Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
FACULTAD DE ARTES
MAESTRÍA EN HISTORIA DEL ARTE
SÉPTIMA COHORTE
PERIODO 2017-1
HISTORIA DEL ARTE BARROCO, COLONIAL Y REPUBLICANO
PROFESOR: CARLOS ARTURO FERNÁNDEZ
MEDELLÍN
JUNIO DE 2017
1
Desde los tiempos de Homero hasta nuestros días el uso de temas míticos e históricos
que tuvieron su origen en las antiguas Grecia y Roma, ha sido recurrente en las manifestaciones
artísticas. Prácticamente ningún periodo en la historia de la humanidad, aunque fuera con un
leve atisbo de su presencia, ha escapado a la magia de este mundo fantástico de dioses y haza-
ñas de magníficas dimensiones. El arte de la Edad Media y el Renacimiento también se vieron
embelesados por sus encantos, y el Barroco no fue la excepción, como tampoco lo fueron las
expresiones artísticas del Neoclasicismo y el periodo Republicano. En los últimos siglos de
nuestra era la mitología clásica también ha sido motivo de inspiración para la creación en las
artes plásticas y en las artes visuales, y ha impactado en la creación de súper héroes que deleitan
a la sociedad actual en ámbitos como el cómic, la televisión, el cine y hasta el entretenimiento
digital, en una era marcada por el bombardeo de imágenes a una audiencia que desde la palma
de sus manos se obsesiona por tener, como los dioses del Olimpo, un gran «poder»: el de ac-
ceder a ellas a toda costa para poder verlo todo, para poder ser visto por todos.
Particularmente el arte del Barroco, y la teatralidad de la cual estuvo profundamente
impregnado, presentó algunas características donde la imagen como recurso para persuadir
y conmover desplegó también su propio poder desde diversas disciplinas artísticas y sabe-
res, como la pintura, la escultura y la literatura; y fue precisamente ese poder el que le
mereció al siglo XVII ser considerado por el historiador y crítico italiano Giulio Carlo
Argan como el acto de apertura a lo que se denominaría la civilización de la imagen, «que
no es otra cosa que la civilización moderna» (Argan, 1964, pág. 14). Por supuesto, en un
escenario con semejante despliegue de la imagen, a pesar del influjo que la Iglesia pudo
tener sobre él, los dioses paganos de la Mitología clásica no podrían ausentarse y dejar de
representar su propio papel. Cabe cuestionarse, entonces, ¿qué concepción se tenía de los
dioses del Olimpo en este periodo? ¿cuál pudo ser la razón para que la Mitología de la
Antigüedad Clásica fuera motivo de inspiración para los artistas del Barroco? ¿cuáles fue-
ron sus fuentes de información sobre dicha Mitología? ¿qué buscaban representar con ello?
¿Cómo fue posible que la iconografía de la Mitología clásica pudiera insertarse en un es-
pacio del que la Iglesia estaba apoderado y era una amenaza para quienes osaran invadirlo?
Son cuestionamientos a los que en las siguientes líneas trataremos de dar respuesta, escu-
driñando un poco sobre los aspectos más relevantes que pudieron dar lugar al rescate de las
creencias de una civilización de casi 3.000 años atrás.
En la cronología de la iconografía clásica, a lo largo de la historia del arte, el periodo que
cubre desde el Manierismo, pasando por el Barroco, hasta mediados del siglo XVIII, se carac-
teriza por su relativa homogeneidad; dos siglos y medio en los que se manifiestan hasta la sa-
ciedad mitos y pasajes de la Historia Antigua, y en los que particularmente la pintura mitológica
marca un hito por la brillantez de sus realizaciones: hablar de pintura mitológica en su máxima
expresión es hablar del Barroco. No obstante, este periodo también señala una progresiva bana-
lización de la Antigüedad Clásica, pues las descomunales narraciones épicas, los mitos y sus
protagonistas, se reducen a simples relatos de una pobreza simbólica fácil de comprender.
