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EL

JARRÓN LLENO DE
TIEMPO
Alfonso Moreno González

“No erijas muros, ni interpongas espacio ni tiempo; no existe


nada, tangible o intangible, que impida alcanzar mis sueños”.

Dedicado a quién se afana en perseguir sus sueños.


Capítulo 1: En dos tiempos
Las distancias entre las personas no solo se mide en metros,
también se mide en años. Podemos vivir en el mismo lugar que
nuestros bisabuelos pero son mundos diferentes por ser épocas
distintas. Pero no solo podemos hablar de cambios temporales,
debemos incluir los cambios en las creencias, en las culturas, en
los valores, en la tecnología, en las costumbres, en la vida en sí.

Corría el año 100 a.C., era el período más próspero de la dinastía Han
y gobernaba el emperador Wu. El imperio volvió a recuperar el control
después de una época muy oscura; el periodo de los Reinos
Combatientes, cuyo nombre dice claramente lo que fue, quedó atrás.
Durante su gobierno aumentó el comercio con el oeste, en particular
con Asia Central, lo que inició el desarrollo de la famosa Ruta de la
Seda. La agricultura, los productos manufacturados y el comercio
florecieron; así como los logros intelectuales, artísticos y literarios, lo
que provocó que el imperio extendiera su influencia cultural y política
sobre el sureste de Asia. Cabe destacar que durante esos años se
inventó el papel con pasta de arroz, lo que fomentó la educación y la
escritura.

Emperador Wu

Se podía decir que el imperio de los Han junto con el de los romanos
eran los mayores que existían en ese momento en el mundo conocido.
Mientras que en Roma estaba a unos pocos años de que se formara el
embrión del Cristianismo, el emperador Wu fue el artífice que instauró
el confucionismo, dejando atrás el taoísmo que ya no se adaptaba a la
nueva China. Coincidiendo en el tiempo con el florecimiento del
Budismo que había penetrado en el país, desde la India, a través de la
citada Ruta de la Seda.

El taoísmo establece la existencia de tres fuerzas: el yin (fuerza
pasiva/sutil, femenina, húmeda...), el yang (fuerza activa/concreta,
masculina, seca…) y el tao, o fuerza superior que las contiene. En
cambio los confucianos ven al cosmos como algo armónico que regula
las estaciones, la vida animal, la vegetal y la humana. La creencia se
basa en que el hombre debe estar de acuerdo a lo ordenado por el
Cielo, para ello debe auto perfeccionarse mediante la introspección y
el estudio. Si lo logra desarrolla el “Ren” que se podría traducir por
“buenos sentimientos hacia los demás hombres”.

Confucio

En dicha época había muchos señores que tenían control y poder local
sobre sus territorios. Este era el caso de Liu Yi cuya comarca rodeaba
por el sur el lago Dongting al que alimentaba el río Yangtsé y otros
más pequeños como el Xiang, Zi y Li. Su padre dio su vida por la
unificación que se consiguió durante los años anteriores y le dejó a él
al frente cuando era casi un niño. Las numerosas heridas de guerra le
hicieron mella y murió siendo aún joven. Era pariente lejano del
famoso general Meng Tian que sirvió a la dinastía Qin. Este general,
además de liderar la campaña contra las tribus Xiongnu, participó muy
activamente en la construcción de la famosa Gran Muralla China,
dejando patente cuál era su línea familiar o genética llena de generales
y arquitectos.
Mientras que su padre había heredado los genes militares, él, por el
contrario, era un gran amante de la arquitectura y, sobre todo, la
pintura. Era su sensibilidad junto con su total oposición a los temas
bélicos lo que hizo de él un líder muy querido por la mayoría de sus
vasallos; aunque, como suele pasar, tenía también contrarios en su
propia casa.
Su matrimonio fue concertado por su padre cuando era pequeño, y
cuando conoció a su pretendiente, lejos de odiar a su progenitor por
haberle emparentado de forma obligada, le dio gracias una y mil
veces. Era la chica más hermosa que había conocido y se quedó
prendado de ella en cuanto la vio. Para él era una deidad y tenía un
rasgo que la hacía casi única: tenía un ojo azul y otro verde. Además
de guapa, era muy inteligente y compartía con él la afición a las artes.
Se casaron siendo casi niños y pasaron la adolescencia ya siendo
marido y mujer, lo que supuso que pasaran esas transcendentales
edades, en las que uno se convierte en un embrión de adulto, unidos y
aprendiendo a conocerse a sí mismos y al otro. Incluso vivieron juntos
la muerte del padre de él, lo que supuso que se unieran más si cabe.
Él no habría podido soportar aquella gran pérdida sin la ayuda de su
mujer; ella consiguió llenar el vacío que le dejó.
Pasaron los siguientes años con el desafío de hacerse cargo del
legado de su padre. Consiguieron que fuera incluso más fructífero que
durante el liderazgo de éste, lo que produjo mucho malestar a los que
querían que fracasara al considerarlo no merecedor de la herencia
recibida. Como su madre murió siendo él solo un bebé y no tenía más
hermanos, había muchos candidatos para intentar usurparle sus
bienes; eran unas verdaderas hienas. Quizás fue el amor que se
conferían lo que les hizo fuertes, germinando en ellos la idea de que
no había ninguna contrariedad insalvable.
Muy, muy lejos de allí, temporalmente hablando, estamos hablando del
año 2002, y también muy lejos de allí, espacialmente hablando, casi en
el perieco de aquel lugar, dado que aproximadamente se encuentra en
el mismo paralelo y en un punto del globo terráqueo diametralmente
opuesto, todavía se masticaba algo de polvo cuyo sabor era muy
amargo y triste. Todavía el olor a humo e incredulidad flotaba en el
aire, lo que hacía que la respiración fuera entrecortada como si se
sollozara. Todavía estaba en las retinas de todos aquella
monstruosidad provocada por quién dice llamarse ser humano.
Nos referimos a New York y en ese año casi todos intentaban volver a
su rutina. Era el caso de aquellos alumnos de pintura que acudieron a
su clase como todas las mañanas. Llegaron al aula antes de que la
profesora apareciera. Ya estaban acostumbrados; casi invariablemente
llegaba tarde. El tener varios empleos hacían que la pobre nunca
llegara a tiempo a ningún sitio; siempre iba con prisas y atiborrada de
papeles, planos, libros y pinceles, pero sin dejar de portar su sonrisa
imborrable.
A la media hora ella apareció corriendo y muy cargada como siempre.
Pidió perdón por el retraso una vez más. Era muy guapa y sus rasgos
eran totalmente orientales, dada su procedencia: China. Su nombre
original era Lui Yin, aunque la llamaban ‘Luiyina’. Todos la perdonaban
porque, además de su belleza, transmitía su naturaleza algo infantil,
con sus torpezas, su sentido del humor sano y sus travesuras que
hacían que la clase fuera muy amena. Incluso varios de sus alumnos
creían estar enamorados de ella; tenía un toque de niña mala y
sensual que les provocaba más de una vez pintarla en su imaginación
en escenas que no vienen al caso. Además, tenía algo inaudito:
padecía de heterocromía, por lo que tenía un ojo verde esmeralda y el
otro azul cielo.
Luiyina nació en China pero, siendo aún un bebé, sus padres
emigraron a Estados Unidos donde se crió y se hizo mujer. Su
educación fue una mezcolanza entre el tradicionalismo oriental, que
sus padres nunca dejaron de inculcarle, y las costumbres occidentales.
Nunca había vuelto donde se encontraban sus ancestros y el deseo de
conocer aquel país le carcomía día a día, aunque este deseo no lo
quiso compartir con nadie. Muchos le preguntaban por ello, dado que
era lo más normal, pero ella contestaba con frialdad que algún día
debería ir al lugar de sus orígenes. Pero lo cierto es que el anhelo que
sentía era inaudito; como si alguien o algo tirara de ella desde allí, lo
que le hacía pensar que su voluntad estaba manejada por la
irracionalidad. Si los demás supieran de este secreto la tomarían por
una excéntrica y no podía permitir que esto pasara, y menos en aquel
momento de su vida: era parte del equipo de uno de los proyectos más
importantes que se iban a acometer en la ciudad de New York. Estaba
trabajando en un bufete de arquitectos que aspiraba a realizar el
proyecto de una de las nuevas torres que se ubicarían en el World
Trade Center, y ella pertenecía al grupo de diseño. Con sus dotes más
que consolidadas y bien conocidas en pintura, además de haber
estudiado Arquitectura, tenía la oportunidad de mostrar al mundo su
trabajo.
No tenía ninguna relación que se pudiera considerar seria. Había
tenido varios amoríos, por llamarlo de alguna manera, que nunca
fructificaron. Y no era porque no tuviera pretendientes, le salían por
cientos dada la atmósfera exótica que la envolvía y que la hacían muy
codiciada por quién la conocía. Además, era muy afable con todos y
todas, muy extrovertida y con ganas de disfrutar de lo que se le
presentaba en el poco tiempo libre que tenía. Asistía a muchas
reuniones de amigos y conocidos, también tenía buena relación con
sus colegas, aunque con ellos nunca dejó que pasara a mayores.
Sabía claramente que ese tipo de relaciones podían perjudicar su
carrera.
Siempre le pasaba lo mismo: conocía a un chico, comenzaba la
relación, pero no sentía por él lo que creía debería de sentir para sellar
ese idilio. Después de hacer el amor se sentía vacía. Esa sensación se
repetía una y otra vez, pero no cejaba en el empeño de encontrar a
alguien que hiciera que floreciera ese sentimiento que te brama desde
dentro y cuyo eco rebota infinitas veces, dado que la atenuación que
ejerce tu alma es nula. Si ocurriera eso, sería indicativo de que se
había topado con el que es merecedor de adquirir su corazón tan
ansiado por tantos. Pero como seguía sin ocurrir, buscaba cualquier
escusa para dormir sola sollozando y abrazada a su almohada.
Muchas veces, tras quedarse sumida en sus anhelos, aunque sus
trabajos le requerían que descansara, al no poder conciliar el sueño,
se ponía a pintar; era lo único que le abstraía de su realidad. Le
dedicaba poco tiempo, ya que el agotamiento la vencía, y no podía
dedicarle más que unos minutos. El cuadro que surgía tras su pincel
cada vez tenía más detalles, pero todavía ni siquiera ella misma sabía
todo lo que emergería en aquel lienzo cuando estuviera terminado.
Solo se vislumbraba una pequeña isla cercana a la costa, con unas
montañas al fondo y el cielo azul con algunas nubes.


Capítulo 2: En dos culturas
Los ritos funerarios son variados en función de las religiones y
las culturas de cada lugar. Además, con el paso del tiempo han
ido cambiando al variar esas culturas, y por obligación. Si todos
dispusiéramos de una pirámide, como los antiguos egipcios, para
albergar nuestro cuerpo tras su muerte, estaría el planeta lleno de
ellas. O si todos fuéramos enterrados, la superficie necesaria para
albergar tantas tumbas sería mayor que la necesaria actualmente
para la siembra. Además, en el caso de epidemias lo más
adecuado es la cremación de los cuerpos infectados. Por uno u
otro motivo, el caso es que lo que más predomina en los últimos
tiempos es la incineración y depositar, extender o espolvorear
nuestras cenizas en los lugares donde quisiéramos perdurar para
siempre.

