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Marcel Mauss
En primer lugar, una razón teórica. Como positivista, y creyendo sólo en los
hechos, me atrevo a mantener que las ciencias descriptivas, en el caso de
fenómenos que son complejos, han conseguido un grado de certeza mayor que el
de las ciencias teóricas. De esta manera, si yo practico la ciencia teórica —y acaso
razonablemen-te bien— creo que sólo resultará de interés si, derivada de ciertos
hechos, puede ésta ayudarnos a observar los fenómenos, documentarlos y
clasificarlos de diferentes maneras. Y, por consiguiente, en tanto profundice la
comprensión más que la generalización, en cuanto se otorgue a sí misma contornos
firmes y en tanto se cargue con contenidos, en lugar de levantar vuelo hacia el
trazado de elaboradas contrucciones a partir de hipótesis históricas o ideas
metafísicas. Pero este gran número de hechos sólo es posible mediante la
colaboración de numerosos espe-cialistas. Privada como está de la instancia del
laboratorio, la sociología no carece, sin embargo, de los medios para verificar sus
hechos, dado que uno puede vincular sus comparaciones con todos los fenómenos
de la historia, tal como los entienden los especialistas en cada una de sus ramas.
Pero esta tarea, para un solo individuo, es imposible. La única forma de que logre
resultados sólidos es que los estudiosos verifiquen mutuamente sus respectivos
trabajos, criticándose con severidad, y cada uno haciendo uso de los hechos.
Segundo, por una razón fáctica. El progreso logrado por la sociología en Francia
durante los veinte años entre 1893 y 1914 hubiese resultado imposible de no haber
sido por un grupo que trabajó de manera mancomunada. No formábamos una mera
escuela de discípulos reunidos ciegamente en torno a un maestro y a un filósofo.
Desde ya, Durkheim estaba repleto de ideas, y de vasto alcance. Pero lo que nos
reunía alrededor suyo era que lo considerábamos un estudioso cabal, que sus
métodos eran totalmente efectivos, que el espectro de su conocimiento era vasto y
que estaba escrupulosamente verificado. Los aspectos de su mente que más nos
seducían eran su cartesianismo, su búsqueda realista y racionalista de los hechos,
así como su habilidad para conocer y aprehender los fenómenos en cuestión. Éstas
fueron las cualidades que, creo, he desarrollado consciente y concienzudamente en
mí, en mis colegas y en mis alumnos. Cada ciencia es producto del trabajo
colectivo. Hecha por individuos que participan juntos del mundo real, la ciencia
surge desde los hechos y las ideas que los individuos singulares llevan a un mismo
puerto. Y esto es lo que ha sucedido en nuestro esfuerzo por crear la sociología.
Necesitamos una enorme cantidad de datos y el lenguaje preciso para
documentarlos. Todo esto presupone un grupo y un consenso acerca de ello. Pero
desde otro punto de vista, al explorar este dominio de lo social —recién abierto a la
ciencia—, éramos como almas perdidas que sólo pueden hallar su camino
llamándose mutuamente en el bosque. La mera descripción de un fenómeno o la
delimitación precisa de algunas preguntas trajo aparejadas interminables
dificultades que sólo pudieron ser resueltas por un grupo en marcha.1 Solo en
Burdeos, Durkheim advertía dolorosamente la enormidad de su tarea y su relativa
impotencia. A pesar de su gran genio, sólo podía manejar a la distancia los hechos
históricos del pasado y la investigación de las sociedades contemporáneas. Yo traté
de dar el ejemplo y me transformé, entre 1895 y 1902, en su agente reclutador en
París. De esa manera, formamos un grupo de académicos competentes y
especializados, y nos topamos, en una atmósfera de confianza, con los primeros
problemas de nuestra ciencia.
