotipos, nor­
mas, ideales u otros) y la experiencia de los sujetos frente a ella, el análisis
de la construcción de significados por parte de las personas es una aproxi­
mación pertinente.
En mi caso, considero el significado siempre como producto de un
diálogo (aunque se trate del “habla interior”), pues sólo puede existir en el
encuentro de al menos dos voces, en un proceso de respuesta mediante
el cual un oyente responde a un hablante, aunque éste sea solamente una
representación social de otro u otros. No se trata aquí de identificar
hablantes concretos (el padre, la madre, el sacerdote o algún amigo), sino
voces que indican la presencia de lenguajes sociales en la construcción de
significado. A este proceso Bakhtin lo denomina “heteroglosia”.
La “heteroglosia” es una expresión del carácter ideológico del lenguaje
y de la estratificación social en términos de que refleja los conceptos que
tienen del mundo las diversas clases sociales. De hecho, el lenguaje no es
unitario, sino que expresa una coexistencia de ideologías, grupos y hasta
épocas contradictorios en una sola expresión. Si el lenguaje es un indica­
dor del cambio social, a través de él se puede establecer la legitimidad de
ciertos discursos en situaciones históricas y culturales específicas. En el
caso de la investigación que aquí describo, el análisis de voces permite
analizar la autoridad que los participantes otorgan a los discursos sobre
equidad de género para describir su experiencia.
Según Bakhtin, esta población de discursos se refleja en el lenguaje
cotidiano a través de lo que (1963/1984) llama "polifonía”; término que
define la presencia de una multiplicidad de voces en nuestras propias ex­
presiones, con las cuales nos relacionamos de acuerdo con la autoridad
que les otorgamos (Amuchástegui, 2001:166).
Esto significa que la construcción de los signiñcados sobre ser hom­
bre podría ser analizada mediante el análisis de la interacción jerárquica
de las diversas voces que citamos en nuestra habla y que remiten necesa­
riamente a discursos sociales o locales sobre género. De este modo, po­
dríamos diferenciar metodológicamente entre los estereotipos de la mas­
culinidad y las formas en que los sujetos se relacionan con ellos, permitiendo
así una complejidad mayor en el objeto de estudio. Por ejemplo, en el
relato de Fabián sobre su primer coito heterosexual podemos ver la
interacción entre estos niveles de la construcción del género. En este frag­
mento Fabián narra su experiencia en un cabaret en Acapulco, donde su
equipo de fútbol festeja un triunfo:
¿M AsruiiNinAD(Fs)?: io s rifsoos of u n a categor ía fn c o n s tr u c c ió n 177

Y en ton ces de repente m e d ice uno de ellos “no, pus qué bien que nos viniste
a reforzar” [en el partido de fútbol], dice, “es más, esco g e la chica que tú
quieras, te la vam os a pagar”. E n tonces yo [risa] m e lleno de pánico, m e da
pánico y es em pezar a aparentar ser hom bre, ¿no?, em pezar a aparentar. E n ­
tonces ya así con la mirada decidida y castigadora em piezo a buscar [risa]. Yo
así m e sentía, ¿no?, o era lo que quería aparentar a lo mejor. E n ton ces ya, la
más chiquita, ¿no? [risa], la m ás cercana a mi edad. Y sí, ya digo; “con ella,
m e gusta ella”, d ice, “nosotros te pagamos, tú ve. Trátalo b ien [a la ch ica]”. Ya
subim os a unos cuartos horribles, con unos catres ah í tirados y pegados unos
con otros y “pus la verdad no se m e erecta ¿no? Y la ch ica m e em pieza a
presionar, ‘ándale’”. Ya co m en cé a ... se m e [carraspea]... acabé, eyaculé y
todo [risa] m uy horrible. Pero fue una experiencia m uy dolorosa, m uy fea, la
experiencia con la chica esta, ¿no?, m uy presionado y todo. Pero al salir de
esa puertita de los cuartos otra vez com o q ue p onte la máscara ¿no? o sea,
“¿qué pasó? [le preguntaban]”, “no, pus a todo dar” [risa ]. A sí com o tener que
quedar bien con los dem ás h o m b res... “¿quieres otra?”, “no, pus sí, esp éren ­
m e tantito, ahorita” [risa], pero por dentro así com o que yo m e quedé muy
traumado [risa] porque de ahí no volví a tener experiencias con prostitutas
hasta la fech a ¿no?

En esta narración se puede identificar la lucha entre los niveles sim­


bólicos enunciados más arriba. Por un lado, Fabián describe un escenario
en el que se expresa una cierta construcción de la masculinidad: se trata
de un evento homosocial en el que el sexo con una mujer evidencia una
relación entre hombres, en este caso de solidaridad o reconocimiento ha­
cia el joven por su buen desempeño deportivo. En este contexto, las voces
de los hombres mayores expresan que el uso de mujeres —en este caso de
prostitutas— parece ser una vía socorrida para reafirmar sus vínculos. En
particular, el “regalo” que los mayores hacen a Fabián es un premio a su
iniciación y aceptación dentro de ese círculo social. Esta, me parece, es la
voz de la construcción social de la masculinidad, pues los hombres mayo­
res suponen, sin siquiera consultarlo, que Fabián desea ese acontecimien­
to sexual. Este supuesto nace de la naturalización de cierta forma de deseo
sexual masculino como si fuera parte intrínseca de todo hombre.
Pero Fabián se diferencia tajantemente de estas voces al distinguir sus
acciones (aceptar el “regalo”) de su experiencia (el pánico). Desde este
punto de vista, la iniciación al coito de Fabián tiene muy poco que ver con
el deseo, o siquiera la curiosidad, y mucho con la obligatoriedad y el deseo
de pertenencia. Se trata aquí, en palabras del entrevistado, de una simula­
ción en la que él se ve compelido a fingir lo contrario de lo que siente: es
empezar a aparentar ser hombre. Según esta afirmación, ser hombre no es
una esencia sino una actuación frente a otros que ya merecen tal denomi­
nación. Al diferenciarse de sus acciones, Fabián describe su resistencia a
17 8 D eBATFS sobre MASaiMNIDADES

cumplir con la exigencia de los hombres, aunque también su fracaso en


hacerla valer. La violencia de esta práctica se manifiesta en su necesidad
de recurrir a estrategias de resistencia, como fue buscar una prostituta de
su misma edad, tal vez con la esperanza de ejercer poder sobre ella o, más
aún, de no ser humillado por ella. No sólo eso, Fabián vive otra situación de
violencia durante el coito cuando la prostituta le exige la erección, a lo cual
su pene, ese desobediente, se resiste: pws la verdad no se me 'erecta. Este es
un encuentro de objetos, no de sujetos, en el sentido de que el deseo y el
erotismo dejan paso por completo a la simulación y el mandato de otros.
Fabián se violenta a sí mismo una vez más al mentir sobre su supuesto
placer, según la voz de sus compañeros: Pero al salir de esa puertita de los
cuartos como que ponte la máscara ¿no?, o sea, "¿qué pasó?" [le pregunta­
ban], “no, pus a todo dar". Así como tener que quedar bien con los demás
hombres. Al final, sin embargo, “el triunfo” hace que Fabián se apropie de
las supuestas ganancias derivadas de esta prueba y minimice el daño que
le produjo, en lugar de haber luchado por la validación que le permitiera
negarse desde un principio a una práctica que violentaba su deseo y sus
emociones. Parece ser que, a través de esta simulación, Fabián no sólo es
reconocido como un miembro del grupo de hombres, sino que vive una
transformación de su identidad, en la cual separa de manera tajante y
consciente sus deseos de la simulación que requiere la construcción social
de la masculinidad en ese contexto particular.
El resultado de este análisis, sin embargo, no es entonces la identifi­
cación de nuevas “masculinidades” —alternativas o subyugadas—, sino la
comprensión de la fluidez de la subjetividad de género. Es decir, la mascu­
linidad como un proceso social y no como un conjunto de atributos organi­
zados en una entidad discernible.

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DESARROLLO, G LO BALIZAC IO N
Y MASCULINIDADES

R.W. Connell

L a in v e s t ig a c ió n s o b r e l a m a s c u l in id a d

Y L A C U E S T IÓ N D E L D E S A R R O LLO

En los últimos quince años, han proliferado las investigaciones sobre la


construcción social de la masculinidad y las prácticas y posiciones depen­
dientes del género de los hombres. Como resultado de los debates e inves­
tigaciones feministas, en todas las ciencias humanas y las regiones del
mundo han aparecido estudios sobre la masculinidad.
El tema de estas investigaciones es muy diverso, pero, en general,
presenta un carácter “local”. Su foco de atención ha^sido la construcción
de la masculinidad en un ambiente y en un momentb'determinados: una
carrera profesional deportiva en Estados Unidos (Messner, 1992), un gru­
po de escuelas coloniales en Sudáfrica (Morrell, 2001a), los grupos de
bebedores de los bares australianos (Tomsen, 1997), la clase obrera de un
suburbio en Brasil (Fonseca, 2001) o los planes de boda de los hombres
jóvenes de la clase media en las ciudades japonesas (Taga, 2001). El estilo
característico de estas investigaciones es etnográfico y se basa en la obser­
vación de quienes participan, en entrevistas abiertas y análisis del discur­
so. La principal tarea de la investigación ha sido proporcionar descripcio­
nes detalladas de procesos y resultados en el ámbito local.
Este “momento etnográfico” ha sido muy importante para cambiar los
viejos puntos de vista de los hombres acerca de la masculinidad (para una
documentación detallada al respecto, véase Connell, 2000). Una de las
principales conclusiones de la nueva investigación es la diversidad de las
masculinidades: no hay sólo un modelo de masculinidad que funciona
para todos los momentos y los lugares; existen diferentes culturas (algunas
son bastante más pacíficas que otras) y los modelos de masculinidad cam­
bian con el tiempo. En una misma sociedad, incluso en una comunidad o
institución específica, existirán diferentes modelos de masculinidad, dis­
tintas formas reconocibles de “ser un hombre”. Así como ahora recono­
cemos la diversidad de las formas familiares, también reconocemos dife­
rentes construcciones de la masculinidad en regiones, comunidades étnicas
y contextos sociales de clase distintos. Las masculinidades varían según la

|ltv,|
186 D cBATES sobre MASCULINIDADE5

sexualidad —masculinidades gay, masculinidades heterosexuales y otras


más, y pueden variar dependiendo de las generaciones; incluso la cons­
trucción de la masculinidad para los hombres con discapacidades físicas
puede recorrer trayectorias distintivas.
Sin embargo, las diferentes masculinidades no se encuentran unas
junto a otras como platillos en una mesa, como estilos de vida alternativos
entre los cuales los hombres escogen libremente: existen relaciones defi­
nidas entre las diversas masculinidades —^principalmente, relaciones que
dependen de la jerarquía y la exclusión—. Por ejemplo, en la sociedad
australiana contemporánea existe un modelo de masculinidad (autorita­
ria, agresiva, heterosexual, con cuerpos capaces, valiente) a la cual se res­
peta más que a las otras. Este modelo de masculinidad se relaciona con la
identidad nacional (la llamada tradición A N Z A C , derivada de la Primera
Guerra mundial), se celebra en las películas y los deportes más populares,
se presenta como un ideal para los jóvenes y se utiliza constantemente en
la publicidad. Existen otros modelos de masculinidad, pero no se les res­
peta de la misma manera; es más, algunos de ellos son estigmatizados.
En la realidad no todos los hombres ejemplifican el modelo hegemó-
nico, podríamos decir que sólo una minoría lo hace. La jerarquía relacio­
nada con esta versión de la masculinidad es una fuente importante de
conflictos y violencia entre los hombres: cualquier cuestionamiento a la
masculinidad de alguien ocasiona, con frecuencia, peleas y lesiones. El
dominio sobre los hombres homosexuales o afeminados suele ejercerse
con violencia, golpes, e incluso mediante asesinatos. La dominación pue­
de también ser simbólica: las demandas de los hombres jóvenes que se
refugian en la violencia a menudo incluyen este tipo de acusaciones. La
violencia racista muchas veces se mezcla con la exigencia de una virilidad
superior y con la percepción de amenazas a la dignidad masculina surgi­
dos de los problemas económicos, del desempleo y de una mayor comple­
jidad social.
En cierto sentido, la “masculinidad” es un modelo que determina la
vida y la conducta personales, pero es importante que las masculinidades
existan también en otro terreno, en aquel que no es personal, en las comu­
nidades, en las instituciones y en la cultura. Las definiciones colectivas de
la masculinidad se generan en la vida de la comunidad y se cuestionan y
cambian ante las modificaciones en la situación de la propia comunidad.
Algunas organizaciones, como las de los ejércitos y las corporaciones, su­
ponen en su cultura organizativa modelos de género particulares y pueden
producirlos deliberadamente en sus programas de preparación de perso­
nal. Los medios de comunicación de masas hacen que ciertos iconos de
masculinidad circulen y aplauden modelos específicos de conducta, mien-
D esarrollo , g l ü b a l iz a u ó n y m asc u lin iu au ls 187

tras que se burlan de otros. La investigación en torno a los medios de


comunicación nos ha mostrado que estas instituciones no sólo imprimen
sus opiniones en la conciencia de las personas —el público no está forma­
do por robots—, sino también son importantes como fuentes de imágenes
y narrativas con las cuales construimos un sentido de lo que somos y del
repertorio de conductas posibles y apropiadas.
En la actualidad, las evidencias demuestran que las masculinidades
cambian históricamente: los modelos de conducta de los hombres y la
forma de entender las cuestiones relacionadas con el género no se transfor­
man a velocidades vertiginosas —de ahí la dificultad para solucionar los
problemas sociales relacionados con las masculinidades—; no obstante, la
investigación ha señalado cambios generacionales muy significativos, por
ejemplo, en el comportamiento sexual y en las formas de entender el papel
de los hombres y las mujeres en la sociedad.
Estas conclusiones generales, producto de la investigación internacio­
nal reciente acerca de las masculinidades, son relevantes para los temas
del desarrollo. En estudios como el de Gutmann (1996), podemos ver
cómo una aproximación etnográfica ilumina la forma en la cual se cons­
truye la masculinidad en una comunidad urbana resultado de un asenta­
miento obrero reciente. En este sentido, si queremos ocuparnos
sistemáticamente de las cuestiones relacionadas con el desarrollo y consi­
derar el proceso del cambio económico y social como un todo, es esencial
alcanzar un plano superior al local; en las discusiones sociales y científicas
de la masculinidad siempre se ha reconocido que algunas cuestiones reba­
san este nivel local. Estudios históricos de imágenes y debates públicos de
la masculinidad, como el de Phillips (1987) —un trabajo de investigación
pionero en Nueva Zelanda—, han podido rastrear estos procesos cultura­
les a lo largo del tiempo y han mostrado la importancia de un contexto
histórico más amplio para las construcciones locales de la masculinidad.
Como argumenté en otro libro (Connell, 1998), necesitamos aplicar esta
lógica a una escala mundial; la historia mundial y la globalización contem­
poránea deben ser parte de nuestra forma de comprender las masculinida­
des, en la medida en que las vidas individuales reciben fuertes influencias
de las luchas geopolíticas, del imperialismo y colonialismo, de los merca­
dos globales, las corporaciones multinacionales, la migración laboral y de
los medios trasnacionales de comunicación.
De manera similar, Ouzgane y Coleman (1998) argumentan acerca de
la importancia de los estudios poscoloniales en la comprensión de la diná­
mica cultural de las masculinidades contemporáneas. Aunque en general
la investigación sobre las masculinidades se ha realizado en las ciudades,
una gran parte de la población mundial vive en el campo; por ello, Campbell
18 8 D e BAIES S Ü B K b M A S C U L IN ID A U L S

y Bell (2000) sostienen que también es importante prestar atención a las


masculinidades rurales. De ahí que, para comprender las masculinidades
locales, debamos pensar en el contexto de la sociedad global.

L a s o c ie d a d g l o b a l c o m o e l c o n t e x t o

D E LA S V ID A S D E LO S H O M B R E S

Las comunidades no existen primero y luego se relacionan con las femini­


dades; ambas se producen juntas en el proceso que crea el orden del géne­
ro. De la misma manera, para comprender las masculinidades en una es­
cala mundial primero debemos considerar la globalización del género.
Esto resulta difícil porque estamos acostumbrados a pensar en el gé­
nero como atributo de un individuo. De acuerdo con Smith (1998), en
relación con la política internacional, la clave reside en desplazar nues­
tra atención de las diferencias derivadas del género del nivel individual a “los
modelos de las relaciones derivadas del género que se construyen socialmen­
te”. Si reconocemos que las grandes instituciones —como el Estado o las
corporaciones— se estructuran con base en el género, y las relaciones
internacionales —el comercio internacional y los mercados globales— son
intrínsecamente un ámbito de la política de género, entonces podremos re­
conocer la existencia de un orden de género mundial (Connell, 2002).
Dicho orden de género mundial puede definirse como la estructura
de relaciones que, a escala mundial, conecta a los regímenes de género de
las instituciones con los órdenes de género de las sociedades locales. El
orden de género es un aspecto de una realidad mayor: la sociedad global,
cuya creación es en sí misma un espacio de debate complejo, difícil de
entender. El discurso actual de los medios de comunicación sobre la
“globalización”, especialmente en los medios de los países ricos, presenta un
proceso homogeneizador que incluye a todo el mundo, dirigido por las
nuevas tecnologías, productor de enormes mercados libres y globales, mú­
sica, publicidad y noticias globales en las que todos participan en igualdad
de términos.
Sin embargo, en realidad, la economía global es muy desigual y el
grado de homogeneización económica generalmente se exagera (Hirst y
Thompson, 1996). De manera habitual, la globalización provoca la divi­
sión cultural y social, además de la homogeneidad (Bauman, 1998). Los
principales actores de la economía mundial son corporaciones multinacio­
nales con base en las tres grandes potencias económicas (Estados Unidos,
la Unión Europea y Japón), junto con los mercados financieros, los cuales
jamás habían alcanzado tanto poder y tamaño. El ascenso de estas fuerzas
D esarrollo , g io r a iiz a c ió n y mascljlinidades 189

económicas ha estado acompañado del cambio político, dominio del “neo-


liberalismo” o ideología de mercado y el declive del Estado benefactor en
Occidente y el centralismo comunista del Este. Desde los ochenta, el Sur
global ya no tiene la opción de elegir entre estrategias de desarrollo rivales.
Su posición depende exclusivamente del capitalismo global.
También se presenta un poderoso proceso de cambio cultural; al mis­
mo tiempo que las formas e ideologías culturales circulan, las culturas loca­
les cambian y la misma cultura dominante cambia en lo que se establece
como una dialéctica inmensa. El resultado es cierta homogeneización, ya
que las culturas locales se destruyen o debilitan, aunque constantemente
surgen otras formas nuevas, como siempre ha ocurrido en la historia del
imperialismo —se trata de expresiones culturales e identidades híbridas o
“criollas”.
Desde el principio, los procesos históricos que dieron lugar a la socie­
dad global dependieron del género; la conquista y los asentamientos colo­
niales se formaron a partir de fuerzas segregadas con base en éste. Al
estabilizarse las sociedades coloniales, en las economías de las plantacio­
nes y las ciudades, se produjeron nuevas divisiones del trabajo dependien­
tes del género. Las ideologías dependientes del género de los conquistado­
res se unieron a las jerarquías raciales y a la defensa cultural del imperio.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el crecimiento de la economía mun­
dial poscolonial presenció cómo en la “fábrica global” se instalaron divisio­
nes del trabajo dependientes del género (Fuentes y Ehrenreich, 1983).
También atestiguó la manera en que la violencia dependiente del género
se extendió junto a la tecnología militar occidental (Breines, Gierycz y
Reardon, 1999).
Las relaciones que constituyen el orden de género mundial son prin­
cipalmente de dos tipos. La conquista imperial, el neocolonialismo y los
sistemas de poder mundiales actuales —la inversión, el comercio y la co­
municación— han puesto a diversas sociedades en contacto unas con otras.
En consecuencia, los órdenes de género en estas sociedades también se
han relacionado. En el caso de América Latina, región donde la conquista
y ocupación europeas se dieron por primera vez a gran escala, la interacción
ocurrió a lo largo de cinco siglos, y los resultados han sido síntesis cultura­
les profundas.
Con frecuencia, tal interacción se ha manifestado como un proceso
violento y desgarrador. Los arreglos locales del género se han reconformado
debido a la conquista y explotación sexual, a las epidemias importadas, la
intervención de los misioneros, la esclavitud, el trabajo por contrato, la mi­
gración y la formación de nuevos asentamientos. El proceso del desarrollo
económico y las instituciones que ayudan a su avance siguen haciendo
190 D ebatfs sobre MAsrui inidaoes

que la política de género de los países ricos entre en contacto con la de los
países menos desarrollados. Así, surgen problemas muy complejos depen­
dientes de la igualdad de género, especialmente alrededor de los intentos
recientes de extender el alcance de los programas de “mujeres y desarro­
llo” y de hacer que los hombres participen de modo más explícito en las
cuestiones de género (White, 2000).
Los modelos de género que resultan de estas interacciones pueden
considerarse como el primer nivel del orden de género global. Se trata de
modelos locales, aunque en ellos puede verse el sello de las fuerzas que
forman a la sociedad global. Un ejemplo muy impresionante aparece en
el análisis que Morrell (2001b) hizo de la situación de los hombres en la
Sudáfrica contemporánea. La transición desde el a p a r ih e id —que es en
sí mismo un intento violento, predestinado al fracaso, para perpetuar las
relaciones raciales coloniales— creó un paisaje social extraordinario. En un
contexto de reintegración a la economía y política globales, de desempleo
creciente, violencia sostenida y de una epidemia de VIH sida que avanza,
se ven intentos por volver a constituir patriarcados rivales en los diferentes
grupos étnicos. Dichos intentos se enfrentan a agendas que incluyen a la
modernización de la masculinidad, al feminismo sudafricano y al discurso
sobre “derechos humanos” del nuevo gobierno. A su vez, algunas de estas
ideas son cuestionadas por argumentos sobre la “filosofía africana” y por
políticas basadas en las tradiciones comunales indígenas, que supuesta­
mente diluirían el énfasis puesto en las divisiones de género.
El segundo tipo de relaciones que constituyen el orden de género mun­
dial es la creación de otros ámbitos que trasciendan los países y las regio­
nes individuales. Al parecer, los nuevos ámbitos más importantes son•

• L as co rp o ra cio n es tra n sn a cio n a les y m u ltin a c io n a le s. Las corporacio­


nes que operan en los mercados globales son ahora las mayores organiza­
ciones de negocios del planeta. Las más grandes, en industrias como la del
petróleo, la manufactura de autos, las computadoras y las telecomunica­
ciones, cuentan con recursos de cientos de billones de dólares y emplean
a cientos de miles de personas. Su división del trabajo depende, en gran
medida, del género y, como indica el estudio de Wajcman (1999), las mul­
tinacionales que tienen base en Gran Bretaña poseen una cultura de di­
rección altamente masculinizada.
• E l E sta d o in te rn a c io n a l. Las instituciones de la diplomacia y la gue­
rra, que son las principales formas en las cuales los Estados soberanos se
han relacionado entre sí, también están claramente masculinizadas. Za-
lewski y Parpart (1998) llaman a esto “la cuestión del ‘hombre’en las rela­
ciones internacionales”. Las agencias de la ONU, la Unión Europea y otros
D esarroli.0 , n io B A iiZ A n ó N Y M AsruiiN 'inAnFs 191

consejos y agencias internacionales se han constituido para sobrepasar


estos viejos y dudosos acuerdos. Regulan las cuestiones de género en todo
el mundo, por ejemplo, a través de la ayuda al desarrollo, la educación, los
derechos humanos y las convenciones laborales. Asimismo, se estructuran
con base en el género y, principalmente, están gobernadas por hombres;
sin embargo, su complejidad cultural es mayor que la de las corporaciones
multinacionales (Gierycz, 1999).
• Los medios internacionales. Las corporaciones multinacionales de
medios de comunicación propagan películas, videos, música y noticias a
gran escala; también existen medios menos centralizados, como periódicos,
telégrafos, teléfonos, fax. Internet, la Red, y las industrias que los sostienen.
Todos ellos se ordenan de acuerdo con el género y ponen en circulación
significados dependientes del género. Cunneen y Stubbs (2000), por ejem­
plo, documentan el uso de los sitios de Internet para colocar mujeres filipi­
nas en un comercio internacional de esposas y compañeras sexuales para
hombres del primer mundo.
• Los mercados globales. Es importante distinguir a los propios merca­
dos de las corporaciones individuales que los operan. Los mercados inter­
nacionales —el capital, las mercancías, los servicios y mercados labora­
les— cada vez tienen un “alcance” mayor en las economías locales. A
menudo se articulan a partir del género; por ejemplo, el mercado interna­
cional en el trabajo doméstico (Chang y Ling, 2000). Los mercados labo­
rales internacionales están ahora —sobre todo por el triunfo político del
neoliberalismo^— regulados débilmente, sin considerar los controles fron­
terizos reforzados por el pánico político de los países del primer mundo
respecto de los “emigrantes ilegales”.
El resultado neto de estos dos tipos de relaciones es un orden de géne­
ro global que se construye a partir de una serie de relaciones de género
turbulentas, muy inequitativas y parcialmente integradas; sin embargo, el
alcance global de las mismas tiene efectos muy diversos en las distintas
regiones. Este es el contexto general en el cual debemos considerar las
vidas de los hombres, así como la construcción y puesta en práctica de
las masculinidades.

L a p r o d u c c ió n d e m a s c u l in id a d e s

E N E L C O L O N IA L IS M O Y E L D E S A R R O L L O

La creación de imperios ultramarinos, como el español, el portugués, el


francés y el inglés, estableció condiciones muy peculiares para las prácti­
cas dependientes del género de los hombres. La conquista colonial estuvo
192 uebates sobre m asculinidades

en las manos de grupos segregados de hombres: soldados, marinos, co­


merciantes, administradores y muchos que ejercieron todas estas activida­
des sucesivamente. Provenían de ocupaciones y contextos en las metrópo­
lis que también estaban segregados respecto al género. Es muy posible
que los hombres que realizaron la colonización hayan sido los más desa­
rraigados. Con seguridad, el proceso de conquista produjo masculinidades
fronterizas que mezclaron la cultura de ocupación de estos grupos con un
nivel inusual de violencia y un individualismo egocéntrico —como Las
Casas argumentó en el siglo XVI—. La historia política del Imperio está
llena de evidencias de los tenues controles que el Estado ejerció sobre las
fronteras, desde los monarcas españoles incapaces de reinar sobre los con­
quistadores, hasta los gobernantes británicos de Ciudad del Cabo, que no
pudieron controlar a los boers. De la misma manera, otras formas de con­
trol social también se debilitaron. La intensa explotación sexual de las
mujeres indígenas fue una característica común de la conquista.
Por lo tanto, el colonialismo propició las condiciones en las que emer­
gieron los modelos distintivos de masculinidad. Sugiero que éste es el punto
de partida histórico de modelos de masculinidad in teg ra d o s a las in s titu c io ­
n es y c u ltu ra s d e l im p e ria lism o y el ca p ita lism o global; yo los he llamado
“masculinidades globalizantes”.
En ciertas circunstancias, las masculinidades de las fronteras pudie­
ron reproducirse como una tradición cultural local, aun después de que la
frontera había sido sobrepasada. Los gauchos de América del Sur, los vaque­
ros del oeste americano y los trabajadores de las zonas rurales de Australia
son buenos ejemplos. Sin embargo, a la conquista y la explotación casi
siempre siguió la formación de asentamientos. La construcción de una
masculinidad característica de los pioneros pudiera incluso haber sido un
objetivo de la política de Estado. Como Cain y Hopkins (1993) mostraron
en el caso del Imperio británico, el grupo dominante en el mundo colonial
era una extensión de la clase dominante en la metrópolis: la aristocracia
terrateniente. El Estado imperial se convirtió entonces en un ámbito
trasnacional para la producción y circulación de masculinidades, basadas
en las costumbres e ideología de la aristocracia, aunque modificadas cada
vez más por las necesidades militares y burocráticas.
Con el declive de los viejos imperios aristocráticos, proceso que se
experimentó primero en América Latina, la sociedad mundial quedó bajo
el dominio de las instituciones del capitalismo comercial, industrial y fi­
nanciero. Las masculinidades más calculadoras y profesionalizadas, aso­
ciadas al capitalismo internacional, poco a poco ocuparon una posición
dominadora que suele estar en tensión con las masculinidades militares y
aristocráticas de las clases gobernantes locales. Durante la Guerra Fría, la
D esarrollo , g l ü b a l iz a c ió n y m a s c u lin id a d e s 193

rivalidad entre facciones de hombres de la clase gobernante se desató casi en


todo el mundo capitalista —por un lado, estaban los de línea dura (que
suelen ser muy violentos) y, por otro, grupos más liberales y conciliatorios—.
Con el colapso del comunismo soviético, el declive del socialismo poscolo­
nial y el ascenso de la nueva derecha en Europa y Norteamérica, la política
mundial se organiza cada vez más según las necesidades del capital trasna­
cional y la creación de mercados globales. Conforme se establece la identi­
ficación de los hombres con el mundo laboral, la economía capitalista global
se vuelve un ámbito determinante para la formación de masculinidades.
La agenda neoliberal tiene muy poco que decir específicamente sobre
el género. La nueva derecha utiliza un lenguaje neutro respecto del géne­
ro, habla de “mercado”, “individuos”, “elección”; no obstante, el mundo
donde el neoliberalismo crece sigue estando estructurado con base en el
género y el neoliberalismo tiene una política de género implícita: el “indi­
viduo” de la teoría de mercados posee los atributos e intereses de un
empresario masculino. Además, el ataque que la nueva derecha hace al
Estado benefactor debilita la posición de las mujeres, quienes dependen en
mayor medida de ingresos que el mercado no considera. La desregulación de
la economía en un mundo corporativo coloca las estrategias de poder en
manos de grupos específicos de hombres —administradores y empresa­
rios—, portadores de la forma dominante de la masculinidad en la economía
global contemporánea, a la cual denomino “masculinidad trasnacional de ne­
gocios”. Los lugares institucionales en los cuales se desarrolla son los “ám­
bitos” trasnacionales enumerados en la sección anterior.
El estudio realizado por Wajcman ( 1999) en las corporaciones británi­
cas muestra que las mujeres que han ocupado puestos gerenciales lo hacen
en términos de hombres y se acoplan a la cultura y prácticas masculiniza-
das de la elite administrativa, es decir, como Wajcman apunta, tienen que
“comportarse como hombres”. Estudios desarrollados en el mundo corpo­
rativo de Estados Unidos (Glass Ceiling Commission, 1995) exhiben pa­
noramas muy similares. No debe sorprendemos, entonces, que la restau­
ración del capitalismo en la Europa Oriental y la antigua Unión Soviética
haya estado acompañada de la reafirmación de las masculinidades domi­
nantes y de que, en ciertas situaciones, la posición social de las mujeres
haya empeorado mucho (Novikova, 2000).
Aun cuando los hombres de negocios internacionales no se prestan
fácilmente a los estudios etnográficos, poseemos ciertas fuentes de infor­
mación: bibliografía administrativa, periodismo sobre negocios, autopro-
moción corporativa y estudios de las elites de negocios locales. Estas fuen­
tes apuntan a conclusiones muy sugerentes, aunque contradictorias. El
estudio que Donaldson (1998) realizó sobre “la masculinidad de lo hege-
194 DtHATtS SÜBKt MASCUÜNlUAÜhS

mónico”, basado en las referencias biográficas de los muy ricos, enfatiza el


aislamiento emocional y el endurecimiento deliberado de los niños duran­
te su crecimiento; se trata de una forma de distanciamiento social y abun­
dancia material que se combinan con un sentimiento de superioridad y
acreditación. Por su parte, la investigación de Hooper (2000) sobre el len­
guaje y las imágenes de la masculinidad, llevada a cabo en los noventa por
The Economist —el periódico británico que se ocupa de los negocios de
los alineados al neoliberalismo— plantea una ruptura clara con el viejo
estilo de la masculinidad patriarcal en los negocios y muestra, además,
muchos residuos de actitudes colonialistas hacia el mundo en desarrollo.
The Economist asocia a las imágenes globales otras de características
tecnócratas vinculadas con cierta nueva frontera; en el contexto de la rees­
tructura, el periódico enfatiza un estilo de administración más cooperativo
y basado en el trabajo en equipo.
Un análisis de la bibliografía en administración, realizado por Gee,
Hull y Lankshear (1996), expone un panorama más individualista. El eje­
cutivo del “capitalismo chatarra" se presenta como una persona con lealta­
des muy limitadas, aun para su corporación. El mundo ocupacional que
lo caracteriza tiene una racionalidad técnica limitada, jerarquías de gratifi­
caciones muy marcadas y cambios súbitos de carrera o transferencia de
corporaciones. La investigación de Wajcman (1999) menciona un mundo
administrativo más estable, más apegado a la masculinidad burguesa tra­
dicional, caracterizado por largas horas de trabajo y dependencia del (y
marginación de) trabajo doméstico, realizado por las esposas.
Dicha masculinidad toma cuerpo a través de una sexualidad cada vez
más liberal que tiende a transformar las relaciones con las mujeres en
mercancías. En la actualidad, los hoteles que se ocupan de los hombres
de negocios, en la mayor parte del mundo, normalmente ofrecen videos
pornográficos y, en ciertos lugares, se ha desarrollado una industria de
prostitución especialmente dirigida a los hombres de negocios internacio­
nales. La masculinidad actual de dichos hombres no supone ninguna fuer­
za corporal, por lo menos no más que la que suponía la vieja masculinidad
burguesa. Sin embargo, el cuidado deliberado del cuerpo se ha convertido
en un práctica significativa de dicho grupo social, y las publicaciones diri­
gidas a estos hombres (como las que se ofrecen en las aerolíneas interna­
cionales) parecen darle cada vez más atención a la buena condición física,
al deporte y a la apariencia.
La historia de las masculinidades de los grupos e instituciones domi­
nantes de la economía mundial no es la historia de las masculinidades de
los grupos subordinados. El proceso de colonización y desarrollo poscolonial
ha producido, de diversas formas, una divergencia en los modelos de mas-
DtSAKKOLLO, (jLÜBALiZACIÓN Y MASCULINIDADES 195

culinidad. La conquista y los asentamientos fracturaron todas las estruc­


turas de la sociedad indígena, incluyendo los órdenes del género y, así, a
los hombres indígenas les resultó fácil adoptar las prácticas y jerarquías
masculinizantes de la sociedad colonial. Desde el punto de vista de los
colonizadores (y, últimamente, desde el punto de vista de la historia de la
economía mundial), el uso más importante dado a los hombres coloniza­
dos fue el de una nueva forma laboral. Los hombres indígenas, y en algu­
nas partes los hombres esclavos, se convirtieron en la fuerza laboral que
generó las ganancias del imperio; en la minería, la agricultura (que incluyó
cada vez más los cultivos que fácilmente podían colocarse en el mercado,
como el azúcar, el café, el té y el algodón) y el pastoreo.
Todas estas industrias se caracterizan, especialmente en su uso de los
hombres indígenas, por no requerir ningún tipo de conocimiento específi­
co (aunque, por ejemplo, en la agricultura es necesario poseer cierto cono­
cimiento local empírico) y, en consecuencia, no tener presión alguna en
cuanto a la educación. Al mismo tiempo, cuando las masculinidades de
los grupos dominantes se fueron profesionalizando más, el analfabetismo
o nivel muy bajo de alfabetismo, se consideró suficiente para la fuerza
laboral, en la medida en que sólo se requería de estos hombres fuerza y
resistencia físicas. La cultura dominante de las sociedades coloniales (y en
buena parte todavía en las poscoloniales) identificó entonces a los hom­
bres colonizados con el cuerpo y los definió como violentos y estúpidos,
mientras que a los hombres de las elites los consideró inteligentes y moral­
mente virtuosos. En la ideología imperial británica (MaDonald, 1994), el
conquistador era viril y el conquistado sucio, cargado de sexualidad y afe­
minado, incluso infantil. En muchas colonias, como en Zimbabwe, los
colonizadores llamaron “muchachos” a los hombres indígenas (Shire, 1994).
Así, las imágenes y estereotipos de masculinidad se entretejieron con la crea­
ción de jerarquías raciales y de clase que aún ahora persisten. En los últimos
años, los conflictos étnicos y raciales han cobrado relevancia. Como Klein
(2000) argumenta en el caso de Israel, y Tillner (2000) en el de Australia,
se trata de un contexto fructífero para la producción de masculinidades
orientadas a la dominación y la violencia.
Asimismo, es importante subrayar la relación tensa y difícil que se ha
establecido entre las masculinidades de la clase obrera y la educación for­
mal, como puede apreciarse en la educación contemporánea de masas: los
problemas de disciplina y rechazo al aprendizaje formal que se presentan
entre los muchachos son más severos en las escuelas de la clase trabajado­
ra que en las de clase media o de las elites (Connell, 2000). Junto a una
economía contemporánea, que cada vez enfatiza más el conocimiento y la
preparación formal, ha aparecido un nuevo modelo de exclusión social.
196 D ebates sobre m a s c u lin id a d e s

La migración laboral que aportó fuerzas de trabajo para el capitalismo


global también es un proceso dependiente del género. Los trabajadores de
las minas y las plantaciones eran casi todos hombres, aunque a las mujeres
se les asignó un papel económico específico. El estudio que realizó Moodie
(1994) sobre el trabajo de los emigrantes en las minas de oro de Sudáfrica
proporciona un análisis clásico que rastrea la reconstrucción de las prácticas
dependientes del género que los hombres adquirieron en el espacio exis­
tente entre la minería capitalista y la economía doméstica basada en el
pastoreo. La migración se llevó a cabo dentro del mundo colonizado, pero,
además, entre el mundo colonizado y la metrópoli. Los estudios sobre hom­
bres “chicanos”, en la población de origen mexicano de Estados Unidos, son
de los primeros en explorar las consecuencias de la migración en la mascu-
linidad (Baca Zinn, 1982) y en referirse a una nueva y activa negociación de
las relaciones dependientes del género. En este contexto, se reprodujo un
modelo tradicional de masculinidad que presentaba variaciones debidas a
la situación de clase y al grado de exclusión étnica experimentado. Poynting,
Noble y Taylor (1998), al entrevistar a hombres jóvenes de las comunida­
des de inmigrantes libaneses en Australia, detectaron que la conciencia
dependiente del género era contradictoria y que frente al racismo se utili­
zaban estereotipos de manera estratégica. La discriminación racista por
parte de la sociedad anglosajona se enfrenta a cierta afirmación de digni­
dad que, en el caso de los jóvenes libaneses, se trata de una dignidad espe­
cíficamente masculina, en un contexto que supone la subordinación de las
mujeres. Así se crea una dialéctica dependiente del género que surge de
la dinámica entre la migración laboral y el conflicto racial.
La explotación presente en el proceso de desarrollo económico tiene
consecuencias directas en la corporalidad de los hombres y en su autoesti­
ma. Por ejemplo, ahora reconocemos fácilmente que la forma y la intensi­
dad de la epidemia de V IH /S ID A son afectadas por la pobreza, las comuni­
caciones y el modelo de las relaciones dependientes del género. Un estudio
reciente de Campbell (2001) muestra cómo los altos índices de la infec­
ción de V IH entre los hombres que trabajan en las minas de oro de Sudáfrica
se relacionan con el desarrollo de sus vidas en una industria peligrosa y
enajenante. Se vuelve común la necesidad de afirmar la masculinidad, lo
que a su vez se entiende como “ir detrás de las mujeres” y como el desear
tener contacto íntimo directo, “tocar la carne”. “El mismo concepto de
masculinidad que ayuda a que los hombres sobrevivan en su cotidianidad
sirve para aumentar su exposición a los riesgos de la infección de V IH ”
(Campbell, 2001: 282).
Un ejemplo significativo de cómo cambian las definiciones de pater­
nidad lo ofrece el estudio de Vigoya sobre la investigación latinoamericana
D fSARROIIO, GIOHAI il a c ió n y MASrUIINinAOFS 197

de la masculinidad. Las exigencias, cada vez más fuertes, de que los hom­
bres se involucren activamente en la crianza infantil se oponen a la cre­
ciente autonomía de las mujeres y pueden detenerse debido a la disloca­
ción económica que resulta de las presiones de la economía global. En
estos casos, las contradicciones pueden ser muy dolorosas a nivel indivi­
dual y suelen resolverse de diversas formas: afirmando los “derechos de los
padres”, enfatizando el carácter dependiente del género en la relación de
pareja o luchando por igualdad económica.
Sin embargo, existe otra dimensión del orden colonial y poscolonial
que es importante. Desde el inicio, el poder imperial se enfrentó a cierta
resistencia. Las luchas anticoloniales siguen presentes; se trata de lo
que, generalmente, los poderes coloniales y neocoloniales clasifican como
“terrorismo”. La discusión teórica sobre la relación entre las masculinida-
des y la resistencia es aún escasa, aunque, en cierto sentido, la discusión
siempre ha estado sobre la mesa. Veamos, por ejemplo, la exigencia de
cambio que Fanón hace en The Wretched ofthe Earth:

La descolonización nunca se lleva a cabo de forma inadvertida porque su


influencia se ejerce sobre los individuos y los m odifica fundam entalm ente.
Transforma a espectadores que están aplastados por su carácter no esencial,
en actores privilegiados: los m agníficos reflectores de la historia se dirigen
hacia ellos. Ocasiona un nuevo ritmo en la existencia, ritmo que se debe a
hombres nuevos que poseen un nuevo lenguaje y una nueva humanidad. La
descolonización es la creación real de hombres nuevos (Fanón, 1968:36).

En el texto de Fanón queda claro que los “hombres” dependen del


género: por ejemplo, tienen esposas (p. 92). La famosa defensa que Fanón
hace de la violencia como el crisol de la sociedad poscolonial es, entonces,
una agenda para construir un tipo particular de masculinidad. Esto puede
verse concretamente en los casos en que la lucha ha funcionado como un
ámbito en el cual se da forma al género, por ejemplo, en la resistencia
palestina a la ocupación israelí del banco occidental (Peteet, 1994). Ahí, la
violencia de la ocupación y de la resistencia cambió las condiciones en las
cuales la masculinidad se construye. Los hombres viejos no tienen ya au­
toridad en el proceso; es más, los jóvenes son los dirigentes. Los niños y los
jóvenes establecen sus identidades y exigen dirigir a la colectividad; las
palizas y el encarcelamiento por parte de las fuerzas de ocupación se con­
vierten en ritos de paso para los palestinos jóvenes. En Sudáfrica, la lucha
armada emprendida por los "camaradas” a nombre del AN C (Congreso
Nacional Africano, por sus siglas en inglés) produjo una generación de
hombres jóvenes acostumbrados a la violencia y la acción independiente,
sin ningún tipo de educación formal ni experiencia laboral regular (Xaba,
198 D ebates sobre m ascu i inidades

2001); incluso, tras la guerra, muchos jóvenes fueron incapaces de inte­


grarse a la sociedad posterior al apartheid. No debemos entonces menos­
preciar el trauma personal implícito en las luchas anticoloniales —con­
flictos armados de escala menor, internos, con dimensión racial, rodeados
por las comunidades civiles que, además, tienen armas a su alcance.

La r e c o n f o r m a c ió n d e la s m a s c u l in id a d e s

LOCALES EN LA GLOBALIZACIÓN

Debido a la presión ejercida por los mercados globales y los medios, así
como por el deseo activo de participar en la economía y la cultura globales,
las exigencias para el cambio se inscriben en el espacio de los órdenes de
género locales. El resultado suele ser la reconstrucción de las masculinida­
des, tema que exploraré a continuación.
La reconstrucción no sólo está en manos de los hombres. Como Fon-
seca (2001) y otros han enfatizado, las mujeres también tienen un papel
activo en la conformación de las masculinidades. También es muy proba­
ble que la reconstrucción sea desigual. Los estudios de caso de Taga (2001)
en hombres jóvenes japoneses de clase media lo muestran muy claramen­
te. No todos los hombres reaccionan de la misma forma frente a la presión
cultural ejercida por las mujeres para que se aparten de la masculinidad
patriarcal japonesa “tradicional”. Es más, Taga identifica cuatro modelos
contrastantes de respuesta, que van desde el rechazo al cambio hasta la
transformación de la identidad.
Una razón importante por la cual el cambio es desigual es la comple­
jidad interna de las relaciones de género. Es posible identificar por lo
menos cuatro subestructuras (Connell, 2002). Examinaré la recons­
trucción de las masculinidades en relación con cada una de estas sub­
estructuras.
La división del trabajo. La modernidad se caracteriza por considerar
que el mundo “laboral” se define culturalmente como un espacio de hom­
bres. En la mayor parte del mundo, el porcentaje de participación de los
hombres en la fuerza laboral es mucho mayor que el de las mujeres (las
principales excepciones son África occidental y los países que antes eran
repúblicas soviéticas). Fuller (2001), al entrevistar a hombres peruanos
de tres ciudades, encontró que la reputación y la autoestima masculinas de
los adultos dependen principalmente del trabajo. Se considera que un hom­
bre incapaz de mantener un trabajo regular no ha conseguido la masculi­
nidad adulta plena. En este sentido, las ideas articuladas por los entrevis­
tados peruanos pueden percibirse en muchas partes del mundo.
D eSARROI LO, GLOBAIIZACIÓN Y MASCULINIDAOES 199

Si bien las mujeres trabajan tanto como los hombres, para el género,
lo importante es el tipo de trabajo que se hace y el contexto en el cual se
desarrolla. De acuerdo con Holter (1997), la distinción estructural entre
el trabajo doméstico, que no se paga, y la economía basada en el salario,
determina el sistema de género moderno. En consecuencia, las configu­
raciones del trabajo asalariado son los fundamentos económicos de las
masculinidades en la economía capitalista. El ejemplo más famoso es la
constitución del “hombre asalariado” en el desarrollo económico japonés
de principios del siglo XX (Kinmonth, 1981). Se trataba de un modelo de
masculinidad de clase media adaptado a la estructura de poder corporati­
va, que exigía adaptación y lealtad a cambio de seguridad y retribuciones
posteriores muy altas. Sin embargo, si el proceso de desarrollo cambió las
masculinidades al vincular la identidad dependiente del género con el tra­
bajo asalariado, el mismo proceso hizo que las nuevas masculinidades fue­
ran vulnerables. La economía mundial es turbulenta y está marcada por
giros económicos que incluyen ascensos y depresiones, declives y creci­
mientos regionales. El desempleo de las masas debilita paulatinamente a
las masculinidades que se identifican con el “trabajo”. En la actualidad,
esta situación es muy común, tanto el resultado del declive de viejas áreas
industriales, por ejemplo, en el norte de Inglaterra, como la migración
rural y urbana que resulta en el aumento explosivo de las fuerzas laborales
subempleadas en ciudades como Nueva Delhi, Sao Paulo o la ciudad de
México. El gran número de mujeres que ahora están empleadas también
debilita a las masculinidades que dependen del “trabajo”. Este movimien­
to se desarrolla en todo el mundo y resulta de la emancipación de las
mujeres, de su educación y de la necesidad económica de familias que no
pueden depender sólo del salario de un hombre.
Investigaciones realizadas en varios países han documentado los cues-
tionamientos a las masculinidades de la clase laboral que resultan de esta
situación: Gorman et al. (1993) en Canadá, Gutmann (1996) en México,
O’Donnell y Sharpe (2000) en Gran Bretaña. Podemos considerar que se
trata de una de las dinámicas principales del cambio en las masculinida­
des contemporáneas: hasta el “hombre asalariado” es vulnerable. Debido a
que la seguridad que el mundo corporativo japonés proporcionaba dismi­
nuyó en los noventa, este modelo de masculinidad se ha visto rodeado de
sátira y ansiedad. En las discusiones de los medios de comunicación japo­
neses ha aparecido una nueva imagen del “hombre asalariado que escapa”
(Dasgupta, 2000).
Relaciones de 'poder. El mundo colonial y poscolonial, con el pretexto
de la modernización y los derechos de las mujeres, tiende a acabar con los
sistemas de patriarcado purdah, basados en la subordinación y aislamiento
200 D ebates sobre m a s c u l in id a d e s

extremos de las mujeres (Kandiyoti, 1994). Los hombres, con algunas ex­
cepciones (por ejemplo, Arabia Saudita y Afganistán bajo el régimen tali-
bán), se han ajustado al cambio y la mayoría de ellos acepta la presencia
de las mujeres en el espacio público (el voto, el derecho a trabajar, la auto­
nomía legal). Una amplia investigación realizada por Zulehner y Volz (1998)
muestra que el rechazo a los modelos patriarcales de las relaciones depen­
dientes del género es particularmente fuerte entre las generaciones jóvenes
de hombres alemanes, situación que también se da en otros países.
En casi todas las sociedades poscoloniales, el proceso de desarrollo
dio forma a un espacio público ocupado por grandes organizaciones. Los
hombres siguen teniendo puestos más importantes en organizaciones como
los gobiernos, corporaciones, juzgados, ejércitos, iglesias, partidos políticos
y asociaciones profesionales (Connell, 2002). En las instituciones estata­
les, los movimientos de mujeres que exigen igualdad de oportunidades de
empleo, mayores servicios para el cuidado infantil, leyes que eviten la dis­
criminación, entre otros, han expuesto cuestionamientos importantes a
este dominio, aunque en el neoliberalismo, las instituciones del Estado
tienden a disminuir, y el poder se desplaza hacia el mercado y las corpora­
ciones. En este ultimo ámbito, el poder de los hombres permanece, lo que
sí cambia (como mostramos anteriormente) es la configuración de la mas-
culinidad gerencial.
El colonialismo, la descolonización y la globalización propiciaron mu­
chas situaciones en las cuales el poder no se establece con firmeza, e im­
peran el conflicto y el desorden. Por ejemplo, las luchas relacionadas con
el apariheid en Sudáfrica produjeron una sociedad militarizada y armada,
en la cual la posesión de armas y la violencia ligada a éstas se relacionan
con la masculinidad (Cock, 2001). Waetjen y Maré (2001) muestran cómo
el movimiento neoconservador Inkatha utiliza la violencia real (el asesi­
nato y los golpes a los contrarios) y el simbolismo de la violencia (atracción
hacia las tradiciones guerreras) para crear una identidad étnica y nacional
para los hombres zulúes.
Relaciones emocionales. Los modelos de vínculos emocionales, que a
menudo se consideran como los más íntimos de todas las relaciones socia­
les, también se reconstruyen debido a las fuerzas sociales de gran escala.
Bajo el colonialismo, los misioneros cristianos solían intervenir en contra
de las costumbres sexuales indígenas que se oponían a su religión, espe­
cialmente contra las prácticas homosexuales y de cambio de género, y a las
relaciones heterosexuales premaritales, indígenas. Por ejemplo, los misio­
neros, con el apoyo de las autoridades coloniales españolas, intentaron
terminar con la tradición del bardaje, un tercer género, en América del
Norte (Williams, 1986).
D fsarroilo , g io b a iiz a c ió n y m asculinidades 201

En el mundo poscolonial, el crecimiento del individualismo y la frac­


tura de las comunidades causada por la migración han modificado los
modelos tradicionales de formación de parejas heterosexuales. El proceso
se ha desplazado del ámbito de la familia extendida (“bodas arregladas”)
al de la competencia individual en un mercado dependiente del género.
Las nociones del “amor romántico” no sólo influyen a las mujeres jóvenes,
también a los hombres jóvenes. Según un estudio de Valdés y Olavarría
(1998), los cambios en este espacio parecen apuntalar la masculinidad
actual de los jóvenes de las ciudades en Chile. Su malestar no incluye
una crítica fundamental al modelo hegemónico de masculinidad, sino que
se manifiesta en un sentimiento de aprisionamiento en roles familiares
invariables.
La sexualidad y las relaciones emocionales pueden también ser espa­
cios en los que se registran mayores tensiones sociales. Ghoussoub (2000)
subraya este proceso en Egipto, donde los rumores sobre la impotencia
causada por ciertos productos químicos y la gran popularidad que han
adquirido los manuales sexuales medievales, parecen ser los signos de una
gran perturbación cultural en la masculinidad. Ghoussoub apunta que el
estatus mayor de las mujeres en las sociedades árabes presenta serios pro­
blemas para los hombres cuyas identidades siguen basándose en nociones
tradicionales del género. No parece posible que ocurra una ruptura radical
en el modelo de las relaciones emocionales provocada por el impacto de
los modelos metropolitanos y urbanos dependientes del género. Por otra
parte, la investigación entre los mazatecos de México se refiere más bien a
cierta coexistencia (Pearlman, 1984); los hombres jóvenes que emigran a las
ciudades para trabajar, al regresar traen consigo modelos urbanos de do­
minación masculina que se oponen a las relaciones dependientes del gé­
nero, relativamente más equitativas, de esta comunidad, en donde las
mujeres buscan su propio prestigio y construyen sus propias redes. Los
hombres jóvenes no abandonan ninguno de los modelos; más bien, desa­
rrollan la capacidad de cambiar de código frente a diferentes públicos, por
ejemplo, cuando tratan a mujeres mayores en vez de a otros hombres jóve­
nes. La investigación reciente en los países metropolitanos que identifica
a la masculinidad hegemónica como una práctica discursiva (Wetherell y
Edley, 1999) muestra un proceso muy similar: los hombres adoptan o se
distancian estratégicamente del modelo hegemónico, dependiendo de lo
que quieren en ese momento.
También las identidades homosexuales se han vuelto más complejas.
La investigación en Brasil (Parker, 1985) ha identificado múltiples mode­
los de prácticas sexuales e identidades sociales. Gon el tiempo, la noción
de la identidad centrada en la práctica sexual se ha visto desplazada por un
202 D fBATFS SOBRF MASrUlINIDADFS

modelo médico y legal que se centra en el género de la pareja; a su vez,


esta noción ha sido cuestionada por una identidad gay conscientemente
más equitativa. El estilo gay norteamericano circula globalmente como la
principal alternativa a la masculinidad heterosexual. Este proceso suele
criticarse como una forma de imperialismo cultural, sin embargo, como
Altman (2001) observa, basándose en su experiencia en Asia Sudoriental,
la “globalización de las identidades sexuales” no sólo desplaza los modelos
autóctonos, ya que éstos interactúan de manera compleja y generan nue­
vas identidades y muchas oportunidades en el desplazamiento de códigos.
Simbolización. En casi todo el mundo, los medios de comunicación
masiva siguen modelos norteamericanos y europeos, y las imágenes de­
pendientes del género constituyen una parte muy importante de lo que
circula. Por el contrario, imágenes "exóticas” que dependen del género se
utilizan como productos de mercado para los países no metropolitanos.
Por ejemplo, los anuncios de las aerolíneas de Singapur y Malasia presen­
tan a sus aeromozas como mujeres exóticas y sumisas. En el comercio
sexual internacional, se utilizan estos mismos estereotipos, dependientes
del género y de la raza, para ofrecer mujeres asiáticas a hombres norte­
americanos y australoasiáticos (Cunneen y Stubbs, 2000). Es difícil pen­
sar que se trata de una fantasía inofensiva, ya que el porcentaje de muer­
tes por homicidio entre las mujeres filipinas en Australia —normalmente
a manos de hombres no filipinos con los que se han casado o cohabitan—
es casi seis veces mayor que el porcentaje “normal” de homicidios en el
mismo país.
Sería un error comparar una “modernidad” cambiante con una “tradi­
ción”; ambas se reconforman continuamente, como lo demuestra una in­
vestigación realizada en las empobrecidas comunidades de las Islas de
Torres Strait, en la parte septentrional de Australia (Davis, 1997). El co­
lapso de la industria marítima local durante los sesenta ocasionó el regreso
de los hombres a la comunidad, lo cual favoreció, a su vez, que los rituales de
iniciación de los muchachos, interrumpidos años antes, se recuperaran
con ciertas modificaciones: si antes estas ceremonias eran exclusivas, ahora
se hacían públicas; no ocurría lo mismo con las ceremonias de las niñas.
Entonces, resultó que la recuperación de la “tradición” construyó un mo­
delo de masculinidad “moderna” localizada en el espacio público, mientras
que la feminidad se identificó con el espacio privado. Al mismo tiempo,
la exaltación de los héroes locales de las confrontaciones fronterizas en
Torres Strait se relacionó con el culto nacionalista australiano a los solda­
dos de la Primera Guerra Mundial. El significado de las “historias de hé­
roes” se trasladó de la enseñanza de resolución de conflictos al énfasis de
la identidad nacional. En ambos casos, la dimensión simbólica de la mas-
D esarrollo , (j l o iía l iz a ü ü n y m a s c u lin iu a u ls 203

culinidad se reconstruyó de una forma tal que la vinculó con la cultura de


la sociedad angloaustraliana dominante.

La p o l ít ic a d e l a m a s c u l in id a d e n desar ro llo

El orden de género mundial privilegia mucho más a los hombres que a las
mujeres. Aunque podemos mencionar numerosas excepciones locales, es
fácil identificar el “dividendo patriarcal” que los hombres obtienen de ma­
nera colectiva y que proviene de percibir ingresos más elevados, tener ma­
yor participación en la fuerza laboral, poseer más propiedades y acceso al
poder institucional, sin incluir los privilegios culturales y sexuales. La in­
vestigación internacional sobre la situación de las mujeres (Valdés y Go-
máriz, 1995) lo documenta ampliamente, aunque las consecuencias que
todo esto tiene en los hombres han sido ignoradas.
Tales dividendos no son equitativos para todos los hombres: algunos
obtienen mucho y otros poco o nada. La dinámica del desarrollo constan­
temente modifica la escala de los beneficios dependientes del género, los
costos que deben pagar (por ejemplo, ser blanco de la violencia) y las agru­
paciones dependientes del género de los hombres. Ellos se ven tan afecta­
dos como las mujeres (aunque de maneras distintas) por la turbulencia del
orden de género global. Las desigualdades de las relaciones dependientes
del género producen resistencia y la principal presión para introducir cam­
bios en este tipo de relaciones proviene de un movimiento feminista inter­
nacional (Bulbeck, 1998) que ha influido en los hombres de todo el mundo.
Los hombres responden mediante distintos mecanismos, uno de ellos
es la reafirmación de las jerarquías locales dependientes del género, por
ejemplo, en la política dependiente del género es común encontrar un
modelo de “fundamentalismo” masculino, como en Sudáfrica (Swart, 2001)
o Estados Unidos (Gibson, 1994). Otro mecanismo de respuesta está dado
por un cambio en las actitudes populares frente a la igualdad de género, lo
cual puede verse en la creciente aceptación de los hombres de la clase
trabajadora respecto de las mujeres en el lugar de trabajo; también se ob­
serva en la aceptación expresa que la gente joven da a la idea de la igual­
dad de derechos para las mujeres.
Aun así, el cambio de actitudes no necesariamente conlleva un cam­
bio de prácticas. Fuller subraya que, a pesar de los cambios de opinión
entre los hombres peruanos, los espacios en los que las redes de solidari­
dad masculina se construyen y que garantizan el acceso a las redes de
influencia, alianzas y apoyo, se reproducen a través de la cultura masculi­
na de los deportes, el consumo de alcohol, la visita a burdeles o los relatos
204 DrBATrs soRRr MAsniiiNinADrs

de conquistas sexuales. Estos mecanismos aseguran el monopolio de los


hombres en la esfera pública (o por lo menos, el distinto acceso que tienen
a la misma) y constituyen una parte fundamental del sistema de poder en el
cual se fragua la masculinidad (Fuller, 2001: 325).
Esta recuperación práctica del cambio de género parece ser una res­
puesta más difundida que el fundamentalismo masculino y, además, tiene
el apoyo del neoliberalismo. Al aplastar a las instituciones del “bienestar”
que transfieren el ingreso a las mujeres, y al desplazar el ingreso y el poder
al mercado y a las corporaciones, las políticas económicas neoliberales
restauran los dividendos patriarcales sin seguir ninguna política de mascu­
linidad explícita que movilice a los hombres. Las estrategias de desarrollo
neoliberales son entonces una suerte de rutas reaccionarias de las relaciones
dependientes del género, a pesar de su aparente “modernidad”.
La alternativa más importante que dan los hombres a la política de­
pendiente del género fundamentalista y a la neoliberal es el movimiento
por la igualdad de género. El ejemplo más conocido es el de los hombres
“profeministas” en Estados Unidos, como los del grupo N O M AS (Organi­
zación Nacional de Hombres en contra del Sexismo, por sus siglas en
inglés), existente desde principios de los ochenta. Originada en Canadá,
la exitosa campaña del “listón blanco” es un movimiento de oposición a la
violencia de los hombres en contra de las mujeres, que ahora ha trascendi­
do al plano internacional (Kaufman, 1999). Movimientos, grupos y agen­
das como ésta existen en muchos países, desde Australia (Pease, 1997) y
México (Zingoni, 1998) hasta Rusia (Sinelnikov, 2000). Las cuestiones a
las que se refieren pueden verse claramente en la conferencia del movi­
miento de los hombres japoneses, en Kyoto, en 1996, que incluyó sesiones
sobre juventud, cuestiones gay, laborales, cuidado infantil, corporales y de
comunicación con las mujeres, además de la globalización del movimiento
de los hombres (Nakamura, 1997). Estos grupos suelen ser pequeños y con
una existencia muy corta, sin embargo, han mantenido una presencia cons­
tante en la política dependiente del género desde los setenta y han construi­
do un cuerpo de experiencias e ideas. Recientemente, algunas agencias
internacionales, incluidos el Consejo de Europa, la UNESCO (Breines et
al., 2000) y FLACSO (Valdés y Olavarría, 1998), patrocinaron las primeras
conferencias para discutir acerca de lo que implican las nuevas perspecti­
vas para la masculinidad e incorporarlas a las políticas públicas. En 2001,
la agencia de desarrollo de la igualdad de género, UN-INSTRAW , realizó el
primer seminario internacional, basado en la Red, que discutía la mascu­
linidad y la violencia.
Una limitación de estos movimientos de hombres que buscan la igual­
dad de género es su desconexión de las comunidades y los movimientos de
DtiAKKOLLO, ÜLOBALIZAC.IÓN Y MASCULINlUAULb 205

la clase trabajadora. Parte del problema radica en que los debates acerca
de la política de masculinidad se han centrado principalmente en lo que
diferencia a los hombres de las mujeres. Hasta un crítico tan inteligente
como White (2000), en una discusión reciente sobre la inclusión de los
hombres y las masculinidades en los programas de “género y desarrollo”,
se preocupa por la amenaza de la política de igualdad de género feminista
y del peligro de hacer que la energía de otras luchas se enfoque en el
desarrollo capitalista. De esta manera, el debate tiende a ignorar los inte­
reses que comfarten los hombres y las mujeres de una comunidad deter­
minada. Los intereses de la clase trabajadora en los procesos de desarrollo
son básicamente intereses colectivos: por ejemplo, lograr al máximo la re­
partición del trabajo en los ingresos nacionales, invertir en la industria
laboral intensiva (en lugar de la que reemplaza el trabajo), promover que la
educación y la salud públicas atiendan a más personas e invertir en infra­
estructura urbana (habitación, agua y otros). Es difícil formular una agen­
da como ésta en un lenguaje que sólo alude a la diferencia entre los hom­
bres y las mujeres. Por su parte, para la investigación sobre la masculinidad
y para los movimientos de reforma de la masculinidad ha resultado com­
plicado centrarse en cuestiones de desarrollo.
El problema sólo puede resolverse con una aproximación a las relacio­
nes dependientes del género (Connell, 2000) que muestre cómo las muje­
res y los hombres participan de maneras distintas (y como consecuencia
de las estructuras de género) en los procesos sociales, que de todas formas
redundan en intereses comunes. Estos procesos incluyen la reproducción
y el cuidado infantil, el trabajo social, la administración de la vida comu­
nitaria y la interacción entre las comunidades y su medio ambiente. El
activismo en estas cuestiones debe considerar las diferentes posiciones
que ocupan los hombres y las mujeres en el trabajo, en la crianza infantil,
en la vida de la comunidad; asimismo debe reconocer los ámbitos donde
se producen los conflictos enraizados profundamente en el género, por
ejemplo, la violencia doméstica, el acceso a la propiedad, la homofobia y el
control de la sexualidad.
Detectar las cuestiones de los hombres y la masculinidad no resolverá
por arte de magia los problemas del desarrollo. A corto plazo, hará que
estos problemas parezcan más complejos. Sin embargo, ya que las cuestio­
nes de desarrollo se relacionan con la estructura de la sociedad global, lo
que discutimos en este trabajo no podrá evitarse. Cuando reconozcamos
el significado que tienen las relaciones de género en la formación de
identidades sociales y la conformación de las comunidades, las cuestio­
nes relacionadas con las masculinidades se volverán relevantes para las
fuerzas involucradas en la política de desarrollo regional y local, incluyen-
206 D n B A T tS SOBRC M A S C LILIN ID A D C S

do la comprensión de las estructuras de poder. Por lo tanto, la investiga­


ción social y científica de las masculinidades puede ser una herramienta
muy importante para dar el primer paso hacia la justicia de género en el
desarrollo.

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LA D E P O R T IV IZ A C IÓ N DEL CUERPO:
LA G L O B A L IZ A C IÓ N DE LAS ID ENTIDADES
GENÉRICAS M A S C U LIN A S

Femando Huerta Rojas’'

In t r o d u c c ió n

Para algunas de las sociedades y culturas modernas, el sábado y domingo


son los días asignados al engrandecimiento de la actividad deportiva mas­
culina. La mayoría de los hombres de las clases sociales altas, medias y
bajas, se prepara para disfrutar de su deporte favorito, ya sea participando de
manera activa en algún partido, viéndolo por televisión o escuchándolo
por alguna frecuencia del radio. Los sábados y domingos, estos hombres
alistan sus cuerpos de actores y espectadores para escenificar sus propias
hazañas deportivas, las cuales preparan a lo largo de la semana, efectuando
entrenamientos físicos e intelectuales. Mediante la consulta cotidiana
de lo acontecido en el mundo del deporte actualizan sus conocimientos e
información deportivos, negocian y ajustan los tiempos, ritmos y movi­
mientos del ámbito laboral que les permita estar presentes just in time en
el camfus del juego.
Su efectividad radica en una serie de negociaciones, acuerdos y orga­
nización amplia: incluye y hace partícipes en diferentes actividades vincu­
ladas a esta práctica deportiva, de manera impuesta y consensuada, a las
mujeres y a la familia en general. Se destina un monto salarial para gastos
de operación de convivencia (antes, durante y después de los partidos), que
por lo regular termina siendo rebasado, comprometiendo y sacrificando el
presupuesto de subsistencia familiar.
El deporte es una de las instituciones sociales y una de las prácticas
culturales que han modelado, marcado y significado el cuerpo humano, a

^Profesor de la Universidad Iberoamericana de Puebla y de la Benemérita Universidad


Autónoma de Puebla. Candidato a doctor en Antropología por la Facultad de Filosofía y
Letras y el Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Es autor del libro E l
juego del hombre. Deporte y m asculinidad entre obreros (México, Plaza y Valdés/Benemé-
rita Universidad Autónoma de Puebla). Actualmente investiga el proceso de socializa­
ción y aculturación genéricas masculinas de adolescentes y jóvenes que acuden a las
salas públicas de videojuegos.

|2 1 1 |
212 D l BAILS bUlìKl MASCULINIDAOCS

través de una serie de rituales en los que hombres y mujeres de distintas


edades, y pertenecientes a diferentes grupos socioculturales, interactúan
y simbolizan genéricamente una serie de actos, en tiempos y espacios asig­
nados ex profeso para el proceso de defortivimción de los cuerpos.
En este trabajo presento algunas consideraciones teóricas acerca de
los mecanismos mediante los cuales el deporte se ha convertido en una
institución y en un ordenador social de los cuerpos masculino y femenino.
Estos, a través de una serie de prácticas culturales de carácter deportivo,
configuran y constituyen las identidades genéricas y los cuerpos de hom­
bres y mujeres. Asimismo, ubico el deporte como una de las instituciones
modernas que forman parte del proceso de globalización sociocultural,
genérica, económica y política del mundo, de los grupos sociales, de las
mujeres y los hombres. Intento, también, describir cómo todo lo relacio­
nado con la organización, funcionamiento, infraestructura, capacitación,
técnicas, ejercicios, formas y contenidos del deporte forman parte de los
mecanismos transnacionales que mueven al mundo.
Esta es una propuesta de aproximación metodológica de estudio e
investigación que, considero, puede contribuir al conocimiento, compren­
sión y análisis de algunos aspectos de la condición y situación genérica de
los hombres, de sus formas de vida, de la manera como introyectan, asu­
men, experimentan y simbolizan los mandatos sociales hegemónicos del
deber y ser hombres. Del mismo modo, veremos los contenidos de las
relaciones sociales que establecen con las mujeres, entre ellos mismos y
con la naturaleza, las cuales se basan en el poder de dominio, la subordi­
nación, la opresión, y expresan la inequidad, la injusticia y la desigualdad
social.

La D E P O R T m Z A C IÓ N GLOBALIZADA DE LA SOCIEDAD

La deportivización' de la sociedad forma parte del proceso complejo y


contradictorio de consolidación del capitalismo, en tanto organización
hegemónica productiva del mundo, generadora de nuevas formas de or­
ganización social y construcción cultural. Junto con el proceso de indus­
trialización, se crearon diferentes formas y condiciones de vida en las que

I Norbert Elias y Eric Dunning, Deporte y ocio en el proceso de civilización. Madrid,


Fondo de Cultura Económica, 1992. Retomo los planteamientos de estos autores acer­
ca de la deportivización e industrialización, en tanto procesos socioculturales de confor­
mación de la sociedad capitalista moderna, con los cuales retorno el análisis de la
deportivización genérica de los géneros y los cuerpos.
La dffo rtm ? a c ió n dpi ru F R P O 213

las personas y los grupos sociales han establecido y establecen diferentes


tipos de relaciones y desempeñan distintos tipos de trabajo..
Existe una relación dialéctica entre los términos deporte e industria;
el primero se usa con mucha soltura para designar una variedad de even­
tos deportivos de competición, mientras que el segundo es empleado en
sentido lato y estricto, para identificar y significar el proceso de industria­
lización de los siglos XIX y XX, las distintas formas de producción y trabajo
desarrolladas y expandidas a nivel local, nacional y mundial, así como sus
efectos y consecuencias en el proceso de civilización de la sociedad mo­
derna, en su forma capitalista.
Al igual que el capitalismo y la industrialización generaron formas es­
pecíficas de producción y trabajo, sustentadas en la competencia del mer­
cado y su expansión, la jerarquización y explotación de calidad del trabajo
humano, de la producción, de los recursos materiales y naturales, el con­
trol y la regulación del tiempo y el espacio social, fueron organizando la
mayoría de las actividades sociales, entre las que se encuentran las recrea­
tivas. Éstas fueron adquiriendo características deportivas, regidas por las
reglas económicas de producción y competencia. El deporte, como insti­
tución social, y basado en una explotación de las capacidades, habilidades
y destrezas humanas, fue desarrollando una organización compleja, cuyas
características distintivas lo colocaron como uno de los ordenadores socia­
les y de género primordiales en todas las culturas del mundo.
En Inglaterra, algunos de los juegos, debido a su carácter competitivo
y a que los practica un número cada vez más amplio de personas, constitu­
yen deportes masivos que han empezado a rebasar los marcos local y na­
cional, para adquirir dimensiones mundiales. Este hecho ha llevado a la
creación de instituciones deportivas con complejas estructuras organizati­
vas, encargadas de establecer relaciones diplomáticas con diferentes paí­
ses, así como de diseñar políticas deportivas, reglamentos y tipos de com­
petencia. También se encargan de la capacitación y preparación de las y
los deportistas y entrenadores, así como de su especialización, de la cons­
trucción de instalaciones adecuadas para las competencias y de facilitar la
movilización permanente y ágil de deportistas y directivos. Estos últimos,
con el desarrollo y consolidación del deporte como institución social y
cultural y como ordenador genérico del proceso de civilización, confor­
maron una casta poderosa con gran presencia e influencia económica,
política y social a nivel mundial.
El proceso de industrialización y deportivización de la sociedad tiene
un paralelismo sorprendente;
214 D ebatcs sobre mascuünidadfs

el de la difusión, desde Inglaterra, de modelos industriales de producción, de


organización y del trabajo, así como el de la difusión de actividades de tiempo
libre, conocidas como ‘deporte’, y de las formas de organización relacionadas
con él. Como hipótesis inicial, parece razonable suponer que la transforma­
ción de la manera en que las personas empleaban su tiempo libre fuese de la
mano con la transformación de la forma en que esas personas trabajaban.
Hablar de procesos de deportivización puede sonar mal a nuestros oídos. El
concepto nos parece extraño y, no obstante, se ajusta bien a los hechos que
se pueden observar. .El código de normas, incluidas las que procuraban la
limpieza del juego y la igualdad de oportunidades de triunfo para todos los
contendientes, se hizo más rígido; las reglas más precisas, más explícitas y
diferenciadas; la supervisión del cumplimiento de las reglas, más eficiente;
así, se hizo más difícil escapar del castigo por quebrantarlas. Dicho de otro
modo, bajo la forma de “deportes”, los juegos de competición que implican
un ejercicio físico llegaron a un nivel de ordenamiento y de autodisciplina
nunca antes alcanzados. Además, esos mismos juegos concebidos como de­
portes llegaron a asumir un código de reglas que garantizaba el equilibrio
entre una alta tensión en la lucha y una protección razonable contra los da­
ños físicos (Elias y Dunning, pp. 185-186).