A más de 2000 años y a muchos kilómetros de distancia Liu Yi y su
mujer estaban disfrutando el uno del otro como si vivieran un hermoso
cuento. Su afinidad y su juventud hacían que concibieran casi todas
las cosas juntos o muy juntos, dependía de qué actividad consumaran.
Si a eso le sumamos que el dolor que él sentía por la muerte de su
padre aminoraba día tras día, sobre todo gracias a ella, hacía que su
relación se afianzara más y más. La felicidad que sentían y transmitían
a los que le rodeaban era totalmente tangible y contagiosa, salvo a los
que la desidia les carcomía.
Poco a poco el olor a podredumbre fue anegando el ambiente, fruto de
a quién el bienestar de otros le provoca que su desazón brote y crezca
como las malas hierbas lo hacen en un huerto sin cuidados. Estos eran
los que, habiendo dado su vida por el padre del que, según ellos, era
el envés de sus ideales, creían tener la verdad de su lado pensando
que el oficio de la guerra debería instaurarse aunque fueran tiempos
de paz. Su corazón estaba impregnado de sangre de otros, lo que les
provocaba una adicción a la droga de las batallas y los saqueos. No
podían permitir que su actual señor fuera por el camino de la armonía
y bienestar. Se sentían inútiles e inservibles.
Una noche perpetraron lo que, a su entender, les libraría de esa
sensación que les volvía más humanos, cuando ellos no querían
pertenecer a ese colectivo: ¡iban a matar al hijo de su gran señor!
Utilizaron, de forma coaccionada, al personal de servicio para que
envenenara la bebida en aquella fatídica noche. Pero lo que aconteció
no fue, ni por asomo, lo que ellos habían imaginado en sus mentes
retorcidas y emponzoñadas.
A la mañana siguiente Liu Yi salió corriendo sin ningún sentido ni
dirección, como si estuviera colmado del mayor de los amargores.
Habían envenenado a su mujer: la más bella, la más amada, la más
amiga, la más compañera, la que le complementaba y le unía a la vida.
Iba loco de ira y desesperación, como si su mente fuera invadida por
los ladrones de sueños, ya que éstos se fueron desvaneciendo uno
tras otro; iban pereciendo como las gotas de una gran cascada que se
desintegran contra las rocas.
Estuvo perdido durante dos días en el amplio sentido de la palabra. Se
extravió de todos e incluso de él mismo en lo más profundo de los
territorios inexplorados. Él nunca se había topado con el sinsabor de
perder a una persona tan amada. Había probado la hiel tras la muerte
de su padre pero, ni por asomo, se asemejaba a lo que es perder a un
ser que era parte indisoluble de su esencia. Se sentía como si le
hubieran seccionado la mitad de su cuerpo de una sola estocada. Iba
cojo, manco, tuerto y, lo peor, sin corazón. La mitad del cuerpo del que
le habían despojado era la izquierda.
Su armonía con el cosmos se estaba resquebrajando, ya que no
entendía lo que el Cielo había ordenado. No comprendía por qué había
enviado semejante mandato. Hasta ese momento había sido recto en
sus acciones, creía tener conocimiento de sí mismo y de los designios
del Señor de lo Alto. Pero nada más lejos de la realidad: en los
momentos en los que la vida te golpea muy duramente es cuando sale
el otro yo, ese que está agazapado como una fiera para saltar sobre su
presa. Son esos momentos de debilidad o enfermedad cuando esa
bestia ataca y clava sus fauces en el cuello de su víctima haciendo que
ésta pierda la conciencia y el sentido. En ese estado puede
zarandearla y hacer con ella lo que le venga en gana. Finalmente,
arrastrándola por el fango y hierbas espinosas, se la lleva a su terreno
para devorarla plácidamente.
Sabía claramente que su mujer había sido víctima de unas manos
traicioneras que querían usurpar su señorío, pero ¿quién guió a dichas
manos? Miraba al Cielo para buscar las respuestas que nunca
encontró orientando la vista tan hacia arriba. Después bajó la mirada y
se dio cuenta que debía de escrutar en los ojos de los que vagaban a
su alrededor para encontrar a los verdaderos culpables; aunque no por
ello se sentía con fuerzas para perdonar al de allá arriba, dado que él
le atribuía la causa raíz del problema. ¿Quién si no inculca a los
terrenales esas actitudes que desembocan en realizar atrocidades
que, a los ojos de los que las padecen, son un sin sentido?
Cuando volvió desharrapado y con el semblante desencajado se fue
directamente a la sala donde se velaba a su amada. Le cambió la
expresión al verla postrada y ya sin vida. Su belleza seguía incólume
aún sin la sangre que su corazón dejó de bombear. Tenía claro que
debía seguir el ritual, no solo por ella, sino por sus familiares y amigos.
Fue a sus aposentos y, tras asearse, se puso la vestimenta de tela
blanca compuesta de lienzo crudo requerida para la ocasión. Después
volvió y, con un ademán, le indicó a la madre de ella que había venido
para tal fatal ocasión que él se encargaría de guardarla durante todo el
velatorio. En ese momento comenzó el ritual: primero se despidieron
de ella sus padres y después los familiares allegados; dado que no
tenía hermanos, le siguieron los amigos de la familia y finalmente los
sirvientes. No miró a nadie a la cara, solo tenía ojos para ella. Ni por
un instante dejó de mirarla, como si quisiera memorizar cada pliegue,
cada poro, cada bello, cada pelo, cada tonalidad de su piel, cada
sombra, cada brillo, cada pequeña imperfección en su perfecta y
armoniosa cara. No escuchaba ni decía nada, ni dormía, ni siquiera
comía ni bebía, incluso parecía que no respiraba. No quería perder ni
un segundo de contemplación.
Llegó el día en el que la pusieron en un ataúd de madera aromática.
Dispusieron a su alrededor velas encendidas, pan, frutas y todo tipo de
manjares. Él la cubrió con una tela blanca, no sin antes bañar su
cuerpo con las últimas lágrimas que todavía le quedaban. Antes de
cerrar el ataúd fue a buscar sus pinceles y pintó sus preciosas
facciones en aquella tela para que su semblante quedara
imperturbable eternamente.
Durante los 15 días siguientes en las que el féretro recibió la visita
nocturna de los sacerdotes de la zona, en las que hacían sacrificios y
la ofrecían oraciones, Liu Yi se encargaba de pintar en papel los
dibujos de todos los bienes y deseos que ella, según él, se merecía
obtener en la otra vida, para después quemarlos. Dispuso unas
cuerdas llenas de collares de cuentas y pidió a gritos, junto al resto,
que ella fuera al cielo.
El día del entierro llegaron gentes de muchos lugares lo que dio a
entender no solo lo importante que era, dada su posición, sino lo
querida que llegó a ser. La procesión fue la más grande que se
conoció hasta donde el horizonte se pierde. Liu Yi contrató a los
mejores músicos para el evento e incluso a lloradores; aunque no
hicieron mucha falta dado que los sollozos regaron todo el sendero. En
cambio él no soltó ni una sola lágrima, debían de habérsele terminado
todas. Tras sepultarla él procedió a plantar un pino que había elegido
especialmente para la ocasión con un gran tronco y dos ramas.
Tras darle sepultura se hizo el banquete al que asistieron los más
allegados con la idea de mostrar la alegría con la que querían que
fuera recibida ella en la otra vida. Liu Yi no podía manifestar ninguna
alegría y, para que no fuera truncado el recibimiento de su esposa allá
donde fuera, decidió irse del evento no sin antes coger un afilado
cuchillo que ocultó debajo de su ropaje. Se dirigió hacia donde ahora
descansaba su mujer y, después de permanecer arrodillado durante
unos largos minutos sobre la tierra todavía caliente, se acercó al pino y
se dispuso a quitarle la corteza o peri dermis de la parte superior del
tronco, a unos pocos centímetros debajo de donde se desdoblaba en
dos ramas. Tras alcanzar la xilema o parte leñosa del tronco sacó el
cuchillo muy lentamente y, con gran maestría y mucha delicadeza,
empezó a tallar algo en el árbol.

En el otro extremo del mundo, en el otro extremo del tiempo, Liuyina


seguía engullida en sus pensamientos mientras daba consejos a sus
alumnos y corregía a otros. Sus trabajos era lo único que le llenaba el
espíritu. Aquella mañana utilizaron como modelo una escultura cubista
y a casi todos se les dio bien plasmarla en sus lienzos. Una media
hora antes de que su clase terminara recibió una llamada inesperada y
cruel, era la policía: sus padres habían muerto en un accidente de
tráfico. Apremió a sus pupilos para que recogieran rápido y les dijo
que ya les avisaría cuando podían reemprender las clases. Debía
ausentarse unos días para encargarse de todo. Ellos lo entendieron.
Según le contaron no sufrieron nada en absoluto: murieron en el acto.
Aunque eran mayores les echaría de menos, eran lo único que tenía
en su mundo actual. Tenía parientes en su país natal, pero el poco
contacto que tenía con ellos hacía que fueran unos verdaderos
extraños. Sus padres emigraron de allí por mejorar su calidad de vida y
porque querían tener más hijos. Con la imposición del hijo único y al
ser ella mujer, querían tener más descendencia y al menos un varón.
Pero no se sabe si por fortuna o por el infortunio nunca consiguieron
concebir de nuevo. Ahora le tocaba a ella cumplir con la última
voluntad de sus padres: ser incinerados y que sus urnas cinerarias
fueran ubicadas en el columbario de sus ancestros, en su tierra, donde
nacieron y crecieron.

Sus padres no eran muy religiosos pero estaban impregnados
principalmente por el confucianismo. Sus creencias tras vivir en
Norteamérica se habían trastocado algo pero la veneración por sus
antepasados era inherente a su cultura. Ella era agnóstica pero el
respeto a sus progenitores, a los que le dieron la vida, era algo
ineludible. No entendía a muchos jóvenes que renegaban de sus
padres cuando éstos solo querían su bien.

Cogió el primer vuelo hacia su país natal. Llevaba en la maleta,
además de la ropa necesaria para unos pocos días, sendas fotos de
sus padres; eligió las que parecía que estaban más favorecidos. Tras
retocarlas uno poco las amplió, las imprimió y las plastificó. Esas fotos,
según la costumbre familiar, las colocaría en el altar ancestral del
monumento funerario de su familia. Las pondría muy juntas para que
se mantuvieran así allá donde fueran. Juntos habían crecido, juntos la
habían criado, juntos habían envejecido, juntos habían fallecido y
juntos deberían seguir por toda la eternidad.