Pero, antes de dejar este tema, debiera disipar un prejuicio dañino acerca de mí
que —tengo entendido— reina en la actualidad. Se ha sugerido que he desviado mi
enseñanza en favor de la sociología. Nada puede estar más lejos de la verdad. Tan
fructíferas o estériles como hayan sido, y tanto me hayan dejado o no en libertad
para seguir mi propia investigación, mis clases jamás han coincidido en un todo con
ella. En la cátedra de "Historia de las religiones de los pueblos no civilizados" he
sido fiel a su título barroco y al espíritu de la École des hautes etudes. En ese
contexto he limitado estrictamente mi enseñanza a un punto de vista histórico,
crítico y ajeno a la comparación, aun cuando los hechos que estudiaba sólo me
interesaban, justamente, desde un punto de vista comparativo. Jamás he sido en
dicho lugar un propagandista de la sociología. Siendo responsable de la enseñanza
de etnología descriptiva en el Institut d’ethnologie, donde yo mismo he trazado los
estatutos y donde, junto a Rivet y a Lévy-Bruhl, actualmente superviso la
enseñanza, las publicaciones y todas las demás actividades, siempre he limitado mi
enseñanza a lo puramente descriptivo. Acaso a este sentido del deber y a esta
imparcialidad pueda acreditárseles un mérito científico.
De cualquier forma, estos factores explican por qué, hacia el final de mi carrera,
deseo enseñar exactamente aquello en lo que siempre he trabajado: la historia
comparativa de las sociedades y, en especial, de las religiones. A mi edad, es
totalmente legítimo hacer que mi enseñanza coincida con la presentación oral de
las investigaciones, ya sean preliminares, definitivas, inéditas o publicadas pero no
enseñadas. Incluso estoy pensando en añadir a mi programa de enseñanza el
trabajo inédito que han dejado mis mejores amigos; de esta manera, su publicación
se verá facilitada, su memoria será mejor preservada, y mi enseñanza más general
tendrá un efecto más amplio: no será sólo mía, sino también suya. Estaré
enseñando, no sólo mi propio trabajo, sino también las ideas y la evidencia en que
éstas se basan, y que han sido elaboradas por mis amigos, desde Durkheim y
Hubert hasta Doutté y Maurice Cahen.
Trabajo publicado
Es justo juzgar mis esfuerzos desde esta perspectiva. Allí es donde surge la unidad.
El Année sociologique
Si uno mide las cosas por la cantidad, la mayor parte de mi trabajo —de nuestro
trabajo colectivo— ha sido dedicado a la escritura, edición y publicación del Année
sociologique. Allí he publicado cerca de 2500 páginas en octavo de las 10.000 u
11.000 que hay en los catorce volúmenes publicados o en prensa (400 páginas en
el volumen 1 de la nueva serie y 300 en el volumen 2, si incluyo mis contribuciones
bibliográficas a todas las secciones). No voy a discutir el valor de esta bibliografía,
el trabajo de selección que presupone, la labor de estar al tanto de las últimas
novedades, el mantenimiento de contactos personales y de la correspondencia, y
así sucesivamente.
La mayor parte de mis reseñas y un buen número de mis notas bibliográficas son
de índole teórica. Algunas de ellas documentan hechos que no son fácilmente
accesibles. De allí que cualquiera todavía pueda leer provechosamente mis reseñas
de los siete volúmenes de Religious system in China, de De Groot (1899, 1903,
1910, 1913), y los de Spencer y Gillen, de las cuales, siendo todavía joven, fui el
primero en reconocer su importancia e incluso en dilucidar sus contenidos (1900,
1905). Otras reseñas contienen descubrimientos teóricos, por ejemplo, aquellas
sobre los libros de Dieterich (1906), Van Ossenbruggen (1906) y Elsdon Best; en
ellas señalé la significación de los primeros nombres en los sistemas de
nomenclatura de los clanes.8 La suma total de las reseñas relativas a los indios
norteamericanos contienen en germen todo nuestro trabajo acerca de las
instituciones legales y el potlatch de esas tribus. En alguna de esas reseñas,
Durkheim y yo hemos resuelto el problema de las terminologías de parentesco
polinesio y micronesio. Otras presen-tan, una vez más, síntesis de problemas
generales, tales como la relación entre la an-tropología y la historia de las
religiones, entre la sociología y la psicología de la reli-gión, etc. Por último, algunas
muestran cómo se conforman los agrupamientos geo-gráficos de ciertos fenómenos
—por ejemplo, los sistemas religiosos de África—.
Trabajo teórico
En esta situación se encuentra mi trabajo teórico per se, que aparece entonces
bastante disperso, especialmente en los últimos años, en los que he tenido que
representar a la sociología en una variedad de diferentes milieux. Pero esta
apariencia es superficial, ya que mi trabajo ha seguido su propia unidad lógica. El
esquema general que Hubert y yo hemos seguido está delineado en nuestro
prefacio a Mélanges d’histoire des religions (1909) y sólo he añadido algunos
puntos desde entonces.
