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CAFÉ Y DESARROLLO.

EL PAPEL DE LA INNOVACIÓN EN EL
CRECIMIENTO CAFETERO COLOMBIANO DE 1880 A 1930ACERCA DE
JAIRO MELO

Cuando a finales del siglo XVIII Colombia descubrió las posibilidades


del cultivo y exportación de café, el sueño de convertirse en un país
cafetero era apenas una utopía. Entrando a la carrera del desarrollo
con una seria desventaja, Colombia tendría que competir contra Brasil
en el mercado mundial de grano, en primer lugar tratando de alcanzar
los inmensos niveles de producción brasilera, para por fin, después de
la Guerra de los Mil Días descubrir que la clave del éxito no estaría en
sacar el mayor grano posible sino en hacer de este el más competitivo
a nivel mundial, aumentando la calidad desarrollando un café
colombiano que será el que hoy es reconocido globalmente.

En este ensayo se expondrá, desde una perspectiva neoinstitucional,


que la posibilidad de crecimiento económico derivada de la
producción de café se debió en buena medida a la innovación
tecnológica, la implementación de un sistema de ferrocarriles
cafeteros y a la creación de una clase de empresarios cafeteros a
inicios del siglo XX que reemplazaron a la burguesía hacendataria del
siglo XIX. Al final, se realiza un balance de por qué esta bonanza
cafetera no redundó en transformar a Colombia en un país
desarrollado sino apenas contribuyó a sostener un crecimiento
moderado que le permitiera estar dentro de los niveles aceptables de
una economía latinoamericana sin alcanzar el crecimiento de Brasil,
Argentina o México. La hipótesis de la cual parte este escrito
comprende que los cambios institucionales al interior de la economía
cafetera no fueron acompañados de transformaciones en las
instituciones estatales, las cuales, aunque lograron crear incentivos
para la producción cafetera, no lograron garantizar el monopolio de la
fuerza ni la estabilidad necesaria en términos de bienestar social,
salarios, impuestos y aranceles.

Contextualización general
Si bien el café se conocía desde el temprano siglo XVIII, fue hacia
1760 cuando se comenzó a cultivar el grano en lo que hoy es el
territorio colombiano. La hipótesis más aceptada es que el padre
Francisco Javier Romero impuso a los feligreses de Salazar de las
Palmas (hoy en Norte de Santander) la penitencia de sembrar arbustos
de café para redimir sus pecados, con tal nivel de éxito que sería el
primer municipio colombiano en exportar 2592 sacos de grano hacia
Venezuela en 1835. Sin embargo sería Bucaramanga el epicentro de
una producción que durante el siglo XIX dominó la región
santandereana. En este municipio se comenzó la siembra de café
impulsada por Francisco Puyana y Bernabé Ordoñez desde 1774,
siendo estos los pioneros de una pequeña élite de empresarios
santandereanos que tendrían en este producto la clave de su éxito
hasta inicios del siglo XIX[1].
Para la década de 1880 la producción cafetera con fines comerciales
empieza a desarrollarse en el occidente del país, específicamente en la
región del Quindío. Esta zona fue el resultado de un proceso tardío de
poblamiento denominado la “colonización antioqueña”, en el cual
familias de campesinos atraídas por la minería fueron adquiriendo
tierras baldías que transformaron en minifundios para la producción
de autoconsumo y el comercio[2]. En este proceso jugó un papel
fundamental el mercado de tierras, ya que en este no existía una
seguridad jurídica para la compra venta de los terrenos, sino antes bien
dependía de las adaptaciones y prácticas jurídicas de las que se valían
los colonos para acceder a los títulos de propiedad de los baldíos[3].
Esta inseguridad jurídica iba acompañada del recurso a la violencia
para el acceso a tierras y zonas de comercio, en el siglo XIX
manifiesta a través de guerras civiles y posteriormente en la forma de
La Violencia bipartidista[4].

Tomado de: Correa, Juan Santiago, Café y ferrocarriles en Colombia:


los trenes santandereanos (1869-1990). Bogotá, Colegio de Estudios
Superiores de Administración, 2012, p.18.
Los sistemas de trabajo para la producción cafetera desde finales del
siglo XIX fueron dos: hacienda cafetera y minifundio familiar. La
primera forma requería una buena cantidad de fuerza de trabajo que
pudiera emplearse en temporadas de cosecha, la cual se conseguía
principalmente de las tierras altas de los andes colombianos. La
hacienda estaba organizada jerárquicamente de modo vertical,
compuesto por un grupo de administradores y capataces de mano de
obra, otro de arrendatarios y aparceros, y otro de peones.[5]” Los
administradores o mayordomos eran los intermediarios entre el
propietario y los trabajadores agrícolas, encargados de supervisar y
controlar el proceso de producción, llevar la contabilidad y contratar
al personal; en la escala jerárquica de la hacienda este era el personaje
más importante.
Los arrendatarios estaban sometidos a un régimen de contrato que en
buena medida dependía de los acuerdos a los que llegasen con los
mayordomos, pero en general el arrendatario debía pagar por una
porción de tierra asignada en la forma y tiempo que determinara el
propietario. Este pago podía ser en dinero, pero también se realizaba
en retribución o mano de obra. En todo caso, los arrendatarios estaban
obligados a “desmontar la tierra y entregarla sembrada de pasto y
cercada, después de sacar una o más cosechas de maíz. La empresa les
suministraba la semilla del pasto, los postes y el alambre para las
cercas.[6]” Finalmente, los peones o jornaleros, eran trabajadores
libres alojados cerca de la casa-hacienda en casas rústicas de madera,
y eran utilizados en oficios de siembra, desyerbe, poda, recolección,
secado y lavado del grano de café; en tareas de siembra y recolección
de pastos para la ganadería, o incluso en tareas de mantenimiento de la
infraestructura hacendataria, como la construcción de casas, caminos,
acueductos, cercados, etc. Esta población no hacía parte permanente
de la hacienda, sino era requerida en temporadas de cosecha[7].
El minifundio familiar era una forma de producción más común en las
regiones de Antioquia y Tolima, utilizando mano de obra de la familia
extensa implicaba un menor gasto inicial, todo lo contrario de una
hacienda cafetera que requería una gran inversión y debía esperar el
retorno solo hasta tres años después, cuando los árboles comenzaran a
producir[8]. El éxito del sistema de minifundio familiar puede ser
comprobado por el crecimiento progresivo de la producción cafetera
en la región antioqueña que pasó en cuatro décadas de ser una región
marginal en la producción de grano a dominar el mercado de
exportación cafetero. Como lo indica Marco Palacios, a partir de 1913
ya es evidente el estancamiento de la producción santandereana frente
a un incremento vertiginoso de la producción antioqueña, incluyendo
las zonas de colonización. Mientras en ese año Santander solo se
presentó un crecimiento del 5.9%, en Cundinamarca este fue del
21.6% y en Antioquia del 20.9%, lo cual parece responder a la acción
de los empresarios que supieron aprovechar las oportunidades y
superar los obstáculos para el desarrollo de una empresa cafetera en
Colombia[9].
Las bonanzas cafeteras
Para la década de 1890 se presentó una bonanza en las exportaciones
de café gracias al aumento del valor del grano en el mercado
internacional. Entre 1887 y 1894 se triplicaron las exportaciones de
café pasando de los 111.000 a los 338.000 sacos de 60 kilos, llegando
en 1898 a más de medio millón de sacos[10].
Después de un periodo de crisis, mediado por la Guerra de los Mil
Días, el país pudo volver a aprovechar una segunda bonanza de las
exportaciones. Hacia 1909 el precio del café empieza a subir pasando
de 11 centavos de dólar por libra en ese año a 16 centavos en 1911. Si
bien durante esos tres años apenas se exportaron en total 1’908.697
sacos de 60 kilos, las ganancias derivadas de este auge jalonaron un
aumento en la exportación aun cuando el precio descendió de los 16 a
los 12 centavos entre 1911 y 1917, sexenio durante el cual se
exportaron 1’062.248 sacos en promedio por año. Para 1921 se logró
el mayor nivel de exportación de grano del periodo con 2’345.595
sacos vendidos a 15 centavos de dólar, pero cuyo auge fue posible por
haberse cotizado el grano a 27 centavos de dólar la libra en 1918,
valor que se recobraría tan solo para 1925[11].
Este aumento permanente en las exportaciones de grano es importante
porque lograba superar las fuertes fluctuaciones del valor del café a
nivel internacional, pero mientras a nivel nacional se observa un
aumento significativo, desde una perspectiva regional el crecimiento
no fue tan homogéneo. Esta bonanza cafetera favoreció
principalmente a los productores de la cordillera central, es decir, a la
región de Antioquia, norte de Tolima y noreste del Cauca; en tanto, la
región de Santander, Boyacá y Cundinamarca, en las que el cultivo de
café se hizo en haciendas, no logró aprovechar la bonanza y antes bien
se fue marchitando progresivamente[12].
Berquist señala además que el precio que podía obtener un café
santanderano en el mercado internacional era menor al de otras
regiones del país. El café de Santander era incluido en Inglaterra en la
categoría de “cafés pálidos”, los cuales valían hasta un 50 % menos
que los producidos en Antioquia, Cauca o Cundinamarca, que estaban
en la categoría de “cafés verdes finos”. A esto se le sumaba que el
grano santandereano incurría en mayores costos de transporte, puesto
que tenía que ser llevado en mulas por caminos deficientes desde las
provincias de Bucaramanga, Cúcuta y Ocaña (Ver mapa…) hasta
Venezuela, lo cual no solo era lento, sino además maltrataba el grano.
Si a todo lo anterior, se suma la menor productividad de las
sobreexplotadas tierras de las haciendas santandereanas, sembradas
con árboles viejos de baja producción y con una mínima inversión en
tecnología agrícola, es apenas obvio que el resultado sería perder su
lugar otrora predominante en la producción cafetera[13].
Empresarios y Estado
Hacia mediados de siglo los productores de café no estaban dedicados
de manera exclusiva a la explotación del grano. El empresario de la
época respondía a la lógica de un sistema preindustrial con un Estado
débil casi inexistente que no garantizaba la seguridad de la inversión