Su destino era la ciudad de Changsha capital de la provincia de
Hunan, donde llegaría en vuelo doméstico desde Pekín. El viaje se le
hizo eterno; nunca había hecho un salto tan largo en avión. Sus viajes
habían sido por el interior de EEUU salvo una vez que estuvo en
Toronto, Canadá, porque estaba cerca de las cataratas del Niágara
que visitó tras terminar sus estudios de arquitectura. Aunque sus
padres le describían una y otra vez las tierras que iba a conocer, está
claro que los paisajes son indescriptibles y por mucho que lo
intentaban no podía concebir lo que le expresaban con palabras.

Aprovechó el viaje para poner orden a sus ideas, con objeto de que su
vida, tras quedarse sola, fuera lo más armoniosa posible dentro del
caos que parecía a ojos de los demás. Tras la cena de plástico
recalentado que le ofrecieron pensó que estaba a punto de hacerse
realidad el sueño de conocer la tierra de sus padres, aunque esa
sensación de que alguien tirara de ella no lo tenía. Iba ella misma por
su propio pie, nadie se lo estaba imponiendo, nadie la estaba
arrastrando contra su voluntad.

Con esos pensamientos se quedó dormida profundamente. Entonces
apareció un nuevo sueño en su repertorio: ella iba nadando pero sin
mover ni brazos ni piernas, aunque surcaba las aguas muy deprisa. El
agua salpicaba su boca pero no era salada. Metro a metro se fue
acercando a una pequeña isla y de repente pudo ver el paisaje que
ella estaba intentando plasmar en su lienzo en las noches de insomnio.
El espectáculo que aparecía ante sus ojos era justamente lo que
quería inmortalizar y en ese momento estaba frente a ella con todo su
esplendor y lleno de vida. A medida que se iba acercando al islote se
fueron vislumbrando unas figuras que se agrandaban a cada
momento. En un primer momento eran solo siluetas dado que el sol lo
tenía de frente. Entonces, una de las figuras predominó sobre las
demás; esa sombra fue cobrando vida al acercarse hacia ella, incluso
se metió en el agua hasta la cintura. Pero justo en el momento en el
que creía verle la cara se despertó bruscamente.


Capítulo 3: En el mismo lugar
¿Quién no desea, si no lo tiene, tener a alguien al que querer de
verdad y ser correspondido? Aquel que lo ha encontrado debe de
dar gracias dado que hoy por hoy es una misión casi imposible.
Sí, casi todos hemos creído encontrar a esa persona en algún
momento de nuestra vida, pero también muchos se han dado
cuenta de que no era tal. Por una causa u otra se ha truncado el
amor. Por supuesto que hay muchos matrimonios o parejas que
siguen juntos durante años y años, pero ¿siguen juntos porque
siguen enamorados de verdad o por rutina?

Uno de sus primos lejanos fue a buscarla al aeropuerto. El trayecto
serían de unas dos horas hasta llegar al pueblo de sus padres: Miluo,
cerca del lago Dongting. Liuyina le comentó que le encantaría conocer
la presa de las tres gargantas que estaba en su fase final de
construcción, pero su primo le comentó que era casi imposible acceder
a la zona por temas de seguridad y, además, quedaba bastante lejos al
norte. Éste aprovechó el viaje para contarle algo de historia de la
ciudad que dejaban atrás, como por ejemplo que durante la dinastía
Han fue la capital del reino de Changsha. Gracias a sus padres el
idioma lo dominaba bastante bien y le entendía casi todo lo que le
decía.
Fue una alegría para toda su familia tener de nuevo a aquella niña ya
hecha mayor. La agasajaron con todo lo que podían ofrecerle y ella se
sintió casi como en casa, pero a mucha distancia, no solo por los
kilómetros, sino también por su cultura y evolución. Aunque la
tecnología iba calando poco a poco, era en las grandes ciudades
donde más se notaba que se estaban dando pasos agigantados,
tecnológicamente hablando, pero en las zonas rurales parecía que
siguieran viviendo como hace cientos de años. Aún así aquellos
paisajes y aquellas gentes la llenaron de regocijo y la pena que aún
sentía por la pérdida de sus padres se sosegó. Eran muchos los que
se acercaron a ella para preguntarle sobre occidente, sobre todo de
Norteamérica. El acceso que tenían a la información era muy limitado y
esto acrecentaba su interés y curiosidad. Está claro que cuanto más
coartas a alguien el acceso a la información más acrecientas sus
ansias de saber, por lo que se vuelve contra el que impone estas, para
nada, fútiles prácticas.
Tras el ritual de acomodar las urnas y las fotos en el monumento
funerario de sus ancestros y recitar las pertinentes oraciones por parte
del clérigo que eligieron sus familiares, la llevaron a una especie de
local comunal donde se hacían las reuniones o celebraciones. Allí
dispusieron comida y bebida para festejar la pérdida. No entendía que
tuvieran que demostrar felicidad para que los que les dejaban fueran
felices en su última morada. No cuestionó sus costumbres porque no
era quién para saber qué les espera a cada uno al otro lado, por lo que
participó del evento intentando ser una más.
La acomodaron en una habitación, en la casa del primo que fue a
buscarla. Al ser de su edad entendieron que debería ser él su anfitrión
en todos los sentidos. Además, tendrían más de qué hablar dado que,
aunque no había ido a la universidad, era uno de sus parientes mejor
formados. El hospedaje era sencillo pero estaba muy limpio. Incluso le
dejó un baño para ella sola, lo que ésta agradeció enormemente. Él
vivía solo pero su casa lindaba con la de sus padres: el arraigo familiar
era muy, muy patente.
A la mañana siguiente se levantaron muy temprano dado que Liuyina
quería conocer los alrededores, sus paisajes, sus colores, sus sonidos
y sus olores. Iba a estar poco tiempo y quería aprovechar al máximo
su estancia. Su primo la llevó a uno de los parajes más bonitos de la
zona: los alrededores del lago Dongting. Fueron en coche, tan cerca
como la carretera se lo permitía, y después siguieron a pie. Tras una
loma aparecieron sus aguas que reflejaban tanto las montañas como
el cielo azul añil.

