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RAMIRO CALLE

JAVIER LEÓN

prólogo de joaquin tamames

AMOR

ES

RELACIÓN

Ó
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por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) —www.cedro.org—
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Primera Edición: Julio de 2014

© 2014 RAMIRO CALLE & JAVIER LEÓN

© Editorial Nous

Calle de las Minas, 13.

28.004. Madrid

nous@editorialnous.com

ISBN: 978-84-942170-5-0

Depósito Legal: M-18465-2014

Producción: Noumicon

Impreso en España. Printed in Spain

www.editorialnous.com
A todos nuestros amigos, aquellos que se relacionan constantemente desde el amor, el
cariño y el respeto.
PRÓLOGO

Muchas gracias queridos Ramiro y Javier por invitarme a prologar estos intercambios tan
sinceros en los que habláis del amor. Con vuestro permiso desearía compartir tres ideas o
realidades.
La primera es el regalo de haber nacido como seres humanos y tener la posibilidad de
desarrollar la plena consciencia y el amor. Ilustra muy bien este regalo lo que alguna vez Ramiro
has traído felizmente a colación: “imaginaos por un momento en los vastos océanos una argolla;
imaginaos por un momento que hay una tortuga que sólo saca la cabeza una vez cada millón de
años; e imaginaos que en el momento que saca la cabeza, la mete directamente en la argolla. Más
difícil que eso es haber encontrado una forma humana. Y tenemos que dignificarla creciendo
interiormente y poniendo los medios para el crecimiento, el desarrollo y la paz de los demás”.
Me parece muy importante ser plenamente conscientes de esta ocasión única (este milagro en
verdad) de ser, de encontrarnos unos a otros (de reconocernos), todos caminantes en este largo
camino (el camino de regreso a casa). Y también la llamada a dignificar nuestra vida y a
tratarnos con respeto, casi con reverencia. En ese respeto, pienso, hay un principio de amor.
En gran medida, constato, los seres humanos vivimos muy ajenos y completamente
alejados de esta idea.
La segunda, más realidad que idea, es nuestra vulnerabilidad como humanos. Llegamos y
nos vamos del mundo solos, sin equipaje y en un estado de enorme fragilidad. Cuando llega la
muerte, nos aferramos a este cuerpo como si fuera nuestra casa. El cuerpo se rompe y sentimos
que nos rompemos. A lo sumo este cuerpo es nuestra casa temporal y no nuestro verdadero
hogar, pero aún así identificamos que tenemos vida en función exclusivamente de la del cuerpo.
El budismo lo explica muy bien, pero no es el único que lo hace. Ya sabemos que esta
identificación es puro maya, ilusión; pero aunque no sea nuestro verdadero hogar, en esa
separación definitiva con el vehículo terrenal –que ya no sirve y debe ser desechado- sentimos
pérdida, disolución y dolor. Todos tenemos que pasar por ello, y por cierto con la mayor
humildad. Y antes de pasar por ello hemos normalmente sufrido la pérdida de seres muy
queridos que se han ido.
Nadie se escapa, como tan bien ilustra la historia de Krisha Gotami, la desesperada joven
madre que imploraba a Buda para devolver la vida a su hijo, y a la que Buda respondió: “sólo
hay una manera de curar tu aflicción. Baja a la ciudad y tráeme un grano de mostaza de cualquier
casa en la que no haya habido jamás una muerte”.
Hay al respecto de esta transitoriedad y fragilidad humanas un ejercicio muy válido para
desarrollar la compasión por todas las criaturas: imaginarlas en el momento de su nacimiento y
también en el de su muerte, en ese instante en el que el cuerpo deja de respirar y se hace el
silencio. Cuando visualizamos estos dos momentos, percibimos que todos los seres vivos son
merecedores de compasión porque tienen forzosamente que adaptarse a un mundo y sufrir en un
mundo en el que la pérdida es parte esencial de la vida. Y la compasión, a mi me parece, es la
antesala del amor.
En general, los seres humanos también vivimos de espaldas a ello.
La tercera idea atañe al alma, en el sentido de que “somos” un alma, en lugar de que
“tenemos” un alma. Es el alma humana como una manifestación del Alma Universal, y que
constituye nuestra naturaleza superior (divina). Y una de las principales características del alma
es el amor. Otras de sus características son la pureza, el gozo (la alegría), la paz y la verdad.
Cuando estas características se ponen de manifiesto en la vida surge la sabiduría. Y por lo tanto,
el ser humano encarnado, a medida que va desarrollando la sabiduría, podrá vivir en la
consciencia del alma más y más, y más. Es un círculo virtuoso que comienza cuando se descubre
que el objetivo de la vida es lograr la unión con nuestra naturaleza fundamental iluminada, esto
es, encarnar nuestro verdadero ser.
Dado que el amor es una de las características del alma, vivir desde la consciencia del
alma equivale a vivir desde la consciencia del amor, lo cual no es incompatible con estar aquí y
ahora y hacer lo que nos toca hacer. Es el ejercicio de crecer el ser y disminuir el ego, y es un
proceso que se retroalimenta hasta que el alma alineada con los tres cuerpos (físico, mental y
emocional) es finalmente la que toma el control y dirige, de tal forma que el cuerpo se convierte
en un instrumento a través del cual puedan fluir y manifestarse las características del alma (el
cuerpo como Templo del Señor). Para muchas tradiciones ese es el hermoso y luminoso destino
de los seres humanos después de múltiples encarnaciones. Esto es, aflorar la naturaleza crística y
búdica, llevar hasta sus últimas consecuencias aquello de hijos de Dios a imagen y semejanza,
construir lo que en terminología cristiana se llama el cuerpo de gloria.
Como en los dos puntos anteriores, podemos decir que una gran parte de la humanidad
vive totalmente ajena a esta idea.
Intento ahora relacionar estas tres ideas buscando su ligazón, y siento interiormente que
confluyen en el entorno de un espacio muy sagrado y sutil. Ese espacio es el hilo que nos une a
los unos con los otros como almas inmortales y asimismo con el alma universal, con el Divino,
que es fuente y refugio. En ese espacio caben un Dios inmanente (nuestra chispa divina ya
iluminada o en el camino consciente hacia esa iluminación, por lejana que esté) y uno
trascendente (el Uno, Dios). Cuando esta percepción de lo sagrado nos llega y nos invade ocurre
que estamos en contacto con el alma, y entonces se produce una comunión en la que el amor
brota de un modo espontáneo. Este proceso puede ser consciente o inconsciente. Entiendo que en
los seres iluminados, que son liberados vivientes, es inconsciente, permanente y universal.
Entiendo por ello que la mirada de estos liberados vivientes, que está llena de amor, cura y sana.
Es la mirada drishti, desde el alma.
Los seres humanos estamos como colectivo muy lejos del amor en esa acepción tan
sagrada que acabo de mencionar y a la que vosotros os referís en estas páginas. Lo atisbamos en
momentos muy concretos de nuestra vida. Contamos con múltiples recordatorios para hacerlo,
pero aún así nos cuesta siquiera creer en la posibilidad de alcanzar (no ya de mantener) ese
estado de comunión. Vidas y vidas de ignorancia nos han llevado a identificar la totalidad de
nuestro ser con el ego, y desde el ego no puede haber amor ni comunión. Hay una permanente
desconexión con la naturaleza fundamental iluminada a la que antes me refería, que es como un
recuerdo lejano, cada vez más borroso, una especie de sueño que se pierde.
Es la vida en el Jardín del Edén. Es la Edad de Oro del hinduismo. Es la vida en
comunión con Dios a la que se refiere el Bhagavad Gita. Es la esencia de la vida verdadera a la
que nos llama Jesús. Tu, Ramiro, llevas más de cuarenta fructíferos años (¡pienso muchas veces
en ti en clave de la parábola de los talentos!) explicando el por qué de esta desconexión, y
proponiendo generosamente la solución para volver a enchufarnos, que no es otra que el Yoga
milenario, la maravillosa ciencia de la Unión. Entretanto, como colectivo pareciera que seguimos
tan dormidos como cuando lo advertiste la primera vez. Lo cierto es que la conexión, de nuevo
hablando a nivel colectivo, está rota y que la sociedad humana parece tirar en dirección opuesta.
Pero sin embargo, hay esperanza…
Hay esperanza porque a nivel individual podemos crear universos. Cada uno de nosotros
podemos crear nuestro propio universo, podemos en realidad elegir la mentira o la verdad. A
nivel individual el contacto con el alma es posible. Y desde esa unión, es posible la Unión
mayor. Y yendo más allá de cada uno de nosotros (es aquí donde está esa esperanza), la senda de
transformación espiritual está hoy abierta al mayor número de personas que nunca haya conocido
la historia de la humanidad. Hay un gran despertar, con potencial de convertirse en despertar
colectivo. En ese despertar cada vez más y más personas empiezan a entender que el objetivo de
nuestra vida es lograr la unión con nuestro verdadero ser, y que todo lo demás vendrá por
añadidura, y por supuesto el amor.
Existe así la posibilidad de crear una masa crítica de consciencia que dirija a la
humanidad hacia la senda del amor. Es lento, llevará siglos, habrá muchos inviernos. Pero nos
ayudan.
Pienso que este libro contribuye también a crear esa masa crítica, y por ello os felicito.
Buen trabajo y un abrazo fuerte para los dos.
Joaquín Tamames
INTRODUCCIÓN

Esta obra nace de una sincera relación. Es un cambio de sentidas impresiones entre dos
buscadores espirituales que anhelan hacer de un mundo bueno, un mundo mejor, y que un día
acordaron que podrían compartir de forma abierta algunas impresiones y experiencias sobre la
relación, el amor y todo aquello que nace y vive en torno a ello.
Un mundo mejor, no cabe duda, comienza por una mejor relación entre todas las criaturas
vivientes y sintientes de este planeta. Ya sabemos que eso que damos por llamar ego nos separa
al mismo tiempo que el Ser nos une. El odio divide, pero el amor integra. Nos creemos
civilizados, pero estamos muy distantes de serlo; nos creemos seres humanos, pero todavía
somos homoanimales, a menudo condicionados por lo peor del animal y del ser humano. Pero
podemos poner los medios para mejorar y que eclosionen en nosotros las poderosas energías de
la compasión y la generosidad. Todo eso desde esa visión que desea penetrar el Misterio de todo
cuanto nos rodea.
La relación con los demás es un verdadero yoga, es decir, una auténtica senda para poder
despertar la consciencia y emprender la realización de sí. Somos en nosotros mismos y somos en
los demás. Por un lado tenemos que desarrollar fructíferamente nuestra mismidad, pero también
la otredad. En el escenario de la relación humana siempre podemos estar aprendiendo.
Al mirar a los otros, nos vemos a nosotros mismos. Lo mejor de nosotros debe ser
también para los demás. La relación con los otros admite todos los registros y tenemos que
construir los más nobles, cooperantes, creativos, generosos e inspiradores. Sartre dijo: “El
infierno son los otros”. Para alguien como San Francisco de Asís o Ramakrishna los otros
pueden ser el cielo. Si mejoramos las relaciones con las otras criaturas, si sacáramos lo mejor de
nosotros mismos para compartirlo, este planeta (que es el manicomio de los otros planetas),
podría tornarse un paraíso.
El trabajo sobre nosotros mismos para despertar, acrecentar la consciencia, purificar el
entendimiento y cultivar sentimientos bellos, es un modo esencial para tender lazos afectivos
sanos. Hay que aprender a relacionarse con uno mismo para mejor relacionarse con los demás,
pero también cuanto mejor se relaciona uno con los otros, mejor lo hace con uno mismo.
Hay una historia real: en una ocasión unos periodistas le preguntan al Príncipe de Gales
qué pensaba sobre la civilización. Repuso: “Como proyecto no me parece mal. Avísenme cuándo
lo pongan en práctica”. Pero los avances tecnológicos y científicos no nos han hecho más
civilizados, no nos han humanizado. Hay que restituirse a uno mismo en un plano más elevado
de consciencia y poder así compartirlo con los demás y tallar vínculos afectivos sanos y
genuinos, inspirados por la benevolencia y no envenenados por el egocentrismo. ´
Ojalá llegue el día en que el amor se esparza como el aroma del jazmín. Ojalá llegue el
día en que nos demos cuenta de que estamos en el camino para ayudarnos y de que no hay otra
cosa mayor para ello que el AMOR.
Ramiro Calle
CAPÍTULO I. LA VIDA ES UN MOVIMIENTO EN RELACIÓN

“La relación es el espejo en el que nos vemos a nosotros mismos tal como somos. Toda
vida es un movimiento en relación. No existe nada viviente sobre la Tierra que no esté
relacionado con una cosa u otra. Aun el ermitaño, un hombre que se marcha a un paraje
solitario, sigue en relación con el pasado y con aquellos que le rodean. No es posible escapar de
la relación. En esa relación, que es el espejo que nos permite vernos a nosotros mismos,
podemos descubrir lo que somos, nuestras reacciones, nuestros prejuicios y temores, las
depresiones y ansiedades, la soledad, el dolor, la pena, la angustia. También podemos descubrir
si amamos o si no hay tal cosa como el amor. Por lo tanto, examinaremos este problema de la
relación, porque la relación es la base del amor”. Krishnamurti
Estimado Ramiro,
Muchas veces hemos hablado de la importancia de las relaciones humanas, de las
correctas relaciones humanas. De alguna forma, todo está relacionado en la naturaleza y el
universo entero, con lo pequeño y lo grande, con lo íntimo, lo secreto y lo recóndito pero
también con lo que nace más allá de nosotros. El respirar se relaciona con el aire. El palpitar con
la expresión de vida. La mirada con la luz. El tacto con el rostro suave. Las estrellas con el
firmamento que sostiene tanta luminaria. El sol con su gravitación. Los átomos con su estructura.
Miremos donde miremos hay relación, interconexión, apoyo, cooperación, flujo continuo de
contactos y acercamientos. Y toda esa relación, como expresaba Krishnamurti en algún escrito,
está en continuo movimiento.
El otro día, mientras paseábamos cerca de tu casa por el Retiro, contemplábamos el
ahuehuete centenario, ese que dicen que es el más antiguo de la ciudad de Madrid.
Observábamos atónitos sus extensas ramas, como si el tronco estuviera estirando todo su ser para
alcanzar el cielo, para relacionarse con la vida que nace de la luz al mismo tiempo que estira sus
raíces para relacionarse con la oscuridad profunda de la tierra. Los árboles son un vivo ejemplo
de cómo se relacionan de forma tan extraordinaria y perfecta con su medio, el visible, ese que
pretende abrazar el cielo, y el invisible, el que penetra la cálida tierra profunda. Lo que para
nosotros parece una dualidad en nuestra mente ignorante y divisoria, en el reino natural de las
cosas se expresa como una unidad perfecta y armónica.
Los seres humanos nos relacionamos por necesidad. Necesitamos respirar al otro, tocarlo,
besarlo, abrazarlo, comunicar con el otro nuestras inquietudes y anhelos y viajar con el conjunto
hacia un destino común. La base de toda relación es el amor, aunque para algunos ese amor tan
sólo pueda nacer desde su primigenio más débil, el egoísmo o amor propio. En todo caso, nadie
puede escapar al amor, aunque sea minúsculo, y nadie puede escapar a la relación, aunque a
veces cueste entenderse con el diferente, con el igual, con el prójimo próximo.
Al mismo tiempo, como ocurre en tus clases de yoga, no podemos parar de movernos,
porque el movimiento es sinónimo de vida. Y la vida nos arrastra hacia su contemplación, hacia
el arrebato, hacia la felicidad de poder sentirnos privilegiados en este momento único, en esta
oportunidad irrepetible. Si dejamos de movernos nos extinguimos y si dejamos de relacionarnos
nos apagamos y desaparecemos. ¿Cómo entonces no abrazar un árbol, y cómo no hacerlo con ese
ser humano deseoso?
Ahora nos queda un largo recorrido para profundizar en la enseñanza de la relación, es
decir, en la enseñanza del amor y no la guerra, del dar y no esperar nada a cambio, de desear lo
mejor para todos y de proteger esa llama viva de esperanza en un mundo de mejores y más
poderosas relaciones. Ahora nos toca aprender cómo relacionarnos mejor, cómo abrazar mejor,
cómo comunicarnos mejor con el otro, con el medio, con el universo entero. Nos queda
comprender que la vida es relación y que esa relación requiere un movimiento continuo hacia el
aprendizaje. Aprender a relacionarnos, aprender a vivir mejor, más amorosamente, más
relacionados los unos con los otros, en paz y armonía, en plenitud y decoro.
Si te parece, podríamos aprender juntos a interpretar esa relación y buscar en sus raíces,
en su propia naturaleza, soluciones prácticas para que el mundo, deseoso de felicidad, pueda
guiarse en ese aprendizaje común.
CAPÍTULO II. APRENDIENDO A RELACIONARNOS