Sin embargo, el orden en que las preguntas fueron formuladas siguió el curso de mi
vida y mi disciplina. Así, algunos detalles biográficos con relación a Durkheim y a mí
mismo encontrarán su razón de ser en esta memoria.
Durante mis años de estudiante, oscilé entre tres temas: estudios que ahora serían
llamados cuantitativos (en colaboración con Durkheim), suicidios, historia urbana, y
distribución espacial —que han tenido ecos en mi trabajo sobre las variaciones
estacionales—; en segundo lugar, el estudio del derecho (tres años); y, finalmente,
la sociología de la religión. Fue debido a un gusto por la filosofía, así como por una
decisión consciente, que seguí la sugerencia de Durkheim y me especialicé en el
estudio de los fenómenos religiosos, al que he dedicado por entero, desde
entonces, el resto de mi vida. Durkheim dio su curso en Burdeos acerca de los
orígenes de la religión (1895) en beneficio de ambos. Juntos tratábamos de
canalizar mis esfuerzos hacia donde rindiesen mejores servicios a la ciencia na-
ciente, dando cuenta de sus falencias y brechas más serias. Los dos sentimos que
el estudio de las instituciones, la familia y el derecho estaba desarrollado en forma
suficiente y que el estudio del ritual se hallaba convenientemente avanzado,
excepto en un punto. En aquel tiempo, estábamos satisfechos con la obra de Frazer
y, sobre todo, con la de Robertson-Smith. Sólo el rito oral y la ideación religiosa
nos parecían más o menos vírgenes. Incluso antes de mi agrégation, me había
preparado bien para el tema mediante sólidos estudios históricos y filológicos,
además de mi grado en filosofía y mi familiaridad con los trabajos de autores
extranjeros. Los temas de estas tesis ya estaban decididos. Una trataría a Leo el
Hebreo y a Spinoza, cuyos vínculos yo había descubierto en 1893. Pero de este
tema me cansé en 1897, a causa de una indiscreción que le permitió al señor
Couchod esbozar una inter-pretación y estropearlo. La segunda tesis sería sobre la
plegaria en toda su comple-jidad. La elección del tema mismo es clara muestra de
lo inocentes e intrépidos que éramos por entonces. Para tratar dicho tema, me
embarqué en estudios filológicos (1895) que creí serían breves: veda y sánscrito
clásico, pali, hebreo arcaico (talmú-dico y litúrgico), liturgia cristiana, avestan,
1902, 1907.10 Éstos pronto me mostraron, debido a su profundidad y refinamiento,
la manera en que conducen hacia perspectivas más generales por medios más
seguros que los procedimientos ideológicos. Un año de estudio en Holanda y en
Inglaterra, aprendizaje de etnografía y museografía mediante (1898-1899),
llevaron mis standards todavía más alto. El contacto que establecí con Henri
Hubert, quien fue mi "gemelo" profesional (jumeau du travail), me enseñó también
a ampliar mi perspectiva y a profundizar mi análisis a pesar de la escasez de datos
etnográficos disponibles. Los fenómenos sociales se nos presentaban, por un lado,
más complejos y materiales, y, por el otro, más espirituales y morales. La
observación del campo de lo social, y de lo social en el mundo de lo religioso,
aparecía como una tarea más vasta y variada de lo que hu-biéramos esperado. En
el momento en que nos conocimos y relacionamos estrechamente, Henri Hubert y
yo vivimos un momento de euforia intelectual. Jun-tos descubrimos los mundos
humanos de lo prehistórico, lo primitivo, lo exótico, el universo semítico y el hindú,
además del mundo antiguo y el cristiano que ya conocíamos. Cuando establecimos
una división de trabajo en nuestros estudios y especialidades para conocer mejor
estos mundos, acaso estuviéramos cercanos al delirio. Sin embargo, mediante un
absoluto sentido común y un trabajo arduo, me parece, hemos logrado lo que
habíamos planeado. Sólo con la muerte de Hubert el proyecto se ha visto
interrumpido. Pero en cuanto a ello, con la ayuda de todos nuestros estudiantes y
el apoyo del Museo de Saint-Germain, el Institut d’ethnologie y el Année
sociologique, al confrontar los últimos resultados de nuestras investigaciones con
aquellos de los cada vez más numerosos estudiosos de nuestra ciencia —
especialmente en el extranjero—, pudimos cosechar el fruto tardío de nuestros
esfuerzos.
