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Miércoles 23 de abril de 2014

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“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Esta semana es la semana de la alegría: celebramos la Resurrección de Jesús. Es una alegría


auténtica, profunda, basada en la certeza que Cristo resucitado ya no muere más, sino que está vivo y
operante en la Iglesia y en el mundo. Tal certeza habita en el corazón de los creyentes desde esa
mañana de Pascua, cuando las mujeres fueron al sepulcro de Jesús y los ángeles les dijeron: «¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc 24, 5). «¿Por qué buscáis entre los muertos al que
vive?». Estas palabras son como una piedra miliar en la historia; pero también una «piedra de
tropiezo», si no nos abrimos a la Buena Noticia, si pensamos que da menos fastidio un Jesús muerto
que un Jesús vivo. En cambio, cuántas veces, en nuestro camino cotidiano, necesitamos que nos
digan: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». Cuántas veces buscamos la vida entre las
cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las cosas que hoy están y mañana ya no
estarán, las cosas que pasan... «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?».

Lo necesitamos cuando nos encerramos en cualquier forma de egoísmo o de auto-complacencia;


cuando nos dejamos seducir por los poderes terrenos y por las cosas de este mundo, olvidando a Dios
y al prójimo; cuando ponemos nuestras esperanzas en vanidades mundanas, en el dinero, en el éxito.
Entonces la Palabra de Dios nos dice: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». ¿Por qué lo
estás buscando allí? Eso no te puede dar vida. Sí, tal vez te dará una alegría de un minuto, de un día,
de una semana, de un mes... ¿y luego? «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». Esta frase
debe entrar en el corazón y debemos repetirla. ¿La repetimos juntos tres veces? ¿Hacemos el
esfuerzo? Todos: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» [repite con los fieles]. Hoy,
cuando volvamos a casa, digámosla desde el corazón, en silencio, y hagámonos esta pregunta: ¿por
qué yo en la vida busco entre los muertos a aquél que vive? Nos hará bien.

No es fácil estar abiertos a Jesús. No se da por descontado aceptar la vida del Resucitado y su
presencia en medio de nosotros. El Evangelio nos hace ver diversas reacciones: la del apóstol Tomás,
la de María Magdalena y la de los dos discípulos de Emaús: nos hace bien confrontarnos con ellos.
Tomás pone una condición a la fe, pide tocar la evidencia, las llagas; María Magdalena llora, lo ve pero
no lo reconoce, se da cuenta de que es Jesús sólo cuando Él la llama por su nombre; los discípulos de
Emaús, deprimidos y con sentimientos de fracaso, llegan al encuentro con Jesús dejándose acompañar
por ese misterioso caminante. Cada uno por caminos distintos. Buscaban entre los muertos al que vive
y fue el Señor mismo quien corrigió la ruta. Y yo, ¿qué hago? ¿Qué ruta sigo para encontrar a Cristo
vivo? Èl estará siempre cerca de nosotros para corregir la ruta si nos equivocamos.

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc 24, 5). Esta pregunta nos hace superar la
tentación de mirar hacia atrás, a lo que pasó ayer, y nos impulsa hacia adelante, hacia el futuro. Jesús
no está en el sepulcro, es el Resucitado. Él es el Viviente, Aquel que siempre renueva su cuerpo que
es la Iglesia y le hace caminar atrayéndolo hacia Él. «Ayer» era la tumba de Jesús y la tumba de la
Iglesia, el sepulcro de la verdad y de la justicia; «hoy» es la resurrección perenne hacia la que nos
impulsa el Espíritu Santo, donándonos la plena libertad.
Hoy se dirige también a nosotros este interrogativo. Tú, ¿por qué buscas entre los muertos al que
vive, tú que te cierras en ti mismo después de un fracaso y tú que no tienes ya la fuerza para rezar?
¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que te sientes solo, abandonado por los amigos
o tal vez también por Dios? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que has perdido la
esperanza y tú que te sientes encarcelado por tus pecados? ¿Por qué buscas entre los muertos al que
está vivo, tú que aspiras a la belleza, a la perfección espiritual, a la justicia, a la paz?

Tenemos necesidad de escuchar y recordarnos recíprocamente la pregunta del ángel. Esta pregunta,
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?», nos ayuda a salir de nuestros espacios de tristeza y
nos abre a los horizontes de la alegría y de la esperanza. Esa esperanza que mueve las piedras de los
sepulcros y alienta a anunciar la Buena Noticia, capaz de generar vida nueva para los demás.
Repitamos esta frase del ángel para tenerla en el corazón y en la memoria y luego cada uno responda
en silencio: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». ¡Repitámosla! [repite con la multitud].
Mirad hermanos y hermanas, Él está vivo, está con nosotros. No vayamos a los numerosos sepulcros
que hoy te prometen algo, belleza, y luego no te dan nada. ¡Él está vivo! ¡No busquemos entre los
muertos al que vive! Gracias.

Miércoles 30 de abril de 2014

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Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis hablo del don de entendimiento. No se trata de una cualidad intelectual natural,
sino de una gracia que el Espíritu Santo infunde en nosotros y que nos hace capaces de escrutar el
pensamiento de Dios y su plan de salvación. San Pablo dice que, por medio del Espíritu Santo, Dios
nos revela lo que ha preparado para los que le aman. ¿Qué significa esto? No es que uno tenga pleno
conocimiento de Dios, pero sí que el Espíritu nos va introduciendo en su intimidad, haciéndonos
partícipes del designio de amor con el que teje nuestra historia. En perfecta unión con la virtud de la
fe, el entendimiento nos permite comprender cada vez más las palabras y acciones del Señor y
percibir todas las cosas como un don de su amor para nuestra salvación. Como Jesús a los discípulos
de Emaús, el Espíritu Santo, con este don, abre nuestros ojos, incapaces por sí solos de reconocerlo,
dando de este modo una nueva luz de esperanza a nuestra existencia.

Miércoles 7 de mayo de 2014

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado en la lectura del pasaje del libro de los Salmos que dice: «El Señor me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente» (cf. Sal 16, 7). Y este es otro don del Espíritu Santo: el don
de consejo. Sabemos cuán importante es, en los momentos más delicados, poder contar con las
sugerencias de personas sabias y que nos quieren. Ahora, a través del don de consejo, es Dios mismo,
con su Espíritu, quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos hace comprender el modo justo
de hablar y de comportarse; y el camino a seguir. ¿Pero cómo actúa este don en nosotros?
En el momento en el que lo acogemos y lo albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza
inmediatamente a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros
sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo, nos conduce cada vez
más a dirigir nuestra mirada interior hacia Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de
relacionarnos con Dios Padre y con los hermanos. El consejo, pues, es el don con el cual el Espíritu
Santo capacita a nuestra conciencia para hacer una opción concreta en comunión con Dios, según la
lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace
crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo y
del propio modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.
La condición esencial para conservar este don es la oración. Volvemos siempre al mismo tema: ¡la
oración! Es muy importante la oración. Rezar con las oraciones que todos sabemos desde que éramos
niños, pero también rezar con nuestras palabras. Decir al Señor: «Señor, ayúdame, aconséjame, ¿qué
debo hacer ahora?». Y con la oración hacemos espacio, a fin de que el Espíritu venga y nos ayude en
ese momento, nos aconseje sobre lo que todos debemos hacer. ¡La oración! Jamás olvidar la oración.
¡Jamás! Nadie, nadie, se da cuenta cuando rezamos en el autobús, por la calle: rezamos en silencio
con el corazón. Aprovechamos esos momentos para rezar, orar para que el Espíritu nos dé el don de
consejo.

