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TRABAJO DE LENGUA CASTELLANA

TEMA: GENEROS NARRATIVOS

PROFESORA: YAMILES CECILIA MONTAÑO TORRES

ESTUDIANTE: YAMILES YIRETH MELENDREZ CHARRIS

CURSO: 5°B

INSTITUTO TECNICO DE COMERCIO VIRGINIA GOMEZ


SEDE 3

FECHA: JULIO 16 DE 2018


CIÉNAGA MAGDALENA
ÍNDICE

CUENTOS .......................................................................... 3
RICITOS DE ORO ................................................................. 4
EL LOBO Y LOS CABRITILLOS ....................................................................................... 6
EL PATITO FEO ................................................................................................................... 8
FÁBULAS ......................................................................... 10
LA CIGARRA Y LA HORMIGA ......................................................................................... 11
EL CONGRESO DE LOS RATONES ............................................................................... 12
LAS RANITAS Y EL TRONCO TALLADO.................................................................... 13
LEYENDAS ........................................................................ 14
LA ROCA INACCESIBLE .................................................................................................. 15
LA RIQUEZA Y LA POBREZA ......................................................................................... 16
EL REY ARTURO ................................................................................................................. 17
MITOS ............................................................................. 19
EL REY MIDAS .................................................................................................................. 20
RÓMULO Y REMO ............................................................................................................. 22
EL CONEJO EN LA LUNA .............................................................................................. 23
NOVELAS .......................................................................... 24
LA NOCHE-BUENA ........................................................................................................... 25
SOR MARÍA ........................................................................................................................ 31
3
RICITOS DE ORO

Hace mucho tiempo, existió una niña hermosa de cabellos largos y tan rubios, que
todos le llamaban Ricitos de Oro. Como era costumbre cada mañana, Ricitos de Oro
se levantaban temprano para recoger flores en el bosque, pero un buen día, la niña
caminó tanto entre los árboles que se perdió. Cansada y triste, Ricitos de Oro llegó
a una cabaña pequeña que se alzaba a los pies de un arroyo, y al descubrir que la
puerta de aquella cabaña se encontraba abierta, decidió entrar.

Una mesa grande ocupaba el centro de la sala, y encima de ella la niña pudo ver tres
tazones de sopa, uno grande, otro mediano y el último, el más pequeño de los tres.
Al ver aquella sabrosa comida, Ricitos de Oro se dispuso a beberla, comenzando por
el tazón más grande de todos.

“¡Qué caliente!” – exclamó con sorpresa la niña, y decidió probar del tazón mediano.
“¡Este también está caliente!” – dijo con pesar y se dispuso finalmente a saborear la
sopa del último tazón, el más pequeñito de los tres. “¡Este sí que está delicioso!” –
repitió una y otra vez con cada bocado hasta que no dejó una sola gota de la sopa.

Cuando terminó de comer, Ricitos de Oro sintió ganas de descansar y descubrió tres
sillas en la esquina de la sala, una grande, otra mediana y la última, la más pequeñita
de las tres.

Al probar la silla grande, descubrió que


sus pies no tocaban el suelo, por lo que
decidió sentarse en la silla mediana, pero
esta era muy ancha para ella. Por último,
se dejó caer en la silla más pequeñita de
todas, pero lo hizo con tanta fuerza que
la rompió.

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Dentro de la casita pequeña, también había un cuarto con tres camas. Una grande y
ancha, otra mediana y alta, y una tercera bien pequeñita. Entonces, Ricitos de Oro
quiso probar la cama más grande y ancha, pero era tan dura que desistió al momento.
Seguidamente, saltó hacia la cama mediana y alta, pero esta también era muy dura
para la niña, así que no tuvo más remedio que irse a dormir a la cama más pequeñita
de todas. Como la camita era tan suave, la niña se quedó dormida en poco tiempo.

Al cabo de las horas, llegaron tres osos pardos. Eran los verdaderos dueños de la
casita: Papá Oso, grande y fuerte, Mamá Osa, mediana y hermosa, y finalmente,
Bebé Oso, pequeñito y saltarín.

Cuando se acercaron a la mesa para desayunar, Papa Oso exclamó sorprendido:


“¡Alguien ha probado mi sopa!”, a lo que Mamá Osa también replicó: “¡Alguien también
ha probado mi sopa!”, y finalmente, el Bebé Oso terminó por decir entre sollozos:
“¡Alguien se ha tomado toda mi sopa!”.

Triste y desconsolada, la familia de osos se dispuso a sentarse en las sillas de la


casita, pero al llegar, Papa Oso gritó furioso: “¡Alguien se ha sentado en mi silla!”, y
Mamá Osa tampoco demoró en protestar: “¡Alguien también se ha sentado en mi
silla!”. Sin embargo, la mayor sorpresa fue para Bebé Oso, quien no pudo contener
las lágrimas cuando exclamó: “¡Alguien ha roto mi silla!”.

Los tres osos no sabían ya qué hacer, estaban tan tristes y afligidos que decidieron
acostarse un rato en sus camas para descansar y olvidar lo ocurrido. Entonces, Papá
Oso tumbó su enorme cuerpo en la cama grande y ancha, pero al instante exclamó:
“¡Alguien se ha acostado en mi cama!”.

Mamá Osa, al acostarse en su cama alta y ancha se apresuró a decir: “¡Alguien


también se ha acostado en mi cama!”, pero la mayor sorpresa fue para Bebé Oso,
quién al llegar a su camita, pequeña y suave, chilló con todas sus fuerzas: “¡Alguien
está durmiendo en mi cama!”.

Ante tanta algarabía, Ricitos de Oro se despertó asustada, y al ver a los tres osos
mirándola se asustó tanto que salió a toda velocidad por la ventana del cuarto, y
tanto corrió la pequeña niña que en pocos minutos atravesó el bosque y pudo por fin
encontrar el camino de regreso a casa.