Es un continuo aprendizaje, querido Javier. Efectivamente, un largo y nada fácil


aprendizaje. ¡Hay tanto que aprender de nosotros mismos para poder aprender de los demás!
¡Hay tanto que aprender de los demás para poder aprender de nosotros mismos!
Una de las cosas que nos enseña la vida es que el aprendizaje comienza por uno: estar
atento a uno, conocerse, realizarse, verse en uno para verse en los demás y verse en los demás
para verse en uno mismo. ¿Sabes lo que decía Buda? “Si velas por ti mismo, velas por los demás;
si velas por los demás, velas por ti mismo”.
Somos una red, pero no nos damos cuenta de ello. El ego exacerbado (y ya iremos
hablando de él) nos aparta, nos aísla, nos hace meternos en nuestra torre de marfil, nos esclerosa,
nos limita y nos impide vivir la individualidad como hermosa, porque nos hace egoístas.
Pero volviendo a la interrelación: hay que comenzar por atenderse a sí mismo, y siempre
desde lo mejor que uno vaya despertando en uno, compartirlo con los demás, hacerlo circular,
regalarlo... Nunca imponerlo, nunca ser como el cocinero que hace sabrosísimos platos y se
empeña en que los demás los coman. A lo mejor hay quien prefiere comida basura.
No sé si conoces el cuento del acróbata y la aprendiza. Lo he incluido en alguna de mis
obras de narraciones espirituales. He aquí que un acróbata y su aprendiza van por los pueblos de
la India haciendo un número que consiste en que el hombre se coloca una larga pértiga sobre los
hombros y la niña sube al extremo superior de la misma y hace algunos equilibrios. Un día el
hombre le dice a su aprendiza:
- Amiguita, cuando estemos haciendo la representación, tú estate muy atenta de mí y yo
de ti, para evitar cualquier accidente.
La niña replicó:
- No, maestro, así no funcionaría. Para evitar cualquier accidente tú estarás muy atento de
ti y yo muy atento de mí.
Javier, nos relacionamos así como somos, ¿no piensas lo mismo? Lo desarrollaremos.
Estimado Ramiro,
Como bien indicas, nos relacionamos como somos, según somos, según hemos crecido y
nos han educado y nos hemos desarrollado. De alguna forma, nos hacen y nos moldean según los
patrones del espíritu común, del espíritu guía de nuestra raza y nuestra cultura. Nuestra
consciencia individual tarda en despertar. Incluso puede ocurrir que nunca lo haga ya que nos
sentimos protegidos y respetados en la alianza social. Bucear en nosotros mismos para
desarrollar una capacidad mayor de relación con el resto y con el mundo significa apartarnos de
ese patrón y denominador común para sumergirnos y explorar nuestro propio sistema interior.
El primer paso para entablar correctas relaciones humanas es poder conocernos a
nosotros mismos siendo capaces, libres, responsables y autogobernables. La emancipación libre e
individual es imprescindible para luego llegar aún más lejos. Y esta sólo es posible mediante la
búsqueda interior y el aprendizaje íntimo y profundo.
El segundo paso sería bucear en la trascendencia, un natural derivado de nuestra
búsqueda. Como decían los pitagóricos, conocer lo finito para alcanzar el infinito. Creo de
alguna manera en esa experiencia cumbre del ser humano, esa que, tras años y años de
autoconocimiento, observa en su capacidad interior una meta conexa más allá de sí mismo, más
allá de sus propios límites. El camino resulta fascinante porque primero debes separarte del
mundo para explorar tus propias inquietudes para, más tarde, buscar la mejor forma de
relacionarte de nuevo con el mundo. Abrazarlo desde una perspectiva más amplia, equilibrada y
poderosa.
La frase inscrita en el pronaos del templo de Apolo, en Delfos, siempre aparece
incompleta en nuestra memoria: “conócete a ti mismo”. Es cierto y es cierta, pero alguien se
empeñó en camuflar su segunda y hermosa parte, quizás desarrollada en otros tiempos o en otras
latitudes: “y conocerás al universo y a los dioses”.
En esa segunda revelación, en ese segundo nacimiento hacia la realidad común más allá
de nuestra propia y particular realidad personal, es donde nace la verdadera relación con el otro,
con las cosas y con el universo entero. Pasamos de ser aprendices y compañeros buscadores a ser
maestros de nosotros mismos. La automaestría es sólo un derivado, una consecuencia más de
nuestro intento por resolver las claves del mundo relacionado. No es una meta, sólo un paso más
que encierra una espiral de moradas que aún deberemos comprender y traspasar. En el vasto
campo de la experiencia, ese estadio es tan sólo una ilusión más, un escalón más.
Emprender este camino tiene sus propios peligros. Muchas veces hemos hablado de la
confusión que existe en nuestros días sobre la necesidad de búsqueda interior. Nos empeñamos
en seguir métodos que no hacen más que acrecentar nuestro ego, con sus trampas y sus vaivenes,
con sus recelos separatistas, orgullosos y en extremo vanidosos, capaces de aislarnos en una
especie de cortina que nos separa de la realidad y del otro.
En estos años hemos aprendido a conocer y reconocer esas trampas del ego, esa búsqueda
interior infatigable que jamás concluye, y que, por lo tanto, puede llegar a colapsar nuestra
propia lucidez. De ahí que la trascendencia se alcanza trascendiéndonos en nuestra búsqueda a
nosotros mismos. Buceando y explorando, una vez hemos crecido como seres individuales y
libres, en la comunión con el resto, en la sensata aportación vital de ser partícipes del progreso
común.
Para ello, si te parece, buceemos en esas trampas del ego y en cómo nos impiden
progresar como seres libres y amorosos.
CAPÍTULO III. EL EGO: EL GRAN ENEMIGO DE LA RELACIÓN

Estimado Javier,
Como ya hemos advertido, el gran enemigo de la relación es nuestro propio y limitado
ego. Existen impedimentos que surgen del ego: el orgullo, la altivez, la posesividad, las
expectativas, las proyecciones, el resentimiento, el afán de poder, las dependencias mórbidas,
etc. Muchas veces, el paupérrimo nivel de capacidad de amor consciente y de relación del ser
humano está limitado por nuestro ego. Es por ello que las relaciones suelen ser egoístas y
egocéntricas.
Conocerse es imprescindible, pero no conocerse en lo superficial, dos o tres rasgos de
carácter y ya está, eso no basta. Conocerse en lo profundo para ir desgranando qué es uno y qué
no es, y liberarnos de todo lo adquirido, de todo eso que creemos tan nuestro y no nos pertenece.
Conocernos para descubrir cuántas carencias emocionales, cuántos torturadores internos, cuántos
huecos y agujeros, cuántos patrones viejos que nos condicionan. ¿Cómo vamos a poder
relacionarnos bien con los demás desde ese repetitivo circuito en el que estamos inmersos de
apegos y odios, impositivismos y expectativas, posibilidades y proyecciones que enturbian la
consciencia e impiden la revelación de lo que somos y lo que realmente son los demás? Estamos
a medio camino. El término mediocre: a medio camino. ¡Qué mediocres somos en la relación
con los demás! Exigiendo, reprochando, convirtiéndonos en jueces, cayendo en todas las trampas
y vaivenes que señalas del ego. ¿Conoces la narración del yogui-juez? Como se había ido el juez
de una localidad y tenía que celebrarse un juicio, recurrieron a un yogui que meditaba en el
bosque. Llegó el día de la vista. La parte demandante expuso su alegato. El yogui-juez dijo:
“Tiene usted razón”. Luego lo hizo la parte demandada. El juez dijo: “Tiene usted razón”. El
escribano, muy enfadado, levantó la cabeza y rezongó: “Señoría, ambas partes no pueden tener la
razón”. El juez dijo: “Tiene usted razón”.
Pero todos hacemos cargos a los demás, utilizamos, como diría Buda, la lengua como un
estilete para herir a los otros. El ego siempre tratando de imponerse, juzgar, manipular, sacar
ganancia y ventaja. ¿Qué tipo de relación puede haber ahí? Desde el ego la relación es siempre
en líneas paralelas que no se encuentran. Desde el ego la relación es fea y competitiva. Desde el
ego nunca puede haber verdadero amor. No se trata de no saber poner límites cuando sea
necesario o de ser firme o de saber decir que no, pero se trata de que el ego no sofoque nuestros
sentimientos más bellos y no interfiera de continuo en la relación con los demás.
¿Sabes, Javier, cuál es el problema? Que no tenemos un ego maduro, equilibrado y
armónico, sino un ego exacerbado, que no tiene ojos para mirar las necesidades ajenas y menos
atenderlas. Y el ego nos hace vulnerables, nos sentimos agraviados por todo, siempre tenemos
que estar a la autodefensiva, cuando en realidad las autodefensas no hacen otra cosa que
aprisionarnos a nosotros mismos, impedirnos fluir, estar en apertura, ser espontáneos y afables.
Sigamos entre los dos explorando por qué el ego y el daño que nos hace. ¿Puede haber
verdadero amor desde el ego? ¿Podemos llegar a conocer realmente a los demás si somos
grandes desconocidos para nosotros mismos? Y una cuestión esencial: ¿Se puede uno relacionar
de ser a ser si estamos en un paupérrimo nivel de consciencia y vivimos de espaldas a ese ser?
Más aún: el ego es violencia. ¿Puede haber verdadera relación de amor desde la violencia, que
ejercemos con pensamientos, palabras, desdenes, sarcasmo y silencios agresivos?
Estimado Ramiro,
Justo cuando estaba leyendo tu reflexión sobre el ego acababa de terminar el capítulo
sobre sexo y poder dentro del libro sobre la asexualidad en el que estoy trabajando. El capítulo lo
empezaba con una reflexión de Erich Fromm sobre las bases comunes del amor: cuidado,
responsabilidad, respeto y conocimiento. Se nos hace difícil plantear estas bases en cualquier
tipo de relación si pensamos que las mismas están basadas en eso que vagamente damos por
llamar ego. No creo en la dicotomía “bueno-malo” que desde nuestra cultura occidental tenemos
tan arraigada. Tal vez es el uso que hagamos de las cosas lo que nos producirá beneficio o
pérdida, y por lo tanto, tendremos esa conclusión sobre lo que pueda llegar a ser bueno o malo.
Lo mismo puede ocurrir con el ego, ese vehículo que nos permite relacionarnos con el
medio, con la circunstancia y con el otro. En una de tus clases de yoga mental a la que pude
asistir, decías algo cargado de profundidad: el problema del ser humano es que aún se comporta
como un homo-animal. Realmente esa es la partida de nacimiento que tanto nos condiciona el
resto de nuestros días. Seguimos comportándonos como auténticos animales, olvidando nuestra
capacidad de amar, nuestra capacidad de razonar, nuestra capacidad reflexiva y nuestra
capacidad artística de crear, a partir de la experiencia, el amor o la reflexión, un mundo
totalmente diferente al conocido.
El ego que está excesivamente apresado por los condicionantes de la personalidad animal
no podrá pensar en términos de relación, excepto cuando la misma se basa en el poder, el
dominio o la autoridad, y no en el amor, el dar y el compartir, la cooperación o el apoyo mutuo.
Un ego reflexivo se vuelve tenue y compasivo, y por lo tanto, no fortalece los obstáculos de la
relación amorosa, más bien los facilita, los abraza y los eleva a un nivel más armónico y
saludable.
Por ello coincido contigo cuando afirmas que no tenemos un ego maduro y equilibrado,
capaz de mirar al otro por encima de cualquier interés o dominio, comprendiendo esa gran
verdad de que aquello que hace bien al otro, nos hace bien, por añadidura, a nosotros mismos.
¿Pero cómo comprender eso desde nuestra base homo-animal? ¿En qué escuela nos educan para
comprender que la competencia y el egoísmo no forman parte del nuevo ser humano? ¿No ocurre
más bien todo lo contrario? ¿No están basados los programas pedagógicos actuales en el egoísmo
y la competición, en la supervivencia del más apto? ¿Qué clase de pedagogía está basada hoy día
en el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento del otro para poder amarlo desde
la plenitud, y no desde el egoísmo o el despotismo más absoluto?
Estamos enfermos de ego. Todos hemos sufrido alguna vez de alguna enfermedad, en
mayor o menor medida, relacionada no con el cuerpo físico, vital o emocional, sino con uno de
los cuerpos más complejos de todos: el mental. De todas las enfermedades posibles, una de las
más complejas y difíciles de tratar es la enfermedad del ego, también conocida por los expertos
de la medicina psiquiatra como enfermedad de narciso o narcisismo o “yoísmo”.
Es fácil describir los síntomas de la enfermedad del ego: arrogancia, orgullo, prepotencia,
autosuficiencia, vanidad, jactancia, vanagloria… Normalmente uno enferma cuando ha creído
poseer algún tipo de revelación, de don, o por tener alguna virtud o cualidad superior a la media,
o por un golpe de suerte, o por un mal curado daño emocional -como defensa ante las agresiones
exteriores-, o el peor de todos, el orgullo espiritual o la inseguridad oculta en uno mismo.
Para muchos expertos, estamos ante la era del narcisismo, la era de aquellos que se creen
autosuficientes, que no creen en la importancia del apoyo mutuo, del equipo, de aquellos que
rinden culto al egocentrismo y al individualismo. Lo vemos en los individuos y en las naciones,
lo vemos como reacción a un mundo que se cree autosuficiente y que puede prescindir del resto
sirviéndose de algo que han legitimado y normalizado como verdadero y necesario: el egoísmo.
Una persona enferma de ego no podrá atender a aquellas advertencias que perturben la
propia imagen positiva que tienen de sí mismos. La realidad sólo la acepta si tiene que ver con su
propia realidad. Todo lo demás forma parte de una perturbación, de una incomprensión sobre ella
misma o de un ataque frontal hacia su “perfección”. En definitiva, de un falso sentido de
identidad.
En la enfermedad extrema, el narcisista vive en una continua exaltación hipermaniaca, en
un constante delirio de grandeza donde dibuja la realidad a su antojo, viviendo aislado en sus
fantasías, en su realidad modificada, en su seducción continua para conseguir todo aquello que
refuerza su propia imagen de éxito, de poder, de gloria. Todo ello, por supuesto, sin contar con
los demás, sino, más bien, rechazándolos (véase el apasionante síntoma narcisista de las naciones
que desean y reclaman la independencia sin contar con el otro). Y por supuesto, todo aquello que
critica su imagen, es producto de destrucción, de locura o de enemistad profunda.
La sanación de esta dolencia mental es compleja, porque un ególatra nunca reconocerá
por sí mismo que lo es, al igual que una persona muy insegura que recurre al narcisismo o al
egocentrismo nunca reconocerá su debilidad. El bálsamo para paliar todos estos síntomas
siempre son grandes dosis de humildad, de compasión, de amor hacia lo extraño, de tolerancia,
de perdón y autoperdón, de empatía hacia lo exterior y de sentimiento común ante los hechos
objetivos y compartidos. Una buena forma de sanar un ego dañado es, como decía la madre
Teresa de Calcuta, “amando hasta que duela”, o “dando hasta que duela”. Un viaje a la India o a
África de voluntario, donar algo a lo que tenemos mucho aprecio, ofrecer al otro aquello que
necesita, aceptar las críticas y observaciones de nuestros amigos y comprobar por nosotros
mismos su certeza, saber aceptar regalos… Hay un infinito mundo de posibilidades para poder
empezar a sanar, pero la más importante es la paciencia, la identificación del problema y la
posibilidad de alguien que nos guíe por ese mundo desconocido al que llamamos generosidad.
Una buena guía externa será una forma de cura, porque delegamos en otro nuestro poder y
aceptamos con humildad y a veces incluso con obediencia aquello que no nos gusta.
Para entender el ego, sus debilidades, sus flaquezas, debemos empezar a profundizar en la
comunicación y la comunión con el otro. No basta con conocerlo, es necesario ponerlo a prueba
en las relaciones, abrirnos sin miedo al otro a sabiendas que el miedo y el terror a relacionarnos
es precisamente lo que nos aleja del amor. ¿Cómo se te ocurre esa comunión? ¿Y cómo entablar
esa comunión con el otro?
CAPÍTULO IV. COMUNICACIÓN Y COMUNIÓN. AMOR
EGOCÉNTRICO Y AMOR EXPANSIVO

