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RESUMEN DEL TEXTO

Siendo consciente del manejo de algunos conceptos, ideas y bifurcaciones propias


de mi pensamiento, me atrevo en esfuerzo a limitarlas y subordinarlas por un
instante al capítulo tercero, y así, resumir el extracto del “Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia”.
En primera instancia, conviene subrayar la premisa básica del desarrollo completo
del capítulo, donde se afirma explícitamente la inviolable dignidad de la persona
humana como cimiento de la doctrina social de la iglesia. Convenientemente para
fortalecer lo anterior y sedimentar las futuras aseveraciones, se expone la
colocación por obra de Dios de la criatura humana en el centro y en la cumbre de la
creación: al hombre (en hebreo, adam) plasmado con la tierra (adamah), asimismo,
la insuflación en las narices del aliento de la vida (cf. Gn 2,7). En efecto, el ser
humano adquiere significación y no es solamente algo, sino alguien, capaz de
conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras
personas1.
Sucesivamente, en la línea de la creaturalidad de la mujer y del hombre como
imagen de Dios, se establece el dinamismo de la reciprocidad que anima el
“nosotros” de la pareja humana como causalidad principal de la igualdad de valor y
de dignidad de ambos sexos2,3.
Dios tiene la misión compleja de ascender en lo carnal (creaturalidad del ser
humano) para afinar lo espiritual y diluir la libertad a un ejercicio de dominio
responsable sobre el mundo de las criaturas, anulando la explotación egoísta y
arbitraria de éstas. El corazón designa precisamente la interioridad espiritual del
hombre, es decir, cuanto lo distingue de cualquier otra criatura: Dios ha hecho todas
las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el afán en sus corazones, sin
que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin
(Qo 3,11).
Luctuosamente la vileza de Adán y Eva recae en la tentación, dejándose seducir
por la serpiente para extender sus manos al árbol de la vida y cometer el pecado
personal. De ahí, que cada uno/a lleva desde su nacimiento el pecado original como
una herencia recibida de sus progenitores; éste afectará la naturaleza humana y
será transmitido por propagación a toda la humanidad4,5.
Además, la agresión directa al prójimo se considera pecado social y viene dado por
todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre persona y persona,
entre la persona y la comunidad, y entre la comunidad y la persona. Ulteriormente,
la consecuencia de cualquier pecado conlleva a la desunión de la familia humana
(ya iniciada con el primer pecado), alcanzando ahora el extremo en su forma social6;
no obstante, el no aislar la conciencia de la universalidad de la salvación en
Jesucristo, puede soslayar la falsa angustia por el pecado y la consideración
pesimista del mundo y de la vida.
Por otro lado, al no relegar las múltiples dimensiones de la persona humana, se nos
hace posible poder captar las facetas más importantes de su misterio y de su
dignidad. La espiritualidad del hombre supera a la totalidad de las cosas y penetra
en la estructura más profunda de la realidad, por consiguiente, tiene dos
características diversas: es un ser material, vinculado a este mundo mediante su
cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la trascendencia y al descubrimiento de una
verdad más profunda, a causa de su inteligencia, que lo hace participante de la luz
de la inteligencia divina7.

El hombre y la mujer poseen la capacidad de apertura al infinito (de Dios), se elevan


por encima de todo lo creado y de sí mismo, por su inteligencia y voluntad, se abren
a otros, al prójimo y al mundo, porque al comprender el “tú” pueden decir “yo”. Salen
de sí, de la conservación egoísta de la propia vida, para entrar en una relación de
diálogo y de comunión con el otro.

La persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible


singularidad. El hombre existe ante todo como subjetividad, como centro de
conciencia y de libertad, cuya historia única y distinta de las demás expresa su
irreductibilidad ante cualquier intento de circunscribirlo a esquemas de pensamiento
o sistemas de poder, ideológicos o no. Lo anterior impone, ante todo, no sólo la
exigencia del simple respeto por parte de todos, y especialmente de las instituciones
políticas y sociales y de sus responsables, en relación a cada hombre de este
mundo, sino que además, y en mayor medida, comporta que el primer compromiso
de cada uno hacia el otro, y sobre todo de estas mismas instituciones, se debe situar
en la promoción del desarrollo integral de la persona.

