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El libro del Topito Birolo.

Lecturas cómplices e irreverencia


por Mirta Gloria Fernández
Artículo basado en la ponencia presentada por la autora en el Congreso internacional
"Debates actuales. Las teorías críticas de la literatura y la lingüística", realizado por el
Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires entre el 18 y el 21 de octubre de 2004.
La primera vez que me sorprendió el impacto de ciertos textos infantiles en los lectores fue en
el año 1990. Yo era asesora de lengua en el Instituto Eccleston (1) y coordinaba también la
biblioteca de la escuela primaria. La directora estaba preocupada porque los chicos leían
poco, situación que nos indujo a ejecutar un nutrido plan, a efectos de motivarlos a que se
llevaran libros a casa. Por esos tiempos apareció un libro de Gustavo Roldán titulado La
canción de las pulgas (2), cuyos personajes —joviales y bulliciosas pulgas impúberes—
adoran cantar unas estrofas que rezan "Pata peta pita pota puta...". Me gustó la canción de las
pulgas no tanto como historia sino por el efecto que había provocado. Así, autorización
mediante, ubiqué doce ejemplares en la biblioteca. Al día siguiente, en el recreo, no quedaba
un solo libro en el estante. Y el Primer Ciclo se juntaba en pequeños grupos que, algo
turbados (y sobre todo dueños de una jocosa complicidad), leían lo prohibido en los rincones
más alejados de las maestras de turno.

Ilustración por Raúl Fortín


El análisis de aquella escena de lectura me llevó a centrarme en el problema de la recepción;
es decir, tropecé con el conflicto del doble receptor que supone toda literatura infantil. Fueron
tiempos difíciles ya que mis lecturas teóricas se daban de bruces contra una realidad: cierta
certeza de que uno de los dos receptores presentaría resistencia ante los textos que, de
hecho, incentivaban la lectura de aquel otro receptor que me incumbía. Un ejemplo: mientras
los chicos leían el texto de las pulgas en el recreo —lo cual me hacía concebir cierta
productividad del deseo y del texto—, un grupo de padres se preparaba para censurarlo. Vale
aclarar que por entonces yo había develado que dicha lectura era habitual en los niños. No
porque se tratara de "La canción de las pulgas" que tanto nos gustaba cantar en esos días,
sino porque muchos de los cuentos y poesías eran desfigurados por los chicos, con la misma
insolencia con que repetían las últimas sílabas de la canción.
Ahora bien, lo que deseamos la mayor parte de los adultos es que los niños lean. Pero ¿es
coincidente el deseo infantil con la propuesta adulta? ¿Cómo cruzar esos dos horizontes tan
disímiles de nuestro doble receptor padre-niño; docente-alumno?
Esta es la pregunta con la que iniciamos, entonces, la segunda parte de este trabajo que
intenta dar cuenta de la pasión de los críos por la trasgresión. Una especie de delectación que
se manifiesta toda vez que Del Topito Birolo y de todo lo que pudo haberle caído en la
cabeza (3) es manipulado por quien puede disfrutar lo que propone tan particular estética. Así,
si cedemos al álbum de Werner Holzwarth y Wolf Erlbruch (4) —originalmente publicado en
alemán por la editorial Peter Hammer—, el topito recorrerá cada página con un cometido tan
personal como extraño, exhibiendo múltiples gestos cuya constante, si uno se detiene en la
retórica de la imagen, se manifiesta en cierta intención detectivesca.

Ilustración de Wolf Erlbruch


Una mañana, Topito Birolo se despierta muy molesto: alguien "se hizo en su cabeza". Le
pregunta a la paloma; al caballo, al conejo, a la cabra, a la vaca y al cerdo, pero ninguno sabe
nada. Ellos no han sido, sus propias heces lo confirman. Finalmente va a ver a Juan Chuletas,
el perro del carnicero, y advierte que lo que él tiene en su cabeza es exactamente el bloque
serpenteante que el canino acababa de expeler. El topito decide entonces desquitarse y
pagarle del mismo modo.