– Estamos en la provincia de Hunan que quiere decir ‘sur del lago’.
Además, en esta época del año es cuando el nivel del agua es más
alto debido a que, justo en este mes, comienza el desbordamiento del
río Yangtsé. – Señalando una gran isla que estaba a su izquierda, pero
a mucha distancia, la siguió ilustrando: – aquella isla es la más grande,
se llama Junshan. En ella se pueden observar un total de 72 colinas y
es famosa por una clase especial de té que allí se cultiva: el té de “la
aguja de plata”. Las hojas de este té, según cuentan, se utilizaban para
honrar a la familia imperial durante la dinastía Qin que gobernó durante
un periodo del siglo III a.C. – ella escuchaba con toda su atención
además de disfrutar de aquel grandioso paisaje –. Hay una famosa
leyenda sobre este lago en la que se dice que un rey dragón habita en
el fondo de sus aguas, pero nadie le ha visto; es parecido al mito del
monstruo del lago Ness – él le giñó un ojo mientras sonreía. Después
señalando con el dedo y girando al mismo tiempo le dijo: – también
puedes observar la gran extensión de este majestuoso lago en el que
hay multitud de islotes de muy variados tamaños que se asoman como
curiosos –. Quería impresionar a su prima por todos los medios, y,
además de mostrar su dotes como estudioso de la historia y
costumbres de aquella zona, utilizaba un lenguaje para intentar
engatusarla o seducirla; y ella captó sutilmente las intenciones de su
primo.
Tras descender para acercarse a la orilla Liuyina empezó a tener
conciencia de que ese lugar le era muy familiar. La perspectiva con la
que estaba viendo el paisaje le trajo a la mente el cuadro que estaba
pintando y que seguía en el atril de su habitación de New York; estaba
disfrutando de él en directo con todos sus sentidos. De pronto le dio un
vuelco su corazón al fijar su mirada sobre un islote muy peculiar que
emergía a la derecha de donde se encontraban y estaba muy cerca de
la orilla opuesta. Tenía la misma forma que la que pintó y soñó, pero el
islote aparecía desierto, no había ninguna figura ni silueta encima de
ella; estaba vacía cómo se quedó ella tras confirmar que su sueño no
se convirtió en realidad. Además, no iba nadando hacia ella,
permanecía de pié en la orilla opuesta. Al ver la expresión contrariada
de su cara su primo le preguntó:
– ¿Te encuentras bien? – Ella simplemente asintió, pero no le
convenció: – ¿De verdad que estás bien? – al no recibir respuesta no
insistió. – Si estás bien, ¡sígueme! Te voy a enseñar un sitio muy
especial. Es un lugar donde van todos los enamorados de la comarca.
– Ella se quedó parada y le miró duramente, pero, antes de que ella
dijera nada, él le aclaró lo que pretendía: – te voy a llevar allí porque
merece la pena conocerlo, no porque me esté enamorando de ti;
aunque también te confirmo que no me costaría ningún esfuerzo dado
que me pareces guapísima – ella no pudo reprimir una sonrisa y algo
de rojez en sus mejillas por el halago que parecía sincero y le siguió.
Hicieron una pequeña parada en una zona en la que se divisaba todo
el lago para comer algo y descansar un rato. La caminata requería
recuperar fuerzas. Tras ello siguieron la marcha. El sitio donde la
llevaba requería subir una ligera pendiente por donde se seguía viendo
las aguas plateadas del lago; estaba claro que su primo tenía bien
planeada la ruta turística. La zona estaba totalmente desarbolada pero
la hierba verde lo cubría todo, salvo el sendero por el que andaban,
dado que los pasos de multitud de enamorados habían provocado una
erosión en el suelo que hacía que la hierba no creciera. Entonces le
señaló a lo lejos el único árbol que daba la sensación de presidir desde
lo alto de la loma. Tenía un gran tronco y dos ramas robustas, pero
carecía de vida. Debería haberse quemado por algún fuego hacía
muchísimo tiempo y la madera estaba algo carcomida y envejecida. Le
comentó que se trataba de un pino.
Cuando llegaron a la altura de aquel majestuoso árbol él le señaló en
el centro del tronco para que viera lo que habían tallado allí hacía miles
de años, según se creía. Se podía apreciar la cara de una bella mujer
china, con un pelo largo que le cubría parte de sus facciones. Le llamó
la atención que aunque casi todo el árbol parecía abrasado por el
fuego, la zona donde la cara irrumpía estaba intacta y la madera tenía
su color casi natural tras desprotegerla de la corteza. Alrededor del
árbol había cientos, mejor, miles de piedras de todos los tipos, colores
y tamaños que conformaban el contorno de un gran corazón alrededor
del pino. En ese momento su primo le ofreció una piedra ovalada y
sonrosada que llevaba en el bolsillo y le dijo que, si estaba o creía
estar enamorada, debía de colocarla junto al resto. Ella vaciló por unos
instantes pero de su interior brotaron unas ganas enormes de coger
aquella piedra y colocarla junto con las demás. Y así lo hizo tras estar
algo dubitativa. Él la miró de soslayo dudando de si el corazón de ella
ya estaba ocupado por alguien de su país, o, por el contrario, el de él
empezaba a colmarlo. Todo ello le provocó una lucha interior
encarnizada: por un lado sus esperanzas se desvanecían y, por otro,
resurgían y se incrementaban sin control.
De pronto su primo le pidió que acercara su cara a la tallada en el
árbol. Ésta le hizo caso con cara de sorpresa. Entonces él la miró con
asombro y le dijo que, aunque los años habían difuminado muchísimo
aquella imagen, se parecían muchísimo, como si fueran hermanas.
Ella se rió a carcajadas pensando que eso lo habría hecho con
muchas chicas a las que traía allí para impresionarlas. Pero al mirar
detenidamente las facciones de aquella mujer milenaria se dio cuenta
de que su primo estaba en lo cierto. Tenía casi la sensación de estar
mirándose al espejo, aunque su pelo era más corto.
Liuyina le preguntó por el origen de aquella talla; entonces él le dijo
que se sentara porque iba a ser la espectadora estelar de su relato. Le
iba a contar la leyenda que rodeaba el origen de aquel árbol, de cómo
llegó allí y de quién cinceló aquella cara:
– Cuenta la leyenda que había un gran señor en aquella zona que se
casó muy joven con una hermosa mujer. Heredó de su padre todo lo
que tu vista abarca, pero algunos allegados no le creían merecedor de
dicho título. Él y su esposa eran amantes de la arquitectura y el arte,
sobre todo de la pintura, y transmitían esa filosofía a todos sus
súbditos. En cambio, los contrarios a ellos eran militares de profesión,
que lucharon junto al padre de él, y querían despojarle de su señorío.
Para ello perpetraron un plan para envenenarlos. – Tras coger algo de
aire prosiguió: – La suerte, o quizás la desgracia, hizo que el veneno
solo lo tomara ella, dado que él ese día tenía problemas estomacales,
y murió en los brazos de su amado. Él se convirtió en la sombra de lo
que fue justo en el instante en el que ella falleció. Tras los rituales
funerarios la enterraron justo donde te encuentras ahora sentada y
plantó con sus propias manos el gran pino que está a tu espalda – ella
dio un respingo y se levantó de un salto sin dejar de mirar el suelo que
pisaba. Él la tranquilizó diciendo: – No te sobresaltes, se trata solo una
leyenda; además han pasado ya miles de años. Por favor, vuelve a
sentarte y sigo con la historia – pero ella decidió mantenerse de pie
junto a él de cara al solemne árbol agarrando fuertemente el brazo de
su primo; éste, al sentir su contacto, se le erizaron todos los pelos de
su cuerpo. Intentó que ella no lo notara y prosiguió con la leyenda con
la mayor normalidad que pudo: – Dicen que tras sepultarla, durante el
festejo, vino aquí solo y talló la cara de su amada mujer. Después
hubo un gran incendio provocado por un rayo que cayó justo en este
árbol, pero lo curioso es que se quemaron todos los árboles de
alrededor excepto éste, que solo fue lamido dócilmente por las llamas.
Incluso, como puedes ver, parece que las lenguas de fuego esquivaron
la talla de la hermosa cara de la mujer. Los románticos lo justifican
diciendo que fue el propio fuego el que percibió la humedad de las
lágrimas que él vertió al realizarla, su intensa tristeza y su profundo
amor; apreció su delirio junto con su agonía, además del odio por los
que desbarataron algo tan puro. Por ello la dejaron indemne para que
toda la humanidad pudiera contemplarla durante toda la eternidad.
Sería un símbolo del amor verdadero.
Liuyina se quedó atónita y regocijada a la vez. Le resultó una leyenda
muy hermosa. Entonces le inundó, más si cabe, el deseo de tener un
amor como el descrito por su primo. Todo su ser anhelaba querer y ser
querida como la mujer inmortalizada en aquel solitario pino. Su
corazón sitió una punzada al mirar a los ojos de aquellas facciones tan
parecidas a las suyas. Comenzó a empatizar en grado sumo con
aquella mujer al pensar qué habría sentido momentos antes de su
muerte, al saber que iba a abandonar a su amado. Después miró a su
primo con los ojos vidriosos y le preguntó sobre lo que le pasó
después al hombre que hizo aquel retrato. Su primo le comentó que la
segunda parte de la leyenda se la contaría en otro momento. Ya era
hora de volver, anochecía.
De camino de vuelta él la informó sobre el plan del día siguiente: irían
a visitar nada menos que la famosa Gran Muralla China, pero que la
llevaría a un sitio muy especial donde los turistas no tenían acceso.
Saldrían temprano por lo que tenían que cenar y acostarse pronto
dado que el día siguiente sería muy intenso y gratificante. Ella estaba
deseando visitar aquella gran obra arquitectura; era uno de los lugares
que siempre quiso visitar, no solo como arquitecto sino porque era una
de las maravillas del mundo más espectaculares. ¡Hubiera dado su
vida por haber participado en su construcción!

Capítulo 4: El falso mago
¿Has tenido algún deseo o anhelo que, por absurdo, no has
contado a nadie? ¿Has tenido algún sueño que, por demencial a
tus ojos, no has intentado ni siquiera hacerlo realidad? ¿Quién te
seguirá en tus sueños si no crees en ellos?

Durante los días posteriores a los ritos funerarios Liu Yi no soltó ni una
sola palabra. Estaba ensimismado y reflexivo. El haber enterrado a su
mujer junto con su corazón hizo que emergieran sus genes militares y
violentos que estaban inertes hasta lo ocurrido. Su cara afable y alegre
se tornó a un semblante duro y lleno de odio. Parecía como si le
hubieran transfigurado no solo las facciones sino también su forma de
ser y de comportarse. Era como si alguien extraño y perverso hubiera
usurpado su identidad.
Una y otra vez le venía a la mente las escenas vividas aquella fatídica
noche: como cada día, después de cenar, les trajeron el licor de Maotai
que era muy digestivo. Pero aquella noche él lo rehusó dado que tenía
fuertes dolores en el estómago y no probó ni la cena; en cambio ella,
bromeando, se tomó de un trago el licor de los dos diciendo que ella
haría la digestión por ambos y así seguro que se le calmaban sus
dolores. Tras unos minutos empezó a tener sacudidas que hicieron
que se derrumbara en el suelo inconsciente. Él la cogió entre sus
brazos intentando reanimarla y gritó al servicio pidiendo ayuda. Pero
nada se pudo hacer; el veneno fue mortal y le abrasó hasta las
entrañas; empezó a brotarle espuma por la boca y sus ojos se abrieron
en modo de súplica pidiéndole ayuda, una ayuda que él no podía darle
por mucho que quisiera.
Tras varias semanas de investigación y tortura consiguió
desenmascarar a casi todos los que habían perpetrado aquella
atrocidad contra alguien a quién amaba más que a su propia vida;
según su criterio solo se merecía agradecimientos y cariño por los que
los conocían bien, dado que nunca habían hecho ningún mal a nada ni
a nadie, ni siquiera con el pensamiento. Otros consiguieron huir
demostrando, en lugar de su hombría, de qué calaña estaban
realmente hechos: de vileza, de cobardía, de bajeza y de mucha
maldad. Entonces procedió a darles la peor de las muertes, creyendo
que su gran pesar se haría más liviano y que un trocito de su corazón
volviera a su pecho.
Pero no fue así, tras hacer incluso de verdugo de más de uno de los
malhechores, su alma seguía oscura y su sed de venganza no se
apaciguó. Fue cuando se dio cuenta que su esposa no querría que
obrara de esa forma. Nunca aceptaría que su mente se nublara con
aquella locura, ni que por sus manos escurriera la sangre de otros, ni
que sus ojos vieran lo que habían jurado frenar, ni que sus oídos
oyeran bramidos de dolor inhumano, ni que su nariz oliera el hedor del
miedo. Todo aquello era un sin sentido: había hecho justicia pero no se
había hecho justicia, ya que seguía pensando que era totalmente
inicuo que le hubieran diseccionado de aquella manera su amor
verdadero.
Después de aquello un deseo incontrolado empezó a inundarle el
alma, era totalmente irracional, pero su ser le acercaba al filo de un
abismo en cuyo fondo se encontraba lo que él creía necesario para
seguir viviendo, y algo le empujaba a lanzarse al vacío para estrellarse
contra el fondo con toda la fuerza de la caída. Por ello convocó a sus
más allegados para contárselo. No era un deseo cualquiera, mejor
dicho, era un deseo solo deseable por el que quiere algo fuera del
alcance de cualquier ser humano. Pero tenían que intentar complacer
a su señor, por la lealtad que le profesaban; por ello airearon por todo
el imperio, sin decir cuál era el deseo, que su señor tenía un gran
sueño que solo sería desvelado a quién osara proporcionárselo, con la
condición de no desvelarlo a nadie nunca. Si así lo hiciera lo pagaría
con su vida tras arrancarle la lengua previamente. A cambio, la
recompensa por hacer cumplir su deseo sería tal que quién lo hiciera
posible podría vivir varias vidas sin ningún tipo de reserva. Con ello la
repercusión fue espectacular, fue de boca en boca pero asida al rumor
de que su amo debería estar tocado por algún ser maligno y había
perdido la cordura, pero Liu Yi ya tenía asumido ese riesgo y no le
importaba en absoluto que se extendieran esas habladurías, tenía
mucho que ganar y solo perdería algo de su honor y credibilidad.
Llegaron personajes de todos los rincones con intención de hacer
cumplir el deseo del, aquel entonces, turbado y malmirado señor a los
ojos de casi todos. Ninguno pudo, ni por asomo, acercarse
mínimamente a lo que él requería. Intentaron ofrecerle cualquier cosa.
Tras lo cual cambió el enfoque promulgando que aquel que osara
ofrecerle algo para intentar engañarle lo pagaría con su vida. Estaba
harto de tanta farsa y engaño.
Pasaron varios meses sin que nadie acudiera, dado que el intento de
engaño se pagaba con la vida, aunque el premio por conseguir su
deseo fuera tan gratificante. Dejaron de presentarse más falsos
proveedores de sueños, porque todos creían que el suyo, dado que
nadie lo había conseguido, debería ser una fantasía inalcanzable que
solo existía en la cabeza de quién la ha perdido. Hasta que un día
apareció un individuo harapiento y famélico diciendo que sería capaz
de proveer de cualquier deseo que se le pidiera, siempre y cuando
fuera merecedor del mismo. Le llevaron a una gran sala donde solo
tenían acceso su séquito que, aunque solo estaba compuesto por tres
personas, eran en las únicas que podía confiar. Pero aquello
trascendió tanto que una multitud de personas se congregó en los
alrededores. Se había creado una gran expectación dado que hacía
mucho que nadie tenía la osadía de presentarse y la curiosidad invadió
a todas las gentes de la zona. Prácticamente se paralizó la actividad
de todo y de todos. El espectáculo estaría asegurado; ya sea por ver
cómo podía conseguir lo que el señor anhelaba o por presenciar cómo
decapitaban al osado.
Le ubicaron en el centro de la gran sala y todos le miraban con
impaciencia por un lado, pero también con displicencia dado que su
apariencia dejaba mucho que desear. Además de su ropa rasgada,
sucia y maloliente portaba un saco mohoso. Llevaba una pelambrera
tiñosa y unas barbas también sin arreglar. Lo único que llamaba su
atención eran sus ojos vivaces y muy negros que, aunque los llevaba
casi ocultos tras su gran flequillo, transmitían escalofríos donde los
posaba. Tras mirar uno a uno sin ningún tipo de reparo, sus ojos se
clavaron en los del señor que estaba frente a él.
Tras unos minutos de silencio, en los que la cara de Liu Yi seguía
mostrando total desinterés, pensando que sería uno más de los que
por allí habían pasado, éste le hizo ademán para que comenzara con
lo que había venido a ofrecerle. El forastero lentamente puso su saco
en el suelo y extrajo de él un jarrón de porcelana, de unos cuarenta
centímetros de alto, cuyo fondo era de color blanco brillante y
ornamentado con dibujos pintados a mano de varios colores, lo que
hacía que fuera muy vistoso. Todos le contemplaban con la boca
abierta y se preguntaban “¿Qué portaba aquel jarrón? ¿Qué bebida
contendría? ¿Saldría de él lo que tanto deseaba el señor?”.
Entonces el mugriento y pintoresco personaje empezó a mover las
manos por encima de aquel jarrón y a bramar un lenguaje para todos
incomprensible. La escena era algo cómica por lo que uno empezó a
reírse, los otros dos abrieron los ojos expectantes, mientras que Liu Yi
seguía impasible y decaído pensando que sería uno más de tantos y
sentía frustración porque tendría que dar la orden para que le dieran
muerte.
El falso mago, como le llamaban en su interior los que allí estaban,
elevó más su voz, si cabe, y empezó a hacer una especie de danza
ritual alrededor del jarrón. Su canto y su baile iban al unísono e
hipnotizó a todos, sin excepción. Estuvo así varios minutos hasta que,
de pronto, paró y la sala quedó inmersa en un silencio misterioso.
Entonces el mago se dirigió Liu Yi y le dijo que necesitaba de él algo:
que pensara en su deseo fuertemente desde su interior con todas sus
fuerzas y que lo proyectara sobre el jarrón.
Liu Yi no tuvo más remedio que acceder y estuvo varios minutos
concentrándose en aquel jarrón, sin dejar de mirarlo y sin pestañear. A
medida que su deseo se hacía latente en su mente empezó a ver
cómo los dibujos y siluetas plasmadas en el fondo blanco empezaban
a cambiar y a moverse, como si tuvieran vida. No sabía si era por
sugestión o que sus ojos junto con su mente le estaban haciendo ver
una realidad paralela, lo cierto es que poco a poco se fue dibujando en
aquel jarrón algo parecido a lo que anhelaba. En ese instante empezó
a salir del jarrón una especie de vapor blanquecino y, sin saber cómo
ni por qué, el jarrón desapareció de la vista de todos.

