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Teólogos y exégetas han afirmado a través de los siglos hasta los tiempo actuales
que la Biblia es infalible con respecto a las verdades religiosas, no en asuntos que no
son importantes para la salvación. Ya a principios del siglo V escribía San Agustín
que los cristianos no deben tratar de resolver cuestiones científicas con las Sagradas
Escrituras. En 1981, el papa Juan Pablo II escribió que la Biblia "nos habla del
origen del universo y su creación, no para proporcionarnos un tratado científico sino
para establecer las correctas relaciones del hombre con Dios y con el universo [...] y
con el fin de enseñar esta verdad se expresa en los términos de la cosmología
conocida en los tiempos del escritor sagrado.”
Es posible creer que Dios creó el mundo, al tiempo que se acepta que planetas,
montañas, plantas y animales, incluyendo los seres humanos, se produjeron, después
de la creación inicial, por procesos naturales. En lenguaje teológico, Dios actúa a
través de causas secundarias. De manera parecida, al nivel del individuo, una
persona puede creer que es una criatura de Dios sin negar que se haya desarrollado
por procesos naturales a partir de un óvulo fecundado en el seno de su madre.