Volvamos ahora a los lectores. Consideremos el caso de un Primer Año EGB de una escuela
municipal del barrio de Floresta, en la ciudad de Buenos Aires. La docente me explicó que
estaba preocupada porque corría septiembre y cinco de sus alumnos presentaban graves
problemas con la lectura pues en la hora del cuento se ponían a jugar con autitos. Ante esta
situación, le llevé a la maestra el cuento del topito para que lo viera detenidamente en su casa
y luego pudiera ofrecérselo a esos cinco nenes. La respuesta de la maestra fue categórica:
"Es un cuento hermoso, se lo leí a mis sobrinas que tienen 5 y 7 años y les encantó. Pero acá,
con estos chicos no se puede porque no entenderían y empezarían a decir palabrotas." La
directora estuvo de acuerdo con la maestra. Fin del relato.
El segundo testimonio pertenece a una egresada del Postítulo de Literatura Infantil (5), que
llevó a cabo un proyecto de lectura en un Instituto de Minoridad para adolescentes vulneradas
por el sistema. La docente les ofreció un corpus nutrido de libros-álbum, entre los cuales
estaban El globo (6), de Isol, y el del Topito Birolo. El globo cuenta la historia de una niña que
está cansada de que su mamá grite y grite. La mamá un día se convierte en globo. La escena
final muestra a la niña con su globo contemplando, con cierta nostalgia, a las otras niñas de la
plaza que tienen mamá. Pero de pronto mira su globo y exclama: "Y bueno... a veces no se
puede tener todo."

Ilustración de Isol
La reacción de las adolescentes es interesante pues, a pesar de que festejaron El globo,
afirmaron con vehemencia que "El topito no es para leérselo a los chicos". ¿Por qué este
grupo de jóvenes que acepta El globo (y aún más, lo festeja) asume una actitud de rechazo
ante el del Topito Birolo? Para responder será necesario analizar el tipo de tabú que viola
cada uno de estos textos. Observemos, por ejemplo, que El globo pone en primer plano los
vínculos familiares mientras que el del Topito Birolo arremete contra los buenos modales.
Podríamos postular entonces —a modo de hipótesis— que estamos frente a dos
transgresiones no equivalentes. Mientras el libro de Isol vulnera los vínculos familiares —y
esto a las chicas no las perturba porque la familia sagrada es un capital más burgués—, el
topito desobedece los buenos modales, un principio que atraviesa todos los sectores sociales.
De todas maneras, en el Topito Birolo hay más riesgos pues la venganza tiene un efecto
negativo en muchos docentes, y lo escatológico va más allá de los buenos modales.
El tercer relato nos lo aporta Ilda, otra de las cursantes del Postítulo, que está desarrollando
su proyecto de lectura en el Hospital Garraham (Buenos Aires) con chicos en situación de
tratamiento prolongado que, en su mayor parte, son de bajos recursos y del interior del país.
Allí, cuando la docente va pasando las páginas, madres y niños son partícipes de la clave que
propone el cuento y se lanzan a la risa comentando que "este es un libro que se puede leer,
tocar, pero también se puede oler".
El último caso ocurre en un Centro Comunitario de la localidad bonaerense de Pacheco (7):
Apenas ve la tapa del Topito Birolo, Juan —que todavía no aprendió a leer formalmente— le
dice a Leo que está en la misma sintonía: "—Mirá a éste lo que le pasó, le cagaron la cabeza."
Luego, se levantan y le piden a la maestra que se los lea. Pero ella está leyendo con otros
nenes y les dice a Juan y a Leo que esperen. Entonces se vuelven a sus lugares y se ponen a
pasar las páginas.
"—‘Topito’, ahí dice ‘topito’, ¿viste Leo? Y acá dice ‘cabeza’ porque tiene la z de zorro."
Y así siguen, conquistando la historia desde las imágenes. No están alfabetizados, pero van
deteniéndose en cada ilustración cual detectives tratando de adivinar las palabras. De pronto
se escucha el siguiente diálogo:
Juan: "¿La encontraste?"
Leo: "Todavía no, pero capaz que está al final. Sigamos leyendo."
Juan: "Va con la c de casa."
Leo: "Sí, y la c de casa se repite dos veces: caaaaaaaa... caaaaaaaaaaa..."