Los mitógrafos de aquel tiempo estaban convencidos del carácter alegórico de los mitos
y de la importancia de que ello fuera reflejado en las artes. En este sentido de lo alegórico,
Argán señala, desde su apreciación con respecto al tema del sentimiento en la obra barroca,
cómo algunas figuraciones de escenas mitológicas, de manera intencional o no, se constitu-
yen en alegorías, por cuanto «la figura se sitúa por un concepto o por un tipo de sentimiento,
pero la referencia a la mitología o a la historia antigua muestra que la categoría no es
abstracta y tiene su raíz en la historia» (Argan, 1964, pág. 72). No obstante, esta concepción
alegórica del Barroco tendría un giro importante hacia el siglo XVIII, cuando aparece el
Neoclasicismo; a consecuencia del descubrimiento de los restos arqueológicos de Pompeya
y Herculano, Winckelmann emprende una batalla contra el Barroco y plantea un nuevo en-
foque de la historia del arte antiguo. Esta nueva manera de ver las cosas, que tuvo gran acep-
tación, propone una nueva visión de dicha historia, de la iconografía y de la mitología clásica,
última que pierde su carácter alegórico y se empieza a concebir como una forma antigua de
pensamiento religioso, respetable, como cualquier otro. Así, mientras la del siglo XVII es
todavía la historia de la Antigüedad, la etapa neoclásica que vendrá luego del Barroco se
enfocará en concentrar las tendencias o las diversas interpretaciones de lo «clásico» en una
sola historia, oficial, apoyada ya no en la libre interpretación de lo antiguo, sino en los des-
cubrimientos científicos (Argan, 1964, pág. 95).
Desde mediados del siglo XVI empiezan a surgir por toda Europa estudiosos de la
Mitología clásica, a cuyos planteamientos acudirán los artistas de sus propias naciones. Al
igual que los artistas más cultos, estos mitógrafos siguieron empleando como base de su ofi-
cio los textos más reconocidos durante el Quattrocento; no obstante, más que los tratadistas
tardoantiguos, medievales y renacentistas, dichos mitógrafos se interesaron en los autores
antiguos, con preferencia hacia los latinos, como Ovidio, Virgilio, Cicerón, Plinio o Apuleyo;
y con respecto a los autores griegos, se inclinaron por las traducciones de Homero, Plutarco
y Luciano, entre los más importantes.
La afición manierista y barroca por la alegoría concedió mayor importancia a las personi-
ficaciones de ideas abstractas. Asiéndose de una tendencia que había aparecido en la Roma anti-
gua –y que respectivamente tuvo presencia en la Edad Media con las personificaciones
cristianas–, ahora se hallan un conjunto de deidades, o de simples figuras con atributos y gestos
estereotipados que desean comunicar todo tipo de ideas, las que ya el Renacimiento había em-
pleado en su interés por el símbolo, aunque dotándolas a menudo de significados personales y de
difícil interpretación. En contraste, desde el Manierismo se acentúa el uso de imágenes con forma
unívoca, como a la búsqueda de un lenguaje conceptual más preciso. Es Cesare Ripa (Iconología,
1603, 1618 y 1630) quien se preocupa por desarrollar un diccionario de este lenguaje figurado,
tomando como fundamento las personificaciones visibles en Roma y su entorno (fig. 1).
Farnesio en Roma (fig. 2), obra de Annibale Carracci, y la decoración de la Torre de la Parada
a las afueras de Madrid (fig. 3), diseñada por Pedro Pablo Rubens y ejecutada por su escuela,
quienes hacen gala de todo un repertorio mitológico visto a través de Ovidio.
Sin embargo, hay aspectos en el campo conceptual donde el arte del Barroco demostró
su capacidad innovadora. El principal en el ámbito mitológico es la visión a distancia de los
dioses y sus leyendas, en ocasiones a manera de sarcasmo: los amores de Júpiter suelen estar
impregnados de un humor que solo de forma encubierta se hubiera admitido en el Quattro-
cento, y se tornan en aventuras llenas de galantería a medida que se acerca el siglo XVIII. Por
otro lado, Baco y quienes conforman su círculo son objeto de burla y se prestan a sátiras sobre
la borrachera, y el listado de dioses caricaturizados, como Venus, Marte, Cupido, entre otros,
podría ser sin duda más extenso. La amenaza representada por la Iglesia contra los herejes y
detractores de su doctrina, da lugar a pensar que probablemente no existía otra forma de recurrir
a los antiguos relatos paganos que la de reducirlas a narraciones satíricas. «Tanto pintores como
escritores sólo podían contar o representar fábulas mitológicas dando a entender que no pa-
saban de ser temas fantásticos, de puro entretenimiento, en las que había mucho de censura-
ble.», asegura la académica Pilar González Serrano (2009, pág. 94).
