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DS LA PAZ MARISCAL BRAUN DEPARTAMENTO DE LITERATURA

SELECCIÓN DEL CUENTO LATINOAMERICANO / S4

CONTENIDO

Ricardo Jaimes Freyre: Mario Benedetti:

En las montañas Corazonada

Juan José Arreola: Julio Cortázar:

El guardagujas Despúes del almuerzo

La migala Casa Tomada

Juan Rulfo: Julio Ramón Ribeyro:

Diles que no me maten Los gallinazos sin plumas

No oyes ladrar los perros Por las azoteas

Augusto Monterroso Luciano Lamberti

Mister Taylor La canción que cantábamos todos los días

El Eclipse

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Cuento Latinoamericano
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En las montañas

Ricardo Jaimes Freyre


Los dos viajeros bebían el último vaso de vino, de pie al Cuando los viajeros se disponían a partir, otros dos
lado de la hoguera. La brisa fría de la mañana hacía indios se presentaron en el enorme portón rústico.
temblar ligeramente las alas de sus anchos sombreros Levantaron una de las gruesas vigas que incrustadas en
de fieltro. El fuego palidecía ya bajo la luz indecisa y los muros cerraban el paso y penetraron en el vasto
blanquecina de la aurora; se esclarecían vagamente los patio. Su aspecto era humilde y miserable, y más
extremos del ancho patio, y se trazaban sobre las miserable y humilde lo tornaban las chaquetas
sombras del fondo las pesadas columnas de barro que desganadas, las burdas camisas abiertas sobre el pecho,
sostenían el techo de paja y cañas. las cintas de cuero, llenas de nudos, de las sandalias, las
monteras informes, debajo de las cuales caían,
Atados a una argolla de hierro fija en una de las
cubriendo las orejas y uniéndose bajo la barba, los
columnas, dos caballos completamente enjaezados,
extremos de los dudosos gorros de lana gris.
esperaban, con la cabeza baja, masticando con dificultad
largas briznas de yerba. Al lado del muro, un indio joven, Se aproximaron lentamente a los viajeros, que saltaban
en cuclillas, con una bolsa llena de maíz en una mano, ya sobre sus caballos, mientras el guía indio ajustaba a
hacía saltar con la otra hasta su boca los granos su cintura la bolsa de maíz y anudaba fuertemente en
amarillos. torno de sus piernas los lazos de sus sandalias.

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Los viajeros eran jóvenes aún; alto el uno, muy blanco, —Cierto, porque viniste a incomodarme con tus
de mirada fría y dura; el otro, pequeño, lloriqueos. Yo te arrojé un tizón a la cabeza para que te
moreno, de aspecto alegre. marcharas y tú desviaste la cara y el tizón fue a caer en
un montón de paja. No tengo la culpa. Debiste recibir con
—Señor... murmuró uno de los indios. El viajero blanco
respeto mi tizón. Y ¿tú qué quieres, Pedro? preguntó
se volvió a él.
dirigiéndose al otro indio.
—Hola; ¿qué hay, Tomás?
—Vengo a suplicarte, señor, que no me quites mis
—Señor... déjame mi caballo... tierras. Son mías. Yo las he sembrado.

—¡Otra vez, imbécil! ¿Quieres que yo viaje a pie? Te he —Este es asunto tuyo, Córdoba, dijo el caballero,
dado en cambio el mío, ya es bastante. dirigiéndose a su acompañante.

—Pero tu caballo está muerto. —No, por cierto; éste no es asunto mío. Yo he hecho lo
que me encomendaron. Tú, Pedro Quispe, no eres dueño
—Sin duda, está muerto; pero es porque lo he hecho
de esas tierras. ¿Dónde están tus títulos? Es decir,
correr quince horas seguidas. ¡Ha sido un gran caballo!
¿dónde están tus papeles?
El tuyo no vale nada; míralo hace gestos con los huesos
de las costillas y de las ancas. ¿Crees tú que soportará —Yo no tengo papeles, señor. Mi padre tampoco tenía
muchas horas? papeles, y el padre de mi padre no los
conocía. Y nadie ha querido quitarnos las tierras. Tú
— Yo vendí mis llamas para comprar ese caballo para la
quieres darlas a otro. Yo no te he hecho
fiesta de San Juan... Además, señor, tú has quemado mi
ningún mal.
choza.

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—¿Tienes guardada en alguna parte una bolsa de se destacaba bajo el azul del cielo cortado a trechos por
monedas? Dame la bolsa y te dejo las tierras. las nubes plomizas que huían.

—Yo no tengo monedas ni podría juntar tanto dinero. Córdoba hizo una seña al guía que se dirigió hacia el
portón. Detrás de él salieron los dos
—Entonces, no hay nada más que hablar. Déjame en
caballeros.
paz.
Pedro Quispe se precipitó hacia ellos y asió las riendas
—Págame, pues, lo que me debes.
de uno de los caballos. Un latigazo en el rostro lo hizo
—¡Pero no vamos a concluir nunca! ¿Me crees bastante retroceder. Entonces los dos indios salieron del patio,
idiota para pagarte una oveja y algunas gallinas que me corrieron velozmente hacia una colina próxima, treparon
has dado? ¿Imaginaste que íbamos a morir de hambre? por ella con la rapidez y la seguridad de las vicuñas y al
llegar a la cumbre tendieron la vista en torno suyo.
El viajero blanco, que empezaba a impacientarse,
exclamó: En las gargantas y en los desfiladeros amarilleaban los
pastos recién cortados; en las márgenes de los arroyos,
—Si seguimos escuchando a estos dos imbéciles nos
los pajonales y las cortaderas limitaban los cauces con
quedamos aquí eternamente...
un muro caprichoso y ondulante; algunos rebaños de
La cima de la montaña, en el flanco de la cual se cabras y de llamas corrían por las lomas o desaparecían
apoyaba el amplio y rústico albergue, comenzaba a brillar en las grietas de los cerros, y aquí y allí una humareda
herida por los primeros rayos del sol. La estrecha anunciaba la proximidad de una choza o de un
hondonada se iluminaba lentamente y la desolada aridez campamento de indios viajeros.
del paisaje, limitado de cerca por las sierras negruzcas,