Estimado Javier,
La comunicación es el encuentro de dos mentes, la comunión de dos seres o almas que
desean expresarse libremente. Por ello hay diferencias significativas entre el amor egocéntrico y
el amor expansivo. Si te parece, Javier, examinamos un poco el amor egocéntrico y luego el
amor expansivo, que yo llamo amor consciente o amor con sabiduría. Estamos explorando, no
criticando ni censurando. Ya sabemos que el amor egocéntrico es humano, pero podemos
purificarlo y mejorar así la relación con los demás para que no sea una caricatura, una
pantomima, algo insustancial. Aquí sí que podría decir “vamos a ir aunque no lleguemos”. Pero
podemos todos aproximarnos al amor más consciente, al amor vivido con un poco de sabiduría.
El amor egocéntrico está lleno de condicionamientos, por eso no puede ser ese amor
incondicional que preconizaban Buda, Jesús y tantos otros grandes iniciados. Es un “amor” que
se basa en expectativas, exigencias e impositivismos, celos, afán de posesividad, hacer a la otra
persona a nuestra imagen y semejanza, dominarla, manipularla más o menos sutilmente. Es como
una transacción afectiva: “Si me quieres, te quiero; si me tratas bien, te trato bien; si me das te
doy”. Es un amor muy contingente. Hoy le puedes decir a una persona “daría mi vida por ti” y
mañana se la quitas. Ese tipo de amor, tan humano, sí, pero tan condicionado, no acepta a las
personas como son, sino que las quiere modificar.
Surgen las frustraciones, los malos modos, las regañinas, los reproches, e incluso sutiles
pero inexcusables extorsiones. “Te quiero mucho”, pero porque te quiero mucho tienes que hacer
lo que yo impongo, lo que a mí me gusta, lo que yo creo. Ese amor está coloreado por patrones,
descripciones, y vivimos así los deseos y sueños de los demás.
No me resisto a contarte la historia de una viejecita que al llegar a los cien años la visitan
los periodistas y le dicen: “Ha debido ser muy feliz en su vida, ¿verdad?” La anciana responde:
“¡Oh, no! No he sido nada feliz. Cuando era niña vivía en base a las descripciones, sueños y
deseos de mis padres. Luego me casé y lo hice a través de los de mi marido; después a través de
los de mis hijos, y sucesivamente de mis nietos y biznietos. ¿Saben una cosa? Si volviera a nacer,
me haría paracaidista”.
En las antípodas del amor mecánico o egocéntrico está el amor consciente o con
sabiduría. Es una senda difícil, es un gran yoga. Se trata de vivir la relación humana con
consciencia, con generosidad, desde la tolerancia y el respeto, liberándola de todo tipo de
contaminaciones egocéntricas. El ego no ama, quiere poseer, acumular sensaciones gratas, odiar
las ingratas. Que una persona ahora te agrada, abrazos; que ahora te desagrada, rechazo. Hay otra
dimensión de consciencia y otra dimensión de amor. Javier, ¿se puede aprender? Sí. Elevas el
dintel de la consciencia, en la relación se hace más consciente y amorosa. Todos compartimos el
mismo espacio físico, pero no el psíquico. El amor sin sabiduría puede tornarse sumamente
peligroso, y en lugar de poner alas de libertad pone grilletes. ¡Y también tenemos que tener
cuidado con la palabra amor, tan manoseada, tan falazmente utilizada por políticos,
telepredicadores, gurús egomaniacos...!
Estimado Ramiro,
Resulta difícil profundizar en el amor cuando es algo tan poderoso como para mover y
sostener universos y tan frágil como para que se nos escape del entendimiento humano sin poder
siquiera saborear un ápice de su esencia verdadera. De ahí nuestra necesidad de comunicar amor,
de sentirnos en comunión con el otro.
Creemos muchas veces que amar es lamentarse, regocijarse en las relaciones
dependientes basadas muchas veces en la autoridad o el poder, en el egoísmo y la confusión más
pueril. La fórmula de Erich Fromm, el cual hacía una interesante crítica sobre ese ser humano
transformado a sí mismo en un bien de consumo, es bien simple: cuidémonos,
responsabilicémonos, respetémonos y hagamos un esfuerzo para conocernos a nosotros mismos
y de paso, para conocer al otro. Siendo una fórmula tan sencilla, ¿por qué nos cuesta tanto
alcanzarla y ponerla en práctica? Quizás por esa falta de comunicación. O quizás, como bien
señalas, por esa falta de comunión con el otro, debido a ese exceso de amor mecánico y
egocéntrico, de amor excesivamente apartado del resto.
Ya hemos dicho alguna vez que no es más rico el que tiene mucho, sino el que da mucho.
En ese sentido somos una sociedad bastante avara, porque siempre estamos pensando desde la
pérdida. Somos, por mucho que poseamos, indigentes y seres empobrecidos, egos ambulantes
cargados de necesidades insatisfechas y vacías.
¿Cómo salir de esa indigencia social y personal? Relacionándonos, comunicándonos,
amando desde la comunión de las almas que no es más que ayudar al otro, compartiendo
momentos felices y amables, porque el que da realmente no es aquel que da cosas, sino el que
ofrece desde la sinceridad absoluta experiencias enriquecedoras, el que da armonía y paz, el que
procura belleza y ternura al otro. Son las propiedades interiores las verdaderas riquezas. Las
cosas materiales son sólo cosas. Pero las perlas interiores, el dominio de lo específicamente
humano, como nos decía Fromm, es el mayor bien que podemos dar.
Por eso lo mejor que podemos ofrecer está en nosotros mismos, aquello que nos hace
procurar vida, dando lo mejor de nosotros, lo que nos hace nobles y humanos. El amor, nos dice
Fromm, es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Se ama aquello
por lo que se trabaja, aquello que cuidamos y protegemos, aquello a lo que nos acercamos con
responsabilidad y respeto, y siempre, con conocimiento. Amar es relacionarnos y trabajar
activamente en que esa relación sea duradera, amable, sencilla y enriquecedora para ambas
partes. Eso requiere trabajo, mucho trabajo, y conocimiento, mucho conocimiento y
comunicación y comunión para así relacionarnos desde el amor expansivo. ¿Y no crees que este
amor expansivo nos acerca de alguna forma a la compasión? ¿Acaso la compasión no es el grado
máximo al que podemos alcanzar en cualquier tipo de relación, sea entre humanos, de humanos a
otras especies o entre humanos y el universo entero? ¿No es la compasión un reguero de plenitud
que nos acerca aún más al principio cósmico de relación y vínculo?
CAPÍTULO V. COMPASIÓN

¡Oh, la compasión! La orquídea más hermosa de todas las orquídeas de este gran jardín
explorado. Sin embargo, qué poco se aprecia en este mundo de egoísmo, codicia y agresividad.
Mi buen amigo el yogui Baba Sibananda de Benarés nos dijo: “El amor es una flor que florece en
muy pocos jardines”. Fue mi último encuentro con él y estaban también conmigo Luisa, mi
mujer, y mi fraterno amigo el periodista Jesús Fonseca. Después murió con la misma dignidad
que había vivido.
Cuando le visitaba en Benarés, me decía: “Ramiro, el único sentido de la vida es cooperar
en la dicha de los demás. De otro modo, la vida pierde su sentido”. Pero, ¡cuánto nos cuesta ser
realmente compasivos! No una compasión pasiva, inoperante, sino una compasión activa.
¿Sabes, Javier, qué decía Jung? Que ni siquiera sabemos lo que es querer. Ser realmente
compasivo, dejar que el amor verdaderamente alumbre en el corazón, no es es fácil. Pero si algo
necesita este mundo, es compasión, la energía poderosa que puede combatir el odio, la codicia, el
desamor, la exploración y la denigración.
Compasión: padecer-con. Y en todo tipo de relaciones la compasión es necesaria, porque
nos permite ver las necesidades ajenas y atenderlas. No se trata de barato sentimentalismo o
sensiblería, no, sino de ese sentimiento profundo que nos identifica con el dolor ajeno y nos
inspira para poder aliviarlo; de ese humanizante sentimiento que nos guía para evitar causar
daños a los seres sintientes. La compasión hace la relación más profunda, provoca un estado de
comunión reveladora, nos hace benevolentes e indulgentes, tolerantes, y nos ayuda a aceptar los
distintos lados de las personas con las que tratamos, sin dejarnos llevar tanto por las censuras, las
descalificaciones, la ausencia de genuina aceptación del otro si no está de acuerdo con nosotros o
nos contraría.
Mediante la compasión nos hacemos eco de las penas y tribulaciones de nuestros seres
queridos, de las otras personas, de los tan castigados animales. Mi admirado amigo el monje
budista Nyanaponika, decía: “La compasión, que es la más sublime nobleza del corazón y de la
inteligencia, que sabe, comprende y está lista para ayudar”.
Con nuestra mujer o nuestro marido, con nuestros hermanos y familiares, con nuestros
amigos, debemos relacionarnos desde la compasión, porque la compasión nos hace ser
comprensivos y poder ponernos en el lugar de los otros. Si hubiera un poco más de compasión
cambiaría la faz del mundo y su sanadora influencia se propagaría hasta el ultimo rincón del
planeta. Todo es atroz sin compasión y como decía el sabio Nisargadatta, “incluso la vida sin
amor es un mal”.
Estimado Ramiro,
Si ya es difícil hablar sobre el amor en sus niveles más sutiles, más difícil es hablar sobre
la Compasión, que es el amor que está más allá del amor más puro.
Todavía estamos enfocados en un amor denso, emocional, pasional y astral, dual y lunar,
que depende de si algo o alguien nos cae bien, si no nos estorba o nos ayuda en el camino o si es
químicamente armonioso con nuestros intereses, pensamientos, conductas y emociones.
Necesitamos motivos para amar como si fuéramos un imán en busca de la polaridad que nos
falta, cuando la dualidad real no es entre personas, sino entre personalidad y alma. La dualidad
está en nosotros, y cualquier búsqueda de algo que creemos que nos falta realizada en el exterior
de nosotros mismos, sólo nos lleva a un cúmulo de experiencias que nos van a recordar que
nuestras carencias se encuentran en nuestra propia alma.
Cuando la conciencia se enfoca en nuestro interior, ya no hay búsqueda, sólo encuentros,
ya no hay dualidad, sólo unidad, porque la personalidad esta al servicio del alma. Entonces
descubrimos el Amor Solar, que no es dual, ni depende de fases o estados de ánimo como la
Luna, y nos sentimos Prometeos llevando el fuego del Sol a los humanos, o el Aguador llevando
el agua de la vida al sediento.
Mas allá de este Amor que da sin esperar, porque nada necesita, está el Amor que a falta
de una palabra mejor podemos denominar Compasión, amar con-pasión a todo ser, con todo el
Ser. Esta es la más estrecha y profunda de todas las relaciones.
Si el amor del alma da vida y agua al sediento, el amor que está más allá, da vida a
nuevos universos, y reconfigura las realidades de acuerdo a los arquetipos que el Absoluto creó
para el universo en el que vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.
Amor puro, que no es solamente una simple emoción, sino muy lejos de esto, razón pura,
expresión pura dentro de algo tan sutil como la limpieza del corazón.
Es el amor en acción. Su radiación no permite ninguna forma o geometría incorrecta, no
las destruye como el primer rayo, ni las redime como el segundo rayo, ni las ilumina como el
tercer rayo. Es un sol completo que ilumina cuantos amaneceres sean necesarios. Como decía el
yogui Sibananda al que tanto aprecias, cooperar en la dicha de los demás… ¿hay algo más
profundo y bello que eso mismo?
CAPÍTULO VI. LOS VELOS QUE NOS SEPARAN