ni de la propiedad. Para el caso santandereano, los empresarios se
dedicaban tanto al comercio como a la explotación agrícola, en este
sentido, tanto podían en un momento producir café como introducirse
en la explotación de la quina; eran tanto importadores como
exportadores de productos agrícolas y manufacturados, además de ser
políticos activos y en ocasiones formar parte del gobierno[14].
Estas organizaciones familiares lograron superar una estructura
institucional adversa, y que si bien el Estado propició la creación de
algunas organizaciones económicas, la inestabilidad política
dominante generaba obstáculos adicionales a los empresarios de la
región. Estas organizaciones aprovecharon los incentivos
institucionales dados a los sectores primario y terciario, por lo que
aquellos que contaban con el capital suficiente optaron por la
exportación de productos de alta demanda en los mercados externos
que representaban un alto beneficio. Esto implicó que el interés
superior de los empresarios estuviese en el comercio antes que en la
producción o transformación del café, el cual les interesaba en tanto su
valor en el mercado fuese favorable, cambiando perspectiva solo a
finales del siglo XIX, cuando la producción de grano se convirtió en
su actividad principal[15].
Para la misma época, la política de adjudicación de baldíos incentivó
una oleada de colonizadores en el occidente del país, la cual configuró
un paisaje en el que dominó la pequeña propiedad familiar. Estos
primeros campesinos, que aún no pueden considerarse como
empresarios, fueron quienes expandieron la industria cafetera en esa
región, aunque también se presentaba acumulación de tierras y
haciendas, fueron las fincas familiares las que lograrían abrirse paso a
inicios del siglo XX como las principales productoras de café en el
país. A la par de una serie de bonanzas cafeteras que de cierta manera
implicarían un crecimiento económico, por lo menos para una región
del país, los productores tuvieron que enfrentar una estructura
gubernamental que no era precisamente favorable para sus intereses.
Kalmanovitz y López Enciso señalan que uno de los principales
obstáculos que tuvieron que superar los caficultores fue un Estado
pequeño y centralizado, “dotado de escasos recursos, que era incapaz
de proveer las herramientas de defensa del gremio en la competencia
internacional y que además no era lo suficientemente flexible para
superar momentos de crisis económicas.”[16] La respuesta de los
productores fue la creación de la Federación Nacional de Cafeteros de
Colombia (FNCC) en 1927, la cual logró influenciar política y
económicamente a la nación “a partir de la construcción de una
racionalidad colectiva que incluyó impuestos a la actividad y cierta
autonomía para gastarlos en aras de la defensa del gremio y del
desarrollo económico y social de las regiones cafeteras”, de esta
manera se redujo la incertidumbre y permitió un desarrollo regional de
largo plazo[17].
Para Steinar Saether no es posible encontrar el origen de la FNCC en
motivaciones meramente económicas, sino en aspectos ideológicos y
políticos que iban más allá de las coyunturas económicas y
financieras. Antes de la FNCC la burguesía caficultora de Antioquia
se encontraba afiliada a la Sociedad de Agricultores de Colombia
(SAC), la cual tenía una fuerte influencia como consejera de las
políticas agrícolas del gobierno nacional, pero no lograba representar
los intereses de los minifundistas del occidente del país, quienes
entraron en confrontación con los promotores del latifundio arraigados
principalmente en Cundinamarca. Esta lucha de élites, que se llevaba a
cabo en la arena económica y política del país, se vería reflejada en la
toma de partido por parte de los cafeteros de Antioquia quienes se
afiliaron al lado conservador en oposición al liberalismo bogotano.
Cuando se conforma la FNCC esta manifiesta tener un carácter
nacional, pero sus representantes eran en su mayoría de Antioquia,
quedando las demás regiones con una representación poco menos que
nominativa, lo que hizo que fueran los intereses de la élite antioqueña
los que dominaran en la toma de decisiones de dicha agremiación[18].
La FNCC no solo tuvo éxito como organización, sino que logró
consolidarse como una institución cuasi-estatal, de tal nivel que
aunque fuese una organización privada las decisiones relativas a la
política cafetera eran discutidas directamente entre el presidente de la
Federación y el presidente de la República[19].
Este tipo de empresarios no constituyeron una burguesía industrial en
el sentido clásico, antes bien estos constituyen “un grupo de
empresarios industriales, vinculados a las capas agroexportadoras e
importadoras, con las cuales [la aristocracia] mantiene desacuerdos
transitorios pero no antagonismos políticos ni económicos.[20]” Estos
empresarios conformaron una élite que supo aprovechar las políticas
económicas y las crisis para penetrar mercados, explotar la
devaluación importando maquinaria a bajo costo y sobre todo,
contratar mano de obra a muy bajo costo. Como resalta Marco
Palacios, fueron un grupo que aprovechó las condiciones para
desarrollar sus empresas, pero no propusieron un “proyecto nacional”
alternativo[21].
Infraestructura y ferrocarriles
Mientras economías latinoamericanas como Argentina, Brasil y Chile
contaban con un considerable nivel de desarrollo de infraestructura
ferrocarrilera para inicios del siglo XX, Colombia estaba en una
posición rezagada con apenas un 0.2 kilómetros de carrilera por cada
mil habitantes en 1913. Argentina, por ejemplo, contaba con 4.4
kilómetros de línea de ferrocarril por cada mil habitantes, Chile 2.3 y
Brasil 1.0. De manera correlacionada, Argentina contaba con un PIB
de 188 dólares per capita, Chile 140 y Colombia apenas 45
dólares per capita. Cárdena, Ocampo y Thorp indican que este
fenómeno se transformaría para finales de la década de 1920 donde
paradójicamente economías como la Argentina reducirían su PIB en
tanto Colombia y México verían un aumento.
Tal sería la importancia y el afán por construir vías que la Ley 60 de
1905 “sobre vías de comunicación”, obligaba a todo habitante mayor
de 21 años, “nacional o extranjero” a pagar una “contribución
personal para la construcción, reforza [sic] y conservación de las vías
públicas” no mayor a doce jornadas al año. Quien no cumpliera con
esta obligación sería multado hasta con diez pesos en oro . Esta
[22]