Como vemos, el texto suscita la adhesión inmediata por parte del lector pequeño. En
consecuencia, uno podría postular que dicho efecto está dado por su carácter trasgresor, en
cuanto a la complicidad de un lector que, de entrada, se identifica con el personaje. Sin negar
esta variable —que sin duda es importante—, nos detendremos a analizar las razones por las
que los niños vuelven una y otra vez a esta historia tan particular y, al mismo tiempo, tan
sencilla. ¿Será solamente por la "caca" que Juan y Leo —que ahora están en Segundo de
EGB pero que conocieron al topito en Preescolar—vuelven una y otra vez a este álbum? ¿Por
qué en Dinamarca es uno de los libros favoritos de los niños? ¿Por qué la directora del Centro
Comunitario de Pacheco lo incluyó en la biblioteca? Escudriñemos un poco y veremos que
está contado con una simplicidad sospechosa, como si se burlara de gran parte de los libros
para niños. Palabras sencillas, diminutivos, onomatopeyas con tipografía en imprenta
mayúscula, animales que hablan, explicaciones aparentemente redundantes —casi
pedagógicas—, repetición de escenarios y estructuras gramaticales que evocan el ritmo del
lenguaje oral. ¿Cuál es entonces el secreto de este libro?
En lo inmediatamente observable vemos, por ejemplo, que los chicos se tapan la boca,
levantan las cejas, abren los ojos y miran al adulto en señal de perplejidad. Reacciones que
revelan que no es esperable que los adultos —sobre todo si son docentes— den a leer esta
clase de libros. Y esto se asocia a una segunda causa por la que los chicos se quedan con
este libro: el adulto pasa a ser un aliado que se suma al proyecto de lo festivo. Este tipo de
contacto establece una nueva modalidad de las relaciones entre personas, opuesta a las
relaciones jerarquizadas de todos los días. Cierta horizontalidad que se completa en la
materialidad textual. Un encanto que consiste en desenmascarar la mediocridad de ciertas
situaciones, como diría Bajtín (8), liberarnos de la visión de la cultura oficial.
Para continuar, vemos en el libro que estas figuras recortadas sobre un fondo blanco no son
un correlato del texto escrito, sino que están en función de ampliar significados. Pero no
solamente porque muestren lo que no dicen las palabras. El hecho de que los animales
(exceptuando al topo) estén representados con tal grandiosidad en sus dimensiones alude, sin
duda, a la pequeñez del topo y al ángulo desde donde está mirando. Y si afinamos la vista,
también vamos a poder detectar que el color con que está pintado el topo es más fuerte, y que
sus rasgos también son más fuertes. Hay algo en el orden de la significación que se pone en
juego pero que no está expresamente dicho, sino que admite cierta polisemia. Del mismo
modo, la expresividad corporal lograda por los contornos, la mímica y los gestos, revela la
actitud de los personajes. Así, el topo pasará por todas las páginas con su cabeza abonada,
ahora cruzando los brazos a modo de reproche, ahora como un observador miope, ahora
tímidamente detrás de la pata de la vaca. Todo con absoluta circunspección y calma. Mientras
tanto, como dijimos, los animales que responden a una representación gigantista frente al
texto necesariamente deben ser completados desde la mirada del lector de imágenes que
profundiza sus rasgos, en relación directa al aplomo del personaje protagonista.
Ilustración de Wolf Erlbruch
En tercer lugar, entre las palabras y la imagen hay cierta omisión, ya que las palabras ocultan
lo que la ilustración descubre: disímiles tamaños, formas, colores, y hasta texturas de
deposiciones de la compañía animal, pueblan las páginas de un cuento que convoca desde lo
que no se dice. Es decir, mientras las palabras nos describen un "eso, redondo, café y...
oloroso" (prescindiendo de la palabra prohibida), la imagen devela una contundente, colorida y
redondeada deposición que hace a las delicias del público infantil. Todo a través de una
gradación de rasgos repetitivos que produce el incremento de la intriga, en la medida en que
el topito atraviesa un espacio tras otro en busca de una respuesta: "¿Fuiste tú quien se hizo
en mi cabeza?" En realidad, como sabemos, la repetición es un rasgo de la literatura para
niños. Pero, en este caso, no funciona prioritariamente como recurso infantil, sino como el
punto desde donde se destapará lo prohibido. En otras palabras, en el procedimiento literario
de omitir "caca" y, al mismo tiempo, volverla explícita en la imagen, hay una burla irónica hacia
el tabú en el orden de la palabra; pues en el mundo está la "caca"; en el mundo más allá de
las palabras.