En la intimidad con Dios y en la escucha de su Palabra, poco a poco, dejamos a un lado nuestra lógica
personal, impuesta la mayoría de las veces por nuestras cerrazones, nuestros prejuicios y nuestras
ambiciones, y aprendemos, en cambio, a preguntar al Señor: ¿cuál es tu deseo?, ¿cuál es tu
voluntad?, ¿qué te gusta a ti? De este modo madura en nosotros una sintonía profunda, casi
connatural en el Espíritu y se experimenta cuán verdaderas son las palabras de Jesús que nos
presenta el Evangelio de Mateo: «No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel
momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el
Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10, 19-20). Es el Espíritu quien nos aconseja, pero
nosotros debemos dejar espacio al Espíritu, para que nos pueda aconsejar. Y dejar espacio es rezar,
rezar para que Él venga y nos ayude siempre.

Como todos los demás dones del Espíritu, también el de consejo constituye un tesoro para toda la
comunidad cristiana. El Señor no nos habla sólo en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no sólo
allí, sino que nos habla también a través de la voz y el testimonio de los hermanos. Es
verdaderamente un don grande poder encontrar hombres y mujeres de fe que, sobre todo en los
momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a
reconocer la voluntad del Señor.

Recuerdo una vez en el santuario de Luján, yo estaba en el confesonario, delante del cual había una
larga fila. Había también un muchacho todo moderno, con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas...
Y vino para decirme lo que le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y me dijo: yo le he contado
todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer.
He aquí a una mujer que tenía el don de consejo. No sabía cómo salir del problema del hijo, pero
indicó el camino justo: dirígete a la Virgen y ella te dirá. Esto es el don de consejo. Esa mujer humilde,
sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero. En efecto, este muchacho me dijo: he mirado a la
Virgen y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto... Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho
todo su mamá y el muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Vosotras, mamás, que tenéis este
don, pedidlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de Dios.

Queridos amigos, el Salmo 16, que hemos escuchado, nos invita a rezar con estas palabras:
«Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre
presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré» (vv. 7-8). Que el Espíritu infunda siempre en
nuestro corazón esta certeza y nos colme de su consolación y de su paz. Pedid siempre el don de
consejo.

Miércoles 14 de mayo de 2014

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las catequesis precedentes hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo:
sabiduría, inteligencia y consejo. Hoy pensemos en lo que hace el Señor: Él viene siempre
a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial: el don de fortaleza.

Hay una parábola, relatada por Jesús, que nos ayuda a captar la importancia de este don.
Un sembrador salió a sembrar; sin embargo, no toda la semilla que esparció dio fruto. Lo que cayó al
borde del camino se lo comieron los pájaros; lo que cayó en terreno pedregoso o entre abrojos brotó,
pero inmediatamente lo abrasó el sol o lo ahogaron las espinas. Sólo lo que cayó en terreno bueno
creció y dio fruto (cf. Mc 4, 3-9; Mt 13, 3-9; Lc 8, 4-8). Como Jesús mismo explica a sus discípulos,
este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla,
sin embargo, se encuentra a menudo con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida
corre el riesgo de permanecer estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera el
terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que
pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y
gozosa. Es una gran ayuda este don de fortaleza, nos da fuerza y nos libera también de muchos
impedimentos.

Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en las que el don de fortaleza se manifiesta de
modo extraordinario, ejemplar. Es el caso de quienes deben afrontar experiencias particularmente
duras y dolorosas, que revolucionan su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia resplandece por el
testimonio de numerosos hermanos y hermanas que no dudaron en entregar la propia vida , con tal de
permanecer fieles al Señor y a su Evangelio. También hoy no faltan cristianos que en muchas partes
del mundo siguen celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten
incluso cuando saben que ello puede comportar un precio muy alto. También nosotros, todos
nosotros, conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, numerosos dolores. Pero, pensemos en
esos hombres, en esas mujeres que tienen una vida difícil, que luchan por sacar adelante la familia,
educar a los hijos: hacen todo esto porque está el espíritu de fortaleza que les ayuda. Cuántos
hombres y mujeres —nosotros no conocemos sus nombres— que honran a nuestro pueblo, honran a
nuestra Iglesia, porque son fuertes: fuertes al llevar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe.
Estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos en la cotidianidad, santos ocultos en medio
de nosotros: tienen el don de fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de
madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Son muchos! Demos gracias al Señor por estos
cristianos que viven una santidad oculta: es el Espíritu Santo que tienen dentro quien les conduce. Y
nos hará bien pensar en esta gente: si ellos hacen todo esto, si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no?
Y nos hará bien también pedir al Señor que nos dé el don de fortaleza.

No hay que pensar que el don de fortaleza es necesario sólo en algunas ocasiones o situaciones
especiales. Este don debe constituir la nota de fondo de nuestro ser cristianos, en el ritmo ordinario
de nuestra vida cotidiana. Como he dicho, todos los días de la vida cotidiana debemos ser fuertes,
necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe. El apóstol
Pablo dijo una frase que nos hará bien escuchar: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» ( Flp 4,
13). Cuando afrontamos la vida ordinaria, cuando llegan las dificultades, recordemos esto: «Todo lo
puedo en Aquel que me da la fuerza». El Señor da la fuerza, siempre, no permite que nos falte. El
Señor no nos prueba más de lo que nosotros podemos tolerar. Él está siempre con nosotros. «Todo lo
puedo en Aquel que me conforta».

Queridos amigos, a veces podemos ser tentados de dejarnos llevar por la pereza o, peor aún, por el
desaliento, sobre todo ante las fatigas y las pruebas de la vida. En estos casos, no nos desanimemos,
invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de fortaleza dirija nuestro corazón y comunique
nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguimiento de Jesús.

Miércoles 21 de mayo de 2014

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera poner de relieve otro don del Espíritu Santo: el don de ciencia. Cuando se habla de
ciencia, el pensamiento se dirige inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez
mejor la realidad que lo rodea y descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo. La ciencia
que viene del Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial,
que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda
con cada creatura.

Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación de Dios, en la
belleza de la naturaleza y la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos
habla de Él y de su amor. Todo esto suscita en nosotros gran estupor y un profundo sentido de
gratitud. Es la sensación que experimentamos también cuando admiramos una obra de arte o
cualquier maravilla que es fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo esto el Espíritu
nos conduce a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que
tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.

