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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES


FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
DEPTO. DE HISTORIA
HISTORIA ANTIGUA I (ORIENTE) CÁT. “B” (MURPHY)

Hacia la aparición del Estado en Mesopotamia


Un balance de las investigaciones recientes

Autor: Jean-Louis Huot


Título original: « Vers l´apparition de l´État en Mésopotamie. Bilan des recherches
récentes »
Tomado de : Éditions de l´EHESS. Annales. Histoire, Sciences Sociales, 2005/5, 60e
année, pp. 953-973
Traducción: Irene Rodríguez

Cuatro etapas fundamentales jalonan la historia del antiguo Oriente: la neolitización, la


urbanización, el surgimiento del Estado y el despliegue de los imperios mundiales.1 La
revolución neolítica fue lenta y se extendió por varios milenios. La etapa siguiente, la de la
urbanización, tuvo lugar primeramente en la baja Mesopotamia, alrededor de fines del IV
milenio a.C. Aparece entonces una nueva estructura, también ella revolucionaria si se
quiere, la de la ciudad. Paralelamente nace una nueva herramienta, la escritura. No es
irrelevante comprobar que al mismo tiempo que esta revolución urbana, se desarrolla una
auténtica revolución humanista, no menos fundamental. En esta época, el hombre se
asegura en el mundo de las representaciones un lugar prominente que ya no abandonará.
Con la escritura y el nacimiento del tiempo histórico, aparece el tiempo del hombre. Este
nuevo antropomorfismo, que reemplaza al esquematismo de las figuras neolíticas, permite
un notable avance de las concepciones religiosas. En la bisagra entre el IV milenio y el III
milenio a.C. se elaboran los primeros esquemas teológicos y se definen las primeras figuras
divinas. Los dioses se conciben a imagen del hombre. Mucho más tarde, por un giro
copernicano, el hombre será visto a imagen de Dios.
Todos estos avances, nacidos con las ciudades, hacen del antiguo Oriente de fines del IV
milenio un laboratorio de la humanidad en desarrollo. No es sino a fines del III milenio que
algunas regiones se organizan en torno de una capital y funcionan como un Estado. Éste es
probablemente el caso del Estado de Akkad, hacia 2300- 2200, y sin duda el de la Tercera
                                                            
1
 Sic en el original.  


 

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dinastía de Ur, hacia 2200-2000. Por lo tanto, el Estado aparece en la baja Mesopotamia
alrededor de un milenio después de la urbanización.
No se encontrará en las páginas que siguen un tratado teórico acerca del nacimiento del
estado en la antigua Mesopotamia, y tampoco un resumen de la evolución de esta región en
el momento de la transición de la prehistoria a la historia. Respecto del nacimiento del
Estado, la abundante bibliografía no precisa de algunas páginas suplementarias. En cuanto a
la evolución de la Mesopotamia entre el VI y el III milenio, se ha presentado recientemente
en trabajos eruditos o en síntesis ágiles. No es necesario, pues, recordar aquí los rasgos
generales. Nos ceñiremos, dentro de los límites del Iraq actual (sin privarnos de alguna
incursión en los países limítrofes, Siria o Irán) a referir los puntos sobre los que se han
publicado estudios recientemente. No es necesario erigir a la Mesopotamia en “modelo”. Se
trata, simplemente, de un caso interesante. La investigación es allí antigua y la
documentación, abundante. Se trata, para retomar una diferenciación clásica, de un Estado
“prístino” que no es resultado de la influencia de regiones más avanzadas en la vía de la
complejidad social. Los aspectos fundamentales que subyacen en todo estudio sobre el
nacimiento de los primeros Estados (el papel del agua y de los grandes ríos, el peso de las
ciudades, de la escritura, de la administración…) pueden enfocarse allí. Es por ello que no
hay nada más “clásico” que volverse hacia la antigua Mesopotamia cuando se trata este
tema. Sin embargo, ¿es éste el lugar ideal para ello? En estos momentos de crisis
internacional, probablemente no. Incluso antes de los sucesos que, desde hace catorce años,
impiden toda investigación en la zona, y peor aún, ocasionan el retroceso de los
conocimientos (pillaje de los sitios, destrucción de los museos, vaciamiento del Servicio de
Antigüedades…), Iraq no era un terreno más fácil que otras regiones del Cercano Oriente.
No debe olvidarse que las investigaciones en esos lugares se llevan a cabo en contextos
políticos raramente propicios para un trabajo sereno. Pese a estas dificultades, la
Mesopotamia sigue siendo la región en la que pueden abordarse los problemas que están en
el corazón de la cuestión del nacimiento del Estado, desde fines del VII milenio hasta fines
del III milenio a.C. A lo largo de esos cuatro mil años, en esa región, se pasó de un leve
tejido de comunidades aldeanas a un Estado en el sentido moderno del término.
El período que nos interesa se encuentra a caballo entre la prehistoria y la historia. La
cronología absoluta del inicio de este período no puede establecerse más que mediante
métodos arqueológicos, mientras que en el paso del IV al III milenio ya se dispone de
textos. Pero los datos que éstos proveen no se remontan más allá de mediados del segundo
milenio a.C., en el caso de los más sólidos. El debate actual se enfoca sobre el reinado de
Hammurabi de Babilonia, que por consenso, solía ubicarse hasta hace pocos años entre
1792 y 1750 a.C. Los trabajos más recientes proponen – y la discusión no parece haber
finalizado - una cronología más corta, según la cual Hammurabi habría reinado un siglo
más tarde, de 1695 a 1654. Todos los cálculos que se apoyan en una época anterior
dependen de esta elección. Si nos remontamos a la III dinastía de Ur (a fines del III
milenio), la cronología se vuelve fluctuante. Más allá, las dificultades aumentan. Para la
época de Akkad (siglos XXIV a XXII) se conoce la sucesión de soberanos, pero muy poco
acerca de la duración de sus reinados. Las fechas de Sargón de Akkad, por lo tanto, son


 

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discutibles. Este gobernante afirma su autoridad hacia 2340 a.C., según algunos; un poco
más tarde, según otros. Para la etapa anterior, la cronología de la época súmera arcaica (de
2900 a 2300 a.C.) se apoya sobre dos fuentes diferentes: las inscripciones reales, que
documentan bien la historia de la dinastía de Lagash (entre 2550 y 2350) y la Lista Real
Súmera, elaborada a comienzos del II milenio, que enumera los reyes de “antes del
Diluvio” y las dinastías posteriores al Diluvio. Después de este acontecimiento, “la realeza
descendió nuevamente del cielo, la realeza fue a Kish”. Pero los compiladores de este
documento, sin duda, han presentado como sucesivas a dinastías contemporáneas y rivales.
Dentro de este marco pueden rastrearse algunos hechos “históricos”. La inscripción real
más antigua, “Mebaragesi, rey de Kish”, no es otra cosa que una simple marca de
propiedad incisa sobre un fragmento de una vasija de alabastro. Se conocen los nombres de
los cuatro primeros “reyes” de Uruk, pero estos “acontecimientos” no conforman un tejido
histórico continuo.
Antes de los primeros textos, nos vemos obligados a recurrir a los procedimientos de los
prehistoriadores: estratigrafía, tipo-cronología, comparaciones diversas. Desde el
descubrimiento de un método de datación de las materias orgánicas antiguas por medio de
la disminución de la radioactividad de un isótopo del carbono (por Libby, en 1950), se han
hecho considerables progresos, en particular durante los años 80, pero estas dataciones no
son datos en el sentido usual. El laboratorio provee una edad convencional de radiocarbono,
estimada en años AP (antes del presente), es decir, una edad 14 C antes del año 1950 de
nuestra era tomada como referencia. A esta datación se asocia un margen estadístico de
imprecisión de la medida. En esas condiciones, nos hallamos lejos aún de disponer de un
marco cronológico confiable para el período que nos interesa. Pero respecto del tema que
nos preocupa, ¿es eso muy grave? Podríamos contentarnos, para la parte prehistórica de
nuestro período, con un marco general dentro del cual se ubicarán las épocas (designadas
convencionalmente, según la costumbre de los prehistoriadores, por el nombre de los sitios
epónimos), en la escala del tiempo. La parte histórica se ilumina mediante una serie de
textos irregularmente repartidos a lo largo de un período prolongado, desde las primeras
tablillas de Uruk (fines del IV milenio), hasta las tablillas neo-súmeras (fin del III milenio).
Se trata de grupos de archivos aislados, repartidos “de manera muy irregular en el espacio y
en el tiempo. (…) La mayor parte de esos conjuntos (…) no abarcan más que breves
períodos (…); en este milenio de historia que aquí nos interesa, los períodos sin
documentación son actualmente, por mucho, los más numerosos”.2
Las cuestiones que nos proponemos plantear conciernen al sur de la Mesopotamia, entre
Babilonia y la costa del Golfo. Los primeros asentamientos conocidos se reagrupan bajo el
término de “época de Obeid” (por el nombre de uno de los sitios de los alrededores de Ur),
que se divide en seis fases (Obeid 0 a 5), de la segunda mitad del VII a mediados del IV
milenio. Le sucede la época de Uruk, el gran sitio del sur de la Mesopotamia, dividida en
tres fases (Uruk antiguo, medio y tardío), de 3500 a 3100 aproximadamente. Uruk tardío es
seguido por una fase llamada Djemdet Nasr (un sitio de la Mesopotamia central, cercano a