5
EL LOBO Y LOS CABRITILLOS

Había una vez, una mamá cabra que vivía en una casita del bosque con seis cabritillos.
Los pequeñines vivían muy felices, protegidos por su madre de todo peligro. Cierta
mañana, la cabra decidió salir al bosque en busca de comida para sus pequeños pero
antes de partir les advirtió: “Mis queridos hijos, no deben abrirle la puerta a nadie
hasta que yo regrese. El lobo malo anda suelto por el bosque y de seguro vendrá a
devorarlos mientras yo no esté”.

“No te preocupes mamá. Tendremos mucho cuidado”, prometieron los cabritillos


viendo alejarse a su madre por el bosque. Unas horas después, mientras los
pequeñines saltaban y jugaban dentro de la casita, oyeron unos golpes secos en la
puerta. “Hijitos míos, soy vuestra madre y he regresado. Por favor, abridme”. Pero
los cabritillos no se dejaron engañar, pues supieron por la voz que se trataba del
lobo malo.

“No abriremos la puerta. Sabemos que no eres nuestra madre”, gritaron los
cabritillos con todas sus fuerzas. El lobo, enfurecido, salió a toda velocidad hacia
su cueva y devoró una docena de huevos para aclararse la voz. Al llegar nuevamente
a la casita de mamá cabra, toco suavemente la puerta y dijo con mucho cuidado:
“Hijos míos, soy vuestra madre y les he traído un regalo. Abridme, por favor”.

Engañados por la voz suave y melodiosa del lobo, los cabritillos decidieron mirar por
debajo de la puerta y fue entonces cuando pudieron ver las patas negras y gordas
del lobo. “No te abriremos porque no eres nuestra madre”, gritaron los pequeñines
con temor.

Sin embargo, el lobo no se rindió, y partió hacia su cueva nuevamente para pintarse
las patas con harina blanca. Por segunda vez, arribó la bestia a la casita donde vivían
los cabritillos. “Abridme la puerta mis queridos hijos. Mamá cabra ha llegado”, dijo
el lobo malo con una voz suave y musical. Al mirar por debajo de la puerta, los
pequeñines pudieron ver unas patas blancas como las de su mamá, y fue entonces
cuando el lobo logró entrar a la casita.

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Muertos de miedo, los pequeños cabritos se pusieron a correr por todo el lugar, pero
el lobo era mucho más rápido y logró capturar al cabrito que se había escondido en
la estufa, al que se refugió debajo de la cama, al que quedó colgado del techo, al que
se ocultó detrás del piano y finalmente, al que se había metido debajo de la
alfombra.

Uno por uno, la bestia feroz devoró a los cinco


cabritillos, sin darse cuenta que uno de los
pequeñines se había quedado escondido en el
armario. Repleto y cansado, el lobo decidió
abandonar la casita para irse a dormir a la sombra
de un árbol.

Tiempo después, mamá cabra llegó por fin a la


casita con la esperanza de ver a sus hijos, pero cuál fue su sorpresa cuando
descubrió que solamente uno de los cabritillos se encontraba en el lugar. Asustada
y nerviosa, mamá cabra abrazó a su pequeñín mientras este le contaba cómo el lobo
malo había devorado a sus hermanos.

Sin tiempo que perder, la madre salió en busca del lobo feroz, y tal cómo había
imaginado lo encontró tendido a los pies de un árbol, roncando y durmiendo
profundamente con la panza hinchada de tanto comer. Con gran valor, mamá cabra
regresó a casa en busca de hilo, agujas y una tijera, para abrirle la panza al lobo
malo y rescatar a sus hijitos.

Tan pronto cómo abrió la panza, uno de los cabritillos asomó la cabeza, luego otro, y
otro, y otro, hasta que los seis pequeñines se encontraron a salvo bajo el amparo de
su madre. Seguidamente, la cabra le indicó a sus hijos que buscaran todas las piedras
en los alrededores, y cuando tuvieron una pila enorme, rellenaron la panza del lobo
hasta dejarla bien inflada.

Con mucho cuidado, mamá cabra cosió al lobo y se marchó con sus cabritillos
rápidamente hacia casa. Cuando la bestia mala despertó, sintió un peso enorme en
su estómago, así que se dirigió al río para tomar agua. Como las piedras pesaban
mucho, el lobo quedó atrapado en el fondo del río sin poder salvarse, mientras la
madre cabra y los cabritillos festejaban a salvo en su casita del bosque.

7
EL PATITO FEO

Al igual que todos los años, en los meses de


verano, la Señora Pata se dedicaba a
empollar. El resto de las patas del corral
siempre esperaban con muchos deseos que
los patitos rompiesen el cascarón para poder
verlos, pues los patitos de esta distinguida
pata siempre eran los más bellos de todos
los alrededores.

El momento tan esperado llegó, lo que causó un gran alboroto ya que todas las amigas
de mamá pata corrieron hacia el nido para ver tal acontecimiento. A medida que iban
saliendo del cascarón, tanto la Señora Pata como sus amigas gritaban de la emoción
de ver a unos patitos tan bellos como esos. Era tanta la algarabía que había
alrededor del nido que nadie se había percatado que aún faltaba un huevo por
romperse.

El séptimo era el más grande de todos y aún permanecía intacto lo que puso a la
expectativa a todos los presentes. Un rato más tarde se empezó a ver como el
cascarón se abría poco a poco, y de repente salió un pato muy alegre. Cuando todos
lo vieron se quedaron perplejos porque este era mucho más grande y larguirucho que
el resto de los otros patitos, y lo que más impresionó era lo feo que era.

Esto nunca le había ocurrido a la Señora Pata, quien para evitar las burlas de sus
amigas lo apartaba con su ala y solo se dedicaba a velar por el resto de sus
hermanitos. Tanto fue el rechazo que sufrió el patito feo que él comenzó a notar
que nadie lo quería en ese lugar.