deficiencia en las vías de comunicación se hacía más grave en la


región de Santander, donde el mal estado de las vías, aunado al
incremento en el valor de los transportes en los años posteriores a la
Guerra de los Mil Días, y al costo de la mano de obra debido a su
escasez durante las épocas de cosecha ; significaron la reducción de
[23]

la rentabilidad de las haciendas cafeteras de Santander .


[24]

Para Marco Palacios el cuello de botella de la producción cafetera


sería el transporte de la mercancía desde los centros productivos hasta
el puerto de exportación internacional, una distancia que estaba entre
los 1200 y 2000 kilómetros y que solo sería solventada con más o
menos efectividad hasta la década de 1940. En 1870 los bultos de café
eran transportados por hombres, denominados tercios de indios,
reemplazándose paulatinamente por mulas que llevaban la carga por
caminos de herradura cuya calidad dependía de la geografía que
dificultaba el trayecto o incluso por el clima, ya que en época de
lluvias el transporte se volvía más complicado y por ende más costoso.
Todo esto hacía que el valor de un bulto de café en el puerto de
exportación fuera demasiado variable, incrementando la incertidumbre
y desestimulando la inversión[25].
Según cálculos de Palacios los costos de transporte de café desde
Bucaramanga hasta Bremen para 1871 equivalían al 55%-57% del
precio CIF[26], lo que implicaría que la ganancia de productores e
intermediaros era mínima. Para 1895 el flete de una tonelada de café
desde el Tolima hasta un puerto de la costa atlántica oscilaba entre
nueve y catorce libras, es decir que, aún con buenos precios del café
en aquel año, el precio FOB oscilaba entre el 12 y el 18 %[27].
Bucaramanga, que siempre tuvo el problema de no haber construido
una línea de ferrocarril eficiente, llevaba las mercancías hasta Puerto
Wilches, donde posteriormente eran llevadas al puerto de Barranquilla
por el Magdalena. El valor de transporte de una tonelada de mercancía
de Bucaramanga hasta Puerto Wilches en 1928 era de 105,02 pesos en
buen tiempo y de 153,62 pesos en época de lluvias. El transporte hasta
el Magdalena se hacía de manera terrestre hasta Chuspas, en el
kilómetro 72, donde se debía pagar una comisión de recibo y entrega
de dos pesos para luego trasportar la mercancía por tren hasta Puerto
Wilches. Ernesto Valderrama consideraba que de existir una línea
férrea directa entre Puerto Wilches y Bucaramanga el valor del flete
férreo se doblaría pero el valor total de transporte se reduciría a tan
sólo 31,12 pesos sin importar el clima .
[28]

