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HISTORIA Y PROSPECTIVA DE LA

EDUCACION

¿Fue la educación entendida como una solución para los problemas


planteados por la sociedad?

Como consecuencia de los hechos políticos ocurridos entre 1810 y 1816 que
culminaron con la independencia de España, comenzó en el territorio nacional un
proceso de reacomodamiento de las fuerzas políticas y económicas existentes.

El país organizó un modelo de crecimiento acorde con tal proyecto, en el cual la


educación jugó un papel fundamental como variable política. La escuela primaria
fue erigida entonces como el gran instrumento para la creación de la ciudadanía.
Las funciones que se asignaron a la educación fueron variadas e importantes.

El lento proceso de secularización de la sociedad argentina, las políticas de


escolarización obligatoria de la población infantil y las nuevas miradas pedagógicas
emergentes en el nuevo espacio de las escuelas normales fueron el discurso
moderno acerca de la infancia. Esta en este caso fue objeto de demarcación y
disciplina miento y un territorio de experiencia común para la edad generacional. En
Argentina la escolarización dio forma al territorio institucional, donde la población
infantil fue atravesada por desigualdades sociales y diferencias culturales que
constituyeron un instrumento fundante y una nueva sociedad.

Los niños se convirtieron en destinatarios de una transmisión educativa y al mismo


tiempo que se modelaba la cultura que se quería transmitir y se formaban los
encargados de este proceso de transmisión.
Esta escolarización opero como factor de homogeneizador de las identidades de las
nuevas generaciones y como factor de socialización de las nuevas generaciones
adultas.

En este nuevo alumno fue concebido en dos sentidos: como menor de edad y menor
de razón, frente a la mayoría de edad del adulto- maestro, la cual permitió construir
la autoridad de este, y establecer una frontera de edad para sostener el poder del
docente sobre el adulto. El mismo fue considerado un ser incompleto donde la
minoría de razón del mismo se confrontaba con la mayoría de razón del maestro
que investía de autoridad a su manera de enseñar la cultura. La escuela era un
espacio de identificación del niño con el maestro y con los pares iba a permitir otro
proceso de construcción del mismo como refracción en la familia. La educación
pública operaba en la transformación de las culturas o hábitos sociales y educación
familiar. Otra masa debía crearse a partir de la acción del maestro una masa
homogénea que sustrajera al niño del orden familiar a partir de la imposición de una
única moral. La educación daba lugar a una nueva sociabilidad creando en el niño
una segunda naturaleza.

“Desde que la iglesia constituyó a la familia, la familia instituyó a la escuela. La


familia es la verdadera creadora de la escuela; el niño que no puede ser educado
por sus padres, y que necesita ser educado, debe ir a alguna parte. Es de esta
necesidad puramente de la familia, no del municipio, que no ha nacido la escuela”
(Varela, 1.883: 2 99).

Es precisamente con la ley 1420 que se reconoció la promoción de asociaciones


escolares que era, en todo caso, el borde más social y el límite de la instrucción
pública. Las escuelas debían ser las instituciones de extraer a los niños de la calle
y de la miseria y a operar la fusión de las familias nuevas.

El congreso pedagógico de 1882 y los debates parlamentarios de la ley 1420


configuraron distintos discursos acerca de la infancia, los cuales estaban articulados
con el debate ideológico y político acerca del estado, de la relación con la iglesia y
del naciente sistema educativo nacional, que se produjo, vinculada con la polémica
acerca del lugar del niño en el nuevo orden. Mientras los católicos consideraron al
niño como una prolongación de la familia, los liberales lo ubicaron como un germen
de la sociedad civil. Y, desde allí sujeto al orden del estado y de la sociedad.

La generación del “orden y progreso” en Argentina apeló a un discurso


democratizador para promover una escuela abierta para todos los niños y niñas del
país. El proyecto educativo persiguió un objetivo de socialización política con la
intención de formar al ciudadano y edificar una nueva sociedad civil.

En ese contexto se manifestó una preocupación particular por el rumbo de la


educación primaria en el país que, lejos de constituir un sistema organizado, se
traducía en una serie de intentos no sistematizados.

El carácter no excedente de la población infantil en la Argentina, como legislación


pionera indican que, a pesar de la fuerza de la divulgación de la instrucción pública
en el país, también fue notoria la estrategia de control social de los niños.

La escuela se conceptuaba, entonces, como ineficaz para construir una resistencia


al delito en el niño e incapaz, a la vez, de controlar las pasiones de los niños de la
calle en tanto menores cuasi adultos. Frente a la necesidad de progresión del
crimen, se creía que tanto la familia como la escuela se hallaban limitadas. Se
consideraba a las familias pobres y sin educación, causante de la criminalidad
infantil porque abandonaban a los hijos ilegítimos y carecían de la capacidad de
regeneración del niño. La escuela tampoco estaba en condiciones de actuar sobre
ellos a pesar del mandato de la época, de que abrir escuelas era una manera de
suprimir cárceles.

