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Los derechos humanos y su aplicación en el fomento de la cultura de paz

Entendemos por Cultura de Paz un concepto específico del disfrute de la armonía y convivencia de
todos los seres humanos en cualquier lugar del mundo, sin embargo, ahondando en sus más
profundas raíces, dicho concepto se origina en la Declaración y

“Una cultura de paz es un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos


de vida basados en:

a) El respeto a la vida, el fin de la violencia y la promoción y la práctica de la no violencia por


medio de la educación, el diálogo y la cooperación;

b) El respeto pleno de los principios de soberanía, integridad territorial e independencia política de


los Estados y de no injerencia en los asuntos que son esencialmente jurisdicción interna de los
Estados, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional;

c) El respeto pleno y la promoción de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales;

d) El compromiso con el arreglo pacífico de los conflictos;

e) Los esfuerzos para satisfacer las necesidades de desarrollo y protección del medio ambiente de
las generaciones presentes y futuras;

f) El respeto y la promoción del derecho al desarrollo

g) El respeto y el fomento de la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y hombres;

h) El respeto y el fomento del derecho de todas las personas a la libertad de expresión, opinión e
información;

i) La adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad,


cooperación, pluralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los niveles de la
sociedad y entre las naciones; Y animados por un entorno nacional e internacional que favorezca a
la paz”

A tenor de lo descrito, podemos deducir que la paz, no es solo la no violencia o la ausencia de


conflictos, sino también la unión de una serie de principios, valores y circunstancias que favorecen
su consolidación.

En sentido jurídico, el Derecho Internacional logra definir la paz, como la resolución no violenta de
conflictos internacionales, siendo los Tratados o Convenios de Paz el culmen de la guerra. Por lo
tanto, el concepto de Paz se compone de varias dimensiones; la primera de ellos hace referencia al
cumplimiento por parte de los estados de una serie de valores y principios recogidos en las
diferentes Declaraciones y Convenios internacionales cuyo contenido se basa en promover la
democracia, el respeto y resolución pacífica de conflictos; en segundo lugar, dicho cumplimiento
se extiende al ámbito de las obligaciones contraídas por éstos con el derecho internacional y la
Carta de las Naciones Unidas, como lo describe el art. 3 de la Resolución A/RES/53/243
mencionada al inicio del documento; en tercer lugar, la cultura de paz no solo hace referencia a la
resolución de conflictos violentos, sino una serie de Derechos humanos sujetos a protección
estatal, a saber: los derechos económicos, sociales y culturales, los derechos de la mujer, los
derechos de los niños y el derecho al desarrollo; finalmente, la cultura de paz se vincula también a
la promoción de la democracia y de sus instituciones, fomentando la transparencia y rendición de
cuentas en la gestión de los asuntos públicos.

Avanzando en el tema que nos ocupa, los contenidos principales de la cultura de paz se amplían en
sentido positivo hacia diferentes grupos de individuos. De acuerdo con la UNESCO, la cultura de
paz tiene el objetivo de cambiar “mentalidades y actitudes con ánimo de promover la paz” con la
participación de las familias, escuelas, parlamentos y los sectores económicos. Además, señala que
es necesaria la cooperación de los países para obtener resultados duraderos en el desarrollo de las
sociedades asentadas en principios universales como la libertad, la democracia, y la justicia, entre
otros. En palabras de la UNESCO, “fundar una cultura de paz, en suma, es una empresa que rebasa
la responsabilidad de un sector, una comunidad, una región o una nación concretos para cobrar un
carácter universal”

La cultura de paz forma parte de la construcción de paz en los procesos de postconflicto, la cual se
encarga de impulsar los valores que van a regir la transformación de las esferas públicas,
instituciones y personas en medio de la sociedad con un “esfuerzo generalizado” a través de la
promoción de los Derechos Humanos. Para lograr implementar esa cultura de paz con efectividad,
primero se ha de reivindicar una educación, tanto a nivel escolar como familiar, basada en la
supresión de toda clase de discriminación, acoso o violencia que atenten y vulneren la dignidad de
cualquier persona. La UNESCO pone de relieve la importancia de propiciar la interculturalidad a
través de espacios de diálogos entre las poblaciones, velando porque los usos tradicionales o
costumbres que contribuyen a la paz se sigan teniendo en cuenta para la consolidación y
desarrollo de ésta. Sin embargo, su metodología “no puede ser impuesta desde fuera. Será
diferente en cada país, según su historia, su cultura y su tradición. Crece y se desarrolla a partir de
las creencias y las acciones de las propias personas”