En este contexto la construcción de ferrocarriles era una necesidad


imperiosa para poder impulsar la industria cafetera. Los empresarios
del café habían logrado aprovechar el transporte a vapor por el río
Magdalena, pero el cuello de botella que significaba el transporte
terrestre en mulas por caminos de herradura impedía el crecimiento en
las regiones cafeteras, en especial Bucaramanga. Si bien la
infraestructura de ferrocarriles comenzó a construirse en la década de
1870, su influencia positiva no se vio sino de manera muy tardía. Las
bonanzas cafeteras impulsaron el tendido de líneas férreas, las cuales
pasaron de 151 kilómetros en 1883 a 240,9 kilómetros en 1888, y para
1904 ya se contaban con 516,9 kilómetros. Aun así, como se anotó al
inicio de este apartado, la cantidad de tendido férreo era aún mínimo
para las necesidades de la economía colombiana[29].
El café fue un producto que se benefició sustancialmente de la
ampliación de la malla férrea, a diferencia de otros productos de
exportación como el tabaco. El ferrocarril no solo disminuía los
costos, sino además brindaba seguridad ya que garantizaba que el
grano se iba a conservar con buena calidad hasta el puerto y así mismo
mantendría un valor manejable y con menor variación que el derivado
del transporte por vía de caminos de herraduras o vapores del
magdalena. Para 1932 la red de ferrocarriles alcanza su mayor
extensión con 2700 kilómetros, especialmente de un tipo más
“cafetero”, que consistía en una línea de 0,9144 de ancho. Esto no
eliminó el transporte por el río magdalena, ya que regiones como
Cundinamarca o Santander seguirían utilizando esta vía para sacar sus
mercancías, lo cual obviamente repercutió en su capacidad de
competir con el occidente del país, que sería la zona más beneficiada
con la bonanza de 1920-1930[30].
“El problema de los brazos”
El primer número de la revista cafetera de Colombia publicado en
1928 decía en un artículo anónimo: “Sin lugar a dudas, el problema
más grave de todos cuantos confronta la industria cafetera en
Colombia, es el problema de los brazos”[31]. Saether ha llamado la
atención sobre este aspecto, manifestado previamente por la Sociedad
de Agricultores de Colombia ante el aumento de la producción
agrícola y la menor cantidad de fuerza de trabajo disponible, ya que
los jornaleros y arrendatarios lograban tener una mayor capacidad de
negociación que no era favorable para los intereses de los grandes
hacendatarios[32]. Más que el valor de la tierra, lo que incrementaba
los costos de producción en el sistema de explotación agrícola de
hacienda era la presencia física de colonos, ya que las zonas de
frontera agrícola estaban, por definición, prácticamente inhabitadas.
Además, durante el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX, la
fuerza de trabajo agrícola no estaba compuesta de jornaleros como
reserva de trabajo móvil, la mayoría de los campesinos estaban atados
a la tierra como pequeños propietarios o arrendatarios y aparceros de
tierras altas densamente pobladas[33].
Para garantizar la producción, un hacendatario debía garantizar una
gran cantidad de jornales. Marco Palacios identificó que, para una
hacienda de 100 hectáreas de cafetos se requerían de 6700 jornales de
nueve horas diarias para lograr una productividad óptima, de los
cuales 2814 se destinaban a desyerbes y podas, 2700 a la recolección
de la cosecha principal y 1186 a la recolección de la cosecha
de mitaca. Al convertir jornales en trabajadores resulta que se
necesitaban 39 jornaleros para la cosecha principal por 70 días y 24
para la mitaca en un tiempo de 50 días, además de unos 19
trabajadores permanentes[34]. Claramente este es un cálculo
hipotético, pero permite inferir la cantidad de fuerza de trabajo
requerida para obtener 10.4 sacos de 5 arrobas de café pergamino por
hectárea.
Para sacar el máximo provecho a la mano de obra los hacendados
utilizaron dos mecanismos primordialmente. Por una parte aplicaron
el sistema de aparcería, esto es, dar a los trabajadores un acceso a
recursos de la hacienda para compartir la producción entre el aparcero
y el hacendado, mediante ese sistema el trabajador no paga renta y el
hacendado no cancela un salario. Según la teoría neoclásica, este
sistema desestimula la producción de la tierra puesto que el aparcero
apenas trabajará lo necesario para cubrir sus necesidades de un
producto que se dividirá por lo general en mitad. Para salvar este
escollo, los propietarios redujeron el tamaño de la parcela en aparcería
hasta un óptimo rentable para la hacienda[35].
En otro lugar se encontraban los jornaleros, trabajadores ocasionales
que eran traídos a las haciendas en época de cosechas y a los cuales se
les pagaba un salario en dinero. Para aumentar los beneficios los
dueños de hacienda no disminuían los salarios por la falta de brazos,
pero sí lograban reducir sus costos pagando con alimentación a los
trabajadores, además de no definir el salario por el tiempo de trabajo
sino por la calidad de la recolección. El sistema consistía en darle a
cada jornalero un espacio de tierra en parcela para cosechar, de allí
recogía el grano que se categorizaba como “bueno, regular o malo”, lo
cual, si se suma que el trabajo se pagaba a destajo, era raíz de
conflictos entre los trabajadores y los mayordomos de las
haciendas[36].
A diferencia de las posiciones de la SAC y de los hacendados
cafeteros mencionadas al inicio de este apartado, los cafeteros de las
zonas de minifundio familiar promovían la colonización de baldíos y
la pequeña propiedad. El político conservador antioqueño José Luis
Ramírez Hoyos diría:

… el campesino cafetero es dueño y señor de una pequeña parcela, se


porta como tal, se acostumbra a su propia iniciativa, no atiende más
órdenes que las que le dicta la ley y su conciencia, y no obstante
acata la autoridad y la justicia, sabe que guardando el orden se le
respeta su derecho. Ideas, nociones y costumbres que pone en
práctica en su hogar, se hace atender imponiendo la moral, la
disciplina y sosteniendo el principio de autoridad.[37]
En efecto, la hacienda terminó siendo un modelo fallido que con el
tiempo simplemente fue absorbido por el mar de pequeñas y medianas
parcelas que rodeaban sus terrenos. A diferencia de las haciendas de
los valles y tierras llanas, la producción de café, que debía realizarse
en la montaña, no fue nunca un terreno apto para el modelo de
hacienda[38]. Para los años que fueron de 1920 a 1940 la hacienda
quedó definitivamente marginada del mercado de producción y
exportación de café colombiano y con ello la organización en
pequeñas propiedades que aprovechaban sobre todo la fuerza de
trabajo familiar y lograban absorber sin problemas la población
flotante de jornaleros para labores de cosecha se impuso en el modelo
cafetero que aún hoy persiste en el país.
Innovación: El café Colombia
Todos los elementos anteriores, finalmente, permitirían el éxito de la
producción de café a nivel internacional. La hipótesis de la que parte
este ensayo es que las condiciones institucionales que se desarrollaron
para la producción cafetera de la primera mitad del siglo XX
permitirían el desarrollo de una industria que, no sin altibajos y crisis,
logró ser uno de los más grandes motores de la economía nacional
colombiana. Uno de los aspectos donde se puede reflejar esto en
mayor medida es el proceso de innovación de la producción cafetera
hacia la década de 1960, específicamente la tecnificación de la
producción y el desarrollo de una variedad propia de grano que
transformaría la agricultura de grano.

La forma tradicional de cultivo de café previa a 1960 consistía en la


explotación en modo de agricultura extensiva de las
variedades Arabica Typica y Arabica Bourbon, a la sombra y con un
mínimo gasto en abonos, sin mayores cuidados y con poco trabajo e
inversión monetaria. A partir de la década de 1950 la FNCC comienza
un proyecto de renovación de plantaciones, reemplazando
gradualmente los arbustos viejos y enfermos por plantas nuevas,
cambiando además de las variedades arriba mencionadas a la Arabica
Caturra, la cual se mezcló con cepas locales desarrollando así una
variedad típicamente colombiana. El resultado más claro de este
proceso de tecnificación fue aumentar en un 423,7% la producción
cafetera en solo una década, el cual vino acompañado de una inversión
en maquinarias y equipos, así como en insumos agrícolas. Además, se
produce una demanda mayor de trabajadores temporales calificados,
con mejores salarios, en detrimento de los trabajadores permanentes
que tenían un mayor costo y no tenían la capacidad de enfrentar la
tecnificación[39].
¿Cuál fue el papel de las instituciones en este proceso de
modernización? El Estado como institución fue un importante
promotor de la modernización de la agricultura cafetera. Uno de sus
principales incentivos fue el establecimiento de un apoyo crediticio
abundante, a tasa de interés favorables al empresario cafetero; también
“el manejo de la tasa de cambio para favorecer tasas de cambio reales
que permitieran exportar en mejores condiciones de competitividad”;
exenciones tributarias con la disminución de impuestos al agro, los
aranceles de importación de insumos agrícolas o las retenciones
tributarias a las exportaciones de grano; una protección del mercado
interno, subsidios a las exportaciones; la caída del salarios real para
los trabajadores agrícolas, el control de la fuerza de trabajo y el
estímulo a la organización sindical. El Estado también estuvo a la
cabeza del apoyo a la investigación y transferencia tecnológica, la
creación de un mercado de tierras, el desarrollo de una infraestructura
necesaria (caminos, redes eléctricas), así como la construcción de
grandes obras de regadío[40].
Conclusión
La creación de la FNCC que logró convertirse en una institución en sí
misma, que dialogaba con el Estado para el fomento de la industria
cafetera, permitió canalizar los incentivos institucionales que
redundarían en el desarrollo de una industria cafetera. Los procesos
que se desarrollaron entre 1880 y 1930 permitieron el impulso de una
élite racional la cual superó los obstáculos decimonónicos
representados en una deficiente organización del trabajo, una baja
tecnificación de la producción, una política de tierras que aumentaba
la incertidumbre, así como altos costos de transacción representados
en una deficiente infraestructura para el comercio internacional.