El proceso de deportivización de la sociedad, ligado al de industrializa­


ción, forma parte del proceso de producción deportiva,^ lo que significa que
el sistema deportivo es parte del propio desarrollo de la organización capi­
talista de producción, la cual produce mercancías muy particulares: cam­
peones, espectáculos, récords y competencias. Este hecho se enmarca en
el análisis del deporte como una institución social original de la vida mo­
derna, que enfoca su atención en el análisis de las capas, estratos, niveles
e instancias que lo determinan, así como en todas las realidades políticas,
económicas, culturales, ideológicas, pedagógicas, simbólicas y mitológicas
del deporte mismo.
El análisis del deporte y la sociedad, estudiado desde la antropología
de género feminista, permite conocer y comprender por qué el siglo XXse
convirtió en el siglo de la deportivización globalizada de la sociedad, del
proceso ordenador e impulsor de la sexualidad de los cuerpos masculinos
y femeninos; permite ver por qué se volvió un mecanismo controlador de
sus emociones, sentimientos, deseos, fantasías, imaginarios, manifesta­
ciones y simbolizaciones de las identidades y subjetividades genéricas; en

2 Jean-Marie Brohm, Sociología política del deporte. México. Fondo de Cultura Económi­
ca, 1982. Retomo esta categoría que desarrolla el autor a lo largo de su libro, y que me
permite comprender y analizar el proceso de deportivización social de los géneros y los
cuerpos.
La dcport/wzaqón del cuerpo 215

la cultura de la disciplina y supervisión de la salud corporal, en la práctica


por excelencia y puesta en escena de los atributos de la masculinidad he-
gemónica.
La deportivización de la sociedad expresa el grado de desarrollo y nivel
competitivo de una sociedad; muestra la capacidad económica, política y
social del Estado y sus instituciones para organizar y participar en eventos
deportivos locales, nacionales, internacionales; y pone de manifiesto el
interés de los gobiernos estatales y municipales en la promoción y difusión
deportiva. Este proceso permite conocer la forma como la sociedad políti­
ca y civil se incorpora y participa en los proyectos y las actividades de esta
práctica sociocultural. Esto, a su vez, muestra la organización deportiva de
una nación; la relación y participación de funcionarios y deportistas, los
nexos de intereses económicos y políticos de las instituciones de cada país,
tejidos por amplias y complicadas redes sociales que, en la mayoría de los
casos, presentan prácticas de corrupción. Ello influye en el nivel y rendi­
miento competitivo deportivo de una nación, ya sea alto, mediano o mo­
desto (reconocimiento por el número de deportes en los que participa una
nación); en la calidad de la preparación, capacitación e instrucción de las
y los deportistas y de las y los instructores (reconocimiento por el lugar
ocupado en el marcador deportivo, de acuerdo con el número obtenido de
medallas); en la preparación física y representación simbólica de la sexua­
lidad de sus cuerpos; en el tipo de torneos en los que participa, su calidad,
su periodicidad; en el tipo de instalaciones deportivas disponibles; en las
campañas, programas, promoción y difusión que emprenden para incor­
porar a la mayoría de las personas que practican algún deporte o realizan
ejercicios, en diferentes eventos y espacios públicos. Este proceso ha lle­
vado a que una parte de la sociedad sea concebida y construida desde una
estructura, organización, funcionalidad y valores de club deportivo.
La deportivización de la sociedad abarca todas las sociedades y las
culturas en sus dimensiones políticas. Por las características de desarrollo
del proceso de producción deportiva, éste adquirió una importancia equiva­
lente a los sucesos pasados, presentes y futuros que han marcado y mar­
can la historia de la humanidad. Se ha convertido en el bálsamo político y
social construido ad hoc para aliviar los conflictos mundiales: después de
los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001, en la ciudad de Nueva
York, la serie mundial de béisbol de las grandes ligas alivió el dolor de la
muerte de miles de personas y congregó a la sociedad estadounidense en
un estadio para exigir un desagravio al honor de su identidad nacional. A
partir de ese momento, la furia y poderío estadounidense arrasaron y ani­
quilaron a la sociedad afgana, cuyos campos de batalla ha utilizado como
campos futboleros para la distensión de la guerra.
216 DrBATES SOBRF MASCULINIDADFS

En Colombia, las fuerzas revolucionarias se pronunciaron por un cese


al fuego para la realización de la Copa América, la cual, sin embargo, no
se realizó a causa del secuestro de uno de los dirigentes. Europa, con la
recesión económica, los reacomodos, las negociaciones y el control de los
mercados financieros y comerciales, tuvo, en el mundial de fútbol, cele­
brado en Corea y Japón, una muestra del poderío neoliberal de los países
europeos, asiáticos y estadounidense, cuyos equipos se convirtieron en
protagonistas de los partidos de cuartos de final, semifinalistas y finalistas.
En Argentina, la Copa Libertadores, aunque pospuesta, representó
una pequeña sanación a los estragos sociales ocasionados por las depreda­
doras políticas económicas del F M I. En México, las reformas política, eco­
nómica, hacendaria, educativa y social propuestas por el gobierno de la
monarquía foxista, se vieron aligeradas por un instante por la esperanzadora,
aunque fugaz, negociada y decepcionante actuación de la selección mexi­
cana en el mundial de fútbol de Corea y Japón. En este contexto, el depor­
te ha contribuido a la actualización de las mentalidades guerreras mascu­
linas, cuya preparación y capacitación física e intelectual enfocadas al
deporte, exaltan los valores nacionales patriarcales de aquellos hombres
dispuestos a defender su derecho, su patria y su honor en los campos de
batalla.
Éste es un escenario en el que la de-portivización de la sociedad ha
contribuido al proceso de globalización,^ en el que la organización econó­
mica y financiera en la que se sustenta, ha implicado, entre otras cosas,
una transnacionalización de los mercados y de la actividad productiva, así
como una rápida internacionalización de los procesos de trabajo y tecnoló­
gicos. Asimismo, la globalización, es un proceso modernizador complejo,
contradictorio, dinámico, heterogéneo y tecnologizado en el que participan,
de manera desigual y diferenciada, mujeres y hombres pertenecientes a la
diversidad cultural, en el que configuran sus identidades y subjetividades
genéricas.
En este sentido, la deportivización de la sociedad representa una Xrans-
nacionalización económica, financiera y política del deporte. Los organis­
mos internacionales deportivos participan de manera activa en la interna­
cionalización del capital, en la mercantilización opulenta'^ del deporte, lo

3 Virginia Maqueira y María de Jesús Vara, "Introducción”, en Virginia Maqueira y María


de Jesús Vara (coords.). Género, clase y e tnia, Madrid, Instituto Universitario de la M u­
jer, 1997, pp. IX-XXI.
^ Luis Enrique Alonso, “Globalización y vulnerabilidad social” , en Maqueira y Vara
(coords.). Género, clase y etnia, pp. .í-27.
La DfPORT/wzAC/ÓN Dn c u : rpo 217

cual implica una rentabilidad y exigencia cada vez mayor del proceso de
producción deportivo, una sofisticada articulación de lo micro y lo macro,
de lo local y lo global, que agudiza los niveles de pobreza, explotación,
discriminación de las y los deportistas en los países integrantes de estos
organismos.
Las políticas económicas y deportivas de las instituciones internacio­
nales (FIFA y COI, entre otras), se inscriben en la organización del mundo
neoliberal y globalizador de las finanzas. Los hombres que dirigen estas
instituciones encarnan las masculinidades transnacionales^ de los negocios,
las empresas, la administración y los consorcios que forman parte de la
configuración de las identidades genéricas de los deportistas y de su con­
cepción del deporte: hombres de plenitud y pulcritud corpóreas, con men­
talidad productiva de éxito y triunfo.
Muchos hombres deportistas de clases altas, medias y bajas han asu­
mido e incorporado el modelo de las masculinidades transnacionales en su
forma de vida y en la práctica del deporte, expresado en su vestimenta y en
su gusto por ciertos lugares a los que acuden a socializar sus conocimien­
tos sobre el juego. Esto es, si el neoliberalismo ha debilitado el Estado de
bienestar, también ha contribuido a una individualización del sujeto, en
cuyos atributos de hombre de finanzas encarna el bienestar de una empre­
sa que trabaja en equipo (como en el deporte).
El proceso globalizador de deportivización de la sociedad ha tenido en
los medios de comunicación uno de los puntales para su modernización y
expansión en el mundo. Este fenómeno ha llevado a una interdependen­
cia de los países,'’ en cuanto a organización del deporte, cuyos capitales
han sido invertidos en comunicación y tecnología telemática y multimedia
(Internet, televisión abierta y por cable y radio), las cuales permiten trans­
misiones simultáneas a todas partes del planeta desde el lugar del evento.
Así, la gente presencia las proezas de las y los actores deportivos sociales,
cuyas biografías compactadas puede conocer en cuestión de segundos, en
el mismo contexto social en el que efectúan las actividades. La revolución
telemática concreta la tendencia a la instantaneidad, multiplicidad, pro-

5 Robert Connell, “Desarrollo, globalización y masculinidades”, conferencia presentada


en la Reunión Internacional de Desarrollo y Masculinidad, organizada por el PUec.-
UNAM, Oaxtepec, Morelos, 17-19 de junio de 2002. Retomo los planteamientos de este
autor sobre su análisis de la condición genérica de los hombres y sus masculinidades en
el proceso del desarrollo y globalización.
'’ Alicia Fraerman. “La globalización de las comunicaciones: realidad y desafío para las
relaciones de género ”. en Maipieira y Vara (eoords.), Género, clase y ctnia, pp. S9-(,6.
218 D ebates sobre masculinidades

ducción e interacción de una abundancia de información desbordada que,


en su circulación de ida y vuelta, garantiza la efectividad de la deportiviza-
ción, mediante la saturación de imágenes.

La d e p o r t iv iz a c ió n g l o b a l iz a d o r a d e g é n er o o De cómo

LOS HOMBRES SE INTERNACIONALIZAN CON LAS MEDALLAS


DEL ÉXITO, Y LAS MUJERES LAS COLECCIONAN

En la reflexión y debate feministas hay que desencializar la idea de mujer y


hombre, con todas las consecuencias epistemológicas que ello implica, para
lo cual hay que ir más allá en la crítica social de la definición de las perso­
nas a partir de su cuerpo. Éste es uno de los problemas intelectuales más
importantes en la construcción del sujeto.^
Las coordenadas de los procesos de identificación que establecen
hombres y mujeres, tienen como referente, en primer lugar, al cuerpo,
diferencia sexual evidente en los humanos y hecho biológico básico de la
cultura. En segundo lugar, desde el nacimiento se despliega la lógica de
género: dependiendo de la apariencia externa de los genitales. A la criatu­
ra se le trata, habla y alimenta de manera diferente; se depositan en ella
determinadas expectativas y deseos. De esta manera, se inicia el proceso de
atribución de características femeninas y masculinas a cada sexo, a sus
actividades, conductas y ámbitos de vida.
En cada cultura, la diferencia sexual es la constante alrededor de la
cual se organiza la sociedad, por lo que la oposición binaria hombre/mujer
(justificadora de la desigualdad social e inequidad genéricas) es clave en
los procesos de significación y simbolización de todos los aspectos vitales
de la construcción de los géneros. De esta manera, se fabrican las ideas de
lo que deben ser los hombres y las mujeres, lo cual implica un doble movi­
miento; como “filtro” cultural a partir del cual interpretamos el mundo, y
como especie de armadura con la que constreñimos nuestra vida.
En este sentido, la organización genérica es una construcción social
basada en marcas semejantes a los órdenes raciales y erarios, que clasifi­
can a los sujetos por su valor, poder y características corporales.® Se dice

^ Retomo lo planteado por Marta Lamas sobre el cuerpo en “Cuerpo e identidad”, en Luz
Gabriela Arango, Magdalena León y Mara Viveros (comps.), Género e identidad. Ensayos
sohre lo fem enino y lo masculino, Santa Fe de Bogotá, Tercer Mundo Ediciones/Ediciones
Unidas/Facultad de Ciencias Humanas, 1995.
^Todo lo referente a la organización genérica de la sociedad, el significado de los cuerpos
y el poderío de los hombres, está basado en los planteamientos de Marcela Lagarde, “La
La DFPORTM7.AaÓND n CUERPO 219

que los cuerpos no son productos biológicos en la medida en que cada


sociedad pone en ellos grandes esfuerzos para convertirlos en cuerpos efi­
caces para sus objetivos. De acuerdo con el significado del dimorfismo
sexual proyectado en la sociedad, se reconocen dos tipos de cuerpos dife­
renciados: el masculino y el femenino, sobre los cuales se construyen dos
modos de vida, dos tipos de género (hombre y mujer), dos modos de ser y
existir.
De esta manera, el cuerpo masculino contiene la subjetividad de un
ser poderoso y no anclado, que demuestra no ser lo que es la mujer; esto le
permite contar con un amplio espectro de quehaceres que realiza libre­
mente. “El hombre genérico sintetiza un conjunto de atributos como para­
digma de lo humano, dueño del mundo, de los bienes reales y simbólicos
creados en él, de las mujeres y su prole. Ser que hace, crea y destruye en el
mundo. Ser hombre es ser quien piensa, significa y nombra el mundo, el que
sabe, el poseedor de la razón y de la voluntad. Ser hombre es ser poderoso”
(Lagarde, p. 404).
Entre las actividades que validan y dan prestigio, más a los hombres
que a las mujeres, están el trabajo y el deporte, actividades que expresan
las desigualdades social y genérica. Mientras que los primeros tienden a
gozar de los mejores puestos de trabajo y salarios, las segundas están ubi­
cadas en puestos menos calificados y con bajos salarios. Por su parte, los
hombres practican los deportes considerados más importantes, de mayor
rendimiento y éxito, que les permiten captar el reconocimiento público de
sus proezas corporales. Las mujeres practican los deportes considerados
como femeninos, y si bien logran destacar, su rendimiento, técnicas y es­
fuerzo corporal son medidos en relación con el desempeño, rendimiento y
éxito masculinos.
La sexualidad de los cuerpos masculinos y femeninos es simbolizada
y ritualizada de manera diferente y en lugares distintos. A los hombres
les son asignados los espacios públicos (fábricas, oficinas, escuelas, clu­
bes deportivos, estadios, cantinas, calles, medios de comunicación y el
arte, entre otros). En ellos pactan su condición genérica, reafirmando la
superioridad de lo masculino sobre lo femenino, consumiendo, gastando
y desgastando los bienes materiales, económicos, culturales, naturales,
simbólicos propios y de las mujeres. Así, los hombres se reconocen y
son reconocidos como la representación única y universal del género
humano.

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220 D fratfs sobrf M A sa iiiN inA O F s

A las mujeres les son asignados los espacios privados, y aunque desa­
rrollen las mismas actividades que los varones (en los mismos lugares que
los hombres), por su condición de género son devaluadas, descalificadas,
invisibilizadas y reducidas a los dos papeles genéricos considerados funda­
mentales en su vida: los de madre y esposa. Esto implica que pasan a
formar parte de los pactos masculinos, en tanto que su reconocimiento es
dado por ellos como representantes de lo humano.
Este ámbito práctico-simbólico masculino es denominado como el es­
pacio de los iguales y los pares, mientras que el ámbito que cubre lo femeni­
no se define como el espacio de las idénticas^
El discurso patriarcal genérico ha hecho de la identidad una forma
clasificatoria de los grupos sociales y de las personas que los integran, dilu­
yendo la complejidad de la diversidad sociocultural e histórica en la que
viven. De esta manera, las mujeres son consideradas como las idénticas,
seres impares que habitan espacios no diferenciados entre sí ni respecto
del de los varones: los pactos de ellas no atentan contra el de los hombres,
sino que los refuerzan y brindan las condiciones para su libre acción.
El discurso de la igualdad ubica a los hombres en una relación de ho­
mologación, en un mismo rango de cualidades de sujetos, que son diferen­
tes y perfectamente discernibles, con lo que la igualdad patriarcal adquiere
dimensiones de equipolencia, equivalencia y equifonía para los hombres.
El deporte, en tanto institución social y práctica cultural, es el espacio
público de los iguales y los pares, donde se simbolizan y ritualizan los
cuerpos masculinos, se firman y reafirman los pactos varoniles, expropian­
do y señalando como inferiores a los femeninos. Esta filosofía política del
deporte lo convierte en expresión de:'“

a) la desigualdad y lucha social, de la exaltación del antintelectualismo;


h) la oposición de lo masculino-femenino, virilidad-afeminamiento;
c) la lucha del monopolio de la legitimación profesionalismo-amateuris-
mo, deporte-práctica en oposición a deporte-espectáculo, deporte distin­
guido (elite)-deporte popular (masas);
d) la legitimación del cuerpo y su uso con prácticas orientadas hacia el
ascetismo o el hedonismo, según sea la relación de fuerzas entre fraccio­
nes de la clase dominante;

^ Las categorías de espacios de los iguales y el de las idénticas, así como su argumenta­
ción, lo retomo de Celia Amorós, “Igualdad e Identidad”, en Amelia Valcárcel (comp.).
E l concepto de igualdad, Madrid, Pablo Iglesias, 1994, pp. 29-48.
Consideración hecha de acuerdo a Pierre Bourdieu, en Sociología y cultura, México,
Crijalbo-CNCA, 1990.
L\ DrroRT/w7Aoó.\' n ri cucri’ o 221

e) la lucha de los diferentes organismos internacionales por el dominio


y control de las necesidades, equipos, instrumentos y servicios deportivos;
f ) la imposición y mantenimiento de las exigencias de los intereses de
la clase dominante en la práctica deportiva de las clases medias y popula­
res; profesionalismo, preparación racional, eficacia máxima;
g) la probabilidad de práctica deportiva de acuerdo con el capital eco­
nómico, cultural, y de acuerdo con el tiempo libre del que se disponga;
h) las afinidades establecidas entre las disposiciones éticas y estéti­
cas, según el lugar ocupado en el espacio social;
í) la relación entre la práctica deportiva y la edad, marcada por la clase
social y la sexualidad (Bourdieu, pp. 200-210).

En este mismo sentido, cabe señalar que el nacimiento del deporte


responde a la necesidad de controlar los cuerpos de las poblaciones pro­
ductivas: el amontonamiento de esos cuerpos en las fábricas de la ciudad,
la duración de la jornada laboral, las condiciones de las viviendas, los hábi­
tos recreativos, entre otros, han sido considerados focos peligrosos para la
salud de las poblaciones y naciones."
Tomando como guía la salud de las poblaciones, las clases dominantes
se dieron a la tarea de buscar el mecanismo de control ante el creciente
peligro que implicaba el hacinamiento urbano-industrial de las nuevas
masas. Promovieron, entonces, hábitos higiénicos, difundieron las bonda­
des del ejercicio físico y la necesidad de espacios abiertos, dando paso al
ideal de obrero-soldado-deportista.
La deportivización glohalizadora de género contiene y considera la
producción de los grandes hombres, es decir, el proceso ritual masculino
mediante el cual una sociedad y su cultura ejercen el poder, el dominio y
la violencia contra las mujeres y los hombres considerados con menor
poder . La deportivización de género es el proceso de producción de los
grandes jugadores, en donde la ritualización masculina está organizada y
simboliza la desigualdad social y genérica de mujeres y hombres que parti­
cipan, directa e indirectamente, de manera voluntaria e impuesta, en las
instituciones y actividades deportivas.
La configuración del espacio deportivo (invención-enseñanza/imposi-
ción de una nueva forma de juego) implicó: la concepción de una nueva

' I Con base en ios argumentos de José Ignacio Barbero González, sobre el deporte, como
controlador de los cuerpos y los mecanismo de sanidad de éstos, que hace en la Intro­
ducción de Materialen de sociología del deporte, Madrid, La Piqueta, 1993.
Retomo la propuesta metodológica de Maurice Godelier en La producción de los grandes
hoinhres. Madrid, Akal, 1986.
222 D eBATCS SüliRt MASCUL1NIDADC5

manera de recreación; la difusión de prácticas deportivas; el uso racional


del cuerpo, individual y colectivo; y la exaltación de la hombría (virilidad,
valor, coraje, erudición mostrados en los rituales deportivos de producción
de los jugadores). Las recreaciones populares fueron intervenidas y purifi­
cadas concibiéndolas como negativas.
En este sentido, la deportivización de la sociedad y la organización
social genérica significan los campos deportivos como espacios de repre­
sentación de la ritualidad deportiva masculina {casa de los hombres),'^ en
los que se congregan todos los actores para intercambiar, festejar y recrear,
en la competencia y la rivalidad, sus conocimientos y secretos del saber
del jugar. Son los espacios de la simulación y personificación de la asigna­
ción genérica: atributos masculinos del hombre verdadero, lo cual signifi­
ca y confirma los acuerdos genéricos y el pactos de los iguales.
De esta manera, hay que entender que la difusión del modelo depor­
tivo no fue ni es algo acabado: en la medida en que actúa y construye a los
sujetos, expone sus contradicciones, las cuales van cambiando de acuerdo
con el desarrollo de la cultura y la sociedad. Esto ha contribuido a la con­
solidación hegemónica de las clases económica, política y socialmente do­
minantes; de la identidad masculina sobre la femenina y de la dominación
por género y raza; de la explotación de países y zonas geográficas; de los
estudios de salud que controlan los efectos del ejercicio en el aparato re­
productor masculino y femenino, y que justifican científicamente la supe­
rioridad del primero sobre el segundo.
La mayor intervención del Estado en el deporte ha contribuido a la
deportivización de la sociedad, a presentar las prácticas deportivas como
independientes de los poderes públicos y a mantener el espíritu amateur
sobre el profesional.
Parte de esta deportivización es la competencia comercial, tecnológi­
ca, científica e industrial que el capital garantiza a los deportistas y al
público, en general, con la creación de la necesidad del consumo de servi­
cios, objetos y espectáculos deportivos.
Toda esta estructura y organización social, económica, política y cul­
tural moderna del deporte conforma el proceso de la deportivización de
género, proceso mediante el cual, hombres y mujeres pertenecientes a di­
ferentes sociedades y culturas, clases sociales, grupos de edad, etnias,
escolaridades, religiones, sexualidades y territorios introyectan y convier­
ten en forma de vida las prácticas recreativas que adoptaron. Este proceso

Fernando Huerta Rojas, E l ju eg o del hombre. D eporte y m asculinidad entre hombres,


México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Plaza y V'aldés, 1999.
La nFPriRTmACiöN dfi cuerpo 223

les asignó características deportivas, cuya identidad competitiva sustenta


la oposición binaria de la superioridad de lo masculino sobre lo femenino,
de la virilidad en oposición al afeminamiento.
El proceso de la defortivización de género convierte en “natural" toda
actividad deportiva para preservar, estimular y cohesionar las relaciones
sociales inter e intragenéricas, asignando días, tiempos y espacios para su
realización. Al deporte también se le considera una forma pacífica y cor­
dial para solucionar los conflictos sociales, raciales, étnicos, sexuales, los
cuales tienen una base en la inequidad y desigualdad políticas.
Este proceso implica que los hombres tengan en el deporte, una de las
justificaciones ideológicas de la supuesta superioridad biológica del sexo
fuerte sobre el débil; que conviertan esta práctica cultural en forma de
vida, incorporando de manera subordinada a las mujeres, la descendencia,
las familias, las amistades, el trabajo y todas las actividades relacionadas
con este sistema institucionalizado de competencia. Se trata de que las con­
versaciones giren en torno al desempeño y características de los jugadores,
equipos, partidos, torneos, estadísticas (información contenida en los
medios de comunicación impresos y electrónicos) y de que su vestimenta
deportiva los identifique como grandes jugadores.
El proceso de deportivización de género es el de modernización de los
sujetos en la globalización del deporte; comprende nuevas interacciones y
socializaciones en las que están presentes el sincretismo de género, me­
diante el cual, mujeres y hombres adquieren conocimientos, saberes y se­
cretos del juego que combinan lo local y lo global del deporte. Las múlti­
ples formas de aculturación han dado como resultado órdenes de género
sincréticos de hegemonía patriarcal, por lo que las diferencias, semejanzas
y especificidades mezcladas en las relaciones sociales, económicas y cos­
tumbres, experimentan ritmos y enormes transformaciones de género.

La aldea global abarca la relación entre el orden, el ámbito institucional y los


ámbitos regionales y locales. En ella el mundo está conectado por el mercado
y por las comunicaciones a tal punto que forma una unidad compleja y diver­
sa. Cada quien comparte sustratos culturales con el resto y conoce más a
través del imaginario producido más por las sociedades poderosas que por su
propia experiencia. Comparte también los esfuerzos sociales, culturales y po­
líticos por superar los designios hegemónicos.'“'

Todo lo referente a la caracterización de los hombres en aldea global, el proceso de enaje­


nación de sus identidades masculinas, sus formas de expresión y simbolización de poderío,
como representantes del paradigma del mundo, lo retomo de Marcela Lagarde, Género
y fem inism o. Desarrollo humano y democracia, Madrid, Horas y Horas, 1996, p. 51.
224 D cbATES SORRF MASfULINinADFS

Dice Lagarde que la vida de los hombres se encamina a aprovechar los


recursos que le ayudan a dirigir sus vidas, identificando con él la construc­
ción del mundo, sus acciones, hechos, subjetividad, capacidad de generar
y apropiarse de la ganancia, gratificación, el éxito personal y social. Ello
implica que la conformación del ser de los hombres sea la de actuar, accio­
nar, hacer y transformar el mundo, lo que conlleva su poderío genérico y
legitimidad histórica como poseedores de bienes y seres.
La condición masculina se sustenta en el dominio, lo cual constituye
la masculinidad: genera opresión sobre otras personas, grupos y otras cate­
gorías sociales y culturales, marca sus relaciones, íntimas y públicas, ten­
dencia que se complementa con el daño, la expropiación y sufrimiento de
las mujeres y los hombres implicados.

La condición masculina también es enajenante por la pérdida de límites que


produce entre cada hombre, su Yo, su identidad y su mundo. Los hombres
concretos confunden sus atributos simbólicos con sus posibilidades reales y
se confunden con las necesidades y las exigencias del mundo, y lo hacen
obsesionados por la realidad y alucinación de ser dueños materiales del mun­
do. Los hombres concretos se proyectan y continúan y en su ilimitación, son
el Estado, nación, la clase, el pueblo, la sociedad, las instituciones, la histo­
ria, el ser {idem, p. 62).

El proceso enajenante de la defortivización de género está lleno de


concepciones, creencias y prácticas misóginas, sexistas y violentas que se
expresan de manera diversa, en tiempos y espacios de toda la vida social.
Con base en estos ejes, los hombres miserables construyen y resuelven
sus situaciones vitales, conforman el mundo, tienen acceso a la riqueza y
al poder de dominio a partir de prácticas opresoras que subordinan, explo­
tan y dañan a las mujeres, los niños, las niñas y a los hombres de las esca­
las inferiores de la jerarquía masculina. Establecen con éstas y éstos diver­
sos tipos de relaciones, gobiernan y legislan desde la desigualdad, inequidad
e injusticia, en y para las instituciones sociales, se atribuyen como propias
las expresiones simbólicas de la humanidad y de los géneros al imponer su
imagen como la única verdad objetiva que representa y nombra a todo lo
existente en el mundo.
Esta forma de ser hombre, determinada por la organización social
genérica dominante, norma y regula las relaciones afectivas, eróticas,
familiares, ecológicas, de creación artística, tecnológica, intelectual, Iò­
dica, festiva; endurece y estrecha la vida cotidiana, la subjetividad y las
identidades; niega la semejanza, la diferencia y la especificidad genéricas de
las culturas humanas; homogeneiza los significados y simbolización de los
cuerpos y espacios, destacando lo masculino sobre lo femenino; obstruye
La df.portmzaoón dq cuerpo 225

y condiciona la participación política en la búsqueda de la democratiza­


ción social y genérica de las instituciones sociales, empobrece los niveles
de vida y degrada la autoestima de las personas.
En la globalización, el neoliberalismo ha incrementado la pobreza del
mundo, la sofisticación tecnológica del colonialismo, la intolerancia cul­
tural, étnica, religiosa, lingüística y sexual; ha propiciado la destrucción, la
sustitución y la modificación de unas formas de vida por otras; y ha contri­
buido a la devastación, explotación y apropiación de los recursos natura­
les, materiales y simbólicos. Todos estos son factores que han propiciado
la deportivización genérica, en la que los hombres deportistas rivalizan
entre sí, en condiciones contradictorias de calidad de vida, marcadas por
la desigualdad social, intelectual, material, física y emocional.

La d e p o r t iv iz a c ió n d e l c u e r p o o d e c ó m o l o s s e n t id o s

C O M P IT E N Y S E E S P E C IA L IZ A N E N L A T R A N S M IS IÓ N T E L E M Á T IC A

D E L A IN F O R M A C IÓ N

A través del deporte, hombres y mujeres representan sus cuerpos con esti­
los propios y compartidos del saber jugar; con ellos modelan y maquillan
las tallas, formas y tamaños de sus cuerpos, los preparan para los comba­
tes, donde los sentidos se especializan y jerarquizan en la competencia.
En el deporte, los cuerpos femeninos y masculinos son representados
como formas de conocimiento de las cosas, como un eco del grupo social
al que pertenecen, como una reconstrucción mental de lo real, como una
manifestación del estatus, como un todo estilizado de integración social de
los grupos e individuos.'’
El desarrollo, expansión y consolidación del deporte capitalista mo­
derno deben entenderse como;'*

a) una práctica que expresa las contradicciones de clase;


b) la creación de instituciones universales deportivas ligadas al capital;
c) la transformación del cuerpo en instrumento del complejo sistema
de las fuerzas productivas;
d) la consolidación del profesionalismo sobre el amateurismo;

Andrea Rodó, “El cuerpo ausente”, D ebate F em inista, año 5, vol. 10, septiembre de
1994, pp. 81-94.
Retomo lo planteado por Jean-Marie Brohm, “20 tesis sobre el deporte", en M ateriales
de sociología de¡ (¡eporle, Madrid, La Piqueta, 1994.
226 D fbates SOBRF MASCUü NIDADES

e) la creación del deportista de alto rendimiento como generador de


plusvalía;
f) la creación de la industria del espectáculo productora de bienes,
servicios y objetos deportivos, (pp. 547-549)

Con base en esto, se señala que el deporte cumple funciones ideológi­


cas que justifican:

a) la legitimación del orden establecido, presentando las contradic­


ciones de clases como la metáfora inofensiva delfairplay (el juego
limpio, ausente de toda manifestación lúdica);
h) la competitividad económica, que adquiere un sentido lúdico;
c) las jerarquías y desigualdades sociales a través de la cohesión que
da el deporte;
d) la preparación de la fuerza de trabajo para el trabajo industrial
capitalista;
e) la represión sexual, la deserotización y desexualización del aparato
sensorial y muscular al negar el placer;
f) la institucionalización de las diferencias entre géneros, a los que
se distingue según los deportes masculinos y femeninos (Brohm,
p p. 5 2 -5 5 ).

Por lo anterior, considero que la deiportivización genérica de los cuerpos


es el conjunto de actividades físicas, intelectuales y culturales derivadas
directamente del deporte y contenidas en cada una de sus acciones, me­
diante las cuales se adquieren los conocimientos para interpretar y pensar
el deporte como una actividad de competencia, rendimiento, éxito, triun­
fo, resistencia y disciplina en las que se jerarquizan y especializan cada
parte del cuerpo, así como sus sentidos.
La deportivización genérica de los cuerpos comprende la identidad y la
subjetividad genérica de las personas, en tanto conjuntos'^ de dimensiones
dinámicas y dialécticas, de significaciones y referencias simbólicas con­
tenidas en la experiencia de vida del cuerpo; comprende las identidades
sociales'® que se constituyen como un conjunto de demarcaciones, reales y
simbólicas, basadas en la semejanza, la diferencia y la especificidad; en la

Marcela Lagarde, Identidad genérica y fem inism o, Costa Rica, Instituto de Estudios de
la Mujer, 1997.
** Martha Patricia Castañeda Salgado, "Modernización e identidad femenina. El caso de
San Francisco Tepeyanco, Tlaxcala”, México, Universidad Iberoamericana Santa Fe,
tesis de maestría en Antropología, 2001.
La dcportivizagón del cuerpo in

relación de los individuos y la sociedad, relación mediada por el Estado y


sus instituciones, en la configuración cultural de las mentalidades.
Los hombres, al danzar'*^ en el deporte y festejarse, contraponen los
mundos de lo permitido y lo prohibido para sus cuerpos, utilizan tres miem­
bros para herir los corazones; las manos, la lengua y los ojos; y tres armas
para matar a otros hombres en los campos de batalla, que en su equivalen­
cia con los miembros del cuerpo corresponden a la lanza, el cuchillo y la
ballesta. En estos mundos aparecen como antagónicos, separados, polari­
zados y jerarquizados los sentidos; los ojos, que permiten el ver, se convier­
ten en el sentido por excelencia mundano, de apropiación del horizonte
visual; el oído, en el sentido devoto de escucha de los saberes del mundo.
El gusto, el olfato y el tacto son considerados como inferiores, porque son
los sentidos de la proximidad, en contraste con los otros que son los de la
distancia.
Proximidad y distancia, son formas genéricas como los hombres habi­
tan deportivamente sus cuerpos en el tiempo y el espacio, transitan de lo
visual a lo auditivo, de lo exterior a la imaginación, a la condensación de
la pantalla del juego, empobreciendo sus cuerpos, porque para “éstos, el
mundo está a mi alrededor, no delante de mí” (Andreella, p. 67). La espe-
cialización deportiva del cuerpo impone una jerarquía a los sentidos, los
coloca en un estado de sensibilidad confrontada.
La de-portivización genérica de los cuerpos es el campo de las represen­
taciones sociales^“ en el que se define el conjunto de actitudes, opiniones,
imágenes, lenguajes y vestimentas que los sujetos sociales introducen en
sus cuerpos, en tanto realidad social y subjetiva. En este sentido, el cuerpo
de los hombres es el objeto privado y público en el que escriben y repre­
sentan los textos de regulación social, del control de las instituciones, de
las concepciones, tradiciones costumbres y hábitos relacionados con la
higiene, la sexualidad y la alimentación; es el instrumento simbólico de
la configuración binaria del cuerpo masculino, entre lo puro y lo impuro,
entre lo sagrado y lo profano del proceso de deportivización; es el objeto
privado que a través del/air play logra la asepsia como individuo-cuerpo de
lo universal.
La deportivización genérica de los cuerpos está contenida y sustenta­
da por las redes de la organización del parentesco, mediante las cuales
se transmiten los conocimientos, secretos y saberes relativos a la repre-

Fabrizio Andreella, “Movimientos peligrosos. Danza y cuerpo al principio de la moderni­


dad’’, Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, núm. 9, 1997, pp. 59-90.
Andrea Rodé, " lil cuerpo ausente’’.
228 DtBAItS SOBKL MASCUUNIDAÜFS

sentación, habitación y configuración de los cuerpos de generación a


generación.
De esta manera, el cuerpo masculino se convierte en el espacio de las
significaciones sociales, el escenario de las representaciones rituales y sim­
bólicas, el centro de asignaciones de funciones y atributos sociales de la
geografía corporal, la entidad reguladora de comportamientos, actos y mo­
vimientos políticamente permitidos y prohibidos, la síntesis histórica de
las expresiones genérico-sexuales de cada sociedad y su cultura.
Por ello, “en esos cuerpos sexuados se construyen habilidades físicas y
subjetivas, destrezas, maneras de hacer las cosas, deseos, deberes, prohi­
biciones, maneras de pensar, de sentir y de diversas maneras de ser a posi­
ciones políticas. Por eso, el cuerpo es el más preciado objeto de poder en
el orden de los géneros. Las instituciones controlan y reproducen los cuer­
pos a través de procesos pedagógicos en los que se enseña, se aprende, se
internaliza, se rehúsa y se cumple o no se cumple con los deberes corpora­
les genéricos” (pp. 399-400).^'
El orden genérico se completa en el otro género con la creación del
cuerpo masculino, cuyo contenido subjetivo es de un ser no anclado ni
limitado a una sola mujer. Como hombre genérico sintetiza un conjunto
de atributos que lo sitúan como el paradigma de lo humano y representa­
ción universal simbólica de las mujeres y los hombres, lo cual lo legitima
para crear, pensar, significar y destruir el mundo. “De esta manera se con­
figura uno de los mayores poderes políticos patriarcales: la sohrerre'presen-
tación'?^
Este proceso es la forma como el poder del Estado se extiende de la
misma manera como se da la dispersión de los cuerpos; el Estado se con­
vierte en el nuevo cuerpo de la sociedad civil, lo tatúa, lo enmascara, le
pone o le cambia cara, según los interlocutores y las circunstancias; es el
cuerpo garante de las certezas deportivas que le faltan al sujeto.^’
El deporte, en tanto institución social y práctica cultural, encarna la
modernidad de los cuerpos de los hombres, los globaliza en la acción de
la práctica deportiva de la danza, en la especialización y jerarquización
de los sentidos, en la institucionalización y validación de la violencia
masculina, contenida en los estatutos y reglamentos deportivos de las ins­
tituciones internacionales, nacionales y locales.

Lagarde, “La regulación social del género...” .


22 Lagarde, Género y fem in ism o ..., p. 73.
Michel de Certeau, “Historia de cuerpos” , Historia y Grafía, México, Universidad Ibero­
americana, núm. 9, 1997, pp, 11-18.
La DFPDRTmación o ri riirRPO 229

Parte de este proceso es la configuración y el modelo del cuerpo, que


a través de sus representaciones en la tecnología telemática adquiere di­
mensiones transnacionales, transfronterizas, que circulan y forman parte
de la de-portivización de los cuerpos, que se introyecta de manera cons­
ciente e inconsciente por parte de los deportistas, quienes tienden a imi­
tar esas formas de los cuerpos, esas formas de jugar, a incorporar algunas
o todas las técnicas y estilos de juego de los grandes jugadores del mundo,
por lo que la globalización de la deportivización de los cuerpos también es tele­
mática, está contenida en la red de lo instantáneo de la acción deportiva
de los hombres, y la configuración de la identidad de sus cuerpos y sexua­
lidades, reales e imaginarias.
Los hombres deportistas pueden apreciar, admirar la sexualidad de
sus cuerpos y la de sus pares en las imágenes de la televisión, de Internet,
en los videos, los periódicos y las revistas, como formas repetitivas de in­
formación que saturan y especializan los sentidos; cuerpos capturados
en el momento justo de la proeza, que son proyectados por estos medios en
cámara lenta, que dan cuenta de un cuerpo modelado mediante el fisico-
culturismo, de sus partes y sus sentidos, mediante el gesto, el ademán, el
rictus de una sexualidad potenciada en el detalle de su simbolización.

L o s P A N T S SÍ HACEN AL DEPORTISTA
O D e Có m o e l f i s i c o c u l t u r i s m o d is c ip l in a

LOS CUERPOS DESDE EL PODER

La globalización y deportivización de la sociedad han implicado, entre


otras, cosas el control diferenciado y desigual de los cuerpos femenino y
masculino, la incorporación de tecnologías en busca de modelos de efíme­
ra perfectibilidad. Para el cuerpo de las mujeres, la sociedad ha asignado
ejercicios, movimientos, rutinas, uniformes, tiempos y espacios, los cuales
han sido definidos y caracterizados según los deportes considerados como
femeninos. Estos, a su vez, modelan la figura, desarrollan las partes social­
mente permitidas y sexualmente deseadas para obtener la forma ideal. Para
el cuerpo de los hombres, los ejercicios, movimientos, rutinas, unifor­
mes, tiempos y espacios han sido concebidos para lograr la máxima figura,
sea esbelta o no, y para exhibir todas sus partes en una amplia gama de
deportes.
Una de las prácticas que han contribuido a ello es lo que en deporte se
denomina/isícocMÍíMnstwo, la construcción cultural y muscular del cuer­
po, en el que hombres y mujeres, de diferentes condiciones socioeconó­
micas, rinden culto a sus cuerpos mediante ejercicios y entrenamientos
230 D ebates sobre m a s c u e in id a d e s

que realizan en sus casas, los gimnasios, las calles y los parques; mante­
niendo una serie de dietas, flexibles o rigurosas, que permiten la construc­
ción, real y simbólica, de un cuerpo resistente.
El diseño, el modelaje y la escultura de los cuerpos femenino y mas­
culino se apoyan en el deporte y la disciplina para reforzar las diferencias
sociales, clasistas, genéricas, etarias, étnicas, sexuales, escolares que ubi­
can a las mujeres y los hombres en la riqueza y la pobreza, según las
condiciones y situaciones económicas particulares y colectivas de cada
quien. Esta preparación del cuerpo es parte del proceso de producción
deportiva, en la que las acciones y actividades de las mujeres y los hom­
bres funcionan en la lógica económica de la producción, y en donde el
trabajo es una de las principales razones de ser de la mayoría de las per­
sonas, las sociedades y las culturas. La organización capitalista de pro­
ducción basa su concepción del trabajo en el rendimiento, el esfuerzo, la
resistencia y el éxito.
Bajo estos principios, mujeres y hombres preparan sus cuerpos para
vivir las intensas jornadas laborales, resistir la adversidad de las presiones
y condiciones de trabajo, el agobio de la incertidumbre social, de la pro­
longada austeridad económica que se traduce en pobreza social y cultural;
así como el acoso y destrucción de la violencia de género cotidiana. A esto
lo he denominado el proceso de fisicoculturismo genérico de los cuerpos, el
cual se caracteriza por la forma como mujeres y hombres son instruidos,
adiestrados, capacitados, preparados y disciplinados para vivir desde el
rendimiento, el esfuerzo, la resistencia y el éxito la deportivización de la
sociedad.
El proceso de fisicoculturismo genérico de los cuerpos es la demostra­
ción de las desigualdades genéricas: cómo hombres y mujeres experimentan
la configuración y simbolización muscular de sus cuerpos. El fisicocultu­
rismo es vivido por hombres y mujeres de forma consciente e inconsciente,
aceptada y rechazada, es parte de su imaginario social; es el mantenimiento
del cuerpo en las mejores condiciones para que resista el paso de los años
y se conserve en la eterna juventud; confirma la construcción genérica de
la masculinidad hegemónica, en la que se resaltan los atributos de poder,
fortaleza, virilidad, sexualidad, valentía, inteligencia, habilidad, capacidad,
vigor y potencia que caracterizan al hombre verdadero.
El fisicocultuismo genérico de los cuerpos es la práctica social que ase­
gura el control del desbordamiento de las emociones; la exhibición y ocul-
tamiento de sus miembros, la especialización y jerarquización de sus par­
tes. Es la codificación muscular que vigila y castiga al cuerpo, el cual “está
íntimamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder ope­
ran sobre él lo hacen una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman,
La dfportivización del cejerpo 231

lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas cere­


monias, exigen de él unos signos. Este cerco político del cuerpo va unido,
de acuerdo con unas relaciones complejas y recíprocas, a la utilización
económica del cuerpo, en buena parte, está imbuido de relaciones de po­
der y de dominio como fuerza de producción” (Foucault, p. 32).^“*
Este campo político de relaciones de poder y dominio se expresa en
las dietas estrictas, las rutinas intensas y especializadas de ejercicios a los
que se someten algunas mujeres y algunos hombres para lograr mante­
ner o medianamente acercarse a las tallas sociales ideales; en el consumo
de sustancias químicas para la conservación de la salud y firmeza del cuerpo;
en el uso de cremas para redondear y fijar la piel. Es decir, en la diversidad
constructiva del cuerpo disciplinado, e\ fisicoculturismo configura cuerpos
cóncavos y convexos, siendo el de los hombres la representación genérica
del modelo dominante y de la certeza de vivir en el cuerpo correcto. La
ritualización deportiva del cuerpo es la representación recreativa del poder
masculino, la celebración de la diferencia en su forma de dominación, la
significación del cuerpo exitoso, el tejido simbólico de la cultura de la resis­
tencia del músculo.
El proceso del fisicoculturismo de género de los cuerpos, en el marco de
la globalización, comprende la transnacionalización y la transfronteriza-
ción de modelos corporales del nuevo orden mundial, la desterritorialización
Y reterritorialización del marketing del cuerpo, la modernización eficiente
de la productividad neoliberal de la resistencia del fisicoculturismo.
La dimensión simbólica de la sexualidad de los hombres, tiene en la
deportivización genérica y el fisicocuturalismo de los cuerpos, la creación
del desarrollo globalizador de los rituales masculinos hegemónicos del
modelo neoliberal del hombre: el éxito y la administración financiera
del mundo son pruebas y constancias permanentes de mantenerse en
la jerarquía masculina, de la potencia de la sexualidad, del triunfo que
ubica a los hombres sobrerrepresentados en la cultura y la sociedad, que han
marcado el desarrollo humano en todos sus ámbitos.

H a c ia e l f in a l d e l a p r im e r a e t a p a d e l a c o m p e t e n c ia

El proceso de deportivización de la sociedad, de género y de los cuerpos sinte­


tiza la historia del juego y del saber jugar de mujeres y hombres, de los
grupos, las sociedades y las culturas; es el sincretismo moderno de las acti-

Michel Foucault, V 'iffilu r y c a s tig a r, México, Siglo XXI, 1984.


232 D ebates sobre m a s c u lin id a d c s

vidades recreativas convertidas en deportes; es la institucionalización del


deporte como práctica reguladora del orden genérico, de las emociones, la
sexualidad, la higiene y la salud corporal.
Este proceso coloca, en la esfera de la globalización, al cuerpo mascu­
lino como el objeto e instrumento de modernización y actualización de las
identidades genéricas, valores, normas, creencias e instituciones ligadas a
la estructura, organización y funcionamiento del deporte. La deportiviza-
ción de la sociedad, de género y de los cuerpos tiene en el cuerpo de los
hombres a los únicos productores de plusvalía, en tanto actores principa­
les del proceso de producción deportiva; es el cuerpo que trasciende y
transita, de manera real, virtual y simbólica, por los mercados financieros
del mundo; en tanto sujeto de consumo.
El Estado tiene en el deporte una de las instituciones políticas de
ejercicio del poder sobre los cuerpos de la sociedad civil. De este modo,
el Estado se ha convertido en el cuerpo de la sociedad y le ha dado con­
tenido deportivo a todas sus instituciones políticas, así como a la sociedad
en general, a través de programas, proyectos, torneos y una serie de activi­
dades que forman parte de la voluntad popular nacional, de las mentalida­
des de las personas, los grupos, las sociedades y las culturas. La deportivi-
zación de la sociedad, de género y de los cuerpos, es el Hoque histórico^'’
moderno de las actividades recreativas en forma de deportes.
El proceso de deportivización social y genérico, como consenso y he­
gemonía de Estado, forma parte de las concepciones, las mentalidades, las
creencias, el imaginario, las sexualidades, los géneros, las identidades y
las subjetividades de hombres y mujeres de todas las edades, culturas,
clases sociales, etnias y religiones. Así también, es parte de la conformación
de las relaciones de género, de la configuración de las identidades genéri­
cas masculinas, en el que el deporte de Estado ha querido darle un conte­
nido lúdico institucional. Surge de la organización social genérica, de la
práctica de los hombres simbolizando la representación, de las particulari­
dades y las características de la masculinidad hegemónica, en la doble di­
mensión de su cuerpo: de lo público y lo privado, de lo objetivo y subjetivo.^^
El proceso de deportivización de la sociedad, de género y del cuerpo sinte­
tiza la virilidad deportiva de la dominación masculina, es un componente
de las estructuras de prestigio masculino. La deportivización del cuerpo
masculino, es la sobrerrepresentación del hombre, considerado como el
sujeto único y capaz de la creación de la escena deportiva.

25 Brohm, “20 tesis sobre el deporte”.


2* Rodó, “El cuerpo ausente".
La D FP om vA C iñN dll curRPO 233

Las corporaciones económicas neoliberales restauran los dividendos


patriarcales sin que los hombres tengan que realizar una gran moviliza­
ción.^^ El proceso de de-portivización contiene en sus instituciones los divi­
dendos que la globalización garantiza para que los hombres, en las mejo­
res condiciones sociales, realicen uno de sus mejores movimientos: la
simbolización del cuerpo ejecutivo y competitivo del éxito, de una sexuali­
dad potenciada y una configuración de identidad y de una subjetividad
transnacional.
Las contradicciones de la globalización reflejan la tendencia a la ho-
mogeneización deportiva y la diversidad local de prácticas deportivas. El
saber jugar, como práctica cultural, circula con la globalidad, se adapta,
cambia y se transforma, está en un permanente proceso de actualización.
Existe una tendencia a la representación especializada y precisa de los
cuerpos deportivos que adoptan miles de hombres, quienes, en su afán
por lograr ese ideal, encarnan las masculinidades transnacionales^^ de los
negocios, de la administración de la empresa deportiva que integran como
forma de vida e identidad genérica. De esta manera, es posible observar a
hombres de clases altas, medias y bajas compitiendo para que su condi­
ción social y la sexualidad de sus cuerpos figure en los récords de la depor-
tivización globalizada de la sociedad.
Estudiar e investigar el proceso de construcción social genérico de los
hombres, en condiciones y situaciones socioculturales específicas, requiere
de un pensamiento globalizador, complejo, dialogístico, que construya teo­
rías y descubra las distintas formas de vida, relaciones, concepciones, creen­
cias y prácticas de los hombres. Considero que las actividades recreativas
y lúdicas son una posibilidad de conocer y comprender lo que hacemos,
pensamos, hablamos, simbolizamos en las diferentes dimensiones de la
sociedad, en nuestras individuales y colectivas realidades sociales. Es el
juego un ordenador genérico, una de las prácticas socioculturales y una de
las instituciones políticas desde las cuales he decidido incursionar, a partir
de la antropología de género feminista, como una propuesta metodológica
que contribuya a la creación de relaciones sociales entre hombres y muje­
res, y entre nosotros mismos, basadas en la equidad, la igualdad, la demo­
cracia y libertad.

Véase Robert Connell, D e s a r r o llo , g lo h a l iz a d ó n y m a s c u lin id a d e s , 2002.


Categoría elaborada y rielinida por Connell, ih id .
Po l ít ic a s p ú b l ic a s y m a s c u l i n i d a d
¿EN QUE CONSISTE LA M ASC ULIN ID AD ?:
DE LO PRIVADO A LO PÚBLICO, DE LO PERSONAL
A LO RELACIONAL, DE LO PSÍQUICO A LO SOCIAL

Marta Jesús Izquierdo

Quienes nos movemos en el terreno de la reflexión crítica sobre el sexismo,


tendemos a tomar a las mujeres y a los hombres, en sí mismos, como punto
de partida de nuestras reflexiones. Nuestra tarea suele centrarse en criti­
car las posiciones sociales que ocupan los unos respecto de las otras, o las
relaciones que se establecen entre ambos.
Lo que desearía someter a consideración es que pretender que la
“mujer” o el “hombre” existen antes y al margen de las relaciones socia­
les, tiene implicaciones. Respecto de la perspectiva histórica, puede lle­
var a que se pretenda que ella o él son siempre iguales —“hombres” y
“mujeres”—, mientras que lo único cambiante son las circunstancias que les
rodean. Es fácil acabar olvidando que éstas hacen de las mujeres y de
los hombres lo que son. No vivimos en una sociedad sexista, como po­
dríamos vivir en cualquier otro tipo de sociedad, sino que somos el primer
y principal producto del sexismo, somos sexismo corporeizado. Por ello,
combatir el sexismo es trabajar en la destrucción de las categorías hom­
bre o mujer, al conseguir que sean insignificantes desde el punto de vista
social.
Sólo hay que recurrir a la historia de los movimientos de mujeres, y a
los debates teóricos que los mismos han originado para ver que no pode­
mos tomar ambas entidades, especialmente la “mujer” como estables, pues
han estado sometidas a constante definición y con ello ha cambiado la
orientación de las luchas.
En las siguientes páginas haré un recorrido que se inicia revisando
las implicaciones de concebir a las mujeres y a los hombres como entida­
des previas al sexismo y no como sus productos. Tal orientación se pone de
manifiesto, y tiene consecuencias, cuando abordamos el sexismo en tér­
minos de justicia. A continuación señalaré el peso de las condiciones es­
tructurales, lo que advierte de la necesidad de considerar la acción no sólo
en términos de políticas sociales, sino de acción política. Dado que la
acción política requiere sujetos e intenciones, propondré una construc-

|2$7|
238 D cbatcs sobre M Asrui inidahes

ción conceptual del género como herramienta de una estrategia política


en la lucha contra el sexismo. A continuación revisaré lo que considero
aspectos fundamentales de las subjetividades de género, y su precaria de­
finición. Finalmente, abriré unas consideraciones sobre el fundamento de
la solidaridad social, o si se prefiere, de la cohesión social, señalando las
características de una solidaridad de base económica fundamentada en la
división sexual del trabajo y sugiriendo una solidaridad cuyo fundamento
sea de carácter ético, donde el compromiso sea acudir al encuentro con el
otro y asumir que el cambio en ese encuentro no es sólo de las estructuras
sociales sino de la misma subjetividad.

D e l a d e s ig u a l d a d a l a j u s t ic ia : d e f in ic ió n

D E L PR O BLEM A C O M O U N A C UE STIÓ N DE D IS TR IB U C IÓ N

Un primer eje de las luchas de las mujeres ha sido, y continúa siendo, la


exigencia de igualdad entre las mujeres y los hombres, poniendo el
acento en la necesidad de definir reglas de justicia que contemplen a la
mujer como sujeto con derechos. Cuando se adopta esta posición, no
se toma en cuenta que la mujer y el hombre son, ellos mismos, el pro­
ducto de las relaciones sociales. Desde esta perspectiva, el objeto en
discusión es el reparto de los bienes (sean materiales o inmateriales) y lo
que se debate son las reglas del reparto. El riesgo de definir la situación de
las mujeres respecto de los hombres, y de estos últimos respecto de las
primeras en términos comparativos,' como una cuestión de justicia,
como un problema de reparto de bienes y servicios o compromiso con la
satisfacción de necesidades, es que deje intacta la organización y el
funcionamiento de la sociedad; o que, como mucho, nos limitemos a
introducir cambios que no afecten a sus características estructurales, a su
fundamento mismo.
El rango de posibilidades se mueve entre dos concepciones de la jus­
ticia. En un extremo el derecho a la igualdad, entendido como la elimina­
ción de obstáculos legales; en el otro, las acciones afirmativas, cuyo com­
promiso no es la garantía de que las mujeres sean tratadas igual que los
hombres, sino la compensación de las desigualdades a las que han estado
sometidas. Esta segunda concepción de la justicia no tiene como objetivo

1La propuesta que se desarrolla en estas páginas no es tomarlos en términos com parati­
vos, sino relaciónales, lo que implica que las meras normas de justicia distributiva no
resuelven el problema, sino que se requiere forzar cambios de carácter estructural.
¿En q ué consistf i a m a s c u iin id a d ? 239

que las mujeres y los hombres sean tratados igual en cuanto a las oportu­
nidades, sino que la igualdad se manifieste en los resultados. La justicia
tiene un papel corrector de las desigualdades que se producen en la esfera
privada, sea la familiar o la mercantil. El debate sobre qué es lo que se
concibe como “buena vida” se desplaza al ámbito privado, cada persona
decide a qué quiere dedicar su vida, como cada empresario decide a qué
quiere dedicar sus activos.
Ahora bien, ninguna de las dos concepciones anteriores de la justicia
pone en cuestión las entidades “mujer” y “hombre”, sino el tratamiento
que ambos reciben. En la práctica, la desigualdad puede quedar definida
en términos de pobreza relativa.
Por el contrario, cuando tomamos a las mujeres y a los hombres, no
como entidades a priori sino como productos del sexismo, la lucha contra
éste no es meramente una cuestión de justicia distributiva, en cualquiera
de las dos versiones que acabo de mencionar. Se orienta a la transforma­
ción del sistema de relaciones que hace de la mujer y del hombre catego­
rías significativas, que construye a ambos y hace de ellos lo que son. Des­
de esta perspectiva, la condición de existencia de la categoría mujer es la
existencia de la categoría hombre. Por tanto, resulta una imposibilidad
lógica que los derechos y condiciones materiales de que disfrutan los hom­
bres sean a su vez disfrutados por las mujeres, porque la posición de los
hombres es dependiente de la posición de las mujeres, y viceversa. Lo que
hace posible que los hombres disfruten ciertos derechos es que las muje­
res accedan a ellos.
En el caso europeo, lo que permite a los hombres tener acceso a em­
pleos e ingresos como los que disfrutan, se debe a que el hombre aporta al
ejercicio de su profesión la disponibilidad de una infraestructura logística
que le descarga de las tareas de atención y cuidado de la propia persona, y
de atención y cuidado de las personas dependientes, sean niños, viejos o
enfermos. Junto a esas dotaciones logísticas, que redundan positivamente
en su desarrollo profesional, se añade el tipo de disposición ante el trabajo
remunerado que realiza aquella persona, cabeza de familia, cuya función
es financiar las necesidades de las personas que forman parte de su fami­
lia, a las cuales considera su patrimonio. En el caso del varón adulto, pa­
triarca, su familia, su patrimonio, es a) fuente de recursos que le sitúan
ventajosamente para obtener un empleo remunerado, o para participar en
la vida política, científica y cultural; en tanto que representante del con­
junto en la esfera pública; h) móvil para sus acciones, ya que el poder
patriarcal incorpora no sólo derechos sobre el patrimonio, sino también
deberes: ha de financiar las necesidades del resto de miembros de la fami­
lia, totalmente o, cuando menos, en su mayor parte.
240 D cBATCS SOBRr MASCUllNinADES

Hay que tener presente que para el caso español, los salarios de las
mujeres que tienen un empleo remunerado son 30 por ciento inferiores a
los de los hombres, y únicamente 33 por ciento de las mujeres mayores de
16 años tiene un empleo remunerado. En cuanto a los jóvenes —hombres
y mujeres—, sólo 20 por ciento de los que se encuentran entre los 16 y los
19 años, y 37 por ciento de los jóvenes entre 16 y 24 años, tiene un empleo
remunerado.^

Población ocupada por sexo y posición en la familia


Cataluña 1998 (en miles y porcentajes por columna)

M ujeres H om bres Total

Posición fa m ilia r N % col N % col N % col

Persona principal 139 15.5 957.4 67 1 096.4 47.1

Cónyuge 482.9 53.7 57.6 4 540.5 23,2

Otros (hijos) 276.8 30.8 413.7 29 690.5 29.7

Total 898.7 100 1 428.7 100 2 327.4 100

Fuente; elaboración propia, con datos tomados de la página web del Instituí d’Esta-
dística de Catalunya.

Según un informe del Banco Mundial’ que estudia el impacto que


tiene en México la posición en la familia sobre las decisiones laborales, los
patrones laborales de las mujeres y hombres son parecidos cuando ocupan
una posición similar. Por lo tanto, el problema de la desigualdad social de
las mujeres, no es pura discriminación de las unas respecto de los otros,
sino que tiene un importante componente estructural social. Un aspecto
fundamental de la división social del trabajo es la división sexual, la cual
genera limitaciones tanto en el hombre como en la mujer, sólo que de
distinta índole en cada caso.

2 Según datos de la Encuesta de la Población Activa para el tercer trimestre de 2001.


Wendy V. Cunningham, H ow Household Role Affects Labor Choices in Mexico, Policy
Research Working Paper 274.Í. The World Bank, Latin America and the Caribbean Re­
gion, Gender Sector Unit H, diciembre de 2001.
¿En q u í consiste l a m a s c u l in id a d ? 241

Población ocupada por sexo y posición en la familia


(en zonas urbanas)
México 1987-1993 (porcentajes por columna)

M u je r e s H o m b re s

M a d re s S o lte ra s
S it u a c ió n la b o r a l T o ta l Esposas s o lte ra s s in h ijo s T o ta l M a r id o s S o lte ro s

Desempleados/as 2.9 2.9 2.9 2.9 1.7 1 .6 2.5


No pagados 9.2 13 0.6 0.7 0.3 0.2 0.5
Informal 35.7 31.5 48.6 29.4 37 36.5 40.6
Contracto/pieza 4.8 4.9 4.4 3.5 7,5 7.5 6
Salario formal 46.9 47.1 42,7 62.8 51.6 51.7 48.7
Propietario empresa 0.5 0.5 0.6 0.5 2 2.1 1.4

Total 26 386 18 766 7 066 1 383 74 627 72 496 3 497

Nótese la diferencia numérica entre las mujeres y los hombres, particularmente en el caso de
las esposas y los esposos. Interpretamos que indica el número de mujeres que son amas de casa
y, por tanto, carecen de ingresos propios. Datos de la ENEU (Encuesta nacional de empleo
urbano del IN C G l) para el periodo 1987-1993. Las cifras absolutas se refieren al total de entre­
vistados, considerando todas las cohortes sometidas a la entrevista por Cunningham (elabora­
ción propia).

Estructura familiar en México

T ip o d e e s tr u c tu r a f a m i l i a r N % c o lu m n a

Pareja 77 192 79.6


Madre sola con hijos 13 787 14.2
M ujer sola 1 997 2.1
Hombre solo 4 021 4.1

Total 96 997 100

Fuente; elaboración propia con datos de la ENCU para el periodo 1987-1993.

Formular el sexismo en términos de justicia nos lleva a denunciar las


leyes discriminatorias, la falta de oportunidades para que las mujeres estu­
dien una carrera universitaria, o que no tengan acceso a los estudios de
ingeniería; la discriminación salarial, la escasa presencia de mujeres en la
Cámara de Diputados. Del lado de los hombres, la denuncia del sexismo
implica cuestionar la tendencia a asignar la custodia de los hijos a la mujer
242 DCBATrS SOBRE MASrULINinADFS

cuando se produce la separación de la pareja, o los obstáculos que deben


enfrentar los hombres en el caso de que deseen acogerse a la legislación
que permite cuidar de los hijos en los primeros años de vida. Si entendié­
ramos la justicia como acciones compensadoras de injusticias pasadas,
cabría introducir estímulos a la contratación de mujeres, política de cuotas
en los órganos de representación democrática, etc., o a la posibilidad de
que las mujeres y los hombres puedan acceder, sin menoscabo de su futu­
ro profesional, a las excedencias laborales motivadas por el cuidado de
hijos, viejos o enfermos. Y en el caso de los hombres, que tuvieran prio­
ridad, respecto de las mujeres, en las excedencias tomadas con la finalidad
de cuidar a los hijos o a personas físicamente dependientes, por citar algu­
nos ejemplos. Una política fiscal consecuente con la lucha contra la divi­
sión sexual del trabajo, gravaría impositivamente a las familias en las que
hay un ama de casa. Esta política actuaría como una advertencia de que el
trabajo remunerado no sólo es un derecho, sino también un deber; por
ello, cuando una pareja se organiza de tal modo que la mujer no cumple
este deber de ciudadanía, se encuentra sometida a un incentivo negativo,
que la refuerza ante su compañero, puesto que sí tiene que trabajar, aunque
los ingresos de él permitan mantener la familia. Asimismo, fuerza a la mujer
a no acomodarse a la división sexual del trabajo.

D e l a j u s t ic ia a l a p o l ít ic a ; d e f in ic ió n d e l p r o b l e m a

C O M O e x p l o t a c ió n y d o m in a c ió n

Otro eje, y a la vez orientación de la lucha de las mujeres, no necesaria­


mente excluyente respecto del anterior, define el problema en términos de
poder, de donde los planteamientos son fundamentalmente políticos. Cuan­
do se tiene esta orientación, la definición de los criterios de reparto de
derechos y deberes deja de ser la cuestión fundamental, para poner en
primer plano la definición de lo que es una vida que valga la pena vivir. Tal
acción de oposición lleva aparejado un cierto imaginario de organización
de la vida social y de la subjetividad individual. En este caso, no se lucha
por espacios en la vida económica, política y científica, en los términos en
que tienen acceso los hombres; espacios cuya ocupación hace de ellos
lo que son. Se lucha por estar en posición de definir qué es lo que se
considera necesario y qué superfluo, cómo se construyen y jerarquizan las
necesidades y de qué medios cabe dotarse para su satisfacción. O lo que
es lo mismo, se lucha por el poder de decisión sobre las actividades en
que se va a consumir la propia vida, qué es lo que se va a poner en primer
lugar ante un horizonte de recursos limitados (en unos países), escasos (en
¿ E n qul (.ünmsil la masculinidad? 243

otros) y qué formas adoptará la riqueza. La decisión sobre los fundamen­


tos de la justicia y los criterios del reparto sólo es uno de los aspectos que
se ponen en juego. Este modo de abordar la situación social de la mujer y
del hombre conduce a que la determinación de lo que es la “buena vida” se
sitúe en el ámbito político, sacándola del territorio privado-parasocial en
que queda recluida cuando el sexismo sólo se analiza en términos de justi­
cia. Los cambios estructurales conducentes a eliminar el sexismo llevan
aparejada la desaparición de los géneros, categorías que dejan de tener
relevancia cuando se examina la vida en común para cobrar un valor cen­
tral el estatuto social, no ya de mujer ni de hombre, sino de ciudadano.“*
Si saltamos del territorio de la justicia al de la política, que es el ámbito
del poder, las cuestiones pertinentes son del tipo de las que se enumeran
a continuación. ¿Qué peso tiene el transporte público respecto del priva­
do, el cultivo de las relaciones personales y el cuidado de los que no se
pueden valer por sí mismos, respecto del crecimiento en cantidad y va­
riedad de bienes materiales? ¿Qué participación se tendrá en la toma
de decisiones sobre el uso de los recursos naturales, de las fuerzas vita­
les, de los conocimientos, de los medios de producción? ¿El desarrollo de
qué esferas del conocimiento científico se estimulará en relación con otras?
¿Los recursos científico-técnicos en áreas próximas a la producción de
bienes de equipo, de armamento, continuarán siendo prioritarios respecto
de los destinados al tratamiento de las enfermedades mentales, del acom­
pañamiento en los procesos de salud-enfermedad-envejecimiento, del cui­
dado y desarrollo de las criaturas? ¿En qué condiciones se organizarán las
actividades de producción? ¿Qué espacio ocupa la atención a las personas
dependientes cuando organizamos la vida social y económica? ¿A quién se
le atribuirá la responsabilidad y atención de esas personas? ¿Qué forma­
ción y experiencia deben tener quienes se ocupan del cuidado de perso­
nas, particularmente de las criaturas? ¿Cómo se toman las decisiones so­
bre la inversión, la exportación, los servicios públicos, etcétera? ¿Quién
puede participar en la toma de tales decisiones? Al definir los problemas
en términos de poder y de intereses en conflicto, se define también cuál es
el territorio de las oposiciones, luchas, alianzas políticas, y los instrumen­
tos y recursos que se pondrán en juego en la lucha por el poder. Como
puede observarse, en la lista de ejemplos anteriores no se concede espacio
a políticas sobre la masculinidad o sobre la feminidad, porque el plantea-

Sabemos que en la actualidad el estatuto de ciudadano no es universal de la democra­


cia, sino que excluye a las mujeres, cuestión sobre la que hay un amplísimo acuerdo
(véanse Benhabil), Mackinon, Pateman, Fraser, Young, Amorós, Beltr.ln, Valcórcel y un
largo etcélera).
244 DtBATtS SÜBKb MASCULINIÜAOLS

miento que defiendo en estas páginas es que uno u otra son epifenoméni-
cos. Sin embargo, el resultado de medidas políticas, como las que señalo,
tendría como impacto en la subjetividad la disolución de la masculinidad y
la feminidad, favoreciendo que cada persona desarrollara de un modo pro­
pio las distintas potencialidades.

E¡ peso de las condiciones estructurales

Cuando se privilegia el camino de la justicia, la desigualdad social de las


mujeres se desplaza a otros colectivos a los que se les da entrada en el
terreno de juego, para excluirlas al mismo tiempo de los derechos de ciu­
dadanía, sin por ello descargarlas de buena parte de los deberes propios del
ciudadano. Estos colectivos, formados en su mayoría por inmigrantes, en
el caso de Europa, no acceden a los derechos de ciudadanía al crear nue­
vas jerarquías y exclusiones, pero sí adquieren muchos de sus deberes.’
Y lo que para los incluidos se concibe como derechos de ciudadanía, para
los excluidos no son sino privilegios de clase o fracción de clase, de géne­
ro, de edad, étnicos y otros. El lugar que previamente ocupaba la mujer,
antes de que se produjera su “inclusión”, ha quedado vacío, por más que
continúa siendo imprescindible. El ascenso de la mujer^ en el escalafón
de la ciudadanía deja espacios vacantes en la organización del trabajo que
alguien debe desempeñar; de esos trabajos se encargan otras mujeres, e
incluso otros hombres.^ Para efectos económicos, esos colectivos vienen a
“hacer de mujer”, y se convierten en excluidos de los derechos, pese a que
se hallan incluidos en las actividades productivas. Por tanto, no es propia­
mente la participación en el trabajo remunerado la puerta de acceso al
estatuto de ciudadano.
La lógica de la división sexual del trabajo y de los derechos se mantie­
ne. Si las mujeres pasan a ser tratadas como los hombres,*^ a alguien le
tocará ser tratada o tratado como mujer; las fichas se desplazan de una
casilla a otra, pero las casillas siguen siendo las mismas. Otros colectivos
vienen a ocupar los espacios abandonados por las mujeres. Si la “mujer”
adquiere los derechos del “hombre”, y el “hombre” es un ciudadano, la
“mujer” se convierte en ciudadana; las diferencias sexuales que previa-

5 Pagan impuestos, por ejemplo.


‘'Léase mujer-occidental-adulta-con-posición-económico-cultural-privilegiada.
^ Hay que tener en cuenta que el sector de servicios en que han estado tradicionalmente
presentes las mujeres, en la actualidad acoge la proporción más alta de inmigrados.
Nunca son todas, sólo lo consigue una minoría privilegiada.
¿En qué consistf la masqiiinidad ? 245

mente marcaban la frontera entre los ciudadanos y los no ciudadanos,


dejan de ser relevantes, la “mujer” y el “hombre” dejan de ser entidades
significativas. Para efectos prácticos, desaparecen, para emerger en su lu­
gar la comunidad de los ciudadanos. “Hombre” o “mujer” dejan de ser
entidades socioeconómicas y pasan a ser rasgos cuya significación perte­
nece a la esfera, no ya privada, sino íntima.^
Si el camino que se emprende es el de la transformación política, con
cambios en la distribución del poder que permitan poner en práctica los
imaginarios sociales alternativos, desaparece la división sexual del trabajo,
se invalida el supuesto de que el cuidado de las personas dependientes es
una actividad privada que no compromete a la sociedad, sino una activi­
dad desde la que se ordena y estructura la vida en común. Sin división
sexual del trabajo, convertidas las tareas de producción y administración de
la riqueza y las del cuidado de las personas, en esfuerzos comunes y com­
partidos por todos los miembros hábiles de la sociedad, desaparece el so­
porte socioeconómico para las diferencias “mujer”/”hombre” y, como en el
caso anterior, su significado queda circunscrito al ámbito íntimo. Cuando
se pone el acento en la política, entra en juego la identidad de la mujer y
del hombre, ya que los procesos de transformación han de tener necesa­
riamente impacto sobre las personas en el sentido de que las diferencias
hombre mujer dejen de ser relevantes.

