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Prima y Sumiría
3 Hay que confesar que del lado de Lacan no van mejor las cosas: la
forcluslón del «Nombre del padre» es un puente de asnos tan cargado
como el «pecho» klelniano.
4 Exceptúo de estas criticas a los trabajos de Píerre Marty sobre psi-
cosomáüca, por más que contengan muchas oscuridades.
ciedad tiene que haber alcanzado cierto grado de desa-
rrollo antes que se preocupe por mitificar. Siquiera los
mitos cosmogónicos, que difieren según las civiliza-
ciones, nos ofrecen una rica variedad de versiones sobre
el nacimiento del universo y sobre el conflicto en que
entraron las potencias para asegurarse la supremacía.
A pesar de una observación de Winnicott, que distinguía
entre profundo y primitivo,5 la tendencia general en psi-
coanálisis responde a la confusión entre Prima y Summa.
13 *E1 concepto de fronterizo», asi como *E1 doble limite», en tbtd. [En
castellano, el primero de estos trabajos se encuentra en De locuras pri-
vadas, op. cit., y el segundo, en el presente volumen.)
contra-poder. El poder se comparte o se divide. Se reparte
en la relación con el otro. La potencia, en cambio, en el
sentido que aquí le doy, confiere a quien la posee una
fuerza absoluta a los ojos del otro. Es siempre más o me-
nos divina (o diabólica); en todo caso, sobrehumana. Su
inversa es la impotencia.
A los ojos del analizando que es un caso fronterizo, el
analista posee ese poder. Porque Impone el contrato (con
olvido de que el analista también se somete a él). La de-
sigualdad evidente, en favor del analista, se convierte en
la ocasión en ley inicua, despótica. La neutralidad es to-
mada como una indiferencia teñida de crueldad. Silen-
cioso, el analista da testimonio de su desprecio altanero.
Si quiebra su reserva para interpretar, su Interpretación
nunca es tomada como una sugerencia interesante que
se pudiera considerar, susceptible de arrojar una luz
liberadora sobre el oscuro caos en que el analizando se
queja de estar prisionero: ella es un diktat, algo que sólo
cabe tomar o dejar. Y si llega a ser verdadera, no podrá
menos que reavivar la humillación de recurrir a la asis-
tencia de alguien que supiera mejor que uno mismo lo
que uno quiere decir. Y por otra parte, ¿no permanece él
acostado, en esa posición infantilizante, mientras que el
analista lo domina desde la íntegra altura de su posición
de sentado? Puede el analista manifestar solicitud: será
la demostración de su Insoportable paternalismo. Si se
aburre, es prueba evidente de que no le Interesa vuestro
sufrimiento. Y si, relajando el control de la situación
para dar un poco de vuelo a la espontaneidad, reacciona
de manera algo viva, será que trata de seducir o de cas-
tigar; en cualquier caso, de desestimar. Reclama hono-
rarios: es porque sólo le interesa el dinero; si su trata-
miento es gratuito o casi (por ejemplo, en una institu-
ción), es porque necesita de cobayos o porque abruma,
al analizando desprovisto, con su conmiseración de
acaudalado.
Pareciera que una excitación permanente, se deba a
un efecto inconciente de Intrusión o de abandono, ta-
ladrara al yo sin descanso. La descripción que acaba-
mos de hacer atañe menos al contenido de los conflictos
—aunque sea reveladora de la manera en que es vivi-
do el objeto interno— que a la posición del analizando
frente al analista en el encuadre. Es el principio mismo
del análisis el cuestionado. El analista no es más que la
emanación o, en el encuadre, el representante del objeto
(por más que el término sea impropio porque, como lo
ha visto Winnicott, el analista no representa aquí a la
madre: es la madre). El dispositivo analítico, que se con-
sidera facilitante para el neurótico, es para el caso fron-
terizo, si no una máquina de influir, al menos una má-
quina de manipular para satisfacer la omnipotencia del
analista. ¿Cómo comprender esta desnaturalización del
encuadre?
Lo habitual es reconducir la problemática del conflic-
to por el poder, a la analidad. ¿De eso se trata aquí? Sí y
no. No, si se piensa en los rasgos clásicos de la analidad
y en su fijación en la neurosis obsesiva. Sí, si se piensa
que el conflicto anal es fundamental en el fronterizo,
porque con acierto se ha visto en la analidad una línea
demarcatoria con la psicosis. Prefiero invocar una anali-
dad primaría que no es posible caracterizar únicamente
por la prevalencia de los procesos de expulsión, según
sostenía Abraham, sino que desborda con mucho la zo-
na erógena e invade al yo, obligándolo a vivir ese conflic-
to de obediencia-orgullo, lo cual unas veces lo revela
complaciente y obsequioso, y otras veces lo lleva a re-
chazar hasta la respiración del analista. Es el caso en
que el analizado exclama: «¡Sé que lo empuercol». No es
seguro que uno no lo lastime negándolo, pero es induda-
ble que, admitiéndolo, se lo atormentaría.
Una analidad así condensa a la vez la regresión edípi-
ca y el empecinamiento contra la caída en la oralidad.14
En suma, lo arcaico, en la medida en que se liga a esa
problemática de obediencia-orgullo, es ya un punto de
detención ante un caos en que sería insostenible toda
relación con el otro. La proyección de la omnipotencia
sobre el analista tiene un sentido. Ve en el analista a
aquel que ha conseguido la realización de los deseos de
La omnipotencia y el Edipo