Ahora bien, ¿por qué esta industria no ha representado un real impulso


al desarrollo del país? En general se ha tendido a endilgar a la
distribución desigual de las tierras que favorecería el latifundio y la
concentración de la tierra en pocas manos antes que la
democratización de la riqueza agrícola. Kalmanovitz y López Enciso
realizaron un análisis de esta variable, encontrando que aunque en las
regiones cafeteras y en general en casi todos los andes colombianos, la
producción se lleva a cabo en pequeñas propiedades, que son en buena
medida divisiones de grandes extensiones de antiguas haciendas[41].
En este sentido las causas de la desigualdad no parecen residir en la
distribución de la tierra sino en la debilidad económica del Estado
para brindar protección a la inversión. Colombia no ha logrado que
sus instituciones estatales defiendan a los empresarios de los embates
de la violencia y los grupos armados que, no en pocas ocasiones,
desplazan y asumen el control de la producción de grano. Estos
autores afirman: “La precariedad financiera del Estado y su
organización centralista han dificultado su construcción y
fortalecimiento local y su presencia en todo el territorio nacional,
tornando ineficientes muchas de sus funciones, incluyendo la de
proveer seguridad a sus asociados.[42]”
Como lo demostró James D. Henderson, violencia y crecimiento
económico van de la mano en el país, y de hecho no se contradicen. A
pesar de la gran cantidad de muertos que representaron conflictos
como la Guerra de los Mil Días o la violencia civil bipartidista de la
década de 1940 estuvieron asociados con la producción cafetera,
permaneciendo como un fenómeno exclusivamente rural que solo se
urbanizaría con el ingreso del fenómeno del narcotráfico[43]. Paul
Oquist sería el primer autor en relacionar directamente la riqueza
cafetera con La Violencia al encontrar que la mayoría de los
municipios donde se desarrollaba este conflicto eran cafeteros, de
hecho, hizo evidente que dicha confrontación haría que los
mayordomos de las fincas cafeteras se convirtieran en aquellos que
hicieran frente a los ataques de las guerrillas que buscaban
aprovecharse de los excedentes en tanto los dueños de las fincas no se
acercaban a sus propiedades ante el temor de ser asesinados[44].
Lo que es evidente es que a pesar de haber logrado aprovechar la
dotación de factores naturales, la industria cafetera por sí misma no es
capaz de desarrollar a todo un país. Buena parte del territorio
colombiano comprende una deficiente estructura de propiedad que
muchas veces depende más de la fuerza armada que de una seguridad
jurídica. Los títulos de propiedad se refrendan con la violencia desde
el siglo XIX sin que el Estado haya impedido la incertidumbre para la
inversión agrícola, antes bien, el sector agrario no representa el motor
de desarrollo colectivo, antes bien, han logrado dádivas que
representan un beneficio gremial pero que repercuten en altos precios
de alimentos para el resto de población, la cual en muchas ocasiones
tiene que cargar el peso del subsidio a la producción agropecuaria.