El imposible reconocimiento de la diferencia

Además de la orientación a la justicia o a la política, hay una tercera línea


que se caracteriza por su orientación hacia el reconocimiento de la dife­
rencia de la mujer, y persigue la puesta en práctica de una política de
visibilización, valoración y ulterior inclusión de “lo femenino”. Si bien pone
el acento cada vez más en el reconocimiento de la masculinidad, la para­
doja que se produce es que el discurso de reconocimiento del hombre,
que de entrada favorecería un compromiso de los hombres contra el
patriarcado y el sexismo, por evidenciar el sufrimiento que el sexismo pro­
voca también en los hombres, se convierte en un abuso renovado de las
mujeres. Esto, dado que se trata de un discurso que no va acompañado
de una crítica de la división del trabajo y de los privilegios de género de los
que disfrutan los hombres. Se trata de una posición que me recuerda

No tiene por qué participar del mismo significado para toda persona el hecho de tener
testículos u ovarios. La vivencia de la diferencia anatómica es un hecho íntimo, siempre
y cuando no se tome como base para dividir la sociedad y el trabajo.
246 D fbates sorrf m a s c im in id a d e s

las reacciones de los empresarios cuando se encuentran en dificultades


económicas: buscan la comprensión y solidaridad de sus empleados, sin
que ello se traduzca en una disposición a ceder sus privilegios de clase.
Pasados los periodos de “vacas flacas”, no están dispuestos a hacer públi­
cos los beneficios que obtienen, por más que antes se lamentaran pública­
mente de las pérdidas, ni tampoco están dispuestos a compartirlos con sus
empleados.
Esta vía afirma la existencia de las diferencias mujer/hombre, mien­
tras que las dos vías anteriores insisten en la desigualdad y la explotación.
De hecho, en un espacio en que la producción de las subjetividades tiene
lugar en condiciones de desigualdad (lo que a ojos de un observador se
tomaría como diferencias), no es sino la expresión de la desigualdad y su
resultado. No discutiré sobre la existencia o inexistencia de diferencias
entre la “mujer” y el “hombre”; me limito a afirmar que si estamos interesa­
dos en saber en qué consisten, tendremos que acabar con la desigualdad
que nos fabrica como lo que hoy somos con nuestra colaboración: no dife­
rentes, sino desiguales, inferiores. A mi entender, esta vía aspira a otorgar
a lo social la relevancia que tiene. La vía de la justicia persigue el mismo
propósito, sólo que siguiendo otro camino. La vía del reconocimiento co­
incide con la vía de la justicia en dar entrada a lo social por una puerta que
también es falsa. El componente emocional de lo social es la aceptación
del otro, pero el amor no se pide, se da. Pedir reconocimiento es formular
una demanda de amor y, como bien sabemos, no puede ser satisfecha,
porque al pedir reconocimiento se pretende merecer el amor que se de­
manda. Pero la meritocracia se lleva mal con las emociones, el amor no se
merece, sino que se produce, por tanto, la demanda de reconocimiento no
puede quedar satisfecha. Ahora bien, la demanda de reconocimiento social,
que reclama el compromiso emocional del otro con nosotros, es una queja
ante el desamor y la falta de reciprocidad ante el compromiso emocional
de las mujeres. ¿Qué es lo que impide a los hombres adquirir este compro­
miso y, en la misma medida, qué es lo que impide a las mujeres participar
en las luchas de poder?
La visión que tenemos del sexismo se abre cuando el colectivo “las
mujeres” es interrogado por las que ocupan las posiciones subordinadas.
Estas últimas interpelan a las que se abrogan la representación de la tota­
lidad de mujeres, denunciando la existencia de desigualdades entre muje­
res, y denunciando que la lucha contra la discriminación de la “mujer” ha
dado como resultado la inclusión de algunas mujeres en el estatuto de
ciudadanas, a expensas de la exclusión de la gran mayoría. La denuncia
de la desigualdad entre mujeres cuestiona la validez de un concepto de
género de alcance universal. El género se construye en la intersección
;E n quf roNSisTF la M AsniiiNinAO? 247

de factores como la clase, la edad, la etnia, el color de la piel, la proceden­


cia geográfica, las disminuciones físicas o psíquicas, y la orientación sexual.
La crítica de una visión unitaria del género justifica el esfuerzo de aquellas
perspectivas teóricas —ejemplo de las cuales son autoras Judith Butler,
Chantal Mouffe, Rosi Braidotti o Dona Haraway^— orientadas a plantear
el problema del concepto de identidad y a evidenciar que las mujeres no
son entidades sometidas al sexismo, sino su efecto, como lo son los hom­
bres. De donde se desprende que la lucha contra el sexismo es la lucha
contra la eliminación de los procesos de sujeción llamados “mujer”y “hom­
bre”. El sexismo no se contempla como el contexto en que tiene lugar la
vida de las mujeres y de los hombres, sino que ser hombre o ser mujer es
ontològicamente sexista. Combatir el sexismo incluye la lucha encarniza­
da contra su corporización en forma de “mujeres” y de “hombres”, contra
los resultados del sexismo en cada uno de nosotros y nosotras. Es luchar
contra el extrañamiento, la imposibilidad de lo social que produce el sexismo
al hacer imposible el encuentro con “el otro” por convertir la relación en
una comunidad de interés, jerárquica o de poder, pero no social, de amor
y, por tanto, de aceptación y reconocimiento. El sexismo priva a lo social
del amor para entregárselo a lo privado, la familia.
El sexismo es productivo, y su principal producto son las entidades
“mujer” y “hombre”; considerarlo así implica una tarea de destrucción de las
condiciones de posibilidad del sexismo, formando parte de la misma la des-
construcción de lo que tomamos como “mujer” y como “hombre”, la cual es
fundamentalmente práctica: eliminación de la división sexual del trabajo.
Tomo la supuesta diferencia mujer/hombre como un dispositivo de con­
trol que permite oprimir y explotar a las mujeres en la familia por su orien­
tación al cuidado. Consecuencia de esa orientación al cuidado inmediato
de las personas, es que se las bloquea respecto de las responsabilidades
públicas. Yesa supuesta diferencia es un dispositivo que orienta a los hom­
bres hacia la explotación de las mujeres y hacia el sometimiento a la explo­
tación de los empresarios. Circunstancias éstas que les bloquean su parti­
cipación en el cuidado inmediato de las personas.

Una propuesta de construcción conceptual del género

Sumándome a los planteamientos de Judith Butler, no concibo que el gé­


nero sea la interpretación cultural del sexo, ni que se construya cultural­
mente sobre el cuerpo, porque implicaría tomar al sexo y al cuerpo como lo
dado, lo existente previamente a las relaciones sociales: el género siempre
es un hacer, aunque no un hacer por parte de un sujeto que se pueda
considerar preexistente a la acción (2001: 56).
248 DtBATCS SORR: MASrUl lNIDADFS

Nos hace mujeres, o bien, hombres, someternos a las reglamentacio­


nes de género. Nuestra interpretación de esas reglamentaciones, nuestra
obediencia parcial, o desobediencia de éstas, deshace el género, lo vuelve
problemático, manifiesta su carácter contingente. Las principales caracte­
rísticas que atribuyo al género son las siguientes:

• El género es social y lo social es relacional.


• La relación es antagónica.
• La relación involucra la producción de la propia existencia física y
psíquica.

Por tanto, mi análisis del género no partirá del reconocimiento de su


entidad, suponiéndole una existencia autónoma, sino que adopto una po­
sición constructiva. Propongo que su construcción conceptual forme parte
de una estrategia política. Su puesta en práctica presiona en dirección
a la desaparición de las categorías de género, la explotación, dominación y
opresión de unos respecto de los otros.

El género es social y lo social es relacional

La “mujer” y el “hombre” no tienen existencia anterior a las relaciones


sociales. La mujer es “hacer de mujer” y “hacerse mujer”, y el hombre
“hacer de hombre” y “hacerse hombre”, pero uno y otro hacer se requieren
mutuamente. La existencia de la mujer es condición de necesidad de la
existencia del hombre, y viceversa. No podemos hablar de los derechos de
las mujeres, o de las responsabilidades de las mujeres. Ambos, derechos y
responsabilidades, se construyen y colman en relación. Por eso no tiene
sentido reclamar para las mujeres iguales derechos que los que disfrutan
los hombres, porque los derechos se definen y construyen en régimen de
exclusión. Y viceversa, tampoco tiene sentido reclamar para los hombres
los derechos de las mujeres. Ser cabeza de familia es un derecho social
que implica la existencia de un patrimonio (el ama de casa y los hijos
dependientes). Ser madre es una función social que supone la división
sexual del trabajo. Los derechos y deberes de los hombres se construyen
desposeyendo a las mujeres de derechos y deberes: el derecho y deber al
trabajo de los ganadores de pan se construye suponiendo que el trabajo no
es un derecho y un deber de ciudadanía de las mujeres.

De lo contrario se consideraría que las mujeres adultas que carecen de un empleo re­
munerado se consideran desempleadas, en lugar de clasificarlas como amas de casa.
¿En q u é consiste la m a s c u l in id a d ? 249

No hay “mujeres” ni “hombres”, sino posiciones de género. Las sub­


jetividades se construyen de un modo que sólo adquieren consistencia en
la división sexual de la sociedad, en la especialización de las unas y los
otros en actividades distintas y complementarias. Cada individuo queda
sujeto a la especialización de género, y halla problemática su posición so­
cial o reconocimiento cuando transgrede las normas de género.
Ahora bien, el género no es una categoría que se pueda aislar del resto
de condiciones y relaciones sociales. No hay “mujeres” y además “trabaja­
dores” y, por otro lado, “viejos” y adicionalmente “inmigrados”. Por lo tanto,
la desigualdad de las mujeres es distinta cuando coexiste con una cierta
posición social, edad, origen étnico u otros aspectos, porque no hay género
sino géneros. Lo que tiene de “mujer” una trabajadora es distinto de lo que
tiene una jubilada o una indígena peruana. Lo que tiene de “hombre” un
joven es distinto de lo que tiene un viejo o un empresario. Una no es mujer
y además negra y además obrera y además joven y además en paro, o bien,
hombre y además negro y además obrero y además joven y además en
paro. Son mujer-negra-obrera-joven-en paro, o bien, hombre-negro-obre-
ro-joven-en paro.
Cuando hablamos del género es fundamental destacar los aspectos
relaciónales, lo cual comporta tomar en consideración a los géneros
como resultado de la acción, dado que tienen un importante componente
relacionado con su actuación. En segundo lugar, es fundamental tener
presente la manera como los actores sociales definen las situaciones en las
que se hallan inmersos, porque del modo como las definan se deriva una
manera u otra de actuar. En tercer lugar, al margen de cómo se actúe o
del modo en que haya sido definida la situación, el género depende del
contexto social en el que existe, y para el cual hay posiciones preestablecidas,
resultado de la acumulación de acciones anteriores, que marca fuertes
limitaciones a la capacidad de actuación de las personas y, por tanto, al
ejercicio de la libertad.

La relación es antagónica

Defino el carácter de la relación entre los géneros como antagónico. Ca­


racteriza a las relaciones antagónicas el hecho de que el resultado de la
suma de las interacciones es cero. Estas, que conducen a mejorar las con­
diciones de vida, el sentido de control de las circunstancias que lleva a
experimentarse en posesión de la propia vida, el valor que uno se otorga a
sí mismo, se producen de manera que, para cada mejora en la vida de
unos, habrá un empeoramiento en la vida de otras. El sexismo implica que
el control que los hombres soportan sobre sus propias vidas, por ocupar el
250 D fbATFS SOBRF MASrULINIDADES

espacio de cabezas de familia, ocurre a costa de la pérdida de control de


las mujeres sobre las suyas, en función de amas de casa/cuidadoras.
Cuando la relación entre los géneros se define, e incluso vive, como si
fuera un juego de fuerzas de suma positiva, es porque se maneja una uni­
dad a la que se le atribuye un rango superior al correspondiente a la subje­
tividad individual: esa unidad es la familia. Se supone que hay un todo, la
familia, superior a las partes que la componen: los hombres, las mujeres
o sus hijos. Y se supone, adicionalmente, que uno no tiene otra existencia
que como miembro del colectivo, o que el resto de aspectos de su existen­
cia están subordinados al hecho de pertenecer a una familia.'' Desde esta
perspectiva, se vive o concibe que el bienestar y realización de cada perso­
na depende de la fuerza que mantenga unida la familia, y exige la renuncia
a fines individuales a favor de los fines que definen la unidad familiar, como
puede ser la educación de los hijos, disponer de una casa confortable, o que
la familia sea respetada en la comunidad. Esta segunda posibilidad con­
templa que si la familia va bien, el hombre y la mujer van bien, pero se
construye a expensas de la subjetividad y de la autonomía personal, posibi­
lidad que choca frontalmente con una sociedad que se concibe como el
espacio de relación entre individuos libres e iguales. El principal daño
del sexismo es que las personas pierden su entidad autónoma y se convier­
ten en encarnadura de la división sexual y emocional del trabajo. La con­
cepción de la relación como antagónica, no persigue la aniquilación ni el
daño emocional de nadie, sino el desarrollo de mayores niveles de autono­
mía individual, que la vida en común no se vuelva un pretexto para anular
las subjetividades individuales, sino una condición que las haga posibles.

La relación involucra la producción de la propia


existencia psíquica y física

De entre la totalidad de ámbitos donde ocurren las relaciones de género,


hay dos que destacan, llegando a condicionar los restantes ámbitos: 1) el
modo en que las personas se relacionan en la producción de su existencia
física y 2) el modo en que tiene lugar la orientación del deseo y la pauta
predominante que guía las acciones.
En la actualidad, se produce una fuerte tensión entre posiciones
comunitaristas, que sitúan a la familia en el centro de la escena social y los

” Algo parecido ocurre cuando se utiliza la expresión “España va bien”, se supone una
unidad de destino, y se define las subjetividades por su relación con la misma, españo­
les, de donde a los españoles sólo les puede ir bien si España va bien.
¿En qué consiste la m a s c u lin id a o ? 251

deberes como el patrimonio principal de sus miembros; y posiciones


societarias, que conciben la sociedad como un agregado de individuos li­
bres e iguales en derechos y, por tanto, no dependientes de la familia, sino
de lo que representa la totalidad; el Estado.
Por más que se nos presente lo social, lo económico, lo libidinal, lo
político, como ámbitos diferenciados de nuestra vida, lo cierto es que en
toda actividad humana cada una de esas dimensiones se manifiesta en for­
ma de síntesis; no son ámbitos de la vida, sino modos en que la vida humana
se manifiesta. Eso se hace particularmente claro cuando abordamos la di­
visión sexual del trabajo.
La división propiamente sexual del trabajo, tiene como origen el he­
cho de que somos una especie sexuada. Hasta ahora se requiere la inter­
vención de dos individuos, portadores de órganos genitales distintos para
que tenga lugar la procreación.'^ Pero no hay una fuerza en el ser huma­
no que le impulse espontáneamente a la procreación. Sin embargo, es
evidente que los miembros de la especie han procreado y lo han hecho a lo
largo de toda nuestra trayectoria histórica, incluso en momentos en que se
cree que ignoraban la relación existente entre sexualidad y procreación.
Así pues, podemos afirmar que la procreación ha sido, en buena medida,
el resultado no buscado del afán de placer. Se ha requerido, por tanto, una
‘política sexual encaminada a conseguir que tuviéramos hijos, aunque no
fueran el resultado buscado de nuestras acciones.’^ La asociación entre la
sexualidad y el placer se ha adaptado a ese fin.
De este modo, la división sexual del trabajo procreativo, no es sino
la primera división del trabajo, apoyándonos en el deseo del otro, que jun­
to con el narcisismo de las diferencias entre “nosotros” y los “otros” —la
superioridad de nosotros frente a ellos como objeto de amor— han sido
los dos dispositivos mediante los cuales hemos construido relaciones
sociales. Es cierto que no tenemos alternativa distinta a vivir socialmen­
te, de donde se podría seguir que somos sociales por necesidad. Pero, ha­
bida cuenta de que no experimentamos la vida como una necesidad, sino

Me resisto a utilizar el término re'producción, porque este acto de producción es especí­


ficamente procreativo. Con el término pro-creación se señalan dos cuestiones: a) Se
trata del acto en que un sujeto contribuye a la creación, pero lo creado no es enteramen­
te resultado propio, interviene otro sujeto de distinto sexo, y el sujeto que es obra de los
dos anteriores también interviene en el resultado, h) La criatura es nueva y distinta a
todas las demás, por tanto no puede decirse que ha tenido lugar la reproducción de
alguien. En todo caso, lo que se ha hecho es contribuir parcialmente a su creación.
' ' Especialmente a partir del momento en que los hijos comportan un saldo económico
negativo, cosa que ocurre con la industrialización.
252 D fbatfs sobre M A S C U ü N ID A D E S

que vivir, permanecer con vida, estar en condiciones de poder vivir, es


un deseo, lo que nos mueve a la vida social no es la necesidad, sino el
deseo de amar y ser amados, es el amor lo que nos lleva a permanecer
con vida, a darnos una buena vida a nosotros mismos y a quienes son
objeto de nuestro amor.’'* El amor se vuelve mandato cuando entramos
en el terreno de lo social, no porque nos sea exigido, sino porque nos lo
imponemos, y el amor a los demás no es sino tomar a los otros como un fin
en sí mismo.*’
Vengo insistiendo en la idea de que la “mujer” y el “hombre” no son
sujetos sometidos a relaciones desiguales, sino efectos del poder. Añadiré
ahora que, de entre las múltiples relaciones de poder, las económicas son
fundamentales. Por el impacto de lo económico sobre otros ámbitos y di­
mensiones de la vida es que afirmo que la división sexual del trabajo tiene
un efecto constituyente de subjetividades. Sigo a Judith Butler en la idea
de que:

E l so m e tim ie n to sería el efecto paradójico de un régim en de poder por el


cual las m ism as “ co nd iciones de existencia” y la p o s ib ilid a d de p e rsistir com o
ser so cial re co n o cib le , exigen la fo rm a c ió ny el m a n te n im ie n to d el sujeto
en subordinación. Si aceptamos la idea de Spinoza de que el deseo es siem ­
pre deseo de p e rs is tir en el p ro p io ser [...] el deseo de p e rs is tir en el p ro pio
ser exige someterse a un m u n d o de otros que en lo esencial no es de uno/a
[...]. Sólo p e rsistie n d o en la otredad se puede p e rs is tir en el “ p ro p io ” ser
(2001; 39).

El sometimiento de las mujeres a los hombres es el efecto de la volun­


tad de “las mujeres” de persistir como seres sociales reconocibles, el deseo
de ser lo que se es, y de ser reconocida por ello, exige someterse a un
mundo en que la organización de las actividades productivas se rige por
criterios sexistas, se deja de ser mujer u hombre si se deja de hacer de mujer
o de hombre. Sólo es posible ser sujeto de sí si se soporta no ser, extrañarse
de lo que permite el reconocimiento del otro. Persistir en el “propio ser” contra
el ser ajeno de la identidad social atribuida es instalar la incertidumbre
en el mundo.

I“* La noción de la importancia del amor como condición de posibilidad de la vida en co­
mún, está presente en el mandato cristiano del amor a Dios por encima de todas las
cosas, donde Dios se puede tomar como imaginario del todo: seres humanos y naturale­
za incluidos para todo lugar y todo momento de la historia, y derivado inevitable de este
mandato primero, el amor al prójimo incluso cuando éste sea nuestro enemigo.
Concepción a la que Kant se refiere con el término amor práctico.
¿En q u l consistc l a m a s c u l in id a d ? 253

Los sujetos se configuran en el reparto de responsabilidades. Y las


subjetividades que se construyen en sociedades como la nuestra (y se
constituyen en el acto constitucional) remiten a un hombre provisor-pro­
tector, guerrero, y a una mujer cuidadora. Ni el uno ni la otra son ellos
mismos, sino las responsabilidades que se les adjudican en ese acto cons­
tituyente; el reconocimiento del hombre es dependiente de su función
social, y el de la mujer queda difuminado en la familia o en la maternidad.
Esa configuración de los géneros se corresponde con la división sexual
del trabajo. El espacio que se tiene está asociado al lugar que se ocupa en
la división sexual del trabajo.
El “pacto” constituyente supone un modelo de ciudadanía en que el
cuidado de los débiles no es directamente responsabilidad pública, como
la intervención en las actividades económicas. Es cierto que se reserva a
los poderes públicos esa potestad y responsabilidad última, pero en condi­
ciones “normales”, cada cabeza de familia ha de dotarse de la estructura
familiar que le permita cubrir/asumir su parte en la continuidad del orden
social, haciéndose cargo de la protección de los dependientes. Queda im­
plícito que corresponde a la mujer dotar de infraestructura al hombre para
que éste pueda ejercer sus funciones de ciudadano.
Cuando el ciudadano se incorpora al trabajo, forman parten de sus
derechos las bajas remuneradas en caso de enfermedad, como forma
parte de sus derechos cesar de trabajar en la edad en que legalmente se
establece que una persona no debe continuar haciéndolo. Y su acceso al
trabajo es dependiente de la capacidad que tenga de producir plusvalor, y
que éste se realice en el mercado mediante la venta de los productos en los
cuales ha quedado incorporado. La condición implícita de acceso al traba­
jo es que produzca riqueza en forma de mercancías, y que las reglas de
distribución del producto de su trabajo garanticen el beneficio empresa­
rial. La vida de ciudadano/trabajador es dependiente de los giros del mer­
cado. En cuanto a la mujer, su vida es dependiente del ciudadano trabaja­
dor. Le presta soporte para que pueda ejercer la ciudadanía y depende de
que la pueda continuar ejerciendo. Las condiciones en que se desarrolla
su vida no dependen directamente de lo que ella hace, sino indirectamen­
te, a través del cabeza de familia.
El pacto fundacional no supone una comunidad de individuos libres
e iguales, en deberes y derechos. Ciudadanos que establecen las condicio­
nes de producción y reproducción del orden social, asumiendo la tarea de
producir sus vidas, y asumiendo en común las cargas de los no ciudada­
nos porque todavía no lo son (los niños), han dejado de serlo definitiva­
mente (los viejos y disminuidos psíquicos, físicos y enfermos crónicos) o
no lo son transitoriamonle (los enfermos ocasionales).
254 D ebatls sobre m a s c u l in id a d e s

Lo que supone el pacto fundacional es una ciudadanía fundamentada


en familias, las cuales tienen al cabeza de familia como su representante en
el mundo exterior. Pero como el pacto no está exento de contradicciones,
la extemalización a las familias —léase mujeres— de los costes de produc­
ción de la vida humana, es coercitiva en el sentido en que uno no puede
abandonar a su familia, pero no lo es en la medida en que casarse y
tener hijos es una decisión libre. La tensión entre la obligación de hacer­
se cargo de los dependientes de la familia y la libertad de constituirla, se
traduce en un reparto de cargas desigual y en un estímulo a que la familia
desaparezca. Comporta una carga no reconocida, puesto que no se reparte
igualitariamente entre los miembros de la familia y mucho menos entre
todos los ciudadanos, tengan o no tengan familia. Implica una extemaliza­
ción de costes hacia las mujeres, que sigue la lógica conducente a la degra­
dación del medio ambiente, al haberlo usado “libremente” sin cubrir los
costes de su recuperación, como se ha venido haciendo.

Las limitaciones del acento en la subjetividad:


algunas evidencias empíricas

Puesto que el creciente interés por la masculinidad se centra en aspectos


psíquicos, puede ser interesante presentar un par de evidencias respecto
de las diferencias entre las mujeres y los hombres.
Tomaré en primer lugar el trabajo de Ana García-Mina'*' y los resulta­
dos de una investigación propia para ilustrar la dificultad de reconoci­
miento de características propias de las mujeres y de los hombres.
Lo primero que cabe tener en cuenta es que el requisito mínimo de
una clasificación, en nuestro caso de una clasificación por género, es que las
categorías de las que se compone sean mutuamente excluyentes. Se re­
quiere, por tanto, que “lo femenino” sea una característica que sólo pueda
aplicarse a un cierto colectivo, las mujeres, y “lo masculino” a otro colecti­
vo, los hombres. Si lo femenino y lo masculino son tipos de una clasifica­
ción bajo los que caben tanto hombres como mujeres, la clasificación por
género carece de valor clasificatorio, porque no permite formar dos grupos
claramente diferenciados. De lo cual se infiere que reconocer a alguien
“como mujer”, por tener los rasgos propios del género femenino, se con­
vierte en un ejercicio imposible, dado que hay un número considerable de
hombres cuyas características psíquicas son las atribuidas a la “mujer”.

“Análisis de los estereotipos de rol de género. Validación transcultural del inventario del
rol sexual”, Universidad Pontificia de Comillas, tesis doctoral, 1997.
¿En q ué r o N S iS T F ia m a s c u i in id a d ? 255

Destacaremos varias cuestiones del trabajo de García Mina que nos


han parecido relevantes. En primer lugar, los estereotipos de mujer y de
hombre no están perfectamente delimitados. El factor estereotípico más
claro es el “liderazgo en el espacio", el cual se compone de un conjunto de
rasgos que socialmente se tipifican como “masculinos”; a una cierta dis­
tancia siguen otros factores como la “actividad instrumental”, tipificada de
“masculina” y dos rasgos, la “expresión afectiva” y la “orientación expresi­
va”, calificados de “femeninos”, por más que la atribución de género es
más débil que en los factores masculinos.
Además de que los propios estereotipos de género no se hallan perfec­
tamente delimitados, cuando se pide a la gente que señale su grado de
identificación con los distintos rasgos de personalidad, se pone en eviden­
cia que no hay una asociación fuerte entre el sexo y el género.

El género según el sexo (porcentajes por fila)

Género

Sexo Masculino Femenino Indiferenciado* Andrógino*

Mujeres 20 30 31 19
Varones 32 20 25 33

* La diferencia entre el género indiferenciado y el andrógino es que el primero corres­


ponde a rasgos de personalidad que no han recibido calificación de masculinos ni
de femeninos, mientras que el andrógino corresponde a los casos en que coexisten
rasgos femeninos y masculinos.

A partir de los resultados que se muestran en el cuadro anterior, pue­


de verse que hay más hombres que se reconocen en rasgos correspondien­
tes al tipo andrógino que al tipo masculino, habiendo una proporción de
hombres que se corresponden con el tipo femenino digna de mención. En
el caso de las mujeres, la proporción de las que se ajustan al estereotipo de
la feminidad es únicamente de un tercio, y son más las que se definen con
rasgos que no forman parte del estereotipo de género. En consecuencia, si
entendemos que un aspecto del reconocimiento tiene que ver con el reco­
nocimiento de género de la “mujer” y del “hombre”, el acto de reconoci­
miento está condenado al fracaso, al menos en lo que se refiere a rasgos de
personalidad.
Pero hay algo más: no se manifiesta que la concordancia entre sexo y
género contribuya positivamente a la autoestima. Los hombres, indepen-
256 D tBAIIS SÜBKt MASCUL1NIDADE5

dientemente de su género, en cuanto a los rasgos de personalidad, tienen


una autoestima más alta que las mujeres. Asimismo, y desde la perspecti­
va de los estereotipos de género, la autoestima más alta se da en las perso­
nas —mujeres u hombres— que se corresponden al estereotipo masculi­
no o que se hallan fuera de los estereotipos de género.

Nivel de autoestima según el sexo y el género


(porcentajes por columna)

Génerolsexo

Masculino Femenino Indiferenciado Andrógino

Autoestima M ujer Varán M ujer Varón M ujer Varón M ujer Varón

Baja 18 14 36 33 12 0 64 34
Media 45 42 45 45 57 47 24 43
Alta 37 44 19 22 31 53 12 23

Según datos propios, en un estudio sobre las nociones de cuidado/


maltrato y los estereotipos de agresor/víctima, realizado entre estudiantes
del tercer curso de enseñanza secundaria (2001-2002), cuando se cruza­
ban los rasgos que los estudiantes, hombres y mujeres, se autoatribuían,
con los estereotipos de agresor y víctima construidos en grupos de discu­
sión, se comprobaba que, como ya hemos visto en el caso del género, la
correspondencia dista mucho de ser completa, por más que efectivamente
existe una correlación.

Posición en la escala de estereotipo agresor/víctima según el sexo

Chicas Chicos

Número Número
Perfil de personalidad de casos Porcentaje de casos Porcentaje

Rasgos de víctima 23 13.8 18 9.5


Víctima y agresor 12 7,2 18 9.5
Neutro 36 21.6 29 15.3
Rasgos de agresor 42 25.1 7G 4 0 .2
N i víctima ni agresor 53 31.7 46 24.3
N /c 1 0.6 2 1.1

Total 167 100 189 100


¿En QUf CONSISTE LA MASCULINIDAD? 257

Por una parte, la construcción de estereotipos de agresor y de víctima


que se realizó en grupos de discusión, dio como resultado tres tipos de
rasgos: los de agresor, los de víctima y los que se consideraron neutros
desde este punto de vista. Cuando buscamos la concordancia entre los
estereotipos construidos en los grupos de discusión con la autodefinición
de los chicos y chicas en relación con los mismos rasgos del listado, apare­
cieron seis posibilidades (véase el cuadro anterior). Adicionalmente, son
evidentes las diferencias entre chicas y chicos, la más notable se refiere a
la proporción de chicos que se identifican con los rasgos de agresor: es
claramente superior a la de chicas. Pero el resultado más notable es que
las respuestas se hallan considerablemente dispersas, particularmente en
el caso de las chicas. Hay que decir que los rasgos tomados en los grupos
de discusión como definitorios de un agresor en potencia fueron: actúa como
un líder, con fuerte personalidad, ambicioso/a, impulsivo/a, audaz, com-
petitivo/a, mantiene la sangre fi’ía en los momentos difíciles. En cuanto a
los rasgos que atribuyeron a una víctima en potencia fueron los siguientes:
inocente, sumiso/a, dócil, bondadoso/a.
En conjunto, podemos confirmar que es problemático realizar actos
de reconocimiento del otro, como colectivo social diferenciado, ya que la
diversidad humana se resiste a quedar atrapada en lo que, llamándose tal
vez “reconocimiento”, no son sino construcciones estereotipadas que no
permiten por sí mismas construir colectividades diferenciadas a las que
rendir reconocimiento. Éste y la política del reconocimiento son dos cosas
distintas. La primera tiende a reducir la diversidad, mientras que el resul­
tado de una política de reconocimiento tiende a que los colectivos que
diferenciamos políticamente, como las mujeres, dejen de ser significativos
desde el punto de vista social. Y eso debido a que tal política sienta las
bases para luchar contra la división sexual del trabajo y contra el concepto
mismo de ciudadanía, cuyo contenido, en la actualidad, es de género.

De l a s o l id a r id a d c o n f u n d a m e n t o e c o n ó m ic o

A LA s o l id a r id a d CON FUNDAM ENTO ÉTICO

La división social del trabajo sujeta, crea, una solidaridad forzada, basada
en una organización en cascada de la dependencia y de la subordinación:
de los niños, viejos y enfermos respecto de la mujer; de ella respecto del
liombre, del hombre ganador de pan respecto del empresario. Se trata de una
solidaridad forzada, porque no se dispone de vías alternativas para la coo­
peración o, si se prefiere, los costes en los que se incurre cuando se toman
vías alternativas son tan altos que se acaba disciplinando la conducta.
258 D ebato sobre masculinidades

Ahora bien, el sujeto emerge en su sujeción a unas formas de vivir y de


hacer en cuya creación no ha participado. ¿Cómo emerge la subjetividad en
este contexto? Podemos señalar dos formas: los factores psíquicos que
intervienen en la orientación del deseo y en el modo de hacer, y los procesos
reflexivos que orientan moralmente nuestras conductas.'^ Siguiendo a Axel
Honneth, relacionamos las actitudes morales con el reconocimiento, en­
tendiendo que cada tipo de daño moral se corresponde a un tipo de reco­
nocimiento, siendo la moral la quintaesencia de las actitudes que estamos
mutuamente obligados a adoptar, con el fin de garantizar conjuntamente
las condiciones de nuestra integridad personal (Honneth, 1997: 28).
Si contemplamos la división sexual del trabajo desde la perspectiva de
“lo social”, cuyo motor es el amor, y no de “lo económico”, cuyo motor es el
interés, entendemos el modo en que la división sexual del trabajo orienta
las interacciones sociales como expresión de amor al otro. La división sexual
del trabajo genera formas especializadas de expresar ese amor, de expresar
lo que venimos denominando el sentimiento social. Habremos de encon­
trar dos expresiones del amor en la actividad económica: la femenina y la
masculina. Y habremos de mostrar un común denominador para ambas;
para mí es el cuidado tal como es entendido en la definición de Fisher y
Tronto: el tipo de actividades que abarca todo lo que hacemos para mante­
ner, continuar y reparar nuestro “mundo”, de modo que podamos vivir en
él lo mejor posible'® (citado en Bubeck, 1995: 128).
En el caso de la “mujer”, se produce una tendencia a la conexión con
el otro, un estar abierta a sus opiniones y necesidades. Cuando esa co-
nectividad se expresa moralmente, conduce al cuidado de los otros. Ese
imperativo moral conlleva que la mujer anteponga a los demás y sus nece­
sidades respecto del cuidado de sí misma. Ese compromiso con el cuida­
do, esa responsabilidad, esa voluntad de dar respuesta a las necesidades
de los demás es la que hace de ella un ser humano susceptible de entrar
en relaciones jerárquicas. Se somete a la obediencia como consecuencia
del imperativo moral que le impele a cuidar de quien la necesita y de
quien se define como necesitado de ella, en un marco en que ella misma
ha sido construida como la capaz de hacerse cargo de los demás. Éstas son
las condiciones subjetivas que hacen posible el expolio y extenuación de la

Sobre el particular es especialmente valiosa la aportación de Elisabet Bubeck (Care,


G ender and Justice), la cual hace una reflexión sobre los factores internos a la mujer que
permiten su opresión y explotación, mientras que, lamentablemente, no realiza un tra­
bajo equivalente en el caso del hombre.
Tronto ampliaría en 1993 esta definición incluyendo nuestros cuerpos y nosotros
¿En qué CONSISTI LA MASCULINIUAU? 259

mujer, contando con su propia colaboración. La orientación de la mujer


hacia el otro, como persona, como ftn de su vida, la desposee de la capacidad
de defender su propio espacio, y de la capacidad de concebir uno propio.
Y esto llega a tal extremo que le pueden llegar a quitar la vida.
En cuanto al “hombre”, y en la medida en que lo social forma una
cobertura que separa y protege la comunidad del nosotros, dejando fuera
la otredad, su imperativo moral es el de proveer para que la vida sea posi­
ble, pero se trata de una provisión excluyente. Mantener, continuar y repa­
rar “nuestro mundo”, supone la existencia de “otros” mundos que para el
nuestro pueden ser un obstáculo o una amenaza. La subjetividad del hom­
bre se construye en términos de acción, de capacidad de tomar, empren­
der, hacer, poseer, conseguir, concebirse como sujeto deseante. De ahí se
sigue la percepción del otro/rival, del otro amenazador, competidor, obs­
táculo a la realización de sus objetivos. El hombre protege, cuida, provee
por la familia en una relación de competencia con otros. En rivalidad
inmediata por un puesto de trabajo, o con afán territorialista. La orienta­
ción moral del hombre favorece que tome a los otros, no como fines, sino
como medios para sus fines. La familia le permite ser ciudadano y la fami­
lia le obliga a la provisión, la defensa, la protección, hasta el punto de
perder su propia vida en el intento, y poner en riesgo la vida de quienes
debe proteger.
La división sexual del trabajo va acompañada de un extrañamiento
entre la mujer y el hombre que favorece fantasías omnipotentes. Por
parte de la mujer, la pretensión de que la vida de los demás depende por
entero de ella, y que puede anticipar y satisfacer cualquier necesidad. Esa
fantasía alimenta la receptividad respecto de las necesidades ajenas y
la falta de atención, incluso de conciencia, a las propias necesidades. El
sustrato emocional de esa fantasía es una actitud en parte amorosa, en
parte resentida, en parte despreciativa ante la precariedad humana de los
demás, no de ella. En cuanto al hombre, la suposición de que los otros no
son capaces de conseguir los medios para cubrir sus necesidades ni de
defender sus vidas, alimenta también sentimientos de omnipotencia que,
como en el caso de la mujer, se traducen en una explosiva mezcla de amor,
resentimiento y desprecio. La mezcla, en el caso de la mujer, puede con­
ducir a adoptar actitudes manipuladoras y de chantaje emocional, y en el
hombre, a dirigir su agresividad contra las personas cuyas vidas dependen
de él.
La niña que fantasea ser la enfermera-de-guerra-cuidadora-del-solda-
do-gravemente-herido-en-medio-del-fuego-enemigo es el imaginario social
de la división social de las actividades de cuidado, donde la sociedad y la
familia se construyen mediante la proyección de los propios miedos en
260 D lbails sobri: mascuünidades

forma de enemigo exterior. El chico que fantasea ser soldado-a-modo-de-


San-Jorge-matando-al-dragón-con-riesgo-de-su-propia-vida, anticipa este
mismo imaginario, sólo que desde la posición complementaria. El uno
por cuenta del otro, carecen los dos de vida propia, dan su vida por los
géneros.

B ib l io g r a f ía

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EL GENERO EN LA POLITICA PUBLICA
Y SU V ÍN C U LO C O N EL PRESUPUESTO

Flérida Guzmán Gallangos


Jennifer Ann Cooper

La n o c ió n d e l a p o l ít ic a p ú b l ic a

Las definiciones de política pública son diversas y vinculadas estrecha­


mente con el punto de partida de la disciplina en el que están insertas. Van
desde: “aquello que el gobierno escoge hacer o no hacer” (Dye 1984), has­
ta la definición formulada en la compilación del Plan Nacional de Desa­
rrollo 2000-2006 de México: “las políticas públicas son el conjunto de
concepciones, criterios, principios, estrategias y líneas fundamentales
de acción a partir de las cuales la comunidad organizada como Estado,
decide hacer frente a desafíos y problemas que se consideran de naturale­
za pública [...]. Estas se expresan en decisiones adoptadas en forma de
instituciones, programas concretos, criterios, lineamientos y normas” (DGAJ,
Departamento de Compilación). En su definición, se incluyen elementos
que aluden al diseño, formulación, aplicación y evaluación de la política
pública.
A pesar de la diversidad de ideas y definiciones sobre lo que es la
política pública, consideramos que el punto esencial en su definición es
la relación gobierno-sociedad. El gobierno intenta satisfacer y conciliar las
demandas de las diversas fuerzas de la sociedad a través de las políticas pú­
blicas. No todas son cumplidas; la inacción del gobierno también es en sí
una política pública. Se podría decir que ésta es discriminatoria respecto a
ciertos grupos sociales que no resultan beneficiados por las acciones que
se derivan de aquélla; que se cumplan o no las demandas depende de la
correlación de fuerzas entre los grupos sociales y el gobierno.

El p r e s u p u e s t o y l a p o l ít ic a p ú b l ic a

La relación entre el presupuesto y la política pública se revela en la si­


guiente cita: “El presupuesto refleja los valores de un país: a quién
aprecia, de quién valora el trabajo y a quién recompensa [...]. El proceso
es el instrumento político más importante de un gobierno y, como tal.

I2 6 :i|
264 D fbatfs sobrf m a s c h i in io a d fs

puede ser una herramienta poderosa para la transformación de nuestro


país.”'
Aunque el presupuesto público es un instrumento poderoso, es sólo
uno de los dos que el gobierno dispone para cumplir las necesidades pri­
marias y secundarias de la población; el otro lo constituyen las institucio­
nes públicas y las leyes, que son los medios indirectos aplicados por el
gobierno para fijar las “reglas del juego” (Ayala, 2000, p. 55), Ambos re­
quieren una coordinación para que el gobierno cumpla con las funciones
económicas, políticas y sociales en forma eficiente y equitativa que pro­
muevan un ambiente de cooperación económica y estabilidad política y
social.
Desde una perspectiva político-económica, el presupuesto es un pun­
to de reunión de fuerzas de la sociedad. A través del cual se satisfacen
necesidades de distinto tipo, fundamentalmente colectivas. Estas necesi­
dades pueden experimentarlas todos o la mayoría de la población. Parte de
esas necesidades son las tradicionales, como defensa y justicia; otra parte
corresponde a las que permiten el bienestar de la sociedad, el funciona­
miento del Estado y a la viabilidad del sistema económico; pertenecen a
una categoría identificada con los fines de la política económica (Petrei,
1997, 13).

El p r e s u p u e s t o y l o s f in e s d e l a p o l ít ic a p ú b l ic a

De acuerdo con Petrei (1997), una sociedad busca mejorar el grado de


bienestar de sus individuos, la mayoría de los cuales comparten ciertos idea­
les como libertad, justicia e igualdad de oportunidades, es decir, los fines
primarios de la sociedad. Pero hay otros objetivos que podríamos llamar
instrumentales o secundarios —que son los que corresponden a la política
económica—. Existe un amplio consenso en los siguientes:

1. Mejorar la asignación de recursos.


2. Mejorar la distribución de los ingresos.
3. Mantener la estabilidad de precios.
4. Mantener estable el empleo.
5. Promover el crecimiento.

' Preámbulo al Primer presupuesto para mujeres, Sudáfrica, 1996, citado por Rhonda Sharp,
Investigación E conóm ica, vol. L X l: 2.^6, abril-junio de 2001, pp. 45-76.
El r.FNFRO FN LA POIÍTICA PÚBI IfA Y SU viN O JIO CON FL PRFSUPUFSTO 265

En las últimas décadas se han generado otros problemas, que han


dado lugar a que nuevos rubros se incorporen al presupuesto; se ha habla­
do del desarrollo económico y del medio ambiente, asuntos que pueden
incluirse en uno o más de los objetivos económicos mencionados. Sin em­
bargo, hay complicaciones cuando se incorporan cuestiones que no son
esencialmente económicas, como la democracia y la justicia, temas que
suelen englobarse en el rubro de calidad de vida (Petrei, 1997: 15 y 16).
En síntesis, si bien los presupuestos son un instrumento importante
de la política macroeconómica, ellos representan el más alto nivel de com­
promiso político con las políticas sociales y económicas de un gobierno
(Sharp, 2001: 46).

El pr o c eso d e p r e s u p u e s t a c ió n

Los pronunciamientos y planes gubernamentales que no son respaldados


con montos monetarios son meras “promesas de papel”. En ese sentido,
el presupuesto concreta en forma monetaria la planeación estratégica del
gobierno y sus compromisos económicos, políticos y sociales. En términos
teóricos, la planeación es anterior a la estimación presupuestal; sin embar­
go, en México se ha comentado que, con frecuencia, en la práctica, no es
sino hasta que se conoce el techo presupuestal se planea; “se hace lo que
se puede con el dinero disponible”. Podría decirse que esta situación ocu­
rre por las restricciones e incertidumbre existentes en tomo a la disponibi­
lidad de recursos públicos.
Las asignaciones presupuéstales y su ejercicio en las acciones com­
prometidas constituyen el punto nodal de la participación del gobierno
como impulsor del mejoramiento de la situación de subordinación de las
mujeres y para impulsar la equidad de género.

La s u p u e s t a n e u t r a l id a d d e l p r e s u p u e s t o

Los análisis presupuéstales con perspectiva de género parten de la idea de


que el presupuesto no es neutral en relación con el género, sino que tiene
un efecto diferenciado en hombres y mujeres, “las circunstancias econó­
micas y sociales de las mujeres y de los hombres son conformadas por sus
relaciones de género. Esas relaciones de género son construcciones socia­
les (no determinantes biológicas) que asignan papeles sociales y económi­
cos diferentes a los hombres y a las mujeres” (Sharp, 2001: 48). l.as reía-
266 DtBATCS SOBRr MASCULINIDADES

ciones de género también están conformadas por sus circunstancias, como


la raza, etnia y clase social, entre otras, que influyen en la exclusión de los
beneficios del presupuesto.
En este sentido, no sólo las mujeres, como grupo social, son excluidas
de los beneficios potenciales que ofrece el presupuesto, sino también otros
grupos vulnerables, como los indígenas, los campesinos, los negros, los po­
bres, por mencionar algunos. Sin embargo;

entendem os que la opresión de las mujeres deriva de un sistema de relacio­


nes sociales de género que determina la posición de ellas (y de los hombres)
en la sociedad. Sabemos que esas mismas relaciones sociales a veces discri­
minan a los hombres o los ponen en desventaja, y también sabemos que la
opresión de género no puede ser enfrentada con éxito a menos que nos diri­
jamos tanto a los hombres como a las mujeres. Sin embargo, queremos desta­
car que son las mujeres las que más sufren como consecuencia de las relacio­
nes de género asimétricas (Budlender, 1996: 25).

A todos los rasgos diferenciadores y excluyentes los cruza el género:


entre los indígenas, pobres, campesinos y demás, hay hombres y mujeres.
Las relaciones de género se constituyen no sólo en los terrenos cultu­
ral, social e ideológico, sino también son reproducidas y conformadas en
el campo de lo material, donde hay que ganarse la vida. La clase, la etnia,
la preferencia sexual, la capacidad diversa (discapacidad), el espacio
geográfico y otras características diferenciadoras “subyacen a la forma y
estructura de sus relaciones de género reales” (Bakker, 1994: 3). Por ello,
“una auditoría presupuestal con sensibilidad al género debe incluir tanto
a los hombres como a las mujeres” (Sharp, 2001; 49). Las auditorías por
género abren la posibilidad de contemplar a otros grupos sociales que
se encuentran en desventaja, por ejemplo, los pobres. Este grupo, cada
vez más numeroso en México, ha sido objeto de una auditoría para eva­
luar el gasto público dirigido a mujeres en la pobreza (FUNDAR y el equi­
po federal de Equidad de Género 2000); y en Sudáfrica se han realiza­
do monitoreos considerando el sexo, la clase y la raza (Budlender, 1996,
1997, 1998).
La ceguera al género y a otras características diferenciadoras, como la
etnia y la clase, impiden darse cuenta de que el presupuesto público tiene
un impacto diferenciado para hombres y mujeres, así como para otros gru­
pos sociales en desventaja. El papel del presupuesto es satisfacer deman­
das primarias y secundarias del ciudadano común, “con frecuencia se su­
pone que los presupuestos y las políticas de gobierno afectan a todos más
o menos por igual; sirven al ‘interés público’y a las necesidades de la ‘perso-
El g é n e r o en l a p o l ít ic a pl'jb lic a y su v ín c u l o c o n el presupuesto 267

na promedio’” (Pregs Govender, Foreword to the First South African Womens


Budget, 1996; 7, citado por Sharp, 2001: 45).
Hasta ahora, en la mayoría de las dependencias del gobierno, “la per­
sona promedio” a la que se dirigen las acciones y el gasto ha sido el hombre
pobre que vive en un ambiente urbano o rural.

La r e l e v a n c ia d e g énero en l a s p o l ít ic a s p ú b l ic a s

El concepto de género es un asunto económico y no solamente radica en


las esferas ideológicas, culturales y sociales. El género (lo que significa ser
hombre o mujer en una sociedad específica), en un momento determina­
do, es reproducido y reformulado en el campo de lo material, donde la
gente se gana vida, y en la práctica del gasto del dinero público. La crea­
ción de la riqueza de un país depende de la producción, de la economía
del mercado y de la economía del hogar. El cuidado de esta última es
resultado del trabajo no pagado que realizan mayoritariamente las mu­
jeres. Por estas razones, la economía feminista afirma que la política ma-
croeconómica no es neutral respecto del género. Los presupuestos públi­
cos, como política económica, tienen un impacto diferenciado para hombres
y mujeres.
Existe una resistencia a ver y descubrir la relevancia de género en
muchos aspectos del gasto público. A menudo, las necesidades de hom­
bres y mujeres son consideradas iguales en el momento del diseñar las
metas y los objetivos de los programas y proyectos. En la práctica, las ne­
cesidades de los hombres y las mujeres no son los mismos. Se utilizan
argumentos como, “un poste de luz es un poste de luz para hombres y
mujeres por igual”. Una reflexión con lentes de género refuta esta argu­
mentación. Todo depende de dónde se instale el poste: su impacto en una
carretera es distinto al que puede tener si se instala en la calle, afuera de
una fábrica en la cual las obreras trabajan en horarios nocturnos, por ejem­
plo, en Ciudad Juárez, México.
El establecimiento de la relevancia específica de género requiere del
análisis de la condición de los hombres y las mujeres, en términos de las
diferencias específicas en el mercado laboral, en sus roles sociales y en la
economía, en relación con sus niveles de riqueza e ingreso. Si el programa
(o proyecto) puede tener un impacto diferente para hombres y mujeres,
entonces éste tiene relevancia de género y, por lo tanto, las acciones implí­
citas y sus resultados deberían incluir la equidad de género como un pro­
blema que debe tomarse en cuenta.
268 D fbatfs sobrf m a s c u l in id a d e s

Algunas áreas donde un enfoque de equidad de género es relevante,


pero ignorado son las siguientes:^

Vivienda: las mujeres, en promedio, tienen menores ingresos que los


hombres; también son jefas de familia en la mayoría de las familias mono-
parentales. Entonces, los programas o proyectos de vivienda pública debe­
rían tomar en cuenta sus necesidades de cercanía a transporte público,
mercados, escuelas y necesidades de mayor seguridad.
Transporte: las mujeres utilizan el transporte público con más frecuencia
que los hombres (llevando niños a la escuela, realizando compras, visitan­
do clínicas, haciendo trámites, etcétera); los hombres viajan al trabajo una
vez por día.
Menos mujeres son dueñas de carros, y el número de mujeres que
poseen una licencia de manejo es menor al de los hombres.
Turismo: un alto porcentaje de mujeres trabaja en el sector de turismo,
aunque no están en los puestos de gerencia, y la mayoría de los(las) em­
pleados (as) del sector tienen las prestaciones mínimas o ninguna presta­
ción extra. ¿Qué actividad institucional podría revertir esta situación? Los
programas o proyectos que promueven el turismo familiar benefician eco­
nómicamente más a las mujeres.

Aun cuando se localizan programas donde existen gastos dirigidos a


las mujeres (etiquetados para mujeres), quedan muchas tareas pendientes
por realizar en la inclusión de la perspectiva de género. En lo que se refiere
a los programas de Progresa, en México, existe un vacío conceptual y ope­
rativo en el enfoque de género en la política de combate a la pobreza extre­
ma, por lo menos en las reglas de operación. Pocos son los que reconocen
las necesidades e intereses de las mujeres, la mayoría se apoya en los roles
tradicionales de éstas dentro de la división sexual del trabajo, otros más no
reconocen ni valoran su trabajo en la economía (para mayor detalle ver
Vinay, 2001, y Martínez, 2001).
Incluso cuando en algunos programas o categorías presupuéstales pue­
den existir algunas variables de género, como la leyenda de mujeres o nú­
mero de beneficiarías, estos programas no han sido creados para responder
a las necesidades prácticas y a los intereses estratégicos de las mujeres, ni
para impulsar la equidad de género. De entrada, no existe un diagnóstico
que muestre las diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres; en el
mejor de los casos, existen diagnósticos de la diferencia de clase, es decir,
de la población pobre y en extrema pobreza, lo cual es relevante dado su

2Traducido del N atio n a l D evelopm ent Plan, Irlanda.


El g én : ro ln la i' u l íl il a ló u lila y su v ín c u lo c o n ll presupulsiü 269

objetivo de combatir la pobreza, pero no analizan las diferencias y desi­


gualdades por sexo dentro de la pobreza y extrema pobreza. Se da por
supuesto que la política es neutral respecto al género y que a beneficiar
por igual a hombres y mujeres, sin tomar en cuenta que és'^a afecta de
manera diferente a los diversos grupos sociales de la población.\Aunque se
puede argumentar que en términos de niveles de ingreso hay mayor igual­
dad entre mujeres y hombres pobres que en otros grupos sociales, siguen
existiendo diferencias respecto de sus necesidades, principalmente a cau­
sa de que las mujeres cumplen el papel de reproductoras.
El problema de fondo que presentan las políticas gubernamentales
con una pretendida perspectiva de género, es que no nacen con ese propó­
sito. A las políticas económicas, sociales y demográficas, entre otras, se les
incorpora el concepto de género de forma forzada, sólo en aquellos objeti­
vos, metas y líneas de acción donde se pueda incluir a las mujeres, respon­
diendo generalmente a los roles tradicionales que cumple la mujer. Por
ejemplo, en la política de población se tiene como meta reducir el creci­
miento demográfico; en estas políticas se incorporan acciones dirigidas a
las mujeres porque ellas son consideradas las principales responsables de
la reproducción, y se plantean acciones de planificación familiar dirigidas,
en su mayoría, a la población femenina.
Si las políticas de planificación familiar nacieran con enfoque de gé­
nero, las metas, objetivos y líneas de acción serían diferentes: en primer
lugar, se mostrarían las diferencias entre hombres y mujeres en el control
de la reproducción de la pareja; y, en segundo, se propondrían objetivos,
metas y acciones que impulsaran la responsabilidad de ambos en la repro­
ducción, y no solamente de las mujeres; con ello se impulsaría la equidad
de género y la reducción del crecimiento demográfico.
La ceguera al género en las políticas públicas se concreta en el proceso
presupuestario, pues la mayoría de las acciones no hace visible el impacto por
género. En parte, esta ceguera al género surge debido a que los indicadores,
aun para programas sujetos a reglas de operación (que, de acuerdo con el
Decreto Aprobatorio del Presupuesto de Egresos de la Federación para
2003), tienen que reportar este año sus datos desagregados por sexo; no
especifican cuántos hombres y cuántas mujeres se benefician del gasto.
Por ejemplo, en la actividad institucional “proporcionar servicios educati­
vos”, la meta es dar acceso a la educación básica, media, media superior y
superior para niños y jóvenes; el indicador de esta meta es el porcentaje de
la población en el rango de edad entre 4 y 24 años, en relación con el número
de alumnos registrados en el sistema educativo nacional. Si este indicador
se desglosara por sexo, permitiría conocer el impacto por género de este
gaslo.
270 D cbatis sobr : mascu linidadc s

L ín e a s d e in v e s t ig a c ió n e n l o s a n á l is is d e l p r e s u p u e s t o

PÚBLICO EN M É X IC O , D ESD E UNA PERSPECTIVA DE GÉNERO

Las experiencias desarrolladas en otras naciones, especialmente en Aus­


tralia y Sudáfrica, han representado el punto de apoyo metodológico para
la realización de análisis en nuestro país.
En 2001, varias autoras de dos organizaciones de la sociedad civil,
FUNDAR, Centro de Análisis e Investigación y Equidad de Género y Ciu­
dadanía, Trabajo y Familia, A. C., dieron a conocer dos trabajos sobre eva­
luaciones de la política pública desde una perspectiva de género: Mujeres
y pobreza. El presupuesto del gasto social focalizado, visto desde la perspecti­
va de género (Vinay ef al., 2001) y Programa de ampliación de cobertura y el
presupuesto federal: un acercamiento al paquete básico de los servicios de
salud desde la perspectiva de género (Martínez, 2001).
El primer estudio constituye, básicamente, un análisis más detallado
del realizado por FUNDAR y Equipo Federal de Equidad de Género (2001),
sobre los programas de combate a la pobreza extrema (ver FUN DA R, y
Equidad de Género, 2001), sobre los cuales se menciona los siguientes
aspectos para proporcionar un panorama completo de la metodología
desarrollada:

• Se analizaron únicamente aquellos programas que llegan directa­


mente a beneficiarios directos, como personas, familias o grupos
organizados, mas no como comunidad en general, porque su nor-
matividad no permite ver diferencias por sexo (Vinay et ai, 2001: 18).
• Se diseñó un instrumento de análisis que permitiera evaluar, con
base en su normatividad (lincamientos de operación), cada uno de
los programas dirigidos a beneficiarios directos e identificables. Por
su importancia en la metodología de las evaluaciones de las políti­
cas públicas con enfoque de género se reproduce a continuación:

Instrumento utilizado por FUNDAR y Equidad de Género para evaluar


los programas de combate a la pobreza:

1. Tipo de proyecto:
a) Productivo
b) Desarrollo de la comunidad
c) Desarrollo de capacidades humanas
2. ¿El programa contiene un enunciado respecto del “enfoque de género”?
3. ¿Se estipula el porcentaje de mujeres beneficiarias?
El género en la p o lític a PÚRLICA y SLI v ín c u l o c o n El PRESUPUESTO 271

4. ¿El proyecto parte de un diagnóstico general o integra, de manera explí­


cita, las necesidades específicas de las mujeres?
5. Tipo de involucramiento de las mujeres:
a) Individual
b) Colectivo
c) No se señala
6. Tipo de participación de las mujeres
a) Instrumental. Utiliza los roles tradicionales de la mujer dentro de la
alimentación, salud y reproducción de la familia.
b) Invisibilizada. La mujer no es convocada, no participa y no recibe
beneficios.
c) Trabajadora. Generadora de ingresos mediante proyectos productivos.
d) Gestoras comunales. Extensión de su rol femenino como proveedora
de servicios comunales.
e) Sujeta de cambios. Confrontan la subordinación y redistribución de
los roles de género.
7. Efectos positivos para las mujeres:
a) Mejora sus niveles de vida.
b) Fortalece su posición dentro de la familia.
c) Fortalece su posición dentro de la comunidad.
d) Promueve la organización.
e) Fomenta el aumento de la autoestima.
f) Se les reconoce como personas con derechos.
g) Promueve la igualdad de oportunidades.
h) Genera empleo femenino.
8. Efectos negativos para las mujeres:
a) Aumenta su carga de trabajo.
b) Deteriora sus condiciones de vida.
c) Refuerza los roles tradicionales.
d) No reconoce su aportación económica.
e) No reconoce el trabajo en la comunidad.
9. ¿Contiene indicadores de género?

El uso de esta herramienta permitió identificar cómo los programas


de combate a la pobreza, su estructura, los montos asignados, las reglas de
operación, sus indicadores de gestión y su componente de género, pueden
o no mejorar las condiciones de vida de las mujeres y, por lo tanto, si los
programas pueden ser considerados de éxito, en el sentido más amplio de
fortalecer la posición social de las mujeres (Vinay et al, 2001: 2-39).
Esta herramienta también se utilizó para el análisis del paquete básico
de los servicios de salud, el cual cuenta con todas las características de un
272 D u í ATCS SOBRr MA5CULINIDADCS

programa de combate a la pobreza. El diseño de este instrumento repre­


senta un avance de suma importancia en la construcción de la metodolo­
gía para evaluar las políticas públicas desde el enfoque de género. La pro­
puesta general de la aplicación de este método de análisis se enriquece
con un instrumento que ayuda a responder la principal pregunta de este
método: ¿las políticas tienden a reducir, incrementar o mantener la ine­
quidad por sexo?
Los datos y los hallazgos reportados en las experiencias realizadas en
nuestro país representan un avance en materia de gasto gubernamental y
política pública desde una perspectiva de género, así como en la genera­
ción de estrategias para mejorar la situación de las mujeres, como segura­
mente ha sucedido. No obstante, todavía quedan muchas tareas pendien­
tes, por ejemplo, evaluar la metodología propuesta por Budlender y Sharp
con Alien (1998) para clasificar el presupuesto en las tres categorías gene­
rales; aplicar los otros cinco métodos de análisis más finos propuestos por
Elson (1998); y realizar evaluaciones de otras políticas públicas, entre ellas,
la política de empleo y el combate a la violencia intrafamiliar, las cuales son
igualmente importantes para mejorar la situación de las mujeres en condi­
ciones desfavorables, y para impulsar la equidad de género.

Info rm e d e l a n á l i s i s p r e s u p u e s t a r io

CON UN ENFOQUE DE GÉNERO

En este apartado se proporcionan algunos resultados de la investigación


realizada en el periodo 2000-2002,^ relativa al análisis con enfoque de
género de la cuenta pública 2000.

M e t o d o l o g ía

En primer lugar, se revisaron los siguientes documentos contables: Ejerci­


cio Económico Programático del Gasto Devengado, Ejercicio Programático
del Gasto Devengado y el Análisis Programático de las Instituciones del
Gobierno Federal y de las del sector Paraestatal de Control Presupuestario
Directo, utilizando como palabras clave todos los sustantivos, pronombres
o artículos unidos a sustantivos, que hicieran referencia a las mujeres y
niñas, tales como:

^ Proyecto Conacyt, número 34960-D de 2000 a 2002.


E l género en la política pliblica y su víncuio con fl presupuesto 273

• Mujer(es) • Femenil • Adolescentes


• Niña(s) • Femenina • Ellas
• Madres • Campesinas • Las aceptantes
• Embarazada • Productoras • Viudas
• Enfermeras • Género • Divorciadas
• Trabajadoras • Usuarias

Asimismo, se incluyó la palabra género que, aunque no se refiere es­


pecíficamente a las mujeres, sí denota un gasto dirigido a ellas o para im­
pulsar la equidad entre hombres y mujeres.
La localización de palabras clave se hizo en las categorías programáticas
(ver cuadro 1) y en los indicadores estratégicos de los documentos de la
cuenta pública elegidos para la revisión. Todo esto con la finalidad de ubi­
car los gastos y clasificarlos en las tres categorías propuestas por Budlender
y Sharp (1998):

• Gastos destinados a mujeres y hombres, grupos de mujeres y varo­


nes, y niñas y niños (etiquetado para mujeres).
• Gastos dirigidos a promover oportunidades equitativas de empleo
en el sector público.
• Resto del gasto o gastos generales.

C uadro i

Categorías programáticas usadas en los dos ejercicios


de la Cuenta Pública de 2000

C lave D enom inación

F Función
SF Subfusión
PS Programa sectorial
PE Programa especial
AI Actividad institucional
PY Proyecto
UR Unidad responsable

l'uente: SIICP. C uenta Pública, Ejercicio programático económ ico del gasto devenga­
do del gobierno federal y Ejercicio programático del gasto devengado del gobierno
Icderal, 200().
274 DfRMFS SOBRF MASO IIINIDADES

Los gastos localizados mediante dichas palabras clave se clasifica­


ron en la primera categoría, etiquetados para mujeres. Conforme se
fueron localizando estos gastos etiquetados para mujeres, se observó que había
otros que también estaban dirigidos a las mujeres y niñas, y que no eran
identificables con las palabras clave propuestas inicialmente, pero que sí
estaban destinados a beneficiarlas individualmente, en su persona. Por lo
que se decidió incorporar nuevas palabras clave que estuvieran vinculadas
con las mujeres, en su persona y en algunas tareas asignadas socialmente
a ellas; éstas se mencionan a continuación;
• Leche materna • Métodos anticonceptivos
• Lactancia materna • Violencia intrafamiliar
• Cáncer cérvico uterino • Violencia familiar
• Cáncer mamario • Gestante
• Materno-infantil • Maternidad saludable
• Posparto • Mortalidad materna
• Perinatal • Mortalidad perinatal
• Métodos anticonceptivos Neoplasias • Papanicolau
• Colposcopia y mastrografía • Obstetricia
• Prenatal • Ginecología
• Salud reproductiva • Albergues maternos
• Tamiz neonatal • Planificación familiar
• Partos • Guarderías
• Abortos • Estancias para el bienestar
• Embarazo y desarrollo infantil
• Puerperio

Los gastos ubicados mediante estas palabras se clasificaron como gas­


tos indirectos. Así, la clasificación del gasto en las tres categorías propues­
ta por Budlender y Sharp (1998) fue modificada, se incluyó un nuevo gru­
po de gastos, denominado gastos indirectos. Cabe señalar que dentro de
este grupo se incluyó el destinado a Progresa, no porque esté dirigido a
beneficiar directamente a las mujeres, sino porque en las reglas de opera­
ción se específica que las mujeres son las únicas que podrían recibir la
cantidad de dinero otorgada por el programa.
En relación con los gastos dirigidos a promover oportunidades equita­
tivas de empleo en el sector público, en las tres fuentes consultadas no se
registró ningún gasto con este propósito. Se consultó el informe de gobier­
no, ahí se presenta información sobre empleo en el gobierno federal y
capacitación en el sector público, pero no se especifica por sexo. En este
contexto, se decidió que en esta categoría se incluyeran gastos destinados
a realizar acciones positivas tendientes a impulsar la equidad de género.
El géncro ln la i’ ü l ít ic a plíblic a y su vÍNt:uLO c o n ll p k ls u p u l s iü 275

Para la localización de los gastos dirigidos al desarrollo de acciones


positivas, se realizó una revisión más detallada, se leyeron los objetivos e
indicadores estratégicos que presenta el Ejercicio programático del gasto
devengado del gobierno federal y de organismos y empresas paraestales de
control presupuestario directo, para ver si algunos de éstos contenían gas­
tos para impulsar la equidad de género.
Con las modificaciones anteriormente señaladas, el gasto con pers­
pectiva de género se clasificó en las siguientes cuatro categorías:

1. Gasto dirigido directamente a mujeres, niñas y grupos de mujeres y niñas.


2. Gasto dirigido indirectamente a mujeres, niñas y grupos de mujeres y
niñas.
3. Gasto destinado a acciones positivas que impulsan la equidad de género.
4. Gastos generales o resto del gasto.

Esta clasificación se realizó en tres niveles de análisis: gasto total, gas­


to no programable y gasto programable.
Una vez clasificado el gasto del presupuesto público desde una pers­
pectiva de género, se procedió a responder a las preguntas: ¿quién gasta?,
¿en qué se gasta? y ¿para qué se gasta? Las respuestas se buscaron sólo en
los gastos clasificados dentro de los dirigidos (directa o indirectamente) a
las mujeres; y en acciones positivas para la equidad de género. No se con­
sideraron los gastos generales porque no se podía identificar a los benefi­
ciarios por sexo.
La primera pregunta ¿quiénes gastan?, se respondió revisando todos
los ramos de la dimensión administrativa mencionados en el cuadro 1.
Para responder a la pregunta ¿en qué se gasta?, se revisó el Ejercicio
Económico Programático del Gasto Devengado, donde se presenta infor­
mación relativa a los montos gastados por capítulo del gasto corriente y
gasto de capital. Los gastos que se tomaron en cuenta fueron los clasificados
por capítulo, se omitió el gasto corriente y de capital, porque el nivel de
agregación de está información no permite relacionar el gasto con el bene­
ficio para las mujeres.
Para contestar a la pregunta ¿para qué se gasta?, no se consideró el
criterio funcional del gasto; es decir, las cuatro funciones: gobierno, pro­
ductiva, desarrollo social y gasto no programable; en su lugar, se revisó la
categoría programática denominada actividad institucional, porque en ésta
se especifica la acción desarrollada con el ejercicio del gasto público que
permite mostrar el objetivo del gasto.
Como ya se mencionó, también se revisó el Análisis Programático en
tollos los ramos de la clasificación administrativa, para conocer los moti-
276 D cbaTLS sobre MASrUI.INIDADCS

VOS por los cuales variaron los gastos destinados directa e indirectamente a
las mujeres. Durante esta revisión, se encontró que en los análisis progra­
máticos de algunos ramos administrativos se mencionaban acciones diri­
gidas directa e indirectamente a las mujeres, que no aparecían en las cate­
gorías referentes a los ejercicios programáticos consultados; en la mayoría
de éstas no se especificaba el monto, muy pocas presentaban este dato, así
como el número de beneficiarías, por lo que no se pudo analizar el monto
por cada una.
No obstante estas limitaciones, se consideró que la sistematización de
la información por género era importante porque expresaba, de alguna
manera, cómo el gasto público se concretaba en acciones tendientes a
mejorar la situación de las mujeres o a impulsar la equidad entre hombres
y mujeres; este último propósito mediante acciones positivas. Para alcan­
zar tal fin, las acciones se clasificaron en tres categorías:

1. Acciones dirigidas directamente a mujeres, niñas y grupos de mujeres y


niñas.
2. Acciones dirigidas indirectamente a mujeres, niñas y grupos de muje­
res y niñas.
3. Acciones destinadas a acciones positivas que impulsan la equidad de
género.

L im it a c io n e s e n l o s a l c a n c e s d e l a in v e s t ig a c ió n

Uno de los grandes obstáculos en los análisis del presupuesto público


con perspectiva de género es que no se presentan, en forma generaliza­
da, los probables beneficiarios y su sexo. En varias dependencias se infor­
ma sobre el número de mujeres beneficiadas, pero no el de los hombres;
por ejemplo, en la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural,
Pesca y Alimentación (SAGARPA), se señala que en el Programa de mujeres
en desarrollo rural, 22 119 mujeres se beneficiaron del gasto dirigido a
proyectos productivos, en tanto que en el resto de programas no se especi­
fica el número de hombres favorecidos. En algunos casos, se señala el
número de "beneficiados”, pero éstos pueden ser hombres y mujeres.
Por ejemplo, el proyecto Equipamiento Rural fue aprovechado por
915 000 “productores”, pero no se especifica cuántos son hombres y cuán­
tas mujeres.
Una limitación más de la falta de información por sexo es que impide
mostrar el impacto diferenciado entre hombres y mujeres; por ejemplo, se
reportan indicadores como el índice de concentración de consultas, por-
El C.fNCRO LN LA l’OLillCA HUBLILA Y SU VÍNCULO CON LL PRESUPUESTO 111

centaje de ocupación hospitalaria y tasa ajustada de mortalidad hospitala­


ria, sin que se desglose la información por sexo, lo que imposibilita un
análisis de qué tanto aprovechan este servicio hombres y mujeres.
Además de la falta de información por sexo, la carencia de datos sobre
el universo de hombres y mujeres, objeto del beneficio del programa o
proyecto, no permite usar indicadores para mostrar si estos gastos tienden
a cerrar o abrir las brechas por género. Se ilustra esto con un ejemplo
concreto: los indicadores de la Secretaría de Educación Pública mencio­
nados en la primera sección.

El v o t o y l o s p r o g r a m a s d ir ig id o s a l a s m u j e r e s

José Ayala señala que “el político enfrenta disyuntivas en sus elecciones y
decisiones y sabe que no todos los electores votaron por un único proyecto
de presupuesto público [...] sino que en el mejor de los casos ganó por
mayoría, y a veces muy divida. Así que políticos y burócratas deberán to­
mar decisiones que consideren la situación económica y política general,
más allá de las relacionadas con el presupuesto público” (Ayala, 2000:
297). Hoy en día, los partidos políticos no pueden ignorar el voto femeni­
no, y es de suponer que en números crecientes, las mujeres mexicanas
ya no votan automáticamente siguiendo la decisión de sus maridos; esta
situación los lleva a considerar la satisfacción de las “necesidades especí­
ficas” de las mujeres, si desean contar con su voto.
Una “femócrata” australiana proporciona el ejemplo concreto de una
iniciativa para la obtención de votos. Con base en una encuesta sobre la
fuerza de trabajo en su estado, observó un incremento grande de mujeres
que trabajan tiempo parcial y una severa escasez de apoyos para el cuidado
de los niños. Se diseñó un programa de horarios prolongados para las es­
cuelas, que beneficiaría a 4 100 niños y niñas, con un costo de menos de
un millón de dólares.
“Cuando traducimos esto en votos, cosa que hago a menudo con el
secretario, le digo: ‘Tenemos 4 000 niños, entonces, potencialmente son
12 000 votantes si consideramos al padre, a la madre y a otra persona de
la familia que vea el beneficio de la medida, y gastando sólo un millón
de dólares.’ Ningún otro programa les puede rendir el beneficio de vo­
tos dólar que éste logra” (entrevista con Sherry, citado por Eisenstein,
1996: 49).
278 DcBATrs soBRr M A s ru iiN in A n rs

C o n c l u s io n e s

Los esfuerzos por realizar ejercicios de presupuesto con perspectiva de


género representan un avance en la gran tarea de impulsar acciones que
hagan visibles los impactos del gasto público destinado al beneficio de la
población de hombres y a la población de mujeres. Una consecuencia po­
sitiva es que estas acciones conduzcan al diseño de políticas y gasto públi­
co de acuerdo con las necesidades e intereses de las mujeres, y que fo­
menten la equidad de género. Los resultados de las investigaciones y la
lista de acciones, como los que se presentan en este trabajo, por sí solos no
van a conducir a cambios en los montos de dinero asignados a las mujeres,
los cuales logren disminuir la diferencia con los montos asignados a los
hombres, porque en la mayoría de las políticas públicas, en la planeación,
pero sobre todo en el proceso de presupuestación, aún existe una ceguera
respecto de la perspectiva de género.
En la política pública se expresan acciones específicas dirigidas a las
mujeres, muchas de las cuales, en lugar de impulsar la equidad de género,
reproducen la subordinación o el papel tradicional de las mujeres. En el
documento rector de la política pública en México, el Plan Nacional de
Desarrollo 2000-2006, existe un solo objetivo relacionado explícitamente
con las mujeres, pero no cruza todas las acciones del gobierno.
Esto mismo se observa en el presupuesto de egresos, donde se regis­
tran datos sobre el gasto únicamente en los programas y proyectos explíci­
tamente dirigidos a las mujeres; en el resto de la información sobre el
gasto se omite si éste beneficia por igual a mujeres y a hombres.
La política pública y la presupuestación están estrechamente relacio­
nadas: si en la política pública no existe una visión con perspectiva de
género, tampoco existirá en la elaboración de presupuestos.
La estructura programática tiene candados preestablecidos que, en la
situación actual, hacen poco probable visualizar el impacto del gasto en
hombres y mujeres, por una parte, y, por otra, dificultan la inclusión de
recursos orientados a satisfacer las necesidades de las mujeres, con la fi­
nalidad de cerrar las brechas entre géneros. En el corto plazo, sólo podría
informarse cuántos hombres y cuántas mujeres se están beneficiando del
gasto público, si las acciones emprendidas indican específicamente la po­
blación beneficiada; sólo así existe la posibilidad de mostrar el impacto
por género.
No obstante estas limitaciones, los ejercicios de presupuesto público
con enfoque de género promueven una variedad de reformas en el sector
público tendientes a fortalecer el vínculo entre políticas públicas y presu­
puestos, así como entre los efectos de las políticas y del gasto guberna­
E l glnlro ln la política pública y su vínculo con el presupuesto 279

mental. Asimismo, contribuyen a la transparencia en los procesos conven­


cionales de revisión del gasto público.