Toda esta situación hizo que el patito se sintiera muy triste y rechazado por todos
los integrantes del coral e incluso su propia madre y hermanos eran indiferentes
con él. Él pensaba que quizás su problema solo requería tiempo, pero no era así pues
a medida que pasaban los días era más largo, grande y mucho más feo. Además se
iba convirtiendo en un patito muy torpe por lo que era el centro de burlas de todos.

Un día se cansó de toda esta situación y huyó de la granja por un agujero que se
encontraba en la cerca que rodeaba a la propiedad. Comenzó un largo camino solo
con el propósito de encontrar amigos a los que su aspecto físico no les interesara y
que lo quisieran por sus valores y características.
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Después de un largo caminar llegó a otra granja, donde una anciana lo recogió en la
entrada. En ese instante el patito pensó que ya sus problemas se habían solucionado,
lo que él no se imaginaba que en ese lugar sería peor. La anciana era una mujer muy
mala y el único motivo que tuvo para recogerlo de la entrada era usarlo como plato
principal en una cena que preparaba. Cuando el patito feo vio eso salió corriendo sin
mirar atrás.

Pasaba el tiempo y el pobrecillo continuaba en


busca de un hogar. Fueron muchas las
dificultades que tuvo que pasar ya que el invierno
llegó y tuvo que aprender a buscar comida en la
nieve y a refugiarse por sí mismo, pero estas no fueron las únicas pues tuvo que
esquivar muchos disparos provenientes de las armas de los cazadores.

Siguió pasando el tiempo, hasta que por fin llegó la primavera y fue en esta bella
etapa donde el patito feo encontró por fin la felicidad. Un día mientras pasaba junto
a estanque diviso que dentro de él había unas aves muy hermosas, eran cisnes. Estas
tenían clase, eran esbeltas, elegantes y se desplazaban por el estanque con tanta
frescura y distinción que el pobre animalito se sintió muy abochornado por lo torpe
y descuidado que era él.

A pesar de las diferencias que él había notado, se llenó de valor y se dirigió hacia
ellos preguntándole muy educadamente que si él podía bañarse junto a ellos. Los
cisnes con mucha amabilidad le respondieron todos juntos:

– ¡Claro que puedes, como uno de los nuestros no va a poder disfrutar de este
maravilloso estanque!

El patito asombrado por la respuesta y apenado les dijo:

– ¡No se rían de mí! Como me van a comparar con ustedes que están llenos de belleza
y elegancia cuando yo soy feo y torpe. No sean crueles burlándose de ese modo.

– No nos estamos riendo de ti, mírate en el estanque y veras como tu reflejo


demostrara cuan real es lo que decimos.- le dijeron los cisnes al pobre patito.

Después de escuchar a las hermosas aves el patito se acercó al estanque y se quedó


tan asombrado que ni el mismo lo pudo creer, ya no era feo. ¡Se había transformado
en un hermoso cisne durante todo ese tiempo que pasó en busca de amigos! Ya había
dejado de ser aquel patito feo que un día huyó de su granja para convertirse en el
más bello y elegante de todos los cisnes que nadaban en aquel estanque.
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10
LA CIGARRA Y LA HORMIGA

La cigarra era feliz disfrutando del verano: El sol brillaba, las flores desprendían
su aroma...y la cigarra cantaba y cantaba. Mientras tanto su amiga y vecina, una
pequeña hormiga, pasaba el día entero trabajando, recogiendo alimentos.
- ¡Amiga hormiga! ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo
mientras canto algo para ti. – Le decía la cigarra a la hormiga.
- Mejor harías en recoger provisiones para el invierno y dejarte de tanta
holgazanería – le respondía la hormiga, mientras transportaba el grano, atareada.
La cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga.
Hasta que un día, al despertarse, sintió el frío intenso del invierno. Los árboles se
habían quedado sin hojas y del cielo caían copos de nieve, mientras la cigarra vagaba
por campo, helada y hambrienta. Vio a lo lejos la casa de su vecina la hormiga, y se
acercó a pedirle ayuda.
- Amiga hormiga, tengo frío y hambre, ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha
comida y una casa caliente, mientras que yo no tengo nada.
La hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra.
- Dime amiga cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué
hacías mientras yo cargaba con granos de trigo de acá para allá?
- Cantaba y cantaba bajo el sol- contestó la cigarra.
- ¿Eso hacías? Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno-
Y le cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, que había aprendido la lección.
Moraleja: Quien quiere pasar bien el invierno, mientras es joven debe aprovechar
el tiempo.

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EL CONGRESO DE LOS RATONES

Había una vez una familia de ratones que vivía en la despensa de una casa, pero
temiendo siempre los ataques de un enorme gato, los ratones no querían salir. Ya
fuera de día o de noche este terrible enemigo los tenía vigilados.
Un buen día decidieron poner fin al problema, por lo que celebraron una asamblea a
petición del jefe de los ratones, que era el más viejo de todos.
El jefe de los ratones dijo a los presentes:
- Os he mandado reunir para que entre todos encontremos una solución. ¡No
podemos vivir así!
- ¡Pido la palabra! - Dijo un ratoncillo muy atento-Atemos un cascabel al gato, y así
sabremos en todo momento por dónde anda. El sonido nos pondrá en alerta y
podremos escapar a tiempo.
Tan interesante propuesta fue aceptada por todos los roedores entre grandes
aplausos y felicidad. Con el cascabel estarían salvados, porque su campanilleo
avisaría de la llegada del enemigo con el tiempo para ponerse a salvo.
- ¡Silencio! – Gritó el ratón jefe, para luego decir: Queda pendiente una cuestión
importante: ¿Quién de todos le pondrá el cascabel al gato?
Al oír esto, los ratoncitos se quedaron repentinamente callados, muy callados,
porque no podían contestar a aquella pregunta. De pronto todos comenzaron a sentir
miedo. Y todos, absolutamente todos, corrieron de nuevo a sus cuevas, hambrientos
y tristes.
Moraleja: es más fácil proponer ideas que llevarlas a cabo

12
LAS RANITAS Y EL TRONCO TALLADO

Una familia de ranitas que vivía en un lago, sentía mucho temor por un tronco tallado
que se veía desde la orilla. Estas ranitas amaban las fiestas y la diversión, pero
sentían gran respeto por el tronco, así que en muchas oportunidades trataban de no
hacer tanto ruido para no molestar al tronco.