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Pedro Quispe aproximó a sus labios el cuerno, que Diríase que por las cuchillas y por las encrucijadas
llevaba colgado a su espalda y arrancó de él un son pasaba un conjuro; detrás de los grandes hacinamientos
grave y prolongado. Detúvose un momento y prosiguió de pasto, entre los pajonales bravíos y las agrias
después con notas estridentes y rápidas. malezas, bajo los anchos toldos de lona de los
campamentos nómades, en las puertas de las chozas y
Los viajeros comenzaban a subir por el flanco de la
en las cumbres de los montes lejanos, veíanse surgir y
montaña; el guía con paso seguro y firme, marchaba
desaparecer rápidamente figuras humanas. Deteníanse
indiferente, devorando sus granos de maíz. Cuando
un instante, dirigían sus miradas hacia la colina en la cual
resonó la voz de la bocina, el indio se detuvo, miró
Pedro Quispe arrancaba incesantes sones
azorado a los dos caballeros y emprendió rapidísima
a su bocina y se arrastraban después por los cerros,
carrera por una vereda abierta en los cerros. Breves
trepando cautelosamente.
instantes después desaparecía a lo lejos.
Córdoba, dirigiéndose a su compañero, exclamó: Álvarez y Córdoba seguían ascendiendo por la montaña;
sus caballos jadeaban entre las asperezas rocallosas,
—Álvarez, esos bribones nos quitan nuestro guía…
por el estrechísimo sendero, y los dos caballeros,
Álvarez detuvo su caballo y miró con inquietud en todas
hondamente preocupados, se dejaban llevar en silencio.
direcciones…
De pronto, una piedra enorme desprendida de la cima de
—El guía... Y ¿para qué lo necesitamos? Temo algo peor.
las sierras, pasó cerca de ellos, con unlargo rugido;
La bocina seguía resonando y en lo alto del cerro la después otra... otra...
figura de Pedro Quispe se dibujada en el
Álvarez lanzó su caballo a escape obligándolo a
fondo azul, sobre la rojiza desnudez de las cimas.
flanquear la montaña. Córdoba lo imitó inmediatamente;

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pero los peñascos los persiguieron. Parecía que se Los indios comenzaban a bajar de las cimas; de las
desmoronaba la cordillera. Los caballos, lanzados como grietas y de los recodos salían uno a uno, avanzando
una tempestad, saltaban sobre las rocas, apoyaban cuidadosamente, deteniéndose a cada instante, con la
milagrosamente sus cascos en los picos salientes, y mirada observadora en el fondo de la quebrada. Cuando
vacilaban en el espacio, a enorme altura. llegaron a la orilla del arroyo, divisaron a los dos viajeros.
Álvarez, tendido en tierra, estaba inerte. A su lado, su
En breve las montañas se coronaron de indios. Los
compañero, de pie, con los brazos cruzados, en la
caballeros se precipitaron entonces hacia la angosta
desesperación de la impotencia, seguía fijamente el
garganta que serpenteaba a sus pies, por la cual corría
descenso lento y temeroso de los indios.
dulcemente un hilo de agua delgado y cristalino.
En una pequeña planicie ondulada, formada por las
Se poblaron las hondonadas de extrañas armonías; el
depresiones de las sierras que la limitan en sus cuatro
son bronco y desapacible de los cuernos brotaba de
extremos con cuatro anchas crestas, esperaban reunidos
todas partes y en el extremo del desfiladero, sobre la
los viejos y las mujeres el resultado de la caza del
claridad radiante que abría dos montañas, se irguió de
hombre. Las indias con sus cortas faldas redondas, de
pronto un grupo de hombres.
telas groseras, sus mantos sobre el pecho, sus monteras
En ese momento, una piedra enorme chocó contra el resplandecientes, sus trenzas ásperas que caían sobre
caballo de Álvarez; se le vio vacilar un instante y caer las espaldas, sus pies desnudos, su aspecto sórdido, se
luego y rodar por la falda de la montaña. Córdoba saltó a agrupaban en un extremo, silenciosas, y se veía entre
tierra y empezó a arrastrarse hacia el punto en que se sus dedos la danza vertiginosa del huso y el devanador.
veía el grupo polvoroso del caballo y del caballero.

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Cuando llegaron los perseguidores, traían atados sobre desnudaron, arrojando lejos de sí, una por una, todas sus
los caballos a los viajeros. Avanzaron hasta el centro de prendas. Y las mujeres contemplaban admiradas los
la explanada, y allí los arrojaron en tierra, como dos cuerpos blancos.
fardos. Las mujeres se aproximaron entonces y los
Después empezó el suplicio. Pedro Quispe arrancó la
miraron con curiosidad, sin dejar de hilar, hablando en
lengua a Córdoba y le quemó los ojos.
voz baja.
Tomás llenó de pequeñas heridas, con un cuchillo, el
Los indios deliberaron un momento. Después un grupo cuerpo de Álvarez. Luego vinieron los demás indios y les
se precipitó hacia el pie de la montaña. Regresó arrancaron los cabellos, los apedrearon y les clavaron
conduciendo dos grandes cántaros y dos gruesas vigas. astillas en las heridas. Una india joven vertió, riendo, un
Y mientras unos excavaban la tierra para fijar las vigas, gran jarro de chicha sobre la cabeza de Álvarez.
los otros llenaban con el licor de los cántaros pequeños
Moría la tarde. Los dos viajeros habían entregado,
jarros de barro.
mucho tiempo hacía, su alma al Gran Justiciero, y los
Y bebieron hasta que empezó el sol a caer sobre el indios fatigados, hastiados ya, indiferentes, seguían
horizonte, y no se oía sino el rumor de las hiriendo y lacerando los cuerpos.
conversaciones apagadas de las mujeres y el ruido del
Luego fue preciso jurar el silencio. Pedro Quispe trazó
líquido que caía dentro de las vasijas al levantarse los
una cruz en el suelo y vinieron los hombres y las mujeres
jarros.
y besaron la cruz. Después desprendió de su cuello el
Pedro y Tomás se apoderaron de los cuerpos de los rosario que no lo abandonaba nunca y los indios juraron
caballeros y los ataron a los postes. Álvarez, que tenía sobre él, y escupió en la tierra y los indios pasaron sobre
roto el espinazo, lanzó un largo gemido. Los dos indios lo la tierra húmeda.