Instituciones
Mi obra, considerada como un todo, se encuadra fácilmente bajo cuatro temas a los
que he contribuido con un considerable número de ideas y hechos. Mientras
proseguía mis estudios en sociología de la religión, jamás perdí de vista el estudio
de las instituciones, con el que inicié mi vida académica.
Antes de dejar este campo en el cual me entrené desde temprano, en la conclusión
de una prolongada reseña (1896) acerca de Ethnologische Studien zur ersten
Entwicklung der Strafe de Steinmetz (titulada "Religion and the Origins of Penal
Law"), demostré lo que ya es una hipótesis clásica: el feudo, un fenómeno
perteneciente a la esfera político-doméstica del derecho, no es el origen de nuestra
ley pública criminal, sino el origen de nuestra ley civil de responsabilidad. Nuestro
derecho público criminal deriva del sistema de prohibiciones rituales y de sanciones
rituales a los crímenes relativos a ellas. El carácter de la indignación pública y la
respuesta en contra de estas faltas es del mismo tipo que la reacción en contra de
los crímenes religiosos.
Con relación a ello, y, por sugerencia de Durkheim, guiado por las ad-mirables
descripciones del noroeste americano de Boas, he podido identificar un sistema
completo de fenómenos muy extendidos en la mayoría de las civilizaciones
arcaicas. He encontrado signos de él a través de toda Norteamérica, Melanesia y
Polinesia, y prácticamente en todo el mundo indo-europeo, semita y bereber. De
este sistema completo esbocé la idea del don, fenómeno simultáneamente religioso,
mítico y contractual.14 También he trazado la idea de las prestaciones totales entre
los distintos clanes y generaciones (usualmente con los hombres y las mujeres
fuera de la línea de filiación), de un sexo al otro y de un grupo de descendencia a
otro (cf. Malinowski). También he analizado la naturaleza colectiva de las formas
arcaicas (cf. Davy) y, sobre todo, la noción de "hechos totales", que ponen en
movimiento a la totalidad de la colectividad en tanto entidad simultáneamente
económica, moral y religiosa, estética y mítica (cf. Granet). Sobreimpuestos a estas
reciprocidades y antagonismos se desarrollan, en cada sociedad, los sistemas de las
rivalidades puras, de lo militar, lo suntuario, lo atlético, etc. Más aún, y como se
hizo evidente sobre la base de los fenómenos de Norteamérica y Melanesia,
vinculamos con este sistema el importante hecho del desarrollo de hermandades y
aristocracias político-religiosas (cf. Davy, Granet y M. Mauss). La extensión de
estos estudios al mundo indo-europeo, y, más particularmente, al mundo romano y
al mundo germánico, es una contribución personal (para Grecia, véase Gernet).
Todas estas cuestiones reemplazan y van más allá de las maneras previas de
enfocar los mismos hechos. Sin mencionar que nos permiten atisbar ciertas solucio-
nes a cuestiones generales y morales (conclusión del ensayo sobre el don).
Religión e ideación
El grueso de mi obra, sin embargo, trata el tema del ritual y las representaciones
religiosas. Mi mayor emprendimiento fue una monografía sobre la plegaria. Pronto
se vio limitada a las formas elementales del ritual oral (Australia). El proyecto
inicial, para el que realicé algo de trabajo preparatorio, preveía dos volúmenes
adicionales. Uno trataría el desarrollo del ritual oral (Melanesia, Polinesia, India
védica); el otro hubiese estudiado la sublimación mística de la plegaria (India
brahmánica y budista), su individualización (semitas y cristianos), y, finalmente, su
regresión y retorno hacia la repetición mecanizada (India, Tíbet, Cristiandad).
Sin embargo, antes de esto, y puramente por razones de método, tuve que
resolver dos cuestiones. También Hubert, habiendo partido de diferentes puntos de
vista, había desarrollado respecto a ellas intereses que se relacionaban con los
míos. Él trataba de esbozar una explicación del sacrificio del dios —objeto de sus
investigaciones sobre el origen semítico de las creencias cristianas—; yo intentaba
dilucidar si la fórmula ritual del sacrificio dependía tan estrechamente del sacrificio
hasta el punto de que el ritual oral haya derivado de él. Además, ambos debíamos
fortalecer nuestras ideas acerca de la magia, que era por entonces considerada
como una forma primitiva de pseudociencia que había precedido a la religión.