B ib l io g r a f ía

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MASCULINIDAD, INTIMIDAD Y POLITICAS PUBLICAS.
LA INVESTIGACIÓN SOCIAL: SUS APORTES, LÍMITES
Y DESAFÍOS

Elsa Guevara Ruiseñor*

I n t r o d u c c ió n

Para especialistas y legos es un hecho que la información generada por la


investigación social debe ser un insumo de primer orden en el diseño de
políticas públicas y, según la información vertida por los medios, cabe ad­
mitir que nuestro país marcha con paso firme en esa dirección. Por una
parte, se anunció que el Centro Nacional para la Prevención y Control del
Sida (Censida) emprenderá una nueva campaña de información para pro­
mover el uso del condón,' y además se publicó un comunicado de prensa^
de la Secretaría de Salud donde se señala la firma de un convenio con la
Universidad Nacional Autónoma de México para realizar, por primera vez
en el país, la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva. En el primer
caso, se habla de utilizar el conocimiento generado por la investigación
social para diseñar una campaña que rompa las resistencias de los hom­
bres para protegerse y proteger a su pareja y, en el segundo caso, se trata de
generar información que permita orientar las políticas públicas y las estra­
tegias de los programas de atención.
Hasta aquí, parecería que sólo necesitamos generar investigación de
calidad para apoyar el diseño de políticas públicas y darlas a conocer a
quienes toman decisiones, a fin de encauzar las acciones en cierta direc­
ción, pero el panorama es bastante más complicado. Por esos mismos
días se publicaron otras noticias’ que mueven a desánimo y muestran la
verdadera dimensión del problema. En una de ellas se indicó que la Secre­
taría de Educación Pública y el Instituto Municipal de la Mujer de León,
Guanajuato, imparten una serie de talleres a adolescentes de todas las

■^Maestra en psicología social, profesora de carrera en la PES-Zaragoza, UNAM.


I ILn esta campaña se resalta que, “efectivamente, con el preservativo ‘no se siente lo
mismo f...] No se siente angustia ni inseguridad y tampoco incertidumbre’, debido a que
usaste condón, estás relajado, te protegiste” (La Jomada, 21 de octubre de 2002),
■'Comunicado de prensa, núm. 191, Secretaría de Salud, 30 de octubre de 2002,
U ji jornada, 23, 29 y 30 de octubre; 8 de noviembre del 2002,

|2HI|
2 8 2 D e BATLS s o b r e M A S C U L IN ID A D E S

escuelas públicas y privadas, para promover la abstinencia sexual entre


los y las adolescentes, basados en el argumento de que el sexo es un evasor
de la realidad y de que el sexo impide que la energía se vaya al cerebro.“*En
otra información, se reprodujeron las declaraciones de la directora general
del Sistema Integral de la Familia (DIF), donde afirmó que realizaría, junto
con la fundación Vamos México, un diagnóstico sobre la familia, pues,
argumentó, las investigaciones emprendidas por el Consejo Nacional de
Población y el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática
no revelaban la dinámica familiar y, por ello, se requerían estudios más
cualitativos.
Como bien sabemos, en el diseño de una la política pública convergen
un conjunto de fuerzas e intereses, donde el peso de cada sector deriva de
la voz que las estructuras de poder conceden a determinados actores socia­
les; así, la investigación funciona como un mecanismo que permite a las
distintas fuerzas sociales dar mayor peso a sus propuestas y legitimarse
ante sus oponentes. Hasta ahora, el relativo éxito en la incorporación de la
perspectiva de género en las políticas públicas se ha apoyado en cuatro
actores clave para impulsar sus propuestas: los organismos internaciona­
les dependientes de las Naciones Unidas, las fundaciones internacionales, las
organizaciones feministas nacionales e internacionales y las comunida­
des epistémicas integradas por centros académicos o de investigación. Estos
últimos son considerados de la mayor relevancia para definir el curso de
estos procesos, pues de acuerdo con especialistas (Incháustegui, 2002), el
conocimiento o el saber profesional es la variable independiente más signi­
ficativa en el proceso de innovación, elección y elaboración de políticas;
por ello, las comunidades profesionales pueden jugar un papel preponde­
rante en estos procesos, tanto por su capacidad de generar conocimiento
como por sus posibilidades de legitimar sus propuestas. Esto significa que
necesitamos, por una parte, desarrollar un conocimiento y una informa­
ción que muestre como problema una cuestión determinada y, por la otra,
requerimos generar investigación que permita la creación de un discurso
que legitime y difunda las propuestas derivadas de ese conocimiento.
En el caso de los estudios sobre la masculinidad, nos enfrentamos con
dificultades adicionales para cumplir estos objetivos. Por una parte, nos
encontramos con escasa investigación al respecto, pero, sobre todo, nos en-

Se les dice a los y las adolescentes: “el sexo sólo sirve para tres cosas, para tener hijos,
para quitar el estrés y para alcanzar la sublimación. Ustedes no van a tener hijos, no
están estresados y tampoco saben qué es la sublimación, así que nada de sexo, eso es
algo grotesco. ¡Aprendan a usar su energía sexual que se va al cerebro, en lugar de
tirarla!” (La Jomada, 23 de octubre de 2002, p. 49).
M A SrU I INIDAD, I N T I M I D A n Y P O l Í T I f A S PÚRIirAS. La INVFSTIGAnÓN S O f l A I 283

contramos con una gama muy variada de enfoques y distintos niveles de


análisis, de manera que resulta difícil obtener una perspectiva general so­
bre qué es lo que hasta ahora ha aportado la investigación y lo que aún nos
falta conocer. En segundo lugar, no queda muy claro cómo podemos utili­
zar ese conocimiento para legitimar propuestas derivadas de la equidad de
género,’ pues en la investigación sobre los hombres y las masculinidades,
el género, como categoría de análisis, está todavía en un proceso de cons­
trucción y redefinición teórica, de manera que la masculinidad se usa tan­
to en sentido descriptivo como analítico. Así, vemos que la masculinidad
es utilizada como sinónimo de hombres, también se usa para referirse a un
conjunto de atributos o rasgos de personalidad (fuerte, violento, insensi­
ble), para destacar ciertos roles sociales (proveedor, mujeriego) y para ha­
cer referencia a una categoría sobre el lugar y la posición social que ocu­
pan los hombres en el marco del orden de género. En tercer lugar, nos
encontramos ante un escenario marcado por el ascenso político de la dere­
cha que hace muy difícil dar un paso adelante e, incluso, sostener los
avances conseguidos en El Cairo y Beijing, pues muchos de los compro­
misos adquiridos son ahora omitidos o cuestionados por los grupos en el
poder. Ante este panorama, es importante identificar cuál es el estado que
guarda el conocimiento sobre los hombres y las masculinidades, pues ahí
pueden estar, en principio, algunos de los obstáculos que pudieran limitar
las posibilidades de avance. Dada la amplitud del tema, me voy a permitir
hacer un breve recuento sobre los estudios realizados en el ámbito de la
intimidad,^ a fin de tener un diagnóstico preliminar y, desde ahí, proceder
a identificar algunas posibles vías de avance. La investigación empírica
realizada en México en los últimos años la podemos agrupar en cinco rubros:
aquella que nos habla 1) sobre las prácticas y discursos de los hombres en
el ámbito de la sexualidad erótica; 2) sobre el amor y las relaciones de
pareja en los varones; 3) sobre su vida reproductiva (anticoncepción, abor­
to); 4) sobre su lugar en la familia y su experiencia de la paternidad; 5) so­
bre el papel de los hombres en la violencia de género.

’’ Como existe una abundante bibliografía que aborda el tema de la masculinidad o de los
hombres sin el compromiso político derivado de la equidad de género, sólo me refiero a
los estudios orientados a este objetivo.
'’ Vale la pena anotar que Alatorre, M inello y Romero (2000) realizan también una revi­
sión de investigaciones, programas y acciones sobre la incorporación de los hombres en
las acciones de salud sexual y reproductiva, que incluye tanto las acciones estatales,
como las de las organizaciones civiles. De hecho, este escrito se ha nutrido de ese traba­
jo, sin embargo, se consideró necesario hacer una síntesis propia a fin de incorporar
mhros e investigaciones no contempladas y tomando como eje no la salud, sino la esfera
de la intimidad.
284 D cbai ls sühkl mascuunidadcs

L as p r á c t ic a s y d is c u r s o s e n e l á m b i t o

DE LA SEXUALIDAD ERÓTICA

Los estudios realizados en este rubro muestran que, en su mayoría, los


varones sostienen un discurso bastante liberal al considerar las relaciones
premaritales y extramaritales como prácticas que debieran permitirse; con­
sideran el sexo, principalmente, como un medio para el goce y aceptan el
derecho de las personas a decidir sobre su sexualidad; estas posturas se
encuentran principalmente en la población urbana, joven y de mayor es­
colaridad (De la Peña, 2001; Coronel y Rodríguez, 2000). Sin embargo,
respecto de las mujeres, el discurso de los varones no es tan liberal: la
virginidad de las mujeres todavía es importante para muchos hombres,
tanto de zonas urbanas como rurales, aunque la clase social marca algunas
diferencias entre unos y otros, y en la práctica muchos aceptan establecer
relaciones conyugales y se enamoran de mujeres que ya han tenido vida
sexual. Al mismo tiempo, persiste el reconocimiento de los varones como
sujetos de derecho en los espacios del placer y el erotismo, no así en el
caso de las mujeres, quienes son valoradas principalmente en el ámbito de
la sexualidad reproductiva. Estas ideas son más acentuadas en sectores
rurales, pues en las zonas urbanas es más frecuente que los varones reco­
nozcan el derecho de las mujeres al deseo sexual, mientras que en las
zonas rurales se considera como una prerrogativa masculina aceptar o re­
pudiar a una mujer sospechosa de no ser virgen (Mesa, Muñoz y Reyes,
1995; Rojas, 1998; Amuchástegui, 2001).
Todavía, el cortejo, la seducción y la inducción de encuentros sexua­
les son prácticas consideradas propiamente masculinas, que otorgan po­
der y prestigio a los hombres, no así a las mujeres. De acuerdo con un
estudio realizado en una zona rural, siguen siendo los varones quienes
en su mayoría realizan el cortejo; son ellos quienes persuaden y seducen a
las mujeres para acceder a contactos más íntimos y son ellos quienes
deben iniciar las prácticas eróticas. Además, los varones conservan los
privilegios de la masculinidad como tener varias novias de manera simul­
tánea, proponer matrimonio o presionar a las mujeres para que realicen
prácticas transgresoras. Aun cuando en las generaciones más jóvenes
existe una actitud más activa de las mujeres ante el cortejo y una mayor
permisividad para separar las prácticas sexuales de la reproducción, se
mantiene una moral social que penaliza las prácticas sexuales de las muje­
res fuera de los fines y espacios institucionales (Rodríguez y de Keijzer,
2002). Este patrón es válido también en poblaciones urbanas, adoles­
centes y escolarizadas, para las cuales el hombre es quien debe tomar
la iniciativa en la relación, el que debe cuidar a la mujer y quien está
M a SC UI INinAO, INTIMIDAD Y POI ¡TICAS PÚBIICAS. La INVFSTICACIÓN SOCTAI 285

obligado a conseguir y proveer los recursos para establecer el matrimonio


(Aguilar, 1994).
El inicio de la vida sexual es uno de los rituales de iniciación más
importantes en la experiencia de la intimidad en los hombres, porque re­
presenta un indicador de su ingreso a la comunidad de varones adultos, un
referente muy importante de su identidad masculina y el inicio formal de
la experiencia compartida del cuerpo, en torno a los vínculos amorosos y
eróticos. Las investigaciones sobre la edad en que ocurre el primer contac­
to sexual coinciden en que la mayoría de los hombres en México empieza
su vida sexual más temprano que las mujeres, entre los 15 y los 17 años,
con parejas que tienen en promedio tres años más que ellos. Sólo una
mínima parte utilizó condón en el primer coito (Alatorre, Minello y Rome­
ro, 2000; de la Peña, 2001). Para algunos, la primera relación sexual se
encuentra asociada a la impaciencia y se vive como una prueba de virili­
dad (Amuchástegui, 2001); otros la viven con un sentimiento de alegría;
otros hablan de un sentimiento de confusión, y otros más la han vivido
acompañada de violencia (Bronfman y Minello, 1995; Zavala y Lozano,
1999). Pero, en su mayoría (92.2 por ciento), los jóvenes consideran que
su primera experiencia sexual fue agradable o muy agradable (Encuesta
Nacional de la Juventud, 2000).
Los varones en las áreas urbanas se inician más bien con amigas o
novias, mientras que en áreas rurales es más frecuente la iniciación sexual
con trabajadoras sexuales (Rodríguez, 2001; Encuesta Nacional de la Ju­
ventud, 2000), aunque algunas investigaciones, como la de Amuchástegui
(2001), señalan que los significados de la iniciación sexual están experi­
mentando una transformación: hay una menor demanda del desempeño
sexual del hombre y una mayor demanda de relaciones emocionales entre
las parejas. Sin embargo, ya iniciados en su vida sexual, las relaciones con
prostitutas son más o menos frecuentes en varones de todos los sectores y
clases sociales, si bien los hombres con mayor poder adquisitivo acuden a
bares, centros nocturnos o cali girls para obtener estos servicios; los alba­
ñiles o empleados las contactan en la calle. Se ha encontrado, además,
que la mayoría (56.2 por ciento) de quienes acuden con prostitutas son
hombres casados, desde profesionistas hasta campesinos e, incluso, estu­
diantes universitarios (Uribe, Hernández de Caso yAguirre, 1996; Guevara,
2002). También existen hombres que ofrecen servicios sexuales a otros
hombres o a mujeres, y la mayoría de quienes recurren a los servicios de
prostitución masculina (60 por ciento) son hombres casados y casi la mi­
tad tiene entre 21 a 40 años (Uribe, 1994).
La bisexualidad o el sexo entre varones que además tienen contacto
sexual con mujeres es una práctica más frecuente de lo que abiertamente
286 D fBATFS SOBR: MASnJl.lNIDADCS

se reconoce; sale a la luz cuando la epidemia del sida se extiende entre


mujeres casadas contagiadas por contacto sexual, lo que obligó a rastrear
las vías de la infección. En 1976, Carrier realizó una investigación en Gua-
dalajara con hombres que tenían prácticas homosexuales y detectó que 88
por ciento de ellos había tenido relaciones sexuales en algún momento de
su vida con una mujer. En otra investigación efectuada en 1988 (Izazola,
Valdespino y Sepúlveda), encontraron una conducta similar en 56.7 por
ciento de los casos. Más recientemente, los estudios de Núñez (1999) dan
cuenta de lo frecuente que resulta para los hombres (casados o con hijos),
que cotidianamente tienen contacto sexual con mujeres, tener sexo con
otros hombres sin que esto se considere una práctica homosexual o bi­
sexual que desmerezca su identidad masculina.
Estas prácticas, aunadas a la frecuencia de relaciones extraconyugales,
al hecho de que los hombres, en general, tienen más parejas sexuales a lo
largo de su vida y realizan más prácticas riesgosas (de la Peña, 2001; Alatorre,
Minello y Romero, 2000), hacen que las enfermedades de transmisión sexual
sean uno de los principales problemas de salud y que se agudice la vulnera­
bilidad de las mujeres, al aumentar sus probabilidades de contagio de en­
fermedades como el cáncer cérvico-uterino, las enfermedades de transmi­
sión sexual y la infección por VIH. Con todo, la intimidad de los hombres no
sólo gira en torno a la vida erótica y al placer, ni alrededor de los riesgos y
consecuencias que tienen para su salud sus prácticas sexuales, sino tam­
bién se construye a partir de los vínculos afectivos, de los amores y desamo­
res con que tejen cotidianamente sus relaciones, así como a partir de la
intensa vida emocional que supone la convivencia erótica y afectiva.

El a m o r y l a s r e l a c io n e s d e p a r e ja e n l o s v a r o n e s

Los ámbitos del amor, la intimidad y los afectos han sido considerados
como espacios propios de las mujeres, por ello, la vida emocional de los
hombres es uno de los terrenos menos explorados desde las ciencias socia­
les. No obstante, sería falso afirmar que no contamos con información
sobre el tema; cierta parte de la producción filosófica, sociológica y litera­
ria ha abordado el tema del amor, pero presuponiendo siempre que se
trata de un terreno neutral, vivido por igual por hombres y mujeres. Así,
encontramos importantes lagunas en estudios que utilizan como prisma
los modelos culturales de la masculinidad y las identidades genéricas en el
análisis de la experiencia amorosa de los varones. Con todo, en los últimos
años algo se ha avanzado, y desde diversas vertientes ya se empiezan a
explorar la forma en que los hombres experimentan su vida afectiva.
M a SCUI INIDAD, INTIMinAD Y POI ¡TICAS PÚBIICAS. L a INVFSTIC,ACIÓN SOCIAI 287

Existen estudios basados en entrevistas individuales y grupales en zo­


nas urbanas, que permiten conocer sobre la semántica social del amor. En
uno de ellos (Guevara R., 1996), los hombres entrevistados se refieren al
amor como un sentimiento más profundo, más intenso y más selectivo
que el cariño, pero fuertemente asociado con la vida erótica. Para sentirse
amados, los hombres señalan que requieren de expresiones físicas y verba­
les de afecto que les permitan sentirse aprobados, comprendidos y necesi­
tados por su pareja; además, es muy importante para ellos que se les acep­
te sexualmente. Estos varones expresan amor procurando el bienestar de
su pareja, pero también se preocupan del bienestar de sus compañeras
como una forma de evitar conflictos y de generar eventos placenteros. No
siempre les parece adecuada la forma en que su pareja les expresa amor,
pues les resulta demasiado absorbente en algunos casos (“todo el tiempo
quiere que esté con ella”), y demasiado tibia en otros (“rara vez me busca
sexualmente”), aunque en todos los casos mencionan que la relación amo­
rosa es una de las experiencias más trascendentes de su vida.
En estudios con varones jóvenes, se encuentra que las relaciones
amorosas son parte de su presente y su futuro; casi todos señalan que se
han enamorado una o varias veces, y algunos viven procesos de enamo­
ramiento aun después de la unión conyugal. Es frecuente que señalen
como razón de su unión el amor y, entre los solteros, el matrimonio es
considerado como uno de sus proyectos de vida más importantes (Aguilar,
1994; Encuesta Nacional de la Juventud, 2000; Guevara, 2002). Cuando
se interrogó a jóvenes de bachillerato sobre la manera en que se verían
dentro de algunos años, todos los varones respondieron que se veían con
una persona a la que ellos amaran y que los amara; muchos respondieron que
no sabían si estarían casados o no, pero estaban seguros de que estarían
“emparejados”. Algunos más respondieron que lo mejor de vivir en pareja
sería una vida sexual con amor (Torres y Camargo, 2001). Ante la pregunta
de si preferirían un amor para toda la vida o muchos amores, jóvenes uni­
versitarios muestran mucha dificultad para elegir y señalan las dos opcio­
nes. En cuanto a los valores que consideran centrales para la vida en pare­
ja, estos jóvenes mencionan la comunicación, la confianza, el respeto y la
reciprocidad en los sentimientos, así como el rechazo a cualquier tipo de
violencia; cuestionan las relaciones tradicionales de género y destacan
la importancia de compartir responsabilidades, especialmente el cuidado
y la crianza de los/as niños/as (Guevara, 2002).
La forma en que se vive la ruptura del vínculo amoroso muestra otra
de las dimensiones de la experiencia del amor en los hombres. En un estu­
dio realizado con varones y mujeres adultos, con estudios universitarios,
que habían vivido un proceso de separación conyugal (Guevara y Montero,
288 D ebates sobre m a s c u lin id ad es

1994), se encontró que ante la ruptura de la relación, los hombres se ha­


bían sentido muy solos, habían experimentado daños en su salud y habían
enfrentado el hecho con estrategias más bien evasivas, aun cuando ellos
habían recibido un importante apoyo social y emocional por parte de ami-
gas/os y familiares durante el proceso. En la mayoría de los casos, la deci­
sión de la separación la tomó la mujer; sin embargo, dos terceras partes de
los varones sentía que en el momento de la ruptura su pareja todavía los
amaba, y en los siguientes dos años después de la separación, la mayoría de
ellos ya tenía otra pareja formal, algunos incluso se habían distanciado
de los hijos e hijas, pero otros consideraban que dejar de vivir con sus
vástagos resultó la parte más dolorosa de la separación. La mayoría mani­
festaba que, aun cuando este proceso fue doloroso y difícil, había logrado
recomenzar su vida amorosa sin problemas, aunque ahora se encontraba a
la defensiva para evitar volver a vivir una situación semejante.

L o s VARONES Y SU VIDA REPRODUCTIVA

La vida reproductiva de los hombres se empieza a modificar a partir de los


cambios sociales producidos por las políticas de población implantadas en
las últimas décadas, cambios que han alterado sustancialmente su posi­
ción social respecto de las mujeres, la familia y la identidad masculina.
Así, el uso de métodos anticonceptivos modernos entró a formar parte de
la educación sexual de los varones y los obligó cada vez más a participar
activamente en la planeación de su descendencia. Esto no significa que
los varones hayan estado ausentes en estos procesos; ellos siempre han
participado en las decisiones reproductivas, pero esta responsabilidad era
más bien circunstancial y se apoyaba en métodos anticonceptivos tradi­
cionales, como el coito interrumpido o el ritmo, mientras que en otros
casos, su participación consistió en supervisar a su pareja en el uso de
alguna medida anticonceptiva. Es hasta las últimas décadas que los varo­
nes se empiezan a comprometer con el uso de métodos modernos de con­
trol natal, como la vasectomía o el condón. Aquí encontramos precisa­
mente un rostro de la transición, pues su uso es todavía muy limitado
(según el Consejo Nacional de Población sólo 7.3 por ciento de los varo­
nes utiliza algún método anticonceptivo). Las razones de los hombres para
usarlos muestra una concepción distinta de sus relaciones amorosas y
reproductivas, en las cuales se presentan importantes polaridades.
En el caso de la vasectomía hay datos más alentadores, pues aun cuando
sólo 1.4 por ciento de los usuarios recurre a este método, sus razones refle­
jan una distribución equitativa en las responsabilidades reproductivas y de
M a s c u l in id a d , in t im id a d y poi¡ticas pú blic as . La invfstic .a c ió n social 289

una mayor preocupación por el bienestar y salud de sus compañeras. Patricia


Castro (1998), en una encuesta realizada con varones vasectomizados del
D.F., encuentra que en la mayoría de los casos la decisión la tomó de co­
mún acuerdo con su compañera, y que las razones que los motivaron a
practicarse esta cirugía son evitar los riesgos a la salud de su pareja, no
desear más hijos y la búsqueda de una vida sexual más placentera.
El uso del condón obedece a otros motivos. En primer lugar, son dife­
rentes las razones para usarlo porque las motivaciones de quienes utilizan
este método son distintas de las de quienes recurren a la vasectomía. Mien­
tras que los hombres que se la practican son varones adultos, unidos y con
hijos, los que emplean el condón son tanto jóvenes solteros como adultos
que consideran mejor este método preventivo para relaciones ocasionales
o relaciones cotidianas que pueden ser extramaritales. Además, el hecho
de que se utilice preferentemente en relaciones de noviazgo o en encuen­
tros ocasionales, marca una jerarquía entre las mujeres con las cuales tie­
ne vida sexual, así como la división genérica entre sexualidad erótica y
reproductiva. Según parece, el uso del condón aún se rige por la lógica de
que la sexualidad es un asunto de los hombres y la reproducción un asunto
de las mujeres. En una investigación sobre el uso del condón, dice un
entrevistado: “en los dos tiene igual importancia, para ellas no quedar
embarazadas y para nosotros evitar una infección o alguna enfermedad”
(joven del grupo de 17-18 años. Arias y Rodríguez, 1998: 326). Las autoras
señalan que los motivos para el uso del condón son distintos según el
grado de compromiso asumido con la pareja; así, a menor compromiso
mayor interés en protegerse contra la infección y, por el contrario, a mayor
compromiso mayor interés en utilizarlo como método de planificación
familiar.
En el caso del aborto, observamos que la participación de los varones,
tanto en la toma de decisiones como en la responsabilidad que asumen en
este proceso es mucho más amplia de lo que se supone. Por una parte,
los estudios indican que la participación de los hombres es determinante
en la decisión de interrumpir o continuar un embarazo no deseado (Tolbert,
Ehrenfeld y Lamas, 1996) y, por la otra, se encuentra que la forma en que
asumen responsabilidades en este proceso aumenta o disminuye los ries­
gos en la salud y la vida de sus compañeras (Guevara, 1999). Cuando los
varones participan apoyando las necesidades y deseos de las mujeres, ellas
enfrentan el aborto en mejores condiciones médicas, económicas y emo­
cionales, pero cuando los varones participan imponiéndose o no asumen
la responsabilidad de participar en el proceso de interrupción del embam-
zo, las mujeres se ven sometidas a condiciones más difíciles en el plano
emocional, económico y, en ocasiones, también en el plano médico, lo que
290 D ebates sobre m asc u lin id ad es

supone un mayor riesgo para su vida y su salud. Además, los estudios mues­
tran el importante papel que desempeña el cuerpo de las mujeres para
ampliar o restringir los márgenes de negociación ante la decisión del abor­
to. También se detectó que el tipo de apoyo que brindan los hombres
depende de si mantienen una relación formal u ocasional y del grado de
compromiso emocional establecido con su compañera. Aunque son los
varones quienes deciden qué se negocia y qué no entra en la negociación,
son ellos quienes deciden en qué apoyan y en qué no (Guevara, 1998).
Estas contradicciones son muy evidentes cuando se analiza la expe­
riencia emocional de los varones ante el aborto, pues contra la idea gene­
ralizada de que ellos viven este proceso como una experiencia ajena, en
este estudio se reveló que la mayoría de ellos lo viven con una profunda
carga emocional (de incertidumbre, impotencia, miedo, angustia o cora­
je), pero sus sentimientos no facilitan necesariamente la solidaridad ni
implican mayor cercanía con su compañera, sino que forman parte de un
proceso emocional. Este proceso es el que les permite orientar moralmen­
te su acción; en él cumple un papel determinante el tipo de vínculo que
establecen con las mujeres con quienes tienen vida sexual, y los impulsa a
brindar apoyo o a eludir las responsabilidades que tienen con sus compa­
ñeras (Guevara, 2001b).
Finalmente, otro estudio con adolescentes escolarizados en la ciudad
de México muestra las enormes contradicciones que supone para las nue­
vas generaciones conciliar el discurso de los derechos reproductivos con la
moral católica que condena la práctica del aborto. De los 148 varones
entrevistados, en su mayoría católicos, más de la mitad afirmó no conocer
sus derechos reproductivos (53 por ciento) ni los de su pareja (55 por
ciento), pero el 93 por ciento señaló que las mujeres tienen derecho a
decidir sobre su propio cuerpo; sin embargo, el aborto no es considerado
dentro de estas prerrogativas, ya que sólo 5 por ciento piensa que las mu­
jeres que abortan ejercen un derecho. Con todo, 92 por ciento consideró
que la decisión ante un embarazo no deseado la debe tomar la pareja o la
mujer, y 38 por ciento practicaría un aborto si su compañera lo deseara o si
no tuvieran otro remedio (Guevara, 2001a).
Los estudios sobre la participación del varón en el proceso de embarazo
y parto apuntan algunos cambios en las zonas urbanas, pero muy pocos en
las zonas rurales. Castro y Miranda (1998) y Vázquez y Flores (1999),
en estudios realizados en población rural, muestran que la capacidad de
decidir de los hombres en el proceso de embarazo y parto es determinante.
Son los hombres quienes deciden si se recurre a los métodos tradicionales
de control de fecundidad, son ellos quienes deciden tener o no relacio­
nes en los días fértiles, ellos deciden en qué momento una mujer embara­
MASniLiNIDAO, INTIMIDAD Y POIÍTICAS PÚRLICAS. L a INVESTIGACIÓN SOCIAL 291

zada puede ver al médico, y son ellos quienes reciben la información del
personal de salud. Sin embargo, en jóvenes universitarios y solteros de la
ciudad de México, se encuentra que ellos tienen una perspectiva más go­
zosa de su futura paternidad y consideran que participar en el proceso de
embarazo y parto de sus compañeras sería una experiencia agradable y una
forma de compartir un proceso que vislumbran con expectativas muy ven­
turosas (Guevara, 2002).

El lugar de los h o m bres en l a f a m il ia

Y su e x p e r ie n c ia d e l a p a t e r n id a d

Sobre la forma en que los hombres viven y ejercen la paternidad ha surgi­


do un amplio interés por parte de quienes comparten la perspectiva de
género, y se habla de un nuevo paradigma de paternidad que sustituye al
modelo tradicional basado en la concepción del padre como proveedor,
autoritario, de emociones reprimidas y conducta racional. En este nuevo
paradigma, se dice, los hombres comparten el papel de proveedor de la
pareja, apoyan las necesidades de sus hijos y son más emotivos (IPPF y
AVSC, 1998). Alatorre y Luna (citado por Alatorre, Minello y Romero, 2000)
cuestionan estas generalizaciones y señalan que en el estudio realizado
por ellos con varones de sectores populares y capas medias de la ciudad de
México, encuentran que tanto hombres como mujeres comparten una vi­
sión “naturalizada” de sus papeles: los unos proveedores, las otras cuidadoras
de sus hijos/as. No obstante, los hombres cumplen con ese papel con al­
gunos de sus hijos pero no con todos, eso depende del vínculo que tienen
con ellos y de la relación que los une a las diferentes mujeres con las que
tienen hijos/as. Además, señalan que la autoridad del padre es una catego­
ría importante para definir sus relaciones con las mujeres e hijos. Sólo
unos cuantos señalan su participación en las tareas domésticas y el cuida­
do de sus hijos como una actividad que también les corresponde a ellos.
Otras investigaciones (Guevara Ruiseñor, 1998 y Ruiz y Eroza, 1999) se­
ñalan que la actitud y el deseo de paternidad están vinculados al tipo de
relación con la pareja, pues cuando se trata de una relación estable los
varones tienen una respuesta más favorable al embarazo y a la paternidad;
cuando la relación es menos firme o francamente ocasional, el rechazo al
embarazo y a la paternidad es muy grande.
En cuanto a la importancia de la paternidad en la identidad masculina
y en el proyecto de vida. De Keijzer (1998) plantea que en los talleres
realizados con hombres adultos en Veracruz y Querétaro, la paternidad no
aparece entre las características esenciales que definen a un hombre. Sin
292 D fratfs aobrf MAsniiiNinAnFS

embargo, en un estudio realizado con varones entre 14 y 21 años en Zaca­


tecas (Zavala y Lozano, 1999) revelan que 30 por ciento de los jóvenes
entrevistados consideran que ser padre hace a un hombre más masculino
y 72 por ciento desea tener hijos. Así lo muestra también la mayoría de
jóvenes entrevistados por Rojas (1998), Torres y Camargo (2001) y la En­
cuesta Nacional de la Juventud (2000), es decir, para los jóvenes varones
tener hijos es una parte importante de su proyecto de vida. Además, en
otro estudio, 148 adolescentes (Guevara, 2001) ante la pregunta de qué
harían si la mujer con quien decidieran casarse no deseara tener hijos, 20
por ciento afirmó que apoyarían esa decisión, 27 por ciento tratarían de
convencerla y 40 por ciento mencionó que la dejaba o se casaba con otra.
Sobre el lugar que ocupan los hombres en la familia, se ha encontrado
que en 90 por ciento de los hogares nucleares y en 70 por ciento de las
familias extensas, el jefe de familia es un hombre, mientras que 83 por
ciento de los hogares monoparentales tiene jefatura femenina (INEGI, 2000),
lo que significa que las mujeres siguen ocupando una posición subordina­
da en los hogares con presencia de ambos cónyuges, pero mantienen la
responsabilidad de los hijos en las familias con presencia de uno solo de
los cónyuges. Todavía son las mujeres quienes, en abrumadora mayoría,
realizan las labores domésticas, así como el cuidado de los niños y ancia­
nos. De acuerdo con la Encuesta Nacional de la Juventud, 2000, en 72.5
por ciento de los casos son las mujeres quienes realizan las tareas domés­
ticas y 69.5 por ciento el cuidado de los niños y ancianos. Pero aun en
sectores universitarios, donde los hombres contribuyen al trabajo domés­
tico, lo hacen en menor cantidad que las mujeres y en las tareas menos
pesadas; además la mayoría de ellos menciona que realiza estas tareas por
la presión que ejercen sus compañeras para que participen (Saucedo, Or­
tega y Yoseff, 1995). Finalmente, también se ha detectado que la violencia
es mayor en hogares cuyo jefe de familia es un hombre; así, la Encuesta
sobre Violencia Intrafamiliar (INEGI, 2002) muestra que 85.3 por ciento
de los hogares que reportan algún tipo de violencia intrafamiliar tiene como
jefe de familia a un hombre y 14.7 por ciento a una mujer.

El pelo en la SOPA: VIOLENCIA DE GÉNERO

La violencia contra las mujeres es un fenómeno de grandes proporciones


en México; se calcula que 60 por ciento de las mujeres ha vivido un episo­
dio de violencia física, sexual o emocional en algún momento de su vida.
En el Distrito Federal, uno de cada tres hogares reporta violencia intrafa­
miliar (Pronavi, 1999-2000). Diversas investigaciones coinciden en seña­
M A sruiiN inA i), in t im id a d y po lític as p ú iílic a s . La invlshc .au c 'ln s o c ia l 293

lar que el principal causante de la violencia contra las mujeres es el espo-


so/compañero, que ejerce principalmente violencia psicológica, seguida
de la violencia física; una tercera parte de los esposos/compañeros ejerce
violencia sexual (Valdez y Santiago, 1996). Sin embargo, lo más común es
que se ejerzan distintos tipos de violencia al mismo tiempo, pues la violen­
cia sexual casi siempre va acompañada de agresión física y psicológica; y la
violencia física supone siempre presión y tortura emocional. Se sabe tam­
bién que este problema aparece en todas las clases sociales y que la violen­
cia la ejercen hombres de todos los niveles de escolaridad, aunque algunos
datos señalan mayor frecuencia en estratos bajos (Ramírez Solórzano, 2000).
No obstante, es necesario tomar con cautela estos datos, pues con fre­
cuencia estas apreciaciones obedecen a la dificultad para estudiar la inci­
dencia de violencia en los sectores más adinerados. También es frecuente
que las mujeres embarazadas sean blanco fácil de agresiones físicas; así,
de l i o mujeres asistentes a los servicios de posparto y posaborto en el
Hospital Civil de Cuernavaca, 33.5 por ciento de ellas reportó algún tipo
de violencia durante el periodo de embarazo (Valdez y Sanin, 1996).
La violencia sexual comprende una amplia gama de prácticas que
atentan contra el bienestar físico y emocional de quienes la padecen, en
su mayoría niños, niñas y mujeres adultas, y donde los agresores son en su
mayoría hombres adultos. Puede ocurrir que, principalmente en el ámbito
doméstico se produzca el incesto, el abuso sexual contra menores o la
violencia sexual contra la pareja, o bien puede suceder en espacios extra­
domésticos, donde por lo general se da el hostigamiento sexual y la viola­
ción. Hay muchas dificultades para estudiar la violencia sexual en todas sus
modalidades debido a la negativa a denunciarla o a hablar del asunto, por
miedo, vergüenza o falta de información de parte de quienes la padecen, y
por la impunidad de que gozan los agresores (Alatorre, Minello y Romero,
2000). Existe, por tanto, un bajo registro de los casos de violencia sexual,
la cual se mantiene aún más oculta en el caso de los hombres que han sido
objeto de este tipo de violencia; sin embargo, los pocos datos con que se
cuenta señalan que la mayoría de los hombres víctimas de violencia sexual
han sido violentados por otros hombres.
El hostigamiento sexual es otra forma de violencia que sufren cotidia­
namente muchos hombres y mujeres; por lo general, son hombres quienes
ejercen este tipo de acoso, ya sea contra las mujeres o contra otros hom­
bres. El hostigamiento sexual se caracteriza por una forma de ejercicio del
poder consistente en imponer actos de naturaleza sexual que degradan,
humillan y ofenden a quien lo sufre. En los ambientes laborales se consi­
dera un atentado al bienestar físico y emocional de las personas, pues crea
un ambiente laboral hostil y envenenado (Cooper, 2001). Pese a que se
294 D ebates sobke m as c u lin id a d e s

sabe que este problema adquiere grandes proporciones, apenas se han


realizado investigaciones al respecto. En un estudio realizado por Riquer,
Saucedo y Redolía (1996) entre la comunidad de la Facultad de Psicología de
la U N A M , se encontró que 5 4 por ciento de las estudiantes y 4 0 por ciento
de las trabajadoras afirman haber sido objeto de hostigamiento sexual.

La m a s c u l in id a d c o m o p o s ic ió n s o c ia l ,
IN TIM ID A D Y POLÍTICAS PÚBLIC A S.
A M ANERA D E C O N C L U S IÓ N

Partiendo de la premisa de que la institucionalización de una política re­


quiere del desarrollo de un conocimiento y de información que muestre
como problema una cuestión determinada, las investigaciones revisadas
nos permiten rebatir la idea de que los hombres, como sector social, han
perdido su condición de privilegio. Por el contrario, encontramos que sólo
en ciertos sectores, y en aspectos muy acotados, se han reducido las asi­
metrías; pero también apreciamos que empiezan a emerger nuevos discur­
sos y prácticas que cuestionan este orden de inequidad. Además, el hecho
de que los hombres no constituyan una población homogénea resulta alen­
tador, pues muestra que se han debilitado algunos de los pilares que sus­
tentaban su hegemonía, y facilita la instrumentación de políticas públicas
con objetivos muy específicos de acuerdo con la clase, la edad o la zona de
residencia. De esto han tomado nota los/as encargados/as de las políticas
públicas, pues las pocas acciones dirigidas a los hombres tienen muy bien
definida su población meta. Sin embargo, al parecer, estas acciones no
ocupan todavía un lugar prioritario en los planes y programas, y menos aún
tienen como principal propósito lograr relaciones más equitativas. Tampo­
co parece que la información proporcionada por la investigación social sea
central para el diseño de estas políticas.
En gran medida, ello tiene su base en dos importantes factores: por
una parte, es consecuencia de las dinámicas de poder que operan en los
equipos institucionales, así como de los intereses que se mueven al inte­
rior de los grupos encargados de diseñar e instrumentar las políticas públi­
cas. Esto se traduce en resistencias o en obstáculos abiertos o soterrados
que impiden incorporar el enfoque de género. Pero, por otra parte, los
mismos encuadres teóricos y metodológicos que han guiado la investiga­
ción social se han convertido en verdaderos impedimentos para el cumpli­
miento de los objetivos que se persiguen. Puesto que la finalidad de este
texto se centra en el papel de la investigación social, a esos impedimentos
me referiré. Son tres las limitaciones que identifico para lograr que la in­
M a s c u l in id a d , in t im id a d y políticas públic as . La in v c s t ig a u ó n so cial 295

vestigación avance en la legitimación de sus propuestas: un enfoque más


bien descriptivo de la masculinidad, una perspectiva de la sexualidad y la
procreación centrada en la salud y una concepción de las políticas públicas
que ha perdido de vista la estrecha relación entre la esfera de la intimidad
y los cambios sociales generados por el nuevo orden mundial.
Hasta ahora, en la investigación social ha prevalecido un enfoque pre­
dominantemente orientado a la salud sexual y a la procreación. Si bien la
salud sexual y reproductiva fue parte de las duras batallas que debieron
librar los grupos feministas en contra del enfoque medicalista y demográfi­
co que guiaron las políticas públicas dirigidas a las mujeres, en la actuali­
dad estos mismos conceptos se han vuelto en contra de sus objetivos pri­
marios y se usan con criterios totalmente distintos a los que guiaron las
propuestas originales. Hoy, el tema de salud sexual, dice Carol Vanee (2002),
es una retórica usada por los grupos conservadores para legitimar su dis­
curso en una lógica que elimina de la discusión el placer o lo disfraza de
valores sociales; la salud se discute, entonces, en un lenguaje normativo y
prescriptivo, al grado que los grupos de derecha ya han desarrollado sus
propios métodos de “educación sexual” basados en la abstinencia e impo­
niendo sus propias prioridades en el tema de la familia. Al mismo tiempo, el
tema de la masculinidad y los hombres se ha convertido, con frecuencia,
en un recurso discursivo que borra de la agenda a las mujeres y que ha
hecho olvidar el objetivo de la equidad de género.
Por ello, es necesario que replanteemos nuestros marcos y formas de
investigación sobre este tema; necesitamos utilizar categorías, conceptos y
metodologías que pongan en evidencia las contradicciones y que permitan
un análisis más fino sobre las nuevas prácticas y formas de relación en el
orden de género. Por una parte, sugiero utilizar un concepto de masculini­
dad que funcione como categoría analítica centrada en el concepto socio­
lógico de posición social; en segundo lugar, propongo utilizar el análisis de
los vínculos como eje de la reflexión en el tema de la sexualidad, la pro­
creación y la familia; finalmente, propongo analizar los cambios en la esfe­
ra de la intimidad, a la luz de las transformaciones estructurales generadas
por el nuevo orden mundial.
Para las instancias académicas, civiles y gubernamentales interesadas
en incorporar el género en las políticas públicas, el análisis de la masculi­
nidad y los hombres es fundamental para lograr los objetivos de equidad y
justicia, pero es difícil caminar en esa dirección mientras se utilice la mas­
culinidad como un concepto descriptivo y no analítico. La masculinidad
es una dimensión del orden genérico que remite a la posición social de
poder y prestigio que ocupan ciertos individuos, con base en la diferencia
sexual, y que amplía su campo de acción, su ámbito de decisión individual
296 D rB A T L S SORRC M A S C U l IN ID A D C S

y sus oportunidades de poder7 No se trata de una posición fija, sino una


posición siempre en disputa, derivada de una forma específica de organi­
zación social que otorga privilegios a los hombres en distintos campos (re­
ligiosos, políticos, legales, científicos), y que permite la acumulación con­
junta de distintos tipos capital simbólico. Esta posición se encuentra
estrechamente articulada con otras posiciones sociales derivadas de la cla­
se, la etnia, la orientación sexual o la edad, que aumentan o disminuyen
sus oportunidades de poder, pero que también les permite desarrollar in­
tereses compartidos y les impone límites que van más allá de su voluntad.
Es decir, este orden social les ofrece a las personas un abanico más o
menos limitado de posibles modos de comportamiento, pues sus posibili­
dades dependen en gran medida de la posición que guarda cada uno den­
tro del tejido humano del que forma parte, pues desde ahí establecen sus
marcos de referencia y definen su lugar en el mundo. Son estos intereses
a los que se habría que prestar más atención, porque no se trata de una
imposición de la sociedad sobre los individuos, sino, como señala Bourdieu
(1999), de una fusión entre posición y disposición, que se expresa me­
diante formas de percepción, de acción y de sentimiento derivadas de la
misma posición que ocupan. La masculinidad, por tanto, no se refiere sólo
al mundo de los hombres, sino a todo el mundo social organizado en un
conjunto de relaciones, del que participan también las mujeres desde su
propia posición social, y que se reproduce mediante las instituciones so­
ciales, las doctrinas religiosas, jurídicas y científicas. Son estas doctrinas
las que han dado lugar a las concepciones naturalizadas sobre la sexuali­
dad y la procreación que, desde la biología o la teología, legitiman las des­
igualdades y eluden las determinaciones políticas e históricas presentes
en estos procesos. La ciencia, al disputar el poder a la Iglesia en estos
terrenos, las colocó en el marco de la salud y con ello medicalizó el discur­
so, estigmatizó todas las conductas y formas de relación consideradas fue­
ra de la norma y facilitó su interpretación desde un lenguaje normativo y
prescriptivo.
Así, el encuadre de la procreación y la sexualidad en el marco de la
salud se nos presenta ahora como una camisa de fuerza que limita el reco­
nocimiento de la libre elección, la diversidad sexual y las distintas formas
de organización familiar. Y en todo este proceso, se ha perdido de vista el
importante papel que juega la intimidad como un todo, y de manera espe-

' En otro texto (“La masculinidad como posición social. Un análisis desde la perspectiva
de género”, Revista O M N IA , 2001-2002, año 17-18, núm. 41:103-109) desarrollo más
ampliamente esta tesis.
M a SCUUNIDAD, in t im id a d V l'OÜTICAS l’ÚliLICAS. La in v l s iid a c iü n s o c ia l 297

cial los vínculos sociales, en la comprensión de la vida erótica y reproduc­


tiva. Así, un factor que debiera ser base para explicar las relaciones en el
orden de género se ha vuelto prácticamente inexistente en el análisis. Esto
ha llevado a que sea difícil construir indicadores sobre la forma en que las
prácticas o discursos de los hombres se orientan hacia la equidad de géne­
ro, de manera que aun cuando encontramos que se han vuelto más libera­
les su discurso y sus prácticas sexuales, no podemos saber en qué medida
estos hechos se constituyen en sí mismos en un criterio para hablar de
relaciones más equitativas. No sabemos, por ejemplo, si formas de pater­
nidad más cercanas a los hijos o las hijas representan un indicador de
relaciones más armoniosas** con la cónyuge, o si el mayor uso del condón
expresa un interés por protegerse y proteger a su pareja. En síntesis, es
difícil evaluar el grado en que los hombres pueden establecer pactos de
mutuo cuidado con las mujeres o con otros hombres si no se analiza cuáles
son los vínculos que se encuentran en la base de sus prácticas sexuales y
reproductivas. Tampoco es posible discernir si una política pública, como
la promoción de la vasectomía, puede ser un indicador de mayor equidad
si no se consideran las formas de relación que sirven de soporte a este tipo
de prácticas, pues una misma conducta, como la prevención de un emba­
razo, puede utilizarse como un recurso de dominación o como una forma
de cuidado y protección a la persona con quien se comparte la actividad
sexual. Además, es importante considerar que cada relación es única y que
un mismo hombre construirá distintos tipos de vínculos a lo largo de su
vida, ya sea con una misma persona (no son lo mismo los vínculos que han
construido quienes tienen un año de relación que los que han establecido
quienes tienen 15o 20) o con distintos tipos de personas a lo largo de su
vida. Esto debiera ser considerado por quienes se proponen incorporar el
tema de las masculinidades en las políticas públicas, a fin de evaluar de
qué manera impacta en las relaciones de género cualquier política dirigida
a los hombres.
El análisis de los vínculos permitiría también acercarse a la compren­
sión de los sentimientos, desde una concepción de la masculinidad que
vaya más allá de las conductas (no en función de si un hombre llora o si
expresa su enojo), a los sentimientos que son vinculantes y que permiten

^ Un científico social, como Ricardo Pozas H., hacía notar (en el “Coloquio de doctorantes”
de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, 2 0 0 2 ) que había una ten­
dencia reciente por parte de los hombres a colocar a sus hijas en el lugar de la esposa en
espacios públicos, y señalaba que, por ejemplo, es cada vez es más frecuente ver a las
hijas jóvenes viajar en el auto junto al padre, en el asiento del copiloto, mientras que la
madre viaja en al asiento de atrás.
298 D ebates sobre masculinidadcs

reconocer al “otro” como parte de la propia vida, de manera que sea posi­
ble distinguir las relaciones en que los hombres viven la solidaridad, el
amor o la compasión, a diferencia de las relaciones que se sustentan en
sentimientos asociados al prestigio, como el honor o el respeto. Además,
permitiría hacer un análisis más fino sobre la forma en que funcionan los
sentimientos para legitimar distintas formas de dominación encubiertas
o legitimadas, bajo el discurso del amor o la protección, y no sólo en el caso
de los hombres sobre las mujeres o a la inversa, sino de los padres res­
pecto de los hijos/as, e incluso de las instituciones respecto de los indivi­
duos. Finalmente, permitiría acceder al análisis político de los factores
que fortalecen o fragmentan las redes sociales, y debatir sobre la forma
en que la lógica del mercado está debilitando instituciones como la familia y
socavando los principios de solidaridad social.
Uno de los mayores obstáculos que enfrentan quienes están interesa-
dos/as en promover una política pública con enfoque de género, es la opo­
sición de los grupos más conservadores que señalan como única alternati­
va el regreso a las posturas más tradicionales, pues, se dice, las demandas
de equidad sólo han contribuido a la disolución familiar. En realidad, como
muestran distintos análisis sociológicos y desde la economía política, son
los cambios estructurales generados por el nuevo orden económico mun­
dial los que han propiciado una creciente fragmentación social y se han
convertido en una amenaza para la familia. Es precisamente el triunfo
del capitalismo, y no su fracaso, lo que ha llevado a quebrantar las insti­
tuciones al romper los núcleos que sostienen el tejido social y al volver
incompatibles las actividades remuneradas con el tiempo dedicado a la
familia. Las nuevas formas de organización social que ceden al mercado
los poderes que antes detentó el Estado, han creado condiciones tan
adversas para las relaciones entre hombres y mujeres, que hacen cada vez
más inviable la familia, la convivencia en pareja, y vuelven cada vez más
complicado el ejercicio de la maternidad y la paternidad. En países como
el nuestro, incluso derechos fundamentales de los niños y las niñas, como el
derecho a la salud, a la alimentación o a la educación, han sido trastocados
por el desempleo, la desregulación laboral, la eliminación de subsidios y la
reducción progresiva del gasto social, de manera que se han convertido en
importantes factores de disolución social. Un Estado que renuncia a sus
responsabilidades sociales, deja a las familias en la más absoluta despro­
tección y despoja a poblaciones enteras de sus posibilidades de un futuro
digno. Por ello, sería importante señalar a quienes se preocupan por la
“crisis de la familia”, que la equidad de género es un enorme dique para
detener los procesos de fragmentación social que se gestan en todo el
mundo, y que las posibilidades de supervivencia de individuos, familias y
M a SCULINIDAD, INIIMIUAD Y HULÍÍILAS PÚBLICAS. L a INVLSIICAUÓN SOCIAL 299

comunidades dependen, en mucho, de sus posibilidades para contar con


un Estado que garantice sus condiciones de existencia.

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M A S C U L IN ID A D Y LAS P O LITIC A S P U B LIC A S

Javier Alatone Rico'

La reflexión sobre masculinidad y políticas públicas requiere esclarecer


lo que se entiende por masculinidad, pues la adopción de un enfoque u
otro tiene implicaciones en la concepción de dichas políticas. Por eso mis­
mo, en este trabajo se parte del estudio de la masculinidad desde la pers­
pectiva de género y se hace énfasis en la dimensión de poder que define
las relaciones de género.
Cuando se piensa en las políticas de género desde los sujetos subordi­
nados, resulta, en cierta forma, más fácil o “natural” identificar posibles
líneas, pues, en general, han llevado a definir necesidades prácticas y estra­
tégicas; por ejemplo, se requiere mayor acceso a la educación, capacitación
para el trabajo y otros, es decir, se piensa en generar oportunidades, liberar
de prohibiciones; se piensa en las mujeres como agentes del cambio. Sin
embargo, cuando se piensa en la masculinidad, y con ello en los individuos
que dominan, ejercen la violencia, con privilegios y que estructuralmente
controlan la sociedad, ¿cómo podemos pensar en las políticas, en el cam­
bio, en su papel como agentes? Sobre todo cuando se piensa en las políti­
cas para lograr la equidad, el desarrollo social y para el establecimiento de
relaciones más justas y de respeto a los derechos humanos. Uno se pre­
gunta a quién le puede interesar diseñar políticas sobre masculinidad: desde
el género, políticas por la justicia y equidad de género.

IN E Q U ID A D E IN JU S T IC IA S O C IA L F U N D A D A
E N LAS D ISTANC IAS DE G ÉNERO

El género se entiende como una categoría analítica que permite indagar


básicamente sobre una dimensión constitutiva de las relaciones sociales,

' Seminario La masculinidad y las políticas públicas, M éxico, PUEG, UNAM, 2 5 y 2 6 de


noviembre de 2002.

UO.II
304 D ebates sobre masculinidades

dimensión en la que se articulan desigualdades y jerarquías en torno de las


características biológicas de la especie humana, ligadas al sexo, con sus
mecanismos de construcción y reproducción. Las características biológi­
cas ligadas al sexo se elaboran simbólicamente desde su categorización en
hembra y macho, para derivar posteriormente en las categorías de mascu­
lino y femenino. El género, como un espacio de organización de las rela­
ciones y actividades humanas, establece distancias sociales a partir de la
diferenciación jerárquica de los cuerpos sexuados en todos los espacios y
estructuras sociales. Es decir, se construye en la sociedad como un todo,
en las instituciones, normas, valores, creencias, representaciones colecti­
vas, en los medios semióticos y en la experiencia subjetiva (Scott, 1996;
De Barbieri, 1998, Connell, 2000a).
De acuerdo con Connell (2000a; 2000b), propondremos que el géne­
ro es el resultado de la relación entre la producción y la reproducción. En
el proceso de institucionalización de esta relación se conforman los suje­
tos sociales, uno de ellos tendrá un papel preponderante en la acumula­
ción de la riqueza y, con ello, tendrá mayor control sobre los recursos
materiales y sus beneficios. Otro sujeto se encargará de la reproducción, el
cuidado y la crianza infantil, el trabajo doméstico que no recibe pago y,
como resultado, tiene menos control sobre los recursos.
El establecimiento de la simbolización (colectiva y subjetiva) de la
relación entre producción y reproducción ocurre al implantar las diferen­
cias y categorías de sujetos dentro de las actividades sociales, ubicando a
los individuos jerárquicamente en diferentes actividades y posiciones. El
rasgo fundamental de la relaciones entre los géneros es las inequidad en
todos los ámbitos de la vida humana.
El género, dimensión de la diferenciación social, se interrelaciona con
otras categorías que también establecen distancias sociales y ordenan la
realidad sociocultural e individual, categorías como la nacionalidad, la raza,
la clase o cualquier otra dimensión relevante para el ordenamiento de cada
sociedad particular (Hawkesworth, 1999;Foster, 1999; De Barbieri, 1998;
Connell, 2000a). Esta dimensión de organización jerárquica de la socie­
dad se transforma históricamente y, por lo menos en el plano teórico, pue­
de dejar de existir en algún momento del desarrollo sociohistórico.
Como lo plantea Hawkesworth (1999), aquí el género se considera
una categoría heurística que permite identificar problemas y proponer con­
ceptos, definiciones e hipótesis. De acuerdo con Foster (1999), la conver­
sión en una categoría analítica guía la investigación en las intrincadas rela­
ciones entre los procesos sociales, culturales y subjetivos que participan
en el ordenamiento social dentro de los diferentes planos, desde los pla­
nos macrosocial hasta el microsocial y el individual.
M asculinidad y las políticas públicas 305

M a s c u l in id a d

Entender la masculinidad desde el género presupone, para este trabajo, el


rechazo a las posiciones esencialistas, y sostiene que el significado de las
categorías de género será histórico, respondiendo al momento de desarro­
llo de cada sociedad. Hablar de género significa mantener una perspectiva
relacional, es decir, es necesario referirse a las mujeres cuando se analiza a
los hombres y, al mismo tiempo, se requiere contemplar otros sistemas de
diferenciación social. Además, esta perspectiva relacional aborda la rela­
ción entre hombres y mujeres, hombres y hombres, mujeres y mujeres,
tanto en el plano individual como estructural.
La masculinidad, como parte del género en el sentido heurístico, se
refiere a una parte de la estructuración social e individual que puede estu­
diarse desde diversas disciplinas, las cuales podrán analizar, como objeto
de estudio, aspectos particulares de la dominación masculina. Como he­
rramienta analítica, comprenderá la formulación de interrogantes, proble­
mas de investigación, conceptos, explicaciones tentativas de procesos y
mecanismos a través de los cuales se produce y reproduce la dominación
del sujeto masculino en contextos históricos y socioculturales específicos.
Además, la masculinidad, entendida como parte de un enfoque analítico,
permitirá el diseño de políticas públicas.
Lo masculino se define como una categoría del sistema de género, y
constituye un sujeto social que se ubica en una posición de control, auto­
ridad y con privilegios en las relaciones y actividades organizadas so­
cialmente. El sujeto masculino alude al cuerpo del macho de la especie
humana, pero no está determinado por el cuerpo biológico. Es decir, la
masculinidad como parte del género se refiere al cuerpo del macho, pero
es la institucionalización, la codificación cultural y la reconstrucción
subjetiva de esa posición de dominio en las relaciones sociales la que con­
forma al sujeto masculino. Aunque frecuentemente se asocia con los indi­
viduos reconocidos con el sexo del macho de la especie humana, no se
limita a esos individuos, pues dentro de las relaciones entre mujeres, así
como en las relaciones entre hombres, uno de los miembros se ubica como
sujeto masculino. De igual forma, pero con menos frecuencia, en las rela­
ciones heterosexuales algunos hombres pueden tener una posición de
subordinación.
Este lugar o posición de dominación, desde el cual se intenta subordi­
nar a otros individuos (quienes pueden ejercer resistencia), considerado
como una categoría analítica, se articula en tres dimensiones distinguibles,
pero que interactúan como un todo: lo social, lo cultural y lo subjetivo.
306 D ebates sobre mascuunidades

Dimensión social. Esta dimensión se refiere a la organización social de las


prácticas institucionalizadas, de acuerdo con la clasificación de los
individuos, tomando en cuenta las características atribuidas social­
mente a unos y otros cuerpos sexuados. La valoración y división de las
prácticas puede ser diferente para cada grupo sociocultural. Por ejem­
plo, a quién se le permite tener relaciones sexuales fuera del matrimo­
nio, quién debe cuidar a los hijos e hijas cuando están enfermos, quién
se responsabiliza de la anticoncepción, quién ejerce la violencia sexual.
En esta dimensión, también se encuentran las normas formales e in­
formales que regulan las relaciones entre los individuos sexuados.
La institucionalización se formaliza en los códigos y leyes, que
establecen la jerarquía y distinguen las responsabilidades de los indi­
viduos, aludiendo a las categorías biológicas ligadas al sexo. Asimis­
mo, se formaliza la posición masculina a través del establecimiento de
normas y criterios que se obedecen en las organizaciones de trabajo.
Los puestos de toma de decisiones generalmente requieren a un indi­
viduo que pueda controlar a otros, o que, con frecuencia, reproduzca
las relaciones jerárquicas.
Dimensión cultural. Engloba las codificaciones o representaciones com­
partidas colectivamente, las cuales establecen, a nivel simbólico, las
diferencias construidas socialmente entre los individuos a partir de
sus características corporales y sus potencialidades reproductivas. Se
pueden observar representaciones que adjudican a lo masculino la
fuerza y la inteligencia (Seidler, 19949). La pornografía producida en
cine o prensa ofrece representaciones en donde la mujer es pasiva y
puede ser sometida a todas las vejaciones imaginables. Las relaciones
entre los sexos en cualquier ámbito se codifican; como sucede en los
medios masivos de comunicación, en el arte, la ciencia y la religión,
las mujeres se presentan como subordinadas a los sujetos y a las reglas
masculinos. La elaboración simbólica en el espacio colectivo puede
contribuir a la naturalización de las relaciones de dominación, de tal
modo que resulten naturales e invisibles.
En la codificación cultural se define al sujeto masculino en una
posición de control, que puede dominar a los otros y que tiene privile­
gios de los que carecen los subordinados, por ejemplo, disponer libre­
mente de los recursos materiales y regular el tiempo y tránsito en los
espacios, así como el libre acceso a la sexualidad.
Dimensión subjetiva. Es la que se refiere a la construcción interna que
cada individuo mantiene y negocia dentro de su contexto social. Esta
construcción individual determina las formas en que sienten, pien­
san, actúan y se relacionan los individuos. La subjetividad es dinámi­
M a SCULINIÜAD V LAS POLITICAS PÚBLICAS 307

ca, responde a la organización social y cultural de las relaciones entre


los géneros y, a la vez, influye en ésta. La configuración sociocultural
de la masculinidad se cristaliza en la experiencia individual cuando,
por ejemplo, un individuo asume que tiene el derecho sobre el cuerpo
y erotismo del otro porque lleva “dinero al hogar”, o da por hecho que
a él no le corresponde faltar al trabajo para cuidar a un hijo enfermo; o
que él tiene el derecho de golpear al que le desobedece en la familia.
En esta dimensión, los individuos pueden reproducir la posición de
dominio, o bien, reaccionar a ella (Shore, 1999).

Desde la perspectiva antes esbozada, al estudiar los mecanismos de


producción y reproducción de la dominación masculina, se abre la posibi­
lidad de desnaturalizar las formas de dominación del sujeto masculino,
hacerlas visibles y así emprender el desarrollo de políticas y acciones que
borren las fronteras simbólicas y estructurales que separan a los indivi­
duos en razón de su sexo. Desde aquí se vislumbra que las políticas y
estrategias de acción necesitan ser diversas, y se reconoce la complejidad
de su construcción social, cultural e individual. De este modo, se dirigirán
hacia la transformación de leyes, códigos, reglas de distribución y tránsito
por los espacios sociales que impiden a los hombres y mujeres desarrollar
sus potencialidades y ejercer sus derechos. También, es necesario trans­
formar las producciones culturales que ofrecen los marcos de interpreta­
ción de la realidad. Asimismo, los individuos deberán revisar y transformar
sus patrones de interacción con sus compañeras, sus hijas e hijos y con
otros hombres, para establecer relaciones más equitativas y respetuosas
de los derechos de los demás.

Los HOMBRES Y NO LOS HOMBRES

Cuando la masculinidad se entiende como una posición de dominación, a


partir de la elaboración sociocultural y subjetiva de las diferencias ligadas
al sexo, no se reduce a los hombres, se alude a su cuerpo, se elabora, se
institucionalizan las relaciones y se codifican a partir de él; pero las rela­
ciones sociales y la experiencia individual no se rigen por mecanismos
biológicos. Esto implica que las políticas públicas y las estrategias de ac­
ción no se pueden dirigir a hombres individuales, pues la masculinidad
trasciende al hombre individual. Generalmente, los hombres son los que
ejercen la violencia sobre las mujeres, tienen más privilegios en el terreno
sexual, en el ámbito laboral, etcétera, pero la masculinidad no reside ex­
clusivamente en el individuo ni en los hombres, sino que se construye en
308 DEBATtS SOBKE MASCULINIDADES

el plano estructural, cultural, y se reproduce en lo subjetivo. Por eso es que


la masculinidad hace referencia a los hombres, pero la transformación de
esa posición de dominación y control, así como los privilegios asociados,
requiere de la transformación de las reglas, normas, prácticas y de las co­
dificaciones colectivas, así como de la revisión personal.
Las políticas públicas deben poner atención a los mecanismos que
producen y reproducen la jerarquizadón entre los individuos por su sexo,
que los colocan en espacios sociales diferentes o en posiciones diferentes
dentro de cada espacio; deben liberar a los individuos de las barreras que
los separan y que los llevan a relacionarse desde posiciones desiguales. No
se busca “reformar la masculinidad”, se intenta hacer irrelevante el sexo
para la organización de las relaciones sociales.

D i s e ñ o d e p o l í t i c a s d ir e c t a s y g l o b a l e s

Las políticas públicas son los criterios que guían las acciones de las ins­
tituciones públicas para dar cumplimiento a la misión que tiene cada
institución. Sin embargo, la política pública no es solamente un hecho
administrativo establecido por el Estado, sino el resultado de diversos pro­
cesos cuyo origen se halla en las demandas sociales, dentro de un contexto
cultural, económico y político específico (Silveira, 2000). Por lo cual, el
diseño de políticas cuyo eje estratégico es la transformación de la posición
de dominación, control y privilegios derivados de la construcción del suje­
to masculino, deben responder a las demandas de equidad y justicia que
permitan el desarrollo y bienestar social.
¿A quién le interesan las políticas que tomen en cuenta la masculini­
dad? A las mujeres que enfrentan obstáculos para acceder al mercado de
trabajo, que experimentan el acoso sexual en el ámbito laboral, que reci­
ben menor paga por trabajo de igual valor. También, a las niñas y mujeres
que sufren violencia doméstica, a las mujeres que tienen que ceder ante la
imposición de los deseos del compañero en el terreno sexual, a las mujeres
que tienen que responsabilizarse del cuidado reproductivo si no quieren
más embarazos o infecciones de transmisión sexual, a las mujeres que
tienen que hacerse cargo de los cuidados y manutención de los hijos e
hijas cuando el hombre no colabora, a las niñas y adolescentes que enfren­
tan restricciones del padre para continuar su educación. Es decir, a todas
y todos los que están fuera de la lógica masculina.
Las políticas críticas de la masculinidad enfrentarán, como las otras
políticas de equidad de género, resistencias al cuestionamiento de las es­
tructuras de poder y a la organización tradicional de las relaciones socia­
M ascuunidad y las políticas públicas 309

les. Tal vez habrá más resistencia, pues no sólo se busca el cambio en las
oportunidades de las mujeres, sino el cambio en las relaciones de muchos
hombres.
En este artículo examino y reflexiono sobre las políticas y la masculi-
nidad desde el enfoque de equidad de género. Las políticas públicas en
relación con el género han evolucionado desde el enfoque asistencialista
en los años cincuenta, dando prioridad al papel reproductivo de las muje­
res; entre los años sesenta y setenta se reconoció el rezago social de las
mujeres y se comenzaron a revisar las relaciones dentro del hogar y el
aporte de las mujeres al desarrollo; en los años ochenta, se partió de la
eficiencia, del em^oderamiento y de la autonomía (Silveira, 2000); en los
noventa se abordó la perspectiva de género y la noción de derechos. En
el siglo XXI se reflexiona sobre la pertinencia de incluir el análisis de la
masculinidad para lograr la equidad de género, profundizando la visión
de derechos humanos y contemplando la posibilidad de la colaboración de
mujeres y hombres en el impulso de acciones por la equidad y desarrollo
humanos.
El diseño de políticas que reconozcan los mecanismos de construc­
ción de la masculinidad tendría por lo menos dos vertientes: la primera se
refiere a las políticas que socavan las normas, las prácticas, las codificacio­
nes culturales que elaboran simbólica y estructuralmente las característi­
cas biológicas del macho de la especie, y facilita que ciertos individuos se
coloquen en una posición de control, dominio y privilegio sobre otras(os).
Por ejemplo, las políticas que buscan eliminar la discriminación laboral,
pago igual a trabajo igual, erradicación del hostigamiento sexual en el tra­
bajo, entre otros.
La segunda se refiere a las políticas que contribuyan a la incorpo­
ración de los hombres en prácticas de las que han sido excluidos, como
el cuidado y crianza infantiles; a las políticas que transformen las repre­
sentaciones culturales que legitiman y modelan la posición masculina
desde la autoridad, la violencia, el control y los privilegios sobre otras/os,
y ofrezcan nuevas formas de relación democrática y bajo un enfoque de
derechos.
Al reflexionar sobre el diseño de políticas públicas con una orienta­
ción crítica a la dominación masculina, es importante contemplar diferen­
tes ámbitos de la vida social, pues es necesario que en todos se diseñen
políticas pertinentes. Por ejemplo, los ámbitos laboral, educativo, de la
salud, de la sexualidad, de la paternidad, de la participación política, entre
otros, ya que se corre el riesgo de mantener la mirada exclusivamente so­
bre la salud reproductiva y la violencia, muy importantes y en los que se
puso gran énfasis en las conferencias internacionales de los años noventa.
310 D ebates sobre masculinidades

pero que son insuficientes si se busca la transformación estructural de las


relaciones de género.

T omadores d e d e c i s io n e s y p o l í t i c a s d e g é n e r o

Una paradoja en el diseño de políticas con enfoque crítico en la masculini-


dad, es que, generalmente, quienes toman las decisiones son quienes se
ubican en una posición masculina: son ellos y ellas los que deciden esos
cambios. Es decir, el diseño de políticas no es neutral, y si los que están en
los puestos de decisión no comparten la visión de género, representarán
un obstáculo para lograr mayor equidad entre hombres y mujeres. Como
lo señala Silveira (2000), refiriéndose a las políticas de equidad de género en
el trabajo en los países de Sudamérica, la participación de las mujeres
en la toma de decisiones y en los liderazgos a nivel nacional no correspon­
de a los avances logrados en educación, a su aporte laboral y económico,
ni a su participación en la organización local y comunal.
Otro problema en el diseño de políticas públicas, considerando el cam­
bio de la posición masculina en las relaciones sociales, es el contexto ac­
tual de la globalización, que ha implicado la apertura de la economía na­
cional y el retiro del Estado. Con ello, la desregulación y privatización de
los servicios del Estado ha generado desempleo, falta de apoyos al campo,
pobreza y reducción al gasto social. Estos cambios han impactado en dife­
rente grado a las diversas clases y sexos. Las políticas que buscaban el
desarrollo humano, incluyendo la equidad de género, enfrentan serias li­
mitaciones, pues el Estado, aunque lo asume en el discurso, no siempre
destina los recursos ni pone en práctica acciones requeridas (Carderò,
s/f). Sin embargo, ahora es más importante que hombres y mujeres cola­
boren para construir una sociedad más equitativa y justa.

C o m p l e j id a d d e l a s p o l ít ic a s

Las políticas públicas deben responder también a la complejidad que


implica la construcción de la posición masculina. Por un lado, es im­
portante revisar las leyes, los códigos, las normas formales e informales,
los reglamentos y los criterios que definen el tipo de sujeto que debe partici­
par, hacerse responsable, y al encargado, al beneficiario en fin, de cualquier
función, así como al usuario de servicios, ya que desde ese nivel se institu­
cionalizan los privilegios y las jerarquías.
M asculinidad y las políticas públicas 311

Por otro lado, se requieren políticas dirigidas a propiciar los cambios


culturales que den nuevo significado a las relaciones, ofreciendo inter­
pretaciones alternativas para que los individuos den sentido a su experien­
cia. Por ejemplo, al analizar los medios masivos de comunicación, se han
encontrado modelos culturales alternativos en relación con la paternidad,
la sexualidad y el trabajo. Se requiere una revisión de los programas educa­
tivos que eviten los estereotipos y más bien ofrezcan formas democráticas
para establecer relaciones entre hombres y mujeres.
Por último, las políticas deben contribuir a sensibilizar, capacitar y edu­
car a los funcionarios y prestadores de servicios, pues las políticas de géne­
ro han enfrentado obstáculos para su implantación, debido, en gran parte,
a la incomprensión por parte del personal encargado de poner en marcha
las políticas. De igual forma, se deben ofrecer servicios en todos los ámbi­
tos para educar, sensibilizar y abrir espacios de reflexión para hombres y
mujeres, acerca de la construcción de la posición jerárquica masculina.