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Cuando los despojos ensangrentados desaparecieron y de desarrollarse en las asperezas de la altiplanicie, la


se borraron las últimas huellas de la escena que acababa inmensa noche caía sobre la soledad de las montañas.

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El guardagujas

Juan José Arreola

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su -Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T.
gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en mañana mismo.
extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la
-Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que
mano en visera miró los rieles que se perdían en el
debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la
horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la
fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio
hora justa en que el tren debía partir.
ceniciento que más bien parecía un presidio.
Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada
-Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.
muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un
viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la -Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay.

mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le

juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con resultará más barato y recibirá mejor atención.

ansiedad: -¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.

1. -Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin

-Usted perdone, ¿ha salido ya el tren? embargo, le daré unos informes.

-¿Lleva usted poco tiempo en este país? -Por favor...

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-Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi
sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos.
debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo
que se refiere a la publicación de itinerarios y a la tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y
expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y confortable vagón.
enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden
-¿Me llevará ese tren a T.?
boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas.
Falta solamente que los convoyes cumplan las -¿Y por qué se empeña usted en que ha de ser

indicaciones contenidas en las guías y que pasen precisamente a T.? Debería darse por satisfecho si

efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará

así lo esperan; mientras tanto, aceptan las efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no

irregularidades del servicio y su patriotismo les impide es el de T.?

cualquier manifestación de desagrado. -Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T.

-Pero, ¿hay un tren que pasa por esta ciudad? Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar, ¿no es
así?
-Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como
usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un -Cualquiera diría que usted tiene razón. En la fonda para

tanto averiados. En algunas poblaciones están viajeros podrá usted hablar con personas que han

sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. tomado sus precauciones, adquiriendo grandes

Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la cantidades de boletos. Por regla general, las gentes

obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso previsoras compran pasajes para todos los puntos del

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país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera -En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe
fortuna... recurrir a ciertas medidas desesperadas. Hace circular
trenes por lugares intransitables. Esos convoyes
-Yo creí que para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo
expedicionarios emplean a veces varios años en su
usted...
trayecto, y la vida de los viajeros sufre algunas
2 transformaciones importantes. Los fallecimientos no son

-El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha

construido con el dinero de una sola persona que acaba previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente y

de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los

para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen conductores depositar el cadáver de un viajero

extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido lujosamente embalsamado en los andenes de la estación

aprobados por los ingenieros de la empresa. que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes
forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles.
-Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en
Todo un lado de los vagones se estremece
servicio?
lamentablemente con los golpes que dan las ruedas
-Y no sólo ése. En realidad, hay muchísimos trenes en la sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de
nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa las previsiones de la empresa- se colocan del lado en
frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de que hay riel. Los de segunda padecen los golpes con
un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos
a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea. rieles, allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren
queda totalmente destruido.
-¿Cómo es eso?

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-¡Santo Dios! línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un


abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner
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marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el
-Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su
accidentes. El tren fue a dar en un terreno impracticable. enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza
Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los y conducido en hombros al otro lado del abismo, que
ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo
obligadas conversaciones triviales surgieron amistades un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan
estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la
pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea construcción del puente, conformándose con hacer un
progresista llena de niños traviesos que juegan con los atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se
vestigios enmohecidos del tren. atreven a afrontar esa molestia suplementaria.

-¡Dios mío, yo no estoy hecho para tales aventuras! -¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!

-Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue -¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su
usted a convertirse en héroe. No crea que faltan proyecto. Se ve que es usted un hombre de
ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el
sus capacidades de sacrificio. Recientemente, primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos;
doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las mil personas estarán para impedírselo. Al llegar un
páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado
Sucede que, en un viaje de prueba, el maquinista advirtió larga, salen de la fonda en tumulto para invadir
a tiempo una grave omisión de los constructores de la

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ruidosamente la estación. Muchas veces provocan movimiento y a gran velocidad. También se les
accidentes con su increíble falta de cortesía y de proporciona una especie de armadura para evitar que los
prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a demás pasajeros les rompan las costillas.
aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para
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siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos
amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, -Pero una vez en el tren, ¡está uno a cubierto de nuevas

agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y contingencias?

pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes. -Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien

-¿Y la policía no interviene? en las estaciones. Podría darse el caso de que creyera
haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para regular
-Se ha intentado organizar un cuerpo de policía en cada
la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la
estación, pero la imprevisible llegada de los trenes hacía
empresa se ve obligada a echar mano de ciertos
tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los
expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia:
miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su
han sido construidas en plena selva y llevan el nombre
venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de
de alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco
pasajeros adinerados que les daban a cambio de esa
de atención para descubrir el engaño. Son como las
ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces
decoraciones del teatro, y las personas que figuran en
el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde
ellas están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan
los futuros viajeros reciben lecciones de urbanidad y un
fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a
entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera
veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el
correcta de abordar un convoy, aunque esté en
rostro las señales de un cansancio infinito.

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-Por fortuna, T. no se halla muy lejos de aquí. En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan
llenos de espías. Estos espías, voluntarios en su mayor
-Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin
parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo
embargo, no debe excluirse la posibilidad de que usted
de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla
llegue mañana mismo, tal como desea. La organización
sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de
de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la
todos los sentidos que puede tener una frase, por
posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay
sencilla que sea. Del comentario más inocente saben
personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que
sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la
pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren,
menor imprudencia, sería aprehendido sin más, pasaría
suben, y al día siguiente oyen que el conductor anuncia:
el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a
"Hemos llegado a T.". Sin tomar precaución alguna, los
descender en una falsa estación perdida en la selva.
viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.
Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad
-¿Podría yo hacer alguna cosa para facilitar ese posible de alimentos y no ponga los pies en el andén
resultado? antes de que vea en T. alguna cara conocida.

-Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le -Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.
servirá de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba usted
-En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se
al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a
lo aseguro, muchas tentaciones en el camino. Si mira
ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus
usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la
historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.
trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas
-¿Qué está usted diciendo? de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de

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ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me
débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas
desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los poblaciones además de la aldea de F., cuyo origen le he
movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren
el tren permanece detenido semanas enteras, mientras reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a
los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de que desciendan de los vagones, generalmente con el
los cristales. pretexto de que admiren las bellezas de un determinado
lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas
-¿Y eso qué objeto tiene?
célebres: "Quince minutos para que admiren ustedes la
-Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de gruta tal o cual", dice amablemente el conductor. Una vez
disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren
lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que escapa a todo vapor.
un día se entreguen plenamente al azar, en manos de
-¿Y los viajeros?
una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber
adónde van ni de dónde vienen. Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún
tiempo, pero acaban por congregarse y se establecen en
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colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en
-Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes? lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con

-Yo, señor, solo soy guardagujas. A decir verdad, soy un riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lotes

guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres

cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos

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días en un pintoresco lugar desconocido, en compañía -¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa
de una muchachita? estación. ¿Cómo dice que se llama?

El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando -¡X! -contestó el viajero.


al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese
En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara
momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un
mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió corriendo
brinco, y se puso a hacer señales ridículas y
y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del
desordenadas con su linterna.
tren.
-¿Es el tren? -preguntó el forastero.
Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un
El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. ruidoso advenimiento.
Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió para gritar:

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La migala

Juan José Arreola

La migala discurre libremente por la casa, pero mi totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del
capacidad de horror no disminuye. impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un
lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno
El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca
personal que instalaría en mi casa para destruir, para
inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la
anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.
repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme
el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración La noche memorable en que solté a la migala en mi
brillando de pronto en una clara mirada. departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse
bajo un mueble, ha sido el principio de una vida
Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el
indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes
sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes
de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la
acerca de sus costumbres y su alimentación extraña.
araña, que llena la casa con su presencia invisible.
Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez
por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror Todas las noches tiemblo en espera de la picadura
que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado,
tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con
sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del precisión, el paso cosquilleante de la araña sobre mi piel,
cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin
madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos

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Cuento Latinoamericano
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embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y
inútilmente se apresta y se perfecciona. repugnante escarabajo.

Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he
que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago consagrado a la migala con la certeza de mi muerte
nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me aplazada. En las horas más agudas del insomnio,
vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza,
me desvisto para echarme en la cama. A veces el suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por
silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se
aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles. detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece
husmear, agitada, un invisible compañero.
Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado
la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el
la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo
llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.
de una superchería y que me hallo a merced de una falsa
migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado,

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Diles que no me maten

Juan Rulfo

¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles -Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí.
eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por Nomás eso diles.
caridad.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar
-No.
nada de ti.
Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.
-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos
ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de -Dile al sargento que te deje ver al coronel. Y cuéntale lo

Dios. viejo que estoy. Lo poco que valgo. ¿Qué ganancia


sacará con matarme? Ninguna ganancia. Al fin y al cabo
-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a
él debe tener un alma. Dile que lo haga por la bendita
de veras. Y yo ya no quiero volver allá.
salvación de su alma.
-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba
-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio
mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les vuelta para decir:
dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las
-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también,
cosas de este tamaño.
¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?

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-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de
Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el
lo que urge. pasto para sus animales.

Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después,


cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras
Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada
otro sus animales hostigados por el hambre y que su
la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón,
compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus
esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el
potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca
intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño
y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras
se le había ido. También se le había ido el hambre. No
para que se hartaran de comer. Y eso no le había
tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien
gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca
a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas
para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el
tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién
agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se
resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto
volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre
tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que
pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado
estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don
suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder
Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle
probarlo.
ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se
acordaba: Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a
ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo:
Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por
más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo

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Cuento Latinoamericano
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-Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y "Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque
te lo mato. ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto.
No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el
Y él contestó:
embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel.
-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los Todavía después se pagaron con lo que quedaba nomás
animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí por no perseguirme, aunque de todos modos me
se lo haiga si me los mata. perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a
este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de
Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y
"Y me mató un novillo.
tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y
según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo
está.

"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba


arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente
con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y
la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los
muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes.
Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.

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Cuento Latinoamericano
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"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado un puro pellejo correoso curtido por los malos días en
y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada que tuvo que andar escondiéndose de todos.
vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban:
Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su
"-Por ahí andan unos fuereños, Juvencio. mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que
su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza
"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los
la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin
madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A
indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de
veces tenía que salir a la media noche, como si me
no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había
fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida. No
ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que
fue un año ni dos. Fue toda la vida."
le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría
Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No
nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; podía. Mucho menos ahora.
creyendo que al menos sus últimos días los pasaría
Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de
tranquilos. "Al menos esto -pensó- conseguiré con estar
Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera.
viejo. Me dejarán en paz".
Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo.
Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel
que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas
estas alturas de su vida, después de tanto pelear para secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a
librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor eso iba. A morir. Se lo dijeron.
tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los
sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser

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Cuento Latinoamericano
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Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida.
en el estómago que le llegaba de pronto siempre que Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre
veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor
ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de de la carne.
agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa
Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos,
que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le
saboreando cada pedazo como si fuera el último,
ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas
sabiendo casi que sería el último.
en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de
que lo mataran. Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres
que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo
Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría
dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie,
aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran
muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado.
equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no
"Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía.
al Juvencio Nava que era él.
Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no
Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los
brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en
viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía cuando para ver por dónde seguía el camino.
más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo
Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en
de los caminos.
esa hora desteñida en que todo parece chamuscado.
Sus ojos, que se habían apeñuscado con los años, Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y
venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar él había bajado a eso: a decirles que allí estaba

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Cuento Latinoamericano
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comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si
detuvieron. hubieran venido dormidos.

Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que
con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó
cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del
después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se pueblo en medio de aquellos cuatro hombres
lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran oscurecidos por el color negro de la noche.
venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa
comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del
todo.

Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido -Mi coronel, aquí está el hombre.

entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él,
volver a salir. con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver

Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de salir a alguien. Pero sólo salió la voz:

decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los -¿Cuál hombre? -preguntaron.
bultos que se repegaban o se separaban de él. De
-El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos
manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo
mandó a traer.
habían oído. Dijo:
-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió a
-Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada
decir la voz de allá adentro.
cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las

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Cuento Latinoamericano
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-¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la Me contaron que duró más de dos días perdido y que,
pregunta el sargento que estaba frente a él. cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía
estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le
-Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he
cuidaran a su familia.
vivido hasta hace poco.
"Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de
-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.
olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que
-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros. hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida

-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió. con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a
ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se
Entonces la voz de allá adentro cambió de tono:
haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da
-Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que
platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de siga viviendo. No debía haber nacido nunca".
carrizos:
Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo.
“-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo Después ordenó:
busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil
-¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y
crecer sabiendo que la cosa de donde podemos
luego fusílenlo!
agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso
pasó. -¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No
tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me
"Luego supe que lo habían matado a machetazos,
mates...!
clavándole después una pica de buey en el estómago.

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-¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro. Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí
arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo
-...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces.
Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y
Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos.
ahora otra vez venía.
Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como
un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al
rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le
que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! metió su cabeza dentro de un costal para que no diera
¡Diles que no me maten!. mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se
fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de
Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su
Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del
sombrero contra la tierra. Gritando.
difunto.
En seguida la voz de allá adentro dijo:
-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te
-Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les
emborrache para que no le duelan los tiros. afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con
esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia
como te dieron.

No oyes ladrar los perros

Juan Rulfo

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Cuento Latinoamericano
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—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte. —Sí, pero no veo rastro de nada.
—No se ve nada.
—Me estoy cansando.
—Ya debemos estar cerca.
—Bájame.
—Sí, pero no se oye nada. El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el
paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus
—Mira bien.
hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería
—No se ve nada. sentarse, porque después no hubiera podido levantar el
cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le
—Pobre de ti, Ignacio.
habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había
La sombra larga y negra de los hombres siguió traído desde entonces.
moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras,
—¿Cómo te sientes?
disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla
del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante. —Mal.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir.
redonda. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le
que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares
ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía
estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza

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Cuento Latinoamericano
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como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no Y el otro se quedaba callado.
morderse la lengua y cuando acababa aquello le
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y
preguntaba:
luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
—¿Te duele mucho?
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del
—Algo —contestaba él.
cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que
Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que
reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta vas allá arriba, Ignacio?
veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna.
—Bájame, padre.
Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les
llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su —¿Te sientes mal?
sombra sobre la tierra.
—Sí.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré
Pero nadie le contestaba. quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré
con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te
El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su
dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y
él acá abajo. Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y
volvió a enderezarse.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.

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Cuento Latinoamericano
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—Te llevaré a Tonaya. —Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para
que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy
—Bájame.
seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se
—Quiero acostarme un rato. vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal
de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La
a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le
cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió
pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije
los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar
desde que supe que usted andaba trajinando por los
la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que
su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también
hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde
allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que
que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a
puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento
usted no le debo más que puras dificultades, puras
sordo.
mortificaciones, puras vergüenzas.
—No veo nada.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el
—Peor para ti, Ignacio.
sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.

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Cuento Latinoamericano
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—Tengo sed. hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas
alturas.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es
que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus
el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar
perros. Haz por oír. los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció
que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
—Dame agua.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate.
de lágrimas.
Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie
me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo. —¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de
—Tengo mucha sed y mucho sueño. su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella.
Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve?
Despertabas con hambre y comías para volver a
Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los
dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías
mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien
acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy
hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra
rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a
lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?
subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre,
que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz
que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso
más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el

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Cuento Latinoamericano
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último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó —¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni
sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si siquiera con esta esperanza.
lo hubieran descoyuntado.

Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había


venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó
cómo por todas partes ladraban los perros.

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Cuento Latinoamericano
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Mr. Taylor

Augusto Monterroso

-Menos rara, aunque sin duda más ejemplar -dijo En pocas semanas los naturales se acostumbraron a él y
entonces el otro-, es la historia de Mr. Percy Taylor, a su ropa extravagante. Además, como tenía los ojos
cazador de cabezas en la selva amazónica. azules y un vago acento extranjero, el Presidente y el
Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular
Se sabe que en 1937 salió de Boston, Massachusetts, en
respeto, temerosos de provocar incidentes
donde había pulido su espíritu hasta el extremo de no
internacionales.
tener un centavo. En 1944 aparece por primera vez en
América del Sur, en la región del Amazonas, conviviendo Tan pobre y mísero estaba, que cierto día se internó en la
con los indígenas de una tribu cuyo nombre no hace falta selva en busca de hierbas para alimentarse. Había
recordar. caminado cosa de varios metros sin atreverse a volver el
rostro, cuando por pura casualidad vio a través de la
Por sus ojeras y su aspecto famélico pronto llegó a ser
maleza dos ojos indígenas que lo observaban
conocido allí como "el gringo pobre", y los niños de la
decididamente. Un largo estremecimiento recorrió la
escuela hasta lo señalaban con el dedo y le tiraban
sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrépido,
piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el
arrostró el peligro y siguió su camino silbando como si
dorado sol tropical. Pero esto no afligía la humilde
nada hubiera pasado.
condición de Mr. Taylor porque había leído en el primer
tomo de las Obras Completas de William G. Knight que si De un salto (que no hay para qué llamar felino) el nativo
no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra. se le puso enfrente y exclamó:

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Cuento Latinoamericano
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-Buy head? Money, money. Grande fue el regocijo con que Mr. Taylor regresó a su
choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria
A pesar de que el inglés no podía ser peor, Mr. Taylor,
estera de palma que le servía de lecho, interrumpido tan
algo indispuesto, sacó en claro que el indígena le ofrecía
solo por el zumbar de las moscas acaloradas que
en venta una cabeza de hombre, curiosamente reducida,
revoloteaban en torno haciéndose obscenamente el
que traía en la mano.
amor, Mr. Taylor contempló con deleite durante un buen
Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en rato su curiosa adquisición. El mayor goce estético lo
capacidad de comprarla; pero como aparentó no extraía de contar, uno por uno, los pelos de la barba y el
comprender, el indio se sintió terriblemente disminuido bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irónicos
por no hablar bien el inglés, y se la regaló pidiéndole que parecían sonreírle agradecidos por aquella
disculpas. deferencia.