En el primer capítulo del Génesis, precisamente al inicio de toda la Biblia, se pone de relieve que Dios
se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al
término de cada jornada, está escrito: «Y vio Dios que era bueno» (1, 12.18.21.25): si Dios ve que la
creación es una cosa buena, es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esta actitud y ver
que la creación es algo bueno y hermoso. He aquí el don de ciencia que nos hace ver esta belleza; por
lo tanto, alabemos a Dios, démosle gracias por habernos dado tanta belleza. Y cuando Dios terminó de
crear al hombre no dijo «vio que era bueno», sino que dijo que era «muy bueno» (v. 31). A los ojos
de Dios nosotros somos la cosa más hermosa, más grande, más buena de la creación: incluso los
ángeles están por debajo de nosotros, somos más que los ángeles, como hemos escuchado en el libro
de los Salmos. El Señor nos quiere mucho. Debemos darle gracias por esto. El don de ciencia nos
coloca en profunda sintonía con el Creador y nos hace participar en la limpidez de su mirada y de su
juicio. Y en esta perspectiva logramos ver en el hombre y en la mujer el vértice de la creación, como
realización de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y que hace que nos
reconozcamos como hermanos y hermanas.

Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y hace del cristiano un testigo gozoso de Dios, siguiendo
las huellas de san Francisco de Asís y de muchos santos que supieron alabar y cantar su amor a través
de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en
algunas actitudes excesivas o equivocadas. La primera la constituye el riesgo de considerarnos dueños
de la creación. La creación no es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni,
mucho menos, es una propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un don
maravilloso que Dios nos ha dado para quecuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos,
siempre con gran respeto y gratitud. La segunda actitud errónea está representada por la tentación de
detenernos en las creaturas, como si éstas pudiesen dar respuesta a todas nuestras expectativas. Con
el don de ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer en este error.

Pero quisiera volver a la primera vía equivocada: disponer de la creación en lugar de custodiarla.
Debemos custodiar la creación porque es un don que el Señor nos ha dado, es el regalo de Dios a
nosotros; nosotros somos custodios de la creación. Cuando explotamos la creación, destruimos el
signo del amor de Dios. Destruir la creación es decir a Dios: «no me gusta». Y esto no es bueno: he
aquí el pecado.

El cuidado de la creación es precisamente la custodia del don de Dios y es decir a Dios: «Gracias, yo
soy el custodio de la creación para hacerla progresar, jamás para destruir tu don». Esta debe ser
nuestra actitud respecto a la creación: custodiarla, porque si nosotros destruimos la creación, la
creación nos destruirá. No olvidéis esto. Una vez estaba en el campo y escuché un dicho de una
persona sencilla, a la que le gustaban mucho las flores y las cuidaba. Me dijo: «Debemos cuidar estas
cosas hermosas que Dios nos ha dado; la creación es para nosotros a fin de que la aprovechemos
bien; no explotarla, sino custodiarla, porque Dios perdona siempre, nosotros los hombres perdonamos
algunas veces, pero la creación no perdona nunca, y si tú no la cuidas ella te destruirá ».

Esto debe hacernos pensar y debe hacernos pedir al Espíritu Santo el don de ciencia para comprender
bien que la creación es el regalo más hermoso de Dios. Él hizo muchas cosas buenas para la cosa
mejor que es la persona humana.

Miércoles 28 de mayo de 2014

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La peregrinación a Tierra Santa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Los días pasados, como sabéis, realicé una peregrinación a Tierra Santa. Ha sido un gran don para la
Iglesia, y por ello doy gracias a Dios. Él me guió a esa Tierra bendita, que vio la presencia histórica de
Jesús y donde tuvieron lugar acontecimientos fundamentales para el judaísmo, el cristianismo y el
islam. Deseo renovar mi cordial agradecimiento a Su Beatitud el patriarca Fouad Twal, a los obispos
de los diversos ritos, a los sacerdotes, a los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. ¡Son buenos
estos franciscanos! Su trabajo es hermosísimo, lo que hacen. Mi pensamiento agradecido se dirige
también a las autoridades jordanas, israelíes y palestinas, que me acogieron con mucha cortesía, diría
también con amistad, así como a todos aquellos que cooperaron para la realización de la visita.

El fin principal de esta peregrinación ha sido conmemorar el 50° aniversario del histórico encuentro
entre el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras. Fue esa ocasión la primera vez que un Sucesor de
Pedro visitó Tierra Santa: Pablo VI inauguraba así, durante el Concilio Vaticano II, los viajes extra-
italianos de los Papas en la época contemporánea. Ese gesto profético del obispo de Roma y del
Patriarca de Constantinopla colocó una piedra miliar en el camino sufrido pero prometedor de la
unidad de todos los cristianos, que desde entonces ha dado pasos importantes. Por ello, mi encuentro
con Su Santidad Bartolomé, amado hermano en Cristo, ha representado el momento culminante de la
visita. Juntos hemos rezado ante el Sepulcro de Jesús, y con nosotros estaban el patriarca greco-
ortodoxo de Jerusalén Theophilos III y el patriarca armenio apostólico Nourhan, además de arzobispos
y obispos de diversas Iglesias y Comunidades, Autoridades civiles y muchos fieles. En ese lugar donde
resonó el anuncio de la Resurrección, hemos percibido toda la amargura y el sufrimiento de las
divisiones que aún existen entre los discípulos de Cristo; y de verdad esto hace mucho mal, mal al
corazón. Todavía estamos divididos. En ese lugar donde resonó precisamente el anuncio de la
Resurrección, donde Jesús nos da la vida, aún nosotros estamos un poco divididos. Pero, sobre todo,
en esa celebración llena de recíproca fraternidad, de estima y de afecto, hemos percibido fuerte la voz
del Buen Pastor resucitado que quiere hacer de todas sus ovejas un solo rebaño; hemos percibido el
deseo de sanar las heridas aún abiertas y proseguir con tenacidad el camino hacia la comunión plena.
Una vez más, como lo hicieron los Papas anteriores, yo pido perdón por lo que nosotros hemos hecho
para favorecer esta división, y pido al Espíritu Santo que nos ayude a sanar las heridas que hemos
causado a los demás hermanos. Todos somos hermanos en Cristo y con el patriarca Bartolomé somos
amigos, hermanos, y hemos compartido la voluntad de caminar juntos, hacer todo lo que desde hoy
podamos realizar: rezar juntos, trabajar juntos por el rebaño de Dios, buscar la paz, custodiar la
creación, muchas cosas que tenemos en común. Y como hermanos debemos seguir adelante.

Otro objetivo de esta peregrinación ha sido alentar en esa región el camino hacia la paz, que es al
mismo tiempo don de Dios y compromiso de los hombres. Lo hice en Jordania, en Palestina y en
Israel. Y lo hice siempre como peregrino, en el nombre de Dios y del hombre, llevando en el corazón
una gran compasión hacia los hijos de esa Tierra que desde hace demasiado tiempo conviven con la
guerra y tienen el derecho de conocer finalmente días de paz.