Se levantaron antes del amanecer dado que el viaje sería largo.


Liuyina seguía pensando en lo acontecido el día anterior en aquel lago;
ya no podía soportar más no desmembrar parte de su secreto y
hacerlo visible a alguien que, aunque solo le conocía desde hace unos
días, le daba sensación de seguridad. Y tras meditarlo se lo soltó:
– Sé que apenas nos conocemos, pero tengo que decirte algo que me
merodea la mente desde ayer. Hace varios meses comencé a pintar
un cuadro que creía que solo existía en mi imaginación, pero lo cierto
es que se asemeja enormemente al paisaje que observé ayer desde la
orilla del lago: eran el mismo islote y las montañas al fondo.
– No creo que sea tan inaudito. Yo creo que no está solo en tu
imaginación; será un recuerdo de ese lugar que permanecía oculto en
tu memoria y lo habrás confundido con algo que creías irreal. Quizás te
llevaron allí tus padres cuando eras pequeña antes de emigrar a
Norteamérica. Otra alternativa es que vieras esos parajes en algún
cuadro o ilustración que ahora no recuerdas. Te puedo comentar, por
ejemplo, que esa zona fascinó a numerosos pintores durante la
dinastía Song y debe haber multitud de cuadros con escenas variadas
de esos hermosos entornos – la escrutó los ojos para comprobar si
había resuelto alguna de las dudas que la inundaban, pero comprobó
que no era así: su mirada seguía perdida en las aguas del precioso
lago. Por lo tanto prefirió cambiar de tema y siguió con su clase de
historia: – Por cierto, ¿sabes que durante la dinastía Song, que
gobernó entre los siglos X al XIII, se utilizó por primera vez en la
historia mundial el papel moneda? Otro dato relevante que recuerdo es
que su ejército utilizó por primera vez la pólvora como arma destructiva
y también podían orientar el Norte geográfico al utilizar la brújula – ella
seguía sin atender a su profesor.
Durante el resto del trayecto él solo le comentaba algunos detalles
sobre los lugares por donde transcurrían y algún que otro comentario
trivial. Estaba claro que su prima tenía los pensamientos muy
ocupados y esperaría a que se le difuminaran para poder entablar
alguna conversación más relevante. Pararon varias veces para estirar
las piernas y comer algo. El viaje fue algo largo pero merecía la pena.
Además, él tenía fijación por sorprenderla de todas las maneras que
tenía a su alcance, y lo intentaría.
Llegaron al lugar de la Muralla que él quería mostrarle y subieron por
unas estrechas escaleras hasta la parte superior. Tras pasear por uno
de los tramos le explicó que aquella sección del muro, de unos 400
Km, se conservaba tan bien porque era de las más modernas. Le
explicó que el emperador Wu, o Wudi, que significa emperador
guerrero, gobernó durante los siglos II y I a.C. y mandó construir esa
sección tras expulsar a los Xiongnu, además restauró y conectó otras
porciones de la Gran Muralla.
Liuyina parecía que estaba más animada y atendía con los ojos y los
oídos muy abiertos. Estaba entusiasmada al encontrarse en aquel sitio
único. Estaba despierta en uno de sus sueños: visitar y pasear por
aquellas piedras milenarias. No paraba de mirar, tocar, oler y oír todo
lo que se encontraba en aquel lugar. Solo le faltó coger un trozo de
aquellas piedras y saborearla. No quería que se le escapara ningún
detalle. Sobre todo se fijaba en cómo estaba construida: los materiales
empleados, el trazado que se perdía en el horizonte, y en cómo había
podido perdurar en aquel estado durante tantísimos siglos. Ella no
estaba de acuerdo con los objetivos que se persiguen al construir
aquellas edificaciones históricas, pero tenía claro que lo importante
para un arquitecto es que cumplan el cometido de quién ordena
construirlas durante muchísimo tiempo. Después, sin quererlo, el que
manda erigir esas edificaciones pasará a la historia al perdurar en el
tiempo, en cambio el arquitecto que las creó sería invisible.


Cuando entraron en una de las torres de vigilancia él le cogió de la
mano a Liuyina y la llevó a uno de los rincones de una de las salas.
Entraba la luz por los huecos a modo de ventanas que había en las
paredes, lo que proporcionaba al habitáculo una atmósfera de
penumbra donde el polvo en suspensión se veía claramente al ser
reflejado por los rayos de luz que penetraban y se precipitaban en el
suelo. Ella estaba algo sorprendida por aquella demostración de
exceso de confianza y se desasió de su mano sutilmente, sin parecer
desagradecida e intentando no herir a su cordial anfitrión.
– No pienses mal de mí, te he traído aquí para que veas algo que tan
solo conocen las gentes de este lugar – Intentó que su prima se
tranquilizara dado que había sentido que estaba algo inquieta por la
situación y por el lugar –. Quiero que mires lo que está escrito en estas
piedras – él le señaló unos grafos que estaban esculpidos y que, por
supuesto, ella no entendería dado que era escritura china muy antigua.
– Sé que no lo entiendes, pero pone algo así como: “En esta
escondida esquina te reafirmo mi amor que perdurará más allá de
los lugares y de los tiempos”. Y más abajo se lee: “Lo escribo aquí
para que quede oculto a miradas que no saben ver” –. Después de
leerlo la indicó que le siguiera a la esquina opuesta, esta vez sin
agarrarla. Y le señaló con el dedo algo que estaba escrito en otras
piedras en un perfecto inglés: “Aunque mi amor por ti nació antes de
conocerte y morirá conmigo antes de que yo nazca, perdurará
junto al tuyo desde siempre y para siempre”. – Tras ver la cara de
atónita que ponía su prima él le dijo con sinceridad. – Aunque no lo
creas, ambas frases fueron esculpidas en la misma fecha. – Mientras a
ella le brotaban las dudas a borbotones él aprovechó para intentar
besarla. Ella con una sonrisa le dio a entender claramente que se
sentía alagada pero al que buscaba todavía no lo había encontrado.

Capítulo 5: El amado
¿Has tenido la sensación al ver a alguien que le conocías y no
sabías de qué? Creo que casi todos hemos tenido esa desazón la
cual no se disipa hasta que no consigues recordar de quién se
trataba. Pero, a veces, no consigues saber quién era, ni dónde y
ni cuándo le conociste. Tras cierto tiempo nos olvidamos de ello,
pero ¿podría tratarse de alguien que conociste en un lugar que
crees no haber visitado nunca y en un tiempo que crees que no
has vivido? Piensa en ello.