Seguramente este personaje al que tanto le temían, era un monumento de alguna


tribu que ya no habitaba en el lugar, pero como no se animaban a acercarse para ver
bien de que se trataba, solo podían divisar un rostro serio y que inspiraba mucha
autoridad.

Un cierto día, en que se desató una terrible tormenta, el tronco cayo al lago y en
ese momento las ranitas pudieron ver con claridad, que era solo un tronco tallado
que ningún daño podía hacerles. Se rieron mucho de los temores por los que habían
pasado y comenzaron a jugar con él y usarlo de trampolín para sus zambullidas en el
lago.

Moraleja: Lo que por ignorancia atemoriza, a veces es sólo digno de risa.

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14
LA ROCA INACCESIBLE

En el inicio de la civilización, cuando los hombres que habitaban la tierra tan sólo
disponían de palos y hachas de piedra para defenderse, existía una gran montaña
que aquellos hombres divisaban a lo lejos entusiasmados y soñadores. Aquella
montaña se encontraba inundada de exuberante vegetación que caía derramada
hasta sus valles. No encontraban, sin embargo, la forma de acceder a la preciosa
montaña debido a la dificultad que añadía un caudaloso río y las escarpadas peñas
de la misma. Aquellos hombres primitivos hicieron lo imposible por acceder al camino
situado más allá de la montaña, para lo que levantaron sendos pilares con los que
construir un puente con el cual poder divisar lo que había al otro lado. Y finalmente,
tras muchos días de inagotable esfuerzo, se dieron por vencidos.
Cuando un día el mal tiempo derribó todos aquellos pilares que habían creado y
levantado con tanto esfuerzo, los primitivos hombres quedaron atemorizados
pensando que la montaña tenía vida propia y grandes poderes. Sin embargo, no
llegaron a ir más allá ni a comprender nunca la verdadera causa del derrumbe, y tal
fue la incomprensión que, pasados muchos, muchos años, los hombres fueron
perdiendo el miedo y volvieron a desafiar y a enfrentarse a la misma tierra.
Y de este modo, cuando ya no vestían pieles ni manejaban hachas, continuaron
desafiando a la Madre Naturaleza, despojándola sin piedad de toda su riqueza y
material precioso.
¡Qué roca inaccesible eran los humanos para el Universo!

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LA RIQUEZA Y LA POBREZA

Existió, hará un largo tiempo, un humilde hombre que vivía en la más absoluta
pobreza. Este hombre tenía un hijo muy egoísta, que cansado de no recibir de su
pobre padre cuanto le pedía, decidió que era hora de marcharse a iniciar su propia
vida, llena de más caprichos y lujos.
Transcurridos unos cuantos años desde la partida de su hijo, el padre habría logrado
salir adelante con muy buen pie, enriqueciéndose de tal forma gracias a sus negocios
en el mundo del comercio, que se había trasladado de casa y de ciudad, rodeado de
mil y una comodidades. Su hijo, por el contrario, no había conseguido salir de la
pobreza, y caminaba mendigando de pueblo en pueblo y viviendo gracias a la ayuda
de las gentes.
Aquel padre, a pesar de haber abandonado su vida anterior y haberse convertido en
un hombre con tanta suerte, no conseguía olvidarse de su hijo, lamentándose día a
día de su marcha y soñando con su llegada:
¡Dónde estará mi hijo! Yo ya soy viejo, y ¡desearía tanto que pudiese acompañarme
en mis últimos días de vida, y heredara con mi despedida toda mi riqueza!
Y, cosas del destino, ocurrió que su hijo buscando limosna, llegara a la ciudad a la
que se había traslado el padre y que tocara a su misma puerta. Tan cansado de
caminar de allá para acá, el hijo ni siquiera reconoció a su padre, que se encontraba
reposando placenteramente sobre un sillón de buena mimbre en el porche ajardinado
de su gran casa.
Pero el padre sí reconoció a su hijo, y muy emocionado se levantó de su sillón para
darle un gran abrazo, así como la bienvenida a su nuevo hogar. Sin embargo, aquello
no tuvo nunca lugar, porque el hijo, asustado ante tanta riqueza y temeroso de ser
humillado, salió corriendo de allí como alma que lleva el diablo

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EL REY ARTURO

¿Conocéis al que fuera rey de la actual Gran Bretaña, Uther Pendragon? Aquello
sucedió según la leyenda hace mucho tiempo, pero todavía los ecos de aquellos
sucesos rezuman por todo el mundo. El rey Pendragon mantenía un duro conflicto
con el llamado duque de Tintagel, que finalmente terminó un día en el que Pendragon
decidió firmar la paz. Para aquel día no tuvo reparos en invitar a la gente más
populosa de la comarca, entre ellos el duque de Tintagel y su mujer, la duquesa
Igraine.
Lejos de lo planeado, cuando Uther Pendragon topó sus ojos con la duquesa, quedó
tan prendidamente enamorado de ella que todo cambió a partir de entonces. Tan
enamorado y extraño se sentía que decidió solicitar la ayuda del mago de la corte,
llamado Merlín, para que realizase un hechizo en su favor. Este hechizo consistió
nada más y nada menos, que en hacer creer a Igraine que Uther era su verdadero
marido. Y tanto funcionó el hechizo que finalmente ambos se unirían y de su relación
nacería un niño llamado Arturo.
Pero como aquello no podía saberse e Igraine falleció poco después del nacimiento
de Arturo, éste fue enviado con el mago Merlín, el cual se haría responsable de su
cuidado y formación hasta que el joven cumpliese los dieciséis años. Llegado aquel
momento, Arturo fue enviado con un caballero llamado Sir Héctor, pero hasta
entonces, fue el mago Merlín el encargado de cuidar, alimentar y enseñar todo