Aunque la comunicación más profunda se celebra desde el corazón, es indiscutible que


interviene la mente y que dependiendo de la claridad de la misma, la relación será más auténtica
o, por el contrario, más deformada o falseada. Todos sabemos bien cuántas preciosas relaciones
se han venido abajo por malentendidos o equívocos. Es posible evitar con más seguridad esas
fracturas en las relaciones si logramos una mente que puede ver la relación con mayor
imparcialidad.
Necesariamente, tenemos que ir eliminando esos velos de la mente que tanto minan las
relaciones humanas, y entre los que quiero destacarte, Javier, algunos de ellos son: el velo
interpretativo, el velo egocéntrico, el velo imaginativo, el velo de nuestras carencias
emocionales, el velo proyectivo y otros.
Muchas veces lo que interpretamos no es lo que es, y ocurre con frecuencia que falsas
interpretaciones arruinan no pocas relaciones. Vivir en un mundo de ilusión es vivir en un mundo
mentiroso.
El velo egocéntrico es uno de los más difíciles de rasgar y de los más difíciles de
penetrar. Hay una historia muy bella que me gustaría relatarte: un hombre acude a llamar a la
puerta de la mujer que ama. Desde dentro de la casa una voz pregunta: “¿Quién es?” “Soy yo”,
dice el hombre. La voz femenina se hace oír de nuevo: “No está maduro para que nos amemos.
Vete al bosque un tiempo y medita. Luego vuelve”. Unos meses después regresa el hombre y
llama a la puerta: “¿Quién es?”. El hombre responde: “Soy tú” y la mujer dice: “Entra rey de
corazones, no había en esta casa lugar para dos yoes”. A pesar de la profundidad de esta historia,
hay que evitar la simbiosis enfermiza y hay que aprender en la relación de cualquier tipo a
respetar los tres espacios: el tuyo, el mío y el nuestro.
El velo imaginativo de la mente también puede crear muchas complicaciones, porque nos
hace percibir lo que queremos percibir o lo que tememos percibir, pero no lo que es.
Fantaseamos sobre una persona y luego resulta que nada tiene que ver con nuestras fantasías. En
lugar de verla y aceptarla como es, nos hemos extraviado en la peligrosa tela de araña de las
fantasías.
Lo mismo pasa con el velo proyectivo. Proyectamos en la otra persona lo que hay en
nosotros o lo que queremos que haya en ella. Es como la ley del reflejo. Sólo vemos en el otro
aquello que nace en nuestro interior.
Siempre existe el riesgo cuando dos personas se relacionan de que en realidad lo estén
haciendo seis: las dos tal cual son, las dos que uno imagina que son y las dos que uno quiere que
sean. ¡Endiabladas expectativas! Por estar en las expectativas, generamos desencanto y
frustración. ¡Vaya forma de amar! ¡Vaya modo de relacionarnos!
¿Y qué me dices, Javier, del velo producido por las carencias emocionales? O sea, que
como tenemos tantos agujeros, tantas complejidades, la otra persona tiene que resolvérnoslos. Y
podemos incluso, debido a esas carencias, volvernos pordioseros de amor, dependientes
patológicos. Cada uno tiene que encender su propia lámpara, ¿no es así? La relación debe
liberarse de vínculos insanos de dominio, dependencia o simbiosis.
En suma, hay un buen trabajo emocional que hacer con uno mismo para que las
relaciones se saneen y sean plenas y enriquecedoras. Pero la relación misma es un maestro, es un
espejo, en un escenario donde bruñir la consciencia, eliminar ñoños estados de ánimo y aprender
a ser.
Estimado Ramiro,
Lo que expresas es profundo y digno de reflexión, porque sin duda, aquello que nos
separa del otro es nuestro propio abismo, nuestro propio miedo, nuestro propio vacío. Aquello
que somos es lo que hace que las distancias con el otro sean mayores o menores. La mente, como
bien dices, es una maraña de identidad, de ego, de separación. La mente separa, con sus dudas y
sus miedos y sus tormentos todo aquello que el corazón une. Pero en el fondo todo es unidad,
todo son etapas que nos conducen a la unión más allá de lo separado y aislado.
Como decía Matthieu Ricard , “cada etapa es un avance considerable hacia la plenitud y
la satisfacción profunda. Todo viaje espiritual es como ir de valle en valle: la travesía de cada
uno de sus pasos nos revela un paisaje aún más esplendoroso que el anterior”. En ese esplendor
del que habla Ricard, no puede haber más que unicidad con el todo, relación e interrelación con
todo cuanto existe. Por eso, como bien dices, sólo debemos ser conscientes de esos velos que nos
separan para rasgarlos en nuestro viaje de valle en valle.
A veces, desde nuestra perspectiva tendemos a pensar que nuestra consciencia es algo
divisible, que somos individuos con capacidad de alternar nuestros deseos y nuestras necesidades
hacia una vida libre. Pero realmente no somos individuos. La individualidad es una ilusión de
nuestra mente. Nuestras consciencias son como el flujo de un río que fluye por un caudal
impermanente que termina en un océano de inmensidad. Son nuestras necesidades y nuestros
engañosos deseos los que nos separan de ese fluir constante. Los que limitan nuestra vida en
parcelas de “mío” y “yo”. Pero en la vida todo es unidad, unicidad. No existe “mi” mente y “tu”
mente, sino la mente, el flujo, el pensamiento incesante.
Mente, vida y consciencia son tres aspectos de esa unidad que se manifiestan de forma
diversa como una gran red que anuda nodos, pequeñas unidades de luz, pequeñas chispas que
deambulan de un lugar a otro más allá de la ficción de muerte, de final. Realmente es un reguero
constante, interminable, no sólo a nivel molecular, sino a nivel cósmico. Todo está relacionado
desde esa unidad primordial.
Cuando pensamos en estas cosas tenemos la necesaria convicción de que esa unidad
requiere una entrega diferente, una visión especial, una responsabilidad ante ese mar que ahora
observamos. La visión de unidad es proporcional a esa chispeante luz que ilumina las ilusiones
separatistas del ego, anulándolas o ignorándolas al despojo de las sombras. Esa tímida luz no
puede esconderse, debe ser transmitida, compartida como puntos que se iluminan unos a otros.
Es la llamada vagamente creación de consciencia. Consciencia de unidad, consciencia de ser una
humanidad en un mundo con una visión común y en un destino que como el flujo de un río,
terminará inevitablemente desembocando en el ancho mar relacional.
Hay un viaje interior, espiritual o como queramos llamarlo. Un caminar que nos acerca a
ciertas verdades más allá de lo puramente ilusorio, de lo puramente material y egoísta y que nos
va alejando irremediablemente de los velos que mencionas. Dar un primer paso es aceptar que
existe ese camino, ese viaje. Un segundo paso es vencer las resistencias a poder aceptar el
cambio inevitable, una forma y un estilo de vida diferentes, una visión revolucionaria de todo.
Un tercer paso es enfrentarnos a los miedos que nos separan de esa visión. Y cuando hemos dado
el primer paso, cuando hemos perdido las primeras cosas del pesado equipaje que siempre
cargamos con nosotros, la magia nos transforma y el camino nos lleva hacia una visión aún más
maravillosa e increíble que la anterior. Y ahí empieza la unidad. Ahí empieza el delirio de no
sentirnos separados. Ahí empieza el fluir hacia la entrega y la renuncia, hacia el verdadero
propósito que nos persigue y clama atención. Unidad y relación, en definitiva, amor más allá de
la diferencia y la secesión.
CAPÍTULO VII. SEXO Y PAREJA. APRENDIENDO A
RELACIONARNOS

La sexualidad es un misterio, ¿verdad, Javier?, un extraordinario misterio. Puede ser


todo, puede ser nada. Lo que se llama coloquialmente (y detesto esta expresión, pero es para
entendernos) “echar un polvo” es como escupir: un proceso orgánico o como rascarse, y cuanto
más te rascas más te lleva a hacerlo, como a los coleccionistas compulsivos de contactos
sexuales o a los saltacamas. No es sexualidad, es sexo. Y el sexo puede ser muy degradado,
incluso cutre. Pero la sexualidad está en otra dimensión, sobre todo la sexualidad con
sentimiento. Ya declaraba D. H.Lawrence que la mayoría de las personas fornicaban como
perros. Por eso, es necesario discernir entre sexo por el sexo (y no tengo nada contra el sexo
divertido, para el que le sirva), sexualidad como tal, sexualidad sin amor o sexualidad con amor.
Las feromonas, lo que llamaba Reich los orgones, hacen aparentemente la misma función, pero
en realidad hay un abismo entre la sexualidad sin amor y la sexualidad con amor. Quizá una de
ellas deshumaniza y la otra, por el contrario, humaniza. Cuando hay sexualidad sin sentimiento,
tras la satisfacción erótica, las personas se distancian (al menos anímicamente), pero cuando hay
sexualidad con amor y sobre todo si es con “almor” (amor del alma), hay una comunión de
almas, hay una bendita aproximación saludable.
A quien le apetezca o le tome, que practique el sexo por el sexo. Pero la sexualidad
amorosa está en otra dimensión, y no sólo es un festín de los sentidos, sino una celebración
espiritual.
Con respecto a la sexualidad hay varias actitudes y opciones. Te citaré algunas: la
asexualidad, la contención sexual consciente (que no es represión, sino alquimia,
transformación), la sexualidad ordinaria y la sexualidad consciente, que es un medio para elevar
el nivel de la consciencia. Lo que a unos desgasta a otros fortalece. Los brahmacharies (castos
por motivos de transformación interior) tratan de transformar su libido, conteniéndola, en Ojas
Shakti, energía espiritual.
De cualquier manera, se siga una u otra opción, la sexualidad debe vivirse
conscientemente si uno es un buscador de lo Alto, pues si incluso tratamos de lavar los utensilios
con consciencia o preparar una taza de té conscientemente, ¿por qué no tratar de que la relación
sexual sea consciente? He abordado este tema muy a fondo en mi obra “El Amor Consciente y la
Sexualidad Sagrada”. Me gustará conocer tu opinión.
Con respecto a la pareja. Cada pareja es única, con sus leyes únicas, con sus problemas y
componendas únicos. Hay que liberar la pareja de negatividades tales como las expectativas (que
conducen a amargas frustraciones y al resentimiento), el afán de dominio y posesividad, los
reproches e impositivismos, las exigencias, las dependencias emocionales, los celos y demás. En
algunas de mis obras recuerdo aquello que una persona le dijo a otra: “Quiéreme menos y
trátame mejor”.
Una relación libremente elegida es para que sea satisfactoria y no un foco de tensiones,
fricciones, conflictos y competencia de egos. Una pareja es para que sume y no para que reste, y
por eso es conveniente evitar comportamientos simbióticos (como la perla y la ostra) y tratar de
respetar los tres espacios: el tuyo, el mío y el nuestro.
Si difícil es aprender a relacionarnos, imagínate con la pareja. Uno cree que va a llegar
alguien y va a resolver todas tus complejidades, pero va a llegar alguien y va a añadir sus
complejidades. La pareja es para hallar una relación de recíproca cooperación, genuino amor y
me atrevería a decir que compasión. Me pongo en el lugar de mi compañero/a y trato de aliviar
su sufrimiento y procurarle dicha; compartimos, departimos, nos alentamos, pero sabiendo que
cada uno tiene que seguir su propia senda y que nadie puede hacer el camino por el otro. La
pareja puede enseñar mucho, pero también puede sacar lo peor de los que la componen. Es un
aprendizaje diario. No es fácil evitar las perniciosas rutinas de la convivencia. No es fácil
servirse del diálogo constructivo y descartar el destructivo. No es fácil apartar el ego para que
puedan comunicarse los yoes más honestos y profundos. Uno tiene que hallar su propio centro y
sentirse bien con pareja o sin pareja, en soledad y en compañía. ¿Conoces un cuento muy
significativo al respecto? Pues por una localidad de la India pasa una caravana de gitanos. Dos
jóvenes se enamoran locamente de una bailarina que se queda con ellos. Los tres amigos viven
una relación de enamoramiento pleno. Pero un día la gitana recibe un telegrama: debe ir a bailar
a un país lejano. Se despide de los jóvenes y parte. Dos días después, uno de los amigos le dice al
otro: ¿cómo te encuentras? Yo estoy abatido y desesperado, siento una desdicha infinita. ¿Y tú?”
El otro amigo responde: “Yo estoy perfectamente. Estaba muy bien cuando llegó esa mujer y la
amé profundamente. Se ha ido y me he quedado como me sentía antes de su llegada:
perfectamente”.
Estimado Ramiro,
Si algo caracteriza al amor y la relación es precisamente la parte en la que más nos
sentimos unidos al otro, la porción más íntima y secreta que nace de una relación completa
alimentada por una sana relación sexual y un increíble y estrecho respeto amoroso, de pareja.
No quiero entrar en las relaciones insanas, inmaduras, basadas en el apego o la desdicha,
en la toxicidad y el egoísmo. Las relaciones que nacen desde el miedo o la ignorancia siempre
terminan por convertirse precisamente en todo lo contrario, es decir, en una no-relación y en una
no-comunicación.
Existe también una fuerte confusión en el uso y el disfrute de la sexualidad, tan
acostumbrados a dejarnos guiar por las películas americanas donde, si no existe una buena
escena de sexo, la película no hace taquilla. La vulgaridad con la que se trata el tema sexual ha
llegado a cuotas inasumibles, haciendo que muchos empiecen a plantearse seriamente otras
opciones, como la asexualidad de la que hablas.
Como bien sabes, en mi caso particular, y así lo explico en un libro sobre el mismo tema,
he optado libremente por la asexualidad. No por sentir un rechazo hacia el sano y jovial disfrute
del sexo. Simplemente como opción natural en la que no necesito de dicho disfrute o en la
exploración del amor por otros medios.
Aún así, el acto sexual realizado con amor verdadero es una de las más profundas
experiencias de relación que existen. Un acto libre, sin asperezas, que nace desde la sinceridad y
la belleza, sin imposiciones ni turbios deseos que puedan empañar el acto en sí.
De igual forma, esa unión perfecta se puede conseguir sin mediar acto alguno, en una
profunda comunión de almas que deciden mantener su condición de seres volcados al propósito
de la relación amorosa, compasiva y fiel al estímulo de la creación.
Es de esa intención noble donde la pareja encuentra el caldo de cultivo completo para
reencontrarse con el verdadero propósito universal. Es ahí donde dos almas se encuentran para,
de forma poética y unida, cocrear con la naturaleza y proteger la belleza de las cosas. Una pareja
madura, consciente, capaz de entender que el otro no es más que un trozo de su propia vida
manifestada en otra forma, conscientes plenamente de su propia misión como embajadores del
amor, unen sus esfuerzos para que ese mensaje de unidad trascienda más allá de su propia
relación. Ya no se trata de una unión de egos, de personalidades necesitadas o dependientes,
ahora es algo que trasciende dichas necesidades y dichas dependencias. Y en esa unión profunda,
silenciosa, cómplice, el sexo ya no es la base de nada, sólo una cuestión más del disfrute
universal.
Amor en sentido amplio es relación, belleza, unión, complicidad, trabajo en equipo y
poderosa afirmación vital. La pareja que es capaz de llegar a esos niveles de comprensión, a esas
dimensiones más allá de su cotidianeidad, es capaz de vivir una vida diferente, satisfactoria y
plena, de servicio y profunda entrega hacia un propósito mayor. La relación ya no se convierte en
un lugar de aprendizaje, en una escuela donde resolver conflictos y problemas de la personalidad.
Traspasa esa barrera de experimentación para convertirse en un equipo de trabajo efectivo hacia
el bien mayor. Ese debería ser el propósito de toda pareja sana: convertirse en una unidad de
trabajo práctico y positivo para ellos mismos, para su comunidad, para su nación y para el mundo
entero. Un punto de luz brillante y comprometido.
CAPÍTULO VIII. HIJOS. UNA RELACIÓN MÁS ALLÁ DE NOSOTROS