Llegó a su casa de New York y la encontró fría y vacía, como seguía
su corazón. Su alma, en cambio, estaba a rebosar: había conseguido
cumplir dos de sus sueños aunque fuera debido a una causa tan
dolorosa: la pérdida de sus padres. Había visto los lugares donde sus
progenitores crecieron, se conocieron y la concibieron. Además, había
visitado la Gran Muralla China; había paseado sobre sus piedras
desgastadas por tantas y tantas pisadas a lo largo de siglos y siglos,
sin quejarse lo más mínimo. Sabían que su cometido era limitar la
frontera de un imperio, para darles a sus gentes sensación de
seguridad. Cada una por sí misma no era nada; si acaso, podrían
hacerte tropezar, pero, en cambio, el conjunto de millones de ellas bien
engarzadas formando aquella muralla casi infranqueable
proporcionaba a los que ordenaron construirla avivar su ego,
mostrando al resto de pueblos, al mundo entero, su grandiosidad y
poderío.
Tras dejar las maletas en el suelo se sentó en el sofá y no pudo
reprimir el llanto que estaba preso. Lo liberó de tal modo que no
recordaba haber llorado de aquella forma hacía muchísimo tiempo. No
había podido soltar ni una lágrima desde que le dieron tan trágica
noticia. Fue a identificar los restos de sus padres y, al verles en
aquellas frías neveras no pudo hacer nada más que asentir con la
cabeza y pensar en cumplir las indicaciones que le repitieron hasta la
saciedad de cual eran sus últimas voluntades.
Tampoco le brotó ni una sola lágrima durante el viaje y los
acontecimientos que surcaron por su vista y por su vida como una
exhalación allá, en su tierra natal, que se convirtió en algo más, dado
que el poso que dejaron en su memoria tenía tal densidad y viscosidad
que la harían permanecer allí durante el resto de su vida. Tuvo que
ponerse una hermética coraza al ser, tras lo acontecido, ella, y solo
ella, la única que quedaba de su estirpe. No tenía familia aquí en New
York: eran sus padres y ella, ella y sus padres. Amigos, sí muchos,
pero familia ninguna. Cambió a un roll que le costó asimilar, pasando a
ser el vástago de una familia compuesta tan solo por ella.
Pero tras pasar todo aquello tocaba redimirse y dar rienda suelta a sus
sentimientos. Tenía una ahogada necesidad de mostrar, aunque solo
fuera a sí misma, que estaba hecha de carne y hueso. Que su pesar
era muy, muy profundo. Sus padres lo fueron todo para ella. Les debía
todo. En China, al ser mujer, no podría haber realizado ni una ínfima
parte de lo que había conseguido fuera de allí. Eso sus padres lo
sabían, y por ello, y por intentar tener más descendencia, emigraron a
Norteamérica, el lugar de las oportunidades. Y eso es lo que le
ofrecieron a ella: la oportunidad de ser quién quisiera ser. Ellos la
apoyaron en todo lo que emprendió sin rechistar ni una sola vez.
Sabían bien lo que era la imposición y huyeron de ella para sembrar en
otras tierras más fértiles. Condicionaron sus vidas por el bien de su
hija. Se fueron muy lejos de su hogar, de su tierra y de sus parajes
para que sus descendientes crecieran pudiendo ser ellos mismos, solo
con las limitaciones o restricciones que solo ellos se impusieran.
Se quedó dormida en un mar de lágrimas y una enorme sensación de
gratitud hacia sus padres. Sentía como si a medida que los sollozos
salían, ella, poco a poco, fuera soltando el lastre de la tensión
acumulada. Notó cómo se desinflaba el gran globo inserto en su
estómago, provocándole que la sensación de desasosiego se disipara
y se mezclara con el aire exterior. En cambio la necesidad de amar y
ser amada iba ocupando el espacio que liberaba aquel globo
imaginario. El viaje a sus orígenes: lo que vio junto a lo que le contó y
mostró su primo, hizo que se diera cuenta que, aunque lo tenía todo a
nivel profesional, le faltaba llenar su vida con lo que no es tangible.
Necesitaba entregarse a alguien y que ese alguien se entregara a ella.
Cuando escuchó la hermosa leyenda de aquellos enamorados, que
por desgracia no acabó como los cuentos que tantas veces había oído,
sentía una envidia infinita por vivir alguno de aquellos momentos en los
que debieron sentirse muy unidos y felices.
Los días siguientes, las semanas siguientes, no fueron para nada
anodinos: el papeleo asfixiante que supuso gestionar la herencia de
sus padres la generó una sensación de máxima impotencia. Aunque
las gestiones eran sencillas: ella era la única heredera de sus pocas
pertenencias, había que cumplir con lo establecido en esta sociedad
repleta de formularios y formulismos. Cuando todo quedó firmado y
bien firmado por los que su firma vale más que miles de libros
manuscritos, por fin se sintió libre del yugo de la nociva y, a los ojos de
casi todos, inútil burocracia. Pensaba para sí: “¡Qué lástima que haya
tantísima gente infravalorada e infrautilizada buceando en inmensos
archivos, poniendo sellos o fechas!”. El mundo civilizado tenía este sin
sentido: si no estaba escrito, fechado, firmado y sellado, no tenía
validez. ¡Los papeles son lo importante!
Tras pasar aquel calvario pudo enfrascarse en sus quehaceres
cotidianos: profesora de pintura y en el concurso del proyecto del
diseño de la ‘Freedom Tower’, cuya elección sería en breve. Se trataba
de la torre más alta de EEUU cuando se construyera y un símbolo, no
solo para ese país, sino para el mundo entero. Era una forma de
demostrar, tras los ataques terroristas, que, tras hacerles caer
simbólicamente con una catástrofe de aquellas dimensiones, se
levantarían con muchas más fuerza si cabe.
La ilusión que ponía en aquel proyecto le hacía dejar de lado el resto
de necesidades sociales y emocionales. Se entregó a su visión en
cuerpo y alma, y nunca mejor dicho. Era una forma de dejar huella
para la posteridad si su visión era elegida para ser materializada. Su
vida tendría sentido si dejaba aquel legado que, por supuesto, se lo
dedicaría a sus padres. Ya no solo sería en memoria de los que allí
perecieron, sería también en memoria de los que dieron su vida por
labrar la suya; se lo debía y tenía que hacerlo costara lo que costara.
Nada la haría decaer y pondría todo su empeño.
Su diseño fue reconocido por todos sus colegas, era una obra digna
para aquel lugar. Los rumores la señalaban como una revolucionaria
del espacio vertical. Las formas y el modo en el que aquella torre
rascaba el cielo deslumbraron a casi todos. No pretendía darse por
ganadora antes de tiempo, dado que había muchos y muy buenos
proyectos.
El día de la adjudicación fue uno de los peores de su vida. Su
proyecto, porque lo consideraba suyo, fue desbancado por otro que,
aunque también sería merecedor de poder ganar, a todos les pareció
mucho menos impresionante que el suyo. Corrió el rumor que había
sido elegido no por el diseño, sino por amiguismo. Parece ser que el
arquitecto elegido era amigo de un colaborador de campaña de un ex
gobernador de New York. Por supuesto era solo un rumor, pero aquella
decisión aplastó como una prensa el entusiasmo de Liuyina y la hundió
en lo más profundo de sus cimientos.
Aquella decepción y desilusión le atravesó de parte a parte. Aquella
sociedad evolucionaba hacia algo que a ella le asqueaba. ¿Dónde
estaban los valores? No solo había que ser bueno, muy bueno o
extraordinariamente bueno, además había que tener contactos para
que te lo reconocieran. Qué pocos conseguía sacar a la luz sus
grandes proyectos sin ayuda de amigos o de los bancos, que eran los
que los financiaban, claro. Por supuesto que habían sido muchos los
que habían creado sus imperios o habían hecho que sus ideas
triunfaran desde la nada, pero muchos otros no lo habían conseguido
por no pasar por la piedra de las vanidades o no pertenecer al círculo
circunscrito al polígono de la hipocresía, vanidad, mediocridad e
imbecilidad.
En el trabajo era la sombra de lo que fue. Iba taciturna y sin luz en sus
ojos, cuando antes los deslumbraba a todos. La animaron dándole
algunos proyectos que, aunque de menor envergadura que el diseñar
aquella simbólica torre, podían hacer que enarbolara sus demostradas
dotes, pero no conseguían sacarle de su desmoralización. Empezó a
cumplir solamente con su horario porque el ánimo lo tenía por los
suelos. Por supuesto que sus jefes y colegas no tenían la culpa, pero
su amor propio sucumbió tras aquel fallido proyecto. Seguía siendo
una profesional y cumplía con creces con las expectativas, pero el
entusiasmo que antaño desbordaba e irradiaba ya era solo pasado. El
presente era otro, su trabajo lo veía rutinario y lo hacía para su
sustento.
Entonces buscó refugio en lo único que la satisfacía realmente: la
dedicación a sus alumnos de pintura. Veía en ellos el reflejo del
entusiasmo que despertó en ella el amor por la pintura, la sensación
de poder crear de la nada, en un lienzo vacío, lo que la imaginación le
trasladaba. Le daba la sensación de ser libre para poder pintar las
cosas inanimadas y darles vida, el mundo como le gustaría que fuera y
mostrárselo a todos, las emociones que solo ella concebía para que
las percibieran otros, lo inimaginable que se hace realidad tras el
pincel guiado por su mano y su corazón. Le permitía evadirse de todo
y de todos, le permitía viajar a unos lugares que solo existía en sus
bosquejos y pinturas, fruto de sus pinceles y sus pinturas, lo demás no
importaba nada.
Aquella mañana todavía no había llegado, como siempre. Sus alumnos
tras ponerse sus batas blancas se pusieron cada uno frente a su atril,
cogieron su paleta y pinceles y empezaron a analizar e imaginar qué y
cómo pintarían lo que se mostraba a sus ojos. En el centro del
cubículo, donde se solía poner el o la modelo o los objetos a pintar,
estaba ocupado por una mesa redonda donde reposaba un jarrón
blanco ornamentado de porcelana china. Tras unos minutos de
reflexión comenzaron a hacer sus bocetos.
Liuyina llegó más tarde de lo normal, sus ojeras eran ya muy patentes.
Estaban preocupados por ella pero, tras preguntarle varias veces,
siempre contestaba con vaguedades. Estaba claro que algo la pasaba
pero se lo guardaba para sí. Sabían que la muerte de sus padres y el
desmoronamiento de su proyecto le había calado, pero ya hacía
muchos meses de aquello y notaban que, en lugar de reponerse,
empeoraba.
Tras ponerse su bata, que dicho sea de paso, necesitaba un lavado
hacía varios días, se paseo por las espaldas de los futuros pintores
para confirmar los progresos de sus alumnos. Cuando se enfrentó al
primero de los lienzos y ver aquel hermoso jarrón les preguntó quién
era el que lo había traído, y todos se encogieron de hombros. Nadie
sabía de dónde había salido aquel objeto, pero no le dio mayor
importancia; aunque lo cierto es que había sido una gran elección,
dado que este tipo de objetos, si bien eran comunes en multitud de
cuadros, siempre requerían de gran destreza para pintarlos.
Cuál fue su sorpresa cuando se dio cuenta que al pasar al segundo de
sus alumnos el jarrón, aunque seguía siendo blanco, los dibujos
plasmados junto con sus colores, habían cambiado. Al mirar desde
dicho ángulo parecía otro jarrón. Pasó al tercer atril y volvió a cambiar.
Pasó por todos y en cada caso la variedad de colores y figuras
cambiaba. No dijo nada dado que creía que serían imaginaciones
suyas por culpa de no descansar debidamente. Entendió que sus
sentidos le estaban gastando una broma.
Al final de la jornada todos tenían pintado su jarrón particular, el que
veían desde sus posiciones; aunque era el mismo, había tantos
jarrones como alumnos. Todos hicieron un gran trabajo y les felicitó por
ello. Tras terminar sintió un deseo irrefrenable por aquel jarrón y, dado
que no pertenecía a nadie, se lo llevó; incluso le buscó un sitio
mentalmente durante su viaje de vuelta: encima de la cómoda de su
habitación. Y allí lo puso nada más llegar. Tras una ligera cena se
dispuso a dormir, o por lo menos intentarlo. Se acostó mirando
fijamente al jarrón, no podía dejar de observarlo y notar como su
colorido la hipnotizaba y la embriagaba, sumiéndose en un profundo
sueño.
A las pocas horas tuvo una pesadilla que la hizo despertar
sobresaltada. Fue un sueño difícil de concretar, dado que se
desvaneció rápidamente tras abrir los ojos. Lo único que le quedó fue
la sensación de vacío en el estómago, temor e inquietud. Se levantó y
se preparó un vaso de leche y cogió un par de galletas. Volvió a su
habitación e intentó tranquilizarse mojando las galletas en la leche
sentada en la cama frente al jarrón.
De pronto el jarrón empezó a tener vida propia: no se movía pero los
dibujos que deberían estar plasmados a fuego empezaron a cambiar
de colores y formas. Incluso de su interior salían unas luces tenues de
varios tonos junto con una humareda suave que se impregnaban con
dichas tonalidades. El vaso que sostenía se le cayó junto con su
mandíbula inferior. No daba crédito a lo que estaba viendo. Se frotó los
ojos y se pellizcó varias veces para confirmar que no era otro sueño.
Entonces creyó oír unas voces en un idioma desconocido que salían
de la boca del jarrón que le hicieron gritar por dentro pero sin emitir
sonido alguno, los chillidos querían salir pero se quedaban
agazapados y agarrados a su garganta con miedo de pasar de ahí, no
querían ser oídos por quién se escondía dentro de aquel, ahora,
maléfico o quizás mágico jarrón.
Los dibujos que ornamentaban aquel jarrón seguían creando formas,
al principio inconexas pero, poco a poco, empezaron a dejar entrever
algo que le era muy familiar: se trataba de una copia del cuadro que
reposaba solitario en el rincón de su habitación. Ya lo tenía
prácticamente terminado. En él aparecían claramente las nubes en
aquel azulado cielo, las majestuosas montañas, el lago, el islote y las
figuras humanas de quienes estaban allí acompañando a un hombre
que tenía la mitad del cuerpo sumergido en aquellas transparentes
aguas, pero cuyo rostro seguía sin ser expresado. Era lo único que le
faltaba: las facciones del hombre que se acercaba a la que pintaba
aquel cuadro. Intentó varias veces hacer unos bosquejos de cómo
podía ser aquel semblante, pero ninguno le satisfizo. Y en aquel
instante, por arte de magia negra, pensó, apareció pintado su cuadro
íntegramente. Por fin pudo ver la cara de su amado.
Tras aflorar aquello se sobresaltó más si cabe. Le salió de dentro:
“¡….. la cara de su amado!”. “¿Cómo podía ser su amado si no le
conocía, si era la primera vez que podía ver sus facciones?”. Además,
no sabía de quién se trataba, ni si era solo producto de su imaginación.
Pero lo cierto era que sentía como si le conociera desde siempre y que
él la estaba esperando en ese lugar y en algún tiempo. Pensó por unos
instantes con la poca sangre fría que todavía le corría por sus venas,
dado que su palidez era como la leche derramada en la moqueta.
Entonces decidió que tenía que deshacerse de él.