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aquello que sabía al joven príncipe, que lejos de ignorarlo, demostraría ser una
persona obediente y responsable como pocas.
Pasados los años, el rey Uther murió sin haber dejado ninguna descendencia
reconocida en su castillo, y el mago Merlín, convencido por algunos caballeros,
decidió organizar un evento para solucionarlo y nombrar a un nuevo rey. El reto
consistiría en sacar una espada, la espada de Excálibur, de un yunque de hierro
dentro del cual se encontraba atrapada. Muchos fueron los que intentaron sacarla,
pero ninguno pudo conseguirlo. Ninguno salvo Arturo, que consiguió retirarla sin
apenas esfuerzo.
Pero la mayoría de caballeros no aceptaban el nombramiento de Arturo como el
nuevo rey, y Merlín tuvo que salir en su defensa confesando que en realidad él era
el único descendiente legítimo del rey Uther. Y para asegurarse de que Arturo nunca
más fuera molestado por caballeros arrogantes y egoístas, Merlín decidió crear la
llamada mesa redonda, compuesta por caballeros totalmente leales al nuevo rey. Y
durante mucho tiempo, el reino pudo mantenerse en paz…

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19
EL REY MIDAS
Había una vez un rey muy bueno que se llamaba Midas. Sólo que tenía un defecto:
que quería tener para él todo el oro del mundo.

Un día el rey Midas le hizo un favor a un dios.

El dios le dijo:

“Lo que me pidas te concederé”.

“Quiero que se convierta en oro todo lo que toque” dijo Midas.

“¡Qué deseo más tonto, Midas! Eso puede traerte problemas. Piénsalo, Midas,
piénsalo”.

“Eso es lo único que quiero”.

“Así sea, pues” dijo el dios.

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Y fueron convirtiéndose en oro los vestidos que llevaba Midas, una rama que tocío,
las puertas de su casa. Hasta el perro que salió a saludarlo se convirtió en una
estatua de oro. Y Midas comenzó a preocuparse. Lo más grave fue que cuando quiso
comer, todos los alimentos se volvieron de oro.

Entonces Midas no aguantó más. Salió corriendo espantado en busca del dios.

“Te lo dije, Midas, te lo dije. Pero ahora no puedo librarte del don que te di. Ve al
rio y métete al agua. Si al salir del rio no eres libre, ya no tendrás remedio”. Dijo el
dios.

Midas corrió hasta el rio y se hundió en sus aguas.

Así estuvo un buen rato luego salió con bastante miedo. Las ramas del árbol que tocó
adrede, siguieron verdes y frescos. ¡Midas era libre!

Desde entonces el rey vivió en una choza que el mismo construyó en el bosque. Y ahí
murió tranquilo como el campesino más humilde.

21
RÓMULO Y REMO
Uno de los mitos cortos más populares es el de Rómulo y Remo, dos hermanos que al
nacer, fueron colocados en una cesta y arrojados al río Tíber por su madre, Rea
Silvia. Habiendo quedado embarazada del dios Marte, ella sintió temor de que su
tío, el rey Amulio, la descubriera puesto que él le había advertido que debía
permanecer virgen. Y así fue como una vez que hubo dado a luz, tuvo que renunciar
a sus hijos.

La cesta desembarcó en una orilla donde Rómulo y Remo, fueron encontrados por
una loba. Esta al ver que eran muy pequeños, se puso a cuidarlos y los amamantó con
su leche por varios días, hasta que un pastor que vivía cerca de ahí los descubrió.
Ambos hermanos fueron adoptados por el hombre y crecieron en el campo, cuidando
de los rebaños. Con el tiempo descubrieron cuales eran sus orígenes y regresaron a
la ciudad de Alba Longa, en donde vivía su madre.
Allí destronaron a Amulio y le devolvieron el trono a su abuelo, Numitor, quien fuera
rey anterior del lugar. En agradecimiento, este les concedió tierras en donde se
propusieron fundar una gran ciudad. Sin embargo, antes de eso aún no se ponían de
acuerdo sobre quién iba a nombrarla.
Rómulo y Remo tuvieron una discusión tras la cual el primero, trazó un círculo en el
suelo. Declarando que ese sería el punto sobre el que comenzaría a construir su
ciudad, advirtió que mataría a cualquier persona que se atreviera a entrar en él.
Remo lo desafió y puso sus pies dentro del círculo. Pero apenas lo hizo, fue asesinado
por su hermano.
Tiempo después, Rómulo levantó lo que hoy conocemos como Roma, que en sus incios
fue poblada por forasteros, ladrones y hombres que habían huido de su patria.

22
EL CONEJO EN LA LUNA
Este mito corto proveniente de México, nos explica porque a veces cuando hay luna
llena, se puede distinguir la silueta de un conejo en la superficie. Sucedió que un día
Quetzalcóatl, el dios del sol que podía adoptar la forma de una serpiente con plumas,
decidió ir a recorrer el mundo adoptando su forma humana. Camino por largo tiempo
hasta que sus pies se cansaron y tuvo que sentarse para recuperar sus fuerzas.