En definitiva, “podemos plantearnos una cultura de paz contemporánea, pues, como un reto
respecto a nuestra manera de entender y vivir el mundo, en el que sea posible superar el flagelo
de la guerra, dar protección a las poblaciones en peligro, desarrollarnos de forma armoniosa,
tener plena capacidad de disfrute de los derechos humanos, y vivir bajo el desarme y con
sostenibilidad ambiental”, lo cual será posible, si se crean espacios educativos sobre cultura de
paz, y especialmente en derechos humanos, de esta manera, cada persona aportará su grano de
arena en la consecución de la paz y serán capaz de generar una actitud positiva que sirva como
ejemplo por antonomasia al resto de individuos.
La convivencia armónica una apuesta a la construcción de ambientes de paz
¿QUÉ ES LA CONVIVENCIA ARMÓNICA?

Son relaciones interpersonales pacificas con nuestro medio social, el saber vivir con otras personas
teniendo en cuenta valores como Respeto al derecho ajeno, religioso, político, cultural, personal y
de bienes.

CONSTRUYENDO LA PAZ

Esto se refiere que se debe erradicar toda la violencia que hay, tanto en el país como en el mundo
un ejemplo de ello serían las guerras.

CULTURA DE LA PAZ

Consiste en una serie de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y


previenen los conflictos tratando de atacar sus causas para solucionar los problemas mediante el
diálogo y la negociación entre las personas, las naciones, teniendo en cuenta un punto muy
importante que son los derechos humanos, pero así mismo respetándolos y teniéndolos en cuenta
en esos tratados.

PRESERVAR EL PLANETA

Promover un consumo responsable y tener en cuenta la importancia de la vida y el equilibrio de


los recursos naturales del Planeta.

CONCLUSIÓN:

Desde mi opinión, digo que es algo difícil de lograr pues en el mundo siempre habrá odio en los
humanos, además sí hay pobreza, corrupción, injusticia será muy complicado llegar a tener algo
tan hermoso como lo es la paz.

¿QUÉ ES LA PAZ?

Es la ausencia de inquietud, violencia o guerra.

Construir para la Paz es hoy una necesidad de responder al llamado a promover la Cultura de Paz
en los espacios de convivencia, en vista de que el incremento y la transformación de la violencia
en la Región es una de las expresiones más claras del nivel a que ha llegado la crisis socioambiental
en las urbes latinoamericanas, la cual se traduce en la escasa atención a los valores sociales en
educación, en la promoción y reproducción del consumismo, el triunfo personal a cualquier precio,
el irrespeto hacia otras personas, la producción masiva a costa del medio ambiente, la exclusión, la
desigualdad, etc.
La Paz debe construirse en la cultura y en la estructura sociales, no sólo en la mente humana,
dando lugar a demandas socioeducativas orientadas a desarrollar en los ciudadano un sistemas de
valores distintos, un cambio de ideal del hombre materialista al hombre existencial y convivencial,
así como la construcción un nuevo proceso de globalización que dé cuenta de la vida y no del
dinero. La Escuela adquiere en este marco especial importancia, pues es en ella donde se forma al
ciudadano del que se demandan mayores niveles de participación, compromiso, además de una
capacidad reflexiva y crítica para ejercer la tarea de la nueva conformación de los espacios
relacionales.

Entre los objetivos que se persiguen en este artículo tenemos: a) Invitar a promover la Educación
como la herramienta para la construcción de la Paz y repensar el papel de la Escuela como
impulsora en el proceso de construcción contando con la participación de la familia-escuela-
comunidad como corresponsables en el hecho educativo; b) Sensibilizar acerca de aspectos claves
para la comprensión del tema tales como: la convivencia en los espacios relacionales, la amenaza
de la violencia y sus nuevos rostros; y c) Concientizar sobre la importancia de asumir los retos a los
que se enfrenta América Latina en la construcción de una Cultura de Paz, fortalecidos en la
esperanza de esa construcción; y proponer, para el análisis y la discusión, la revisión de algunos
recursos que pueden ser utilizados en la Construcción de la Cultura de Paz en la Región.