Hombre de vasta cultura, Mr. Taylor solía entregarse a la


contemplación; pero esta vez en seguida se aburrió de
sus reflexiones filosóficas y dispuso obsequiar la cabeza
a un tío suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York,
quien desde la más tierna infancia había revelado una
fuerte inclinación por las manifestaciones culturales de
los pueblos hispanoamericanos.

Pocos días después el tío de Mr. Taylor le pidió -previa


indagación sobre el estado de su importante salud- que

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Cuento Latinoamericano
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por favor lo complaciera con cinco más. Mr. Taylor Los primeros días hubo algunas molestas dificultades
accedió gustoso al capricho de Mr. Rolston y -no se sabe con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Taylor, que en Boston
de qué modo- a vuelta de correo "tenía mucho agrado en había logrado las mejores notas con un ensayo sobre
satisfacer sus deseos". Muy reconocido, Mr. Rolston le Joseph Henry Silliman, se reveló como político y obtuvo
solicitó otras diez. Mr. Taylor se sintió "halagadísimo de de las autoridades no sólo el permiso necesario para
poder servirlo". Pero cuando pasado un mes aquél le exportar, sino, además, una concesión exclusiva por
rogó el envío de veinte, Mr. Taylor, hombre rudo y noventa y nueve años. Escaso trabajo le costó convencer
barbado pero de refinada sensibilidad artística, tuvo el al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que
presentimiento de que el hermano de su madre estaba aquel paso patriótico enriquecería en corto tiempo a la
haciendo negocio con ellas. comunidad, y de que luego luego estarían todos los
sedientos aborígenes en posibilidad de beber (cada vez
Bueno, si lo quieren saber, así era. Con toda franqueza,
que hicieran una pausa en la recolección de cabezas) de
Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta
beber un refresco bien frío, cuya fórmula mágica él
cuyos términos resueltamente comerciales hicieron vibrar
mismo proporcionaría.
como nunca las cuerdas del sensible espíritu de Mr.
Taylor. Cuando los miembros de la Cámara, después de un
breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se dieron
De inmediato concertaron una sociedad en la que Mr.
cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la
Taylor se comprometía a obtener y remitir cabezas
patria y en tres días promulgaron un decreto exigiendo al
humanas reducidas en escala industrial, en tanto que Mr.
pueblo que acelerara la producción de cabezas
Rolston las vendería lo mejor que pudiera en su país.
reducidas.

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Cuento Latinoamericano
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Contados meses más tarde, en el país de Mr. Taylor las Mientras tanto, la tribu había progresado en tal forma que
cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos ya contaba con una veredita alrededor del Palacio
recordamos. Al principio eran privilegio de las familias Legislativo. Por esa alegre veredita paseaban los
más pudientes; pero la democracia es la democracia y, domingos y el Día de la Independencia los miembros del
nadie lo va a negar, en cuestión de semanas pudieron Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy
adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela. serios, riéndose, en las bicicletas que les había
obsequiado la Compañía.
Un hogar sin su correspondiente cabeza teníase por un
hogar fracasado. Pronto vinieron los coleccionistas y, con Pero, ¿que quieren? No todos los tiempos son buenos.
ellos, las contradicciones: poseer diecisiete cabezas llegó Cuando menos lo esperaban se presentó la primera
a ser considerado de mal gusto; pero era distinguido escasez de cabezas.
tener once. Se vulgarizaron tanto que los verdaderos
Entonces comenzó lo más alegre de la fiesta.
elegantes fueron perdiendo interés y ya sólo por
excepción adquirían alguna, si presentaba cualquier Las meras defunciones resultaron ya insuficientes. El

particularidad que la salvara de lo vulgar. Una, muy rara, Ministro de Salud Pública se sintió sincero, y una noche

con bigotes prusianos, que perteneciera en vida a un caliginosa, con la luz apagada, después de acariciarle un

general bastante condecorado, fue obsequiada al ratito el pecho como por no dejar, le confesó a su mujer

Instituto Danfeller, el que a su vez donó, como de rayo, que se consideraba incapaz de elevar la mortalidad a un

tres y medio millones de dólares para impulsar el nivel grato a los intereses de la Compañía, a lo que ella

desenvolvimiento de aquella manifestación cultural, tan le contestó que no se preocupara, que ya vería cómo

excitante, de los pueblos hispanoamericanos. todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran.

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Cuento Latinoamericano
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Para compensar esa deficiencia administrativa fue De acuerdo con esa memorable legislación, a los
indispensable tomar medidas heroicas y se estableció la enfermos graves se les concedían veinticuatro horas
pena de muerte en forma rigurosa. para poner en orden sus papeles y morirse; pero si en
este tiempo tenían suerte y lograban contagiar a la
Los juristas se consultaron unos a otros y elevaron a la
familia, obtenían tantos plazos de un mes como parientes
categoría de delito, penado con la horca o el
fueran contaminados. Las víctimas de enfermedades
fusilamiento, según su gravedad, hasta la falta más
leves y los simplemente indispuestos merecían el
nimia.
desprecio de la patria y, en la calle, cualquiera podía
Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos escupirle el rostro. Por primera vez en la historia fue
delictuosos. Ejemplo: si en una conversación banal, reconocida la importancia de los médicos (hubo varios
alguien, por puro descuido, decía "Hace mucho calor", y candidatos al premio Nóbel) que no curaban a nadie.
posteriormente podía comprobársele, termómetro en Fallecer se convirtió en ejemplo del más exaltado
mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le patriotismo, no sólo en el orden nacional, sino en el más
cobraba un pequeño impuesto y era pasado ahí mismo glorioso, en el continental.
por las armas, correspondiendo la cabeza a la Compañía
Con el empuje que alcanzaron otras industrias
y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los
subsidiarias (la de ataúdes, en primer término, que
dolientes.
floreció con la asistencia técnica de la Compañía) el país
La legislación sobre las enfermedades ganó inmediata entró, como se dice, en un periodo de gran auge
resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo económico. Este impulso fue particularmente
Diplomático y por las Cancillerías de potencias amigas. comprobable en una nueva veredita florida, por la que
paseaban, envueltas en la melancolía de las doradas