                                                            
2
 Bertrand Lafont, “Sumer: institutions, économie, societé”, en Sumer, 72, 1999, pp. 124‐204. 


 

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Babilonia) entre 3100 y 2900. Este término es ambiguo. Designa a veces una cerámica
pintada típica de la Mesopotamia central y del valle inferior del Diyala, a veces un estilo
glíptico; a veces el nivel de Uruk III, fase final de la cultura de Uruk en cuyo transcurso
aparecen los primeros “textos”. Con el Dinástico arcaico (también repartido en tres fases, I-
III) o época súmera arcaica, se inicia un período histórico en el que la investigación
arqueológica puede confrontarse con los textos, súmeros o acadios (semíticos). Este
panorama general será suficiente para examinar los debates y los notables avances de estos
últimos años.

Las investigaciones ambientales

Numerosos autores se han visto tentados por un determinismo ambiental a veces simplista.
A menudo se ha recurrido a los factores naturales, claves para la producción de bienes para
la subsistencia. Se sabe del lugar fundamental que tienen en este marco las cuestiones de la
irrigación, el régimen de los ríos y su evolución. Sin considerar el ambiente – y sus
eventuales modificaciones- como la base necesaria para todas las hipótesis, debemos captar
la dimensión de las lagunas de nuestros conocimientos sobre este punto.
La Mesopotamia es una región muy particular. Corresponde en general al territorio del
actual Iraq, y puede dividirse en dos partes. Entre las montañas de Turquía y de Irán que la
rodean por el norte y por el este, la parte septentrional está ocupada por una meseta
ondulada (la Djezireh), a través de la cual el Tigris y el Éufrates, surgidos de las montañas
anatólicas, atraviesan sus valles. En cambio, la parte meridional es una vasta llanura aluvial
donde los ríos culminan su extenso recorrido antes de volcarse en el Golfo, cuyas orillas
han variado según las épocas. Todo el conjunto se halla bordeado, al oeste, por el desierto
sirio-arábigo. Durante los diez mil años que siguieron al recalentamiento climático
posterior al último período glacial (hacia 12.000 a.C.), las condiciones climáticas fueron las
mismas que las actuales. Para decirlo sintéticamente, el clima ha variado poco. Ayer como
hoy, las regiones vecinas de las costas del Golfo, de clima árido, son en verano una de las
zonas más cálidas del mundo, pero las del norte y noreste, cercanas a las montañas,
conocen el frío y la nieve en el invierno. En consecuencia, la agricultura de secano no es
posible más que en la parte septentrional y al pie de las montañas. El centro y el sur deben
recurrir a la irrigación debido a la aridez. Las lluvias son irregulares y muy escasas, y sólo
caen en forma de tormentas localizadas. El límite entre las estepas del norte y la zona árida
sigue aproximadamente la línea del paralelo de 35º, a una altitud de 150 metros. Por lo
tanto, las estepas y los desiertos ocupan la mayor parte del territorio.
Tanto en el norte como en el sur, el paisaje se halla estructurado por los valles del Tigris y
del Éufrates, sujetos a las crecidas de primavera, difícilmente controlables y responsables
de un intenso aluvión; claves, sin embargo, para una irrigación indispensable en la
Mesopotamia central y meridional. En el centro y en el sur, la erosión y la salinización de
los suelos han sido, en todas las épocas, obstáculos temibles para la explotación agrícola.


 

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Las tierras cultivables no son más que estrechas franjas a un lado y al otro de los
principales cursos de agua.
El paisaje del sur de la Mesopotamia no siempre se ha parecido a lo que es actualmente,
una estepa monótona sembrada de tells arqueológicos, los únicos elementos de relieve
visibles a simple vista. Se plantea el problema del desplazamiento del litoral del Golfo
desde hace un siglo, por lo menos. La situación política no contribuye a facilitar la
respuesta. Si las costas de los emiratos son accesibles a la investigación, no sucede lo
mismo del lado iraní. En cuanto a la frontera sur de Iraq, ha estado cerrada a todo examen,
con la excepción de Kuwait, donde se han reparado los sitios helenísticos que habían sido
recubiertos por la subida de las aguas. Durante dos campañas de excavación de la misión
francesa en Larsa, no lejos de Ur (en 1987 y 1989), Paul Sanlaville (con la colaboración de
Bernard Geyer) ha podido recolectar nuevos datos. En resumen, al final de la época de
Obeid, hacia 4000 a.C., la línea de la costa se hallaba más hacia el interior de las tierras que
la actual, y cercana a los grandes sitios súmeros, por lo que debe considerarse, para los más
meridionales de ellos, que se trataba de puertos, más que de ciudades del interior. Por su
parte, el delta ha experimentado un rápido avance y una extensión máxima en la época
helenística, para sufrir un retroceso notable a comienzos de la época islámica, lo que
corresponde a la extensión de los pantanos. Durante el período de regresión marina, los
cursos de agua se hunden sin dificultad en los sedimentos. La baja Mesopotamia se halla,
entonces, ocupada por amplios valles cavados en esos sedimentos. Ellos se fueron llenando
progresivamente. Las superficies altas y secas eran estériles, y el hombre se instaló en el
fondo de esos pequeños valles, practicando una irrigación simple, pero indispensable. En la
época súmera, los valles estaban ya poblados y los habitantes colonizaron las superficies
altas, sobre las que podía desarrollarse una irrigación más importante. Sin embargo, estos
datos no deben ser sobreestimados. A partir del momento en el que se dominan la
agricultura y la cría de ganado, desde fines del neolítico, esta evolución del marco
ecológico casi no ha modificado los comportamientos. En todos los casos, se trata de una
irrigación sencilla y primitiva.
Estas aclaraciones sobre la historia del paisaje explican por qué, en la baja Mesopotamia,
los únicos relieves destacables son los sedimentos recientes. En Oueili, no lejos de Larsa, se
tiene la certeza de la existencia de una superficie baja de la planicie, a más de 4 metros por
debajo de la actual, en el nivel de Obeid 0 (fin del VII milenio). Para retomar las
conclusiones de P. Sanlaville, “la evolución geomorfológica de esta región de la baja
Mesopotamia (la región de Larsa) parece (…) ligada (…) a la sucesión de fases de
acumulación y socavaciones, dependientes de los movimientos relativos, regresivos o
transgresivos, del mar en el Golfo. Sin duda, la ausencia de sitios pre- Obeid en superficie
se debe a estas mismas fases morfogenéticas (…)”3 En tales condiciones, ¿es necesario
interrogarse largamente acerca de los mapas de distribución de los sitios y de las fases de
ocupación, como también sobre los cálculos de superficies ocupadas para cierta época, que
                                                            
3
 B. Geyer , P. Sanlaville, “Nouvelle contribution à l`étude géomorfologique de la región de Larsa‐Oueili 
(Iraq)”,  p. 401, en J. L. Huot (dir.), Oueili, travaux de 1987 et 1989, Paris, Éditions Recherche sur les 
civilizations, 1996, pp. 391‐408. 