Muchos mentores espirituales insisten en que la mayor tragedia del ser humano es la
ausencia de una consciencia clara y lúcida. Estoy de acuerdo. Una consciencia embotada y un
discernimiento empañado dan por resultado muchas insanias que se trasladan al grupo, y se crea
ofuscación sobre ofuscación. Una consciencia semidesarrollada es también un grave
impedimento para todo tipo de relaciones humanas y mucho más para la pareja, donde a la
mecanicidad de uno de los miembros se una la del otro.
Hay que trabajar la pareja con mucha sabiduría, es un arte y por eso precisamente escribí
“El Arte de la Pareja”. Es un yoga; es un difícil ejercitamiento que requiere lucidez y ternura,
indulgencia y paciencia, amor incondicional y capacidad para perdonar y no seguir acarreando
las heridas, que dan por resultado el típico reproche: “Es que hace cinco años me hiciste
aquello”.
Hay que ser más permisivo y saber digerir los desdenes en un momento dado de la otra
persona. Esto sirve para la pareja y para toda suerte de relaciones humanas. Te recordaré una
historia, Javier. Pues iba en una ocasión Buda por un senderillo y viene un hombre y le escupe.
Buda guarda el noble silencio y no se altera. Se encuentran días después por el senderillo y Buda
le sonríe. El hombre, perplejo, le dice: “Pero si el otro día te escupí y ahora me sonríes”. Y Buda
replica. “Ni tú eres ya el que me escupió ni yo soy ya el que recibió el escupitinajo”. Esta es la
sabiduría de la contingencia y, por supuesto, la sabiduría del perdón, de no sentirse agraviado, de
no ser tan ñoño como para ofenderse por todo.
Muchas veces, es de lamentar, la pareja no ayuda a despertar, sino a dormir. Se enrutina y
van saliendo al paso los viejos hábitos. No hay renovación, no se ventila. Y la atmósfera se
puede enrarecer mucho. Ya no hay vitalidad. La incomprensión, el aburrimiento y la apatía
pueden intervenir con sus largas sombras que abaten la relación. Pero la peor sombra, créeme
Javier, y tú lo sabes, es la mecanicidad. Hablar y actuar mecánicamente, hacer el amor o gritar
mecánicamente, incluso aburrirse mecánicamente o mecánicamente discutir. Y esa mecanicidad
se proyecta en los modos de la pareja, incluso al tener hijos.
¿Quién tiene hijos lúcidamente? Muchas personas tienen hijos porque es lo que hay que
hacer (seguir el juego a una sociedad estúpida donde se mueren millones y millones de niños y
encima los gobiernos dan premios y prebendas a los que más hijos tienen), sin ningún tipo de
reflexión, dejándose inducir por los viejos patrones o por lo que esa sociedad que confabula
contra el individuo impone.
Otros tienen hijos porque vinieron, qué se va a hacer, como viene el cartero o nos trae la
cesta de fruta el frutero. Otros tienen hijos para prologar y afirmar su ego. Se les pone la
expresión de tontos cuando miran a sus hijitos, pero no tienen ni una mirada para los ojos de los
demás, como esas mujeres embarazadas que se creen el centro del mundo, como si nadie más
hubiera tenido hijos, como si esas curtidas mujeres de la India o de África no tuvieran hijos
desgarrándose mientras se apoyan en un árbol. ¡Donde puede llegar la pusilanimidad!
Otros tienen hijos porque así llega una criatura nueva a la casa, como una especie de
diversión, el niñito jugando a gatas por el pasillo. Los hay que tienen hijos a su pesar, porque en
su egoísmo y necedad no pusieron los medios o no quisieron ponerlos. No faltan las parejas que
tienen hijos cuando la relación va mal, como buscando un ungüento mágico (el pobre niño) que
la solucione, cuando en verdad puede aún verse más dañada y encima hay otra vida de por
medio. ¿Irreflexión, estupidez, falta de entendimiento? ¡Mecanicidad! Ausencia real de
consciencia.
Por fortuna hay quienes tienen hijos con otra actitud, con consciencia y recto
entendimiento, sabiendo la responsabilidad que les viene encima y aceptándola de buen grado. Y
luego viene la segunda parte, la educación de los hijos y la relación auténtica con ellos. Tagore y
Krishnamurti, con razón, estaban obsesionados con la educación. ¿Cómo en esta perversa
sociedad basada en pautas equivocadas y subvalores y una salvaje competencia, se puede
encontrar una educación sana? ¡Qué gran problema, es como un koan zen que no hay quien
resuelva! Y unos padres son excesivamente permisivos, sobremiman y hacen niños neuróticos, y
otros son excesivamente restrictivos y hacen niños neurasténcios. Y los niños malcriados, a los
padres les permiten todo y les ríen las gracias. ¡Que no te toque uno de esos niños en el avión,
que Dios sea misericordioso! ¡Cuidado con los padres que no se ocupan de nada del niño o con
aquellos que se ocupan tan en demasía que los castran y abortan sus mejores propensiones!
¡Cuidado con las madres castradoras, responsables de tantas anoréxicas, o con esos padres que
parecen empeñados en minar la autoestima de sus hijos comparándolos con otros mejores!
Pues no está fácil la cosa, Javier. Esto es como aquello de que en Estados Unidos se le
dice a un niño que puede ser presidente del país, pero lo que no se le dice es que tiene quince mil
veces más posibilidades de acabar en un psiquiátrico. Muchos padres dicen que el problema son
sus hijos, muchos hijos dicen que el problema son sus padres. Hay que trabajar mucho la relación
filial, pero para eso hay que trabajarse a uno mismo. Se ve por ahí padres que uno se admira de
que sus hijos hayan salido más o menos equilibrados con unos padres así, es para creer en los
milagros. Hay que aprender a tender vínculos afectivos sanos entre padres e hijos y que los
padres no quieran que sus hijos sean a su imagen y semejanza o cubran las expectativas que ellos
no pudieron satisfacer para sí mismos. Y hay que tener hijos conscientemente y educarlos en la
consciencia. No se trata mecánicamente de perpetuar la especie, que por cierto Ramesh Walsekar
(le hice una larga entrevista antes de que muriera) dice con particular sentido del humor y mucho
más: “el dudoso privilegio de haber adquirido un cerebro humano”.
Como confieso en mi Autobiografía Espiritual, yo desde muy corta edad hablé con mi
padre para decirle que no iba a tener hijos. Quería entregar toda mi energía a la búsqueda interior
y aspiraba al hijo del espíritu y no al hijo de la carne. Pensaba que ya los demás los tenían por
mí. Pero si tienen hijos que sea con consciencia, responsabilidad y sabiendo que el hijo no es de
uno y es de uno un apéndice o proyección.
Estimado Ramiro,
Muy interesante reflexión sobre los hijos, la cual me recuerda una conversación que tuve
hace años con un hombre sabio que insistía en la necesidad de buscar familias equilibradas para
que pudieran nacer esas almas evolucionadas que esperan desesperadamente el momento y el
entorno adecuado para poder venir a echar una mano a este planeta. De ser así, querido Ramiro,
imagínate en el lío que nos metemos aquellos que pensamos que lo más sano es no tener hijos, y
que sean otros los que carguen con esa pesada carga.
He pensado mucho en esta idea porque de alguna forma, también desde muy pequeño,
pensaba que con tanta búsqueda interior casi no tendría tiempo de bucear en la llamada natural
de la cocreación. Luego, tras esa conversación profunda, pensé de forma diferente. Quizás
aquellos que tienen un trabajo realizado, un camino recorrido, deberían ayudar a parir al mundo
almas hermosas que requieran de vehículos sanos, que sean capaces de proveer a la vida y a la
existencia de luz sobre más luz. He pensado mucho sobre esto y desearía algún día, si me siento
preparado para tamaña responsabilidad, dar la oportunidad a que esos seres que lo necesiten
puedan venir a la encarnación, facilitando el tránsito hacia una consciencia diferente y
asumiendo con ello mi parte de responsabilidad.
No sé si esto es realmente así porque mi única experiencia en este sentido es, como tú
dices, con esos hijos espirituales que te vas encontrando en el camino y a los que siempre les
deseas lo mejor. He sido a su vez hijo espiritual de muchos amigos que, de alguna forma, me han
adoptado y cuidado como si se tratara de un hijo más. Ese es un trabajo hermoso, que nos
relaciona mucho más allá del ámbito sanguíneo y que provee, de alguna manera, de lazos que
van más allá de la carne. En ese sentido, todos somos de alguna forma responsables de la vida y
continuidad del resto, y los lazos, visibles e invisibles que nos unen los unos a los otros, no sólo
debemos cuidarlos, también debemos protegerlos y trabajarlos para mejorar en todo lo posible
cualquier tipo de relación.
Hay una gran irresponsabilidad a la hora de traer hijos al mundo puesto que el noventa
por ciento de las personas lo hacemos a ciegas, sin tener plena consciencia de lo que eso supone.
Pero seamos optimistas, hay muchas almas, quizás cien veces las que ahora están encarnadas,
que esperan su billete, su oportunidad para estar aquí entre nosotros. Así que cualquier
oportunidad que podamos dar, dentro de nuestro cometido, propósito y consciencia, siempre será
bienvenida. Si al final resultara que nada de eso es cierto, nos quedaría el consuelo de haber
contribuido de alguna forma a esa experiencia esencial de la existencia que damos por llamar
vida, y que la única encarnación posible es aquella que permite que la misma se transmita de
unos a otros para, de alguna forma, perpetuar el misterio de su existencia.
La mecanicidad de la que hablas es el gran enemigo de toda relación que se precie. Tener
hijos es una de las mayores responsabilidades como seres. Y en nuestras manos está el hacer de
seres que nacen buenos, seres mejores. Poder dar y ofrecer esa oportunidad de vida a otros es
uno de los grandes milagros de la vida. ¿Cómo hacerlo sin dañar aún más el delicado ecosistema
y sin, a su vez, contribuir a la plaga en la que nos estamos convirtiendo? Hacerlo, como bien
dices querido Ramiro, desde la plena consciencia. Si eso es posible, si mantenemos una relación
sana y estable con nuestra pareja, una relación que nace y crece desde el amor más perfecto
posible, no tengamos miedo en traer al mundo almas deseosas de experiencias.
Cuanto mayor sea nuestra luz, mayor será la miel que atraigamos de los mundos sutiles.
Cuanto mayor sea nuestro resplandor, mayor será la curiosidad que sientan esos seres elevados
deseosos de aportar algo positivo al mundo.
Al menos una vez al año viajamos a países pobres para intentar llevar sonrisas a los niños
más desfavorecidos del planeta. Etiopía, la India, República Dominicana… Cualquier lugar es
perfecto para hacer reír, para contagiar alegría y dejarnos contagiar de esa vida que corre por la
sangre de esos niños sedientos de amor. A veces nos encontramos en situaciones complejas,
como cuando actuamos en hospitales frente a niños con algún tipo de tumor o cáncer irreversible
y a los que les quedan un par de semanas de vida. Es una experiencia muy difícil, pero es
maravilloso contemplar cómo, a pesar de todo, esos niños quieren vivir, desean seguir riendo a
pesar de lo dramático de su situación.
Cuando pienso en ellos, cuando los recuerdo desde el corazón, cuando veo la gran lección
que nos dan con su vitalidad y la belleza de su alma pienso en todos los seres que se van y que
desean volver para compartir vida. Pienso en esos niños y deseo abrazarlos a todos como si
realmente fueran hijos míos. Hay algo profundo y hermoso cuando Jesús dijo eso de “dejad que
los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de
Dios”.
CAPITULO IX. LA RELACIÓN CON UNO MISMO

