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Acuerdos de Paz en Centroamérica

Historia de la negociación

Nos acercamos ya casi a las 3 décadas de los procesos de paz y Centroamérica continúa
siendo una región claramente conflictiva. No obstante, a diferencia de esa época, la
conflictividad actual se caracteriza por una atomización y una despolitización marcadas.
Similarmente, los viejos problemas sociales que originaron, en parte, los largos
enfrentamientos armados se han mezclado con otros recientes derivados de dinámicas
socioeconómicas, políticas y ambientales, todas ellas propias del nuevo modelo económico
regional. (Matul, 2009)

El desenvolvimiento histórico de los países centroamericanos muestra una larga historia de


conflictos tanto internos como internacionales. Es frecuente encontrar en la literatura
académica y periodística dentro y fuera de la región, la utilización de una imagen convulsiva
y violenta para describir a estas sociedades. Esta tendencia a la descripción negativa ha
descuidado un aspecto positivo en el desarrollo de la región, particularmente en lo que se
refiere a la historia de sus relaciones internacionales; esto es, la región cuenta con una rica
experiencia en el ensayo de iniciativas para la resolución de conflictos y para el desarrollo de
la cooperación internacional. Se puede decir que cada conflicto en la región ha tenido su
respectiva fórmula de solución. (Araya, 2000)

Cuando se explican los orígenes del conflicto en Centroamérica, es necesario tener en mente
la presencia de múltiples causas relacionadas entre sí. En primer lugar, ha existido un
profundo entrelazamiento de relaciones causales entre los conflictos internos e
internacionales. Desórdenes internos en cualquiera de los países, fácilmente conducen a un
incremento de tensiones e incluso al estallido de conflictos con los países vecinos. Las causas
estructurales de los conflictos en la región tienen raíces profundas y sus orígenes pueden
remontarse hasta los tiempos coloniales. Las formas de dominación impuestas por los
colonizadores españoles sobre la población indígena, engendraron sociedades altamente
polarizadas. (Matul, 2009)
Esto se ha reflejado dentro de la estructura socioeconómica a través de un reducido grupo
social que se beneficia de elevadas proporciones del producto económico, en contraste con
la mayoría de la población que escasamente sobrevive con un mínimo de la producción. Una
estructura similar es mantenida en el sistema político: el rol del grupo social privilegiado es
dominante también sobre la política nacional. Para mantener el control y estabilidad de una
sociedad tan polarizada, el uso de la fuerza se ha constituido en el recurso habitual para
preservar el orden en el sistema político. No hay duda que la historia política en la mayoría
de los países de Centroamérica, después de la Independencia, ha sido plena en turbulencias,
golpes de Estado y dictaduras. (Matul, 2009)

Desde el siglo XIX, Centroamérica había logrado plasmar un proyecto económico que
consistía en la exportación de una canasta limitada de bienes agrícolas al mercado
internacional. Las rentas generadas por esas actividades eran utilizadas, en gran medida, para
financiar la importación de bienes de consumo primario y de capital que no eran producidos
internamente. (Matul, 2009)

Política y económicamente, el modelo tendía a beneficiar a dos sectores importantes: una


oligarquía ligada a la exportación y un sector importador. En Centroamérica, predominaba
un sistema político retrógrado y exclusivo, donde la participación descansaba en los grupos
más política y económicamente poderosos del país. Las posibilidades reales de que otros
grupos (especialmente los indígenas) pudiesen actuar políticamente dentro del sistema eran
bastante reducidas. (Matul, 2009)

Estados Unidos ejerció desde siempre una importante injerencia política sobre el país,
radicalizándose después de la invasión en 1918 y concretándose con la dictadura de los
Somoza. La dictadura era apoyada políticamente desde fuera por ese país, y desde dentro por
un aparato militar muy eficiente que constituía un factor que disuadía cualquier intento
golpista de los grupos de la oligarquía económica. Tal como fue aplicado en otras regiones
del mundo, la administración Reagan llevó adelante en Centroamérica una estrategia de
guerra de "baja-intensidad". Dicha estrategia significó la reconceptualización de la guerra
contra los movimientos de liberación nacional. Bajo esta nueva visión, dicho tipo de
conflictos son enfrentados como empresas políticas antes que militares. El elemento militar
se reduce a ser sólo uno de los muchos medios para alcanzar los objetivos políticos; el término
"baja intensidad" se deriva del bajo nivel de sofisticación del armamento utilizado y la baja
magnitud numérica de las fuerzas militares desplegadas; diferencia esencial con una guerra
convencional (Buvolloven: 1989, 321). Tal como fue implementada en Centroamérica, la
guerra de "baja intensidad" significó, entre otras muchas políticas, el desarrollo y apoyo de
grupos armados en contra de los sandinistas en Nicaragua (los contras), la instalación de
bases militares de los Estados Unidos en Honduras, la canalización de montos sustanciales
de ayuda militar para el ejército salvadoreño o los intentos de utilizar el territorio de Costa
Rica como un frente militar en contra del gobierno de Nicaragua. (Araya, 2000)