Nuestra obra sobre el sacrificio (1899) nos posibilitó concluir que el ritual de
sacrificio pertenecía a las formas más evolucionadas de la vida religiosa, y no a su
base primitiva. Estaba conectado con el más amplio y general sistema de
consagraciones. No lo analizaré. No describiré tampoco la forma en que ambos
pudimos tomar en cuenta tanto la evolución que originó el sacrificio como la
evolución que giró en pos del sacrificio del dios. El punto esencial es que, siguiendo
a Robertson-Smith y a Durkheim, demostramos allí un claro ejemplo del funcio-
namiento de la idea de lo sacro. Y así el problema de lo sagrado devino
fundamental. Nos topamos de nuevo con el mismo problema en el contexto de la
magia.
Entre los fenómenos calificados como religiosos, la magia ocupaba, por entonces,
una posición curiosa. Como Max Müller, Frazer y Farnell, creíamos originalmente en
una situación primitiva que sólo involucraba fórmulas mágicas. Debíamos saber si
la magia constituía o no una excepción, si pertenecía a una esfera de la mentalidad
diferente, si era la fuente de la religión, si dependía de una noción similar a la de lo
sagrado o de alguna parecida. En nuestro ensayo sobre la magia (1904),
identificamos una gran cantidad de elementos comunes tanto en la magia como en
la religión, y probamos que ponían en movimiento los mismos mecanismos. En
particular detectamos, tanto en la base de la magia como en la de la religión, una
noción vastamente compartida que, tomando prestado un término malayo-
polinesio, llamamos mana. Esta idea del mana es quizá más general que la de lo
sagrado. Luego, Durkheim trataría de deducirla sociológicamente de la noción de lo
sacro. Nunca estuvimos seguros de que estuviera en lo cierto, y yo todavía hablo
de la base mágico-religiosa. De cualquier modo, como la noción de lo sacro, el
mana se presenta a sí mismo como una categoría. Esto nos abrió los ojos a un
nuevo proble-ma, y, al mismo tiempo, todo pasó a tomar un nuevo aspecto al
conformar un único sistema.
Sólo una parte de las notas del ensayo sobre la magia fueron publicadas en el
texto. La segunda parte, acerca de la magia y la religión, en la que explicamos las
relaciones entre estos dos tipos de fenómenos, está completamente esbozada y se-
rá publicada. Consiste en la demostración de que las relaciones mutuas que la ma-
gia y la religión han trabado son, más que de naturaleza lógica o cognitiva, de
orden jurídico, y de que éstas han variado según los diferentes tipos de religión y
sociedades.
Psicología y sociología
Metodología
Hacia fin de año planeo publicar mis conferencias de Oslo, que tratan sobre el uso
de la noción de "primitivo" en la sociología y la historia de la civilización (cf.
1932/3). Mostrarán que, de acuerdo con Hubert, asigno esta condición a una parte
de las llamadas sociedades bajas al Gran Neolítico y a la temprana Edad del Bronce.
A lo largo del presente resumen de mi obra, no he dicho una palabra acerca de mis
intervenciones escritas en la esfera de lo normativo. No creo, sin embargo, que el
trabajo que he realizado en este campo carezca de valor científico y filosófico. Éste
incluye mis publicaciones e incluso mis actividades científicas y didácticas en el
movimiento cooperativo (estadística, cooperativas rusas, etc.), los extractos que he
publicado de un manuscrito del bolchevismo (Monde slave [1925], Revue de
metaphysique et de morale [1924]), y mis comunicaciones acerca del concepto de
nación e internacionalismo (1920).21
Casi todo esto pertenece a un trabajo más amplio sobre la nación (el primer
principio de la política moderna), cuyo manuscrito está casi terminado. Este trabajo
no será publicado siquiera en la colección de los Travaux de l’Année sociologique —
tan fuerte es mi deseo de separar la sociología como ciencia pura de una
totalmente desinteresada teoría (política)—.
_______________________________________________
* Este manuscrito de Mauss, inédito en castellano, es aparentemente un memorandum confidencial dirigido a
Charles Andler y Sylvain Lévi. Es muy probable que haya sido escrito en 1930, mientras era candidato para el
Collège de France. Ha sido publicado en francés como "L’oeuvre de Mauss par lui-même", en la Revue francaise
de sociologie, vol. 20, 1979, pp. 209-220 ; y en la Revue européenne des sciences sociales, vol. 34, 1996, pp.
