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CUADERNOS DE PSICOBIOLOGIA SOCIAL

EL NIVEL CONSCIENTE DE LA ACTIVIDAD


PERSONAL

Pedro Ortiz C.

Lima, Perú

2003
CONTENIDO
Introducción
SECCIÓN 1
EL NEOCÓRTEX CEREBRAL ES EL SISTEMA DE LA CONCIENCIA
CAPITULO 1.1. La naturaleza neural y social de la conciencia
Hipótesis acerca de la naturaleza de la conciencia. Estructura social de la actividad consciente.

CAPITULO 1.2. El neocórtex cerebral como sistema de información social.


Características de la corteza cerebral humana. El problema de la localización de las funciones cerebrales superiores.
Organización psíquica de la corteza cerebral humana. Características específicas del neocórtex cerebral humano.
CAPITULO 1.3. El neocórtex cerebral como sistema de memoria consciente
Organización de la memoria humana.. Estructura de la memoria de nivel consciente. La actividad mnésica de nivel
consciente. Codificación neocortical de la información social: Procesos de encodificación y descodificación de la informa-
ción psíquica consciente. Procesos que facilitan el guardado y recuperación de la información psíquica consciente.
CAPITULO 1.4. El neocórtex cerebral como sistema semiótico
Naturaleza del lenguaje. Características del lenguaje. Determinación genética y social del lenguaje. Modelos del len-
guaje. El habla como actividad psíquica preconsciente. El sistema semiótico del cerebro: aspectos anatómicos y funciona-
les.

SECCIÓN 2
EL PLANO SUBCONSCIENTE DE LA ACTIVIDAD PERSONAL
CAPITULO 2.1. El sistema afectivo-emotivo
Naturaleza de la afectividad humana: Los sentimientos. El neocórtex paralímbico es el sistema afectivo-emotivo de la
conciencia. Estructura y Interconexiones del neocórtex afectivo. Evidencias clínicas y experimentales. Diferenciación he-
misférica.
CAPITULO 2.2. El sistema cognitivo-productivo
Naturaleza de la cognición humana: Los conocimientos. El neocórtex parietotemporooccipital es el sistema cognitivo-
productivo de la conciencia: Estructura y conexiones. Evidencias clínicas y experimentales. Diferenciación hemisférica.

CAPITULO 2.3. El sistema conativo-volitivo


Naturaleza de la motivación. El neocórtex prefrontal dorsolateral es el sistema conativo-volitivo de la conciencia: Es-
tructura y conexiones. Evidencias clínicas y experimentales. Diferenciación hemisférica.

SECCIÓN 3
EL PLANO EPICONSCIENTE DE LA ACTIVIDAD PERSONAL
CAPTIULO 3.1. El plano de la percepción
Conceptos clásicos sobre la percepción. La percepción como plano de la actividad epiconsciente. Naturaleza del per-
cepto. Formas de actividad perceptual. El soporte psiconeural de la percepción.

CAPTIULO 3.2. El plano de la imaginación


Conceptos clásicos sobre la imaginación. La imaginación como plano de la actividad epiconsciente. Naturaleza de la
imagen. Formas de actividad imaginativa. El soporte psiconeural de la imaginación.

CAPITULO 3.3. El plano del pensamiento


Conceptos clásicos sobre el pensamiento. El pensamiento como plano de la actividad epiconsciente. Naturaleza del
concepto. Formas de actividad del pensamiento. El soporte psiconeural del pensamiento.

CAPITULO 3.4. El plano de la actuación


Conceptos clásicos sobre la actuación. La actuación como plano de la actividad epiconsciente. Naturaleza del es-
quema. Formas de actividad de la actuación. El soporte psiconeural de la actuación.

CAPITULO 3.5. Diferenciación interhemisférica


El concepto de dominancia cerebral. Diferenciación psicofuncional del hemisferio derecho. Diferenciación psicofun-
cional del hemisferio izquierdo

CAPITULO 3.6. Organización de la actividad epiconsciente


Formas de organización de la actividad epiconsciente. Redes neurales para la inducción y mantenimiento de la an-
siedad, la atención y la expectación. Redes neurales para la integración supramodal de la actividad epiconsciente.
INTRODUCCIÓN

Desde el primer Cuaderno hemos dejado establecido el principio de que el sujeto –no el obje-
to– de nuestro estudio es el individuo humano transformado en una personalidad. Hemos mostra-
do que este es un individuo social organizado en niveles que dependen de los mismos tipos de
información que organizan los sistemas animales individuales, pero que tiene un nivel adicional de
organización que depende de aquella categoría de información denominada social que, al deter-
minar la estructura de la sociedad determina también la estructura de la conciencia y por tanto de
la personalidad.
Habrá quedado claro que sólo en la especie Homo sapiens ocurre una verdadera re-evolución
desde el momento en que los sistemas multiindividuales de esta especie se organizaron a base de
la clase de información que sus primitivos miembros empezaron a codificar en medios que están
fuera de ellos mismos, y es así como la información social determina el desarrollo de la sociedad
humana tal como hoy la conocemos. De esta manera, la sociedad que surgió en los últimos miles
de años es ahora el único sistema vivo de tipo supraindividual que existe en nuestro planeta. De
no existir dicha información social, los hombres seguiríamos siendo únicamente primates, anima-
les superiores algo más complejos, pero tal vez sólo por tener un cerebro de mayor tamaño. Ha-
bría pues razones suficientes para sostener que además de los reinos protista, monera, fungui,
plantae y animalia, existe un sexto reino, el reino humano, esto es, la humanidad.
Así como en la sociedad se repiten los cinco niveles de organización del sistema vivo en su
totalidad, así también los hombres somos los únicos sistemas vivos individuales dentro de los que
se repiten estos mismos cinco clases de información que ha sido posible diferenciar en el sistema
total, que son las categorías de información genética, metabólica, funcional, psíquica inconsciente
y psíquica consciente (Ortiz, 1994, 1998, 2000). Estas cinco clases de información no sólo organi-
zan la actividad global del cerebro y del sistema nervioso, sino también la actividad de cada ser
humano en su integridad. En este Cuaderno estudiaremos el neocórtex cerebral como la única
estructura viva intraindividual que es capaz de codificar todas las categorías de información que
existen en la totalidad del sistema vivo y del individuo. En otros términos, dentro de nuestro cuer-
po, no existe otro componente orgánico que pueda almacenar y procesar todas las clases de in-
formación existentes –desde la información social hasta la información genética– que no sea el
neocórtex cerebral. Y por la misma razón, cada ser humano ha llegado a ser una personalidad. En
este Cuaderno intentaremos pues una explicación sociobiológica de la conciencia cuyo soporte
activo es el mencionado neocórtex cerebral.
En la primera sección, y dentro de la concepción del sistema nervioso que hemos seguido
desde el primer Cuaderno, usaremos la evidencia empírica disponible para sustentar el aserto de
que el neocórtex es el sistema de la conciencia, por cuanto es: 1) un sistema que procesa infor-
mación social en la forma de información psíquica consciente, 2) un sistema de memoria que codi-
fica y almacena esta misma clase de información, y 3) un sistema semiótico en tanto refleja el
lenguaje en el sistema del habla como una estructura psíquica que codifica y trascribe la informa-
ción social en información psíquica y viceversa.
En la segunda sección usaremos también las evidencias que disponemos para explicar la na-
turaleza de los procesos neuropsíquicos que constituyen los sistemas afectivo, cognitivo y conati-
vo del plano subconsciente de la conciencia.
En la tercera explicaremos como se integran y usan las diversas clases de información psí-
quica consciente en los planos de la actividad epiconsciente: de la percepción, la imaginación, el
pensamiento y la actuación.
SECCIÓN 1

EL NEOCÓRTEX CEREBRAL ES EL SISTEMA


DE LA CONCIENCIA

Hemos sustentado la idea de que las redes neurales del neocórtex cerebral humano
se organizan cinéticamente a base de la información social, y que por procesos igualmen-
te cinéticos la información psíquica consciente que refleja aquella información, reestructu-
ra toda la actividad cerebral, todo el sistema nervioso y todo el individuo (Ortiz, 1994,
2000). Este planteamiento permite una solución alternativa al problema de la relación
mente-cerebro, relación preferimos poner en términos de la relación conciencia-cerebro.
Esta salida es esencial para una explicación científico-humanista de la personalidad,
pues permite comprender cómo se estructura socialmente la actividad cerebral y en con-
secuencia todo el conjunto de la actividad individual. Creemos que de este modo se pue-
den superar las diversas propuestas que se han formulado dentro de las ciencias natura-
les, supuestos que, a decir verdad, han intentado resolver el problema de la relación en-
tre la mente y el cerebro en los mismos términos mecanicistas que la relación entre cosa
y hecho, entre órgano y función, entre estructura y proceso; todo ello como parte de la
necesidad de explicar la relación idealista entre materia y espíritu, y por ende, entre natu-
raleza y cultura o entre los genes y el ambiente. Habrá que explicar que es preferible no
usar el concepto de mente, dado que no tiene, igual que el alma, un referente claramente
delimitado: podría ser la “potencia intelectual del alma”, todo el conjunto de la actividad
psíquica, o la parte no afectiva de la misma, es decir, sinónimo de la cognición, o es sim-
plemente un concepto de sentido común para referirse a lo que llamaremos actividad
epiconsciente.
El modelo que usamos nos permite, en cambio, explicar la relación entre conciencia y
personalidad, explicación que justamente nos sirve de marco para el estudio del cerebro
y la corteza cerebral de las personas, ya que evita o supera los conceptos acerca de en-
tes mentales elaborados a base del sentido común. Una pregunta de sentido común es,
por ejemplo, cómo explicar la relación entre el darse cuenta, el desear y el recordar sien-
do como son parte de la actividad de un mismo cerebro. Se podría responder en seguida
con cierta lógica diciendo que se relacionan funcionalmente a través de las conexiones
nerviosas que existen entre las respectivas partes del cerebro. Esta respuesta implica
que se debe saber en qué parte del cerebro se producen estas formas de actividad; una
cuestión que aún no ha sido resuelta. Por tanto, si no se tiene un modelo del sistema del
individuo social concreto, no hay otra alternativa que especular a partir de un análisis del
sentido de las palabras, es decir, intentar el análisis lógico de los mismos términos del
sentido común.
No creemos pues que la respuesta surja de la simple correlación de los datos de la
observación empírica. Tampoco podemos esperar que surja una nueva hipótesis más
comprehensiva después de un experimento crucial. Insistiremos en que el marco teórico
acerca de la sociedad y los hombres concretos es fundamental. En este sentido, hemos
considerado fundamental el concepto de que personalidad es cada individuo humano tal
como ha sido estructurado no por su entorno, sino por la información social, en tanto esta
es la clase de información creada y producida por la sociedad que se transcribe, almace-
na y procesa en el neocórtex cerebral de cada uno de los hombres. Por eso podemos
decir que existe una clase de información psíquica determinada socialmente, distinta de
la información psíquica inconsciente determinada primero epigenéticamente por las ne-
cesidades internas del individuo y luego cinéticamente por el ambiente físico, inmediato y
actual, como el que rodea a los animales.
Es evidente que las ciencias naturales aplicadas al estudio del individuo humano han
demostrado fehacientemente su incapacidad para explicar la relación mente-cerebro sin
caer en el reduccionismo, pues no han tomado en cuenta la naturaleza de la estructura
de la sociedad ni la estructura psíquica de los hombres, y han aceptado a ciegas la con-
cepción darwiniana del naturalismo del siglo pasado que nos ha hecho creer que la men-
te humana es sólo una forma algo más compleja que la actividad psíquica animal.
CAPÍTULO 1.1

LA NATURALEZA NEURAL Y SOCIAL DE LA CONCIENCIA

Hipótesis acerca de la naturaleza de la conciencia. Estructura social de la actividad


consciente.

Como culminación de la explicación psicobiológica de la personalidad, tenemos ahora


la importante tarea de explicar la naturaleza de la estructura del máximo nivel de su orga-
nización individual que es la conciencia, de la cual depende justamente la estructura de la
actividad personal en su conjunto. Ya sabemos que por su doble determinación, epigené-
tica y cinética, cualquiera de los niveles de organización de la personalidad requiere de
una doble explicación. Lógicamente que el nivel consciente de la personalidad tendrá que
ser explicado a partir de su actividad psíquica inconsciente y a base de la actividad social
dentro de la que aquella se forma y desarrolla.
Hemos dado por sentado el principio de que existen diferencias esenciales entre los
hombres y los animales, o más específicamente entre el cerebro de los hombres y el de
los animales. Esto significa que la solución al problema de la relación mente-cerebro re-
quiere, antes que todo, de una definición de la naturaleza de la sociedad, para en seguida
definir la conciencia en términos de la información social que organiza la misma sociedad.
Sólo así parece posible explicar la verdadera estructura social del cerebro humano.
Recordemos al respecto, que para explicar la conciencia desde un punto de vista
neurofisiológico, a menudo se usa el modelo sensorimotor del nivel funcional de los orga-
nismos. Es evidente que este modelo sólo alcanza a explicar la actividad funcional de las
redes neurales más elementales del cerebro; razón por la cual la interpretación de los
datos que se disponen acerca de las funciones de la corteza cerebral se quedan en un
nivel de análisis que lógicamente no alcanzan a definir la naturaleza de la conciencia.
Como sabe todo profesional que presta servicios en los campos de la salud o la edu-
cación, cualquier estrategia orientada la formación de la personalidad o al estudio y la
atención de los desórdenes psíquicos, empieza por tratar de comprender el estado y los
procesos de la actividad personal en cuestión; estado y procesos que necesariamente
depende la actividad consciente. Sin embargo, la filosofía, la psicología y la neurología
ofrecen tal variedad de definiciones y concepciones acerca de la conciencia, que en la
práctica la prestación de servicios correspondiente se basa sólo en los conceptos de uso
vulgar.
Por otro lado, los conceptos más elaborados sobre la conciencia rara vez han sido
adoptados como eje de la explicación de la anatomía y funciones del cerebro humano,
que en realidad es un cerebro personal. El problema es que, hasta donde podemos ver a
través de los trabajos más actuales de, por ejemplo, Bechtel (1994), Cornwell (1998),
Hobson (1999), Zeman (2001), los problemas metodológicos, gnoseológicos y ontológi-
cos que se han suscitado en torno a la definición y explicación de la conciencia aún si-
guen sin resolver, incluso por quienes han tratado de recombinar las concepciones más
circunscritas ya conocidas. En el presente Cuaderno, por el contrario, adoptaremos la
estrategia de comprender el cerebro humano a partir de una concepción de la conciencia
que se deriva de una explicaciones de los procesos esenciales del sistema vivo, que
comprende la sociedad, y la personalidad dentro de ella. Previamente, revisaremos el
estado de los conocimientos más importantes que, a nuestro juicio, servirán para acen-
tuar no sólo las diferencias entre las personas entre sí, sino también entre el hombre y el
animal.

1.1.1. Hipótesis acerca de la naturaleza de la conciencia


Es interesante notar que el estudio de la conciencia ha sido uno de los objetivos fun-
damentales de la psicología precientífica, enmarcada dentro de la filosofía clásica, para
pasar a un segundo plano en la psicología del inconsciente y desaparecer como objeto
de la ciencia dentro de la psicología del comportamiento (Leahey, 1998)
Un avance importante fue sin duda el aporte de Freud respecto de la diferenciación
de las esferas de lo consciente y lo inconsciente. Aunque al darse una mayor importancia
a este segundo componente del “psiquismo”, se redujo la de la conciencia, dejando que
muchos aspectos de la actividad consciente fueran atribuidos al inconsciente, como es el
caso de las motivaciones que, para nosotros, son el fundamento de la conducta.
En la psicología contemporánea se sigue la tradición de definir la conciencia a partir
del análisis de los conceptos derivados del sentido común y de la introspección, a tal pun-
to que se han propuesto una variedad de definiciones que nos es imposible analizarlas
aquí. Así, por ejemplo, Bechtel (en Guttenplan, 1994) ha hecho una reseña de los enfo-
ques dentro de los que se ubican las hipótesis que intentan explicar el vacío (the explana-
tory gap) que existe entre 1) los estados de conciencia y 2) las funciones del sistema ner-
vioso, como son las corrientes a) del eliminativismo (especialmente del conductismo), b)
del reduccionismo (del fisicalismo y el funcionalismo), c) del misterialismo (en especial del
transcedentalismo) y d) los deflacionismos que plantean que aún no existe un análisis del
fenómeno de la conciencia. La conclusión de esta revisión crítica es que faltan los con-
ceptos científicos necesarios para explicar la conciencia.
Por su parte, el mismo Bechtel (ob. cit) diferencia cuatro conceptos respecto de la
conciencia: 1) la conciencia fenoménica, 2) la conciencia de sí, 3) la conciencia de control
y 4) la conciencia de acceso. La primera se podría definir dando sinónimos, como si fuera
la experiencia subjetiva, o describiendo sus propiedades, dando ejemplos, como si fuera
lo que sentimos, lo que pensamos. La segunda implica la existencia de un yo que se usa
al pensar acerca de uno mismo. El tercer concepto implica la idea de búsqueda interna,
de que se requiere de la presencia de un pensamiento de segundo orden para diferenciar
entre la conciencia de ... y el estado de conciencia. Según el cuarto concepto, la concien-
cia de acceso vendría a ser una representación que está lista para ser usada, por ejem-
plo en la forma de una premisa que surge al momento de razonar, o de un contenido listo
para el control racional de una acción o de una expresión verbal.
Si pudiéramos salir de los límites de la introspección y el sentido común, tal vez po-
dríamos lograr una concepción acerca de la conciencia que no resulte del análisis de los
términos y los conceptos, sino que tenga más bien su base en una teoría sobre la historia
del sistema vivo y de la sociedad. Esto es lo que sugiere precisamente Spirkin (1965)
cuando dice que la conciencia es la función superior del cerebro, propia solamente del
hombre, la misma que es producto de la historia, una suerte de herencia espiritual que
recibimos y absorbemos en el curso del desarrollo individual.
En otro lugar Ortiz (1994, 1998, 2000), hemos sugerido que los procesos esenciales
de los sistemas vivos son de naturaleza informacional, para deducir que los niveles de
organización del sistema vivo dependen de un tipo de información y que por esta razón
cada sistema vivo individual se organiza a base de las categorías de información que han
aparecido en el curso de la evolución. Así, el mayor nivel de organización de los psiquis-
mos de la clase de los mamíferos depende de la información psíquica inconsciente de
tipo paleocortical que refleja epigenéticamente los procesos internos del individuo y ciné-
ticamente las propiedades del ambiente exterior inmediato.
Pero al mismo tiempo hemos hecho notar que la especie Homo sapiens es la única
que ha logrado organizarse como sistema vivo multiindividual de tipo social, porque su
estructura depende de una categoría diferente de información –en lo esencial, codificada
en medios inertes por fuera del cerebro de los individuos– que es la información social.
Por esta la razón, los hombres tenemos un nivel superior de organización que depende
de la información social, por cuanto ésta clase de información que refleja o transcribe en
sentido sociocinético en la información psíquica consciente. Como veremos, esta catego-
ría de información se codifica en el neocórtex cerebral principalmente a lo largo del desa-
rrollo formativo de la persona.
Ya hemos visto en el Cuaderno anterior que las formas de actividad psíquica afectiva
y cognitiva inconscientes del recién nacido y de los animales no son en modo alguno su-
ficientes como para explicar la actividad psíquica humana en general, o la actividad psí-
quica de una personalidad en especial; mucho menos si se piensa que existen sólo pro-
cesos de determinación epigenética. Por eso, si mantuviéramos la idea de que para dar-
se cuenta de sí, para conocer el mundo, para valorarse a sí mismo y a todo lo demás, el
hombre requiere de aquellas dos únicas formas de actividad que deben integrarse en el
mismo nivel de la actividad psíquica animal, en nada habríamos avanzado respecto del
objetivo central: el de definir qué es o de qué naturaleza es la conciencia.
También tenemos que explicar cómo es que la información psíquica consciente –a
través de la actividad psíquica inconsciente y de los procesos de la sensibilidad (de sus
vías aferentes y eferentes) y la motilidad (de sus vías eferentes y aferentes)– organiza el
conjunto de la actividad personal: 1°, en el curso de la actuación objetiva de la personali-
dad que se expresa en la forma de comportamiento, desempeño y conducta dentro de los
procesos actuales de su vida, y 2°, durante los procesos formativos de la personalidad
que es cuando estas formas transitorias de actividad se reestructuran sucesivamente
para dar forma al temperamento, el intelecto y el carácter que vienen a ser los componen-
tes estructurales de la personalidad.
Por todo lo dicho, la definición de la naturaleza de la conciencia requiere pues de una
definición de la naturaleza de la información social. Aunque este punto ya ha sido anali-
zado en nuestra Introducción (Ortiz, 2000) aquí mencionaremos solamente algunos prin-
cipios fundamentales. En primer lugar, debemos diferenciar entre los sistemas vivos mul-
tiindividuales naturales y el sistema vivo supraindividual como es la sociedad humana, o
simplemente la sociedad. Por ejemplo, aunque los animales superiores, especialmente
los primates (como los monos antropoides), disponen de una enorme variedad de seña-
les psíquicas que en la forma de gestos o acciones motoras les sirven para comunicarse
entre sí, en todos ellos las señales emitidas sólo generan información a partir de los re-
ceptores sensoriales del receptor, del mismo modo en que las diversas formas de energía
del ambiente local se transducen en la clase información que organiza la actividad de
cada individuo. Por tanto, en todos los sistemas animales multiindividuales la información
existe como tal únicamente en el respectivo nivel de organización dentro de cada indivi-
duo.
En la sociedad, en cambio, desde que los hombres pudieron codificar información
psíquica en medios fisicoquímicos inertes, por fuera de ellos mismos, las estructuras que
contenían dicha información se han convertido en información extraindividual –o ex-
trasomática, como dice Carl Sagan–, esto es, en información social que ya no refleja sólo
la información psíquica del individuo, ni el ambiente local que podemos sentir, sino el am-
biente universal que la humanidad ha llegado a conocer, y no únicamente los aspectos
superficiales o aparentes de los fenómenos o cosas que son objeto de nuestras sensa-
ciones, sino primordialmente los procesos materiales que subyacen a dichos fenómenos.
Por esta razón, cuando estudiamos astronomía, fisiología o psicología en un libro, ya no
reproducimos las imágenes y conceptos acerca de quien escribió el texto, sino acerca de
los objetos y procesos que se describen y explican en un determinado lenguaje; inclusive,
si fuera necesario criticar al escritor, no lo hacemos en términos de sus propias ideas,
sino en términos de las palabras escritas en el papel.
Por lo que hemos visto en el Cuaderno de Introducción, sólo la información que apre-
ciamos objetivamente en la forma de noticia, conocimiento o lenguaje es información so-
cial, diferente de las formas de información intraindividual –genética, metabólica, neural,
psíquica inconsciente y psíquica consciente. Por eso decimos que el texto que uno lee o
las palabras que uno escucha contienen información respecto de los procesos del mun-
do; pero al mismo son información para uno. Por ejemplo, cuando después de haber
examinado a un paciente decimos “ésta es la información que necesito”, es porque los
datos que disponemos contienen información respecto de los procesos internos o subjeti-
vos de dicho paciente.
De acuerdo con el concepto de información que hemos desarrollado, ya no debe pa-
recer extraño decir que las costumbres, las palabras habladas o escritas –en libros, dis-
cos, cintas magnetofónicas, disquetes, discos de lectura láser, la pantalla de la compu-
tadora–, las figuras fotográficas, de cine, de video, son una clase de información respecto
de otros hombres y del mundo que sólo la sociedad ha podido crear y desarrollar en el
curso de su historia. Pero también toda la obra producida por el trabajo social de los
hombres –como la comida, el vestido, la vivienda, las herramientas, las máquinas– con-
tienen en sí mismas la información psíquica consciente de quien las hizo, como también
la información social a base de la cual cada persona labora y produce.
Ahora más que nunca es evidente que la información social es tan material como es
todo lo que existe en el universo, pues desde nuestra concepción ya encontramos diver-
sas clases de información social en la estructura de las tradiciones, de la cultura y de la
economía, que son las formas básicas de actividad de la sociedad actual donde vivimos.
Hemos sustentado el principio de que al incorporar estas diferentes clases de infor-
mación social en sus etapas formativas, cada individuo humano es reestructurado socio-
cinéticamente por dicha información y así es transformado en una personalidad. Pode-
mos decir entonces que, una vez codificada en el neocórtex cerebral de cada individuo
humano, toda la información social que queda transcrita en información psíquica constitu-
ye la conciencia. Esto significa que la trascripción de la información social en información
psíquica consciente no es sino la estructuración sociocinética de las redes neurales del
neocórtex cerebral del individuo. Por consiguiente es lógico concluir en que el neocórtex
cerebral, una vez que ha sido estructurado cinéticamente por la información social, ya es
la conciencia, y que por medio de su actividad consciente todo el individuo se transforma,
también cinéticamente, en una personalidad.

1.1.2. Estructura social de la actividad consciente


La definición que acabamos de esbozar puede juzgarse poco o muy heterodoxa, pero
una vez que hemos precisado qué es la información, y cómo se organizan a base de ella
los sistemas vivos naturales, la sociedad humana y el individuo humano, ya no podemos
ignorar que la conciencia es información social convertida en información psíquica en el
mayor nivel de organización de la personalidad. Sólo de esta manera se puede demostrar
que el neocórtex cerebral es el nivel superior de organización de la personalidad, por
cuanto sólo en el hombre adopta una estructura determinada no por los rasgos físicos del
ambiente local, sino por la información que disponemos acerca de los procesos no obser-
vables o intrínsecos del universo, un universo que naturalmente incluye a la sociedad y a
nosotros mismos.
Esta aseveración se contrapone a la vieja idea que Darwin legara a la psicología y la
neurología naturales, por la que se sostiene que en los animales y el hombre el control de
las emociones corresponde a la corteza límbica, mientras que el resto de la corteza cere-
bral estaría a cargo de los procesos cognitivos, o como también se dice, de los conteni-
dos de la conciencia. Por supuesto que dentro de este esquema, la conciencia es un
concepto que ya de por sí resulta no sólo indefinible, sino innecesario. Por esta razón, en
neurología, por ejemplo, el término conciencia se usa solamente en su sentido vulgar de
estar despierto, de darse cuenta, de ser sensible a ...; al mismo tiempo que se separa y a
veces se deja de lado su sentido de autovaloración, de autocrítica, de autoconciencia,
conceptos que ahora se tiende a reemplazar por los de metacognición o de pensamiento
crítico. Más aún, como si así se facilitaran las cosas, se prefiere no discutir el asunto y
con el pragmatismo que caracteriza la atención médica tradicional, los desórdenes de la
actividad consciente se definen sólo en términos del trastorno o la pérdida de las funcio-
nes cerebrales. Así el problema conceptual parece quedar resuelto, pues al decir que un
estado de delirio es un trastorno de la conciencia, o que el coma es la pérdida de la con-
ciencia por el sólo hecho de que la persona afectada ya no se da cuenta de sí o de su
ambiente, ya no se necesita explicar qué es la conciencia; evadiendo de esta manera la
responsabilidad de saber en qué medida no ha sido afectado el cerebro o cuanto queda
de la información que contenía, que es justamente la manera de valorar la vida misma de
una persona.
En resumen, hemos podido diferenciar claramente dos niveles de actividad psíquica
humana, de la inconsciencia y de la conciencia. Pero, a diferencia de la concepción freu-
diana, mantenemos el principio de que estos niveles corresponden a dos clases de infor-
mación psíquica, cada uno de las cuales tiene sus propios procesos genéticos y cinéticos
de determinación.
Hemos visto que la inconsciencia contiene y procesa la clase de información psíquica
que se forma a partir de las condiciones internas del individuo en gestación, y tiene su
base de desarrollo en los aspectos superficiales del ambiente inmediato que el niño en-
cuentra y registra al momento de nacer. El sistema comprende la información afectiva
codificada en el paleocórtex límbico y la información cognitiva codificada en la corteza
heterotípica.
Sólo en el nivel superior de la actividad personal, el sistema de la conciencia contiene
las clases de información que se codifican progresivamente en el neocórtex cerebral epi-
genéticamente a partir de la actividad psíquica inconsciente, y sociocinéticamente a base
de las clases de información social que la persona incorpora en el curso de su vida. Por
lo tanto, la cantidad y la calidad de las distintas clases de información psíquica consciente
que cada hombre adquiere, y la configuración que adopten en su neocórtex, reflejan bá-
sicamente la estructura informacional de la sociedad en la etapa de su historia donde el
individuo es concebido y se forma como personalidad.
Como todo sistema, el de la conciencia también puede ser analizado en términos de
su estructura y su actividad. Desde este punto de vista, podemos diferenciar dos de sus
aspectos esenciales: en primer lugar, (1) la información psíquica consciente aparece 1.1)
como estructura, en la forma de datos psíquicos, esto es, de redes neurales neocorticales
estructuradas por la información social, y 1.2) como actividad, en la forma de señales
psíquicas que se procesan como representaciones que reflejan sus entradas sensoriales,
y como procedimientos que se reflejan en sus salidas motoras.
En segundo lugar, (2) la conciencia aparece 2.1) como estructura en el plano sub-
consciente y 2.1) como actividad en el plano epiconsciente. El primero corresponde al
plano estructural de la información guardada, es decir, tal como está almacenada o codi-
ficada en la forma de datos psíquicos en los respectivos sistemas de memoria del neocór-
tex cerebral; el segundo corresponde al plano del procesamiento de la información en
uso, tal cual emerge en la forma de actividad psíquica integrada, en la forma de imágenes
y de conceptos que resultan de la descodificación de la información psíquica en redes
que abarcan todo el cerebro; de este modo la información estructura la actividad personal
actual.
Al explicar en estos términos la corteza cerebral humana, también podemos concluir
en que el neocórtex vivo –no el que aparece bajo el microscopio sino la red neocortical
organizada a base de información social– es el aspecto estructural de la conciencia, y
que la integración holocortical de las redes neocorticales es el aspecto de su actividad.
En el cuadro 1.1.1 se muestra la estructura de la actividad psíquica personal tal como la
planteamos aquí.
Este cuadro puede contrastarse con otras propuestas teóricas que se han elaborado
en torno a la naturaleza de la conciencia, tanto en los campos de la psicología y la neuro-
logía, como en la filosofía y la sociología (véase, por ejemplo, Zeman, 2001). La impor-
tancia de los aportes filosóficos, más que los de la ciencia natural, es evidente en este
esquema, y tal como fue propuesto por primera vez (Ortiz, 1994), la conciencia, y por lo
tanto la misma personalidad, es un sistema tripartito, confirmando y ampliando la concep-
ción filosófica de la existencia de afección, cognición y volición. Se notará que las tres
formas de actividad consciente, constituyen un nivel diferente del sistema de la incons-
ciencia, y que además contiene el plano (o subnivel) preconsciente del habla, como sis-
tema de codificación de la información psíquica (inconsciente y consciente). Por otro lado,
quedará claro que estas tres clases de información se expresan en la actividad epicons-
ciente, casi siempre con la asistencia de los códigos del habla.
Al plantear las cosas de este modo, pretendemos quede superada de una vez por to-
das la idea de que el término conciencia es sólo una sustantivación abstracta del adjetivo
consciente, esto es, de ser conscientes de lo que nos ocurre, de darnos cuenta del mun-
do que nos rodea. Es evidente que los animales se dan cuenta de lo que sucede a su
alrededor, pero únicamente por medio de señales psíquicas inconscientes, señales sen-
soriales, señales metabólicas o por señales intracelulares, según su nivel de organiza-
ción. Por supuesto que toda persona también se da cuenta de lo que sucede a su alrede-
dor, pero, además, de lo sucede en el universo y dentro de sí misma: y todo ello por me-
dio de su conciencia. Y si nos damos cuenta de nuestra existencia, de nuestra historia, de
nuestras propias imágenes y pensamientos, es sólo porque podemos codificar la infor-
mación psíquica en los códigos verbales del habla; como también en diversos lenguajes
por fuera de nosotros mismos.

CUADRO 1.1.1
ESTRUCTURA DE LA ACTIVIDAD PSÍQUICA PERSONAL

1. El sistema de la inconsciencia, comprende:


1.1. El sistema afectivo-emotivo inconsciente
1.2. El sistema cognitivo-ejecutivo inconsciente
2. El sistema de la conciencia, comprende:
2.1. Un plano subconsciente: con un plano preconsciente:
2.1.1. El sistema afectivo-emotivo 2.1.1.p. El sistema prosódico
2.1.2. El sistema cognitivo-productivo 2.1.2.p. El sistema léxico
2.1.3. El sistema conativo-volitivo 2.1.3.p. El sistema sintáctico
2.2. Un plano epiconsciente: con una plano verbal:
2.2.1. El plano de la percepción 2.2.1.v. Comprensión verbal
2.2.2. El plano de la imaginación 2.2.2.v. Imágenes verbales
2.2.3. El plano del pensamiento 2.2.3.v. Conceptos verbales
2.2.4. El plano de la actuación. 2.2.4.v. Expresión verbal
CAPÍTULO 1.2

EL NEOCÓRTEX CEREBRAL COMO SISTEMA DE


INFORMACIÓN SOCIAL

Características de la corteza cerebral humana. El problema de la localización de las


funciones cerebrales superiores. Organización psíquica de la corteza cerebral humana.
Características específicas del neocórtex cerebral humano.

La determinación sociocinética de la conciencia, consiste en la trascripción de la in-


formación social en información psíquica consciente. Visto de otra manera, significa que
las redes neurales de la corteza cerebral humana son estructuradas informacionalmente
desde la sociedad. Pero también significa que esa corteza debe tener unas formas de
actividad epigenéticamente determinadas que facilitan la codificación de toda la diversi-
dad de la información social a la que accede una persona a lo largo de su vida. Examina-
remos, pues, los aspectos más importantes del neocórtex cerebral humano que hacen
posible su capacidad potencial de codificar y procesar dicha información social.

1.2.3. Características de la corteza cerebral humana


En forma unánime se ha señalado que la estructura histológica de la corteza cerebral
de los mamíferos es similar en todos ellos. Se sabe que tiene una estructura laminar y
columnar similar desde los insectívoros hasta los primates. En estos últimos, la estructura
sería entonces la sugerida por Bailey y Bonin (1951) como puede verse en el cuadro
1.2.1. Lógicamente que esta similitud es anatómica y tal vez funcional, pero de ninguna
manera psíquica. Como veremos, la estructura psíquica de la corteza cerebral humana es
totalmente distinta de la del resto de los mamíferos.
_______________________________________________________________________

CUADRO 1.2.1
TIPOS CITOARQUITECTÓNICOS DE LA CORTEZA CEREBRAL
Según Bailey y Bonin (1951); Daly (1974)

HETEROGENÉTICA HOMOGENÉTICA

ESTRUCTURA Siempre menos de 6 láminas De 6 láminas en estadios maduro


y/o embrionario

SINÓNIMOS ALOCÓRTEX NEOCÓRTEX

SUBTIPOS Paleocórtex Arquicórtex Homotípica Heterotípica


de 6 de menos de 6
láminas láminas
Área olfatoria Hipocampo Eulaminar Granular Agranular
Circunvolución
dentada

Lógicamente que si la estructura histológica del neocórtex es similar en todos los


mamíferos, tenemos que buscar una explicación no histológica de la enorme diferencia
que sabemos existe entre las capacidades del cerebro humano y el de los animales supe-
riores. Desde ya, adelantamos que tal diferencia es social y psíquica, y por lo mismo,
funcional, metabólica y genética.
En realidad, el problema no debe reducirse a la comparación de las capacidades fun-
cionales del neocórtex humano con las del resto de los mamíferos; peor aún si se trata de
acentuar las semejanzas, tal como plantean las ciencias naturales con la idea de que el
interés principal de la ciencia es explicar lo general y no lo individual. El resultado de este
planteamiento ha sido la reducción del problema de las diferencias entre el hombre y las
especies animales a la confrontación de los aspectos puramente cuantitativos de los gra-
dos de complejidad.
Fue en este sentido que muy desde el comienzo, al explicar las capacidades sobre
todo cognitivas del hombre, se planteó la posibilidad de que estas capacidades dependie-
ran del tamaño, volumen o peso del cerebro. La antropología del siglo pasado, por ejem-
plo, inició el debate de las diferencias individuales con la medición del tamaño de la ca-
beza (o de la capacidad craneal tratándose del cadáver o de restos fosilizados). Sin em-
bargo, hasta hoy no sabemos qué significa exactamente tener el cerebro más grande que
otro, o un área del cerebro más grande que otra, ni siquiera cuando se destaca la medida
en términos estadísticos. Tal vez lo único importante sea que con la medición del cerebro
se puede iniciar la investigación del por qué los hombres son tan diferentes de los anima-
les.
El peso absoluto del cerebro del hombre es de 1,152 g en promedio (con un rango de
930 a 1,350 g). Hay, sin embargo, muchos animales con cerebros que pesan mucho más
que el del hombre; por ejemplo, el de la ballena pesa alrededor de 6 Kg. Es entonces
evidente que el peso absoluto no tiene una importancia especial. Por eso se ha buscado
resaltar las diferencias relacionando el peso cerebral con el peso corporal. Así resulta que
la relación peso cerebral/peso corporal del hombre es de 1/40, en cambio la del elefante
es de 1/600 y de la ballena, 1/10,000.
Bauchot y Stephan (citados por: Changeux, 1985), transformaron estas relaciones en
índices de encefalización (cuadro N° 1.1.3), tomando la relación peso cerebral/peso cor-
poral de los insectivoros (los mamíferos más inferiores) como unidad de comparación.
Haciendo los cálculos respectivos, resulta que si el índice de encefalización de la musa-
raña es de 1, el del hombre llega a 28.7, una cifra que no es superada por ningún otro
animal; aunque la diferencia de 2.5 puntos entre el hombre y el chimpancé no parece ser
muy significativa.
Los mismos autores, con cálculos similares, obtuvieron un índice de corticalización
(cuadro 1.2.2), que resulta de comparar el peso cerebral con la superficie corporal, to-
mando como unidad de comparación la misma relación respecto de los insectívoros. Este
índice muestra claramente que la diferencia entre el cerebro del hombre y de los primates
superiores no es tanto respecto del peso del cerebro, sino la extensión de la corteza ce-
rebral en relación con la superficie corporal, una relación que es casi tres veces mayor
que el del chimpancé (con una reducción relativa de la corteza olfatoria).

CUADRO 1.2.2

ÍNDICE DE ENCEFALIZACIÓN

Insectívoros 1
Foca 15
Delfín 20
Chimpancé 26.2
HOMBRE 28.7
Si estas relaciones entre el peso cerebral y el peso corporal de los mamíferos estu-
diados se grafican logarítmicamente en un sistema de coordenadas, veremos que los
puntos que corresponden a los animales de cada especie siguen una pendiente que es
paralela a la de otras especies (Fig. 1.2.1). Es interesante notar que respecto del hombre
su ubicación no sigue la pendiente de los primates, mejor dicho, no se sitúa en la prolon-
gación del extremo derecho de los simios, sino que forma su propia pendiente desplaza-
da a la izquierda de las demás. Esta observación la usaremos también para enfatizar el
hecho de que el hombre se ubica fuera del ámbito de los animales.

CUADRO 1.2.3
INDICE DE CORTICALIZACIÓN

Corteza externa Bulbo olfativo


Insectívoros 1 1.0
Chimpancé 58 0.07
Hombre 156 0.02

También se han calculado otras características cuantitativas de la corteza cerebral


humana (cuadro 1.2.4) que también muestran al detalle la superioridad anatómica, celular
y sináptica de la corteza cerebral del hombre.
También podría calcularse el número de destrezas que son capaces de realizar los
animales superiores (como se han hecho respecto de los perros, los caballos y los delfi-
nes, sobre todo), tal vez fuese mejor calcular la cantidad de información que contiene el
cerebro humano y el de algunos animales más cercanos al él, Aunque estos valores ya
de por sí son expresión de la superioridad del hombre sobre los animales, no bastan para
diferenciarlo de estos últimos. La tarea más importante es la de explicar por qué el hom-
bre ha alcanzado este grado de desarrollo de su cerebro, de su sistema nervioso y de
toda su individualidad.

1.2.2. El problema de la localización de las funciones corticales superiores


Ya hemos revisado el problema del localizacionismo y el holismo respecto de cómo
funciona el cerebro: por partes u órganos separados, como un todo, o en ambas formas.
Como se sabe, los hallazgos anatómicos y clínicos parecen haber confirmado que la cor-
teza cerebral tiene funciones distribuidas en módulos interconectados. Pero también es
evidente que el cerebro funciona como un todo, sobre todo respecto de la imaginación y
el pensamiento.
Recordemos que una vez confirmada la presunción de Gall –sobre todo por los ha-
llazgos de Broca en 1861 y de los neurólogos que le siguieron– de que cada región del
cerebro tiene una facultad o función mental, o es asiento de algunos de los atributos psí-
quicos, se planteó la necesidad de explicar cómo o por qué cada una de esas zonas tiene
una función psíquica distinta. El sustento empírico de esta propuesta se vio reforzado por
los hallazgos de la neuropsicología clínica que desde Bouilaud a mediados del siglo pa-
sado han mostrado que existe una estrecha correlación entre ciertos disturbios psíquicos
y lesiones anatómicas encontradas en la corteza cerebral.
Por tal razón había que suponer que la corteza tiene áreas anatómicas diferenciadas
para cada “función psíquica”. Las observaciones microscópicas mostraron desde un pri-
mer momento que la corteza del hombre y los mamíferos, a pesar de tener a simple vista
una conformación histológica uniforme, tenía muchas áreas con rasgos diferenciales en-
tre sí más o menos acentuados. Así aparecieron al comienzos de este siglo los mapas de
la corteza cerebral de Campbell, de los esposos Vogt, de Flechsig, de Brodmann, entre
otros.

Fig. 1.1.1. Variación de log E (peso encefálico) y log P (peso corporal), en los
mamíferos, versión de Bauchot y Stephan (citado por Changeux, 1985).

Sin embargo, desde un primer momento se pudo observar que ni el número de áreas
ni sus límites eran iguales para cada investigador. Así, entre un mapa con cerca de 200
áreas y la delimitación por lóbulos que se aprecia a simple vista, parece haber toda una
gama de apreciaciones acerca de los tipos de corteza que podrían existir. Bailey y Bonin
(1951), por ejemplo, notaron que pocas áreas tenían rasgos propios, y que prácticamente
sólo dentro de las áreas heterogenéticas (límbicas) habían variaciones claramente osten-
sibles; en cambio, las áreas homogenéticas se caracterizaban por la relativa uniformidad
de su estructura de seis láminas.
CUADRO 1.2.4
COMPARACIÓN NUMÉRICA DE LA CORTEZA CEREBRAL HUMANA
Rata Mono Hombre
2 2
Superficie cortical 4.5 cm 490 cm 2,400 cm2
Número de neuronas 6.106 7.109 3.1010
Número de sinapsis/neurona 2.103 2.103 15.104
Número total de sinapsis 6.108 1015

Es indudable que este punto de vista es el más cercano a la realidad, y es por eso
que para la tipificación de las características de la corteza humana partiremos del punto
de vista de estos autores, con las modificaciones que necesariamente deben plantearse
una vez definida la estructura de la conciencia.
Sin embargo, cómo conciliar los puntos de vista del localizacionismo y el holismo. Es
decir, aceptando el hecho de que hay evidencias a favor de ambas posturas, es preciso
explicar, primero, cómo es que coexisten realmente ambas formas de organización del
cerebro y segundo, en qué consisten una y otra forma de funcionamiento, si es que de
esto se trata únicamente.
En la actualidad, muchos autores intentan superar las contradicciones del holismo y
el localizacionismo diciendo que “Las funciones localizadas en regiones discretas del ce-
rebro no son las complejas facultades de la mente, sino las operaciones elementales. Las
facultades más elaboradas se construyen a partir de las interconexiones distribuidas en
serie y en paralelo entre diversas regiones del cerebro” (Kandel, Schwartz y Jessell,
1991). Pero aquí debemos reiterar no se trata de interconectar funciones, sino de explicar
cómo se integra la actividad psíquica real en una determinada persona. Veremos más
adelante que es posible tratar el asunto suponiendo que la información psíquica guardada
y la información psíquica en uso expresan la estructura y la actividad de la red cortical.
Pero este planteamiento del problema requiere de una definición previa de la naturaleza
de la conciencia.

1.2.3. Organización psíquica de la corteza cerebral humana


Era de esperarse que la solución al problema de la relación mente-cerebro quedara
en suspenso en vista de que hay cuestiones de fondo que están sin explicación. Una de
ellas es el problema intrínseco al mecanicismo funcionalista: ¿cómo hace cada grupo de
células nerviosas para producir una función psíquica?. A no ser que se hable en términos
metafóricos, las explicaciones funcionalistas son vacías: ¿existe un homúnculo (un hom-
brecito) en la corteza motora que produce los movimientos de la mano opuesta? Ahora
sabemos que no. Pero, ¿existe un ego, self o yo que controla la conciencia, el cerebro, el
cuerpo? Si no hay, ¿a qué nos referimos cuando decimos que José tiene un ego muy
grande? Si el ego existe, el problema es el mismo que el de la búsqueda del lugar donde
está el alma.
Por estas razones los conceptos acerca de la diferenciación hemisférica y de las uni-
dades funcionales del cerebro humano en realidad no se diferencian de lo que se conoce
acerca del cerebro animal: una corteza límbica emotiva, dizqué también motivacional, y
un neocórtex cognitivo, sin mayor relación con los procesos del trabajo social, sin volun-
tad y sin mayor relación con las necesidades sociales, sin mayor interés por esclarecer la
naturaleza del componente moral en la corteza cerebral. De allí las dificultades para inte-
grar afectividad y cognición, personalidad e inteligencia, conciencia y memoria, lenguaje y
pensamiento, etc., además de las confusiones conceptuales, por ejemplo, entre emoción
y motivación.
Al hacer la reseña histórica de la psicobiología (Cuaderno III), hemos visto que desde
lo planteara Platón, se mantiene una concepción tripartita del hombre, en el sentido de
que comprende tres facultades del alma, tres facultades de la mente, o tres componentes
del cerebro. Ya hemos visto que esta concepción se traduce en los modelos del cerebro
desde Jackson hasta MacLean (Magoun, 1961; véase el Cuaderno III).
En la actualidad, si bien hay acuerdo unánime acerca de la existencia de tres grandes
componentes en cada hemisferio cerebral, no está claro todavía cómo se distribuyen ni
en qué consisten las funciones de cada bloque cerebral. Así, inicialmente se pensó en un
componente límbico emocional y dos componentes neocorticales cognitivos: uno poste-
rior (parietotemporooccipital) para la Imagen y otro anterior (frontal) para el Programa
(Miller, Galanter y Pribram, 1960).
También se ha propuesto la existencia de tres clases de procesos psíquicos: uno
sensorial-discriminativo, otro motivacional-afectivo y otro de control central (Melzack,
1974).
Luria (1974) propuso que el cerebro humano estaba constituido por tres grandes blo-
ques o unidades funcionales: 1) la unidad para regular el tono cortical, la vigilia y los es-
tados mentales; 2) la unidad para el recibir, analizar y almacenar información, y 3) la uni-
dad para programar, regular y verificar la actividad.
En los textos más actuales (Guyton, 1991; Kandel, Schwartz y Jessell, 1995) se habla
de 1) el córtex límbico para la conducta, la motivación y la emoción; 2) el córtex posterior
que provee de las coordenadas espaciales del cuerpo y el medio circundante, y 3) el cór-
tex anterior para la planificación de los movimientos complejos y la elaboración del pen-
samiento.
Sin embargo, a tono con el concepto de la modularidad de la mente (Fodor, 1986), el
número de módulos han aumentado. Así Gardner (1983) especula que la estructura de la
mente comprende cinco inteligencias: lingüística, musical, lógico-matemática, espacial,
cinestésico-postural y personal.
Lo que queda claro a partir de estos estudios es que hay tres áreas de asociación
bien diferenciadas en el neocórtex cerebral homotípico: 1) el área de asociación paralím-
bica (orbitofrontal-temporal anterior); 2) el área de asociación posterior (parietotempo-
rooccipital), y 3) el área de asociación anterior (frontal dorsolateral).
Desde el punto de vista que sostenemos aquí, la organización de la corteza cerebral
humana tiene que tener su base externa de desarrollo en la organización de la sociedad
humana –dígase desde la estructura de las tradiciones, la estructura de la cultura y la
estructura económica de la sociedad, y su base interna en las formas de información psí-
quica que codifican las clases de información social que corresponden a cada una de
aquellas estructuras de la sociedad.
Nada más lógico, entonces, que sancionar la visión filosófica de los tres componentes
de la conciencia. Nada más lógico que incorporar al lenguaje científico el concepto de
voluntad, modificar sustancialmente el concepto de motivación para atribuir la capacidad
motivacional únicamente a las personas, y buscar un lugar en el cerebro humano para
ubicar ambos, motivación y voluntad, tan estrechamente ligados en la filosofía. Nada más
lógico que diferenciar claramente el paleocórtex límbico del neocórtex paralímbico y bus-
car un lugar en el cerebro humano para ubicar los sentimientos más elevados del hom-
bre, y dejar de hablar de zonas mudas del cerebro. Nada más lógico que reducir la activi-
dad cognitiva a los límites que le corresponde, algo así como dar lugar a las otras clases
de información psíquica. Y si nuestra lógica es correcta, ya no estaremos inventando tér-
minos e hipótesis ad hoc para explicar cada hallazgo en uno u otro experimento; porque
los conceptos y los términos psicológicos ya están allí, sólo falta integrarlos en un modelo
conceptual que explique la unidad de cada hombre concreto. Esto nos permite establecer
una clara diferencia cualitativa, más que cuantitativa, entre el neocórtex cerebral humano
y el de los primates más cercanos desde el punto de vista biológico natural.
Por consiguiente, en base al esquema conceptual del cuadro1.1.5, es lógico que la
corteza cerebral humana está organizada en los dos niveles que dependen de la existen-
cia de los niveles de la inconsciencia y de la conciencia. Mientras el nivel inconsciente
corresponde al paleocórtex (límbico y heterotípico), el nivel de la conciencia corresponde
al neocórtex con sus tres áreas psíquicas correspondientes: 1) paralímbica afectiva, 2)
parietotemporooccipital cognitiva y 3) prefrontal dorsolateral conativa.
Este sólo hecho permite, en primer lugar, modificar el cuadro de Bailey y Bonin ya
expuesto, y asumir la propuesta de que la organización de la corteza cerebral humana
relega al paleocórtex al nivel psíquico inconsciente, con sus dos componentes límbico
afectivo y heterotípico cognitivo (Cuaderno N° 3). De esta manera el neocórtex eulaminar,
queda como el sistema de memoria de la conciencia dividido en los tres componentes de
la conciencia, como puede serse en el cuadro 1.1.6.
_______________________________________________________________________

CUADRO 1.1.6
ORGANIZACIÓN PSÍQUICA DE LA CORTEZA CEREBRAL HUMANA
Modificado de: Ortiz CP (1999)

ALOCÓRTEX: NIVEL INCONSCIENTE NEOCÓRTEX: NIVEL CONSCIENTE

Corteza heterogenética Corteza homogenética

Neocórtex transicional: Neocórtex homotípico:


Arquicórtex? Paleocórtex
Plano preconsciente Plano subconsciente

Circunvolución 1. Paleocórtex límbico: 1. Áreas receptivas 1. Neocórtex de asociación


dentada, Circunvolución parahi- secundarias paralímbica:
pocámpica
Circunvolución Circunvolución del cín- Orbitofrontal-temporal
fasciolar gulo anterior
Lóbulo de la ínsula
Indusium
griseum 2. Paleocórtex heterotípico: 2. Áreas receptivas 2. Neocórtex de asociación
Áreas receptivas prima- secundarias posterior:
Circunvolución rias: tactil, auditiva y vi-
subcallosa sual Parietotemporooccipital
Área motora primaria

Hipocampo 3. Áreas premotoras 3. Neocórtex de asociación


anterior:

Prefrontal dorsolateral

Por otro lado, debemos hacer hincapié en que únicamente el neocórtex cerebral refle-
ja, y por lo tanto contiene, los cinco niveles de organización la personalidad, como puede
verse en los cuadros 1.1.7, 1.1.8, 1.1.9 y 1.1.10. En estos se muestra la notable corres-
pondencia que existe entre los niveles de organización de la personalidad (del individuo
total) y los del sistema nervioso, el cerebro y el neocórtex cerebral humanos. Es impor-
tante notar que esta correspondencia entre todos los niveles de organización del indivi-
duo total y la del neocórtex nos permite deducir que únicamente la estructura neocortical
consciente refleja todo el conjunto del individuo y se refleja en él.
Por supuesto que cada personalidad codifica y configura casi toda la información que
incorpora en su memoria neocortical, y así desarrolla una enorme diversidad de capaci-
dades personales de naturaleza consciente, sean literarias, matemáticas, artísticas, co-
merciales, administrativas, de investigación, hasta antisociales infortunadamente. Desde
un punto de vista psicobiológico, interesa pues explicar cómo se organizan las redes
neocorticales a base de información social; pero para ello antes debemos explicar la es-
tructura psíquica del cerebro. De lo contrario nos quedaremos con el “explanatory gap”
entre las funciones del cerebro y la conciencia entrampado para siempre.
En este Cuaderno desarrollaremos el concepto de que el neocórtex cerebral es el sis-
tema de la conciencia, por cuanto está formado por las redes neurales que codifican las
tres clases de información psíquica consciente: afectiva, cognitiva y conativa, que se ex-
presan en las formas de actividad consciente que conocemos como sentimientos, cono-
cimientos y motivaciones, respectivamente. Cada tipo de información queda guardada en
un sistema de memoria neocortical que lógicamente son las tres áreas de asociación del
cerebro ya concebidas desde el siglo pasado, a las que no es absurdo que las llamemos
áreas afectivas, cognitivas y conativas.
_______________________________________________________________________
CUADRO 1.1.7
NIVELES DE ORGANIZACIÓN DE LA PERSONALIDAD

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


V. Humano Persona Personal Psíquica Redes
consciente neocorticales
en paralelo
IV. Individuo humano Psiquismo animal Psíquica animal Psíquica Redes
Inconsciente neocorticales
en serie
III. Orgánica Organismo Funcional Neural Redes
neurales nuclea-
res
II. Tisular Tisular Metabólica Metabólica Proteínas,
péptidos
aminoácidos
I. Celular Celular Reproductiva Genética Ácidos nucleicos

0. Molecular Física Química No existe No existe

1.2.4. Características específicas del neocórtex cerebral humano


Hasta el nivel subcortical del cerebro, la organización de las redes neurales es de tipo
básicamente nuclear. Con la aparición de la corteza cerebral, la organización laminar,
columnar y de tipo “cristal” (Changeux, 1985) o de burbuja, es una novedad en la evolu-
ción del sistema nervioso de los mamíferos que explica la aparición de las formas de in-
formación psíquica que los caracteriza. Más aún, sin forzar los hechos comprobados,
podemos pensar que lo que llamamos arquicórtex, incluido el hipocampo, son, en reali-
dad, estructuras anatómicas nucleares y no todavía una verdadera corteza como son el
paleocórtex y el neocórtex de los vertebrados superiores. En efecto, hay varios núcleos
con estructura laminar uniforme (en los que cada lámina codifica un mismo tipo de señal)
que se tornan más complejos hasta que llegamos al cerebelo y el hipocampo de los repti-
les y las aves. Sólo la estructura paleocortical, y mucho más la neocortical, puede expli-
car la codificación y procesamiento de información psíquica de la categoría que encon-
tramos en los animales superiores y los hombres.
Desde el punto de vista anatómico, la organización laminar (de capas superpuestas
una sobre otra) del neocórtex es bastante uniforme en toda su extensión, por eso también
su denominación de isocórtex. También se le llama corteza homotípica o eulaminar por
tener las seis láminas que conocemos como característica de la corteza cerebral de los
mamíferos. Dichas capas son: I, molecular; II, granular externa; III, piramidal externa; IV,
granular interna; V, piramidal interna, y VI, ganglionar (véase el Cuaderno II).
La ubicación del neocórtex y su diferenciación en dos tipos, homotípica y heterotípica,
tal como aparece en la clasificación citoarquitectónica (cuadro 1.1.1) de Bailey y Bonin
(ob. cit.) ya hemos visto que ha sido cuestionada (Ortiz, 1999), pues se basa sólo en sus
relaciones de vecindad anatómica y no toma en cuenta su determinación epigenética ni
psicocinética, y menos sociocinética.