La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre


elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la
presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa8. En este ejercicio
de libertad, cuando no se pretende ser creador, dueño absoluto de la verdad ni de
las normas éticas, se pueden lograr actos moralmente buenos edificadores de las
personas y la sociedad9.

En el rostro de cada hombre resplandece algo de la gloria de Dios, por este motivo
recae una radical igualdad y fraternidad entre los hombres, independientemente de
su raza, nación, sexo, origen, cultura y clase. Para favorecer un crecimiento
semejante, es necesario asegurar efectivamente condiciones de igualdad de
oportunidades entre el hombre y la mujer, garantizar una igualdad objetiva entre las
diversas clases sociales ante la ley10.

La igualdad entre hombre y mujer lleva a la unidualidad relacional, haciéndolos


complementos de forma física y sicológica, para realizar lo plenamente humano y
experimentar la relación interpersonal y recíproca como un don que es, al mismo
tiempo, una misión: a esta “unidad de los dos” Dios les confía no sólo la ópera de la
procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la historia11.
A causa de la soberbia y del egoísmo, el hombre descubre en sí mismo gérmenes
de insociabilidad, de cerrazón individualista y de vejación del otro12 que han llevado
a socavar los derechos humanos ajenos, enajenando la inalienabilidad al vacío y,
en el otro sentido de la palabra, enajenando el espíritu del hombre y de la mujer.

El Magisterio de la Iglesia no ha dejado de evaluar positivamente la Declaración


Universal de los Derechos del Hombre, proclamada por las Naciones Unidas el 10
de diciembre de 1948, que Juan Pablo II ha definido: una piedra miliar en el camino
del progreso moral de la humanidad13.

Inalienabilidad, universalidad e indivisibilidad son líneas distintivas de los derechos


humanos tanto para las personas como para los pueblos y las Naciones.
Indispensables atributos que deben engranar en un juego recíproco con los deberes
hasta alcanzar la indisolubilidad; sin embargo, existe desgraciadamente una
distancia entre la letra y el espíritu de los derechos humanos14, haciéndose
necesario colmar la distancia entre la letra y el espíritu.
La doctrina social, considerando el privilegio que el Evangelio concede a los pobres,
no cesa de confirmar que los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus
derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás; una
afirmación excesiva de igualdad puede dar lugar a un individualismo donde cada
uno reivindique sus derechos sin querer hacerse responsable del bien común15.

Finalmente, la Iglesia confía sobre todo en la ayuda del Señor y de su Espíritu que,
derramado en los corazones, es la garantía más segura para hacer penetrar la luz
y el fermento evangélico en todos los campos de la vida social, y así respetar la
justicia y los derechos humanos, misión de la que se ha dedicado constantemente
la Iglesia siguiendo el mandato de su Señor16.
REFERENCIAS
1 Catecismo de la Iglesia Católica, 357.

2 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2334.

3 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 371.

4 Catecismo de la Iglesia Católica, 404.

5 Juan Pablo II, Exh. ap. Reconciliatio et paenitentia, 2: AAS 77 (1985) 188;
cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1849.

6 Juan Pablo II, Exh. ap. Reconciliatio et paenitentia, 15: AAS 77 (1985) 212-213.

7 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 15: AAS 58 (1966) 1036.

8 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 17: AAS 58 (1966) 1037;
cf.Catecismo de la Iglesia Católica, 1730-1732.

9 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1749-1756.

10 Cf. Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 16: AAS 63 (1971) 413.

11 Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 8: AAS 87 (1995) 808.

12 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 25: AAS 58 (1966) 1045-
1046.

13 Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (2 de


octubre de 1979), 7: AAS 71 (1979) 1147-1148; para Juan Pablo II tal Declaración «
continúa siendo en nuestro tiempo una de las más altas expresiones de la
conciencia humana »: Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las
Naciones Unidas (5 de octubre de 1995), 2, Tipografía Vaticana, p. 6.

14 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17: AAS 71 (1979) 295-300.

15 Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 23: AAS 63 (1971) 418.

