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En 1er lugar agradezco la presencia del Sr JEMGE, de las demás autoridades militares,
de los Sres. capellanes y religiosas….
Queridos amigos:
Hoy se hace realidad un sueño, una aspiración, que si no fuera por la Providencia de
Dios, el apoyo del Ejército y la disposición y caridad pastoral de la Congregación Marta y
María, no hubiésemos podido alcanzar.
Tenemos una gran esperanza! Que la presencia maternal de las religiosas sea un aporte
a este querido hospital. Y que en cada una de las religiosas que hoy dejamos se haga realidad
aquella frase que tanto inspiró a la Madre Fundadora Ángela Eugenia Silva Sánchez: “florece
donde Dios te ha sembrado”
Que la flor y el fruto de este apostolado que hoy comienza se manifieste en muchas
obras buenas que puedan hacer nuestras monjitas.
Para los profesionales y para todos los miembros de la comunidad hospitalaria, Uds.
saben que su profesión les exige ser custodios y servidores de la vida humana.
Uds. lo hacen, mediante una presencia vigilante y solícita al lado del enfermo y de la
familia que sufre junto al enfermo.
Enfermedad y sufrimiento son fenómenos que analizados a fondo van más allá de la
medicina y tocan la esencia de la condición humana en este mundo.
El médico que se ocupa de ellos es consciente de que allí está implícita toda la
humanidad y le es requerida una entrega total. Esta es la misión que lo constituye, y es el fruto
de una llamada o vocación que el médico escucha, personificada en el rostro sufriente del
paciente confiado a sus cuidados.
De ahí la grandeza de la misión del médico de dar la vida, a semejanza del mismo
Cristo que vino a dar la vida y darla en abundancia (Jn 10,10).
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Tenemos un sentido trascendente de la existencia humana: venimos de Dios que nos
ha creado y vamos hacia Dios junto al cual compartiremos la vida eterna.
Todo aquél que por vocación trabaja en el hospital es como el buen samaritano que se
detiene al lado del enfermo haciéndose su próximo (prójimo) por su comprensión y simpatía,
en una palabra, por su caridad.
Esta es una labor imperada por la caridad, por el amor a Dios y a la vez el amor hacia
el hombre en quien vemos la imagen y semejanza de Dios.
Es la caridad terapéutica de Cristo que pasó haciendo el bien y sanando a todos (Hch
10,38). Y, al mismo tiempo, la caridad hacia Cristo representado en cada paciente. Él es el
que es curado en cada hombre o mujer, porque como dirá el Señor en el Juicio Final (Mt
25,31-40) "cuando estaba enfermo, me viniste a ver"
De aquí resulta que la identidad del agente de salud es la identidad recibida por su
ministerio terapéutico, su servicio a la vida.