D iv e r s id a d

Además de considerar la complejidad en el diseño de políticas públicas,


desde la perspectiva analítica de la masculinidad, es necesario que aqué­
llas sean diversas. En primer lugar, en relación con los niveles de acción, pues
se requieren cambios entre los tomadores de decisiones, en el personal
operativo, en las comunidades, en la sociedad civil organizada.
En segundo lugar, la transformación de las relaciones de género re­
quiere de políticas regional, nacional y locales, pues frecuentemente las
propuestas son insuficientes y demasiado generales.
En tercer lugar, se requiere la participación de diferentes actores, tan­
to de hombres que estén de acuerdo con los cambios, como mujeres y
jóvenes. Las acciones que han incorporado a los hombres como promoto­
res de las políticas de género han logrado convocar a muchos participan­
tes, como la campaña del lazo blanco en Canadá.
Por otro lado, se requiere que las políticas abarquen diversos ámbitos:
el sector salud, la educación, la familia, los adolescentes, la infancia, el
sector justicia, el ámbito legislativo y el laboral.

C o n c l u s io n e s

Es necesaria una crítica a las políticas que han contribuido a la reproduc­


ción de la distancia y jerarquización de los individuos, a las prácticas y
significados que reproducen la distinción.
312 D fBATES SOBRF MASnillNIDADFS

Se debe promover que los hombres participen activamente en las


acciones dirigidas a la equidad de género, por ejemplo, en la erradicación
de la violencia contra las mujeres, la vigilancia y promoción de la salud,
etcétera.
Las políticas laborales deben dirigirse a la creación de una cultura que
considere el trabajo doméstico, el cuidado y la atención como una respon­
sabilidad compartida socialmente, que tanto el trabajo remunerado de las
mujeres como el de los hombres contribuya a la satisfacción de necesida­
des de reproducción social. Las políticas públicas deben estimular estra­
tegias que

— Sensibilicen a los tomadores de decisiones en cuanto a la impor­


tancia de favorecer la participación de los hombres en el cuidado y
crianza infantiles, en el cuidado de la salud, en el trato respetuoso
y democrático en las relaciones de parentesco. En la importancia de
la participación de los hombres para la digna inclusión de los niños
y las niñas en la sociedad.
— Revisen el papel de la educación y los medios masivos en la re­
producción de los estereotipos y representaciones colectivas
que propicien y legitimen la violencia, la autoridad y los privilegios
masculinos.
— Promuevan en las instituciones públicas y entre empresarios y or­
ganizaciones civiles, el diseño de políticas que desarticulen los me­
canismos que favorecen la dominación y el control masculinos.
— Revisen y transformen las leyes y códigos que favorezcan y permi­
tan los privilegios masculinos.
— Supervisen la implantación de políticas que socaven el control mascu­
lino, y que evalúen su impacto en el desarrollo y bienestar social.

B ib l io g r a f ía

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EQ UIDAD DE GÉNERO Y POLÍTICAS EN URUGUAY.
AVANCES Y RESISTENCIAS EN CONTEXTOS COMPLEJOS

C arlos G u id a

I n t r o d u c c ió n

En este trabajo revisamos, en un primer momento, el estado de las políticas


públicas en Uruguay, críticamente descritas desde el enfoque de género. A
continuación, realizamos un breve análisis del proceso de institucionali-
zación de género en Uruguay y, para finalizar, nos detenemos en la intersec­
ción entre políticas públicas y la masculinidad. Si bien analizamos el con­
texto de un país en particular, algunos procesos y aprendizajes podrían
considerarse un aporte a la reflexión conjunta con experiencias de otros
países de la región.
Nuestro énfasis en la salud sexual y reproductiva se debe a que éste
ha sido el campo en el cual se ha producido una mayor movilidad política,
académica y social en el contexto uruguayo, con avances y resistencias
dignas de ser problematizadas desde la dimensión de género y las mascu-
linidades, y también porque es el aporte que podemos realizar dada nues­
tra trayectoria profesional en dicho campo.

G énero e n l a s p o l ít ic a s p ú b l ic a s .

El e s t a d o d e l a c u e s t ió n e n U ruguay

Hablar de políticas públicas en el actual contexto invita al debate. Una de


las críticas más frecuentes al gobierno nacional —crítica proveniente
de un amplio espectro de actores políticos y sociales— es justamente el
hecho de no contar con políticas gubernamentales claras en relación con
el empleo, el sector productivo, las políticas económicas y con las políticas
sociales.
Entendemos por políticas públicas la compleja relación entre las polí­
ticas económicas y las sociales. En ese sentido, estas últimas, en países
donde se aplican modelos económicos neoliberales, se nos presentan como
“correctivos” de las profundas desigualdades que tiende a generar el mo­
delo socioeconómico vigente.

|3 1 5 |
316 D fRATFS SOBRF MASriMINIDAnFS

En el contexto crítico por el que atraviesa nuestra nación, no se puede


pensar en políticas públicas en su dimensión económica ni en su dimensión
social, sin considerar la subordinación y el escaso margen de maniobra
respecto de los dictados de los organismos crediticios internacionales, y
a la vez, no intenta agotar la responsabilidad por la grave crisis social.
Las políticas sociales en Uruguay se han caracterizado por su sectora-
lización y su tránsito paulatino desde la universalización hacia la focaliza-
ción, tanto en sus estrategias como en sus objetivos. Tal como se plantea
en un estudio reciente, “el actual sistema institucional está construido
sobre la base de una perspectiva sectorial que pretende responder a los
diversos problemas sociales como si fueran independientes unos de otros.
No alcanza con coordinar, no se trata de yuxtaponer acciones, se requiere
de una estrategia integral” (Kaztman y Filgueira, 2001).
Martorelli (1994), analizando las políticas sociales en Uruguay, afirma
que “se han construido organismos con competencias y actividades con­
centradas y centralizadas, pero a la vez de fuerte tendencia centrífuga, en
virtud de la inexistencia de sistemas de seguimiento útiles”.'
Es así que, en un país que se ha caracterizado por mantener el menor
nivel de inequidad en América Latina, diversos estudios alertan sobre el
grave deterioro de las condiciones de vida y la profundización de la brecha
entre los sectores socioeconómicos en los últimos años. La inestabilidad
de la región hace aún más grave la posible recuperación socioeconómica
en el corto plazo. De tal forma que una tasa de desempleo a nivel nacional,
muy próxima a 20 por ciento en el tercer trimestre de 2002 y 50 por ciento
de niñas y niños que viven en situación de pobreza, resultan datos novedo­
sos en la otrora denominada “Suiza de América”.
Entendemos que el análisis del contexto uruguayo reviste particulari­
dades, en la medida en que, luego de haber liderado desde principios del
siglo XIX una serie de reformas sociales enmarcadas en la estabilidad eco­
nómica del “país modelo”, comienza a perderse paulatinamente dicha es­
tabilidad y a afectarse crecientemente los logros sociales obtenidos.
Así, en las últimas tres décadas, las mujeres jefas de familia pasaron
de 18 a 29 por ciento del total de jefaturas de hogar; destaca que en los
hogares monoparentales en los que hay niños y adolescentes y el jefe de*

* M artorelli define como políticas sociales el “conjunto de decisiones, objetivos, activi­


dades y recursos operados por el Estado democrático (ya sea que los órganos estatales
los operen directamente o bien lo hagan los particulares — sector privado y sociedad
civil organizada— bajo la regulación, el estímulo o los recursos estatales) para incre­
mentar la igualdad de oportunidades y atenuar la desigualdad de condiciones’’. Las po­
líticas sociales en el Cono Sur, Uruguay, CLAtil l-UNIClil-, 1994.
Equidad de género y políticas en U ruguay 317

familia tiene entre 15 y 49 años, la jefatura femenina es 15 veces superior


a la masculina. Los últimos informes del Instituto Nacional de Estadísti­
cas señalan que de los hogares con jefatura femenina, más de la tercera
parte (33 por ciento) están ubicados dentro del 20 por ciento de los hoga­
res más pobres.
Desde la reapertura democrática (1985), ha habido diversas acciones
en la sociedad civil para impulsar planes y programas nacionales en el
campo de la prevención y atención de la violencia doméstica, de la aten­
ción integral a la infancia, la adolescencia y la salud reproductiva; de la
erradicación del trabajo infantil, etc., que nos permiten una relectura des­
de la perspectiva de género.
En las últimas dos décadas, se han aplicado diversas iniciativas en rela­
ción con la articulación de estrategias y acciones entre el Estado, la socie­
dad civil organizada y los organismos de cooperación internacional, a tra­
vés de la elaboración de planes y programas y de la intervención de servicios
estatales a través de las organizaciones no gubernamentales (ONG).
Un aspecto que cabe señalar es la pérdida del discurso crítico o la
reorientación del discurso de muchas ONG; en la medida en que se en­
cuentran condicionadas por el presupuesto estatal y de los organismos de
cooperación, sus acciones son autocondicionadas por la agenda de dichas
instituciones.
Revisaremos algunos ámbitos desde los cuales se han producido y pro­
cesan avances y resistencias, tanto en la dimensión política, como en las
prácticas cotidianas.

Cuando l a s r e s is t e n c ia s d e s n u d a n l a c o n f i g u r a c i ó n

DE LAS PRÁCTICAS DE GÉNERO

Desde hace una década, en el ámbito legislativo ha tomado impulso una


serie de proyectos parlamentarios que han abordado problemáticas socia­
les inherentes al campo de la salud reproductiva y la violencia doméstica.
Analizando los fundamentos que sustentan dichas iniciativas legislativas,
es posible visualizar que se basan mayoritariamente en el Modelo Mujer
en el Desarrollo (Moser, 1988).
Las dificultades para integrar al género como dimensión, tanto en el
diseño como en el desarrollo de proyectos que quieran mejorar las oportu­
nidades de las mujeres, pueden examinarse a través de algunos temas.
En la Ley de Acompañamiento en el Parto (agosto, 2001) se promulga
que “toda mujer durante el tiempo que dura el trabajo de parto, incluyendo
el momento mismo del nacimiento, tendrá derecho a estar acompañada de
318 D l BATES SÜBKt MASCULINlUAUtS

una persona de su confianza” (artículo 1). Si bien constituye un avance


en los derechos reproductivos de las mujeres usuarias de los servicios del
subsector público, la ley no explica la posibilidad de que dicha figura
pueda ser el padre. Esta omisión —presente desde la argumentación de la
ley— ha contribuido a que la prohibición de la presencia masculina du­
rante el trabajo de parto, y del parto propiamente dicho, continúe vigente
hasta la fecha en la mayoría de los servicios.
En el marco de las indagaciones curriculares de pregrado que realizan
estudiantes universitarios de Psicología,^ se realizaron entrevistas a profe­
sionales de la salud del Centro Hospitalario Pereira Rossell —el centro de
atención materno infantil más importante del país— a efectos de percibir
las resistencias a la incorporación paterna en los servicios. Los discursos
de la prohibición se basan, por una parte, en la carencia de indumentaria
para entrar a la sala de partos y, por la otra, a la “trasgresión” a la privacidad
de las otras mujeres, argumentos por demás débiles, pero justificados ante
los varones de sectores populares. Observemos que las y los usuarios
de los servicios públicos se refieren al carné de salud estatal como “carné de
pobre” y entienden que tener acceso a los servicios es un favor que se les
otorga. Esta idea también está presente en el imaginario colectivo y,
específicamente, en los trabajadores de la salud.
Ya con la ley vigente, los estudiantes entrevistaron a mujeres que
habían parido recientemente, y que podrían haberse beneficiado de este
derecho. Sin embargo, las madres desconocían la existencia de la ley y
—lo más sorprendente—, interpretaban que se trataba en realidad de una
prohibición, pues ese derecho sólo les correspondía a las usuarias de los
servicios de salud privados.
Otras indagaciones^ han mostrado que la prohibición abarca también
la posibilidad de que los varones cuiden de sus hijos en las salas pediátri­
cas durante horas de la noche, con los efectos negativos en la condición
de salud y laboral de las madres.
Se observa la acción disciplinaria de género y de clase desde la prácti­
ca profesional en los servicios sanitarios públicos. Tal como lo afirmamos
en otro trabajo, los servicios de salud consolidan las prácticas hegemónicas
de género (Güida, 2000):

2 En el marco del Curso Niveles de Atención en Salud. Área de Salud, Facultad de Psico­
logía de la Universidad de la República, 2001.
^ En el marco del Seminario “Adolescentes y sector salud” y del Seminario “Género, salud
y participación comunitaria”, Carlos Güida (coord.). Area de Salud. Facultad de Psico­
logía de la Universidad de la República.
Eq u id a d dc género y políticas en U ruguay 319

m ientras q ue en los servicios p ú b lico s los varones son expulsados de los


espacios vinculados a la an ticon cep ción , el control de em barazo, el parto y el
puerperio, en los servicios privados — de algunos añ os a esta parte— se
encuentra cada vez m ás validado el h ech o que el padre participe. Sin em bar­
go, el m alestar se en cuentra p resen te aún en el sector privado: en entrevistas
realizadas a padres que han vivido la experiencia, y previam ente han partici­
pado en los cursos de preparación de parto, ellos señalan que el personal de
salud — fundam en talm ente m ujeres— les h ace sentir ya en la sala, que ese
“no es su lugar” o “que in ten ten no en torpecer durante las m aniobras”.

Desde la Ley de Prevención de Violencia Doméstica (julio, 2002)


—fruto de años de movilización de la sociedad civil, fundamentalmente
de las ONG que conforman la Red Uruguay contra la Violencia Doméstica
y Sexual— se promueven acciones tendientes a la prevención de la vio­
lencia en el ámbito doméstico y a la promoción de la atención integral a la
víctima. Se genera la posibilidad de trabajar con los varones en dos aspec­
tos: el primero atiende a “la rehabilitación y la reinserción social del agre­
sor” definiéndola como parte de “una política que procure proteger a todas
las personas relacionadas”. El segundo aspecto que deseamos destacar es
el hecho de que se crea el Consejo Nacional Consultivo de Lucha contra
la Violencia Doméstica, en la órbita del Ministerio de Educación y Cultu­
ra, integrado por representantes de diversas instituciones estatales y de
ONG especializadas. La interrelación entre ambos aspectos —rehabilita­
ción y reinserción social del agresor e involucramiento de varias institucio­
nes que ponen en práctica políticas sociales— constituye una oportuni­
dad para incorporar la dimensión de género. En este momento, la aplicación
de la ley tropieza con dificultades, dada la escasa capacitación de los fun­
cionarios del Poder Judicial para abordar una demanda que superó todas
las expectativas.
El proyecto de Ley de Defensa de la Salud Reproductiva promueve
la despenalización del aborto en determinadas condiciones. Es el cuarto
proyecto presentado desde 1985, y el primero que ha ingresado al pleno
de la Cámara de Diputados desde 1938. Su reciente aprobación constitu­
ye un importante avance en relación con los derechos reproductivos de las
mujeres.
Un frente novedoso lo ha constituido la irrupción de un grupo de mé­
dicos que promueve Iniciativas Sanitarias contra el aborto provocado en
condiciones de riesgo, grupo constituido en su mayoría por varones gine-
cotocólogos, quienes han desarrollado una propuesta debidamente funda­
mentada que expone el problema del papel de los profesionales de la sa­
lud, en lo que hace a la condena ética y a la denuncia obligatoria de las
mujeres que han interrumpido voluntariamente su embarazo. Han envia­
320 D ebates sobre m a s c u lin id a u l s

do al Ministerio de Salud Pública un documento técnico que intenta


modificar las actuales prácticas profesionales, enmarcadas en la actual
legislación, y que promueve la consejería antes y después del aborto. Lo
destacable es que estos médicos adopten un enfoque desde los derechos
reproductivos de las mujeres. Sus acciones han sido apoyadas por el Sindi­
cato Médico del Uruguay (SM U) y la Sociedad de Ginecología del Uru­
guay (SGU).
Detengámonos un poco en la atención a la salud reproductiva. Ésta
ha sido considerada por varios actores sociales y académicos como un lu­
gar privilegiado desde el cual se fortalece la capacidad de las mujeres en
relación con el autocuidado, con la negociación sexual y con la genera­
ción de proyectos de vida no condicionados por la maternidad. Uno de los
obstáculos más frecuentes en nuestro país para la implantación de progra­
mas de salud reproductiva de calidad es la precariedad de recursos en la
que se enmarca. Es lo que hemos denominado un “encuentro de pobres’’:
las mujeres en situación de pobreza consultan en servicios públicos con
carencias críticas.
En un contexto de crisis paradigmática y económico-financiera del
sector salud no puede hablarse de una reforma del sector:

[Los cam bios] han respondido m ás b ien a u n patrón de reestructuración pa­


siva del sector que a una política activa. D istintas propuestas de reforma
fueron ensayadas d esd e la transición dem ocrática, orientadas tanto a superar
los déficits crecien tes del seguro social de salud (m utualism o) com o los pro­
blem as de in efic ien te y mala calidad de aten ción a nivel del sector público.
Sin em bargo, diversos b loqu eos políticos han inhabilitado no sólo la reforma,
sino tam bién un d eb ate púb lico más com partido por los um guayos sobre el
tem a (M oreiray Fernández, 1997).

Hacia ñnes de 1996, y contando con apoyo del UNFPA, comienzan a


implantarse en Uruguay dos proyectos de salud reproductiva, ubicados en
el ámbito del Ministerio de Salud Pública ( m SP) y de la Intendencia Mu­
nicipal de Montevideo (iM M ). En el caso del MSP, la denominación del
primer proyecto fue auspiciosa: Proyecto de Salud Reproductiva Materni­
dad-Paternidad Elegida (PMPE). Sin embargo, en el plano de los servicios
de salud, no fue posible avanzar más allá de la consulta ginecológica como
ámbito para el acceso a los métodos anticonceptivos, tarea prioritaria y
relativamente integrada a otras prácticas profesionales del campo de la
salud reproductiva. El número de consultas de varones en orientación y
asistencia anticonceptiva fue menor a 1 por ciento del total de consultas
efectuadas. Las resistencias múltiples que atravesó el PMPE —burocráti­
cas, gremiales, ideológicas— no permitieron siquiera avanzar en la cali­
Eq UIUAU U t CihNtKU Y POLÍTICAS LN U kUÜUAY 321

dad de atención, y menos aun en la incorporación de los varones a los


servicios. A pesar de ello, el Area de Educación para la Salud Sexual y
Reproductiva de dicho proyecto generó instancias de formación y sensibi­
lización de distintas poblaciones desde un enfoque de género, que inclu­
yeron la sensibilización en la salud reproductiva de varones: médicos de
familia, soldados, estudiantes de secundaria, maestros (1998-2000).
Dicho proyecto fue sucedido por el Programa de Salud Integral de la
Mujer (PSIM). N o sólo desaparece la alusión a la paternidad, sino que se
sustituye la denominación desde la salud reproductiva. Cabe destacar cómo
se denomina “proyectos” o “servicios de salud reproductiva” a los que sólo se
centran en la “planificación familiar”, así como a determinados programas
de “regulación de la fecundidad” se les identifica como de salud integral de
la mujer.
En el reporte final de la investigación Factores vinculados a la incorpo­
ración de un programa de atención integral a la mujer en el marco de un
modelo de atención materno infantil'^ (López Gómez y col., 2002), se explo­
ró —entre otros aspectos—, la influencia de los varones en las decisiones
reproductivas de sus parejas. A partir de diversas técnicas se indagaron
aspectos concernientes a la negociación sexual, al inicio de las relaciones
sexuales y a las decisiones referidas a la maternidad.
La percepción de las mujeres —la mayoría de ellas en situación de
pobreza— respecto del lugar de los varones en las decisiones sexuales y
reproductivas, se hizo evidente en diferentes campos. En cuanto al uso de
preservativos, 70 por ciento de las usuarias afirmó no utilizarlo nunca,
aduciendo, 58 por ciento, que esto se debía al uso de otro método anticon­
ceptivo; sólo 3 por ciento lo atribuyó al rechazo de la pareja. En entrevistas
más detalladas, sin embargo, algunas mujeres afirmaron que “a mi compa­
ñero no le gustaba, se lo sacaba [el preservativo] yo nunca hablé, me doy
cuenta de que ese tema nunca, lo tocamos. Por ejemplo, yo quería tener
hijos y no le pregunto al hombre si lo quiere”. El 90 por ciento de las
mujeres que declaró usar siempre preservativo, explicó hacerlo para evitar
embarazos, y 64 por ciento lo relacionó con la protección de las infeccio­
nes de transmisión sexual. Según 15 por ciento de las encuestadas, el uso
estricto del preservativo se explica por el temor de los varones al sida. Ante
una imaginaria situación de tener que resolver el conflicto en que la mujer
desea usar preservativos y el varón los rechaza, 54 por ciento de las usua­
rias afirmó que la situación se resolvería evitando las relaciones, y 15 por

A. López Gómez, W. Benia, M. Contera, C. Güida, “Proyecto ejecutado por la Cátedra


Libre en Salud Reproductiva, Sexualidad y Género de la Facultad de Psicología”, con
apoyo de I'ÜNSAI.UI), 2002.
322 DEBATtS SOBRE MASCULINIDADES

ciento admitió la imposición de los criterios del varón. Los varones son
identificados por las mujeres como los principales partícipes en la elec­
ción del método (48 por ciento). Sin embargo, sólo 32 por ciento de las
encuestadas identificó a su pareja como la persona con quien habla sobre
asuntos relacionados con su sexualidad.
Esto parece confirmar que las situaciones de dominio/subordina-
ción de género son más complejas de lo que algunos profesionales de la
salud definen como una interacción entre el varón fobre-ausente-horra-
cho-gol-peador y la mujer pobre-nunca suficientemente buena madre.
En esta investigación, las entrevistas a directores y técnicos permitie­
ron aproximarse a las ideas y percepciones sobre los varones en calidad de
parejas de las mujeres usuarias, así como a las acciones dirigidas a la salud
reproductiva de los varones. El análisis de las entrevistas permite afirmar que
este campo no ha sido considerado por los servicios de atención primaria.
Esta invisibilidad del papel de los servicios en relación con la salud y los
derechos reproductivos de los varones, se contrasta con una visión de la
salud reproductiva y la anticoncepción como campos asociados exclusiva­
mente a la salud de la mujer. Esto se hace evidente en las entrevistas, a
través de los testimonios de directores de centros de salud; “En cuanto al
varón, es una población que no existe para nosotros. No sabemos dónde
está. Es todo un tema”, afirma uno de ellos, mientras otro sostiene: “la
mujer tiene más conciencia de su salud reproductiva, el hombre no le da
importancia. Adolescente, joven o adulto [...] Acá vos ves que la mujer
tiene el gancho de lo obstétrico, del hijo, de la pediatría. El varón creo que
no tiene gancho, ¿no?”. Un ginecólogo plantea: “son muy pocos los hom­
bres que acompañan a la mujer [...] y menos aún los que entran a la con­
sulta. No sé si habrá mucha timidez en eso, porque hay hombres que
acompañan a las mujeres pero no entran jamás. No se los invita [...] no sé
muy bien, porque yo estoy sentado detrás de un escritorio y es la partera la
que sale a llamar, ¿no? Hay hombres que piden para entrar, pero son los
menos”. Algunos técnicos y directores describen las relaciones de dominio
de los varones sobre sus parejas, evidentes tanto en la imposición de tener
hijos propios, como en la prohibición del uso de métodos anticonceptivos.
Como lo afirma una partera de Centro de Salud: “incluso tengo pacien­
tes que me dicen: ‘yo no voy a tomar anticonceptivos, porque mi marido no
quiere’. Y con el DIU también pasa muchísimo”.
De aquí se desprende la necesidad de profundizar en el imaginario de los
varones en cuanto a los significados de la paternidad, la constitución del nú­
cleo afectivo familiar y su autoimagen en la vida pública y en la vida privada.
En otro programa al que hacíamos referencia. Maternidad Voluntaria
e Informada, del Programa de Atención Integral a la Mujer (PAIM), el énfa-
Eq u id a d dc c ín f r o y políticas cn U rugliay 323

sis ha estado en la consulta de las mujeres, si bien el enfoque ha sido, y


continúa siendo, integral y participativo. Son mujeres de las diversas co­
munidades quienes autogestionan un banco de anticonceptivos; los y las
profesionales son capacitados en salud integral y salud sexual y reproductiva,
asimismo han mantenido la estabilidad laboral, en una política municipal
coherente y continua durante doce años. En cierta medida, la ausencia de
espacios específicos para la consulta de los varones, relativa a la anticon­
cepción, constituye un claro mensaje: el cuidado en torno a la regulación
de la fecundidad es un tema de mujeres.
Tanto en los programas del gobierno central, como de los gobiernos
municipales, a las dificultades del acceso masculino a los servicios, se le
suma la escasa oferta de métodos confiables para varones: los preservati­
vos y la vasectomía. La accesibilidad a la vasectomía es prácticamente
nula para los varones de sectores populares, más aun que la ligadura tubaria
para las mujeres. A pesar de su escaso riesgo y costo, la posibilidad de
acceder a la vasectomía ni siquiera se la plantean los responsables de pro­
gramas y servicios. Un urólogo, entrevistado recientemente, afirmaba que
no practican vasectomías porque “está prohibido por la Constitución”. In­
terpretan los métodos irreversibles como productores del cese de una fun­
ción orgánica. Sin embargo, en el ámbito privado, al igual que sucede con
la ligadura tubaria, el olvido de la norma constitucional se relaciona con el
lucro financiero.
Pensar en la posibilidad de consulta masculina en el campo de la
salud reproductiva implicaría un verdadero desafío a la hora de planearla;
desafío que requeriría un cambio de actitud y la capacitación de los
equipos de salud, más que un cambio administrativo-financiero-tecnoló­
gico. Pero ello conllevaría, sin duda, al cuestionamiento del actual mode­
lo de atención, centrado en la atención materno infantil y en las prácticas
de disciplina sanitaria (Güida, 2000), Cabe agregar que son excepciona­
les los servicios de salud reproductiva orientados a hombres en los países
latinoamericanos.
La Intendencia Municipal de Montevideo es la institución que más
ha avanzado en la última década en cuanto a las políticas sociales orienta­
das a la equidad de género. La administración del Encuentro Progresista
del municipio montevideano se ha caracterizado por promover niveles de
participación creciente en la población: la descentralización, las eleccio­
nes de consejos vecinales y la elaboración de convenios con ONG de muje­
res han contribuido en ello.
A través de la Comisión de la Mujer, la Comisión de la Juventud y la
División Salud, se incorporó paulatinamente el enfoque de género como
un eje de las acciones. A partir de las iniciativas de la Comisión de la
324 D ebates sobre m as c u lin id a d e s

Mujer y del apoyo recibido por organismos de cooperación internacional,


se desarrollan continuamente múltiples estrategias de género. Si bien el
enfoque ha sido prioritariamente Mujer en el Desarrollo (M E D ), se vislum­
bran acciones tendientes a transitar hacia Género en el Desarrollo (GED).
Algunas iniciativas parecen mostrar su disposición para ello: la creación
del Espacio Varón Adolescente en los Centros Juveniles, articulado con el
Espacio Mujer Adolescente, implicó revisar las prácticas de los educado­
res varones y sistematizar los resultados de las nuevas modalidades
socioeducativas. La capacitación a técnicos de los servicios sanitarios mu­
nicipales en salud integral y en derechos sexuales y reproductivos de ado­
lescentes ha incluido el problema de las masculinidades.
Asimismo, la puesta en marcha del Plan de Igualdad de Oportunida­
des y Derechos para la Ciudad de Montevideo merece especial atención.
El Plan, elaborado por la Comisión de Género y Equidad del Parlamento
Nacional (2001/02), se propone articular las diversas estrategias y accio­
nes municipales, invitando a diversas instituciones para su puesta en mar­
cha. Aún persiste la tensión MED-GED, situada la primera en lo metodológico
y la segunda en lo declarativo. Es decir, la incorporación del enfoque de
género no se agota en el empoderamiento de las mujeres, sino que debería
repensar estrategias y acciones para disminuir las resistencias masculinas e
incorporar activamente a los varones en el cambio. En ese sentido, el Plan
de Igualdad de Oportunidades y Derechos propone en algunos párrafos la
necesidad de incorporar a los varones en los empleos no tradicionales y en
los espacios Varón Adolescente, pero en la misma medida, no se los consi­
dera más allá de su carácter de adolescente/joven o técnico municipal. No
se visualiza aún al varón ciudadano como sujeto protagónico de cambio.
El Programa de Fortalecimiento de Estrategias Educativas en Sexuali­
dad y Género, a partir del cual se propone contribuir al desarrollo de iden­
tidades independientes de los condicionamientos de género, es una iniciati­
va municipal que apunta a la educación no sexista. No obstante, a nivel del
sector educación, los avances han sido mínimos en las últimas décadas.
En la órbita del Ministerio de Educación y Cultura se encuentra el
Instituto de la Familia y la Mujer. Le antecede a su creación el Instituto de
la Mujer, el cual fue abolido en 1990, sin haber logrado avances. En
1992, se creó el actual instituto, cuyo cambio de nominación es por de­
más significativo. En la fecha en la que se realiza la sustitución, y tal como
lo señala su actual directora en una entrevista,’ los avances han sido prác-

^ Publicada el 16 de noviembre de 2002, en La R epública de las M ujeres, diario La


R epública.
Eq u id a d df g ín e r o y p o iít ic a s fn U r u g u ay 325

ticamente nulos. Actualmente está dedicado a realizar un diagnóstico de


la situación de la mujer en Uruguay, con apoyo de la Comisión Económica
para América Latina (CEPAL) y a la creación —en un futuro— de un Plan
Nacional de Equidad. Si bien los discursos se han centrado en el enfoque
M ED, ni siquiera ha logrado acciones desde ese paradigma, llegando inclu­
so a plantearse estrategias antifeministas.
En el campo de las políticas juveniles, la creación del Instituto Nacio­
nal de la Juventud ha incidido en el establecimiento de algunas líneas
estratégicas comunes, aunque su dependencia de diversos ministerios, en
un periodo menor a cinco años, habla de la inconsistencia de políticas
gubernamentales. Aquí el género está ausente.
Desde 1921, ingresó el primer proyecto de ley al Parlamento para in­
troducir la educación sexual en el sistema educativo, pero aún no se ha
aprobado ningún programa al respecto. Si bien han existido múltiples in­
tentos pedagógicos, la educación sexual ha sido transformada en debate
político, con argumentos y fundamentos con un alto grado de prejuicio e
ignorancia por parte de las autoridades, y con la oposición sistemática de
las autoridades de la Iglesia católica. Hoy existen programas piloto, inten­
tando, una vez más, superar las barreras ideológicas del sistema. La forma­
ción de docentes de educación primaria y secundaria no contempla el tema
de la sexualidad humana; igualmente, el enfoque de género es inexistente.
En el marco de la educación terciaria, la Universidad de la República,
institución que reúne 90 por ciento de la matrícula universitaria, ha avan­
zado en los últimos años en lo relativo a la incorporación de la dimensión
de género. Se destaca la creación de la Red Temática sobre Estudios de
Género. En junio de 2001, la coordinadora de la enseñanza recibió una
delegación de parlamentarias, quienes expresaron su preocupación e inte­
rés acerca del desarrollo e integración de los estudios de género en los
programas de los diferentes niveles educativos. A instancias del rectorado,
se convocó a todos los servicios de la UDELAR a participar en una reunión
de intercambio sobre el estado y desarrollo de los estudios de género en
nuestra Universidad. Los servicios reunidos generaron un documento que
contiene la propuesta de creación de la Red Temática sobre Estudios de
Género, en la que se explícita;

En nuestro país, el desarrollo de los estu d ios d e género con stitu ye una m a te­
ria p en d ien te de la Universidad de la R epública. A iniciativa de algunos/as
d ocen tes, se han integrado — en algunos servicios— aportes c o n ce p tu a les y
m etodológicos en instancias curriculares, en otros se han desarrollado in s­
tancias a ca d ém ic a s e s p e c ífic a s q u e fo ca liza n e s te ca m p o , y en otros se
con statan vacíos. S e observan in iciativas q u e llevan a d elan te p royectos o
326 DtBATtS SOBRl. MASLULINlüAUtS

programas sobre género en algunos departam entos de las Facultades de


C ien cias Sociales (Sociología y C ien cias Políticas), Psicología y H um anida­
des y C ien cias de la Educación. En el Instituto de Enfermería se ha incorpo­
rado el sesgo de género a los planes de estudio. Existen n úcleos con diverso
grado de desarrollo en las Facultades de Arquitectura y D erecho.

Los objetivos trazados en ese entonces, guían actualmente las accio­


nes de la Red Temática, la cual fue aprobada por el Consejo Directivo
Central, hacia ñnes de 2001. Estos objetivos son fortalecer el desarrollo de
los estudios de género en la Universidad de la República; realizar un relevo
y diagnóstico del estado y desarrollo alcanzado por los estudios de género en
los distintos servicios universitarios, identificando sus grados de institucio-
nalización y de reconocimiento e incidencia en las políticas institucionales;
incidir en las políticas y prioridades universitarias en docencia, investiga­
ción y extensión; fomentar la relación con otros centros universitarios,
especialmente de la región, e incidir en la definición de políticas públicas
a nivel nacional y local, mediante el aporte de conocimientos y asistencia
técnica a distintas instancias de toma de decisión.
Otra iniciativa novedosa ha sido la creación de la Cátedra Libre en
Salud Reproductiva, Sexualidad y Género de la Facultad de Psicología
(1999), desde donde se desarrollan actividades de investigación, docencia
y extensión para dar visibilidad a las producciones sobre masculinidades.

El pr o c eso d e in s t it u c io n a l iz a c ió n de género

En este segundo eje de nuestro análisis, tomaremos como base el modelo


denominado “Telaraña de la institucionalización”, propuesto por Caren
Levy (1996), donde cada uno de los nodos es un lugar de poder en el que
se conjugan prácticas y productos visibles de las organizaciones, valoracio­
nes y motivaciones invisibles. Desarrollamos brevemente algunos temas,
teniendo presente que la única institución que ha avanzado en el proceso
de institucionalización del género ha sido la Intendencia Municipal de
Montevideo.

Diagnóstico de situación que considera la opinión


de ciudadanas y ciudadanos

En cada uno de los sectores en los cuales podrían diseñarse e implantarse


políticas públicas, los diagnósticos nacionales o regionales, desde los cua­
les se parte, no cuentan con información relevante sobre las relaciones de
Eq u id a d de género y p o iít ic a s en U ruguay 327

género. Es decir, si bien no existen estudios específicos que rescaten el


discurso de mujeres y varones, desde una mirada de género, tampoco ocu­
pan un lugar relevante en los estudios académicos en torno a los sectores
salud, educación, productivo y al análisis de políticas sociales.
Los estudios específicos de monitoreo se basan, en su enorme mayo­
ría, en información cuantitativa, en informes de personal calificado o en
datos de fuente secundarias. La revisión de numerosos reportes de inves­
tigación nos permite afirmar que, lejos de considerar el género como cate­
goría de análisis relacional, los informes rescatan la condición de las muje­
res pobres, de manera recortada y haciendo énfasis en su condición
“reproductora". Es decir, se percibe, aun en estudios desarrollados por es­
pecialistas en el campo, que a la hora de operar variables, desarrollar indi­
cadores y formular recomendaciones lo que predomina es el enfoque MED.
La Intendencia Municipal de Montevideo ha generado, a través de
diversas instancias participativas, diagnósticos de la situación de las muje­
res —fundamentalmente de los sectores populares—, recogiendo en foros
y encuentros zonales su opinión para la construcción de una ciudadanía
activa.

Presión de la sociedad civil organizada

La presión por parte de la sociedad civil en nuestro país, en torno a la


incorporación del enfoque de género, ha sido prácticamente exclusiva del
movimiento de mujeres. La Comisión Nacional de Seguimiento de los Com­
promisos de Beijing realiza desde hace varios años diversas modalidades
de advocacy a partir de acciones diversas, como la elaboración y difusión de
estudios, la formación y sensibilización de actores públicos, así como
de encuentros de carácter nacional. Una de dichas acciones es el Encuen­
tro Nacional de Edilas, que se desarrolló por tercera vez, en el marco de
acciones estratégicas para el fortalecimiento de la gestión de las mujeres
en políticas de género.
Asimismo, la Red Mujer y Salud desarrolla acciones a nivel nacional
en el campo de los derechos sexuales y reproductivos, con influencia en el
campo universitario, en las políticas ministeriales y programas orientados
a la atención de la salud reproductiva en el subsector público.
Las acciones desde los movimientos de varones han sido limitadas y
con escasa repercusión en el colectivo masculino. En 1990, se conformó
el Grupo de Reflexión sobre la Condición Masculina, integrado por varo­
nes profesionales de diversas disciplinas (psicología, medicina, filosofía),
el cual participó en la denuncia de la violencia contra la mujer, y cuestio­
nó el papel de los varones en las decisiones reproductivas. Hacia 1994, el
328 D ebates sobre masculinidades

Grupo se disolvió y surgió, con algunos de sus integrantes, el Grupo ETHOS,


que desarrolló en Uruguay la primera investigación sobre derechos repro­
ductivos desde la mirada masculina,^ así como proyectos con estrategias
de formación y sensibilización de varones e instituciones educativas. En
2001, se reunió otro grupo de profesionales, denominado Varones por
la Equidad de Género, en el que, además de la reflexión interna, se llevó
adelante una campaña de recolección de firmas entre varones con moti­
vo del Día Internacional de No Violencia contra la Mujer. Todos estos
grupos han tenido una existencia acotada.
Las acciones articuladas entre la sociedad civil, con académicas y re­
presentantes políticas, pueden ser útiles para el análisis. Un documento
de coyuntura (octubre de 2002), expresa una modalidad de trabajo en
nuestra sociedad.

Estructuras políticas representativas

En el Poder Ejecutivo del Gobierno Nacional, ninguna mujer ocupa


actualmente carteras ministeriales. A nivel parlamentario la representa­
ción de mujeres es de 12 por ciento, cuando ellas representan el 52 por
ciento del electorado. Un avance lo constituye la creación de la Comisión
de Género y Equidad del Parlamento Nacional, la cual ha impulsado
iniciativas en el nivel legislativo y se ha caracterizado por su articulación
con el movimiento de mujeres. En el gobierno municipal de Montevideo,
y en el marco de la descentralización, las mujeres ocupan cada vez más
espacios de decisión a nivel local.

Compromiso político

En los sectores gubernamental y parlamentario, durante la actual admi­


nistración, no se han propuesto iniciativas para generar compromisos polí­
ticos tendientes a la equidad de género y a introducir esta dimensión en
las instituciones estatales.
En la Intendencia Municipal de Montevideo ha existido un creciente
compromiso político para generar acciones tendientes a institucionalizar
la dimensión de género, tanto en lo que hace a la formación de los funcio­
narios municipales, como en la generación de instancias participativas en

Gomensoro, Güida, Corsino, Lutz, "La nueva condición del varón ¿renacimiento o
reciclaje?”, Fin de Siglo, 1995 (reeditado en 1998 como Servarán en el 2000: La crisis
del modelo tradicional de masculinidad y sus repercusiones, edición de los autores con
apoyo de t'NUAP).
Eq u id a d d f g én er o y p o i ¡tic a s fn U ruguay 329

los consejos vecinales y otras modalidades de empoderamiento entre la


institución y las/los ciudadanas/os.
Resulta un hecho inédito en la historia de nuestro país, la voluntad
política de los varones que ocupan cargos de alta responsabilidad en el
gobierno municipal de Montevideo, para apoyar las diferentes iniciativas
provenientes de la Comisión de la Mujer.

Política y planifícación

Como es sabido, la creación de planes o programas dirigidos a la mujer se


encuentra aislada desde varios puntos de vista. Estos planes y programas
son susceptibles de ser modificados/descartados de acuerdo con las auto­
ridades en turno. Un ejemplo de ello es el Plan Nacional de Infancia,
Adolescencia y Salud Reproductiva (1999), que contó, para su elabora­
ción, con la participación de 27 instituciones, pero que fue “olvidado” por
las autoridades de la institución convocante (M S P), al iniciarse el nuevo
mandato.
Se podría citar el Plan de Igualdad de Oportunidades y Derechos como
un ejemplo positivo, en la medida en que propone influir en la institución
municipal —la cual concentra a la mitad de la población nacional— , más
allá de los programas dirigidos a los/las ciudadanos/as.

Recursos asignados

Tal como lo afirma Levy (1996), “la asignación de recursos y la organiza­


ción de la política para la integración de género dependen básicamente
de la ubicación de la responsabilidad por temas de género en las estructu­
ras principales”. En ese sentido, los institutos y programas ministeriales
orientados a “la mujer”, han carecido históricamente de recursos genui-
nos como para realizar avances sustantivos. Un claro ejemplo: el cargo de
directora del Instituto de la Familia y la Mujer es honorario.
En la mayoría de las situaciones, las iniciativas dependen del apoyo
económico y técnico de los organismos de cooperación, y en algunos ca­
sos, del empresariado. Por ejemplo, se ha ejecutado, en carácter de plan
piloto, el Programa de Promoción de la Igualdad de Oportunidades para
la Mujer en el Empleo y la Formación Profesional (Proimujer), depen­
diente del Programa de Reconversión Laboral del Ministerio de Trabajo y
Seguridad Social, el cual cuenta con apoyo del Centro Interamericano de
Investigación y Documentación sobre Formación Profesional de la Orga­
nización Internacional del Trabajo (Cinterfor/OIT), de empresarios uru­
guayos y de la central de trabajadores. Tal como lo añrma un varón repre-
330 D eRATFS SOBRF MASrUMNIDADE5

sentante sindical en el acto de clausura del piloto, “hubo que patear mu­
chas piedras para que el programa se desarrollara”, apuntando luego que
“si el programa existe es a pesar de que no se lo ayudó”/

Ubicación de responsabilidad

La asignación de recursos depende del grado de compromiso político, del


grado de presión que ejercen las instituciones que abogan por la dimensión
de género y también del hecho de que personas comprometidas se en­
cuentren ubicadas estratégicamente en niveles de responsabilidad elevados.
Sin embargo, es destacable la importancia de diferenciar entre las acciones
comprometidas y acciones implantadas desde marcos burocráticos. Esto
implica que profesionales con niveles de responsabilidad intenten integrar
esta perspectiva “como si” fuese algo trascendente. Con frecuencia, he­
mos observado a las autoridades responsables del diseño e implantación
de políticas sociales y programas ministeriales, solicitar a profesionales y
activistas “una lectura de género” a los proyectos, con el ftn de lograr su
aprobación por parte de los organismos de cooperación.
Esto nos ubica en el plano de un nuevo “deber ser”, donde es política­
mente correcto mencionar que se incorpora el enfoque de género. A su
vez, nos demuestra la sutileza con que se elude la posibilidad de generar
cambios auténticos, asumiendo que existe cierta presión desde los orga­
nismos de cooperación y desde el movimiento de mujeres. Denominamos
“maquillaje de género” a las actitudes personales e institucionales que pro­
mueven un discurso liviano, adecuado al contexto actual, donde, desde
hace unos años, se debe trabajar con “enfoque de género”. Esto debería
conducir a la reflexión y la condena ética de quienes trivializan, desgastan
y abusan de esta conducta.
Recuerdo mi participación en una actividad convocada por un orga­
nismo de cooperación internacional, donde se expresó lo antedicho en
toda su magnitud. El enfoque de género brilló por su ausencia en los plan­
teamientos y en las propuestas de los expertos internacionales y naciona­
les, sea en el campo del desarrollo como en el de la participación ciudada­
na. Llegó el momento de “la foto” y, entonces, un alto ejecutivo del
organismo me reubicó en la primera fila, junto a las mujeres que espera­
ban ser retratadas. A sus espaldas se ubicaban, de pie, los restantes varo­
nes. Asombrado, le escuché decir, mientras me trasladaba de la última fila
a la primera: “Género, para Washington”.

^ Testimonio recogido de la nota “Primeras egresadas del Proimujer”, La República de las


Mujeres, diciembre de 2002.
Eq u id a d nr c fN rR o y p o iít ic a s tn U ruguay 331

La modificación de las normas, las rutinas y otros componentes que


integran las prácticas institucionales, será una de las garantías de la inte­
gración real y efectiva del enfoque de género. En mi carácter de consultor
de proyectos del Fondo de Población para las Naciones Unidas (FN U AP )/
Ministerio de Salud Pública (1996-2000), pude observar las dificultades
de generar cambios en lo instituido, aun de quienes sostienen un discurso
integrador del enfoque de género. La brecha entre el discurso de lo políti­
camente correcto y sus implicaciones constituyen un nudo que hay que
desatar.

Capacitación del personal

Algunas instituciones en nuestro medio han intentado capacitar a sus equi­


pos técnicos. Sin embargo, muy frecuentemente, algunas instituciones
depositan en algunas profesionales la responsabilidad de ser las expertas
en género. La Intendencia Municipal de Montevideo se ha destacado en
su esfuerzo por generar cambios a través de la capacitación del personal.
Hay que reconocer que, desde el Ministerio de Salud Pública, se desarro­
llan instancias de capacitación en diversos puntos del país. El problema
aquí es que mientras un programa sensibiliza al personal acerca del enfo­
que de género, otros —casi simultáneamente— refuerzan los papeles tra­
dicionales a partir de las actividades de promoción y prevención.
La participación de profesionales en programas de capacitación no
garantiza por sí misma la adhesión al enfoque de género: muchas y mu­
chos profesionales que han concurrido a cursos y seminarios, adoptan una
posición estratégica de supuesta tolerancia, pero en realidad no introyectan
ni reelaboran aspectos concernientes a su posición como profesionales y a
la dimensión de inequidad que parte desde sus prácticas. Los programas
de capacitación muchas veces menosprecian el componente axiológico de
las y los participantes, que pasan de resistentes a multirresistentes.
Es posible visualizar diversos niveles de resistencia: los argumen­
tos oscilan desde la imposición (algo que viene desde arriba), al temor a los
cambios y su repercusión en los resultados (vividos hasta entonces como
un logro), pasando por la ridiculización más o menos explícita (un tema de
mujeres, las feministas de siempre). Trabajar estando implicado es central
en cualquier propuesta que intente modificar valores, actitudes y prácti­
cas profesionales.
Más allá de que los técnicos estén capacitados, la implantación es
un verdadero reto, entre otros factores, porque la lógica masculina desde
la cual fue diseñado un programa que intenta ser atravesado, se consti­
tuye en una amenaza o lo vuelve poco operativo. Pero el desafío metodoló-
332 D r iiA T fS S O B R f M A S C U l.IN ID A n F S

gico implica un verdadero esfuerzo, pues muchas veces las/los encarga-


dos/as de avanzar al respecto padecen de una “euforia anticipada” por el
hecho de haber llegado hasta este punto, descuidando este verdadero cue­
llo de botella.

Investigación a partir de las prácticas


institucionales y construcción de teoría

La investigación cualitativa nos permitiría recuperar la evaluación desde


los/las beneficiarios/as, e identificar cuáles son los impactos en la vida
cotidiana. Indudablemente, las contradicciones, a partir de las necesida­
des prácticas y estratégicas de mujeres y varones, estarán presentes. La
consideración de las opiniones masculinas y el análisis de sus resistencias
o cambios positivos pueden generar nuevas hipótesis. Pero la evaluación
de las prácticas institucionales y las relaciones de poder, en lo interno,
pueden develar aspectos hasta ahora poco explorados, y generadores de
malestar, ruptura o conflicto, justamente desde donde se pretende generar
cambios hacia afuera.

M a s c u l in id a d e s y p o l ít ic a s p ú b l ic a s

Lo que hemos descrito y analizado sucintamente en las páginas anteriores


demuestra los avances y las dificultades en lo que se refiere a la incorpora­
ción de la dimensión de género, tanto en su aplicación en las políticas
sociales, como en los procesos por los que atraviesan las instituciones, las
cuales —en ocasiones y paradójicamente— intentan generar cambios al
respecto.
Es evidente que no existe voluntad y compromiso político por parte
del Estado para generar igualdad de oportunidades. Las acciones em­
prendidas desde los organismos estatales se enmarcan en actividades ca­
talogadas como “piloto” o con recursos limitados y limitantes de verdade­
ras transformaciones. Por otra parte, los estudios que analizan y proponen
cambios en las políticas sociales minimizan las inequidades de género o
enmarcan sus recomendaciones desde el paradigma MED.
Estamos profundamente convencidos que dicho paradigma actúa de
forma tal que, apoyándose en un discurso proequidad, promueve situacio­
nes que no modifican sustancialmente, a mediano y largo plazo, la calidad
de vida y la emancipación de las mujeres, de la misma manera que las
políticas sociales asistencialistas no compensan la vulnerabilidad que
generan las políticas económicas neoliberales.
Eq u id a d d l g é n l r o y i ’ o lít ic a s en U ruguay 333

El discurso de la mayoría de los economistas nacionales o de organis­


mos de asistencia financiera, se sustenta en el “logo” masculino —elfalo-
gocentrismo al que hace referencia Luce Irigaray-. La lógica económica
neoliberal es una que opera desde valores equiparables a los de la mascu-
linidad hegemónica en nuestra cultura. El sentido común al que apelan
los tecnócratas en su discurso, no hace más que naturalizar las diferencias
de género, clase y etnia.
Las mujeres en condición de pobreza, a la vez que soportan el mayor
peso de la crisis, son apresadas por un discurso aparentemente protector;
los programas sustentados en el paradigma MED no contribuirán a su empo-
deramiento, y sí, en cambio —con el apoyo de los medios masivos de co­
municación— , a una actitud de resignación ante su pobreza, pero con
algunos servicios básicos cubiertos. Hemos observado cómo —en otras
latitudes— determinada producción académica utiliza el enfoque de gé­
nero de un modo funcional a las “políticas de gobernabilidad” para países
subdesarrollados.* Podríamos afirmar que es utópico pensar en políticas
sociales tendientes a la justicia social, en el marco de las políticas neolibe­
rales, de permanente ajuste y deserción estatal de los compromisos en el
campo de la educación y la salud.
De la misma manera, parece una ilusión pensar que el Estado pro­
mueva políticas tendientes a la equidad de género, cuando —tal como lo
afirma Connell (1995)— el Estado es una institución masculina. Enten­
demos que el Estado piensa y actúa con base en una política de masculini-
dad hegemónica, y configura proyectos de género a través de sus múltiples
instituciones: desde el poder judicial a los servicios de salud, desde las
políticas de empleo a las políticas de educación pública.
¿Hasta dónde puede ser maleable el aparato estatal en lo que hace a la
transformación de su esencia patriarcal? ¿Cómo conjugar entonces el di­
seño y la implantación de las políticas públicas orientadas a la equidad de
género, cuando las instituciones que lo constituyen aplican verdaderas
políticas centradas en la masculinidad hegemónica?
Estas y otras interrogantes deberían hacernos pensar en las limitacio­
nes del enfoque de género cuando éste se transforma de un dispositivo
funcional a un sistema socioeconómico y político que genera inequidad y
desigualdad. Asimismo, pensar en el papel de quienes se desempeñan en

*^Thera Van Osch cita a ja n M ichiel (1997), quien afirma que para una buena gobernabi­
lidad es necesario un manejo eficaz, responsable y transparente por parte del gobierno,
una política macroeconómica orientada al mercado libre y un Estado democrático que
respete los derechos humanos. Citado en G énero y gobem ahilidad. U n acercam iento a la
realidad centroam ericana, Guatemala, COOERSA/Embajada de los Países Bajos, 1998.
334 DcBATrS SOBRE MASCUUNIDADE 5

el ámbito de la cooperación, y se autoconvencen de las bondades de pro­


gramas y proyectos que —a nuestro entender— no parecen generar cam­
bios sustanciales en la vida de varones y mujeres.
Es necesario que, a la hora de establecer alianzas entre las O N G , los
organismos estatales, las agencias de cooperación y las universidades, se
tenga presente cuáles son los intereses específicos en juego. Tal como
hemos observado en varios documentos, el interés de algunas agencias
continúa enfocado a la regulación demográfica, siendo el término salud
sexual y reproductiva un mero maquillaje o una muy buena estrategia para
alcanzar dichos fines. Asimismo, el creciente interés sanitario en la salud
sexual y reproductiva adopta estratégicamente una mirada de género en su
afán de regular el cuerpo y los procesos de las mujeres pobres.
Más allá de las voluntades institucionales y de los procesos persona­
les de cambio hacia la equidad, presentes en quienes toman las decisiones
políticas, sabemos que las relaciones de dominio y subordinación, de he­
gemonía de clase y género, superan ampliamente el voluntarismo, y son
muy necesarias nuevas herramientas teóricas y metodológicas para develar
la cada vez más sutil reproducción de las relaciones de poder, acompaña­
das de creciente desigualdad.
Allí radica el desafío de quienes nos desempeñamos en el campo de
las políticas públicas.

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DE LA EDUCACIO N A LA POLITICA PUBLICA

Gerardo Ayala

I n t r o d u c c ió n

Quiero iniciar esta exposición explicando cómo nuestro trabajo educativo


en Salud y Género, A.C.,' ha sido una estrategia de acción colectiva
intencional, capaz de movilizar diversas fuerzas sociales para conseguir las
metas y los objetivos que apuntan a la construcción de la equidad de
género. De manera que, en el presente texto desarrollaré la articulación
entre los procesos educativos que impulsamos y su incidencia en lo social
y lo político, como uno de los aspectos de la experiencia acumulada y
desarrollada durante varios años. Como organización ciudadana, nuestra
misión ha sido contribuir a la transformación del sistema social y político
de nuestro país, enfocándonos a la compleja red de desigualdades existen­
tes por razones de género,^ que se expresan también en las diferentes for­
mas de enfermar y morir de mujeres y hombres. Mencionaré algunos re­
sultados y las ideas centrales que nutren y dan fuerza a nuestra propuesta
educativa, que se enriquece permanentemente con aportes de diversas
disciplinas, como la antropología, las ciencias sociales, la psicología social
y Gestalt, la pedagogía, entre otras.
Es importante señalar los alcances reales y los fracasos en el logro de
objetivos, así como reconocer la participación de diversos actores sociales
e institucionales que han contribuido con esfuerzos y recursos para alcan­
zar objetivos comunes.

■ Salud y Género, A.C., es una institución de la sociedad civil con más de diez años de
experiencia en el campo de la salud; ha centrado su trabajo en promover procesos edu­
cativos amplios tendentes a construir la equidad entre los géneros, trabajando con gru­
pos de mujeres, de hombres y grupos mixtos de diversos sectores sociales del país.
2“El núcleo esencial de la definición se basa en la conexión integral de dos proposicio­
nes: 1) el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basado en las
diferencias percibidas entre los sexos; 2) el género es una forma primera de significar
las relaciones de poder” (Joan Scott, Género. Una categoría ú til para el análisis históri­
co, 1988).

1.3,871
338 D f RATFS s o b r e M ASrUIINIDADFS

Por otra parte, cabe reconocer la influencia directa de la teoría y


metodología feminista-^ y, dentro del feminismo, la perspectiva de género,
que reconoce los procesos de socialización masculina y femenina como
diferenciales e inequitativos. Dichos procesos son la base para compren­
der y analizar los problemas en la salud de hombres y mujeres, desde
una dimensión que visualiza la existencia de otras desigualdades sociales, como
la clase social, la etnia, la edad y la orientación sexual, que se entrelazan
entre sí de maneras muy complejas.
Quienes trabajamos en procesos educativos amplios reconocemos que
la educación forma parte del contexto cultural, ideológico, político y so­
cial. Así, presento un breve análisis de coyuntura y un diagnóstico de la
situación de salud de mujeres y hombres jóvenes en México, el cual toma
en cuenta que la situación contextual es la brújula que orienta nuestro
trabajo, sin perder de vista la compleja y cambiante realidad social. Por
último, expongo los presupuestos básicos del trabajo con hombres jóve­
nes, como ejemplo de un proceso educativo que se dimensiona para con­
vertirse en política pública.

I deas c e n t r a l e s d e u n p r o c e s o e d u c a t iv o

COMO ESTRATEGIA POLÍTICA

A continuación examinaré los principales elementos teóricos y metodoló­


gicos de nuestra propuesta y mencionaré las dificultades, contradicciones y
retos que significa, en el contexto de México, el trabajo con hombres desde
esta perspectiva.
En principio, surgen las siguientes preguntas; ¿a qué me refiero cuando
hablo de procesos educativos amplios? ¿Cómo hacer política que trascien­
da el pacto existente entre los hombres? Respecto de la primera: un proce­
so educativo amplio es aquel en el cual, de manera intencional y planea­
da, se quiere incidir en lo personal, en lo social y en lo político.
Trabajamos en grupos pequeños, partimos de la experiencia vivida,
escuchamos los diferentes discursos producidos y observamos el lenguaje
del cuerpo, pues ahí también aparecen elementos de los significados de
las cosas. Todas las personas tenemos una historia emocional que se en­
cuentra en el cuerpo y en la memoria; provocar con técnicas, ejercicios y
preguntas que cada persona revise y trabaje su propio material subjetivo en

La metodología educativa feminista desarrollada en los grupos de autoconciencia, parte


de la experiencia vivida de las participantes y la comunicación horizontal entre ellas.
D f ia rnurAnóN a ia poiítica pública 339

torno a un tema determinado, es fundamental para lograr la reflexión


profunda y posibles cambios que cada persona, según su propio ritmo y
necesidades, buscará realizar en su vida.
Plantear preguntas con un encuadre educativo y no adelantar explica­
ciones ayuda a profundizar y a ampliar la comprensión, dando paso a apren­
dizajes significativos y produciendo algunos efectos terapéuticos. Por tal
motivo, es muy importante desarrollar la sensibilidad, la capacidad de es­
cuchar, así como el respeto por parte de la persona responsable del grupo,
a la cual damos el nombre de “facilitador o facilitadora”.
Nuestro campo de acción es la salud de las mujeres y de los hombres;
reconocemos que es en la interacción social donde se construyen los sig­
nificados y las relaciones y, en consecuencia, las nociones de salud-enfer­
medad, así como las de “mujer” y “hombre”. Es precisamente en el mundo
de los significados donde se generan las pautas que orientan los distintos
comportamientos de las personas y, por tanto, es ahí donde intentamos inci­
dir cuando hablamos de procesos educativos. La intención de tocar la sub­
jetividad de las personas requiere de una metodología y técnicas específi­
cas, no basta sólo con proporcionar información. “El desarrollo de un trabajo
educativo no se puede quedar en la sola presentación de conceptos para
lograr su comprensión, se hace necesario poner en marcha otros mecanis­
mos de participación e interacción entre el educando y el educador, es
fundamental problematizar, discutir y reflexionar partiendo de la experien­
cia vivida y de la experiencia sensorial para lograr una comprensión más amplia
del objeto” (Freire, 1994). Se trata de una metodología que cuestiona lo
obvio, que no da respuestas sino que plantea preguntas.
Es fundamental que el grupo funcione como regulador del proce­
so, desempeñe la función de contención y ofrezca un espacio de escucha
y diálogo; por tanto, se requiere de un encuadre previo y del estableci­
miento de reglas claras, de manera colectiva y consensuada desde el ini­
cio del trabajo. Nuestra intención no es plantear una metodología que
incida en la política, sino que a través de la sensibilización, la reflexión y
el diálogo se produzcan pautas para el cambio y la acción. En este senti­
do, concordamos con que: “Los asuntos relacionados con la educación no
son solamente problemas pedagógicos. Son problemas políticos y éticos
como cualquier otro problema financiero o de economía. Así la tarea
central de un educador es rehacer el mundo, redibujarlo, repintarlo” (Freire,
1994).
En relación con la segunda pregunta: me refiero a una política que
incluya a las mujeres, a las niñas y los niños, y a otros grupos sociales
específicos. Hasta hoy, la tradición histórica en el diseño, realización e
implantación de políticas públicas en el país ha sido condición privilegia-
340 DrBATES SOBRr MASCUllNIDADrS

da de los hombres, y lo cierto es que éstas han sido promulgadas desde


una posición de “poder”, donde los hombres no se ven a sí mismos y
hablan y legislan para “otros” (Seidler, 1997). El desarrollo, la modernidad
y la política han sido proyectos fundamentalmente de los hombres, moti­
vados por la necesidad de control y dominio, y orientados por la raciona­
lidad, utilizando el lenguaje verbal como recurso único de la expresión,
donde si se habla mucho se cree que se comunica mejor, sin poner atención
a la importancia de escuchar y contactar con el sentir del “otro”.
Creer que exista una reflexión profunda de la masculinidad y su rela­
ción con la elaboración y diseño de políticas públicas, hace necesario re­
conocer que los ritmos de la racionalidad son distintos a los emociona­
les, que hoy en día va ganando terreno la visión dicotòmica que
fragmenta la integración de lo humano en razón y emoción/objetivo y
subjetivo, tanto en el campo del conocimiento, como en el de la política,
incluida la pública. Es decir, la racionalidad ha sido el recurso fundamen­
tal en la producción de políticas públicas, así que hablar de una elabora­
ción propia masculina en este campo es muy complejo y polémico; al mis­
mo tiempo, se corre el riesgo de repetir la misma historia: hacer política
desde una visión masculina hegemónica. En ese sentido, parece que las
políticas, leyes y programas de las instituciones de gobierno que preten­
dan la construcción de equidad entre los géneros, necesitan transitar por
un proceso largo y complejo de cuestionamiento a las relaciones de poder
prevalecientes, y de cambios de carácter estructural que todavía no vemos
con claridad.
De igual manera, vemos cómo en nuestro país muchos legisladores,
servidores públicos y funcionarios de gobierno se tropiezan hasta con el
uso del lenguaje para tratar de ofrecer discursos políticamente correctos,
pero que en el fondo lo único que dejan ver es la ausencia de una reflexión
profunda y un limitado trabajo personal.
Alcanzar un nivel más amplio de comprensión del problema no signi­
fica que los cambios en la práctica ocurran inmediatamente, se requiere la
transformación de las prácticas, y esta transformación también es social,
es decir, el género es relacional, se deconstruye y construye en las relacio­
nes sociales.
En la práctica educativa existe la posibilidad de reproducir, cuestio­
nar, intercambiar, imaginar, ensayar, deconstruir y construir las relaciones
de género prevalecientes y las deseadas (agradezco a Gisela Sánchez la
discusión sobre esta idea).
D f i a fdi i r ación a i a poi jtica puri ica 341

A l g u n o s r e s u l t a d o s

En los últimos años hemos incursionado en la evaluación de los cam­


bios en las prácticas a diferentes niveles. Por ahora hablaré de algunos
cambios personales e institucionales.
Ha sido hasta fechas recientes que percibimos una cierta apertura en
el sector salud, pues históricamente ha sido una de las instituciones con
mayor resistencia y dificultad para incorporar la perspectiva de género en
sus planes y programas. Algunos indicadores que nos muestran la persis­
tencia de incongruencias en algunos de los programas de salud son

a) Todavía no se reconoce a las mujeres como sujetos de sus políticas


y programas, se les sigue tratando como objetos.
h) No hay claridad en los mecanismos ni instancias donde las mujeres
puedan opinar o participar sobre las políticas y los programas que
les afectan; mucho menos pueden tomar parte en las decisiones (al
menos hay una falta de difusión y promoción de esas instancias
locales y nacionales, si es que existen).'’
c) Hemos comprobado una falta de información en temas que forman
parte del programa de salud reproductiva: sexualidad, salud de las y
los adolescentes, E T S y V I H sida, climaterio, menopausia, cáncer de
mama y cérvico-uterino, y la ausencia de una perspectiva integral
que incluya la salud mental y la salud sexual, por ejemplo.’

Por otra parte, y en relación directa con el trabajo educativo que reali­
zamos, hemos encontrado que la mayoría de los participantes en nuestros
talleres (mil personas por año), o en el diplomado (25 por generación),
reporta cambios en lo personal; otros tantos aplican o multiplican lo apren­
dido diseñando y desarrollando programas en las instituciones u organiza­
ciones donde trabajan, además de actuar socialmente. Por tanto, requerimos
evaluar ahora con más precisión los procesos de cambio y resistencia que
se dan.’’
Otro nivel de incidencia se presenta cuando trabajamos en la capaci­
tación de funcionarios y funcionarias de diferentes instituciones de go-

G. Sánchez, E. Flores y T. Sánchez, "Participación social” en G. Sayavedra y E. Flores,


Ser mujer: ¿U n riesgo para la salud?, México, Red de Mujeres, A.C., 1997.
’ Salud y Género, A.C., "Aportes para el documento analítico”, documento interno, México,
2000.
'’ Documentos de evaluación de impacto de Salud y Género, A.C., proyectos de tesis
doctoral de Renno de Keijzer, Gisela Sánchez y de maestría de Gerardo Ayala.
342 DcBATrS SOBRr MASCUlINIDADrS

bierno (Inmujeres, DIF, S S A y SEP). Aunque no participamos en la toma de


decisiones, sí influimos de manera indirecta.
Hoy en día, las iniciativas más importantes que convocan a los hom­
bres en México tienen una fuerte influencia del movimiento feminista y
responden a necesidades que las mujeres han expresado en foros internacio­
nales y reuniones cumbre; éstas se concretan en dos aspectos fundamen­
tales: 1. participación de los hombres en la crianza de hijas e hijos y en el
trabajo doméstico; 2. intención de poner un alto a la violencia.
En ese contexto, surgen en México organizaciones ciudadanas que se
proponen realizar un trabajo de intervención, como CORIAC, un colectivo
de hombres que lleva a cabo un importantísimo trabajo de intervención con
hombres, cuestionando y reflexionando todas las formas de violencia
contra las mujeres. Otra es Salud y Género A.C., que ha generado una
diversidad de procesos educativos con poblaciones distintas para identifi­
car necesidades, hacer posible la sensibilización de género y abrir espacios
de reflexión y diálogo entre mujeres y hombres. Durante el desarrollo de
los procesos educativos en Salud y Género A. G. hemos diseñado una meto­
dología que contribuye a que los hombres reflexionen acerca de cómo
relacionarse e involucrarse de maneras distintas en los procesos de salud sexual
y reproductiva, cuestionen la violencia contra las mujeres y, en general,
sobre la utilización de métodos de fuerza como formas para resolver con­
flictos entre mujeres y hombres, incluso entre los propios hombres.
Nuestro campo de trabajo ha sido el de la salud; en el que se integra lo
mental, sexual y emocional desde un enfoque educativo-preventivo. Con­
sideramos que aun cuando se observan cambios en la sociedad, reconoce­
mos que se hace necesario ampliar las acciones concretas que sirvan de
base para los procesos de democratización y de equidad de género. Es en
el contexto de las necesidades y demandas feministas donde descubrimos
cuánto tenemos por ganar también los hombres si buscamos, colectiva­
mente, formas alternativas de relacionarnos con las mujeres y entre los
hombres. Dos ejemplos de lo que podrían ser las estrategias concretas
capaces de producir gran impacto a nivel social y comunitario son las si­
guientes experiencias educativas:
1. Una campaña nacional que colocó públicamente el tema de la pa­
ternidad desde la experiencia masculina, con el lema de: “¿Gómo veo a mi
papár* Por una paternidad más padre”.

Actividades

La campaña nacional de la paternidad comenzó en ocho escuelas


de educación primaria en tres ciudades del país: Querétaro, Xalapa
D f i a FDuración a i a poiítica púbiica 343

y el Distrito Federal. Se trabajó con niñas y niños a quienes, des­


pués de la pregunta planteada, se les pedía responder realizando un
dibujo y/o escribiendo un texto breve.
• Algunos años después, en colaboración con el Colectivo de Hom­
bres por Relaciones Igualitarias (CORIAC), y en alianza con el Fon­
do de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), logramos
involucrar a varias instituciones del gobierno mexicano (Comisión
Nacional de la Mujer, Secretaría de Educación Pública y el Siste­
ma Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia), así como a
la Comisión de Equidad y Género de la LVII Legislatura de la Cá­
mara de Diputados del Congreso de la Unión, para extender la
iniciativa a través de una campaña nacional a lo largo y ancho de
todo el país. Se generaron cerca de 250 mil dibujos^ y varios pro­
ductos adicionales.
• Se organizaron varias decenas de exposiciones en diversas partes
del país: en centros de salud, municipios, casas de la cultura, mu­
seos, y en las propias escuelas.
• Se ofrecieron conferencias, mesas redondas, programas de radio y
televisión.
• Se presentaron los principales logros y resultados de esta campaña
en la Cámara de Diputados.**

P ro d u cto s

• Un calendario con 12 dibujos seleccionados, editado por UNICEF,


Salud y Género, A.C., y CORIAC.
• Investigaciones y tesis sobre el tema, elaboradas en algunas univer­
sidades del país.
• Edición de una memoria que contiene una selección de más de
300 dibujos.“*

2. La segunda iniciativa tuvo su origen en marzo del 2000, en la ciu­


dad de Querétaro, donde Salud y Género, A.C., y la Fundación Mexicana
para la Planeación Familiar (MEXFAM), en colaboración con tres organis­
mos brasileños (Instituto Promundo, ECCOS y PAPAl) se dio a la tarea de
organizar el primer seminario internacional llamado: “Trabajando con hom-

^ ¿Cómo veo a m i 'papá? Por una paternidad más padre, M emoria de la campaña. Instituto
Nacional de las Mujeres, México, Inmujeres/UNICEF, agosto de 2001.
**“Quehacer parlamentario”, suplemento de La Jornada, 27 de junio de 2000.
‘^¿Cómo veo a m i papá?...
344 DrBATES SORRF MASCIIIINIDADFS

bres jóvenes; género, sexualidad y prevención de la violencia”, el cual fue


producto de un tejido de relaciones y alianzas diversas para la consecución
de fondos con organismos internacionales, como Internacional Planned
Parenthood Federation, Summit Foundation, Moriah Fund, Gates Founda­
tion y U S A I D ( I P P F / R H O ) y auspicios de la Organización Mundial de la Salud
y la Organización Panamericana de la Salud.

Para este seminario logramos convocar a cerca de 60 participantes de


12 países de América Latina. Las recomendaciones y conclusiones se reto­
maron para inspirar la edición de la serie ‘Trabajando con hombres jóvenes”.'“

Actividades

• Un seminario internacional efectuado en Querétaro, México, con


la participación de más de 60 especialistas en el trabajo con jóve­
nes de diversos países de América Latina."
• Una conferencia internacional efectuada en Río de Janeiro, con la
participación de 50 especialistas del continente americano, y otros
más de algunos países de Europa y Asia.

Productos

• La edición de la serie “Trabajando con hombres jóvenes”.'^

C o n t e x t o s o c ia l e n M é x ic o y s it u a c ió n d e s a l u d

DE LAS MUJERES Y LOS HOMBRES JÓVENES*^

En el contexto de globalización y ajuste estructural por el que pasa el país,


las personas vivimos en constantes cambios económicos, políticos, cultu­
rales. La reestructuración del Estado ha profundizado las desigualdades
sociales, étnicas, de género y etarias. Los servicios educativos, de salud,
así como las oportunidades laborales, han disminuido.