16Pablo VI, Motu propio Iustitiam et Pacem (10 de diciembre de 1976): AAS 68
(1976) 700.
NUEVOS SENTIDOS
Desde la perspectiva personal me surgen algunas ideas a comentar. En general,
éstas abordan transversalidad con otras materias distintas al pensamiento religioso,
tienen netamente el propósito de opinar y de no ir en vejamen de ninguna visión
comprendida por la Iglesia.
1
Hablar de los Derechos Humanos como “institución” religiosa tiene una
responsabilidad desmesurada, es una obligación predicar el discurso y velar por su
cumplimiento al menos desde el espacio personal, ya sea como ser único o como
parte de una institución representativa, pero… ¿cuál institución existente es capaz
de privarse la habladuría para actuar en base a los derechos proclamados para la
humanidad?. El mismo Estado ha enajenado la inalienabilidad al vacío, la Iglesia,
Carabineros, el SENAME y entre otras sociedades enmarcadas por un nombre
“respetable y protector” han socavado la dignidad del hombre y la mujer.

El predica y no practica es el corazón de la Iglesia, con políticas que promueven el


desarrollo de actos dogmáticos encargados de establecer un orden y control del ser
humano, privándolo del libre albedrío en materias poco comprendidas por el
catolicismo, sin embargo, extendiendo la mirada del asunto hacia el exordio del
error, nos damos cuenta que éste yace en la fórmula general de base de toda
religión y moral, que expresan: «Haz esto o lo otro, no hagas tal o cual cosa; así
serás feliz; de lo contrario...». Toda moral y toda religión no son más que ese
imperativo, al que Nietzsche llama el gran pecado hereditario de la razón, la inmortal
sinrazón. En efecto, para abogar por el sentimiento del orden y la dicha, es
necesario realizar ciertos actos e instintivamente huir de otros, es esa la fórmula
para alcanzar la virtud1.

Nuevo sentido: Evidentemente aniquilar el predica y no practica.

Del texto tenemos las siguientes líneas:

“Por su espiritualidad el hombre supera a la totalidad de las cosas y penetra en la


estructura más profunda de la realidad”

“La sociabilidad humana no comporta automáticamente la comunión de las


personas, el don de sí”

“Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una característica
natural que distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas”
En primer lugar, espiritualidad es una forma de discurso conceptual metafórico2;
hablar de espiritualidad se reduce a transformar el pensamiento a una escala más
cercana a nuestros sentidos, a un lenguaje conceptual capaz de hacer relucir las
emociones, por ello, lo que realmente penetra en la estructura más profunda de la
realidad no es el espíritu, es el alma, la que se ha viciado y machacado por su
esencia, es el alma misma con su superioridad ante las cosas y otros seres que ha
ocasionado la desdicha del ser humano.

En segundo lugar. La sociedad ha ido en decadencia desde su propio nacimiento,


con problemáticas infinitas que se repiten en todas las épocas: pobreza,
contaminación, desigualdad, intolerancia, corrupción y entre muchas otras;
indiscutiblemente cada una de las nombradas tiene directa relación con el ser
humano y su fervor desinteresado en pos de satisfacer su calidad individual.
Entonces, basándonos en esta simple idea nos llevamos a preguntar la veracidad
de las líneas extraídas del texto DSI, la respuesta es contundente y se reafirma con
las ideas de algunos filósofos del siglo XIX, a los que Ricoeur denomina los filósofos
de la sospecha: Marx descubre que la ideología es en realidad una falsa conciencia
enmascarada por el materialismo y los intereses económicos, Nietzsche habla de la
necesidad de cambiar los falsos valores que han dominado en la sociedad
occidental, y por último, Freud señala que la mayor parte de la psique humana es
irracional3.

Nuevo sentido: No seguir la misma línea de autosatisfacción.

Abrirse al conocimiento es parte de una habilidad compleja de lograr, es muy común


negar otras materias y anularlas instintivamente. Reducir el conocimiento a algo
precisamente académico es absurdo, la multiplicidad intelectiva que conlleva
traspasa todas las dimensiones; por ejemplo, las personas que se han permitido
aprender otro idioma, han desarrollado flexibilidad cognitiva, agilidad mental y
capacidad para tomar decisiones razonables, de igual manera, éstas, cambiaron su
percepción de masculino y femenino, ya que no todas las palabras comparten el
mismo género en los miles de idiomas.

Entonces, subordinarse a otras materias y conceptos para eliminar las falencias del
espíritu humano, es la fórmula esencial para alcanzar la cúspide del conocimiento,
es más, si todos tuviéramos la capacidad de poner en práctica lo anterior, seríamos
capaces de desarrollar la sociabilidad y la capacidad de entablar comunidades y
evitar posibles problemáticas ligadas a los dogmas.