Por ello exhorté a los fieles cristianos a dejarse «ungir» con corazón abierto y dócil por el Espíritu
Santo, para ser cada vez más capaces de tener gestos de humildad, de fraternidad y de reconciliación.
El Espíritu permite asumir estas actitudes en la vida cotidiana, con personas de distintas culturas y
religiones, y llegar a ser así «artesanos» de la paz. La paz se construye artesanalmente. No existen
industrias de paz, no. Se construye cada día, artesanalmente, y también con el corazón abierto para
que venga el don de Dios. Por ello exhorté a los fieles cristianos a dejarse «ungir».

En Jordania agradecí a las autoridades y al pueblo su compromiso en la acogida de numerosos


refugiados provenientes de las zonas de guerra, un compromiso humanitario que merece y requiere el
apoyo constante de la Comunidad internacional. Me ha conmovido la generosidad del pueblo jordano
al recibir a los refugiados, muchos que huyen de la guerra, en esa zona. Que el Señor bendiga a este
pueblo acogedor, que lo bendiga abundantemente. Y nosotros debemos rezar para que el Señor
bendiga esta acogida y pedir a todas las instituciones internacionales que ayuden a este pueblo en el
trabajo de acogida que realiza. Durante la peregrinación alenté también en otros lugares a las
autoridades implicadas a proseguir los esfuerzos para disminuir las tensiones en la zona medio-
oriental, sobre todo en la atormentada Siria, así como a continuar buscando una solución justa al
conflicto israelí-palestino. Por ello invité al presidente de Israel y al presidente de Palestina, ambos
hombres de paz y artífices de paz, a venir al Vaticano a rezar juntos conmigo por la paz. Y, por favor,
os pido a vosotros que no nos dejéis solos: vosotros rezad, rezad mucho para que el Señor nos dé la
paz, nos dé la paz en esa Tierra bendecida. Cuento con vuestras oraciones. Rezad con fuerza en este
tiempo, rezad mucho para que venga la paz.

Esta peregrinación a Tierra Santa ha sido también la ocasión para confirmar en la fe a las
comunidades cristianas, que sufren mucho, y expresar la gratitud de toda la Iglesia por la presencia de
los cristianos en esa zona y en todo Oriente Medio. Estos hermanos nuestros son valerosos testigos de
esperanza y de caridad, «sal y luz» en esa Tierra. Con su vida de fe y de oración y con la apreciada
actividad educativa y asistencial, ellos trabajan en favor de la reconciliación y del perdón,
contribuyendo al bien común de la sociedad. Con esta peregrinación, que ha sido una auténtica gracia
del Señor, quise llevar una palabra de esperanza, pero al mismo tiempo la he recibido de ellos. La he
recibido de hermanos y hermanas que esperan «contra toda esperanza» ( Rm4, 18), a través de
muchos sufrimientos, como los de quien huyó del propio país a causa de los conflictos; como los de
quienes, en diversas partes del mundo, son discriminados y despreciados por motivo de su fe en
Cristo. ¡Sigamos estando cerca de ellos! Recemos por ellos y por la paz en Tierra Santa y en todo
Oriente Medio. Que la oración de toda la Iglesia sostenga también el camino hacia la unidad plena
entre los cristianos, para que el mundo crea en el amor de Dios que en Jesucristo vino a habitar en
medio de nosotros.

Y os invito ahora a todos a rezar juntos, a rezar juntos a la Virgen, Reina de la paz, Reina de la unidad
entre los cristianos, la Mamá de todos los cristianos: que ella nos traiga la paz, a todo el mundo, y que
ella nos acompañe en este camino de unidad.

[Ave María...]

Miércoles 4 de junio de 2014

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Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy mencioné el don de la piedad. Esta palabra, “piedad”, no tiene aquí el sentido
superficial con que a veces la utilizamos: tener lástima de alguien. No, no tiene ese sentido.

La piedad, como don del Espíritu Santo, se refiere más bien a nuestra relación con Dios, al auténtico
espíritu religioso de confianza filial, que nos permite rezar y darle culto con amor y sencillez, como un
hijo que habla con su padre. Es sinónimo de amistad con Dios, esa amistad en la que nos introdujo
Jesús, y que cambia nuestra vida y nos llena el alma de alegría y de paz.

Este es el don del Espíritu Santo, que nos hace vivir como verdaderos hijos de Dios, nos lleva también
a amar al prójimo y a reconocer en él a un hermano. En este sentido, la piedad incluye la capacidad
de alegrarnos con los que están alegres y de llorar con quien llora, de acercarnos a quien se encuentra
solo o angustiado, de corregir al que yerra, de consolar al afligido, de atender y socorrer a quien pasa
necesidad.

Pidamos al Señor que este don de su Espíritu venza nuestros miedos y nuestras dudas, y nos convierta
en testigos valerosos del Evangelio.

20 Mayo 2014

La paz de Jesús, no la de este mundo que se afianza en las cosas materiales, dinero y poder, hizo hincapié el
Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina, en la Capilla de la Casa de Santa Marta, este martes. Con el
Evangelio de Juan y las palabras de Jesús antes de la Pasión, anunciando a sus discípulos: ‘les doy mi paz’, el
Santo Padre, puso de relieve que es una paz completamente distinta de la paz que da el mundo:
«Por ejemplo, nos ofrece la paz de las riquezas: ‘pero, yo estoy en paz porque tengo todo arreglado para vivir,
para toda mi vida, no tengo que preocuparme...’ Ésta es una paz que da el mundo. No te preocupas, no tendrás
problemas porque tienes tanto dinero... La paz de la riqueza. Y Jesús nos dice que no nos fiemos de esta paz,
porque con gran realismo nos dice: ‘¡Miren que hay ladrones... Los ladrones pueden robarte tus riquezas!’ La
paz que da el dinero no es una paz definitiva. Piensen también en que el metal se oxida ¿no? ¿Qué quiere
decir? ¡Que ante una caída de la Bolsa todo tu dinero se irá! ¡No es una paz segura: es una paz superficial,
temporal!»
La paz mundana abarca características que nos muestran que no es definitiva. La del poder, que no funciona,
que por ejemplo termina con un golpe de estado. La de Herodes, que acaba cuando los Magos le dicen que ha
nacido el Rey de Israel. La de la vanidad, que se tambalea según me sienta apreciado o insultado. Sin embargo
la paz que nos da Jesús es el Espíritu Santo:¡La paz de Jesús es una Persona, es el Espíritu Santo! El mismo
día de su Resurrección, Él viene al Cenáculo y su saludo es: ‘La paz esté con ustedes. Reciban al Espíritu
Santo’. Ésta es la paz de Jesús: es una Persona, es un regalo grande. Y cuando el Espíritu Santo está en
nuestro corazón, nadie puede arrebatarnos la paz ¡nadie! ¡Es una paz definitiva! ¿Cuál es nuestro trabajo?
Custodiar esta paz ¡custodiarla! Es una paz grande, una paz que no es mía, es de otra Persona que me la
regala, de otra Persona que está dentro de mi corazón y que me acompaña toda la vida. ¡Me la dio el Señor!»
Esta paz se recibe con el Bautismo y con la Confirmación, pero sobre todo se recibe como un niño recibe un
regalo – sin condiciones, con el corazón abierto, enfatizó luego el Papa, poniendo de relieve que hay que
custodiar al Espíritu Santo, sin enjaularlo, pidiéndole ayuda a este ‘gran regalo’ de Dios:
«Si ustedes tienen esta paz del Espíritu, si tienen al Espíritu dentro de ustedes y tienen conciencia de esto, que
no se turbe el corazón de ustedes ¡Estén seguros! Pablo nos decía que para entrar en el Reino de los Cielos es
necesario pasar por tantas tribulaciones. Pero todos, todos nosotros, tenemos tantas ¡todos! Más pequeñas...
más grandes... Pero que no se turbe el corazón de ustedes: y ésa es la paz de Jesús. La presencia del Espíritu
hace que nuestro corazón esté en paz. ¡No anestesiado, no! Consciente, en paz: con esa paz que sólo da
la presencia de Dios»