A través del discurso educativo positivista se pretendió entonces construir esa


sociedad por otras vías defendiendo el orden y la autoridad pero rechazando la
violencia. A través de la difusión de la escuela, del estudio el alumno y de las
tecnologías didácticas creadas, los discursos educativos positivistas procedieron a
suturar la diversidad cultural, la desigualdad social y la pluralidad ideológica
constitutivas de la generación infantil.

La teoría de la enseñanza construida por Mercante, criticaba las penitencias y


sanciones como medios disciplinarios y consideraba que en los casos en que así
se respondía a las manifestaciones de multitud, la escuela ejercita una venganza y
deja de llenar su misión que es la de dirigir las inteligencias. La violencia corporal
es injusta, y también poco eficaz pedagógicamente.

Tolstoi sostenía que el desorden infantil era un elemento que naturalmente podía
conducir al orden necesario para una escuela, que la autoridad del maestro solo se
configura por la instrucción y por los principios comunes establecidos por el maestro
y sus discípulos y no por la violencia. (Tolstoi, s/f: 19-20).

Las posiciones pedagógicas se inscriben en un discurso más amplio, que supone la


implantación de un sistema de instrucción pública pensando como dispositivo para
alterar la continuidad de las generaciones. Dispositivo que “sería un medio de
cambiar en una sola generación la capacidad industrial del mayor número”, como
su moralidad y sus hábitos. (Sarmiento, 1909: 4-34).

A partir de esta crítica al ejercicio de la violencia física, Mercante ancló su estrategia


pedagógica en la sugestión. El maestro debía actuar a través de ésta y recurrir a la
mirada, el gesto, el silencio; y suponía que así se actuaba por la atracción de la
enseñanza y no por la represión.

La educación tenía por meta combatir las manifestaciones individuales resistentes


a la adaptación y favorecer a las que respondían a las exigencias del medio, para
ello la sugestión era una herramienta propicia.

El objetivo de la educación fue formar futuros ciudadanos para que desempeñen


una nueva sociedad democrática que debía romper con las ideas del pasado, de
acuerdo con este pensamiento éramos independientes, pero no libres.

Que el clero se eduque así mismo, pero que no se encargue de la formación. Lo


que suponía erradicar la enseñanza religiosa de los planes de estudio. Las
características de la nueva pedagogía, que suponía formar al futuro ciudadano
consciente de sus derechos y obligaciones, mejorar la condición de la mujer, y
estimular la participación en el gobierno de la enseñanza.

No obstante todo el esfuerzo no alcanzo a cubrir la necesidad de la enseñanza y a


punto más a la formación del ciudadano que la del trabajador especializado.
Lo que se buscaba era garantizar el mantenimiento del orden político y social, debía
imponerse el respeto a la autoridad, representado en sus diversas formas y
manifestaciones. Eran los pequeños escolares que debían comprender que la
obediencia no envilece siendo razonable puesto que es siempre una actitud de los
espíritus más fuertes y equilibrados que no se ven en ellos otras cosas que no sean
RESPETO, y CULTURA.

Los niños ya eran visualizados como sujetos sociales y políticos: no existía


posibilidad de formar ciudadanos adultos libres y autónomos que no hubieran sido
niños y alumnos libres.

Tal como se proclamaba, "aquella escuela que reunía al hijo del trabajador pobre...
al lado del hijo del rico, conseguiría imponer los beneficios de la civilización,
garantizar el orden de la república y argentinizar a la sociedad. A esa escuela
obligatoria, laica y gratuita se le adjudicó la misión política de transmitir una grilla de
comportamientos, gestos y actitudes que los "pequeños patriotas" debían
aprehender para desplegar, en su edad adulta, como hombres -en tanto, sujetos
activos de la ciudadanía- y como mujeres -en tanto madres y esposas de
ciudadanos-. Cargada de esa connotación política, la escuela y su modelo de
enseñanza devinieron en un campo de batallas y cruces verbales que dan cuenta
de los quiebres, matices y reconsideraciones que sufrió el discurso hegemónico a
lo largo del proceso estudiado.

BIBLIOGRAFÍA

• Carli, S., (2005) Niñez, Pedagogía y política. Transformaciones de los


discursos acerca de la infancia en la historia de la educación argentina entre 1880
y 1955. Bs. As. Miño y Dávila. Cap. 1,2 y3.

• Lionetti, L., (2007) La misión política de la escuela pública: educar al


ciudadano de la república (1870-1916). Tercera parte: “La socialización política de
los pequeños patriotas”. Bs. As. Miño y Dávila

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