Вы находитесь на странице: 1из 10

IV Encontro Internacional de História Colonial

Belém do Pará, 3 a 6 de setembro de 2012.


Mesa-redonda Proprietas: um debate sobre o domínio territorial em contextos
coloniais

¿Qué es la propiedad en la época moderna?


Rosa Congost

Entre las cosas, que son muchas, que comparto con el resto de miembros de esta mesa,
se halla la voluntad de reflexionar y avanzar en los estudios históricos sobre y en torno a
la propiedad de la tierra. Agradezco a los organizadores que me hayan permitido
participar en esta Mesa, que quiere poner de manifiesto, y es importante, que en estos
momentos hay un debate en torno al modo de enfocar el tema de los derechos de
propiedad en la Historia, es decir, que entendemos la “propiedad” como una
problemática. Oportunidades como ésta no son demasiado frecuentes. De hecho, una de
las cosas que más me preocupa en estos momentos es la poca participación de los
historiadores en algunos debates hoy vigentes sobre los derechos de propiedad.

Entre las cosas que compartimos los miembros de esta mesa, pienso, está también la
idea de que la única manera de reflexionar correctamente sobre la propiedad es a partir
de estudios empíricos, de casos concretos. En este sentido, estoy convencida de que
seguramente no será la discusión que hoy podemos entablar la que hará avanzar
nuestros conocimientos; para este fin, confío más en los resultados de algunas
investigaciones que van a presentarse o se han presentado en este Encuentro. Por poder
asistir a algunas de esas presentaciones de primera mano, reitero mi agradecimiento a
los organizadores de esta Mesa. Y espero que, en cierta manera, debates como el de
hoy, puedan incidir positivamente en investigaciones futuras.

En mi aportación a esta mesa, intentaré combinar las reflexiones teóricas con los
ejemplos de estudios empíricos sobre la región que constituye mi campo de observación
y experimentación cotidiano, Cataluña. Pienso que es en este tipo de estudios, más que
en las reflexiones de tipo teórico, en las que por lo demás no haría sino repetirme, donde
puede verse la radicalidad del cambio de enfoque que algunos proponemos. Mi
experiencia demuestra que es más fácil ponerse de acuerdo en las cuestiones teóricas, en

1
suscribir unos supuestos postulados teóricos, que en aplicar y practicar el método
histórico que la asunción de esos posicionamientos teóricos implica. Hace años que
estoy investigando y escribiendo sobre este tema. En estos años, he procurado combinar
la investigación empírica, en los archivos, con las reflexiones teóricas. Me he peleado,
en el terreno intelectual, con algunos de mis maestros, con muchos escritos de
historiadores reconocidos. Y lo he hecho porque estoy convencida de que esta es la
única manera de avanzar.

En los últimos años, muchas de las reflexiones las he compartido con Rui Santos, y he
aprendido mucho leyendo algunas investigaciones empíricas de autores de distintos
países que comparten algunas de nuestras preocupaciones teóricas –algunos lo dicen
explícitamente- lo que revela sin duda que no se sienten cómodos con la historiografía
dominante de sus países. Juntos estamos asumiendo nuevos retos en la forma de
analizar históricamente la propiedad.

Pero las dudas y los interrogantes crecen. La clave para un debate entre historiadores
sobre la propiedad de la tierra consiste en ser conscientes que andamos a tientas, y que
nos necesitamos mutuamente para continuar en la tarea de desbrozar caminos nuevos.

Al tratarse de un Encuentro sobre la época colonial, en América Latina, la reflexión que


se nos propone nos permite incidir en un punto que considero clave, desde hace tiempo,
que es el de reflexionar sobre la propiedad en contextos diferentes a los contextos
estrictamente contemporáneos. Tal vez el mayor esfuerzo revisionista sobre la
propiedad realizado hasta ahora, seguramente más por los economistas y los juristas que
por los propios historiadores, se ha centrado en la época contemporánea. Como si la
confrontación diaria entre la compleja realidad y los discursos oficiales,
extremadamente simplistas, sobre la propiedad en la época contemporánea, hubieran
chocado demasiado para no ver la necesidad de revisar este discurso. En estos
momentos tal vez seamos los historiadores el colectivo no ya menos decidido, sino
menos preparado a cambiar nuestros discursos. Y es preocupante, porque muchas veces
esta incapacidad nos impide realizar nuestra misión principal, que es la de llegar a
aprehender y comprender las distintas realidades y a desmentir así, muchos tópicos que
los otros científicos sociales consideran irrefutables.