Pues querido Javier, nos adentramos ahora en un tema esencial en el mundo de las
relaciones: la relación con nosotros mismos. Mucho se habla hoy en día de la autoestima, pero la
mayoría de lo que se expone son paños calientes, analgésicos espirituales o simplemente
placebos. Aquello que tiras por la ventana te entra por la puerta. No se trata de hacer
componendas, sino de realmente conocerse a uno mismo y realizarse. ¿Cómo se conoce uno a sí
mismo? Examinándose, viéndose sin tapujos, desenmascarándose ante sí mismo por doloroso
que sea, superando los autoengaños.
Pero, ¿cómo vamos a relacionarnos bien con los otros si interiormente estamos llenos de
torturadores, agujeros, carencias, miedos, autodefensas narcisistas, barreras psicológicas y
subterfugios? ¿Cómo vamos a tallar vínculos afectivos sanos con los demás si somos unos
grandes desconocidos para nosotros mismos y acarreamos todo tipo de frustraciones,
resentimientos, odios y angustia? Si aprendemos a observarnos iremos descubriéndonos y
conociéndonos, y así será posible poner los medios para transformarnos y hacer posible la
realización de sí.
De otro modo todo se queda en elucubraciones, palabras, ideas, cuentos de hadas, pero no
hay ni un gramo de cambio interior. ¿Es posible relacionarse sanamente desde un ego
exacerbado? ¿Es posible hacerlo poniendo alrededor todo tipo de barreras? El gran poeta
Bergamín decía: “No pongas muros ni vallas a tu corazón. Es como está más seguro”. Pero nos
enquistamos en nuestros resquemores, miedos, ansiedades, suspicacias y susceptibilidades. Así
nos volvemos más vulnerables y alimentamos más miedo y no logramos tender lazos afectivos
profundos. Tenemos que sanear nuestra mente, y superar complejos y frustraciones.
No basta con que los libros de falsa autoayuda te digan: “Quiérete”. Lo esencial es hacer
el trabajo necesario sobre uno mismo para resolver conflictos internos, ser capaz de estar en
apertura amorosa. En este sentido la práctica de la meditación es de gran ayuda. Aprendemos a
estar con nosotros mismos para poder estar con los demás. Velamos por nosotros y así velamos
por los otros.
Al amigar con uno mismo, estás en condiciones de amigar con los demás. Nada hay tan
hermoso como la amistad. Cuando el asistente de Buda le preguntó al Maestro: “¿No es cierto
que las tres cuartas partes de la vida deben ser la amistad?, el Buda repuso: No, Ananda, no; las
cuatro cuartas partes de la vida deben ser la amistad”. Pero si no estás bien contigo mismo, si te
dejas vencer por tus conflictos internos y tienes una necesidad compulsiva de que te aprueben,
afirmen, consideren y atiendan, no es posible establecer vínculos afectivos armónicos. Si se
acepta uno a sí mismo, va aceptando a los demás.
Un maestro sufí le dijo a sus discípulos: “Porque soy débil, comprendo vuestra
debilidad”. Pero desde la consciente aceptación de uno mismo, hay que ir tratando de
evolucionar, puesto que lo que no evoluciona, degrada. Tendemos a quedarnos detenidos en
nuestro proceso de evolución y eso es neurosis. Cuando uno no se soporta a sí mismo,
difícilmente soporta a los demás. Propongo cuatro vías complementarias a mis alumnos, como
método de trabajo interior: la vía de la autoobservación, la vía del autoconocimiento, la vía de la
transformación y la vía de la realización de sí.
Hay que distinguir entre autoestima y egoestima, entre autorrealización o egorrealización.
Si servimos desmesuradamente a nuestro ego, dejamos de identificarnos con nuestro ser. Este es
un tema muy sutil. Muchas de las paparruchas de la Nueva Era lo único que hacen es afirmar la
egoestima en detrimento de la genuina autoestima. El negocio no puede ser peor.
Estimado Ramiro,
La más difícil de las relaciones siempre suele ser la que tiene que ver con nosotros
mismos, que somos un caos absorbente, ignorante y ciego. ¿Cómo abrazar ese caos que somos?
Como bien dices desde la tranquilidad, desde la meditación y la aceptación.
Es difícil conocernos a nosotros mismos. Nietzsche hablaba profundamente de ello
cuando decía, “¿cómo conocernos a nosotros mismos, nosotros los conocedores?” Realmente
resulta difícil por esa ciega identificación con el ego, pensando que esa parte minúscula de
nuestro ser somos nosotros mismos. Y no existe nada tan erróneo como esa afirmación. Nada nos
pertenece. En nuestro idioma, solemos abordar las cosas desde la posesión dialéctica y sentida.
Hablamos de “nuestros” hijos, de “nuestro” planeta, de “nuestras” facultades, de “nuestro”
destino. Pero realmente nada nos pertenece, en todo caso, nosotros pertenecemos a todo eso.
Desde esa incorrecta identificación con lo que somos, es imposible abordar nuestra verdadera
esencia, y por lo tanto, es imposible abordar una correcta relación con nuestro ser verdadero.
¿Qué o quién es ese ser verdadero? Quizás la suma de todas nuestras partes. Quizás
cuando sumamos nuestro cuerpo material a esa energía que le dota de vida y que llamamos
vagamente cuerpo vital o energético. Y a eso le añadimos nuestras emociones y sentimientos, esa
voluntad que nos permite, a diferencia del reino vegetal, movernos de un lugar a otro, desear
estar aquí o allá, desplazarnos en definitiva hacia la búsqueda de un deseo, ideal, sueño,
aspiración o ambición. Y luego viene la parte más compleja, esa que nos diferencia del reino
animal que es la mente, en sus dos grados de aceptación, la mente concreta, analítica y racional y
la mente abstracta, indeterminada, que nos acerca y nos conecta a dimensiones diferentes, que
nos permite crear y cocrear y nos hace responsables del arte, de la música, de la belleza, de la
ciencia, de la exploración y de la curiosidad de esa parte que nos supera y que los pitagóricos, a
falta de un nombre mejor, llamaban infinito.
Pero para algunos, esa relación holística con el cuaternario humano no es suficiente y
necesitan explorar más allá de sí mismos. Los místicos de todos los tiempos tuvieron una
relación especial con una dimensión más amplia que dieron por llamar mundo espiritual.
Expresaban que nuestra limitada relación con nosotros mismos no tendría sentido si no podía
complementarse con la relación multidimensional más allá de nuestras limitaciones. A todo eso
le llamaron espíritu y su mediador, el alma. De ello, querido Ramiro, hablaremos más adelante.
Sin despejar aún más interrogantes de los ya mostrados, es necesaria esa correcta relación
con nosotros mismos. Si estamos reconciliados con nuestro pasado, con nuestro árbol
genealógico, con el país o la nación donde hemos nacido, con nuestros seres queridos y con el
resto del planeta, será mucho más fácil que la relación con nosotros mismos sea más sana y
verdadera. Y también viceversa. Si estamos y vivimos reconciliados con nuestro ser, será
siempre más fácil estar bien relacionados con el mundo. Alejarnos de nuestras tormentas
emocionales, reconciliarnos con nuestra extensa capacidad de amar amándonos a nosotros
mismos. Recapitulando todos los días aquellas cosas que nos hacen mejores y meditar sobre las
causas que puedan mejorar nuestra vida, haciéndola más sana y verdadera.
¿Qué es eso que nos aporta virtud y felicidad? Una de las cosas que más nos aproximan a
nosotros mismos, que más nos reconcilian con nosotros es el poder dedicar nuestro tiempo útil a
la realización de nuestros dones y virtudes. Todo el mundo nace con esa capacidad de hacer bien
algún tipo de cosa. Aquello con lo que realmente disfrutamos y rebosamos de felicidad es
nuestro don. Muchas veces vivimos alejados de nuestro don porque pensamos que es algo
imposible de alcanzar, algo que va a limitar nuestra relación con el mundo, normalmente con el
mundo material, de la pura supervivencia física. Pero aquel que ha logrado traspasar esos miedos
con respecto a su don y decide dedicar el resto de su vida al desarrollo del mismo, está dando los
primeros pasos para reconciliarse con su propósito vital y de paso, para aproximarse al gran
Propósito de la vida entera. Es ahí cuando empieza la correcta relación con uno mismo y es así
cuando se puede empezar a alcanzar las metas más insospechadas. Es como volver a nacer de
nuevo, esta vez, a la vida real de lo que somos.
CAPÍTULO X. LA RELACIÓN CON LO OTRO

En el ámbito espiritual, Javier, se puede proceder de dos maneras: dejándose sólo llevar o
incluso narcotizar por las creencias, o bien tratando de poner medios para vivir experiencias que
muten la psique y abran la consciencia. Por lo general las creencias no transforman y se pueden
volver un simple cuento de hadas, pero las experiencias son alquímicas y transformativas,
mueven el eje de la mente y brindan otro tipo de percepción y visión, otra manera de ser y serse.
Por eso siempre insisto en que el yoga, por ejemplo, no se mueve por creencias, sino por
experiencias, y por eso ha sido incorporado a todos los sistemas filosófico-religiosos de Oriente
y se ha convertido en su eje espiritual.
La experiencia nos modifica, la creencia, por el contrario, incluso nos puede detener en el
proceso de evolución. La duda es muy saludable, pero no la duda escéptica o sistemática que
desertiza sin más. A las Enseñanzas hay que darle un voto de confianza. Se las escucha, se las
analiza y discierne y se las verifica mediante la rigurosa experiencia. Lo que sucede es que es
más fácil creer que experimentar. Creer es pasivo y experienciar es activo. Pero si uno se queda
en la creencia y esta no cambia de raíz nuestra vida anímica y transforma, ¿de qué sirve? Se
puede convertir en un peligroso placebo o analgésico espiritual que no nos permite ir más allá.
La palabra no es la cosa, como ya sabemos, ni la descripción es el hecho. El mito puede
ser una herramienta si nos lleva más allá del mito, igual que el signo más allá del signo. El apego
a las ideas y dogmas es uno de los peores. Tanto aquellos que se apegan a Dios como los que se
apegan a su ateísmo o no dios, están igualmente atascados. Las ideas les ciegan, los dogmas les
hipnotizan. Así que no son de fiar, porque no tienen una mente libre ni independiente. Ni los
teístas tienen que tratar de convencer a los ateos ni los ateos a los teístas.
En Occidente somos unos extremados, creamos antítesis por sistema en lugar de una
inspiradora síntesis. Por eso cada día es mayor el número de buscadores que son transteístas: ni
una cosa ni la otra, como el adagio: ni blanco ni negro sino todo lo contrario. Hay una narración
muy sugerente que recojo en mis libros de cuentos:
Un hombre llega a una comida de gente importante y ocupa sin pudor el lugar más
destacado. El anfitrión le pregunta:
- ¿Eres acaso un primer ministro?
- Mi rango es más elevado -dice el hombre.
- ¿Eres un rajá?
- Mi rango es más elevado.
- ¿Eres Dios?- pregunta exasperado el anfitrión.
- Mi rango es superior a Dios.
- Nada es superior a Dios.
- Esa nada soy yo.
Cada día se impone más una nueva espiritualidad al margen de las asfixiantes
ortodoxinas, los sistemas eclesiásticos (donde a veces hay tantos catacaldos, sea tomando como
figura principal al Papa o al Dalai Lama o a quien fuere) y la parafernalia religiosa hueca y
rigorista, sin sustancia, que incluso ha perdido de vista el verdadero mensaje del Maestro. Esta
nueva espiritualidad, cuando no degenera en las actitudes infantiles y absurdas de la llamada
Nueva Era, es muy vigorosa y atractiva, porque nos enseña que a la postre la deidad está dentro
de uno y uno tiene que convertirse en su propio gurú. Cada día tomará más fuerza y vitalidad
esta nueva espiritualidad, que nace de mentes libres e independientes, con su regenerador toque
de acratismo (sin acrimonia).
Dios, lo Otro, lo Inmenso... Palabras si no hay experiencia profunda y transformativa. Yo
le denomino en mi obra “El Faquir”, el Vacío Primordial. Unos dicen el Todo o Absoluto, otros
se refieren a ello como la Nada o lo Vacuo. Unos lo refieren con el escueto término Ser.
Ramakrisha declaraba: “A los que otros llaman Dios yo prefiero llamarle Madre”. Lo Indefinido,
lo Incondicionado.
Es “alcanzable”, como vivencia, a través de superiores estados de consciencia que han
venido en denominarse iluminación, satori, nirvana, samadhi... El pensamiento tiene que rendirse
para que surja la intuición mística, doblegar su voluntad a esa voluntad mayor que nace de esa
fuente más pura. El silencio interior es una vía, el saber no-sabiendo es una puerta de acceso. La
presencia desnuda de ser es como un botón de muestra. Hay que encontrar la puerta y hay que
encontrar la llave. No se trata de fantasía religiosa, ni de imaginación pseudoespiritual. O se
cambia o no se cambia. Pero en cualquier caso, El Absoluto está, de estar en alguna parte, en el
propio corazón. Lo mejor es callar y recordad aquello de que si lo buscamos es que antes El no
está buscando a nosotros.
Estimado Ramiro,
Estoy totalmente de acuerdo en que nuestra relación con el Infinito, con el Misterio, con
el Absoluto o como lo queramos llamar pasa inevitablemente por la experiencia. Buda los
expresaba de forma clara, nos alertaba sobre la necesidad de ahondar en lo profundo de nosotros
mismos mediante la experiencia del Dharma. Él mismo nos decía: “practica los caminos”.
Es cierto que las creencias a veces toman forma de analgésico espiritual, de calmante de
angustias existenciales o píldoras para la ceguera o el limitado espacio racional. La relación que
ahora tenemos con lo Otro, ha sufrido cambios a lo largo de la historia, y quizás ahora estemos
en una espiritualidad más cotidiana, más cercana, más abierta a la experiencia individual,
silenciosa y secreta de nosotros mismos, apoyada por una interacción con el Otro que se
manifiesta en el prójimo.
Sea como sea, estamos aprendiendo a no diferenciar entre una cosa y la otra, es decir, a
no monopolizar el concepto de Dios en un razonamiento dualista. Hemos sido capaces de
comprender que Dios es panteísta, y por lo tanto, podemos observarlo, sentirlo y comprenderlo
en cualquier acción diaria, a sabiendas que eso que no comprendemos reside en nosotros, o
mejor dicho, somos nosotros.
Realmente, nuestra relación con lo Profundo ha pasado a una realidad de síntesis y
fusión, donde las creencias, las religiones, los dogmas y los motivos ideológicos han pasado a un
segundo y relativo segundo plano. Ahora estamos abrazando la era de la unidad, de la relación
con el todo abarcante, de la integridad de los conceptos catapultados a un arquetipo común. Dios
empieza a ser objeto de estudio interior, y no necesariamente una imagen distorsionada según los
tiempos, las tradiciones o las culturas vagamente plasmada en un lienzo o madero. Ahora
tenemos el poder de entender esa fuerza que todo lo mueve y a lo que todo da vida, esa poderosa
llama que nace y se expande por todo el omniverso rozando incluso nuestras más modestas
cavernas interiores.
La relación con el Absoluto empieza a sentirse en el día cotidiano, en los gestos diarios,
en el servicio que realizamos mediante pequeños gestos, en nuestras actividades y trabajos, en
nuestras múltiples relaciones con el otro. Estamos llegando al resultado de una sociedad y un
individuo emancipado de creencias y dogmas excluyentes, un mundo donde lo real se convierte
cada día más en la experiencia diaria, más allá de las dormideras del espíritu que pretenden
calmar nuestro insomnio.
Ya no existen intermediarios. Ahora la relación es completa y absoluta desde nuestro
interior, desde nuestro propio ritmo, desde nuestra propia forma de ver y entender la existencia,
siempre, a consciencia, limitada, pero rozando esa sencillez que nos permite, desde la humildad y
el silencio, rozar al Absoluto en nosotros. Esa es la verdadera razón del amar en relación.
Cuando amamos a todas las cosas y a todos los seres por igual, empezamos a entender la
grandeza que existe en todo cuanto mora en este inabarcable infinito. Y este amor, esta relación
con el todo, con lo todo, con cuanto existe, incluye a los ángeles, a los dioses, a los seres
humanos, a los planetas, a los universos, y también a las piedras, a los vegetales y a nuestros
hermanos los animales. Quizás cuando la humanidad se aproxime a entender la importancia de
esa exquisita relación de respeto y amor hacia, por ejemplo, nuestros hermanos los animales,
estemos muy cerca de poder entender que eso que vagamente llamamos Dios, es la justa
comprensión de las correctas relaciones humanas con nosotros mismos y con el resto de seres
sintientes. Quizás podamos profundizar un poco más en ello, y al hacerlo, nos topemos de nuevo
con lo trascendente, y nuestra relación con lo Otro.
CAPÍTULO XI. NUESTRAS RELACIONES CON LOS ANIMALES Y LA
NATURALEZA

