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Entender la filosofía como una disciplina a secas sería rebajarla. Lo que para Sócrates era un
estilo de vida del hombre virtuoso, y para Platón un diálogo del alma consigo misma, pasando
por lo que para Heidegger sería como una movilidad libre del pensamiento, ciertamente tuvo
un origen, que ha sido motivo de indagaciones históricas y filosóficas tan numerosas como
diferenciadas.
Hoy en día, se puede decir que se ha llegado más o menos a una convención en cuanto al lugar
de donde provienen los primeros filósofos. El escenario de tan importante suceso fue una ciudad
portuaria ubicada en la actual Turquía, llamada Mileto.
Dicho razonamiento no le atribuía las razones, valga la redundancia, o logos de las cosas, a
voluntades personificadas y externas al mundo, sino que pretendía una explicación, certera o
no, material. Es decir, para ellos, las causas de la realidad material obedecían a la materia misma.
Esto, cabe aclarar, no son sino descripciones de lo que se piensa fue la manera de discurrir de
estos filósofos, que posee ciertas características que, a pesar de su carácter racional, no pueden
ser la base para la consideración del punto de división entre mito y razón, o entre creencia y
ciencia, ya que incluso hoy en día dicha delimitación no se ha hecho completamente (Guthrie,
p.9, Gredos, 1984).
El primer personaje del cual se tratará brevemente es Tales de Mileto, nacido alrededor del año
620 a.c. La gran mayoría de las cosas que sabemos del pensamiento de este milesio nos vienen
de Aristóteles, que a su vez se basa en autoridades secundarias. También, el historiador
Heródoto nos induce en la biografía de Tales. Quizá el aporte más significativo de Tales a la
filosofía fue su consideración del agua como el principio de todas las cosas. Las razones,
puramente deducidas por el estagirita, pueden haber sido que Tales veía que la vida y muchos
fenómenos de la naturaleza tenía origen en el agua o en ambientes humectados. Ve en el agua
ese elemento inmutable que todo lo vivifica, y le da el carácter originario.