2
Considero interesante plantear el tema en la época colonial porque constituye un
reclamo contra la suposición, bastante extendida, de que en los contextos
anteriores a las llamadas revoluciones liberales no es necesaria ninguna revisión.
Como si al tratarse de una época anterior al triunfo del llamado paradigma liberal
de la propiedad, éste no estuviera incidiendo en la forma de ser analizadas aquellas
sociedades.
En Europa, algunas reflexiones en torno al concepto de “reacción señorial” pueden
ilustrar esta idea. En general, este concepto ha servido para detectar e identificar un
comportamiento activo de los señores y una voluntad explícita de reactualizar rentas
feudales a finales del siglo XVIII. Consecuentemente, el fenómeno ha sido visto como
una amenaza para el crecimiento –moderno- agrario y económico. Pero podemos llegar
a conclusiones radicalmente distintas si vemos en el comportamiento de los llamados
señores el reflejo de la voluntad de participar de las nuevas oportunidades abiertas
precisamente por el crecimiento económico. Sus actitudes pueden ser ahora
conceptualizadas como capitalistas, porque en realidad buscaban la maximización de
sus rentas y porque, a menudo, se trataba de las mismas prácticas que llevaban a cabo
los burgueses que se hallaban en las mismas condiciones, pero también podían tratarse
de procesos protagonizados por sectores humildes de la población. Suelen ser útiles
para ilustrar esta problemática todos los procesos que tienen que ver con la ocupación y
privatización de usos de las tierras yermas y boscosas.

En Cataluña, cuando empecé mis reflexiones sobre la propiedad, a inicios de la década


de 1990, este tema apenas había sido estudiado. Ahora lo conocemos mucho mejor.
Pero para llegar a este conocimiento hemos tenido que vencer algunos tópicos bastante
arraigados en la historiografía catalana y española, a pesar de que algunos de estos
tópicos eran contradictorios entre sí. Todos apuntaban a la idea de que la revolución
liberal había significado el nacimiento de una nueva propiedad: perfecta, libre, absoluta.
Pero en Cataluña, los contratos enfitéuticos, considerados muchas veces como
sinónimos de contratos feudales, fueron muy importantes antes, durante y después de la
revolución liberal. Y si se consideraba que el proceso de cerramientos de fincas no
había sido importante era porque la historiografía catalana había asumido la idea de un
individualismo agrario eterno.

3
Voy a seguir con estos dos ejemplos. La presencia de los contratos enfitéuticos en los
protocolos notariales era conocida y los pensadores ilustrados se refirieron a ellos, pero
la asimilación de lo enfitéutico con lo feudal, con lo antiguo, con lo arcaico, hizo que
durante muchos años se considerara poco importante este tema y poco necesario su
estudio. Si alguno se interesaba por ellos y, sobre toso, si no lo hacía para destacar sus
aspectos negativos, corría el riesgo de ser considerado “pairalista”, que es el concepto
encuñado a inicios del siglo XX para designar a los nostálgicos del pasado y de un
mundo rural destinado a desaparecer.

La proliferación de los bandos, que así se llamaban los documentos que prohibían la
entrada en las tierras particulares, y que en el siglo XVIII permitieron la apropiación de
muchos bosques que antes tenían el acceso abierto como mínimo a todos los vecinos,
también eran conocidos por algunos historiadores, que interpretaron este proceso en
clave nacionalista, como una prueba de la injerencia del Estado borbónico en la
actividad económica catalana. Y nada más.

No se creía necesario estudiar la enfiteusis, porque se asociaba a lo antiguo, a lo feudal.


No se creía necesario estudiar los bandos, porque se veían únicamente como un
instrumento de dominación de la Monarquía borbónica del pueblo catalán.

Les invito a reflexionar, por un momento, sobre si no se trata de dos razonamientos


frecuentes también en el estudio de los contextos coloniales. Con los mismos efectos
inhibitorios sobre el análisis de los grupos y las dinámicas sociales que actuan y operan
en aquellas sociedades, coloniales, sí, pero sociedades en fin, y por lo tanto difíciles de
comprender si no se analizan los grupos sociales que las conforman y las dinámicas
sociales que las transforman.