 

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tuvieron su apogeo hace mucho tiempo? Sería prudente relativizar los resultados al
respecto. En estas circunstancias, casi no se hablará de las tentativas de cartografiar las
huellas de los “antiguos canales”.4
Otro equipo se ha dedicado, en asociación con las excavaciones belgas de Tell ed-Der, a
investigaciones no menos fructíferas en Babilonia central. Éstas han sido objeto de una
presentación reciente en Annales.5 Nos permitiremos remitir allí al lector, y destacaremos
que la puesta en evidencia de micro-relieves de la planicie (elevaciones naturales debidas a
la acumulación de sedimentos resultantes de inundaciones o de la práctica de la irrigación)
y de meandros fluviales fósiles, ha permitido comprobar que la antigua red, en Babilonia,
se mantuvo relativamente estable desde mediados del III milenio hasta mediados del II
milenio. En cambio, destaca Hermann Gasche, “la evolución geográfica del sistema fluvial
muestra que las fuerzas naturales podían (…) comprometer (…) un equilibrio hidráulico
que ya era frágil, especialmente en el sur de la llanura donde el declive del Éufrates es
inferior a 3 cm por km., es decir, en otras palabras, menos de 0,003%. Una pendiente tan
débil (…) era una amenaza permanente.”6 Se tomará esto en cuenta más adelante, al
abordar el problema de la irrigación.

Una aldea de la baja Mesopotamia: Tell el Oueili

Como en toda aventura, es bueno conocer el punto de partida. Si se concuerda en


comprobar que las primeras ciudades, la escritura, la arquitectura monumental, todos esos
rasgos que numerosos autores aceptan como premisas del nacimiento del Estado, hicieron
su aparición en la baja Mesopotamia, no resulta indiferente observar aquello que, para
decirlo sintéticamente, existía con anterioridad. Sobre este punto, las últimas décadas han
aportado un desarrollo interesante con las excavaciones de Oueili. Este tell prehistórico,
localizado en 1967 por André Parrot a 3,5 km de la antigua Larsa, fue excavado desde 1976
a 1989 por un equipo francés. Siete campañas han permitido acumular los primeros
resultados. En la baja Mesopotamia, cuesta localizar las “pequeñas aldeas”. Sumergidas
bajo los sedimentos más recientes, ¿se hallan ocultas y definitivamente invisibles? ¿Sólo
tenemos acceso a las más grandes? La parte visible de las ruinas de Oueili mide alrededor
de 10 ha., pero se ignora la extensión real del sitio. Afortunadamente, la pronunciada
pendiente de las capas, que ha permitido evaluar en alrededor de 10 metros la profundidad
de los estratos arqueológicos, también ha facilitado el acceso rápido a los niveles antiguos.
Estos trabajos son bienvenidos, si consideramos que los primeros establecimientos
sedentarios de la baja Mesopotamia conocidos anteriormente se referían a Eridu, a 15 km.
de Ur, por una excavación que se remontaba a 1946-1949. Un gran sondeo abierto al pie de
                                                            
4
 Ibid., p. 400. 
5
 Herrman Gasche et alii, “Fleuves du temps et de la vie. Permanence et instabilité du réseau fluviatile 
babylonien entre 2500 et 1500 avant notre ère”,  Annales HSS, 57‐3, 2002, pp. 531‐544. 
6
 Ibid., p. 533. 


 

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las ruinas de una ziggurat neosúmera atravesaba casi quince metros de estratos
arqueológicos superpuestos. Obeid 1 (Eridu XIX-XV) estaba compuesto por construcciones
minúsculas, de aspecto modesto. A partir de Obeid 3 aparecen construcciones más
importantes realizadas según un plan complejo. En Obeid 4 (Eridu VII-VI), edificios de
planta tripartita muy elaborada conforman un vasto espacio central flanqueado por
pequeños cuartos anexos, dispuestos simétricamente. Una bella cerámica pintada acompaña
estas construcciones, a las que la mayoría de los autores no dudan – sin ningún argumento
de peso - en denominar “templos”.
Oueili nos ha brindado, en general, dos imágenes: la de una aldea de agricultores y
pastores, que data de Obeid 0, a fines del VII milenio, y aquélla en la que se transformó en
Obeid 4, dos mil años más tarde, a fines del V milenio. En Obeid 0, una de las grandes
habitaciones descubiertas (240 m2) abarca una sala central con pilares que soportan el
techo, una antesala y una enorme vasija para el agua, y habitaciones laterales, un primer
ejemplo de la planta tripartita que tendrá un prolongado uso a futuro. Para la misma época,
los amplios graneros, conformados por una infraestructura de casilleros y muretes paralelos
que sostienen una plataforma de cañas, son testimonio de una gestión colectiva de las
cosechas. Constituyen el símbolo de la actividad principal de los habitantes, la agricultura
de cereales. En Obeid 4, los restos de la flora y de la fauna permiten delinear el retrato de
una pequeña comunidad aldeana. Siempre dedicada al cultivo del trigo y sobre todo de la
cebada en cultivo de irrigación, ella produce en cantidad pequeñas hoces de terracota que
sirven, al parecer, para cortar los juncos; utiliza muelas y morteros de piedra y cría las
especies animales usuales, con una marcada preferencia por los bovinos y porcinos, muy
adaptados a una comunidad sedentaria. Practica intensivamente la pesca y consume
también caracoles y tortugas. Además de una cerámica pintada cuya calidad de
“decoración” (que quizá no sea tal, sino probablemente un código simbólico) se va
degradando, se fabrican numerosas estatuillas antropomorfas y zoomorfas, se tallan
herramientas de sílex (que se busca en el oeste, en el desierto), pero no se trae
prácticamente nada del exterior, con la excepción de un poco de betún y de obsidiana. Unos
escasos “sellos” no están acompañados por vestigio alguno de impresión que pudiera
probar su eventual uso como forma de sellado.
Estos resultados, unidos a las informaciones procedentes de los cementerios anteriormente
excavados en Ur y Eridu, donde se conocen tumbas cuyo material no es variado y las
prácticas funerarias son muy homogéneas, y a una arquitectura (Eridu IX- VI) de
construcciones tripartitas cada vez más elaboradas, presentan una imagen de sociedades
aldeanas muy igualitarias y poco jerarquizadas. En ninguna parte de la baja Mesopotamia
se ve que estas aldeas se transformen en ciudades. Obeid es el testimonio del apogeo de las
culturas aldeanas sedentarias. Ninguna tumba extraordinaria, ninguna construcción
“pública” o excepcional y una cerámica homogénea son sus principales características. No
existe prácticamente ninguna huella de metalurgia, contrariamente a lo que puede
observarse en las aldeas contemporáneas de Irán. Las excavaciones de Oueili no hacen más
que reforzar la imagen de una sociedad campesina de la baja Mesopotamia en cuyo seno,
por dos mil años, los modos de vida cambiaron poco. Ahora bien, es en el seno de estas


 

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sociedades poco complejas que aparecerá, súbitamente, una serie de novedades destacables,
en la época de Uruk. El salto cualitativo no siempre ha encontrado su “rastro arqueológico”,
y podría decirse que el problema permanece intacto.