En definitiva, el interjuego entre la prohibición, la materialidad plástica figurativa y la sencillez
poética, son los componentes de esta historia en la que un personaje ingenuo y un escenario
familiar se ven alterados por un acontecimiento extravagante. No porque no suceda en la vida
sino porque es extravagante para la literatura infantil. Acaso se trate, entonces, de un narrador
que asume cierta distancia irónica frente al tabú. Algo perturbador es narrado sin explicación
ni comentario alguno. Un matiz especial de lo ideológico que nos deja preguntas acerca de si
tanta sencillez en el relato, tanta repetición, tanta explicación, no podría leerse como una
señal, con cierta connotación.
Algunos datos nos permiten inferir el carácter complejo de este texto: el tamaño del personaje,
la dimensión gigante que le otorga a los demás personajes, la ingenuidad de su pregunta
directa, la ausencia de especulación y la actitud arrebatada de pagar con la misma moneda,
desobedeciendo el mandato de poner la otra mejilla ¿Todo esto no nos recuerda a otros
personajes? ¿Quién es el que no se subordina naturalmente cuando lo intimidan? ¿Quiénes
son esos que, mucho más grandes que el topo, están amarrados como Juan Chuletas, el
perro del carnicero? ¿Están atados la vaca, el chancho o el conejo? ¿Cuál es el animal que
tiene menos libertad? ¿Y cómo usa su libertad cuando apenas la tiene?
Ahora, sobre este libro, vamos a tomar dos mini-reseñas (aparecidas en países de habla
hispana en que fue publicado) y el comentario escrito de una docente de letras como
representante de lo que la mayoría de los adultos, docentes y no docentes, opina del Topito
Birolo. Pero vamos a hacer una salvedad. He tomado este testimonio porque me pareció más
original que los que tenía de docentes y padres de todos los niveles, cuya respuesta ante el
libro del topo es demasiado obvia. Los más progresistas lo quieren comprar para instruir a sus
hijos sobre el control de esfínteres, otros sostienen que es mal ejemplo la venganza que
asume el personaje al final, y otros lo consideran un libro absolutamente inmoral en los dos
sentidos: tanto por la venganza como por la presencia de la caca. Pero veamos qué dicen
estos lectores:
a) "En una cierta etapa de su desarrollo, los niños se interesan por todo lo escatológico. Este
libro aborda el tema de manera fina y divertida y a la vez enseña a los niños cómo hace cada
uno de los animales que se mencionan." (Libros del Rincón, México, SEP-Petra, 1989.)
b) "Con este libro el niño y la niña hablarán con el adulto sobre diferencias entre animales.
Pero sobre todo, pasarán un buen rato". Es sugerido para lectores a partir de los 4 años. (Mini
reseña en Revista de Literatura Nº 192. (Barcelona. 2003.)
c) "La impresión es que es un texto tonto y sin sentido. Yo, personaje topo, no buscaría al
autor del hecho, sería una molestia sin sentido, también pasar por el espectáculo tan
denigrante que es ¡ver y oler las deposiciones ajenas!" (Actual estudiante de la carrera de
Letras.)
Es fácil advertir que las reseñas destacan algo que a los niños los tiene absolutamente sin
cuidado: la enseñanza y el diálogo con el adulto. La primera, sin embargo, es menos solapada
ya que menciona que los niños se interesan por lo escatológico, aunque miente cuando dice
que el libro aborda el tema de manera fina. Por el contrario, se puede ver en cada página la
parte trasera de cada animal en acción reiteradamente.
En cuanto al segundo comentario, lo primero que advertimos es la sustitución ya que, según
uno se entera por esta reseña, el texto versa sobre las diferencias entre animales. Eso sí,
servirá para que los niños hablen con los adultos y por suerte pasarán un buen rato sin hablar
nunca de literatura ni de excrementos. ¿No era que lo escatológico interesaba?