De esta manera, esa banalización de la mitología llevada al extremo por el barroco deco-
rativo y el rococó, empezó a divisar su culminación cuando, hacia finales del siglo XVII, se
ven los primeros indicios de una sensibilidad nueva, más atenta a los temas de carácter íntimo
y dramático, tendencia que no cederá hasta el Romanticismo y, principalmente, cuando emer-
gen las primeras discusiones teóricas sobre el sistema monárquico que estimulaba la perspec-
tiva retórica de la Antigüedad. (Elvira Barba, 2008, págs. 37-40)
confunden, sino que se superponen. Monarcas y nobles intervienen en los agasajos acce-
diendo a formar parte de los mismos mediante la interpretación de un personaje de ballet o
de comedia, «asumiendo incluso su persona una significación alegórica en el conjunto o
encarnando la presencia de la misma realidad de la persona real» (Orozco Díaz, 1969, pág.
89). En el inventario de seres fantásticos que se desplegaba en estos eventos, el universo
sugestivo y mutable de la mitología también entraba en escena. Hacía presencia en otras
manifestaciones teatrales, como en la comedia y la ópera, del mismo modo que se declaraba
en otro tipo de representaciones, como la pictórica o la escultórica, ocupando los lienzos y la
decoración del entorno en salones y jardines. No hay que perder de vista que este universo
imaginario vivía en la mente de la sociedad cortesana, como en el ambiente que le rodeaba,
desde los primeros años de su formación: «los hombres del siglo XVII vivieron en un mundo
intelectual mitológico […] su pensamiento se recubría de los velos de la fábula» (Lemonnier
citado en Orozco Díaz, 1969, pág. 90); la expresividad y sensibilidad de estas figuras en el
mundo del arte, más aún presentes en el acto teatral, les haría disfrutar ese mundo de ficción.
Ospina igualmente nos recuerda cómo en el teatro español también se encontraba la
comedia mitológica y, con mayor frecuencia, el auto sacramental mitológico, el que poseía
un conocimiento más extendido de los mitos y se orientaba hacia una visión divina de las
figuras paganas. Numerosos autores, principalmente del Siglo de Oro español (siglos XVI y
XVII), compusieron autos dedicados a consolidar el ideario de la Contrarreforma; entre ellos
se destacaron Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca y Tirso de Molina. Más adelante,
en 1765, sería prohibido el auto sacramental, supuestamente por la introducción, por parte de
autores tardíos, de elementos entretenidos y ridículos que alentaban el desorden literario y la
peligrosa mezcla entre lo sagrado y lo profano, pues, a decir de los ilustrados de la época, esa
mescolanza de lo religioso con lo popular que tachaba en lo grosero, resultaba disparatada
para un ambiente que exigía recogimiento y devoción (Fernández de Moratín, 2012).
griega desde este estilo musical dio lugar a que la primera composición musicalizada que se
consideró una ópera propiamente dicha haya sido compuesta y representada –hacia 1607– en
honor de Orfeo, «el cantor divino que con su voz, acompañada de los sones de su lira, apa-
ciguaba a las bestias salvajes, hacía mover las piedras y desplazarse a los árboles» (Cotello,
2002, pág. 127). De acuerdo con sus inicios y con la estética barroca, característica del pe-
riodo en el cual se consolidó y se difundió el género, a lo largo del siglo XVII y hasta las
postrimerías del XVIII, le siguieron a Orfeo diversidad de personajes mitológicos que prota-
gonizaron la escena musical. Las penas, alegrías y pasiones de cualquier mortal no se cons-
tituían en un motivo digno para que una «ópera seria» se ocupara de él; solo el Olimpo y sus
dioses, obras como la Ilíada, la Odisea o la Eneida con las épicas hazañas de sus héroes, y
otras figuras mitológicas citadas por los grandes autores de la tragedia –sin desestimar a los
antiguos romanos, presentes, por ejemplo en L’Incoronazione di Poppea, de Monteverdi, o
La clemenza di Tito, de Mozart–, se hacían merecedores de ocupar un lugar en un acto teatral
de semejante magnitud, además de recrear un mundo de fantasía que permitía a la sociedad
de la época abstraerse de la vida real (Cotello, 2002, pág. 128).