La arquitectura monumental

Sobre este punto han surgido nuevas hipótesis. Entre los criterios de nacimiento del Estado,
a menudo confundidos con los de la urbanización, se menciona frecuentemente a la
arquitectura monumental. En Mesopotamia, esta expresión no es un término vacío. En las
épocas más recientes (el primer milenio), los monumentos son gigantescos y las
dimensiones de los templos neobabilónicos, impresionantes. El Ezida de Borsippa ocupa
11.460 m2, el Esagila de Babilonia, 20.000 m2. No hacen más que inscribirse en una larga
tradición. A fines del III milenio, la ziggurat de Ur medía en su base 62,50 m. por 43 m. y
se eleva, aún hoy, a una veintena de metros de altura. Existe en el sur de Mesopotamia un
nítido pasaje a la hipertrofia de las dimensiones. Este fenómeno se produjo en la época de
Uruk. Grande fue la sorpresa de los arqueólogos alemanes cuando descubrieron, entre las
dos guerras, los vestigios de enormes construcciones que datan de alrededor de 3500 a 3100
a.C. La extrema atención que los excavadores de esa época pusieron, contrariamente a
muchos otros, a los fragmentos poco atractivos de muros de adobe, los relevamientos de
gran precisión y una técnica de excavación admirable les permitieron obtener resultados
bastante confiables (en tanto que otros monumentos muy antiguos, en Tello, Susa o Nippur,
desaparecieron sin dejar rastro bajo la piqueta de los excavadores). Las reconstrucciones
publicadas han sido aceptadas, en general, y no se han cuestionado.
En la zona denominada Eanna, que parece ser el corazón del sitio, varios monumentos de
planta tripartita (sala central y habitaciones laterales simétricas), si se inscriben en la
tradición de Obeid tardío (Eridu), se destacan allí por sus mayores dimensiones. Templo C,
1200 m2, más de 50 m. de largo; templo Calcáreo, 22oo m2, 75 m. de largo; templo D, casi
4600 m2 y 83 m. de largo, a comparar con las dimensiones del templo de Eridu VI, que
cubre 280 m2 y 20 m. de largo. Jean Daniel Forest destaca, con justa razón, que el templo
D, cuya planta es bastante similar a la del templo de Eridu VI, es seis veces más grande.
Estas construcciones se han interpretado de una manera que se repite hasta la saciedad,
desde hace cincuenta años, sin una crítica auténtica. Persuadidos de que el templo era la
clave de toda la arquitectura mesopotámica, y sin admitir que, en realidad, el mito de la
“ciudad-templo” de Anton Deimel7 era la fuente de esas interpretaciones, no se plantearon
otras hipótesis. Esta obsesión por lo religioso, que transformó a la Mesopotamia en una
suerte de “monte Athos”, llevó a considerar como “templos” incluso a las modestas
construcciones tripartitas de la etapa de Obeid, ancestro formal de las construcciones de
Uruk. En otro lugar he planteado que esta postura me resulta indefendible, pero los mitos
tienen una vida resistente. Al igual que las “ciudades neolíticas” (Catal Hüyük y Jericó)
                                                            
7
  Diecisiete estudios de A. Deimel, publicados entre 1920 y 1929. 


 

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reaparecen periódicamente en los comentarios, del mismo modo los “templos”
mesopotámicos de Uruk, a fines del IV milenio, no cesan de mencionarse.
Existen, sin embargo, otras interpretaciones. En Uruk, la visión que desarrolla J. D. Forest
de una acrópolis dominando el hábitat que la rodea, reagrupando en un verdadero proyecto
arquitectónico las plantas tradicionales (las construcciones tripartitas) y las formas nuevas
(“Gran Sala”, “Sala de los Pilares”, “Palacio Cuadrado”) con decoración muy elaborada
(nichos complejos, mosaicos de conos de piedra o de arcilla), revaloriza la renovación que
este dinamismo arquitectónico demuestra. Los constructores recurrieron al ladrillo
tradicional, así como a un uso abundante de la piedra (disponible no lejos, de allí, en el
desierto occidental), incluso a piedras sillares artificiales realizadas a base de yeso. Estos
edificios de gran tamaño demuestran una voluntad de prestigio ya esbozada en algunas
construcciones de Obeid, aunque a escala mucho menor. Los grandes personajes explotan
así los medios disponibles para expresar nuevas exigencias. Esta voluntad reaparece en
menor escala, en la misma época, en algunos sitios de Siria (Tell Brak, Habuba Kebira) o
en la Mesopotamia central (Tell Uqair). El Eanna de Uruk es una especie de maghzen
marroquí, un “complejo palatino” en el que se yuxtaponen construcciones de recepción con
una decoración elaborada, cuidadosamente separadas del resto de un hábitat hoy sepultado,
tanto en Uruk como en otros lugares, bajo los vestigios más tardíos que impiden sacarlas a
la luz. En el Eanna de Uruk se produce un salto notable de la sociedad mesopotámica, cuyo
testimonio es precisamente esta arquitectura monumental. Pero este no es más que uno de
los elementos que subrayan en qué medida, a fines del IV milenio, se produce una
evolución radical en el sur de la Mesopotamia.

La urbanización

Es conveniente distinguir cuidadosamente la “urbanización” de la “estatización”. Ambos


fenómenos pueden estar relacionados, pero esto no es obligatorio. En Mesopotamia, se
encuentran separados por mil años. Además, se conocen ciudades sin Estado (las
“ciudades” del III milenio de la meseta iraní) o Estados sin ciudad (en la península arábiga,
en el África negra). En el caso mesopotámico, a fines del IV milenio, en la época de Uruk,
se produce la eclosión de las primeras ciudades, lo que no implica ipso facto la aparición de
un Estado.
No es necesario retomar aquí el eterno problema de la definición de una ciudad.
Recordaremos simplemente que la ciudad es más que una aglomeración de casas, calles y
monumentos y que, para hablar de ciudad, es necesario recurrir a la sociología. Una ciudad
se caracteriza por la diversidad social de sus habitantes. El mundo “civilizado” es,
etimológicamente, el de las ciudades, y no puede funcionar sin ellas. La morfología física
de la ciudad remite a su morfología social, pero su análisis socio-económico pasa por su
descripción formal, y el análisis de las ciudades es, en primer lugar, el de su plano.


 