1 Junio 2014 – Fiesta de la Ascensión

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de Jesús al Cielo, que se produjo cuarenta días
después de la Pascua. Los Hechos de los Apóstoles relatan este episodio, la separación final del Señor Jesús
de sus discípulos y de este mundo (Cfr. Hch 1, 2.9). En cambio, el Evangelio de Mateo, refiere el mandato de
Jesús a los discípulos: la invitación a ir, a partir para anunciar a todos su mensaje de salvación (Cfr. Mt 28, 16-
20). “Ir”, o mejor, “partir” se convierte en la palabra clave de la fiesta de hoy: Jesús parte hacia el Padre y
manda a los discípulos que partan hacia el mundo.
Jesús parte, asciende al Cielo, es decir, regresa al Padre de quien había sido enviado al mundo. Hizo su
trabajo, y regresa al Padre. Pero no se trata de una separación, porque Él permanece para siempre con
nosotros, en una forma nueva. Con su Ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles – y
también nuestra mirada – a las alturas del Cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre.
Él mismo había dicho, que se habría ido para prepararnos un lugar en el Cielo.
Sin embargo, Jesús permanece presente y operante en las vicisitudes de la historia humana con la potencia y
los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: incluso si no lo vemos con los ojos, ¡Él está! Nos
acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los
cristianos perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y mujer que sufre. ¡Está cerca de todos
nosotros! También hoy, está aquí con nosotros en la Plaza. ¡El Señor está con nosotros! ¿Ustedes creen esto?
Digámoslo juntos: ¡El Señor está con nosotros! Todos: ¡El Señor está con nosotros! Otra vez: ¡El Señor está con
nosotros!
Y Jesús, cuando va al Cielo, le lleva al Padre un regalo. ¿Pensaron en esto? ¿Cuál es el regalo que Jesús lleva
al Padre? Sus llagas. Este es el regalo que Jesús lleva al Padre. Su cuerpo es bellísimo, sin las heridas de la
flagelación, no, todo hermoso, pero, ha conservado las llagas. Y cuando va al Padre, le dice al Padre: Mira
Padre, éste es el precio del perdón que tú das. Y cuando el Padre mira las llagas de Jesús, nos perdona
siempre. No porque nosotros somos buenos, no. Porque Él ha pagado por nosotros. Mirando las llagas de
Jesús el Padre se vuelve más misericordioso, más grande, ¡eh! Y este es el gran trabajo que hace Jesús hoy en
el Cielo. Hacer ver al Padre el precio del perdón, sus llagas. ¡Qué cosa bella esta eh! No tengas miedo de pedir
perdón. Él siempre perdona. ¡No tengas miedo! Porque Él mira las llagas de Jesús, mira nuestro pecado, y lo
perdona.
Jesús también está presente mediante la Iglesia, a la que Él ha enviado a prolongar su misión. La última
palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes”
(Mt 28, 19). Es un mandato preciso, ¡no es facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”,
una comunidad “en partida”. Es más: la Iglesia ha nacido “en salida”. Y ustedes me dirán: ¿pero y las
comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre “en salida” con la oración, con el corazón
abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y la
unión a las llagas de Jesús.
A sus discípulos misioneros Jesús les dice: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20).
Solos, sin Jesús, ¡no podemos hacer nada! En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros
recursos, nuestras estructuras, si bien son necesarias. Pero no bastan. Sin la presencia del Señor y la fuerza de
su Espíritu nuestro trabajo, aun si bien organizado, resulta ineficaz.
Y así vamos a decir a la gente quién es Jesús. Pero yo no quisiera que ustedes se olviden del regalo que Jesús
ha llevado al Padre. ¿Cuál es el regalo? Las llagas. Así. Porque con estas llagas hace ver al Padre el precio de
su perdón.
Junto a Jesús nos acompaña María, nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre, es Reina del Cielo y así
la invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros, es la Madre de nuestra esperanza.

2 Junio 2014

Fiel, perseverante y fecundo, Son las tres características del amor que Jesús tiene por la Iglesia, su Esposa. Y
también son las características de un auténtico matrimonio cristiano, tal como lo afirmó el Papa Francisco en su
homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
Unas quince parejas, con sus propias historias matrimoniales y de familia, iniciadas hace 25, 50 y hasta 60 años
atrás, ante el altar se encontraron con el Papa para agradecer a Dios las metas alcanzadas. Una escena
insólita para la Capilla de la Casa de Santa Marta, que ofreció al Pontífice una ocasión para reflexionar sobre
los tres pilares que, desde el punto de vista de la fe, deben sostener el amor de los esposos: fidelidad,
perseverancia y fecundidad.
Y explicó que el modelo de referencia son los “tres amores de Jesús”, por el Padre, por su Madre y por la
Iglesia. “Grande” es el amor de Jesús por esta última, afirmó el Papa: “Jesús desposó a la Iglesia por amor”. Es
“su esposa: bella, santa, pecadora, pero la ama igualmente”. Y dijo que con su modo de amarla pone de
manifiesto las tres características de este amor:
“Es un amor fiel; es un amor perseverante, jamás se cansa de amar a su Iglesia; es un amor fecundo. ¡Es un
amor fiel! ¡Jesús es el fiel! San Pablo, en una de sus Cartas dice: ‘Si confiesas a Cristo, Él te confesará a ti,
ante el Padre; si reniegas a Cristo, Él te renegará a ti; si tú no eres fiel a Cristo, Él permanece fiel, ¡porque no
puede renegarse a sí mismo!’. La fidelidad es precisamente el ser del amor de Jesús. Y el amor de Jesús en su
Iglesia es fiel. Esta fidelidad es como una luz sobre el matrimonio. La fidelidad del amor. Siempre”.