Bibliografía
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[1] Vélez Ocampo, Antonio, Cartago, Pereira, Manizales: cruce de
caminos históricos, Pereira: Papiro, 2005, edición
electrónica, http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/modosycost
umbres/crucahis/crucahis94.htm
[2] Tovar, Hermes, Que nos tengan en cuenta. Colonos, empresarios y
aldeas: Colombia 1800-1900, Bogotá: Colcultura, Tercer Mundo,
1995.
[3] Hermes Tovar señala que el Estado fue incapaz de detener el
fraude, limitar el acaparamiento de tierras, el reparto desigual de estas
y la conformación de un mercado informal de tierras sin títulos de
propiedad (contratos verbales). Tovar, Que nos tengan en cuenta, pp.
178-201.
[4] Ramírez Bacca, Renzo, “De la distribución de baldíos a la
consolidación de una región cafetera: dinámica comercial y
estructuras agrarias en el Líbano – Tolima 1886-1897”, En Anuario
Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 26, 1999, p. 87.
La Violencia hace referencia a un periodo de conflicto entre bandas
afiliadas a los partidos liberal y conservador que se extendió entre
1946 hasta 1958.
[5] Ramírez Bacca, Renzo, Formación y transformación de la cultura
laboral cafetera en el siglo XX, Bogotá, La carreta histórica, 2004, p.
78.
[6] Ramírez, Formación y transformación, p. 80.
[7] Ramírez, Formación y transformación, p. 82. En Colombia el café
se da en dos cosechas, una principal que, dependiendo de la zona,
puede ser en el último trimestre del año o entre abril y junio; la
segunda, llamada mitaca, es una cosecha menor que se recoge seis
meses después de la principal. Este ciclo permite tener una producción
de café todo el año. Palacios, Marco, El café en Colombia 1850-1870.
Una historia económica, social y política, México, El Colegio de
México, 2009, p. 523.
[8] Berquist, Charles W. Coffee and Conflict in Colombia, 1886-1910.
Durham, Duke University Press, 1986, pp. 28-29.
[9] Palacios, El café en Colombia, pp. 118-119.
[10] Henderson, James D., La modernización en Colombia. Los años
de Laureano Gómez, Medellín: Editorial Universidad de Antioquia,
2006, p. 23
[11] Berquist, Coffee and Conflict, p. 230, figura 9.1
[12] Berquist, p. 229.
[13] Berquist, p. 231.
[14] Duque Castro, María Fernanda, “Comerciantes y empresarios en
Bucaramanga (1857-1885): una aproximación desde el
neoinstitucionalismo” En Historia Crítica, No. 29, 2005, p. 150.
[15] Duque, pp. 182-184.
[16] Kalmanovitz, Salomón y Enrique López Enciso, La agricultura
colombiana en el siglo XX, Bogotá: Fondo de Cultura Económica,
Banco de la República, 2006, p. 77.
[17] Kalmanovitz y López, p. 77.
[18] Saether, Steinar, “Café, conflicto y corporativismo una hipótesis
sobre la creación de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia
en 1927”, En Anuario Colombiano de Historia Social y de la
Cultura, No. 26, 1999, pp. 137-153.
[19] Saether, p. 159.
[20] Palacios, p. 432.
[21] Palacios, p. 433.
[22] Gaceta de Santander, Bucaramanga, 23 de junio de 1905, No.
3725, p. 211.
[23] Esta escasez de mano de obra era bastante común, sobre todo
para los municipios de Rionegro y Lebrija, especialmente en la época
de cosecha. Galán Gómez, Mario. Geografía económica de Colombia.
Tomo VIII, Santander. Bucaramanga: Imprenta Departamental de
Santander, Sección de publicaciones de la Contraloría Nacional, 1947,
p. 350.
[24] Junguito Bonnet, Roberto y Pizano Salazar, Diego. Producción
de café en Colombia. Bogotá: FEDESARROLLO, 1991, p. 26.
[25] Palacios, pp. 92-93.
[26] El precio CIF corresponde al término de comercio
internacional Cost, Insurance and Freight (coste, seguro y flete) y
estima el porcentaje sobre el valor total que representa el transporte de
una mercancía desde su lugar de producción hasta el puerto de
destino. Anaya Tejero, Julio Juan, El transporte de mercancías
(enfoque logístico de la distribución), Madrid: ESIC, 2009.
[27] El precio FOB (free on board) se refiere al costo que implica
poner una mercancía lista para el transporte en un puerto de carga
marítimo. Ambos valores fueron mencionados por Palacios, p. 93.
[28] Valderrama Benítez, Ernesto, “Santander en 1928. Situación
económica” En Tierra Nativa, Bucaramanga, año III, No. 106, marzo
2 de 1929, p. 2
[29] Palacios, p. 101.
[30] Palacios, pp. 102-103.
[31] “El problema de los brazos” En Revista Cafetera de Colombia,
No. 1, Bogotá, Noviembre de 1928, p. 85.
[32] Saether, p. 142. El mismo artículo expresa: “Entrando el país en
un periodo de desarrollo vertiginoso para el cual no estaba preparado,
ha venido como consecuencia natural, el encarecimiento de la vida y
por ende la escasez y el encarecimiento de la mano de obra.”. “El
problema de los brazos”, p. 85.
[33] LeGrand, Catherine, Colonización y protesta campesina en
Colombia (1850-1950), Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,
1988, pp. 67-68.
[34] Palacios, p. 338.
[35] Palacios, p. 339.
[36] Palacios, p. 339.
[37] José Luis Ramírez Hoyos. La industria cafetera. Producción,
comercio y consumo, Bogotá: Editorial Optima. 1937, p. 5. Citado en:
Saether, p. 144.
[38] Palacios, p. 341.
[39] Ramírez, Formación y transformación, pp. 277-282.
[40] Ramírez, Formación y transformación, p.282.
[41] Kalmanovitz y López Enciso, p. 332-333.
[42] Kalmanovitz y López Enciso, pp. 365-366.
[43] Henderson, pp. 420-421.
[44] Oquist, Paul, Violence, Conflict, and Politics in Colombia, Nueva
York, Academic Press, 1980, p. 229.
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