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El sitio de Uruk tiene el mérito de haber dado su nombre a la época que vio la primera
urbanización mesopotámica (ha legado una arquitectura monumental espectacular, los
primeros textos, los primeros controles, en la forma de cilindros-sellos, los primeros
ejemplos de cerámica estandarizada y producida en gran cantidad, etc.). Pero no se conoce,
del Uruk de esta etapa, ni una calle, ni una vivienda, y menos aún los límites exactos del
sitio o su superficie. La nueva perspectiva sobre este problema proviene de la vecina Siria,
más específicamente, de Habuba Kebira, sobre el curso medio del Éufrates sirio,
lamentablemente publicada de forma resumida. Este extraordinario sitio, excavado en los
años ´70, fue anegado luego bajo las aguas de la represa Assad sobre el Éufrates. Ha sido
datado como Uruk medio (el material arqueológico, cerámico y glíptico es idéntico al de
Mesopotamia del sur) y ha dejado ver, merced a la poca profundidad de conservación,
inmediatamente bajo la superficie, el plano casi completo de una ciudad de fines del IV
milenio con su muralla, sus calles, sus grandes construcciones (los “templos” de Tell
Qannas) y sus casas particulares. La breve duración de la ocupación (dos a tres siglos como
máximo) facilita una lectura del plano cuya evolución ha sido reconstruida de manera
atractiva por Régis Vallet. En síntesis, a 900 km. a vuelo de pájaro desde Uruk, Habuba
Kebira revela el tejido urbano más antiguo que conocemos del Oriente. Rodeada por una
muralla regular, rectilínea, de un ancho de 3 m. y desplegada a lo largo de 540 m., la ciudad
propiamente dicha abarcaba una decena de hectáreas. Se extendía hasta alcanzar
aproximadamente 22 ha. En su interior, alrededor de veinte viviendas presentan un modelo
común: diversos elementos se yuxtaponen alrededor de un centro, la habitación
propiamente dicha y una sala de recepción de plan tripartito, surgido directamente de la
tradición de Obeid. Se agregan, a veces, algunas construcciones anexas. De mayor tamaño
que las de Obeid, las viviendas de Habuba Kabira muestran un repliegue sobre sí mismas
alrededor de un centro privado y la aparición de espacios destinados a la recepción de
visitantes. R. Vallet ve en ello la huella “de nuevas conductas, más individualistas (…), en
una palabra, más urbanas”. En Habuba Kabira se ve nacer la casa de ciudad. La red de
calles es bastante densa, progresivamente jerarquizada, con una estructura que abarca tres
grandes calles principales y callejuelas secundarias. Cerca de las puertas de la ciudad se
agrupan los talleres. En la parte meridional, numerosas construcciones forman un conjunto
similar, aunque de menor tamaño, al de Uruk. Un “templo” (así llamado) tripartito se ubica
junto a un gran patio. Éste se halla flanqueado por un almacén que contenía grandes vasijas
dispuestas en hileras. A lo largo del patio, hacia el oeste, hay un “templo occidental”
construido según el mismo plano. Al sur se encuentra otro “templo”, al norte un cuarto
edificio del mismo tipo. Estos “templos”, desprovistos de elementos religiosos y muy
abiertos hacia el exterior, siguen el plano de las viviendas. Pero dado que se hallan mucho
más decorados (los muros están adornados con nichos, las construcciones están edificadas
sobre terrazas), son testimonios del status especial de sus ocupantes. Para R. Vallet, el
conjunto de estas construcciones, dispuestas en torno de un patio, corresponde a la
residencia de un jefe de la ciudad y a las salas de recepción de sus dependientes. A ocho
km. de allí, otro sitio, Djebel Aruda, de la misma época, está construido según el mismo
esquema.

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Estas aglomeraciones, con una jerarquía de construcción y de trazado de calles, un hábitat
repartido en islotes, residencias excepcionales, un plano preconcebido y una muralla, son
los primeros ejemplos de la urbanización que conocerán en adelante varias regiones del
Cercano Oriente. Debe destacarse, para cerrar este párrafo, que se trata allí de “ciudades
nuevas”, creadas ex nihilo, y no de la evolución final de aldeas más antiguas, súbitamente
desarrolladas. No nos esclarecen mucho sobre las modalidades del paso de un tipo de
sociedad a otro.

La aparición de la escritura

Signo del pasaje de la prehistoria a la historia, la aparición de la escritura, tal como se


produjo en la baja Mesopotamia, es quizá el acontecimiento más impactante de la lista de
“novedades” que marcan, en la región de Sumer, el final de las sociedades estrictamente
aldeanas. Sobre esta cuestión han surgido nuevas síntesis a lo largo de las últimas dos
décadas.
En Mesopotamia, escritura no significa referirse obligatoriamente a la escritura cuneiforme.
Este término, que significa “en forma de cuñas”, designa, stricto sensu, a los signos de
forma angulosa que aparecen recién a mediados del III milenio antes de nuestra era. Estos
trazos horizontales, verticales u oblicuos, combinados de diversas formas, impresos
generalmente en la arcilla fresca de una tablilla, poseen un carácter abstracto muy marcado.
A lo largo de todo su período de uso, desde mediados del III milenio hasta los primeros
siglos de nuestra era, han servido para escribir las más diversas lenguas del Cercano
Oriente antiguo, el súmero y el elamita, que no se relacionan con ningún grupo lingüístico
conocido, lenguas semíticas como el acadio o indoeuropeas como el heteo o el antiguo
persa. El desciframiento de este sistema, obra de numerosos eruditos, tardó mucho tiempo,
desde los primeros esfuerzos de Grotefend en 1801 y Rawlinson en 1847 hasta la
comprobación del éxito de la tarea, realizada en 1857 por cuatro académicos, tres ingleses y
un francés. Para esta fecha pudo leerse el acadio, lengua semítica. A fines del siglo XIX, se
observó que numerosos textos cuneiformes estaban redactados en una lengua diferente, que
se denominó “súmero”. El desciframiento de la misma quedó firme a comienzos del siglo
XX.
El origen de este sistema gráfico aún se discute. En efecto, existen varios miles de
documentos escritos anteriores a la mitad del III milenio, sobre tablillas de arcilla o en
soportes de piedra. Se trata de los testimonios más antiguos de una verdadera escritura,
contemporáneos de la época de Uruk que provienen, en su enorme mayoría, de esta ciudad,
lo que no implica forzosamente que este sistema gráfico haya nacido allí. Según un
recuento reciente, 4300 tablillas y fragmentos provienen de Uruk, un centenar (obtenidas en
excavaciones clandestinas) de Umma, doscientas cuarenta y cuatro de Djemdet Nasr y
algunas decenas de Tell Uqair, en la Mesopotamia central. Los otros ejemplares son mucho
más escasos (tres tablillas en el valle de Diyala, una en Nínive, una decena en Habuba

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Kebira, trece en Djebel Aruda, en Siria, sobre el Éufrates, tres en el valle del Khabur, en
Tell Brak, en la Djezireh siria). En la región de Susiana, las tablillas contemporáneas,
aunque bastante diferentes, provienen de Susa (alrededor de sesenta) y de Choga Mish (seis
tablillas).
La datación de estos documentos no ha sido establecida. Se ubica entre 3400 y 2900 a.C.
Los primeros deben haber nacido en algún punto entre 3400 y 3300, fecha que Jean-
Jacques Glassner sostiene para la “invención de la escritura”. La estratigrafía no resulta de
gran ayuda en este caso. En Uruk, los controles más recientes han destacado la debilidad de
la relación entre los documentos escritos y los estratos arqueológicos donde fueron
hallados. Las tablillas de Uruk provienen de fosas rellenas de desechos, de fecha incierta.
Los fragmentos con inscripciones han sido clasificados por su editor, A. Falkenstein, según
criterios epigráficos, sin relación con la estratigrafía establecida por los arqueólogos. El
único punto firme es que estos documentos provienen del corazón “monumental” de Uruk.
En Susiana, la situación es diferente. Los documentos escritos más antiguos provienen de
construcciones comunes, de dimensiones modestas.
Estos testimonios no son documentos cuneiformes, sino pictográficos. Los primeros signos
de escritura que se observan en las tablillas de Uruk o de Susa son pictogramas, es decir,
dibujos. Algunos, los más escasos, son reconocibles a milenios de distancia: la cabeza, el
pie… otros, más numerosos, son abstractos. El primer problema presentado por el
nacimiento de la escritura es saber si estos “dibujos” se hallan en el origen de la escritura
cuneiforme propiamente dicha. Se trataba, en efecto, de ver en ellos el origen de los signos
que, con el uso, se volvieron cada vez más abstractos, para culminar en los cuneiformes del
III milenio. La infancia de la escritura fue un sistema mnemotécnico de dibujos: ideas
anotadas por medio de dibujos, transformados luego en escritura de sonidos, “escritura de
las cosas” transformada en “escritura de las palabras”, Poco a poco, los pictogramas
cedieron el paso a los signos abstractos o ideogramas. Esta tesis, mayoritaria por largo
tiempo, tiene siempre seguidores. Sin embargo, se la discute cada vez más.
Queda otro aspecto para la polémica: ¿qué lengua se expresaba en esos primeros
documentos pictográficos? Independientemente del (falso) problema recurrente de la
“llegada de los súmeros”, la lengua de las tablillas arcaicas de Uruk y de Djemdet Nasr es
todavía objeto de polémicas. Estas tablillas conservan, en su gran mayoría, listas de objetos,
funciones o personas. Desde hace una docena de años, se multiplican los trabajos que
tienden a demostrar que la lengua de estos textos es el súmero. La cuestión sigue abierta:
“la relación entre un signo arcaico y sus lecturas en súmero no es siempre transparente (…)
numerosas palabras parecen provenientes de la lengua (…) durante los casi mil años que
separan las tablillas arcaicas de los primeros textos que podemos comprender
perfectamente”.
Se ha destacado a menudo el papel que cumplen en esta cuestión las preocupaciones
relacionadas con la contabilidad. Existen, entre las tablillas arcaicas, tablillas denominadas
“numerales”, que no presentan otra cosa que números. En una etapa quizá anterior, ciertos
objetos de arcilla que han recibido nombres diversos (fichas o calculi), a menudo de formas