______________________________________________________________________
CUADRO 1.1.8
NIVELES DE ORGANIZACIÓN DEL SISTEMA NERVIOSO HUMANO

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


V. Personalidad Neocortical Consciente Psíquica Cons- En redes neocor-
ciente ticales
IV. Individuo humano Alocortical Inconsciente Psíquica Incons- En redes alocor-
ciente ticales
III. Organismo Subcortical, Funcional Neural En núcleos sub-
Tronco encefáli- corticales y espi-
co, médula espi- nales
nal
II. Tisular Sináptica Metabólica Metabólica En neurotrasmi-
sores
I. Celular Neuronal Expresión genéti- Genética En ácidos nuclei-
ca cos

0. Molecular Física Química No existe

______________________________________________________________________
CUADRO 1.1.9
NIVELES DE ORGANIZACIÓN DEL CEREBRO HUMANO

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


V. Personalidad Neocortical Consciente Psíquica Cons- En redes
ciente neocorticales
IV. Individuo humano Alocortical Inconsciente Psíquica Incons- En redes
ciente alocorticales
III. Organismo Subcortical y Funcional Neural En núcleos
del tronco subcorticales
encefálico
II. Tisular Sináptica Metabólica Metabólica En macroredes
locales
I. Celular Neuronal Expresión gené- Genética En microrredes
tica locales
0. Molecular Física Química No existe

Por lo visto, las clases de información psíquica consciente constituyen estructuras


neocorticales potencialmente delimitables. Esto quiere decir que se codifican o almace-
nan en sistemas de redes neurales que se pueden delimitar topográficamente desde la
superficie de la corteza cerebral, y es por eso que decimos que la corteza está organiza-
da informacionalmente. Por consiguiente, en vez de pensar en una “función mental” para
cada área cortical, tendremos que prestar una mayor atención a la forma como cada for-
ma de actividad psíquica, consciente e inconsciente es la actividad en las redes corticales
del cerebro. Para el caso, la organización interna, anatómica y funcional, de las redes
neocorticales tiene una importancia sólo relativa. Es mejor decir que el neocórtex tiene
una estructura psíquica organizada jerárquicamente, que comprende: una macroestructu-
ra laminar, una miniestructura columnar-modular y una microestructura tipo cristal o bur-
buja, pero que sólo se comprende en términos de una organización de las redes que de-
pende de la información psíquica consciente.

a) La actividad cortical en el nivel funcional


La activación, distribución e integración de las señales neurales, así como la confron-
tación, trascripción y traducción de las mismas, requiere de conexiones neurales dentro
de una red de la misma modalidad, entre redes de distinta modalidad, entre los compo-
nentes de la conciencia en cada hemisferio, entre los componentes de la conciencia de
ambos hemisferios. También la corteza sabemos que recibe conexiones aferentes desde
diversas estructuras subcorticales y proyecta sus conexiones eferentes a estas mismas
estructuras.
_______________________________________________________________________
CUADRO 1.1.10
NIVELES DE ORGANIZACIÓN DEL NEOCÓRTEX CEREBRAL

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


V. Personalidad Neocortical Epiconsciente Psíquica En redes
Consciente laminares supra-
modales
IV. Individuo humano Neocortical Subconsciente Psíquica En redes
Consciente laminares
Intermodales
III. Organismo Nuclear Funcional Neural En redes
laminares
intramodales
II. Tisular Sináptica Metabólica Metabólica En microrredes
tipo columnas
I. Celular Neuronal Expresión genéti- Genética En microrredes
ca tipo cristales
0. Molecular Física Química No existe

En términos fisiológicos, las redes neurales del neocórtex se interconectan en forma


jerárquica en niveles de integración que comprenden: 1) las redes laminares supramoda-
les (transcorticales u holocorticales) para la actividad epiconsciente; 2) las redes intermo-
dales y multimodales de cada componente del plano subconsciente; 3) las redes intramo-
dales de la información psíquica inconsciente de cada modalidad sensorial; 4) las redes
submodales para la codificación neural de cada submodalidad sensorial, y 5) las micro-
rredes tipo burbuja para la codificación metabólica de la información. En el cuadro 1.1.11
se resumen las conexiones de la corteza cerebral más importantes.
Desde un punto de vista fisiológico, las columnas corticales deben ser consideradas
como las unidades funcionales más elementales de la corteza. Éstas son redes de unas
cien neuronas interconectadas entre sí por medio de sinapsis excitatorias, y con conexio-
nes inhibitorias con las columnas vecinas por medio de interneuronas. Como cada co-
lumna recibe conexiones de varias fuentes, tanto excitatorias como inhibitorias, el resul-
tado es la generación de señales de extrema complejidad que, además se integran den-
tro de módulos formados por columnas que codifican aspectos diferentes de una misma
modalidad o submodalidad informacional
.

CUADRO 1.7.11
CONEXIONES DE LA CORTEZA CEREBRAL
1. Aferentes:
1.1. Tálamo-corticales: Específicas (terminan en la lámina IV)
No específicas (terminan en la lámina I)
1.2. De los núcleos extratalámicos (terminan en la lámina I)
2. Eferentes:
2.1. Córtico-talámicas (se inician en la lámina VI)
2.2. Córtico-extratalámicas (salen de la lámina V y se proyectan al
hipotálamo, cuerpo estriado, tectum, formación reticular,
núcleo rojo, núcleos del puente, núcleos bulbares, columnas
de la médula espinal)
3. Transcorticales:
3.1. Interhemisféricas:
A través de la comisura blanca anterior, el trígono, la comisura
blanca posterior y el cuerpo calloso
3.2. Intrahemisféricas:
A través del circuito límbico: fórnix, cíngulo, fascículo unciforme.
A través de redes transcorticales distribuidas en paralelo

La actividad bioeléctrica de la corteza se puede registrar en la forma de potenciales


unitarios (de cada neurona) o de un campo de neuronas con electrodos de penetración, y
globalmente por medio de electrodos colocados sobre la superficie cortical (durante una
intervención quirúrgica) o sobre la superficie de la cabeza.
Los potenciales unitarios son semejantes a los de cualquier otra neurona, pero las
respuestas de las neuronas a una señal externa se prolonga por varios segundos, lo cual
indica que las señales circulan en circuitos cerrados que se mantienen activos por un
tiempo más prolongado de lo usual. Una característica adicional de las neuronas cortica-
les es que fácilmente general estados de potenciación a largo plazo, lo cual implica una
actividad de guardado de la información. Toda esta actividad neuronal se puede modificar
por las llegada de señales sensoriales, durante la generación de señales motoras y por
efecto de los sistemas de integración talámicos y extratalámicos del tronco cerebral.
La actividad eléctrica global se registra gráficamente en papel o en computadora en
la forma de ondas sinusoidales de distinta frecuencia amplitud y conformación, y así se
obtienen un electrocorticograma (ECG) o un electroencefalograma (EEG). El EEG tiene
las siguientes clases de ondas:
 Beta: de más de 13 cps y de baja amplitud; se presentan durante la vigilia
 Alfa: de 8 a 13 cps., de mediana amplitud; aparecen durante la vigilia relajada,
con los ojos cerrados.
 Theta: de 4 a 7 cps, son de mediano voltaje y se presentan en la etapa de somno-
lencia o sueño ligero.
 Delta: de 1 a 3 cps. son de alto voltaje; se presentan durante el sueño profundo
 Complejos de sueño, son series cortas de ondas que ocurren durante el sueño li-
gero.
Cuando se registran los cambios en la actividad eléctrica de una región cortical como
respuesta a estímulos visuales, auditivos o tactiles, se obtiene por medio de un sistema
similar al anterior una serie de potenciales evocados, de los cuales las ondas tardías, las
ondas P200, P300, P600 (llamadas así porque son ondas positivas que aparecen alrede-
dor de los 200, 300, 600 mseg después de la presentación del estímulo) están ligadas al
procesamiento de señales psíquicas en tiempo real.

b) La actividad cortical en el nivel metabólico


Los neurotransmisores involucrados en la transmisión de señales en las sinapsis cor-
ticales son principalmente: 1) neurotransmisores rápidos: de terminaciones nerviosas
gabaérgicas que son inhibitorias, y de neuronas glutamatérgicas, que son excitatorias; 2)
neurotransmisores lentos de terminaciones nerviosas de las vías de integración difusa:
serotonina, noradrenalina, dopamina, histamina y acetilcolina, además de diversos neu-
ropéptidos y neurohormonas, cuyo efecto modulador de la actividad neuronal es impor-
tante para el guardado y la recuperación de las señales psíquicas.

c) La actividad cortical en el nivel celular


La corteza cerebral contiene una gran diversidad de neuronas, entre las cuales des-
tacan las células granulares de las láminas II y IV, y las neuronas piramidales de las lá-
minas III y V. Entre ambas, hay varios tipos de neuronas internunciales o interneuronas.
Otros tipos celulares que se diferencian con el microscopio de luz son las células fusifor-
mes de la lámina VI, las células horizontales de la lámina I.
Las neuronas granulares son claramente receptivas. Las neuronas piramidales son
efectoras y son las más características de la corteza cerebral. Tiene forma de cono, con
el vértice apuntando a la superficie. De los bordes de la base emergen dendritas y de su
centro el axón. El vértice de la célula se continúa con una dendrita apical que se extiende
perpendicularmente a la superficie hasta la lámina I. En sus ramificaciones dendríticas
abundan las espinas donde hacen contacto los axones excitatorios aferentes y de las
interneuronas.
Una característica esencial de las células neocorticales es su plasticidad, con lo cual
se quiere expresar la facilidad que tienen para activar la expresión genética de su ADN
para la síntesis de proteínas que son esenciales para la formación de nuevas ramificacio-
nes axonales y de nuevas sinapsis, lo cual es fundamental para la codificación de la in-
formación social. Esta característica de las neuronas neocorticales será analizada mejor
en el capítulo siguiente.
CAPÍTULO 1.3

EL NEOCÓRTEX CEREBRAL COMO SISTEMA DE


MEMORIA CONSCIENTE

Organización de la memoria humana.. Estructura de la memoria de nivel consciente.


La actividad mnésica de nivel consciente. Codificación neocortical de la información so-
cial: Procesos de encodificación y descodificación de la información psíquica consciente.
Procesos que facilitan el guardado y recuperación de la información psíquica consciente.

Hay acuerdo total en que la memoria es una de las formas de actividad psíquica más
importantes. Desde el siglo pasado, la estructura de la actividad mnésica se explica por
medio de un esquema que ha tenido muy pocas modificaciones. Sin embargo, el autor
(Ortiz, 1998) ha propuesto un modelo totalmente diferente basándose en el modelo de la
personalidad que seguimos en estos Cuadernos. Según este modelo, la memoria es una
atributo genérico de los sistemas vivos, por cuanto cada nivel de organización requiere de
un sistema de memoria para guardar la respectiva categoría de información. Habrá, por
tanto, una memoria para las clases de información genética, metabólica, neural, psíquica
y social (extracerebral) que son posibles de diferenciar. La importancia de este hecho es
grande, pues permite explicar los procesos de guardado de la información social en el
neocórtex de un modo bastante más coherente que los supuestos clasicos.
Es interesante notar que en las dos últimas décadas del siglo pasado –de 1880 a
1899– prácticamente se definieron los conceptos fundamentales de la teoría acerca de la
memoria: Exner empezó el análisis de la relación entre atención y memoria; Ebbinghaus
introdujo el estudio psicológico experimental de la memoria; Wernicke explicó la afasia
como un problema de pérdida de la memoria de las palabras; Korsakoff describió el sín-
drome amnésico que lleva su nombre; Sanger-Brown y Schaffer observaron los cambios
de la memoria que producen las lesiones del lóbulo temporal en los animales de experi-
mentación; Bekhterev describió la amnesia en pacientes con lesiones del lóbulo temporal,
y James en su monumental “Principios de Psicología” sentó las bases para una teoría de
la memoria al introducir los conceptos de memoria primaria y memoria secundaria, con-
ceptos que han persistido en distintas versiones hasta la actualidad.
En su versión tradicional, la memoria es definida como el curso espaciotemporal de la
información en el cerebro, que comprende los procesos de codificación y utilización de la
información retenida. Un concepto estrechamente vinculado al de memoria es el de
aprendizaje, que ha sido definido como el conjunto de factores o mecanismos que esta-
blecen o modifican las condiciones bajo las cuales se retiene información en la memoria.
Más adelante volveremos a examinar y definir estos conceptos en otros términos.

1.3.1. Organización de la memoria humana


Cuando se trata de explicar la memoria como si fuera un ente abstracto, se supone
que es un sistema que comprende: 1) un sistema de almacenamiento, y 2) un sistema de
activación (de “search and readout”). El primero contiene la información; el segundo bus-
ca, activa y emite dicha información. Debe haber, entonces, redes neurales que codifican
la información y redes neurales que buscan la información.
Además se piensa que el sistema de la memoria (que almacena la información), debe
tener una estructura, ciertos procesos o algunos componentes. Desde James (1890) se
supone que estos componentes son dos: 1) la memoria primaria y 2) la memoria secun-
daria, que ahora se denominan memoria a corto plazo y memoria a largo plazo, respecti-
vamente. Sin embargo, no todos están de acuerdo en esta dicotomía. Hay quienes supo-
nen que se trata de una sola memoria, y quienes piensan que son tres y tal vez cuatro,
como puede verse en el cuadro 1.2.1 de Ervin y Anders. Según estos autores, la memoria
humana tiene cuatro sistemas de almacenaje de la información: sensorial, primario, se-
cundario y terciario, cada uno de ellos con características bastante bien definidas.
_______________________________________________________________________
CUADRO 1.2.1
LOS PROCESOS DE LA MEMORIA HUMANA
(Erving y Anders, 1967)

Propiedades Memoria sensorial Memoria primaria Mem. secundaria Memoria terciaria

Limitada por los


Capacidad Span de 72 Muy grande Muy grande
receptores

Fracción de Varios minutos a Puede ser


Duración Varios segundos
segundo varios años permanente

Tipo de Automática con Recodificación


Rehearsal Sobreaprendizaje
entrada percepción verbal

Secuencia Semántica y
Organización Refleja al estímulo ?
temporal relacional

Limitada por Acceso muy Relativamente


Accesibilidad Muy rápido acceso
rapidez de lectura rápido lenta

Tipo de
Sensorial Verbal Todos Todos
información
Reemplazo por Interferencia:
Tipo de Deterioro y
nueva retroactiva y Puede no haber
olvido borrado
información proactiva

Otro aspecto de la memoria que ha merecido un mayor estudio en las últimas déca-
das ha sido el de sus modalidades. Toulving (1972) introdujo la diferenciación entre me-
moria semántica y memoria episódica. La primera es “el sistema para recibir, retener y
transmitir información acerca del significado de las palabras, conceptos y clasificación de
los conceptos”. La segunda es “la memoria para experiencias personales y sus relaciones
temporales”.
A partir de la distinción entre memoria de hábitos y memoria pura de Bergson, y entre
el saber cómo y el saber qué de Ryle, se han introducido otras dicotomías, como: memo-
ria con registro y memoria sin registro, memoria intencional y memoria automática, me-
moria declarativa y memoria de procedimientos, hasta la más reciente de la memoria ex-
plícita y la memoria implícita de Schacter (1987).
No obstante, queda la primera diferenciación de James como la fundamental. Y si
bien hubo intentos por diferenciar entre memoria primaria y memoria a corto plazo y entre
memoria secundaria y memoria a largo plazo, los conceptos de memoria a corto plazo y a
largo plazo han quedado, al parecer, sancionados por el uso. Este punto de vista es evi-
dente en el esquema de Perani y col. (1994), que se muestra en el cuadro 1.2.2.
Todos estos planteamientos han sido analizados críticamente (Ortiz, 1998) y se ha
sugerido que es necesario un replanteamiento del problema de la memoria dentro de un
modelo que tome en cuenta la integridad de la persona y la conciencia. El concepto de
memoria y los demás conceptos psicobiológicos deben ensamblarse en un modelo único
a fin de superar las hipótesis ad hoc que se introducen para explicar cada tipo, estructura,
proceso o módulo de la actividad psíquica. Por ejemplo, si la concepción informacional de
la personalidad permite explicar de modo integrado los diversos componentes y aspectos
del sistema del individuo, es lógico que la explicación de la memoria dentro del modelo
sea más coherente con la unidad del sistema.

CUADRO 1.2.2
LA MEMORIA HUMANA
(Perani y Col. (1994)

COMPONENTES DE LA
MEMORIA HUMANA

MEMORIA A MEMORIA A
CORTO PLAZO LARGO PLAZO

MEMORIA EXPLÍCITA MEMORIA IMPLÍCITA

CONDICIONAMIENTOS
MEMORIA EPISÓDICA

DESTREZAS
MEMORIA SEMÁNTICA

PRIMACIÓN

Esta forma de enfocar el problema ha devenido en el planteamiento de que el cerebro


humano es, en realidad, un sistema de memoria de nivel consciente (Ortiz, 1998). Esta
idea se deduce del principio según el cual todo sistema vivo individual está organizado en
niveles que dependen de una clase de información, de tal modo que cada nivel de orga-
nización es al mismo tiempo un sistema de memoria en tanto que la información puede
modificarse y la modificación puede mantenerse por algún tiempo, más si el cambio es
útil para la supervivencia del sistema. Vistas las cosas de modo simple diremos, enton-
ces, que el neocórtex cerebral es un sistema de memoria que guarda información social
en la forma de información psíquica consciente.
Según este planteamiento, los sistemas de memoria de nivel psíquico en los hombres
serían los que se enumeran en el cuadro 1.2.3. El modelo se basa, al parecer, en princi-
pios bien definidos: 1°, se encuadra dentro del modelo del sistema vivo, la sociedad y el
hombre individual; 2°, es coherente con el concepto y el modelo de la conciencia tal como
ha sido definida dentro del sistema de la personalidad; 3°, facilita la explicación de los
procesos de codificación de la información en los distintos niveles de organización de la
corteza cerebral entendida como soporte activo de la actividad psíquica inconsciente y
consciente; 4°, la forma en que se almacena y procesa la información psíquica consciente
en el neocórtex cerebral humano se deduce de la naturaleza de la información y toma en
cuenta el doble aspecto de su estructura y actividad; 5°, toma en cuenta la forma como se
organizan la estructura y la actividad personales, incluyendo sus entradas y salidas por
cada nivel de organización; 6°, incluye y explica las formas de actividad mnésica en los
niveles psíquico consciente, psíquico inconsciente, funcional, metabólico y genético, tanto
del individuo como del neocórtex cerebral; 7°, explica de modo más consistente, el re-
cuerdo y el aprendizaje, así como los desórdenes de la memoria en general.

CUADRO 1.2.3
LOS SISTEMAS DE LA MEMORIA HUMANA DE NIVEL PSÍQUICO
(Tomado de: Ortiz, C.P., 1998)
1. Los sistemas de memoria de nivel inconsciente
1.1. Sistema de memoria afectivo-emotiva inconsciente
1.2. Sistema de memoria cognitivo-ejecutiva inconsciente
2. Los sistemas de memoria de nivel consciente
2.1. Los sistemas de memoria de plano subconsciente
2.1.1. Sistema de memoria afectivo-emotiva
2.1.2. Sistema de memoria cognitivo-productiva
2.1.3. Sistema de memoria conativo-volitiva
2.2. Los sistemas de memoria de plano epiconsciente
2.2.1. Sistema de memoria perceptual
2.2.2. Sistema de memoria de imágenes
2.2.3. Sistema de memoria de conceptos
2.2.4. Sistema de memoria de actuación

Por otro lado, queda en evidencia que cada sistema de memoria, inconsciente y
consciente, tiene su doble aspecto representacional y de procedimiento que refleja la
naturaleza –estructural y de actividad– de la información; cada sistema comprende un
conjunto delimitable de redes corticales –paleocorticales y neocorticales–, de modo que
cada sistema tiene sus propios procesos de encondificación y descodificación respecto
del aprendizaje y el recuerdo, a pesar de que por sentido común no decimos que los sen-
timientos o las motivaciones se aprenden o se recuerdan.
Respecto de la memoria de nivel consciente, es lógico que no sólo los conocimientos,
sino todas las clases de información –los sentimientos y las motivaciones– también se
aprenden y se guardan en su respectivo sistema de memoria. Por consiguiente, o bien la
información queda guardada y fuera de uso, o bien se activa y usa en una determinada
ocasión o momento, desde que uno despierta (o en sus ensueños).

1.3.2. Estructura de la memoria de nivel consciente


Por las razones expuestas, la información psíquica consciente puede permanecer
guardada en el plano subconsciente o bien se mantiene en uso en el plano epiconsciente;
ambos aspectos de la retención de la información psíquica implica una memoria.

a) Estructura de la memoria en el plano epiconsciente


Una vez reconstruida la información guardada y adopta la forma de imágenes y con-
ceptos, los que se mantienen en los planos de la percepción, la imaginación, el pensa-
miento o la actuación todo el tiempo, generalmente breve, en que dicha información or-
ganiza la actividad personal. Este estado corresponde a lo que también se llama memoria
de trabajo o memoria operativa, aunque es tiene más sentido separar la información que
se mantiene en uno u otro de estos planos. Esto significa que la información actual o en
uso que resulta de la integración de las señales psíquicas de cada sistema de memoria,
puede procesarse de manera independiente de la realidad exterior en el curso de la ima-
ginación o del pensamiento; pero también puede procesarse como representación per-
ceptual que refleja dicha realidad a partir de la información psíquica afectiva o cognitiva
inconsciente, o como procedimiento de actuación que se refleja en la misma realidad a
través de los programas ejecutivos y emotivos del mismo nivel inconsciente.
De este modo, la información psíquica consciente se mantiene codificada en estructu-
ras cerebrales formadas por la integración supramodal de macrorredes holocorticales,
bihemisféricas distribuidas e interconectadas en paralelo, que son las que codifican dicha
información en dichos planos del plano epiconsciente.

b) Estructura de la memoria en el plano subconsciente


En este nivel, la información psíquica consciente se codifica en estructuras neocorti-
cales formadas por macrorredes multimodales interconectadas en paralelo y distribuidas
en tres sistemas en cada hemisferio cerebral que son las siguientes:

1, Memoria afectivo-emotiva: En el neocórtex paralímbico


2. Memoria cognitivo-productiva: En el neocórtex parietotemporooccipital
3. Memoria conativo-volitiva: En el neocórtex prefrontal dorsolateral

Presumimos que la diferenciación hemisférica en el plano subconsciente se debe a la


diferente manera de codificar la información psíquica en las redes neocorticales de cada
hemisferio. Es posible que los aspectos estructurales –afectivo, cognitivo y conativo– de
la información se codifiquen mejor en el neocórtex derecho, y que los aspectos de activi-
dad –emotivos, productivos y volitivos– se codifiquen mejor en el neocórtex izquierdo.
Esta forma de codificación en las redes de cada hemisferio explicaría la formación de las
imágenes y los conceptos a partir de cada uno de ellos.

c) Estructura de la memoria consciente en el nivel funcional


La información psíquica consciente se codifica en señales neurales neocorticales que
se forman en redes de modalidad específica distribuidas e interconectadas en serie; es
decir, como si fueran áreas nodales de la corteza que se conectan siguiendo una trayec-
toria de entrada-salida.

d) Estructura de la memoria consciente en el nivel metabólico


La información psíquica consciente se codifica en estructuras neocorticales formadas
por microrredes submodales (columnas, burbujas) interconectadas sinápticamente. Nues-
tro conocimiento acerca de los procesos moleculares interneuronales en las sinapsis es
todavía pobre, pero más adelante, al hablar de la codificación de la información, veremos
algunos datos importantes.

e) Estructura de la memoria de nivel genético


La información psíquica consciente se codifica en estructuras neocorticales formadas
por microrredes submodales interconectadas anatómicamente, como consecuencia de la
modificación de la red por la formación de nuevas sinapsis como expresión de la activi-
dad genética de las células nerviosas neocorticales.

1.3.3. La actividad mnésica de nivel consciente


Por oposición a los aspectos estructurales de la memoria, el aspecto de la actividad
mnésica los estudiamos como procesos que se suceden en el tiempo. La manea más
sencilla de hacer esta suerte de seguimiento es midiendo el tiempo que se mantiene o
retiene la información social durante la adquisición y uso de la misma en el curso de la
actividad personal.
Infortunadamente, al hacer este tipo de análisis, la falta de datos empíricos y las defi-
ciencias conceptuales son mucho más evidentes. Así, por ejemplo, no sabemos cómo ni
cuánto tiempo se retiene un sentimiento o una convicción. Ha sido muy fácil medir cuan-
tas palabras se retienen hasta 1, 2 o más minutos, horas o días, pero a nadie se le ha
ocurrido medir en términos similares la retención de otras clases de información. Con
toda seguridad que esta dificultad práctica ha contribuido también a mantener una con-
ceptuación sesgada y restringida de la memoria como si fuera sólo un proceso cognitivo.
Otra dificultad práctica, es que no se ha diferenciado entre el tiempo que permanece
activa la información –imágenes y conceptos– en el plano epiconsciente, y el tiempo que
dura la retención de la misma información en el plano subconsciente, es decir, cuando se
dice que la información está fuera de la conciencia. En el cuadro 1.2.4 se señalan los
tiempos de retención, obtenidos experimentalmente en tareas de tipo cognitivo únicamen-
te.

a) La actividad mnésica del plano epiconsciente


La actividad mnésica de plano epiconsciente comprende: 1) los procesos de adquisi-
ción de información durante la percepción, 2) los procesos de recuperación y elaboración
de información en la imaginación y el pensamiento, 3) los procesos de utilización de in-
formación en la actuación personal. Dentro de este modelo, el recuerdo es sólo el proce-
so por el que la información guardada se convierte en información en uso.
Hay pocas personas que tienen una especial capacidad para retener información en
este nivel por tiempo prolongado; por ejemplo, algunos niños tienen imágenes eidéticas,
algunos adultos tienen una gran facilidad para el cálculo mental. Sólo a esta memoria
puede aplicarse el concepto de volumen de memoria, el número 7  2 de G. Miller.

b) La actividad mnésica de plano subconsciente


En este nivel, las diversas clases de información siguen los procesos de: 1) adquisi-
ción subconsciente de información, y 2) de utilización subconsciente de información. En
el lenguaje subjetivo de la introspección, es lo que tradicionalmente calificamos como
hacer sin darse cuenta, o inconscientemente. Un proceso cognitivo de este tipo es la pri-
mación, que bien puede hacerse extensivo a la formación de los sentimientos.

c) La actividad mnésica de nivel funcional


Corresponde a 1) el registro de las señales neurales, 2) la retención de las señales
neurales y 3) la reproducción de las señales neurales. De estos procesos, los mejor co-
nocidos son los fenómenos de potenciación a largo plazo y de convergencia de las seña-
les de distintas vías transcorticales en las células piramidales del hipocampo.

CUADRO 1.2.4
RETENCIÓN DE LA INFORMACIÓN EN LA MEMORIA
(Tomado de: Ortiz, C.P., 1998)
1. En el plano subconsciente:
1.1. La retención a corto plazo sin ensayo: 18 a 25 seg
1.2. La retención a corto plazo con ensayo: 3 a 10 min
1.3. La retención a largo plazo: más de 10 min, por horas, meses o años
1.4. La retención a muy largo plazo: toda la vida
2. A plano epiconsciente:
2.1. La retención de información de entrada: 200 mseg a 2 seg
2.2. La retención de información recuperada: varios segundos

d) La actividad mnésica de nivel metabólico


Comprende los procesos de transmisión sináptica en las redes neocorticales, como
son: 1) el registro sináptico de las señales químicas, 2) la retención presináptica y pos-
tsináptica de las señales químicas, y 3) la activación y reproducción de las señales quími-
cas. También en este caso sólo se conocen los tipos de transmisión sináptica en sinapsis
que usan glutamato como neurotransmisor en las sinapsis axodendríticas de las neuro-
nas piramidales mencionadas.

e) La actividad mnésica de nivel genético


Respecto de la actividad bioquímica de las neuronas corticales, apenas sabemos al-
gunos aspectos de lo que se ha venido a denominar plasticidad neuronal. Se supone que
el registro postsináptico de las señales químicas conduce a la retención de los datos por
modificación plástica de la red nerviosa; es decir que, por efecto de la activación de la
expresión genética de estas neuronas por segundos mensajeros, se produce la formación
de nuevas redes locales y/o transcorticales que codifican la nueva información. Una red
anatómica de este tipo será más fácilmente activada durante el proceso de recordar.

1.3.4. Codificación neocortical de la información social


Respecto de los procesos de guardado de la información social en la forma de infor-
mación psíquica consciente, tenemos que explicar dos tipos de proceso: 1) los procesos
de encodificación y descodificación de la información psíquica consciente en sí, que se
realiza en la red neocortical, y 2) los procesos que facilitan o inhiben la formación de las
redes neurales locales y transcorticales que codifican dicha información.
a) Procesos de encodificación y descodificación de la información psíquica cons-
ciente
Es difícil negar que la información psíquica consciente se almacena en el neocórtex
cerebral. Sabemos que las lesiones corticales, sean de extensión local o que abarquen
extensas zonas del neocórtex de ambos hemisferios como sucede en pacientes con de-
mencia, reducen las capacidades de adquirir nueva información, específicamente de
aquella que corresponde a las redes neurales afectadas, y al perderse la red neural a
consecuencia de la lesión, también se perderá la información codificada en ella.
El aspecto opuesto a los efectos de las lesiones, son los efectos de la estimulación
cortical. En experimentos hechos en personas craneotomizadas con fines quirúrgicos, la
aplicación de pequeños pulsos eléctricos sobre su corteza cerebral puede precipitar la
aparición de alucinaciones que son descritos por las mismas personas como recuerdos
de sucesos reales pasados. Aunque estas observaciones no han sido fáciles de reprodu-
cir o no han sido reproducidas del todo, es conocido que enfermos con epilepsia del lóbu-
lo temporal tienen crisis que Jackson las llamó “estados de ensueño” (dream states), que
claramente muestran que es posible la activación de ciertas redes corticales estructura-
das que la persona experimenta como alucinaciones, falsas alucinaciones (se da cuenta
que no son vivencias verdaderas), pensamiento forzado (piensa algo que no se propone).
Es evidente, sin embargo, que estas experiencias patológicas son estados afectivos o
cognitivos aislados o fuera de contexto, que son resultado de la activación anormal de
redes neurales interconectadas previamente o en el momento de la crisis. Pero esto de
ningún modo significa que los conocimientos estén guardados como tales en la corteza.
Se sabe que algunos sucesos “con una fuerte carga emocional” se graban en la me-
moria en forma instantánea y que a veces se retienen a muy largo plazo. Por otro lado,
como muy bien lo señaló Bartlett, se sabe que el recuerdo es un proceso de reconstruc-
ción, que es evidente cuando experimentamos el fenómeno de “lo tengo en la punta de la
lengua”. Es posible que las redes paralímbicas que codifican información afectiva, sean
redes que se interconectan en simultáneo o que activan sinapsis en esta forma para in-
ducir en seguida los cambios en la expresión genética neuronal que estabilizan la red a
largo plazo. En cambio las redes cognitivas posteriores, parece que guardan información
por saltos, con cambios de corto plazo que sólo se estabilizan anatómicamente cuando la
misma información es provista desde una fuente externa, o cuando dicha información es
configurada dentro de otra red más amplia establecida previamente.
En el cuadro 1.2.5, se resumen los niveles de codificación de la información psíquica
consciente. En el esquema podremos notar que la encondificación de la información du-
rante su adquisición tiene que efectuarse de un nivel a otro inferior en etapas sucesivas
durante el aprendizaje que empieza en el plano perceptual. Por el contrario, la descodifi-
cación de la misma información durante el recuerdo tendrá que producirse de un nivel
inferior a otro superior de codificación.
Estos procesos de codificación de la información entre los planos epiconsciente y
subconsciente se tienen explicar psicológica, fisiológica, metabólica y genéticamente.
Desde la introducción de la noción del “hábito neural” (James, 1890), la explicación de la
codificación de la información en el cerebro ha girado solamente en torno a la actividad
sináptica. Tanzi (en 1893) fue el primero en sugerir que el aprendizaje depende de cam-
bios en las conexiones nerviosas que consisten en una facilitación del paso de las seña-
les por una disminución de la resistencia a la transmisión de los impulsos nerviosos.
Wood-Jones (en 1923) pensó que este cambio era un aumento de la conductancia en la
membrana post-sináptica.
Fue Hebb (1949) quien formuló la hipótesis más precisa acerca de la modificación de
las sinapsis al formarse nuevos ensambles de redes neurales durante el aprendizaje. De
allí que hablemos de “sinapsis hebbianas” para referirnos a las sinapsis modificadas bajo
estas condiciones. Su hipótesis la resumió en los siguientes términos:
“Cuando el axón de una célula A está en condiciones de excitar a una célu-
la B, o repetida o persistentemente toma parte en su descarga, tiene lugar al-
gún proceso de crecimiento o cambio metabólico en una o en ambas células,
de modo que aumenta la eficiencia de A para provocar la descarga de B.”
Los estudios más recientes de Kandel y sus colaboradores han mostrado que el
aprendizaje, por lo menos en los invertebrados, es consecuencia de la formación de nue-
vas sinapsis (Kandel, 1976). Si se comparan los cambios sinápticos observados en la
aplysia durante el aprendizaje no asociativo (por habituación o por sensibilización) y el
asociativo por condicionamiento, con las pocas observaciones hechas en la corteza del
hipocampo y del cerebelo (en pequeñas rodajas de corteza que se mantienen en suero
fisiológico), se puede observar algunas coincidencias que hacen presumir que los proce-
sos sinápticos en la corteza durante el aprendizaje son de naturaleza similar.

_______________________________________________________________________
CUADRO 1.2.5
NIVELES DE CODIFICACIÓN DE LA INFORMACIÓN PSÍQUICA EN EL
NEOCÓRTEX EULAMINAR
(De: Ortiz, C.P., 1998)

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


Epiconsciente Percepción Imagi- Psíquica En macrorredes
holocortical nación Consciente supramodales
V. Personalidad
Pensamiento interconectadas
Actuación en paralelo
Subconsciente Afectivo-emotiva Psíquica En macrorredes
Individuo hu-
multimodular Cognitivo- Consciente intermodales
IV. mano
productiva Conati- interconectadas
vo-volitiva en paralelo
Modular Funcional Neural En redes
unimodales
III. Organismo
interconectadas
en serie
Columnas Metabólica Metabólica En microrredes
“cristales” submodales
II. Tisular
“burbujas” interconectadas
metabólicamente
Neuronal Expresión genética Genética En microrredes
submodales
I. Celular
interconectadas
anatómicamente
0. Física Química No existe
Molecular

Se atribuye al fenómeno de potenciación a largo plazo (PLP), estudiado en el hipo-


campo, la función que inicia la codificación de la información. Consiste en el incremento
persistente (que dura horas o días) de la amplitud del potencial postsináptico después de
la estimulación tetánica (50 a 100 potenciales de acción por seg.) de la neurona presináp-
tica. Puede ser de tipo no-asociativo en CA3 y de tipo asociativo en CA1. El neurotrans-
misor involucrado es el glutamato que modifica sus receptores NMDA y AMPA sucesiva-
mente. Estos cambios sinápticos activan segundos mensajeros que luego producen los
cambios funcionales señalados en la membrana postsináptica. De este modo la PLP se
mantendría por efecto de transmisores retrógrados como NO o CO.
b) Procesos que facilitan el guardado y recuperación de la información psíquica
consciente
Así como las lesiones que destruyen las redes neocorticales ocasionan una pérdida
de la información codificada en ellas, lesiones de ciertas formaciones nucleares subcorti-
cales, que dejan intacto el neocórtex, provocan una discapacidad para retener nueva in-
formación o para usar información almacenada previamente, que son las amnesias por
defecto de encodificación o de descodificación, respectivamente. Estos desórdenes han
dado mucha luz acerca de los procesos por los cuales se facilita o inhibe la adquisición y
elaboración de la información social en el neocórtex humano. Las estructuras subcortica-
les más frecuentemente asociadas a estas clases de amnesia son el hipocampo, el hipo-
tálamo, la amígdala, el núcleo dorsomedio del tálamo y el núcleo basal de Meynert.
De estos estudios se ha deducido que para poder almacenarse la información social
en las redes neocorticales durante el aprendizaje, y para ser recuperadas desde las mis-
mas durante el recuerdo o el reconocimiento, se requiere de la conversión de los datos
mnésicos en señales distribuidas en las áreas neocorticales correspondientes. Esta fun-
ción de conversión de los datos y de integración de las señales psíquicas parece que
depende de:
1. Redes interconectadas en paralelo –directamente a través de las vías transcorti-
cales, del cuerpo calloso e indirectamente a través del circuito límbico–, y de
2. Redes de integración córtico-subcorticales, que tienen como centros nodales las
estructuras cuya lesión produce amnesia (no demencia), como son las estructuras
subcorticales mencionadas líneas arriba.
Todas estas formaciones nucleares están interconectadas entre sí y con la corteza
cerebral a través de redes de ida y vuelta, especialmente a través de la vía del cíngulo.
Se pensó que esa red era indispensable para el procesamiento afectivo-emotivo. Pero, a
partir de lo que hemos podido especificar respecto de la actividad afectivo-emotiva in-
consciente (Cuaderno III), es evidente que una de las funciones de este circuito es la in-
tegración subcortical entre la información psíquica consciente y la inconsciente, y entre
ésta y la actividad funcional subcortical durante la actividad personal.
Por otro lado, el hipocampo es una formación anatómica cuyas funciones ya no son
las mismas que en los animales. Al parecer, en los vertebrados inferiores es una estructu-
ra que en el mismo nivel del cerebelo interviene en la integración sensitivo-motora de la
información neural. En los vertebrados tendría una función de integración afectivo-
cognitiva, que es mucho más importante en los mamíferos. En el hombre, esta clase de
integración seguramente se mantiene, pero ha tenido que volverse mucho más compleja
dada la aparición de la actividad neocortical, dentro de la cual se tiene que guardar y re-
cuperar una clase de información que ya no se integra por condicionamiento, y mucho
menos por habituación o sensibilización, sino por procesos de integración multimodal y
supramodal, un nivel en el cual las diversas clases de información ya no sólo se confron-
tan, aparean o asocian entre sí, sino donde se incorporan nuevas clases de información,
las que deben añadirse y elaborarse hasta formar parte de las configuraciones de la in-
formación existente previamente formadas.
Por último, aunque no se conoce de alguna forma de amnesia debida a lesiones del
cerebelo, es importante recordar que tiene una estructura cortical con funciones semejan-
tes a las del hipocampo, como son la de depresión sináptica a largo plazo, y que a través
de sus conexiones de ida y vuelta con a corteza cerebral interviene en la formación de
programas motores durante el aprendizaje de destrezas que requieren de una coordina-
ción sensori-motora, gruesa o fina, como las atléticas y del trabajo manual.
CAPÍTULO 1.4

EL NEOCÓRTEX CEREBRAL COMO SISTEMA SEMIÓTICO

Naturaleza del lenguaje. Características del lenguaje. Determinación genética y social


del lenguaje. Modelos del lenguaje. El habla como actividad psíquica preconsciente. El
sistema semiótico del cerebro: aspectos anatómicos y funcionales.

Se ha dicho que los hombres son seres sígnicos por el hecho de que usan un lengua-
je para comunicarse entre sí. Es también un hecho que la aparición del lenguaje marca el
inicio de la socialización de la especie H. sapiens. Ahora estamos en condiciones de ex-
plicar su estructura y propiedades internas. Pero, ¿qué es el lenguaje?. ¿Es un estructura
cerebral o es un instrumento social que existe por fuera de los indidividuos?. En este ca-
pítulo desarrollaremos esta segunda posición, pues lo que interesa al profesional de la
salud es la naturaleza del habla como parte de la actividad psíquica de una personalidad.
El estudio del lenguaje es prerrogativa de la lingüística. Estas aseveraciones no niegan la
estrecha relación que hay entre estos dos ámbitos, el del habla como atributo de la per-
sona, y el del lenguaje como atributo de la sociedad.

1.4.1. Naturaleza del lenguaje


La complejidad del lenguaje es seguramente la razón de que aún no dispongamos de
una definición de su verdadera naturaleza. Ha sido objeto de estudio de distintos especia-
listas y cada uno de ellos ha asumido un aspecto del lenguaje como el más importante o
esencial. Esta situación ha creado una suerte de caos donde no es fácil encontrar una
respuesta acerca de qué son realmente el lenguaje, la lengua y el habla.
Existen cuatro definiciones respecto de esta actividad humana que han captado los
aspectos más importantes del lenguaje: 1) el lenguaje es un sistema de signos lingüísti-
cos, 2) el lenguaje es un medio de comunicación social, 3) el lenguaje es una forma de
conducta y 4) el lenguaje es una función del cerebro humano.
Pero es evidente que estas definiciones no sólo se refieren a aspectos diferentes del
lenguaje, sino a entidades materiales diferentes. Así, por ejemplo, si reducimos las dos
primeras definiciones a una sola, veremos que se refieren a estructuras materiales que se
forman por fuera de las personas: en el aire, en el papel, en una cinta magnetofónica, de
cine o video, en un disco de computadora. Una vez que las estructuras sonoras del aire
han sido grabadas en estos medios, el lenguaje se convierte en un sistema material de
comunicación social que existe por sí mismo. Es también evidente, por lo que ya sabe-
mos acerca de la información dentro del sistema vivo, que este lenguaje constituye el
mejor medio, por no decir el único, creado por la humanidad para codificar información
social e información psíquica al mismo tiempo.
Por otro lado, cuando se habla de conducta y de función cerebral se hace referencia
a dos aspectos extremos de la actividad personal que son más fáciles de observar y es-
tudiar, aunque sin tomar en cuenta la actividad psíquica en sí. Con todo, es evidente que
aluden a una forma de actividad psíquica exclusivamente humana, y por tanto a una for-
ma de actividad neocortical. Si se llama lenguaje a esta clase de actividad personal, es
porque no se ha tomado en cuenta la existencia material del lenguaje interpersonal; pero
tampoco podemos llamar lenguaje a ambos, porque son de naturaleza en extremo dife-
rentes, como puede colegirse fácilmente: el lenguaje como medio de comunicación es
extrapersonal, constituido por estructuras físicas y químicas de material inerte; el lenguaje
como actividad psíquica está constituido por estructuras celulares, metabólicas, funciona-
les, psíquicas de un individuo. Lo que sí es verdad, es que hay una estricta correspon-
dencia entre ambos: el sistema de signos del lenguaje se refleja en el sistema de señales
psíquicas del habla, y viceversa.
En realidad, el lenguaje escrito que fue el objeto de estudio de los gramáticos hindúes
y griegos, hasta que prácticamente sólo en este siglo se pasó a estudiar la gramática del
lenguaje hablado, lo cual ha creado una grave distorsión al suponer que así se estudia
una función del cerebro, cuando el lingüista no estudia el habla en sí, sino el lenguaje
hablado una vez que ha sido grabado en una cinta magnética de audio o video. El estudio
del lenguaje hablado a llevado pues a la creencia de que se está estudiando la actividad
psíquica cerebral del hablante. De allí la confusión del padre de la lingüística moderna, F.
de Saussure, quien en vez de poner los límites entre el lenguaje medio de comunicación
y el lenguaje actividad psíquica en la interfaz que existe entre la superficie corporal y el
aire, los ubica entre el cerebro y el aparato oral del hablante. De este modo llega a supo-
ner que el lenguaje es función psíquica del cerebro y el habla es función física de los ner-
vios y el aparato vocal. A partir de él, todos los lingüistas han sostenido el mismo postu-
lado, reduciendo el lenguaje al habla personal.
En este Cuaderno, llamamos lenguaje al sistema social de codificación del habla que
sirve de medio de organización de la sociedad y de comunicación entre las personas. El
habla es el sistema psíquico personal ubicado en el nivel preconsciente que media entre
la conciencia y la inconsciencia; o entre la conciencia y el resto de la interioridad del indi-
viduo, que puede expresarse o no en el lenguaje.

1.4.2. Características del lenguaje


Partiendo del trabajo de Hockett (1960), se puede decir que las características del
lenguaje (el lenguaje en sí) son:
a. Su desplazamiento, pues por medio del lenguaje la sociedad hace referencia a
hechos que han ocurrido, ocurren y pueden ocurrir en el universo, por fuera de la
subjetividad de las personas
b. Su carácter abierto, porque el número y diversidad de sus elementos varía histó-
ricamente
c. La dualidad de su estructuración o su doble articulación: porque unos elementos,
los fonemas, se combinan para formar una estructura de jerarquía superior que
son las palabras; estas a su vez se combinan para formar una jerarquía superior
que son las oraciones.
d. Su comunicabilidad, en el sentido de que un sistema de signos lingüísticos se
puede difundir de una cultura a otra.
e. Su reflexividad, en el sentido de que el propio lenguaje puede ser objeto de análi-
sis por medio del mismo lenguaje, que así se convierte en metalenguaje.

1.4.3. Determinación genética y social del lenguaje


Dado que los animales en general, sobre todo cuando se agrupan para formar lo que
podríamos llamar sociedades naturales, también se comunican por medio de señales, se
introdujo la hipótesis de continuidad, sosteniendo que el lenguaje humano era sólo una
ampliación más sofisticada del lenguaje de los animales. A este punto de vista se oponen
quienes sostienen que existe una discontinuidad entre el lenguaje humano como creación
exclusiva del hombre, y las formas de comunicación más elementales que tienen los ani-
males. Esto lógicamente explica por que el lenguaje tiene las características propias y
exclusivas como las señaladas.
Entonces, si bien los animales y los hombres se comunican entre sí por medio de
procesos fenoménica u objetivamente iguales, solamente los hombres han logrado codifi-
car información psíquica en medios externos a ellos mismos, entre los que estuvo prime-
ro el lenguaje escrito y ahora el lenguaje hablado. Esta situación crea diferencias esen-
ciales entre ambos medios, ya que el lenguaje humano ha llegado a constituirse en la
forma más compleja de codificación no sólo de información psíquica sino de información
social, ya que la sociedad usa el lenguaje para reflejar las características menos obser-
vables o imposibles de observar del universo.
Hay que diferenciar, entonces, entre 1) la transmisión intraindividual de señales (quí-
micas, neurales, psíquicas), y 2) la comunicación interindividual por medio de 2.1) seña-
les de los animales, y 2.2.) de signos que sólo la humanidad los ha podido crear, pues en
ésta las señales se han convertido en signos que ya no sólo pueden contener información
psíquica como las señales, sino que pueden llegar a ser la información social en sí.

1.4.4. Modelos del lenguaje


Dentro de las concepciones tradicionales del lenguaje, los modelos del mismo han
dependido de la ciencia dentro de la cual se lo estudia. Veremos solamente los más co-
nocidos dentro de los enfoques lingüístico, psicológico, neurológico y sociológico.

a) Modelos lingüísticos
Dentro de la lingüística se han propuesto varios modelos, de los cuales dos son los
más importantes en la actualidad: uno se ubica en el marco de la lingüística estructural;
otro se ubica en el de la llamada psicolingüística.
Según la lingüística estructural, el lenguaje tiene una estructura jerárquica, organiza-
da por niveles o estratos (cuadro 1.3.1).

CUADRO 1.3.1
ESTRUCTURA DEL LENGUAJE
Estratos: Unidades: se organizan a base de:
1. Estrato fonético/fonológico: Fonos/fonemas
2. Estrato morfológico: Morfemas/palabras Reglas morfológicas
3. Estrato sintáctico: Oración, discurso Reglas sintácticas
4. Estrato semántico Semantema Reglas semánticas

Desde el punto de vista de la psicolingüística, el lenguaje es todo el conjunto posible


de oraciones que puede generar una gramática (Chomsky). En el cuadro 1.3.2 se mues-
tra gráficamente el modelo de Chomsky (Black, Black y Droge, 1986).

b) Modelos psicológicos
Entre los enfoques psicológicos del lenguaje, los más actuales se encuentran dentro
de las concepciones cognitivistas y conductistas. Dentro de estos, el lenguaje es una
forma de conducta o una serie de procesos cognitivos.
En los cuadros 1.3.3, 1.3.4 y 1.3.5 se muestran tres modelos usados en la práctica
clínica, y que se consideran muy importantes sobre todo dentro de la neuropsicología
cognitiva.

CUADRO 1.3.2
MODELO PSICOLINGÜÍSTICO DEL LENGUAJE
De Chomsy (tomado de Black, Black y Droge, 1986)

El lenguaje comprende:

I. Un LÉXICO, que especifica:

a) La estructura de las palabras


b) El significado de las palabras Forman la
c) El uso de las palabras BASE

II. Una SINTAXIS que genera:


con dos componentes:

II.1. Categorial Estructura D

II.2. Transformacional
Se transforma en:

Estructura S

Se representa en:

Forma fonética Forma lógica

(Representa los sonidos (Representa la


de las palabras en la interpretación
oración) semántica)

CUADRO 1.3.3
EL LENGUAJE COMO HABILIDAD COGNITIVA
(Adaptado de: Welford, 1965)

El lenguaje es una serie de procesos de entrada-salida:

E  Sensoriales
 De la percepción verbal
 De la memoria verbal (a corto plazo; a largo plazo)
 De selección de palabras u oraciones
 De programación de la respuesta verbal
 De ejecución de las palabras
 S (salida efectora
CUADRO 1.3.4
EL LENGUAJE COMO ESTRUCTURA COGNITIVA
(Young y Ellys, 1992):

El lenguaje es una estructura jerárquica:

Sistema semántico
 
Léxico de entrada auditiva Léxico de salida del habla
 
Sistema de análisis auditivo Nivel fonémico
 
Palabra oída Habla

CUADRO 1.3.5
MODELO DEL DESEMPEÑO LINGÜÍSTICO
(Wales y Marshall, 1966)

MATRIZ CONCEPTUAL

INTERPRETACIÓN SEMÁNTICA
Analizador de la Estructura profunda

Analizador preliminar de la Derivación de la


Estructura superficial Estructura superficial

Mecanismo del estado de Alerta

Reconocimiento preliminar Componente fonológico

ENTRADA SALIDA

c) Modelos neurológicos
En el campo de la neurología, el lenguaje es considerado una función o resultado de
la actividad funcional del cerebro. Se conocen las áreas corticales que intervienen en la
comprensión y la expresión verbales. El primer modelo propuesto por Wernicke en 1884 y
ampliado por Geschwind en 1965 ha sido y sigue siendo el modelo más usado en las
explicación de los desórdenes del habla debidos a lesiones del cerebro, aunque más re-
cientemente ha habido un notable interés por construir modelos del lenguaje tomando en
cuenta los aportes de la psicología cognitiva y la psicolingüística. En los cuadros 1.3.6 y
1.3.7 se muestran los modelos de Wernicke-Geschwind y el más actual de Peterson mo-
dificado por Bear, Oconnors y Paradiso (1996).

CUADRO 1.3.6
EL MODELO CLÁSICO DE WERNICKE-GESCHWIND
(Damasio y Geschwind, 1984)
El lenguaje es una sucesión de áreas corticales interconectadas en serie:

E  Vía auditiva
 Área auditiva primaria (circunvolución transversa de Heschl)
 Área auditiva secundaria (planum temporale )
 Área auditiva terciaria (de Wernicke: temporal sup. post)
 Área de procesamiento central (parietotem. post)
 Área de procesamiento motor (frontal inf.)
 Área de ejecución motora  S

CUADRO 1.3.7
UN MODELO PSICONEURAL DEL LENGUAJE
Petersen y Col., (1988); Bear, Connors y Paradiso (1996)
Palabra escrita Palabra hablada
 
Procesamiento visual inicial Procesamiento auditivo inicial
(Corteza visual primaria) (Corteza auditiva primaria)
 
Reconocimiento visual verbal Reconocimiento auditivo verbal
(Corteza visual secundaria) (Área de Wernicke, corteza temporoparietal
y temporal superior anterior)

Asociación semántica
(Corteza frontal inferior)

Codificación premotora
(Área de Broca, corteza motora suplementaria y
otras áreas perisilvianas)

Control motor del habla
(Corteza motora primaria)

HABLA
Es notorio que los modelos expuestos tienen ciertas características en común, empe-
zando por el hecho de llamar lenguaje a cualquiera que fuese el nivel de la realidad que
se trata de explicar. Sin duda que el esquema de la lingüística estructural se refiere a los
hechos del lenguaje una vez que han sido producidos por el hablante. Así, el modelo psi-
colingüístico explica en términos lingüísticos el hecho material del lenguaje después que
ha sido emitido. Los demás modelos psicológicos reducen el lenguaje a una actividad
puramente cognitiva, y como si fueran procesos lineales, de entrada-salida. Es además
interesante que estos modelos se ajustan muy bien a los modelos neurológicos, de modo
que es posible que estos últimos hayan influido en la construcción de aquellos.

d) Modelos sociológicos
Consideramos modelos sociológicos a los elaborados dentro de la teoría de las co-
municaciones. Casi todos ellos se refieren al hecho de que la comunicación es un siste-
ma formado por un emisor, un receptor y un canal de transmisión entre ellos. El lenguaje
sería el mensaje o noticia que se comunica a través de dicho canal, sobre el cual influyen
efectos que distorsionan las señales. En la figura 1.3.1 se muestra el modelo de un sis-
tema de comunicación muy elemental.