No tardó en sentir hambre, habiendo tomado la forma de los hombres como lo había
hecho. Pero se encontraba muy lejos de cualquier población y a su alrededor, no
había más que hierba y la luna brillando en lo alto, pues ya había oscurecido.
Quetzalcóatl se sentó junto a un arroyo cercano y fue entonces que se dió cuenta
de que había un conejito cerca de la orilla, que había salido de su madriguera para
cenar.
-¿Qué comes?-le preguntó.
-Zacate, ¿te gustaría un poco?-le contestó el animalito.
-Gracias, pero yo no como eso-le explicó.
-¿Entonces no vas a comer nada?
-No hay nada que pueda comer aquí. Supongo que esperaré a morir de hambre.
El conejito se aproximó hasta Quetzalcóatl.
-Yo solo soy un conejito, pero si quieres puedes comerme a mí. Aquí estoy.
Conmovido, el dios lo acarició y le dijo:
-Tal vez solo seas un conejito, pero a partir de ahora todos los hombres van a
recordarte siempre.
Dicho esto lo tomó en sus manos y lo alzó bastante alto, lo suficiente como para que
pudiera llegar a la luna y dejar su sombra plasmada contra ella.
-Ahora tienes un retrato eterno-dijo Quetzalcóatl bajándolo de nuevo a la tierra-.
Todos los hombres podrán mirarlo sin importar que pasen los siglos.
Es por eso que miras con atención, siempre podrás ver al conejo en la luna.
23
24
LA NOCHE-BUENA
de Julia de Asensi
I
Eran las ocho de la noche del 24 de Diciembre de 1867. Las calles de Madrid llenas
de gente alegre y bulliciosa, con sus tiendas iluminadas, asombro de los lugareños
que vienen a pasar las Pascuas en la capital, presentaban un aspecto bello y animado.
En muchas casas se empezaban a encender las luces de los nacimientos, que habían
de ser el encanto de una gran parte de los niños de la corte, y en casi todas se
esperaba con impaciencia la cena, compuesta, entre otras cosas, de la sabrosa sopa
de almendra y del indispensable besugo.

En una de las principales calles, dos pobres seres tristes, desgraciados, dos niños
de diferentes sexos, pálidos y andrajosos, vendían cajas de cerillas a la entrada de
un café. Mal se presentaba la venta aquella noche para Víctor y Josefina; solo un
borracho se había acercado a ellos, les había pedido dos cajas a cada uno y se había
marchado sin pagar, a pesar de las ardientes súplicas de los niños.

Víctor y Josefina eran hijos de dos infelices lavanderas, ambas viudas, que
habitaban una misma boardilla. Víctor vendía arena por la mañana y fósforos por la
noche. Josefina, durante el día ayudaba a su madre, si no a lavar, porque no se lo
permitían sus escasas fuerzas, a vigilar para que nadie se acercase a la ropa ni se
perdiese alguna prenda arrebatada por el viento. Las dos lavanderas eran hermanas,
y Víctor, que tenía doce años, había tomado bajo su protección a su prima, que
contaba escasamente nueve.

Nunca había estado Josefina más triste que el día de Noche-Buena, sin que Víctor,
que la quería tiernamente, pudiera explicarse la causa de aquella melancolía. Si le
preguntaba, la niña se contentaba con suspirar y nada respondía. Llegada la noche,
la tristeza de Josefina había aumentado y la pobre criatura no había cesado de
llorar, sin que Víctor lograse consolarla.

-Estás enferma -dijo el niño-, y como no vendemos nada, creo que será lo mejor que
nos vayamos a descansar con nuestras madres.
Josefina cogió su cestita, Víctor hizo lo mismo con su caja, y tomando de la mano a
su prima, empezaron a andar lentamente.

Al pasar por delante de una casa, oyeron en un cuarto bajo ruido de panderetas y
tambores, unido a algunas coplas cantadas por voces infantiles. Las maderas de las

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ventanas no estaban cerradas y se veía a través de los cristales un vivo resplandor.
Víctor se subió a la reja y ayudó a hacer lo mismo a Josefina.

Vieron una gran sala: en uno de sus lados, muy cerca de la reja, un inmenso
nacimiento con montes, lagos cristalinos, fuentes naturales, arcos de ramaje,
figuras de barro representando la sagrada familia, los reyes magos, ángeles,
esclavos y pastores, chozas y palacios, ovejas y pavos, todo alumbrado por millares
de luces artísticamente colocadas.

En el centro del salón había un hermoso árbol, el árbol de Navidad, costumbre


apenas introducida entonces en España, cubierto de brillantes hojas y de ricos y
variados juguetes. Unos cincuenta niños bailaban y cantaban; iban bien vestidos,
estaban alegres, eran felices.

-¡Quién tuviera eso! -murmuró Josefina sin poder contenerse más.

-¿Es semejante deseo el que te ha atormentado durante el día? -preguntó Víctor.

-Sí -contestó la niña-; todos tienen nacimiento, todos menos nosotros.

-Escucha, Josefina: este año no puedo proporcionarte un nacimiento porque me has


dicho demasiado tarde que lo querías, pero te prometo que el año que viene, en igual
noche, tendrás uno que dará envidia a cuantos muchachos haya en nuestra vecindad.

Se alejaron de aquella casa y continuaron más contentos su camino. Cuando llegaron


a su pobre morada, las dos lavanderas no advirtieron que Josefina había llorado ni
que Víctor estaba pensativo.
II
Desde el año siguiente Víctor fue a trabajar a casa de un carpintero, donde estaba
ocupado la mayor parte del día. Josefina iba siempre al río con su madre y crecía
cada vez más débil y más pálida. Pasaba las primeras horas de la noche al lado de su
primo; pero ya no vendían juntos cajas de fósforos, sino se quedaban en su boardilla
enseñando la lectura el niño a la niña, la que hacía rápidos progresos.

Apenas Josefina se acostaba, Víctor sacaba de un baúl viejo una gran caja y hacía,
con lo que guardaba en ella, figuritas de madera o de barro, que luego pintaba con
bastante acierto. Al cabo de algunos meses, cuando ya tuvo acabadas muchas
figuras, se dedicó a hacer casas, luego montañas de cartón; por último, una fuente.
Víctor había nacido artista; pintó un cielo claro y transparente, iluminado por la

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blanca luna y multitud de estrellas, brillando una más que todas las otras, la que guió
a los Magos al humilde portal.

El maestro de Víctor no tardó en señalarle un pequeño jornal, del que la madre del
niño le daba una cantidad insignificante para su desayuno, encontrando él, gracias a
una increíble economía, el medio de ahorrar algunos cuartos para comprar varios
cerillos y velas de colores.