El análisis aquí realizado, parte de la necesidad de responder al llamado de promover la


construcción de la Cultura de Paz en los espacios de convivencia, inspirado en la línea de trabajo
"Convivencia Democrática, Inclusión y Cultura de Paz", la cual forma parte de la nueva visión de
calidad de la educación que la UNESCO viene promoviendo a través de las metas de Educación
para Todos y por medio del Programa Regional de Educación para América Latina y el Caribe
(PREAL).

El incremento y la transformación de la violencia en Venezuela es una de las expresiones más


claras del nivel a que ha llegado la crisis socioambiental latinoamericana, "La pobreza y la
desigualdad han llevado a los pobres a vivir en una situación de exclusión social, que se expresa en
altos grados de marginalidad y violencia" (Hevia 2008, p.10). La construcción de una Cultura de la
Paz pasa por ir modificando todas aquellas conductas sociales de promoción y aceptación del uso
de la fuerza o la violencia, el desprecio y el desinterés por los demás, tratando de disminuir esta
brecha para que las personas puedan disfrutar de experiencias de acercamiento, cariño, respeto,
implicación, amor, y puedan así transmitir esas vivencias a los otros. Por ello es necesario trabajar
con toda la sociedad, hacer programas y planes comunitarios integrales, para la edificación de la
Cultura de Paz en la sociedad.
Pluralidad identidad y valoración de las diferencias

A pesar de estar contemplada en la constitución el respeto a la diferencia y a la diversidad en


nuestra Nación, todavía es común que se rechace o se discrimine a personas o grupos por su
religión, etnia género, orientación sexual o por su discapacidad.

La formación de competencias ciudadanas en pluralidad, identidad y valoración de las diferencias


busca promover en la escuela y en la sociedad el respeto y el reconocimiento de las diferencias y
evitar cualquier tipo de discriminación.

Establecer relaciones constructivas entre personas o grupos con diferencias de cualquier tipo
requiere del desarrollo de habilidades sociales como:

la capacidad para comunicarse eficazmente a pesar de manejar lenguajes muy distintos.capacidad


para identificar y superar prejuicios y estereotipos.

La pluralidad y la valoración de las diferencias tienen, por supuesto, un límite dado por los
derechos humanos. La pluralidad no tolera todo. De hecho, desarrollar competencias ciudadanas
es brindar herramientas para frenar maltratos, discriminaciones y violaciones de los derechos
humanos, inclusive si esos maltratos hacen parte de prácticas aceptadas como normales por un
grupo social o cultural específico. Por ejemplo, los niños deben saber desde pequeños que ningún
maltrato a un menor es justificable, aunque esto pueda reñir con lo que algún grupo social pueda
considerar que es una práctica educativa aceptable.

Las competencias ciudadanas promueven el conocimiento y valoración de la propia identidad, así


como de las identidades de otros. En ese sentido, la pluralidad y valoración de las diferencias
implica también respetar y tener cuidado de no herir las identidades de los demás. En suma, la
pluralidad y la valoración de las diferencias consiste en el conocimiento, el respeto y la valoración
de las múltiples identidades de cada ciudadano.

El reconocimiento

se entiende aquí como una competencia ciudadana fundamentada en la construcción de


condiciones de comunicación orientadas a la convivencia pacífica, el respeto y la reciprocidad.
Implica la construcción de relaciones activas con los demás y una amplia capacidad de
comprensión de sus necesidades y expectativas.

En la escuela es necesario promover esta competencia a dos niveles:

a) Reconocimiento de las personas a partir de características vinculadas a su raza, género, edad,


preferencia sexual, apariencia física, estado de salud, habilidades y limitaciones.

b) Reconocimiento de costumbres, valores, creencias, personalidad y visiones de mundo de otras


personas o grupos sociales.
Aquí no se trata simplemente de no discriminar al que es distinto o de no sumarse a las voces que
estigmatizan a los que tienen creencias religiosas distintas frente al credo más socialmente
difundido y aceptado. El reconocimiento implica afirmativamente la defensa de la diferencia y la
lucha por su preexistencia; se trata de aprender a actuar a favor de las personas y formas de vida
amenazadas en circunstancias específicas de la convivencia cotidiana, en consideración a que
estas personas y formas de vida no amenacen a su vez las de otros.