•o Instituto Promundo, ECCOS, Salud y Género A.C. y PAPAI, serie de cinco manuales y un
video; “Trabajando con hombres jóvenes: salud, sexualidad, género y prevención de la
violencia”, memoria del Seminario Latinoamericano, Querétaro, 2000.
11 Rodríguez Yuriria, “Trabajando con hombres jóvenes; salud, sexualidad, género y pre­
vención de la violencia”, en M emoria del Seminario Latinoamericano, Querétaro, 2000.
12 ¡hid.
111 Gisela Sánchez, Olivia Dorantes y Gerardo Ayala, "Documento interno para proyecto de
Salud y Género, A.C.”, Querétaro y Xalapa, octubre de 2002.
D f I.A FDlirAnÓN a i a p o i í t i c a p ú b i ica 345

El proceso de democratización en el país se da en un contexto de debili­


tamiento del Estado, y las instituciones no han podido revertir la cultura
política autoritaria. La alternancia política, tanto en los niveles nacional y
local, no se ha traducido, hasta ahora, en una mayor participación social
y política; por el contrario, hay evidencias de mayor intolerancia y desman-
telamiento de las redes sociales y comunitarias.'''
La sociedad civil, a pesar de su debilitamiento, igual al del Estado
mexicano, sigue impulsando la participación social en los cambios a las
políticas públicas, aun en contra de la inercia y resistencia estatales. Como
ejemplo, desde hace por lo menos una década, se vienen impulsando pro­
yectos educativos en torno a la salud sexual y reproductiva. En el pasado
inmediato, una instancia estatal que en el anterior sexenio apoyó estas
políticas (Instituto Mexicano de la Juventud), ahora apoya a grupos iden­
tificados con posiciones conservadoras y de derecha.
Las desigualdades sociales se expresan en la manera de enfermar y
morir, en la manera de ser considerada persona con derechos humanos o
sin ellos, con derecho o no a expresarse y a participar en la toma de deci­
siones. La ciudadanía es un estatuto no alcanzado para la gran mayoría de
las personas en México y, a pesar de todo, la sociedad civil se mueve,
busca, cambia, transforma identidades, resistiendo a la anomia. Para las
mujeres y hombres jóvenes de este país (29 millones de personas, la terce­
ra parte de la población),'^ esta situación repercute en menores oportuni­
dades laborales y económicas, sobre todo para las mujeres: en 1999, de
51.2 por ciento de jóvenes económicamente activos, 69.5 por ciento era
hombres y 35.1 mujeres.'*
Los datos de morbimortalidad, para el caso de las mujeres, siguen los
mismos patrones y está documentado que no han aumentado los presu­
puestos a las acciones y programas de salud reproductiva,'^ aun cuando
hay evidencias y datos que nos muestran las ventajas de la educación sexual.
Esto repercute de la siguiente manera: se mejora la comunicación
familiar sobre sexualidad, principalmente con la madre de familia; se acla­
ra la idea sobre el tipo de pareja que se desea, se mantienen las creencias

i'* Martha Gloria Morales, “La participación ciudadana en las nuevas administraciones
municipales” (Análisis de caso de gestiones panistas y priístas de Querétaro, Guanajuato
y Aguascalientes) Serie Sociales. Universidad Autónoma de Querétaro, julio de 2000.
Estudios y diagnósticos sociodemográficos sobre los jóvenes en México, IV Informe
Avances del Programa Nacional de Población 1995-2000, México, Conapo, 1999.
'* Idem.
Tanto el Foro nacional de políticas de población y desarrollo, como Milenio Feminista,
han documentado bien esto.
346 D eBATFS SOBRF MASniLINIDADFS

religiosas y las distinguen de sus actitudes hacia la sexualidad. Las muje­


res mejoran la comunicación en tomo a su cuerpo y sus decisiones sexuales,
mejoran la autoestima y el respeto a su propio cuerpo, y los hombres toman
conciencia sobre el cuidado de su cuerpo y su responsabilidad en la vida
sexual. Tanto hombres como mujeres inician sus prácticas sexuales a ma­
yor edad y reducen el número de parejas sexuales, incrementan la posibi­
lidad del uso de anticonceptivos, negocian el uso de condón y otros méto­
dos, y hay más comunicación en la relación.** Estudios cualitativos dan
cuenta también de que el cambio social es lento, que si las políticas y los
programas no cambian, las mujeres y los hombres como individuos difícil­
mente cambiarán.
Hallazgos de recientes investigación es nos muestran la subordina­
ción de las mujeres jóvenes en la toma de decisiones sexuales y reproductivas:
Rodríguez y de Keijzer estudiaron a tres generaciones en una comunidad
rural y describen los cambios en las concepciones en torno al noviazgo y a
las prácticas sexuales y reproductivas; sin embargo, notan que la estigma-
tización a las mujeres prevalece, y la iniciativa para la toma de decisiones
sexuales y reproductivas sigue siendo asunto principal de los hombres.’**
Esto habla de los efectos de la presión social y cultural para que las muje­
res sigan siendo objetos y no sujetos que toman decisiones para cuidar su
salud, su cuerpo, su sexualidad, y que ejercen su ciudadanía. Por otra par­
te, Ana Amuchástegui también encuentra que la virginidad sigue siendo
un valor importante para las y los jóvenes.^“

La s a l u d d e las m u je r e s jó v e n e s

Las mujeres jóvenes en México se enfrentan a graves problemas de salud


sexual y reproductiva. Aunque el embarazo en la adolescencia ha dismi­
nuido, 70 de cada 1000 mujeres jóvenes están embarazadas, tasa mucho
mayor a la de otros países. Sólo 8.2 por ciento de mujeres jóvenes admite
las relaciones sexuales en el noviazgo, sin embargo 76 por ciento ha tenido
su primera relación antes de los 19 años; 55.1 por ciento se embaraza
antes de los 19 años de edad y sólo 54.9 por ciento de mujeres de 15 a 19
años ha usado un método anticonceptivo (Encuesta Nacional de Juven­

i l Gabriela Rodríguez, “Beneficios de la educación sexual en México”, A fluentes, 2000.


Gabriela Rodríguez y B. de Keijzer, “La noche se hizo para los hombres. Sexualidad en
los procesos de cortejo entre jóvenes campesinos y campesinas”, México, Population
Council y Edamex, 2002.
20 Ana Amuchástegui, La virginidad en México, México, Edamex, 2000.
Df A FFMrAnON A LA POIITIfA PUBI IfA 347

tud, 2000). En cuanto al abuso sexual, 90 por ciento de las víctimas son
mujeres y 87 por ciento de los agresores son hombres, 50.12 por ciento
son menores de 17 años (Saucedo, 1995). Estudios comparativos sobre
la violencia sexual y la violencia de género muestran que éstas son más
comunes donde las mujeres son vistas como propiedad masculina, donde
el control de recursos está en manos de los hombres y donde el ser hom­
bre se relaciona con la dominación y necesidad de proteger el honor. Así,
la violencia se desencadena ante la percepción masculina de pérdida de
poder.
A pesar de que las Infecciones de Transmisión Sexual ( I T S ) ocupan
uno de los cinco primeros lugares de demanda de consulta en el primer
nivel de atención médica y se ubican entre las diez primeras causas de
morbilidad general en el grupo de 15 a 44 años de edad {Norma técnica
de ITS, prevención y control de las ITS, mayo de 2001), la incidencia de
virus de papiloma humano tiene una tasa de 10.44 por cada cien mil
habitantes. La forma de transmisión de V I H sida para las mujeres es la
relación heterosexual ( S S A , Conasida, 2000).
En un estudio sobre las percepciones de las mujeres, la experiencia de
todas es haber sido usuaria, en algún momento, de los programas de plani­
ficación familiar y poco o nunca de los programas de prevención de I T S o
V I H sida. En este estudio se encontró que la vulnerabilidad de las mujeres

al cáncer cérvico-uterino, a las I T S y al V I H sida es consecuencia del entre­


cruzamiento de comportamientos y vivencias individuales y subjetivas (que
se expresan en las percepciones que tienen de su cuerpo, su salud, su
sexualidad) y de la ausencia de condiciones sociales más favorables, como
el acceso a los servicios y a recursos que reduzcan su vulnerabilidad.^'
Las estrategias de promoción de la salud sexual para las mujeres jóve­
nes, que viven en una situación de marcada opresión sexual, deben tener
en cuenta este hecho, para que, tomando en cuenta sus necesidades y su
contexto social y cultural, se puedan encontrar medios más efectivos para
la negociación de las prácticas sexuales y reproductivas.

L a s a l u d d e l o s h o m b r e s j ó v e n e s

Los hombres jóvenes en México se enfrentan a graves problemas de salud


asociados de manera directa con la socialización de género. En 1995, Keijzer

21 Milenio Feminista, "La salud sexual y reproductiva desde la mirada de las mujeres”,
México, 1999.
348 D fbatfs sobrf m a s o ii in id a r e s

reportó que las tasas de mortalidad para hombres y mujeres son más o
menos iguales hasta los 14 años. A partir de ese momento, la mortalidad
masculina empieza a aumentar y es el doble para los varones jóvenes de 15
a 24 años de edad. Las tres causas principales de mortalidad entre los
muchachos en México son accidentes, homicidio y cirrosis, y se relacio­
nan con las normas sociales sobre la masculinidad (asociadas a atributos
como temeridad, fuerza que deriva en violencia, resistencia extrema, entre
otras).
En el caso de la salud sexual, relacionada con la prevención de las
ITS, sabemos que los jóvenes tienden a usar cada vez más el condón. Sin
embargo, la edad de contagio de V IH sida se desplaza también hacia los
jóvenes, especialmente los varones, pues ocho de cada diez personas in­
fectadas con el virus son hombres.
La salud mental da la posibilidad a los seres humanos de realizar sus
proyectos de vida. Los suicidios son el punto de quiebre para la vida y se
relacionan, entre otros factores, con un proceso gradual en detrimento de
la salud mental. En Querétaro, la mayor parte de los suicidios fueron
entre hombres jóvenes.
La experiencia de trabajo de Salud y Género muestra que la paterni­
dad se vive de muchas formas. Sin embargo, hay por lo menos dos caracte­
rísticas negativas asociadas a la paternidad: ausencia emocional —ligada
principalmente al atributo del hombre de proveedor y al atributo de cuida­
do exclusivo de la madre— y violeneia verbal y física —asociada al atribu­
to de autoridad del varón— . Estos atributos tienen altos costos para el
desarrollo emocional y colectivo de las personas. En el caso de la violen­
cia, sabemos que una de cada cinco personas padece o fue testigo de un
acto de violencia dentro de la familia. Las mujeres son las más agredidas y,
en los varones, en ocho de cada diez casos, son quienes violentan.

C o n c l u s io n e s

La información aquí expuesta refuerza la importancia de seguir afinando


nuestro modelo educativo, para que se consideren los retos diferenciales
que enfrentan como género las mujeres y los hombres para su salud sexual
y reproductiva. Contamos con evidencias de que sigue siendo prioritario
fortalecer y ampliar las acciones positivas para que las mujeres participen
en la toma de decisiones; de que los temas de identidad cultural y autoes­
tima del individuo, así como la apropiación corporal y de recursos, redes
y grupos de convivencia, globalización de los derechos humanos de las
mujeres, son muy importantes y deben vincularse con los temas de salud
D r IA FDl i r ACIÓN A 1A POIÍTICA PÚRIICA 349

y los derechos sexuales y reproductivos. Así, el diseño de políticas públicas


debería tomar en cuenta;

• El incremento de acciones positivas para fortalecer las relaciones


entre mujeres, mujeres y hombres, así como entre hombres.
• El desarrollo de una mirada positiva para el reconocimiento de los
poderes y habilidades, así como las experiencias creativas en las
historias de vida de mujeres y hombres.
• Los costos y beneficios de la trasgresión al modelo hegemónico
femenino y masculino.
• La profundización sobre las concepciones y significados del amor,
desarrollando nociones de hemofilia, solidaridad y vínculos afectivos
entre mujeres y entre mujeres y hombres, más allá de los conven­
cionalismos sociales establecidos.
• Invertir en entrenamiento y capacitación de multiplicadoras en tra­
bajo de campo.
• El fortalecimiento del trabajo en redes locales, nacionales e inter­
nacionales.

Las mujeres necesitan acceso a métodos de prevención que estén bajo


su total control, porque constituyen un grupo de riesgo. Aunque se supone
que debe autoprotegerse, no cuenta con herramientas para ello (Lori Heise).
La promoción del uso del condón femenino también implicaría profundi­
zar en estrategias de negociación.

E l P r o y e c t o H: u n a i n i c i a t i v a e d u c a t iv a

CON m ir a s a c o n v e r t ir s e e n p o l í t i c a p ú b l i c a

Investigaciones diversas^^ señalan que es necesario tener presente y anali­


zar las formas en que se socializa a los niños y cómo repercuten en su
salud. Asimismo, muchas feministas y defensores de los derechos de las
mujeres reconocen que para mejorar la calidad de vida de las mujeres
(adultas y jóvenes) es necesario involucrar a los hombres (adultos y jóve­
nes) en todas las relaciones que se establecen entre sí y, más específica­
mente, en las que se asocian con los procesos de la salud sexual y repro­
ductiva. Por lo tanto, es pertinente desarrollar acciones que impulsen un

22 ¿Q ué ocurre con los muchachos? Una revisión bibliográfica sobre la salud y el desarrollo
de los muchachos adolescentes, Lausana, Organización Mundial de la Salud, 2000.
350 D fBATES SORRF MASrUMNIDADFS

trabajo con los hombres jóvenes, pues esto repercute positivamente en su


salud y en la de las mujeres jóvenes.
Las creencias acerca de cómo son los “hombres” influyen en los com­
portamientos de los varones jóvenes. Estudios recientes han documenta­
do que los hombres jóvenes identificados con una noción tradicional de
masculinidad son más vulnerables al uso de drogas, a comportamientos
violentos, a la delincuencia y a prácticas de sexo inseguro (O M S , 2 0 0 0 ) .
Esta iniciativa nace de un proyecto binacional generado por el Insti­
tuto Promundo (Río de Janeiro, Brasil), E C C O S (Sao Paulo, Brasil), Pro­
grama P A P A I (Recife, Brasil) y Salud y Género, A.C. (México) y busca
promover la salud y la equidad de género a través de un trabajo dirigido a
la deconstrucción de la noción de masculinidad hegemónica,^^ prevale­
ciente en nuestra sociedad; sus acciones fomentan la creación de grupos
de amigos y/o pares con nociones alternativas de masculinidad, favore­
ciendo la reflexión sobre los costos de la masculinidad hegemónica (Barker,
2001).
Con estos presupuestos básicos nos dimos a la tarea de diseñar la
serie de manuales titulada “Trabajando con hombres jóvenes” y un video
que articula todos los temas al mostrarnos la vida de un niño en su proceso
de formación en “hombre”, los conflictos y decisiones que tiene que afron­
tar y de qué maneras lo hace. El video La vida de Juan se elaboró con
dibujos animados. En “lenguaje universal” (sin palabras) nos muestra dife­
rentes etapas de la vida de un niño que se va convirtiendo en hombre
joven. Aparecen el machismo, la violencia, la homofobia, la primera rela­
ción sexual, el embarazo, las I T S y la paternidad. El material fomenta la
discusión y reflexión de las creencias, las opiniones y actitudes en relación
con lo que es ser hombre.
Los manuales abordan los temas: sexualidad y salud reproductiva, pa­
ternidad y cuidado, de la violencia a la convivencia, razones y emociones,
previniendo y viviendo con V I H sida. La estructura de los manuales se
basa en tres capítulos: el primero presenta el marco teórico sobre el tema,
con una revisión bibliográfica y datos de América Latina y el mundo; el
segundo brinda un conjunto de técnicas participativas para trabajos con
grupos de hombres jóvenes; y el tercero ofrece más recursos e informa­
ción adicional (centros de referencia, sitios weh y bibliografía ampliada).
Los materiales han sido probados con 271 hombres jóvenes (15-24 años)
de seis países de América Latina y el Caribe: en Bolivia con la organiza-

2-^ R. W. Connell, “Masculinidad/es”, en Teresa Valdés y José Olavarría (eds.), Ediciones de


las M ujeres, núm. 24, Isis Internacional/l LACSO-Chile, 1997.
De la EnurACiÓN a la poiÍT irA púbi ica 351

ción Save the Children; en Brasil con las organizaciones BENFAM y PAPAI;
en Perú con la organización IMPARES; en Colombia con la organización
PROFAMILIA; en México con la organización MEXFAM; en Jamaica con la
organización Youth Now,

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POLÍTICAS PUBLICAS PARA IMPULSAR
REPRESENTACIONES EQUITATIVAS
DE LO MASCULINO EN EL IMAGINARIO SOCIAL

Diane Alméras

En los foros sobre asuntos de género, y en particular sobre los temas de


masculinidad, se escucha cada vez más un llamado a “cambiar el imagi­
nario social”, convocatoria que resuena en el discurso público, pero que
alcanza para dar cabida a la formulación de políticas. Este artículo intenta
dar antecedentes para tal tarea, empezando por definir el concepto de
imaginario.
A mi modo de ver, la formulación del concepto de imaginario social es
una de las respuestas más radicales que se pueda dar a las preguntas fun­
damentales de todo razonamiento explicativo acerca del origen de la socie­
dad o de la significación. Si la pregunta sobre el origen de la sociedad
marca el nacimiento de la sociología como ciencia, y orienta los esfuerzos
analíticos subsecuentes, dirigidos a la búsqueda del factor de cohesión
que explica la generación de la sociedad a partir de un agregado de indivi­
duos, la cuestión acerca del origen de la significación ha impulsado, en el
transcurso del siglo XX, una interesante producción teórica relacionada
con la función imaginaria en diversas disciplinas de las humanidades, des­
de la antropología hasta los estudios mitológicos o psicológicos. Es a un
antropólogo francés, Gilbert Durand, a quien se debe la recopilación de
los aportes de filósofos e investigadores tales como Bachelard, Bergson,
Sartre, Ricoeur, Chomsky, Eliade, Jung, Levi-Strauss y Piaget, para corro­
borar sus propios trabajos sobre la imaginación simbólica y las estructuras
antropológicas del imaginario.' Esta labor le llevó a definir el imaginario
como el “gran denominador fundamental” en el cual se pueden encontrar
todos los procesos del pensamiento humano, la matriz original a partir de
la cual se despliega todo pensamiento racionalizado y su bagaje semántico.
Al reflexionar sobre preocupaciones más bien sociológicas (la primera
pregunta), interesa que, luego de revisar los esfuerzos anteriores de clasi-

I Ver G ilhert l^urand (1968 y 1992).

I.l'i.l]
354 D ebatfs sorrf M Asn ii inidao fs

ficación, Durand rechazó la existencia de una ontología, ya sea psicológica


o cultural, por ubicarse en lo que denomina la “trayectoria antropológica”,
es decir, el incesante intercambio que existe en el imaginario entre las
pulsiones subjetivas y asimiladoras del sujeto y los estímulos objetivos
del entorno. Se trata, entonces, de una génesis recíproca que oscila entre
el gesto pulsional y el entorno material y social, en un ir y venir perpetuo.
Esta intuición de un dinamismo organizador^ tiene grandes afinidades con
otros conceptos desarrollados en ciencias sociales, desde la formulación
de la idea de conciencia colectiva, concebida por Durkheim (1912) como
la totalidad de sentimientos comunes al promedio de los ciudadanos de la
misma sociedad, que forma un sistema determinado con vida propia.
A la aclaración inicial de Durkheim sobre el concepto de conciencia
colectiva, se debe añadir la sistematización de la interacción humana como
proceso social, desarrollada por George Mead (1934),^ que llevó a la ges­
tación del interaccionismo simbólico, preocupado por la intrincada rela­
ción entre cultura, sociedad y personalidad de los individuos. Para captar
las características estructurales de las interacciones simbólicamente me­
diadas, Mead estudió la evolución de las formas de comunicación desde
las conversaciones de gestos de los animales vertebrados hasta el discurso
diferenciado de los humanos, con el fin de observar cómo en la relación
intersubjetiva los participantes se ajustan el uno al otro y asumen nuevas
posiciones a partir de las declaraciones de cada uno. De esta manera, la
intersubjetividad es generada comunicativamente, consolidada por medio
de los símbolos lingüísticos y, finalmente, respaldada por la tradición cul­
tural (Habermas, 1987: 10).
Sobre estos fundamentos del conductismo social, el interaccionis­
mo simbólico establece un paradigma analítico constituido por tres premi­
sas básicas: “La primera es que los seres humanos actúan respecto de las

2 En gran medida, Durand funda su concepción del simbolismo imaginario sobre dos
intuiciones de Bachelard: la imaginación es un dinamismo organizador, y este dinamis­
mo organizador es un factor de homogeneidad en la representación. Así, lejos de ser una
facultad de “formar” imágenes, la imaginación sería una potencia dinámica que “defor­
ma” las copias pragmáticas de la realidad que entrega la percepción, mientras este dina­
mismo reformador se vuelve el fundamento de la vida psíquica en su conjunto. Aceptan­
do el postulado que “las leyes de la representación son homogéneas”, y sobre la base
de que la representación es metafórica, se entiende que “a nivel de la representación,
todas las metáforas se igualan”, pero esta coherencia entre sentido y símbolo no signifi­
ca confusión por el hecho de nacer de una dialéctica. La unidad del pensamiento y de
sus expresiones simbólicas se presenta como una constante corrección, un perpetuo
afinamiento.
^Ver Habermas (1987).
PoiÍTIfAS PÚBIIfAS PARA IMPUISAR RrPRrSrNTACIONfS rQUITATI\íAS 355

cosas sobre la base del significado que las cosas tienen para ellos. La se­
gunda premisa es que el significado de tales cosas se deriva, o surge, de la
interacción social que cada individuo tiene con sus semejantes. La tercera
premisa es que los significados son adquiridos y modificados a través de
un proceso de interpretación que es empleado por la persona cuando tiene
que habérselas con las cosas que ella encuentra” (Blumer, 1969, en Atria,
1998). Así, el significado emerge del proceso de acción e interacción des­
crito por Durkheim, volviéndose producto social, creación colectiva.
Por su parte, la sociología del conocimiento aporta a la construcción
teórica del concepto de imaginario social su interés en la influencia que
los valores e intereses culturales presentes en el inconsciente colectivo
ejercen sobre los movimientos históricos, considerando que “en último
análisis una sociedad es posible porque los individuos que la integran se
han formado determinada imagen mental de esa sociedad”.'' Al respecto,
Berger y Luckmann (1968) plantean la pregunta, “¿cómo es posible que
los significados subjetivos se vuelvan hechos objetivos?”, haciendo de este
cuestionamiento el punto central de la teoría sociológica, la cual incluye
en el mundo de las cosas a los universos simbólicos, es decir, los procesos
de significación que se refieren a realidades que no son las de la experien­
cia cotidiana. Para ellos, el universo simbólico se concibe como la matriz
de todos los significados objetivados socialmente y subjetivamente reales,
mientras toda la sociedad histórica y la biografía de un individuo se ven
como hechos que ocurren dentro de ese universo. Tiene particular impor­
tancia que las situaciones marginales de la vida del individuo (marginales
porque no se incluyen en la realidad de la existencia cotidiana de la socie­
dad) también entran en el universo simbólico. Son productos sociales que
tienen una historia, y para entender su significado “es preciso entender la
historia de su producción”.
Asimismo, los universos simbólicos hacen aportaciones al orden insti­
tucional porque las experiencias que corresponden a las diferentes esferas
de la realidad —desde la experiencia biográfica hasta las instituciones so­
ciales— se integran al mismo universo de significados que se extiende
sobre ellas. En este marco, el problema de la transmisión de toda tradición
se acentúa si algunos grupos sociales llegan a compartir versiones diver­
gentes del universo simbólico, como es el caso, hoy en día, de las mascu-
linidades alternativas en relación con la masculinidad hegemónica. En esta
situación, “la versión que se desvía queda estereotipada en una realidad
por derecho propio, la cual, por existir en la sociedad, desafía el estatus de

Prefacio de Louis Wirth, en Karl Mannheim (1987).


356 DtßATrS SOBRt MASrULINIDADUS

la realidad del universo simbólico tal como se constituyó originariamente.


El grupo que ha objetivado esta realidad divergente se convierte en porta­
dor de una definición de la realidad que constituye una alternativa”, y
plantea “no sólo una amenaza teórica para el universo simbólico, sino tam­
bién una amenaza práctica para el orden institucional legitimado por el
universo simbólico en cuestión" (Berger y Luckmann, 1968: 137).
La cohesión interna de esta “red inmensamente compleja de significa­
dos que permea, orienta y dirige la vida de la sociedad, tanto como aquella
de los individuos que la integren” lleva luego a Cornelius Castoriadis (1998)
a hablar de la “institución imaginaria de la sociedad”, por el hecho de que
este magma de significados sociales imaginarios, además de ser producto
de la sociedad, están encamados en sus instituciones y le dan vida. Expli­
ca que, a causa de la creación de significados sociales imaginarios, que no
pueden ser deducidos de procesos racionales o naturales, la sociedad se
instituye a sí misma, aunque de manera inconsciente y sin poder recono­
cerlo. Ejemplos de estos significados son las iglesias, el Estado, el capital,
la ciudadanía —^y sus diferencias, según se trate de la ciudadanía de las
mujeres o de los hombres— , los tabúes, etc. También son significados
sociales imaginarios los conceptos de hombre y mujer, por el hecho de ser
específicos a cada sociedad, más allá de su anatomía y de sus definiciones
biológicas.
El imaginario social, tal como es concebido por Castoriadis, no es la
representación de ningún objeto o sujeto. Es la incesante y esencialmente
indeterminada creación sociohistórica y psíquica de figuras, formas e imá­
genes que proveen contenidos significativos y los entretejen en las estructu­
ras simbólicas de la sociedad. Así, las instituciones, el lenguaje, los valores,
las necesidades y el trabajo de cada sociedad participan en la organización
del mundo y del mundo social, la cual se relaciona con los significados
sociales imaginarios institucionalizados por esta misma sociedad. La reali­
dad de una sociedad dada se constituye por medio de la sinergia entre lo
que tiene valor y lo que no tiene, entre lo que es posible y lo que no lo es,
incluyendo lo falso y lo ficticio.
Las variaciones en la articulación de las imágenes presentes en el ima­
ginario lleva a la formación de un segundo orden de instituciones y de
significaciones, las que, a su vez, sostienen la institucionalización de un
conjunto central de significaciones de la sociedad, sin el cual no podrían
existir (Castoriadis, 1998: 371). Así, la división sexual del trabajo es una
institución de segundo orden, relacionada con el imaginario patriarcal, sin
la cual no habría patriarcado. El funcionamiento y la continuidad de la
sociedad como sociedad instituida están asegurados por estas institucio­
nes de segundo orden, las cuales generan instituciones y significaciones
Poi ¡TICAS PÚBIICAS PARA IMPUI SAR RFPRFSFNTACIONFS FQIIITATIVAS 357

derivadas de aquéllas; esto es, las instituciones como las conocemos en la


vida diaria.
La observación de la evolución de estas instituciones derivadas ha
dado cuenta, en las últimas décadas, tanto de los cambios en la experiencia
de las mujeres, como de la manera en que éstos afectan las representacio­
nes imaginarias de lo femenino. Este proceso culminó en una institución
de segundo orden: el feminismo, cuya expansión en todas las sociedades del
mundo representa la emergencia de un nuevo conjunto de significaciones
en el imaginario social de la humanidad: la igualdad de género. De aquí
parte el desarrollo de los estudios de la masculinidad,’ la cual se define
como la posición de los hombres en las relaciones de género, las prácticas
en que los hombres y las mujeres se comprometen con esa posición, y los
efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y
en la cultura, donde se organiza en prácticas simbólicas que transcienden
las vidas individuales (Connell, 1997: 35-36; ver también Gutmann, 1997
y 1998; Marqués, 1998; Pérez, 1998).''
A pesar de que la situación concreta de un mayor número de hombres
no corresponde a los mitos masculinos, existe un consenso en los estudios
de género —tanto del lado feminista como del de los teóricos de la mascu­
linidad— acerca de que la masculinidad estereotipada en el imaginario
social se relaciona con el poder, la jerarquía, el sexismo y la homofonía, los
cuales actualizan permanentemente el principio de su dominio. Asimis­
mo, coinciden en que la revisión de los roles de los hombres y de las muje­
res involucra a las relaciones personales, la familia, la economía, el Estado
y las relaciones globales (Connell, 1997 y 1998; Lagarde, 1997; Abarca,
2002). Según los teóricos, es un panorama aterrador para quienes quieren
analizar el fenómeno en toda su profundidad y complejidad. Si bien los
estudios sobre la masculinidad empiezan a articular las relaciones entre
los significados que estructuran las representaciones de lo masculino en
el imaginario social, los estudios de género, desarrollados desde el punto

■’ En una imagen digna de la separación del feminismo del magma de significados del
imaginario social de origen, Parrini (2002) afirma que los estudios de masculinidad se
“pueden metaforizar como réplicas del terremoto cultural que significó y significa el
feminismo en los ordenamientos genéricos de nuestras sociedades”.
Cabe señalar también que, quizá aún más que en el caso de las mujeres, las interseccio­
nes con las situaciones de clase, etnia y raza son fundamentales para enfocar la comple­
jidad de los imaginarios vinculados con la masculinidad, donde se enfrentan distintos
patrones de dominación social y se encuentran los miedos de los unos a la violencia de
los otros (Hoch, 1979; Connell, 1997). Asimismo, estudios de campo han demostrado
que ciertas ideas y prácticas relacionadas con los roles masculinos pueden estar más
asociad.'is con ciertas clases que con otras {Gutmann, 1997, 1998),
358 DrRATFS SOBRE MASnil lNIDADES

de vista feminista, han construido un cuerpo de conocimientos de gran


utilidad para la comprensión del orden masculino-femenino vigente.

La d iv is ió n se x u a l d e l tr a b a jo

De las instituciones de segundo orden relacionadas con el imaginario pa­


triarcal, ¿cuál elegir para elaborar una estrategia de transformación de sus
imágenes constitutivas en representaciones más equitativas de las relacio­
nes entre lo femenino y lo masculino? La división sexual del trabajo apare­
ce como la más adecuada, es quizá la institución imaginaria cuya lógica se
ha estructurado de manera más pareja en el transcurso de la mayoría de
los procesos sociohistóricos de los grupos humanos. Además, se relaciona
estrechamente con los significados de otras instituciones de segundo or­
den del mismo imaginario, como la paternidad y la violencia contra la mujer.
En su más reciente trabajo sobre la disolución de la jerarquía entre lo
masculino y lo femenino, Françoise Héritier (2002) recuerda que la cate-
gorización binaria se remonta a los orígenes de la humanidad, cuando el
ser humano no tenía otro instrumento que sus sentidos para dar significa­
ción al mundo, al cual empezó a clasificar con base en las distinciones
observadas tanto a nivel cósmico como biológico: día/noche, femenino/
masculino, frío/caliente, entre otros. Luego, los hombres descubrieron
que sin relaciones sexuales las mujeres no podían engendrar, mientras
ellos no podían reproducirse sin ellas. La necesidad de crear una descen­
dencia, de hijos que fueran idénticos a ellos, les llevo a considerar a las
mujeres como un recurso propio, necesario para reproducirse. Esta apro­
piación de las mujeres y los sistemas familiares que se constituyeron, tu­
vieron a su vez, como consecuencia, su inhibición como sujetos, historia
conocida. ¿Qué pasó en el imaginario masculino después de que nacen
estos hijos varones “idénticos" a los demás hombres?
Nancy Chodorow ha demostrado que el proceso de transformación de
los niños varones en “hombres" implica la separación de sus madres y la
negación de su dependencia de ellas, lo cual lleva al rechazo a las mujeres
y a la supresión de sus propias emociones “femeninas”. Este proceso de
separación es en general doloroso y violento. Así lo muestran también las
burlas entre niños varones y el miedo a ser acusado de “maricones”, que
sirven para instaurar jerarquías de poder en los patios de los colegios.
Asimismo, Marqués y Osborne (1991)^ destacan el ser importante como

^ Citado en Godoy (1995).


POIÍTICAS PÚBIirAS PARA IMPULSAR RfPRFSFNTAnONFS FQIHTATIVAS 359

una de las consignas básicas en la construcción social del varón. Esto


trae como consecuencia la atribución de importancia a todas las activida­
des humanas que pertenecen simbólicamente al orden masculino. El co­
rolario de esta consigna es que todo lo que pertenece al orden simbólico
de lo femenino no es importante y pone en peligro la construcción de la
masculinidad.
Así, por la separación de lo masculino (importante) y de lo femenino
(no importante) en la sociedad que los rodea, los niños varones deben
constantemente comprobar su independencia, suprimir las emociones y
los comportamientos femeninos aprendidos de su madre y demostrar una
conducta masculina. En todas las sociedades del mundo, este proceso se
formaliza a través de distintos tipos de iniciación y rituales de transición a
un mundo desconocido, los cuales incluyen el enfrentamiento del dolor y
la demostración de fuerza física. El niño de mamá debe morir para trans­
formarse en un hombre. El ejemplo más cercano en nuestras sociedades
es el servicio militar obligatorio, que en la mayoría de los países está reser­
vado a los hombres en lugar de abrirse a las mujeres y transformarse en un
servicio más amplio, donde los dos sexos puedan colaborar en las tareas de
defensa y de servicio comunitario.
Sin entrar de lleno en el tema de las políticas públicas, cabe destacar
que este brutal proceso de formación de la identidad masculina se suavi­
zaría si los hombres participaran más en la educación de sus hijas e hijos.
Su presencia en la formación psicológica inicial de los niños evitaría
que crecieran en "un mundo de mujeres ', aislado, poco importante, y no
necesitarían separarse y rechazarlo de manera tan violenta para volverse
plenamente hombres. Éste es solamente un aspecto del tema de las res­
ponsabilidades familiares, el cual se ha convertido en el centro de las
demandas de autonomía personal y de participación social de las mujeres,
y de su reflexión acerca de los procesos de construcción de la identidad
masculina.
Enfrentar la dinámica cultural que sostiene la división sexual implica
el análisis de los valores culturales atribuidos a las mujeres y a los hombres
en las sociedades, más que el estudio de los papeles específicos que des­
empeñan, pues el estatus social de ambos géneros no es producto de sus
prácticas, sino del significado y valor que éstas adquieren a través de la
interacción social, política y cultural (Rico, 1993). O sea, más que los
contenidos intrínsecos de la división sexual de los roles, es su valoración la
que se integra al proceso de identidad de las personas, en términos de los
significados que han sido aceptados como propios en su esfera subjetiva.
Si consideramos que la atribución de la esfera doméstica a las mujeres
es la principal expresión de la división sexual del trabajo (la que norma no
360 D fBATFS SORRF MASrUI INIDADES

sólo la organización de nuestras vidas diarias, sino la red de significaciones


del imaginario de la mayoría de los grupos humanos), encontramos que
esta modalidad de organización es el principal obstáculo para que las mu­
jeres se constituyan como sujetos autónomos. Recordemos que la teoría
de la modernidad define al sujeto como la capacidad de una persona para
identificar su libertad y su capacidad de reflexionar sobre sí misma y de
controlar su vida y sus acciones. Basta mirar las más recientes estadísticas
sociales para entender que estos atributos no están al alcance de la mayo­
ría de mujeres, quienes no tienen elección ni posibilidad de compartir las
responsabilidades del cuidado de su familia, ya sea por falta de voluntad
del padre por o falta de apoyo social que le permitiera integrarse al merca­
do de trabajo, participar en el desarrollo de la sociedad y contribuir tanto
al bienestar de su familia como a su propio desarrollo como persona.
En México, por ejemplo, los datos de la Encuesta de Hogar 1998
muestran que en 1998 solamente 43 por ciento de las mujeres de las zonas
urbanas participaba en la actividad económica. Esta es una de las tasas
más baja de la región, con la marcada excepción de las mujeres con 13
años (o más) de instrucción (63 por ciento). Mientras, 65 por ciento de las
mujeres “inactivas”, de 20 a 24 años de edad, afirmaba no buscar trabajo
por tener que dedicarse al trabajo doméstico. El ingreso medio laboral del
mismo grupo de mujeres representaba 57 por ciento del de los hombres,
aumentando la disparidad con los años de instrucción (47 por ciento para
las mujeres de 13 años y más) (CEPAL, 2002). El año siguiente, el análisis
de los datos recogidos por el Observatorio de la Condición de la Mujer de
México, relativos a las maneras en que el género incide en el mundo del
trabajo, a través de la medición de las creencias y valores compartidos,
demostraba que el sistema de género contaba con “el respaldo de la mayo­
ría de la población mexicana residente en localidades urbanas, reconoci­
ble en el enorme grado de consenso entre hombres y mujeres en los pun­
tos nodales de este sistema”, con posiciones de disenso o inconformidad,
sobre todo en los jóvenes (18 a 24 años) y en las personas de mayor esco­
laridad (con avances diferenciados en las categorías “primaria y más” y
“secundaria y más”: Inmujer/UNIFEM, 2002). Las respuestas para los pun­
tos considerados como “nodales” eran los siguientes:*^

• Población que está de acuerdo con que el hombre debe ser el único
responsable de mantener el hogar, según diversas características
por sexo (41.7 por ciento de los hombres, 22.9 de las mujeres).*

**Idem .
P o l Í T I f A S PURI i r AS PARA IM P IIIS A R RFPRrSFN TAC IO NES EQUITATIVAS 361

Percepciones masculinas y femeninas de género en torno al trabajo:


“si una mujer no necesita dinero, ¿es correcto o no que trabaje?” (Res­
pondieron “no" 43.6 por ciento de los hombres y 33.8 de las mujeres).
Percepciones masculinas y femeninas de género en torno al traba­
jo: “si la mujer gana más dinero, ¿le pierde el respeto al hombre?”
(39.4 por ciento de los hombres y 30.9 de las mujeres respondieron
que sí).
Percepciones masculinas y femeninas de género en torno al traba­
jo: “según usted, ¿el hombre debe ganar más dinero, menos dinero
o igual que la mujer?” (38.0 por ciento de los hombres y 37.8 de las
mujeres respondieron que debía ganar “más”, contra 36.6 y 44.4
por ciento, respectivamente que declararon que debía ganar “igual”).
Percepciones masculinas y femeninas de género en torno al traba­
jo: “¿estaría dispuesto a aceptar que en una pareja el hombre se
dedique al cuidado de la casa y la mujer a trabajar?” (24.7 por cien­
to de los hombres y 32.3 de las mujeres dividieron sus respuestas
entre “sí estaría dispuesto” y “sí, en parte").

Está de más insistir en que la división sexual del trabajo se mantiene


gracias a un sistema de dominación, anclado tanto en nuestros modos
de vida, como en las representaciones del imaginario social. Ahora, si se
piensa que la violencia es la expresión más esencial de dominación, los
hombres identificados con los tradicionales estereotipos de superioridad
de lo masculino pueden llegar a usar la violencia física para mantener su
poder en sus hogares y sobre sus mujeres. Esta una de las principales
observaciones de los nuevos colectivos de hombres contra la violencia de
género (CANTERA, 1998; Zingoni, 1998; Ayuntamiento de Jerez, 1999;
Bonino, 1999). Para dar visibilidad al amplio abanico de prácticas cotidia­
nas entre los hombres, para dominar a las mujeres, sin necesariamente
recurrir a actos abiertamente violentos, un psicoterapeuta español, Luis
Bonino, director del Centro de la Condición Masculina en Madrid, ha
ideado el concepto de micromachismos, inspirándose en el concepto de
microfoáer de Michel Foucault. Con base en su experiencia de trabajo
con hombres violentos, él considera que los actos de microviolencia son la
manifestación más frecuente de violencia contra las mujeres, no menos
importante ni menos dañina por no causar lesiones o incapacidades evi­
dentes. Incluye en esta categoría actitudes tan diversas como estrategias
para no participar en las tareas domésticas y tomar ventaja de la capaeidad
de las mujeres para cuidar, así como el paternalismo, el control del dinero,
las mentiras, el silencio, el uso arrogante de la lógica “masculina” y la
formulación de promesas que no se cumplen (Bonino, 1996).
362 D fRATFS SORRF MASrUlINinAOFS

En cuanto al proceso de integración de los varones en nuevas moda­


lidades de organización familiar, la revisión de varios estudios sobre su
participación en las tareas domésticas y cuidado de los niños, destaca la
resistencia de los hombres a participar principalmente en éstas, mientras
que parece ampliarse el concepto de paternidad y los hombres tienden a
darle un lugar más importante en su vida (Szinovacz, 1984; Bruschini, 1990;
Gysling y Benavente, 1996; Page, 1996; Alméras, 1997). Otros estudios
llevados a cabo en Estados Unidos demuestran que en la adaptación a los
nuevos roles familiares, los hombres que apoyan la integración laboral de
su esposa y aumentan su colaboración en las labores domésticas son los
que mejor viven el cambio; mientras que los hombres que participan me­
nos en las tareas del hogar y mantienen su apego a actitudes más tradicio­
nales están más expuestos a experimentar depresión; asimismo, a causa de
la incorporación al mercado laboral de las mujeres experimentan proble­
mas con su autoestima (Stein, 1984; Hochschild y Machung, 1990).
Según una investigación llevada a cabo en Santiago de Chile en 1997,
sobre la base de 20 entrevistas en profundidad, las variables que presen­
tan un claro vínculo con el desarrollo de actitudes equitativas por parte de
los hombres son la edad —tener menos de 45 años—, ingresos mayores o
iguales a los de la mujer, y la adquisición de conocimientos acerca del
quehacer doméstico en el periodo anterior al inicio de la convivencia en
pareja. Se entiende el impacto de la edad sobre el proceso de transición
masculina como la expresión de una adecuación a los cambios culturales
colectivos, generado en gran parte, como lo hemos visto, gracias a la evolu­
ción de las mujeres y a la adaptación de su comportamiento (si no de sus
valores) a las prácticas sociales aceptadas por sus pares.
Además, cobra importancia la acumulación de prácticas equitativas
en la historia de los hombres, ya sea por las condiciones de la organización
familiar en la familia de origen o por la convivencia que les ha permitido
adquirir un saber hacer suficiente para desarrollarse con autonomía en el
ámbito reproductivo, y con dignidad frente a la mirada femenina (no hay
que olvidar que en las relaciones de poder que establece la jerarquía de
género, muchas mujeres se resisten a la entrada de los hombres en el
mundo reproductivo, su único espacio de dominio reconocido socialmen­
te). Un indicador del papel que juega la formación de conocimientos que
alienta el desarrollo del hacer masculino, se obtiene del comentario de un
participante en la investigación. Cuando se le preguntó si quisiera tener
otro hijo a pesar de que su esposa trabajaba en tumo de noche, y que le
había sido difícil aprender a cuidar de su hija, contestó: “Sí... yo creo que
igual... Sí, porque siendo un hijo, igual haría lo mismo. Ya aprendí, ya lo sé
y yo creo que no me costaría tanto”.
PflIÍTirAS PÚBIICAS PARA IMPULSAR RFPRFSFNTAriONFS FfIITATIVAS 363

El concepto de imaginario social elaborado por Castoriadis conlleva


una interesante lectura de la evolución de los comportamientos de género
a través de las imágenes de género, tanto tradicionales como emergentes.
Explica que la preexistencia del imaginario es una condición inicial para
que pueda haber pensamiento, porque el acto de pensar es imposible sin
figuras, esquemas e imágenes, lo cual indica que el imaginario social radi­
ca en el lenguaje y en las representaciones sociales. Sin embargo, la fun­
ción del logos nos permite entender sólo parcialmente cómo opera el ima­
ginario social, porque éste debe también congregarse, estructurarse y
construirse como sociedad, de la manera más apropiada a cada grupo so­
cial: este hacer social cumple la función de techné de la imaginación. La
interconexión entre el logos y la techné^ es esencial para entender el imagi­
nario, porque se refieren el uno a la otra y se implican mutuamente en un
constante movimiento circular (Castoriadis, 1998: 260).
En este marco, el discurso emergente (logos) de las masculinidades
alternativas, que repudia los estereotipos de género tradicionales funda­
dos sobre la dominación masculina, se completa en el imaginario por la
acumulación de prácticas sociales equitativas y por la generación de un
nuevo saber hacer doméstico (techné) en la vida individual de un cierto
grupo de varones. Es la interacción entre el logos emergente y la techné en
construcción que afectará en algún momento el núcleo de significaciones
del patriarcado, dando lugar a la reorganización y la alteración de los signi­
ficados anteriores e impulsando la constitución de otros nuevos. Según
Castoriadis, este proceso puede provocar efectos colaterales a través de la
totalidad de las significaciones sociales del sistema involucrado (1998: 363).
La pregunta, entonces, es ¿cómo alentar el potencial de los hombres
para el cambio? Las prácticas equitativas de los individuos están estrecha­
mente relacionadas con sus experiencias personales, lo cual hace difícil
reproducirlas a voluntad. Si la creación de nuevas formas, a partir de la
imaginación de sujetos individuales, es esencial para iniciar el cambio,
sólo se puede hablar de contribución al imaginario social cuando los con­
tenidos del nuevo discurso se han integrado al discurso social por medio
de la modificación de una institución o de la creación de una nueva. Por
esta razón es necesario pensar en legislaciones y políticas públicas que
fortalezcan el discurso social sobre la equidad de género y desarrollen
mecanismos de obstrucción y desconstrucción de las instituciones de se-

Castoriadis habla más bien de las instituciones del legein y del teu k h e in , pero he tratado
aquí de usar los conceptos para insistir en su función, que es la que nos interesa en el
contexto de este trabajo.
364 D fratfs soRRr M A sruiiN iD A nfs

gundo orden del patriarcado, es decir, capaces de influir en la constitu­


ción del imaginario social en ambas funciones del logas y de la techné.
Sobre este punto, Robert Connell (1997 y 1998) manifiesta que el acti­
vismo en torno a los temas de la masculinidad no puede seguir el modelo
del feminismo y buscar la organización de un “movimiento de hombres”
para lograr las reformas de género. Destaca que un sistema de género
donde los hombres dominan a las mujeres no puede dejar de constituir a
aquéllos como un grupo interesado en su conservación, pues entran en
juego tanto sus intereses materiales, como su posición dominante en la
jerarquía social. A esto le llama el “dividendo del patriarcado” (1997: 43-
44), del cual se benefician todos los hombres, aun cuando lo denuncien.
Por lo mismo, afirma que “es más probable que la reconstrucción demo­
crática del orden de género divida a los hombres en lugar de unirlos”
(1998: 87). A pesar de ello, reconoce que es posible introducir con éxito
reformas en las prácticas de género de los hombres.

P o l ít ic a s p ú b l ic a s e im a g in a r io s o c ia l

Se requiere, entonces, elaborar políticas públicas que impulsen represen­


taciones equitativas de lo masculino en el imaginario social, con vistas a
desbaratar un modelo hegemónico que, aunque no todos los varones se
apeguen a él, sigue siendo la fuente de la red de significaciones que
alimenta a las identidades de los hombres. En las palabras de Joseph-
Vincent Marqués, se trata de “facilitar la desidentificación de género y de
combatir, no de corregir, la atribución de determinados cometidos a hom­
bres o a mujeres” (1998: 70). Preguntándose acerca de posibles acciones
para alentar cambios en las identidades de género, Matthew Gutmann
rememora que “el análisis de Bourdieu del capital simbólico constituye un
punto clave de referencia en relación con la hegemonía, el dominio y las
restricciones que las elites ejercen sobre la sociedad”; nota, sin embargo,
que el sociólogo francés excluía la acción consciente que viene de abajo
(Gutmann, 1997: 163). La idea aquí es más bien apoyar los procesos de
actualización del imaginario que provengan tanto “desde arriba” (las políti­
cas públicas) como “desde abajo” (las iniciativas de los individuos y colec­
tivos de hombres).
Recordando que el imaginario social es el resultado de una incesante
creación sociohistórica y psíquica de figuras, formas e imágenes, quisiera
ahora retomar las premisas básicas del interaccionismo simbólico, como
guía para pensar en un marco de políticas públicas efectivas para transfor­
mar el orden de género desde los significados de lo masculino: 1) los seres
P o l ít ic a s p O ri i c a s p a r a i m p u l s a r r e p r e s c n t a c i o n e s l q l l it a t iv a s 365

humanos actúan sobre la base del significado que las cosas tienen para
ellos; 2) el significado de tales cosas surge de la interacción social que cada
individuo tiene con sus semejantes y 3) los significados son adquiridos y
modificados a través de los procesos de inter-pretación de las personas.
Obviamente, no se trata aquí de diseñar un programa exhaustivo, sino de
apuntar algunas acciones en los ámbitos de la vida social donde las actua­
les representaciones de género son reconocidas como las más influyentes
en el actual orden masculino-femenino: la identidad masculina, la salud
sexual y reproductiva, la paternidad, la división sexual del trabajo, las rela­
ciones íntimas entre hombres y mujeres, y la violencia de género.'“
Es importante destacar también que las categorizaciones que se ha­
cen aquí tienen un propósito estrictamente conceptual, y que en la prácti­
ca cada una de las políticas sugeridas afectan al conjunto de la red de
significaciones del imaginario.

Políticas para modificar el significado de las cosas

En esta primera forma de interacción con el imaginario, las políticas apun­


tan a modificar los contenidos del logos, de manera que permitan apoyar la
disolución de la jerarquía entre lo masculino y lo femenino en medio del
magma de los significados imaginarios, cuya raíz se encuentra en el len­
guaje y en las representaciones sociales.
Frente al papel preponderante que se da a los medios de comunica­
ción en este primer conjunto de propuestas, quisiera recordar que éstos
participan en la modificación tanto del yo como del espacio público. En la
transformación del ámbito público cumplen una función mediatizadora
de la política, ya que no influyen necesariamente sobre qué pensar, pero sí
en las preocupaciones públicas (Habermas, 1987) y, por ende, en las redes
de significaciones.

• Identidad masculina
Apoyar en los colegios la formación de grupos de discusión con adoles­
centes, que les ofrezca la oportunidad de pensar críticamente y com­
partir sus ideas sobre los temas de género e identidad masculina hege-

Además de la bibliografta citada y del propio proceso de reflexión de la autora, se quiere


destacar en los aportes considerados para la formulación de las siguientes propues­
tas, los debates y las conclusiones de las mesas de trabajo de la Conferencia Regional
“Varones adolescentes: construcción de identidades de género en América Latina.
Subjetividades, prácticas, derechos y contextos socioculturales”, Santiago de Chile,
I l,,At:s<), 6 al 8 de noviembre de 2002.
366 D fratf«; sobrf MAsnniNinAnFs

mónica, para ayudarlos a procesar lo que ellos mismos piensan, ven y


viven."
Impulsar en centros culturales municipales la formación de grupos
de reflexión sobre los costos de las masculinidades tradicionales. Según
las investigaciones de campo realizadas por PROMUNDO (Baker, 2002),
ser parte de un grupo de pares con ideas alternativas sobre la masculini-
dad es uno de los factores que fomentan masculinidades más equitativas.
Efectuar una revisión de los contenidos de género de los programas y
manuales de enseñanza, desde la escuela básica hasta la superior, pues
se trata de un espacio de producción y reproducción cultural.
Organizar campañas educativas para difundir mensajes elaborados
por colectivos de hombres para la igualdad de género (tales como Coriac
y Salud y Género en México o Puntos de Encuentros en Nicaragua).

• Salud sexual y reproductiva


Organizar campañas educativas dirigidas a los hombres, para que tomen
conciencia de que la falta de equidad en la toma de decisiones sobre
sexualidad y reproducción pone en peligro la salud sexual y reproducti­
va de hombres y mujeres (De Schutter, 2000).
Alentar la creación de programas de servicios de salud y de planifi­
cación familiar destinados específicamente a los hombres, para lograr
su sensibilización frente al tema, aun cuando ello signifique compartir
recursos financieros con los servicios de salud destinados a las mujeres
(De Schutter, 2000). Esta medida debería generar, a mediano plazo, un
impacto positivo sobre las imágenes que se formarán en el imaginario
de los hombres participantes, lo cual redundará en beneficios sobre la
salud sexual y reproductiva de ambos sexos.
Desarrollar actividades en los servicios de salud para ayudar a los
hombres a percatarse de la manera en que su identidad masculina, y su
percepción en torno a ésta influyen en la conducta relacionada con la
sexualidad, la violencia, la prevención de las ITS y la paternidad.

• Paternidad
Organizar campañas en los medios de comunicación para construir en
los hombres el deseo de ser padres, en lugar de que la paternidad sea
vivida como una respuesta a un hecho de la naturaleza, ajeno a ellos. Es
importante que la paternidad se viva como una decisión propia, como
un acto de libertad, de igual modo que la contracepción lo es para la

Según comentario de Robert W. Connell en la misma conferencia.


PoiÍTICAS PURI i r AS PARA IMPIMSAR RFPRFSFNTAnONfS FQUITATIVAS 367

mujer, y se rescate el derecho del/a hijo/a a tener padre, y el de éste a


ejercer su paternidad (Cervantes, 2002; Héritier, 2002; Palma, 2002).
Organizar campañas de educación para fomentar la responsabili­
dad en los padres adolescentes.

• División sexual del trabajo


Desarrollar campañas educativas sobre la importancia de la participa­
ción equitativa de las mujeres y de los hombres en las instancias públi­
cas de toma de decisiones.
Organizar programas de orientación vocacional dirigidos a los estu­
diantes egresados de los niveles de enseñanza primaria y secundaria,
con vistas a eliminar la discriminación de género en la elección de acti­
vidades en las cuales los hombres y las mujeres se especializarán.
Crear talleres y programas mktos en la escuela, que fomenten la
constitución de un saber hacer doméstico suficiente para generar un
sentido de capacidad y autonomía en los varones.

• Relaciones íntimas entre hombres y mujeres y violencia de género


Desarrollar campañas educativas que legitimen la expresión de afecti­
vidad por parte de los varones, generalmente rechazada por los conteni­
dos tradicionales del imaginario social.
Organizar en los colegios talleres dirigidos a las y los adolescentes
para que reflexionen sobre las relaciones de poder que establecen en
sus relaciones íntimas. En este ámbito del cambio de los significados,
se sugiere que los participantes en los talleres se dividan por sexo, para
favorecer la expresión y la reflexión.
Desarrollar campañas de sensibilización sobre violencia doméstica,
dirigida a hombres y a mujeres por separado, de manera que se pueda
especificar la diferente significación que tiene la violencia para cada uno.

Políticas orientadas hacia interacciones sociales más equitativas

Este conjunto de políticas apunta principalmente a la función de techné


del imaginario, que es la dimensión instrumental de las significaciones
imaginarias de una sociedad (Castoriadis, 1998: 361). Se trata de generar
interacciones sociales más equitativas, las que, a su vez, influirán en las
significaciones que se integrarán luego al imaginario, antes de materiali­
zarse nuevamente en el hacer social.
Se requiere, en primer lugar, completar la revisión y renovación de la
legislación, integrando el concepto de equidad de género en los distintos
cuerpos de leyes nacionales. La igualdad de oportunidades para las muje­
368 DrOATCS SOBRr MASn,HINIDADFS

res es la base del proceso de cambio, y cada avance en el ámbito legal es una
contribución al fomento de relaciones sociales equitativas, esenciales para
la emergencia de significados más equitativos en el imaginario. Se reco­
mienda plantear acciones más específicas en el ámbito local, para llegar a
la comunidad a través de los programas de las municipalidades, los con­
sultorios de salud y las escuelas primarias y secundarias.

• Identidad masculina
Organizar programas de capacitación para maestros, con el fin de sen­
sibilizarlos en los problemas particulares que enfrentan los niños y ado­
lescentes varones en la definición de su identidad de género.
Desarrollar programas que fortalezcan las capacidades de los niños
y los hombres para evitar las acciones violentas y formarlos en técnicas
de paz (UNESCO, 1997).

• Salud sexual y reproductiva


Reformular las legislaciones nacionales para garantizar que las elecciones
de las mujeres sean libres, y para asegurar el ejercicio de los derechos
consagrados por los instrumentos internacionales, tales como el Progra­
ma de Acción de El Cairo y la Plataforma para la Acción de Beijing.*^
Universalizar la planificación familiar y las leyes que institucionali­
zan la contracepción, con el convencimiento de que ésta libera a las
mujeres de la pérdida de su condición de sujetos (Héritier, 2002)'-^ y
anula en su identidad de género la idea de ser sólo un medio para la
reproducción de la especie.
Capacitar profesionales varones para que traten con los hombres
que se presentan a los servicios de salud el tema del deseo sexual, del
contagio del VIH y de las otras ITS, y les hagan tomar conciencia de las
relaciones de poder que están en juego.

• Paternidad
Ampliar el número de países que ofrecen una licencia paterna posparto
y licencias médicas para que los padres cuiden de los niños enfermos,
así como desarrollar campañas públicas que inciten a su uso.

'2 Agradezco las reflexiones compartidas por Flavia Marco de la Unidad Mujer y Desarro­
llo de la CKPAL.
Así, por ejemplo, a pesar de la importante baja en la fecundidad, muchos países aún
muestran una tasa de fecundidad no deseada que oscila entre 20 y 50 por ciento. Vale
subrayar que la tasa de fecundidad no deseada puede ser vista como indicador sintético
de la falta de autonomía de las mujeres para decidir libremente de su cuerpo y de su vida.
P o líticas públicas para im pulsar r lpr e s e n ia u ü n ls lq uilativas 369

Organizar debates a nivel local sobre la cultura laboral vigente y la


escasa importancia que se da al cuidado de los hijos, en relación con
la valorización social del papel masculino de proveedor.
Propiciar en la sociedad la discusión ética sobre paternidad, e in­
cluir la apertura del debate sobre la conciliación de los derechos de los
hombres y de las mujeres a elegir si desean ser padres y madres.

• División sexual del trabajo


Revisar las leyes de seguridad social y los sistemas de imposición de
los matrimonios que institucionalizan la división sexual del trabajo en los
ámbitos público y privado. Estas acciones conllevan un fuerte cambio,
tanto de las interacciones económicas entre hombres y mujeres en la
vida doméstica como de los significados relacionados con la importan­
cia de una participación equitativa de las mujeres y de los hombres en
las actividades productivas.
Transformar los programas sectoriales del Estado en función de la
planificación de iguales oportunidades para hombres y mujeres, la cual
debe ser coordinada con los ministerios responsables. Para la realiza­
ción de los objetivos del servicio público, los organismos estatales debe­
rán también estimular la acción conjunta con las instituciones privadas
involucradas.
Fomentar la participación laboral de las mujeres inactivas, lo que
significa atender a las mujeres con baja escolaridad de los estratos infe­
riores. Asegurar expectativas de ingresos que superan el costo de opor­
tunidad asociado a “dejar la casa sola” y enfrentar la carencia de recur­
sos para que las mujeres trabajen y simultáneamente atiendan las
necesidades de su hogar.
Organizar foros y debates públicos abiertos a la participación de
todos, sobre la repartición de los papeles entre hombres y mujeres en el
ámbito público y privado.

Relaciones íntimas entre hombres y mujeres y violencia de género


Completar el cuerpo de leyes ya existente, para adoptar las medidas
requeridas por los instrumentos internacionales con la finalidad de eli­
minar todas las formas de explotación, abuso, acoso y violencia contra
las mujeres, las adolescentes y las niñas.
Organizar en los colegios un segundo ciclo de talleres dirigidos a
las y los adolescentes, para que intercambien reflexiones acerca de las
relaciones de poder que establecen en su vida íntima y busquen en
conjunto alternativas más democráticas.
370 D tBAltS SÜBKL MASCULINIDADrS

Formar profesores para que interactúen en la escuela con los jóve­


nes de ambos sexos, para fomentar conductas de respeto mutuo entre
hombres y mujeres.

Políticas para alimentar los procesos de interpretación

Este tercer ámbito de interacción con el imaginario social implica la rela­


ción circular entre el logas y la techné, ya que se busca mirar reflexivamen­
te al uno y a la otra a la luz de sus mutuas significaciones. Se necesita, para
ello, en cada área estratégica identificada, la creación de espacios de re­
flexión e investigación que faciliten posteriormente la producción de ma­
terial educativo, así como su divulgación entre un público amplio. El
material producido podría luego servir en los grupos de expresión y dis­
cusión propuestos anteriormente. La definición de los temas en cada
área es ya en sí un principio de interpretación, razón por la cual no se
definen aquí. En términos de políticas públicas, se solicita al Estado que
otorgue suficiente importancia a este proceso, para facilitar fondos y becas
destinados a la investigación, de la cual se encargarían la academia y las
organizaciones de la sociedad civil. También se le solicitaría financiar en­
cuestas de mayor envergadura, por ejemplo, sobre el uso del tiempo, que
son determinantes para obtener mayor información acerca de la evolución
de las funciones de los hombres y de las mujeres en los ámbitos público y
privado.

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C i u d a d a n í a y m a s c u l i n id a d
LOS ESTUDIOS DE LAS M A S C U L IN ID A D E S
Y LA C U LTU R A P O LÍTIC A EN M É X IC O

Guillermo Núñez Noriega

In m em oriam ,
D a n iel N u g e n t, m i profesor.

I n t r o d u c c ió n

El presente ensayo es una reflexión exploratoria en tomo a la pregunta


¿cómo puede contribuir el interés por el análisis de las masculinidades a
una comprensión histórica y antropológica de la cultura política en Méxi­
co? En tanto que reflexión exploratoria, me interesa plantear rutas posi­
bles, sugerir temáticas y cuestiones relativas a un fenómeno muy amplio, a
partir de los estudios ya existentes sobre los varones, desde una perspecti­
va de género y de una particular teorización sobre el poder, la cultura y la
política.

U n c o n c e p t o d e c u l t u r a p o l ít ic a

Para iniciar, planteo una definición de “cultura política” con el fin de


organizar mejor esta reflexión. Esta definición no intenta ser exhaustiva,
tampoco creo que sea la única posible. Por el contrario, siguiendo la pro­
puesta teórica de Pierre Bourdieu, considero que cualquier definición de
“cultura política” pasa a formar parte de las luchas por la representación
legítima del mundo social, una de las dimensiones de la lucha política. Así,
paradójicamente, nuestra concepción de la cultura política en el campo de
la investigación social participa, al mismo tiempo, de las políticas de sen­
tido que constituyen el sentido de la política (Bourdieu, 1990 y 1998).
Por cultura política entiendo el conjunto de prácticas sociales y signi­
ficados a través de los cuales la gente, o mejor dicho, los sujetos, los grupos
y clases sociales, se relacionan, producen y dan significado a los procesos de
formación del Estado (Carrigan y Sayer, 1993; Joseph y Nugent, 1994); un
proceso a través del cual los rituales y rutinas del Estado-sistema y del
Estado-idea (para retomar aquí las aportaciones de la sociología británica

|;i7 7 |
378 D fBATFS SOBRF MASnilINIOADFS

del Estado [Abrams, 1988]) toman parte en la organización de la domina­


ción social (y, por ello, en la organización misma de la sociedad). La domi­
nación social, por su parte, tiene al mismo tiempo dos caras: las tecnolo­
gías de la coerción y las tecnologías del consenso (Gramsci, 1992); ambas
involucran un proceso complejo de subjetividad-sujeción como lo llama
Michel Foucault (Foucault, 1982; Alonso, 1994, 1988). Estamos frente a
una compleja tecnología de dominación que tiene como elemento central
el proceso de construcción de las subjetividades y, por ese conducto, de la
sujeción. El concepto de “sujeto” resumiría ese proceso de subjetivación
y sujeción antes mencionado.
En nuestra definición de “cultura política” hacemos uso de varios con­
ceptos: Estado-sistema, Estado-idea, dominación, rituales y rutinas, coer­
ción, consenso, subjetividad-sujeción. Teniendo en cuenta lo anterior, re­
planteamos la pregunta que motiva este escrito: ¿cómo pueden contribuir
los estudios de las masculinidades a una historia y antropología de las
prácticas a través de las cuales los grupos y clases sociales han participado
en el proceso de formación del Estado? La pregunta nos señala un campo
muy complejo y amplio de investigación, de manera que aquí sólo intento
sugerir algunos temas, preocupaciones y derroteros.
Empecemos por analizar algunos apartados del concepto de cultura
política propuesto a la luz de los estudios de las masculinidades.

La p r o d u c c ió n d e l a f o r m a c ió n d e l E stado
Y LAS M A S C U LIN ID A D E S

Una primera forma de abordar el tema es reflexionando, ¿en qué sentido


los estudios de las masculinidades pueden auxiliar a la antropología y a la
historia a dilucidar la manera en que los grupos y las clases participan en
los procesos de formación del Estado en México? Éste es un proceso que
implica, según los estudiosos, la construcción del Estado-sistema y del
Estado-idea. Esto es, las instituciones del Estado y los discursos que le dan
coherencia, moralidad y legitimidad a sus acciones: fundamentalmente
los discursos nacionalistas, regionalistas, pero también los discursos de pro­
greso y modernización (Abrams, 1988; Núñez, 1995). Me parece que el
interés por el estudio de las masculinidades puede enriquecer nuestro
entendimiento de estos procesos al mostrar su carácter de género, mascu­
lino, en sus diversas dimensiones: 1) los involucrados en estos procesos de
producción de la formación del Estado fueron “hombres”; 2) las ideologías
masculinas fueron fundamentales para los procesos de invención, crea­
ción y expansión de las instituciones del Estado; 3) los discursos que dan
Los ESTUniOS DE I AS MASrUlINIDADES Y I A CIIITURA POlÍTIfA EN MÉXICO 379

coherencia, legitimidad y moralidad a las acciones del Estado-sistema, esto


es, los discursos nacionalistas, regionalistas y modernizadores, han sido
articulados con tropos de género (Alonso, 1988, 1994; Núñez, 1995;
O’Malley, 1986).
Los procesos de formación del Estado en México se remontan a la
conquista española y a la colonialización. Sabemos que los sujetos que
estuvieron involucrados en estos procesos tenían “yos masculinos”, esto
es, subjetividades creadas en un particular orden de género, que incluía,
como elementos centrales de la concepción dominante de la hombría, cier­
tos valores y capacidades diferenciadas y diferenciadoras; búsqueda de
honor, riqueza, estatus, capacidad para ejercer violencia, para dominar,
violar, matar (valores que no se entendían como “femeninos”, es decir, que
no formaban parte del dominio simbólico de lo femenino). Aunque la di­
mensión masculina ha sido un tanto desdibujada por las explicaciones
históricas y universalizadoras, el estudioso Robert Connell apunta que un
análisis de género evidenciaría cómo un cierto tipo de masculinidad estu­
vo implicado en los procesos de conquista y colonización, y cómo aun los
escritos de Bartolomé de Las Casas pueden ser leídos como una crítica
contra un tipo de masculinidad: una “masculinidad imperialista o colonia­
lista” (Connell, 1995: 187). Si bien es verdad que los y las intelectuales
chícanos y mexicanos contemporáneos han escrito acerca del carácter
“sexual” de la conquista, lo han hecho más bien en términos ensayísticos y
a partir de nociones arquetípicas que, supuestamente, dominan las “diná­
micas psíquicas, espirituales o culturales” de los mexicanos (Paz, 1972;
Ramos, 1938; Alarcón, 1981; Soto, 1986), y no a través de una investiga­
ción historiográfica que recupere la perspectiva de género, particularmen­
te el tema de las masculinidades.
El trabajo de Ana Alonso (1995) va en esta última dirección, en la
medida en que explora cómo el Estado colonial mantuvo, y trató de expan­
dir, su espacio de gobierno mediante la promoción de cierto tipo de mas­
culinidad en sus súbditos, a través de sus rituales y sus rutinas. Este tipo
de masculinidad se encontraba presente en las ideologías sobre el honor de
género, étnico y comunitario. El Estado movilizó a la gente para luchar
contra sus enemigos (los indios “bárbaros”), protegió y expandió su or­
den colonial regulando ideologías de honor de clase, étnicas y de género, y
regulando también el acceso a ellas. El análisis de la masculinidad que
hace Alonso enriquece nuestro entendimiento histórico y antropológico
de la “cultura política” en México, en tanto que permite una mejor com­
prensión de la manera en que el proceso de formación del Estado colonial
se sostuvo a un nivel muy personal, muy íntimo. Me refiero a la forma
como la gente negocia su sentido de dignidad, de coherencia, de valía. Los
380 D fRATRS SORRF MASrUIINIDADFS

estudiosos de las masculinidades revelan que el poder institucional se en­


carna en determinadas identidades, que el poder del Estado se corporeiza
en determinadas subjetividades masculinas.
Otra dimensión importante de la formación del Estado está constitui­
da por las ideologías nacionalistas (y regionalistas). Como algunos espe­
cialistas han explorado, las ideologías nacionalistas han desempeñado un
papel muy importante en la construcción de la hegemonía en los Estados
poscoloniales (Alonso, 1994; Anderson, 1991; Chartajee, 1993; Carrigan
ySayer, 1985; Alexander, 1991; Joseph y Nugent, 1994). Algunos estudios
sobre la producción del nacionalismo y del regionalismo, que han integra­
do el estudio de las masculinidades, muestran que la “comunidad política
imaginaria” (como Anderson llama a la nación) es posible y efectiva como
ficción cultural, porque su configuración implica un amplio abanico de
tropos de género, que reflejan una ideología masculina. La nación es ima­
ginada con metáforas de familia y parentesco y con tropos de cuerpo y
sustancias corporales: “tropos de parentesco sustancializan las relaciones
sociales y las imbuyen de sentimentalismo y moralidad. Los tropos de pa­
rentesco también suelen ser utilizados para sacralizar al Estado y las rela­
ciones imaginarias entre Estado, nación y pueblo” (Alonso, 1994: 385).
Estos descubrimientos también son válidos cuando estudiamos la forma­
ción del Estado a nivel regional (como lo he mostrado en mi investigación
sobre Sonora). Mi interés en los estudios de las masculinidades me hizo
comprender que en el debate sobre la creación del estado de Sonora (Se­
quero, Arreóla, Vega, 1827; Almaday Espinoza de los Monteros, 1829, por
ejemplo) se usó un imaginario patriarcal para dar cuenta de la fundación
de los poderes regionales, como parte de las luchas regionales por la espe-
cialización del Estado-sistema. Asimismo, que la distribución de roles en
ese orden patriarcal fue muy relevante para la distribución jerárquica del
poder y la mitología de su origen, en el México poscolonial del siglo XIX
(Núñez, 1995). Las metáforas del cuerpo y la familia (tanto como la
metonimización de la comunidad en un “yo masculino”: “el mexicano” o
“el sonorense”) son usadas porque mueven emociones, porque interpelan
a los sujetos a un nivel íntimo, al nivel de su identificación primaria,
enraizando y volviendo más “reales” los procesos de imaginación y legiti­
mación de las comunidades políticas.
Estos procesos de construcción de hegemonía a través de la imagina­
ría masculina no son característicos solamente del siglo XIX. O’Malley (1986)
muestra en su estudio sobre la iconografía mexicana, que las representa­
ciones masculinas promovidas por el nacionalismo mexicano tuvieron un
papel muy importante en la construcción de la hegemonía posrevolucio­
naria. Elsa Muñiz encuentra este mismo papel del Estado en la reconfigu-
Los LSTUÜIOS DE LAS MASCULINIDADES Y LA CULTURA POLÍTICA TN MÉXICO 381

ración de las relaciones de género en este mismo periodo (Muñiz, 2002).