CANAL

Conjunto Conjunto
finito de Encodificación Decodificación finito de
símbolos símbolos
elementales elementales

RUIDO

Fig.13.1. Un sistema de comunicación social elemental

1.4.5. El habla como actividad psíquica preconsciente


Es innegable que hay aspectos de la teoría del lenguaje, y de los modelos que las
expresan, que pueden cuestionarse. Así, por ejemplo, su premisa básica es que el las
“funciones mentales” del hombre son similares a las de los animales superiores, con sólo
dos formas de actividad psíquica: emotiva y cognitiva; que el lenguaje se encuentra sólo
en el cerebro humano; que es una actividad cognitiva que se procesa en el área del len-
guaje del hemisferio izquierdo, en una serie de módulos con sus respectivas entradas y
salidas. Además de que se atribuye a esta estructura anatómica y funcional la estructura
y las características del lenguaje (social).
Por consiguiente, si tomamos en cuenta lo dicho al comienzo (en 1.3.1), llegaremos a
la conclusión de que es posible sostener una separación física entre el lenguaje de la
sociedad y el habla de una persona. Se puede, entonces, elaborar una teoría del habla
distinta de una teoría del lenguaje (Ortiz, 2002).
Se supone que hace entre 100 y 7 mil años durante el desarrollo sociogenético la ac-
tividad psíquica inconsciente de los hombres pudo codificase en estructuras verbales
superando las formas de comunicación de los primates, hasta que llegaron a adoptar la
forma de un lenguaje auditivo. Más tarde, este lenguaje empezó a usarse para reflejar los
procesos de la naturaleza que los mismos hombres han sido capaces de transformar.
Más tarde, con la producción de los utensilios y las herramientas, nació la posibilidad
de dibujar y grabar. De aquí no hubo sino un paso a la invención de la escritura y progre-
sivamente el lenguaje auditivo se convirtió en lenguaje escrito y visual. De este modo el
lenguaje adquirió el status de una estructura material extraindividual que existe por sí
misma. Ya hemos visto como el conocimiento empírico que sirve para explicar los proce-
sos no observables del resto del universo, una vez que fue plasmado en el sistema de
signos del lenguaje escrito hizo posible la aparición de la información social.
Por lo tanto, desde que la sociedad existe, los hombres tenemos que incorporar y co-
dificar el lenguaje en nuestra corteza cerebral para construir así nuestro propio sistema
del habla personal. El habla personal facilita a su vez la incorporación de la información
social y su codificación en la forma de información psíquica consciente. Por consiguiente,
se puede deducir que el habla personal es una estructura psíquica de naturaleza diferen-
te del sistema del lenguaje, pues mientras el habla personal que viene a ser una forma de
actividad psíquica preconsciente, interpuesta entre el nivel de la conciencia y el de la in-
consciencia, el lenguaje es el sistema de signos que usa la sociedad como medio de co-
municación.
La lengua es entonces el sistema de signos lingüísticos propios y característicos de
un pueblo, nación o comunidad de naciones. El sistema del habla personal es el sistema
psíquico de nivel preconsciente del cerebro humano que almacena y procesa el conjunto
de señales verbales que reflejan dicha lengua.
El sistema del habla debe comprender tres subsistemas psíquicos que se organizan
como parte de los respectivos componentes de la conciencia en las áreas corticales de
transición, esto es: 1) en las áreas receptivas terciarias situadas en la interfaz que separa
las áreas receptivas primarias y las áreas neocorticales afectivas y cognitivas, y 2) en las
áreas premotoras por delante de las áreas motoras primarias que forman parte de los
sistemas motores del aparato vocal, las manos y el resto del cuerpo. De este modo se
dispone de áreas verbales auditivas (para el lenguaje oral), visuales (para la lectura y el
lenguaje manual de sordomudos) y tactiles (para la lectura de los invidentes), así como
áreas verbales premotoras para la expresión verbal, oral y manual (escrita). Esto equivale
a disponer de un sistema del habla de nivel preconsciente, distribuido en tres componen-
tes:
1. Un sistema prosódico, que es parte del componente afectivo-emotivo de la con-
ciencia; está ubicado en la corteza de transición temporal (en especial el área de Werni-
cke derecha). Las redes neurales de este componente almacenan y procesan las señales
sensoriales verbales que codifican la entonación emotiva de los segmentos de las seña-
les verbales
2. Un sistema léxico, parte del componente cognitivo-productivo de la conciencia, que
ocupa la corteza de transición temporal (especialmente del área de Wernicke izquierda);
sus redes neurales almacenan y procesan las señales sensoriales verbales que codifican
los sonidos fonémicos, silábicos y morfológicos de las palabras de contenido
3. Un sistema sintáctico, que es parte del componente conativo-volitivo de la concien-
cia, situado en la corteza de transición frontal (área de Broca especialmente del lado iz-
quierdo), cuyas redes neurales almacenan y procesan las señales verbales que progra-
man los elementos sintácticos de las oraciones y el discurso, como son las inflexiones y
las palabras funcionales, así como las señales motoras verbales que programan la ento-
nación gramatical y emotiva de los segmentos de las palabras y el discurso.
De este modo, la estructura de la actividad psíquica personal queda ampliada al in-
cluir el sistema preconsciente del habla (cuadro 1.3.8), que habiendo sido originalmente
una extensión de la corteza heterotípica (de las áreas sensorimotoras primarias) se ha
llegado a convertir en parte del sistema de la conciencia.

CUADRO 1.3.8
ESTRUCTURA DE LA ACTIVIDAD PSÍQUICA PERSONAL
1. Sistema de la inconsciencia
1.2. Sistema afectivo-emotivo inconsciente
1.3. Sistema cognitivo-ejecutivo
2. Sistema de la conciencia
2.1. Plano Subconsciente: Plano Preconsciente:
2.1.1. Sistema afectivo-emotivo: a) Sistema prosódico
2.1.2. Sistema cognitivo-productivo: b) Sistema léxico
2.1.3. Sistema conativo-volitivo: c) Sistema sintáctico
2.2. Plano Epiconsciente: Plano verbal:
2.2.1. El plano de la percepción: a) Comprensión verbal
2.2.2. El plano de la imaginación: b) Imágenes verbales
2.2.3. El plano del pensamiento: c) Conceptos verbales
2.2.4. El plano de la actuación: d) Expresión verbal

1.4.6. El sistema semiótico del cerebro: aspectos anatómicos y funcionales


Desde que Bouillaud y Broca descubrieron que una lesión focal –frontal– del cerebro
producía una pérdida de la capacidad de expresarse verbalmente, todas las observacio-
nes clínicas y patológicas sólo han confirmado que lesiones que se localizan dentro del
área irrigada por la arteria cerebral media izquierda ocasionan desórdenes de las capaci-
dades verbales de las personas del tipo que conocemos como afasia: una pérdida de la
capacidad para comprender el lenguaje y para expresarse hablando, sin mayor compro-
miso de otras formas de actividad psíquica consciente e inconsciente. Originalmente,
Broca dedujo que la lesión que produce afasia afecta el pie de la tercera circunvolución
frontal; poco después observó que afectaba principalmente al hemisferio izquierdo.
Quienes mejor contribuyeron a la descripción y explicación de los trastornos afásicos
fueron H. Jackson y K. Wernicke. La contribución del primero fue básicamente concep-
tual. Jackson sugirió que las lesiones que producen tales desórdenes no producían una
pérdida del habla, sino un desorden del uso del habla, ya que un sujeto que no podía
usar el habla aún daba muestras de tener el sistema verbal en su cerebro. Werncke mos-
tró que las lesiones del área temporal posterior izquierda también producen un desorden
verbal, pero de naturaleza diferente; pensó que el enfermo no comprende cuanto se le
dice y se expresa sin dejarse entender porque había perdido la memoria de las imágenes
de las palabras.
A los clásicos estudios de necropsia, tan importantes para el estudio de la afasia a
comienzos del siglo, se han añadido en las últimas décadas los estudios de diagnóstico
por imágenes, como tomografía computarizada convencional, por emisión de positrones y
por resonancia magnética funcional, y todos ellos han confirmado: 1) que las diferentes
formas de afasia se deben a lesiones del hemisferio izquierdo en cerca del 98% de las
personas diestras; 2) que las lesiones que más frecuente, intensa y persistentemente
producen desórdenes afásicos son las localizadas en la llamada “área del lenguaje” por
P. Marie; 3) que las lesiones frontales producen alteraciones predominantemente expre-
sivas, agramaticales: sin palabras funcionales ni inflexiones, mientras que las lesiones
temporoparietales producen alteraciones en la comprensión del lenguaje hablado y escri-
to, y en la producción de palabras de contenido. Por estos estudios, los nombres de Bro-
ca y Wernicke han quedado asociados a las áreas frontal y temporal del habla del hemis-
ferio izquierdo, respectivamente.
Ya en este siglo, primero M. Critchley y G. Monrad-Krohn, y más recientemente Ross
(1993), empezaron a dar importancia a los desórdenes de la percepción y expresión de la
entonación emocional de las palabras y frases; desórdenes estos que se deben a lesio-
nes que afectan las áreas simétricas a las de Broca y Wernicke, en el hemisferio derecho.
Sobre la base de estos conocimientos acumulados en cerca de siglo y medio, se ha
deducido que el hemisferio izquierdo es dominante para el lenguaje en el 98% de las per-
sonas y en el 70% de las personas zurdas; que el área de Wernicke es la que procesa la
comprensión de las palabras y las frases, y el que área de Broca, procesa la expresión de
las palabras y oraciones. Las áreas similares del hemisferio derecho serían las que pro-
cesan, paralelamente los aspectos afectivos y emotivos de las mismas.
Sin embargo, todo el mundo está de acuerdo en que estas deducciones son sólo re-
sultado del cambio de sentido de las observaciones clínicas hechas en enfermos con las
respectivas lesiones. Es decir, si bien es cierto que las lesiones producen tal o cual déficit
verbal, de esto no se colige que lo opuesto sea verdadero. Ya sabemos, por ejemplo, que
una lesión del área motora produce parálisis en la mitad opuesta del cuerpo, pero no ésta
el área que genera la ejecución de las operaciones motoras.
Por esta razón, ha habido mucho interés en observar por todos los medios posibles si
es que en las personas sanas las áreas cerebrales mencionadas son las que realizan las
funciones esperadas. Así, varios neurocirujanos siguiendo el ejemplo de W. Penfield, han
observado los efectos de la estimulación eléctrica de la corteza en sujetos despiertos
sometidos a una craneotomía (por otras razones): los resultados no difieren de los obser-
vados por efecto de las lesiones, pues los sujetos dejan de hablar cada vez que se aplica
la pequeña descarga eléctrica en el área del lenguaje ya conocida. La razón es muy sim-
ple, y es que la descarga eléctrica por muy suave y breve que sea produce, en sentido
estricto, una afasia momentánea, igual que una lesión anatómica duradera.
Había que buscar, entonces, otros procedimientos de investigación. Tres de estos
han sido los más importantes: el estudio de personas con hemisferios separados por sec-
ción (terapéutica) del cuerpo calloso (Sperry, Gazzaniga y Bogen, 1969; Eccles, 1975), el
estudio por imágenes del cerebro durante el desempeño verbal de personas sanas (Ker-
tesz, 1994) y el estudio por potenciales evocados asociados al proceso cognitivo en tiem-
po real (Gazzaniga, 1995). El único problema es que estos estudios se han hecho duran-
te la ejecución de tareas puramente cognitivas, es decir, tareas en las cuales el sujeto
tiene que pensar o actuar sólo cognitivamente. Es pues posible que muchos de los resul-
tados que se conocen sean parciales y sesgados, por no haber tomado en cuenta los
aspectos de la percepción y la imaginación, y especialmente los procesos afectivos y
conativos que subyacen a los mismos.
A pesar de todo esto, además de confirmar lo que ya se sabía, que los procesos de
comprensión y procesamiento verbal productivo dependen del hemisferio izquierdo, ahora
sabemos que el hemisferio derecho también es capaz de procesar palabras, aunque de
modo diferente al izquierdo, lo cual parece causar una aparente desventaja en una situa-
ción en que ambos hemisferios procesan información simultáneamente. Así, una persona
puede leer y reconocer palabras aisladas presentadas en su campo visual izquierdo a
través de su hemisferio derecho; puede referirlas a los objetos correctamente y puede
copiarlas con la mano izquierda. Es característico que en estos casos, la persona no sea
capaz de decir qué ha visto en su campo visual izquierdo ni qué hace con su mano mien-
tras escoge un objeto o escribe por medio del hemisferio derecho.
Sólo cuando se presentan dos palabras distintas, una en cada campo visual, para ser
procesadas por el hemisferio correspondiente, es que el sujeto se desempeña como si no
hubiera ni siquiera detectado la palabra del campo visual izquierdo. A qué se debe esta
superioridad verbal del hemisferio izquierdo es algo que se mantiene sin respuesta; aun-
que hay varias hipótesis al respecto. La más general es que seguramente existen formas
diferenciadas de codificación de las señales por parte de las redes neocorticales de cada
hemisferio que facilitan que el hemisferio derecho genere representaciones más estructu-
rales y que el izquierdo genere procedimientos más acordes con el aspecto de actividad
de la información, verbal en este caso (algo que veremos más adelante en la sección 3
de ese Cuaderno).
Los estudios por imágenes han tenido una destacada influencia en la comprensión de
las funciones del cerebro. Lástima que sus interpretaciones, limitadas como están, no
hayan sido lo fructíferas y sobre todo lo útiles que se esperaban. Estos procedimientos de
investigación se iniciaron con el uso de sustancias radioactivas inertes que al inyectarse
en las arterias carótidas se distribuyen en el hemisferio respectivo y permiten medir el
flujo sanguíneo cerebral. Desde los primeros estudios se comprobó que el flujo sanguí-
neo cerebral regional (FSCr) varía no al azar, sino dependiendo de la actividad psíquica
en curso. Esto significa que si un área cortical estaba más involucrada en una tarea, di-
gamos la operación mental de repetir o producir palabras, la red neural más activa utiliza-
ba una mayor cantidad de glucosa y oxígeno. Para ello los mecanismos de autorregula-
ción de la vasculatura cerebral funcionan con la rapidez requerida.
Con la invención del tomógrafo por emisión de positrones, los resultados de estos
procedimientos eran mucho más manifiestos y palmarios, y la distribución anatómica del
incremento del FSCr se podía delimitar con mucho mayor precisión. Posteriormente, la
introducción de la resonancia magnética para obtener imágenes tomográficas ha mejora-
do mucho más la visualización de las áreas activas durante la actividad psíquica.
Aunque los resultados con estos dos procedimientos no son exactamente los mis-
mos, algo hay de común entre ellos. En primer lugar, es evidente que cuando una perso-
na escucha hablar a alguien, se activan las dos áreas de Wernicke, en ambos hemisfe-
rios. En segundo lugar, sólo cuando se pide al sujeto de experimentación que piense con
palabras, por ejemplo, 1) que genere nombres de objetos de una clase convenida, 2) que
obtenga sustantivos a partir de verbos. En tales casos el FSCr se intensifica en las áreas
temporales o prefrontales del hemisferio izquierdo. Pero aquí es importante notar que las
imágenes ya no corresponden a las áreas del lenguaje, sino a las áreas cognitivas y co-
nativas del hemisferio más activo. Esto se interpreta en el sentido de que el hemisferio
izquierdo contiene las redes que procesan las palabras, lo cual no necesariamente tiene
que ser así: una razón puede ser que la persona está pensando, más que imaginando, y
otra que la tarea es más cognitivo-productiva que afectivo-emotiva. Lo que sí es impor-
tante notar es que el área conativo-volitiva izquierda está también activa en estas opera-
ciones mentales.
Por último, los estudios por medio de potenciales evocados acoplados al proceso
cognitivo (Event related potentials: ERP), aunque adolecen de las mismas restricciones
de diseño experimental, han permitido estudiar el procesamiento de las señales verbales
en tiempo real. Así, ha sido posible localizar áreas específicas que procesan las señales
verbales desde su entrada sensorial hasta los procesos centrales de decisión –para elegir
una palabra entre varias posibles, por ejemplo–, que son justamente las mismas áreas
del hemisferio izquierdo que sabíamos procesan las señales verbales cognitivas, aunque
es interesante destacar que hay respuestas evocadas que indican la intervención del he-
misferio derecho en el procesamiento de las oraciones.
Lo que podemos deducir de todas estas observaciones es que no es posible formular
un modelo de una cierta clase de actividad psíquica sólo a partir de ciertas observaciones
parciales. También se requiere de un modelo conceptual que permita ubicar y relacionar
los datos empíricos en su debido contexto y lugar.
Tiene, en consecuencia, algún sentido relacionar estos hallazgos con el esquema
conceptual que hemos seguido a todo lo largo de nuestros Cuadernos. Así, podemos
deducir del cuadro 1.3.8 que la cuestión no consiste en trazar líneas de conexión entre
las áreas de Wernicke y de Broca; ni entre éstas y supuestos sistemas semánticos y me-
tacognitivos del cerebro. Pues si la semántica es la ciencia del significado, en realidad se
trata del estudio de las relaciones entre la información social, el lenguaje y el mundo obje-
tivo. En la conciencia –esto es, en el cerebro– de una persona las relaciones son perso-
nales, antojadizas, caprichosas, versátiles, tanto entre la información psíquica afectiva,
cognitiva y conativa, como entre las señales verbales de los sistemas léxico, prosódico y
sintáctico del habla, y también entre estas mismas señales y las sensaciones afectivas
(sed, comezón, deseo sexual, frío, etc.) y las sensaciones cognitivas (visuales, auditivas y
tactiles).
Es evidente que el área de Wernicke derecha queda prácticamente dentro del parea
afectiva paralímbica del lóbulo temporal; mientras que el área de Wernicke izquierda,
queda, como ya se conocía, dentro del área cognitiva temporal posterior. Esto implica
una estrecha relación psíquica entre el componente prosódico del habla y el componente
afectivo de la conciencia; del mismo modo, hay sin duda una estrecha relación psíquica
entre el componente léxico del habla y el componente cognitivo de la conciencia. Final-
mente, el sistema sintáctico de las áreas de Broca relacionan las áreas conativas prefron-
tales con las áreas motoras para la ejecución integrada emotivo-productiva de las señales
verbales.
También hay que distinguir entre el curso de los procesos verbales subconscientes
como los señalados, y los que se dan en el plano epiconsciente, esto es, en el curso de la
imaginación y el pensamiento, y los que se dan en los planos de la percepción y la actua-
ción objetivas de la personalidad durante sus relaciones con el mundo y las demás per-
sonas.
Al respecto, hay que destacar la importancia de 1) la codificación verbal de las imá-
genes de la realidad objetiva durante la comprensión que es parte del proceso percep-
tual; 2) el uso de las palabras contenido en la rotulación de las imágenes durante la des-
cripción que es parte de los procesos de la imaginación; 3) el uso de las palabras funcio-
nales –preposiciones, conjunciones– y las inflexiones en la formación de los conceptos
en el curso de la explicación que es parte de los procesos del pensamiento, y 4) el uso de
las palabras en la regulación de la actuación objetiva de la personalidad en sus relacio-
nes con las personas y las cosas.
Aún no se sabe exactamente cuáles son las vías transneocorticales, paleocorticales y
subcorticales por medio de las que se integran las señales verbales codificadas en cada
sistema del habla. Desde que Wernicke propusiera su modelo del lenguaje, se ha dado
mucha importancia al fascículo arciforme que une las áreas de Broca y Wernicke, aparen-
temente en forma directa. Es posible que esta vía sea importante durante las fases de
adquisición y desarrollo del habla en la infancia, etapa en la cual el niño debe repetir por
imitación primero los tonos verbales y después la estructura morfológica de las palabras.
Pero debe existir otras vías transcorticales, dado que, una vez organizado el sistema del
habla, sus componentes deberán integrarse dentro de la actividad psíquica consciente.
Debemos revalorar entonces las redes de integración transcortical y las redes de asocia-
ción córtico-estriadas que al unir las áreas temporales y frontales, de algún modo inter-
vienen en la integración de las señales verbales en los planos de la actividad epicons-
ciente.
En todas estas formas de actividad consciente no cabe duda que la actividad pre-
consciente del habla es fundamental para la encodificación y descodificación de la infor-
mación psíquica consciente, ya que facilita su uso y elaboración. Y así como el lenguaje
facilita la encodificación y descodificación de la información social, así también el habla
facilita la incorporación de esta clase de información como información psíquica, afectiva,
cognitiva o conativa. Sólo así nos explicamos que la entonación de la voz de las personas
con quienes se cría y desarrolla el niño sean importantes para su asimilación de los sen-
timientos superiores; que el lenguaje escrito sea fundamental para incorporar los conoci-
mientos de una cultura, y que el lenguaje normativo de la moral social se incorpore como
el conjunto de reglas de valor que determinan la organización de la estructura moral de la
persona.
SECCION 2

EL PLANO SUBCONSCIENTE DE LA ACTIVIDAD PERSONAL

Aunque se ha dicho que “la triple distinción tradicional entre cognición, conación y
afección, (...), no es importante en la psicología contemporánea” (Garnham, 1994; pág.
168), dentro del esquema del sistema de la personalidad que seguimos, hacemos lo con-
trario: se considera que esta es la estructura de la actividad consciente que mejor explica
la estructura de las personas, y por lo tanto, la estructura de la corteza cerebral, del cere-
bro y de su sistema nervioso.
Debemos pues estudiar ahora los procesos neurales –neocorticales– que subyacen y
explican la estructura de estos tres componentes de la conciencia en el plano subcons-
ciente, sin descuidar el hecho de que las redes neurales paleocorticales y subcorticales
del nivel inconsciente (estudiadas en el Cuaderno III), que en el hombre fueron el punto
de partida de la actividad consciente, ahora debemos verlas como el soporte activo de la
propia conciencia.
Aunque estudiaremos los procesos intrínsecos como si estos componentes fueran
solamente tres, se trata, en realidad, de seis sistemas que componen la conciencia en el
plano subconsciente, tres en cada hemisferio. Pero haremos notar que hay una notable
diferenciación hemisférica en el cerebro humano respecto de cada uno de ellos.
Encontraremos algunas dificultades en la explicación psicobiológica de algunos de
estos sistemas, sobre todo del afectivo-emotivo consciente, pero más todavía respecto
del componente conativo-volitivo, dado que en las neurociencias tradicionales estos as-
pectos de la actividad psíquica se los ha estudiado, como se ha dicho sin fundamento
alguno, como si fueran formas de actividad psíquica animal.
No debe pues llamar la atención si empezamos cada capítulo con un enjuiciamiento
de algunos conceptos cuyas definiciones al parecer ya estaban sancionadas por el uso.
Lo que nos distingue es nuestra base conceptual que prácticamente no toma en cuenta la
estructura psíquica de los animales y más bien se centra en el estudio de las personas.
Otra razón es que consideramos imposible una explicación fisiológica, metabólica y celu-
lar de la actividad psíquica, si es que antes no se definen los conceptos psicológicos con
la mayor precisión posible. Luego, proseguiremos con el estudio del soporte neural de
cada sistema psíquico consciente entendido como lo que es realmente, es decir, como un
sistema de memoria que almacena y procesa la respectiva clase de información psíquica
del mismo nivel consciente.
CAPITULO 2.1

EL SISTEMA AFECTIVO-EMOTIVO

Naturaleza de la afectividad humana: Los sentimientos. El neocórtex paralímbico es


el sistema afectivo-emotivo de la conciencia. Estructura y Interconexiones del neocórtex
afectivo. Evidencias clínicas y experimentales. Diferenciación hemisférica.

Ampliando lo que acabamos de señalar en la introducción, no sólo en filosofía, sino


también en psicología se admite que “El concepto de emoción ha ocupado un lugar se-
cundario, aunque siempre presente, en la historia de la psicología” (Sheer, citado en:
Wolman, 1980, pág. 169). Más aún, en varios textos introductorios de psicología apenas
se menciona la palabra sentimiento, y si se hace es para referirse a los sentimientos de
los animales. También es interesante notar que se da más importancia a la descripción o
la explicación de las emociones llamadas primarias antes que a la de los sentimientos
superiores, llamados también espirituales. Como Darwin observó que la expresión de
aquellas se parece a las de los animales, no tuvo mejor opción que estudiarlas en el mar-
co de las ciencias naturales. Esta actitud explicaría por que las emociones sí ha ocupado
un lugar especial en la psicofisiología clásica que insistió más en las emociones animales
que en las de los hombres. Es indudable que esta situación ha creado fuertes distorsio-
nes en los conceptos, los esquemas conceptuales y en la propia explicación fisiológica de
las emociones. La razón es muy simple: las ciencias naturales no distinguen entre hom-
bres y animales, y por eso se comete dos graves errores: el de atribuir los procesos de la
conciencia humana a los animales, y el de explicar estos procesos a base de los hallaz-
gos hechos en animales.
Otro problema suscitado por la antropomorfización de los animales es la atribución de
una actividad motivada a todos los animales. Se supone que los animales se activan,
bien como respuesta a estímulos exteriores, o bien como efecto de cambios interiores
que los impulsan en una u otra dirección. Por supuesto que tiene que ocurrir una u otra
forma incitación de la actividad de un animal; es decir, cualquiera de las dos formas de
incitación para ejecutar alguna acción objetiva le puede ocurrir a cualquier ser vivo. La
cuestión es que en ningún caso se requiere apelar al concepto de motivación, excepto
para explicar la conducta del hombre. Con esto queremos decir que ningún animal tiene
algo que pueda llamarse motivación, conducta ni mucho menos conducta motivada. Si un
animal no siente algo parecido a la sed, pero busca y toma agua en algún momento, ello
no implica que la ausencia de sed tenga que ser reemplazado por un constructo llamado
motivación, por el solo hecho de que, infortunadamente, el comportamiento del animal se
parece a la respuesta que uno da a la pregunta ¿por qué has tomado agua?, sin tomar en
cuenta que cuando una persona toma agua, además de un por qué, es capaz de respon-
der para qué. ¿Acaso no es más simple suponer que el animal ha sentido simple y llana-
mente una sensación afectiva de sed, o algo más parecido?. Llamar motivo a esta sensa-
ción es extrapolar un concepto respecto de una forma de actividad psíquica que tienen
única y exclusivamente las personas.
Tampoco hay por que aceptar que la actividad afectiva del hombre y su actividad mo-
tivada o conativa están fusionadas o mezcladas, ni mucho menos integrarlas en sus es-
tructuras límbicas o subcorticales. Hacemos aquí esta advertencia por la vigencia del
supuesto de que emoción y motivación están religadas y son controladas por núcleos
subcorticales del sistema límbico. Hay toda la evidencia suficiente para aislar un compo-
nente motivacional de la conducta (humana naturalmente) que lo estudiaremos como el
sistema conativo-volitivo de la conciencia. Por otro lado, el esquema conceptual del sis-
tema afectivo-emotivo como el primer componente de la conciencia abarca todos los ni-
veles de la actividad psíquica personal: psíquico consciente, psíquico inconsciente, fun-
cional, metabólico y neuronal.

2.1.1. Naturaleza de la afectividad humana: los sentimientos


Dentro de la teoría psicológica más cercana al punto de vista que seguimos en los
Cuadernos, los procesos afectivos comprenden las emociones y los sentimientos. Sin
embargo, estos conceptos se definen por simple denotación, por descripción de la expe-
riencia introspectiva y según el punto de vista del sentido común. Así, por ejemplo, los
procesos afectivos que llamamos afectos serían las maneras de responder a algo que
afecta al individuo, de las que él es consciente.
Los sentimientos vendrían a ser procesos afectivos que tienen las dimensiones de
agradabilidad y desagradabilidad, excitación y calma, tensión y relajación, como son: olo-
res, sabores, sonidos, colores, dolor, hambre, sed, fatiga, alivio, bienestar, sexo, interés,
aversión, entusiasmo, aburrimiento, además de los sentimientos estéticos, intelectuales,
religiosos, sociales que se basan en la experiencia.
Las emociones se definen como procesos afectivos agudamente alterados, breves,
como las de miedo, ira, risa, llanto, angustia, vergüenza, humillación, turbación, excita-
ción sexual.
Otros procesos afectivos serían los humores, que vendrían a ser estados afectivos
persistentes, como los de jovialidad, exaltación, excitación, depresión, ansiedad, pesar;
los afectos patológicos, como los de depresión, manía, apatía, ansiedad, hostilidad, y los
temperamentos que se definen en términos de la estructura de los rasgos estables que
caracterizan a los individuos como joviales, vivaces, flemáticos, sanguíneos, deprimidos,
apáticos, etc.
Es interesante notar que en esta relación de procesos afectivos están efectivamente
aquellas experiencias subjetivas que cualquier persona con su sentido común tomaría
como afectos, emociones, sentimientos, sensaciones, humores, aunque en la moderna
nomenclatura, vulgar y científica, ya no se confunde los sentimientos con las sensacio-
nes.
Una división más moderna (véase Ross, en Trimble y Cummings, 1997), considera
que las emociones (no los sentimientos) son de dos tipos: emociones primarias y emo-
ciones sociales, aunque no hay acuerdo pleno acerca de cuántas y cuáles son las emo-
ciones primarias. Darwin (en 1872) propuso que eran ocho: cólera, miedo, pánico, triste-
za, sorpresa, interés, felicidad, disgusto. Exactamente un siglo después, se ha sugerido
que son sólo seis: felicidad, sorpresa, tristeza, cólera, miedo y disgusto (Ekman, 1982),
aunque la última no parece ser de la misma categoría.
En el Cuaderno III hemos revisado críticamente los modelos de la psicofisiología clá-
sica acerca de las emociones, por lo que hemos concluido en que James y Lange, prime-
ro, y Cannon y Bard después, solamente apreciaron los dos aspectos corporales o perifé-
ricos de entrada/salida de algunas de las emociones primarias (de hombres y animales).
Estas teorías no se refieren a la naturaleza psíquica de la emoción, excepto en su versión
fenoménica o vivencial que tampoco se ha llegado a plantear correctamente. Es decir, en
vez de explicar en qué consiste el miedo o la furia en sí, aquellas hipótesis se refieren a
los procesos funcionales que determinan o son determinados por las emociones; de mo-
do que al no quedar definida la naturaleza de la experiencia emocional, se apela única-
mente a la explicación mecancista de la misma. Así, por ejemplo, se dice que el tálamo,
el hipotálamo, la amígdala o el lóbulo límbico controla o es el asiento de las emociones.
También se dice que ciertos tipos de emociones deben ser clasificadas bajo el término
“social” (entre comillas en el original), distintas de las emociones primarias (Ross, 1997;
pág. 115); pero como “lo social” para la neurofisiología clásica no existe, de inmediato se
dice que estas emociones sociales se derivan biológicamente a partir del apego del niño
a su madre u otra persona que le cuida.
Para llenar este vacío generado por la explicaciones psicofisiológicas de la emoción,
se ha tenido que apelar a la elaboración de hipótesis ad hoc, lamentablemente sin salir
de dos marcos en extremo restrictivos: del biologismo y del cognitivismo acerca del hom-
bre-animal. Así, Schachter (1962) introdujo un ingrediente cognitivo dentro de los proce-
sos emocionales, dando pie para que la emoción sea considerada una forma de cogni-
ción, sin tomar en cuenta que el proceso cognitivo que precede o sigue a la emoción lógi-
camente no es parte intrínseca de la emoción. Por supuesto que existen conexiones en-
tre los núcleos de relevo y las áreas receptivas de los sistemas de la sensibilidad somáti-
ca-cognitiva, y los núcleos y áreas receptivas de los sistemas de la sensibilidad visceral-
afectiva, en inclusive entre las áreas neocorticales cognitivas y afectivas, y por estas ra-
zones uno puede sentir miedo al ver un posible asaltante, o al recordar el asalto de hace
una semana. Pero deducir de allí que la emoción es una forma de cognición, nos parece
un exceso de confianza en la propia introspección por parte de los estudiosos de este
asunto.
También Damasio (1992) comete el error –peor que el de Descartes, si es que éste lo
tuvo al respecto– de confundir estados viscerales funcionales con sensaciones psíquicas
afectivas y hasta con los sentimientos, y olvida o no toma en cuenta que las personas
tienen una estructura de motivos y valores, de convicciones e intereses que le permiten
tomar decisiones, no porque sean afectivamente agradables o desagradables, o porque
sean cognitivamente verdaderas o falsas, sino porque tienen una tabla de valores que de
ningún modo son inconscientes, sino tan conscientes como para saber qué es lo que más
conviene: la cuestión es que raras veces somos autoconscientes o valoramos críticamen-
te nuestras decisiones, porque en el fondo tienen mucho que ver con los principios mora-
les que a lo mejor contradicen nuestras expectativas. El concepto del marcador somático
es pues sólo una forma de decir que cuando uno toma una decisión vital, la felicidad pa-
rece extenderse como sensación de bienestar corporal, pero no porque ésta sea la causa
o la consecuencia de la decisión, sino porque la decisión es congruente o consecuente
tanto con nuestras actitudes y tendencias como con las de las demás personas.
No cabe duda de que cualquiera de estas hipótesis ad hoc no pueden explicar los
procesos esenciales de la actividad consciente de las personas, simplemente porque no
se han elaborado para eso; porque se han quedado o entrampado en la explicación del
psiquismo animal. Todo lo cual demuestra por que todos los intentos por explicar las rela-
ciones entre emoción y cognición no pasan del nivel que corresponde a la actividad psí-
quica de los animales, como es el caso de las inteligencias múltiples (Gardner, 1983) o
de la inteligencia emocional (Goleman, 1996).
Si nos ha sido posible distinguir dentro del sistema de la personalidad dos niveles de
organización de naturaleza psíquica, no tiene que ser difícil distinguir entre el nivel afecti-
vo-emotivo inconsciente y el nivel afectivo-emotivo consciente, dos estructuras psíquicas
que sólo por sentido común, sancionado por la ciencia natural de los animales, llevan la
misma denominación.
En el Cuaderno III, ya hemos discutido la necesidad de diferenciar dos clases de in-
formación afectiva: inconsciente y consciente, y no será necesario insistir aquí sobre lo
mismo. Sin embargo, tenemos que hacer algunas observaciones y proposiciones adicio-
nales sobre el conjunto de aquellas formas de actividad psíquica personal que las englo-
bamos bajo el concepto de afectividad, teniendo en cuenta las atingencias que acabamos
de hacer en torno a ésta.
Recordemos que la información psíquica la hemos definido como la estructura corti-
cal del cerebro que refleja en sentido epigenético los procesos celulares, metabólicos y
funcionales que suceden dentro del sistema individual, cuya base externa de desarrollo
es el ambiente exterior a él y cuya actividad es el modelo interno de desarrollo que cinéti-
camente reorganiza dichos procesos funcionales, metabólicos y celulares a los que de
este modo transforma en soporte activo del sistema en su totalidad.
En segundo lugar, parafraseando la definición anterior, definimos la información psí-
quica afectiva como la estructura que refleja en sentido epigenético ciertas necesidades
internas de un sistema individual, cuya base externa de desarrollo son los elementos del
ambiente local con los que el individuo suple dichas necesidades, y cuya actividad es la
base interna de desarrollo que cinéticamente reorganiza la actividad visceral intraindivi-
dual en tanto el individuo orienta su actividad hacia la obtención de dichos elementos que
necesita.
Es importante destacar en este contexto la definición descriptiva de Smirnov y col.
(1960), quienes dicen que las emociones y los sentimientos “son una de las formas en
que el mundo se refleja en el hombre.” Que “no son, como las funciones cognoscitivas, el
reflejo mismo de los objetos y los fenómenos reales, sino que son el reflejo de la relación
que hay entre ellos, las necesidades y los motivos de la actividad del sujeto.” “Las emo-
ciones y los sentimientos son la vivencia de que los objetos y fenómenos reales corres-
ponden, o no, a las necesidades del hombre y a las exigencias de la sociedad.” Estas
proposiciones constituyen lo que podríamos llamar una aproximación a la concepción
informacional que ha sido reseñada previamente. Respecto de ellas tenemos que decir
solamente que las relaciones de las emociones con la cognición y la motivación sólo se
dan en el plano epiconsciente, y que la representación psíquica afectiva de las necesida-
des corporales y sociales plantea la diferencia entre los niveles inconsciente y consciente
de la actividad psíquica humana.
Recordemos a propósito de estas definiciones, que todas las clases de información
tienen el doble aspecto de su estructura y actividad, y por lo tanto afecto y emoción son lo
mismo, pero al mismo tiempo diferentes, por cuanto afecto es el aspecto de estructura y
la emoción es el de actividad de la información psíquica afectiva. En otros términos, afec-
to es el lado estructural o espacial de la información; emoción es el aspecto de actividad
o temporal de la misma. En otro sentido, el afecto refleja las señales sensoriales de en-
trada; la emoción se refleja en las señales motoras de salida. Esta conceptuación de
afecto y emoción claramente explica por que en unos textos el primero se define como la
vivencia y la emoción como su expresión (Ruch y Patten, 1978), y en otros justamente al
revés (Kaplan y Sadock, 1995).
Es natural que podamos diferenciar las distintas formas y grados en que se vivencia
la actividad afectivo-emotiva: por su duración, intensidad, amplitud, valencia, dirección,
por sus relaciones con la cognición, el razonamiento, la percepción o la inteligencia. Sin
embargo, que un afecto o emoción sea vivenciado con una mayor o menor intensidad,
por poco o por mucho tiempo, como agradable o desagradable, consideramos que es
totalmente secundario y hasta irrelevante para una delimitación más específica de los
procesos afectivo-emotivos. Otra cosa es que se indague por estas características de la
estructura afectiva de la persona cuando así se requiere por razones de su salud o edu-
cación, por ejemplo.
Una vez que hemos definido la naturaleza informacional de la afectividad, se tiene
que diferenciar entre la información afectiva inconsciente y la información afectiva cons-
ciente. Ya hemos delimitado y estudiado el nivel inconsciente de la afectividad humana
(Cuaderno III), y ubicado su respectivo sistema de memoria en áreas del paleocórtex lím-
bico; queda por definir la estructura de la afectividad de nivel consciente, la que debe ser
un componente de la conciencia, y por lo tanto debe tener un sistema de memoria neo-
cortical.
A diferencia de la información afectiva de nivel inferior que es determinada epigenéti-
camente a partir de los estados celulares, metabólicos y funcionales del organismo du-
rante la psicogénesis intrauterina, y cinéticamente a base de las primeras sensaciones
afectivas exteroceptivas que registra el niño al momento de nacer, la información afectiva
consciente del nivel superior de la conciencia es determinada epigenéticamente a partir
de la actividad emotiva con la cual el infante busca suplir sus necesidades corporales
internas, y sociocinéticamente a base de las señales emotivas que recibe y procesa en el
curso de sus relaciones interpersonales, las que a su vez reflejan la estructura tradicional
de la sociedad donde el niño se forma en los primeros años de su periodo formativo. De
esta manera él incorpora toda la información social tradicional que es característica de su
grupo, comunidad y clase social; luego la organiza y configura hasta conformar su estruc-
tura afectiva consciente, es decir, la estructura de sentimientos que constituye el primer
componente de su conciencia. De la actividad de este componente depende la estructu-
ración psicocinética de la actividad afectiva inconsciente, las disposiciones afectivas, los
grados de ansiedad y el temperamento de base social de la personalidad.
En efecto, conforme el infante adquiere y forma su estructura de sentimientos, la acti-
vidad que genera esta clase de información reestructura en sentido cinético, primero, la
actividad afectiva inconsciente, inclusive las formas de actividad cognitiva de este mismo
nivel, y a través de éstas a toda la actividad funcional, metabólica y celular del conjunto
de la persona en formación. Debe ser por esta razón, que las sensaciones afectivas de
naturaleza animal gradualmente adquieren la forma de los sentimientos, y así son sub-
sumidos dentro de la estructura de la conciencia. El hambre se convierte en apetito, la
sed en el deseo de “cuidar los riñones”, el olor en atractivo sensual, el impulso sexual en
deseo sexual, etc.
Llamamos disposiciones afectivas a las configuraciones más o menos duraderas que
adopta el conjunto de la estructura de la conciencia a base de la información afectiva; es
el potencial afectivo de una persona una vez que su conciencia ha sido estructurada a
base de dicha información afectiva. Esta estructura disposicional afectiva, en la persona
despierta se vivencia y manifiesta a modo de telón de fondo de la actividad consciente en
la forma de humor o estado del ánimo.
Dentro de este mismo esquema, la ansiedad viene a ser la forma como se organiza la
actividad epiconsciente a base de la misma información afectiva en un momento dado. Y
el temperamento de la persona (no del animal) viene a ser el componente visceral del
individuo organizado a base de información psíquica afectiva consciente; mejor dicho, si
el individuo fue inicialmente estructurado por la información afectiva inconsciente, poco
después de su nacimiento y en el largo proceso de su desarrollo formativo debe ser rees-
tructurado por la información afectiva consciente y así se forma el temperamento como el
primer componente de la personalidad. Sabemos que los niños nacen con un tipo de
temperamento que se expresa en un conjunto de rasgos que se pueden analizar y des-
cribir desde el momento en que nace. Es lógico pensar que esta clase de temperamento
ha sido organizado a base de la información afectiva inconsciente desde antes del naci-
miento. Por consiguiente, podemos deducir que al incorporar el niño una clase nueva y
superior de información afectiva, la misma actividad afectiva consciente tiene que rees-
tructurar cinéticamente el temperamento del individuo animal, para así transformarlo en el
temperamento de la persona. De aquí en adelante, las características psíquicas afectivas
de la persona, que son los rasgos del temperamento, ya no serán de naturaleza incons-
ciente, sino consciente, es decir, socialmente determinadas.
En el cuadro 2.1.1, se presenta la estructura psíquica de la personalidad, que incluye
una clasificación sucinta de los sentimientos. La clasificación y la enumeración de ciertos
sentimientos son tentativos, y se plantean a modo se sugerencia para el análisis de la
estructura afectiva de la conciencia, o para contribuir a su formación, corrección u optimi-
zación, por ejemplo.
CUADRO 2.1.1
LA ESTRUCTURA PSÍQUICA DEL TEMPERAMENTO

1. En el nivel inconsciente: las sensaciones afectivas:


 Intrapersonales: sed, hambre, cenestesia, náusea, dolor, calor, frío; sen-
saciones de defecación y micción
 Interpersonales: tacto afectivo (protopático), cosquillas, sensaciones
genitales
 Extrapersonales: olor, sabor; miedo y rabia.

2. En el nivel consciente: los sentimientos:

2.1. Intrapersonales:

 En relación con la alegría: agrado, dicha, placer, felicidad, éxito, júbilo,


entusiasmo, alivio, animación, orgullo, optimismo, satisfacción, dulzura.
 En relación con la tristeza: sufrimiento, abatimiento, pena, depresión,
nostalgia, abandono, vergüenza, culpa, remordimiento, melancolía, in-
satisfacción, malestar.

2.2. Interpersonales:

 En relación con el amor: cariño, ternura, estima, aprecio, deleite, pie-


dad, caridad, deseo sexual, lujuria, orgasmo.
 En relación con la cólera: agravio, desagrado, frustración, indignación,
desprecio, envidia, celos, odio, ira, venganza, disgusto.

2.3. Extrapersonales:

 En relación con la tranquilidad: sosiego, serenidad, éxtasis, ensoña-


ción, ecuanimidad, quietud, calma
 En relación con la angustia: alarma, susto, horror, terror, tensión,
preocupación, pavor, pánico, sorpresa, resentimiento, estupor, asco

3. Las disposiciones afectivas

 Humor alegre
 Humor triste
 Humor irritable
 Humor angustiado
 Humor tranquilo

4. Rasgos psíquicos del temperamento

 Sensible/insensible
 Impulsivo/reflexivo
 Calmado/nervioso
 Tenso/relajado
 Tolerante/rígido
En este cuadro incluimos las sensaciones afectivas para confrontarlas con los senti-
mientos. De esta confrontación debe quedar clara la diferenciación de los niveles de la
afectividad humana. Dentro del esquema es posible definir qué son realmente las llama-
das emociones básicas o primarias. En el Cuaderno anterior habíamos insinuado la idea
de que éstas deben resultar de la integración transcortical de sensaciones más elementa-
les. Ahora debemos diferenciarlas mejor, bien como sensaciones afectivas complejas, o
bien como sentimientos fundamentales, teniendo en cuenta que es posible que en algu-
nas personas sean determinadas epigenéticamente con mayor intensidad o penetrancia
que otras en quienes lo serían más sociocinéticamente, en grados que dependen de cada
personalidad y de sus circunstancias de vida. En todo caso, pueden considerarse como
sensaciones afectivas complejas que en el hombre son estructuradas sociocinéticamente
durante su desarrollo formativo en la infancia.. Aunque no hay acuerdo sobre cuántos y
cuáles son estos afectos, podrían ser los pares alegría/tristeza, amor/cólera y tranquili-
dad/angustia, con la diferencia de que no podemos considerarlos como de naturaleza
animal o inconsciente, sino de naturaleza social o consciente.

2.1.2. El neocórtex paralímbico es el sistema afectivo-emotivo de la conciencia


Recordemos brevemente que el paleocórtex límbico ha sido considerado como el
asiento de las emociones (Papez) o como el cerebro visceral correspondiente al nivel de
los mamíferos (Mac Lean); se ha dicho también que contiene áreas de castigo y recom-
pensa en relación con un posible mecanismo de la motivación (Olds y Milner); reciente-
mente, se ha sugerido que es un sistema de integración entre las áreas corticales y las
estructuras subcorticales que controlan las emociones (Smith y DeVitto). De lo dicho en el
Cuaderno anterior, podemos deducir que el concepto de “sistema límbico” es innecesario;
que el lóbulo límbico (así denominado desde Broca) es un tipo de paleocórtex, que con-
tiene varias áreas nodales: cingular anterior, cingular posterior y parahipocámpica que se
interconectan entre sí por medio del cíngulo, y que funcionan como áreas de integración
neocórtico-paleocórtico-subcortical.
Desde nuestro particular punto de vista, ciertas zonas del paleocórtex límbico son las
áreas receptivas primarias que constituyen el sistema de memoria afectivo-emotivo de
nivel inconsciente. Este sistema contiene las redes neurales que han codificado y proce-
san la información psíquica afectiva inconsciente que son las sensaciones afectivas. De
la integración intramodal de estas sensaciones afectivas deben resultar las sensaciones
afectivas más complejas –las emociones primarias–, que en el recién nacido se encuen-
tran en el mismo nivel de la actividad psíquica animal, pero más tarde quedarán subsu-
midas dentro del sistema afectivo-emotivo consciente de la personalidad.
Respecto de la información afectiva consciente, una vez que la hemos definido su na-
turaleza social, debemos explicar cómo se codifica y procesa en la corteza cerebral de la
persona.
Debemos señalar al respecto que las hipótesis más actuales sobre las emociones to-
davía siguen implícitamente los principios señalados por Darwin que quedan como un
legado al que no se quiere o no se puede renunciar fácilmente. Así, LeDoux (1996), entre
otros, cree haber encontrado evidencias de que ya no es el hipotálamo, ni siquiera la cor-
teza límbica, sino la amígdala el verdadero asiento de las emociones. Esta explicación es
interesante por cuanto Penfield (1954) ya había mostrado que la estimulación eléctrica
del neocórtex orbitario y temporal anterior de enfermos epilépticos desencadena crisis
caracterizadas por vivencias afectivas, así como alucinaciones, y desórdenes del sentido
de familiaridad (crisis de deja vú o jamais vú). Sin embargo, ahora se dice que con el uso
de técnicas más refinadas, la estimulación de estas áreas corticales no producen tales
experiencias, sino sólo cuando alcanzan la amígdala. Además, la sola estimulación de
este núcleo es capaz de producirlas. A esta aseveración se añade el supuesto de que el
paso de la información a través del sistema límbico temporal tiñe la información extraper-
sonal con el color de la experiencia intrapersonal. Se dice, además, que el hipocampo
consolida la información sensorial extrapersonal y que la amígdala dota o provee a la
información sensorial el tono afectivo y experiencial apropiado. También se afirma que es
posible que la información sensorial extrapersonal sea consolidada en la memoria neo-
cortical como función del tono afectivo y experiencial tal como se ve en el aprendizaje
dependiente del estado emocional (Ross; en Trimble y Cummings, 1997, pág 107 y sgts.)
¿Y todo esto demuestra que las emociones se experimentan en la amígdala y no en
la corteza cerebral?. En primer lugar, es evidente que esta clase de explicaciones traduce
una actitud de fondo: la de creer que el hombre es tan animal como cualquier primate, de
modo que la explicación tiene que adaptarse a esta creencia. Porque si no fuera así, se
tendría que ofrecer otras alternativas. Por ejemplo que la amígdala integra la redes corti-
cales, ya que hay la experiencia de que toda estimulación, por mínima que sea tiene un
efecto disruptivo sobre la fina conectividad de la red cortical (como el caso de la estimula-
ción de las áreas del habla que no inducen la emisión de palabras sino el bloqueo de las
mismas). Por otro lado, en ningún momento se está investigando por sentimientos, sino
por emociones primarias. Aunque es más probable que éstas dependan de la integración
de redes ampliamente distribuidas en la corteza límbica (Véase el Cuaderno N° 3).
Otra cuestión tan importante como las anteriores, es la creencia de que las señales
psíquicas son lo mismo que las señales neurales, y que por lo tanto se propagan del
mismo modo, de un núcleo a otro, o de un núcleo a la corteza para que ésta la represente
cognitivamente. Tampoco se piensa que los afectos son una clase de información psíqui-
ca y que de ésta depende la actividad psíquica afectiva que vivenciamos subjetivamente.
Recordemos que en las teorías sobre las emociones ni siquiera se diferencia entre la
información psíquica, la actividad psíquica y su expresión corporal, funcional, metabólica
y celular; y muy superficialmente se hace referencia a una memoria emocional para la
codificación de una clase de información emocional que ha sido definida sólo en términos
de noticia o mensaje.
En la explicación neurofisiológica de la afectividad humana hay pues serias incon-
gruencias sobre las que debemos llamar la atención desde el comienzo. Por un lado, ya
hemos visto que las neurociencias cognitivas, al separar el sistema cognitivo del emocio-
nal como si fueran formas de actividad psíquica animal, ha relegado a todas las formas
de afectividad humana al nivel paleocortical límbico. Por otro lado, la neurología y la neu-
roanatomía han sostenido sin ambages que existen áreas mudas de la corteza cerebral
cuya función no nos es conocida, y que solamente se espera que en el futuro se planteen
las preguntas correctas para hacer las indagaciones apropiadas respecto de sus posibles
funciones. Lo interesante de esta espera es que las áreas mudas son las áreas neocorti-
cales paralímbicas, para las cuales no se ha encontrado una función cognitiva, que es
seguramente lo que se desea que tengan.
La pregunta clave es entonces, ¿dónde se guarda la información psíquica que cono-
cemos como sentimientos?. Por principio, no cabe la menor duda que cada personalidad
tiene la estructura de sentimientos que ha adquirido en las primeras etapas de su desa-
rrollo formativo. Tenemos que deducir que esta estructura psíquica del hombre es de ni-
vel consciente, justamente porque se forma desde y dentro de la sociedad (y no porque el
sujeto pueda darse cuenta de que los tiene o los está usando).
La hipótesis de trabajo que asumimos aquí, que ya fue propuesta en otro lugar (Ortiz,
1997), es que todo el conjunto de la información afectiva consciente que constituye la
estructura de sentimientos de la personalidad se codifica y procesa en el neocórtex para-
límbico, corteza de asociación límbica o simplemente neocórtex afectivo constituido por
las áreas orbitaria frontal y temporal anterior que ya fueron incluidas como áreas límbicas,
primero por Yakovlev (1948) y después por Livingston y Escobar (1971).
Aunque en la actualidad está plenamente aceptada la idea de que estas áreas cons-
tituyen una corteza de asociación, aún no se definido cual es su función. La idea implícita
en los textos es que se trata de una simple extensión de las áreas límbicas y que por lo
tanto es parte del cerebro emocional de los mamíferos. Por eso es que se la considera
como un área cognitiva cuya función sería el control de las emociones y la motivación,
como si las emociones estuvieran en otro lugar; más ahora que se cree que la experien-
cia emocional se produce en la amígdala. En otros términos, significaría que es un área
cognitiva cuya función es darse cuenta de las emociones, y de modular o impedir la ex-
presión de las emociones que procesa la amígdala (aunque hay versiones que otorgan a
esta estructura subcortical todos estos poderes).
Por nuestra parte, hemos sugerido (Ortiz, 1996) la posibilidad de que estas áreas pa-
ralímbicas se extiendan más allá de los límites que han mostrado las observaciones ex-
perimentales hasta incluir las mal llamadas “áreas mudas” de la corteza cerebral. La hipó-
tesis es que toda esta área neocortical constituye una unidad de naturaleza psíquica (no
funcional), y que no es una mera extensión del paleocórtex límbico, sino que es una cor-
teza ubicada en el mismo nivel de las áreas parietotemporooccipital y frontal dorsolateral;
que no procesa las sensaciones afectivas del recién nacido y que caracterizan a los ani-
males superiores, sino que almacena y procesa los sentimientos humanos de origen so-
cial.
Debemos pues reunir ahora todas las posibles evidencias, clínicas y experimentales,
que nos permitan demostrar que esta área neocortical paralímbica es el sistema de me-
moria afectivo-emotiva que guarda dicha información psíquica, esto es, la estructura de
sentimientos que caracteriza a una personalidad. Con esta finalidad, revisaremos primero
la estructura y luego las conexiones de esta importante área de la corteza cerebral hu-
mana.