Siempre fiel, pero también siempre incansable en su perseverancia. Precisamente como el amor de Jesús por
su Esposa:
“La vida matrimonial debe ser perseverante, debe ser perseverante. Porque de lo contrario el amor no pude ir
adelante. La perseverancia en el amor, en los momentos bellos y en los momentos difíciles, cuando hay
problemas: problemas con los hijos, problemas económicos, problemas aquí, problemas allá. Pero el amor
persevera, va adelante, tratando siempre de resolver las cosas, para salvar a la familia. Perseverantes: el
hombre y la mujer se levantan cada mañana, y llevan adelante la familia”.

Refriéndose a la tercera característica, la fecundidad, el Papa observó que el amor de Jesús “hace fecunda a la
Iglesia con nuevos hijos, Bautismos, y la Iglesia crece con esta fecundidad nupcial”. En un matrimonio esta
fecundidad puede ser a veces puesta a prueba, cuando los hijos no llegan o si están enfermos. En estas
pruebas – subrayó Francisco – “hay parejas que miran a Jesús y toman fuerza de la fecundidad que Él tiene en
su Iglesia”. Mientras, al contrario – concluyó – “hay cosas que a Jesús no le gustan”, o sea los matrimonios
estériles por elección:
“Estos matrimonios que no quieren hijos, que quieren permanecer sin fecundidad. Esta cultura del bienestar de
hace diez años nos ha convencido: ‘¡Es mejor no tener hijos! ¡Es mejor! Así tú puedes ir de vacaciones a
conocer el mundo, puedes tener una casa en el campo, tú estás tranquilo’... Pero quizá sea mejor – más
cómodo – tener un perrito, dos gatos, y el amor va a los dos gatos y al perrito. ¿Es verdad o no esto? ¿Lo
vieron ustedes? Y al final este matrimonio llega a la vejez en la soledad, con la amargura de la mala soledad.
No es fecundo, no hace lo que Jesús hace con su Iglesia: la hace fecunda”.

3 Junio 2014

Jesús reza por cada uno de nosotros, mostrando al Padre sus llagas. Es uno de los pasajes fuertes de la
homilía del Papa Francisco durante la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. El
Pontífice subrayó que Jesús es nuestro abogado que nos defiende, incluso si somos culpables y hemos
cometido tantos pecados.
La despedida de Jesús, la despedida de San Pablo. Las lecturas del día ofrecieron al Papa la ocasión para
detenerse sobre la oración de intercesión. Cuando Pablo se va de Mileto – observó – todos están tristes y así
había sucedido a los discípulos cuando Jesús había pronunciado su alocución de despedida antes de “ir al
Getsemaní y dar comienzo a la Pasión”. El Señor – prosiguió Francisco – los consuela, y “hay una pequeña
frase de despedida de Jesús que nos hace pensar”. Jesús – recordó el Papa – “habla con el Padre y le dice: ‘Yo
rezo por ellos’. Jesús reza por nosotros”. Tal como había rezado por Pedro y por Lázaro ante su tumba. Jesús
nos dice: “Todos ustedes son del Padre. Y yo rezo por ustedes ante el Padre”. Jesús no reza por el mundo,
“reza por nosotros”, “reza por su Iglesia”:
El apóstol Juan, pensando en estas cosas y hablando de nosotros que somos tan pecadores, dice: “No pequen,
pero si alguno de ustedes peca, sepan que tenemos un abogado ante el Padre, uno que reza por nosotros, nos
defiende ante el Padre, nos justifica”. Creo que debemos pensar mucho en esta verdad, en esta realidad: en
este momento, Jesús está orando por mí. Yo puedo ir adelante en la vida porque tengo un abogado que me
defiende y si yo soy culpable y tengo tantos pecados ¡eh!, hay un buen abogado defensor, éste, y hablará al
Padre de mí.

El Papa también afirmó que el Señor es el primer abogado que envía después al Paráclito. Y cuando nosotros
en la parroquia, en casa, en la familia “tenemos alguna necesidad, algún problema” – prosiguió – debemos
pedir a Jesús que rece por nosotros. “Y hoy – se preguntó Francisco – ¿cómo reza Jesús? Yo creo – dijo – que
no habla demasiado con el Padre”:
No habla: ama. Pero hay una cosa que Jesús hace hoy: estoy seguro que lo hace. Él le hace ver al Padre sus
llagas y Jesús, con sus llagas, reza por nosotros, como si dijera al Padre: “Pero, Padre, éste es el precio de
éstos, ¿eh? Ayúdalos, protégelos. Son tus hijos que yo he salvado, con esto”. Al contrario no se comprende
porqué Jesús, después de la resurrección, ha querido este cuerpo glorioso, bellísimo: no estaban los
moretones, no estaban las heridas de la flagelación, todo bello… pero: estaban las llagas. Las cinco llagas.
¿Por qué Jesús ha querido llevarlas al cielo? ¿Por qué? Para rezar por nosotros. Para hacer ver al Padre el
precio: “Éste es el precio, ahora no los dejes solos. Ayúdalos”.

Nosotros debemos tener esta fe – añadió el Santo Padre –. Creer que Jesús, en este momento, intercede ante
el Padre por nosotros, por cada uno de nosotros”. Y cuando nosotros rezamos, fue su exhortación, no debemos
olvidarnos de pedir a Jesús que rece por nosotros:
“Jesús, reza por mí. Le hace ver al Padre tus llagas que son también las mías, son las llagas de mi pecado.
Son las llagas de mi problema en este momento”. Jesús intercesor, sólo hace ver al Padre sus llagas. Y esto
sucede hoy, en este momento. Tomemos la palabra que Jesús dijo a Pedro: “Pedro, yo rezaré por ti para que tu
fe no decaiga”.

“Estemos seguros – reafirmó el Papa al concluir – que Él está haciendo esto por cada uno de nosotros”.
Debemos tener confianza – dijo – “en esta oración de Jesús con sus llagas ante el Padre”.
5 Junio 2014

La Iglesia “no es rígida”, la Iglesia “es libre”. Lo subrayó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina
celebrada en la Capilla de la Casa Santa Marta. El Pontífice advirtió acerca de tres tipos de personas que
pretenden llamarse cristianos: los que quieren la “uniformidad”, los que pretenden las “alternativas” y los que
buscan las “ventajas”. Para estos, observó, “la Iglesia no es su casa”, sino que la toman “en alquiler”.
Jesús reza por la Iglesia y pide al Padre que entre sus discípulos “no haya divisiones ni peleas”. El Papa se
inspiró en el Evangelio del día para detenerse precisamente sobre la unidad de la Iglesia. “Tantos – observó
Francisco – dicen que están en la Iglesia”, pero “están con un pie adentro” y con el otro aún afuera. Se
reservan, así, la “posibilidad de estar en dos lugares, “dentro y fuera”. “Para esta gente – agregó el Papa – la
Iglesia no es su casa, no la sienten como propia. Para ellos es un alquiler”.
Y reafirmó que hay “algunos grupos que alquilan la Iglesia, pero no la consideran su casa”. El Santo Padre
enumeró estos tres grupos de cristianos: en el primero – dijo – están “aquellos que quieren que todos sean
iguales en la Iglesia”. “Martirizando un poco la lengua italiana” – bromeó Francisco –podríamos definirlos que se
“uniforman”:
“La uniformidad. La rigidez. ¡Son rígidos! No tienen esa libertad que da el Espíritu Santo. Y crean confusión
entre lo que Jesús predicó en el Evangelio con su doctrina, con su doctrina de igualdad. Y Jesús jamás quiso
que su Iglesia fuera tan rígida. Jamás. Y éstos, por tal actitud, no entran en la Iglesia. Se dicen cristianos, se
dicen católicos, pero su actitud rígida los aleja de la Iglesia”.