En sus inicios, la ópera fue cultivada casi de manera exclusiva en los palacios de los
príncipes de las ciudades italianas y en las cortes de la monarquía absoluta en países europeos
como Francia y Austria. Se ofrecían para animar las festividades y generalmente culminaban
exaltando la Majestad y la Justicia de los dioses y los soberanos, sin dejar de satisfacer el
gusto y ensalzar el narcisismo de invitados y anfitriones, sobre todo el de estos últimos, fuera
o no del gusto de los invitados, quienes por tal circunstancia debían reservarse su opinión.
En el siglo XIX, principalmente por el influjo de la burguesía en ascenso, con su capa-
cidad adquisitiva para promover el desarrollo de los emprendimientos teatrales independien-
tes, los héroes olímpicos y demás personajes mitológicos abandonan su papel como
protagonistas de la escena, dando paso a temas de otra índole que serán abordados en com-
posiciones musicales como las de Verdi, Wagner y Meyerbeer; lugar que recobrarán poste-
riormente durante el siglo XX, periodo en el que músicos como Strauss, Millhaud, Pizzeti,
Krenek, Casella, Malipiero y Strawinsky, por mencionar algunos, vuelven la mirada hacia
los mitos y leyendas de la antigüedad.
10
1
Para la articulación de los contenidos de este acápite, en gran parte se tomó como fuente la información del
trabajo realizado por la académica Pilar González Serrano, titulado Mitología e iconografía en la pintura del
Museo del Prado (2009).
11
la libertad de trabajar sobre los temas que más le interesaban, aunque no fuesen los más
solicitados. Llegó a ser el pintor personal del rey y supo ganarse, gracias a sus grandes
cualidades personales y a sus extraordinarias capacidades artísticas, el aprecio, el respeto
y hasta el afecto de todos los cortesanos. Su culto por la perfección se manifiesta a lo largo
de toda su obra. En 1628 produce la primera de sus obras mitológicas, El triunfo de Baco
o Los Borrachos, mediante la cual plasma su pensamiento estético del momento, próximo
al género de las novelas picarescas; posteriormente, durante el tiempo de su estancia en
Roma, hacia 1629, pintaría dos de sus más famosas obras: La fragua de Vulcano y La túnica
de José. De regreso a España, un año después, entre otras obras realizaría la Venus del
Espejo; y años más tarde Las Hilanderas (o la fábula de Aracne), Las Meninas, Mercurio
y Argos y el dios Marte. A pesar de haberse formado en la escuela sevillana, de tendencia
«antilatinista» y hasta «antiovidiana» –como se ha llegado a denominar a los detractores
de Ovidio–, fue uno de los artistas que mejor supo transmitir los mitos griegos por él reco-
pilados y relatados de manera poética y sugestiva, contrario a lo que hicieron sus homólo-
gos sevillanos del siglo XVI y XVII, quienes se empeñaron en cultivar los temas religiosos.
El conocimiento de Velázquez sobre la Mitología clásica fue el fruto de su formación con
Pacheco, de su contacto con Rubens y de sus estancias en Italia.
