Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
¿Los primeros cuatro días te la pasas viendo Facebook o esperando que se desate la
furia en Twitter por la catástrofe moral más recuente, quejándote de dolores de pecho
y contando los minutos hasta que dan las seis o las 6:30 para ir corriendo al bar más
cercano y beberte litros de porquería que no usarías ni para limpiar los conductos del
aire acondicionado de tu auto? No te preocupes, no eres el único desilusionado. Lo
único diferente es que usas Facebook. La indulgencia sin límites es un problema que
ha estado presente por varias décadas, es una parte inevitable de nuestra condición
capitalista tardía, un síntoma de nuestra vida moderna, larga, vacía y sin guerras.
Hoy en día ya no sólo son adolescentes y estudiantes los que tratan de escapar de la
realidad. Ahora son personas que pasan de los veinte y de los treinta, personas que ya
deberían saber lo que hacen pero, al parecer, no es así. Son adultos relativamente
productivos que no están dispuestos a dejar ir esas noches interminables que pasaban
mirando sus propios reflejos borrosos en los baños de un bar o un antro y que en
realidad tampoco encuentran un motivo para dejar de hacerlo. Como yo.
Un amigo me dijo hace poco que hoy en día era imposible crecer porque los
treintañeros se comportan igual que los adolescentes. Ver que un adulto compre una
mesa de pinball o que use jeans para ir al trabajo ya no es nada impactante ni
gracioso. Ni siquiera si este señor tuviera cuarenta años.
No tengo treinta pero tampoco me falta tanto para cumplirlos y cuando analizo mi
vida me doy cuenta de que no ha cambiado mucho desde que tenía 17 años. Si trato
de recordar mi verano, lo que veo son escenas de mis amigos y yo vagando por las
calles de Londres, tomando latas de cerveza, cantando sobre futbol, tratando de
colarnos a algunas fiestas, enviando mensajes a algunas chicas para invitarlas pero
sólo me ignoraban, publicando Vines estúpidos en nuestro grupo secreto de
Facebook, drogándonos, escuchando Underworld y todo eso con pants. Me siento
como en un refrito mal hecho de Goodbye Charlie Bright y no tengo idea de cómo
escapar.
Al igual que muchos de mis conocidos, ya soy mayor que mis padres cuando me
tuvieron. Eran otros tiempos; tener veintitantos significaba que ya tenías que asumir
las responsabilidades que empezaban a llegar a tu puerta, cuando tenías que dejar
atrás tu adolescencia para cuidar una versión pequeña y cabezona de ti mismo y
regresar a la vida que pausaste años antes con una Vespa modelo Jack Union, o con
un Audi TT y salir con un chico veinte años mejor que tú o una novia tailandesa
mientras esperas que tu ex pareja firme el divorcio.
Crecer era mucho más fácil en la época de mis padres. De hecho era casi imposible
no hacerlo; la sociedad te arrastraba quisieras o no. En ese tiempo sí se tenía la
posibilidad de aspirar a una estructura de vida más allá de jugar FIFA y
emborracharte. Era una época en la que la clase trabajadora de cualquier ciudad
podía encontrar un buen trabajo incluso sin haber ido a la universidad y con el
tiempo podía comprarse una casa, casarse, tener hijos y permitirse todos los lujos que
hace de los suburbios el mejor lugar del mundo y el peor al mismo tiempo. Es obvio
que se tardaron más que sus padres en hacerlo y seguro también se divirtieron más
pero hay que olvidar que, en esa época, la presión por formar una familia era mucho
más grande. El estilo de vida tradicional era tan fácil de alcanzar que a menudo la
gente lo hacía por error, es por eso que la mayoría de nuestra generación se conforma
de primogénitos no deseados.
Foto por Nicholas Pomeroy.
Pero la gente ya no comete esa clase de errores. Cada vez baja más la tasa de
natalidad. Según algunos informes, es probable que esta disminución se deba a pocos
factores pero entre éstos sobresalen dos en específico: el precio de la vivienda no es
asequible y la economía inestable, algo que últimamente se ha vuelto dependiente
uno del otro. Dicho de forma más simple: hay mucho desempleo, hay pocas
prestaciones y las casas son demasiado caras. En pocas palabras, el panorama no es
muy optimista.
Los dogmas de la adultez no son para todo el mundo. El problema de que la gente no
quiera crecer y dejar atrás las fiestas va mas allá de sólo un par de idiotas borrachos
arrastrándose a las guarderías de la nostalgia adolescente.
Si queremos tener más opciones aparte del dilema de "emigra o retírate", debemos
buscar nuevas formas de adaptarnos al mundo donde desafortunadamente nos tocó
vivir. Los tiempos están difíciles y la situación es dura pero quizá es momento de
intentar algo más aparte de seguir la fiesta hasta amanecer en el olvido de la mediana
edad. Seguro nos van a recordar por la mefedrona, los que bailaban shuffle y las
formas agresivas en que respondíamos a los comediantes de Vine pero lo mejor que
podríamos hacer es dejar de preocuparnos por eso y simplemente tratar de encontrar
nuestro propio camino para salir de este purgatorio de embriaguez.
Buscar una forma de vida alternativa no significa que tengamos que aprender artes
escénicas ni mudarnos a una granja ecológica. No vivir en la capital no significa que
estemos renunciando a nuestras vidas. Necesitamos hacer algo más aparte del estilo
de vida de "rentar un departamento en una zona bonita y tratemos de sobrevivir" que
nos vendieron. Si no, vamos a seguir regalando nuestro dinero a una utopía de
escoria conservadora.
Decimos que odiamos al sistema que nos hizo de este modo y al mismo tiempo
anhelamos formar parte de él. Tal vez es mejor ser joven en un mundo nuevo que
viejo en un mundo que ya todos conocemos muy bien. Carajo, creo que estamos a
punto de convivir con el primer lote de nietos de la escena acid house. Creo que es
momento de buscar una nueva forma de crecer.