Querido Javier,
lo que hacemos con los animales es realmente atroz. Como decía Ramakrishna, hay
personas que en realidad son espíritus malignos disfrazados de tal. Para mí toda persona que por
diversión hace daño a un animal es un espíritu maligno. Esas personas no son en absoluto de fiar
y lo mejor es no ponerse nunca a su alcance. Me avergüenza pertenecer al género llamado
humano (que en realidad es homoanimal, pues aún no hemos completado la evolución), cuando
veo lo que algunos “humanos” son capaces de hacer con los animales y pienso en lo que decía el
sabio hindú Ramesh Walsekar (al que entrevisté a fondo sobre el sosiego en Bombay): “El
dudoso privilegio de haber adquirido un cerebro humano”.
Te estoy escribiendo un día después de lo que ha vuelto a suceder en Tordesillas con el
toro lanceado. Siento una enorme tristeza porque haya personas tan perversas que se divierten
lanceando a un animal y sometiéndolo a una agonía atroz. ¡Y que eso lo permitan las autoridades
con el pretexto de la “gloriosa” tradición! Nunca volveré a esa localidad, de eso estoy seguro. Si
creyéramos en el karma al modo hindú, esas personas tendrían que nacer como ratas de cloaca.
Bueno, ¡eso sería una injusticia para las ratas de cloaca!
Buda decía: “En verdad que abundan las personas aviesas”. Hay muchas más buenas y
que aman a nuestros hermanos los animales, pero se ve que nos organizamos peor. ¿Cómo se
puede dañar por diversión a un ser tan inocente como es un animal, a un ser tan puro que sigue
los dictados de la especie y nunca hace daño por hacerlo?
Era Freud el que ponderaba la nobleza de sus dos perros chow chow en comparación con
las personas. Durante años ellos le acompañaban en plena sesión de psicoanálisis. Y ya sabes lo
que decía Bernard Shaw: “Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro”. No existe
respeto por los animales y es como si la naturaleza los hubiera puesto para servirnos y que
podamos vejarnos y masacrarlos impunemente. Recuerdo la hermosa canción de Roberto Carlos
llamada “Quisiera ser civilizado como los animales”. Como sabes, y tú lo conoces, amo
profundamente a mi gato Emile. Le amo desde el alma igual que hace él conmigo. ¡Me ha
enseñado tanto, me ha abierto tanto el corazón! El animal no nos juzga, es leal, nos quiere de
verdad y sin tapujos. Solo cuando evolucionemos lo suficiente reconoceremos a los animales
como nuestros iguales y les respetaremos.
En este sentido España es un desastre. Le cierran las puertas en todas partes a las
mascotas. ¡Qué diferencia con Francia! Seguimos siendo vándalos. Y ya ves qué pasa con los
bosques. Ningún respeto a Gaya. El mismo Everest se ha convertido en el mayor basurero del
planeta. ¡Cuánto nos queda por avanzar!
No te imaginas el amor que tenía Ramana Maharshi por su vaca Laksmi, por ejemplo.
Varias veces he visitado la tumba de este animal en su ashram. Ramana amaba mucho a los
monos, sus grandes compañeros, y cuando murió decenas de pájaros se posaron sobre su cuerpo.
Estuve entrevistando a Muktananda y vi hasta qué punto le amaban los perros y las vacas, ¡era
increíble!
La compasión a los animales y a la madre tierra es esencial, pero hemos convertido este
planeta en el manicomio de los otros planetas. Estoy muy sensibilizado con respecto a los
animales desde niño y se me arden las carnes cuando veo cómo les tratan en el campo, en los
mataderos y, lo peor, cuando por diversión los asesinan.
Mi sobrina Lilian trabaja activamente en una asociación de ayuda a los galgos. ¡Qué
cosas se pueden llegar a ver! De verdad, Javier, lo peor es que en el mismo saco de los llamados
seres humanos han metido gentes depravadas, sin escrúpulos y con muy malos sentimientos.
Tenemos que vencer la oleada de malos sentimientos con una oleada mayor de buenos
sentimientos.
Tuve una larga amistad con Vicente Ferrer, que me decía: “Lo único que le pido a Dios
es no dejar de tener un corazón de carne y sangre”. Pero hay gentes que lo tienen de acero.
Bueno, Javier, como diría Gurdjieff, ellos son su propio castigo, ¿y qué peor castigo puede
haber?
Estimado Ramiro,
Como bien dices, nuestra mala relación con el mundo animal y con el planeta en general
se debe a que nos han dotado de inteligencia, pero aún no hemos alcanzado la plenitud de la
consciencia grupal y global, lo cual hace que nuestro comportamiento sea más animal que
humano, y además, sea más parecido al de una plaga imparable que al de una sociedad
equilibrada y justa.
Nuestra propia relación con los animales es propia de seres carroñeros incapaces de
diferenciar el dolor y la sensibilidad de un trozo de piedra. La hipocresía de nuestro tiempo hace
que amemos a los perros y los caballos (por suerte para los caballos nuestra sensibilidad hacia
ellos ha mejorado) pero no tengamos ningún tipo de compasión hacia terneras, vacas, pollos o
cerdos, conejos o sardinas, por poner algunos ejemplos. He conocido gente que habla de su
mascota como si se tratara de algún tipo de divinidad para luego, de forma absolutamente ciega,
zamparse un trozo de carne roja.
Actualmente tenemos una relación feroz, terrorífica, violenta e ignorante contra los
animales. No podemos practicar el amor en acción mientras estamos comiendo actos de
violencia, sangre, carroña y tripas. Me asusta la gente que se pasa toda la vida meditando para
encontrar cierto equilibrio interior y no es capaz de ver que el equilibrio perfecto empieza por la
propia mesa.
No entiendo a las personas que investigan las ciencias ocultas, que practican cierta
espiritualidad epidérmica, y luego no son capaces de practicar uno de los principios más básicos
de toda verdadera espiritualidad: la compasión. Compasión hacia los otros, pero sobre todo,
compasión hacia los seres sintientes, nuestros hermanos menores que merecen todo el cuidado y
el respeto posible.
¿Cómo podemos pasarnos toda la vida quejándonos abiertamente sobre la violencia
cuando estamos ejerciendo violencia continua en nuestras mesas, en nuestro trato cotidiano con
los seres vivos y con la naturaleza? ¿De qué nos quejamos si ya de pequeñitos somos víctimas de
esa violencia? ¿Qué modelo de sociedad es ese que basa el premio y la recompensa en una buena
comida a base de carnes de todo tipo? En esto creo que debemos ser radicales y poner sobre la
mesa las verdaderas causas de nuestro comportamiento animal. ¿Por qué no decirlo claramente?
¿No es radicalmente contrario al amor, a cualquier tipo de amor, la ingesta de seres vivos? ¿No
es radicalmente opuesto a cualquier relación sana el crimen consumado hacia millones de seres
vivos que son alimentados en granjas parecidas a los más siniestros y terribles campos de
concentración? ¿Alguien con un mínimo de sensibilidad es capaz de arrojar sobre sus estómagos
cadáveres que diariamente se pudren en sus entrañas? ¿Acaso somos conscientes de que el
noventa por ciento de la humanidad es un cementerio ambulante?
Estoy convencido de que esta relación con los animales y la naturaleza cambiará. Las
personas cada día tomarán mayor consciencia de lo que somos y de lo que son nuestros
hermanos los animales, y nuestra relación con ese reino cambiará, así como la relación plena con
la naturaleza y con todos los seres sintientes. Algún día dejaremos de comer animales y
crearemos unos cuerpos cada vez más sanos y compasivos, más ágiles y llenos de vitalidad. Cada
día menguaremos más y más la violencia y nuestra relación con el otro será alegre, armónica y
feliz. De ahí la necesidad de cambiar nuestros hábitos desde la mesa hasta el cuidado de los más
débiles. Algún día seremos capaces de abrazar la conciencia plena y seremos dignos de
llamarnos humanos.
CAPÍTULO XII. EL AMOR CONSCIENTE

Amigo Javier,
durante muchos años he vertido enseñanzas sobre el amor consciente en mis libros, en
mis clases y en mis seminarios. Es un tema apasionante y es una asignatura pendiente en la
mayoría de los seres humanos. No entendemos que estamos en el camino para ayudarnos y que
no hay otra cosa que el amor. Al lado del amor todo palidece, pero hay que amar más y mejor,
amar con conocimiento profundo, con sabiduría. Tal es el amor consciente, en las antípodas del
amor egocéntrico, mecánico, posesivo, basado en celos, expectativas, reproches, frustraciones,
resentimiento y afán de dominio o dependencias.
No hay yoga tan elevado como el del amor consciente. Un amor más generoso,
incondicional y desinteresado. ¡Estamos tan lejos de amar así! Amamos desde el ego, la
búsqueda de la propia gratificación, dejándonos aturdir por falsas expectativas, imágenes y
proyecciones.
El amor consciente es el que deviene después de un largo trabajo interior sobre nosotros
mismos, para desprendernos de tanto egoísmo, afán de posesividad, intolerancia y necesidad de
que nos consideren y afirmen. Si hay mucho ego, no puede haber amor. Si no hay amor, no hay
dicha.
El amor consciente ilumina las relaciones con otras criaturas. Cuando uno va logrando
conectar con su propio ser, empieza a conectar con el ser de los otros y a vivenciar aquello de “si
te hiero, me hiero” y a ser mucho más respetuoso, transigente, sincero en las relaciones y
verdaderamente afectivo.
Yoga es un término, como sabes, que significa unión. El amor consciente es el que
facilita esa unión de alma a alma, pero no se trata, todo lo contrario, de propiciar una relación
simbiótica y dependiente. Buda declaraba: “Más importante que la luz de la luna es la luz del sol;
más importante que la luz del sol es la luz de la mente; más importante que la luz de la mente es
la luz del corazón”.
Era una mística la que decía que le gustaría ser río para saciar la sed de todas las
criaturas. ¡Qué hermoso! El amor consciente o con sabiduría, no es una transacción emocional
(porque me quieres, te quiero; porque me consideras, te considero), no es una moneda de
cambio, no es un negocio (ni siquiera afectivo). Es una actitud, un sentimiento profundo, una
entrega sin exigencias. Es un amor solar. Al sol no le importa si tu quieres tomar sus rayos, pero
él, de modo espontáneo, los irradia, como la flor que aun colocada en un desierto exhala su
aroma incluso si no hay nadie para olerlo.
Quizá nunca evolucionemos lo suficiente para lograr ese amor consciente, pero cada paso
que damos hacia el mismo es muy importante y muy transformativo y revelador. A-mor (sin
muerte), porque el que ama nunca muere. No tenemos alma, sino que tenemos que ganarla, y la
senda del amor consciente la configura. “Almor” o amor del alma, es decir un amor que no se
basa en el deseo, la compulsión, el miedo a la soledad o la necesidad de evadir las carencias
internas.
El amor es el amor. Es el destello de la plenitud. El odio también es muy poderoso, pero
es como un veneno que si lo metes en un tarro hermético no huele; pero el amor no lo puedes
encerrar, es como un perfume que aun en el más hermético perfumero sigue esparciendo su
aroma.
Si realmente algo necesita este mundo convulso es amor y compasión. La mejor
contribución que podemos hacer es amar. Y el amor nunca es debilidad ni falta de firmeza; es
amor. Cuando Kiplingf en su sugerente poema nos dice que “hay que llenar el minuto,
inolvidable y cierto, de sesenta segundos que nos lleven al cielo”, es que hay que llenarlo de
amor incondicional, de amor por todas las criaturas, que quieren dicha, como cada uno de
nosotros, y no quieren sufrir, como no queremos ninguno de nosotros. En uno de sus aforismos
recomienda Tagore: “No dejes tu amor sobre el precipicio”.
Como estamos a medio camino en la evolución de la consciencia, todavía amamos como
homoanimales, pero si la consciencia evoluciona se torna tan lúcida ella misma que sabe, sabe
bien, que nada es tan importante como el amor incondicional.
Estimado Ramiro,
No podría entender ese amor consciente sin esa pureza de acción, o mejor dicho, sin eso
que ahora llamamos amor en acción, quizás desde la quietud más absoluta, quizás desde el “no
hacer”, como decía la madre Teresa de Calcuta. Ese no hacer se refiere a dejarse hacer, es decir,
a llenarnos de endiosamiento, de entusiasmo, de la parte más profunda de nosotros para
desarrollar nuestros dones y talentos y compartirlos. Amor sabio, amor consciente, amor en
acción, en definitiva, amor en relación con nosotros y con todo lo finito e infinito.
¿Consciencia de qué? Nos preguntaremos. Consciencia de nosotros mismos, de nuestra
realidad multidimensional, de nuestro espacio y tiempo, de nuestra vida que late en este soporte
llamado cuerpo, y de esas emociones que cabalgan más allá de lo etérico, y de esa mente cargada
de ruidos y caos, y de eso que hay más allá de ella, más allá incluso de los puentes que se
construyen para alcanzar lo que vagamente llamamos alma y espíritu.
El camino de la consciencia parece agotador querido Ramiro, pero no es más que un
ápice de toda esa consciencia que debemos alcanzar si seguimos y creemos que todo cambia, que
todo evoluciona hacia cuotas mayores de realidad. Nuestras limitaciones no pueden despojarnos
de esa realidad, porque de alguna manera, vamos desarrollando todo aquello que nos permite
cada día más captar substancias mayores de vida, sistemas más allá de nuestros sistemas, vida
más allá de toda vida.
Consciencia de nosotros mismos, de nuestra finitud y de nuestra capacidad de abrazar la
infinitud. De esa efervescente vida, vida que resulta como una marea que mece nuestros latidos.
Consciencia de ese susurro del alma que se despoja despacio y sutil entre las yemas y los pétalos
de nuestro ser.
No somos del todo conscientes de la magnitud de nuestra aura, de sus colores que
navegan en astral simpatía. Ni siquiera nos percatamos de esa lucecita que sale de nuestro
interior, iluminando al avispado ángel portador de llamas. Las hadas del mundo fenomenológico
lo circundan todo, afanosas, atrapadas en esa niebla que nos separa de su naturaleza para no
interceder en su laboriosa tarea.
Tomar consciencia de todo lo que nos rodea, inclusive en lo pequeño, como esos
circulitos que están por todas partes, que forman un rompecabezas aritmético cuya numerología
nos traslada hasta la perfección de las cosas. La sagrada geometría invisible, caótica en la
aparente ignorancia pero precedida de un orden perfecto. El caos es sólo una percepción parcial.
Cuando no tenemos todos los datos, cuando no disponemos de toda la información, todo nos
parece malo, caótico, demoniaco, irreductible. Pero desde la mágica perspectiva, desde la
distancia de todas las cosas, el calor nos abrasa en ese continuo baile sinfónico de pureza y
perfección.
Hay un plan que se teje en lo caótico. Sólo nos falta entendimiento para abrazar la
sublime marea de lo cotidiano. Nos falta ese contacto con la poesía y el arte, con la pasión
espiritual del alma libre, con la mística de las esferas que se reproducen una y otra vez en todas
las cosas. En el sol, en la gota de agua, en la flor, en los átomos, ahí, en lo pequeño y lo grande
está la consciencia, la auténtica relación, el amor hacia todo, en todo.
Círculos dentro de más círculos, atrapados en ese plasma caótico ordenado por el abrazo
del Absoluto, de lo Incognoscible, de lo Inabarcante. Lo inescrutable parece indefinible, por eso
desarrollamos la intuición, para entender que la magia de lo cotidiano está plagado de señales, de
motivos, de alegrías interiores, de complicidades con ese perfume amigo, con esa sonrisa añeja,
con ese tremolar estacional que ahora nos abraza sin presura. Y la consciencia se despliega desde
la libertad de sabernos emancipados de nuestros ruidos interiores, convirtiéndonos en puntos de
luz que revolotean por todas partes donde hay paz y orden, belleza y plenitud. Especialmente
donde hay alegría, que es, junto al entusiasmo, la señal de que estamos vivos, luminosos, bellos.
Tomemos consciencia, querido Ramiro, de todo eso, que no es más que estar vivos viviendo, en
relación continua y constante con el vasto campo de la experiencia, con el mundo, con el cosmos
infinito, en amor, que es la fuerza que lo sustenta todo: planetas, universos, humanos. La
inmensidad se dilata ante nosotros, y nuestro mérito será el poder abrazarla desde el amor
absoluto, pleno, misericorde.
CONCLUSIÓN