La tercera lectora, identificada con el protagonista, dice que no le gustaría andar olfateando
excrementos. No se trata por suerte de una cuestión de ética, sino de un problema de
interpretación por parte de una lectora que no ve la razón por la que el héroe decida arremeter
contra su oponente a efectos de tejer una venganza. Pasar por el espectáculo de andar
ofateando, dice. Y allí se le desliza "espectáculo". ¿Uno pasa por el espectáculo o este texto
es denigrante? Salvando las distancias, ¿habrá sido inverosímil, para esta lectora, el episodio
del primer tomo de Gargantúa que muestra la cultura popular, a pleno, eliminada, por esos
tiempos, de la comunicación oficial? (9)¿A esta lectora le resultó una molestia sin sentido, algo
en el orden de lo personal, o un espectáculo denigrante?
Por último, la venganza del personaje, algo que ciertos adultos no pueden tolerar, es leída por
el niño humorísticamente. Un niño que aún no está preso de arengas mitigadoras, ni de
discursos políticamente correctos. En el centro, un texto acaso heredero de la cultura infantil
nos vuelve a mostrar que los niños leen, en gran parte, desde un horizonte ajeno a los afanes
disciplinadores. Podemos decir entonces que el lector adulto es resultado de una operación
anacrónica que pregona la subalteridad de la literatura con respecto a la ética, la moral o la
ideología, según la prioridad axiológica que detenten las instituciones al momento de la
selección de los cuentos. Todas estas operaciones dejan de lado el carácter polisémico de la
literatura por un lado. Y por otro (y lo más grave) se abocan a la búsqueda de un referente:
todo lo que leo se relaciona con algo real.
Para lidiar con estos adultos no se me ocurren muchas ideas. Sin embargo, mi obligación es
buscarlas ya que todos los años los practicantes cuentan de autoridades que censuran a
Abelardo Castillo; maestras que se espantan con el ogro (10) de Ricardo Mariño; o padres que
van a quejarse por un poema de Antonio Cisneros o un texto de Oliverio Girondo, dejando de
lado a Osvaldo Lamborghini, por supuesto (11). Mientras discutimos, la literatura —espacio
mordaz, revuelta de pensamiento o breviario de disfrute— va sucediéndose en términos de
madres que se convierten en globo de tanto gritar (12), o hijos que se avergüenzan de padres
patéticos (13), o chicos que se comportan como perros (14), o gente que se muere en campos
de concentración (15), o soldados alemanes que dan de comer a unos chicos del frente
enemigo (16), o chicos sin piernas ni brazos que cuentan su biografía en clave
humorística (17).
Me gusta pensar en la fiesta que sucede en las escuelas cuando puedo hacer entrar al libro-
álbum. Libros festejados: un corpus que no es privativamente infantil, ni destacadamente
psicologista, ni exclusivamente moral, ni empeñadamente didactista. Y en esta parte me gusta
pensar que están los aliados como Foucault, Bajtín y Adorno, a quienes siempre puedo citar
cuando se insiste en que los chicos no pueden leer ciertos textos. Uno me tranquiliza pues la
resistencia y la trasgresión se vuelven activas cuando el poder empuja hacia sus límites (18);
otro me alienta ya que compruebo cómo son abolidas las reglas que rigen la cotidianidad al
paso del topito (19), y finalmente Adorno (20) me confirma que uno de los propósitos que
debería entrañar toda práctica docente es la lucha contra los estereotipos.

Ilustración de Wolf Erlbruch

Notas y bibliografía
(1) El Instituto Superior del Profesorado de Educación Inicial "Sara C. de Eccleston" es un
instituto de formación docente de nivel superior no universitario de gestión pública, que otorga
el título de "Profesor/a de Educación Inicial".
(2) Roldán, Gustavo. La canción de las pulgas. Buenos Aires, Ediciones
Colihue, 1990. Colección El Pajarito Remendado.
Ilustraciones de Raúl Fortín.
(3) Holzwarth, Werner (texto) y Erlbruch, Wolf
(ilustraciones). Del Topito Birolo y de todo lo que pudo haberle
caído en la cabeza. Traducción de Francisco Morales. Buenos
Aires, Centro Editor de América Latina, 1991.