Capítulo 6: El taxista y el puente
¿Te han contado alguna leyenda o mito? ¿Qué tienen de real y de
imaginario? Creo que algunas leyendas están basadas en hechos
reales, pero que el paso del tiempo, tras pasar de boca en boca,
las han ido transfigurando de tal forma que solo queda la esencia
de la realidad. Está claro que dependiendo de por cuáles bocas
han pasado las mismas se transforman más o menos. Todas las
personas que cuentan algo que les ha pasado les dan su toque
personal en función de su forma de verlo o interpretarlo. Hay
personas más parcas en detalles y a otras, en cambio, se les
desboca la imaginación, poniendo en las historias que cuentan
más o menos de su propia cosecha, lo que hace que se
transgreda lo acontecido.

Liuyina, tras vestirse rápidamente, bajó y cogió el taxi libre que estaba
parado en frente de su portal como si la estuviera esperando a ella a
esas horas de la madrugada. Tras pensar que sería una casualidad le
indicó que fuera rápido al Puente de Brooklyn. Llevaba el jarrón
cubierto en una pequeña manta y lo apretaba hacia sí fuertemente,
como si pretendiera que no se escapara al creer que tenía vida propia.
También quería evitar el deseo de volver a mirarlo para paladear las
imágenes que en él aparecían.
Las calles estaban casi desiertas y el taxista podía transitar sin
problemas. Al fijarse en él se dijo: “¿Otra casualidad?”; era de origen
chino y esbozaba una gran sonrisa, que se le amplió al mirar durante
un instante el bulto que intentaba esconder. Lo que más le llamó su
atención fueron sus ojos vivaces y muy negros. Tenía la sensación que
aquel hombre, al que era la primera vez que veía y, por supuesto, no le
conocía de nada, supiera del objeto de aquel viaje nocturno y lo que
portaba oculto envuelto en la manta.
– Bonita noche – dijo el taxista sin apartar la vista del frente y sin
perder su sonrisa perenne. – La noto algo nerviosa y tensa. ¿Está
enferma? ¿La puedo ayudar en algo?
– No, muchas gracias. Por cierto, ¿le puedo hacer una pregunta? –
Liuyina no creía en las casualidades y la curiosidad la invadió: – ¿De
dónde es? ¿Lleva mucho aquí?
– Está claro que no espera la respuesta de una pregunta y vuelve a
preguntar. No tengo problema en contestar: soy de origen chino, como
mi cara muestra claramente. He viajado muchísimo. Aquí llevo poco
tiempo, pero el suficiente para conocer sus calles y a sus gentes –.
Parecía muy sincero y ella no tenía por qué dudar. – ¿Y usted?
– Vine aquí cuando era una niña y nací en la provincia de Hunan,
¿usted la conoce?
– Por supuesto, estuve allí hace muy poco y creo que voy a tener que
volver en breve. Tengo un negocio allí que tengo que ultimar. Tiene
unos parajes muy hermosos. Pero no soy de allí. La puedo decir que
soy de muchos sitios y de ninguno en particular.
– Entiendo, las personas que viajan tanto no disponen de tiempo para
echar raíces.
– Exactamente, yo no podía haberlo expresado mejor –. Poco a poco
fue aminorando la marcha porque llegaba a su destino. – ¿Dónde la
dejo? El puente es muy largo.
– ¡Justo aquí¡ En la rampa Ari Halberstam – el nombre se puso en
honor del joven que murió allí cuando solo tenía 15 años; fue
asesinado en un ataque terrorista perpetrado por un libanés en 1994.
El terrorista abrió fuego contra su furgoneta que circulaba por el
puente; ésta iba ocupada por un grupo ortodoxo judío al que el joven
pertenecía.
– Iba a pedirle un favor, si me lo permite –. No sabía exactamente el
motivo, pero aquel taxista le dio suficiente confianza para pedirle algo:
– Tengo que hacer una cosa importante en el puente; ¡tranquilo, no
voy a hacer ninguna locura! Después volveré a mi casa: ¿podría
esperarme durante unos minutos? A estas horas no creo que
encuentre otro taxi. Le prometo que seré rápida; si lo hace tendrá una
gran propina.
– Por supuesto que la esperaré. No lo dude ni por un momento – y le
guiñó un ojo.

De Jet Lowe - Library of Congress, Prints and Photograph Division, Historic American
Engineering Record: HAER NY,31-NEYO,90-79, Dominio público,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=172169

Se apeó del taxi y contempló la grandiosidad de aquella obra
arquitectónica. Fue toda una proeza de ingeniería cuando se construyó
entre 1870 y 1883. Fue el puente colgante más grande del mundo
(mide 1825 metros de largo) y el primero suspendido mediante cables
de acero Además, las torres que lo sostienen a ambos lados fueron las
estructuras más altas del hemisferio occidental. Hoy es un símbolo de
New York.
Caminó unos cuantos metros por el solitario puente; eran ella y el
puente, al igual que la primera vez que lo cruzaron tras su
construcción: fue Emily Warren la que protagonizó ese histórico
suceso. Su esposo, Washington Roebling, sucedió a su padre al morir
de tétanos tras un accidente, Jonh Augustus Roebling, quién diseño y
comenzó su construcción. Una enfermedad del primero denominada
“enfermedad de los buzos” o síndrome de descompresión causada por
su trabajo en los pozos de cimentación hizo que ella, tras estudiar
unas pequeñas nociones de ingeniería, diera las instrucciones que
recibía de su marido enfermo a sus ayudantes y trabajadores sobre el
terreno.
Siguió andando y le vino a la memoria la segunda parte de la leyenda
del hombre que talló la hermosa imagen de su amada sobre el tronco
de aquel milenario y único árbol. Recordaba cada una de las palabras
que le recitó su primo, que ahora estaría, quizás, pensando en ella. Se
dijo que la vida es cruel a veces, hace que nos enamoremos de quién
no nos corresponde, haciéndonos sufrir sobremanera sin motivo
alguno ni aparente. En cambio, a quién tiene suerte de ser
correspondido, por un motivo u otro, puede truncársele el amor
provocándole un sufrimiento mucho mayor. Aún así, con ese riesgo, la
mayoría de las personas siguen esperanzadas de encontrar lo que
buscan.
“Los días le pasaron muy lentamente al principio –. Las palabras de
su primo sonaban como un suave susurro junto a su oído. – El gran
señor perdió las ganas de vivir y, tras aplicar justicia con sus propias
manos contra los que le habían provocado semejante dolor, su alma
no encontró descanso alguno; todo lo contrario, parece ser que
después de cortar todas aquellas cabezas se sintió muchísimo más
apesadumbrado si cabe.
Tras meditar durante varias semanas su mente parece que se perturbó
de tal manera que empezó a hacer multitud de cosas sin ningún
sentido. Entre ellas, la que más transcendió fue la que le llevó a
convocar a todos para transmitirles un deseo inenarrable al principio,
dado que lo intentó ocultar. Los rumores que todos creyeron ciertos
decían que lo que quería era volver a ver y hablar con su esposa ya
sepultada.
A quién consiguiera semejante hazaña le llenaría de riquezas, pero
quién osara intentarlo y no lo consiguiera él mismo le decapitaría en
presencia de todo el mundo. Debido a que la recompensa era tan
suculenta incitó a muchos para que lo intentaran, por lo que rodaron
multitud de cabezas al no conseguir nadie algo tan inhumano.
Hasta que un día se presentó ante él un falso mago, como le llamaron
desde entonces, para intentar hacer realidad su sueño. Nadie sabe
con certeza lo que ocurrió, pero lo cierto es que, después de su visita,
tanto el señor como el mago desaparecieron.
El final de la leyenda tiene dos versiones: la primera de ellas aboga por
hacer creer que el mago hizo que éste muriera plácidamente para que
estuviera con su hermosa esposa toda la eternidad y, dicen, que ahora
yacen juntos a los pies del pino. La otra, en cambio, cuenta que el
mago cumplió su deseo devolviendo a la vida a su amada mujer. Tras
ello huyeron juntos donde nadie les conociera para alejarse de
rumores y habladurías lo que, sin duda, haría de su segunda
oportunidad una gran pesadilla.”.
Todavía recordaba la cara que se le quedó tras oír aquella peculiar
historia de amor cuyo final era doble y abierto a especulaciones.
Prefirió no decantarse por ninguno de los dos finales, dado que los dos
le parecían increíbles e imaginarios. No dejaba de ser una leyenda y
ahora tenía entre manos un objeto que le hacía dudar de lo que era o
no real. Incluso seguía pensando que aquello debería de ser un sueño;
pero, aún siendo así, tenía que cumplir con su cometido que no era
otro que deshacerse del jarrón.
Se acercó a una de las barandillas y, aunque estaba prohibido, escaló
sobre ella para poder desprenderse de aquel objeto que le nublaba la
realidad. No sin esfuerzo consiguió encaramarse lo suficiente para
tener casi medio cuerpo por encima de aquellas rejas metálicas.
Desenvolvió el jarrón, lo cogió con ambas manos y se dispuso a
dejarlo caer. El efecto de la gravedad haría su trabajo y facilitaría a que
se hundiera en el fondo de aquellas aguas. Pero al intentar soltarlo
comprobó que sus manos se habían quedado adheridas al misterioso
jarrón. Era como si estuviera impregnado con el mejor de los
pegamentos y no podía desprenderlas de su superficie. De pronto
sintió como si el jarrón pesara cientos de toneladas lo que hizo que
callera junto con él.
En ese mismo instante, una especie de remolino se formó en el agua,
dejando un hueco en su interior por el que el jarrón y ella se
introdujeron. Aquel agujero no solo estaba creado en el agua, sino que
proseguía a través del lecho marino, lo que provocó que se deslizara
por él a una velocidad asombrosa sin ningún tipo de rozamiento.
Tras desaparecer el jarrón junto con ella por aquel hueco, poco a poco,
el agujero del lecho marino se cerró y el remolino formado en el agua
fue desapareciendo. Todo quedó tranquilo y en silencio, las olas iban y
venían como siempre lo habían hecho y el fastuoso puente se quedó
totalmente vacío, en él solo se oía el ligero aullido del viento.