2.1.3. Estructura y conexiones del neocórtex afectivo


Aunque el lóbulo frontal parece constituir una unidad anatómica, su estructura fun-
cional claramente muestra que contiene dos sistemas de redes neurales bastante bien
diferenciadas (además de las áreas motoras): uno orbitario y otro dorsolateral. Incluso
desde el punto de vista anatómico puede notarse la separación de estas dos áreas. Por
un lado, el núcleo dorsomedio del tálamo distribuye sus proyecciones separadamente a
estos dos sistemas; por otro, existe una masiva interconexión de las áreas orbitaria y
temporal anterior por medio del fascículo unciforme.
El neocórtex de asociación paralímbico comprende las áreas de Brodmann del lóbulo
orbitario: 11, 12, 47, 25, 32, 33; 23, 24, 44 y 45, y del lóbulo temporal: 36, 20, 38, 27, 34,
35, 36, 21 y 22. Las áreas afectivas netamente neocorticales son las áreas 12, 11, 36, 20,
21 y 22; las demás son yuxta-alocorticales o de tipo transicional. Comprende toda la ex-
tensión de las áreas 21 y 22 del hemisferio derecho y sólo su parte anterior en el lado
izquierdo. Ya hemos visto (Capítulo 1.3) que por lo menos parte del área de Wernicke del
hemisferio derecho queda dentro de esta corteza afectiva y que posiblemente incluya
también una parte del área de Broca de este mismo lado.
El área paralímbica tiene una estructura neocortical (Bailey y Bonin, 1951). Es una
corteza de tipo eulaminar o de seis láminas, y no parece tener diferencias histológicas
ostensibles respecto de estas otras áreas neocorticales, especialmente del área parietal
inferior que se toma como prototipo. A pesar de que los anatomistas clásicos pudieron
diferenciar varias áreas dentro de ella, el estudio mencionado de Bailey y Bonin no ha
confirmado estas observaciones.
No obstante esta similitud histológica (al microscopio ordinario), es de suponer que
las redes corticales de las áreas afectivas tengan una organización diferenciada respecto
de las otras dos áreas neocorticales, cognitiva y conativa. Es decir, es posible que la for-
ma como se codifica la información afectiva sea diferente de la forma como se codifica la
información cognitiva, y también distinta de la información conativa. Esta aseveración se
deduce de la facilidad con que los niños imitan los gestos de los demás; la codificación de
las señales psíquicas afectivas al parecer ocurre simultánea y casi instantáneamente.
Esto implicaría un tipo especial de red. Imaginemos, por ejemplo, la cantidad de informa-
ción que recibe un bebé en los primeros días de nacido cuando es tratado por su madre:
debe haber instantes en los procesa al mismo tiempo la expresión del rostro, la entona-
ción de la voz, las palabras que dice, el olor y sabor de su piel, los puntos de contacto
sobre su piel, los puntos de presión con que se adaptan los brazos y manos a la forma
del cuerpo del niño, además de las características del contexto en ese momento, todo lo
cual puede registrarse afectivamente en pocos instantes. Debe ser por ello que difícil-
mente sabremos acerca del momento y la manera cómo un niño retuvo una cierta confi-
guración de sentimientos, que muchas veces son los menos esperados por quienes le
cuidan. Es posible que ocurra un almacenaje instantáneo y duradero dadas ciertas cir-
cunstancias: una escena de ternura o de violencia, una llamada de atención en el mo-
mento preciso, una actitud hostil o una relación cariñosa, un consejo dicho con énfasis
emocional, todas estas son situaciones complejas que se pueden grabar de una vez y
para siempre.
El neocórtex afectivo tiene conexiones aferentes de las áreas receptivas olfativas,
gustativas, y viscerales generales del nivel paleocortical, directamente y a través del nú-
cleo centromedio del tálamo. Sus conexiones eferentes se proyectan a la corteza límbica,
al complejo de la amígdala, al hipotálamo lateral, la sustancia gris periacueductal, los
núcleos del rafe y ceruleus, y los núcleos autonómicos del tronco cerebral. A través del
cíngulo, las vías de asociación del cuerpo estriado y el tálamo, y las redes transcorticales
más directas, se interconecta en paralelo con las áreas de transición auditivas verbales, y
con las otras dos áreas de asociación, cognitiva y conativa del hemisferio correspondien-
te. Las conexiones bihemisféricas se efectúan directamente a través de la comisura blan-
ca anterior y a través del cuerpo calloso para las áreas temporales laterales.
Una cuestión adicional es saber si existe alguna diferenciación entre la clase de acti-
vidad psíquica que realizan las áreas orbitarias y temporales. Lo único que puede decirse
es que las áreas temporales parecen estar en relación con procesos funcionales predo-
minantemente sensoriales, en tanto que las áreas orbitarias parecen estarlo en relación
con procesos predominantemente motores. Como veremos en seguida, los desórdenes
temporales son más por defecto (anafectividad), mientras que las orbitarias son más de
pérdida de control de la expresión emocional,
Finalmente, tendremos en cuenta que así como el estado interno del individuo se
puede expresar en la información afectiva en el plano subconsciente, así también ésta
puede convertirse en actividad emotiva epiconsciente que se puede expresar o no, ges-
tual, visceral o metabólicamente en un momento dado. Recuérdese al respecto, la dife-
rencia entre 1) la información afectiva guardada en el sistema de memoria afectivo-
emotiva del neocórtex paralímbico, 2) la actividad afectivo-emotiva del cerebro, y 3) la
expresión emocional del individuo (en gestos y/o cambios viscerales y/o cambios metabó-
licos).

2.1.4. Evidencias clínicas y experimentales


Veamos ahora si es que hay evidencia suficiente que demuestre que estas áreas pa-
ralímbicas son el sistema de memoria afectivo-emotiva del nivel consciente. Infortunada-
mente no las hay, por lo menos de manera definitiva; pero si hay indicios razonables de
que este es el caso. Un problema es que no disponemos de procedimientos electrofisio-
lógicos, del tipo de los potenciales evocados, con los que pudiéramos rastrear los proce-
sos funcionales que subyacen a los sentimientos. Tampoco existe una batería de pruebas
psicológicas que nos permitan hacer un inventario de las clases de sentimientos que tie-
ne una persona, y menos de la configuración que han adoptado a lo largo de su historia.
Sería teóricamente posible que, teniendo el perfil sentimental de la persona, se lo pueda
correlacionar con la presencia de lesiones que afectan precisamente las áreas paralímbi-
cas señaladas. Por otro lado, una vez que se sabe que un enfermo tiene una lesión en
las áreas paralímbicas, sería posible constatar qué sentimientos se han perdido o modifi-
cado por efecto de la lesión. Algo parecido a esto se hace con los inventarios, por ejem-
plo del tipo MMPI, o indagando a través de testigos o por reporte del propio enfermo
acerca de su humor, ansiedad o estado de ánimo; pero estos test no responden a la pre-
gunta arriba formulada, acerca de cuál es la estructura de sentimientos de la persona
bajo estudio.
Con todo, tiene sentido imaginar que la enorme cantidad y variedad de sentimientos
que tiene una persona, deben ocupar una importante proporción de la corteza cerebral, y
que esta corteza no puede ser la misma que en los animales codifica sus emociones más
elementales. Nuestra presunción de que las áreas mudas son las áreas afectivas de nivel
consciente parece ser pues más lógica que empírica. Pero es la única posibilidad y no
existe otra alternativa. Por otro lado, no existen otras áreas neocorticales además de las
paralímbicas cuyas lesiones produzcan alteraciones emocionales tan específicas como
las que se observan cuando se afectan las áreas orbitarias y temporales anteriores. En
un número importante de casos bien estudiados, las lesiones de estas áreas producen
trastornos que siguen el patrón de Jackson de la liberación de la actividad de nivel inferior
por pérdida o bloqueo de las estructuras superiores que las organizan en el curso de la
vida de una persona. En tales pacientes todo sucede como si las emociones primarias
quedaran fuera del control de parte del nivel superior de actividad. Lo único que podría-
mos deducir es que las alteraciones emocionales que se observan en pacientes con le-
siones de las áreas orbitarias o temporales anteriores parecen deberse a una ausencia
parcial o completa de la estructura de sentimientos y la consiguiente liberación y la ex-
presión fácil de las emociones paleocorticales límbicas.
Así, por ejemplo, las alteraciones emocionales que se observan en personas con le-
siones destructivas de las áreas orbitarias consisten en cambios bruscos del humor, irri-
tabilidad, pérdida del control emocional. Estos últimos ocurren en la forma de episodios o
crisis de violencia o de agresividad, de mayor o menor intensidad y duración. Al respecto,
ya a fines del siglo pasado se sustentó la hipótesis de que los lóbulos frontales eran el
asiento de la personalidad, sobre todo desde que Welt en 1888 (citado en: Benson y
Blumer, 1975) estableció la primera correlación entre los cambios de personalidad y la
lesión de los lóbulos frontales encontrada en el estudio postmortem de un paciente que
cayó de una altura de 100 pies. Éste era un peletero que habiendo sido una persona de
buenos modales, sociable y alegre, se volvió cascarrabias, desagradable y de comporta-
miento amenazador. La lesión que afectaba ambas áreas orbitarias, era más extensa en
el lado derecho. Desde entonces se diferencia entre una clase de desórdenes debidos a
lesiones de la parte dorsolateral de los lóbulos frontales y un desorden afectivo caracteri-
zado por euforia, hiperactividad, irritabilidad, puerilidad, excesivo entusiasmo y ánimo
burlón, a causa de una lesión de la región frontal orbitaria.
El síndrome de Klüver-Bucy (que fue provocado experimentalmente en animales)
también ha sido observado en enfermos con lesiones que destruyen la parte anterior de
los lóbulos temporales. En estos se ha observado un estado de anafectividad con hi-
perexcitación sexual y la tendencia a llevar objetos a la boca, de modo similar a lo que
hacen los niños pequeños.
En pacientes con lesiones temporales mediales extensas, generalmente bilaterales o
sólo derechas, se produce el fenómeno de prospagnosia que es la incapacidad de reco-
nocer a las personas allegadas por su rostro. El hecho de que el paciente puede describir
la cara de la persona, que puede ser su familiar más cercano o su propio rostro en un
espejo, indica que el problema no es cognoscitivo, sino primariamente afectivo. Este tras-
torno es diferente de aquellos en que el paciente no es capaz de percatarse del estado
emocional de otra persona a partir de sus gestos, ademanes o la entonación de su voz
que se observa en pacientes con lesiones temporales derechas. Para estos pacientes
todo sucede como si no pudieran imaginar el estado emocional de otra persona a partir
de la expresión de su rostro o de su modo de hablar. Otros pueden presentar el fenó-
meno inverso de no poder expresar su estado emocional en los respectivos gestos. En
estos pacientes las lesiones afectan el opérculo frontal, también del hemisferio derecho.
Babinski en 1914 (citado por Critchley, 1954) fue uno de los primeros en describir pa-
cientes que mostraban una indiferencia a la parálisis de su hemicuerpo izquierdo. En pa-
cientes con lesiones parietales y temporales derechas se han descrito varios desórdenes
psíquicos de este tipo con los nombres de anosognosia, anosodiaforia y somatoprafrenia;
en todos ellos hay un desorden afectivo de fondo. Más recientemente, ya vimos (cap. 1.3)
que se han estudiado minuciosamente pacientes con desordenes de los aspectos prosó-
dicos del habla que tenían lesiones temporales, parietales y frontales predominantemente
en el hemisferio derecho.
También son distintivas las crisis epilépticas del lóbulo temporal y las alteraciones del
humor y el temperamento que siguen a las mismas, a veces de modo permanente. Las
crisis afectivas son episodios de minutos de duración en que el enfermo experimenta es-
tados de angustia, tristeza, alegría o miedo. Aunque estas crisis parecen originarse por
lesiones del hipocampo o de la amígdala, la actividad eléctrica anormal que se registra
durante las crisis indican cambios funcionales en los lóbulos temporales.
Algunos pacientes con esta clase de epilepsia, en quienes las crisis se han repetido
por varios años, también se observan cambios del humor y de los rasgos psíquicos del
temperamento, que consisten en un estado persistente de hiperemotividad, viscosidad,
circunstancialidad, religiosidad que por lo general se asocian a disminución o desapari-
ción de la libido. Hay una mayor incidencia de esta clase de problemas cuando la lesión
afecta el lóbulo temporal derecho.
Aunque las imágenes no son todavía convincentes, el registro de la actividad metabó-
lica por medio de tomografía por emisión de positrones y por resonancia magnética pare-
ce mostrar cambios en las áreas temporales y frontales de pacientes deprimidos o con
estados crónicos de angustia o de crisis de pánico. Así, por ejemplo, el área temporal
anterior derecha parece activarse en pacientes con crisis de pánico (crisis que además se
pueden desencadenar por una inyección de lactato de calcio). También hay un aumento
de la actividad metabólica en los polos temporales en sujetos con angustia normal y en
pacientes con angustia patológica.

2.1.5. Diferenciación hemisférica


Aunque hay evidencia estadística de que hay una diferenciación entre los hemisferios
cerebrales respecto del procesamiento afectivo-emotivo, hasta el momento no está claro
en qué consiste tal diferenciación. La mayor extensión de las áreas afectivas en el hemis-
ferio derecho se puede deducir de la evidencia clínica que nos proporcionan los casos de
aprosodia y de indiferencia afectiva debidas a lesiones del hemisferio derecho, como
acabamos de ver. Pero esta clase de diferenciación no es suficiente para explicar la natu-
raleza de la actividad psíquica dependiente de las áreas paralímbicas de uno y otro he-
misferio. Hay varias posibilidades al respecto. Lamentablemente, mucho depende de la
manera como se diseñan las investigaciones y de cómo se interpretan los hallazgos clíni-
cos, y de que en gran número de casos sólo se han estudiado las emociones básicas.
Una hipótesis es que el hemisferio derecho interviene en la regulación de todas las
emociones. Una segunda, sostiene que cada hemisferio codifica clases distintas de emo-
ciones: las de valencia negativa y desagradables en el lado derecho, y las de valencia
positiva y agradables en el izquierdo. También existe la posibilidad de que diferentes
formas de afecto se procesen en cada hemisferio. Así, por ejemplo, cuando se diferen-
cian las emociones primarias de las emociones “sociales”, en un experimento en el cual
se observa la expresión facial de sujetos ante figuras familiares, paisajes, sucesos
inusuales y situaciones desagradables, se encontró que las personas normales muestran
una mayor expresividad ante figuras familiares y mucho menor expresividad ante las figu-
ras desagradables. Antes estas mismas figuras, los pacientes con lesiones de hemisferio
derecho mostraron una expresividad emocional disminuida, mientras que los pacientes
con lesiones de hemisferio izquierdo mostraron respuestas exageradas a todas las figu-
ras. Esta forma de respuesta significaría que los pacientes con lesiones derechas modu-
lan todas las emociones primarias, sin tener en cuenta su valencia, en tanto que la alta
expresividad de los pacientes con lesiones izquierdas significaría que no pueden seguir
las reglas sociales de expresión emocional, consistente en exagerar las expresiones
agradables y enmascarar las desagradables. Si se acepta esta interpretación, concluiría-
mos en que el hemisferio derecho modula todas las emociones primarias, mientras que el
hemisferio izquierdo aumenta las positivas e inhibe las expresiones emocionales negati-
vas, pues tendría la capacidad de exteriorizar las emociones positivas que son útiles en la
comunicación social (Buck y Duffy, citados en: Trimble y Cummings, 1997).
En un experimento usando el test de Wada (la inyección de un anestésico a través de
una de las arterias carótidas por vez), los sujetos debían recordar verbalmente una expe-
riencia emocional primaria que ha sido previamente identificada: durante la anestesia del
hemisferio derecho los sujetos mostraron que habían alterado su recuerdo del contenido
afectivo pero no el hecho en sí. Esta alteración implicaría que los sujetos recuerdan la
experiencia emocional social antes que la experiencia emocional primaria, y que, por lo
tanto, el hemisferio derecho modula las emociones primarias y la conductas relacionadas,
en tanto que el hemisferio izquierdo modula las emociones sociales y ejerce el control
volitivo de la expresión emocional (Ross, Homan y Buck, citados en Trimble y Cummings,
1997).
Sin negar su importancia, tenemos dos dificultades con estos experimentos. La pri-
mera es que no se precisa qué áreas de cada hemisferio están lesionadas; la segunda,
que se habla como si cada hemisferio fuera un ente que ejecuta una papel funcional so-
lamente. Si bien aquella puede superarse tomando en cuenta las observaciones clínicas
acerca de los trastornos psíquicos que se producen por alteraciones orbitarias y tempora-
les anteriores, la segunda dificultad es insuperable dentro del funcionalismo que equipara
las señales neurales con las señales psíquicas. Al reducir éstas a los trenes de impulsos
nerviosos, se llega a un entrampamiento que es tan insuperable como el de la diferencia-
ción entre la actividad psíquica animal y la humana.
En cambio, desde el punto de vista de la organización del sistema de la personalidad,
es posible usar mejor los datos empíricos disponibles para sostener que las diversas cla-
ses de información afectiva que constituyen la estructura afectivo-emotiva de nivel cons-
ciente, se codifican en el sistema de memoria neocortical que conforman las áreas orbito-
frontal y temporal anterior. Que es posible que los aspectos estructurales o afectivos de
dicha información se codifiquen preferentemente en las redes neurales de estas áreas del
hemisferio derecho, mientras que los aspectos de actividad o emotivos de la misma in-
formación lo hagan en las áreas opuestas del hemisferio izquierdo. De este modo, las
diferencias observadas en la forma cómo cada hemisferio procesa algunos aspectos de
las emociones primarias y posiblemente los sentimientos, dependa de la manera como se
integran estas clases de información en el plano epiconsciente, es decir, en los planos de
la percepción, la imaginación, el pensamiento y la actuación de la persona.
La cuestión es que al aislar los procesos psíquicos de las redes corticales, después
de diferenciar los niveles inconsciente y consciente, se tiene que diferenciar entre el
plano de la información guardada en la red y la información en uso. De aquí se puede
deducir que debe haber estrechas relaciones: 1) entre la representación psíquica del es-
pacio actual, personal y extrapersonal, y la estructura afectiva de la actividad epicons-
ciente que se integran desde el hemisferio derecho, y 2) entre los procedimientos psíqui-
cos que se dan el tiempo real, personal y extrapersonal, y los procesos emotivos que se
integran en el hemisferio izquierdo. En tal caso, resulta secundario decidir qué clases de
información afectiva inconsciente o consciente –una conceptuación que dígase de paso
incluye y supera a los conceptos de emoción primaria y emoción “social”–, se han codifi-
cado en cada hemisferio, puesto que esta ya viene a ser una cuestión personal. En otras
palabras, la configuración que adopta la diversidad de la información afectiva en cada
hemisferio viene a ser importante sólo dentro de la historia de una persona.
2.2

EL SISTEMA COGNITIVO-PRODUCTIVO

Naturaleza de la cognición humana: Los conocimientos. El neocórtex parieto-temporo-


occipital es el sistema cognitivo-productivo de la conciencia: Estructura y conexiones.
Evidencias clínicas y experimentales. Diferenciación hemisférica.

Si partiéramos del punto de vista del sentido común, y dijéramos que conocer es la
actividad psíquica superior que depende de la función integrada de todo el cerebro, con-
cluiríamos en que la psicobiología es la ciencia que tiene por objeto el estudio y explica-
ción de los procesos cognitivos. Si fuera así, resultaría que el concepto de cognición re-
emplaza a los de mente, pensamiento, conciencia, inteligencia y hasta al mismo concepto
de alma; todo lo cual apenas serviría como una primera aproximación a la explicación
científica de la actividad cognitiva.
Según el diccionario, cognición es efecto y acción de conocer. Y conocer o cognocer
se define por sus sinónimos, principalmente: averiguar, entender, advertir, saber, percibir,
conjeturar, sentir. Cognitivo es todo lo relativo al conocimiento en sí. Cognoscitivo es
todo aquello que es capaz de conocer. Por eso hablamos de un sistema cognitivo, dife-
rente de la capacidad cognoscitiva en busca de algo. Cognitiva es la actividad psíquica
de una estructura cerebral. Cognoscitiva es la actividad del estudiante que revisa su libro.
Conocimiento es lo mismo que cognición, pero también significa entendimiento, inteligen-
cia, razón natural, facultad sensorial, así como noción, ciencia, sabiduría. Todas estas
formas de conceptuación corresponden al sentido común organizado, no vulgar, que nos
pueden servir para delimitar nuestro objeto de estudio.
Pero una vez que hemos concluido en que la conciencia es un sistema psíquico neo-
cortical de tres componentes, cada uno con su respectivo sistema de memoria (que codi-
fica una clase específica de información psíquica de base social), la estructura cognitiva
necesariamente tiene que ser reducida a sus verdaderas dimensiones: a la corteza parie-
totemporooccipital, cuyas redes neurales tienen todos los niveles de organización del
neocórtex: psíquico consciente, psíquico inconsciente, funcional, metabólico y neuronal,
con sus respectivas entradas sensoriales y salidas motoras. Lógicamente que nos esta-
mos refiriendo al sistema cognitivo aislado como está en el plano subconsciente, con sus
propias clases de información guardadas o fuera de uso; situación diferente a la de la
actividad cognitiva integrada con la actividad afectiva y la conativa en el plano epicons-
ciente.

2.2.1. Naturaleza de la cognición humana: Los conocimientos


Dentro de las concepciones de la psicología cognitiva, la cognición es la serie de pro-
cesos por los cuales la información sensorial se transforma, reduce, elabora, almacena,
recupera y usa (Neisser, 1967). Según ese concepto, los procesos cognitivos serían: la
sensación, la percepción, la memoria, el lenguaje, el pensamiento, la conciencia, la regu-
lación de la conducta (Mesulam, |998); aunque también podrían incluir las emociones y la
motivación (pues hay teorías cognitivas de estas formas de actividad). Como se puede
apreciar, la conceptuación científica aparentemente reduce el concepto; pero lo importan-
te es que la definición tiene un concepto clave, que es el de información, con lo cual el
panorama se amplía más allá de los límites del sentido común.
Sin embargo, al no tomar en cuenta la naturaleza social del hombre, contrariamente a
la visión sobredimensionada en que se fundan, los modelos actuales de la cognición re-
ducen la actividad cognitiva a los procesos funcionales de la transmisión de señales, o a
un tipo de procesamiento de información, donde la naturaleza de la información no ha
sido especificada. En efecto, se habla de colores, sonidos, objetos, rostros, palabras,
imágenes, ideas que se transmiten de un área cerebral a otra como si fueran señales
neurales, dando énfasis en ocasiones a las redes de la corteza, en otras a las de los nú-
cleos subcorticales, tratándolos como si tuvieran la misma clase de funciones.
Un primer problema teórico, pero sin duda importante, es que, al caer en el supuesto
de que el modelo que explica un aspecto particular puede explicar a todo el conjunto de
un objeto, se da por sentado que una teoría de la cognición puede explicar toda la activi-
dad psíquica de todos los animales, entre los que se ubica al hombre. Aunque esta tácti-
ca pudo ser útil en los albores de la ciencia, es la táctica del sentido común que a partir
de un aspecto o circunstancia pretende explicar todo el conjunto de una realidad comple-
ja.
Ya hemos insistido en varias ocasiones cuán importante es el modelo descriptivo de
una cierta actividad cuando se requiere de una explicación de los procesos que la deter-
minan; al mismo tiempo, es imprescindible que el modelo de nivel explicativo tenga el
debido sustento teórico, lógico y empírico.
Infortunadamente, en la explicación de la cognición sobran y faltan los modelos expli-
cativos de uno y otro nivel. En primer lugar, no está claro todavía cuántas y qué estructu-
ras cognitivas existen en el cerebro; un problema similar al de la identificación de las
emociones primarias, con la diferencia de que en el caso de la cognición se ha sugerido
la posibilidad de que a estas estructuras se sume la propia estructura emocional.
En segundo lugar, se tiene que decidir si son realmente estructuras que ocupan un
espacio, ya que es posible que se trate de procesos que se dan en el tiempo. Reciente-
mente el concepto de Fodor (1986) sobre la modularidad de la mente parece sustituir a
esta forma de ver los componentes de la cognición. Otro problema es el de la naturaleza
de los contenidos, esto es, qué contienen estos módulos, además de que se hace difícil
explicar cómo se relacionan entre sí aquellas estructuras, procesos o módulos. Se pensó
que lo harían en forma secuencial, en serie o en cascadas jerárquicas; actualmente se
piensa que se relacionan en paralelo.
Es frecuente usar términos psicológicos y fisiológicos de manera intercambiable, o
pensar que ciertas zonas nodales de la corteza no son estructuras que contienen infor-
mación, sino puertas de acceso (gateways) de un área cortical a otra. Las imágenes que
generan estas hipótesis son las de una red cortical vacía, que da paso a impulsos nervio-
sos cada vez que arriba una señal sensorial, y también a la de un cerebro que solo foto-
copia objetos, caras, espacios, palabras, todos los cuales son manejados por un yo o una
central ejecutiva ubicada en un lugar estratégico, que podría ser el lóbulo frontal, ya que
no es la glándula pineal como suponía Descartes, ni la formación reticular ascendente
como quería Penfield.
La concepción mecancista de esta clase de explicaciones es evidente cuando se dice
que tal o cual núcleo o región cerebral controla, regula o procesa, por ejemplo, que la
atención, la emoción y la motivación modulan la cognición. Además, son notables las
dificultades que han surgido en la explicación fisiológica de la mente, la conciencia, la
percepción, el pensamiento, la inteligencia, en gran medida debido a la falta de definición
de los conceptos, lo que es más evidente cuando estos términos se tratan como si fueran
sinónimos, y peor aún, cuando se los define como estructuras, procesos o módulos que
forman parte de la cognición. Uno de los resultados de estas dificultades conceptuales es
el vacío que se extiende entre los modelos de la psicología cognitiva y los de la neuro-
ciencia cognitiva (como puede verse en el texto de Gazzaniga, 1995).
Comparemos, por ejemplo, los modelos más conocidos entre nosotros acerca de la
cognición. El modelo de Welford (1965) que fue elaborado para explicar los procesos
subyacentes a las habilidades perceptomotoras, es en realidad un modelo de la cognición
en el que se distinguen varios procesos organizados en serie, como son los procesos
sensoriales, perceptuales, de la memoria primaria, la memoria secundaria, la selección
de la respuesta, el control de la respuesta y los procesos efectores (fig. 2.2.1). Según
este modelo, la información se procesa siguiendo una trayectoria que media entre la en-
trada sensorial y la salida motora; incluye la idea de una retroalimentación interna y una
retroalimentación externa a través del objeto.

Objeto

Sensor. Percept Mem I S. Resp Con- Efector


trol-
Resp.

Mem II

Fig. 2.2.1. El modelo de las habilidades perceptomotoras (ligeramente modificado de Welford, 1965).

En la década pasada han surgido nuevas concepciones acerca de la cognición gra-


cias a la experimentación psicológica. Por eso ya no se elaboran modelos basados sólo
en la intuición o la introspección, como parece ser el modelo de Welford ya descrito, sino
a partir de la observación del desempeño de pacientes con lesiones cerebrales, como
han hecho respecto de la agnosia Ellis y Young (1992; fig. 2.2.2), o en el análisis del
desempeño de sujetos normales en experimentos cuidadosamente diseñados, como es
el modelo de Ann Treisman.
Según el modelo integrado de los procesos perceptuales y la atención de Treisman
(citado por: Kandel, Schwartz y Jessell, 1995), diferentes propiedades del estímulo se
codifican en diferentes mapas de rasgos en diversas partes del cerebro (fig. 2.2.3); pero
debe haber un mapa maestro que codifica aspectos claves de la imagen. El mapa maes-
tro recibe entradas de todos los mapas de rasgos, pero retiene sólo aquellos rasgos que
distinguen el objeto de atención respecto de su entorno. Una vez que estos rasgos salien-
tes se representan en el mapa maestro, se recupera en detalle la información asociada a
cada rasgo del mapa respectivo. El mapa maestro combina los detalles de cada mapa de
rasgos que son esenciales para el reconocimiento. El modelo presupone que la atención
es mediada por mecanismos subcorticales y que los mapas maestros dependen de la
corteza parietal. Sin embargo, a pesar de su apariencia psicofisiológica, la naturaleza del
conocimiento y de los procesos neurales subyacentes aún quedan sin precisar.
Notaremos que estos modelos propuestos dentro de la psicología cognitiva giran mu-
cho en torno al sistema visual, algo menos en relación con el auditivo. Respecto del sis-
tema tactil, la elaboraciones teóricas se han hecho más bien a partir de la neurología.
OBJETO

REPRESENTACIÓN INICIAL

REPRESENTACIÓN CENTRADA EN EL OBSERVADOR

REPRESENTACIÓN UNIDADES DE
CENTRADA EN EL OBJETO RECONOCIMIENTO
DE OBJETOS

SISTEMA SEMÁNTICO

EVOCACIÓN LÉXICA
(Léxico de salida del habla)

NOMBRE EXPRESADO

Fig. 2.2.2. Modelo funcional para el reconocimiento de objetos (Ellis y Young, 1992)

ANÁLISIS DE DETALLE

ATENCIÓN

MAPA MAESTRO

COLOR FORMA DISTANCIA TAMAÑO


MAPAS
DE RASGOS

ESTÍMULO

Fig. 2.2.3. Modelo hipotético de la percepción visual (tomado de Kandel, Schwartz y Jessell,
1995)

Finalmente, Mesulam (1998) ha reunido toda la evidencia disponible respecto de los


desórdenes causados por lesiones cerebrales, pero sobre todo de la correlación de las
imágenes obtenidas por medio de tomografía por emisión de positrones y por resonancia
magnética funcional de sujetos normales mientras se desempeñan en tareas diseñadas
especialmente para examinar el procesamiento cognitivo en sí.
El modelo que obtiene Mesulam a partir de su análisis (Fig. 2.2.4), se basa en el su-
puesto de que entre el espacio extrapersonal y el medio interno del individuo ocurren va-
rios procesos intermediarios que se supone son de naturaleza puramente cognitiva.
El modelo establece que entre la entrada sensorial y la salida motora hay una distan-
cia cognitiva que se mide en niveles sinápticos: la cognición y la conciencia de una rana,
se nos dice, son simples en extremo porque entre la entrada y la salida hay sólo uno o
dos niveles sinápticos, mientras que en los primates, incluidos los hombres, habría seis.
Esto se debería a la existencia de cinco tipos de corteza con seis zonas funcionales su-
cesivas: 1) la corteza sensorimotora primaria, 2) la corteza de asociación unimodal con
una vía corriente arriba, 3) la misma corteza con otra vía corriente abajo, 4) la corteza de
asociación heteromodal, 5) la corteza paralímbica y 6) la corteza límbica. En cada nivel
sináptico debe existir un conjunto de áreas nodales de convergencia de las vías que in-
gresan y de donde parten vías divergentes a los puntos nodales de los niveles siguientes.

Vía unimodal
Corriente abajo

1ª Vía sensorial

Vía unimodal Vía heteromodal Área límbica


Corriente arriba

Hipotálamo

Área premotora
Área paralímbica

1ª Vía motora

Espacio extracorporal Procesamiento intermediario Medio interno

Fig. 2.2.4. El procesamiento cognitivo según Mesulam (1998). Las flechas ilustran las conexiones neu-
rales monosinápticas más allá de la entrada sensorial de las modalidades visual y auditiva. Las flce-
chas gruesas representan conexiones masivas. Las flechas discontinuas ilustran las vías motoras de
salida.

El modelo es una extensión del modo de funcionamiento de las redes sensoriales


convergentes y en serie, con la diferencia de que las áreas receptivas primarias dan ori-
gen a múltiples vías en paralelo que se proyectan a las áreas de asociación, al mismo
tiempo que reciben conexiones de sentido opuesto o de retroalimentación. El primer nivel
sináptico comprende las áreas receptivas primarias, las que proveen un mapa de los ras-
gos distintivos del estímulo. En el segundo nivel se procesan los aspectos superficiales
del estímulo: color, forma, sonido, etc. En los dos siguientes, se produce la identificación
del estímulo –objeto, cara, palabra– y su ubicación en un lugar del espacio hacia donde
se dirige la acción.
Las áreas unimodales no están interconectadas entre sí, lo cual es indispensable pa-
ra la fidelidad de la representación sensorial en los primeros cuatro mencionados niveles.
Aquí la retención de la información es breve. Esto quiere decir que las redes de estas
áreas generan un registro estable de la experiencia, pero sólo permiten diferenciar dos
estímulos o decidir si dos estímulos son idénticos.
El paso siguiente, requeriría de otras áreas transmodales, especie de puertas de ac-
ceso que permiten el paso de la percepción al reconocimiento del estímulo: el paso de la
palabra a su significado, de la visión de una cara al reconocimiento de la persona. Estas
áreas generan una síntesis multimodal y crean directorios o mapas para unir los fragmen-
tos de modalidad específica que estaban distribuidos o repartidos en las distintas áreas
unimodales en una experiencia coherente, un recuerdo o un pensamiento.
Se supone que el cerebro humano tiene por lo menos cinco redes neurocognitivas de
gran escala: 1) una red para el conocimiento espacial que depende del hemisferio dere-
cho con epicentros en la corteza parietal posterior dorsal, el campo frontal de los ojos y la
región del cíngulo; 2) una red para el lenguaje dependiente del hemisferio izquierdo, con
epicentros en las áreas de Wernicke y de Broca; 3) una red para la memoria-emoción con
epicentros en la región hipocámpica-parahipocámpica y la amígdala; 4) una red para la
memoria de trabajo y la función ejecutiva con epicentros en la corteza prefrontal y proba-
blemente la corteza parietal posterior, y 5) una red para la identificación de caras y obje-
tos con epicentros en las áreas mediotemporal y temporal anterior.
Cada una de estas áreas nodales estaría especializada en un componente conduc-
tual específico. Esta especialización no sería absoluta sino relativa, por lo que se tendría
que identificar como áreas de procesamiento selectivas y distribuidas. Esto significa que
varias de estas áreas serían activadas simultáneamente en tareas diferentes, pero una
de ellas predominaría para la ejecución de una de tales tareas.
Toda esta actividad estaría integrada o modulada por los mecanismos de la emoción,
la motivación, la atención, la memoria de trabajo, el lenguaje, la formación reticular as-
cendente, especialmente a través de los núcleos basalis, tegmental ventral, del rafe y el
locus ceruleus. La convergencia de la información en las áreas límbicas y paralímbicas la
canalizaría finalmente al medio interno a través del hipotálamo.
Según el autor, las vías olfativas y gustativas no están incluidas en modelo porque
son sensaciones químicas que siguen un plan de organización diferente, más ligados al
medio interno que al medio externo.

Naturaleza consciente de la cognición humana


Si decidiéramos basarnos sólo en la concepción clásica del cognitivismo, o en el aná-
lisis de los conceptos que hay detrás del sentido común, es posible que no vayamos más
allá de lo que ya se sabe dentro de la teoría psicológica cognitiva, y no podríamos hacer
otra cosa que relacionar las vías y centros o áreas nodales del cerebro con los aspectos
fenoménicos de la actividad cognitiva, tal como los podemos ver en los modelos prece-
dentes. Para evitar esta forma de explicación funcionalista, que en sentido estricto reduce
la actividad psíquica al procesamiento de las señales nerviosas, por lo menos se tiene
que empezar por ubicar las estructuras cognitivas en el respectivo nivel de actividad de la
persona y la sociedad.
En primer lugar, como sabemos, todo ser vivo es capaz de conocer, pero hay niveles,
desde una bacteria que conoce el tejido apropiado para alojarse y aprovechar de él, has-
ta el hombre que conoce, digamos, qué relación hay entre el círculo y su radio. Luego,
esto nos lleva a tener que precisar de qué naturaleza es la actividad que denominamos
genéricamente con el término conocer, diferenciando las formas de conocimiento que
realizan los individuos de cada nivel de organización del sistema vivo.
En segundo lugar, el procedimiento anterior se tiene que aplicar a cada individuo hu-
mano, para de esta manera precisar de qué naturaleza es la actividad de conocer, en
sentido estricto, en sus niveles celular, tisular, funcional, psíquico inconsciente y psíquico
consciente de la persona. Esto significa que debemos diferenciar en esta última, por lo
menos tres niveles superiores de conocer y tres tipos de conocimiento. Mejor dicho, se
tiene que explicar en qué consiste el proceso de conocer en el nivel funcional, el psíquico
inconsciente y el psíquico consciente, y de qué naturaleza es la información que se pro-
cesa en cada uno de ellos. Es decir, se tiene que diferenciar entre la estructura cognitiva
como componente de la conciencia y el procesamiento cognitivo que es parte de la acti-
vidad epiconsciente, y finalmente, entre los conocimientos como una clase de información
psíquica consciente y los conocimientos como una clase de información social.
Estas premisas son el fundamento del modelo según el cual el sistema cognitivo-
productivo es el componente de la conciencia que almacena y procesa información psí-
quica consciente de tipo cognitivo y cuyo sistema de memoria es el neocórtex parieto-
temporooccipital.
El modelo se basa en el principio según el cual la cognición humana debe ser de na-
turaleza muy diferente de la cognición animal, pues es posible advertir que la actividad
cognitvo-ejecutiva del animal es de naturaleza psíquica inconsciente, exclusivamente. En
cambio, la actividad psíquica cognitiva de la personalidad comprende, además del nivel
anterior, un nivel superior, el de la actividad cognitivo-productiva consciente de base so-
cial.
El sistema cognitivo inconsciente de los animales superiores y del niño recién nacido
procesa las sensaciones cognitivas: éstas, como sabemos, son un tipo de representación
psíquica que refleja las cualidades superficiales y objetivas del entorno u objeto actual,
que suponemos es similar a la situación en que vemos, oímos o palpamos algo que nun-
ca antes hemos viso, oído o tocado. En este nivel, las imágenes sensoriales son de tipo
copia –o tipo fotografía– y se expresan en la ejecución de operaciones de desplazamien-
to hacia el objeto y de manipulación del mismo. También sabemos que este sistema es
determinado epigenéticamente a partir de la actividad funcional de la red neural somática
(sus entradas sensoriales son los sistemas visual, auditivo y tactil) y cinéticamente a base
de las características físicas del espacio local inmediato que está al alcance del animal (o
del recién nacido).
En cambio, el sistema cognitivo consciente de la persona procesa los conocimientos.
Esta clase de información psíquica comprende un conjunto de representaciones de suce-
sos espaciotemporales que subyacen al aspecto aparente no solo del entorno actual, sino
de la realidad o los objetos que no son accesibles a la sensación actual. Tales represen-
taciones se pueden ampliar y volver aún más complejas en el plano epiconsciente al inte-
grarse con los sentimientos y las motivaciones que la persona genera respecto de la
realidad, un objeto u otra persona.
Como toda información, los conocimientos tienen el doble aspecto de su estructura y
su actividad, esto es, un aspecto cognitivo y otro productivo. Por esta razón un conoci-
miento lo podemos experimentar subjetivamente como cognición en sí, en el sentido de
representación espacial de la estructura del objeto, rostro, color, melodía, palabra o frase;
pero también como producción, esto es, como el procedimiento acerca de cómo se hace
y cómo se usa un objeto, o como representación acerca de la historia de los procesos
internos del objeto, lo que es más evidente cuando se trata de usar un instrumento, he-
rramienta o máquina. Pero también conocemos como la energía electromagnética genera
el color; o como una estructura física que se desarrolla en el tiempo la experimentamos
como una melodía. Naturalmente que este tipo de conocimiento es primero una clase de
información social que luego debemos adquirir y desarrollar subjetivamente. Para ello, los
distintos aspectos del conocimiento social, en tanto clase de información cultural, tienen
que ser codificados en las redes neocorticales en la forma de conocimientos subjetivos,
es decir, como información psíquica cognitiva de tipo consciente.
El sistema cognitivo-productivo tiene que ocupar, en consecuencia un espacio en la
red neural neocortical. Esta red es determinada epigenéticamente a partir de la actividad
cognitiva inconsciente como red vacía o no comprometida, que más tarde es estructurada
cinéticamente a base de la información social que constituye la cultura donde uno se for-
ma, esto es, la clase de información que cada hombre incorpora durante su niñez.
Siguiendo el mismo esquema acerca de la estructura del sistema afectivo-emotivo, el
sistema cognitivo consciente determina la organización de todo el conjunto de la concien-
cia en la forma de aptitudes, y de la actividad epiconsciente en la forma de atención. De
este componente de la conciencia, por último, depende la estructura del intelecto y por lo
tanto determina las capacidades psíquicas de este componente del individuo.
En el cuadro 2.2.1 se presenta una relación de las diversas formas de información
cognitiva inconsciente y consciente, así como una relación de las aptitudes y de las capa-
cidades psíquicas del intelecto.

2.2.2. El neocórtex parietotemporooccipital es el sistema cognitivo-productivo de la


conciencia
Para las neurociencias cognitivas la cognición abarca toda la corteza no límbica, es
decir, toda la corteza de la cara lateral de los hemisferios cerebrales. Esto se debe al he-
cho de haber restringido la corteza afectiva a las áreas límbica y paralímbica de los pri-
mates y al supuesto de que la motivación (que se supone igualmente tienen estos anima-
les) tiene lugar en estas mismas áreas y las formaciones subcorticales relacionadas. Por
eso se busca una función cognitiva para las áreas mudas interpuestas entre dichas áreas
y la corteza propiamente cognitiva.
Reiteraremos que, desde nuestro particular punto de vista, después de interpretar los
hallazgos clínicos y experimentales dentro del sistema de la personalidad y la conciencia,
creemos tener toda la evidencia a favor de tres conceptos que juzgamos de importancia
fundamental para comprender al hombre: El primero, que la cognición humana ya no se
opone enteramente a la emoción como en los animales; el segundo, que la cognición
humana tiene dos niveles de organización: uno inconsciente y otro consciente, y el terce-
ro, que la cognición de nivel consciente ocupa poco más de un tercio del neocórtex cere-
bral, que es área parietotemporooccipital situada entre las áreas sensoriales primarias
que la proalimentan.
El neocórtex parietotemporooccipital, llamado también corteza de asociación poste-
rior o área intrínseca posterior, también podemos llamarle neocórtex cognitivo. Es una
corteza homotípica, eulaminar o de seis láminas. Comprende las áreas de Brodmann: 7,
19, 39, 40, 22, 37, así como las áreas 22 y 21 y la parte posterior de las áreas 20 y 36 del
hemisferio izquierdo. También comprende las áreas de transición 5, 18 y 22 importantes
como componentes del sistema del habla personal.
El neocórtex posterior recibe conexiones de las vías sensoriales aferentes (a través
del tálamo), de las áreas paleocorticales, especialmente del área cingular posterior, y de
las otras dos áreas neocorticales ipsilaterales a través de las vías transcorticales y con-
tralaterales del hemisferio opuesto a través del cuerpo calloso.
Las conexiones eferentes forman el sistema sensorial eferente que comprende una
primera etapa del área neocortical hacia las áreas receptivas, y una segunda hacia los
núcleos subcorticales del tálamo y el estriado. A través de las mismas vías transcorticales
y del cuerpo calloso se conecta a las áreas de asociación paralímbica y prefrontal del
mismo lado y del lado opuesto. Otra vía se dirige a la corteza límbica cingular posterior.
CUADRO N° 2.2.1
ESTRUCTURA PSÍQUICA DEL INTELECTO
1. En el nivel inconsciente: Las sensaciones cognitivas

1.1. Intrapersonales:
 cinestesia y posición segmentaria
1.2. Extrapersonales:
 sensaciones visuales: contraste, color, movimiento, posición
 sensaciones auditivas: sonidos, ruidos
 sensaciones tactiles cognitivas: tacto epicrítico

2. En el nivel consciente: Los conocimientos

2.1. Los conocimientos respecto del espacio


 Las imágenes acerca del espacio intrapersonal: la imagen corporal
 Las imágenes acerca del espacio peripersonal: distancia, perspectiva, las
elaciones espaciales de las cosas entre sí y en relación a uno mismo
 Las imágenes acerca del espacio telepersonal: mapas del mundo
2.2. Los conocimientos respecto del tiempo:
 Los conceptos acerca del tiempo intrapersonal: el concepto del cuerpo
 Los conceptos acerca del tiempo peripersonal: sentido del tiempo; la distri-
bución de los acontecimientos en el tiempo; secuenciación de melodía, ar-
monía, ritmo
 Los conceptos acerca del tiempo telepersonal: la explicación del universo

3. Las aptitudes cognitivas

 De sentido común y logicomatemáticas


 De astucia y pericia
 Intuitivas y reflexivas
 Artísticas y científicas
 Teóricas y prácticas
 De análisis y síntesis
 De particularización y generalización
 De concreción y abstracción,

4. Capacidades psíquicas del intelecto

 Vivaz/lento
 Hábil/torpe
 Eficiente/deficiente
 Capaz/incapaz

Las redes de las diversas submodalidades sensoriales (táctiles, auditivas y visuales)


se integran primero intramodalmente; luego las señales psíquicas de las tres modalida-
des se vuelven a integrar intermodalmente. Es característico el papel de las señales ver-
bales como mediadoras o facilitadoras inclusive en este nivel de integración. Esta forma
de integración en serie o en cascadas jerárquicas (véase, por ejemplo, Gazzaniga, 1975)
y en paralelo (Goldman-Rakic, 1988; Mesulam, 1998) está plenamente aceptada; pero,
desde nuestro punto de vista, corresponde sólo al sistema cognitivo relativamente aislado
de los otros dos componentes. Estos dos niveles de integración cognitiva debe diferen-
ciarse de la integración supramodal entre los tres componentes de la conciencia que co-
rresponden al plano epiconsciente que estudiaremos más adelante. Una comprensión de
la estructura de la red neocortical distribuida en puntos nodales e interconectada en múl-
tiples niveles, es clave para explicar la forma como se codifica y procesa la información
psíquica cognitiva en el nivel consciente, y luego cómo se integra con el resto de la acti-
vidad psíquica en el curso de la actividad de la persona en relación con el mundo.

2.2.3. Evidencias clínicas y experimentales


Es interesante que desde los albores de la psicofisiología clásica, la actividad cogniti-
va no se la estudia como tal, sino sólo en términos de la forma como el cerebro se repre-
senta y reconoce los objetos y sus cualidades, a partir de la necesidad de explicar los
desórdenes psíquicos que se producen por efecto de ciertas lesiones de la corteza cere-
bral y sus conexiones. Así, desde que analizaron los primeros pacientes fue evidente la
diferencia entre los déficit causados por lesiones de las vías y áreas receptivas de la sen-
sibilidad somática exteroceptiva –que característicamente producen una reducción o pér-
dida de la respectiva sensación: anestesia, anacusia, anopsia– y aquellos causados por
lesiones de las áreas que se extienden más allá de las áreas receptivas primarias, espe-
cialmente de las áreas de asociación neocortical, que son aquellos desórdenes que se
conocen con las designaciones clínicas de agnosia y apraxia.
A fines del siglo pasado, la interpretación de estos desórdenes se basó en la psicolo-
gía de las asociaciones. Se pensó que la función de estas áreas corticales era la de aso-
ciar las sensaciones más elementales entre sí. Se produjo así una neta separación entre
sensación y percepción, en el sentido de que ésta vendría a ser el resultado de la con-
frontación de las sensaciones entre sí y con el lenguaje. Dentro de este esquema, las
agnosias fueron definidas como la imposibilidad de reconocer la naturaleza de un objeto,
color, forma, peso, sonido, a través de la correspondiente vía sensorial, aunque el sujeto
podía reconocerlos a través de otra modalidad. Se imaginaba que el enfermo se compor-
taba como cuando uno ve un objeto nunca antes visto; en este caso, uno puede ver nor-
malmente el objeto pero sin tener la menor idea de qué objeto se trata.
Por ejemplo, la idea de que una lesión cortical occipital produce agnosia de asocia-
ción por una desconexión entre el área de la corteza que contiene la imagen visual y la
que contiene el nombre en el área del lenguaje, siempre ha sido atractiva y fue defendida
hasta fecha muy reciente, especialmente por N. Geschwind (en 1965). Por otro lado,
también se pudo encontrar pacientes con agnosia aperceptiva que sería debida a una
falla en la integración de los datos elementales de la sensación en la imagen perceptual,
una especie de perturbación de los procesos de integración intramodal de la información
cognitiva tactil, auditiva o visual.
Respecto de las apraxias se han sustentado argumentos similares: en el caso más tí-
pico, el paciente toma un objeto que conocía previamente, su peine, por ejemplo, y al
pedírsele que se peine se aturde y no sabe qué hacer con el utensilio que tiene en sus
manos. La explicación parece ser similar: habría una desconexión entre el área cortical
que contiene la idea respecto del uso de un objeto o instrumento y otra área que tiene el
programa de cómo ejecutar la respectiva destreza.
Lo importante de estos argumentos es que el área cortical más frecuentemente afec-
tada es la circunvolución angular del lóbulo parietal. Progresivamente se acumuló una
cantidad importante de datos que siempre apuntaron en el mismo sentido: así como las
lesiones paralímbicas producen primariamente trastornos afectivos, así también las lesio-
nes parietales, occipitales anteriores, parietooccipitales, temporales posteriores, tempora-
les inferiores producen déficit cognitivos bien definidos. Fue también importante descubrir
que los efectos de estas lesiones eran diferentes según se tratara de lesiones del hemis-
ferio derecho o del izquierdo.
La lista de estas alteraciones es larga, pero basta con señalar las que se observan
con mayor frecuencia. Las lesiones del área parietotemporooccipital izquierda, que fueron
las más estudiadas en el período clásico de comienzos de siglo, producen, además de
las agnosias y apraxias ya mencionadas: afasia semántica, afasia amnésica, acalculia,
alexia, agrafia; incapacidad para diferenciar los lados derecho e izquierdo, para nombrar
las partes del cuerpo, los dedos de las manos. Es evidente que en estos trastornos hay
un elemento verbal de por medio.
En cambio, las lesiones del área parietotemporooccipital derecha, estudiadas recién a
mediados de este siglo, producen trastornos que no se descubren con la facilidad con
que se ven los déficit objetivos de las lesiones del hemisferio opuesto. Tienen un carácter
más subjetivo que difícilmente el paciente expresa espontáneamente a pesar de contar
con su aparato verbal indemne. Consisten principalmente en los fenómenos de hemi-
asomatognosia y de agnosia espacial que consisten en la incapacidad de los pacientes
para darse cuenta de lo que sucede en la mitad izquierda de su cuerpo y/o en la mitad
correspondiente del espacio. Se comportan como si no existiese para ellos la mitad iz-
quierda de su cuerpo y/o la mitad izquierda del espacio. Por ejemplo, pueden decir que
todo está bien a pesar de tener una parálisis de sus extremidades izquierdas; caminan
golpeándose contra una pared o los muebles porque no se percataron de su presencia; al
escribir en una hoja de papel lo hacen sólo en la mitad derecha del papel o dibujan sólo la
mitad derecha de una objeto. En términos vulgares diríamos que el paciente no es cons-
ciente de lo que sucede en la mitad izquierda de su cuerpo o del mundo, algo parecido a
lo que nos sucede respecto del espacio que está a nuestra espalda o de las cosas que
están detrás nuestro (aunque nosotros sí podemos imaginarlos de ser necesario).
A base de estas observaciones, una de las conclusiones más importantes de media-
dos de este siglo fue que las áreas parietooccipitales de algún modo intervienen en la
representación y el reconocimiento de la realidad de nuestro cuerpo, de las cosas y de
las cualidades espaciales de las cosas, así como en la orientación y desplazamiento del
cuerpo en el espacio real que nos rodea.
De este modo, para la neurología de mediados de siglo, el concepto de morfosíntesis
sintetiza el modo de comprender la función de los lóbulos parietales. El estudio de los
efectos de las lesiones parietales llevó a R. Brain y a D. Denny-Brown (en las décadas de
los cuarenta y cincuenta) a concluir que la representación espacial del cuerpo y el en-
torno local es la función del lóbulo parietal derecho. El modelo sugiere que el lóbulo parie-
tal derecho efectúa una suma y síntesis de los datos elementales que proceden de los
receptores sensoriales y arriban a las áreas receptivas primarias: tactil, auditiva y visual.
Al producirse una lesión, se pensaba, esta síntesis de la forma (del espacio) sería impo-
sible.
Por su parte H.-L. Teuber (en 1966) después de estudiar una serie de pacientes con
lesiones parietales, pudo mostrar que estos tenían dificultades para dirigirse con los ojos
cerrados a lo largo de una ruta guiándose por medio de un mapa con trazos en alto relie-
ve que debían seguir con el tacto. Su conclusión fue que los lóbulos parietales evalúan la
información sensorial en términos de su organización espacial y que de este modo los
lóbulos parietales contribuyen a la estructuración de la información sensorial en un es-
quema espacial que no se limita a una sola modalidad sensorial. Se deduce entonces
que alguna parte de esta región cortical puede ser necesaria para elaborar mapas o es-
quemas como un medio de representarse internamente el espacio exterior y nuestro pro-
pio cuerpo.
Posteriormente, gracias a la influencia de la teoría de la gestalt, la teoría de la infor-
mación y en nuestros días la notable influencia de la tecnología de la llamada inteligencia
artificial y la psicología cognitiva, se ha llegado a pensar que la función de las áreas pa-
rietales, occipitales, temporales y prefrontales, es decir, de toda la corteza lateral de los
primates en su conjunto, es producir “la estructura espacial de la percepción, el aprendi-
zaje asociativo, y el comportamiento, todo lo cual incluye una serie de operaciones de
nivel simbólico donde cobra especial importancia el significado del estímulo y las inten-
ciones de los actos del sujeto” (Werner, 1974).
De estos planteamientos surgió la necesidad de explicar cómo la función de cada ló-
bulo contribuye a esta suerte de actividad al mismo tiempo distribuida e integrada. No ha
sido muy halagador encontrar que los esfuerzos de los teóricos en este campo han deve-
nido en los modelos que hemos visto en la primera parte de este capítulo. Se ha persisti-
do en la construcción de diagramas de flujo, donde lo único en común es el hecho de
haberse encontrado que hay puntos nodales en la corteza que son importantes para una
función más o menos delimitable. Pero la cuestión de fondo es explicar cómo se interco-
nectan estas funciones, si es que lo son.
Hasta donde podemos colegir, una de las mayores dificultades en la explicación de la
actividad cognitiva resulta de no haberse diferenciado entre la forma como está guardada
cierta información psíquica y la forma cómo se usa la misma información.
Pongamos el caso de los efectos de la estimulación cortical en pacientes craneotomi-
zados. Se ha comprobado que la estimulación de las áreas parietales, occipitales y tem-
porales produce ilusiones y alucinaciones elementales: sensaciones de hormigueo cuan-
do se estimula el área parietal; de puntos o líneas brillantes, manchas de colores cuando
se estimula el lóbulo occipital; de ruidos o sonidos al estimular áreas del lóbulo temporal.
Estos resultados –que en gran medida los debemos a W. Penfield– son similares a las
ilusiones y alucinaciones que experimentan pacientes con crisis epilépticas sensoriales.
Aunque estos hallazgos poco contribuyen a una explicación de las funciones de las
áreas neocorticales que estudiamos ahora, debemos recordarlas para reforzar el punto
de vista que queremos demostrar. Efectivamente, cuando se estimulan las áreas de aso-
ciación no se obtienen alucinaciones formadas como sería de esperar. La excepción es la
de pacientes epilépticos en quienes por lo menos Penfield con sus procedimientos toda-
vía groseros de estimulación eléctrica pudo observar resultados semejantes a las crisis
epilépticas espontáneas más elaboradas, como son las crisis llamadas por H. Jackson
estados de ensueño (dream states). Estas crisis se producen por estimulación de las
áreas anteriores del lóbulo temporal; las imágenes alucinatorias de estos pacientes son
similares a los recuerdos normales más vívidos o a las imágenes de los ensueños norma-
les.
Estas observaciones no han podido ser explicadas de modo satisfactorio. La cuestión
principal es que no tiene sentido pensar que el recuerdo provocado por la estimulación
local estaba guardado como tal en la red neural estimulada. Por otro lado, la estimulación
de las demás áreas neocorticales (así como vimos respecto del habla y de los sentimien-
tos) jamás producen estados psíquicos parecidos a los que experimentamos normalmen-
te. Esto explica por que Lashley no pudo encontrar un lugar del cerebro donde estuvieran
guardados los datos de la memoria. La explicación es que la estimulación es en todo sen-
tido una lesión instantánea que interrumpe el flujo normal de la información. Debemos
pues valorar el hecho de que las crisis de alucinaciones elaboradas –como la visión de
paisajes o de acontecimientos personales tal vez ocurridos en algún momento de la vida–
se producen por lesiones de las áreas afectivas paralímbicas, incluso de las áreas orbita-
rias frontales. Si sabemos bien que estas imágenes visuales se reproducen en las áreas
occipitales y occipitotemporales de la visión, lo que podemos deducir es que la excitación
patológica de una crisis que se inicia en una red nerviosa enferma de las áreas afectivas
solamente activa las redes de las áreas cognitivas por estar conectadas entre sí.
También tenemos el caso de pacientes esquizofrénicos o severamente deprimidos
(que según sabemos tienen una afectación importante de la actividad metabólica en las
áreas frontales y temporales), en quienes la actividad cognitiva se mantiene a tal extremo
que su rendimiento en pruebas psicométricas de inteligencia apenas disminuye. Igual
situación muestran los pacientes con lesiones temporales mediales que incluyen el hipo-
campo, quienes a pesar de su amnesia anterógrada pueden usar la información previa-
mente aprendida en situaciones concretas. En todos estos casos podemos decir que la
información psíquica está allí, guardada en la red neocortical, aunque la persona no pue-
da usarla en todo momento.
Pretendemos usar estas evidencias para sustentar el punto de vista de que el neocór-
tex parietotemporooccipital es en realidad un sistema de memoria que guarda informa-
ción cognitiva. La cuestión es que tenemos que interpretar primero, a base de los hallaz-
gos disponibles, cómo e producen los desórdenes del tipo de las agnosias y las apraxias
más específicos. Ya hemos visto que las explicaciones más aceptadas se basan en el
concepto de desconexión entre áreas corticales con funciones interconectadas. Pero en
seguida hay necesidad de explicar cómo sería la actividad neocortical cognitiva en condi-
ciones normales de la actividad personal. Para empezar diremos que, en este nivel de la
red cortical, ya no hablaremos de alguna clase de actividad funcional solamente, sino de
una actividad básicamente psíquica. En otras palabras, se trata de saber cómo y donde
se guarda la información psíquica consciente de tipo cognitivo.
Vamos a partir de dos premisas esenciales: la primera, que las redes neocorticales
son de tipo difuso, en el sentido de que no son vías como las sensoriales o las motoras, y
la segunda, que estas redes no dejan pasar las señales sensoriales provenientes de las
áreas receptivas, sino que trabajan mejor mientras menos información reciban del medio
exterior o la envíen al mismo, como se puede deducir de los experimentos conocidos
como de privación sensorial o perceptual.
Entonces, como ahora estamos más interesados en saber cómo se guarda la infor-
mación en las redes neurales de estas áreas neocorticales, digamos, por ejemplo, cuan-
do estamos dormidos, antes que en la manera como se activan y usan cuando estamos
despiertos, podemos afirmar que toda la información social cognitiva que una persona ha
adquirido en el curso de su vida está realmente guardada en estas redes. En otras pala-
bras, que estas redes no transmiten señales sensoriales de una zona a otra del cerebro,
sino que, han codificado información social del tipo que llamamos conocimientos en la
forma de información psíquica cognitiva que también llamamos conocimientos (recorde-
mos la diferencia entre los conocimientos guardados en los libros y los conocimientos
guardados en nuestro cerebro), llamados así a pesar de que no existe isomorfismo al-
guno entre ambos; mejor dicho, no existe el mínimo parecido físico entre el dibujo del
plano de la casa en el papel y la imagen cognitiva del mismo plano que uno tiene guarda-
do en estas redes neurales.
Tendríamos que señalar ahora qué requisitos debería tener esta red para guardar tal
cantidad de información.
1°, No pensaríamos que la información social recientemente adquirida se mantiene
en los circuitos de un hipotético sistema límbico y que sólo más tarde y gracias al apren-
dizaje se guarda en redes distribuidas en diversas partes del neocórtex, como sostiene
Mesulam (1998). Tal como hemos sostenido al hablar de la corteza como un sistema de
memoria, ahora diremos que la información social cognitiva se guarda única y exclusiva-
mente en el neocórtex cognitivo que es la corteza parietotemporooccipital. Y que la con-
solidación de la misma consiste en el nivel de codificación que alcanza dicha información
en la misma red neural: sucesivamente en los planos psíquico, funcional, metabólico y
neuronal genético.
2°, La codificación de la diversidad de conocimientos que se adquieren, necesaria-
mente tiene que llegar al nivel celular con la formación de nuevas conexiones sinápticas
dentro de las redes occipitales anteriores, parietales posteriores y temporales posteriores,
ya que tales experiencias se repiten por años, y no solamente dentro del juego y el estu-
dio, sino del trabajo. Como no se trata de señales sensoriales que ocupan gran espacio
en la red, sino de conjuntos de sinapsis estructuradas por la información psíquica, el re-
sultado es la posibilidad de que la misma red codifique toda la cantidad de información
cognitiva que ha pasado por ella en forma reiterada. Por esta razón, si bien estas redes
fueron canales de paso de información psíquica inconsciente (no de señales sensoriales)
en el cerebro de los animales, en el hombre se han convertido en redes que han retenido
en sí mismas una proporción de toda aquella información social con que uno es bombar-
deado, por así decirlo, desde el momento en que nace hasta el fin de su vida.
3°, De esta manera sí se explica que el cerebro humano tenga puntos nodales en lu-
gares estratégicos, dentro del área cognitiva, para objetos, animados e inanimados, co-
mestibles y no comestibles, vegetales y no vegetales; para caras, formas geométricas
abstractas; para el propio cuerpo, las manos en especial; para los espacios concretos
que conocemos; para los sonidos y las melodías. Pero de ninguna manera diríamos que
estas clases de información están guardadas como tales. A lo mucho podemos imaginar
que se trata de puntos semejantes a los que contiene una cinta magnética de audio o
video, o más si se trata de un sistema de memoria que guarda la estructura coherente de
todas las variantes posibles (como el computador que reconoce la voz de su usuario). Es
pues posible que todas las áreas nodales sean en realidad áreas de codificación de pa-
trones genéricos que “se llenan” con las señales actuales que reflejan una situación ac-
tual, como sucede durante la percepción. Por eso vemos la misma mesa, a pesar de que
la imagen visual que tenemos sea muy distinta conforme damos la vuelta alrededor de
ella, o reconocemos la fisonomía de un amigo a pesar de todos los cambios que puede
haber hecho al maquillarse, cambiar de humor o al variar las sombras cuando se cambia
la iluminación.
4°, Es seguro que la codificación de la información psíquica consciente en el nivel si-
náptico se efectúe en varias de estas áreas nodales y sobre todo que se realice de modo
diferenciado en una y otra área cognitiva de los hemisferios cerebrales. Esto explicaría
por que las lesiones corticales parietales, occipitales y temporales de uno y otro lado pro-
ducen trastornos diferentes. La idea, desarrollada en otro lugar (Ortiz, 1998), es que los
aspectos estructurales (respecto del espacio) de la información social se codifican en las
redes cognitivas del hemisferio derecho, mientras que los aspectos de actividad (respecto
del tiempo) de la misma información lo hacen en las redes más o menos simétricas del
lado opuesto.
Aunque sobre muchos de estos puntos tendremos que volver al explicar los procesos
de la actividad epiconsciente, basta por ahora concluir en que, así como las redes de las
áreas afectivas tienen una disposición epigenética específica para guardar información
afectiva, primero inconsciente y después consciente, así también debe ocurrir con las
redes cognitivas que estamos estudiando. No puede aceptarse que las diferencias entre
las áreas corticales estén determinadas exclusivamente por el tipo de señales sensoriales
que reciben. Aunque esto es así para los aspectos de determinación cinética, no son, ni
pueden serlo, por su determinación epigenética, ya que, por ejemplo, las redes visuales
vienen organizadas del modo en que están desde mucho antes que los ojos hayan sido
expuestos a la energía luminosa.