El otro grupo – prosiguió diciendo el Papa – está hecho de aquellos que siempre tienen una idea propia, “que
no quieren que sea como la de la Iglesia, tienen una alternativa”. Son – dijo el Papa – los “alternativos”:
“Yo entro en la Iglesia, pero con esta idea, con esta ideología. Y así su pertenencia a la Iglesia es parcial.
También éstos tienen un pie fuera de la Iglesia. También para éstos la Iglesia no es su casa, no es propia. En
un determinado momento alquilan la Iglesia. ¡Al principio de la predicación evangélica había de éstos!
Pensemos en los agnósticos, a los que el Apóstol Juan bastonea tan fuerte, ¿no? ‘Somos... sí, sí... somos
católicos, pero con estas ideas’. Una alternativa. No comparten ese sentir propio de la Iglesia”.

Y el tercer grupo – dijo Francisco – es el de aquellos que “se dicen cristianos, pero que no entran con el
corazón en la Iglesia”: son los “ventajistas”, aquellos que “buscan las ventajas, y van a la Iglesia, pero por
ventaja personal, y terminan haciendo negocios en la Iglesia”:
“Los especuladores. ¡Los conocemos bien! Pero desde el principio estaban. Pensemos en Simón el Mago,
pensemos en Ananías y en Safira. Estos se aprovechaban de la iglesia para su propia ventaja. Y los hemos
visto en las comunidades parroquiales o diocesanas, en las congregaciones religiosas, en algunos
benefactores de la Iglesia, ¡tantos, eh! Se pavonean de ser precisamente benefactores y al final, detrás de la
mesa, hacían sus negocios. Y éstos tampoco sienten a la Iglesia como madre, como propia. Y Jesús dice: ‘¡No!
¡La Iglesia no es rígida, una, sola: la Iglesia es libre!’”.

En la Iglesia – reflexionó el Papa – “hay tantos carismas, hay una gran diversidad de personas y de dones del
Espíritu”. Y recordó que el Señor nos dice: “Si tu quieres entrar en la Iglesia, que sea por amor”, para dar “todo
tu corazón y no para hacer negocios en tu beneficio”. La Iglesia – reafirmó Francisco – “no es una casa de
alquiler”, la Iglesia “es una casa para vivir”, “como madre propia”.
El Papa Francisco reconoció que esto no es fácil, porque “las tentaciones son tantas”. Pero puso de manifiesto
que quien hace la unidad en la Iglesia, “la unidad en la diversidad, en la libertad, en la generosidad es sólo el
Espíritu Santo”, porque “ésta es su tarea”. El Espíritu Santo – añadió – “hace la armonía en la Iglesia. La unidad
en la Iglesia es armonía”. Y observó que todos “somos diversos, no somos iguales, gracias a Dios”, de lo
contrario “¡sería un infierno!”. Y “todos estamos llamados a la docilidad al Espíritu Santo”. Precisamente esta
docilidad – dijo el Pontífice – es “la virtud que nos salvará de ser rígidos, de ser ‘alternativos’ y de ser
‘especuladores’ en la Iglesia: la docilidad al Espíritu Santo”. Y es precisamente “esta docilidad la que transforma
a la Iglesia de una casa en alquiler en una casa propia”.
“Que el Señor – dijo el Papa al concluir – nos envíe al Espíritu Santo y que cree esta armonía en nuestras
comunidades, comunidades parroquiales, diocesanas, comunidades de los movimientos. Que sea el Espíritu el
que haga esta armonía, porque como decía un Padre de la Iglesia: El Espíritu, Él mismo, es la armonía”.

1 Junio 2014 Encuentro con RCC

En una tarde primaveral, el Papa Francisco llegó al Estadio Olímpico de Roma, repleto y lleno de
entusiasmo. Allí más decincuenta mil personas llegadas desde 52 países le recibieron
cantando aplaudiendo y agitando pañuelos, al son de Hosanna en el Cielo.

Momento histórico
Es la primera vez en la historia que un Pontífice ha visitado este lugar y lo ha hecho para
encontrarse con los miembros del movimiento Renovación Carismática Católica(RCC),
que realiza su 37ª Asamblea Nacional. Este ha sido el momento más importante del congreso que
realizan hoy domingo 1 y este lunes 2 de junio, y que lleva por lema ¡Convertíos! ¡Creed! ¡Recibid
el Espíritu Santo!

Un encuentro que concluyó con un llamado del Santo Padre: "Hermanos y hermanas -dijo el Papa
Francisco antes de dar la bendición apostólica-, acuérdense: adoren a Dios Nuestro Señor, es éste
el fundamento, busquen la santidad en la nueva vida del Espíritu Santo. Eviten la excesiva
organización, salgan a evangelizar por las calles, acuérdense que la Iglesia nació en
salida esa mañana de Pentecostés. Acérquense a los pobres y toquen en ellos la carne herida de
Jesús. Por favor, no enjaulen al Espíritu Santo”.

Apenas el Santo Padre entró en el principal estadio deportivo de Roma, los organizadores le
dijeron que para remediar los tantos gritos de ¡Viva Francisco!, que a él no le gustan, le
cantaban ¡Viva Jesús el Señor!, y el Papa cantó visiblemente con ellos.

Los organizadores añadieron: “Aquí no está ni el equipo Roma, ni el Lazio, ni el San Lorenzo, pero
tenemos un entrenador que es el Espíritu Santo". Y que "Jesús en nuestra vida ha vencido, en
tantos enfermos que con dignidad no se dejan robar la alegría, cuando usamos nuestras
lenguas no para criticar sino para adorar al Señor”.

El presidente italiano de RCC, Salvatore Martínez, recordó que “el año pasado cuando le anuncié
que íbamos al Estadio Olímpico, usted me dijo ´yo voy´ y ha cumplido su palabra”. Y que
"nacimos con Pablo VI, crecimos con Juan Pablo II y ahora nos encontramos con
usted aquí”. Y concluyó pidiendo: “Rece por nosotros e invocamos al Espíritu Santo”.