Volvamos a Cataluña. Todo cambia si se analizan ambas temáticas –y, de hecho, ambas
fuentes- desde un punto de vista neutro –es decir, sin adjetivos- y social –es decir, a
partir de los grupos sociales que las protagonizaron. Un análisis detallado de los
contratos enfitéuticos de la región de Gerona revela que a principios del siglo XVIII la
mayoría de los contratos enfitéuticos de tierras yermas y boscosas eran firmados por
señores directos; las rentas exigidas eran relativamente bajas, próximos al diezmo de los
frutos. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, sin que ninguna ley así lo

4
proclamara, no solo aumenta significativamente el número de contratos enfitéuticos,
sino que se produce un giro significativo: son los detentadores del dominio útil los que
asumen el proceso de colonización agraria, y los censos exigibles ahora son mucho
mayores.

Es también a partir de esta segunda mitad del siglo XVIII, cuando aumenta
significativamente el número de bandos prohibiendo la entrada en las tierras de los
particulares, muchas de ellas de carácter forestal, que hasta aquel entonces habían
permanecido abiertas. Y los protagonistas de esta otra vía de privatización de tierras son
los mismos individuos, los detentadores del dominio útil de los masos.

Son estos propietarios, jurídicamente enfiteutas, los que se están apropiando de las
tierras boscosas, y los que, gracias al trabajo de terceros, les están dando un valor
que antes no tenían. Procesos similares sucedieron en muchas partes. Pero no en
todas partes sucedieron al mismo tiempo y, lo que es más importante, no siempre
fueron protagonizado por los mismos grupos sociales. Porque no en todas partes
había los mismos grupos sociales. Pero, además, en la medida en que lo vemos
actuar el grupo de los propietarios útiles se nos revela de un modo que antes no
habíamos visto: de dominados a dominantes; de humildes a poderosos. Os aseguro
que ver emerger de esta forma golpe un grupo poderoso, que la historiografía había
situado en el lado de los explotados, de los oprimidos, constituye una experiencia
apasionante.

En este sentido, adjetivos como “feudal”, “antiguo”, y ¿por qué no? “colonial”,
aplicados tanto a la propiedad como a las clases sociales, han ayudado poco a ver la
realidad social –antes, durante y después del feudalismo, antes, durante y después de las
colonias, antes, durante y después de la revolución liberal- como una realidad
dinámica en la que las prácticas sociales relacionadas con la propiedad no sólo
eran condicionadas sino que también condicionaban la dinámica y las
transformaciones sociales de las propias clases sociales. Las limitaciones y los
riesgos de este enfoque resultan evidentes si tenemos en cuenta que los elementos que
reciben la etiqueta de “feudales” en un país pueden no ser considerados como tales en
otros. Por lo que las lentes comparativas se revelan absolutamente necesarias, para
superar la miopía que comporta una mirada centrada exclusivamente en una sociedad

5
concreta. En el caso de la propiedad, esta miopía viene ayudada por los argumentos
legalistas y, por lo tanto, estatistas, esgrimidos por los contemporáneos, que con
palabras abstractas –y aparentemente universales- justifican realidades concretas, y
desarrollan ideologías nacionalistas, que sólo conseguiremos percibir con claridad si
logramos despojarnos de este lenguaje aparente universal que, por serlo, parece
irrenunciable. Pero sólo haciéndolo podremos concebir la propiedad como reflejo,
producto y factor de las relaciones sociales existentes, lo que a su vez nos
impulsará y nos animará a “lanzar la duda sistemática” sobre todos aquellos
discursos sobre la propiedad y la justicia que, a lo largo de la historia, han servido
precisamente para “justificar los distintos ordenes existentes” en las distintas
sociedades, como si fueran naturales, eternos y universales.