2.2.4. Diferenciación hemisférica


La diferenciación hemisférica respecto de la forma en que se codifica la información
social cognitiva en el cerebro humano es pues bastante definida. Es usual la pretensión
de explicar estas diferencias por la extensión del área en cuestión. Pues, si bien es cierto
que el área cognitiva izquierda es más extensa en el hemisferio izquierdo en comparación
con la del lado opuesto, ¿puede significar esto una superioridad del hemisferio izquierdo
sobre el derecho?; ¿puede significar que esto se debe a la existencia de un área del len-
guaje en es mismo hemisferio?. Es un hecho que el área de la circunvolución angular,
igual que las áreas de Wernicke y de Broca, es más extensa en el hemisferio izquierdo, y
que ello merece una explicación.
En primer lugar, la diferencia no tiene que ser necesariamente la causa sino que bien
podría ser la consecuencia de la diferenciación de la actividad psíquica de cada hemisfe-
rio. Podemos, por ejemplo, suponer que este procesamiento diferenciado de la informa-
ción haya tenido su punto de partida en el uso igualmente diferenciado de la manos: para
pulir una piedra y convertirla en cuchillo, una mano debe sostener a la piedra para poder
labrarla con la otra. Aunque algo semejante hacen los monos, al pelar una fruta, por
ejemplo, la situación es totalmente distinta en el hombre, porque en éste ya no se trata de
usar un objeto, sino de hacerlo, de construirlo. Por otro lado, al intervenir sobre su en-
torno el hombre se vio involucrado en una actividad productiva en que las formas de los
objetos se transforman sucesivamente en el tiempo. Así tuvo necesidad de guardar en su
memoria formas sucesivas que corresponden a un mismo objeto. Imaginemos por un
momento toda la serie de transformaciones que ha tenido que soportar un árbol hasta
llegar a convertirse en un mueble o en un objeto, y la necesidad de que uno tenga que
acordarse con qué y donde empezar a hacer uno nuevo.
Tanto el objeto como el uso del instrumento con que efectúa la respectiva serie de
transformaciones tiene que guardarse en la memoria, no sólo como cosa terminada que
existe y ocupa un espacio, sino como sucesión de formas que fueron y seguirán cam-
biando en el tiempo. Si a esto se añade la necesidad de guardar en la memoria la misma
información no por unos días sino por años, ya podemos deducir cómo es que al apare-
cer la información que se guarda en el lenguaje en términos de la historia de las cosas –
como es la propia historia de la humanidad–, la conciencia tuvo que escindir el espacio-
tiempo en espacio y tiempo, y así tuvo que separar los datos en dos sistemas de memo-
ria simétricos y complementarios de los hemisferios cerebrales. Esto no significa una se-
paración tajante de ambos aspectos de la información; en realidad cada hemisferio del
hombre actual guarda toda la información, solo que al codificarla cada uno lo hace de
modo ya predeterminado que gráficamente podemos señalarlo en términos de ESTRUC-
TURA-actividad para el hemisferio derecho, y de estructura-ACTIVIDAD para el izquier-
do. En el caso del componente cognitivo, el esquema se convierte en COGNITIVO-
productivo y cognitivo-PRODUCTIVO, respectivamente.
CAPÍTULO 2.3

EL SISTEMA CONATIVO-VOLITIVO

Naturaleza de la motivación. El neocórtex prefrontal dorsolateral es el sistema conati-


vo-volitivo de la conciencia: Estructura y conexiones. Evidencias clínicas y experimenta-
les. Diferenciación hemisférica.

El tema del sistema conativo de la conciencia no se concibe en los textos de neuro-


ciencia actuales. Por eso tenemos que desarrollarlo después de revisar dos temas en
apariencia inconexos: el de la motivación y la voluntad, y el de la función de los lóbulos
frontales. Sólo después que hayamos analizado los problemas que se han suscitado en
la explicación de estas dos áreas de la actividad psíquica humana, estaremos en condi-
ciones de afrontar el reto de explicar cómo es que el lóbulo frontal de las personas se ha
convertido en el sistema de memoria del componente motivacional o conativo-volitivo de
la conciencia.
Todo parece indicar que los problemas de la motivación, la voluntad y la función pre-
frontal no se mantienen sólo por una dificultad en la definición del concepto de motivación
y una dificultad en explorar las funciones del lóbulo frontal, sino, como veremos, por ra-
zones mucho más delicadas y profundas, entre las que destaca la falta de definición de lo
que son realmente el hombre y su conciencia.

2.3.1. Naturaleza de la motivación


Cuando se plantea la posibilidad de que un ser vivo actúe de modo espontáneo, en
ausencia de estímulo, cabe hacer tres preguntas: 1) Qué es lo que causa el comporta-
miento del individuo, cómo se mantiene y por qué se dirige a un cierto objetivo y no a
otro; 2) Por qué esta actividad dirigida a un objetivo varía en intensidad, y 3) A qué se
debe que existan diferencias individuales entre los hombres respecto de sus objetivos y
por lo tanto de su conducta.
Justamente para responder estas preguntas se han introducido los conceptos de mo-
tivación y de motivo, con los que se quiere significar que deben existir razones para que
un individuo haya actuado de tal manera y no de otra en cierta ocasión. Aunque estos
conceptos claramente aluden a la conducta de las personas, en psicología y psicofisiolo-
gía han sido aplicados a todos los organismos (en el sentido de seres vivos) sobre la ba-
se de hechos como estos: 1) los organismos son activos; 2) la actividad no siempre es
instigada por estimulación; 3) en todo caso, la instigación depende de una interacción
entre el estado interno del organismo y la estimulación externa; 4) un comportamiento
autogenerado tiene una dirección y una intensidad, y 5) el organismo queda saciado o
satisfecho una vez que ha alcanzado su meta y el motivo incitador ha desaparecido.
Lógicamente que las preguntas anteriores no han sido ajenas a la filosofía. Así, por
ejemplo, Aristóteles ya nos habló de una fuerza motivacional, impulsiva, irracional del
hombre, y Descartes habló de la voluntad activa del alma y la pasividad del cuerpo. Pero
lo que sucedió después con estas ideas, sin duda fundamentales para una explicación de
la conducta humana es, sin duda, responsabilidad de las ciencias naturales. En efecto,
fomentaron dos situaciones que las llevaron a perder su propio objetivo: 1) Reducir el
concepto de voluntad al conjunto de los conceptos que no tienen objeto real que estudiar,
por lo que fue excluido de la psicología; 2) Atribuir una actividad motivada a los animales
y con ello emprender la experimentación y la explicación teórica de procesos de tipo su-
puestamente motivacionales que no existen, como si fueran funciones de ciertos núcleos
subcorticales del cerebro.
En otro lugar (Ortiz, 1997), hemos cuestionado esta forma de explicar al hombre, y ya
en el capítulo 2.1 hemos señalado que el comportamiento de los psiquismos animales
encaminado a suplir sus necesidades corporales y de especie, se explica porque los
cambios celulares, metabólicos y funcionales de tipo visceral se reflejan psíquicamente
en la forma de sensaciones afectivas de sed, hambre, impulso sexual, frío, calor, etc. en
su paleocórtex límbico y que esta clase de información psíquica afectiva no consciente
organiza la actividad del animal tendiente a buscar los elementos con los que debe satis-
facer sus necesidades o tendiente a evitar situaciones que pueden afectar su integridad..
En vez de esta simple explicación, se han planteado una serie de hipótesis ad hoc,
como la teoría de los instintos de James, la teoría de las pulsiones (drives) y los meca-
nismos de defensa (Freud), y el constructo más moderno de una motivación que debe
explicar la interacción entre el organismo y el ambiente, hipótesis que surgió de la disyun-
tiva de si el comportamiento es autorregulado o regulado por el ambiente, como si este
fuera un problema insoluble: quién no sabe que todos los seres vivos tienen ambas for-
mas de actividad. Por supuesto que los hombres también; pero con la enorme diferencia
de que en torno a estos existe un universo (que no es lo mismo que el ambiente local de
los animales) transformado por la sociedad a base de información social. Sin tener en
cuenta esta compleja situación del hombre, la pretensión de las ciencias naturales de
explicar la motivación humana en términos de la actividad animal tenía que terminar en
un fracaso. Veamos pues con algún detalle las hipótesis propuestas para explicar el
comportamiento autogenerado de los animales, con las que se piensa se puede resolver
el problema de la motivación de la conducta humana.

a) La motivación es definida en relación con el instinto


James introdujo el concepto de instinto para explicar las formas de actividad animal
que no dependen de una situación externa, objetiva. La hipótesis plantea que la motiva-
ción es equivalente a la conducta instintiva, y que ésta dependiente de una suerte de im-
pulsos que resultan de la función de estructuras cerebrales específicas (Lashley). Tam-
bién se ha sugerido que la motivación es equivalente a las tendencias de aproximación y
alejamiento del animal respecto de otro o de los sucesos de su ambiente local, presupo-
niendo que las tendencias son mecanismos corporales autónomos, como serían las ten-
dencias a explorar y percibir, que se producen por una disminución del umbral a ciertos
patrones de respuesta (Nissen).

b) La motivación es definida en relación con las emociones:


Cannon (en 1938) dijo que la emoción tiene un rol anticipatorio y que produce algún
grado de arousal (excitación) que prepara al organismo para atacar o huir, y así aumenta
su capacidad de sobrevivir. Duffy (véase: Wright y Taylor, 1970) sugirió, a su vez, que se
puede explicar el fenómeno emocional sin usar el concepto de emoción: emoción es sólo
nivel de arousal y que “la motivación no es un proceso distinto, sino combinación de dos
factores: un nivel de impulso (o drive) que está en relación con el nivel de arousal y un
factor de dirección (o función de cue).
Hebb por su parte (Hebb, 1966) sostuvo que la emoción actúa como factor motiva-
cional. Todas las emociones, decía, son estados especiales de motivación, estrecha-
mente relacionados con el arousal. Atacar o huir son formas de conducta motivada. La
cólera es aumento de arousal más la tendencia a atacar o la idea de atacar; el miedo es
aumento de arousal más la tendencia a huir o la idea de huir. La emoción está en estre-
cha relación o en relación directa con el nivel de arousal, pero la motivación es la tenden-
cia a producir una conducta organizada, efectiva, que aumenta primero con el nivel de
arousal y disminuye después aun cuando el nivel de arousal sigue elevándose, por ejem-
plo, “una emoción intensa puede reducir la motivación a cero.”

c) La motivación es definida en relación con las necesidades


Una premisa de las teorías psicofisiológicas de la motivación es que ésta debe definir
las condiciones instigadoras (incitadoras o excitadoras) que mantienen la homeostasis de
un organismo. Así, por ejemplo, las necesidades internas –las llamadas necesidades ho-
meostáticas o biógenas– resultan de un desequilibrio de la homeostasis, como cuando
falta O2 o glucosa. En este sentido, el impulso (drive) estaría determinado por necesida-
des internas que dependen de mecanismos igualmente internos “prefabricados” genéti-
camente. Al lado de ésta clase de impulso habrían otros que al parecer dependen de fac-
tores externos aprendidos, como la conducta exploratoria, la búsqueda de estimulación y
de proximidad y la curiosidad.
En este contexto, la motivación sería un estado interno que se postula para explicar
la variabilidad en las relaciones conductuales, como serían la intensidad y dirección de
conductas complejas, entre las que destacan la regulación de la temperatura corporal, el
estado nutricional, el equilibrio hídrico, que se supone el medio externo no los determina
de modo suficiente en todos sus aspectos (Kandel, Schartz y Jessell, 1995).
Según estos planteamientos, la motivación representaría a necesidades corporales, y
es por tanto un conjunto de urgencias que se originan en necesidades y así impulsa al
hombre o al animal a la acción. Habrían, sin embargo, motivaciones no homeostáticas,
que no se basan en una privación fisiológica definida, como la curiosidad y la excitación
sexual, aunque serían similares a las pulsiones homeostáticas por cuanto comprenden
los aspectos de arousal y de saciedad.

d) La motivación es definida como un estado o proceso autónomo de regulación del


medio interno
Más recientemente, la motivación ha sido definida en términos de un estado o una
clase de procesos más autónomos. En el texto de Kandel, Schwartz y Jessell (1995) se
lee, por ejemplo, que estado motivacional es un “constructo moderno” que pude definirse
como el conjunto de “condiciones internas que activan y dirigen la conducta voluntaria”.
Se supone que incluye un aspecto de anticipación, por el cual el organismo suple sus
necesidades creadas por déficit tisulares y otros factores, como serían ciertos incitantes
ecológicos que merecen un análisis económico en términos de costo/beneficio –por
ejemplo, dicen los autores, los carnívoros comen más rápido para que otros animales no
se apoderen de su presa–, así como de incitantes hedónicos que crean un estado de
satisfacción agradable que debe repetirse –así, nos dicen, “las ratas (en el laboratorio)
prefieren chocolates, salame y galletas antes que su chupe nutritivo especial para ellas”.
Vista como proceso, la motivación comprendería los procesos de anticipación, de ac-
tivación (y dirección), de su realización y el resultado. Se supone que los cambios meta-
bólicos del medio interno activan las funciones autonómicas, y que éstas se expresan en
cambios químicos en estructuras cerebrales específicas, especialmente en el hipotálamo
y el sistema límbico. Se dice, por ejemplo, que el grado de conducta motivada varía direc-
tamente con la actividad hipotalámica (Stellar).
En realidad, hay cambios metabólicos y funcionales que determinan cambios en el
comportamiento de los animales, todos los cuales varían cíclicamente en la vida de todos
ellos, de los vertebrados en particular. Se generan así estados de relativa estabilidad se-
guidos de rápidos desequilibrios que deben corregirse de inmediato, en una secuencia de
desequilibrio-excitación-saciedad-equilibrio.
Una vez planteadas las cosas en estos términos, siguiendo el esquema tradicional de
las ciencia psicofisiológica, había que precisar, por consiguiente, cuáles y cuántos serían
los motivos fundamentales, para que luego la investigación neurocientífica se encargue
de buscar las estructuras neurales de cuya función dependiera el control de cada uno de
estos motivos primarios. En una época fueron: comer, huir, atacar y aparearse. En la ac-
tualidad se piensa que los procesos de la motivación abarcarían fundamentalmente la
regulación de la temperatura corporal, el grado de hidratación y la sed, el grado de nutri-
ción y el hambre, la necesidad de reproducirse y el impulso sexual, la integridad corporal
y por tanto la furia y el ataque, el miedo y la huida.
Respecto de los mecanismos fisiológicos de estos procesos supuestamente motiva-
cionales, se han sugerido varias hipótesis, algunas de las cuales han sido sancionadas
más por la aceptación de una falacia ad hominen que por el uso. Es interesante ver que
estas hipótesis han sido planteadas en contextos diferentes, aunque todas adolecen de
las mismas fallas conceptuales que hemos esbozado líneas arriba.
Desde que Cannon introdujo el concepto de homeostasis como el estado de equilibrio
inestable de un organismo, se supone que deben existir mecanismos de regulación del
medio interno. Éstos serían mecanismos de anticipación que se efectúan siguiendo rit-
mos predeterminados, como el ritmo circadiano de sueño/vigilia. Se sabe, por ejemplo,
que en animales como las aves, este ciclo es regulado por la sucesión noche-día. Ahora
se sabe que en los mamíferos el núcleo supraquiasmático que recibe señales de la retina
regula el sueño de ondas lentas, los niveles plasmáticos de GH, la temperatura cutánea,
la excreción renal de Ca; a su vez, un oscilador hipotalámico regula el sueño REM, los
niveles plasmáticos de cortisol, la temperatura central del cuerpo y la excreción renal de
K.
Por otro lado, se ha sugerido que el sistema límbico contiene centros de castigo y de
recompensa (Olds y Milner, 1952) que serían finalmente los mecanismos fisiológicos que
regulan el curso cíclico de la satisfacción de las necesidades.
Es importante notar que todo lo dicho en los párrafos anteriores se refiere a hechos
observados y comprobados empíricamente; pero son hechos debidamente constatados
en los animales, en los que es posible explicar su comportamiento desde un punto de
vista fisiológico sin apelar al constructo en cuestión. En efecto, para nada se menciona la
palabra motivación. Más aún, los únicos términos relacionados castigo y recompensa,
que son términos apropiados para describir ciertas formas de relación social, humana,
aquí resultan espurios y son introducidos innecesariamente por el experimentador para
describir, en realidad, lo él hace con el animal en el laboratorio y no una forma de com-
portamiento natural de dicho animal. Mejor sería decir que el pobre animal siente algo
parecido al dolor o al placer que sentimos los humanos. El problema es que al hacer esto,
el constructo desaparece.
En conclusión, si tomamos en cuenta nuestra crítica inicial, podremos percatarnos de
tres puntos importantes: 1) que todo lo dicho en estos planteamientos teóricos se puede
atribuir con toda certeza únicamente a los animales; 2) que todos las formas de actividad
aludidas, en lo que respecta a los psiquismos animales, se explican simple y llanamente
en términos de los procesos afectivos que reflejan las necesidades de su medio interno, y
3) que todo lo dicho al respecto, incluidas las observaciones hechas respecto de las es-
tructuras subcorticales estudiadas, nada tiene que ver con la motivación de la conducta
de las personas.

e) La motivación como actividad psíquica consciente


No cabe la menor duda que sólo la humanidad ha creado y produce necesidades que
están por fuera de los individuos: los alimentos tienen que estar preparados especialmen-
te, el vestido tiene que estar hecho especialmente; la vivienda tiene que estar construida
especialmente; la integridad de una persona tiene que ser defendida especialmente. Y
especialmente significa aquí socialmente: la sociedad tiene tradiciones, una cultura y una
estructura económica justamente para garantizar la producción de estas necesidades;
para que estén a disposición de cada hombre desde el momento de su concepción. Es
importante tomar nota de que estas clases de necesidades tienen que ser codificadas en
una forma especial de información social. Por eso desde que uno es niño se le dice y
enseña que debe comer esto y no lo otro, que debe vestirse así y no de otro modo, que
cuando sea grande tendrá que trabajar para tener su casa con sus comodidades básicas;
que deberá saber defender su integridad y la de su familia, la integridad de lo que posee
o es suyo, la integridad de su territorio o nación. Y que para tener y hacer todo esto, está
obligado a obtener los recursos necesarios con los que pueda adquirir todo aquello que
necesita, no sólo él, sino toda su familia, por lo que algún día será responsable de que no
falten todos estos productos sociales para que sus hijos se formen como él o mejor que
él.
Por tanto, estas necesidades que ya existen por fuera de las personas, primero te-
nemos que hacerlas nuestras en la forma de información psíquica consciente de tipo co-
nativo: lo que uno debe hacer o poseer, o mejor, lo que uno debe hacer para poseer
aquella necesidad que la misma sociedad nos ha creado. A toda persona, si es que ha de
pasar todo el resto de su vida dentro de la sociedad, la sociedad le exige el deber de pro-
ducir aquello que él y los demás necesitan, para que ella pueda satisfacer las necesida-
des de alimentarse, protegerse, educar a sus hijos, cuidar la salud de su familia. Por su-
puesto que no se trata de tomar alimentos cazando animales o arrancando los frutos de
los árboles que están a disposición de quienquiera cda vez que se tiene hambre o sed; ni
de guarecerse en una cueva, ni de defender unas crías de los depredadores. Para vivir
dentro de la sociedad y ser parte de ella, cada uno tiene que aprender y realizar algún
tipo de trabajo, obtener un ingreso adecuado, y con su dinero adquirir todo aquello que ha
asumido como una necesidad. En realidad, se trata de la obligación moral de reunir algún
dinero para adquirir alimentos en el mercado, de construir o alquilar una vivienda, de lle-
var los hijos a la escuela para que aprendan justamente a trabajar. Y para hacer todo
esto, uno no debe hacer cosas como: apoderarse de lo ajeno, afectar la vida de los de-
más. Muy por el contrario, si fuera preciso habría que dar algo nuestro a quien lo necesi-
ta, o lo que es más, ayudar y ser solidario con los demás. Todo esto implica asumir res-
ponsabilidades y formar una sólida jerarquía de valores y una fuerte estructura de convic-
ciones para afrontar el desafío de la sociedad.
Por supuesto que uno nace con sensaciones afectivas que reflejan las necesidades
de nutrientes, agua, calor, sueño. Pero es evidente que uno no podrá pasar toda su vida
recibiendo o tomando directamente de la naturaleza lo que necesita. Más bien, se tiene
que adoptar como propias una amplia gama de necesidades, las que cada uno tiene que
saber como satisfacerlas, para sí y para quienes dependen de uno. Es así como, hasta
por sentido común, toda persona sabe que tiene motivos para vivir. Una vez que la per-
sona posee la información suficiente para adquirir o producir lo que necesita, será libre y
autónoma, y sólo en tal caso cada quien tendrá que dar cuenta de sus actos, tendrá que
revelar las razones de su proceder, tendrá que exponer los motivos de su conducta. En
resumen, sólo las personas que viven en sociedad tienen motivos para seguir viviendo
dentro de ella.
Es pues así como las necesidades sociales, una vez personalizadas, se convierten
en los motivos que orientan la actividad personal para adquirir tales necesidades y satis-
facer así las exigencias de la sociedad. El resultado es que cada persona adquiere una
estructura de motivos que deberá mantenerla de algún modo. En este proceso, cada mo-
tivo adquiere (o se convierte en) un valor, y a base de estos valores la personalidad toma
sus decisiones y organiza sus estrategias de actuación productiva y creativa a fin de lo-
grar sus fines y objetivos personales, de grupo o clase, dentro de la misma sociedad.
Habremos notado desde ya que todo esto significa que la sociedad nos ha inducido a
asumir un compromiso moral ante ella, ante las cosas, ante uno mismo y ante el trabajo.
Es preciso encontrar, por lo tanto, el soporte neural de esta estructura de la concien-
cia sin duda la más característica del hombre.

2.3.2. El neocórtex prefrontal dorsolateral es el sistema conativo-volitivo de la con-


ciencia
Se conoce como lóbulo prefrontal al conjunto de las dos áreas orbitaria y dorsolateral,
situadas por delante de las áreas motoras del lóbulo frontal. También hemos visto (capí-
tulo 2.1) que el área prefrontal ha sido considerada, tanto desde un punto de vista anató-
mico como clínico, como si fuera una unidad funcional. Hay, sin embargo, evidencias
igualmente anatómicas y clínicas como para afirmar que esta estructura cerebral tiene
dos partes o componentes bien diferenciados, aunque naturalmente interrelacionados
tanto funcional como psíquicamente. Especialmente Rosvold (1972) destacó la importan-
cia de diferenciar la corteza orbitaria de la corteza dorsolateral como dos unidades fun-
cionalmente diferentes entre sí, que a su vez se distinguen de las áreas motoras.
Desde el punto de vista anatómico, se ha señalado que las tres áreas principales del
lóbulo frontal se diferencian claramente por sus conexiones con el núcleo dorsomedio del
tálamo. Así, el área orbitaria está en relación la parte magnocelular y el área dorsolateral
con la parte parvocelular de este núcleo, en tanto que las áreas motoras están en rela-
ción con la porción intermedia del mismo. Ya hemos estudiado el área orbitaria como la
parte frontal del sistema de memoria afectivo-emotiva de la conciencia.
Aunque como veremos en la literatura clínica se diferencia un área propiamente dor-
solateral y otra medial o interna, es evidente que anatómica y funcionalmente son una
misma unidad. Este es un neocórtex homotípico o eulaminar que comprende las áreas de
Brodmann 8 (parte superior y anterior), 9, 10, 11, 46 y 45. Las áreas corticales de transi-
ción 6, 8 (parte posterior e inferior) y 44 relacionan el área prefrontal con el área motora.
Sus conexiones aferentes provienen de las áreas receptivas secundarias y terciarias
posteriores; de los núcleos ventral anterior, intralaminares y sobre del núcleo dorsomedio
del tálamo; del hipotálamo, la amígdala y las áreas límbicas. Las conexiones eferentes,
además de las conexiones transcorticales mencionadas, se dirigen a las áreas premoto-
ras, las áreas límbicas y el hipocampo, y al cuerpo estriado (directamente) y al cerebelo
(a través de los núcleos del puente). Ya sabemos que estas últimas conexiones regresan
a la corteza motora a través del tálamo.
Se sabe que las conexiones transcorticales que convergen en el neocórtex prefrontal
dorsolateral son las que más demoran en mielinizarse, y seguramente que esta mieliniza-
ción no termina sino en edad cercana a la adolescencia. Estas conexiones fueron inter-
pretadas inicialmente como la culminación de la convergencia de los sistemas sensoria-
les interoceptivos y exteroceptivos. En la actualidad se considera que éstas son conexio-
nes distribuidas en paralelo, tanto de ida como de vuelta, que interrelacionan las áreas
temporales, parietales y frontales entre sí. Otras conexiones entre estas áreas neocortica-
les se efectúa a través del tálamo y la amígdala.
Ninguna otra área de la corteza cerebral ha incrementado su extensión en el curso de
la evolución de los mamíferos como la corteza del lóbulo frontal, desde el área premotora
hacia el polo anterior. Siempre llamó la atención que en el hombre su superficie sea algo
más de un tercio de toda la corteza cerebral. Sin embargo, no hay ninguna otra parte del
cerebro humano que tenga más hipótesis acerca de sus posibles funciones que los lóbu-
los frontales, y que al mismo tiempo su posible función sea todavía un enigma indescifra-
ble. Así planteó el problema H. Lukas-Teuber en 1964 y así permanece hasta la actuali-
dad.
Pero no es solamente el número de hipótesis lo que llama la atención. Más llamativas
son las exageraciones con las que se ha tratado de explicar la función de esta parte del
cerebro. Hace más de un siglo se planteó que era el órgano de la civilización, el asiento
de la inteligencia. En la década de los años treinta, se iniciaron los estudios en primates
para bóxer que los monos sometidos a lobectomía frontal reducían su actividad agresiva.
Sobre la base de este descubrimiento se planteó la posibilidad de extirparlo para aliviar el
estado de pacientes severamente psicóticos, y así fue como muchos pacientes con tras-
tornos de comportamiento fueron tratados por medio de este procedimiento. Los resulta-
dos confirmaron las hipótesis: pacientes excitados y con una conducta severamente per-
turbado se tornaron tranquilos, manejables, y algunos de ellos lograron mejores puntua-
ciones en sus pruebas de inteligencia respecto de sus niveles anteriores. Por estos resul-
tados Egaz Moniz fue galardonado con el premio Nobel de Medicina y Fisiología. Lástima
que la evolución ulterior de estos enfermos demostró que esta no era la solución de sus
problemas, ni que la teoría era cierta.
En lo que sigue, sólo mencionaremos los aspectos de la actividad psíquica que se ha
sugerido vendrían a ser la función de las áreas dorsolaterales de los lóbulos frontales,
aunque la mayor parte de estas hipótesis se refieren a los lóbulos frontales como un todo.

a) Las áreas prefrontales son el asiento de la personalidad


Dentro de las neurociencias clínicas, es ampliamente usado el concepto de persona-
lidad prefrontal. La razón es que el estudio de los lóbulos frontales empezó con el estudio
clínico de pacientes que mostraban sorprendentes cambios en su manera de ser después
de haber sufrido extensas lesiones de la parte anterior del cerebro. El primer caso, publi-
cado en 1835, fue el de un joven de 16 años que se disparó entre los ojos; quedó ciego y
se convirtió en un muchacho gracioso, vivaz y chistoso que nunca mostró la menor preo-
cupación por haber quedado ciego (citado por: Blumer y Benson, 1975). Otro fue el caso
de Phineas Gage, un capataz de construcción, quien después de herirse accidentalmente
la cabeza con una barreta en una explosión fue descrito por Harlow, años después que le
atendió, como “un niño con toda sus capacidades y manifestaciones intelectuales; (pero
con las) pasiones animales de un hombre fuerte...”, a pesar de que hasta antes del acci-
dente había tenido una inteligencia bien balanceada, era muy enérgico y persistente en la
realización de sus planes como trabajador de construcción
Fue así como las descripciones clásicas de los pacientes con lesiones frontales ante-
riores, que no afectan lo que hoy sabemos son las áreas motoras, todas coinciden en que
los cambios afectan la manera de ser de la persona. Harlow, por ejemplo, da más deta-
lles de Gage en los términos siguientes:
“El equilibrio o balance, por así decirlo, entre sus facultades intelectuales y
sus propensiones animales parece haber sido destruido. Es irregular, irreveren-
te, permitiéndose a veces la más grosera vulgaridad, no manifiesta la más mí-
nima deferencia por sus amigos, no tolera restricciones o consejos cuando cho-
can con sus deseos; es a veces pertinazmente obstinado, caprichoso, pero
también vacilante, ideando planes que apenas los empieza, termina por aban-
donarlos por otros que parecen más viables.”
Como tradicionalmente se considera que la personalidad es el conjunto de los rasgos
que distinguen a las personas entre sí, rápidamente se interpretó que los trastornos de
conducta observados constituían un cambio de personalidad; por eso cuando Harlow dice
que “Gage ya no fue más el mismo Gage”, los cambios se definen en el sentido de que el
paciente lesionado frontal ya no tiene la misma personalidad.
Sobre la base de estas observaciones, ya a fines del siglo pasado se sustentó la pri-
mera hipótesis en el sentido de que los lóbulos frontales son el órgano de la civilización,
el asiento de la personalidad, sobre todo desde que Welt en 1888 (citado en: Benson y
Blumer, 1975) estableció la primera correlación de los cambios de personalidad con la
lesión de los lóbulos frontales (Capítulo 2.1).
Sin embargo, estudios clínicos posteriores ha mostrado que los cambios emocionales
debidos a lesiones orbitarias son diferentes de los efectos producidos por lesiones dor-
solaterales, que son las que ahora estudiamos. Con todo, Fulton (1951) mantuvo la idea
de el lóbulo frontal controla la emotividad, pues había observado que la lobectomía pre-
frontal produce placidez en gatos, perros y monos (en tanto que las lesiones orbitarias
causaban irascibilidad exagerada). Aunque en esta observación se basó la introducción
de la lobectomía y las lobotomías frontales para el tratamiento de desórdenes severos de
la conducta, Crowford señaló en 1948 que: “un estudio de seguimiento mostró que años
después aquellos primates exhibían algo del mismo comportamiento emocional que la
primera ablación prefrontal parecía haber erradicado” (“a follow-up study showed that
years later those primates exhibited some of the same emotional behavior that at first pre-
frontal ablation had apparently eradicated”).

b) Las áreas prefrontales inician los procesos de la percepción


Bianchi (en 1895) pensó que el lóbulo frontal interviene en la asociación y síntesis
perceptual. En una dirección similar, Goldstein (en 1936, citado en: Benson y Blumer,
1975), al notar que los pacientes con lesiones frontales pierden la capacidad de aprehen-
der la totalidad de una situación compleja, o de comprender la situación como un todo
para extraer los rasgos esenciales de la misma, dedujo que la actitud abstracta frente a la
realidad que percibimos depende de los lóbulos frontales. Teuber (1964) tiempo después,
basándose ya no en observaciones clínicas de pacientes con lesiones extensas de los
lóbulos frontales, sino en estudios experimentales de pacientes con lesiones traumáticas
mínimas de estos lóbulos, y por tanto sin desórdenes conductuales evidentes, pudo de-
ducir que la función de la corteza prefrontal es dar inicio al proceso perceptual. Sus estu-
dios consistieron en cuatro tipos de tarea: apreciación espacial de la verticalidad, percep-
ción de figuras reversibles (los cubos de Necker), búsqueda en los campos visuales y
apreciación de la postura corporal en el espacio.
Según Teuber, la percepción no empieza con las sensaciones sino con los resultados
que uno espera de su propia acción, y que esta anticipación dependería de la función de
la corteza prefrontal, por cuanto ésta produciría una especie de “descarga corolaria” (emi-
tirían señales de anticipación) y que por medio de ella el sujeto confronta el resultado
esperado de su acción con las sensaciones en curso. Esta relación motora-sensitiva se
realizaría por medio de las vías que descienden del lóbulo frontal al tronco cerebral, pre-
parando así a los sistemas sensoriales para el procesamiento perceptual.
Otra forma de explicar esta clase de función de anticipación sostiene que la corteza
prefrontal provee representaciones del estímulo en ausencia de éste (Goldman-Rakic,
1988). Esto significa que cuando el desempeño de un sujeto depende de las condiciones
de la situación o del estímulo, la función prefrontal no es necesaria; en cambio, cuando
dicho desempeño depende, por ejemplo, de ciertas intenciones, es el área prefrontal la
que entra en funciones.

c) Las áreas prefrontales dorsolaterales son el asiento de la memoria operativa


Muchos teóricos modernos han seguido prestando atención a la antigua versión de
que los lóbulos frontales son el asiento de la memoria a corto plazo. Recordemos que
Jacobsen en 1935 observó que los monos sometidos a lobectomía prefrontal no podían
retener imágenes visuales en tareas de recuerdo diferido. Se escondía el cebo debajo de
una tapa de una forma distinta a otra que servía para distraerle; luego se le cubría la vista
por un tiempo para volver a mostrarle la figuras. Los monos normales recordaban debajo
de cual de las tapas estaba el cebo hasta por un minuto y medio; los animales lobectomi-
zados frontales no podían hacerlo sino por escasos segundos.
Un aspecto importante de los desórdenes psíquicos debidos a lesiones prefrontales
en relación con la memoria es una forma peculiar de olvido que los propios pacientes
expresan con la frase “me olvidé de acordarme”, a pesar de que muchos de ellos rinden
normalmente en pruebas de aprendizaje y recuerdo. Este es un aspecto del recuerdo que
tiene importantes implicancias para una explicación del tipo de actividad que se realiza en
las áreas dorsolaterales de los lóbulos frontales.
Por otro lado, varios experimentos en los que se obtienen imágenes tomográficas
(por resonancia magnética o por emisión de positrones) mientras la persona realiza una
cierta tarea cognitiva, han mostrado un incremento de la actividad cortical en el área fron-
tal dorsolateral cuando el sujeto tiene que retener información por algún tiempo, situación
semejante a aquella en que una idea se mantiene en mente por unos instantes. De estas
observaciones se ha deducido que esta área prefrontal es responsable de la activación
de representaciones almacenadas en la memoria, de allí que se la relacione con la me-
moria a corto plazo, la memoria operativa o de trabajo, como también con la memoria
semántica y la memoria espacial (Kandel, Schwartz y Jessell, 1995; Bear, Connors y Pa-
radiso, 1996).

d) Las áreas prefrontales en relación con la atención


Ferrier (en 1886), basándose en la observación del comportamiento de monos con
lesiones frontales, sugirió que los lóbulos frontales intervienen en la atención, pues su
función sería la de inhibir las respuestas inadecuadas a un estímulo. Esta hipótesis pare-
ció confirmarse cuando se pudo comprobar que los monos con ablación de los lóbulos
frontales no necesariamente tienen compromiso de la memoria inmediata como había
pensado Jacobsen, sino más bien a una excesiva distraibilidad. En efecto, cuando el
animal queda aislado sensorialmente en el intervalo entre la presentación del estímulo la
respuesta diferida, su retención alcanza el tiempo del animal normal.
También es frecuente observar en pacientes con lesiones prefrontales alguna dificul-
tad para organizar sus quehaceres o una distraibilidad excesiva: el paciente no puede
concentrarse, por ejemplo, en las tareas del examen clínico pues cualquier estímulo irre-
levante le llama de inmediato la atención; en otros casos se fija más en las cosas que no
vienen al caso en desmedro de aquella que debe ser el foco de su preocupación actual.
Esta situación ha sido explicada como “dependencia del estímulo”, como si sólo después
de que los lóbulos frontales han dejado de funcionar se cumpliera el modelo E-R o E-O-R
propuesto por el conductismo.

e) Las áreas prefrontales intervienen en la toma de decisiones


Es usual observar que los pacientes con lesiones prefrontales muestran una pérdida
de su capacidad de iniciativa; son incapaces de decidir entre varias alternativas, y si de-
ciden lo hacen al azar o por razones irrelevantes.
Como sabemos, casi todo el tiempo las personas estamos tomando decisiones, des-
de las más irrelevantes hasta las más difíciles que inclusive pueden afectar a otras per-
sonas. A veces uno tiene que decidir si primero se peina y luego se pone la camiseta, o
procede al revés. Paro también hay que decidir la manera de ganarse la vida, casarse o
no, con tal persona y no con otra, colocar el dinero que sobra en un banco o gastarlo en
un viaje de placer, etc. Se ha sugerido que el cerebro debe tener un mecanismo para
decidir sin tener un cabal conocimiento tanto de las posibles alternativas como del cálculo
de probabilidades. Esto presupone que nuestro componente cognitivo no sería suficiente,
aunque talvez lo sea para las decisiones más rutinarias e intrascendentes. Sin embargo,
para tomar las grandes decisiones que afectan no sólo a uno mismo sino a los demás, o
como dice Dimasio (1990), para seleccionar “la respuesta más ventajosa para el orga-
nismo en un medio social complejo”, parece que se requiere de un mecanismo no cogni-
tivo cuyo asiento vendría a ser el lóbulo frontal.
Sin embargo, esta hipótesis sostiene que el mencionado mecanismo es de naturaleza
afectiva y que esta función dependería de las áreas frontales orbitarias. Esto quiere decir
que uno toma una decisión cuando el cuerpo, a través de las sensaciones viscerales,
siente algo parecido al placer o la satisfacción. De allí la idea del marcador somático pro-
puesta por Dimasio, al que ya aludimos en el capítulo 2.1.

f) Los lóbulos frontales regulan la conducta


Es interesante como las neurociencias enfocan la explicación de los desórdenes de la
función de los lóbulos frontales. Con esta región del cerebro no hay la visión dual que
tenemos del resto de la corteza: por ejemplo, podemos hablar sin mayor dificultad acerca
de los trastornos del lóbulo parietal, temporal, límbico; y al revés, podemos hablar de los
desórdenes de la atención, de la memoria, del pensamiento, de la percepción, debidos a
lesiones de estas mismas zonas. Respecto del lóbulo frontal sólo podemos hablar en el
primer sentido, como si esta parte del cerebro no tuviera realmente una función psíquica,
para decirlo en los términos habituales. Respecto del lóbulo frontal se habla en los mis-
mos términos que del cuerpo calloso: podemos referirnos a los desórdenes psíquicos
causados por las lesiones del cuerpo calloso, pero no podemos decir que el cuerpo callo-
so tiene tal o cual función psíquica.
Una salida a esta dificultad ha sido la de atribuir a los lóbulos frontales la regulación
de la conducta. Y aunque hay algo de verdad en esta propuesta, en las versiones actua-
les la relación entre lóbulo frontal y conducta se enmarca dentro de una noción de sentido
común, ya que el concepto de conducta ni siquiera está definido en los términos apropia-
dos como para decir por lo menos que, efectivamente, la conducta es regulada por el
lóbulo frontal, como tampoco es posible establecer una relación directa entre la función
frontal y la conducta. La razón es simple: el neocórtex prefrontal no es como el área mo-
tora, ni menos como un núcleo, como es el núcleo del nervio facial, cuyas neuronas tie-
nen la función de ejecutar ciertas operaciones motoras. El hecho de que se diga que la
corteza frontal regula la función motora no supera la limitaciones de la concepción funcio-
nalista que subyace a esta clase de explicación.
En efecto, muchos fisiólogos han relacionado la corteza frontal con la función motora,
sobre todo voluntaria o intencional. Pavlov, por ejemplo, dijo que el lóbulo frontal es el
asiento del pensamiento y de la integración del movimiento intencional. Una versión más
moderna de esta forma de explicar la función de los lóbulos frontales considera que esta
es un área de integración polimodal que determina la estructura temporal de la conducta.
Así, Nauta (1971) ha dado mucha importancia a la forma como convergen en el área fron-
tal las vías interoceptiva y exteroceptiva, a través de las áreas paralímbicas y posteriores,
respectivamente, a la vez que dicha corteza devuelve conexiones eferentes a estos mis-
mos sistemas sensoriales.
También a partir de la hipocinesia o la notable reducción del habla y la actividad mo-
tora espontánea que muestran los pacientes con lesiones frontales, se ha deducido que
el área dorsolateral prefrontal es importante para la activación y orientación de la conduc-
ta (Heilman y Valenstein, 1979).
Más allá de esta interpretación mecanicista de la función motora, Luria (1964) introdu-
jo la idea de que el lóbulo prefrontal es la unidad del cerebro que planifica, evalúa, regula
y controla la actividad (psíquica). La hipótesis de Luria se basó en los esquemas ciberné-
ticos y en la descripción de los desórdenes que mostraban pacientes con severas lesio-
nes de ambos lóbulos frontales durante la ejecución de tareas motoras y gráficas. Así,
por ejemplo, al dibujar una serie de figuras diferentes tienden a seguir dibujando la prime-
ra de ellas, y no pueden cambiar de un elemento a otro. Además, no se dan cuenta de lo
defectuoso de su desempeño, e inclusive podrían anticipar que harán bien su tarea, como
si sus expectativas fueran más altas de lo que lógicamente deberían esperar.
Desde que Luria fundamentara esta explicación acerca de la función prefrontal, la
idea de que el lóbulo frontal controla la actividad psíquica se ha seguido sosteniendo con
diversas modificaciones, siempre dentro de una concepción funcionalista, aun cuando la
terminología cibernética parecía tener una mayor capacidad explicativa. La idea central
es que en el cerebro debe existir una suerte de sistema de control de los procesos afecti-
vo-motivacionales y de discriminación sensorial cognitiva, como si se tratara de una es-
tructura cuya función se ubica por encima de los procesos de naturaleza afectiva y cogni-
tiva mejor definidas. Esta forma de explicar la función prefrontal es bastante evidente en
muchos pacientes.
Un caso muy ilustrativo es, por ejemplo, el paciente J. P. (estudiado por Ackerly,
1964) quien desde la niñez mostró severos trastornos de conducta que bordeaban la de-
lincuencia, conducta que fue atribuida a una severa lesión posiblemente congénita de
ambos lóbulos frontales.
La versión moderna de esta hipótesis se ha deducido del desempeño de pacientes
lesionados frontales que muestran una fuerte tendencia perseverativa cuando se les so-
mete a test en que tienen que cambiar de criterio por así exigirlo la tarea. Milner (1968),
por ejemplo, usando un test de clasificación de cartas (Winsconsin card sorting test) de-
mostró que estos pacientes no pueden cambiar el principio de razonamiento para resol-
ver el problema de clasificar los ítem tal como se les indica y siguen un mismo criterio sin
atinar a cambiarlo. En otros estudios esta misma autora mostró que los pacientes fronta-
les tienen también dificultad para ubicar en su respectivo tiempo sucesos ocurridos pre-
viamente.

g) Los lóbulos frontales son un área multifuncional


Como es notorio, las observaciones clínicas y algunas experimentales en personas
normales, que son las únicas evidencias posibles respecto de la función prefrontal, todas
ellas indican un disturbio de cada una de las fases de lo que en las últimas décadas se
conoce como procesamiento de la información (Ortiz, 1988, 1992). Pavlov, por otra parte,
hace mucho tiempo que sugirió que la función del lóbulo frontal era la elaboración del
pensamiento. Debe ser por esta razón que en los últimos tiempos se ha insistido en atri-
buir a los lóbulos frontales una variedad de funciones, todas las cuales son para nosotros
formas de actividad epiconsciente de la mayor complejidad, como veremos en los capítu-
los siguientes.
Así, por ejemplo, en el texto de Guyton (1991) se lee que la función prefrontal es la
elaboración del pensamiento y la planificación de movimientos complejos. El lóbulo fron-
tal, se dice, planifica y pronostica el futuro; pospone las respuestas ante un estímulo has-
ta decidir la mejor respuesta. Considera las consecuencias de nuestras acciones. Re-
suelve complicados problemas matemáticos, legales o filosóficos; correlaciona las fuen-
tes de información con el diagnóstico. Controla las conducta según reglas morales
(Guyton, 1991).
Más actuales son los temas de metacognición, pensamiento crítico, autoconciencia.
Aunque en el fondo son aspectos de lo que usualmente experimentamos como darse
cuenta, ser consciente de ..., de actitud crítica, todos ellos son temas estrechamente liga-
dos a los procesos del pensamiento y de decisión consciente. De aquí se ha deducido
que el área prefrontal dorsolateral tiene una función metacognitiva y una función ejecuti-
va. En tal sentido, Gaviria (1996) en un trabajo de revisión sostiene que las áreas prefron-
tales son responsables de la flexibilidad cognoscitiva, el ordenamiento secuencial de he-
chos recientes; que tiene la capacidad de planificar, regular las acciones según estímulos
ambientales y el aprendizaje a partir de la experiencia. Se encarga de establecer la em-
patía y el comportamiento más apropiado desde el punto de vista social y civil, así como
regular la motivación.
Aunque estas últimas versiones parecen más una apología dedicada a los lóbulos
frontales, son sin duda maneras de decir que todas las hipótesis previas son verdaderas.
Lo que parece haber sucedido en el curso de la investigación, sobre todo clínica respecto
de los efectos de las lesiones prefrontales, es que cada autor ha dado más importancia a
lo que en su momento consideró la alteración fundamental entre el sinnúmero de mani-
festaciones sintomáticas que presentan estos enfermos. Ahora parece evidente que el
compromiso de esta estructura cerebral produce toda esta gama de alteraciones psíqui-
cas, y que, por lo tanto, el lóbulo frontal interviene en diversos procesos afectivos, cogni-
tivos y conductuales, a tal punto que los lóbulos frontales aparecen como una suerte de
superhomúnculo –y por lo mismo ligado al superego freudiano– que cual central ejecutiva
gobierna la mente y el cuerpo. De allí la figura de las áreas esclavas (slave areas) con
que se hace referencia a las áreas receptivas y de asociación posteriores.
Otras teorías que parecen completar y sistematizar las explicaciones clásicas como
las reseñadas, han sido sustentadas en época más reciente por los discípulos de Benson
(Stuss, Alexander y Benson, 1997). En éstas se presume la existencia de mecanismos de
retroalimentación y proalimentación, de componentes de la función cognitiva (unidades,
esquemas, organización de posibiliddes y sistema de supervisión), de niveles funcionales
dentro del lóbulo frontal. Respecto de estos últimos, se señala que el lóbulo frontal está
organizado en tres niveles que serían: un nivel inferior que incluye las funciones de im-
pulso (drive) y activación que corresponde al área orbitaria posterobasal; un segundo
nivel para los procesos de anticipación, selección de objetivos, planeamiento y monitoreo
que probablemente le corresponde al área dorsolateral, y un tercer nivel que incluye las
capacidades abstractas de autorreferencia, como serían el autoconocimiento y la auto-
conciencia, que se organizan en el polo frontal. La función de esta zona consistiría en
integrar el papel de la persona en el contexto de la sociedad.

h) El neocórtex prefrontal es el sistema de memoria conativo-volitiva


Es posible que todas las funciones mencionadas que han sido atribuidas a los lóbulos
frontales sean, en realidad, formas de actividad psíquica que de algún modo dependen
de estas estructuras anatómicas, por supuesto difíciles de comprender y explicar.
Pero una vez que hemos precisado, por un lado, la naturaleza de la conciencia y de
la memoria neocortical, y por otro, la verdadera naturaleza de la motivación, solamente
podemos deducir que el neocórtex prefrontal dorsolateral es el sistema de memoria del
componente conativo-volitivo de la conciencia. La clase de información que contiene es la
estructura de motivos cuya actividad es el modelo que organiza la expectación del plano
epiconsciente, estructura las actitudes y el carácter, los que, a su vez, se expresan en la
conducta de la personalidad (Ortiz, 1994, 1997b, 1998). En el cuadro 2.3.1 se muestran
los aspectos psicológicos de este sistema de la conciencia.
La cuestión es que en el marco del sistema de la personalidad, ya no es posible de-
fender la idea de que el lóbulo frontal –como red neural– ejerza funciones psíquicas como
las señaladas. Estas explicaciones funcionales son rezagos de la idea de Cabanis quien
sostenía que el cerebro segrega el pensamiento como el hígado segrega la bilis; pues
tanto el idealismo como el mecanicismo sostienen que los procesos de la vida son como
los inertes que se explican causalmente, y por eso se apela bien al superego o bien al
lóbulo frontal para explicar qué es lo que gobierna la mente y/o el cuerpo.
Es evidente que las hipótesis sustentadas para explicar la función del lóbulo frontal
adolecen de serias fallas conceptuales, así como de una artificiosa interpretación de los
hallazgos clínicos y experimentales. Y bajo el supuesto de que el hombre actual es un
animal, la actividad psíquica que denominamos motivación se la atribuye a hombres y
animales por igual, y se la explica como si fuera de índole puramente funcional.
Luego, se da por sentado que la función de una zona del cerebro produce por sí
misma alguno de los procesos psíquicos. Esta explicación mecanicista intenta convencer
que el lóbulo frontal es la causa de la atención, el pensamiento, la metacognición, la me-
moria operativa; que controla las emociones, la conducta, o interviene en la toma las de-
cisiones. Ya hemos criticado esta tendencia de la psicobiología natural a explicar la acti-
vidad psíquica como la función emergente de un núcleo, una red nerviosa o una parte del
cerebro. Por eso se dice que el lóbulo frontal controla, activa, programa, regula, anticipa,
etc. como si esta red nerviosa tuviera por sí misma la capacidad de decidir qué percibe,
imagina o piensa, o cómo actúa una persona.