Nuevo sentido: Estar dispuesto a la transversalidad del conocimiento.


REFERENCIAS

1 Nietzsche, el Crepúsculo de los ídolos.


2 Hannah Arendt, La vida del espíritu.
3 https://blogs.herdereditorial.com/filco/marx-nietzsche-freud-filosofos-sospecha/
LA CARRERA Y COMRENSION DEL TEXTO DSI

Estudiar ingeniería civil bioquímica requiere comprender conceptos de una gran


cantidad de materias, pasando desde las matemáticas duras y engorrosas hasta
conceptos biológicos, por lo que ocasionar una perdida casi total de la visión
religiosa hasta su anulación no es del todo curioso (no implica que todos lleguen a
eso). En efecto, al momento de plantearse la finalidad o la forma de ejercer la carrera
de acuerdo a la comprensión del texto DSI para emitir algún tipo de juicio, es casi
imposible; sin embargo, alejándonos de la primera parte del texto, en donde se
menciona la creaturalidad del hombre y la mujer (imago dei) y la conceptualización
del pecado, para enfocarnos en la parte espiritual, múltiple dimensional, social y
digna del ser humano, es posible crear una panorámica combinada entre lo
espiritual reflexivo y la vida académica de las ciencias exactas.

La parte del texto en donde se funda la visión de persona como


sujeto activo y responsable del propio proceso de crecimiento, junto con la
comunidad de la que forma parte, me hace una idea instantánea de desenvolverme
al momento de ejercer mi carrera en líneas de investigación relacionadas con el
desarrollo de biofármacos efectivos en el tratamiento de algunas enfermedades,
asimismo, involucrarme en materias ecológicas para la protección del medio
ambiente con sus respectivas ramas de energías renovables y tratamiento de aguas
residuales.

Por otro lado, la igualdad entre todos los seres humanos es un concepto más que
hablado actualmente, con el feminismo delante es imprescindible tener en cuenta
que la igualdad entre hombres y mujeres se aplica fuertemente en el ámbito
académico, más aun en mi carrera, que a pesar de ser una ingeniería la mitad la
componen mujeres, por lo que darse cuenta que ambos sexos tiene la misma
capacidad intelectiva y que al mismo tiempo ambos son capaces de desenvolverse
favorablemente en la vida laboral es bastante obvio (sería bastante retrogrado
pensar lo contrario, aun así, encuentro necesario mencionarlo).

Lamentablemente la academización ha menospreciado la sociabilidad humana


haciéndonos seres competitivos y jerárquicos, obligándonos a ascender sobre el
resto de forma egoísta y poco amena. Entablar un dialogo con la sociedad y trabajar
la parte espiritual y comunitaria es un misión a poner en acción. Con esta idea me
doy cuenta que el texto tiene bastante que decir y aportar a la parte académica,
para así, involucrar a las personas en una realidad más cercana con el espíritu
humano, el cual no se ha desarrollado del todo en futuros profesionales y
académicos.