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tardes de otoño, las señoras de los diputados, cuyas Creo que con ésta será la segunda vez que diga que no
lindas cabecitas decían que sí, que sí, que todo estaba todos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del
bien, cuando algún periodista solícito, desde el otro lado, negocio llegó un momento en que del vecindario sólo
las saludaba sonriente sacándose el sombrero. iban quedando ya las autoridades y sus señoras y los
periodistas y sus señoras. Sin mucho esfuerzo, el
Al margen recordaré que uno de estos periodistas, quien
cerebro de Mr. Taylor discurrió que el único remedio
en cierta ocasión emitió un lluvioso estornudo que no
posible era fomentar la guerra con las tribus vecinas.
pudo justificar, fue acusado de extremista y llevado al
¿Por qué no? El progreso.
paredón de fusilamiento. Sólo después de su abnegado
fin los académicos de la lengua reconocieron que ese Con la ayuda de unos cañoncitos, la primera tribu fue
periodista era una de las más grandes cabezas del país; limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr.
pero una vez reducida quedó tan bien que ni siquiera se Taylor saboreó la gloria de extender sus dominios. Luego
notaba la diferencia. vino la segunda; después la tercera y la cuarta y la
quinta. El progreso se extendió con tanta rapidez que
¿Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya había sido designado
llegó la hora en que, por más esfuerzos que realizaron
consejero particular del Presidente Constitucional. Ahora,
los técnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a
y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual,
quienes hacer la guerra.
contaba los miles por miles; mas esto no le quitaba el
sueño porque había leído en el último tomo de las Obras Fue el principio del fin.
completas de William G. Knight que ser millonario no
Las vereditas empezaron a languidecer. Sólo de vez en
deshonra si no se desprecia a los pobres.
cuando se veía transitar por ellas a alguna señora, a
algún poeta laureado con su libro bajo el brazo. La

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maleza, de nuevo, se apoderó de las dos, haciendo difícil Fue para la última crisis. Mr. Rolston, desesperado, pedía
y espinoso el delicado paso de las damas. Con las y pedía más cabezas. A pesar de que las acciones de la
cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron Compañía sufrieron un brusco descenso, Mr. Rolston
del todo los alegres saludos optimistas. estaba convencido de que su sobrino haría algo que lo
sacara de aquella situación.
El fabricante de ataúdes estaba más triste y fúnebre que
nunca. Y todos sentían como si acabaran de recordar de Los embarques, antes diarios, disminuyeron a uno por
un grato sueño, de ese sueño formidable en que tú te mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de niño, de
encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la señoras, de diputados.
pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al día
De repente cesaron del todo.
siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te
hallas con el vacío. Un viernes áspero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido
aún por la gritería y por el lamentable espectáculo de
Sin embargo, penosamente, el negocio seguía
pánico que daban sus amigos, Mr. Rolston se decidió a
sosteniéndose. Pero ya se dormía con dificultad, por el
saltar por la ventana (en vez de usar el revólver, cuyo
temor a amanecer exportado.
ruido lo hubiera llenado de terror) cuando al abrir un
En la patria de Mr. Taylor, por supuesto, la demanda era paquete del correo se encontró con la cabecita de Mr.
cada vez mayor. Diariamente aparecían nuevos inventos, Taylor, que le sonreía desde lejos, desde el fiero
pero en el fondo nadie creía en ellos y todos exigían las Amazonas, con una sonrisa falsa de niño que parecía
cabecitas hispanoamericanas. decir: "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer."

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El eclipse

Augusto Monterroso

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó Tres años en el país le habían conferido un mediano
que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas
Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. palabras que fueron comprendidas.
Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su
a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna
talento y de su cultura universal y de su arduo
esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España
conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día
distante, particularmente en el convento de los Abrojos,
se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más
donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de
íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a
su eminencia para decirle que confiaba en el celo
sus opresores y salvar la vida.
religioso de su labor redentora.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de
oscurezca en su altura.
indígenas de rostro impasible que se disponían a
sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé

pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se

temores, de su destino, de sí mismo. produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin


cierto desdén.

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Dos horas después el corazón de fray Bartolomé infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y
Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra lunares, que los astrónomos de la comunidad maya
de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa
eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ayuda de Aristóteles.
ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las