CUADRO 2.3.1
ESTRUCTURA PSÍQUICA DEL CARÁCTER

1. En el nivel inconsciente
L a actividad emotivo-ejecutiva de anticipación

2. En el nivel consciente: Las motivaciones


 Las convicciones; los valores
 Las intenciones; las expectativas
 Los deseos, las aspiraciones, las perspectivas y las pretensiones
 Los intereses, los objetivos y los propósitos
 Las obligaciones y los deberes
 Las creencias, los prejuicios
 Los ideales y las pasiones

3. Las actitudes conativas


 Ante la sociedad:
Dignidad, honestidad, bondad, respeto, sensibilidad, exigencia,
valentía
 Ante el trabajo:
Entereza, responsabilidad, dedicación, escrupulosidad, esmero,
orden, meticulosidad, cuidado, desorden, descuido
 Ante sí mismo:
Autonomía, amor propio, dominio de sí, sencillez, modestia

4. Atributos psíquicos del carácter


 Libre/dependiente
 Profundo/superficial
 Estable/inestable
 Flexible/inflexible
 Fuerte/débil
 Perseverante/inconstante
 Consecuente/inconsecuente

Tampoco podemos negar que muchos de los hechos atribuidos a la función frontal
son ciertos: objetivamente ha podido comprobarse que si alguna función realiza esta es-
tructura cortical es la de integrar las diversas formas de actividad emotiva con otras de
índole cognitiva, y que la información psíquica resultante se puede mantener como me-
moria de trabajo, se puede organizar como actividad de anticipación o de orientación, o
todo ello al mismo tiempo; pero esta explicación es también válida para los animales!. En
el animal de experimentación sí se produce una integración frontal interoceptiva-
exteroceptiva, o mejor, una integración afectivo-cognitiva (o emotivo-ejecutiva), así como
la red neural frontal hace posible el recuerdo a corto plazo o de anticipar una respuesta
con cierta atención; no obstante todo esto se realiza en el nivel inconsciente de la activi-
dad animal.
Podría inclusive suceder algo semejante, pero sin duda en el nivel consciente, en las
personas cuando se trata de la organización inmediata de su actuación rutinaria: coger un
objeto, sostener un libro mientras se lee, al caminar, etc. Es evidente que estas formas
automatizadas de actuación objetual ocurren dentro de un esquema superior que no es
sino el de la actividad consciente. Si no fuera así, cualquier forma de comportamiento o
desempeño se parecería más a la actividad estereotipada del animal que a la conducta
deliberada de las personas. Inclusive pensamos que en esta actividad rutinaria las perso-
nas actúan inconscientemente. Pero después que su actividad inconsciente ha sido rees-
tructurada por la información psíquica del nivel consciente.
En realidad, una interpretación consecuente con la naturaleza social de la conciencia
no puede reducir la forma más elevada de la actividad individual del hombre al nivel fun-
cional de una red neural por más evolucionada que fuera. La única manera de evitar esta
forma velada de reduccionismo es tomar nota de la naturaleza de la motivación y los mo-
tivos de las formas de conducta por medio de la que la personalidad madura produce los
bienes de la sociedad o se apropia de ellos. Es innegable que sólo los hombres tenemos
que dar cuenta de nuestros actos; lo cual significa que tenemos razones para actuar, que
tenemos una jerarquía de valores que determinan nuestras decisiones más espirituales.
Al hecho de que ciertos organismos logren respuestas ventajosas para su propio benefi-
cio, se puede contraponer aquél en que muchas personas logran soluciones ventajosas
para beneficio de las demás más que de sí mismas.
Hemos visto que tener sed, hambre, miedo o cólera no son motivos sino formas de
actividad afectiva que orientan la actividad de un animal. Las personas también tienen
sensaciones afectivas semejantes: pero después que han sido reestructuradas por las
necesidades sociales. Por eso uno toma una golosina así no tenga hambre, toma un vaso
de licor así no tenga sed. Un estímulo como un ruido inusitado, también desvían nuestra
atención; pero ésta es mejor orientada si tengo en interés en algo especial. Podría suce-
der que alguien tenga que hacer algo superficialmente parecido a lo que hacen los ani-
males; por ejemplo, los pasajeros de un avión caído en una cordillera se vieron obligados
a comer la carne de sus compañeros fallecidos; pero sólo después de haber deliberado
acerca de sus implicancias morales; los conquistadores siguieron caminos desconocidos
dependiendo de muchas contingencias locales, pero tenían en mente llegar a conquistar
un dorado.
Se ha discutido hasta el cansancio si estas razones morales y económicas son de na-
turaleza cognitiva o emotiva (como podría ocurrir en el animal); pero en todo caso sin
tomar en cuenta qué es realmente la conciencia, ni que hay dos formas de emoción y dos
formas de cognición –animales y humanas–; sin tomar en cuenta que en el animal emo-
ciones y cogniciones se integran en un plano no consciente; mientras que en las perso-
nas, en el mayor nivel de integración de la actividad consciente, sentimientos y conoci-
mientos sólo pueden confrontarse a través de una compleja red de motivaciones. Sólo de
esta clase de actividad psíquica puede decirse que es voluntaria, socialmente libre, hu-
manamente intencional.
Por otro lado, una vez que ha sido posible distinguir una clase de información social
de tipo conativo, tenemos que aceptar la existencia de una clase de información psíquica
consciente que la refleja. Por consiguiente, se puede afirmar que una información de esta
índole tiene que almacenarse y procesarse en una red neocortical determinada. Como se
ha dicho, hemos sugerido que esta clase de información psíquica consciente de tipo co-
nativo son las motivaciones (Ortiz, 1994, 1997b). Éstas no son formas de sentimiento ni
de conocimiento, sino de naturaleza psíquica diferenciada, cuyos modelos prototípicos
son las convicciones, las responsabilidades, los deberes, en tanto adoptan la forma de
valores, sobre todo morales de la personalidad.
Entonces, así como ya no es posible pensar que cierto núcleo subcortical tiene tal o
cual función psíquica –consolida la memoria, induce el sueño, por ejemplo–, así tampoco
tiene sentido decir que la función del lóbulo frontal es la metacognición o algo parecido,
sino que el neocórtex prefrontal es una red neural que codifica y procesa cierta clase de
información psíquica. Por tanto, una vez que se ha precisado la naturaleza de la motiva-
ción, desde un punto de vista puramente lógico tenemos que admitir que toda la compleja
estructura de motivos que organizan nuestra actividad personal tiene que tener una red
cortical que la codifique o almacene. Y así como habíamos visto que las redes neurales
de las llamadas áreas mudas de los lóbulos temporales deben ser el sistema de memoria
que guardan la clase de información psíquica consciente que son los sentimientos, así
también debe haber una red neocortical que guarde las motivaciones como la clase de
información psíquica que refleja el conjunto de las necesidades sociales que uno las
asume como personales en el curso de su vida.
Insistimos en que existe solamente un área neocortical que tiene todos los criterios
como para ser considerada el sistema de memoria que codifica la información conativa
que la corteza frontal dorsolateral mencionada. Sin duda que esta corteza frontal es una
extensión de las áreas premotoras que adquieren su mayor amplitud en el hombre. Todos
los estudiosos del lóbulo frontal han destacado su extensión anatómica y su aparente
falta de función conocida, todo lo cual, a su vez, contrasta con la enorme variedad de
trastornos que presentan quienes sufren lesiones de esta parte del cerebro.
Como las lesiones casi nunca respetan los límites de un área con una función defini-
da, las observaciones clínicas, e inclusive las experimentales, han descrito los cambios
sintomáticos debidos a la lesión de todo o gran parte del lóbulo frontal. Más aún, las le-
siones unilaterales casi no producen cambios clínicos ostensibles, aunque sí algunas
alteraciones subclínicas o latentes (como las observadas por Teuber), por lo que en la
literatura a veces se habla de un síndrome orbitomedial y un síndrome lateral; en otras se
hace referencia a tres síndromes: orbitario, medial y lateral (Gil, 1999). Pero si se revisa
cuidadosamente las descripciones clínicas de pacientes con lesiones restringidas a una
de estas regiones, quedan definidos dos síndromes cuyos desórdenes son, o bien esen-
cialmente afectivos o bien esencialmente conativos.
Como ya hemos delimitado claramente la naturaleza afectiva de la actividad psíquica
del área orbitaria (que forma el sistema paralímbico con el área temporal anterior), aquí
nos vamos a circunscribir a la explicación de la actividad psíquica del área dorsolateral
que, como se dijo líneas arriba (sección 2.3.2), comprende el área frontal medial (en
realidad dorsal, naturalmente con la exclusión del área cingular anterior.
Es evidente que las lesiones dorsolaterales producen un desorden psíquico que, has-
ta donde es posible entrever, subyace a todos los demás: es lo que a veces aparece co-
mo apatía y en otras como abulia. Es posible que este trastorno no haya sido tan aparen-
te o no haya sido destacado por los observadores dado que los conceptos de motivación
y de voluntad no tenían un lugar en la neuropsicología clínica; lo cual no se condice con
la importancia que se dio en neurología a los desórdenes de la motilidad voluntaria, que
ha llegado al extremo de llamar músculo voluntario al músculo estriado, y de allí que se
hable de movimientos involuntarios para referirse a aquellos que se producen espontá-
neamente por lesión del cuerpo estriado.
En efecto, ya en la primera descripción de P. Gage, Harlow (en 1868) dice que esta
persona pasaba el tiempo “ideando planes que apenas los empieza termina por abando-
narlos por otros que parecen más viables.” Más tarde, Holmes (citado en: Benson y Blu-
mer, 1975) se refería a tres clases de cambios asociados a la lesión de los lóbulos fronta-
les: 1) apatía e indiferencia, 2) depresión, debilidad intelectual, automaticidad e inconti-
nencia, y 3) inquietud, exaltación, euforia, irritabilidad, puerilidad, mordacidad y marcado
egoísmo.
Kleist por su parte (citado en: Benson y Blumer, 1975) aseguraba que “Por contraste
(respecto de las lesiones orbitarias), las lesiones de las porciones superiores de los lóbu-
los frontales (de la convexidad), estuvieron asociadas a una pérdida de la iniciativa psí-
quica y motora. Una pérdida de la formación del pensamiento (modos de pensamiento
empobrecidos y estereotipados) caracterizaba a estos pacientes.”
El concepto de un síndrome caracterizado por apatía, abulia o acinesia por una lesio-
nes frontales dorsolaterales ya es mencionado explícitamente por varios autores (Adams
y Victor, 1997, Trimble, 2000), haciendo referencia a la pérdida de la motivación, la falta
de iniciativa y del impulso (drive) por parte del paciente. Una revisión exhaustiva del pro-
blema de la apatía como la manifestación cardinal de las lesiones prefrontales ha sido
realizada por Marín (1990).
Finalmente, el mismo Welt (ya citado) habló de cambios hacia una conducta inmoral,
desleal, embustera de parte de los pacientes con lesiones frontales. Pero, algo más que
esto, debe llamarnos la atención que los pacientes con lesiones frontales dorsolaterales
tienen una sugerente incapacidad para involucrarse en una actividad laboral, productiva,
a pesar de que sus capacidades cognitivas e intelectuales se mantienen dentro de límites
normales. La relación entre trabajo y conducta moral no es casual (Ortiz, 1997b). Por el
contrario, es evidente que la actitud frente al trabajo implica una valoración moral de toda
actividad personal encaminada a la satisfacción de las necesidades propias y de quienes
dependen de uno, así como el compromiso igualmente moral de una relación solidaria y
de servicio que asume cada persona frente a la sociedad; todo lo cual depende de este
mismo componente de la conciencia.
Es pues un hecho que el síndrome apático-abúlico de las lesiones prefrontales plan-
tea la necesidad de una diferente interpretación acerca del tipo de actividad psíquica que
se realiza en el neocórtex prefrontal dorsolateral. Es evidente que los desórdenes de la
actividad consciente y la conducta de los pacientes con lesiones prefrontales se explica
mejor en términos de un desorden fundamental de un sistema motivacional, es decir, de
un sistema conativo-volitivo de la conciencia (Ortiz, 1992).
Concluimos, entonces, en que el neocórtex frontal dorsolateral es un componente o
subsistema sistema de la memoria neocortical de nivel consciente, que codifica la clase
de información psíquica consciente que son las motivaciones. En este contexto, llama-
mos expectación a la forma como se organiza la actividad epiconsciente en un momento
dado a base de la estructura de motivos y valores del sistema conativo, y por tanto inclu-
ye a la atención y la ansiedad. Llamamos actitudes a la forma como se organiza la activi-
dad consciente también a base de la misma clase de información conativa. El carácter
queda como la forma en se organiza la personalidad a base de dicha información en el
curso de su vida, y la conducta como la forma de actuación objetiva de la persona tal co-
mo se organiza en un momento dado a base de las actitudes.
SECCIÓN 3

EL PLANO EPICONSCIENTE DE LA ACTIVIDAD PERSONAL

No ha sido fácil explicar cómo el cerebro se relaciona con la mente. En parte, la difi-
cultad surgió desde el momento en que la mente fue definida como un objeto o una enti-
dad que debe ubicarse en alguna parte del cerebro. De este modo, la teoría actual repite
la historia de la ubicación de las facultades del alma en el cuerpo o en el cerebro. Tal
como hemos adelantado en la Introducción (Cuaderno 1), el concepto de mente tendrá
que ser descartado en su momento como lo fue el concepto de alma que le precedió. En
esta Sección pretendemos demostrar este aserto.
Ya hemos referido la larga historia de la controversia entre el localizacionismo y el ho-
lismo respecto de las funciones corticales del cerebro (Cuaderno 1). Es la discusión acer-
ca de si las funciones mentales están localizadas en áreas discretas de la corteza cere-
bral o son el resultado de la función global o total de la misma. Al parecer, el debate está
por terminar con la victoria de la posición localizacionista, en gran medida por el peso de
la evidencia empírica, y en parte por la superación del viejo localizacionismo que propo-
nía que cada área cortical era el asiento de una función mental particular. Por ejemplo,
ahora nadie acepta que cada área del mapa de Brodmann tenga una función mental es-
pecífica, es decir, que hayan 51 funciones mentales más o menos diferenciadas, tal como
se podría deducir de la hipótesis de Gall.
La posición actual es que existen funciones mentales elementales más o menos dife-
renciadas; aunque nadie podría decir en qué consisten, cuántas y cuáles son, tratando de
ampliar la idea según la cual pueden diferenciarse diversas clases de emociones, así
como distintas modalidades cognitivas. La separación entre las funciones discretas y las
funciones globales, es sin duda sólo una salida transitoria, más bien ecléctica y de senti-
do común. En realidad, para las neurociencias naturales todavía no está claro en qué
consiste la actividad psíquica integrada de la mente, que comprendería los procesos con-
tinuos e indivisibles de percibir, pensar, aprender y recordar que señalan Kandel, Sch-
wartz y Jessell (1991). Tampoco queda claro qué importancia tiene la separación de las
tres unidades funcionales del cerebro (de Luria, 1979), que es la culminación de la larga
historia de la concepción tripartita del hombre, que, además, parece firme y ampliamente
sustentada.
En la sección precedente, creemos haber mostrado con alguna mayor consistencia la
naturaleza de estas tres unidades del cerebro, o seis respecto de ambos hemisferios, que
forman, según hemos propuesto, los tres sistemas o componentes psíquicos de la con-
ciencia. Así estamos en mejores condiciones para mantener los tres principios fundamen-
tales ya definidos hasta aquí. El primero, que quedan separados los dos niveles de activi-
dad psíquica: uno inconsciente paleocortical y otro consciente neocortical. El segundo,
que el neocórtex homotípico consta de tres sistemas de memoria de nivel consciente:
afectivo, cognitivo y conativo. Y el tercero, que la información psíquica (consciente e in-
consciente) sólo puede mantenerse en dos planos o estados: 1) guardada, en el plano
subconsciente, y 2) en uso, en el plano de la actividad epiconsciente. Por lo tanto, una
vez que hemos estudiado los tres componentes de la conciencia en el plano subcons-
ciente, toca revisar los procesos neuropsíquicos subyacentes a la actividad epiconscien-
te.
En los capítulos que siguen explicaremos la actividad consciente en términos de la
activación, integración y uso de las clases de información psíquica consciente e incons-
ciente, previamente guardadas, en cada instante de la vida de una persona mientras está
despierta (Las formas de actividad epiconsciente que constituyen los ensueños, las vimos
en el Cuaderno 5). Notaremos al respecto que una vez reestructuradas las formas de
información psíquica inconsciente por la actividad psíquica consciente, dicha información
psíquica inconsciente y la del plano subconsciente de la conciencia están en condiciones
de activarse e integrarse en la actividad epiconsciente de la persona.
Tendremos cuidado en diferenciar, por un lado, dos planos de la actividad psíquica
personal, inconsciente y epiconsciente –que se refieren a la información en uso– y, por
otro, los dos niveles correspondientes a la información psíquica, inconsciente y conscien-
te, codificadas en el paleocórtex y el neocórtex, respectivamente. Lógicamente que así
como la información psíquica consciente está guardada en el plano subconsciente y en
uso en el plano epiconsciente, así también la información psíquica inconsciente puede
estar guardada o en uso; pero sólo en este segundo caso está activa e integrada dentro
de la actividad epiconsciente.
Aceptando por un instante un punto de vista dualista, diríamos que se necesita expli-
car en qué consiste el soporte funcional o neural de esta forma de actividad psíquica glo-
bal. Por supuesto que se puede explicar la actividad psíquica epiconsciente reduciéndola
a la actividad funcional de las redes neurales. Por ejemplo, al proponerse que las redes
corticales están interconectadas en serie y en paralelo, y que esta clase de interconexión
garantiza la divergencia y convergencia de las señales neurales, se supone que con esto
basta para explicar el procesamiento de la información (no definida) en el cerebro. Esta
es la propuesta del llamado conexionismo. La teoría conexionista intenta explicar los fe-
nómenos de la conducta en términos de redes conformadas por unidades de procesa-
miento de tipo neuronal simple. De estas redes dependería el procesamiento distribuido
en paralelo de la información; pero el problema del conexionismo es que ingenuamente
reduce la información psíquica a la información neural, y no distingue entre información
guardada en la memoria y la información en uso durante la llamada actividad mental.
Si bien algo hay de cierto en esta concepción, preferimos sustentar la idea de que las
redes neurales neocorticales tienen que estar organizadas en los cinco niveles informa-
cionales que se ha podido diferenciar respecto del sistema vivo, de la personalidad, del
sistema nervioso y del cerebro (Sección 1). Y así como hemos explicado la organización
de las redes neurales dentro de cada sistema de memoria unimodal y multimodal, así
también tenemos que explicar la organización de la red supramodal bihemisférica que
resulta de la integración de las distintas clases de información psíquica –no neural– de
los sistemas afectivo, cognitivo y conativo del plano subconsciente, y de información psí-
quica inconsciente afectiva y cognitiva, en los procesos de la percepción, la imaginación,
el pensamiento y la actuación del plano epiconsciente.
La actividad epiconsciente viene a ser, entonces, la actividad personal organizada
psíquicamente desde el nivel de la conciencia. La actividad epiconsciente es, en sí mis-
ma, resultado de la activación e integración de la información psíquica guardada en las
memorias neocortical y paleocortical del cerebro. También puede decirse que la actividad
personal es actividad epiconsciente desde el momento en que es organizada a base de
información psíquica consciente o neocortical.
Pero una abstraída la actividad epiconsciente del contexto de la actividad personal,
no hay duda que las únicas formas de actividad psíquica que podemos diferenciar en
este plano de la actividad personal son solamente imágenes y conceptos, los que se con-
vierten en perceptos y esquemas, respectivamente, durante la mayor parte del tiempo en
que la persona está despierta, y que en todo momento, son estas clases de actividad las
que organizan todo el conjunto de la actividad personal (del individuo social total).
Aunque la diferenciación de los dos planos de la actividad psíquica consciente –el
subconsciente y el epiconsciente– se puede explicar en términos de la actividad funcional
(neural), no podemos dejar de considerar que la actividad consciente tiene que ser expli-
cada también en términos de la información psíquica inconsciente, toda vez que ésta es
punto de partida de la actividad consciente, a la vez que es reestructurada cinéticamente
por esta misma actividad. Por tanto, mantener la diferencia de niveles, nos permite expli-
car la actividad consciente en términos del nivel inmediato inferior (así como el nivel infe-
rior fue explicado en términos del inmediato superior). Por todo esto, trataremos de expli-
car la actividad epiconsciente en términos de señales psíquicas, y no de señales neura-
les, aunque lógicamente las señales psíquicas, así como los datos psíquicos, pueden
explicarse como conjuntos organizados de señales o datos neurales. En síntesis, para
facilitar la explicación, piénsese en datos psíquicos cuando se trata de la información del
plano subconsciente, y en señales psíquicas cuando se trata del plano epiconsciente.
Desde un punto de vista estrictamente psicológico, sería relativamente más fácil ex-
plicar, por un lado, la imaginación y el pensamiento juntos en el mismo plano de la subje-
tividad, y por otro, la percepción y la actuación en el plano de la objetividad, respecto del
medio y de cualquier observador externo. Sin embargo, desde la perspectiva psiconeuro-
lógica, es más fácil y tal vez más comprensible la explicación de los procesos de la per-
cepción-imaginación separados de los del pensamiento-actuación, ya que así se com-
prende mejor su relación con uno y otro hemisferio cerebral, y cómo, dentro de la activi-
dad personal integrada, la imagen se convierte en percepto en los procesos de entrada, y
el concepto en esquema en los procesos de salida. Por otro lado, si tenemos en cuenta
como se codifica la información psíquica consciente en la memoria neocortical, es obvio
que los planos de la percepción y la imaginación corresponden al aspecto de las repre-
sentaciones de dicha memoria, y que los planos del pensamiento y la actuación corres-
ponden al aspecto de los procedimientos de la misma.
Sin embargo, en el desarrollo del tema hemos tenido que optar por la separación arti-
ficiosa de los cuatro planos. El estudiante tratará de integrarlos según más le convenga,
teniendo en cuenta las atingencias anteriores. Siguiendo este plan, en los cuatro capítu-
los siguientes, revisaremos críticamente los conceptos e hipótesis explicativas acerca de
estas cuatro formas de actividad epiconsciente. Es importante que se siga la línea de
razonamiento acerca de los conceptos de percepto, imagen, concepto y esquema, como
unidades de la actividad psíquica personal que claramente reflejan los aspectos estructu-
rales y de actividad del espaciotiempo, que tanto nos han servido para una explicación
del mundo y de los individuos. También haremos mención de las formas –generalmente
llamadas operaciones mentales– más importantes de la percepción, la imaginación, el
pensamiento y la actuación que se pueden aislar con fines de estudio clínico, tanto en el
campo psicológico como en el neurológico, tanto de personas adultas con alteraciones
psíquicas, funcionales, metabólicas o genéticas, como de niños con problemas en el
desarrollo formativo de su actividad consciente. Veremos cómo los conocimientos que se
han obtenido por la observación clínica de personas con lesiones cerebrales, especial-
mente por medio de las más modernas técnicas de estudio de la actividad cerebral, sir-
ven para sustentar explicaciones acerca de la integridad del soporte psiconeural de los
mencionados planos de la actividad epiconsciente.
Se trata de explicar cómo la información psíquica (consciente e inconsciente) de cada
componente cortical de la conciencia y la inconsciencia contribuye a la formación de las
imágenes y perceptos, y de los conceptos y esquemas que se procesan en los respecti-
vos planos de la actividad epiconsciente. Como consecuencia de estas explicaciones, se
pueden elaborar hipótesis acerca de cómo están estructuradas las redes neurales neo-
corticales de cada hemisferio cerebral del hombre. Tales hipótesis pueden explicar, a su
vez, la especialización hemisférica respecto de la actividad epiconsciente. Una explica-
ción de la codificación diferenciada de la información psíquica consciente en cada hemis-
ferio ya ha sido descrita y explicada en los capítulos respectivos de la sección 2. En el
capítulo 3.5, hacemos un resumen acerca de la diferenciación interhemisférica, a la luz
de la teoría de la actividad epiconsciente.
En el último capítulo, una vez que hemos estudiado los procesos neurales subyacen-
tes a la actividad epiconsciente –percepción, imaginación, pensamiento y actuación–,
explicaremos las formas que adopta la actividad epiconsciente integrada que en un mo-
mento dado organiza, a su vez, todo el conjunto de la actividad personal. Estas formas de
organización, deben diferenciarse de las de la actividad inconsciente del sueño y la vigilia
(Cuaderno 5) que, en lo esencial, dependen de la forma como se organiza la actividad
psíquica inconsciente a través de las redes neurales subcorticales más primitivas. Por el
contrario, las tres formas de organización de la actividad epiconsciente, que las hemos
diferenciado en ansiedad, atención y expectación, veremos que son determinadas esen-
cialmente en sentido sociocinético dentro de la actividad social en curso donde actúa la
persona, y que dependen de la integración supramodal de la información psíquica a tra-
vés de las redes neurales transcorticales –neocorticales y paleocorticales– del cerebro.
CAPÍTULO 3.1

EL PLANO DE LA PERCEPCIÓN

Conceptos clásicos sobre la percepción. La percepción como plano de la actividad


epiconsciente. Naturaleza del percepto. Formas de actividad perceptual. El soporte psi-
coneural de la percepción.

El concepto de percepción tiene una larga historia. Es imposible diferenciarle de los


conceptos de sensación, conocimiento, reconocimiento, y hasta de conciencia y el darse
cuenta. Definida en términos de la introspección, no era fácil referirla a los procesos de la
autoconciencia, por lo que se tuvo que introducir el concepto de apercepción. Para mu-
chos es simplemente la vía de entrada de las sensaciones, o la vía que nos permite dar-
nos cuenta de nuestras sensaciones. Nunca fue posible diferenciar claramente entre sen-
sación y percepción, excepto como formas de input o de entrada de información que se
distinguen por su grado de complejidad, o por el supuesto de que la percepto resulta de
la convergencia e integración de sensaciones elementales. Si bien esta forma de diferen-
ciar la percepción de la sensación de algún modo expresa los procesos reales que ocu-
rren entre la transducción sensorial y la aparición del percepto, una que se los reduce a
un procesamiento de señales neurales, la diferencia desaparece y la explicación espera-
da deviene en una explicación fisiológica que reduce ambos procesos al paso de señales
nerviosas a lo largo de vías que se pueden rastrear con las imágenes de la computadora
o con el registro de los potenciales evocados asociados a la cognición. No creemos que
este sea el camino o el mejor método para lograr una explicación útil de la verdadera na-
turaleza de la percepción.

3.1.1. Conceptos clásicos sobre la percepción


No llamará la atención si aseveramos que los conceptos de sensación y percepción
se usan como términos intercambiables en la psicología actual. En realidad, sólo se acen-
túa el aspecto de la mayor complejidad de la percepción sobre la sensación, en el sentido
de que la percepción resultaría sólo de una especie de síntesis de muchas sensaciones.
Además, según el planteamiento cognitivista, la percepción es un proceso dentro de la
cognición. Se le sitúa, en la mayoría de esquemas conceptuales, entre la sensación y la
memoria (a corto plazo), o entre la sensación y el pensamiento, como si fuera parte de
procesos que se suceden en serie, siguiendo una trayectoria, que bien sería la continua-
ción en la corteza cerebral de las vías sensoriales que ingresan a través de las áreas
receptivas primarias. Con tales concepciones es imposible dejar de atribuir una actividad
perceptual a los animales. Y así como se dice que una rata en un experimento es cons-
ciente, por decir que se da cuenta, también se dice sin ningún reparo que percibe su am-
biente, supuestamente como todo animal que siente.
La gran mayoría de los estudios sobre la percepción se han hecho pues en relación
con los de la sensibilidad. La razón es obvia; pero subsiste el problema de precisar de
qué naturaleza es esta relación. En la literatura neurocientífica (Kandel, Schwartz y Jes-
sell, 2000) y filosófica (Guttenplan, 1994) actuales, la relación es a la vez imprecisa, su-
perficial y en extremo general. Ya no volveremos a repetir aquí el por qué de estas limita-
ciones, pero el lector ahora comprenderá mejor por que todavía se dice que el gato o el
mono percibe o piensa, conscientemente, en vez de decir que siente o conoce natural-
mente de modo inconsciente.
En efecto, no es fácil definir la naturaleza de la percepción, especialmente dentro de
las teorías de la ciencia natural que ubican en el mismo plano al hombre y los primates, la
actividad inconsciente y la consciente, las sensaciones cognitivas y los conocimientos, el
plano subconsciente y el epiconsciente. La cuestión es que no es posible llegar a definir
la naturaleza de los procesos esenciales de la percepción partiendo de un punto de vista
puramente objetivo o a partir de las características objetivas de cierto comportamiento o
desempeño ante una tarea preestablecida. Esto no significa que un enfoque puramente
objetivo no alcance a delimitar el objeto. En realidad, esto es lo que se hace por sentido
común.
Podemos estar de acuerdo, en principio, con explicaciones que se deducen de la
simple observación cuotidiana, por ejemplo, que por medio de la percepción se adquieren
conocimientos, que algo tiene que ver con los sentidos, con los conceptos, las creencias,
la imaginación, las acciones; que la percepción implica la estimulación de los receptores
sensoriales, y que la sensación es producto de procesos de transducción sensorial de
estímulos físicos y químicos. Pero no podemos admitir que se diga que no toda percep-
ción compromete la conciencia, pues con esto sólo se quiere decir que uno puede perci-
bir sin darse cuenta; cuando lo cierto es que las personas perciben por la única razón de
que se dan cuenta de sí y del mundo por medio de su actividad consciente. Por supuesto
que cualquier animal se da cuenta, pero no podemos olvidar que se dan cuenta por me-
dio de la información que organiza su propia actividad individual; por eso se dan cuenta
por medio de su actividad genética, metabólica, funcional o psíquica inconsciente. Sólo el
hombre se da cuenta conscientemente, porque tiene una conciencia.
Como primera aproximación, empecemos recordando la idea de Thomas Reid, quien
sostiene que la sensación es un acto de la mente que no tiene un objeto distinto del obje-
to mismo, en tanto que la percepción implica una concepción o noción del objeto que se
percibe, además de la convicción de su existencia inmediata. Tendremos presente este
aspecto conativo que se menciona en esta definición. Sin embargo, en la psicología ac-
tual, la percepción se define como un proceso cognitivo, o como parte del proceso de la
cognición, sin precisar si es de naturaleza inconsciente o consciente.
J. J. Gibson también tiene razón en parte cuando dice que la percepción es una for-
ma de procesamiento de información, aunque su definición de información es la del sen-
tido común (puede entenderse que se refiere a la información social), y que la función de
los sentidos consiste en buscar información. Su posición coincide con la nuestra al suge-
rir, como lo haremos, que las personas aprenden nueva información social durante el
proceso de percibir; pero también al imaginar, pensar y actuar.
David Marr, basándose en la simulación del proceso perceptual en la computadora,
asume que los sentidos generan representaciones acerca del estímulo, y que sobre éstas
operan procesos computacionales centrales. Infortunadamente, además de que la defini-
ción se refiere a las sensaciones animales y humanas, tiene una clara base mecancista,
ya que presupone la existencia de mecanismos por los que algo o alguien efectúa dichas
operaciones.
Insistimos pues en que estos planteamientos tradicionales presuponen que la per-
cepción es un proceso cognitivo lineal, situado entre la sensación y el pensamiento o la
imaginación; es decir, en algún punto de la trayectoria que media entre las entradas sen-
soriales y las salidas motoras, y en un mismo nivel. No toman en cuenta el papel de la
afectividad y mucho menos de la motivación, y si lo hace, lo asume como si estuviera en
el plano inconsciente, suponiendo que es un simple mecanismo que por lo general per-
turba el proceso cognitivo en general, o el perceptual, en especial.
3.1.2. La percepción como plano de la actividad epiconsciente
Después de haber revisado los puntos de vista de la psicología cognitiva, estamos en
condiciones de afirmar que la percepción no es un hecho pasivo, a no ser que se la ubi-
que en el nivel de las sensaciones de nivel inconsciente. Por ejemplo, al formarse la ima-
gen cognitiva inconsciente que refleja los aspectos superficiales o aparentes del objeto o
situación, de inmediato queda incluida dentro de la imagen consciente del mismo, puesto
que si no fuera así, sería una alucinación. En tal caso, ya no se trata de discutir el pro-
blema de si se puede percibir lo que no se conoce, pues incluso si el objeto no es conoci-
do de antemano, para la persona de todos modos se trata de una percepción, ya que ella
es autoconsciente de su falta de conocimiento y tratará de obtenerlo. En la imaginación,
como veremos, está presente sólo la imagen consciente reproducida desde la memoria, y
si la persona no tiene capacidades eidéticas suficientes, seguramente que su imagen
será borrosa o carente de detalle.
Como quiera que dentro del sistema de la personalidad (Ortiz, 1994), la conciencia
con sus tres componentes en cada hemisferio cerebral y sus dos planos de actividad:
subconsciente y epiconsciente, ha sido definida en términos no ortodoxos, también se
hace necesario definir dentro de este modelo la naturaleza esencial de la percepción (así
como los de imaginación, pensamiento y actuación que veremos en los capítulos siguien-
tes).
En primer lugar, tenemos que superar la idea, sustentada tanto por la filosofía de la
mente como por la psicología natural (que consideran al hombre un animal), que la per-
cepción (como la imaginación) se produce dentro de un proceso cognitivo indiferenciado,
separado de los proceso afectivos. Pues así como hemos diferenciado entre las sensa-
ciones cognitivas (del nivel cognitivo-ejecutivo inconsciente) y los conocimientos (del nivel
cognitivo-productivo consciente), así también es necesario diferenciar entre la actividad
puramente cognitiva que resulta de la activación e integración intermodal de la informa-
ción dentro de los sistemas cognitivo-productivo y cognitivo-ejecutivo del cerebro, y la
actividad perceptual que resulta de la activación e integración en el plano epiconsciente
de diversas clases de información afectiva, cognitiva y conativa. Sin duda que H-L. Teu-
ber aludía a esta forma de actividad cuando dijo que la percepción no empieza en las
áreas posteriores sino en las anteriores del cerebro.
En segundo lugar, habiéndose sugerido que la solución al problema de la conciencia
está en la explicación de la interfaz que existe entre la cognición y la emoción, preferimos
mantener la idea de que una interfaz de este tipo existe sólo en los animales, aunque en
ellos en modo alguno es necesario suponer siquiera que existe algo como una concien-
cia. Muy por el contrario, hemos visto que la estructura de la conciencia comprende las
clases de información afectiva, cognitiva y conativa de base social, la que algún momento
se convierte en percepción (imaginación, pensamiento o actuación) por integración de
estas clases de información. Todo esto significa que la percepción no se genera sólo a
partir de sensaciones cognitivas, sino también afectivas; no sólo a partir de conocimien-
tos, sino también de sentimientos como de motivaciones.
Por último, debemos advertir que al parecer sólo los hombres hemos desarrollado la
capacidad de reflejar los aspectos espaciales y temporales de la realidad objetiva por
separado. Esto significa que la actividad perceptual (así como la imaginativa) son reflejo
de los aspectos espaciales de la realidad, los que se perciben (o imaginan) como: 1) es-
pacio personal –del cuerpo limitado por la superficie externa de la piel–; 2) espacio peri-
personal –el entorno local que está al alcance de las manos–, y 3) espacio telepersonal –
el espacio universal conocido por el hombre–. Por lo mismo, no será difícil diferenciar
entre el percepto del cuerpo, el percepto del espacio inmediato local, y el percepto del
espacio universal. Es pues lógico pensar que, así como los sentimientos, los conocimien-
tos y las motivaciones han sido guardados en la memoria neocortical tanto como informa-
ción psíquica que reflejan el aspecto espacial de los sucesos del mundo, es decir, el as-
pecto de su existencia en el espacio, o bien como información psíquica que refleja el as-
pecto temporal de los mismos, que es el aspecto de su esencia en el tiempo, así también,
decíamos, la actividad perceptual (junto a la imaginativa) refleja el aspecto espacial de los
mencionados tres ámbitos (El pensamiento y la actuación, se reflejarán, en sentido
opuesto, en los procesos de los mismos ámbitos que se dan en el tiempo).
Por tanto, la percepción es el plano de la actividad epiconsciente que se genera tanto
a partir de las sensaciones afectivas y cognitivas de las áreas receptivas primarias de
ambos hemisferios que reflejan la realidad actual del individuo (intraindividual o visceral, y
extraindividual o somática), como a partir de los aspectos espaciales de la información
psíquica consciente apropiada, codificada previamente en uno de los sistemas de memo-
ria neocortical, y tanto a base de las circunstancias del ambiente actual de la persona,
como de la información social correspondiente.
La actividad epiconsciente de la persona depende de la actividad integrada de todo el
cerebro, el sistema nervioso y el individuo total. Pero como la percepción es el aspecto
representacional de la actividad epiconsciente que refleja el aspecto estructural-espacial
de la realidad, puede deducirse que este plano de la actividad personal es una forma de
actividad holocerebral que se genera desde la memoria neocortical del hemisferio dere-
cho. Como veremos, hay la evidencia necesaria como para verificar esta conjetura.

3.1.3. Naturaleza del percepto


La unidad psíquica de la actividad perceptual es el percepto o imagen perceptual.
Dentro de los enfoques psicológicos, algunos autores definen la imagen psíquica co-
mo la duplicación de las estructuras de los objetos físicamente mensurables o de los pro-
cesos ambientales “aún no comprendidos como proceso neuronal.” En cambio, dicen, “un
percepto implica una respuesta a un objeto que continúa perteneciendo a la capacidad de
exploración de los órganos sensoriales, por lo menos durante un segundo” (Singer, en:
Wolman, 1979).
Pero, cuando se plantea las cosas de este modo, es imposible lograr una definición
de estas clases de actividad, pues se seguirá colocando en el mismo plano las dos clases
de información psíquica, sensaciones inconscientes y conocimientos conscientes, como
ya hemos señalado. En realidad, es muy distinto generar dentro de la actividad psíquica,
por un lado, 1) imágenes sensoriales de tipo inconsciente, que resultan de la integración
de las sensaciones cognitivas (y de las señales sensoriales somáticas) que reflejan la
apariencia física objetiva del ambiente exterior) y de las sensaciones afectivas (y de las
señales sensoriales viscerales) que reflejan las condiciones subjetivas, internas del cuer-
po), y por otro, 2) imágenes perceptuales de tipo consciente a partir de la integración de
las clases mencionadas de información psíquica inconsciente, y a base de la información
psíquica afectiva, cognitiva y conativa conscientes, de tipo social, que reflejan la estructu-
ra y los procesos internos que subyacen a los fenómenos de la naturaleza, de la sociedad
y de uno mismo.
Sabemos que esta clase de información es previamente adquirida y guardada en la
memoria de nivel consciente, que luego será confrontada con aquellas imágenes senso-
riales en el momento en que la actividad personal depende del ambiente o de la informa-
ción social inmediata, por ejemplo, al tratar de comprender la naturaleza de un objeto o la
lectura de un texto. Lo dicho implica la posibilidad de generar imágenes en el plano epi-
consciente formadas o elaboradas –moldeadas, moduladas, deformadas, modificadas–
por información afectiva, cognitiva y conativa de la conciencia. Lógicamente que la infor-
mación psíquica inconsciente, afectiva o cognitiva, también impone sus propias restric-
ciones en la construcción de la imagen perceptual al momento de reflejar los aspectos
aparentes del objeto o situación actual. Es evidente que una cosa es la imagen objetiva
de una planta de eucalipto para quien las mira todos los días sin preguntarse que es esta
planta por dentro, y la imagen perceptual de la misma planta para el botánico que conoce
la estructura celular y tisular, y el origen genético, de la misma planta.
Las imágenes de tipo inconsciente reflejan únicamente las características objetivas y
superficiales del objeto o del cuerpo, con sus dimensiones sensoriales que dependen de
la respectiva modalidad, somática o visceral. En cambio, los perceptos y las imágenes del
plano epiconsciente son representaciones de los aspectos del objeto que no se han podi-
do, no se pueden y seguramente no se podrán tocar, oír, ver, oler, saborear, sentir jamás.
Son imágenes generadas por información social; representaciones psíquicas elaboradas
y creadas por descripciones verbales, gráficos, símbolos. Por ejemplo, la imagen senso-
rial visual de tipo inconsciente de una persona refleja los aspectos físicos de contraste,
forma, tamaño, color, movimiento, olor, etc.; en cambio, la imagen de tipo consciente im-
plica conocimientos respecto de los tejidos subyacentes, las estructuras anatómicas cu-
biertas por la piel que uno nunca ha visto realmente, como también implica sentimientos
acerca de su belleza, y motivaciones o valoraciones acerca de ella, que se le atribuyen
cuando se lo recuerda o se le vuelve a ver. Así también es diferente la imagen incons-
ciente acerca del propio cuerpo que uno siente, de la imagen consciente acerca del mis-
mo cuando se sabe lo que significa, por ejemplo, estar enfermo o preparándose para una
competencia deportiva.
Los perceptos y las imágenes en el plano epiconsciente son, en realidad, la misma
clase de actividad psíquica, con la única diferencia de que en el percepto los atributos
son congruentes con el objeto o situación actual o presente. Por eso, cualquiera que fue-
se el ángulo de donde se mira una silla, la imagen perceptual de un instante resulta de la
integración de la imagen sensorial (inconsciente) con la imagen de tipo consciente pre-
viamente elaborada y guardada que en ese momento se genera desde la memoria.
En otras palabras, si se diferencia bien entre el plano subconsciente de la información
guardada, por un lado, y el plano epiconsciente de la información en uso, por otro, es fácil
deducir que el percepto se forma por la integración de las imágenes sensoriales (cenes-
tésicas, olfativas, gustativas, interoceptivas, icónicas, ecoicas, tactiles) y los sentimientos,
conocimientos y motivaciones que se recuperan, reconstruyen o recuerdan en un mo-
mento dado y que se incluyen mutuamente.
En el plano de la percepción, el percepto, en ciertas circunstancias, es la estructura
que resulta de la integración de conocimientos, sentimientos y motivaciones ante la pre-
sencia de una situación u objeto en un momento dado. En otras circunstancias, es una
forma de actividad psíquica epiconsciente que resulta de la integración de los aspectos
estructurales de la información afectiva o cognitiva inconsciente en relación con los as-
pectos espaciales de la realidad actual, personal, peripersonal o telepersonal. De allí que
la percepción de otra persona, un paisaje, un objeto, etc. no es neutra ni fría: incluye los
sentimientos y los valores respectivos que cada quien adscribe al objeto que algo signifi-
ca para sí. De allí también el sesgo que imprime el científico a sus imágenes de la reali-
dad que estudia o explica.

3.1.4. Formas de actividad perceptual


Tanto en la práctica clínica como en la investigación experimental es importante deli-
mitar qué aspectos de los procesos de la percepción (así como de la imaginación, el pen-
samiento o la actuación) que se deben observar, describir, analizar, explicar y, en algún
caso tratar, restituir o recuperar. Es usual hablar en estos casos de operaciones menta-
les, dándose a entender que según la tarea impuesta, la persona tiene que efectuar las
operaciones más apropiadas para resolverla. La delimitación de estas operaciones ha
sido fundamental para explicar los procesos subyacentes a la percepción (así como res-
pecto de la imaginación, el pensamiento y la actuación).
Con tal finalidad, hay que recordar que por cada tarea, y la respectiva operación per-
ceptual, la actividad perceptual incluye una secuencia de fases o procesos elementales
más o menos definidos, como son: la detección, la discriminación, la gradación, la locali-
zación, el reconocimiento, la comprensión, la descripción, la clasificación y la designación
de la situación, el objeto, el aspecto de un objeto, o el estímulo percibido.
Las operaciones en sí, se estudian imponiendo tareas para cada una de las modali-
dades perceptuales por separado. Así, se exploran las modalidades visual, auditiva y
háptica. Las modalidades correspondientes al sistema afectivo se exploran con mucho
menor frecuencia, aunque a veces se requiere un estudio de las modalidades del dolor, el
olfato y el gusto.

3.1.5. El soporte psiconeural de la percepción


El procesamiento de las imágenes perceptuales en el plano de la percepción tiene
que explicarse en términos psicológicos, es decir, en términos de la información psíquica
–inconsciente y consciente– que subyacen al plano epiconsciente. Sin embargo, no se
puede dejar de aludir a los procesos de integración de las redes neurales del cerebro que
subyacen a estos procesos psíquicos.
Un caso extremo de esta necesidad, ha sido la de apelar a las observaciones hechas
en animales para insinuar cómo funciona el cerebro de una persona que percibe un estí-
mulo. Sin duda que el parecido fenoménico, objetivo, ha justificado en parte esta táctica
de la investigación, y es posible que tengan alguna importancia las hipótesis sustentadas
a base de estos experimentos. La razón es que tales observaciones son resultado de
experimentos donde el hombre introduce cambios en la actividad cerebral de un animal.
Mejor dicho, no es que el animal perciba como el hombre por su propia naturaleza y de-
terminación, sino porque el hombre hace que el animal trate de percibir tal como él lo
haría dadas las mismas condiciones. Justamente para ello se escoge el animal que epi-
genéticamente ya esté dispuesto para realizar lo que el experimentador esperaría de otra
persona.
Es pues importante recordar los viejos experimentos hechos en monos especialmente
por Pribram (Werner, 1974), en los que primero se adiestra al animal en la ejecución de
diversas tareas humanas para observar su desempeño después que los somete a la
ablación de una parte de su corteza cerebral, generalmente un lóbulo, temporal, parietal o
frontal. Es bien conocida la observación de que los monos una vez que se les ha extirpa-
do los lóbulos parietales muestran una marcada reducción de su actividad de búsqueda
visual, esto es, escogen muy pocos objetos por una recompensa, y en situaciones donde
tiene ante sí una variedad de estímulos entre los cuales tiene que escoger uno de ellos
de acuerdo a las condiciones de la tarea, el animal sin corteza parietal falla totalmente;
aunque el animal todavía puede coger un pequeño objeto en el aire, al vuelo, en una ac-
ción del tipo se ejecuta o no se ejecuta.
Los animales con los lóbulos frontales extirpados tienen un desempeño diferente. Ya
hemos mencionado (capítulo 2.3) que en los experimentos de Jakobsen, el mono lobec-
tomizado frontal muestra una reducción de su capacidad para recordar la ubicación del
estímulo. Por su parte, el mono sometido a lobectomía temporal parece que ha perdido la
capacidad para notar las diferencias de forma que hay entre los objetos-estímulo que
debe escoger (Ruch y Patton, 1979).
La situación del mono con lobectomía parietal, ha sido interpretada en el sentido de
que la corteza de asociación posterior contiene los mecanismos que facilitan al sujeto
tratar con situaciones complejas, aquellas donde se requiere de la selección de una ope-
ración para responder a varias alternativas. Sucede como si un conjunto de circunstan-
cias del ambiente tuvieran que ser divididas en unidades mutuamente exclusivas, y una
de éstas tuviera que ser seleccionada como la condición relevante, o la imagen que se
abstrae del conjunto de la realidad inmediata, a propósito de la cual se tiene que elegir un
plan que organice la secuencia de acciones a realizar. Se ha dicho, al respecto, que el
fracaso del mono lobectomizado parietal para seleccionar la estrategia más apropiada
para la ejecución de la tarea, es equivalente a la incapacidad de una persona para asig-
nar un “significado” a un estímulo de acuerdo a su propia experiencia.
Sin embargo, debe quedar perfectamente esclarecido el hecho de que si bien los
mamíferos tienen representaciones psíquicas de su ambiente local, dichas representa-
ciones cognitivas sólo reflejan los aspectos inmediatos y aparentes de dicho ambiente:
los animales no tienen la menor posibilidad de intuir, deducir o conocer los procesos que
determinan o subyacen a dichos aspectos superficiales de su ambiente, puesto que tal
información, por lo demás codificada en el lenguaje, solo ha sido creada por generacio-
nes de hombres y así nos la han legado. En términos simples, uno puede percibir un
avión porque tiene información social acerca de él, así nunca haya visto cómo es por
dentro, cómo funciona, o nunca haya estado dentro de él.
La explicación anatómica y fisiológica del proceso perceptual en sí, requiere pues de
la investigación en personas. Para ello son útiles los procedimientos electrofisiológicos,
como el estudio de los potenciales evocados, o por imágenes, como las obtenidas por
emisión de positrones (PET-scan) o por resonancia magnética nuclear funcional (RMNf).
Una de los objetivos de la investigación ha sido la de precisar en qué parte del cerebro se
produce la percepción, esto es, la delimitación del locus o lugar del cerebro donde se
forman las imágenes de la percepción (y de la imaginación). La cuestión es cómo y don-
de se ubican las imágenes, o qué espacio del cerebro ocupan estas imágenes. Por su-
puesto que nadie duda que las imágenes del espacio que percibimos (o imaginamos)
están en el cerebro. Quisiéramos saber si son imágenes que se forman en lugares dife-
rentes del cerebro, si ocupan parte o toda la extensión de los hemisferios o de uno de
ellos.
Por medio de imágenes de PET-scan y de RMNf se ha comprobado que la visión de
un objeto simple aumenta la actividad metabólica de la red occipital de las áreas visuales,
pero si la figura es más compleja, el área activada es más amplia y se extiende a las
áreas vecinas. Podemos pues visualizar por medio de imágenes tomográficas aquellas
áreas neocorticales activas durante los procesos de la percepción, es decir, nos muestran
qué áreas intervienen en el procesamiento de las señales psíquicas que en un momento
dado participan en la elaboración de la imagen perceptual. En términos generales, las
imágenes obtenidas por estos procedimientos técnicos no añaden gran cosa a lo que se
sabíamos. Simplemente confirman que las imágenes perceptuales, especialmente las de
las modalidades cognitivas que han sido las únicas bien estudiadas, se generan en las
redes corticales respectivas que subyacen a las sensaciones del nivel inconsciente, por
activación secundaria a la respectiva presentación del objeto o situación estímulo.
Pero, por otro lado, de nuestra definición de la actividad epiconsciente, se deduce
que el plano de la percepción es la actividad de todo el cerebro. La explicación que nece-
sitamos no es, por lo tanto, que área sensorial se activa en un momento dado, sino como
participa cada área cortical, o mejor, cada uno de los seis sistemas de memoria neocorti-
cal, en cada fase o momento del proceso perceptual. Más aún, es necesario saber de
qué modo interviene cada tipo de información en un momento dado de la percepción.
Lógicamente que esta será, en primer lugar, una explicación psicológica, y sólo en se-
gundo lugar, neurofisiológica o neuroquímica.
Es importante destacar que, al respecto, por ahora no se dispone de otro método que
el de interpretar las observaciones hechas en pacientes con lesiones localizadas en zo-
nas restringidas de la corteza cerebral. En principio, la percepción (así como la imagina-
ción, el pensamiento y la actuación) de una persona con una lesión localizada en alguna
parte de la corteza cerebral, es el resultado de la actividad psíquica de todo el cerebro
con la sola ausencia de la información que estuvo codificada en la red lesionada o que se
integraba por medio de una red que ahora está lesionada. Así, por ejemplo, la actividad
perceptual de una persona con una lesión cortical del hemisferio derecho es resultado de
la actividad integrada de las partes del tejido cerebral que queda sano, menos la informa-
ción de la zona de este hemisferio que se encuentra destruida o es imposible de usar.
Se ha podido demostrar que las lesiones de cada unidad psíquica del neocórtex de
uno u otro hemisferio producen desórdenes igualmente psíquicos con características es-
peciales que expresan la forma como dicha área contribuye al procesamiento perceptual
(así como de la imaginación, el pensamiento o la actuación). Se ha podido observar, por
ejemplo, que los pacientes con lesiones parietales derechas generan hemiimágenes que
representan sólo la mitad derecha del campo visual, que indiscutiblemente son producto
de la actividad del hemisferio izquierdo. Esta situación no ocurre cuando se lesiona el
área parietal izquierda, y claramente indica que la percepción de todo el espacio objetivo
(en ambas mitades, derecha e izquierda, del campo visual) depende del hemisferio dere-
cho.
En este sentido, es importante la asociación del fenómeno de negligencia izquierda
con la anafectividad y la apatía que se producen por lesiones del mismo hemisferio dere-
cho. Aunque muchos de estos desórdenes psíquicos también se deben a lesiones tempo-
rales, parietales o frontales bilaterales, llama la atención que se produzcan por efecto de
lesiones unilaterales predominantemente de dicho hemisferio. Así sucede con la
desorientación topográfica, la agnosia simultánea, la apraxia constructiva, la prosopagno-
sia, la amnesia para hechos que en la mayoría de las veces se producen por lesiones del
hemisferio derecho.
Al respecto, ya hicimos notar la advertencia de Teuber (1964), quien después de es-
tudiar pacientes con lesiones prefrontales sentenció que el proceso perceptual no empie-
za en las áreas receptivas posteriores, sino en las áreas prefrontales, pues suponía, con
toda razón, que esta parte del neocórtex genera respuestas corolarias por las que uno
anticipa la percepción del estímulo. Aunque este asunto ya lo discutimos al referirnos a la
actividad conativo-volitiva de las áreas dorsolaterales de los lóbulos frontales, ahora de-
bemos señalar que, en realidad, estas áreas no tienen la función de originar respuestas
corolarias de tipo funcional, sino que es la información conativa que almacenan la que
organiza la actividad epiconsciente en la forma de expectación. Esto significa, además,
que los motivos que adoptan la forma de convicciones, valores, intereses, objetivos, etc.
son los que en principio determinan qué estímulos, o qué aspecto del estímulo, ha de
procesarse preferentemente y no otro; qué perceptos deben estructurarse y para qué
deben emplearse. Es decir, es posible que esta clase de información sea la que determi-
na qué estímulo es importante procesar en un momento dado o qué clase de estímulos
son preferentemente procesados por una persona como parte de sus propias estrategias
y de sus tendencias a base de las cuales organiza su propia historia.
CAPÍTULO 3.2

PROCESOS DE LA IMAGINACIÓN

Naturaleza de la imaginación. La imaginación como plano de la actividad epicons-


ciente. Naturaleza de las imágenes. Formas de actividad imaginativa. El soporte psico-
neural de la imaginación.