Dentro de la pintura italiana sobresalen autores como Annibale Carracci (1560-1609),
nacido en Bolonia, en el seno de una familia de reconocida tradición artística de finales del
siglo XVI. Junto al naturalismo de Caravaggio, se le llegó a considerar, con su hermano Agos-
tino, como los verdaderos revolucionarios de la pintura italiana y promotores del foco artístico
de mayor reconocimiento en su ciudad natal. En compañía de Agostino Carracci, abrieron la
Accademia degli Incamminati, denominada inicialmente Accadenia del Naturale, desde donde
promovieron los criterios de ruptura hacia el «manierismo» dominante en la época. Allí se
formaron jóvenes que más adelante serían grandes artistas. Mediante la producción de sus His-
torias de Hércules y Ulises en los salones del palacio Farnesio, Annibale Carracci señaló los
lineamientos de lo que llegaría a ser la gran pintura romana, colmada de dramatismo y monu-
mentalidad, rompiendo definitivamente con las tendencias del manierismo. Sus asesores ico-
nográficos para los temas mitológicos fueron los intelectuales Fulvio Orsini, bibliotecario del
cardenal Farnesio, y Giovanni Battista Aguchi. Entre otras de sus célebres obras está Venus,
12
Adonis y Cupido, realizada hacia 1590, después de un viaje que el artista efectuó a Venecia; el
cuadro es considerado un homenaje de A. Carracci a dos de sus más grandes motivos de inspi-
ración: Tiziano y Veronés, quienes también habían abordado esta temática.
Otro artista nacido también en Bolonia, fue Guido Reni (1575-1642), el más famoso
de los discípulos de Annibale Carracci y uno de los primeros en encontrar el reconocimiento
en Roma. Su obra más célebre la realizó entre 1613 y 1614 en uno de los techos del palacio
Pallavicini de Roma. Al retornar a Bolonia, se dedicó a la pintura religiosa y a las escenas
populares. Es considerado un destacado expositor del «naturalismo tenebrista» del Barroco,
influido por las corrientes del más puro clasicismo, lo que le ha conducido a ser considerado
por algunos estudiosos como «neohelénico». En la escena de la pintura barroca, se distingue
por innovar técnica e iconográficamente, y por plantear unas fórmulas propias y novedosas
en las que se nota la fusión de las influencias de Caravaggio y el monumentalismo de los
Carracci. Entre sus obras más reconocidas están Cupido e Hipómenes y Atalanta.
Giovanni Battista Tiépolo (1696-1770), nacido en Venecia, es considerado como el
último de los representantes del barroco europeo y quien da cierre al capítulo final de la
pintura veneciana. Célebre por sus grandes frescos, engalanó las bóvedas de los palacios más
distinguidos de su época. En el techo abovedado y largo del Salón del Trono, pintó La apo-
teosis de España; en el Salón de Alabarderos, El triunfo de Eneas; y en la Saleta, La apoteosis
de la monarquía española. Su trabajo se caracteriza por el uso de tonos fríos y los efectos
luminosos de claras transparencias con que matizó los detalles más ínfimos de sus grandes
producciones pictóricas. Otra de sus obras más reconocidas es El Olimpo, a través de la cual
plasmó la morada de los dioses en toda su magnificencia y con todo lujo de detalles.
Si hay alguien que merece una especial mención dentro de la producción artística fla-
menca del Barroco es Pedro Pablo Rubens (1577-1640), uno de los autores más destacados
del periodo por sus pinturas basadas en los mitos griegos. Nació en Flandes y se radicó en
Roma, donde se encaminó hacia los rumbos del arte y en cuyo contexto relucían las figuras
de Carracci y Caravaggio (Borobio, 2012, pág. 392). Tras permanecer ocho años en Italia y
de dejarse empapar por su tradición artística, forjó su propio camino con un estilo original e
independiente que fusiona dinamismo, color y sensualidad. Posteriormente se estableció en
Amberes e introdujo en el mercado cuadros de inmensas proporciones que nunca habían sido
13
elaborados por pintores flamencos, lo que en poco tiempo le hizo merecedor de un gran re-
conocimiento. En un periodo marcado por tensiones religiosas y políticas, logró erigirse
como el pintor oficial de los países católicos en Europa, y llegó a producir grandiosas pinturas
de altar que expresaban de manera opulenta y grandilocuente las glorias de la religión. Llegó