La pluralidad, identidad y valoración de las diferencias es la apuesta por un auténtico


reconocimiento es reconocer igual dignidad a otras personas por el hecho mismo de ser personas
e igual dignidad a otras formas de vida por el hecho de que éstas están dispuestas a respetar a las
demás formas de vida distintas a la suya. (Taylor, 1997: 294).

El papel articulador de la justicia y la ética del cuidado

La convivencia pacífica , la participación y responsabilidad democrática y la pluralidad, identidad y


valoración de las diferencias son ámbitos de las competencias ciudadanas que

alcanzan su articulación en las decisiones y acciones del ciudadano que es capaz de desarrollar un
sentido de la justicia . Esta competencia consiste no sólo en evitar hacerle daño a otras personas
en quienes nuestras actuaciones puedan tener alguna injerencia, sino también en tratar de evitar
que nosotros mismos o que otros padezcan injusticias cometidas por terceros o por instancias
sociales específicas.

En la formación de competencias ciudadanas tienen relevancia competencias cognitivas como la


toma de perspectiva y la capacidad de descentración que pueden ayudar a desarrollar el sentido
de justicia , como a competencias emocionales –tales como la Empatía muy cercanas a la ética del
cuidado.

Las propuestas éticas basadas en la justicia y el cuidado y las competencias, permiten reconocer
que las obligaciones morales del ciudadano no se restringen a sus relaciones con el Estado –
aunque las incluyan, sino que se amplían a la sociedad en su conjunto.

Las competencias ciudadanas integradoras se definen en el terreno de la acción, en el mundo de


todos los días, en el ámbito de la cotidianidad.

De este modo, la formación de competencias ciudadanas se entiende como un proceso de


aprendizaje para la vida a través del cual el individuo construye una relación viva con la sociedad –
ciudad de la que hace parte y con el Estado y sus instituciones. Cuando la escuela propicia o facilita
a sus actores sociales el paso de la heteronomía a la autonomía a través, por ejemplo, del uso de
estrategias y acciones pedagógicas para el desarrollo moral y para el respeto y valoración de las
diferencias al tiempo que desarrolla competencias morales, desarrolla competencias ciudadanas,
complementando así la responsabilidad moral que tiene la escuela en la formación de nuevas
generaciones con su responsabilidad política en la formación de nuevos ciudadanos.
respeto a los pueblos originarios y valoración de la diversidad

América Latina nace de un concepto instaurado desde los gobiernos europeos de los siglos XVIII y
XIX, pero tiene un pasado concreto. Conocer y comprender su memoria milenaria es fundamental
para actuar sobre su realidad presente en busca de una evolución que conduzca al bien común
global, por medio de la paz y la concordia.

Cuando las monarquías europeas emprendieron la empresa de la conquista y colonización de


América, comenzó a llamarse “Nuevo Mundo” a esta vasta región. Los pueblos que habitaban ese
territorio en ese momento histórico, el siglo XV del calendario gregoriano, no veían nada “nuevo”
en su hábitat, a excepción del “nuevo otro”, el hombre europeo. A partir de entonces se dio un
proceso por el cual América del Norte fue convertida en una “nueva civilización”. El resto del
continente, lo que hoy llamamos América Latina, comenzó a regirse bajo una dialéctica entre “lo
viejo” y “lo nuevo”, variable pero omnipresente y perdurable hasta la actualidad.

Si bien el concepto que sobre el término territorio tienen los pueblos de origen, pareciera ser
opuesto a la concepción occidental, el hecho de que los gobiernos de algunos países europeos
tengan severos problemas con planteos autonómicos nos lleva a pensar que la memoria de una u
otra manera preserva el animus ancestral. En cada reorganización territorial los ideólogos
presumen sobre su inmutabilidad. No obstante, la supuesta estabilidad estará sujeta al tiempo en
que los pueblos fraccionados o limitados territorialmente comiencen a sentir la necesidad de
reclamar sus propios espacios de pertenencia.

La elaboración de este documento ha intentado tocar algunos temas puntuales a los Pueblos de
Origen que habitan la República Argentina y comunes a otros del Cono Sur.