Si caminamos hacia nosotros mismos inevitablemente caminamos hacia el otro, y si


caminamos hacia el otro, estamos empezando a caminar hacia lo otro, es decir, hacia todo
aquello que está más allá de nuestra condición humana, y que sin su presencia, nuestras vidas
carecerían de sentido. Algunos lo llaman misterio y otros... No importa el nombre. Lo importante
es avanzar en esa relación universal.
Siendo así, podemos concluir que la relación, la buena relación con todo lo que nace de
dentro y fuera de nosotros es algo imprescindible e importante en nuestras vidas. Debemos por
ello esforzarnos en tejer aquello que resulta necesario para que esa relación sea lo más armónica
posible.
Deberíamos soñar casi obsesivamente para que todos nuestros actos, pensamientos y
emociones estuvieran relacionados entre sí y con el mundo entero de forma equilibrada y
siempre de forma sólida e integra. De ahí que este libro quiere servir humildemente de manual,
de guía ante el fracaso más inminente de nuestra civilización: la relación.
No nos conocemos y por lo tanto no sabemos relacionarnos. Al no poder hacer ambas
cosas de forma correcta, disciplinada, sincera, no nos damos cuenta de forma consciente de
cuánto afecta todo esto a nuestras vidas. Un día nos duele la cabeza pero no sabemos entrever la
relación que pueda existir entre ese síntoma y un desajuste emocional, o entre ese desajuste y una
incorrecta relación con un amigo. Si tuviéramos la capacidad de ver desde algún plano elevado
todo aquello que está intrínsecamente relacionado, seríamos capaces de vivir una vida mucho
más plena y satisfactoria. Eso que aparentemente se expresa como caos tiene una estrecha
relación con un orden superior que, debido a nuestras propias limitaciones e ignorancia, no
podemos llegar a comprender en su totalidad.
De ahí, como decimos insistentemente, la importancia de la relación, la importancia de
seguir los hilos de todo aquello que está entretejido en esa invisible telaraña que une nuestras
vidas con la Vida y con el universo entero. Y esa tela está diseñada por eso que tímidamente
llamamos amor, que no es más que la sustancia que une todas las hebras visibles e invisibles de
esta gran red. Una tela cargada de sabiduría, de fuerza y belleza y que posibilita que el mundo
esté todo mecido en esa maraña llena de puntos de luz unidos unos con los otros en perpetuo
movimiento. Cuando somos conscientes de que dentro de nosotros habita un punto de luz en
constante relación con cientos y cientos de puntos de luz que desean comunicarse y expresarse
constantemente con nosotros, nuestras vidas, y por lo tanto, nuestras relaciones, empiezan a
manifestarse de forma más gozosa y plena. La felicidad y la alegría empiezan a invadir nuestros
campos de actuación y empezamos a tomar consciencia al mismo tiempo de la importancia de
amar, de compartir, de apoyar y transmitir vida y cariño al mundo entero.
Así lo hace nuestro querido Ramiro, el cual ha querido compartir este hermoso viaje de
relación y amistad para dar forma a este ensayo. Quedo enormemente agradecido por su
sabiduría y generosidad y por su cariño expresado con paciencia día tras día.
También quedo agradecido a nuestro común amigo Joaquín Tamames, el cual, gracias a
su siempre exquisita generosidad hizo posible este encuentro. Gracias de corazón a los dos, y
sigamos relacionándonos como hasta ahora, con amor y cariño.
Javier León
POST SCRIPTUM. ALMAS GEMELAS

Estimado Ramiro,
El plural es correcto porque están ahí y allí y en todas partes. A veces nos cruzamos con
ellas y sentimos como el corazón se vuelve loco, deja de responder a los impulsos de la razón y
desemboca en una espiral de atrevimiento y osadía. Otras veces nos susurran en sueños, otras se
convierten en nuestras ángeles custodias, vigilando que nuestras vidas sean lo más dulces
posibles si somos capaces de conectar con ellas.
Estuvimos toda la vida buscando en el singular la fórmula verdadera -“quiero encontrar
mi alma gemela”, soñamos-, pero con el tiempo observamos que el universo es mucho más
complejo y que dispone a su antojo de tantas fórmulas como seres lo habitamos. La mónada se
divide y diversifica en almas que a su vez conforman vidas y vidas múltiples. A veces esas almas
coinciden en espacios y en tiempos y ocurre la chispa, el reconocimiento, la admiración, la
inclinación de nuestra vertical para conectar con su corazón amigo. Ese reconocimiento no es
más que un destello de lucidez en un momento único e irrepetible. Las almas se miran a los ojos
y penetran en la tierra irracional. Se reconocen y lo celebran con amor, con enamoramiento en
nuestra confusión egoica. Pero aún así sigue siendo maravilloso. Amor en su estado más puro o
enamoramiento en su estado más burdo. Pero sea como sea, algo milagroso.
Con el tiempo entiendes que ese flechazo es tan sólo un reconocimiento y que muchas
veces nos empeñamos en arrastrar hasta la singularidad de lo concreto, de la relación estrecha,
algo inabarcable. ¿Cuándo una verdadera relación basada en el amor puro puede ser estrecha y
reducida? Nuestra miopía humana no nos deja ver esos pactos que van más allá de lo aparente y
casual. No somos capaces de interpretar los encuentros, las relaciones más allá de lo superfluo.
No podemos entender que el amor verdadero es múltiple y nace y se dispensa desde la
universalidad, desde ese maravilloso entender que sabe expresar y abrazar a todo ser sin importar
sus grados o condiciones. Por eso, a lo largo de una larga vida no nos topamos con nuestra alma
gemela, lo hacemos más bien con esa larga lista de almas gemelas que vienen y se van si
conseguimos profundizar en el sentido exacto de esa mística relación. Por eso llega un momento
en el que le debemos respeto y admiración a todos esos seres que vinieron para luego irse.
Porque si de algo podemos estar seguros es de que volverán. Nunca se fueron, lo podemos sentir,
lo podemos casi rozar con nuestro aliento. Siempre estuvieron ahí y siempre lo estarán. Vida tras
vida. Y de igual forma debemos de estar abiertos a que otros puedan entrar en nuestras vidas y
oxigenar nuestro espíritu con halos de amor, de aliento y belleza.
¿Por qué entonces encapsulamos las relaciones y asfixiamos al amor en estrecheces y
corsés? Dejemos que el amor fluya y se manifieste con un abrazo sincero, con una mirada
respetuosa, con un beso al buey y un canto a la paloma. Dejemos que brillen nuestros ojos
cuando nos reconocemos y que la dulce emoción que nos recorre en cada encuentro, en cada
camino, sea puro reflejo de la corriente de vida que nos atraviesa. No ceguemos nuestra mirada,
no busquemos en los abismos de la estrechez respuestas inservibles. Dejemos que el amor se
libere de nuestros preconceptos y dejemos que las almas gemelas entren en nuestras vidas para
saludarnos, para interesarse por nuestros proyectos y si es menester, para compartir el plan de
amor y de luz en un trozo de nuestra vida. Esta actitud ante el amor hará que se restablezcan las
condiciones para el nuevo mundo. Veremos entonces como todos los seres sintientes forman
parte de esa gran familia de almas que nacen todas de un mismo flujo de vida y amor. Todas,
absolutamente todas están ahí para amarnos y ser amadas. ¿Existen almas gemelas? Claro que sí,
constantemente.
Querido Javier,
Me gusta el término “almor”, es decir, “amor del alma”. Por el amor al cuerpo se puede
llegar al amor del alma, pero por el amor del alma se llega al amor profundo e integral hacia otra
persona. La atracción es un fenómeno común e incluso a lo largo de una sola jornada te pueden
atraer muchas personas. Incluso el enamoramiento, en mayor o menor grado o intensidad,
también es un fenómeno bastante común; pero el verdadero amor, el que prevalece, es un amor
del alma, profundo, a la par celular y anímico, que todo lo impregna, que siempre sobrevive.
Hay personas que al conocerlas, es más como si las reconociéramos. ¿Se reconocen las
almas, los yoes profundos, los mensajes que se han quedado inscritos en las células? ¿Se
reconocen los alientos, las miradas, los suspiros, las seguridades y las zozobras, los consuelos y
desconsuelos? Cuando surge una persona que re-conoces es como si todos los canales de
comunicación se abrieran, como si las almas conectaran con una misma longitud de onda o
frecuencia. Es casi un milagro y, en cualquier caso, un acontecimiento prodigioso. Bien es cierto
que ello da mucho material para el romanticismo y la ensoñación amorosa. Yo mismo he escrito
una novela de amor y reencarnación en esa dirección titulada “En busca del amor mágico”. Es
también la búsqueda del complementario, una búsqueda idealizada, a veces no exenta de cierta
carga neurótica, por romántica que resulte. Es la búsqueda de la complementariedad del animus-
anima. El caso es que la búsqueda del eterno femenino (o para las mujeres del eterno masculino)
resulta apasionante, pero también puede terminar siendo alienante.
En los muy vastos espacios cósmicos no hay un alma gemela, sino varias. Pero es gemela
la que se encuentra en una circunstancia dada y se vive, experimenta y profundiza como tal. El
enamoramiento insufla una vitalidad extraordinaria. Cuando pasa, si el amor era verdadero,
prevalecerá, y si no se esfumará. Enamorarse es mucho más fácil que amar. Hay quien se
enamora muchas veces y no ama nunca. También se puede estar enamorado del amor. Hay
personas que al primer golpe de vista nos dejan una huella indeleble y que cuando se van es
como si nos robaran el alma. ¡Podríamos hablar tanto del amor iniciático y su mágico sendero
hacia la Plenitud! Casi es preferible callar, no mover la lengua para no profanar esa otra realidad.
El yin en busca del yang y el yang en busca del yin para ascender al Tao y fundirse en el mismo.
La alquimia interior del amor, transmutando las cualidades de baja calidad (celos, afán de
posesividad, exigencias o reproches) en cualidades de alta calidad (compasión, tolerancia,
generosidad, benevolencia). Por el abrazo carnal se llega al abrazo de las almas. Hay incluso
quien no necesita el abrazo carnal. Está la sexualidad para procrear y la sexualidad para crear
emociones que transforman y conectan con la Otra Realidad. Pero el que no sabe comerse el
cebo sin apego, se traga el anzuelo envenenado.
Considero el que llamo “amor mágico” como una instrumentalización iniciática del amor
y de todas sus energías. Es un amor supracotidiano y con su toque de mistérico. El amante
exterior constela al amante interior. Hay quien puede prescindir del amante exterior y despertar
dentro de sí mismo a la mujer y el hombre y espiritualmente matrimoniarlos. Me extiendo muy a
fondo sobre el tema del amor mágico en mi obra “El amor mágico y la sexualidad sagrada”.
¿Existe una pasión predestinada o es una elucubración novelera? Hay una magia
pasional, pero hay que saber desenvolverse con ella. La sexualidad abre un gran abanico. Desde
la sexualidad sórdida, cutre, grotesca, hasta una sexualidad muy sutil, casi sublime y
transtemporal. Hay coleccionistas compulsivos de contactos sexuales, vulgares amantes y
grandes amadores. Y hay los que en pos del “complementario” no comprenden que nadie puede
resolver nuestras propias complejidades y que al final uno debe completarse a sí mismo y de sí
mismo.
¡El encuentro de almas! ¡He sido tan afortunado al encontrarme en este viaje existencial
con almas que tanto me han querido y aportado! Ojalá pudiera volver a encontrarlas para
entregarme más incondicionalmente a ellas.
¡Los coincidentes vitales! Hemos recibido mucho amor que tenemos que devolver. Mi
madre fue mi primera alma gemela. Y con respecto a mi hermano Miguel Ángel, digo que
cuando él vivía éramos un alma en dos cuerpos y ahora somos dos almas en un solo cuerpo.
Caminamos por la Vía Láctea, peregrinos en busca del Sentido, y a veces nos
encontramos con almas gemelas y que al momento las re-conocemos. Otras veces, para nuestro
infortunio, no. Pero al final, querido Javier, si hay un Alma Cósmica, todas estamos contenidas
en la misma, y si no, somos como burbujas que se encuentran con otras burbujas, las amamos y
nos aman, para al final desvanecerse. ¿Acaso la ola no ha formado siempre parte del océano en el
que surge y en el que luego se disuelve?
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