Le siguieron la lectura de los Actos de los Apóstoles, sobre Pentecostés y los dones del Espíritu
Santo.

"El demonio intenta destruir la familia"


A continuación dieron su testimonio, jóvenes, personas de media edad, sacerdotes,
estudiantes, madres de familia con sus hijos, etc. Después de los mismos, el Santo Padre
dirigió unas palabras breves. Como a los jóvenes, a quienes invitó a ser generosos: "No guarden la
juventud solamente para ustedes, como en una caja fuerte, sería triste", dijo.

Después del testimonio de una madre de familia el Papa recordó: “Las familias son la Iglesia
doméstica en donde Jesús crece en el amor de los cónyuges, en el amor de los hijos, por eso el
enemigo ataca tanto a la familia, el demonio no la quiere e intenta destruirla”.

Y si bien “son pecadores como todos, quieren ir hacia adelante en la fe y en su fecundidad,


y en la fe de los hijos. Que el Señor bendiga a la familia y la vuelva fuerte en esta crisis en la que el
diablo la quiere destruir”.

Gracias a los enfermos y ancianos


Fue también emocionante el testimonio de una joven italiana que dijo: “Soy ciega pero mi luz
es Jesús”. Y añadió: "Rece por nosotros para que podamos dar testimonio a pesar de nuestra
enfermedad”.

El Santo Padre, después de abrazarla, dijo: “Los hermanos y hermanas que sufren, que tienen
enfermedades o que sufren limitaciones, son ungidas por el sufrimiento de Jesús y lo
imitan en un momento difícil de su cruz". Y concluyó: "Gracias, hermanos y hermanas, por
aceptar ser ungidos por el sufrimiento. Gracias por la esperanza de la que ustedes dan testimonio”.

Y el Papa, dirigiéndose a Salvatore Martínez, director del movimiento, dijo: “Le decía a Salvatore
que falta alguien, quizás lo más importante: los abuelos. Y esos son la seguridad de
nuestra fe: los ancianos. Fíjense cuando María y José llevaron a María el templo, dice el
Evangelio que fueron conducidos por el Espíritu Santo. Los jóvenes tienen que cumplir la ley, los
ancianos como el buen vino tienen esa libertad del Espíritu Santo. Es así”.

La santa ebriedad del Espíritu


Tras unos instantes de silencio, delante de los cincuenta mil presentes el Papa recitó una oración:
“Señor mira a tu pueblo que espera el Espíritu Santo, mira a los jóvenes, a las familias, a los niños
a los enfermos, a los sacerdotes, a los consagrados, a nosotros los obispos, mira a
todos. Concédenos la santa ebriedad del Espíritu, la que hace hablar todos los
idiomas; de la caridad, siempre cerca de los hermanos y hermanas que tienen
necesidad de nosotros. Eséñanos a no luchar entre nosotros para tener un poco más de poder,
a amar más a la Iglesia que es nuestro partido, enséñanos a tener el corazón abierto para recibir el
Espíritu. Envía tu espíritu sobre nosotros. Amen”.

Y les agradeció por la calurosa acogida. Recordó que cuando celebraba en Buenos Aires con
Renovación Carismática le gustaba mucho el canto Vive Jesús Nuestro Señor, en la
misa, después de la consagración. "¡Gracias, me he sentido en mi casa!", dijo.

"Una corriente de gracia"


“Ustedes, Renovación Carismática -prosiguió el Santo Padre- han recibido un gran don del
Señor,han nacido del Espíritu Santo como una corriente de gracia en la Iglesia y para
la Iglesia".

“Cuando pienso en ustedes carismáticos me viene la imagen de la Iglesia en un modo


particular.Pienso en una gran orquesta en donde cada instrumento es distinto del
otro, pero todos son necesarios": precisó que “ninguno en Renovación puede pensar ser más
importante o más grande del otro, porque si alguno se siente más importante, entonces inicia la
peste. Nadie puede decir yo soy el jefe, porque tienen un solo Señor, el Señor Jesús”.

Recordó cuando los escuchó por primera vez y pensó que confundían la fe con una escuela de
samba. “Y al final entendí el bien que Renovación hacia a la Iglesia”, Y que esta historia
termina en un modo particular: “Pocos meses antes de ir al cónclave fui nombrado como asistente
del movimiento carismático en Argentina".

Llevar el Evangelio consigo


Recordó que “en los primeros tiempos se decía que los carismáticos llevaban siempre una Biblia y
Nuevo Testamento. ¿Lo hacen también hoy? No estoy tan seguro" dijo. Y los invitó: "Vuelvan
siempre al primer amor, llévenlo siempre en el bolsillo y lean algo”.

Advirtió entretanto sobre “el peligro de la excesiva organización: se necesita, pero sin perder
la gracia de dejar a Dios ser Dios, y no hay mayor libertad que dejarse llevar por el Espíritu para
que nos oriente y nos lleve adonde él desea. El sabe lo que necesita cada ocasión”.

No controlar al Espíritu Santo


“Otro peligro -añadió el Pontífice- es volverse controladores de la gracia de Dios. Tantas veces los
responsables -me gusta llamarlos los servidores-, se vuelven administradores de la gracia,
decidiendo quién puede recibir la efusión en el Espíritu y quién no. Y si alguien lo hace, por favor
no lo hagan más. Ustedes son dispensadores de la gracia de Dios y no controladores.
No sean la aduana del Espíritu Santo”.

¿Qué se espera el Papa de ustedes?, dijo. "Primero, la conversión y amor de Jesús que cambia la
vida y hace de un cristiano testimonio de Dios. Espero que compartan en la iglesia la difusión del
Espíritu Santo”. También “que Jesús está vivo y ama a todos los hombres”. Y que den
“testimonio delante de otras Iglesia que creen en Jesús como Salvador” manteniéndose
unidos en el amor de Jesús y en esta unidad que debemos tener todos nosotros.

Recordó que “Renovación es por su naturaleza ecuménica. Acérquense a los pobres y


necesitados para tocar en sus cuerpos a la carne herida de Jesús. Busquen la unidad de
la Renovación, porque la unidad viene del Espíritu Santo. La división viene del demonio, escapen
de las luchas internas, por favor”.

Agradeció también a quienes están organizando el gran jubileo de 2017, e indicó que “espero
celebrarlo en la plaza de San Pedro”.

EL ESPÍRITU SANTO

El Paráclito. Palabra del griego "parakletos", que literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el
abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os
dará otro Paráclito" (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son
culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la
salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito" porque
continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.

Espíritu de la Verdad: Jesús afirma de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Y al
prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de despedida" con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será
quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado.

El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo, son el
espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha
actuación.

Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo,
desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que
la verdad a cerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.
Símbolos

Al Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:

 Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el
agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.

 Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de
la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.

 Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.

 Nube y luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la
Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la
Ascensión; aparece una sombra y una nube.

 Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los
sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.

 La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el "don del
Espíritu".

 La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.

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