En este capítulo explicaremos los procesos de la imaginación como forma de activi-


dad holocerebral que se genera a partir de la información psíquica consciente (del plano
subconsciente) y la información psíquica inconsciente que se integran a partir de la acti-
vidad psíquica del hemisferio derecho.

3.2.1. Conceptos clásicos sobre la imaginación


Llama la atención que en algunos textos de psicología, sobre todo de corte experi-
mental, la palabra imaginación ni siquiera aparece en el índice de la obra (tal el libro de
Wright, Taylor y otros, 1970). En otro texto la palabra imaginación sólo aparece en la fra-
se siguiente: “La memoria, (…) es la facultad del poeta, porque la imaginación en sí mis-
ma es un ejercicio de la memoria” (Cohen, 1966). Más recientemente, sin mencionar por
lo menos la posibilidad de que exista una forma de actividad psíquica que pueda llamarse
imaginación, se dice que “las imágenes mentales son representaciones en la mente que
se semejan al objeto o evento que se está representando” (Feldman, 1998).
Dentro de un enfoque más bien psicofisiológico (Hebb, 1966), se tiende a negar pri-
mero la existencia de la imaginería, bajo el pretexto de que no se tiene evidencia objetiva
del fenómeno, tal como sucede con la percepción. Se supone que la posibilidad de que el
sujeto mienta, es suficiente para buscar evidencias incontrovertibles, como es el caso del
miembro fantasma, de las post-imágenes negativas, de las imágenes mnésicas de per-
sonas con memoria fotográfica. Se deduce de estas observaciones, que la imaginería y
las alucinaciones pueden definirse como la ocurrencia de procesos perceptuales en au-
sencia de la estimulación que normalmente da origen a la percepción. Según esta ver-
sión, la imaginería ocurre cuando es obvio para el sujeto (cursiva en el original) que él no
está percibiendo un evento real.
Dentro de otros enfoques psicológicos, se define lo imaginario como “una caracterís-
tica del repertorio conductual del hombre”, y la imagen como la duplicación de las estruc-
turas de los objetos físicamente mensurables o de los procesos ambientales “aún no
comprendidos como proceso neuronal” (Singer, en: Wolman, 1979).
Otros (por ejemplo, Smirnov y col., 1960) señalan que la imaginación es una actividad
psíquica específica que consiste en la creación de imágenes nuevas; que es una forma
de reflexión de los objetos que ha surgido y se ha desarrollado dentro del proceso del
trabajo social del hombre, cuyo punto de partida es siempre la realidad objetiva. Esta de-
limitación de la imaginación establece con claridad la naturaleza social de este proceso
psíquico. Sin duda que es un avance en la comprensión de la actividad consciente que
merece un mayor desarrollo. Pero no podemos quedarnos en el aislamiento mecanicista
de una imaginación que se refiere sólo a lo nuevo, al acto de crear. Pues tan imaginativa
como creativa es la actividad consciente de la madre que se anticipa a la pregunta cuoti-
diana de ¿qué cocinaré hoy?, como la de cualquier persona que busca un objeto que ha
perdido, o de aquella que se desplaza por una senda o una vía que le conduce “de me-
moria” a su casa o imagina dónde está su dormitorio. Diríamos que para el cerebro, igual
le da imaginar dónde dejé mi pañuelo que crear una novísima melodía que no coincide
con ninguna otra inventada.

3.2.2. La imaginación como un plano de la actividad epiconsciente


A diferencia de la percepción, en la imaginación sólo se reconstruye desde la memo-
ria la imagen consciente de la realidad, y si la persona no tiene capacidades eidéticas
suficientes, seguramente que su imagen será borrosa o carente de detalle.
Así como hemos diferenciado entre las sensaciones cognitivas (del nivel cognitivo-
ejecutivo inconsciente) y los conocimientos (del nivel cognitivo-productivo consciente), así
también se tiene que diferenciar entre la actividad imaginativa puramente cognitiva y la
actividad imaginativa integrada del plano epiconsciente, con sus aspectos afectivos y de
valor del mismo plano de la conciencia.
Sabemos, además, que los sentimientos, los conocimientos y las motivaciones, por
su propia naturaleza, tienen un aspecto estructural y un aspecto de actividad, es decir
que adoptan las formas de afecto o de emoción, de cognición o de producción, de cona-
ción o de volición, respectivamente. Por lo tanto, una vez integradas estas formas de in-
formación en el plano epiconsciente, obtendremos imágenes y/o conceptos como formas
de actividad psíquica del mayor nivel de elaboración de la actividad consciente o de la
actividad personal consciente.
Ya dijimos que disponemos de toda la evidencia que nos permite asegurar que sólo
los hombres hemos desarrollado la capacidad de reflejar los aspectos espaciales y tem-
porales de la realidad objetiva que se codifican por separado. Esto significa que, así co-
mo la actividad perceptual, también la imaginativa refleja los espacios personal, periper-
sonal y telepersonal. Por lo mismo, habrá que diferenciar entre la imagen del cuerpo, la
imagen del espacio inmediato local, y la imagen del espacio universal. Estas representa-
ciones imaginativas resultan pues de la reconstrucción de los conocimientos que reflejan
el aspecto espacial de los sucesos del mundo, así como los conceptos reflejan el aspecto
temporal de los mismos, es decir, de su desarrollo en el tiempo.
Por consiguiente, definimos la imaginación como el plano de la actividad epiconscien-
te en que se procesan las imágenes de tipo consciente que resultan de la activación e
integración de diversas clases de información codificadas en el plano subconsciente des-
de el hemisferio derecho.

3.2.3. Naturaleza de las imágenes


Se supone que las imágenes que se crean en el proceso de la imaginación implican
una suerte de dibujo (picturing) que se forma en el cerebro y que el cuadro resultante se
puede ver con los ojos de la mente. También se ha dicho que la imagen es a la imagina-
ción lo que la sensación es la percepción.
En la actualidad disponemos de tres teorías acerca de la naturaleza de la imagen. Tal
vez la más fácil de comprender es la de Kosslyn, ya que coincide con la introspección de
los clásicos y el sentido común. Sugiere que la imagen es un análogo del estímulo: es
una especie de cuadro o copia que se parece al objeto; en todo caso, la imagen tiene las
características del objeto real. Respecto de su naturaleza intrínseca, Kosslyn supone que
se trata de imágenes funcionales. Así, una imagen visual es resultado de la actividad ner-
viosa, cuyo medio (o pantalla) es una memoria buffer o memoria intermedia visual que
comparte las mismas redes neurales con la imagen perceptual. Por tanto, habría proce-
sos por los que dichas imágenes se generan, inspeccionan y transforman.
Según la teoría descripcionista de Pylyshyn, las imágenes son como proposiciones,
es decir, son representaciones que tienen la forma de descripciones lingüísticas comple-
jas, que se dan en un código neural del tipo del lenguaje. Estas descripciones incluyen
una representación de las relaciones espaciales y de las propiedades del objeto. Se trata-
ría de un lenguaje interior inconsciente que puede traducirse en el lenguaje hablado.
Marr propone que las imágenes son bosquejos (sketches), con lo cual quiere decir
que al modelo de Kosslyn hay que añadir símbolos para los rasgos o para cualquier pun-
to del estímulo real (por ejemplo para la profundidad, bordes, orientación de cada punto
del objeto). Los símbolos reemplazan a las actividad neural de Kosslyn, lo cual se ha
considerado como un real avance, pues se supone que los símbolos se refieren a la in-
formación respecto de los elementos constitutivos del mundo real que en un momento
dado se reproducen e integran en una imagen mental.
Las objeciones que se hacen a las teorías del dibujo (picturing) mental parten del
principio de que estas imágenes no se ven realmente; son teorías que no explican la in-
determinación de muchas imágenes y no tienen la evidencia necesaria que las sustente.
Por nuestra parte, podemos decir que las imágenes son estructuras psíquicas y por lo
tanto no tienen por que tener dimensiones físicas; son estructuras generadas por integra-
ción de información previamente almacenada, y la evidencia acerca de su naturaleza
objetiva tiene que ser necesariamente introspectiva. Esto significa que cualquier teoría
tiene que referirse a las formas de imagen que cada persona genera, y por tanto, tienen
que ser simplemente peculiares, es decir, personales.
Algo muy distinto es explicar en qué consisten los procesos esenciales que determi-
nan la formación de las imágenes, cualquiera que sea el carácter que adopta en cada
persona, inclusive en cada investigador. Además, no es que la introspección tenga una
utilidad cada vez menor de la que se supone, sino que dicha utilidad depende de la con-
cepción del mundo y del hombre que cada investigador tenga previamente en mente; es
decir, de la clase de información social que cada persona dispone en su conciencia, co-
mo también de la configuración que dicha información adopta dentro de ésta. En un ex-
tremo, habrá personas que imaginan con imágenes eidéticas; en otro, personas que ge-
neran sólo descripciones casi verbales del mundo y las cosas. Posiblemente Kosslyn esté
más cerca de aquellas que imaginan tan bien como los artistas, mientras que Marr está
más cerca de aquellas que sólo pueden pensar, como los matemáticos.
Es evidente que algunas de estas definiciones de algún modo expresan la diferencia
abismal que hay entre las dos clases de información cognitiva que ya hemos señalado:
entre las sensaciones cognitivas que generan imágenes sensoriales y los conocimientos
que generan imágenes conscientes. Hemos visto cuán diferente es 1) generar imágenes
de tipo inconsciente a partir de las sensaciones cognitivas y afectivas que reflejan el
cuerpo y el mundo exterior, y 2) generar imágenes de tipo consciente a partir de los co-
nocimientos de base social acerca de la estructura y los procesos internos que subyacen
a los fenómenos del universo, la sociedad y uno mismo. Lo dicho implica la posibilidad de
generar imágenes en el plano epiconsciente a partir de la activación e integración de la
información afectiva, cognitiva y conativa del nivel consciente.
Hemos dicho que las imágenes sensoriales de tipo inconsciente reflejan únicamente
las características objetivas y superficiales del objeto, cuyas dimensiones dependen de la
respectiva modalidad sensorial. Insistimos en que las imágenes de tipo consciente son
representaciones de los aspectos del objeto que no se han podido, no se pueden y segu-
ramente no se podrán sentir jamás. También dijimos que son imágenes generadas por
información social; representaciones psíquicas elaboradas y creadas por descripciones
verbales, gráficos, símbolos.
Existen pues una clara diferencia entre una imagen consciente y una imagen senso-
rial. Más aún, en un animal sin información neocortical de tipo consciente, es imposible
que surjan imágenes en ausencia del estímulo. En el plano de la imaginación, la imagen
es pues una estructura que resulta de la integración de conocimientos, sentimientos y
motivaciones. O lo que es lo mismo, las imágenes son formas de actividad psíquica de
plano epiconsciente que resultan de la integración de los aspectos estructurales de la
información afectiva, cognitiva y conativa que están en relación con los aspectos espacia-
les de la realidad.
Durante la imaginación, en que no está presente el estímulo, por simple lógica la
imagen es sólo una reproducción de los datos de la memoria consciente e inconsciente.
En ambos casos, las imágenes cognitivas pueden ampliarse o reducirse, deformarse o
reformarse, modificarse o cambiarse por las distintas clases de información afectiva y
conativa que también se activan y se integran dentro de la misma imaginación.

3.2.4. Formas de actividad imaginativa


Las operaciones, tareas o formas de actividad imaginativa son la elaboración de: el
recuerdo de información episódica, la imagen corporal, la orientación espacial, la concre-
tización, la imaginativa, la solución de problemas concretos y la creatividad.

3.2.5. El soporte psiconeural de la percepción y la imaginación


El procesamiento de las imágenes en los planos de la actividad perceptual y la imagi-
nación tiene que explicarse en términos psicológicos, es decir, en términos de la informa-
ción psíquica –inconsciente y consciente– que subyacen al plano epiconsciente. Sin em-
bargo, no se puede dejar de aludir a los procesos funcionales o neurales que subyacen, a
su vez, a los psíquicos.
Un caso extremo de esta necesidad, ha sido la de apelar a las observaciones hechas
en animales para sugerir cómo funciona el cerebro humano cuando percibe sobre todo.
Sin duda que el parecido fenoménico, objetivo, ha justificado en parte esta táctica de la
investigación, y es posible que algo de verdad haya en las hipótesis sustentadas a base
de experimentos en animales. La razón es que tales observaciones son resultado de ex-
perimentos donde el hombre introduce cambios en la actividad cerebral de un animal.
Mejor dicho, no es que el animal perciba como el hombre por su propia naturaleza, sino
porque el hombre hace que el animal perciba como él lo haría dadas las mismas condi-
ciones. Justamente para ello se escoge el animal que epigenéticamente ya esté dispues-
to para realizar lo que el experimentador esperaría de otra persona.
Es pues importante recordar los viejos experimentos hechos en monos especialmente
por Pribram (Werner, 1974), en los que primero se adiestra al animal en la ejecución de
diversas tareas humanas para observar su desempeño después que someterlos a la
ablación de una parte de su corteza cerebral, generalmente un lóbulo, temporal, parietal o
frontal. Es bien conocida la observación de que los monos una vez que se les ha extirpa-
do los lóbulos parietales muestran una marcada reducción de su actividad de búsqueda
visual, esto es, escogen muy pocos objetos por una recompensa, y aunque todavía pue-
den coger un pequeño objeto en el aire, al vuelo, que es una acción que se ejecuta o no
se ejecuta, en situaciones donde el animal tiene ante sí una variedad de estímulos entre
los cuales tiene que escoger uno de ellos de acuerdo a las condiciones de la tarea, el
animal sin corteza parietal falla totalmente.
La situación anterior ha sido interpretada en el sentido de que la corteza de asocia-
ción posterior contiene los mecanismos que facilitan al sujeto tratar con situaciones com-
plejas, aquellas donde se requiere la selección de una operación para responder a varias
alternativas. Sucede como si un conjunto de circunstancias del ambiente tuvieran que ser
divididas en unidades mutuamente exclusivas, y una de estas clases tuviera que ser se-
leccionada como la condición relevante (la imagen), a propósito de la cual se tiene que
adaptar un plan que organice la secuencia de acciones a realizar. También se ha dicho
que el fracaso del mono lobectomizado parietal para seleccionar la estrategia más apro-
piada para la ejecución de la tarea, es equivalente a la incapacidad de una persona para
asignar un “significado” a un estímulo de acuerdo a su propia experiencia.
Los animales con los lóbulos frontales extirpados tienen un desempeño diferente. Ya
hemos mencionado (capítulo 2.3) que en los experimentos de Jakobsen, el mono lobec-
tomizado frontal muestra una reducción de su capacidad para recordar la ubicación del
estímulo. Por su parte, el mono sometido a lobectomía temporal parece que ha perdido la
capacidad para notar las diferencias de forma de los objetos-estímulo entre los que debe
escoger (Ruch, 1979).
Otro aspecto de la explicación anatómica y fisiológica de los procesos que estudia-
mos es el del locus o lugar del cerebro donde se forman las imágenes perceptuales y de
la imaginación. La cuestión es cómo y donde estarían ubicadas las imágenes, o qué es-
pacio del cerebro ocupan estas imágenes. Sabemos que las imágenes del espacio que
percibimos o imaginamos están en el cerebro. Quisiéramos saber si son imágenes que se
forman en lugares diferentes del cerebro, si ocupan parte o toda la extensión de los he-
misferios o de uno de ellos. Un jugador de ajedrez puede anticipar las imágenes acerca
de la distribución espacial de las fichas en el tablero en un número que varía de acuerdo
a sus capacidades, siempre y cuando las fichas estén ordenadas en el tablero como par-
te de jugadas previas, y no al azar. Hay por lo tanto una organización de las imágenes,
primero a partir de la realidad objeto; luego a base de información disponible y configura-
da previamente. Las imágenes abstractas del tablero de ajedrez de un ajedrecista, las
imágenes que tenemos de la distribución de las ciudades de nuestro país a pesar de que
no las hemos visitado jamás, así como las imágenes más concretas de la ruta que debe-
mos tomar para llegar a un lugar que ya conocemos, igual que la distribución de sus en-
seres, o de cómo quedarán dispuestos los alimentos en la mesa para un ama de casa,
son imágenes mucho más complejas que la simple representación psíquica de un objeto
después de haberlo contemplado por un momento. En todo caso, prácticamente todas las
imágenes de situaciones que las personas experimentan en su vida rutinariamente, por
más simples que parezcan no son como las imágenes fuera de contexto que debe repro-
ducir un sujeto en un experimento especialmente diseñado. Pero todas ellas requieren de
una misma explicación; inclusive las imágenes que son creación exclusiva de un artista.
Los objetos mentales de Changeux (1985), así como la extensión espacial de las
imágenes que rotan de Kosslyn, efectivamente tienen que ocupar un espaciotiempo en la
red neocortical del cerebro. Cuando una persona se imagina un objeto como si estuviera
dibujada en la pantalla real que tiene al frente, las imágenes proyectadas en el mismo
espacio por el experimentador requieren de una mayor iluminación para ser detectadas
que cuando éstas se proyectan sobre la pantalla “en blanco”. Esta observación, además
de que nos muestra la posibilidad de ver la extensión de la imagen en el cerebro, implica
que la imagen perceptual y la imagen de la memoria dependen de la activación de los
mismos datos de la memoria neocortical del cerebro.
Así, por ejemplo, la visión de un objeto simple aumenta la actividad metabólica de la
red occipital de las áreas visuales, y si la figura es más compleja, más amplia es el área
activada. Sin embargo, cuando la persona imagina estar dirigiendo un coche en una ca-
rretera, hemos visto que se activan ambas áreas parietales. Y cuando una persona ha
logrado elegir una respuesta a un estímulo, la red activada es la de la corteza dorsolateral
del lóbulo frontal. Podemos pues visualizar por medio de imágenes tomográficas aquellas
áreas neocorticales activas durante los procesos de la percepción o la imaginación, es
decir, nos muestran qué áreas intervienen en el procesamiento de las señales psíquicas
que en un momento dado participan en la elaboración de las imágenes.
Es importante destacar que esta es justamente la conclusión que ya se había podido
obtener después de observar los efectos de lesiones localizadas en zonas restringidas de
la corteza cerebral en pacientes estudiados clínicamente desde el siglo pasado. En prin-
cipio, se sabe que la percepción y la imaginación (así como el pensamiento y la actua-
ción) de una persona con una lesión localizada en alguna parte de la corteza cerebral, es
el resultado de la actividad psíquica de todo el cerebro con la sola ausencia de la infor-
mación que estuvo codificada en la red lesionada o que se integraba por medio de una
red que ahora está lesionada. Así, la actividad perceptual y/o imaginativa de personas
con lesiones corticales del hemisferio derecho es la actividad de las partes del tejido ce-
rebral sano, menos la información de la zona de este hemisferio que se encuentra lesio-
nada.
Es pues importante que se haya podido demostrar que las lesiones de cada unidad
neocortical en uno u otro hemisferio produce desórdenes psíquicos con características
especiales que expresan la forma como dicha área contribuye al procesamiento percep-
tual y de la imaginación (así como del pensamiento y la actuación). Se ha podido obser-
var, por ejemplo, que los pacientes con lesiones parietales derechas generan hemiimá-
genes que representan sólo la mitad derecha de un determinado espacio que son produc-
to de la actividad del hemisferio izquierdo. Esto claramente indica que la representación
imaginativa de todo el espacio objetivo (de los dos hemiespacios, derecho e izquierdo)
depende del hemisferio derecho.
Es igualmente importante la asociación del fenómeno de negligencia izquierda con la
anafectividad y la apatía que se producen por lesiones del mismo hemisferio derecho.
Aunque muchos de estos desórdenes psíquicos también se deben a lesiones temporales,
parietales o frontales bilaterales, llama la atención que se produzcan por efecto de lesio-
nes unilaterales del hemisferio derecho. Así sucede con la desorientación topográfica, la
agnosia simultánea, la apraxia constructiva, la prosopagnosia, la amnesia para hechos
que en algunos pacientes se producen por lesiones del hemisferio derecho.
Es pues interesante la advertencia de Teuber (1964), quien después de estudiar pa-
cientes con lesiones prefrontales sentenció que el proceso perceptual no empieza en las
áreas receptivas posteriores, sino en las áreas prefrontales, pues suponía que éstas ge-
neran respuestas corolarias por las que uno anticipa la percepción del estímulo. Este
asunto ya lo discutimos al referirnos a la actividad conativo-volitiva de las áreas dorsolate-
rales de los lóbulos frontales. Ahora debemos señalar que, en realidad, estas áreas no
tienen la función de originar respuestas corolarias, sino que almacenan la información
conativa que es la que organiza la actividad epiconsciente en la forma de expectación.
Esto significa que los motivos que adoptan la forma de convicciones, intereses, objetivos,
etc. son los que en principio determinan qué estímulos, o qué aspecto del estímulo, ha de
procesarse preferentemente y no otro; qué imágenes deben estructurarse y para qué
deben emplearse. Es decir, es posible que esta clase de información sea la que determi-
na qué estímulo es importante procesar en un momento dado o qué clase de estímulos
son preferentemente procesados por una persona dentro de sus propias estrategias y de
las tendencias a base de las cuales organiza el curso de su propia historia.
CAPÍTULO 3.3.

LOS PROCESOS DEL PENSAMIENTO

Conceptos clásicos sobre el pensamiento. Naturaleza de los conceptos. El pensa-


miento como plano de la actividad epiconsciente. Formas de actividad del pensamiento.
El soporte psiconeural del pensamiento.

En este capítulo explicamos el pensamiento como una forma de actividad epicons-


ciente holocerebral o bihemisférica que se genera por la activación de la información psí-
quica consciente (del plano subconsciente) y la información psíquica inconsciente que se
integran a partir de la actividad psíquica del hemisferio izquierdo.
Naturalmente que esta explicación requiere de una definición del pensamiento en los
mismos términos en que hemos definido la imaginación y la percepción (y luego definire-
mos la actuación). La definición de estas formas superiores de actividad de la conciencia
tendrá que precisar la naturaleza de sus procesos esenciales que se conocen como ope-
raciones mentales u operaciones lógicas de la mente. En todo caso, evitaremos definir el
pensamiento por esta clase de operaciones. Más aún, con este enfoque esperamos dejar
de lado la idea de que el pensamiento es la única expresión superior de la actividad fun-
cional del cerebro, o que la conducta es sólo una forma de actividad corporal objetiva, sin
negar que uno de estos planos puede asumir un papel predominante o rector de la activi-
dad consciente dependiendo de los objetivos y estrategias de la persona en un determi-
nado momento de su vida.
En efecto, al haber destacado el diferente modo de codificación de la información
psíquica consciente en los hemisferios cerebrales de las personas, es evidente que la
actividad psíquica de cada hemisferio debe generar las representaciones y los procedi-
mientos que reflejan la realidad del mundo en su versión espacial y en su versión tempo-
ral, o mejor predominantemente espacial y predominantemente temporal. De este modo,
la actividad epiconsciente –que, repetimos, implica la actividad integrada de la persona
organizada sobre la base de la información psíquica consciente e inconsciente de la cor-
teza cerebral– podemos analizarla en dos sentidos: como la actividad enteramente subje-
tiva, o abstraída del mundo actual, de la imaginación y el pensamiento, y como la activi-
dad enteramente objetiva, en relación con el mundo actual y presente, de la percepción y
la actuación. Esto significa que sus unidades básicas, las imágenes y los conceptos, so-
lamente se convierten en perceptos y esquemas en el momento que la persona se rela-
ciona con el mundo del que forma parte.

3.3.1. Conceptos clásicos sobre el pensamiento


Una característica del estudio del pensamiento ha consistido en elevarlo al mayor ni-
vel del psiquismo o de la mente, hasta colocarlo por encima de cualquier otra forma de
actividad psíquica. Una característica de esta forma de comprender y explicar el pensa-
miento ha sido la de aislarlo o abstraerlo del conjunto de la actividad personal, práctica-
mente sin tomar en cuenta su relación con el cerebro. Sólo de vez en cuando, a partir de
las concepciones materialistas de Gall y algunos otros teóricos del siglo pasado, la idea
de que el pensamiento es “una función” del cerebro ha tomado la forma de un enunciado
científico natural. Entonces, una vez aislado como una función, un estado o un proceso
relativamente autónomo, se supone que el pensamiento debe estar necesariamente rela-
cionado con las demás funciones mentales, aunque nunca se ha podido precisar de qué
índole son estas relaciones. En este sentido, el pensamiento ha sido definido como un
proceso mental distinto de las sensaciones, las imágenes, los sentimientos, el lenguaje,
etc., que comprende una serie de “operaciones mentales” que también pueden ser aisla-
das entre sí, como vendrían a ser la solución de problemas, la clasificación, la generali-
zación, el análisis y la síntesis, la abstracción, etc., presumiéndose, además, que alguna
de éstas operaciones es la que explica a todas las demás.
Como quiera que seguimos un modelo informacional de la actividad personal, y por
tanto de la actividad psíquica, debemos recordar que dentro de los enfoques basados en
la informática, es frecuente utilizar la computadora, o mejor, los programas usados en
computación, como análogos del pensamiento. Desde este punto de vista, el pensamien-
to es definido como una forma de procesamiento de la información, que como parte de la
actividad cognitiva, media entre las entradas sensoriales y las respuestas motoras. La
pregunta que se hace en este caso es entonces qué clase de operaciones de cómputo
realiza esta suerte de software o programa cuyo soporte es el hardware del cerebro. No-
taremos de inmediato que esta definición tan general puede aplicarse no sólo al pensa-
miento, sino también a la mente, la cognición, la percepción e inclusive a la conciencia.
Planteadas así las cosas, no debe sorprender que hayan surgido diversos interrogan-
tes acerca de la génesis del pensamiento. Por ejemplo, se ha preguntado si tal programa
es innato o adquirido; si el pensamiento precede a la realidad o la realidad se antepone al
pensamiento; si el pensamiento depende del lenguaje o éste depende del pensamiento.
También se ha dicho que los procesos causales del pensamiento reflejan las relaciones
normativas y abstractas de la lógica; que las relaciones lógicas son la esencia interna del
pensamiento; que el pensamiento incorpora la lógica tanto como el mundo exterior. Estas
disquisiciones son particularmente interesantes, por lo que las volveremos a revisar den-
tro del marco conceptual que sostenemos aquí.
Por otro lado, el problema de la delimitación y ubicación del pensamiento ha obligado
a precisar la índole de sus relaciones con la conciencia. Naturalmente que al plantearse
de este modo la cuestión, la primera impresión que se tiene es que se trata de dos entes
separados, como cuando se expresa que la conciencia termina donde empieza el pen-
samiento, o cuando se dice que el contenido del pensamiento depende de la conciencia,
lógicamente suponiendo que ésta es sólo cuestión de darse cuenta. Pero aquí no está
claro si el contenido de nuestros pensamientos existe porque somos seres conscientes, o
porque la conciencia es el medio donde se inscriben los contenidos del pensamiento.
Como veremos, estos interrogantes se resuelven mejor cuando se toma en cuenta que el
pensamiento es una forma de actividad epiconsciente que depende de la activación e
integración de la información psíquica guardada en el cerebro.

3.3.2. Naturaleza de los conceptos


Se ha dicho que los conceptos son las unidades básicas más elementales del pen-
samiento, y que el pensamiento depende de conceptos aislables que se ligan a otros pa-
ra formar proposiciones. Lógicamente que los argumentos esgrimidos en varios de los
puntos tratados dentro de los dos temas anteriores elimina la controversia acerca de si
los conceptos del pensamiento son isomorfos con los del lenguaje hablado o no lo son.
Para nosotros los conceptos son formas de actividad psíquica epiconsciente (personal)
que no necesariamente se definen por medio de palabras, mejor dicho, no siempre se
trascriben en códigos verbales o en información social.
Vistos los conceptos desde la perspectiva lógica, se considera que son los constitu-
yentes de una proposición (que en otro nivel constituyen una explicación), en el mismo
sentido que las palabras son constituyentes de un enunciado. Es usual decir en estos
casos que sólo los predicados y las palabras lógicas (y, o, algunos) expresan conceptos.
Por otro lado, Vigostky (1983) aseguró que los significados de las palabras son los
núcleos del pensamiento. Indudablemente que hay una estrecha relación entre concepto
y significado; pero también se dice que los conceptos se relacionan con las imágenes, las
representaciones mentales, el sentido, la definición, las propiedades, la discriminación,
las funciones matemáticas, etc. Desde esta perspectiva psicológica, el concepto tendría
que ser privativo de cada persona, aunque se sabe que hay también conceptos que son
compartidos por muchas personas. Se tiene que diferenciar, entonces, entre los concep-
tos personalizados y los conceptos compartidos. Tomando en cuenta esta diferencia, el
concepto sería un tipo de representación que comparte una cultura. Para otros, sin em-
bargo, el concepto está constituido por los referentes de los términos que usan las perso-
nas. En este caso, el concepto quedaría definido bien por su extensión (el conjunto de
objetos actuales), o su intención (todos los objetos posibles), entre otras posibilidades.
Es pues evidente que si el concepto es algo, es preciso saber de qué naturaleza es, o
en virtud de qué el concepto es lo que es. Respecto del primer interrogante, se plantea si
el concepto es un hecho psíquico o un ente social. Aquí el problema es que el lenguaje
del sentido común tiene sólo una palabra para estas dos realidades. Pero, si aceptamos
la diferencia entre información social e información psíquica, el problema se resuelve
aceptando que el concepto debe existir como información social y como información psí-
quica. En el primer caso, es evidente que está estrechamente relacionado con el signifi-
cado, si es que por significado entendemos la clase de información social (cultural) que
describe o explica una estructura natural o artificial del universo real. En el segundo, el
concepto está relacionado con el sentido que cada persona otorga a las palabras y las
oraciones; aunque el sentido naturalmente no agota lo que es realmente el concepto co-
mo unidad del pensamiento.
Respecto de la segunda preocupación, para unos, todo concepto se deriva de la ex-
periencia, a partir de sensaciones que generan imágenes, impresiones. Pero se ha argüi-
do que así fuera, cada persona tendría que descubrir sus conceptos por sus propias ex-
periencias. Para otros los conceptos van más allá de la experiencia sensorial, tales son el
concepto de causa y los conceptos lógicos. Si este fuera el caso, los conceptos tendrían
que ser o bien innatos o bien derivados del ambiente; de lo contrario quedarían indeter-
minados y, como en el caso anterior, cada uno tendría sus propios conceptos.
Dentro de nuestra concepción psicobiológica del pensamiento (y la actuación), de
modo simétrico a la imaginación (y la percepción), tenemos que definir los conceptos de
los niveles cognitivo inconsciente y cognitivo consciente, que en un momento dado se
activan e integran en la actividad epiconsciente. En el nivel cognitivo inconsciente, los
conceptos inconscientes son formas de reflexión psíquica que compartimos con los ani-
males acerca de las propiedades superficiales del estímulo. En efecto, en este nivel de
cognición, tanto los hombres como los animales podemos discriminar los estímulos en
términos de sus propiedades aparentes, y los podemos clasificar puesto que nos es posi-
ble generalizar a partir de una o más características del objeto, tal como el gato reconoce
a la clase de los ratones como diferente de cualquier otra especie no comestible. Estas
capacidades inconscientes a la postre permiten discriminar entre objetos en situaciones
diferentes.
En el nivel cognitivo consciente, un concepto consciente es una forma de información
psíquica consciente que refleja el aspecto temporal de la realidad personal, peripersonal
y telepersonal al alcance (de la persona), todo lo cual incluye una representación de los
procesos que subyacen a la apariencia de las cosas. Lógicamente que el concepto en
uso en el plano epiconsciente del pensamiento, que podríamos denominar también acti-
vidad conceptual, ya incluye los aspectos emotivos y volitivos de la información del plano
subconsciente que se integran y así modulan, modifican y confieren al concepto cognitivo
su sentido personal. En ese plano los conceptos ya son el reflejo de la historia de uno
mismo, de las demás personas, de las cosas o del conjunto de la realidad objetiva.
Por consiguiente, los conceptos en tanto formas de actividad epiconsciente son el re-
sultado de la integración de los aspectos procesales o de actividad –emotivos, producti-
vos y volitivos– de la información psíquica, es decir, formas de actividad que resultan de
la integración de emociones, producciones y voliciones. De este concepto del concepto,
podemos deducir que el pensamiento es entonces el plano de la actividad epiconsciente
en que se procesan los conceptos conscientes e inconscientes, que se generan desde el
hemisferio cerebral izquierdo a partir de la información psíquica consciente codificada en
las redes neurales del plano subconsciente de este mismo hemisferio.

3.3.3. El pensamiento como plano de la actividad epiconsciente


Dentro del modelo de la conciencia que desarrollamos, debe estar clara la simetría
entre imaginación y pensamiento, así como entre percepción y actuación; en ambos ca-
sos, las imágenes y los conceptos son las unidades básicas de cada tipo de actividad. De
hecho hay o puede haber relaciones directas entre percepción y actuación, así como en-
tre imaginación y pensamiento, y es posible la relación entre imaginación y actuación. En
consecuencia, cuanto digamos en seguida deberá complementar lo dicho acerca de la
percepción y la imaginación en el capítulo precedente.
Desde nuestro punto de vista (Ortiz, 1994, 1998, 1999), el pensamiento –así como la
percepción, la imaginación y la actuación– de una personalidad depende de la existencia
de la información social que refleja al mundo y está a disposición de las personas; tam-
bién depende de la información psíquica consciente que refleja dicha información y que
constituye la conciencia de cada una de estas personas. De este modo, el pensamiento
queda explicado por los procesos histórico-sociales e histórico-personales que determi-
nan la conciencia de cada personalidad.
Ya nos hemos referido los espacios personal, peripersonal y telepersonal que se re-
flejan en la percepción y la imaginación. Debemos diferenciar ahora los tiempos personal,
peripersonal y telepersonal que se reflejan en el pensamiento y la actuación de la perso-
na, para así volver a precisar con un mayor énfasis, el hecho de que sólo nuestra socie-
dad ha logrado distinguir con toda claridad entre el espacio y el tiempo, pues ha creado
información social diferenciada para cada uno de estos aspectos de la realidad, y que al
reflejarse en la conciencia los procesos del mundo, la sociedad y nuestra propia historia,
estamos en condiciones de pensar, es decir, relacionar los sucesos que se dieron en el
tiempo aún cuando jamás los hayamos vivido o experimentado. Baste señalar, entonces,
que de modo similar a nuestro espacio psíquico, disponemos de un tiempo psíquico, que
es nuestro propio sentido del tiempo –el tempo psíquico, como decía H. Delgado. Pero
también tenemos que seguir y obedecer al tiempo social, el de los horarios y calendarios,
así como sabemos de la existencia del tiempo físico universal.
Es posible que esta disociación del espacio y el tiempo por parte de la sociedad sea
la que ha determinado la doble representación en imágenes y conceptos de nuestra pro-
pia realidad y del espaciotiempo universal que pretendemos conocer, y de allí el doble
aspecto que adopta la información psíquica en los planos de la imaginación y el pensa-
miento en el curso de la actividad epiconsciente. También es posible que esta disociación
del espaciotiempo se deba a la forma como se procesa la información, primero en el
plano perceptual que necesariamente representa el espacio que nos rodea, y luego en el
plano de la actuación que se refleja en las acciones que necesariamente suceden en el
tiempo.
Se ha señalado la importancia del uso de los signos y los símbolos como auxiliares
del pensamiento, y según algunos, como los elementos del pensamiento mismo. Al res-
pecto, es preciso diferenciar entre 1) los sistemas de signos y símbolos, lógicos y mate-
máticos, que existen codificados (al igual que el sistema del lenguaje) en medios físicos
por fuera de las personas, y 2) sus respectivas representaciones psíquicas que los refle-
jan y se procesan en el curso del pensamiento en la forma de señales psíquicas.
En este sentido es que hemos concluido en que el lenguaje es de naturaleza social,
que tiene una existencia social y que es la mejor manera de codificar información social
que dispone la sociedad. Y que, en cambio, el habla es de naturaleza psíquica y es la
mejor manera de codificar la información psíquica que dispone cada persona (véase el
capítulo 1.3. Este sistema del habla ocupa anatómica, funcional y psíquicamente la inter-
faz que existe entre los niveles psíquico inconsciente y psíquico consciente de la corteza
cerebral, y que por eso es el nivel preconsciente de la persona. Esta ubicación nos permi-
te suponer que posiblemente en la evolución, así como el lenguaje fue anterior a la infor-
mación social, así también el sistema del habla fue anterior a la conciencia, y por tanto
anterior al plano del pensamiento, como también de la percepción, la imaginación y la
actuación. Hay evidencia de que el desarrollo del habla y la conciencia ocurre en la mis-
ma secuencia durante el período formativo de la personalidad.
Una vez que la personalidad dispone de estos sistemas psíquicos del habla, la rela-
ción entre la conciencia y el habla es un proceso de doble sentido: por un lado, el habla
es punto de partida del pensamiento (y de los otros planos de la actividad epiconsciente),
y por otro, el pensamiento (así como la percepción, la imaginación y la actuación) es la
base de desarrollo del habla. Igual relación habrá entre la actividad epiconsciente y el
lenguaje (escrito, grabado en cinta magnética o en video u otro medio) del mundo exte-
rior. En esta relación, o bien la persona encodifica información psíquica consciente en el
lenguaje (cuando escribe, por ejemplo) o bien ella descodifica la información social codifi-
cada en el lenguaje (cuando lee) y la transcribe en un código hablado (cuando aprende
las palabras “de memoria”) o en información psíquica consciente en uso, es decir, como
conceptos que se procesan en el plano del pensamiento (así como de la percepción, la
imaginación o la actuación).
La lógica, que es otro lenguaje que sirve para codificar información social acerca del
mundo, también lo podemos interiorizar para codificar información psíquica cognitiva per-
sonal. El resultado es que la conciencia, al incorporar información social codificada en el
lenguaje de la lógica (como en el lenguaje natural), ya no sólo tiene la posibilidad de refle-
jar la apariencia de las cosas sino fundamentalmente los procesos esenciales que las
determinan.
Estaremos de acuerdo en que lo más distintivo del pensamiento es su contenido, y
que así como las imágenes son las unidades fundamentales de la percepción y la imagi-
nación, los conceptos son las unidades fundamentales del pensamiento, como también
de la actuación. Dentro del punto de vista que desarrollamos, ambos tipos de contenido
no son de naturaleza irreal o inmaterial, sino formas de actividad psíquica determinadas
por alguna clase de información social. Esta aseveración nos libera de toda discusión
sobre si el pensamiento depende del mundo exterior, del lenguaje, de la lógica o de la
conciencia. Según nuestro esquema básico, la información social codificada en el lengua-
je natural o de la lógica, y que refleja los procesos internos o intrínsecos de la sociedad,
las cosas o el universo, se pueden reflejar en las distintas clases de información psíquica
consciente que constituyen la conciencia; para ello el lenguaje natural y el de la lógica
deben codificarse primero en la forma de sistemas psíquicos, hasta que toda esta infor-
mación psíquica se vuelve a procesar en los planos de la actividad epiconsciente. En
ningún momento pretendemos concluir en forma ecléctica diciendo que todos estos as-
pectos de la realidad son los determinantes del pensamiento. Además, la explicación que
hemos adoptado, a partir del concepto de información, no es particular respecto del pen-
samiento, sino necesariamente también respecto de la percepción, la imaginación y la
actuación en tanto formas de la misma actividad epiconsciente.
La cuestión de fondo es que, respecto de nuestra relación con el mundo, debe estar
claro que ya no se trata de conocer el entorno como conocen las aves el suyo; pues co-
nocer para los hombres es disponer de información social acerca de los procesos que
subyacen a la apariencia de este entorno y principalmente a la de todo el universo. Dicha
clase de información, o bien ya ha sido creada y es producida por la humanidad, o bien
se la tiene que crear, como hacen muchos. La cuestión es que una vez creada, la infor-
mación pública ya no refleja el pensamiento de una persona, sino a la realidad del en-
torno o del universo: mejor dicho, ya es información social que describe o explica los pro-
cesos esenciales del mundo, de la sociedad y de los mismos hombres.

3.3.4. Formas de actividad del pensamiento


De modo simétrico a las formas de actividad imaginativa, entre las actividades del
pensamiento que las personas pueden realizar, hay muchas que tradicionalmente se ca-
talogan como operaciones mentales o del pensamiento. Recordemos que para muchos el
pensamiento en sí ha sido reducido a una o a la serie de todas estas operaciones. Entre
ellas, las más frecuentemente tomadas en cuenta en la evaluación de esta forma de acti-
vidad, son: el recuerdo de información semántica, el concepto del cuerpo, la orientación
temporal, la abstracción, la explicación, la solución de problemas abstractos y la producti-
vidad.

3.3.5. El soporte psiconeural del pensamiento


Desde el punto de vista de la explicación neuropsicológica del pensamiento, tiene par-
ticular interés descubrir qué redes neocorticales toman parte en tales procesos, es decir,
cuál es locus de los conceptos y por lo tanto del pensamiento. En la literatura clásica el
problema ha sido planteado en términos del lenguaje.
Como se sabe, el lenguaje –definido como una función del cerebro– ha sido ubicado
en el área del lenguaje del hemisferio izquierdo (recuérdese que hablamos de hemisferio
izquierdo de modo muy general; sabemos que la forma de codificación de la información
en uno u otro hemisferio puede invertirse o compartirse por ambos). De este hecho se ha
deducido que el lenguaje es el que ha determinado la diferenciación hemisférica. Para
nosotros esta especialización hemisférica es consecuencia de la escisión que el hombre
ha hecho del espaciotiempo en espacio y tiempo, y de que el hombre ha sido capaz de
codificar los aspectos temporales de la realidad de modo diferenciado en un hemisferio
cerebral. Pensamos que coger una piedra o un hueso con una mano para darle una for-
ma preconcebida con la otra mano fue un paso fundamental para que se produzca esta
escisión de la actividad psíquica. Pues mientras una mano muestra el espacio, la otra es
la acción que se ejerce sobre él en el tiempo. Es como disponer del espacio en una mano
y del tiempo en la otra. Que sea la mano izquierda para lo uno y la derecha para lo otro
pudo haber sido un hecho puramente circunstancial que se ha mantenido generación tras
generación.
Otro hecho notable es que, a diferencia de los animales cuyo aspecto cognitivo de la
información de nivel inconsciente refleja ambos lados del espacio y se reflejan en la eje-
cución manual de ambos lados por igual, los aspectos cognitivo y productivo de la infor-
mación de nivel consciente, por las razones expuestas, se tienen que diferenciar necesa-
riamente en relación con la actividad diferenciada de las manos. Por otro lado, la relación
entre hacer o construir siguiendo instrucciones verbales tiene que ser directa y comple-
mentaria; de modo que entre hacer y decir, además de ser procedimientos similares que
se dan en el tiempo, se ha tenido que establecer una relación del mismo tipo que la que
existe entre concepto y esquema (lógicamente definidos en los términos que ya hemos
definido o vamos a definir).
Las observaciones hechas en personas con hemisferios separados (capítulo 1.4) res-
pecto del procesamiento verbal no hacen sino confirmar que las personas piensan a partir
de la información codificada en su hemisferio izquierdo. Al descodificarse esta informa-
ción, las señales psíquicas consiguientes adoptan la forma de emociones, producciones y
voliciones que luego se integran hasta abarcar la actividad bihemisférica, holocerebral o
de ambos hemisferios y así aparecen en la forma de conceptos y esquemas de actua-
ción. Dado que los sistemas léxico y sintáctico del habla y de los otros sistemas de tipo
aritmético y lógico se encuentran predominantemente en este hemisferio, la posibilidad
de integrar distintos tipos de información acerca realidades objetivas de algún modo rela-
cionadas, se ve incrementada al máximo, además de la posibilidad de expresar dicha
información de modo verbal.
Las imágenes respecto del procesamiento cortical de señales verbales obtenidas por
tomografía por resonancia magnética funcional o por emisión de positrones (fig. 3.3.1),
lógicamente que no reflejan la actividad metabólica de una simple red neural que codifica
una palabra, sino la actividad de múltiples redes neurales que codifican las señales psí-
quicas que se integran para formar los conceptos del pensamiento o los esquemas de la
actuación personal. Así, en muchos trabajos publicados es evidente que las imágenes
tomográficas que expresan el incremento de la actividad neuronal en las áreas parietal,
temporal y frontal del hemisferio izquierdo cuando, por ejemplo, el sujeto de experimenta-
ción “piensa con palabras” no indican que las palabras por sí mismas se están reflejando
de este modo, sino que indican la forma como se integran las señales psíquicas en el
plano del pensamiento. Además, el incremento de la actividad metabólica neuronal en el
área prefrontal dorsolateral, no significa que en esta área se efectúe algo así como “la
asociación semántica” de las palabras; significa más bien la activación de una red que
procesa los motivos, valores y reglas de decisión imprescindibles para organizar el pen-
samiento, para relacionar conceptos e imágenes que luego se traducen en esquemas de
acción.

Fig. 3.3.1. Imágenes tomadas por PET-scan, del texto de Posner, que indican la activación metabó-
lica de las redes corticales occipitales cuando una persona realiza distintas operaciones mentales
con palabras. Las zonas amarillas y rosadas indican las áreas más activas.

Por otro lado, las imágenes obtenidas en estos experimentos en personas normales,
no han hecho sino confirmar las explicaciones deducidas de los efectos de las lesiones
corticales del hemisferio izquierdo. Así, se ha podido mostrar que las lesiones de cada
componente neocortical producen desórdenes psíquicos con características especiales
que expresan la forma como dicha área contribuye al pensamiento, como son: la amnesia
semántica; las agnosias, la autotopoagnosia, la confusión derecha-izquierda, la agnosia
digital, las afasias, sobre todo sus formas semántica, amnésica y dinámica, las alexias,
agrafias y acalculias. Todos estos desórdenes apuntan en una misma dirección: expresan
la forma como una persona piensa (y luego actúa) en ausencia de ciertas formas de acti-
vidad psíquica cognitiva que se han perdido por efecto de la lesión de las redes neurales
del hemisferio izquierdo que son su soporte funcional.
Aunque el pensamiento y la formación de conceptos de nivel consciente se limita en
cuanto a su grado de abstracción por efecto de las lesiones de las áreas neocorticales
afectivas y conativas, al parecer se requiere que la lesión sea extensa y sobre todo bila-
teral para que las fallas de metacognición, del pensamiento crítico y de autocrítica sean
evidentes. Al haber reducido el pensamiento a la actividad puramente cognitiva, y ni si-
quiera a la actividad psíquica productiva (de la formación y desarrollo de los conceptos
en el tiempo), en realidad, no se ha investigado lo suficiente para saber cómo piensan las
personas con lesiones prefrontales, ni cómo es el pensamiento de personas con el lla-
mado síndrome de disfunción ejecutiva, y en qué se diferencia el pensamiento de pacien-
tes con demencia por lesión difusa de todo el neocórtex, del pensamiento de aquellos
que tienen demencia por apatía-abulia severa debida a lesión prefrontal.
CAPÍTULO 3.4.

EL PLANO DE LA ACTUACIÓN

Conceptos clásicos acerca de la actuación. Naturaleza del esquema. La actuación


como plano de la actividad epiconsciente. Formas de actividad de la actuación. El soporte
psiconeural de la actuación.

Explicaremos los procesos de la actuación como formas de actividad epiconsciente


holocerebral o bihemisférica que se genera a partir de la información psíquica consciente
(del plano subconsciente) y la información psíquica inconsciente que se integran desde la
actividad psíquica del hemisferio izquierdo y luego se expresan en la actividad personal
en la forma de conducta, desempeño o comportamiento.
Esta explicación requiere de una definición de la actuación en los mismos términos
en que hemos definido la percepción, la imaginación y el pensamiento. En este caso es
más fácil, por lo menos aparentemente, traducir las llamadas operaciones mentales en
las verdaderas operaciones motoras, corporales o manuales, objetivas. Al mismo tiempo
haremos patente la necesidad de definir la actuación superando la vieja teoría de la pra-
xis derivada de la teoría de la apraxia, así como el concepto físico del movimiento que se
aplica a la actividad motriz del cuerpo, que, en realidad, es actividad corporal organizada
psíquicamente, esto es, desde el plano de la actuación.

3.4.1. Conceptos clásicos acerca de la actuación


No nos sorprende que el concepto de actuación ni siquiera aparezca en los textos y
artículos dedicados al estudio de la actividad motriz corporal, y mucho menos de la activi-
dad consciente. Se habla simplemente de conducta, desempeño o comportamiento como
conceptos intercambiables, que pueden usarse indistintamente o según las preferencias
del autor.
En realidad, respecto de la actuación en sí como forma de actividad psíquica, y de su
relación con el pensamiento, prácticamente no se dispone de propuestas teóricas, con
excepción de aquellas que han sido formuladas dentro de la teoría de las funciones que
subyacen al “movimiento voluntario”. Lo más cercano que disponemos al respecto son los
conceptos mencionados de conducta, desempeño y comportamiento, aunque se aplican
a hombres y animales por igual.
Cuando se abstrae la conducta como una actividad autónoma, lógicamente que pue-
de estar en relación con el pensamiento, como no también. En el primer caso, tendríamos
que explicar cómo se cubre la distancia o en qué cosiste el puente que hay entre ambos.
Luria (1964), por ejemplo, dio mucha importancia a las palabras como los medios a través
de los que el pensamiento regula la conducta. Pero, si el pensamiento es algo indefinible
y la conducta lo único observable, quedan dos alternativas: o bien el pensamiento es una
forma de comportamiento, o bien el pensamiento se reduce a los procesos físicos de este
último.
En neurología, por ejemplo, el estudio del aspecto conductual de la actividad personal
ha sido reducido al estudio de la génesis del movimiento. Sin embargo, a pesar de esta
limitación, los hallazgos anatómicos y funcionales que disponemos al respecto nos son
mucho más útiles que los esquemas del conductismo. Este aserto no niega el hecho de
que las teorías neurológicas del movimiento mucho le deben al enfoque conductista más
radical.
Dentro de la teoría neurológica, la relación psico-motora (percepto-motora, viso-
motora, etc.) se explica usando modelos que se deducen de la interpretación de las apra-
xias. En efecto, todos los esquemas teóricos acerca de la generación del movimiento
voluntario señalan la existencia de una brecha entre la idea y la acción, entre la psique y
el movimiento, entre la percepción y el desempeño motor. Una vez que se salta esta se-
paración, el resto es cuestión de adoptar el modelo lineal de las vías motoras o un mode-
lo psicolingüístico de corte jerárquico.
El esquema clásico (sugerido por Liepmann y actualizado por Geschwind) acerca de
la ejecución de una destreza motora, se basa en una interpretación de la apraxia ideomo-
tora y es similar al del lenguaje que se deduce de la interpretación de la afasia. Dicho
esquema sugiere que las señales sensoriales siguen una trayectoria desde su entrada
auditiva (temporal) o visual (occipital) hasta su salida motora (frontal) a través del fascícu-
lo longitudinal superior del cerebro. Las señales sensoriales deben reflejar la situación
objetiva y el objeto, utensilio o herramienta a usar. Luego, entre la entrada sensorial y la
salida motora se genera, primero un modelo del objeto, utensilio o instrumento (en la cir-
cunvolución angular), después un modelo de la destreza motora apropiada (en la circun-
volución supramarginal) y, a partir de éste un programa de las operaciones motoras por
ejecutar (en el área premotora). Todo parece indicar que este proceso ocurre en el he-
misferio izquierdo. Se supone que el lenguaje puede intervenir en cualquiera de estos
momentos, sobre todo como órdenes o instrucciones que sirven para empezar, seguir los
pasos de la acción y para terminarlos.
Un modelo más reciente, que puede verse en el cuadro 3.4.1, aunque es una exten-
sión del anterior, incluye conceptos tomados de la psicolingüística. Así, se supone que el
sistema de control del movimiento comprende un praxicon (similar al lexicon del habla),
que vendría a ser un compartimiento más dentro de las funciones del cerebro. Según
este modelo, el praxicon, que tendría dos componentes, uno de entrada y otro de salida,
sería algo así como el conjunto de fórmulas del movimiento o de representaciones espa-
ciotemporales de las destrezas aprendidas que se encuentran almacenadas en el lóbulo
parietal. Estas representaciones ayudarían en la programación del movimiento que se
efectúa en la corteza del área motora suplementaria, la que a su vez activa a la corteza
motora durante la ejecución de los movimientos de una cierta destreza (Heilman y Va-
lenstein, 1994, cap. 7).

