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Esta obra de Elena Oliveras es el resultado de la reelaboración de las clases teóricas que esta
autora dictó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA durante los años 1997–2004. Conjugando
tanto la revisión histórica como el análisis conceptual de los principales aportes filosóficos en torno
al arte –desde la Antigüedad griega hasta la contemporaneidad– con la referencia constante a
obras, este libro pugna por constituirse en una de las más importantes introducciones a la
disciplina estética.
La autora, formada tanto en el campo filosófico como en el artístico, elige un abordaje de los temas
desde la perspectiva del presente, en tanto que paralelamente a un desarrollo más bien histórico
del ser del arte, se abre una continua reflexión acerca de la discusión y problemáticas actuales,
agudizadas por los profundos cambios que se introdujeron en el ámbito del arte en el siglo XX. El
propio título evoca el ambicioso propósito de esta obra, que resume una enorme cantidad de ideas
y enuncia mediante un breve análisis cada una de las principales problemáticas de la disciplina
estética a lo largo de la historia. A través de este recorrido, invita al lector a adoptar una actitud
crítica que favorezca los interrogantes más que el mero encuentro con las respuestas.
Sin contradecir esta estructura formal y fiel al texto, podríamos realizar una ulterior división de la
obra en dos momentos en cuanto a los contenidos y el modo de abordarlos. El primero (capítulo I
al III inclusive), nos presenta la problemática del arte como tal, la cuestión de la experiencia
estética, de la recepción y de la producción. Nos facilita entonces las principales definiciones y las
concepciones fundamentales a lo largo de la historia, siempre ejerciendo una consciente
vinculación con el debate actual. En un segundo momento (capítulo IV en adelante), Oliveras
seguirá un orden más bien cronológico, exponiendo el pensamiento de los principales filósofos y
corrientes que se ocuparon de la problemática estética en general (Kant, Hegel, Nietzsche,
Heidegger y la Escuela de Frankfurt), y las ideas de algunos de los referentes fundamentales del
debate contemporáneo (Vattimo, Danto, Dickie y Gadamer).
Enfatizando el hecho de que el concepto de arte no puede ser universal ni eterno (en un sentido
antropológico), en el segundo capítulo revisa los conceptos de techné, mimesis y catarsis, para
finalmente caracterizar el arte contemporáneo desde su des–definición: “Hasta el siglo XX se sabía,
al menos aproximadamente, lo que era el arte. El arte tenía una definición, pero ésta se ha ido
perdiendo principalmente por la violenta ruptura con el paradigma estético tradicional operada por
Duchamp y multiplicada en la década del 1960. Se podría afirmar que el rasgo principal del arte de
los últimos tiempos es su des–definición” (p. 64). Mediante la introducción del ejemplo
paradigmático “Rueda de bicicleta”, de Marcel Duchamp, la autora señala un tipo de arte que deja
de ser sólo sensación para pasar a ser “cosa mental”. El escepticismo contemporáneo no acredita
ninguna Verdad: nos deja en el seno mismo de la contradicción, sugiere con firmeza la autora.
Siguiendo con esta línea de pensamiento, Oliveras pasa revista a las principales concepciones
acerca de la belleza dadas en la Antigüedad (revisa la división entre belleza sensible e inteligible, y
las principales diferencias de Aristóteles con el platonismo), en la Edad Media (se da una definición
del arte como huella de lo divino y de la belleza –siendo uno de los atributos de Dios– como
consistente en la proporción y la armonía) y en la Modernidad (la belleza es vista como una
reacción subjetiva del hombre, en tanto la obra de arte cobra autonomía –desligándose tanto de su
utilidad como de la función educativa o religiosa–). Hecho este recuento histórico del concepto de
belleza, analiza entonces la inactualidad del mismo en el mundo de hoy, en el que observa una
profunda relativización y un debilitamiento de la fe en el ideal de belleza artística.
Otro punto central problematizado por la autora radica en las diferentes teorías y concepciones
acerca del fundamento de la creatividad. Esta temática, presentada en el capítulo tercero, es
esquematizada de acuerdo a tres ejes: irracionalista (expuesta mediante la teoría platónica de la
inspiración y la idea de fundamento psicológico de Jung), racionalista (a través de la filosofía de la
composición de Edgar Allan Poe y la teoría de la construcción de Paul Valéry) y una posición
intermedia (teoría de la formatividad de Luigi Pareyson). De acuerdo con esta categorización algo
estructurada, se examinan los argumentos referentes a la originalidad en el arte, en torno a si es
ésta una cuestión de impulso o más bien una búsqueda laboriosa.