a recorrer gran parte del Antiguo Continente con el fin de atender solícitamente los encargos
que le hacían príncipes y dignatarios; asimismo, sus cualidades personales le sirvieron para
fungir como diplomático. Al hacer gala de todas sus capacidades artísticas y humanas, da
lugar a una amplísima obra pictórica de carácter argumental valiéndose de alegorías y juegos
mitológicos para satisfacer los deseos de sus admiradores, propagar las ideas y defender sus
puntos de vista. Tanto temas religiosos como mitológicos evidencian sus complejas compo-
siciones, cargadas de movimiento, con tendencia a disponer los personajes –generalmente
robustos y vigorosos– marcando una predominante diagonalidad en la escena, además de una
admirable facilidad para situarlos en posiciones violentas sin que se quebrante el ritmo y la
armonía del conjunto. Sus últimos años los dedicó a complacer al rey Felipe IV, quien le
encargó una serie de ciento trece cuadros para la Torre Parada, trabajo que desarrolló entre
1636 y 1639. Entre su prolífica obra pictórica de referentes mitológicos clásicos se encuen-
tran cuadros como El rapto de Deidamia o lapitas y centauros, El rapto de Proserpina, El
banquete de Tereo, Atalanta y Meleagro cazando el jabalí de Calidonia, Andrómeda liber-
tada por Perseo, Diana y sus ninfas sorprendidas por faunos, Ninfas y Sátiros, Orfeo y Eu-
rídice, El nacimiento de la Vía Láctea, El juicio de Paris, Las tres Gracias, Diana y Calisto,
Mercurio y Argos, La Fortuna, Vulcano forjando los rayos de Júpiter, Mercurio, Saturno
devorando a su hijo, El rapto de Ganimedes, El rapto de Europa, La caza de Diana, Apolo
y la serpiente Pitón, Prometeo con el fuego, Hércules y el Cancerbero, entre otras.
También es justo citar a Nicolás Poussin (1594-1665), quien para Gombrich (1997,
pág. 395) es el más importante de los maestros académicos del Barroco. Oriundo de Les
Andelys, Normandía –pero que hizo de Roma su patria adoptiva–, se inició allí en el arte de
la pintura bajo la tutela de Quentin Varin, un modesto pintor local, no obstante, su vocación
por el dibujo le llevaría pronto a París, donde trabajó con varios maestros. Poussin estudió
las esculturas clásicas apasionadamente con el anhelo de inspirarse en su belleza para trans-
mitir su percepción sobre la inocencia y dignidad perdidas. Para algunos historiadores no está
14
15
descubrimientos arqueológicos de Pompeya y Herculano; nos dimos cuenta que para ilus-
trarse sobre el tema los artistas acudían a los textos de mitógrafos especializados, a las narra-
ciones literarias ofrecidas por los eruditos antiguos o a su contacto con los que mediante ello
habían aprendido a dominar el asunto; aprendimos que dicha temática fue inspiradora para
los artistas que buscaban exaltar el poderío de algunos gobernantes o de aquellos que preten-
dían alimentar su ego emulando ser el más poderoso o la más bella del Olimpo, o mediante
la utilización de una figura mitológica para enaltecerlos a manera de alegoría, entre otras
razones; también notamos que el tema además dio lugar a una suerte de sincretismo que
fusionó la ideología sagrada con la pagana –con la cual muchos estaban ya familiarizados a
pesar de las prohibiciones de épocas anteriores– como excusa para glorificar las figuras y
episodios de la religiosidad católica y que, de paso, podía representar la cesión de terreno por
parte de la Iglesia como estrategia para ganar adeptos; asimismo, advertimos que la supuesta
«ridiculización» de los dioses podría haberse concebido como una fachada que dio lugar al
sarcasmo para poder abordar el tema con un bajo perfil, sin que ello generara escozor en las
autoridades eclesiásticas.
Adicional a estas, habrá sin lugar a dudas muchas más explicaciones por medio de las
cuales pretendamos dar respuesta a la presencia de dioses y héroes de la Mitología clásica, no
solo en el Barroco, sino en otros episodios de la historia donde han actuado; lo que sí podríamos
asegurar es que siempre han estado ahí, con las virtudes y los defectos, las pasiones y los sen-
timientos propios de cualquier humano, aunque ajenos a la miseria, las enfermedades y la vejez;
encubiertos o «armando alharaca» en el escenario artístico de cada época, que van y vuelven,
y que persisten en demostrarnos el más grande de sus poderes: la inmortalidad.