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geométricas (cilindros, esferas, discos, conos) o a veces pequeños objetos en miniatura,
habrían servido para materializar operaciones de contabilidad. Se los ha encontrado
contenidos dentro de esferas de arcilla (las bulas), sobre cuya superficie se observa la
impresión de estos objetos. Se han encontrado ejemplares en Uruk, Susa y muchos otros
sitios contemporáneos. A decir verdad, estos objetos se han encontrado en la mayoría de los
sitios de Oriente, desde la época neolítica hasta períodos muy tardíos, y se debe tener
cuidado de interpretar como “fichas” cualquier objeto de arcilla en miniatura, con funciones
probablemente muy diversas. Sobre el origen contable de la escritura, en cambio, se han
elaborado hipótesis muy ingeniosas. Las fichas han sido consideradas como pictogramas de
tres dimensiones, ya sea impresos en la arcilla, luego transformados en dibujos de sólo dos
dimensiones, ancestros del cuneiforme. Más allá de las críticas dirigidas a las observaciones
a menudo demasiado audaces, el argumento principal que se opone a esta tesis es “que no
existe una correspondencia rigurosa entre las formas de los calculi y la silueta de los signos
gráficos. Un mismo signo gráfico puede relacionarse con los calculi de distintas maneras.
Del resto, no hay más que un pequeño número de marcas numerales, mientras que se
conoce una gran cantidad de calculi… Los primeros difícilmente pueden ser los prototipos
de los segundos”. Pierre Amiet, que tuvo la fortuna de poder abrir las bulas intactas y
comparar el contenido con los signos impresos en la superficie, dio la prueba de ello hace
un cuarto de siglo. Por otra parte, ¿no era ingenuo pensar que la única preocupación de los
habitantes de Uruk y de Susa, cuando esbozaban los primeros signos de escritura, era
satisfacer hipotéticas exigencias puramente económicas? Se duda de que haya sido
necesario recurrir a la escritura en una economía tan rudimentaria. ¿Cuándo se ha visto que
poblaciones primitivas tuvieran la necesidad de escribir para recordar la cantidad de sus
cabezas de ganado? No es necesario para conocer lo que pertenece al vecino. Buscar el
origen de la escritura en preocupaciones estrictamente administrativas es rebajarla a la
categoría de una simple herramienta de gestión. Con la escritura, la puesta por escrito de
una lengua, y por lo tanto de conceptos, se trata de otra cosa totalmente distinta. Es
necesario no confundir escritura con pictografía. Si no, sería necesario trasladar el
nacimiento de la escritura al décimo milenio a.C., si creemos verla en las escasas placas
grabadas que se han encontrado recientemente en Jerf el Ahmar, en Siria, sobre el Éufrates
medio, sobre las que se observan claramente varios signos combinados, cuyos ancestros
deben remontarse a un lejano pasado paleolítico apenas conocido en el Cercano Oriente. En
cuanto a las tablillas arcaicas de Uruk, su verdadero desciframiento, luego de los trabajos
pioneros de A. Falkenstein en 1936, comenzó recién en 1987 (con las publicaciones de
Hans Nissen y Robert Englund nos enfrentamos a una cosa totalmente distinta). Existen,
por cierto, documentos de contabilidad, pero también contratos y una lista léxica que
presenta nombres de funciones y de oficios. Desde hace mucho tiempo,  se ha afirmado que
esta invención es contemporánea de la arquitectura monumental, del torno de alfarero que
permite la fabricación masiva de vasijas, del surgimiento de las primeras ciudades. Al
mismo tiempo que la escritura, es necesario mencionar el desarrollo prodigioso del
repertorio iconográfico de cilindros-sellos, una considerable mejora respecto del antiguo
sello que, según se ha visto, las aldeas de Obeid de la baja Mesopotamia utilizaron poco.
Paralelamente a la invención de la escritura, asistimos a una renovación completa de la

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imagen, igualmente perceptible en el arte de la escultura, tanto en relieve como en bulto
redondo, que se humaniza entonces definitivamente. Debido a estos cambios, la breve
época de Uruk amerita el epíteto de “revolucionaria”, tanto, si no más, como la extensa
etapa neolítica. Pero no se insistirá lo suficiente sobre el hecho de que estas
transformaciones se produjeron un milenio antes de la aparición de los Estados primitivos,
con la primera unificación de la Mesopotamia por Sargón de Akkad, hacia 2300.