Todo marchaba conforme su deseo, cuando al llegar el mes de Noviembre cayó


Josefina gravemente enferma. El médico que por caridad la asistía, declaró que el
mal sería muy largo y el resultado funesto para la pobre niña.

Víctor, que pasaba el día trabajando en el taller, no supo la desgracia que le


amenazaba, porque su madre se la calló con el mayor cuidado.

III
Llegó el 24 de Diciembre de 1868. Durante el día Víctor buscó por los paseos ramas,
hizo con ellas graciosos arcos y al anochecer los llevó a su vivienda, que estaba
débilmente iluminada por una miserable lámpara. Una cortina vieja y remendada
ocultaba el lecho donde se hallaba acostada Josefina.

Víctor formó una mesa con el tablado que le servía de cama, abrió el baúl, colocó
sobre las tablas los arcos de ramaje, las montañas, la fuente, a la que hizo un
depósito para que corriese el agua en abundancia, las graciosas figuritas; poniendo
por dosel el firmamento que él había pintado y detrás una infinidad de luces que le
daban un aspecto fantástico.

Todo estaba ya en su lugar, cuando empezaron a sonar en la calle varios tambores


tocados con estrépito por los muchachos de aquel barrio.

-¿Qué día es hoy? -preguntó Josefina.

-El 24 de Diciembre -contestó su madre, que se hallaba junto a la cama.

La niña suspiró, tal vez recordando el nacimiento del año anterior, tal vez
presintiendo que no vería otra Noche-Buena.

Víctor se acercó a su prima muy despacio, descorrió la cortina y miró a Josefina


para ver el efecto que en ella causaba su obra. La niña juntó sus manos, lo vio todo,

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contemplándolo con profunda admiración, y rompió a llorar de alegría y de
agradecimiento...

El médico entró en aquel instante.

-¡Qué hermoso nacimiento! -exclamó.

-Lo ha hecho mi hijo -contestó la lavandera.

-Muchacho -dijo el doctor-, si me lo vendes te daré por él lo que quieras. Tengo una
hija que será feliz si se lo llevo, pues ninguno de los que ha visto le satisface y ella
deseaba que fuera como es el tuyo.

-No lo vendo, señor -replicó Víctor-, es de Josefina.


El médico pulsó a la enferma y la encontró mucho peor.
-Volveré mañana... si es preciso -dijo al salir.
-Víctor, canta algo para que sea este un nacimiento alegre como el de aquellos niños
que vimos el año pasado, murmuró con voz débil Josefina.

El niño obedeció y empezó a cantar coplas dedicadas a su prima, que improvisaba


fácilmente; solo que en lugar de cantarlas delante del nacimiento lo hacía junto a la
cama, teniendo una mano de Josefina entre las suyas.

Poco a poco la niña se fue durmiendo, las luces del nacimiento se apagaron y Víctor
advirtió que la mano de su prima estaba helada.

Pasó el resto de la noche al lado de ella, intentando, aunque en balde, calentar aquella
mano tan fría.

IV
A la mañana siguiente fue el médico, y apenas se acercó a la cama vio que la pobre
Josefina estaba muerta. La desesperación de la infeliz madre y de Víctor no es para
descrita.

Llegado el día 26, el doctor se sorprendió al ver entrar al niño en su casa.

-Señor -le dijo-, el 24 de este mes no quise vender a V. el nacimiento que había
hecho para Josefina, y hoy vengo a suplicarle que me lo compre para pagar el

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entierro de mi prima, pues lo que se ha gastado lo debo a mi maestro que me ha
adelantado una cantidad. He querido saber siempre dónde está su cuerpo.

-Nada más justo, hijo mío -contestó el doctor, conmovido al ver la pena de Víctor-;
yo te daré cuanto desees.

Y pagó el nacimiento triple de lo que valía.

-Su hija de V. lo disfrutará hasta el día de Reyes-, continuó el muchacho, y esto la


consolará de haber estado el 24 y el 25 sin nacimiento.

Más tarde fue él mismo a colocarlo, después de haber asistido solo al entierro de
Josefina.

La madre de la niña estuvo a punto de perder el juicio, y durante muchos días su


hermana y su sobrino tuvieron que mantenerla, porque la desgraciada no podía
siquiera trabajar.

V
Algunos años después el doctor se paseaba el día de difuntos por el cementerio
general del Sur. Iba mirando con indiferencia las tumbas que hallaba a su alrededor,
cuando excitó su atención vivamente una colocada en el suelo, sobre la que se veía
una preciosa cruz de madera tallada. Debajo de dicha cruz se leía en la piedra el
nombre de Josefina. Se disponía a seguir su camino, cuando un joven le llamó,
obligándole a detenerse.

-¿Qué se le ofrece a V.? -preguntó el médico.


-¿No se acuerda V. ya de mí? -dijo el que le había parado-; soy Víctor, el que le
vendió aquel nacimiento para su hija.
-¡Ah, sí! -exclamó el doctor-; aquel nacimiento fue después de mis nietos, y aún
deben conservarse de él algunas figurillas... ¿Y qué te haces ahora?
-Para llorar menos a Josefina he querido familiarizarme con la muerte, y soy
enterrador. Aquí velo su tumba, cuya cruz he hecho, riego las flores que la rodean,
la visito diariamente y a todas horas. Me han dicho que trate a otras mujeres, que
ame a alguna; pero no puedo complacer a los que esto me aconsejan. Doctor, no se
ría V. de mí, si le digo que veo a Josefina, porque es cierto. De noche sueño con ella
y me dice siempre que me aguarda. Me ha citado para un día aún muy lejano y no
puedo faltar a su cita. Entre tanto, van pasando los meses y los años, y estoy
tranquilo considerando lo fácil que es morir y lo necio que es el que se quita la vida,
que por larga que parezca es siempre corta. Yo no me mataré nunca, porque para

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merecer a Josefina debo permanecer todavía en este valle de lágrimas. ¿Se acuerda
V. de ella?