Por todas estas razones, si centramos nuestro análisis en la época moderna, y en el caso
del Brasil, en la época colonial, no debemos simplemente pensar: “la propiedad, en estas
sociedades, no era la misma propiedad que la que posteriormente triunfó en nuestras
leyes y códigos”. El cambio de enfoque que proponemos algunos no se limita a
constatar que en el siglo XVIII no había triunfado aún en los códigos y las leyes la idea
de la propiedad plena y absoluta y que, por lo tanto, hay que estudiar estas sociedades
como sociedades que tienen sus propias dinámicas. Éste es un primer paso necesario,
sin duda, pero no es suficiente. Hay que dar un segundo paso, el definitivo, que consiste
en “liberarse” de cualquier noción de la propiedad como una cosa dada, como una
cosa bien definida. Y hay que dar este paso no sólo en el discurso teórico, lo que es
muy fácil, sino en el pensamiento histórico, es decir, en la forma de interrogar, de
aplicar el análisis histórico a los datos empíricos, lo que es más difícil.

Porque considero que ésta es la parte más difícil de nuestra tarea, porque presiento que
no siempre consigo realizarla, porque creo que aún nos queda un largo camino para
recorrer, ésta es la idea principal de mi intervención aquí.

La experiencia adquirida en los últimos años, a partir de mi participación en congresos


como éste, y a través de las lecturas de trabajos que me son remitidos por algunos
historiadores que creen estar siguiendo el nuevo enfoque, y así me lo indican en sus
cartas, me demuestran que es el paso más difícil. Pero es del todo necesario. No
podemos quedarnos a medias. Porque si nos quedamos en el primer paso, no hacemos

6
sino reforzar y alimentar aún la idea de una propiedad plena, absoluta y perfecta. En
tanto que llevo entablada una lucha personal contra esta idea, profundamente arraigada
en la historiografía española, desde hace más de veinte años, entenderéis que centre mi
última reflexión de hoy en esta problemática, y comprenderéis que, para familiarizaros
con ella, me he preguntado si también se halla arraigada en la historiografía brasileña. Y
me parece que sí. Para que reflexionéis sobre ello, voy a exponer aquí, de un modo
resumido, algunos de los principales puntos que para mí son imprescindibles para
superarla. Considero que, en la medida en la que nuestras diferencias puedan derivar de
las diferentes realidades empíricas que estamos trabajando, este tipo de diálogo es
absolutamente necesario. Estoy convencida de que es la única manera de avanzar en la
aventura en la que estamos metidos; una aventura que cada uno de nosotros ha iniciado
por su propia cuenta y en la que nos podemos ayudar mucho unos a otros.

Empezaré diciendo que, si algo agradezco al azar es que pusiera delante de mis narices
una fuente como el Registro de hipotecas, que además, al abrazar los siglos XVIII y
XIX, me inmunizó contra la idea de una ruptura radical en la época liberal.

Desde mi punto de vista, y simplificando mucho, a modo de manual de autoayuda,


sugiero, para un posible test de inmunización contra la idea de una propiedad perfecta,
que cada investigador se pregunte a si mismo sobre:

1) si tiende a utilizar el uso del singular o del plural al hablar de derechos de


propiedad. Para mi, este tema es clave. Es muy distinto preguntarse, en el momento de
analizar, ya no la propiedad, sino una sociedad cualquiera: quién tiene el derecho de
propiedad sobre una tierra? Que ¿quiénes tienen derechos de propiedad sobre esta
tierra?

2) si tiende a contraponer “la propiedad” a las diferentes formas de poseer que se


encuentra en los archivos. La distinción, entre formas de posesión y formas de
propiedad, por ejemplo la enfiteusis, es necesaria cuando se parte de un concepto
determinado de propiedad, pero resulta un obstáculo al enfoque que proponemos.

3) si tiende a pensar en términos duales: propiedad feudal/propiedad capitalista;


propiedad particular/propiedad común, etc. Desde mi punto de vista, no sólo hay “otra

7
forma de poseer” sino “distintas formas de poseer” y todas tienen que ser tenidas en
cuenta.

4) si tiende a pensar que los derechos de propiedad determinan los grupos sociales, pero
no hace el ejercicio de pensar que los grupos sociales definen los derechos de
propiedad.

No sé como les saldrá el test. Pero me contentaría hoy con que escuchándome, algunos
de ustedes hayan establecido algunas conexiones entre mi experiencia investigadora y
la suya. Yo lo hago constantemente cuando leo los resultados de algunos trabajos de
investigación o alguas noticias en la prensa sobre la realidad cotidiana.