El problema del agua

Desde hace mucho tiempo nos hemos impresionado con el hecho de que parecía existir una
relación entre la aparición de los primeros Estados y la irrigación a partir de los ríos en el
mundo antiguo. ¿No fue acaso a la orilla del Indo donde florecieron las grandes ciudades de
la civilización del mismo nombre, Mohenjo-Daro o Harappa? El Estado faraónico de
Narmer, ¿no era también, acaso, una especie de “regalo del Nilo”? El Éufrates o el Tigris,
¿no fueron los ríos que nutrieron a los Estados mesopotámicos desde fines del III milenio?
Los valles atraviesan zonas áridas en las que los grandes ríos aportan generosamente un
agua exógena (el Nilo, de fuentes misteriosas, el Tigris y el Éufrates de las montañas de
Anatolia, el Indo, de los impresionantes macizos del Himalaya) y se concentran las
poblaciones. Solamente las estructuras estatales estaban, según se pensaba, en condiciones
de obligar a las poblaciones a practicar una irrigación indispensable. La existencia de una
autoridad central que ordenaba las grandes obras y dirigía la distribución controlada del
preciado líquido favorecía la eclosión de una sociedad jerarquizada, en cuyo seno el poder
disponía del monopolio del uso de la fuerza. En Mesopotamia, la imagen, inspirada por A.
Deimel, de una sociedad denominada “la ciudad-templo”, aportó un argumento poderoso a
esta teoría. Las ciudades súmeras arcaicas, teocracias redistributivas, estaban gobernadas,
según él, por un sacerdocio que organizaba la explotación de la tierra cultivable, propiedad
divina, gestionaba la irrigación y ordenaba las grandes obras hidráulicas. El “rey sacerdote”
controlaba la construcción de los canales y el trabajo obligatorio. La necesidad de la
irrigación no podía acomodarse a otro sistema. Los grandes templos de Uruk representaban
la traducción arquitectónica de esta situación.
Estas ideas se remontan a la mitad del siglo XIX. Se encuentra una huella de ellas en las
cartas de Engels a Marx (1853), donde se explicita el lazo entre el “despotismo asiático” y
la irrigación. Fueron retomadas por el último en una época en la que no se sabía casi nada
de las sociedades mesopotámicas antiguas. Marx conocía más el mundo obrero europeo de
mediados del siglo XX que las sociedades súmeras, y la ausencia total, en ese momento, de
datos serios (la escritura cuneiforme no se había descifrado todavía y el primer golpe de
piqueta arqueológica en el Oriente data de 1842) explica que esta teoría haya podido
desarrollarse libremente, sin el menor soporte fáctico. Un siglo más tarde, Karl Wittfogel,
en un famoso libro sobre el despotismo oriental, retomó y sistematizó esta reflexión. Las
investigaciones recientes no permiten vincular de ese modo la necesidad de la irrigación y
el nacimiento del Estado. Las ciudades, y luego el Estado, no son el resultado de la
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aparición de un poder despótico y centralizado necesario para el control de la irrigación.
Las tierras mesopotámicas no conocieron “grandes obras hidráulicas” antes de una época
muy tardía, helenística e incluso sasánida (es decir, aproximadamente en la misma época
que en China). La irrigación practicada en Mesopotamia se basa en principios simples.
Funciona por gravedad (los lechos de los ríos, elevados por sus propios sedimentos, son
más altos que las llanuras vecinas) y no es necesario el uso de máquinas elevadoras. En el
valle del Indo, la potencia del agua es tal (y muy superior a la del Tigris y el Éufrates,
¡incluso unidos!) que impide toda posibilidad de acción seria de un poder humano sobre
ella en la época antigua… Si en el comienzo del II milenio, numerosos textos paleo-
babilónicos se refieren a obras hidráulicas, es necesario recordar las advertencias de
Dominique Charpin.8 La construcción y mantenimiento de los canales aparecen a menudo
en el primer lugar de las actividades de la realeza en las inscripciones oficiales, pero son
parte del discurso ideológico de un pastor cuyo papel principal es asegurar la prosperidad
de sus súbditos mediante el cuidado de la red hidráulica y la construcción de templos. En
realidad, como lo plantea D. Charpin, “el dominio de un ambiente natural complejo estaba,
sin embargo, fuera de su alcance, y algunas operaciones finalizaban con verdaderas
catástrofes ecológicas”. H. Gasche tiene la misma opinión, que se refiere a las “fuerzas” y a
los “caprichos de una naturaleza más fuerte que (el régimen político)” y de un “contexto
fluvial inestable que el hombre no lograba dominar”.
Por fuera del mundo mesopotámico propiamente dicho, otras ciudades, y luego otros
Estados, surgieron por fuera de toda relación con la irrigación. La Siria del Bronce antiguo
en la época de Ebla (siglo XXIII) conoció un régimen real apoyado por un consejo de
ancianos y servido por una burocracia incipiente. El reino de Ebla firma tratados
diplomáticos con sus vecinos, posee su propio calendario, su lengua (un dialecto semítico),
sus dioses. Intercambia presentes con el Egipto faraónico. Pero, al contrario de las ciudades
súmeras nacidas a la orilla de los grandes ríos, cuya riqueza se fundamenta en la agricultura
cerealera con irrigación, la prosperidad de Ebla y de sus reyes tiene su origen en la cría de
ovinos en la estepa, en la lana y las artesanías textiles. La bella historia de la irrigación
como matriz del Estado se debe guardar en el armario de las hipótesis muertas.

¿Cómo caracterizar a la sociedad súmera arcaica?

El abandono de la “ciudad-templo” de A. Deimel, consecuencia de una mejor comprensión


de los textos arcaicos súmeros sobre los que se basaba esta hipótesis, la imposibilidad de
verificar las teorías un tanto idealista de Thorkild Jacobsen o de Henry Frankfort sobre la
democracia primitiva, no han facilitado la comprensión de la ciudad súmera ni del papel
que tuvo allí, en la época Dinástica Arcaica, el personaje que se denomina “rey” y que lleva
esos títulos enigmáticos de en, ensi o lugal. La oposición, tan cara a numerosos autores,
                                                            
8
 Dominique Charpin, “La politique hydraulique des rois paléo‐babyloniens », Annales HSS, 57‐3, 2002, pp. 
545‐559. 

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entre un poder real y un poder sacerdotal, entre el palacio y el templo, adolece de serios
anacronismos. Es muy audaz utilizar estas nociones modernas para dar cuenta de una
realidad sin duda muy alejada de los conceptos a los que estamos habituados. ¿Dónde está
el poder en la ciudad súmera arcaica? ¿Qué papel juegan las grandes familias que
concentraban probablemente la realidad de ese poder? Podemos preguntarnos acerca de la
autoridad real que poseía el rey súmero antes de la época de Akkad. ¿Era alguien que
verdaderamente tomaba decisiones, o solamente un árbitro que regulaba ocasionales
conflictos? ¿Qué papel tienen en la sociedad súmera los grandes dominios9, los que
conviven con el propio rey, su familia y los dignatarios de alto rango? En una sociedad
donde los sistemas de redistribución ocupan un lugar mucho más importante que la
retribución simétrica del trabajo realizado por una gratificación de tipo salarial, no resulta
sencillo decodificar el funcionamiento real de una ciudad que ostenta el papel principal,
rodeada por campos dedicados a la agricultura y a la cría de ganado que aseguran su
subsistencia. Los términos resultan engañosos, empezando por el de “ciudad-estado”, tan
frecuentemente utilizado, que debería reemplazarse, sin duda, por el de “ciudad
independiente”´. En cuanto al estado, los textos apenas confirman su existencia para esta
época tan antigua. El período súmero arcaico (2900-2300) constituye la bisagra entre los
inicios de la urbanización (Uruk) y la aparición de un Estado incuestionable (la tercera
dinastía de Ur, 2100-200 a.C.). Como todas las transiciones, no se deja aprehender
fácilmente. Desde una síntesis ya mencionada10, han aparecido algunos ensayos que
alimentan la discusión sin que ninguna otra pista suscite un consenso general. En 1996, J.-
D. Forest propuso la visión de una sociedad muy jerarquizada “con algunas grandes
familias en su cúspide, que sacando provecho de una ideología que ellas mismas
administran, concentran en sus manos la realidad del poder político y económico”. La
realeza es, en cierto modo, una ficción destinada a preservar un orden desigual, y la persona
física que la encarna debe contar con eso que hoy denominaríamos grupos de presión o
grupos de influencia, resguardados detrás de la noción ilusoria de “templos”. Serge
Cleuziou, por su parte, fundamentándose en los trabajos de J.-J. Glassner, pone de
manifiesto la posible existencia de “grupos de gestión” familiares en el seno de una
sociedad de linaje “que evoluciona entre competencia e intercambio”, y en la que las
relaciones de parentesco serían el fundamento de la cohesión.11
Es en el seno de esta sociedad, a la vez unificada por una cultura común muy homogénea y
dividida por incesantes conflictos, todo sobre un territorio minúsculo (el país de Sumer útil,
es decir, cultivable, no era probablemente mayor que Bélgica) que surgiría finalmente el
primer Estado digno de ese nombre, el que denominamos Akkad, prontamente reemplazado
por una versión muy burocrática, la tercera dinastía de Ur, rápidamente víctima de sus
propios excesos.

                                                            
9
 Sic en el original. 
10
 J. L. Huot, Les Sumériens: entre le Tigre et l´Euphrate, Paris, éditions Errance, 1989, pp. 229‐242 
11
 Serge Cleuziou, « Transitions vers l´Etat au proche et Moyen‐Orient : élements pour une étude 
comparatiste », en P. Descola, J. Hamel et P. Lemmonier (dir.), La production du social. Autour de Maurice 
Godelier, Actes du Colloque de Cerisy, 1996, Paris, Fayard, 1999, pp. 245‐266. 