El salto al capítulo contiguo está dado por la muestra de una contraposición entre la estética
formalista de Kant y la estética contenidista de Hegel. Respecto de este último, se analiza su
sistema dialéctico a grandes rasgos para luego ubicar al arte como un momento en el desarrollo del
Espíritu, y definirlo como la manifestación sensible de la Idea, de acuerdo a sus tres formas
(simbólico, clásico, romántico). Resulta relevante, además, la exposición de las principales ideas
respecto del “carácter pasado del arte”, seguido de lo cual se ofrece una argumentación en favor
de que el arte no puede morir.
En el capítulo VIII, Oliveras busca identificar las principales ideas comunes a la Escuela de Frankfurt
y expone las líneas centrales del pensamiento de Horkheimer, Adorno, y Benjamin. Problematiza
conceptos tan centrales como “industria cultural”, y analiza la relación entre la posibilidad de obras
reproducibles (lo cual genera sustanciales cambios en la producción y recepción de la obra de arte
tradicional), la desaparición del aura (vinculada al concepto de autenticidad) y el shock del nuevo
espectador. La autora valora los argumentos dados por Benjamin como útiles para la
determinación del estatuto artístico de nuevos productos, en tanto no es posible juzgar obras
surgidas de nuevos paradigmas (como el dadaísmo o el surrealismo) con los términos del
tradicional. En palabras de la autora, “singularidad, originalidad, irrepetibilidad –todos términos del
paradigma anterior– ya no sirven para explicar las nuevas formas de arte” (p. 293). A partir de estas
teorías estéticas, la autora hace entrar en escena el debate Benjamin-Adorno en relación con la
estimación positiva o negativa del arte autónomo y del arte dependiente de las nuevas tecnologías.
Oliveras problematiza –a partir de la teoría de Adorno– la legitimación del arte moderno, en la
medida en que la obra se convierte en un bien de consumo como otros, perdiendo de este modo
su autonomía, su libertad.
En el noveno y último capítulo, revisa algunos de los temas más relevantes del debate
contemporáneo: a partir de Vattimo analiza la estetización general de la existencia y la banalización
producida gracias a los medios masivos de comunicación, caracteriza el “pensamiento débil” y su
relación con el concepto de des–definición del arte. De la mano a estos conceptos, se establece una
relación con Hegel a partir de la idea de “muerte del arte”, ya no como un momento del desarrollo
histórico de la Idea, sino entendida ahora como constituyente de la época del fin de la metafísica.
En relación con estas ideas también se expone sintéticamente la obra de Danto, quien nos habla de
la “poshistoria” del arte (entendida no como fin del arte en cuanto a tal, sino como muerte de los
grandes relatos hegemónicos que nutrieron la historia del arte). Se analiza a partir de Danto la
transfiguración de lo banal, problemática vinculada al concepto de lo indiscernible. Además de ello,
se piensa la dificultad que radica en interpretar los nuevos “signos”, como en el caso de los
productos conceptuales del arte poshistórico. Vinculado a esta posibilidad de interpretación de los
nuevos productos “mentales”, se analiza – a partir de Dickie– el concepto de “institución arte”: el
mundo del arte (del que forman parte artistas, público, críticos, curadores, directores de galerías y
museos, etc.) es entendido como el factor determinante de su definición. Respecto de esta
cuestión, la autora introduce además el pensamiento de Gadamer, quien –desde un enfoque más
bien antropológico que sociológico– analiza el arte como respuesta a las necesidades básicas del
hombre (necesidad de juego, símbolo y fiesta).
Finalmente, luego de un extenso recorrido por el ser del arte, atravesando las más variadas
posiciones, se concluye que el arte –por ser conocimiento original–, no podrá ser nunca explicado
desde parámetros extrínsecos a su propia esencia. El arte sigue siendo para Oliveras un “enigma”,
en tanto signo de trascendencia en un mundo donde nada perdura. En otras palabras, constituye
un signo de profundidad de pensamiento en tiempos de banalización de todo lo que existe. Ahora
bien, pese a que el arte actual se encuentra en una situación provocativamente imprevisible y
discontinua, caracterizada por la disolución de sus límites, éste no disuelve su energía. Muy por el
contrario, en tiempos en que los valores tienden a tambalear, el arte parece tener cada vez más
cosas que decir: “Su poder de seguir levantando polémica es uno de los signos más elocuentes de
su vitalidad” (p. 379).