-Sí, hijo mío -contestó el médico.


-Yo nunca olvidaré aquella noche que para todos fue Noche-Buena y quizá solo para
mí fue noche mala.
-Víctor, conformidad y valor -dijo el doctor despidiéndose y estrechando la mano
del joven.
-Tal vez dirá que he perdido el juicio -murmuró Víctor cuando se vio solo-; si es así,
en esta falta de razón está mi ventura.
Y mientras esto pensaba, el doctor se alejaba diciendo:
-¡Pobre loco!

Fin

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SOR MARÍA
de Julia de Asensi

Casado Bernardo, ¿qué le importaba a ella el mundo ya? Había sido el compañero de
su infancia, el que había enjugado sus primeras lágrimas, producido su sonrisa
primera y recogido el primer suspiro que exhaló su pecho virginal. Ella le había amado
con toda su alma, con todo el entusiasmo de la primera juventud.

¿Cómo él no la había correspondido? Blanca tenía algunos años menos que él; aún era
niña cuando Bernardo era hombre; una mujer malvada y astuta conquistó el corazón
del joven y logró ser conducida al pie de los altares, donde fueron unidos en eterno
lazo.

Blanca buscó un consuelo en la religión; no había en la tierra remedio a su pesar y


volvió los ojos al cielo. En la ciudad donde habitaba se elevaba un sombrío convento,
de altos muros, fuertes rejas y espesas celosías, y allí se encerró la infortunada
niña, sin ver las lágrimas de su madre, ni atender a los consejos de su padre, ni
escuchar los ruegos de sus amigos.

El día en que fue llevada al templo, vio a Bernardo en el camino. Él la miró con una
indefinible expresión, y Blanca creyó adivinar que el hombre a quien tanto quería no
debía ser feliz.

Acaso si Blanca no hubiese ido en carruaje, él la hubiera detenido, dirigiéndole la


palabra, quién sabe si le hubiera pedido perdón por su conducta, porque Bernardo
era culpable, había adivinado el amor de Blanca, lo había alentado con vanas
esperanzas, abandonándola sin remordimientos después.

La niña trocó sus galas por el severo traje religioso; la novicia, sin libertad de
palabra ni de acción, empezó la vida de convento resignada y acaso indiferente;
martirizó su cuerpo con ayunos y penitencias, y pasó casi todas las horas dedicada
a las oraciones.

Pero en balde intentó sujetar también el pensamiento; no se había hecho religiosa


por vocación, sino para mitigar sus penas, y el recuerdo del hombre querido le
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asaltaba sin cesar, lo mismo en el interior de su celda, que en el austero templo, que
en el coro cuando, con las otras monjas, rezaba con monótono acento o elevaba
cantando himnos de gloria al Creador.

Los días se deslizaban iguales, siempre tristes; ella no tomaba parte en nada de lo
que ocurría en el convento, apenas sabía los nombres de las religiosas, y cuando la
abadesa la amonestaba por alguna involuntaria distracción, oía sus palabras sin
sentimiento por la ligera falta cometida, en la que incurría de nuevo muchas veces.

Por el triste patio adornado de raquíticos árboles y mustias flores, paseaba


melancólica y solitaria huyendo en cuanto le era dado de halagadores fantasmas y
locas ilusiones, pensando a su pesar en el ingrato, causa de su desgracia y su
clausura.

El año de novicia se pasó así. Llegó la época de pronunciar para siempre los votos, de
renunciar a todo lo terreno, al amor, al hogar, a la familia. ¿No podía entonces volver
al seno de esta, vivir para el mundo?

Bernardo estaba casado y no había esperanza de felicidad para ella. Blanca


pronunció sus votos.

Dos días después las campanas de la iglesia doblaron tristemente, las paredes se
cubrieron de negros paños, un túmulo se elevó en el centro, rodeado de amarillentas
velas; varios bancos fueron colocados uno en el frente, otros a los lados del
catafalco, y poco a poco empezaron a llenarse, ocupándolos varios hombres, al
parecer de elevada clase, todos vestidos de negro.

Dio principio el funeral. Las monjas oraban desde el coro por el eterno descanso de
la difunta, porque era una mujer.

Acabada la misa y rezados los responsos, dos hombres se pararon delante de la


celosía, tras de la cual se hallaban las religiosas.

-¿Quién ha muerto? -preguntó uno.


-La mujer de Bernardo Gómez -contestó el otro-; hace hoy nueve días.
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Blanca se estremeció al oírlo y se puso densamente pálida.
Al retirarse a su celda lloró amargamente, considerando que cuando ella se unió a
Jesucristo, el hombre a quien tanto había amado era libre.

Paseando por el patio aquella tarde, triste y sola, como de costumbre, se inclinó para
coger una flor y vio junto a la planta una carta rota en menudos pedazos; le pareció
que conocía la letra, guardó los papeles, y al subir a su celda se entregó al minucioso
y difícil trabajo de unir aquellos fragmentos. La carta decía así: «Blanca mía,
después de un año de crueles, pero merecidos sufrimientos, soy libre. No renuncio
a tu amor, sin él no puedo vivir y espero me perdones. Necesito verte y hablarte;
¿hay algún medio de conseguirlo? Tuyo, Bernardo».

La abadesa había abierto la carta de amor profano dirigida a una de sus hijas y la
había roto; a no ser así la novicia hubiera salido del convento.

Poco después los periódicos de aquella ciudad daban cuenta de dos sucesos ocurridos
el mismo día y a la misma hora.

El conocido abogado D. Bernardo Gómez se había suicidado, no pudiendo sin duda


resistir la pena que le produjo la reciente muerte de su esposa, y la joven religiosa,
que se llamó en el mundo Blanca, y en el claustro Sor María, había muerto
repentinamente.

¿Quién sabe si sus almas subieron juntas por el celeste espacio, y la de la triste e
inocente joven logró el perdón de la de su ingrato y criminal amante, para que
entrase con ella en el Paraíso?

Fin1.

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