En mis propios estudios sobre los procesos de formación del estado sono-
rense, he intentado mostrar cómo en Sonora, Abelardo L. Rodríguez usó el
mismo tipo de significados masculinos para legitimar su liderazgo (Núñez,
1994). En este caso, el ex presidente y gobernador criticó un tipo de mas-
culinidad: el de nuestros ancestros (“rural, feudal, buenos trabajadores
españoles, austeros”) y propuso otro: un yo masculino racional, autónomo
y empresarial.
Cabe mencionar, en esta línea de pensamiento, que así como las ins­
tituciones del Estado llegan a ser justificadas por medio de discursos de
género, masculinos, el Estado promueve otros tipos de masculinidad por
otros medios. Por ejemplo, Philips (1984) mostró cómo el Estado de Nue­
va Zelanda estuvo implicado en la promoción del rugby como un espacio
agonístico donde los veteranos podían reproducir yos militares, en forma
segura. En otras partes del mundo, algunas estudiosas han expuesto que
las políticas organizacionales son genéricas, que la organización vertical y
horizontal de la administración pública es genérica también (Connell,
1990), que el mismo concepto de ciudadano posee atributos idénticos
asignados al “hombre ideal” de la cultura predominante (Seidler, 1989), y
que las políticas económicas son una serie de supuestos de género, algu­
nos de los cuales también son considerados masculinos (Connell, 1995).
Este es un tema de investigación poco estudiado en México, aunque algu­
nos de nosotros empezamos a manifestar la necesidad de esta clase de
análisis. Escalante Gonzalbo, uno de los más distinguidos estudiosos de la
cultura política en México, dijo: “toda moral pública supone, aunque sea
tácitamente, un modelo de vida intima. El tema no ha sido muy explorado,
pero vale la pena anotarlo. Donde al ciudadano se le exige en lo público
responsabilidad, moderación, patriotismo, se le supone en lo íntimo fru­
gal, austero, ordenado” (Escalante, 1992: 41). Creo que podemos ganar
mucho si analizamos cómo estos valores tienen diferentes connotaciones
de género para varones y mujeres, y cómo moldean sus identidades e
interacciones cotidianas.
En este sentido, mucho se puede aprender de una comprensión an­
tropológica (interesada en los estudios de las masculinidades) de institu­
ciones del Estado como la policía, tanto a nivel municipal como estatal y
federal. Si la policía municipal ha fungido como vigilante de los reglamen­
tos de “policía y buen gobierno”, regulando e induciendo un cierto régi­
men moral y, por lo tanto, de subjetividades (Alexander, 1991; Fielding,
1994; Núñez, 1994), el policía judicial llegó a ser en las décadas pasadas
en México un modelo por excelencia de la identidad hiperviril. La Policía
Federal Preventiva vino a agregar (a decir de la propaganda) a esta dimen-
382 D : bat: s sobr: masculiniüaüls

sión masculina una característica que incrementa su poder simbólico: la


inteligencia. Durante mi trabajo como educador sexual y consejero de los
adolescentes, en 1990, realicé un sondeo que mostró que entre los adoles­
centes pobres urbanos, el “policía judicial” y el “traficante de drogas” eran
las figuras más populares para los jóvenes, al grado de que encarnaban sus
ideales ocupacionales futuros. Los judiciales y los narcotraficantes repre­
sentan, para estos jóvenes y para amplios sectores de la población, valores
de fuerza, potencia sexual, agresión, capacidad para matar, fuerza emocio­
nal y otros rasgos considerados “masculinos”. Asimismo, fue interesante
conocer, durante mi trabajo de campo en la sierra de Sonora, donde realicé
un estudio sobre los procesos de construcción de las subjetividades e iden­
tidades masculinas, la dimensión de género de las experiencias agonísti­
cas de encuentro entre los varones de la comunidad y las políticas del
Estado. Esto, en relación con el tráfico de drogas, a través de la presencia
de agentes militares y de policías judiciales. En este sentido, podemos
decir que, si las instituciones militares o policiacas, como parte de los
aparatos a través de los cuales el Estado participa de la organización de la
dominación social (Althusser, 1971), son instituciones masculinas, esto
es, están definidas por ideologías de la masculinidad y son promotoras de
particulares formas de subjetividad e identidad masculinas, sus interac­
ciones y relaciones con los grupos sociales son codificadas a menudo como
encuentros agonísticos de yos masculinos. Es el caso, ciertamente, de los
varones serranos a los que me refiero y de muchos varones en la experien­
cia cotidiana con la policía (Herzefeld, 1985;Taylory Merighi, 1994; Mes-
serschmidt, 1994). Resulta, entonces, relevante preguntarse, ¿cómo este
carácter masculino de las distintas tecnologías de coerción del Estado ha
condicionado y ha dado forma a la “cultura política” en México? Pienso
incluso en acciones extremas, como las políticas de terror, de tortura (en
donde no debemos olvidar incluso que el principal punto de violencia
son los órganos sexuales) y, a la vez, en los efectos de este terror en la
represión política y en el escaso desarrollo de una cultura cívica y de par­
ticipación política.

Lo s SUJETOS Y SUS RELACIONES C O N EL ESTADO

Otra pregunta que me parece sugerente es; ¿cómo el interés por el estudio
de las masculinidades puede contribuir a una comprensión antropológica de
las relaciones de los sujetos con los procesos de formación del Estado? Lfn
planteamiento teórico interesante en este sentido, es el que entiende la
relación entre los procesos de formación del Estado y los sujetos como
Los ESTUDIOS DF lAS MASrUMNIDADFS Y lA OIITURA POllTICA FN MÉXICO 383

una relación a través de la cual los sujetos son construidos e interpelados


a un nivel íntimo, al nivel de sus subjetividades, una dimensión de la vida
donde toman residencia las definiciones de género, incluidas las defini­
ciones de la hombría o la masculinidad adecuada. Sin embargo, es impor­
tante no olvidar que los sujetos también disputan, se acomodan, retan e
inciden en los procesos de formación del Estado, y esto es parte de la
transformación misma de la “cultura política”. El interés por los estudios
de las masculinidades puede enriquecer nuestro conocimiento histórico y
antropológico de estas relaciones en la medida en que nos puede mostrar
por qué los sujetos resisten, cómo perciben la dominación social, cómo es
que los rituales y las rutinas son asumidos como agresiones en un nivel
“personal” y, por lo tanto, son resistidas, rechazadas también a este mismo
nivel. Alonso (1995) demuestra que detrás de la decisión de los hombres
Namiquipas para tomar parte en la revolución, había una serie de conside­
raciones políticas, económicas y sociales del régimen porfirista, que eran
“obstáculos” para la reproducción honorable de su sentido de “hombría”:
de su sentido de dignidad, de respeto, de autonomía, de valía (Alonso,
1995: 200-204). A decir de Ana Alonso, estas políticas alienaron a la gente
de la tierra y de la organización política de la comunidad, produciendo con
ello lo que la gente vivió como un “desorden moral” que impedía la repro­
ducción “honorable” de sus yos (un sentido de honorabilidad masculina
construida previamente en el proceso de formación del Estado colonial)
(Alonso, 1995: 181). Siguiendo esta línea de reflexión trazada por Ana Alon­
so, podríamos suponer, para el caso de México, que los procesos económi­
cos y sociales desatados por las políticas neoliberales de los últimos sexenios
han sido aprehendidos por las distintas comunidades o grupos sociales
en términos de género; que de la misma manera que los pobladores de
Namiquipas, algunos sujetos puedan sentir un efecto desordenador sobre
las posibilidades de reproducción de sus identidades masculinas en condi­
ciones de honorabilidad; que esta experiencia íntima del poder, íntima en
la medida en que atraviesa sus concepciones del yo masculino, esté pre­
sente entre las razones de la resistencia, la movilización y organización.
El estudio sobre las masculinidades permitió a investigadores de la mas­
culinidad, como Alonso, entender una fenomenología del poder, de la domi­
nación y de la resistencia, como un proceso íntimo (Lancaster, 1992), un
proceso mediado por valores de honor, dignidad, valía, ya inmersos en
un orden de género y percibidos como “características masculinas”. Esta
aproximación la ayudó para un entendimiento histórico y antropológico de
un evento aparentemente absurdo o desmesurado, aparentemente, como
fue la decisión de un hombre de Namiquipas de tomar parte en la revolu­
ción después de que un cacique local pisó las flores de su jardín.
384 D ebates sobre m a s c u lin id ad es

Otra línea de investigación que haría aportaciones interesantes sobre


el tema sería la exploración de cómo la Revolución mexicana (y las revo­
luciones en general) fue en sí misma un espacio para la experimentación,
construcción, cambio, transformación de los valores de género, masculinos y
femeninos (algo que fue explorado por Lancaster en Nicaragua), y cómo
esto se reflejó en la cultura popular posrevolucionaria: no sólo un “nacio­
nalismo masculino”, sino también un influjo de romanticismo, de discursos
acerca del amor y la violencia, como lo sugieren los estudios de Bartra (ver
Bartra, 1994).
Me referiré ahora a otra dimensión de la “cultura política”: la forma
en que los grupos y clases significan su relación con los procesos de
formación del Estado. Para ello me remito a la pregunta eje de la exposi­
ción: ¿cómo pueden los estudios de la masculinidad contribuir a una an­
tropología e historia de este aspecto de la “cultura política”? En este senti­
do, considero que los estudios de la masculinidad tienen mucho qué decir.
Sucede que en México las relaciones de poder son usualmente codifica­
das con metáforas sexuales: imágenes de penetración fálica, violación y
abuso son las preferidas. Este es uno de los temas más largamente estu­
diados y conocidos sobre la cultura mexicana (el ensayo de Paz es induda­
blemente clásico). El verbo chingar tiene una relevancia particular, como
sabemos. Resulta interesante darse cuenta de que el poder del Estado
también es codificado en este lenguaje, de tal manera que es común escu­
char a mucha gente decir cosas como: “me la dejaron ir, me pegaron una
ensartada, me abrocharon, nos la metieron doblada, o no me dejé que me
chingaran”, para referirse al incremento del costo de los servicios públicos
(electricidad, agua), la devaluación del peso, la solicitud de mordida por
parte de algún servidor público, la imposición de una multa por un agente
de tránsito o la anulación de una huelga. Estas expresiones revelan que la
persona es impotente para dar una respuesta apropiada y efectiva, o que
fue capaz de resistir lo que se entiende como intrusión “arbitraria”, “po­
derosa”, “incontrolable”, que amenazaba con disminuir en el sujeto su
sentido de autonomía, autocontrol y, por lo tanto (en la medida en que
estos valores son masculinos), su sentido de “hombría” o “virilidad”. El
poder es una cualidad masculina en el orden simbólico patriarcal, señalan
los psicoanalistas franceses Lacan y Luce Irigaray (Lacan, 1977; Irigaray,
1991). Para el caso de México, Alonso dice:

En el norte de México, las imágenes de género permean los contextos de


poder e informan la construcción de otras formas de dominación. Los tropos
de género no sólo configuran las relaciones entre los hombres o entre los hom­
bres y las mujeres, también dan sentido a las relaciones entre civilizado y
Los ESTUDIOS DE LAS MASCUÜNIDADES Y LA CUITURA POlÍTIfA EN MÉXICO 385

salvaje, rico y pobre, poderoso y dominado, así como entre los cuerpos, yos,
espacios, categorías y dominios que son aprehendidos como penetrados y
penetrantes. La masculinidad es un signo de poder, independencia, autono­
mía, cierre, control sobre los límites corporales, así como de la capacidad de
penetrar cuerpos, yos y espacios de los otros (Alonso, 1995: 74).

Luego, si los procesos de formación del Estado son experimentados


por muchos sujetos como un ataque a su virilidad, resulta interesante pre­
guntarse si las respuestas de resistencia cívica y la participación ciudada­
na están condicionadas por esa política personal sobre su identidad mas­
culina. Estoy convencido de que mucho podemos ganar para una
antropología e historia de la cultura política mexicana si introducimos la
dimensión de la masculinidad en los análisis de la resistencia popular o de
la cultura cívica y la participación ciudadana. Una cultura cívica caracteri­
zada, desde mi particular percepción, hasta mediados de la década de los
ochenta, por un sentido de “impotencia” y “apatía”, “complicidad” o “falta
de confianza” en los efectos de las acciones personales.
Desgraciadamente, muy poco se ha investigado en este sentido. En
una exposición que alguna vez escribí para un foro de un partido político,
desarrollé el planteamiento (basado tan sólo en mi percepción y reflexión
condicionada siempre por la perspectiva de género) que presento aquí
sólo con el ánimo de contribuir a la reflexión que nos ocupa en este volu­
men. En aquel momento (principios de los años noventa) me parecía que
la ausencia en Sonora de una cultura de participación ciudadana, esto es,
de una cultura de resistencia, vigilancia y demanda de acciones guberna­
mentales, tenía que ver con la ausencia de ciertos discursos masculinos, y
la presencia de otros, que permitieran el posicionamiento de los sujetos
para resistir y enfrentar cotidianamente sus interacciones con las institu­
ciones de Estado. Por el contrario, los discursos masculinos existentes y
dominantes en el campo político, producto a su vez de una particular histo­
ria política de corrupción, represión y antidemocracia, favorecían cierto
tipo de acciones personales; por ejemplo, ante la demanda de mordida de
un agente de policía, fincada incluso sobre una razón ilegítima, se movili­
zaban preferentemente códigos de homosocialidad, tales como “lo podemos
arreglar como hombres”. De la misma manera, quien se aprovechaba de
un cargo público, codificaba su acción con modismos que hacen referencia a
la masculinidad, como “tener güevos” o “ser cabrón”. La ausencia de otras
posiciones subjetivas de masculinidad, de alguna manera tienen que ver
con la incredulidad (incluso lo risible que puede resultar), en que ciertas
actitudes y acciones personales, relativas a las instituciones del Estado,
puedan ser efectivas, tales como, la demanda de respeto a la ley o la de-
386 D f BATES 50RRF MA5CUIINIDADES

manda del cumplimiento de la responsabilidad pública. Actitudes y res­


puestas que para los propios varones, al menos en aquella época, parecían
impotentes, palabrería que no servía para nada o incluso “mariconadas”.
Me parece que las transformaciones de la “cultura política” en México
en los años noventa y posteriores han conllevado, al mismo tiempo, la
aparición de esas nuevas posiciones de masculinidad configuradas a partir
de la acción cívica. Creo que no se trata de una invención, sino de una
transformación y elaboración a partir de una herencia histórica (pienso,
por ejemplo, en las masculinidades heroicas revolucionarias de los sesenta
y principio de los setenta). No sólo el subcomandante Marcos como el
representante de una “nueva masculinidad”, humana, visionaria, poética,
justa, que da su cuerpo por la comunidad, sino también la proliferación de
nuevos personajes en las telenovelas, que acompañan el proceso de transi­
ción democrática y que promueven y valoran los comportamientos cívicos
de los varones. Recuerdo, por ejemplo, la telenovela de 1996, Nada perso­
nal, proyectada por televisión Azteca, que mostraba personajes novedosos
en ese género televisivo: hombres que vigilaban, denunciaban y resistían
la corrupción del Estado, que al mismo tiempo compartían el trabajo en
casa, así como las emociones y problemas con sus parejas mujeres. Hom­
bres que, ciertamente, se alejaban profundamente de los mexicanos que
describió Paz.
Finalmente, abordaré otro tipo de contribución que los estudios de la
masculinidad pueden hacer a una antropología e historia de la “cultura
política”. Me refiero a los análisis de las “poéticas masculinas”, como las
llama Herzfeld (1985). Pienso en estas poéticas no sólo como reproducto­
ras de una cierta propuesta ideológica de la masculinidad, sino también
como recursos estilísticos para significar una postura política. Herzfeld
demostró en su estudio sobre los glendiots de Creta, que los hombres, en
una comunidad rural, a través de un conjunto de modismos, esto es, sig­
nos verbales y no verbales, configuraban una resistencia a las ideologías
nacionalistas oficiales griegas. Sus formas de vestir, cantar, cocinar, hablar,
participar, disfrutar de ellos mismos, e incluso prácticas como el robo de
cabras, servían para articular y construir una poética de “masculinidad
glendiotense” que, a su vez, alimentaba un sentido de comunidad, de tra­
dición, de historia nacional, utilizados para resistir las políticas e ideolo­
gías del Estado nacional griego. El estudio de los glendiots por Herzfeld,
como otros estudios (Cohén, 1996), ha demostrado el carácter político de
poéticas masculinas aparentemente insignificantes y personales, como
portar un sarici (especie de turbante) o un bigote abundante. Se trata de
formas estilísticas y corporales que asume la resistencia masculina frente
al Estado. Para el caso mexicano, podríamos preguntarnos: ¿las imágenes
L ü b LblUDIÜS ÜL LAS MASCULINIUADLS Y LA CULTURA POLÍTICA EN MÉXICO 387

de los campesinos de Ateneo con machetes en mano que blandían en el


pavimento de las avenidas de la ciudad de México, trazando rayas imagi­
narias que delimitaban su espacio y dibujaban su reto, no son acaso poéticas
perfectamente insertas en las tradiciones locales de la violencia masculina
y en las formas locales de dirimir masculinamente la honorabilidad de los
varones? Estaríamos aquí frente a recursos estilísticos de género, masculi­
nos, a través de los cuales se articula una resistencia cívica a un proyecto
de expropiación de su suelo y de modernidad. Los varones (y a veces las
mujeres de Ateneo) configuraban, a través de su presencia y comporta­
miento, la lucha política, con modismos familiares de pleito callejero mas­
culino. Estas son, hipotéticamente, las formas locales de comprensión y
ejercicio de la resistencia al poder invasivo (formas arraigadas en imágenes
y significados de género), que llegan también a movilizarse en las confron­
taciones con el Estado, dando un sentido personal y comunitario (incluso
tradicional) a una acción de poder con efectos personales y comunitarios,
pero que suele revestirse con un lenguaje abstracto e impersonal.
Por mi parte, me he interesado en el análisis de la dimensión de la
“cultura política” en Sonora, particularmente en la sierra. Me interesa in­
vestigar cómo una “poética” (esto es, un conjunto de recursos estilísticos
que hacen una práctica significativa) de masculinidad connota una “poéti­
ca de regionalismo”, de “orgullo comunitario”, y cómo esas poéticas son
utilizadas para negociar con las políticas públicas, con los funcionarios y
las ideologías (Núñez, 1996b). Lo “personal” viene a ser el sitio de la resis­
tencia personal y comunitaria, una resistencia articulada en términos de
género, en imágenes masculinas de fuerza, autonomía, cohesión, confian­
za, pragmatismo y coherencia. Es verdad que esas imágenes no sólo son
usadas para resistir, también están siendo usadas para enmarcar y legiti­
mar políticas públicas.
A manera de conclusión, pienso que los estudios de la masculinidad
pueden contribuir a un conocimiento antropológico e histórico de la “cul­
tura política” en México (y en cualquier parte), al mostrar el carácter ínti­
mo de las relaciones de poder; al mostrar la forma como las estructuras
sociales viven en las subjetividades y en los cuerpos de la gente como ca­
racterísticas de género; al mostrar la forma en que los mismos yos (el senti­
do y tipo de masculinidad y feminidad) y, por lo tanto, las interacciones
cotidianas, privadas o públicas, son configuradas por las diversas prácticas
políticas, y cómo las prácticas políticas son siempre cuestiones personales,
asuntos de género; asimismo, para mostrar cómo la “dominación” o la “he­
gemonía” viven dentro de nosotros, y cómo nosotros mismos, a través de
nuestras propias subjetividades y acciones, somos cómplices de este am­
plio y complejo |)roceso de organización cotidiana de la dominación social.
388 D ebates sübke mascu linidades

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EL EJERCICIO DEL PODER EN EL PARLAMENTO
COSTARRICENSE. POLÍTICA TRADICIONAL
Y M ASCULINIDAD

Efsy Campbell Barr

I n t r o d u c c ió n

Realizar uir análisis del poder político en un órgano de poder formal, como
el Parlamento costarricense, es una manera de analizar una de las formas a
través de las cuales se ha estructurado el ejercicio de la masculinidad.
A pesar de la inserción de las mujeres en el Parlamento de la Repúbli­
ca, desde hace cincuenta años (en 1953), las formas del ejercicio del po­
der, en cuanto a toma de decisiones, participación en los diferentes órga­
nos —comisiones, jefaturas de fracción, directorios legislativos— y en las
carreras políticas en general, siguen bajo el predominio masculino, no sólo
cuantitativo, sino en las modalidades del ejercicio de ese poder.
En el periodo constitucional 2000-2004, se ha dado un paso cuantita­
tivo como resultado de las elecciones de febrero de 2002, ya que 35 por
ciento del total de los puestos del Parlamento está compuesto por muje­
res, lo cual es producto de una importante reforma electoral que, a través
de las cuotas, obliga a los partidos políticos a colocar 40 por ciento de
mujeres en puestos de elección popular. Un partido nuevo, el Partido
Acción Ciudadana, llegó con una propuesta novedosa de representación
en el Parlamento: 50 por ciento de los puestos son ocupados por mujeres,
lo cual ha hecho que alcance 25 por ciento del total de los votos. Los
partidos tradicionales. Liberación Nacional y Unidad Social Cristiana, no
cumplen a cabalidad la cifra de 40 por ciento; el primero tiene 35 por
ciento de mujeres y el segundo escasamente 26 por ciento. El Movimiento
Libertario, partido conservador de derecha, pese a ser su segundo periodo
y a que alcanza 10 por ciento de los escaños, no tiene ninguna represen­
tante mujer. Sin embargo, el aporte sustantivo del Partido Acción Ciuda­
dana, con su propuesta de paridad, hace que, finalmente, Costa Rica se
coloque a la vanguardia mundial de los países que tienen más mujeres en
sus parlamentos.
Esta diferencia sustantiva en el número de mujeres en la Asamblea
Legislativa, que pasó de 11 a 57 en 1998, a 20 de 57 en 2002, si bien es
parte de un largo proceso de transformación, no ha modificado sustantiva-
394 DrBATrS sobri: MASrULINIDAPCS

mente el ejercicio tradicional del poder y el acceso de las mujeres en los dife­
rentes puestos tradicionalmente ocupados por los hombres.
Hay que subrayar, sin embargo, que en los inicios del siglo XXI se mar­
ca una nueva era, en la que se cuestionan las formas tradicionales de
hacer política y, por lo tanto, de ejercer el poder. Este cuestionamiento
debe interpretarse también como una forma de ver la masculinidad tradi­
cional en la política.
Las elecciones de 2002 en Costa Rica tuvieron resultados sorpren­
dentes debido al cansancio ciudadano de la tradicional manera de ejercer
la política, que beneficia a unos pocos, que inmoviliza al Estado y sus
acciones por una baja productividad; y por una falta de ética y de compro­
miso con evidentes manifestaciones en la corrupción creciente, por lo que
se generó una gran expectativa de cambio, la cual generó una composición
del Parlamento totalmente atipica.
Este ensayo es una crítica a esa forma tradicional de ejercer el poder
en la política, de las tradiciones que generan beneficios injustificados,
de los premios y castigos en las fracciones políticas y en los partidos, de
la separación arbitraria entre lo que es “público” y lo que es "privado” en la
política y en los políticos (el masculino es internacional), y de cómo se
ejercen los poderes formales e informales. Es importante destacar que
este ensayo no pretende ser totalmente “objetivo”, pues parte del análisis,
la reflexión y el estudio de una de las participantes políticas que hoy están
activas en la Asamblea Legislativa costarricense. Por lo tanto, implica tam­
bién una toma de posición y una visión particular de ver, asumir y actuar
en la política.

L as f o r m a s t r a d i c i o n a l e s d e l e j e r c ic io d e l p o d e r p o l í t i c o :
EJERCICIO DE LA MASCULINIDAD

Hablar de poder, en la mayoría de los casos, se refiere a una concepción de


poder masculino. Construir una noción de poder que no se circunscriba a
esta visión masculina es todavía un desafío; así que, cuando hablamos
de poder sin apellido, necesariamente se habla del poder construido desde
la perspectiva tradicional, o sea, la perspectiva androcéntrica.
Los espacios de poder formal son, por lo tanto, espacios masculinos,
en donde la inserción femenina no sólo es reciente, de hace poco más de
medio siglo, sino que, además, muchas veces no ha cambiado las formas
en que ese poder se asume, se ejerce y se continúa construyendo.
El poder político es, quizá, la forma de ejercicio del poder más eviden­
te, ya que está marcado por unas relaciones intra y entre géneros que re­
El n rR c ir io dei ronrR en ri. Parí amento costarricens: 395

afirman el poder de los hombres. Es, a veces, demostrar el poder masculi­


no en esta esfera, porque la concepción de lo masculino es intrínseco a esa
forma de poder.
El Estado costarricense, diseñado a mediados del siglo pasado, dio
importantes resultados para las mayorías costarricenses, al crear institu­
ciones estatales sólidas que fueron capaces, por casi tres décadas conse­
cutivas, de dar respuestas efectivas a los problemas sociales y económicos
del país. Los partidos políticos entendieron la política como “el arte de
hacer el bien”, por lo que buscaban como norte el bien común. Durante
ese periodo, muchos hombres, y las pocas mujeres que pasaron por pues­
tos públicos, hicieron importantes esfuerzos por realizar aportaciones al
país, sin necesariamente buscar beneficios económicos para sí mismos(as).
La política costarricense estaba prácticamente dominada por hombres, y
las mujeres tenían que hacer esfuerzos extraordinarios para lograr algún
puesto de notoriedad pública. Las mujeres iniciaron sus carreras formales
en la política costarricense en 1953, año en el que fueron electas las pri­
meras tres diputadas de la Asamblea Legislativa. De allí en adelante, han
participado de manera activa en todos los poderes de la República, aun­
que, por supuesto, en proporciones significativamente menores a 50 por
ciento de la población que representan.
Sin embargo, la clase política costarricense en los partidos se transfor­
mó paulatinamente, hasta llegar a cambios sustantivos que degeneraron
en ese objetivo de la política de “servicio a los demás”, para convertirlo en
el “servicio personal”. Poco a poco, las intenciones de llegar, tanto a pues­
tos de elección popular como a puestos en el Poder Ejecutivo, estaban
motivadas por el interés en obtener una posición no sólo política sino tam­
bién económica. Se empezó a ver la política como negocio, y los dirigentes
de los partidos políticos, mayoritariamente hombres, fueron convirtiendo
estas estructuras imprescindibles de la democracia en meras plataformas
electoreras para llegar al poder, sin mayores propuestas pragmáticas que
beneficiaran al país, sino más bien que les beneficiaran a ellos mismos.
Las instituciones del Estado fueron decayendo porque el interés del
bien común había quedado perdido en el pasado. Algunas instituciones
que han sido estratégicas empezaron a usarse paulatinamente en el bene­
ficio directo de quienes las dirigían y, en algunos casos, repartidas desca­
radamente entre quienes se llamaban dirigentes gremiales, lo que fue
generando una corrupción solapada y, en algunos casos, abierta.
La Asamblea Legislativa se convirtió preponderantemente en un es­
pacio de poder ejercido, fundamentalmente, por los dirigentes hombres,
pero del cual no se puede excluir a algunas pocas mujeres. Desde la Asam­
blea Legislativa se montaba una estrategia de clientelismo político que
396 D fRATFS SORRF M A S r U I I N i n A D F S

colocaba a los diputados y diputadas por encima de las instituciones mis­


mas, repartiendo arbitrariamente, y con criterios meramente politiqueros
y clientelares, los recursos de los presupuestos públicos, no sólo a través
de las llamadas “partidas específicas”, sino también a través de decisiones
que ellos imponían a los jerarcas de las instituciones.
La representación que tenían quienes habían sido elegidos (as) dipu-
tados(as) en el primer poder de la República se convirtió, principalmente,
en un esfuerzo por usar irresponsablemente los recursos públicos para
resolver de manera coyuntural algunos problemas comunales y crear pla­
taformas políticas para saltar de una diputación a algún otro puesto público,
sin contar con mérito alguno. Ese uso abusivo de los dineros del pueblo
costarricense se observaba en la propia Asamblea Legislativa, donde se
malgastaban recursos en alimentación, transporte, viajes y contratación
de personal, sólo para satisfacer los apetitos de algunos diputados.
En muchas oportunidades, las jefaturas de fracción fueron utilizadas
como mecanismos de repartición de poder y de recursos, y los votos en
las comisiones y en el pleno eran canjeados por prebendas, regalías y favo­
res. En esta forma tradicional del ejercicio del poder se advierten fácil­
mente las constantes contradicciones ideológicas entre los diputados y
entre las fracciones.
Debido a que en los últimos 20 años, hasta el 2002, sólo dos partidos
políticos se alternaban el poder en el Ejecutivo y dominaban mayoritaria-
mente la Asamblea Legislativa, la falta de transparencia, con negociacio­
nes a puerta cerrada y a espaldas de la gente, estaba a la orden del día.
Quien estaba en el poder se dedicaba a gastar recursos públicos a manos
llenas, y quien estaba en la oposición, a oponerse férreamente a todo lo
que propusiera el partido en el gobierno, aunque fuera algo positivo para el
país. Sin embargo, en un momento determinado, empezaron a llegar acuer­
dos políticos a través de pactos que no beneficiaban al país, pero sí a las
cúpulas de los partidos.
Estos pactos entre la más alta dirigencia de los partidos eran los típi­
cos acuerdos “entre caballeros", en los cuales quien pactaba estaba sacan­
do un benefìcio y, por lo tanto, asumía el compromiso de cumplirle al otro,
lo que no era otra cosa que cumplirse a sí mismo. Muy atrás quedaban los
objetivos de la patria, que cada vez quedaba más desdibujada, y de la cual
los dirigentes políticos sólo se acordaban en las elecciones, en las cuales
engañaban a las y los electores con promesas de cambio y de transforma­
ción que, una vez que ganaban, rápidamente olvidaban y quedaban como
historia escrita en los documentos de campaña.
Otra forma manifiesta de la política tradicional costarricense es el cau­
dillismo, aspecto absolutamente masculino. El caudillismo no se relacio­
El n t R n n o n ri ponrR fn fi P arí a m f n t o costarricensf 397

na con capacidades ni necesariamente con liderazgos reales y constructi­


vos, sino con acuerdos y concesiones de quienes se busca apoyo.
Sin embargo, la fuerza y la determinación con que se había construido
el Estado costarricense, pese a los golpes que ha sufrido, todavía se en­
cuentra, en sus bases estructurales, con un sistema de salud decente, un
sistema educativo en crisis, pero que llega a la mayoría; un sistema de
electricidad y telecomunicaciones prácticamente universal, y una cober­
tura de agua potable de las mejores de América. Todo lo anterior porque el
concepto de solidaridad aún subsiste.
De ahí que los resultados de las elecciones de febrero de 2002 no
fueron otra cosa que un castigo de las y los electores a esos partidos
políticos tradicionales, y un veto a esa forma tradicional de hacer política.

E l p o d e r m a s c u l in o e n e l á m b it o l e g is l a t iv o

La Asamblea Legislativa costarricense, como institución social, no está


exenta de las estructuras patriarcales que se han impuesto a lo largo de los
años, como la represión contra las mujeres.
Los hombres en el Parlamento utilizan todos los mecanismos a su
alcance para reafirmar su poder en relación con otros hombres y, por su­
puesto, también las ventajas culturales de la organización patriarcal para
colocarse en ese espacio por encima de las mujeres.
En la dinámica legislativa costarricense se presentan manifestaciones
de estas estructuras que intentan mantener el poder masculino. En esta
dinámica, la discusión y el intercambio de argumentos es esencial, ya que
representa una de las funciones vitales del Poder Legislativo, pero es aquí
donde radica una de las manifestaciones más claras del poder masculino:
la descalificación, la devaluación de argumentos mediante calificativos de
sentimentalismo, idealismo, afectividad, emotividad, por el simple hecho
de ser mujer. En este mismo sentido, hay manifestaciones mucho más
agresivas y evidentes, donde ya no importan los argumentos, sino que hay
que descalificar por descalificar, por el simple hecho de ser una mujer que
tiene razón; no se puede permitir que la tenga porque es perder poder.
Otra de las manifestaciones es la concentración de la información y
de su manipulación, pues en este espacio político se tiene como premisa
que la información es poder, por lo que se hará lo posible para mantenerlo.
Su uso es cerrado y puede darse cierta flexibilidad, compartiendo una par­
te, siempre y cuando ello no signifique una amenaza a su propio poder.
Esta concentración de la información varía dependiendo del lugar que se
ocupe; es mucho más concentrado si es el jefe de grupo de diputados/as, si
398 DriìAirs sobr: MASCULiNiDAors

se es coordinador de una comisión legislativa: así se reafirma y mantiene


el poder.
Como parte de las manifestaciones del poder masculino en el ámbito
legislativo, está el hecho de que todavía no puede reconocerse que la mu­
jer es capaz de pensar. Sin embargo, en la práctica no se manifiesta y, por
el contrario, se le delegan responsabilidades sin ninguna importancia sig­
nificativa para la dinámica legislativa. Para citar un ejemplo, desde 1949,
cuando se aprobó el voto femenino en la Constitución de Costa Rica, y las
mujeres empezaron a tener acceso al poder, sólo ha habido dos mujeres
que han presidido la Asamblea Legislativa.
Una de las circunstancias que permiten, o más bien pueden contri­
buir a que el poder siga siendo masculino, es que muchas de las mismas
mujeres que llegan a puestos de poder, en particular a este espacio legisla­
tivo, se asumen desde este poder y asimilan las diferentes reglas de éste,
por lo que actúan con la misma lógica del poder masculino, sin cuestionarse
ni tratar de transformarlo. Es preciso profundizar al respecto y ver cómo
están los partidos políticos, cómo llegan estas mujeres a ser diputadas,
cuáles son los mecanismos de elección interna. Tan sólo los dos partidos
más tradicionales, el P L N y el P U S C , cuentan con cuotas para las mujeres,
pero sin garantizar que serían electas, hasta que el máximo órgano en
materia electoral así lo exigió, lo cual fue un logro importante. El P A C , por
otro lado, como uno de los nuevos partidos, es el único que tiene entre sus
mecanismos de elección la paridad 50 y 50 en todos los puestos. Son me­
canismos que hacen posible el acceso de las mujeres, pero no garantizan
que ellas lleguen con la facultad de cuestionar el poder masculino y hacer
las transformaciones necesarias para empezar la construcción de otro tipo
de poder.

P o d e r f o r m a l : u n P a r l a m e n t o c o n 3 5 p o r c ie n t o

D E m u j e r e s

La Asamblea Legislativa o Parlamento es el espacio de poder político por


excelencia, en donde los intereses personales y de partidos por cuotas de
poder relativo y absoluto son el móvil de todas las relaciones. Aunque teó­
ricamente se supone que quienes son elegidos como representantes
(mayoritariamente hombres) tienen el objetivo de garantizar los intereses
y expectativas de quienes representan, así como los intereses del país como
un todo, en la práctica lo que se vive es una lucha permanente por figurar
y ganar espacios individualmente, con los cuales se defienden los intere­
ses de pequeños grupos económicos y gremiales.
El FiF R n rio ofi podfr fn fi P arí a m f n t o costarricfnsf 399

El Parlamento, o los poderes que de allí se derivan, se convierte, en­


tonces, en una herramienta de gran influencia económica y política que
ha sido históricamente utilizada por los hombres desde sus intereses indi­
viduales, con el fin de reafirmar el poder masculino.
El periodo constitucional 2002-2006 se inició con una modificación
estructural en su composición: primero, un rompimiento de la lógica bi­
partidista, de los últimos 20 años. Ninguno de los dos partidos tradiciona­
les, Liberación Nacional y Unidad Social Cristiana, tiene mayoría y, ade­
más, sufren una reducción significativa. En este contexto, irrumpe el Partido
Acción Ciudadana como tercera fuerza política con 25 por ciento, muy
cerca del Partido Liberación Nacional con 29 por ciento, y el Partido Uni­
dad Socialista Cristiana con 33 por ciento. Desaparece en este contexto el
único partido de izquierda que sobrevivía en el país. Fuerza Democrática,
y tiene un crecimiento importante el partido de la extrema derecha costa­
rricense, Movimiento Libertario que pasa de uno (2 por ciento) a 6 dipu­
tados (10 por ciento), todos hombres. Segundo, se incorpora 35 por ciento
de mujeres al Parlamento, con un aumento importante del periodo consti­
tucional pasado, en donde las mujeres representaban 19 por ciento. Las
mujeres de los partidos tradicionales, sin embargo, siguen sin tener acceso
a los puestos de poder más evidentes, como las jefaturas de fracción, y
han tenido, en el caso de Liberación Nacional, que conformarse con la
subjefatura.
Un número tan importante de mujeres ha dado como resultado que
ellas sean parte de las comisiones históricamente dominadas por los hom­
bres políticos, ya que se trata de los temas que se consideran relevantes y
estratégicos, tales como la Comisión de Asuntos Hacendarios y Presu­
puesto, la Comisión de Control de Ingreso y Gasto Público y la Comisión
de Reforma Fiscal Estructural. Aunque en el pasado, por excepción parti­
cipaban las mujeres en estas comisiones, su función y protagonismo era
realmente limitado; en la actualidad son parte integral de los debates y sus
propuestas se encuentran muchas veces en niveles superiores que las de
sus compañeros diputados.
Debe destacarse, no obstante, que en toda la historia de la Asamblea
Legislativa, sólo tres jefaturas de fracción han estado en manos de muje­
res, dos de las cuales han sido del Partido Acción Ciudadana, en una tra­
yectoria política de menos de dos años. Mireya Guevara, del Partido Libe­
ración Nacional, en el periodo de 1987 a 1988, Martha Zamora, de febrero
a mayo de 2003, y quien suscribe este documento, Epsy Campbell Barr de
2003 al 2004, reelecta para el periodo de 2004 a 2005.
Estos espacios siguen siendo “techo de vidrio” para las mujeres de los
partidos tradicionales. Sólo muy recientemente se ha producido una aper-
400 D ebates sobre masculinídades

tura mayor en el Partido Liberación Nacional para que las mujeres puedan
asumir “subjefaturas de fracción”; apertura considerada como la “gran opor­
tunidad” para las mujeres.
Es evidente que no basta con leyes de cuotas ni con una participación
cada vez mayor de las mujeres. Deben garantizarse los puestos de poder
formal para las mujeres en las fracciones políticas, como las jefaturas.
Es una lucha necesaria que las mujeres deben seguir dando dentro de
sus partidos políticos y en sus fracciones, como lo han hecho en diversos
temas.
También ha estado, y seguirá estando, prácticamente prohibida la pre­
sidencia para las mujeres en la Asamblea Legislativa, pues en la historia
sólo dos han llegado a ese puesto; Rosmary Karpinsky en 1986 y Rina
Contreras 2002-2001. La Primera Secretaría del Directorio únicamente
en dos oportunidades ha sido ocupada por mujeres: Vanesa Castro y Glo­
ria Valerín; justamente porque desde ese puesto se toma la mayoría de las
decisiones administrativas de la Asamblea Legislativa.
El manejo de los puestos formales de poder sigue siendo una lucha
permanente para las mujeres que se encuentran en los espacios políticos,
porque desde la perspectiva de la masculinidad imperante en nuestras
sociedades, para los hombres “no basta con tener el poder, sino que es
necesario aparentarlo”. Para las mujeres es imprescindible también parti­
cipar en los espacios de toma de decisiones y romper obstáculos que les
impiden llegar a los puestos formales.
La participación activa en la Asamblea Legislativa de Costa Rica no
solamente representa un esfuerzo personal y político, también es una ta­
rea histórica, todavía hoy, construir un camino que permita equidad e igual­
dad en el futuro.

AM O D O D E C O N C L U S IÓ N

La experiencia como mujer en espacios de poder formal sigue siendo un


desafío. Interpretar los códigos evidentes y los ocultos que se utilizan en
este tipo de espacios se convierte en una tarea cotidiana y necesaria no
sólo para sobrevivir sino también para reconstruirlos si reproducen patro­
nes discriminatorios de los hombres contra las mujeres.
La Asamblea Legislativa de Costa Rica es una representación impor­
tante de la sociedad costarricense y, por lo tanto, los cambios sustantivos y
estructurales que se realicen en la sociedad misma permearán este espa­
cio. Pero también cambios y actitudes que se vayan transformando desde
aquí pueden incidir en la sociedad costarricense como un todo.
El EiERCiao del po d e r en el Parlam ento costarricense 401

Como mujer afrocostarricense, feminista, desde un partido político


nuevo que ha cuestionado la forma misma de hacer las cosas y de tomar
las decisiones, la experiencia en el Parlamento ha servido para impulsar
una nueva forma de hacer la política, que no es otra cosa sino cuestionar el
modo fundamentalmente masculino en que ha transcurrido la historia
política nacional.
Esta nueva forma de hacer política pasa por el manejo transparente
de todos los asuntos y de cara a la gente, totalmente diferente de como
se ha entendido ahora la política. También incorpora el respeto como ele­
mento fundamental, al tratar a todas las personas como iguales y como
interlocutoras válidas en el debate político. Reivindica la palabra, en el
sentido de decir y hacer lo que se predica y hablar permanentemente con
la verdad. Incorpora la crítica constructiva y frontal en el quehacer políti­
co. Coloca como centro del debate político a las personas, sin utilizar la
política como herramienta para fines personales. Reconoce que se vive en
sociedades discriminatorias y que se deben abrir los espacios suficientes
para ir eliminando paulatinamente esas desventajas. Adquieren un valor
fundamental el diálogo transparente y la propuesta constructiva en fun­
ción del país, entendiendo al país como la gente de carne y hueso que
quiere ser feliz.
La nueva forma de hacer política coloca a las mujeres y a los hombres
en condiciones de igualdad, porque su práctica y su discurso se funda­
mentan en los derechos humanos de todas las personas.
La nueva política contribuye a construir nuevas sociedades.
¿Y SI HABLAMOS DE DERECHOS HUMANOS
EN LA REPRODUCCIÓN, PODRÍAMOS INCLUIR
A LOS VARONES?’

Juan Guillermo Figueroa Perea^

I n t r o d u c c ió n

Este trabajo incluye una revisión de diferentes aproximaciones al concep­


to de derechos reproductivos, tratando de enfatizar el lugar que en él se les
da a los varones, y repensando el papel de la reproducción dentro de la
construcción de la identidad de género en diferentes grupos de varones.
El origen del término derechos reproductivos está asociado al movimiento
feminista y a su búsqueda de autodeterminación reproductiva para las
mujeres. Sin embargo, paralelamente se ha demandado el reconocimiento
de tales derechos como parte de los derechos humanos. En este caso, son
capacidades reconocidas a toda persona al margen de cualquier caracte­
rística individual, como el sexo, nacionalidad, etnia o alguna otra. Sin em­
bargo, el significado del término derechos reproductivos no es claro para el
caso de los varones (ni si hace falta esta distinción), ya que, por una parte,
diferentes disciplinas y discursos han legitimado la feminización de la re­
producción, complicando con ello la identificación de derechos en perso­
nas a quienes no se les predica la reproducción de la misma forma que a
las mujeres; por otra, porque hay una larga historia de responsabilidades
reproductivas asumidas de manera diferente entre varones y mujeres.
Es importante acotar que no abordaremos el tema desde la dimensión
de la patria potestad; no obstante, comentamos el caso de un estudio reali­
zado en México (Brachet, 1996), en el cual se caracterizan algunas de las
complicaciones legales y prácticas para el cumplimiento de las responsabi­
lidades con los hijos, por parte de los padres, una vez que éstos se separan.
Tenemos claro que por las complicaciones de estos procedimientos existe

' Texto integrado para discutir en la reunión de trabajo sobre “Masculinidad, participación
y acción ciudadana", organizada por el PUE(;,UNAN4. Tapalehui, Morelos, febrero de 20().t.
Este material fue publicado previamente en la revista de estudios de género L a V e n ta n a
(Universidad de Guadalajara), núm, 12, México, 2000, pp. 43-72, y en la R e v is ta D e s a c a ­
(Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social), núm. 6,
to s

México, 2001, pp, 149-164.


-Centro de Estudios Demográficos Urbano, El Colegio de México <jtigui-(i'<Volmex.nix>,

14 0 . 3 1
404 D l Ií ATES SO liR C M A S C U L IN in A I5 tS

una gran resistencia en diferentes lecturas feministas respecto al discurso


de los derechos reproductivos para los varones. A pesar de entender la
lógica de esta demanda, ello no puede sustituir la necesidad de un desarro­
llo conceptual y analítico mucho más riguroso, a propósito de esta temática,
como el que se empezamos a esbozar en este texto, muy ligado a relaciones
heterosexuales.

Los D ER EC H O S REPRODUCTIVO S O LOS D ERECH O S H U M A N O S


EN EL ÁM BITO DE LA R EPR O D U C C IÓ N

En un texto previo (Figueroa, 1995) integramos una revisión del debate


nacional e internacional sobre el tema de los derechos reproductivos y, a
partir de la misma, identificamos múltiples temáticas a las que se quiere
aludir con esta expresión; desde el número de hijos hasta el respeto a las
decisiones de las personas, tanto en las relaciones de pareja, como en
las relaciones institucionales y sociales. Además, reconocíamos la nece­
sidad de explicitar, tanto las temáticas asociadas a la conceptuación de los
derechos reproductivos como la forma en que actores sociales específicos
le dan contenido a los mismos, más allá de lo plasmado en discursos, en
documentos y en las leyes que los incluyen.
En los contenidos temáticos, los derechos reproductivos, además de
referirse al número de hijos, aluden al ejercicio de la sexualidad, a las res­
ponsabilidades en el cuidado de los hijos, a la posibilidad de interrumpir
un embarazo cuando así se desea, o bien, cuando no se desea el producto
del mismo. Paralelamente, se habla del acceso a los medios de comunica­
ción para influir en la toma de decisiones relativas a la sexualidad y la
reproducción, a los medios para regular la propia fecundidad, a las fuentes
de donde se obtenga la información sobre opciones para controlar la pro­
pia fecundidad, pero sobre todo, al respeto a las decisiones de las personas
(y a sus derechos humanos en general) en cuanto a las relaciones de pare­
ja, a las relaciones institucionales y a las relaciones sociales.
Vale la pena señalar que en dicho texto revisamos el concepto de dere­
chos reproductivos como parte de un proceso de reflexión colectiva y, al
final, destacamos algunos puntos que requieren mayor precisión, entre
otros, la titularidad de los derechos reproductivos, su contenido específico
y el tipo de referencia específica a varones y a mujeres u otros (ver Figue­
roa, 1996a). Otro aspecto relevante fue también la distinción entre tener y
ejercer un derecho, lo cual alude a las condiciones para su puesta en
práctica; entre estas condiciones ocupan un papel relevante el replantea­
miento de las relaciones de género y el acceso a otros derechos humanos.
Y SI HABI AMOS DF DFRFrUOS HUMANOS EN I.A REPRODUCCIÓN? 405

Derechos humanos en la reproducción es lo que interpretamos como de­


rechos reproductivos, más allá de otras definiciones. Es importante destacar
esto, ya que son varios los derechos humanos vinculados con la reproduc­
ción (ver Figueroa y Fuentes 1999), cuya importancia, a veces, se minimiza
o se ignora por el énfasis puesto en la fecundidad, Dütting (1993) llega a
afirmar que “es difícil imaginar una decisión en abstracto, es difícil ejercer
el derecho a la decisión cuando no existen las condiciones culturales y es­
tructurales para decidir al respecto, por lo que luchar por estos derechos
es parte de una lucha más amplia por el poder político” (citada por Figueroa,
1995, p. 12). Petchesky (1990 a y b) lo sintetiza en términos de la necesi­
dad de que las mujeres adquieran personalidad moral y jurídica, con el fin
de poder apropiarse de los derechos que les corresponden como seres hu­
manos. Esto tiene importantes implicaciones para la revisión de los mode­
los de ejercicio de la masculinidad.
Una vertiente más en el trabajo analítico para la revisión del concepto
de derechos reproductivos en la experiencia de los varones, consiste en
documentar su vivencia (individual y relacional) de los distintos aspectos
incorporados en la noción de derechos reproductivos. La revisión de múlti­
ples documentos sobre el tema nos permite identificar centralmente la di­
mensión del ejercicio de la sexualidad, el entorno de la intervención (pla-
neación) sobre la posibilidad de un embarazo, la posibilidad de interrumpir
el proceso de un embarazo y el entorno de la crianza, en tanto proceso de
socialización de los hijos e hijas. En otro nivel están los recursos que re­
quieren las personas para poder decidir y negociar en cada uno de estos
ámbitos, así como en los componentes de sus identidades genéricas.
En otro texto (Figueroa, 1998a) revisamos algunos elementos de la
experiencia sexual reproductiva y de salud de los varones, los cuales pre­
sentan un panorama muy contradictorio al compararlos con los de las
mujeres, en especial cuando se intenta interpretarlos desde una lectura de
equidad y de corresponsabilidad en el ejercicio de los mutuos derechos.
No obstante, es todavía limitado el proceso de generación de conocimien­
to sobre los procesos reproductivos de los varones (ver Greene y Biddlecom,
1998) y, más aún, sobre el posible significado de los derechos en estos
ámbitos del quehacer humano.

Los D E R E C H O S R EPR O D U C TIV O S D E S D E EL F E M IN ISM O :


C O N C IE N C IA C O RPO RAL Y EJERCICIO C IU D A D A N O

Ávila y Gouveia (1996) enfatizan que la noción de ciudadanía es el marco


para la discusión de los derechos sexuales y reproductivos y, por lo mismo,
406 D eBATFS sobre MASrUIINinAOFS

no puede olvidarse que dicha ciudadanía ha sido construida a partir de


conflictos históricos de exclusión en diferentes ámbitos de la vida so­
cial, política y económica. De ahí la existencia de tres tipos de derechos: los
civiles, los políticos y los sociales, cuya discusión se ha privilegiado, duran­
te mucho tiempo, en el ámbito de lo público. Esto tiene importantes im­
plicaciones para los derechos reproductivos en cuestión, ya que se suele
considerar la producción como parte de lo público y de lo cercano a la
experiencia masculina, mientras que la reproducción es parte de lo priva­
do, se la ubica dentro de los espacios de desarrollo que, se supone, son de
las mujeres y, por ende, se hace menor referencia a los derechos en este
ámbito.
Sin embargo, poco a poco ha ido emergiendo lo cotidiano y se ha reco­
nocido este ámbito como un referente para nuevos derechos, en particular
a partir de un replanteamiento del significado del cuerfo como objeto de
atención, de dignificación y de autodeterminación en la vivencia de la sexua­
lidad y de la reproducción. Si bien ello le ha dado entrada, de una manera
más clara, a la discusión sobre derechos sexuales y reproductivos, las auto­
ras identifican cuatro puntos de tensión que vale la pena considerar, ya
que en nuestra opinión tienen implicaciones importantes para la interpre­
tación de los derechos en la experiencia de los varones. Se trata de la
relación entre lo público y lo privado; las tensiones entre sexualidad y re­
producción; la percepción del derecho como acción normativa y reguladora,
confrontado con una práctica de las libertades y, por último, la relación
entre universalización y fragmentación entre Estado e individuo. En opi­
nión de las autoras:

el concepto de derechos reproductivos nace justamente de la acción de las


mujeres como sujetos políticos y del conocimiento y la reflexión sobre las
condiciones que la sociedad les ha asignado para el ejercicio de su vida sexual
y reproductiva. Este concepto rompe con el determinismo biológico, inser­
tando la libertad de elección reproductiva dentro de un contexto más amplio
de ejercicio de ciudadanía, que no se reduce a las garantías legales y a los
beneficios frente al poder del Estado, sino que incorpora también la idea de
participación en las decisiones públicas, generando con ello nuevos signifi­
cados para la vida cotidiana (Avila y Gouveia, 1996, p. 164).

Esto tiene importantes implicaciones para la vivencia sexual y repro­


ductiva en el caso de los varones, pues replantea los intercambios cotidia­
nos con las mujeres.
En otro texto, Ávila (1999) hace una revisión de la vinculación entre
el surgimiento de los derechos reproductivos como concepto y las deman­
das feministas, en el marco de la emergencia de nuevos actores políticos.
¿Y 51 HABIAMOS PF PFRFCHOS HUMANOS FN lA REPRODUCCIÓN? 407

Para ello cuestiona la propuesta original de la lucha de las mujeres por


una igualdad, tomando a los varones como referencia, y destaca el paso
que se da posteriormente para deconstruir las relaciones jerárquicas entre
los sexos, con el fin de buscar la reconstrucción histórica de la vida priva­
da, como un proyecto colectivo de liberación. Avila (1999) habla de un
proyecto de transformación social que pretende superar la condición de
víctima de las mujeres para transformarse en individuos autónomos; para
ello reconoce (recuperando a Giddens, 1998) la necesidad de un proyecto
de democracia de la vida privada, dentro del cual se cuestione la vulnera­
bilidad que se genera en los espacios de la intimidad. Reconoce que esto
no pueden hacerlo solamente las mujeres, sino que los hombres tienen
que estar involucrados, pues se requiere, como condición, deconstruir y
transformar el modelo dominante de sujeto y, además, que la influencia de
la igualdad se extienda a todas las instancias de la vida social (nuevamente
aludiendo a Giddens).
Otro componente muy interesante que recupera Ávila ( 1999) es el plan­
teamiento de la filósofa Françoise Gollin, según la cual el surgimiento de
nuevos actores sociales implica redefinir las prácticas ciudadanas y los
espacios políticos sociales, y no únicamente añadirlos a los espacios pre­
viamente existentes. Esto, a su vez, implica una redefinición de los derechos
en función de las necesidades de los nuevos sujetos políticos. Esta postura es
muy interesante, ya que identifica a las mujeres como las creadoras de los
derechos reproductivos a partir del “cuestionamiento de los discursos y
prácticas disciplinadoras de los cuerpos de las mujeres”; de ahí que la
búsqueda de apropiación del cuerpo sea un enunciado que pretende cons­
tituirse en el punto de partida para el surgimiento de nuevos individuos
sociales.
En opinión de la autora, la universalidad de los derechos no puede ser
un principio, sino que debe constituirse en un método, en la medida en
que cada grupo o población haga su propia contribución a su definición;
por ello, sólo pueden ser universales en la medida en que garanticen la
diversidad de los sujetos políticos presentes en su formulación, en lugar de
pretender homogeneizar a los sujetos desde un principio, ignorando sus
diferencias. Es decir, más que suponer un sujeto homogéneo, se debe re­
cuperar la heterogeneidad de los múltiples sujetos. Por la complejidad que
esto supone, la autora reconoce que los derechos reproductivos todavía
tienen problemas como concepto, y algunas debilidades en su elaboración
(ver Gysling, 1994; Matamata, 1998; León 1999). En la búsqueda por
avanzar en su definición, recupera nuevamente a Giddens, según el cual
“los derechos no únicamente deben especificar los privilegios en la partici­
pación de la organización de las comunidades, sino también reflejar los
408 D ebates sobre m a s c u lin iü au es

deberes que los individuos tienen frente a frente, uno con el otro y con el
propio orden político” (Avila, 1999; 66).
Otro aspecto importante que distingue Ávila, hace referencia, por una
parte, a los componentes de los derechos reproductivos y, por otra, a las
condiciones vinculadas con dichos componentes. Es importante subrayar
esta diferencia, para evitar que el concepto como tal abarque todos los
eventos de la esfera reproductiva y de sus posibles conexiones, así como
para evitar fragmentaciones en las prácticas sociales vinculadas a la repro­
ducción y a la sexualidad.
El significado de los derechos, anclado en el concepto de ciudadanía
tiene un sentido sociológico en cuanto código, normas, beneficios y acción
política que ganan sentido en la relación con el Estado, pero, al mismo
tiempo, cuando se refiere o se fundamenta en el concepto de derechos
humanos gana una densidad filosófica que corresponde a una forma de ser
y estar en el mundo con seguridad y libertad; asimismo, adquiere un sen­
tido moral y ético. En opinión de Ávila (1999), el concepto medular de los
derechos reproductivos es el derecho individual a la elección, pero es
necesario, además, que las personas estén dotadas de los medios y las
garantías para llevarlas a la práctica. Por lo mismo, se requieren modifica­
ciones en las formas de organizar la existencia de las personas, lo cual
afecta las relaciones entre hombres y mujeres, cuestionando, especial­
mente, el orden impuesto por los mismos hombres, o bien por un sistema
patriarcal. Otra condición necesaria es la dimensión de la justicia social
como garantía de los derechos sociales por parte del Estado; esto cuestiona
los modelos del Estado y de desarrollo, y evita caer en una libertad como
mera selección entre varias opciones para pasar a la capacidad de autode­
terminación para pensar, querer, sentir y actuar (ver Dussel, 1973).
En este sentido, vale la pena destacar nuestra coincidencia con Ávila
(99), en términos de que los derechos reproductivos deben ser compren­
didos en una dinámica histórica del feminismo y no al margen de estos
planteamientos. Esta autora reconoce la importancia de los derechos
reproductivos en lo cotidiano, al garantizar las condiciones legales y mate­
riales para las mujeres y para los hombres en sus elecciones reproductivas,
para lo cual enfatiza que se requiere una reestructuración de las relaciones
sociales y de cambios simbólicos importantes en las mismas. En opinión
de esta autora, las personas deben tener responsabilidades iguales y divi­
dir entre sí las tareas reproductivas y productivas de una manera solidaria.
Para ello reconoce que se requieren nuevas referencias éticas y morales
para abordar los conflictos que permanentemente se producen a partir del
ejercicio ciudadano, tanto de varones como de mujeres. Por ello, señala
que, una vez asegurados los derechos reproductivos, la vida de las perso-
¿Y SI MAULAMOS Mt ü tK tU IÜ S HUMANOS LN LA KLI'KOUUCCIÓN? 409

ñas gana más calidad y, a la vez, inspira nuevas prácticas de ciudadanía y


propicia una mejor distribución de la riqueza material. Tratando de avan­
zar en esta vertiente, recuperamos el trabajo de teóricas feministas que han
estudiado el tema de los derechos reproductivos desde la ética y los acuer­
dos de derechos humanos.

L o s DERECHOS REPRODUCTIVOS DESDE ALGUNAS


LECTURAS ÉTICAS Y JURÍDICAS FEMINISTAS

Dentro de las diferentes propuestas de justificación ética de los dere­


chos reproductivos, destaca la integrada por Correa y Petchesky (1994),
ya que en lugar de recurrir a los principios éticos que tradicionalmente
se han utilizado en la filosofía occidental y en múltiples códigos y co­
mités de ética a nivel internacional, recurren a cuatro parámetros de eva­
luación moral con un importante sustento en la ética feminista. Además,
tratan de recuperar la especificidad de algunas demandas de los movi­
mientos de mujeres en la búsqueda de la autodeterminación sexual y
reproductiva, privilegiando la integridad corporal y el reconocimiento de
la diversidad.
Correa y Petchesky (1994) le dan especificidad a la vivencia de la
sexualidad y la reproducción a través de la propuesta de principios como
el respeto a la capacidad de ejercer, como persona, el respeto a la integri­
dad corporal, la búsqueda de la equidad y el reconocimiento de la diver­
sidad. Además de recuperar con ello alguno de los desarrollos teóricos y
analíticos de la teoría feminista, permiten otra reflexión sobre los compo­
nentes temáticos que le pueden dar contenido al ejercicio de los derechos
reproductivos en la experiencia de los varones.
Con el fin de asegurar que toda persona viva como tal, sería necesario
repensar los modelos de autoridad moral que sustentan los diferentes in­
tercambios sociales y, en particular, las relaciones de género; ello facilita­
ría construir un entorno para el intercambio equitativo, tanto en el ámbito
de lo sexual y lo reproductivo (como sugieren las autoras), como en las
múltiples dimensiones de ejercicio del poder al que aluden estas auto­
ras para definir la noción de derechos.
El principio de integridad corporal permitiría cuestionar, por una par­
te, cualquier intromisión y ejercicio violento de los varones con respecto a
los cuerpos de las mujeres; pero, por otra, los usos y abusos del cuerpo
masculino como objeto, como herramienta y como víctima de riesgos por
parte de los varones, cuando tratan de legitimar su identidad genérica.
Este mismo principio facilitaría la creación de las condiciones para que los
410 DrBATLS SOBRr MASCULINIDADC5

varones conocieran más de su cuerpo, así como del de sus posibles parejas
sexuales (varones o mujeres), además de la legitimación del cuidado del
cuerpo, no como una debilidad, sino como una responsabilidad básica de
la persona, en la medida en que dicho cuerpo no es algo que simplemente
se posee y que se puede usar, sino que es una parte integral de lo que se es
como persona, con múltiples posibilidades en el ámbito de lo sexual y lo
reproductivo.
En cuanto al principio de respeto a la diversidad, una de sus principales
posibilidades de aplicación en el ámbito de los derechos, es el reconoci­
miento de que no existe una única interpretación moral de la vivencia de
los procesos sexuales y reproductivos de las personas, y mucho menos que
esta interpretación se origina o se legitima en mayor medida por la posi­
ción jerárquica que se ocupa en la sociedad o por la pertenencia a algún
grupo determinado. Al contrario, es obligado negociarla con otras perso­
nas a quienes se les reconoce como tales, por ser autoridades morales en la
vivencia de la realidad, por tener capacidad de defender su integridad cor­
poral y, a final de cuentas (como lo propone De Keijzer [en prensa], porque
se negocia entre iguales, reconociendo a la otra persona desde el mismo
parámetro con el que uno se reconoce a sí mismo.
En esta vertiente de la ética feminista es muy interesante, también,
recuperar la justificación jurídica que Cook (1995) hace de los derechos
reproductivos, interpretados como derechos humanos a la autodetermina­
ción reproductiva. Si bien ella lo presenta explícitamente con una reflexión
jurídica y utilizando la expresión “derechos humanos", llega a importantes
coincidencias con lo señalado por Correa y Petchesky, cuando hablan de
derechos sexuales y reproductivos desde la ética feminista. Cook (1995)
también alude a derechos humanos básicos, como la dignidad, la integri­
dad personal, la tolerancia y, en particular, la libertad de las personas y el
acceso a las condiciones para desarrollarse humanamente.
Esta autora trata de darle especificidad a lo que a veces se identifica
como “el discurso abstracto de los derechos humanos”. Para ello distingue
las metodologías feministas con perspectiva de género, con el fin de re­
pensar las diferencias sexuales y de documentar lo que interpreta como “la
pregunta de las mujeres”. Así, hace evidente algunos abusos contra los
derechos humanos, que al ser documentados pueden darles mayor especi­
ficidad; no únicamente se trata de intromisiones o de violentar ciertos
espacios, sino de omisión, término muy interesante, que se refiere a la
inexistencia de condiciones para el ejercicio de los derechos humanos, o
bien a la negligencia respecto de las responsabilidades que le corresponden a
los diferentes actores sociales. En esta vertiente puede haber interesantes
analogías entre los significados de los derechos y de las responsabilida­
Y SI HABI A M O S DF nFREO FO S H U M A N O S FN I A REPRODUmÓN? 411

des de los varones, en tanto seres que se reproducen en sus intercambios


con las mujeres.
Con estos elementos, Cook (1995) hace una aplicación de los dere­
chos humanos a la autodeterminación reproductiva, distinguiendo, por una
parte, los derechos que se relacionan con la seguridad o integridad repro­
ductiva, y con la sexualidad y, por otra, los que tienen que ver con la salud
en la reproducción; reconoce otros dos espacios: uno, los derechos rela­
cionados con la igualdad reproductiva, y dos, los relacionados con la toma
de decisiones en la reproducción. A partir de estos cuatro componentes
específicos construye una propuesta sobre las responsabilidades y las obli­
gaciones para respetar los derechos humanos en este campo.
Los derechos a la seguridad (o a la integridad de la que hablan Correa
y Petchesky, 1994) los justifica Cook (1995) a partir del derecho a la vida
y a la sobrevivencia; del derecho a la libertad y a la seguridad como perso­
na; del derecho a la libertad (y a no estar expuesto a torturas o a tratamien­
tos que dañen a otra persona); del derecho a unirse y a formar familias, así
como del derecho a disfrutar de la privacidad y de la vida familiar.
En el caso de los derechos vinculados con la salud en la reproducción,
los justifica a través del derecho a obtener el nivel más alto de salud, a
beneficiarse de los progresos de los avances científicos, y a la educación. La
igualdad reproductiva la justifica a través del derecho a la no discrimina­
ción sexual, por motivos de estatus marital, la no discriminación racial,
la no discriminación por razones de edad y por orientación sexual. De
alguna manera, esto se vincula con la definición original de la Red Mun­
dial por la Defensa de los Derechos Reproductivos de las Mujeres, la cual,
además de explicar algunas de esas características sociales como razones
insuficientes para diferenciar el ejercicio de los derechos en la reproduc­
ción, hablaban de una no discriminación o diferenciación por razones del
sexo de la persona. Si bien ello le da entrada a los varones, como titulares
de derechos, los obliga, al mismo tiempo, al reconocimiento de los dere­
chos de las mujeres y a asumir obligaciones y responsabilidades respecto al
ejercicio de éstos.
En el caso del cuarto grupo de derechos, el de los relacionados con la
toma de decisiones reproductivas, éste incluye el derecho a recibir infor­
mación, el derecho a la libertad de pensamiento y de religión, el derecho a
la participación política y el derecho a la libertad de reunirse y asociarse
para establecer propuestas y prácticas de organización social en diferentes
ámbitos de lo cotidiano. Nuevamente, la mayor parte de los derechos (que
es una justificación para los componentes de los derechos humanos en el
ámbito de la autodeterminación reproductiva), se le ha reconocido a los
varones y a las mujeres y, por ende, se reconoce su potencial puesta en
412 D ebates sobre m a s o j iin id a d e s

práctica. Lo que sí se requiere es una aceptación de los derechos de las


otras personas con las que se interactúa, con el propósito de negociar
conflictos, pero no desde posiciones de desigualdad, ya que más que nego­
ciación, se trataría de una transacción desde la inequidad y desde la des­
igualdad (de Keijzer, 2001).
Cuando se combinan las lecturas de Correa y Petchesky con la de
Cook, uno de los resultados obtenidos es el cuestionamiento del menos­
precio a la naturaleza como origen de la subordinación de las mujeres;
otro, es la exaltación de la razón o de la racionalidad como supuesto motivo
de la posición de privilegio de los varones. Sin embargo, como lo reproduc­
tivo está muy vinculado a lo corporal y a lo natural, se necesitaría una
revisión profunda del papel de los procesos reproductivos dentro de la
identidad masculina, con el fin de desesencializar estos atributos asigna­
dos de manera diferencial a varones y mujeres. Así, podrían abrirse otras
posibilidades al contenido de los derechos reproductivos, no únicamente
del hombre, como un nuevo titular de este proceso discursivo y de esta
garantía universalmente reconocida, sino de la mujer (quien lo ha asumi­
do en muchos contextos), como una reivindicación de una larga historia
de desigualdades, discriminaciones y responsabilidades diferencialmente
asumidas por las personas de uno y otro sexo.

L o s DERECHOS REPRODUCTIVOS EN LA EXPERIENCIA


DE LOS VARONES DENTRO DE U N CONTEXTO H ISTÓ RICO

En este contexto es pertinente retomar los resultados de un proyecto de


investigación a nivel internacional, en el que se buscaba identificar de qué
forma las mujeres construyen y se apoderan de la noción de derechos re­
productivos (Petchesky y Judd, 1998). A través de la utilización de las
categorías de resistencia, adaptación, acomodación y trasgresión, se en­
contró que muchas mujeres desarrollan dicha noción a través de la viven­
cia de situaciones injustas, tristes, desagradables o violentas en el ámbito
de la reproducción; pero también a partir de la socialización de dichas
experiencias, de la identificación con otras personas que también las han
vivido y —de alguna manera— de la experiencia de sentirse acompañadas,
formando parte de algún grupo en donde pueden hablar, dialogar y donde
encuentran maneras de contrarrestar las situaciones negativas (ver Ortiz
Ortega, 1999).
Por su riqueza analítica, retomamos algunos conceptos y categorías
reelaboradas a partir del mismo trabajo de campo con las mujeres, en un
contexto específico, como el del Distrito Federal. Rivas y Amuchástegui
Y SI HABI AMOS o r n rR F n io s humanos fn ia r fpro du cció n ? 413

(1999) consideran cinco procesos que intervienen en la construcción de


la noción de derecho: la apropiación de derechos en diferentes ámbitos
de lo cotidiano; la manera en que las personas toman decisiones a lo
largo de su vida; las formas de resistencia y adaptación en relación con su
salud, reproducción y bienestar; las condiciones sociales que afectan
sus derechos reproductivos; y las circunstancias en que expresan un senti­
do de autoridad para tomar decisiones acerca de su reproducción y su
sexualidad.
Destacan estos puntos de análisis para documentar la forma en que
las mujeres “han construido una voz que las personalice y represente” (op.
cit., p. 2). Además de las categorías analíticas originalmente propuestas en
su investigación (autonomía, apropiación, resistencia, adecuación y toma
de decisiones respecto a diferentes temáticas del comportamiento repro­
ductivo: sexualidad, anticoncepción e interrupción del embarazo, embara­
zo y parto, y crianza), las autoras reconocen como supuestos varios niveles
de expresión de los derechos de las mujeres, a la vez que etapas o momen­
tos en el ejercicio de los mismos, identificados a partir de los resultados de
su trabajo de campo.
En el primer grupo incluyen las legislaciones locales en la medida
en que son conocidas y reconocidas por las mujeres; las costumbres y
valores de los sujetos en su comportamiento cotidiano; las prácticas
cotidianas en relación con los derechos y, finalmente, lo que las muje­
res consideran sus derechos. En el segundo grupo reconstruyen la expe­
riencia de las mujeres a partir de la emergencia de una necesidad; la
autorización personal de dicha necesidad; la decisión frente a la necesi­
dad; las estrategias de solución o satisfacción de sus necesidades; la eleva­
ción de la necesidad a estatus de derecho (vía el discurso racional); la
identificación de normas que le atañen y la identificación de facilidades y
obstáculos para ejercer los derechos.
Los resultados de esta investigación muestran la importancia de la
participación de las mujeres en diferentes grupos, en tanto redes de apoyo
y de solidaridad. A ello se añade la percepción de que, si bien la reproduc­
ción somete a las mujeres a sufrimientos y riesgos para su salud, también
parece devolverles, cuando menos en algunos casos, la titularidad de su
cuerpo. Incluso, señalan las autoras, en ocasiones los hijos intervienen
como legitimadores de los derechos y de la autoridad materna; es decir,
obtienen finalmente un estatus de sujeto, lo que les permite “reclamar la
satisfacción de sus necesidades largamente silenciadas” (op. cit., p. 17).
Para las autoras del estudio, los ejes fundamentales del proceso de
constituirse en sujetos incluye la apropiación del cuerpo como territorio
de soberanía individual (ver Reyes, 1999) y la construcción de la voz como
414 DfBATCS S0I5RC MASCULINinADCS

expresión de tal autogestión, si bien esto es casi imposible sin condiciones


políticas, culturales y sociales que lo legitimen. Por ello, no es de extrañar
que más que una lectura afirmativa de los derechos por parte de las
mujeres, se observa una formulación defensiva de los mismos, además de
que la construcción del derecho tiene un carácter colectivo y no a título
individual.
Lo anterior tiene implicaciones, similitudes y analogías con el caso de
los varones. Una línea de interpretación de los derechos reproductivos
de los varones sería identificar los diferentes momentos en el proceso de
la reproducción (por ejemplo, el entorno de la sexualidad, el embarazo y el
parto, así como el proceso de la socialización y crianza de los hijos) y a
partir de ellos revisar la experiencia de los varones y las mujeres, las situa­
ciones equitativas (pensando en ambos como seres que se reproducen en
interacción) y reconstruir los procesos de intercambio social como con­
flictos que deben resolverse, en lugar de partir de principios generales que
deben ser asumidos teóricamente, como el derecho a decidir, el derecho a
la libertad y el derecho a la integridad, los cuales a veces dificultan una
instrumentación directa del ejercicio de los derechos, pero que sí sirven
como parámetro de referencia de lo que quiere evitarse.
La idea es documentar diferentes formas en las que los varones cons­
truyen su identidad de género, en función de las influencias sociales, pero
también de sus decisiones personales.

