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El Amor a la Patria

Desde el punto de vista de la Filosofía del Derecho, podemos decir que amar la
Patria hasta morir en su defensa es un acto de justicia legal, especie de la justicia,
distinta de la conmutativa y de la distributiva.

Es justicia legal defender, amar, servir y honrar a la Patria, porque es un deber


para con ella, por la que todo nos ha sido transmitido: identidad, lengua, educación,
cultura, tradición, la fe, los medios materiales, etc. Todo lo que constituye el cuerpo y el
alma de la Patria.

Enseñaba San Agustín que la Patria es la comunidad concorde de personas


unidas en virtud de un mismo fin que aman.

Todo hombre existe por una familia, en una ciudad o localidad determinada,
dentro de una Nación concreta. Si hubiese perdido a la familia propia, otros miembros
de la comunidad atenderían al huérfano o a la viuda, con un innegable acto de
solidaridad fraternal, de caridad cristiana.

Se existe con el prójimo. El ser humano no es una entidad biológica que cabe en
sus propios límites corpóreos.

Entender así a la Patria es reconocer que ella nos ha sido donada por Dios.

Enseña Caturelli que “La patria es ese todo actual que se compone de una
comunidad concorde de personas sustancialmente vinculadas a un territorio, que
expresa su naturaleza en una lengua determinada, constitutivamente trasmisora de una
tradición histórica y cultural, orientada al fin último que es Dios”.1

Dios nos manda en el cuarto mandamiento del Decálogo honrar Padre y Madre y
a nuestros mayores. Esta virtud exigida es la virtud de la piedad.

El sentimiento de respeto y amor a lo propio es tan esencial, que lleva al ser


humano aún a contradecir el instinto de la propia conservación, inmolándose en defensa
de eso tan suyo que es la Nación.

Este amor filial es innato al hombre. Odiar o menospreciar lo propio es


antinatural.

1
La guerra justa: Malvinas 1982, Ed Perfil EMGE
2

El realismo filosófico permitió al mundo greco-romano descubrir que la virtud


de la piedad es la causa del patriotismo.

Virgilio describe en la Eneida cómo el héroe troyano salva a su padre de la


destrucción de Troya y lo carga sobre sus hombros, llevándolo en busca de nuevas
tierras donde fundar la nueva Troya.

El hombre piadoso salvará a su nación cargando con toda la tradición sobre sus
hombros para que no muera la Patria. Su padre representa la historia, la cultura, las
leyes y la herencia de su pueblo. Así quiso soñar el nacimiento de su Patria el poeta
Virgilio: fruto de un acto de amor filial. Así surgirá Roma, la nueva Troya.

(Por eso es inadmisible, para quienes se dicen miembros de la Civilización


Occidental y Cristiana, que no se conserven los valores de la Patria y se prefiera
sustituirlos por los beneficios no claros de un orden mundial superador de las
nacionalidades).

Estamos hablando de los valores fundacionales de la Patria.

Los romanos fundaban sus ciudades luego de trazar los ejes cardinales y colocar
en el centro de la ciudad las cenizas de sus antepasados.

Esto quería decir que una ciudad estaba bien fundada si su siembra se hacía
respetando el Orden del Cosmos (la Ley de Dios) y la tradición de los mayores (la
Piedad); una ciudad así fundada, estaba basada en el Bien, en la Virtud y sus ciudadanos
iban a ser educados en esa virtud.

La educación consistía en crear hábitos virtuosos en los educandos, haciendo


hombres y mujeres generosos, austeros y honorables.

Las virtudes cardinales reinarían en su corazón y sería una sociedad sana, libre,
buena.

Enemiga natural de las ciudades fundadas por el afán de lucro y con las miras
puestas sólo en el mercantilismo (que es el origen de Cartago y por ello guerrea a
muerte con Roma). Los romanos arrancaron de cuajo la semilla de la mala ciudad. Tal
la premonición de guerra entre la Ciudad de Dios y la de la soberbia humana, que la
visión agustiniana llevará a su plenitud.

Si los hombres obedeciesen la Ley Divina, si respetasen el Orden Natural que el


Creador puso en las cosas, el mundo viviría en concordia.
3

Lamentablemente sabemos que esto no es así, y por ello dice el Apóstol


Santiago: “¿De dónde vienen las luchas y los litigios entre ustedes? ¿No provienen
acaso de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis;
entonces matáis, envidiáis y no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para obtener
satisfacción de vuestras pasiones”. 2

San Pablo nos enseña que a ejemplo de Cristo debemos “ser imitadores de Dios,
como hijos muy amados. Vivid en el amor, siguiendo el ejemplo de Cristo”.3 Nos
exhorta a “tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”. (Filipenses 2,5)

Así debemos meditar serenamente acerca del sentimiento patriótico de Jesús,


admirablemente mencionado por el evangelista: “Y cuando se fue acercando (a
Jerusalén), al ver la ciudad, lloró por ella”.4

Jesús respetó, hasta la obediencia de muerte, la decisión de las autoridades. No


incumplió nada de la ley de su Nación, dolorido ante el rechazo de los suyos, lloró
lágrimas divinas siendo Dios y hombre.

Impresiona contemplar este amor patriótico que mostró Jesús. Digno de tomarse
muy en serio, ya que fue capaz de hacer sufrir al mismo Verbo Encarnado. Esto es así,
porque el mayor bien temporal que puede tener el hombre en la tierra es la Patria.

El amor a la Patria es el amor al prójimo, a nuestras familias, a nuestros


conciudadanos, a quienes debemos amar como a uno mismo. Esto ha engendrado santos
y héroes.

Toda la tradición católica del amor a la Patria está expresada en la hermosa


poesía del P. Leonardo Castellani:

Amar a la patria es el amor primero

y es el postrero amor después de Dios;

y si es crucificado(sacrificado) y verdadero

ya son un solo amor, ya no son dos.

Este es el fundamento, ni más ni menos, del origen y la causa de nuestra


vocación de servicio a la Patria.

2
Santiago 3,1
3
Efesios 5,1-2
4
Lc 19,41

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