El respeto a la identidad de los Pueblos de Origen, ampliamente legislado en Argentina pero sin
medidas concretas para que esta herramienta sea de cumplimento, demanda una urgente
revisión. La relación entre estos pueblos y el Estado no funciona correctamente; la ausencia de
nuevas normas de gobernanza que ayuden a una interrelación realista prorroga riesgosamente
resultados beneficiosos para ambos, por lo que, si estas identidades locales no son tenidas en
cuenta de una u otra manera hallarán la manera de hacerse realidad.

Justamente, en la ficha de análisis que propusimos para este cuaderno (La articulación entre los
niveles de gobernanza y la identidad de los pueblos originarios de Argentina frente a las fronteras
políticas impuestas) , se ve reflejado la importancia práctica del respeto de las identidades locales
frente a la homogeneización globalista, que sumada a la perspectiva del respeto de los derechos
humanos de los pueblos originarios, plantea la identidad como principal desafío de la gobernanza
en América Latina. Como complemento, mediante otro artículo de análisis, La identidad como
base del desarrollo: un elemento fundamental de la gobernanza, hemos enmarcado esta
problemática fundamental para la región dentro de la perspectiva teórica y de la histórica.
Tanto el trabajo de María Laura Angiolillo sobre el texto “Usurpación simbólica, identidad y poder”
de Patricio Guerrero Arias que evidencia la existencia de un secretismo oportunista con el que el
poder se legitima (GUERRERO ARIAS, 2004), como las ponencias del Tercer Congreso de
Investigaciones Lingüístico-Filosóficas realizado en 2001 en la Universidad Mayor de San Marcos,
Lima, Perú (SOLÍS FONSECA, 2003), comentadas por Mariana Massaccesi, donde una vez más
constatamos que las fronteras políticas no pueden quebrar las pertenencias lingüísticas, son
muestras claras de la situación a la que se enfrentan las culturas locales. Si bien las celebraciones
locales trans-fronterizas se sostienen, la descalificación que han padecido ha permitido que tanto
Iglesia como Estado hayan mutado las mismas en beneficio de su propia “gobernanza”. No
obstante y a pesar de que los organismos estatales no lo fomentan, en los últimos años en suave y
lenta persistencia, muchos de los representantes de estas culturas han retomado sus ceremonias
reencauzándolas a simbología original. Esta rebeldía también se manifiesta con esa misma
intensidad en algunos docentes indígenas que desoyendo la norma oficial, han tomado la
educación como algo inherente al traspaso cultural ya que desde el Estado Nacional no se alienta
el bilingüismo como agente de traspaso cultural sino como mero traductor de la constante oficial.
Adoptar medidas gubernamentales locales y trans-fronterizas que reconozcan e incorporen la
visión indígena desalentaría tensiones y conflictos que arriesgan posibles demandas de
autonomías.

Así como decíamos que la frontera política es incapaz de doblegar por completo la lengua, la Hoja
de Coca ha sido la otra pata que ha sostenido la identidad. En el recorrido de este análisis, hemos
constatado cómo desde los Andes a la Amazonía y desde la conquista hasta nuestros días el tema
Hoja de Coca ha recorrido regional e internacionalmente todas las instancias “demonizantes” y
legales transformándose, junto con el uso de la lengua, en los iconos claves y manifiestos de esta
problemática.

Por su condición de representante de pueblos diferentes que desarrollan su actividad en ramas


distintas del pensamiento indígena, el productor artístico Juan Namuncurá y el abogado Benito
Espíndola nos ofrecen en sendas entrevistas realizadas para este cuaderno su visión sobre la
cuestión indígena. Ambos coinciden en la importancia de la tenencia de la tierra, de la identidad
que sobrellevan los pueblos fragmentados por la frontera política y proponen cada uno desde su
convicción propuestas de gobernanza auspiciosas.

Algunos de los puntos sobre los que hacen hincapié, importantes para tener en cuenta, son el
impulso a la Ley 26.160 de la Republica Argentina, que declara en emergencia a la propiedad
comunitaria indígena; la formación del Consejo de Participación Indígena que permitirá hacer un
relevamiento de las tierras; la formación de lideres genuinos; la concientización mediante la
educación con docentes nativos; lograr una legislación dentro del Estado que acepte la diversidad
cultural; un documento comunitario identificatorio reconociendo que el mundo avanza hacia
estructuras supranacionales logrando alcanzar estados multiétnicos y pluriculturales que valoren
la diversidad.

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