La exclusión no era sólo económica, también era política en tanto no existían medios para un
ejercicio real y efectivo del poder político. El sistema político no democrático de Nicaragua
y Guatemala se basaba en la regulación coercitiva del descontento social, mediante el
impulso de tenues e insostenibles reformas sociales y el uso de la coacción como medio para
impedir la crisis sociopolítica. (Araya, 2000)

Entre 1960 y 1970, las condiciones políticas en ambos países tendieron a recrudecer. En
1960, y a menos de una década desde la caída de los gobiernos reformistas, estalló la guerra
civil en Guatemala. Se trató de un conflicto que enfrentó a un conjunto de grupos armados
de izquierda (reunidos para 1982 bajo la Unión Nacional Revolucionaria Guatemalteca o
URNG) y a las fuerzas contrainsurgentes organizadas bajo el ala del Ejército guatemalteco.
En un principio, los combates se centraron en la parte oriental del país (predominantemente
hispánica o mestiza). Sin embargo, con la contraofensiva del Ejército entre 1966 y 1968, la
guerrilla se ve obligada a reagruparse en las tierras altas de occidente. Muchas de las
comunidades indígenas de la zona sirvieron desde ese momento como base de apoyo y
operaciones para la guerrilla. (Matul, 2009)

Políticamente, la guerra civil consolidó la transición desde la única experiencia democrática


hacia el autoritarismo en el país. Se trata de la construcción de lo que muchos académicos
han llamado un “Estado contrainsurgente”. (Matul, 2009)

No se habla en realidad de la adopción de una doctrina de seguridad nacional como hicieron


algunos Estados sudamericanos durante la década de 1970. En este caso, se trata de una
virtual militarización de las instituciones estatales y de la vida política y social. Es decir, fue
más bien un proceso en que se cohesionaron políticamente las élites civiles (primordialmente
productivas y empresariales) y las militares (que dirigían directamente el Estado) en contra
de la amenaza que significaban los grupos insurgentes. Se puede hablar simultáneamente de
un atrincheramiento de las primeras, y de una compenetración total del Ejército y el Estado,
al punto de que no podía distinguirse uno del otro.

Socioeconómicamente hubo una agudización de los problemas económicos de ambos países.


El proyecto económico que se impulsaba desde las oligarquías en ese momento llegó a
agotarse definitivamente al margen de una crisis económica mundial y un mercado regional
paralizado como resultado de la inestabilidad política. Dentro de las oligarquías, esto llevó a
un proceso de replanteamiento y debate sobre la estrategia de acumulación capitalista que se
desarrollaba hasta el momento, causando un quiebre dentro de las coaliciones dominantes.

El nivel de compenetración política entre el Estado y el Ejército fue total durante ese lapso
de años. Según Vela, hubo: 1) una subsunción de éste a la estrategia militar para controlar el
cambio social, legitimando el reemplazo de los políticos por los militares; 2) una concepción
de la sociedad como sistema bélico que podía agruparse en relación a los objetivos
estratégicos, apoyando la formación de sectores sociales encargados de la defensa militar
(patrullas de autodefensa civil); 3) una definición imprecisa del enemigo, siendo ausente una
discriminación clara entre el ‘enemigo’ y la ‘población general’; 4) una agenda política de
defensa y seguridad definida unilateralmente y de forma no democrática. (Vela, 2002)

El Proceso de Esquipulas II influyó de manera determinante tanto para lograr el cese al fuego
entre el FSLN y la Resistencia Nicaragüense, como para dar cabida a la convocatoria a
elecciones libres y multitudinarias en 1990. De igual manera, acuerdos de vital importancia
como el de Costa del Sol (1989), en seguimiento a Esquipulas II, permitió el establecimiento
de un escenario mucho más estable, tanto para la celebración de elecciones, la participación
libre de partidos políticos y la apertura a los medios de comunicación. En esa misma
dirección, se firmó el Plan Conjunto para la Desmovilización, Repatriación o Reubicación
Voluntaria en Nicaragua (Declaración de Tela, 1989).

Otro ejemplo, es la Declaración de San Isidro (Costa Rica, 1989), que impulsó el proceso de
desmovilización, repatriación y reubicación voluntarias; así como la participación de la
Resistencia Nicaragüense en el proceso electoral.
Finalmente, con la Declaración de Montelimar (1990), se demanda la inmediata
desmovilización de la Resistencia Nicaragüense, de conformidad con el Plan Conjunto de
Desmovilización y; se brinda respaldo a los acuerdos de tercera generación que Nicaragua
venía negociando, como, por ejemplo, el Protocolo de Procedimiento de Transferencia del
Mando Presidencial (Protocolo de Transición) y el Acuerdo de Tocotín, suscrito en Honduras
en 1990, para la total desmovilización de la Resistencia.

Así las cosas, los acuerdos de segunda generación facilitaron el final del conflicto armado y
sirvieron de fundamento para el proceso de transición hacia la democracia representativa. No
obstante, la gran mayoría de las reglas del juego que definen el marco político institucional
de ésta se dieron después de 1990 por medio de acuerdos de tercera generación.

Reflexión crítica

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