Nota de Imaginaria: Encontramos una edición anterior de este libro (con el
mismo título y traductor) realizada por el Consejo Nacional de Fomento
Educativo (CONAFE) (México, D.F., 1990). En España se editó con el título El
topo que quería saber quién se había hecho aquello sobre su cabeza, traducido por Miguel
Azaola (Madrid, Altea, 1991, colección Los Álbumes Altea; reeditado en 2002 por Alfaguara en
su colección Alfaguara Infantil).
(4) Nota de Imaginaria: Otros libros de Wolf Erlbruch traducidos al castellano: Los cinco
horribles (Barcelona, Juventud, 2001), Por la noche (Madrid, SM, 2001), El milagro del
oso (Salamanca, Lóguez, 2002) y La gran pregunta (Madrid, Kókinos, 2005).
(5) El Postítulo de Literatura Infantil es una carrera para docentes que dicta la Escuela de
Capacitación CePA, dependiente de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires. Tiene dos años de duración y otorga el título de "Especialista Superior en
Literatura Infantil y Juvenil".
(6) Isol. El globo. México, Editorial Fondo de Cultura Económica, 2002.
Colección Los especiales de A la orilla del viento.
(7) Se trata de una tarea de capacitación sobre alfabetización que llevó a cabo
la autora de este artículo en el Centro Comunitario "Tallercito de San
Francisco", de la villa San Jorge (Provincia de Buenos Aires), cuyas
receptoras fueron las docentes de Nivel Inicial. Los resultados, presentados
en la Fundación Antorchas —institución que subvencionó el proyecto—,
dieron cuenta del papel central de la Literatura Infantil y, en especial, del libro
ilustrado en el aprendizaje de la lectura. Para más detalles de la investigación, consultar el
artículo "Experiencias. Lengua y Literatura. Los saberes metaliterarios", por Mirta Gloria
Fernández. En Revista Grupo Docente Nº 1, sección Preescolar. Barcelona, Editorial Océano,
octubre de 2002 (ISSN 1697-3461).
(8) Al referirse a la Edad Media, Mijail Bajtín postula que las fiestas oficiales —que se
apoyaban en los principios de la Iglesia o el Estado— tenían un objetivo ordenador: fortalecer
el régimen reinante. El carnaval, su antítesis, buscaba la destitución de las jerarquías y los
órdenes; es decir, tendía a subvertir los valores. Durante el carnaval se glorificaba la igualdad
y nadie revestía autoridad o rango. En: Bajtín, Mijail. La cultura popular en la Edad Media y en
el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Madrid, Alianza, 1987.
(9) Rabelais, François. Gargantúa y Pantagruel. Cap. XIII del Libro I. Buenos Aires, Porrúa,
1987.
El episodio de Gargantúa reza lo siguiente: "Para concluir, yo digo y sostengo —porfiaba aún
Gargantúa— que el mejor limpiaculos es un pollo de oca con muchas plumas, cogiéndole la
cabeza entre las piernas. Creédmelo por mi honor: se siente en el ano un deleite mirífico, tanto
por la suavidad del plumón como por el calor templado del animalito" (op.cit., pag. 232).
Recordemos que esta lengua carnavalesca fue empleada también, en manera y proporción
diversas, por Erasmo, Shakespeare, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Guevara y
Quevedo. Y también por la "literatura de los bufones alemanes" (Narrenliteratur), Hans Sachs,
Fischart, Grimmelshausen y otros. Sin conocer este tipo de lenguaje es imposible conocer la
literatura del Renacimiento y del Barroco.
(10) Mariño, Ricardo. Cuento con ogro y princesa. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1987.
Colección El Pajarito Remendado. Existe también edición entregada con el periódico
Página/12 (Buenos Aires, 1999). Ilustraciones de Laura Cantón.
(11) Antonio Cisneros es un poeta peruano contemporáneo cuyos textos, en ocasiones, tratan
aspectos de la sexualidad de los jóvenes o aluden a temas como la religión o la política desde
un punto de vista muy crítico, irónico a veces. En la poesía de Oliverio Girondo (Buenos Aires,
1891-1967) asume gran relevancia el sonido de las palabras, como así también proliferan
vocablos inventados, tales como metafisirrata, erofrote o egogorgo. A la vez, Girondo tampoco
hace uso de una sintaxis clásica. Podríamos decir que su obra es una experiencia poética en
la que el lenguaje es protagonista. Osvaldo Lamborghini, argentino, vivió entre 1940 y 1985.