Capítulo 7: El reencuentro
¿Se te ha hecho realidad algún sueño que creías imposible? Si no
es así, ¿te crees merecedor de él? ¿Lo ansías de tal manera que
serías capaz de hacer cualquier cosa por conseguirlo? Si tu
respuestas son afirmativas puede que, aunque todavía no se ha
materializado, tu sueño se cumpla. No desesperes.

Allí estaban en aquel islote Liu Yi, sus tres leales acólitos y el mago;
siguiendo las directrices de éste último, debían permanecer impasibles
y tranquilos. Corría una ligera brisa que hizo que se produjeran unas
diminutas olas en la superficie del lago. Era el día y la hora que había
predicho pero nada ocurría. Llevaban varias horas y el entusiasmo, la
expectación y las esperanzas se tornaban una a una en decepción,
pesadumbre y desinterés. Habían llegado los cinco en una pequeña
barca que habían varado al norte de la pequeña isla tras los pequeños
arbustos que eran la única vegetación que lo poblaba, según
indicación expresa del mago. Éste no decía nada, seguía inalterado y
simplemente esperaba como si estuviera acostumbrado a que el
tiempo pasara sin descanso ante sus ojos durante toda la inmensa
eternidad.
De repente distinguieron a lo lejos una especie de remolino que se
estaba formando en las claras pero profundas aguas azuladas.
Parecía como si se hubiera abierto el único sumidero del asombroso
lago y por él se empezara a vaciar inexorablemente. Pero en lugar de
vaciarse ocurrió todo lo contario: algo emergió por el centro de aquel
torbellino de agua. Estaba lejos y no podían distinguir exactamente de
qué se trataba, pero lo cierto era que, tras salir lo que fuere a la
superficie, el remolino se convirtió instantáneamente en un
espectacular géiser que, durante unos segundos, provocó que un gran
chorro de agua a presión se precipitara hacia el cielo, alcanzando casi
los cien metros de altura. Los cuatro se quedaron estupefactos ante
aquella visión; incluso empezaron a tener algo de temor: sabían que la
fuerza de la naturaleza es imposible de parar si ésta se lo propone. Liu
Yi, por su parte, aunque no disimuló su pavor, se mantuvo firme dado
que su corazón sentía que su deseo estaba a punto de cumplirse.


Entonces comprobaron que lo que surgió de aquellas aguas parecía
una persona que se acercaba surcando las aguas impulsada por una
fuerza sobrenatural. Iba dejando tras de sí un desmedido surco en el
agua debido a la gran velocidad que llevaba. La espuma que formaba
no les permitía apreciar de quién se trataba hasta que estuvo
suficientemente cerca: intuyeron que era una mujer que a duras penas
podía mantener la cabeza por encima del agua e iba asida al mágico
jarrón que un día se esfumó en su presencia. Los cuatro abrieron los
ojos estupefactos y con cara de innegable asombro.
A medida que se acercaba aminoraba de velocidad y, cuando estuvo
suficientemente cerca, Liu Yi se echó al agua para rescatarla. En ese
instante el jarrón se desprendió de sus manos y, levitando, se posó en
las de su dueño que, con gran maestría, como si lo hubiera hecho
miles de veces, lo introdujo en su sucio saco y después lo cerró.
Él la sacó portándola en sus brazos hasta la orilla. Ella se abrazó a su
cuello y apretó su cara fuertemente contra la de él con la sensación de
que le conocía desde hacía miles de años. Sus fuertes y tensos brazos
la estaban salvando de una vida sin rumbo e insulsa; sentía como si
renaciera de nuevo y empezara a regenerarse desde dentro.
La dejó en la orilla y la miró como si la conociera de siempre y fuera la
mayor de las extrañas a la vez. Su cuerpo, su pelo y su cara eran casi
idénticos a los de su amada, pero sentía que su interior se hubiera
renovado por completo. Tras mirarle a los ojos: uno azul y otro verde,
confirmó que su esencia era la misma y le trasladaban verdadero
amor, el mismo que le transmitían los suyos a ella. Entonces se
fundieron en un beso, pero no un beso cualquiera, era un beso
atemporal que se propagó por todo el espacio.
El recóndito deseo de Liu Yi, aunque escabroso para unos y del todo
irracional para cualquier persona cuerda, era poder volver a abrazar
una sola vez más a su amada y despedirse de ella como se merecía.
Fue tan rápido el desenlace que ese debe le roía vorazmente desde lo
más profundo de su ser. Sintió como si lo que debería de haber dicho y
hecho le hubiera generado en su interior una gangrena que
inexorablemente se propagaba y lo carcomía completamente. No
pensó en aquellos últimos minutos con ella que iba a ser la última
oportunidad que tendría. Sabía que eso le habría pasado a incontables
personas, pero él no se resignó a dejar de intentarlo. Y ahora estaba
inmerso en la profundidades del mar de la felicidad, su deseo se
estaba cumpliendo más allá de lo imaginable para cualquier ser
racional. A partir de ahora, al volver a tenerla junto a él, le diría
continuamente hasta la extenuación qué sentía y se lo demostraría con
hechos palpables e irrefutables que no podría vivir, ni por un instante,
esta nueva vida sin ella a su lado y demostraría sinceramente lo que la
amaba. Todo eso, y más, se lo diría y lo haría inagotablemente como si
fuera la última, para cuando realmente fuera así. Le habían dado una
nueva oportunidad y no la malgastaría por nada ni por nadie. Además,
la defendería con su propia vida hasta la extenuación.
Quizás hubiera otros tan agraciados como él o quizás no. Podría no
haber transcendido otro caso como el suyo por mantenerlo en el mayor
de los secretos como haría él. Así todos los que pasaban por
circunstancias semejantes creerían que son los únicos. Eso nunca ni
nadie lo sabrá. Sus tres compañeros le guardarían sus secretos. Los
conocía y confiaba en ellos, a cambio les dejaría como herencia su
señorío a partes iguales.
Entonces miró al harapiento mago que no dejaba de sonreír
burlonamente y se preguntó: “¿Cuántos habrán corrido mi misma
suerte al toparse con aquel falso mago portador de semejante jarrón?”.
No quiso preguntar nada a aquel pintoresco personaje, ni de dónde
venía ni dónde iba, ni tampoco de cuándo venía y qué futuro visitaría.
Liuyina, por su parte, sin dejar de abrazar fuertemente al que
consideraba el amor que siempre buscó, miró por encima de su
hombro y se fijó en el resto de figuras que estaban allí presentes. Su
expresión cambió bruscamente al fijarse en la cara del que estaba más
cerca de ellos. El mago la miró con su sonrisa perenne y le guiñó uno
de sus ojos vivaces y muy negro mientras la decía: “Te dije que te
esperaría, y aquí estoy”. Ella le devolvió la sonrisa, después de lo que
le había ocurrido ya no le sorprendía nada ni nadie, se abalanzó sobre
él para darle un abrazo y le dijo al oído: “Gracias”.
El portador del jarrón lo acarició introduciendo suavemente su mano en
el saco. Pensó que aquel etéreo jarrón lleno de tiempo y viajero del
espacio había vuelto a cumplir con su cometido con creces y había
conseguido hacer felices a quién se lo merecía. Nunca, nada ni nadie
le confundiría, sabía los sueños y deseos de todos nada más mirarles.


EPÍLOGO

Tras llegar todos a la orilla el portador del jarrón se despidió


cortésmente y con paso cansino se fue alejando del resto. Al llegar a
uno de los montículos se viró y alzó la mano a modo de despedida
perdiéndose de la vista de todos con el saco al hombro.
No tardó en llegar a su nuevo destino: el gran pino con sus dos verdes
ramas que se alzaban hacia el cielo. Muy lentamente y sin prisas, para
el que el tiempo es algo relativo e irrelevante, fue cogiendo una a una
las piedras que se encontraban desperdigadas por allí y por allá, y fue
amontonándolas una tras otra conformando un gran corazón alrededor
del árbol como si quisiera formar una muralla infranqueable a su
alrededor, con objeto de perpetuar para toda la eternidad lo que
aquello evocaba.
Tras finalizar con su obra cogió el saco, que previamente lo había
depositado junto al árbol, y se fue andando muy despacio allá donde
alguien desea lo más deseable, sin importarle el cómo. El destino y el
jarrón elegirán el quién, el dónde y el cuándo.

"Ten cuidado con lo que deseas y con la fuerza que lo haces, el jarrón
está lleno de tiempo y le sobra para quien verdaderamente se lo
merece".

FIN

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