Alg u no s in t e n t o s d e d e f in ic ió n d e l o s d e r e c h o s

REPRODUCTIVOS DE LOS VARONES

Los acercamientos a la discusión sobre derechos reproductivos de los va­


rones han sido muy heterogéneos: desde aquellos que niegan que los
derechos reproductivos sean una característica o posible prerrogativa de
los varones (Azeredo y Stoiche, 1991), hasta quienes proponen que los
hombres tienen tantos derechos como las mujeres, pasando por los que
consideran que el principal derecho de los hombres es cuestionar los
estereotipos masculinos que dificultan un intercambio equitativo con las
mujeres (Shepard, 1996), e incluso enfatizan el derecho a la ternura (Res­
trepo, 1994), entre otras modalidades.
El Programa Latinoamericano de Derechos Reproductivos, con sede
en Brasil, definió en 1991 los derechos reproductivos como los derechos
de las mujeres a disfrutar de su capacidad reproductiva y de su ejercicio
sexual, y a exigirles a los hombres que asuman sus responsabilidades en
dichos ámbitos (Azeredo y Stoiche, 1991). En esta lectura, los derechos
Y SI HABIAMOS DF DERECHOS HUMANOS EN I A REPRODIimÓN? 415

reproductivos posibilitan el empoderamiento de las mujeres en la vivencia


de su sexualidad y de su reproducción, al demandar directamente una
posición más responsable por parte de los varones en estos ámbitos; no
obstante, existe una gran indefinición respecto a si ellos pueden ser titula­
res de un derecho como éste.
En el caso de la interpretación propuesta por Shepard (1996), se asu­
me que los varones también son objeto de múltiples condicionamientos
sociales que los llevan a reproducir ciertos atributos asociados al estereoti­
po masculino y, por ello, se les dificulta establecer intercambios más equi­
tativos, no únicamente con las mujeres, sino con otros varones. Desde
esta postura, lo que propone Shepard es hacer evidentes los estereotipos y
formular derechos en términos de la capacidad de cuestionar dichos atri­
butos. Por ejemplo, el derecho a controlar los impulsos de la sexualidad, el
derecho a confiar en el amor de su pareja, el no considerar su honor o su
masculinidad mancillados si su pareja tuvo relaciones con otros varones;
el derecho a expresar sus emociones, a no alcoholizarse si no se desea, a
demostrar ansiedad o incomodidad durante una relación sexual, a no sen­
tirse presionados y no presionar a otras personas (varones y mujeres) en
sus experiencias sexuales, a sentir y expresar afecto a otros hombres, etc.
Según esta autora, si los hombres son capaces de cuestionar los atributos
asociados a la práctica de su sexualidad, seguramente la vivencia de su
reproducción y de la misma sexualidad será más equitativa. Sin embargo,
Galdós (1996) opina que más que un derecho, lo propuesto por Shepard
es una obligación de los varones; es decir, precisamente por su capacidad de
ejercer como persona pueden no aferrarse a dichos atributos; su postura
no coincide con la de Shepard.
Benno de Keijzer (1999) propone que, antes de elaborar documentos
que incluyan los derechos sexuales y reproductivos de los varones, es
necesario mencionar sus obligaciones y, además, cuestionar los modelos
de masculinidad, en particular por las prácticas de riesgo que se asocian al
estereotipo varonil, ya que no sólo generan consecuencias negativas para
su salud, sino para las personas con quienes conviven. Esto les dificulta
asumir corresponsabilidades en la vida sexual y reproductiva que compar­
ten con otros actores sociales.
Desde esta posición, que apoya el cuestionamiento de las identidades,
lo que Keijzer propone como un primer derecho de los varones es el acce­
so a una educación sexual no sexista. Tomando esta idea como punto de
partida, y como condición para sus siguientes propuestas, sugiere que esa
educación debe estimular una reflexión sobre las dimensiones de género y
un conocimiento sobre el cuerpo. Esto les aseguraría el acceso al cuidado
del cuerpo, no únicamente como una responsabilidad, sino como un dere-
416 D fbatfs sorrf MAsaiUNinADFS

cho que les permita vincularse de otra manera con el espacio de la repro­
ducción. Asimismo, estimularía su capacidad de reflexión para cuestionar
la violencia sexual, para rehusarse a probar su hombría (como criterio de
justificación de su masculinidad) y para rechazar la homofobia como acti­
tud ante las relaciones entre personas homosexuales.
En un grupo de trabajo sobre varones y salud reproductiva, dentro del
marco del IV Congreso de Ciencias Sociales y Medicina, celebrado en
Brasil en 1995, se propuso otro tipo de referentes analíticos para construir
la noción de derechos reproductivos de los varones: el acceso a un apren­
dizaje social que les permitiera identificar sus necesidades en términos de
salud, sexualidad y reproducción; así como conocer, descubrir y cuidar de su
propio cuerpo, no como un instrumento que se usa, sino como parte de
la propia persona. Otro referente analítico sería el desarrollo de nuevos
lenguajes que legitimen las experiencias reproductivas de los varones. Para
ello es necesario legitimar socialmente la referencia a los varones como seres
que se reproducen, y no únicamente como acompañantes de las histo­
rias reproductivas de sus parejas (Figueroa, 1996c).
En un texto preparado por Díaz y Gómez (1998) se propone identifi­
car y visualizar las necesidades específicas de los varones en el ámbito
sexual y reproductivo y, posteriormente, a partir de la inferencia de los
principios éticos de los derechos sexuales y reproductivos, plantear los de­
rechos y responsabilidades de los varones en estos ámbitos. Es interesante
señalar que, a pesar de haber planteado el propósito, una de las conclusio­
nes a las que se llega es que construir los derechos sexuales y reproducti­
vos de los varones es jurídicamente imposible; por ende, se requiere de
desarrollos legislativos consecuentes con las luchas sociales de las mujeres
en torno al logro de las condiciones de equidad entre los sexos y, ade­
más, coherentes con las necesidades del desarrollo armónico entre los
seres humanos.
Según los autores, la teoría general de los derechos humanos trata de
equilibrar las formas jerárquicas de asociación humana. En sus orígenes,
buscó proteger al individuo frente al poder del Estado y controlar tal po­
der. Además, los derechos humanos se fundamentan en la concepción de
la persona como un ser digno, y a ello podríamos añadir que la dignidad
puede ser interpretada como reconocimiento de su carácter de sujeto mo­
ral. Posteriormente, se ha añadido la perspectiva de género para poner
al descubierto algunas de las causas estructurales de las injusticias.
Según Díaz y Gómez (1998), los derechos reproductivos abarcan cier­
tos derechos humanos ya reconocidos en documentos nacionales e inter­
nacionales, entre ellos el derecho básico de todas las parejas e individuos
a decidir libre y responsablemente el número y espaciamiento de los hijos,
¿Y SI I lABLAMOS DE DEREO IOS I lUMANOS EN EA REPRODUCCIÓN? 417

así como a disponer de la información, la educación y los medios para


ello. Además, abarcan el derecho a alcanzar el nivel más elevado de salud
sexual y reproductiva, y el derecho a decidir sobre la reproducción sin
sufrir discriminación, coerción ni violencia.
Por otra parte, los derechos sexuales incluyen el derecho humano a
controlar la sexualidad y la salud sexual y reproductiva, así como a de­
cidir libre y responsablemente respecto de estas cuestiones, sin estar suje­
to a coerción, discriminación o violencia (retomado de la plataforma de la
Conferencia de Beijing, 1995). El concepto de dignidad humana es el que
sirve de base para ambos tipos de derechos, y si bien incluye tanto a hom­
bres como a mujeres, en la práctica dichos derechos han sido pensados y
construidos teniendo como destinatarias a las mujeres; por ello los autores
se preguntan: ¿cuál es el sentido de enfocar la atención a los varones en un
proceso inacabado de empoderamiento jurídico de las mujeres?, ¿es nece­
sario construir nuevos derechos sexuales y reproductivos partiendo de las
necesidades de los varones?
Los autores recuperan la experiencia colombiana y comentan que al
reconocer a las mujeres como sector vulnerable de la sociedad, se les iden­
tifica como acreedoras de algunas prerrogativas jurídicas en aras de la con­
secución de una igualdad real (p. 30). Si bien reconocen la necesidad de
imaginar a los varones como actores con sexualidad, salud y capacidad
de regular su reproducción, así como con requerimientos individuales y en
su interacción con las mujeres (recuperando a Figueroa 1998a), enfatizan
que “el piso jurídico para la identificación de derechos (y no la construc­
ción de los mismos) no puede ser otro diferente ni puede cambiar el rumbo
del marco jurídico que han forjado las mujeres durante un largo proce­
so de reivindicación social” (p. 32). Nos preguntamos si será tan obvio
llegar a esta conclusión.
Después del análisis empírico de algunas de las necesidades de los
varones en el espacio de la sexualidad y la reproducción, los autores con­
cluyen que si bien dichas necesidades no son las mismas que las de las
mujeres, es posible identificar derechos sexuales y reproductivos para
los varones en el mismo marco jurídico y discursivo existente en la actua­
lidad para las mujeres. Incluso, reconocen que no es posible jurídicamen­
te definir nuevos derechos, y además, que no resultan necesarios.
Los autores reconocen que la construcción de los derechos humanos
tuvo un supuesto de neutralidad respecto de la distinción por sexo, a pesar
de suponer que somos diferentes por algunas características, pero que, en
esencia, somos igualmente dignos. Al mismo tiempo, comentan que se
reconoce la existencia de grupos con mayores niveles de vulnerabilidad
que, por tanto, requieren protección especial para evitar la violación de
418 D cbatcs sobrc m a s c u l in id a d : s

sus derechos. Además, argumentan que solamente cuando se supere la dis­


criminación podrá darse un tratamiento jurídico neutral. Es interesante lo
que destacan: los varones no viven ningún tipo de vulnerabilidad en el
ámbito de la sexualidad y la reproducción. Si bien reconocen que es nece­
sario definir nuevas identidades masculinas, son de la idea de que dotar a
los varones de nuevos derechos en estos ámbitos sería regresar a la neutra­
lidad jurídica original, con lo que se generarían graves contradicciones.
Los autores revisan las necesidades de los varones en el campo de la
sexualidad y la reproducción, y las comparan con los principios éticos y
jurídicos que identifican como vigentes; desde ahí tratan de mostrar que sí
es posible dar respuesta a dichas necesidades a partir de estos referentes
simbólicos. En principio reconocen la necesidad de una nueva participa­
ción de los varones en la vida familiar y doméstica, en segundo lugar, la
necesidad de darle un nuevo contenido a la libertad sexual del varón, pun­
to crucial de sus planteamientos. La tercera necesidad es la de visualizar al
varón en las decisiones reproductivas; la cuarta, que participe activamente
en la crianza de las hijas e hijos; la quinta, aprender nuevas formas de
relacionarse con los demás y de manifestar sus sentimientos y emociones
y la sexta es la necesidad de prepararse para el cuidado de su salud y de la
de los demás.
Si bien presentan interesantes coincidencias con lo propuesto en otros
textos (Figueroa 1996c y Figueroa 1998a), el hecho de la neutralidad si­
gue apareciendo como un componente que tensa los discursos del femi­
nismo respecto de la forma en que los varones pueden (o deben, según
muchas lecturas feministas) vivir su sexualidad y su reproducción.
En un texto que pretende analizar las propuestas de los varones llamados
profeministas (Flood, 1997), se afirma que quienes defienden los derechos
masculinos o los derechos de los padres están más cercanos a los
antifeministas o a los no feministas, en lugar de reinterpretar el significado
de los derechos como una búsqueda de equidad en los intercambios sociales.
Esto en la medida en que los diferentes actores demandan lo que les es propio
en su carácter de seres humanos, pero asumiendo compromisos respecto a
lo que les corresponde por la convivencia con otros seres humanos.

A lgunos r e f e r e n t e s a n a l ít ic o s pa r a r e p e n s a r

LO S D E R E C H O S R EPR O D U C TIV O S

La revisión de la evolución del término “derechos reproductivos” y del pro­


ceso a través del cual se ha ido legitimando, nos permite asegurar que
existe una madurez en el análisis de la reproducción como fuente de la
¿Y SI HABLAMOS ÜE DEKLtHUS HUMANOS EN LA KEPKOOUCÜON? 419

construcción social de desigualdades y como punto de partida para el


ejercicio de dichos derechos. Esto es más claro para el caso de las mujeres
y más limitado para el de los varones, si bien la misma madurez de la
conceptualización que se observa en la perspectiva de género ofrece dife­
rentes vertientes analíticas para la construcción de categorías e indicadores
que nos permitan interpretar la reproducción como un yroceso relacional,
sin que ello signifique diluir la especificidad de las experiencias vividas
por varones y mujeres.
En este momento, hay un reconocimiento incipiente de los reduccio-
nismos disciflinarios que han alimentado las interpretaciones científicas y
no científicas de los procesos reproductivos, destacando una cada vez
mayor aceptación de las siguientes dimensiones: la necesidad de investigar
la reproducción más allá de la fecundidad; la necesidad de documentar los
procesos reproductivos en un marco de procesos sexuales; la necesidad
de reconstruir los componentes de los comportamientos reproductivos en
un marco de relaciones de poder y de encuentros de identidades genéri­
cas, así como el cuestionamiento de todo tipo de intervención unilateral
en la reproducción que discrimine, ignore o minimice a algunos de los
actores de la misma.
Benno de Keijzer (1999) insiste en la educación sexual no sexista,^
mientras que Shepard (1996) enfatiza el cuestionamiento de la identidad
masculina en el ejercicio de la sexualidad. Sin embargo, otros autores y
autoras extienden el cuestionamiento a los diferentes ámbitos del queha­
cer humano, incluyendo la salud, la sexualidad y la reproducción (Galdós,
1996; Figueroa, 1998b, 1999; Gysling, 1994; León, 1999; Matamala, 1998;
Ortiz Ortega, 1999).
Como ejemplo, regresamos al texto de Díaz y Gómez (1998), ya que
sus autores centran la discusión en la necesidad de replantear la vida
familiar, cuestionando la autoridad y la poca presencia de los varones en
la vida doméstica, en lugar de cuestionar explícitamente el sentido de la
identidad de varones y mujeres precisamente desde la perspectiva de gé­
nero a la que aluden. Con ello se evitarían exclusiones, especializaciones y
jerarquías artificiales.

■^En la misma vertiente, Connell (1996) habla de la necesidad de programas educativos


dirigidos a los hombres que permitan y que les permitan abordar con mejores recursos las
diferentes problemáticas y dimensiones de género, mientras que Reyes (1999) hace pro­
puestas de metodología educativa desde la perspectiva de género, y enfatiza por ejemplo
la conciencia corporal como una posibilidad de escuchar y reconocer el propio cuerpo, en
tanto punto de partida para el ejercicio de la salud y los derechos en el ámbito de la
sexualidad y la reproducción.
420 D ebates sobre m a s c u lin id a d e s

Díaz y Gómez (1998) hablan de la modificación de la sexualidad mas­


culina, buscando quitarle su agresividad y tratando de asegurar una viven­
cia feliz, lo cual puede tener importantes coincidencias con el replantea­
miento de la identidad de género de esta población. En la misma vertiente
está su tercera propuesta: repensar el sentido de la libertad y la responsa­
bilidad reproductiva, al margen de una reflexión un poco vaga, por no alu­
dir a aspectos específicos de los derechos reproductivos, como las decisiones
sobre los momentos de la reproducción y los posibles conflictos causados por
las distintas experiencias físicas vividas por varones y mujeres.
La crianza la discuten en términos de la búsqueda de relaciones más
receptivas, empáticas y placenteras, si bien habría que plantear el proble­
ma del contexto de las facilidades sociales para que dichas relaciones pue­
dan llevarse a la práctica. Por otra parte, se presenta el cuestionamiento
necesario de las identidades de varones y mujeres para su legitimación y
no únicamente la de los varones, como a veces parece reflejar todo el do­
cumento. La referencia a que los varones puedan manifestar sus senti­
mientos de miedo, dolor, inseguridad y tristeza alude nuevamente a un
cuestionamiento de las identidades genéricas, y en la misma vertiente está
el cuidado de la salud, en especial cuando se quiere cuestionar y criticar el
proceso de autodestrucción al que están expuestos o se exponen muchos
varones para legitimarse como tales.
De alguna manera, su planteamiento alude a la necesidad de cuestio­
nar los componentes de las identidades genéricas, que a través de la viven­
cia de la salud, la sexualidad y la reproducción impiden una vivencia más
disfrutable, tanto en los varones como en las mujeres. Al mismo tiempo,
enfatiza que las condiciones de vulnerabilidad identificadas con la pobla­
ción femenina, las hacen destinatarias, en primera instancia, de apoyos
jurídicos especiales para asegurar ciertos componentes de reivindicación y
reducción de las opresiones y de las discriminaciones. Sin embargo, da la
impresión de que hay una gran confusión entre las nociones de derechos y
las de privilegios, así como en el sentido social del ejercicio de los dere­
chos individuales y lo que ello implica para la construcción de obligacio­
nes y responsabilidades en los intercambios sexuales y reproductivos coti­
dianos. En ese sentido, parece adecuado desglosar los componentes de los
derechos humanos específicamente vinculados con la salud, la sexualidad
y la reproducción, y reconstruir las presencias e intercambios de varones y
mujeres (ver el trabajo de Cook, 1995, y Figueroa, 1999).
En el marco del Coloquio Latinoamericano sobre Varones, Sexuali­
dad y Reproducción, celebrado en Zacatecas en 1995, se propuso una
reflexión: si se ubica a los varones como seres que se reproducen y se trata
de desarrollar categorías que recuperen el carácter relacional de la repro­
íY si h a b l a m o s de derechos h u m a n o s en la r ep r o d u c c ió n ? 421

ducción, seguramente tendría más sentido pensar que los actores que par­
ticipan en ella pueden tener diferentes expectativas y necesidades, por lo
que a partir de ello pueden negociarse los encuentros sexuales y reproduc­
tivos y, por ende, resolver democráticamente los desfases y las situaciones
conflictivas que se viven en la reproducción. Por lo mismo, hemos sugeri­
do que los derechos deben construirse y definirse para hombres y mujeres,
pero incorporando la especificidad de sus experiencias y de sus intercam­
bios (Figueroa, 1998b).
Un componente importante de esta propuesta lo constituye la identi­
ficación de situaciones críticas en diferentes momentos del proceso repro­
ductivo, la identificación de los actores involucrados en las mismas, la
sistematización de las normas institucionales y sociales que legitiman
la resolución (a veces inequitativa) de dichos dilemas y, a partir de esto, la
identificación de la forma en que actores sociales específicos pueden par­
ticipar en la transformación de las condiciones que dificultan el ejercicio
de los derechos reproductivos, como parte de un proceso más amplio (Fi­
gueroa, 1998b).
Esta lectura está alimentada por los resultados de un proyecto de in­
vestigación a nivel internacional en el que se buscaba identificar de qué
forma las mujeres construyen y se apoderan de la noción de derechos re­
productivos (Petchesky y Judd, 1998). A través de la utilización de las
categorías de resistencia, adaptación, acomodación y trasgresión, se en­
contró que muchas mujeres desarrollan dicha noción, inicialmente, a par­
tir de la experiencia de situaciones injustas, tristes, desagradables o vio­
lentas en el ámbito de la reproducción y, posteriormente, a través de la
socialización de dichas experiencias, de la identificación con otras perso­
nas que también las han vivido y (de alguna manera) de la percepción de
sentirse acompañadas a través de la pertenencia a algiín grupo en don­
de se puede hablar, puede dialogar y donde se puedan identificar estrate­
gias para contrarrestar las situaciones negativas en cuestión (ver Ortiz
Ortega, 1999).
Una vertiente de interpretación de derechos reproductivos de los va­
rones sería identificar las situaciones que les desagradan e incomodan, o
bien que les parecen injustas, violentas o tristes en el espacio de los proce­
sos reproductivos y de qué manera ellos pueden contrarrestarlas. Existe
un trabajo sobre “La soledad en la paternidad”, en el que, más que victimizar
a algunos varones, se trata de explorar las dimensiones de la paternidad
que a veces no son vividas dentro del modelo hegemónico de ésta, preci­
samente por el intento de cumplir con los estereotipos masculinos en el
ámbito de lo laboral, de lo sexual y de la competencia con otros varones
(Figueroa, 1998c). Con esta base, identificamos los aspectos favorables de
422 D ebates sobre m asc h i inioaofs

la vivencia de dichos procesos en la experiencia de los varones. La siste­


matización de las dimensiones anteriormente mencionadas facilita que
los varones las identifiquen como carencias en su ejercicio de la paterni­
dad y, a la larga, las demanden como derechos, o bien, que se sientan más
obligados a considerarlas como parte de sus proyectos vitales.
Es necesario un nuevo contenido analítico para la categoría de análi­
sis de derechos en el ámbito de la sexualidad y la reproducción, pero re­
pensando y desencializando los estereotipos que se han construido alrede­
dor de los varones y de las mujeres. Una posibilidad específica que se
identifica en este momento es distinguir derechos, necesidades y privile­
gios en el espacio de la reproducción, y el tipo de conciencia, percepción e
introyección que de estos aspectos presentan los varones y las mujeres.
Así, podremos reconstruir su interpretación de las diferencias e identificar
la medida en que son vividas como desigualdades que deben desaparecer,
como privilegios que han de defenderse, como injusticias que difícilmente
pueden modificarse por sus condicionamientos históricos, o bien, como
elementos que pueden ser decodificados y desconstruidos poco a poco
como parte de un proceso global de transformación del que se puede ser
parte, individualmente o en grupo.

Alg unas p r o p u e s t a s a n a l ít ic a s

La propuesta que hemos construido en varios textos (Figueroa, 1998b;


Figueroa y Rojas, 1998) para pensar este tema, es reinterpretar la repro­
ducción en términos relaciónales y no únicamente como un proceso de
especialización de las mujeres y de participación secundaria de los varones
(Figueroa, 1998a). Al revisar y reflexionar sobre dicha propuesta para los
fines de este artículo, matizamos ciertos aspectos para futuras reflexiones.
Primera: para que tenga sentido hablar de derechos reproductivos con
referencia a cualquier tipo de población, hay que reconocer la historia del
término y que surja precisamente de las demandas feministas. En esta
lectura aparecen dos ejes analíticos básicos: por una parte, la conciencia del
cuerpo y, por otra, el ejercicio de la ciudadanía. En el encuentro con la
historia del feminismo, no se puede hablar de derechos reproductivos
de los varones al margen de lo que implica el ejercicio ciudadano y la
conciencia corporal. En ese sentido, es muy importante documentar cómo
los varones en diferentes contextos sociales viven la relación con su propio
cuerpo y con los cuerpos con los que se relacionan, no únicamente de
mujeres, sino también de otros varones. Múltiples investigaciones han
documentado el descuido o negligencia suicida que muchos varones vi­
¿Y SI HABIAMOS DF DFRFCMOS HUMANOS EN lA RFPRODUmÓN? 423

ven con su cuerpo, actitudes que influyen en el significado que la frase


“derechos reproductivos” pueda tener para esa población.
Segunda: sugerimos trabajar sobre el cuestionamiento de la neutrali­
dad del discurso de derechos humanos, pues éstos suponen que todos
somos iguales. Hay que preguntarse por qué este supuesto se toma como
punto de partida y no como punto de llegada al avanzar en un contexto de
equidad.Es decir, se asume que somos iguales y, por lo tanto, si existe un
reconocimiento formal de nuestros derechos, podemos ejercerlos como
tales, con lo cual se niega la historia de las exclusiones y de las desigualda­
des que dificultan su ejercicio.
Tercera: sugerimos explorar los lenguajes sexistas para hablar de la
reproducción y renovar términos para describir los derechos en la repro­
ducción. Esto incluye evaluar si no sería más útil hablar de derechos hu­
manos en la reproducción, en lugar de derechos reproductivos para los
varones y para las mujeres. Es obvia la importancia que tiene el concepto
“derechos reproductivos” en la historia del feminismo, y son muy claras las
contradicciones que les genera a muchas feministas usarlo para los varo­
nes, por lo que hablar de “derechos humanos en la reproducción” posibili­
ta, por una parte, no restringirlos a la fecundidad y, por otra, hacer referen­
cia a múltiples dimensiones que también viven los varones. Para ello, es
indispensable revisar los lenguajes sexistas, porque es inimaginable otor­
gar derechos reproductivos a una persona que por “interpretación científi­
ca” no se reproduce.
Cuarta: es necesario desglosar los derechos humanos que tienen que
ver con la reproducción, porque no es únicamente elección, sino que in­
cluye seguridad reproductiva, equidad e integridad corporal, entre otras
dimensiones. Si restringimos la discusión de los derechos reproductivos al
derecho a decidir sobre la fecundidad, vamos a limitar la búsqueda de la
equidad y de la presencia más significativa y equitativa de la población
masculina.
Quinta: sugerimos dilucidar la frase “algunos de los malestares de
los varones” en el ámbito de la reproducción, ya que podría constituir un
punto de partida para el ejercicio de los derechos humanos en el espacio
de la reproducción. Con ello enfatizamos la necesidad de investigar la
reproducción más allá de la fecundidad, de documentar la primera en un
marco de procesos sexuales, y de reconstruir la reproducción y sus múlti-

^Ver Ávila (1999) para una reflexión sobre la relación entre feminismo y ciudadanía, y
Díaz y Gómez (1998) para el caso específico de los derechos reproductivos de los
424 D ebatfs sobre m a s g im n id a d e s

pies dimensiones en un marco de relaciones de poder y de intercambios,


de validaciones y cuestionamiento de las identidades genéricas. A partir de
esto será posible cuestionar cualquier tipo de interpretación e interven­
ción unilateral que discrimine, ignore o minimice la presencia de alguno
de los actores de la reproducción, incluyendo a varones y a mujeres.

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EL GENERO DE LA POLÍTICA POPULAR
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Matthew C. Gutmann

El estudio de los varones-corwo-varones de la política no ha emergido por


una demanda de ellos mismos; al contrario, el estudio del varón y de las
masculinidades ha surgido dentro del movimiento feminista y de los movi­
mientos léshico-gays en América Latina, y de su demanda por transformar
las desigualdades genéricas en todos sus aspectos culturales, sociales, eco­
nómicos y políticos. El presente ensayo es una contribución al análisis de
género en cuanto a los sujetos “perdidos” en el campo de los estudios de géne­
ro; representa un intento de ver a los varones como sujetos y no solamente
como objetos; como actores con voluntad y conciencia y no solamente como
brutos instintivos. Si el objetivo es entender las desigualdades genéricas
para cambiarlas, se requiere un marco conceptual inclusivo y procesal, así
como un análisis de las relaciones de género y de sus enfrentamientos.
En mayo de 1994, regresaba yo a la colonia Santo Domingo en el sur
de la capital mexicana y muy pronto me encontré en un debate ruidoso en
la calle. Para los habitantes de la colonia no es nada raro encontrar calles
ruidosas, donde, desde septiembre de 1971, hace más de treinta años, han
llegado paracaidistas a invadir los terrenos de roca volcánica en el sur del
D.F. Desde entonces, los debates públicos en el barrio son muy frecuen­
tes. Sin embargo, esta vez había algo más animando a los participantes en
el debate: en vez de discutir a gritos sobre la construcción y la seguridad
de la colonia, la gente hablaba sobre la angustia que le producía el futuro
político de México, en general y, en particular, el papel de las elecciones
en dicho futuro. Parecía que la gente pensaba que sus actividades y opi­
niones tenían peso en la política nacional.
Este tipo de enfrentamientos sobre las políticas oficiales y el entusias­
mo originado por la política electoral, aunque sea un entusiasmo cuidado­
so, no es común en las colonias populares de la ciudad de México.'

' De manera sorprendente, las elecciones han sido poco estudiados en la antropología.
Lintre las excepciones notables, véanse Abélés 1988, 1997, Martínez-Alier y Boito Ju­
nior 1 9 7 7 ; Sloicke 1 9 8 8 .

|429|
430 DlBAIhS SüliKL MASLULINIUAÜLS

Yo había estado fuera de la ciudad por algunos meses, y Gabriel, Mar­


cos, Felipe y Toño me estuvieron explicando esa situación y el significado
de su debate. Mientras compartíamos varias caguamas de Corona, Toño
expresaba su apoyo ciego al PRl: “son los únicos con la infraestructura para
mantener al país. Si ganara otro partido, habría un desmadre, todo se dete­
rioraría muy pronto”, insistía. Marcos, militante del STUNAM y partidario
del PRD, trató de convencer a Toño de que él también tenía problemas con
Cuauhtémoc Cárdenas y, por eso, declaró Marcos, se consideraba “perre-
dista sin Cárdenas”. Después, tanto Toño como Marcos empezaron a bur­
larse de Gabriel (un mecánico famoso en la calle Huehuetzin de la colonia
Santo Domingo), por sus infames políticas abstencionistas. Con frecuen­
cia, Gabi comentaba con sus clientes y con los que pasaban por su taller,
que no valía la pena entusiasmarse por las elecciones. Por un tiempo, des­
pués del I de enero de 1994, Gabriel pegó calcomanías del EZLN en las
ventanas de los vochos y de las combis que reparaba, mientras trataba de
educar al “público” callejero, hablándole de los beneficios del cambio po­
lítico fuera de los partidos oficiales.
Como el ecologista solitario del grupo, Felipe se limitaba a recordar
a los demás, de vez en cuando, que los representantes de su partido eran
los únicos políticos que la gente de Santo Domingo conocía personal­
mente.
En medio de la seriedad del debate y de los desacuerdos, se percibía
el ánimo de estos hombres —^partidarios del PRI, PRD, EZLN o de los ecolo­
gistas—, quienes atrajeron a la discusión asuntos importantes. Sus opi­
niones opuestas podrían tener implicaciones para el futuro político de
millones de mexicanos.
Sería demasiado simple hablar de una orientación masculina hacia
la política formal y de una femenina hacia la política informal-popular.
En el presente trabajo pretendo explorar las diferencias genéricas de va­
rones y mujeres como varones y mujeres, o sea en su carácter genérico,
para entender mejor el papel que juega el género en la política popular
en el México de hoy en día. Además, intento realizar un análisis de los
estudios de género, de los poderes y desigualdades genéricos, para tra­
tar de entender el problema contemporáneo del voto y su influencia en
la democracia.^

-E l presente ensayo forma parte de un estudio más amplio; véase Gutmann, 2006.
El CFNFRO DF lA POLÍTICA POPULAR FN Fl M fXICO CONTLMPORÁNFO 431

E l g é n e r o e n l a s p o l ít ic a s p o p u l a r e s

En Estados Unidos nunca he participado en un debate callejero entre


buenos amigos, como aquél de mayo de 1994. No debemos menospreciar
la falta de debates semejantes en otros ámbitos. Por supuesto, la curiosi­
dad que despertó en mí esa pasión esporádica por la política formal en
muchas partes de México durante la década de los años noventa, me hizo
ver que, desde hace décadas, no es común encontrar tal interés en Améri­
ca del Norte. Asimismo, esa curiosidad me hizo saber que las políticas
populares en el México contemporáneo conllevaban una historia reciente,
tumultuosa, de movimientos sociales urbanos y de políticas electorales
(en 1988, 1994, 1997, 2000); historia de activismo y de pasividad políti­
cos, y al menos en mi barrio de Santo Domingo, en algunos momentos de
la década de los noventa, de parte de algunos vecinos y amigos, el intento
por encontrar maneras de vivir los conceptos abstractos de la democracia,
la agency (mediación, como ha nombrado el concepto Roger Bartra) y la
resistencia en la vida diaria de mujeres y hombres.
Originalmente, decidí vivir y trabajar como etnógrafo en Santo Do­
mingo porque estudiaba las cambiantes relaciones de género, con la parti­
cipación activa de muchas mujeres en la colonia, en los movimientos so­
ciales para conseguir luz, agua, drenaje y escuelas. Santo Domingo me
pareció un buen lugar para entender mejor las maneras y el grado en que
las identidades y prácticas asociadas a identidades de género estaban cam­
biando entre mujeres y hombres (véase Gutmann, 2000). Al fin del milenio,
el barrio tenía una población tan grande como muchas ciudades del país.
Los datos demográficos de las poblaciones en los barrios populares de la
capital no son confiables, pero se estima que en 2003 la colonia tenía una
población de más de 150 000 habitantes. No obstante sus orígenes caóti­
cos, tres décadas después de la llegada de los paracaidistas, en septiembre
de 1971, casi todos los residentes describen la colonia como mucho más
tranquila y estable que en los primeros años de luchas por el terreno y la
vivienda. Al mismo tiempo, conservan la desconfianza de los primeros años
de la invasión, una desconfianza generalizada en las instituciones oficiales
del gobierno, las cuales jamás iban a proveer lo necesario para la vida en
ese lugar, así como el convencimiento de que tendrían que confiar en sus
propias fuerzas. Esa era la cruz que cargarían en su vida.
El que mis amigos y vecinos de la colonia Santo Domingo vqten o no,
y cómo se asocia el ejercicio del voto con sus sueños de contribuir al cam­
bio en la vida política, no es nada trivial. A quién echarle la culpa de los
problemas y de tranquilidad política y cómo involucrarse en la historia del
mundo son asuntos que les hacen pensar y debatir como si fueran estu­
432 DtBAIES SOBRE MASLULINIUAUES

diantes de la universidad en la ciudad de México. En el presente ensayo,


me interesa explorar, particularmente, la relación entre las cualidades, los
objetivos políticos y las relaciones de género, y cómo esta relación refleja
las diferentes actitudes y comportamientos implícitos en actividades polí­
ticas específicas; qué representa para las mujeres votar o dejar de votar, o
cómo afecta esto las sensibilidades.
¿Cómo podemos explicar, por ejemplo, la pasión por la política formal
entre los varones de las clases populares en la capital, y por qué tan pronto
como se enciende se apaga?
A principios del siglo XXI, en México, como en otras partes del mun­
do, mucha gente se declara en favor de la democracia, dice apoyar los
esfuerzos y las políticas democráticos, y que actuar de otra manera sería
antidemocrático. Entonces, si casi todo el mundo está entusiasmado por
la democracia, sería buena idea preguntar ¿qué quiere decir todo el mun­
do? El “evasivo” término “democracia” denota un amplio campo de deseos
con múltiples significados, que, por lo mismo, resulta impreciso.
Muchos estudios sobre las mujeres y las políticas en México y Améri­
ca Latina han documentado su reciente participación en actividades for­
males (como el ejercicio del voto) y como militantes en movimientos so­
ciales, en colonias populares como la Santo Domingo. En anteriores
investigaciones sobre ciencias políticas, se dejaba de lado a las mujeres, o
se trataba al género como un variable más en el análisis de las regresiones
múltiples en los patrones del voto. En cambio, los nuevos estudios sobre
mujeres han buscado revelar algunas cualidades genéricas de la cultura
política.
Si tomamos las campañas electorales presidenciales de 1988, 1994 y
2000, y la elección de jefe de gobierno del DF en 1997, como contexto
conceptual, intento analizar algunas de las experiencias de mis amigos de
Santo Domingo, con respecto al cambio social, particularmente en rela­
ción con las políticas electorales y los movimientos sociales populares.
He centrado mi estudio en los varones y las mujeres de esta comunidad
con el fin de examinar cómo la visión de género nos puede ayudar a enten­
der el valor del voto, cómo se conciben en México y en otros países la
democracia y las elecciones. Para saber si los hombres y las mujeres parti­
cipan en las elecciones y en otras actividades de cambio social de manera
distinta, se requiere de un análisis de género y de los sistemas de poder
genérico desigual.
Como veremos más adelante, la encuesta no necesariamente es la
mejor manera de capturar datos sobre las diferencias genéricas en la polí­
tica popular (véase Kapur, 1998). Debemos demostrar mucho más que el
hecho de que en México las mujeres votan míls que los hombres, y que las
El GLNrRO DE LA POl ÍTIfA POPUl AR EN Fl MÉXICO CONTFMPORÁNEO 433

mujeres representan 63 por ciento del padrón electoral. No podemos limi­


tarnos a afirmar que las mujeres menos educadas, en las zonas rurales,
muestran patrones de voto más conservadores, en comparación con los de
hombres urbanos, más educados. Tampoco es suficiente saber que son
menos las mujeres elegidas en diversos cargos, sobre todo locales. Es im­
portante analizar la información cuantitativa con respecto al voto. Pero si
carecemos de información cualitativa, podríamos creer que las mujeres,
en conjunto, se comportan superficialmente en lo que se refiere a las po­
líticas electorales. En este trabajo, intento ofrecer datos que pueden re­
unirse con las estadísticas de la actividad electoral. Aunque mi estudio
abarca una muestra pequeña (si la comparamos con las grandes encuestas
de los politólogos), la etnografía nos permite apreciar, de una excelente
manera, las opiniones y algunas prácticas algo indefinidas que otros sim­
plemente calificarían como “apatía política”, o “falta de interés en la parti­
cipación”. La “indiferencia” política no se revela fácilmente.
En los espacios íntimos de las familias y hogares de la colonia Santo
Domingo, las mujeres y los hombres discuten y debaten sobre muchos te­
mas no relacionados con asuntos domésticos, como las creencias y accio­
nes políticas prácticas. En este estudio se explora la manera en que algunos
miembros de la sociedad mexicana contemporánea comparten la idea rela­
tiva a la confianza en su propia fuerza política y en la voluntad popular,
mientras trabajan de maneras muy distintas para lograr dichas metas.

1 9 8 8 Y DESPUÉS

Por primera vez en la historia moderna, en 1988 los mexicanos pudieron


elegir entre dos candidatos presidenciales. Tenían opciones para elegir.
Como todos sabemos. Cárdenas recibió más votos... pero ganó Salinas. Ese
año de 1988 fue un punto de partida para la historia del voto en México;
después ya nada fue igual: Cárdenas ganó la capital en 1997, y Fox, Los
Pinos en 2000.
Después de las elecciones de 1988, para muchos de mis amigos y
vecinos en Santo Domingo, el voto de 1994 representaba la próxima opor­
tunidad para el cambio político en el país. En los meses antefieres a los
comicios —el año de los zapatistas, Colosio, Ruiz Massieu, y de otra crisis
financiera—, la preocupación por los dinosaurios priistas y por el futu­
ro caótico de México caracterizaba el sentimiento político general. Sin
embargo, los meses anteriores a la elección de ese verano, también se
caracterizaron por el buen ánimo de mis amigos varones, como si la cerca­
nía del voto hiciera posible una esperanza de mejoramiento en el país.
434 D ebates sobre m asc u lin io ad ls

En México, los rituales del voto se transformaron entre 1988 y 2000:


la campaña “tómate la foto’’ para las credenciales electorales, como un
esfuerzo para reducir el fraude electoral, a principios de los noventa, dio
su fruto en la derrota del PRI. Quizá el cambio más significativo fue la
incertidumbre electoral, la creencia de que el PRI no necesariamente
tenía que ganar. Esa incertidumbre ha sido, supuestamente, la confirma­
ción y la prueba de la legitimidad democrática en México.
Tenemos que entender el componente genérico de la política popular
en la ciudad de México, como un proceso cuya base reside en las inequida­
des inherentes al nivel social, y explorarlo con mayor detalle. Si en Méxi­
co, en las décadas de los 80 y 90 el activismo social se volvió parte esencial
en la vida diaria de las mujeres en zonas urbanas como la Santo Domingo,
la cultura política popular en México iba más allá de la voluntad de
votar (véase Bennett, 1998: 129). Cuando en el año 2000 me dijo un
vecino que las mujeres de la colonia involucradas en la política fueron “las
prófugas del metate”, no distinguía entre mujeres oficiales y militantes
comunitarias.
Podemos aprender mucho de las actividades políticas no electorales
de las mujeres en Santo Domingo. Los diálogos diarios en los hogares de la
colonia pueden parecer ingenuos y inocuos; los conflictos, las burlas, los
trucos y sobornos entre mujeres y hombres, relativos a la comida, la escue­
la, los métodos anticonceptivos y el voto, pueden revelar datos psicoso-
ciales complejos: las mujeres tratan de cambiar lo que son y lo que hacen
los varones en su vida. Pocos dudan de la influencia de los varones en las
decisiones de su pareja, en la intención de sus mujeres de votar por tal o
cual candidato, en su voluntad de participar o no en protestas y/o en
organizaciones comunitarias. Pero, sin duda, la influencia de las mujeres
sobre los hombres, con respecto a los asuntos políticos, ha sido menospre­
ciada y poco estudiada. Tal vez, las discusiones y los debates de Santo
Domingo, analizados con una visión de género, revelen la forma como las
mujeres y los hombres reinventan sus nociones de democracia, el signifi­
cado de “democracia en el país y en la casa”.
Entre 1988 y 2000 se produjo una convergencia temporal, si no tam­
bién espacial, de tres tendencias históricas distintas. Primero, hubo un
compromiso popular significativo con corrientes políticas nacionales, in­
cluso con los comicios presidenciales, aunque este compromiso variaba
de un momento a otro y de un grupo a otro. Segundo, en Santo Domingo,
la autonomía barrial y la voluntad política local fueron temas corrientes en
discusiones sobre la política en general, hecho nada sorprendente en una
colonia de paracaidistas. Tercero, en la vida diaria de colonias populares
como la Santo Domingo, se hizo evidente la existencia de lazos estrechos
El g ín l r o ü l la p ü l íiic a po p u la r ln ll M lx ic ü c o n t l m p o r A nc o 435

entre la cultura política popular y el crecimiento del feminismo popular


en los movimientos sociales. Con frecuencia se notaba, en Santo Domin­
go y en otras colonias populares, que las mujeres, en particular, desempe­
ñaban el papel de impulsoras y catalizadoras de las transformaciones so­
ciales en general. La participación de las mujeres de colonias populares en
la vida política —luchas por autonomía local— las convirtió en puntos
centrales de democracia en el México contemporáneo. De hecho, durante
esta época hubo un cambio primordial en la participación y representa­
ción de las mujeres en México (Jacquette, 1998: 22) Esto, por supuesto,
tuvo efectos sobre los varones.
Hablar del género y democracia no necesariamente nos lleva a buscar
que las mujeres representan una prueba del progreso social. AI contrario,
hay que subrayar que las mujeres de la capital y otros de lugares han juga­
do un papel “impulsor-catalítico" en el fomento del cambio social en las
últimas décadas.
No necesariamente las familias y los hogares son el refugio del conser­
vadurismo y del patriarcado. También pueden constituir sitios de cambio
embrionario, con respecto a las relaciones de género y la vida social en
general. Por eso, tenemos que regresar al debate sobre lo privado y lo pú­
blico, porque hay que reconsiderar el espacio político, el debate político y
la vida política —las políticas de las políticas—, sobre todo en las fronteras,
donde se borran fácilmente las diferencias entre resistencia y rebelión or­
ganizadas y espontáneas, escondidas y abiertas; entre apatía y anhelo.^
Falta examinar el impacto que la participación de las mujeres en mo­
vimientos sociales y políticos tiene sobre los hombres, y el efecto, a largo
plazo, del entusiasmo de los varones en las políticas electorales en México
entre 1988 y 2000.

V O Z: ELECCIONES, LE G IT IM ID A D Y POLÍTICAS PÚBLICAS

Antes del voto presidencial del 21 de agosto de 1994, el abstencionismo


obstinado de mi amigo Gabriel fue blanco de críticas por parte de nuestros
demás compañeros, como Marcos y Marcelo. Aunque no apoyaban al can­
didato perredista, insistían en que su acción política —votando por Cár­
denas— representaba un voto en contra del PRI, y que no existía diferen-

^ Para una historia sobre la esfera pública en México, véase Lomnitz, 1995. Para una
teoría original sobre “matriotismo” en la región infame de conservadurismo y catolicis-
rno en México, véase González, 1987.
436 D ebates sobke m asculinidauls

eia entre abstenerse de votar y hacerlo por el PRI. Quizá, argumentaban,


Gabi pensó que sus políticas eran distintas a las de los demás, pero en
realidad él fue igual de pendejo o peor que el priista Toño, porque Gabi
pensaba que era mejor.
Mis compañeros estaban tratando de entender el viejo y difícil tema:
¿A fin de cuentas, para que sirve el voto? De hecho, como ha observado
Héctor Tejera, existe un creciente sentimiento entre muchos habitantes
de la capital mexicana de que “las formas de mejorar las propias condicio­
nes de vida pueden darse a través del voto” (1998:55). Al mismo tiempo,
para algunos, las elecciones pueden representar un desplazamiento de la
voluntad política democrática hacia caminos rutinarios, inocuos y bien
conocidos que no producen ningún cambio social sustancial para las ma­
sas de México.'' Puede parecer inútil esperar que la democracia en México
vaya más allá de la existencia de uno, dos o más partidos formales viables,
lo que para muchos es la base de la democratización. En comparación con
países como Chile, Argentina, Panamá, Brasil y el Perú, la mera existencia
en México de elementos formales de la vida política democrática con fre­
cuencia se considera razón suficiente para defender las declaraciones so­
bre la redemocratización, porque en esos países el simple regreso al mando
civil es algo nuevo. Si el sistema de democracia liberal —con sus múltiples
partidos políticos formales— funciona bien o no en el contexto de crisis
económica y social, quizá todavía no podemos decir que han emergido
formas de gobierno realmente participativas.
En el México contemporáneo, el Estado promueve el voto en las es­
cuelas, y a través de los medios de comunicación, como el deber civil más
importante y como el signo de la verdadera ciudadanía; los abstencionistas
no son totalmente mexicanos. Así, en nuestro debate callejero, en mayo de
1994, Toño regañó a los abstencionistas y partidarios de la oposición: “en
cambio, yo sí ¡tengo orgullo de ser mexicano!” Hablaba de su apoyo al PRI
y lo explicó como un asunto sencillo: el tirano conocido es mejor que la
alternativa desconocida. Ilustraba así el éxito del esfuerzo (documentado
por Miguel Centeno [1997:255]) del liderazgo tecnocràtico en México,
que buscaba promover entre los ciudadanos "el miedo a la alternancia”, y
de esta manera mantener el neoliberalismo mexicano.

La referencia al desplazamiento de la voluntad política democrática viene de Jürgen


Habermas (1991: 36), quien analiza una situación política e histórica muy diferente, al
mismo tiempo interesante para el estudio de la democracia y la cultura política mexicanas.
En un contexto diferente, Habermas analiza la manipulación gubernamental en campa­
ñas electorales en una Alemania unificada, lo que es pertinente en cuanto al entusiasmo
semejante para participar en elecciones “libres” en México.
El GÉNFRO DE LA POI ÍTiCA POPtlI AR EN EL MÉXICO CONTEMPORÁNEO 4i7

El verdadero abstencionismo— otros indicadores de la participación


o la falta de ésta— en el proceso político formal, y el hecho de (pie la
mayoría de los electores registrados sean mujeres, nos revela que los datos
no hablan por sí mismos. Hay que examinar el abstencionismo y el núme­
ro de credenciales electorales para entender su significado y su relación
con las cuestiones de género y con otras características políticas.
No obstante, el desastroso impacto del neoliberalismo entre sectores
amplios de la población de México, la situación política es de tranquili­
dad, sin protestas y rebeliones abiertas.^ Pero sería un error pensar que la
inactividad y el abstencionismo representan las frustraciones de los de
abajo y de los marginados en la ciudad de México.
Con referencia a algunos de sus vecinos que votan por el PRI, doña
Pili, una militante comunitaria y animadora en las comunidades eclesiales
de base en la colonia Ajusco, al lado de la Santo Domingo, me dijo en
1997: “Pues, queremos un cambio pero... pues, no demagógico. Como
siempre lo venimos diciendo, ‘queremos un cambio, queremos un cam­
bio’, y, en el fondo, han seguido peor las cosas. Para mí lo importante es la
educación. [Yvale la penar aclarar que para Pili, “educación” trata de mucho
más que la educación escolar. Su comentario tenía todo que ver con cues­
tiones de conocimiento y conciencia social en un sentido amplio]. Yo pien­
so que ésa es la base, y sobre ella habrá un cambio en el país. Porque el
pueblo es muy ignorante. Ya tantos años que ha gobernado el PRI. ¡Han
sido unos corruptos! Es verdad, y no porque esté uno en contra de ellos.
Es que ¡es muy folfaniel ¡Se palpa la corrupción!
“Pero claro, como no hay educación votamos por el PRI. Hay vecinda­
des o unas cerradas que la gente nunca lee un periódico, ni un libro y van
en masa todos a votar por el PRI y si se les dice, ‘¡No voten por el P R i!’
dicen, ‘No, pues, es que me vayan a sacar a los niños de la escuela’.
Tienen miedo. Es miedo lo que tienen. Y votan por el PRI, y gana el PRI
porque, sí, gana el P R I... ”
Es importante saber qué tanto estos sentimientos son nuevas expre­
siones de desilusión, y qué tanto tenemos que entenderlos como la voz de
hombres y mujeres invariablemente marginados en la capital. ¿Qué está
cambiando en los sentimientos y opiniones políticos en el sector popu­
lar? No cabe duda de que en la población capitalina son muchos los que
no tienen confianza en los beneficios de la modernidad ni creen en el
mito nacional de la revolución institucionalizada. Se percibe una preocu­
pación general —aunque más en palabras que en hechos— con respecto a

^ Véanse los comentarios sobre cuestiones de rebelión y cambio de G ledhill {1993, 1997).
438 D ebates sobre MAsriuiNioADEs

la diferencia entre la democracia como meta idealizada y las realidades


cotidianas.
Mi amigo Marcelo, partidario del PRD, y por varios años dueño de una
tiendita en la calle Huehuetzin en Santo Domingo, tenía oportunidad de
escuchar muchas disputas y discusiones sobre la política formal e infor­
mal. Además, Marcelo trabajaba como vigilante del partido para tratar de
evitar el fraude electoral durante la votación. Cuando yo le preguntaba, en
1996, acerca de su participación en el PRD, me informó:

He participado con ellos porque siento, pues, que está más apegado a nues­
tra idiosincrasia, pues; yo quisiera que se respetara el voto ciudadano más
que nada. Para que haya una auténtica democracia yo pienso que se respete
el voto porque si el PRI quiere seguir en el gobierno, ya no... ya no está por
voluntad del pueblo, está nada más por una elite, está nada más por los pode­
rosos, porque protegen ciertos intereses. Pero en sí el pueblo ya no los
protege, aunque diga Zedillo que son elecciones limpias es mentira, porque
uno ve el manifuleo que se hace.

Le pregunté si la mayoría de la gente en Santo Domingo votó por el


PRI o por el PRD:

¿Cómo te diré? Hay de todo. Hay priistas, hay panistas, hay ecologistas,
perredistas. Pero sí te voy a decir que de esas diez casillas que yo vigilaba,
como en cinco o seis íbamos contando la votación y luego en una empató el
PAN con el PRI, en otra ganó el PAN. Creo que en una casilla o dos ganó el PRI.
Y en otros lugares se lo llevó el PAN, o sea que aquí, prácticamente, la
mayoría es de oposición y no te diré que perredista. No, no, no. Casi la mayo­
ría. No quieren que gane el PRI.

Como habíamos hablado en otras ocasiones de los movimientos gue­


rrilleros en su estado natal. Guerrero, le pedí que comparara la eficacia
entre los dos modos de intentar el cambio político:

Pues, yo creo que a lo mejor las armas no resuelven nada. Pero eso es produc­
to de la desesperación, de que estos cuates agarran un rifle y una ametralla­
dora para pelear. No estoy muy adentrado en eso porque, pues, yo sé que
como en todas las cosas a lo mejor tienen algo oculto, o sencillamente pue­
den ser gente del pueblo y levantarse en armas ¿no? Como sucedió en la
Revolución, y puede que sea cierto, pero nada más que como aquí toda la
información se manipula, entonces te van metiendo que esos ¿no? qué son
unos mentirosos, revoltosos, que quieren causarle mal al país. Pero que a lo
mejor luchan por una causa justa, aunque no se justifique la violencia, pero
son orillados por el sistema de gobierno.
El r.fNERO DF (A POliTICA POPULAR FN Fl MÉXICO CONTEMPORÁNFO 439

El papel y la importancia política del voto para doña Pili y para Marcelo
son similares, pero al mismo tiempo son distintos. Pili representa a las
mujeres militantes, para quienes el voto existe como un medio de partici­
pación política al alcance de los de abajo. Para Marcelo, en cambio, y para
muchos de los hombres en la calle Huehuetzin en Santo Domingo, hablar
de la política es fácil. Sin embargo, la política para ellos se reduce, en
épocas de votación, al voto, y tienden más a olvidarse de otros métodos.

O P C IO N E S : D EP E N D E N C IA Y A U T O N O M ÍA

Los hombres y las mujeres que han trasformado los pedregales volcánicos
del sur de la ciudad de México siempre han dependido de sí mismos: en
las colonias que habitan, por ejemplo, han construido calles con dinami­
ta, robando luz de otras colonias, y al mismo tiempo han aceptado depender
de los de fuera para el trabajo, la comida y las actividades comerciales.
Si el corazón y el alma de la democracia se concentran en la viabilidad
de verdaderas opciones y alternativas políticas, el hecho de que estas op­
ciones políticas parezcan restringidas para tanta gente en Santo Domingo,
debe causarnos una angustia profunda. Igual que los trabajadores de la
etnografía de Verena Stolcke y Armando Boito Júnior en Brasil en los se­
tenta, en los últimos años del sexenio de Zedillo, creció el escepticismo en
el país, como resultado de la falta de opciones genuinas para el cambio
político. Cada vez más, durante la década de los noventa, mis vecinos y
amigos en Santo Domingo me decían que habían llegado a una conclu­
sión, semejante a la de los brasileños hace veinte años: “Lo que predomina
es un escepticismo profundo en la eficacia del voto” (véase Martínez-Alier
y Boito Júnior, 1977: 156; Stolcke, 1988: 196-200).^ Indudablemente, este
mismo sentimiento existe en muchas partes de América Latina en la épo­
ca moderna.
A fines de la década de los noventa, existía el sentimiento en algunas
partes de México de que sólo en ambientes locales había sido posible lo­
grar un cambio político. Entre más reducido es el entorno, me han dicho
mis vecinos en Santo Domingo, es más posible que haya un impacto polí­
tico. Este punto de vista coincide con los resultados de estudios sobre la
“democracia regional” en Juchitán, en el Istmo de Tehuantepec (véase
Rubin, 1997). Hay un sentimiento generalizado de que las opciones polí­
ticas, pueden existir localmente, pero no en toda la nación. En Santo Do-

’ En aquella época, Stolcke escribía con el apellido Martínez-Alier.


440 D fratfí; sobrf m a s q jiin id a d f s

mingo también se cree que unir a la comunidad para luchar por objetivos
enfocados a la localidad puede resultar positivo, pero que no vale la pena
esforzarse tanto para tratar de cambiar la sociedad nacional, ni por medio
del voto ni por otro medio.
Claro que los analistas deben ser cuidadosos y no convertir en fetiches
la autonomía, el localismo ni la democracia regional que pudieran promo­
ver un antifederalismo o una actitud antiorganización ingenuos (véase
Hellman, 1992, 1994). Sin embargo, como me hace recordar Santo Do­
mingo, “si no podemos confiar en nosotros mismos, ¿en quién, entonces?”
Dicha actitud refleja también la idea de Roger Bartra (1981) con respecto
a la legitimación del funcionamiento de la democracia representativa for­
mal en las redes de poder político en México. Como con las libertades
civiles formales, la historia del sufragio universal en el mundo es muy re­
ciente. La forma en que diversas poblaciones ejercen el derecho al voto
depende de muchos factores, entre ellas, y muy importante, están las rela­
ciones de género, el feminismo popular, la dependencia y la autonomía
políticas. El hecho de que en Santo Domingo los hombres, más que las
mujeres, expresen confianza (a veces ciega) en las elecciones, como un
medio para el cambio social, no es sorprendente, ni tampoco demuestra
mayor formación política por parte de los varones. No debemos exagerar la
participación de las mujeres en los movimientos sociales, ni tampoco exa­
gerar el significado de las actividades electorales de los varones.
Aunque no siempre, la participación más comprometida por parte de
los hombres en las elecciones, refleja que las mujeres mexicanas ganaron
el derecho al sufragio apenas después de 1953. Sería un error atribuir a la
fecha de adquisición del derecho al voto el mayor o menor grado de interés
y fe de las mujeres y de los hombres en las elecciones formales. Solamente
las abuelitas han vivido personalmente la imposibilidad de votar. La pre­
gunta se queda: ¿existe en México un carácter genérico del voto? Y si es
así, ¿por qué? Seguramente no indica menor interés de las mujeres en la
política nacional o local.
De hecho, como Elizabeth Jelin (1990) nos ha mostrado, en América
Latina, en general, las mujeres muchas veces están más involucradas en
asuntos de sobrevivencia, como es el consumo familiar. Por necesidad,
frecuentemente aprenden más que los varones sobre las políticas públicas
en general. De cierta manera, el secreto a voces que dice que las mujeres
militan en la política por todo el continente evoca lo que Michael Herzfeld
(1997) llama “las poéticas sociales”. Para Herzfeld, las poéticas sociales
se refieren a la manera cómo se utilizan los estereotipos —en este caso,
los relacionados con las actividades políticas de las mujeres— con propó­
sitos múltiples de intercambios sociales diversos.
El GÉNERO DF lA POI.ÍTICA POPUl AR EN El M É XIfO CONTEMPORÁNEO 441

Esto quiere decir que las mujeres en Santo Domingo, que encarnan
los estereotipos propuestos para las mujeres mexicanas, aunque son inva­
riablemente sumisas y abnegadas, intentan modificar las condiciones de
vida miserables. Y lo hacen por encarnar abiertamente el estereotipo, oscu­
reciendo así las políticas de la democracia y la autonomía política en México.
Es obvio que no todas las mujeres en Santo Domingo son militantes todo
el tiempo. Pero en la historia de los últimos 30 años, un buen número de
ellas ha sido militante, de tal modo que “las mujeres” de la colonia suelen
considerarse, en la comunidad, como una fuerza política (y politizante)
seria.
Es posible entender este fenómeno en Santo Domingo desde el mo­
mento en que se organizan las faenas para los fines de semana, cuando los
vecinos se juntan para reparar el asfalto de las calles, reconstruir altares, o
distribuir silbatos entre las amas de casa para usarlos cuando vean gente
desconocida por el barrio. Con respecto a las acciones colectivas de muje­
res en la ciudad de México, Alejandra Massolo (1992: 73-74) ha mostrado
que en las últimas décadas, “son las mujeres las principales fuerzas impul­
soras de los programas de participación comunitaria”.
Dentro de los hogares es evidente el estilo “juguetón” de las mujeres al
ajustar los estereotipos a las características nacionales. Antes de morir en
noviembre de 1996, mi querida amiga Ángela se divertía burlándose del
antropólogo itinerante de la colonia: “Cuando llegó Mateo a México la
primera vez”, según la versión de Ángela, “pensaba que todas las mujeres
mexicanas eran abnegadas. Entonces me pidió que le presentara a esas
mujeres sumisas, porque decía él que fue más difícil encontrarlas de lo
que había esperado”. Cuando contaba su versión de la historia, Ángela me
miró para provocarme; “¿no es cierto, Mateo?” Entonces, las demás muje­
res se reían del gringo ingenuo, al mostrar el significado de la ¡democracia
en la ciudad y en la casa!
No es mi propósito proponer que en Santo Domingo todos los varones
optan por expresarse políticamente por medio de los comicios, mientras
las mujeres buscan otras maneras de resolver las inequidades y problemas
sociales. Sobre el EZLN, por ejemplo, Ángela nunca tenía nada favorable
que decir. Sin embargo, para Ángela y otras mujeres de Santo Domingo,
en los años setenta, ochenta y noventa, la democracia significó mucho
más que el voto. Las opciones políticas no se limitaban a las elecciones.
Aunque temerosa de los levantamientos armados, como el de Chiapas,
Ángela desdeñaba la autoridad gubernamental, a los que no creía capaz de
cambiar la sociedad de verdad. “Los zapatistas no obedecen las reglas so­
ciales", dijo una vez a Gabriel. Gabi contestó: “Pues las reglas están escri­
tas solamente para los beneficios de los poderosos”. Ángela estuvo de acuer-
442 D ebates sübke m asc u lin iu aü ls

do; no pudo contradecir a Gabriel porque para ella era muy claro que las
reglas fueron manipuladas en contra de la gente humilde.
Por esos días le pregunté a mi vecina Blanca si en la colonia había un
verdadero apoyo para los zapatistas. Me contestó con un dibujo que le
gustaba: en él aparecen dos personas, una es Ramona, una líder zapatista
bien conocida, y la otra, un representante del PRI. El cuerpo de Ramona es
pequeño; el del priista es grande. Sin embargo, las sombras de ambos
tienen dimensiones opuestas: la de Ramona se proyecta muy lejos, mien­
tras la del priista es cortita. De la misma manera, me decía Blanca, se dice
que el apoyo para el PRI en el campo —el voto verde— parece profundo,
pero en realidad es superficial.
Por mucho tiempo se ha debatido cómo y cuándo la gente de la capi­
tal, y del país en general, se ha salido de los cauces gubernamentales para
intentar cambiar la sociedad, en pequeña o en gran escala. Muchas muje­
res se basan en sus experiencias en el ámbito económico para entender
mejor las oportunidades políticas emergentes. Mercedes González de la
Rocha (1994:263) ubica las respuestas de las mujeres sin recursos en el
México urbano en una serie de crisis sin fin:

Los pobres de las zonas urbanas crean y manejan recursos de los que no
pueden apropiarse el estado y el capital. Los recursos de la pobreza [...] de
ningún modo son mensurables y no pueden aparecer en las estadísticas na­
cionales. Pertenecen al mundo de los asuntos y acontecimientos privados
que se producen en el ámbito doméstico (1994: 263).

Si consideramos la esfera doméstica, los hogares y las familias en sí


mismas, y no invariablemente como sitios de conservadurismo y despoliti­
zación, sino lugares de conflicto y transformación constantes en cuanto a
las relaciones de género, con González de la Rocha (1999) y otros, pode­
mos reconsiderar tres asuntos relacionados: uno, que lo que sucede en el
ámbito doméstico no es necesariamente reaccionario y apolítico; dos, lo
que sucede en el hogar puede influir en las transformaciones políticas de
la sociedad; y tres, tenemos que explorar mucho más la afirmación de que
los pobres están, por necesidad, siempre tan preocupados de su propia
sobrevivencia, que no tienen capacidad (energía o tiempo) para interesar­
se en cuestiones tan importantes como la democracia y la ciudadanía
(Molyneux, 2003).
Muchos han escrito sobre los intereses y ambiciones de los pobres,
algunos enfatizando cuestiones de supervivencia, otros, los grandes sue­
ños utópicos “aun de los pobres”, y otros, una mezcla de supervivencia y
estrategias utópicas (véase Craske, 1993). Evaluar las perspectivas de las
El CFNFRO DF I.A POIÍTICA POPULAR EN FI MÉXICO CONTFMPORÁNFO 443

mujeres tiene implicaciones profundas sobre cómo descifrar las relacio­


nes de género cambiantes en las colonias populares como Santo Domin­
go, porque nos sugiere que lo que pasa en los hogares y familias puede
desempeñar un papel trasformador en las relaciones sociales, aun más
importante de lo que habíamos pensado. Esto nos lleva a examinar el
impacto de las mujeres en la cultura política popular en muchas partes de
América Latina, en cuanto a las mujeres en sí mismas y con respecto a los
varones y las masculinidades. No tiene caso distinguir entre las mujeres
y los hombres como si se dividieron en dos categorías sencillas, en cuanto
a sus papeles positivos y negativos en el cambio social. Pero con respecto a
su influencia social, quisiera subrayar las acciones trasformadoras —aun­
que a veces desconocidas— de las mujeres, tanto en movimientos socia­
les, como en las casas familiares de Santo Domingo, en los últimos años.

C o n c l u s io n e s : ¡ V iv a M é x ic o , h ij o d e l c a o s !

Según Guillermo de la Peña (1990: 87), el significado de “la cultura polí­


tica popular” en México se refiere a la manera cómo los pobres ajustan y
resisten, niegan y buscan soluciones a sus problemas; la frase denota no
sólo la inercia de las tradiciones pasadas ni la imitación distorsionada de la
cultura hegemónica. Sin duda alguna hay aspectos del ajuste y la resisten­
cia, negación y búsqueda de soluciones, que fueron evidentes cuando se
declaraba en los noventa que, no obstante las dificultades de la autocons­
trucción de su comunidad hace treinta años, de cierta manera estaban
más contentos en el pasado, cuando fue “establecida” su colonia. Héctor
me indicó algo semejante cuando hablaba de los vecinos que se juntaron
en 1974 para compartir una llave de agua. A doña Pili le gustaba recordar­
me cómo extrañó la solidaridad de los tiempos pasados, al principio de los
setenta, cuando, pese a los sacrificios, ella y sus vecinas vigilaban la comu­
nidad. En cambio, en 1998, muchas veces los vecinos no se conocían,
“como si fuera una colonia de la clase media”, añadió con desdén, ilustran­
do lo que decía De la Peña (1990: 105), “la euforia comunitaria de los
pobladores en busca de servicios, o incluso de familias y parentelas en
busca colectiva de sobrevivencia, no debe menospreciarse”.
Cuando me hablaba de su juventud en Guerrero, Marcelo frecuente­
mente mencionaba que, aunque era uno de diez hermanos, “dentro de la
pobreza no nos faltó nunca el alimento”. Para 2000 estaba mucho menos
optimista sobre su propia capacidad de mantener a sus cinco hijos de
manera consistente. En la última generación de hombres y mujeres en la
ciudad de México, la falta de progreso económico ha sido impactanle y
444 D fBATES SOBRf MASniUNIOADfS

sorprendente para muchos. Marcelo —abanderado en quinto grado, cuando


por su éxito académico tuvo oportunidad de conocer al presidente Eche­
verría— en el 2000 ya no era defensor de las políticas mexicanas. Ya no
tenía esperanza en el futuro de la política mexicana.
La clave es la percepción de la democracia a través de la lente de
género y etnicidad (Radcliffe y Westwood, 1999). Entre mis vecinos y
amigos varones, rastrear la trayectoria de las esperanzas y los movimientos
políticos populares en Santo Domingo en 1994, nos lleva del debate de la
calle, en mayo, al cinismo y la desesperación posteriores. Pero ¿hasta cuándo
tendrán esperanza si nunca se cumplen los sueños? En 1999, Gabriel ya
no citaba mucho al subcomandante Marcos; en cambio, con una sonrisa
mencionaba frases como “en México nunca falta una mosca en la sopa”.
En la primavera de 1994, los hombres y las mujeres discutían en San­
to Domingo sobre la elección presidencial, sobre qué papel podrían des­
empeñar para determinar el futuro del país. Algunos en la comunidad se
enfocaban en la educación de los pobres y olvidados, y para ellos los resul­
tados de los comicios eran menos importantes. Otros estaban preocupa­
dos porque, una vez más, los resultados ya habían sido decididos antes del
voto. Muchos también expresaron su nerviosismo ante la inestabilidad
política y las noticias de que el ejército mexicano estaba comprando vehícu­
los “antimotín” a los Estados Unidos.^
Desde entonces, y en particular como resultado de una desesperación
económica aún más marcada, con la crisis de 1995, los sentimientos polí­
ticos de mis amigos en Santo Domingo han mostrado un desencanto más
profundo, como si estuvieran aún más marginados de la política oficial. La
cultural política popular se ha vuelto para muchos un proceso común en
México, algo que Claudio Lomnitz (1995; 42) describe así: “Los ritos po­
líticos están sustituyéndose por las discusiones y argumentos, construyen­
do idiomas hegemónicos de acuerdos entre varios puntos de vista [cultu­
rales y políticos] diversos” (véase también Lomnitz, 1998).
En cuanto a la posibilidad del cambio político en México, quedar vul­
nerables al desencanto o a la indiferencia, parece más normal y entendible
hoy en día que nunca antes. Tal vez coincidentemente, han aumentado
los robos y la criminalidad en la capital. Paradójicamente, esta percepción
es más fuerte entre mis amigos varones que entre mis amigas, como si los
varones, más que las mujeres, hubieran contado con la posibilidad de cam­
biar su sociedad exclusivamente por medio de los comicios.

7Véase La Jornada, 6 VI 94, 15 III 98. También se puede consultar Aguayo (1998) para
documentación de los archivos de 1968.
El GCNfRO DC LA POLÍTICA POPULAR CN CL MCXICÜ CONTEMPORÁNEO 445

No es nada sorprendente, en una comunidad de faracaidistas que ha


dependido por mucho tiempo de su propio esfuerzo para sobrevivir, la vo­
luntad política independiente de las mujeres residentes para realizar sus
sueños políticos. Igual que en otras comunidades de México, donde las
mujeres han sido líderes y militantes en las luchas populares desde hace
los años setenta, Alejandra Massolo (1994:35) afirma que el significado
estándar de “las políticas” y de “participar en las políticas” muchas veces
ha dejado de lado a las mujeres y sus esfuerzos “informales” para expandir
y diversificar la esfera pública.
De la misma manera, Aída Hernández (1998: 116) escribió hace poco
que las historias de las luchas populares de los indígenas chiapanecos no
deben seguir ignorando a las mujeres indígenas, porque “estos nuevos ac­
tores están transformando no solamente la dinámica cultural de sus pro­
pias comunidades, sino el campo político del estado y la nación”. Claudio
Lomnitz explora también la conexión entre edad y género en la nación
mexicana, en particular cuándo y cómo el varón invoca el nacionalismo en
la relación con su pareja.
La convergencia temporal de varias historias —representada por el cre­
cimiento en el interés y militancia con motivo de las elecciones de 1994 y
con la participación de las mujeres en los movimientos sociales— rápida­
mente se deshizo para principios de 1995. Sin embargo, los ciudadanos
que buscan soluciones políticas por todos lados de la esfera pública, y no se
limitan al voto, seguirán jugando el papel de impulsores en Santo Domingo.

P o s d a t a a l o s c o m ic io s d e 2 0 0 0

“¡Qué tal, Mateo!”, me saludó Pedro en agosto de 2000, casi un mes des­
pués de las elecciones presidenciales. “¿Sabes qué? ¡Ahora tenemos de­
mocracia en México también! ¡Tuvimos la oportunidad de votar por mu­
chos imbéciles!” Las frutas de la política neoliberal evidentemente se estaban
pudriendo. Lograr “la democracia de verdad” en México ha sido definida
por muchos años, y aún más después de las elecciones de 1988, la meta
central. Tener partidos con diversos candidatos, y poder elegir entre ellos,
es la esencia de la democracia, nos han dicho los comentaristas, politólogos
y políticos nacionales y extranjeros. Pero, de alguna manera, con tres can­
didatos viables en 2000 —o quizá dos y medio— mis conocidos en la
colonia Santo Domingo mostraron una falta de entusiasmo uniforme. Me
comentaron en el verano de 2000 que habíamos llegado de nuevo a la
política del dinosaurio, con la diferencia de que algunas pocas especies
habían ganado entrada al Parque Jurásico.
446 D cuatcs sobre masculinidadcs

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Universitario de Estudios d e Género de la UNAM,
se terminó de imprimir en agosto de 2006. Com ­
posición tipográfica, form ación e impresión:
Grupo Edición, S.A. de C.V., X ochicalco 619,
Col. Vértiz-Narvarte, 0 3 6 0 0 M éxico, D. F. Para
su com posición se utilizaron tipos de la fami­
lia Fairfield LH. El tiraje fue de 1,000 ejem ­
plares. El cuidado de la edición estuvo a cargo
de Olga Correa Inostroza.
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académ icad el P rogram aU niv ersitariod e
Estudiosd eG eneroenlaU N A M porm ásd ed iez
años, d esd esufundación. Im pulsólacreaciónd el
áreadeE studiosso brelaD iversid adS exu aly
am p liólaperspectivaparaelan álisisd ela
masculinidad, paraloquereunióespecialistasd e
distintosp aíses, trabajoq uesereflejaenesta
o b ra. S uinteréssehacentradoenlo sderechos
hum anos, d esdedondehaabordadoelan álisisd el
d esarro lloso cialylasex u alid ad.H apublicado
en say o s, capítulosd elibrosycoordinadov arias
anto lo gíasso brelo stem asd esuinterés, en
M éx icoyenelex tranjero .E sp sicó log aso cial,
profesorad elaF acultaddeP sico lo gíadela
U n iversid adN acionalA utónom ad eM éx ico.
A ctualm ente, esintegranted elcom itéd irectiv o
d elG rupoInternacional d eT rab ajoso bre
Sex u alid adyP o líticasS ociales(IW G ), form aparte
delaC oaliciónG lo baldeM ujeresyS id ay
participaencom itésasesoresinternacionales.

Salvador Cruz Sierra espsicólogosocialcon


doctoradoencienciasso ciales, especialidaden
género, porlaU niv ersid adA utónom a
Metropolitana, unidadX o ch im ilco .H atrabajado
lostem asd em asculinidadyd iv ersid adsex u aly
actualm entesedesem peñaco m oprofesoren
p sico lo g íaso cial enlaU n iv ersid adA utónom a
M etropolitana, unidadIztap alap a. H apublicado
encoautoríaellib roS e x u a l i d a d e s d i v e r s a s .
A p r o x i m a c i o n e s p a r a s u a n á l i s i s ye sautord e
d iv erso sartículosso breeltem a.
Com ocam posem ántico, deacciónyreflexión, lam asculinidadrem itea
asociacionesdetodaíndole: enoposiciónalafem ineidad, evoealas
eualidadesm íticasdeA froditayV ulcano, labellezaysensibilidadde
una; lafealdadytosquedaddel otro; tam biénsugierepalabrascom o
viril, violento, enérgico, sosténeconóm ico(om oral), adem ásdeotras
frasesoelichésquenonecesariam entedeterm inanlam aseulinidad.
M ásqueunaactitud, lam asculinidadesunaeondieiónvital, yaque,
porpredisposicióngenétiea, senaeehom bre, peropor (in)conseientey
libreeleeeiónsedecideuoptaporlam asculinidad.

A sí, losverbosysustantivosqueeom pendianestadecisión, sonde


am plioespectroysignificación, pueseubrenunrangodearistasy
m aticesquevandelom ássim pleom aterial (serel proveedoryguíade
lafam ilia), hastasujetoeon“dereehosdereproducción”— auncuando
biológicam entenosepuedaalojarvida— .E nsum a, estevolumen
planteacju elam aseulinidad, saK
'ociertasdiferenciasrespectodelo
fem íneo, esunconeeptoindivisoyalavezdiverso.

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