Se caracteriza por la ruptura del discurso lineal, el humor y el uso de de las llamadas "malas
palabras". Podríamos decir que en su obra se da un denodado interés por tratar el tema de la
injusticia social que se trasunta en la burla, lo escatológico y, por momentos, lo obsceno.
Estos tres autores, como muchos otros, consideran que la literatura es, prioritariamente, un
trabajo con la materialidad del lenguaje, la retórica y el estilo.
(12) Isol. Op. cit.
(13) Browne, Anthony. Zoológico. México, Fondo de Cultura Económica, 1993. Colección Los
especiales de A la orilla del viento.
(14) Isol. Vida de perros. México, Editorial Fondo de Cultura Económica, 1997. Colección Los
especiales de A la orilla del viento.
(15) Innocenti, Roberto (Idea y acuarelas de Roberto Innocenti). Rosa Blanca. Texto de
Christophe Gallaz. Traducción de Maribel G. Martínez. Salamanca, Lóguez Ediciones, 1987.
Colección Rosa y Manzana.
(16) Teer Haar, Jaap. Boris. Barcelona, Noguer, 1976. Colección Cuatro Vientos.
(17) Bernard, Fred y Roca, François. Jesús Betz. México, Editorial Fondo de Cultura
Económica, 2003. Colección Los especiales de A la orilla del viento.
(18) Una de las preocupaciones de Foucault era cómo el hombre podría ejercer un poder
sobre si mismo, que le permitiera resistir y transformar el sistema cuyo móvil es moldear al
sujeto y volverlo útil para el mismo sistema. La libertad y la ética se consiguen a través de la
constitución de una subjetividad armónica y equilibrada, como el arte. O sea que para
Foucault la ética es, en gran parte, una estética. Y es por eso que dice que la vida tiene que
ser una obra de arte, como una búsqueda de equilibrio y de armonía. En: Foucault,
Michel. Vigilar y castigar". México, SigloXXI, 1975.
(19) Ver nota (8). Bajtín, Mijail. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El
contexto de François Rabelais. Madrid, Alianza, 1987.
(20) Theodor W. Adorno, exiliado de la Alemania nazi, alberga una gran preocupación sobre el
destino de la humanidad. Su filosofía parte del lema: "recordar Auschwitz para que no se
repita", preguntándose si tras la barbarie nazi hay lugar para la estética. Una de las
respuestas de Adorno —y de la escuela de Francfurt a la que perteneció— es que los
regímenes totalitarios logran sus objetivos merced a la despersonalización del individuo, pues
eliminan lo disímil, lo individual. Por eso, la formación artística tiene un lugar prioritario en el
devenir humano. Y el estereotipo es, de por sí, lo más distante de cualquier obra artística.
Todo maestro, para Adorno, debe luchar contra la masificación y contra los estereotipos y
lugares comunes, para el logro de sujetos individuales y creadores. En: Adorno, Theodor
W. Educación para la emancipación. Madrid, Morata, 1998.

Mirta Gloria Fernández (titiludu@fibertel.com.ar) es egresada de la carrera de Letras de la


Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) y Especialista en Procesos de Lectura y
Escritura (UNESCO). Se desempeña como profesora de Semiología y Didáctica en Letras en
la UBA e imparte Taller de Escritura en el ingreso de la Universidad Nacional de Tres de
Febrero. También es tutora del Postítulo de Literatura Infantil en la Escuela de Capacitación
(CePA), de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y colabora
—desde el área de literatura y alfabetización— con escuelas del país con necesidades
prioritarias. Hace cuatro años comenzó a leer poesía y libros-álbum con grupos de chicos
temporalmente detenidos en el Instituto de Minoridad "José de San Martín". En 2004 dictó
para los alumnos de Artes de la UBA el seminario de grado "Literatura y sujetos en situación
social de riesgo", que reúne material sobre esa experiencia. Actualmente escribe su tesis de
Maestría que lleva por título "Apropiación y representación en los textos producidos por grupos
de jóvenes eventualmente recluidos". Publica artículos y participa como expositora en
congresos cuyos temas son la literatura infantil, la alfabetización y los efectos de la literatura
en diferentes grupos de lectores.

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