Voy a poner un ejemplo de aquí: el “grilagem”. Se trata de una palabra que permite
definir las prácticas de unos hombres presumiblemente ricos para burlar las leyes y los
códigos, un método para dar a los documentos y a los supuestos títulos de propiedad la
apariencia de antigüedad, una especie de “mauvais gré” a la inversa, la hallé aquí.
Cuando conocí, hace algunos años, la existencia de este método y de esta palabra, me
pareció que la había estado buscando hace tiempo. Me pareció comprender mejor y ver
con bastante claridad algo que hasta aquel momento sólo había entrevisto de un modo
borroso, cuando intentaba explicar la “historia de los comunales” de unos “comunales
sin historia” de Cataluña: había que investigar todas las armas de las que se valían los
protagonistas de la historia, tanto los débiles, como los no tan débiles, como los más
fuertes. Entreví la necesidad de ampliar estrategias que hasta el momento se habían
supuesto a los de arriba a los de abajo y estrategias que se habían supuesto a los de
abajo, a los de arriba. Y todas ellas a los grupos medios que se hacían y rehacían con el
tiempo gracias o por culpa o a pesar de estas estrategias.

Si entendemos la propiedad como una relación social tenemos que admitir todo esto. Y
pienso que es necesario realizar, de forma positica, de forma constructiva, una
autocrítica y una crítica constantes por no llegar a hacelo, por no saber hacerlo.

Por discutir algunas cosas que parecían indiscutibles, he tenido que criticar a muchos
historiadores amigos que se interesaban por las mismas cosas que yo me intereso. Por
ello, intento, en cualquier oportunidad, y por lo tanto también aquí, situar mi obra en

8
una larga tradición historiográfica concreta, que es la de preguntarse sobre el
movimiento y desarrollo de las sociedades, y el papel de los grupos sociales,
incluídos los más humildes, en este movimiento. Y creo que la comparto con todos
los miembros de esta Mesa. Muchos estudios históricos interesados en la propiedad
de la tierra estaban interesados en realidad en la historia de los grupos sociales.
Más allá de que ahora podamos criticar algunos de sus aspectos, estos estudios fueron
importantes, y pienso que en el contexto historiográfico actual, es necesario
reivindicarlos. Es para continuar con éxito esta línea historiográfica que algunos
defendemos una concepción amplia de los derechos de propiedad, que incluya las
prácticas de la “posse”, de la enfiteusis, de los arrendamientos, de las
servidumbres, es decir que admita como hipótesis de trabajo la pluralidad y la
mutabilidad de estos derechos, en cualquier época; estamos convencidos de que ello
facilitaría la conexión y el diálogo entre muchos historiadores. Pueden servir ejemplo,
por el impacto que en su momento tuvieron estas historiografias, los historiadores
franceses interesados por los efectos sociales de la revolución francesa, y los
historiadores ingleses preocupados por los efectos sociales de las “enclosures”. Estoy
convencida de que si este diálogo hubiera empezado antes, hoy habríamos avanzado
mucho más en la discusión que aquí proponemos. Y además, habríamos entablado
mucho antes el diálogo –y, lo más importante, la discusión, la crítica, el debate- con
los historiadores económicos de la llamada escuela neoinstitucionalista que desde
hace tiempo han convertido los derechos de propiedad en el eje de su discurso.

En un artículo publicado en 2003, en Past & Present, titulé el último apartado “Por un
nuevo enfoque histórico de los derechos de propiedad” y mis palabras finales eran:
“Pensar que los derechos de propiedad reflejan relaciones sociales que se
transforman y se dirimen en el día a día supone optar por un nuevo modelo –
reticular, complejo- de análisis histórico. No estoy sugiriendo reemplazar un
paradigma por otro –no es una nueva teoría del cambio histórico lo que estamos
buscando; estoy simplemente poniendo de relieve la necesidad de cambiar nuestros
instrumentos de análisis y de observar nuevos parámetros, aunque al principio
caminemos a ciegas”.

Aunque al principio caminemos a ciegas. He querido subrayar esta frase final porque
pienso que es el principal temor que tenemos que vencer. Para ir adelante, hay que

9
renunciar -y de hecho combatir- a ideas que hasta ahora nos habían acompañado –y nos
habían ayudado- en nuestro camino. Esto es lo más difícil. Pero hay que ser valientes.
Y, quiero dirigirme ahora a los más jóvenes: os aseguro, además, que vale la pena.

10

Вам также может понравиться