16
Fig. 3. Grupo de pinturas de temas mitológicos que hacen parte de la serie producida por
Rubens para el Rey Felipe IV, con el fin de decorar la Torre de la Parada.
Tomado de: https://investigart.wordpress.com/2015/05/07/torre-de-la-parada-cazadero-y-re-
ducto-artistico-del-rey/#jp-carousel-2377 (Consultada en: 06-06-2017).
BIBLIOGRAFÍA
Argan, G. C. (1964). La Europa de las capitales. Ginebra: Skira.
Borobio, L. (2012). Historia sencilla del arte. Madrid, España: Ediciones Rialp.
Cotello, B. (septiembre de 2002). La Mitología clásica en la historia de la ópera. Suma
Cultural(6), 125-166.
Elvira Barba, M. Á. (2008). Arte y mito: manual de iconografía clásica. Madrid, España: Sílex.
Fernández de Moratín, L. (2012). El sí de las niñas. (M. Insúa, & C. Mata Induráin, Edits.)
Madrid, España: Editex.
Gombrich, E. (1997). Visión y visiones. La Europa católica, primera mitad del siglo XVII.
En E. Gombrich, La historia del arte (págs. 388-411). Londres, Nueva York: Phaidon.
González Serrano, P. (2009). Mitología e iconografía en la pintura del Museo del Prado.
(Titivillus, Ed.) España: epublibre.
Grijalbo Mondadori. (1996). Historia del Arte. Europa del Siglo XV al XVIII (Vol. 3).
Barcelona, España: Grijalbo.
Hernández Fuentes, M. A. (2014). Mitología en las arquitecturas efímeras del Barroco. En
M. D. Jiménez, M. Del Val Gago, M. Paz, & V. Enamorado (Edits.), Espacios
míticos: historias verdaderas, historias literarias (1ª ed., págs. 97-130). Madrid,
España: Publicaciones del Área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de
la Universidad de Alcalá, de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM), y del Centro de Estudios Cervantinos.
Martínez de la Torre, C., González Vicario, M. T., & Alzaga Ruiz, A. (2010). Mitología
Clásica e Iconografía Cristiana (1ª Edición ed.). Madrid, España: Editorial
Universitaria Ramón Areces.
Orozco Díaz, E. (1969). El teatro y la teatralidad del Barroco. Barcelona, España:
Editorial Planeta.
17
CIBERGRAFÍA
Rubens y la Torre de la Parada
Por: Alejandro Vergara.
Museo Nacional del Prado.
https://www.museodelprado.es/aprende/enciclopedia/voz/rubens-y-la-torre-de-la-pa-
rada/4bc99562-5ae7-47a2-84a8-0b8136c277d9 (Consultada en: 06-06-2017).
Torre de la Parada, Cazadero y Reducto artístico del Rey
InvestigArt. Publicado en mayo 7 de 2015.
https://investigart.wordpress.com/2015/05/07/torre-de-la-parada-cazadero-y-reducto-
artistico-del-rey/#jp-carousel-2377 (Consultada en: 06-06-2017).
La polémica por los autos sacramentales en el siglo XVIII
Ínsula Barañaria
Blog de literatura de Carlos Mata Induráin
https://insulabaranaria.wordpress.com/2013/10/12/la-polemica-por-los-autos-sacra-
mentales-en-el-siglo-xviii/ (Consultada en: 06-06-2017).
Los mitos clásicos en los dramas mitológicos de Calderón de la Barca
Estudio de sus referencias básicas: personajes y lugares
Por: Gerardo Manrique Frías
https://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=38356 (Consultada en: 07-06-2017).
El arte al servicio de Luis XIV (Parte I): el nacimiento de una estrella
Por: Karu. Publicado: mayo 14 de 2016.
Sopa de Arte
https://sopadearte00.wordpress.com/2016/05/14/el-arte-al-servicio-de-luis-xiv-parte-
1-el-nacimiento-de-una-estrella/ (Consultada en: 07-06-2017).