225-236. Lo que sigue deriva de una traducción al inglés de A. Bailey y J. Llobera, publicada en P. Vesnard
(ed.), The sociological domain, Cambridge, 1983. Ha sido revisada sustancialmente por N. Allen, quien ha
añadido el material entre corchetes, lo cual reproducimos aquí por medio de paréntesis para diferenciarlo de
nuestras propias notas. Publicado en W. James y N. J. Allen: Marcel Mauss. A Centenary Tribute, Nueva York,
Oxford, Berghahn Books, 1998, pp. 29-42 [N. del T.]
2 Mauss subestima el número de agrupamientos, que parecen haber sido 176 (Editor francés).
3 En castellano: "De ciertas formas primitivas de clasificación", en M. Mauss, Obras, vol. II: Institución y culto,
Barcelona, Barral, 1971, pp. 13-73. [N. del T.]
4 En castellano: "De la naturaleza y función del sacrificio", en M. Mauss, Obras, vol. I: Lo sagrado y lo profano,
Barcelona, Barral, 1970, pp. 143-248. [N. del T.]
5 En castellano: "Esbozo de una teoría general de la magia", en M. Mauss, Sociología y Antropología, Madrid,
Tecnos, 1991, pp. 43-152. [N. del T.]
6 En castellano: "Prefacio", en H. Hubert y M. Mauss, Magia y sacrificio en la historia de las religiones, Buenos
Aires, Lautaro, 1946, pp. 9-57. [N. del T.]
7 En castellano: Mauss, M. y Beuchat, H. "Ensayo sobre las variaciones estacionales en las sociedades
esquimales. Un estudio de morfología social", en M. Mauss: Sociología y antropología, Madrid, Tecnos, 1991,
pp. 359-432. [N. del T.]
8 Salvo las de Spencer y Gillen, el resto de las reseñas citadas pueden encontrarse en Marcel Mauss, Obras,
vol. II: Institución y culto, Barcelona, Barral, 1971, p. 75 y ss. [N. del T.]
9 En castellano: "Divisiones y proporciones de las divisiones de la sociología", en M. Mauss, Obras vol. III:
Sociedad y ciencias sociales, Barral, Barcelona, 1972, pp.103-162. [N. del T.]
11 Mauss se refiere al panfleto preparado en ocasión de su candidatura al Collège de France: "Notice sur les
titres et travaux de M. Marcel Mauss", Presses Universitaires de France, 1930 (Editor francés).
12 En castellano: "Sobre una categoría del espíritu humano: la noción de persona y la noción del ‘yo’", en M.
Mauss, Sociología y Antropología, Madrid, Tecnos, 1991, pp. 305-333. [N. del T.]
13 En castellano: "La cohesión social en las sociedades polisegmentarias", en M. Mauss, Obras, vol. III:
Sociedades y ciencias sociales, Barcelona, Barral, 1972, pp. 13-26. [N. del T.]
14 En castellano: "Ensayo sobre los dones. Razón y forma del cambio en las sociedades primitivas", en M.
Mauss, Sociología y Antropología, Madrid, Tecnos, 1996, pp. 153-263. [N. del T.]
15 En castellano: "La oración", en M. Mauss, Obras, vol. I: Lo sagrado y lo profano, Barcelona, Barral, 1970,
pp. 93-142. [N. del T.]
16 En castellano: H. Hubert y M. Mauss, "Estudio somero sobre la representación del tiempo en la religión y en
la magia", en H. Hubert y M. Mauss, Magia y sacrificio en la historia de las religiones, Buenos Aires, Lautaro,
1946, pp. 285-336. [N. del T.]
17 En castellano: M. Mauss, "Origen de los poderes mágicos en las sociedades australianas. Estudio analítico y
crítico de documentos etnográficos", en H. Hubert y M. Mauss, Magia y sacrificio en la historia de las religiones,
Buenos Aires, Lautaro, 1946, pp. 213-284. [N. del T.]
18 En castellano: E. Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, Buenos Aires, Schapire, 1968. [N.
del T.]
21 En castellano: "La nación" y "La nación y el internacionalismo", en M. Mauss, Obras, vol. III: Sociedad y
ciencias sociales, Barcelona, Barral, 1972, pp. 271-341. [N. del T.]