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ES DIFÍCIL DE CONTROLAR EL NIVEL DE METALES PESADOS Y

PESTICIDAS DE LOS ALIMENTOS QUE TENEMOS EN EL MERCADO.


ESTOS SE VEN AFECTADOS DURANTE LA RECOLECCIÓN,
TRANSPORTE, MANIPULACIÓN, ENVASADO O COCINADO, YA SEA DE
ORIGEN VEGETAL O ANIMAL.

De los 106 elementos conocidos por el hombre, 84 son metales, por lo que no
es de extrañar que las posibilidades de contaminación metálica en el ambiente
sean numerosas. Entre los metales pesados los más importantes en
cuestión de salud son el mercurio, el plomo, el cadmio, el níquel y el
zinc. Algunos elementos intermedios como el arsénico y el aluminio, los cuales
son muy relevantes desde el punto de vista toxicológico, se estudian
habitualmente junto a los metales pesados.

Las fuentes de los metales pesados


Los metales pesados presentes en los alimentos provienen de diversas fuentes.
Los más comunes son el suelo contaminado en el que se cultivan alimentos,
lodos residuales, fertilizantes químicos y plaguicidas utilizados en la agricultura,
la utilización de materiales durante el ordeñe. También se debe tener en cuenta
que el agua y los alimentos que consumen los animales afectan la calidad de la
carne y la leche; la presencia de metales pesados en los alimentos,
particularmente la leche, resulta un tema tanto preocupante como
alarmante. Es necesario enfatizar que los riesgos a la salud de la población
infantil necesitan ser evaluados de una manera integral, considerando la
exposición crónica de metales pesados en alimentos que por lo regular se
presenta sin síntomas, durante un tiempo prolongado de la vida.

Las principales fuentes de contaminación por mercurio son el pescado,


insecticidas, agua “potable”, algunos medicamentos, aire contaminado
por la industria y motores a explosión. En caso de embarazadas o mujeres
en lactancia, el bebé puede absorber de un 40% a 60% si la madre ha
ingerido algún alimento contaminado. Pero el mayor porcentaje de mercurio
entra en nuestro organismo por los empastes de los dientes: la amalgama
usada contiene hasta un 50% de mercurio.

¿Cómo pueden incorporarse los metales en los


alimentos?
Un ejemplo sería el siguiente: un tomate cultivado cerca de una autopista
de mucho tráfico incorporará plomo. Si además, el agua de riego que se
emplea proviene de un río que cruza una antigua zona minera o a la que se
vierten residuos de una fundición, y si además el suelo agrícola ya era de
por sí muy rico en cobre y fue tratado tiempo atrás con plaguicidas
mercuriales, tenemos una importante cantidad de metales
incorporados.

Si de aquel tomate se hace una salsa y se envasa en una lata de hojalata,


también van a aparecer estaño y algo de hierro. Y si finalmente el consumidor
abre la lata e hierve el contenido en una cazuela de aluminio, invariablemente
algo de este metal ligero va a disolverse en la salsa, favorecida por la propia
acidez del tomate y por el calor del fuego.

¿Necesitamos los metales?


Los metales no son malos por definición, pues muchos resultan esenciales en
nuestra dieta. Pero estando presentes en el medio ambiente de manera natural
o por la acción del hombre, la exposición a través de los alimentos difícilmente
puede evitarse.

Metales esenciales (su ausencia o su insuficiencia en la dieta humana luego


de cierto tiempo aparecerán modificaciones a los procesos metabólicos y
entonces surgirán enfermedades) por ejemplo: el sodio, potasio, calcio, cobre,
zinc, hierro y manganeso)

Metales no esenciales como el plomo, cadmio, mercurio, aluminio entre


otros; cuando estos metales son absorbidos en pequeñas cantidades pueden
ser eliminados a través de la orina, jugos gástricos, etc. El incremento de la
concentración de metales pesados en los alimentos puede causar un efecto
tóxico, la gravedad de este efecto dependerá de la naturaleza, cantidad y forma
química de los metales y de la resistencia del organismo.

Consecuencias de la intoxicación por metales


pesados
Producen graves efectos en el cerebro y en la evolución mental de los niños.
Entre muchos otros síntomas la intoxicación por plomo provoca una
perturbación en la sangre, como consecuencia pueden surgir leucemias,
anemias, insuficiencias renales y enfermedades neurológicas.

El mercurio en particular se fija en diferentes partes del cuerpo


humano. Principalmente afecta al hígado, riñones y corazón,
provocando diferentes alteraciones. Pero también afecta a las
articulaciones, intestinos, huesos, la sangre y especialmente al sistema
nervioso. En el espacio intracelular el mercurio provoca daños que provocan
fatiga crónica.

Desintoxicación con Alga Chlorella


La chlorella moviliza metales pesados y radioactivos y otras toxinas, para
eliminarlas del organismo a través de las heces. Esta alga también puede
neutralizar el efecto venenoso del uranio y el plomo. Se han llevado a
cabo muchos otros estudios que comprueban la capacidad de la chlorella para
liberar al cuerpo de sustancias venenosas.

La ingesta recomendada es de 3 gramos al día, pero puede aumentarse


dependiendo de sus necesidades energéticas y nutricionales. Las personas que
consuman chlorella por primera vez deben incrementar la dosis gradualmente.

Otras opciones naturales secundarias:

Cilantro: es capaz de movilizar muchos tóxicos del espacio intracelular,


especialmente de las células nerviosas y de los huesos. Estudios recientes con
animales demuestran que el cilantro efectúa una movilización rápida de
aluminio y plomo del cerebro y del esqueleto, superior que con cualquier otro
remedio. Para una eliminación de las toxinas movilizadas por el cilantro es
imprescindible tomar también la Chlorella en cantidades suficientes para inhibir
una reabsorción de las sustancias liberadas.

Ajo: protege los glóbulos rojos y blancos de la sangre contra daños por
oxidación, provocados por los metales pesados en su camino hacia fuera del
organismo. Además contiene el mineral más importante en la protección contra
la toxicidad del mercurio: selenio bio activo

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