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La Mesopotamia unificada por el Estado: Akkad y la tercera dinastía de Ur

Los historiadores admiten que con el advenimiento de la tercera dinastía de Ur en la baja


Mesopotamia ya nos encontramos en presencia de un Estado. Estos reyes se consideran los
herederos de la época arcaica (a menudo se denomina a este período de 2100 a 2000 a.C.
como la época neo-súmera). La tercera dinastía de Ur es un estado súmero “moderno”. Es
centralizado, tanto en el plano económico como en el político, con la antigua ciudad de Ur
como capital. En dos generaciones, los reyes de Ur, apoyados por un ejército y una
burocracia a su servicio, extendieron su influencia sobre una gran parte de la Mesopotamia
(Babilonia central y meridional, valle de Diyala) y sobre una pequeña porción de las tierras
iraníes, en Elam. El fundador, Ur- Nammu, pacificó el país, retomó el viejo título de “rey
de Sumer y Akkad” y controló la Mesopotamia desde Nippur a Eridu. Glorificó en
numerosas inscripciones una gigantesca empresa de reconstrucción de santuarios, murallas
y canales. Su hijo Shulgi, que reinó durante cuarenta y ocho años, amplió su obra. Si
creemos en sus inscripciones, creó un ejército regular, reformó la escritura y los sistemas
metrológicos, intentó instaurar un calendario único. Luchó en todas sus fronteras pero
jamás logró atravesar las alturas de los Zagros.
Un monumento especial es el símbolo de la época neo-súmera: la ziggurat, un edificio de
tipo novedoso. La ziggurat es una terraza elevada de una decena de metros, que sostiene al
menos un piso de menor altura. En una de sus fachadas convergen tres escaleras de acceso.
Esta “torre de pisos” es pues, en realidad, una superposición de terrazas, quizá la última
transformación de los templos sobre terrazas de la época súmera arcaica, pero este punto
está en discusión. En Ur, para la ziggurat de Ur-nammu, restaurada a mediados del siglo
pasado, fue necesario emplear, según cálculos recientes, 6.876.900 ladrillos crudos y
718.200 ladrillos cocidos. No puede imaginarse un emprendimiento de esta naturaleza sin
una planificación y una vigilancia desarrolladas. Si la tercera dinastía de Ur es considerada
a menudo como la que marca el triunfo de la burocracia, es necesario reconocerle una cierta
eficacia. La función exacta de esas enormes edificaciones sigue siendo oscura. No se trata
de tumbas ni de observatorios. Existe una en cada ciudad. Todos los Estados
mesopotámicos sucesivos (hasta Alejandro, que tenía la intención de reconstruir la ziggurat
de Babilonia, pero murió antes) construían nuevas o restauraban las antiguas.
Los escribas de la tercera dinastía de Ur han producido una masa asombrosa de textos (se
han publicado más de 40.000 y una cantidad similar parece esperar aún a sus traductores).
En lo esencial, se trata de documentos de contabilidad, pero se conocen también textos
jurídicos, inscripciones reales, textos mitológicos, épicos o históricos. En la época neo-
súmera existe una iconografía oficial, monumentos ideológicos para gloria de la realeza y
una administración tentacular. El estado de Ur ha intentado una gestión centralizada, cuyo
eje estaba en los grandes templos. Shulgi puso a punto los mecanismos de acumulación y

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de redistribución de bienes, pero este sistema, que reposaba sobre sobre los centros de
recolección de bienes agrícolas, parece haber funcionado solamente durante una treintena
de años. Su densidad, ¿no pudo ser quizá la causa de su derrumbamiento? Con la caída de
Ur, en 2004 a.C., el acontecimiento fue recordado por largo tiempo y fue objeto de
numerosas “lamentaciones”, un género literario que se encontrará mucho más tarde en los
textos bíblicos.
Estos aspectos no dejan ni la sombra de una duda respecto del hecho de que al final del III
milenio la Mesopotamia conoció lo que podemos llamar, en el sentido moderno, un Estado.
El problema no reside allí, sino en la justa apreciación de la época precedente, Akkad
(siglos XXIV-XXII), que marca, para muchos autores, los primeros balbuceos de un
sistema estatal en Mesopotamia. ¿Cuáles son los argumentos? Aquí nos hallamos más
desprovistos que en el caso de la tercera dinastía de Ur. De la época de Akkad no se han
encontrado ni la capital, que tenía el mismo nombre, ni los archivos reales. Muchos de los
aspectos de su fundador, Sargón de Akkad (hacia 2330) son probablemente míticos. Pero
con él y sobre todo con su nieto y cuarto sucesor Naram-Sin (hacia 2250-2220) aparecen
rasgos nuevos: una ideología y una iconografía verdaderamente “reales” (estelas de
victoria, escenas de guerra, “divinización” del rey Naram-Sin, que lleva la tiara con
cuernos, reservada a las imágenes divinas). Una impresionante cantidad de estelas y de
estatuas, talladas en diorita, piedra notablemente dura, glorifican la imagen del rey. P.
Amiet supo mostrar su originalidad y sobre todo, su homogeneidad, con ayuda de
fragmentos dispersos y mutilados recuperados hace mucho tiempo en Susa, en Elam, donde
habían sido llevados como botín un milenio después de la época de Akkad.
Lo esencial es quizá que la lógica que estructura el Estado acadio es en adelante territorial,
y no fundada sobre los lazos personales que unían a los linajes y los parientes, como en la
época súmera arcaica. En síntesis, se pertenece al Estado acadio cuando se reside en su
suelo. Aparece una nueva ideología, incluso una teología, particularmente visibles en la
glíptica. Se individualizan las figuras divinas y las representaciones reales. El rey acadio se
encuentra a la cabeza de un estado que guerrea sin cesar en los márgenes de su territorio.
Akkad parece un estado militar. Sargón atacó, hacia el norte, Mari y Ebla, alcanzó el
Amanus, sin duda con el objeto de controlar la ruta de acceso a las riquezas de Anatolia,
maderas para construcción y minerales. Naram-Sin alcanzó el corazón de la meseta
anatólica al remontar el Éufrates. Al sudeste, conquistó la Susiana. Condujo sus ejércitos
hasta la península de Omán. Las listas del botín son impresionantes. En la época de Akkad,
el extranjero se transforma en una presa. El rey neo-asirio Sargón II (siglo VII a.C.) será
muy consciente de ello, cuando retome, mucho más tarde, el nombre ilustre del fundador
del primer reino unificado de la Mesopotamia.
Es entonces, con justicia, según nos parece, que J.-D. Forest en su libro Mesopotamia, cuyo
subtítulo es La aparición del estado, se refiere a Akkad, al que califica como Estado
depredador, como un epílogo. Al remarcar la incapacidad de las ciudades súmeras para
unificar el país, plantea que no se trataba “de una imposibilidad técnica (militar o
administrativa), sino (…) de una incapacidad de pensar la unificación (…) Sólo un cambio
de mentalidad podía permitir escapar del ciclo de la violencia (…) esas nuevas ideas se
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encarnan en una personalidad excepcional, Sargón”. Y concluye que esto se relaciona con
“el Estado, en su aspecto más primitivo: guerrero y conquistador”. Se produce, entonces,
con Akkad, una novedad fundamental. La tercera dinastía de Ur casi no modificó las
condiciones de existencia de este Estado: simplemente reemplazó el pillaje por la
administración. Fue necesario esperar al final del III milenio para ver aparecer un Estado
mesopotámico, consecuencia de una serie de “novedades” que habían florecido un milenio
antes. Desde ese momento, la Mesopotamia conoció una sucesión de Estados que se
desarrollaron y luego de unos decenios o siglos de existencia zozobraron, por diversas
razones. Pero el principio siguió siendo el mismo. Se deberá esperar a los comienzos del
primer milenio para verlo substituido por otro concepto, el de imperio universal que
pretende expandirse a la escala del mundo conocido, prefigurado por los neo-asirios,
llevado a su plenitud por los persas e impulsado hasta la desmesura por el genio de
Alejandro.

NOTA: En esta traducción, para uso exclusivo de los alumnos de la cátedra, se han omitido
las citas bibliográficas, con excepción de las que se estimaron pertinentes.

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