3.4.2. Naturaleza de los esquemas


El concepto de esquema fue introducido por Head (citado por Rogovin, 1970), para
explicar los trastornos del movimiento, de la evaluación de la posición de las partes del
cuerpo y de la localización de contactos en la superficie corporal. Head pensaba que de-
bería haber una misma explicación para estos tres desórdenes. Pensó, primero, que es
imposible determinar la posición de las propias partes del cuerpo, si las sensaciones ge-
neradas por las posiciones de tales partes del cuerpo en un momento dado no se relacio-
nan con las sensaciones que directamente les anteceden. Luego consideró que la coor-
dinación de los movimientos de las distintas partes del cuerpo ocurre de tal manera como
si la posición alcanzada por esas partes al final de un estado anterior, post-actúa y se
continúa con el siguiente. Antes de él, se había supuesto que las sensaciones en relación
con la postura corporal se realiza gracias a imágenes ópticas o motoras previamente
elaboradas.
Head sugirió que estas sensaciones, antes de alcanzar la conciencia, se integran con
las anteriores y que de este modo surge una serie de esquemas que se suceden uno tras
otro en interacción constante con las sensaciones que tienen lugar a cada momento. Éste
sería pues un esquema motor a base del cual las personas en su conciencia construyen
un modelo de sí mismas, constantemente variable. Esta idea del esquema fue relaciona-
do después, dentro de la psicología de la gestalt, con la de estructura, y dentro de la psi-
cología cognitivista se convirtió en la teoría de los esquemas y estrategias de la conducta.
Lunzer (citado por Herriot, 1970), nos dice: “La diferencia (entre esquema y estrategia) es
principalmente una cuestión de énfasis; es la diferencia entre estructura y función. Siem-
pre que estemos describiendo la secuencia efectiva de los hechos involucrados en la
regulación del comportamiento, las estrategias del lenguaje son completamente adecua-
das por sí mismas. Sin embargo, cuando queremos describir la conectividad entre los
varios centros que están involucrados en tales estrategias, es más ventajoso usar el tér-
mino esquema. La estrategia corresponde a la operación real del organismo en cualquier
momento; el esquema corresponde a su potencial para un comportamiento regulado. La
estrategia puede equipararse al “flujo” de la corriente en cualquier fase de la operación de
la máquina; el esquema es el diagrama del cableado en sí.”

CUADRO 3.4.1
MODELO DIAGRAMÁTICO DE LA PRAXIA
(de Heilman y Rothi, 1994)

ENTRADA VERBAL AUDITIVA ENTRADA TACTIL O VISUAL ENTRADA GESTUAL VISUAL


DEL OBJETO

ANÁLISIS AUDITIVO ANÁLISIS TACTIL O VISUAL ANÁLISIS VISUAL

SISTEMA DE RECONOCIMIENTO
DEL OBJETO

LÉXICO FONOLÓGICO DE PRAXICON DE ENTRADA


ENTRADA

SEMÁNTICA
(ACCION)
LEXICON VERBAL DE ENTRADA PRAXICON DE SALIDA

MEMORIA FONOLÓGICA

PATRONES DE INERVACIÓN PATRONES DE


INERVACIÓN

SISTEMAS MOTORES SISTEMAS MOTORES

Dentro de nuestro propio enfoque, era imprescindible llenar la brecha entre el pensa-
miento y la acción corporal. Frente a la necesidad de explicar la psicocinesis de la activi-
dad motriz, en vez de usar un simple guión entre percepción y la actividad motriz, es de-
cir, el simple término compuesto de la psico-motricidad, no existe otra posibilidad que la
introducir el concepto de esquema, lógicamente adaptado al modelo general de la con-
ciencia y la actividad personal. Consideramos el esquema como la unidad de la actua-
ción, y ésta como el plano de la actividad epiconsciente, opuesto a la percepción, que
media entre el pensamiento y la actividad personal (corporal, individual) integrada desde
la actividad epiconsciente. Por consiguiente, mientras los conceptos son las unidades del
pensamiento, los esquemas que los reflejan, serán el resultado de la integración de los
aspectos procesales o de actividad –emotivos, productivos y volitivos– de la información
psíquica, es decir, formas de actividad que resultan de la integración de emociones, pro-
ducciones y voliciones.

3.4.3. La actuación como plano de la actividad epiconsciente


Ya hemos estudiado y explicado la naturaleza de la producción psíquica del compo-
nente cognitivo-productivo. La producción como un aspecto de la información psíquica
cognitiva de nivel consciente, debemos ahora diferenciarla de la actuación como una for-
ma de actividad del plano epiconsciente, puesto que a ésta por lo general se integra la
actividad emotiva y volitiva del mismo nivel, sobre todo por medio del habla interior. Las
unidades de este plano de la actuación son los mismos conceptos, pero ahora converti-
dos en esquemas en relación con la realidad corporal y objetiva externa.
Además de las ideas expuestas en torno al concepto de esquema, la idea de un
plano psíquico como el de la actuación que ya fue sugerido por Politzer, aunque con una
concepción un tanto diferente a la que le damos aquí, que ni siquiera ha sido tomado en
cuenta por la psicología actual. Para comprender su naturaleza, recordemos que es posi-
ble diferenciar entre el percepto (o imagen perceptual) y la imagen (imagen pura); luego
también será posible diferenciar entre el concepto (concepto puro) y el esquema (o estra-
tegia de acción que organiza la actividad corporal, que vendría a ser algo así como el
concepto en acción). En tal sentido, tenemos que diferenciar entre el concepto del cuerpo
y el esquema de la actividad corporal; el concepto de los procesos del entorno local y el
esquema de la actividad sobre el entorno local, y por último, entre el concepto de los pro-
cesos del universo (del microcosmos y el macrocosmos) y el esquema de la actividad
sobre el universo (como el que debe tener un cosmonauta acerca del aparato que mani-
pula durante su navegación interplanetaria).
Es pues posible deducir que el concepto del plano del pensamiento se convierte en el
esquema del plano de la actuación, y así vendría a ser el aspecto de actividad de la ima-
gen perceptual. Habrá, por lo tanto, una interfaz entre este esquema y la actividad funcio-
nal constituida por señales motoras (contraparte de las señales sensoriales) que en un
momento dado se expresan en la forma de conducta, desempeño o comportamiento.
Es evidente que así como la configuración que adopta la percepción en un momento
dado puede depender del predominio de la estructura afectiva, cognitiva o conativa en el
plano de la imaginación, así también la forma que adopte la actuación objetiva (corporal o
mecánica) va a depender del predominio de la actividad emotiva, productiva o volitiva
dentro del plano del pensamiento y la actuación (psíquica consciente) en un momento
dado.
La actuación –en oposición a la percepción– viene a ser pues el plano de la actividad
epiconsciente en que los conceptos se procesan en la forma de esquemas que entran en
relación directa con la actividad funcional motora de la persona que se desenvuelve en
una actuación objetual en algún caso, y siempre objetiva y actual. Esto significa que el
plano de la actuación se puede expresar en un momento dado a través de la actividad
emotiva y ejecutiva integradas de nivel inconsciente y los sistemas de la motilidad visce-
ral y somática que inervan los respectivos efectores corporales.
Dentro de nuestro esquema de la actividad personal hemos propuesto (Ortiz, 1997),
que la conducta es la forma de actividad mecánica corporal (del individuo total) organiza-
da por la información volitiva predominante. Las unidades de la conducta vienen a ser los
actos (morales) de la personalidad que se expresan en la postural corporal objetiva. El
desempeño es la forma de actividad personal organizada a base de la información pro-
ductiva que predomina en un período de la actividad personal. Las unidades correspon-
dientes son las acciones que se expresan en un ensamble de operaciones motoras
(musculares) periféricas principalmente somáticas. En igual sentido, comportamiento es
la forma de actividad personal que se organiza a base de la actividad emotiva. Sus uni-
dades son las emociones conformadas por ensambles de gestos corporales especial-
mente faciales y viscerales que expresan dicha actividad emotiva. Es evidente que en el
curso de la actividad personal dentro de la actividad social del mayor nivel de exigencia,
la conducta incluye al desempeño y al comportamiento, aunque cualquiera de las tres
formas de actuación objetiva puede predominar en un momento dado, dependiendo de la
estrategia que siga la propia personalidad y de las condiciones en que actúa realmente.
En este modelo psicológico de la actuación, que se esquematiza en el cuadro 3.4.2,
se diferencian el nivel de las unidades subjetivas de nivel psíquico que corresponden al
esquema, y el nivel funcional de las unidades finales de los gestos y las operaciones que
dependen de las señales motoras que se generan en las áreas motoras: las áreas moto-
ras suplementaria, premotora del hemisferio izquierdo y las áreas motora y cingular ante-
rior de ambos hemisferios.

CUADRO 3.4.2

LOS COMPONENTES DE LA ACTUACIÓN PERSONAL

FORMA DE ACTIVIDAD UNIDADES SUBJETIVAS UNIDADES FINALES


PERSONAL DE NIVEL PSÍQUICO DE NIVEL CORPORAL

1. CONDUCTA: ACTOS: POSTURA CORPORAL


2. DESEMPEÑO: ACCIONES: OPERACIONES
3. COMPORTAMIENTO: EMOCIONES: GESTOS

3.4.4. Formas de actividad de la actuación


Las operaciones de la actuación más fáciles de diferenciar son: las tendencias, la
postura personal, la toma de decisiones, la elaboración de los actos en acciones y expre-
siones emocionales, la ejecución de las operaciones y los gestos motores.

3.4.5. El soporte psiconeural de la actuación


Desde el punto de vista de la explicación neuropsicológica de la actuación, también
tiene que conocerse qué redes neocorticales toman parte en sus procesos esenciales, es
decir, determinar qué redes neurales constituyen el locus de los esquemas y por lo tanto
de la actuación. Desde que se descubrieron los trastornos apráxicos, el problema ha sido
planteado en términos del la relación entre el lenguaje y ejecución de las destrezas cor-
porales y manuales.
Ya hemos visto a propósito del pensamiento que los sistemas léxico y sintáctico del
habla se encuentran predominantemente en el hemisferio izquierdo. Esto demuestra la
estrecha relación entre los procesos del habla y los de la organización de la actividad
motriz corporal.
Es evidente que la relación de las afasias y las apraxias como expresiones clínicas de
las lesiones corticales y de las conexiones subcorticales del hemisferio izquierdo, clara-
mente apuntan a una localización de las redes neurales que subyacen a la actuación en
este hemisferio. Así, las apraxias ideatoria e ideomotriz, las agrafias y acalculias, son
desórdenes apuntan en una misma dirección: expresan la forma como una persona pien-
sa y actúa en ausencia de las formas de actividad psíquica cognitiva que se han perdido
por efecto de la lesión de las redes neurales del neocórtex cerebral izquierdo.
También las imágenes respecto del procesamiento cortical de las señales subyacen-
tes a la ejecución actual de acciones motoras intencionales obtenidas por tomografía por
resonancia magnética funcional o por emisión de positrones, también confirman esta re-
lación de la actuación con la actividad psíquica del hemisferio izquierdo (fig. 3.4.1). En tal
caso, ya hemos señalado que el incremento de la actividad metabólica neuronal en el
área prefrontal dorsolateral, no significa que en esta área se efectúe algo así como “la
asociación semántica” de las palabras; sino la activación de una red que procesa los mo-
tivos, valores y reglas de decisión imprescindibles para organizar el pensamiento, y tra-
ducir los conceptos y las imágenes en esquemas de acción.

Fig. 3.4.1. Imágenes tomadas por RMNf, tomadas de Kertesz (1994), que muestra la activación
de las áreas motoras cuando una persona “imagina” que realiza acciones motoras con una
mano izquierda o derecha. Las áreas activas en amarillo y rojo predominan en el área motora
suplementaria del hemisferio izquierdo (el hemisferio de la derecha en la figura), independien-
temente de la mano “imaginada”.

Las clásicas evidencias clínicas de las apraxias nos indican que, así como los percep-
tos y las imágenes cognitivas que son las unidades básicas de la percepción y la imagi-
nación se generan en el área de asociación posterior derecha, así también los conceptos
y los esquemas productivos que son las unidades básicas del pensamiento y la actuación
se generan y desarrollan en el área de asociación posterior izquierda. Pero, en el plano
de la actividad epiconsciente, estas formas de actividad deben integrarse luego con las
formas de actividad emotiva y volitiva para así abarcar la actividad psíquica de ambos
hemisferios, dando como resultado la representación conceptual de la realidad en el
tiempo que es característica de la actividad epiconsciente de todo el cerebro. Es de su-
poner que toda esta actividad integrada que se desarrolla en el tiempo personal refleja los
procesos que se dieron, se dan o se darán en el tiempo peripersonal o social. En este
nivel de procesamiento las tendencias y las estrategias de la actuación de la personalidad
determinan si la organización de su actividad objetiva deba efectuarse a base de sus acti-
tudes volitivas, de sus aptitudes productivas o de sus disposiciones emotivas.
Debemos señalar ahora que cualquier explicación respecto de la actividad personal
objetiva en términos de movimiento debe ser superada por una concepción de la persona
actuante, en quien sus movimientos no son hechos mecánicos, sino gestos y operaciones
motoras que traducen las acciones y las emociones organizadas dentro de los actos de la
persona.
La consiguiente trascripción de los conceptos en los esquemas que organizan dicha
actividad personal efectiva, suponemos que también ocurre en toda la amplitud espacio-
temporal de ambos hemisferios, pero que luego tienen que confrontarse con los percep-
tos respecto del entorno objetual actual y que de esta manera, tanto las imágenes como
los conceptos se trascriben en esquemas de acción que se generan en las áreas neocor-
ticales izquierdas. Previos a su realización efectiva, los esquemas deben trascribirse en la
secuencia de procesos de integración en el nivel ejecutivo-emotivo inconsciente que se
efectúa en las áreas premotoras y motoras que generan las acciones y expresiones emo-
cionales igualmente integradas. De este modo el plan motor del nivel funcional, subcorti-
cal se traduce finalmente en las señales motoras que se expresan en las operaciones y
los gestos de la actividad personal.
CAPÍTULO 3.5.

DIFERENCIACIÓN INTERHEMISFÉRICA

El concepto de dominancia cerebral. Caracterización psicofuncioanl del hemisferio


derecho. Caracterización psicofuncional del hemisferio izquierdo.

No podíamos dejar de hacer una síntesis de lo que ya sido expuesto en varios puntos
del texto acerca de las diferencias que se han ido descubriendo respecto de la función de
cada hemisferio cerebral en el hombre. Desde nuestro particular punto de vista, tal dife-
renciación no es solamente funcional, sino fundamental y básicamente psíquica. Y si bien
tenemos que tener en cuenta el papel de la epigénesis, no debe dejarse de lado la expli-
cación sociocinética que, para el caso de las personas es, bajo todo punto de vista, de
vital importancia. Las implicancias sociales de una explicación científica social de la dife-
renciación de los hemisferios cerebrales ya deben irse descubriendo y sustentando como
otra de las bases teóricas de la superación de las limitaciones que sufren las personas
como efecto del subdesarrollo y la dominación del poder económico en el mundo.
No es pues ésta una cuestión anatómica o fisiológica, sino un problema con implican-
cias sociales, lógicamente primero, respecto de cómo los intereses políticos subrepticia-
mente involucran a la ciencia (natural, en este caso) en la convalidación del status quo.
Nuestra posición s que puede demostrarse desde la ciencia social, que no hay diferen-
cias entre los hombres respecto de sus capacidades potenciales que son esencialmente
cerebrales. No podemos pues adherirnos a una teoría del cerebro que en lo esencial re-
fleja las condiciones sociales dominantes y así las convalida como naturales, y por lo
mismo, insuperables o inmodificables.

3.5.1. El concepto de dominancia cerebral


Algún tiempo después que Paul Broca demostrara que una lesión localizada o restrin-
gida a una zona de la corteza cerebral podía causar una desorden psíquico, como la pér-
dida de la capacidad para hablar, fue imponiéndose el concepto de que el hemisferio iz-
quierdo era responsable del lenguaje –en realidad, del habla personal, como hemos de-
mostrado– y que, por tal razón, era el hemisferio dominante. Esta concepción decimonó-
nica de la dominancia cerebral, tuvo que modificarse muchas décadas después cuando
se demostró que el hemisferio derecho era también dominante para otras funciones men-
tales, tal como la orientación en el espacio o la percepción de formas, la imaginación res-
pecto del cuerpo y del espacio exterior.
Desde entonces se prefiere el concepto de diferenciación interhemisférica o de espe-
cialización hemisférica. Esta modificación del concepto clásico de dominancia, cuya con-
notación respecto de la superioridad de los intelectuales, del lenguaje y del pensar abs-
tracto sobre las formas concretas de imaginar el mundo son evidentes, tal modificación,
decimos, ha sido ampliamente ventajosa, sobre todo para valorar el trabajo manual, coti-
diano de los hombres concretos. Puestas en el mismo nivel las potencialidades de la
imaginación y del pensamiento, quedaba, sin embargo, la necesidad de explicar en qué
consistía o qué causaba esa diferenciación de los hemisferios cerebrales del hombre.
Se han sugerido muchas explicaciones, pero todas ellas se han reducido al clásico
antagonismo entre los genes y el ambiente. Geschwind, por ejemplo, creyó demostrar
que la dominancia del hemisferio izquierdo era causada por la diferenciación anatómica
de por el menos el planum temporale que tiene un área más extensa en este hemisferio
(fig. 3.5.1). Argumentos de este tipo se han acumulado en años posteriores, hasta que se
argumentó que tal diferencia en realidad no significa algo especial que pueda ser tomada
como una verdadera explicación. Pues también cabe preguntarse si esta diferencia ana-
tómica está determinada genéticamente o por el ambiente.
Nuestro razonamiento es que durante la sociogénesis de la humanidad, en los qui-
nientos o doscientos mil años que precedieron a la emergencia de la sociedad actual, la
actividad de los hombres de la especie homo sapiens fue generando las formas sociales
de relación corporal con el mundo: al adoptar la posición bípeda y liberar las extremida-
des superiores para la manipulación del entorno, específicamente para la transformación
de los elementos de la naturaleza ambiente en instrumentos, tenía que producirse de
todos modos una diferenciación de la actividad de las manos de estos hombres. Esta
vendría a ser pues la epigénesis de la diferenciación corporal primero, cerebral después,
para de este modo prolongarse, en el mismo sentido epigenético a la sociedad. Entonces,
respecto de la actividad diferenciada del cerebro, la diferenciación manual habría sido el
punto de partida del desarrollo de la información social que luego facilitó la separación del
espacio y el tiempo como formas diferenciadas de representación del universo. En efecto,
los sustantivos y los verbos de las lenguas pueden codificar ambos aspectos de la reali-
dad para ser así transcritos en información psíquica consciente respecto del cuerpo y del
mundo.
Una vez que la información social llegó a convertirse en la base o modelo de desarro-
llo de los mismos individuos, y el trabajo productivo y creativo de las personas ya se con-
vierte en la actividad social del hombre, es de suponer que la actividad psíquica conscien-
te no sólo refleja el uso diferenciado de las manos, sino el uso diferenciado de la informa-
ción social respecto del mundo objetivo. A la determinación epigenética se suma enton-
ces la determinación sociocinética de la estructura informacional del neocórtex, ahora
diferente en cada hemisferio cerebral.
Algunos de estos puntos ya los hemos tratado en los capítulos anteriores según con-
venía o era pertinente. Lo que sigue es sólo una síntesis explicativa de por qué los hemis-
ferios cerebrales del hombre tienen formas diferenciadas de actividad psíquica.

3.5.2. Caracterización psicobiológica del hemisferio derecho


Tomando en cuenta las observaciones que acabamos de esbozar, es posible carac-
terizar al hemisferio derecho como el sistema de memoria que guarda los aspectos es-
tructurales de la información psíquica consciente, información que refleja, a su vez, los
aspectos espaciales de la realidad. Estos aspectos estructurales de las distintas clases
de información guardadas en el neocórtex paralímbico, parietotemporooccipital y prefron-
tal dorsolateral de este hemisferio son los que al activarse involucran a todas redes inter-
conectadas en paralelo del mismo hemisferio y del lado opuesto para generar las imáge-
nes que reflejan la estructura del espacio real –del cuerpo, el entorno o el universo. Es
importante recordar que el hemisferio izquierdo genera hemiimágenes respecto del he-
miespacio derecho únicamente. Esta forma de codificación de la información psíquica
significa que las redes neocorticales del hemisferio derecho deben tener las característi-
cas especiales que facilitan la codificación de las clases de información que generan ta-
les formas de representación del espacio del que formamos parte.
A partir de las evidencias que ya hemos revisado, se ha deducido que el hemisferio
derecho genera representaciones geométricas, analógicas, sintéticas, objetivas, concre-
tas de dicha realidad. Esta forma de procesamiento parece que depende de ciertas ca-
racterísticas intrínsecas de las redes neurales de este hemisferio.
En primer lugar, parece que el hemisferio derecho genera imágenes perceptuales e
imaginativas porque procesa señales psíquicas de modo simultáneo antes que secuen-
cial. Esto implicaría que las redes neurales en paralelo del hemisferio derecho integran
información en simultáneo, tanto para la adquisición y elaboración de los sentimientos y
los conocimientos respecto de las cosas en el espacio, como para la generación de las
imágenes en los procesos de la percepción y la imaginación.
En segundo lugar, ya sabemos que las áreas posteriores del hemisferio derecho pro-
cesa mejor aspectos de la realidad objetiva, sobre todo distancia, tamaño y forma a tra-
vés del tacto y la visión, y que por eso es capaz de generar una representación tridimen-
sional del espacio.
Finalmente, en el hemisferio derecho el procesamiento de la información parece que
se organiza en bloques o que los cambios de una representación a otra se producen a
intervalos relativamente prolongados o se realizan más lentamente. Esta forma de proce-
samiento determinaría que la atención ante los sucesos del espacio sea más sostenida o
prolongada y que esta característica facilite la inspección y procesamiento de la informa-
ción respecto del entorno y las condiciones de la situación actual.

3.5.3. Caracterización psicobiológica del hemisferio izquierdo


En su libro “La neurología del Pensamiento” Benson (Benson, 1994) nos revela que lo
que ha hecho la neurología es “demostrar lo obvio: (1) que pensar es una función del
cerebro y (2) que muchos procesos nerviosos individuales deben enlazarse a fin de pro-
cesar el pensamiento”. No es posible, sin embargo, que una explicación obvia sea una
explicación de los procesos esenciales o subyacentes a un fenómeno cualquiera, y me-
nos a una forma tan compleja de actividad como es la consciente. La cuestión obvia de
que el pensamiento es producto del cerebro no es, en realidad, una explicación. La cien-
cia tiene que explicar los procesos que determinan que la actividad cerebral se convierta
en actividad consciente (o mental, si se prefiere en este caso). Ya hemos señalado
(véase el cuaderno de Introducción) que esta determinación no es lineal de causa a efec-
to, sino que se trata de una doble determinación; así, por ejemplo, la forma de actividad
consciente que llamamos pensamiento (así como la percepción, la imaginación y la ac-
tuación) es determinada tanto a partir de la información psíquica de plano subconsciente
como a base de la información social que una persona procesa en un lapso dado de su
vida.
La cuestión es saber ahora, porqué el pensamiento y la actuación se generan desde
el hemisferio izquierdo, en contraposición a la percepción y la imaginación que se gene-
ran a partir del hemisferio derecho. Teniendo en cuenta las observaciones clínicas y ex-
perimentales pertinentes, se puede explicar esta disociación teniendo en cuenta el modo
como las redes neurales del cerebro se organizan en los procesos del pensamiento y la
actuación, advirtiendo que en este caso no se trata de explicar cómo se organiza la fun-
ción, sino la actividad psíquica del cerebro. En efecto, sabemos que muchos procesos
psíquicos deben integrarse a fin de conformar los contenidos del pensamiento y la actua-
ción (así como los de la percepción y la imaginación). Dentro de esta concepción no exis-
te información (sin definir qué es) que emerge de asociaciones intermodales, ni matrices
neurales complejas, ni mecanismos supramodales que manipulan estos resultados.
Tampoco existe un control ejecutivo abstracto de alto nivel o de tipo metacognitivo. Más
aún, desde la perspectiva que acabamos de desarrollar, ni siquiera se requiere de estos
entes hipotéticos ad hoc, puesto que la organización de la actividad cognitiva y afectiva
que constituyen el pensamiento y la actuación (así como la percepción y la imaginación)
depende de la información conativa. Por lo tanto, el contenido del pensamiento no es una
clase mal definida de información que resulta de la función de una cadena jerárquica de
estructuras cerebrales interconectadas, sino una forma de actividad epiconsciente que
resulta de la activación e integración de las diversas clases de información psíquica de
los componentes de la conciencia, específicamente a partir de la información psíquica
que codifica los aspectos de actividad del mundo real en las redes corticales del hemisfe-
rio izquierdo.
Necesitamos explicar ahora qué es lo que facilita la integración de estos aspectos
temporales de la información psíquica para generar los conceptos y esquemas dentro de
un tipo de procesamiento en serie más que en paralelo.
En primer lugar, es posible que en el hemisferio izquierdo los cambios de una repre-
sentación a otra son relativamente rápidos y por eso el procesamiento de la información
se organiza en serie. En otras palabras, esta forma de procesamiento indicaría que dicho
hemisferio almacena y procesa mejor la sucesión de los hechos en el tiempo, y que de
esta manera genera representaciones de sucesos espaciales que se sustituyen inmedia-
tamente por otros que siguen en el tiempo real.
Este tipo de actividad es la que seguramente facilita las llamadas “operaciones men-
tales” aritméticas, digitales, analíticas, subjetivas, abstractas, que se realizan desde el
hemisferio izquierdo justamente como reflejo de los aspectos temporales de la realidad
objetiva o subjetiva.
De lo dicho podemos deducir que las redes neurales del hemisferio izquierdo proce-
san señales neurales que codifican información psíquica en secuencias sucesivas que
luego se reflejan primero en la expresión de los sentimientos, y luego en la realización de
la actividad productiva y en la toma de decisiones morales que dependen de la volición.
CAPÍTULO 3.6

ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD EPICONSCIENTE

Formas de organización de la actividad epiconsciente. Redes neurales para la induc-


ción y mantenimiento de la ansiedad, la atención y la expectación. Redes neurales para
la integración supramodal de la actividad epiconsciente.

Desde que se vio la necesidad de explicar anatómica y fisiológicamente las diversas


formas de organización psíquica de la actividad personal en estado de vigilia, se pensó
que debía diferenciarse entre los procesos automáticos y los controlados, entre las for-
mas de actividad de anticipación y las de respuesta inmediata, así como explicar los me-
canismos por los que es posible la percepción un estímulo o algún aspecto de una situa-
ción con la mayor nitidez o definición, y el mayor grado de estructuración (Posner, 1990).
Sin embargo, todavía se supone que todos estos mecanismos sólo sirven para iniciar y
mantener una sola forma de actividad cognitiva que es la atención.
A diferencia de este enfoque cognitivista, aquí vamos a desarrollar el concepto de
que, así como las formas de actividad que llamamos del sueño dependen de la organiza-
ción de la información psíquica subconsciente a través de sistemas subcorticales de inte-
gración, las formas de organización de la actividad epiconsciente de la persona despierta
(y seguramente mientras sueña) dependen de procesos de integración transcortical, tanto
neocortical como paleocortical, de toda la información psíquica. Sin embargo, la compleji-
dad de estas formas de integración no excluyen la intervención de aquellas estructuras
subcorticales, como las estudiadas en el capítulo anterior, así como de otras redes neura-
les como las del tálamo y la amígdala. De este modo, las funciones de los núcleos del
tronco encefálico ya no quedan limitadas al sueño y el despertar sino que se involucran
en la organización de todo el conjunto de la actividad psíquica personal.

3.6.1. La actividad epiconsciente


La actividad personal organizada psíquicamente depende de la actividad epiconscien-
te; esto es, de la activación e integración de las diversas formas de información psíquica
consciente, que a su vez activan e integran la actividad psíquica inconsciente, la actividad
funcional, metabólica y celular de todo el sistema nervioso, y a través de éste de todos
los demás niveles de organización del individuo. A base de esta forma superior de activi-
dad, la personalidad se anticipa a los sucesos de la sociedad y del ambiente social y físi-
co que le rodea, así como orienta su actuación objetiva tomando en cuenta las condicio-
nes actuales de su propio cuerpo y las circunstancias del mundo, en cada instante de su
vida.
Supongamos por un instante que estamos despiertos, pero totalmente aislados del
mundo, de la realidad de nuestro cuerpo y del mundo exterior. Algo de esto se ha inten-
tado realizar en los experimentos conocidos como de privación sensorial –de ausencia de
estimulación– y de privación perceptual –en ausencia de estimulación estructurada, pero
en presencia de luz y ruido blanco. En estas condiciones, los sujetos de experimentación
únicamente imaginan y/o piensan. Algo similar ocurre cuando nos sumimos en la medita-
ción, estamos descansando o soñando despiertos. Y aunque existen marcadas diferen-
cias individuales, en tales condiciones diremos que por nuestra mente pasan sólo imáge-
nes y conceptos; que justamente vienen a ser las unidades más elementales de la imagi-
nación y el pensamiento, respectivamente.
Sin embargo, situaciones extremas como las descritas ocurren pocas veces. En la vi-
da real, si bien tenemos que imaginar y pensar con alguna frecuencia, hacemos esto con
algún esfuerzo, muchas veces de modo autoconsciente o intencional, es decir, dándonos
cuenta de ello. Esto se debe a que la mayor parte del tiempo tenemos que estar en rela-
ción con las demás personas y con las cosas del mundo exterior.
Bajo estas condiciones y exigencias, las imágenes se confrontan con la realidad pre-
sente, actual, y por lo mismo ya no decimos que imaginamos el mundo sino que lo perci-
bimos. De este modo las imágenes subjetivas de la imaginación se convierten en percep-
tos o imágenes perceptuales, objetivas. Y es así como los procesos de la imaginación se
convierten en los de la percepción.
Por otro lado, tales relaciones con las personas y con las cosas implican la realización
de ciertos actos, acciones o expresiones sobre o para ellas. En tal caso, los conceptos
deben transformarse en planes de actuación, y los procesos del pensamiento en los de la
actuación.
Notaremos de inmediato que estos procesos de la actividad epiconsciente, ya no es-
tán en el mismo plano de las sensaciones ni de la ejecución de acciones operativas como
son las que organiza la actividad inconsciente de los animales. El hecho de que por sen-
tido común, teniendo en cuenta sólo las apariencias o los aspectos puramente fenoméni-
cos del comportamiento de los animales, en psicología natural se use la palabra percibir
como si fuera sinónimo de sentir, no nos obliga a aceptar la idea de que la percepción es
el proceso que sigue a la sensación en el mismo nivel. Debemos más bien explicar en
qué consiste la diferencia entre la sensación del nivel inconsciente y la percepción del
plano epiconsciente.
De modo análogo, no están en el mismo nivel el plan para hacer algo y la ejecución
motora de la misma: tenemos que aceptar que entre el plano epiconsciente del pensa-
miento y la conducta efectiva también debe existir un plano psíquico de naturaleza cons-
ciente que seguramente corresponde al de la praxis planteada por los neurólogos en un
nivel puramente funcional.

3.6.2. Formas de organización de la actividad epiconsciente


Con excepción de los ensueños que son formas sui generis de actividad epiconscien-
te, afines a las alucinaciones, nuestro mayor interés se centra ahora en la explicación
neural y psíquica de los procesos de la percepción, la imaginación, el pensamiento y la
actuación, que para nosotros resultan de la integración de la información psíquica en el
mayor nivel de organización de la actividad de la persona. Ésta parece ser una salida
más coherente al antiguo antagonismo entre localizacionismo y holismo. Como se ha
dicho ya en varias ocasiones, no es que hayan funciones mentales elementales y funcio-
nes complejas. Lo cierto es que existe información psíquica guardada en un plano e in-
formación psíquica en uso en otro plano de la actividad personal, y que sólo en el curso
de la actividad epiconsciente es posible integrar las diversas modalidades de información
psíquica inconsciente con las de tipo consciente en la forma de imágenes y conceptos
que se procesan en los cuatro planos que acabamos de mencionar nuevamente.
Es importante notar que cualquiera de estos cuatro planos de la actividad que llama-
mos epiconsciente es resultado de la integración de la información afectiva, cognitiva y
conativa del plano subconsciente, y de la información afectiva y cognitiva de tipo incons-
ciente, lógicamente subsumidas como están dentro de la actividad subconsciente. Tam-
bién hay que destacar que toda esta integración de la actividad consciente, ciertamente
se efectúa con la ayuda del habla y la información social también en uso actual. Por
ejemplo, en una simple conversación, la actividad epiconsciente depende de lo que diga
el interlocutor; durante el estudio, de lo que esté escrito en el texto, y durante el trabajo,
de los utensilios e instrumentos utilizados.
Pero por otro lado, así como las imágenes y los conceptos son las formas de activi-
dad que adopta la información que se procesa en el plano epiconsciente, es también evi-
dente que estas clases de información adoptan alguna configuración en una lapso dado,
y que esta configuración depende tanto de las clases de información en sí que están en
uso como de la forma que adopta aquella especie de ruido blanco del plano subconscien-
te que mencionábamos al final del capítulo anterior. Es lógico pensar que en un momento
dado dicha configuración depende de la información afectiva, en otro de la cognitiva y en
otro de la conativa. Mejor dicho, podemos deducir que una de las tres clases de informa-
ción psíquica del plano subconsciente puede asumir el papel rector de la actividad epi-
consciente en un lapso dado, o que se puede convertir en la información que orienta todo
el conjunto de la actividad consciente, de la actividad personal por consiguiente. De este
modo, la actividad psíquica consciente que orienta todo el conjunto de la actividad perso-
nal, o lo que es lo mismo, la actividad consciente de anticipación de la actividad personal
en un momento dado, puede adoptar una forma de organización que depende de cual de
las tres clases de información organiza la actividad consciente actual. De allí que poda-
mos hablar de tres formas de organización de la actividad epiconsciente: ansiedad, aten-
ción y expectación, respectivamente.
Debemos pues distinguir entre: 1) las clases de información que se procesan en uno
de los planos de la actividad epiconsciente, y 2) la forma como se organiza dicha infor-
mación en estos mismos planos. Es por eso que uno puede percibir, imaginar, pensar o
actuar con algún grado de ansiedad, de atención o de expectación. Introspectivamente,
estas formas de orientación de la actividad consciente se vivencian mejor en los breves
intervalos que median entre la presencia de las imágenes y los conceptos en sí en uno de
los planos mencionados.
Tradicionalmente los procesos de orientación de la actividad personal han sido estu-
diados en términos del constructo de la atención. El modelo clásico de la atención fue
propuesto por W. James en 1890 como si se tratara de una focalización de la conciencia
en un estímulo o un aspecto del estímulo.
El estudio del fenómeno de “la fiesta del coctel” y los experimentos de estimulación
dicótica sirvieron para que Broadbent (1958) elaborara la teoría según la cual la atención
es una especie de mecanismo para el filtrado de la información. Suponía que el sistema
nervioso es un procesador de capacidad limitada, de modo que para el procesamiento de
la información por un determinado canal se tenía que bloquear de algún modo la entrada
de las señales no pertinentes. La teoría predecía que el bloqueo o filtrado de la informa-
ción tenía que realizarse en los niveles más periféricos del sistema nervioso, posiblemen-
te en los receptores o en los núcleos de relevo de las vías sensoriales.
Sin embargo, las observaciones de Ann Treisman (1967), usando las mismas técni-
cas de estimulación dicótica, mostró que los sujetos podían percatarse de ciertas peculia-
ridades del estímulo presentado al oído al que aparentemente no atendían. Estos hallaz-
gos se interpretaron en el sentido de que dicho filtrado debía ser un proceso más central
donde eran importantes los aspectos más significativos, y no físicos, del estímulo.
Posner (1975) por su parte, hizo notar que aquello que se denomina atención era en
realidad un proceso mucho más complejo. Logró diferenciar por lo menos tres fases o
formas de atender que denominó estado de alerta, de atención selectiva y de esfuerzo
consciente. En el siguiente experimento, que juzgamos importante, pudo notar la secuen-
cia de estos tres componentes del proceso de la atención. Después de un aviso previo,
por medio de un taquistoscopio, se presenta en una pantalla un estímulo visual (una le-
tra), y un segundo después se presenta otro (otra letra) para que el sujeto responda
“igual” o “diferente” según fuera el caso. Simultáneamente se presentan estímulos auditi-
vos al azar para que el sujeto responda manualmente para medir su tiempo de reacción
auditivo. Se comprueba que inmediatamente después que el experimentador da el aviso
que va a empezar la tarea, el tiempo de reacción a los estímulos auditivos se reduce de
modo progresivo; pero poco antes de la aparición del segundo estímulo el mismo tiempo
de reacción se incremente hasta cerca del doble de su latencia inicial.
Después del primer aviso, la reducción inmediata del tiempo de reacción se interpreta
como una fase de alerta incrementada, esto es, un estado de alerta fásico, distinto cuanti-
tativamente del estado de alerta tónico que corresponde al simple estar despierto. Des-
pués de la presentación del primer estímulo, el incremento del tiempo de reacción se in-
terpreta como la fase de atención selectiva, es decir, la fase en que el sujeto procesa sólo
un aspecto particular de la situación estímulo. El momento en que el sujeto decide la res-
puesta correcta se considera como la fase de esfuerzo consciente, en que, efectivamen-
te, hay la sensación de un esfuerzo extra que se emplea para poder comparar el primer
estímulo que queda en la memoria y el segundo que acaba de percibir.
En una versión más reciente, el mismo autor (Posner, 1994) distingue las mismas
tres fases de la atención bajo los términos de alerta, orientación y detección del estímulo,
respectivamente.
Por otro lado, este mismo autor ha sugerido que debe haber por lo menos dos clases
de dicotomía respecto de la atención: por un lado, habría que diferenciar entre los proce-
sos automáticos (caminar leyendo) y los controlados (tratar de comprender una oración),
y por otro, entre la actividad de anticipación (prepararse para responder una pregunta) y
la de respuesta inmediata (corregir la postura cuando se pierde el equilibrio). Además,
respecto de las formas de actividad controlada y de anticipación, a fin de que la situación
estímulo sea procesada con la mayor eficiencia posible, habría dos tipos de procesamien-
to: la información en sí, y los que mantienen el nivel apropiado de atención. En conse-
cuencia, se supone que hay dos tipos de mecanismo anatomofuncional en el cerebro:
uno para el procesamiento de la información en sí y otro para mantener la actividad en un
determinado nivel de intensidad o dirección. La diferencia es muy similar a la planteada
respecto de la memorización: se supone que hay un sistema para procesar la información
y otro para guardarla o recuperarla. También se parece al planteamiento de Piaget acer-
ca de la relación entre afecto y cognición, que supone se trata de una relación como la
que existe entre la energía externa y el trabajo de la máquina en sí.
Se espera, entonces, que la teoría psicofisiológica explique estos procesos psíquicos
en términos de los procesos funcionales que de algún modo intervienen para cambiar o
desviar la actividad personal de una dirección a otra, para mantener un cierto grado de
organización, así como para generar el tipo de organización más adecuado a una situa-
ción particular, subjetiva u objetiva. Esta necesidad hace suponer a Posner que deben
existir dos tipos de sustrato anatómico y funcional en el cerebro: uno para procesar la
información y otro para organizar la atención.
Pero hay dos problemas que subyacen a éstas y otras teorías actuales acerca de la
atención: el primero es que todas ellas parten del concepto de atención que se deriva del
sentido común, y el segundo, que sus procesos se explican con hipótesis que se derivan
de algunas situaciones experimentales puntuales en que la actividad del sujeto es aislada
del contexto y de la realidad en que normalmente se desenvuelven las personas. Por eso
es posible que todas aquellas definiciones de se han propuesto para la atención –como
son las que la identifican con concentración mental, vigilancia, atención selectiva, explo-
ración, activación, set, análisis por síntesis (Moray (1969), y las mismas fases de la aten-
ción señaladas por Posner, en realidad se las puede atribuir a las formas en que se orga-
niza la actividad epiconsciente en un momento dado de la actividad personal, y que esta
actividad de anticipación o de orientación de la persona hacia sí misma o hacia su en-
torno se organiza de modo apropiado a cada situación (Ortiz, 1999). Pero es posible que
hayan sólo tres formas genéricas de organización de la actividad epiconsciente, que son
los mencionados estados de ansiedad, de atención y de expectación.
En el cuadro 3.6.1 se comparan los conceptos fundamentales acerca de lo que son
estas formas de organización de la actividad epiconsciente. De esta manera descartamos
que la atención sea sólo una forma de actividad cognitiva, o la única forma de actividad
consciente que subyace a la relación cognoscitiva entre el estímulo y el sujeto en un mo-
mento dado. El modelo, por otro lado, no requiere de explicaciones fisiológicas ad hoc, o
de mecanismos distintos a los del procesamiento de la información psíquica consciente
en el nivel cortical, como si fuera dependiente del procesamiento de la información neural
en el nivel subcortical. Más bien, lleva implícita la idea de que es la configuración que
adopta la actividad consciente cuando una u otra clase de información psíquica –afectiva,
cognitiva o conativa– asume el papel de actividad de orientación o actividad rectora de la
actividad en el espaciotiempo real del cerebro, del sistema nervioso y de la persona, todo
simultáneamente.

CUADRO 3.6.1
ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD EPICONSCIENTE

Forma de actividad Actividad de base Objetivo

1. Ansiedad (Alerta) De base afectiva: Recepción

2. Atención (Atención selectiva) De base cognitiva: Selección

3. Expectación (Esfuerzo consciente) De base conativa: Decisión

3.6.3. Redes neurales para la inducción y mantenimiento de la ansiedad


Definimos el estado de ansiedad como la forma en que se organiza la actividad epi-
consciente a base de la actividad afectiva. Estados de esta naturaleza pueden ocurrir
después de una llamada de atención o advertencia, por ejemplo, frente al llamado de
“listos ...!”, o como el estado de duda que media entre retroceder o avanzar, escapar o
enfrentar ante un peligro (quedarse parado a mitad de la calle ante un carro que avanza a
velocidad, o estático ante la presencia inesperada de un animal), y en general ante la
ocurrencia de una situación o estímulo inusitado, insólito o desusado.
Incluye a los estados de alerta fásico y de vigilancia, en los que hay un incremento
breve o sostenido de receptividad por parte de la persona a lo que pudiera suceder de
inmediato o en un futuro algo lejano. La ansiedad consiste en estar preparado para pro-
cesar señales de alta prioridad o de baja probabilidad. Es un aumento de la capacidad de
respuesta, o de mayor rapidez de respuesta ante estímulos, novedosos o establecidos de
antemano. Tal es la tarea de un vigía o vigilante. El aumento instantáneo de la ansiedad
ante una situación dada aparece entonces como alerta fásico (que puede adoptar la for-
ma de “quedarse con la mente en blanco”), o adopta la forma de vigilancia cuando la es-
pera es prologada ante sucesos que pueden ocurrir como no también. La ansiedad no
afecta la estructuración de la información en el nivel inconsciente ni al reproducirla en el
recuerdo, pero sí afecta la tasa de respuesta a una sucesión de situaciones-estímulo, y
puede producir errores por omisión o por comisión, según la velocidad con que el sujeto
procesa la información.
Cada persona tiene un nivel de ansiedad característico, con incrementos y decremen-
tos de mayor o menor amplitud y duración, o que se pueden mantener por largos perío-
dos de tiempo. Los incrementos mayores ya son vivenciados como temor o angustia ante
lo que pudiera suceder en el futuro. Este paso de la ansiedad a la angustia debe recor-
darnos la teoría según la cual se suponía que la emoción era sólo un nivel de arousal
elevado. En verdad que los grados de ansiedad se correlacionan estrechamente con los
grados de desincronización de la actividad eléctrica del cerebro, como puede comprobar-
se por el incremento del ritmo beta en el EEG, pero no podemos confundir la ansiedad en
tanto forma de organización de la actividad epiconsciente, con la angustia es sólo una
forma de sentimiento, y menos con el miedo que es una sensación afectiva primaria, co-
mo ya hemos visto.
La actividad funcional de soporte del estado de ansiedad depende de redes neurales
que tienen sus puntos nodales en el hemisferio derecho. Esta aseveración se ha deduci-
do de la constatación de que las lesiones de este hemisferio producen disminución de las
respuestas funcionales cutáneas y de tipo visceral durante la vigilancia. Por otro lado, en
sujetos con hemisferios separados, la capacidad de vigilancia que depende del hemisfe-
rio derecho es superior a la que depende del izquierdo. Y en personas normales, se pue-
de comprobar un aumento del flujo sanguíneo regional en este hemisferio durante la eje-
cución de tareas de vigilancia.
El conjunto de la red neural que integra la actividad afectiva con las otras formas de
actividad cognitiva y conativa durante los estados de ansiedad, comprende el área parie-
tal derecha, el área temporal lateral y el área parahipocámpica anterior, áreas que se
integran a través de los circuitos del hipocampo, la amígdala y el sistema de integración
subcortical del locus ceruleus.

3.6.4. Redes neurales para la inducción y mantenimiento de la atención


La atención la definimos como la forma en se organiza la actividad epiconsciente a
base de la actividad cognitiva Corresponde a lo que también se denomina orientación o
foveación hacia un objeto o cualidad del objeto. Se supone que para inducir un estado de
atención se requiere de un mecanismo de desenganche o de conmutación para desaten-
der un objetivo y orientarse y enfocar a otro, de tal modo que, una vez seleccionado este
objetivo, el mecanismo debe facilitar que el aspecto seleccionado de la realidad objetiva
actual se mantenga bajo el foco de la atención.
La atención es la forma de organización necesaria para el análisis y reconocimiento
de patrones (patterns), la búsqueda visual, la selección del estímulo en un punto del es-
pacio, el aislamiento de un objeto o de una cualidad de un objeto a partir de una situación
compleja, o el seguimiento del objeto estímulo en un espaciotiempo real o virtual. Ade-
más debe facilitar la retención de una cierta información en uno de los planos de la activi-
dad epiconsciente.
El soporte funcional viene a ser una red neural de atención que tiene sus puntos no-
dales en ambas áreas parietales posteriores. Por eso se dice que existe un sistema de
atención posterior. La existencia de este sistema se puede comprobar directamente por
imágenes tomográficas obtenidas por emisión de positrones. Por ejemplo, cuando una
persona se imagina caminando por el medio de una carretera, se incrementa la actividad
de los lóbulos parietales.
La actividad cognitiva se integra con la actividad afectiva y la conativa a través de una
red formada por las áreas parietales, el área cingular posterior –que según parece inter-
viene en el monitoreo de las señales sensoriales respecto del espacio exterior (Schneider
y col., 1994)–, el pulvinar y los núcleos laterales del tálamo, los tubérculos cuadrigéminos
superiores y el sistema serotoninérgico de los núcleos del rafe.

3.6.5. Redes neurales para la inducción y mantenimiento de la expectación


El estado de expectación viene a ser una forma de organización de la actividad epi-
consciente que depende de la actividad conativa. La expectación expresa las tendencias
que la personalidad desarrolla en el curso de su vida, y se expresa en la postura expec-
tante que ella adopta ante una situación social particularmente importante. La actividad
expectante tiene, en efecto, un aspecto de curiosidad y un aspecto de valor, por cuanto
es espera curiosa de algo especialmente significativo o trascendente para la persona. No
puede confundirse con la atención que es una forma de organización puramente cognitiva
de la actividad.
El estado de esfuerzo consciente y el proceso de detección del estímulo han sido re-
lacionados erróneamente con la atención involuntaria, que en un momento señaló Luria
como función de los lóbulos frontales. Sin embargo, es evidente que sólo la atención de
un animal tiene que ser involuntaria. Por contraste, un estado de expectación es lo más,
por no decir lo único voluntario que existe. Naturalmente que orientar la actividad hacia
un estímulo inusitado es una reacción de alerta fásica, mejor dicho, un estado de incre-
mento instantáneo de la ansiedad de fondo. Si la actividad cognoscitiva se mantiene, se
convierte en atención (en tanto depende de la actividad cognitiva). Y si surge la curiosi-
dad por saber de qué se trata aquello que llamó la atención, ésta se convierte en expec-
tación.
De ciertos experimentos se ha deducido que parece haber un sistema cortical para
detectar señales independientemente de su ubicación que tiene su punto nodal en las
áreas frontales. Pero también sabemos que las personas en determinadas situaciones
tienen que hacer uso de procedimientos de decisión, cuando hay varias respuestas posi-
bles. Por ejemplo, en el experimento de Posner, el sujeto debía comparar dos estímulos
sucesivos para decidir si eran iguales o diferentes. De modo similar, en la actividad ruti-
naria tenemos que decidir entre alternativas tan banales como decidir qué ruta tomar para
llegar a un punto, y tan complejas como perseverar en la solución de un problema, o de-
cidir qué conducta seguir para lograr alguna de las aspiraciones. Las alternativas pueden
estar presentes en un momento dado, o pueden surgir en momentos sucesivos; en todo
caso, se requiere de una forma de organización de la actividad que incluya elementos de
ansiedad y de atención, pero de tal modo organizadas que no son ni una ni otra. Es más
bien una forma superior de organización de la actividad consciente que depende la activi-
dad volitiva.
Hay formas de actividad que se parecen a la atención, como son los estados de con-
centración que se requieren para analizar la propia conducta, para realizar operaciones
metacognitivas o para mantenerse de modo consecuente en tareas difíciles, basadas en
metas, objetivos, intereses o expectativas.
El soporte funcional de la expectación es también una red neocortical que tiene como
punto nodal el área frontal lateral. Esta región de la corteza cerebral ha sido involucrada
en una diversidad de “funciones”, todas la cuales son en realidad resultado de la actividad
psíquica conativo-volitiva que aparece de distintas formas dentro de tareas lógiccamente
relacionadas entre sí. Se dice, por ejemplo, que interviene en el pensamiento verbal, para
imaginar el espacio, en el control ejecutivo y la memoria de trabajo para detectar estímu-
los y preparar respuestas, y por medio de imágenes tomográficas por emisión de positro-
nes se ha mostrado que la actividad frontal aumenta en proporción al número de blancos
a detectarse en una pantalla.
La integración de la actividad cognitiva y afectiva a base de la actividad conativa se
efectúa, hasta donde sabemos, a través de las conexiones del área frontal lateral con el
área cingular anterior, el núcleo dorsomedio del tálamo, el estriado y el sistema dopami-
nérgico del núcleo tegmental ventral.

3.6.6. La integración supramodal de la actividad epiconsciente


Ya hemos visto que la suposición de que las funciones elementales del cerebro se in-
tegran en otras de mayor complejidad son planteamientos mecanicistas que pueden ser
superados diferenciando, primero, entre la formas de organización de la información psí-
quica, y luego los planos de la actividad consciente, subconsciente y epiconsciente en
que se procesa dicha información. Esto significa que es fundamental separar el plano de
la información guardada o fuera de uso y los planos de la información en uso de la cual
depende la organización de la actividad personal actual.
Debemos pues precisar ahora cómo se integran en la red cerebral holocortical, es
decir, en la red bihemisférica, las distintas clases de información psíquica consciente e
inconsciente una vez que se descodifican y aparecen en la forma de imágenes y concep-
tos en los planos de la actividad epiconsciente.
Esto significa que a los procesos de integración intramodal e intermodal deben aña-
dirse los procesos de integración supramodal. Indudablemente que las interconexiones
transcorticales vienen a ser el primer soporte funcional de esta integración supramodal
dentro de la actividad epiconsciente. Sabemos que las formas de integración intramodal e
intermodal o multimodal, se producen dentro de cada componente neocortical de la con-
ciencia. En otras palabras, tenemos que explicar como se integran supramodalmente las
clases de información afectiva, cognitiva y conativa de ambos hemisferios hasta expre-
sarse en la forma de imágenes y conceptos.
Es evidente que esta última forma de integración holocortical y bihemisférica se efec-
túa por medio de redes neurales distribuidas en varios niveles. Las principales de estas
redes son:
1) Los fascículos de asociación frontoparietales, temporoparietales y frontotempora-
les, que contienen vías de ida y vuelta, que conectan las tres áreas de asociación de ca-
da hemisferio, formando así redes interconectadas en paralelo.
2) Cada una de las tres áreas neocorticales de cada hemisferio también se interco-
nectan con cada una de las áreas nodales de la corteza límbica: cingular anterior, cingu-
lar posterior y parahipocámpica, y de este modo también se interconectan entre sí, pero
ahora en serie a través del circuito límbico formado por el cíngulo y el fascículo uncifor-
me.
Se sabe ahora que estas interconexiones corticales terminan en un área blanco de
dos modos diferentes: las vías que van desde dos áreas neocorticales a una tercera (por
ejemplo, las vías prefrontales y parietales que terminan en el área temporal), hacen si-
napsis en láminas alternantes o de modo complementario; en cambio, las vías que van
desde dos áreas neocorticales a la corteza límbica terminan en columnas alternantes o
de modo interdigitado (Goldman-Rakic, 1988). De este modo convergen en el área cingu-
lar anterior y en el área cingular posterior, axones del neocórtex prefrontal y del neocórtex
parietal, y en el área parahipocámpica, axones de las áreas temporal y prefrontal.
3) El cuerpo calloso es esencial para la integración bihemisférica. Por medio de éste
se efectúa la interconexión directa y bidireccional entre las áreas corticales de ambos
hemisferios. Esta interconexión es el soporte funcional de la integración de los aspectos
de representación (o de estructura) y de procedimiento (o de actividad) de la información
en el plano epiconsciente. En términos psicológicos, esto significa que la elaboración de
las imágenes y los conceptos que se procesan en el plano epiconsciente de la actividad
personal depende de la integración de las señales diferenciadas que reflejan los rasgos
espaciales y temporales de la realidad que se realiza en cada hemisferio, y de la trasfe-
rencia de las señales psíquicas así elaboradas de uno a otro lado del cerebro. En este
mismo nivel psíquico, la integración de las imágenes y los conceptos también depende de
las señales verbales del sistema del habla que se usan para la recuperación, codificación
e interrelación de la información guardada.
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Fig. 3.5.1. Esquema de un corte transversal del cerebro que muestra la
mayor extensión del planum temporale (PT) del hemisferio izquierdo se-
gún mostró un estudio de Heschwind y Levitsky (Tomado de Ruch,
1979).

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