Finalmente debo recalcar que la forma de ejercer la carrera debe ir siempre en


beneficio de las personas y especies que conviven en la sociedad, es así, como es
posible aportar para el mundo. Para lo anterior me apoyo en la finalidad de la
carrera, la cual sólo me entrega las herramientas necesarias para poder desarrollar
mi misión.
Cómo el cristianismo responde al tema de la muerte, la vida y la convivencia
El cristianismo se establece desde la comprensión de la vida como esfera de
convivio y colaboración con el prójimo: solidaridad y socialización. La vida transcurre
en la Tierra con dolor y angustia, por lo cual se vuelve imprescindible, para el sujeto-
cristiano, actuar según valores de misericordia, compasión, benevolencia y
solidaridad: amor absoluto. Desde el mito fundante del cristianismo se establece la
carga trágica y de culpabilidad que tendrá la existencia terrenal. En cambio, a la
muerte se llega en busca de otro espacio, de otra oportunidad, en el sentido de
resurrección que es donde encarna el máximo ideal del cristianismo. La resurrección
representa la concreción del efecto de la trinidad sobre la promesa de volver a vivir
una vida nueva, lejos ya del dolor y el pecado. Si el sujeto se comporta de mal modo
(violencias, asesinatos, violaciones, robos, ambición, lujo, lujuria, mentira inocula el
sujeto) entonces su destino será no la nueva vida, por medio de la resurrección,
sino la caída en el fuego eterno: la extinción de esa alma y cuerpo malhadado. Si el
sujeto se comporta de forma apropiada (piadoso, bondadoso, sacrificado, doliente,
amoroso, entrega) entonces se posee la posibilidad de llegar la resurrección del
cuerpo y el espíritu íntegro, tal cual como quedó luego de muerto. La convivencia,
por tanto, es la praxis en donde se disputa el destino, la eterna promesa de
resurrección: donde se pone en juego el destino según el juicio que se haga del
cómo se desarrolló la vida del sujeto: qué hizo para engrandecer su alma y la de los
demás, qué no hizo, cómo fueron sus comportamientos, sus arrepentimientos,
cuáles fueron las desavenencias más graves, en qué pecadores capitales se cayó
sistemática y consecutivamente. En la convivencia, como praxis del ideal cristiano,
las y los sujetos devienen confusos, contrariados, trágicos, dolorosos puesto que
saben que esa no es la recompensa de estar vivo, la recompensa no llega en la
vida, según los actos buenos o malos que se hayan realizado, la recompensa o el
juicio llegan al momento de la muerte, cuando el sujeto entrega su alma a Cristo
para que la guarde y la resucite en otra vida, el Paraíso, que es inefable en su
definición. En la convivencia cristiana se trasmiten y retroalimentan los actos y
discursos que profesa la religiosidad mediante ritos, oraciones, misterios, convivio.
En la convivencia el cristianismo deviene una ética y moral: es totalizadora de los
actos. El ideal platónico que cruza el imaginario e ideario cristiano se encuentra
sustentada en la idea de que lo verdadero importante no es la materia, sino la vida
del espíritu por medio de sus variadas manifestaciones. Si en la convivencia se falla
–se falla/daña al prójimo- durante transcurra la vida cotidiana quizá no se manifieste
la justicia divina que ordene y sancione los malos actos: en la otra vida, en el Paraíso
Inefable, se decidirá su permanencia en ese sitio o descender a la no trascendencia
del espíritu: a la muerte definitiva del alma. Si en el budismo el alma reencarna en
otro animal o sujeto, en el cristianismo el alma es única e intransferible partícula de
Dios Creador. La muerte para el cristianismo, por tanto, encierra y engloba el
misterio: no existe claridad puesto que no se necesita esa claridad, no se necesita
evidenciar esa idea de posibilidad resurrección debido a un registro de buenos actos
y consecuencias con el sistema valórico del cristianismo, la muerte es un umbral
hacia otra dimensión misteriosa que solo se esclarece cuando el alma ingresa en la
eternidad de la resurrección del espíritu. Del cuerpo, en cambio, no se puede pensar
igual. Menos concreción respecto a la promesa de resurrección de los muertos en
sus cuerpos íntegros se ha evidenciado, puesto que, aunque en momentos
considerados apocalípticos, el Juicio Final no se sabe ni se dimensiona de ninguna
forma. La vida vivida, esforzada, dolida, enternecida es la que permitirá traspasar el
umbral de la muerte y trascender el cuerpo en una morada que aguarda el Juicio
Final. Es importante mencionar que existen distintas vertientes del cristianismo en
la actualidad, con muchas ramificaciones. Sin embargo, según el mito ético y
estético de la promesa de matar a la muerte, de vencer a la muerte, es el hilo que
atraviesa el imaginario e ideario cristiano desde lo más general a lo más específico.
Nada se sabe de la vida después de la muerte, en ese paréntesis o preparatoria
para el juicio final se encuentra el misterio en donde residen los misterios gozosos.
La Biblia contiene el cuerpo y el argumento. San Agustín y Santo Tomas de Aquino
desarrollaron estas ideas por medio de un sustento filosófico importante y copioso
que dio cuenta de la coherencia y concordancia del cristianismo. En la Suma
teológica, santo Tomas de Aquino desarrolla las ideas del cristianismo mediante el
análisis y sustento de la misma caja de herramientas conceptual de los filósofos
hasta su tiempo, incrementando y sumando en argumentos en pos de sustentar las
nociones referentes a la Convivencia, la Vida y la Muerte. Los místicos de igual
forma enriquecerán las ideas por medio de sus éxtasis y meditaciones más
vivenciales.

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