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Corazonada

Mario Benedetti

Apreté dos veces el timbre y en seguida supe que me iba En el segundo, el hijo mayor. En el tercero, trabajo de
a quedar. Heredé de mi padre, que en paz descanse, mula." "Aquí", dijo ella, "hay bastante que hacer". "Me lo
estas corazonadas. La puerta tenía un gran barrote de imagino." " Pero hay otra muchacha, y además mi hija y
bronce y pensé que iba a ser bravo sacarle lustre. yo ayudamos. " "Sí, señora." Me estudió de nuevo. Por
Después abrieron y me atendió la ex, la que se iba. Tenía primera vez me di cuenta que de tanto en tanto
cara de caballo y cofia y delantal. "Vengo por el aviso", parpadeo. "¿Edad?" "Diecinueve." "¿Tenés novio?"
dije. "Ya lo sé", gruñó ella y me dejó en el zaguán, "Tenía." Subió las cejas. Aclaré por las dudas: "Un
mirando las baldosas. Estudié las paredes y los zócalos, atrevido. Nos peleamos por eso." La Vieja sonrió sin
la araña de ocho bombitas y una especie de cancel. entregarse. "Así me gusta. Quiero mucho juicio. Tengo un
hijo mozo, así que nada de sonrisitas ni de mover el
Después vino la señora, impresionante. Sonrió como una
trasero." Mucho juicio, mi especialidad. Sí, señora. "En
Virgen, pero sólo como. "Buenos días." "¿Su nombre?"
casa y fuera de casa. No tolero porquerías. Y nada de
"Celia." "¿Celia qué?" "Celia Ramos." Me barrió de una
hijos naturales, ¿estamos?" "Sí, señora." ¡Ula Marula!
mirada. La pipeta. "¿Referencias?" Dije tartamudeando la
Después de los tres primeros días me resigné a
primera estrofa: "Familia Suárez, Maldonado 1346,
soportarla. Con todo, bastaba una miradita de sus ojos
teléfono 90948. Familia Borrello, Gabriel Pereira 3252,
saltones para que se me pusieran los nervios de punta.
teléfono 413723. Escribano Perrone, Larraíaga 3362, sin
Es que la vieja parecía verle a una hasta el hígado. No
teléfono." Ningún gesto. "¿Motivos del cese?" Segunda
así la hija, Estercita, veinticuatro años, una pituca de ocai
estrofa, más tranquila: "En el primer caso, mala comida.

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y rumi que me trataba como a otro mueble y estaba muy mi hija ayudamos", había agregado. A ensuciar los
poco en la casa. Y menos todavía el patrón, don Celso, platos, cómo no. A quién va a ayudar la vieja, vamos, con
un bagre con lentes, más callado que el cine mudo, con esa bruta panza de tres papadas y esa metida con los
cara de malandra y ropas de Yriart, a quien alguna vez episodios. Que a mí me gustase Isolina o la Burgueño,
encontré mirándome los senos por encima de Acción. En vaya y pase y ni así, pero que a ella, que se las tira de
cambio el joven Tito, de veinte, no precisaba la excusa avispada y lee Selecciones y Lifenespañol, no me lo
del diario para investigarme como cosa suya. Juro que explico ni me lo explicaré. A quién va a ayudar la niña
obedecí a la Señora en eso de no mover el trasero con Estercita, que se pasa reventándose los granos, jugando
malas intenciones. Reconozco que el mío ha andado un al tenis en Carrasco y desparramando fichas en el
poco dislocado, pero la verdad es que se mueve de moto Parque Hotel. Yo salgo a mi padre en las corazonadas,
propia. Me han dicho que en Buenos Aires hay un doctor de modo que cuando el tres de junio (fue San Cono
japonés que arregla eso, pero mientras tanto no es bendito) cayó en mis manos esa foto en que Estercita se
posible sofocar mi naturaleza. O sea que el muchacho se está bañando en cueros con el menor de los Gómez
impresionó. Primero se le iban los ojos, después me Taibo en no sé qué arroyo ni a mí qué me importa, en
atropellaba en el corredor del fondo. De modo que por seguida la guardé porque nunca se sabe. ¡A quién van
obediencia a la Señora, y también, no voy a negarlo, ayudar! Todo el trabajo para mí y aguantate piola. ¿Qué
pormigo misma, lo tuve que frenar unas diecisiete veces, tiene entonces de raro que cuando Tito (el joven Tito,
pero cuidándome de no parecer demasiado asquerosa. bah) se puso de ojos vidriosos y cada día más ligero de
Yo me entiendo. En cuanto al trabajo, la gran siete. "Hay manos, yo le haya aplicado el sosegate y que
otra muchacha" había dicho la Vieja. Es decir, había. A habláramos claro? Le dije con todas las letras que yo con
mediados de mes ya estaba solita para todo rubro. "Yo y ésas no iba, que el único tesoro que tenemos los pobres

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es la honradez y basta. Él se rió muy canchero y había Tito no pude negárselas. La espera duró tres días. Tito
empezado a decirme: "Ya verás, putita", cuando apareció apareció una noche y yo lo recibí delante de doña Cata,
la señora y nos miró como a cadáveres. El idiota bajó los que desde hace unos años dirige la pensión. Él se
ojos y mutis por el foro. La Vieja puso entonces cara de disculpó, trajo bombones y pidió autorización para volver.
al fin solos y me encajó bruta trompada en la oreja, en No se la di. En lo que estuve bien porque desde
tanto que me trataba de comunista y de ramera. Yo le entonces no faltó una noche. Fuimos a menudo al cine y
dije: "Usted a mí no me pega, ¿sabe?" y allí nomás hasta me quiso arrastrar al Parque, pero yo le apliqué el
demostró lo contrario. Peor para ella. Fue ese segundo tratamiento del pudor. Una tarde quiso averiguar
golpe el que cambió mi vida. Me callé la boca pero se la directamente qué era lo que yo pretendía. Allí tuve una
guardé. A la noche le dije que a fin de mes me iba. corazonada: "No pretendo nada, porque lo que yo querría
Estábamos a veintitrés y yo precisaba como el pan esos no puedo pretenderlo".
siete días. Sabía que don Celso tenía guardado un papel
Como ésta era la primera cosa amable que oía de mis
gris en el cajón del medio de su escritorio. Yo lo había
labios se conmovió bastante, lo suficiente para meter la
leído, porque nunca se sabe. El veintiocho a las dos de la
pata. "¿Por qué?", dijo a gritos, "si ése es el motivo, te
tarde, sólo quedamos en la casa la niña Estercita y yo.
prometo que..." Entonces como si él hubiera dicho lo que
Ella se fue a sestear y yo a buscar el papel gris. Era una
no dijo, le pregunté: "Vos sí... pero, ¿y tu familia?" "Mi
carta de un tal Urquiza en la que le decía a mi patrón
familia soy yo", dijo el pobrecito.
frases como ésta: "Xx xxx x xx xxxx xxx xx xxxxx".
Después de esa compadrada siguió viniendo y con él
La guardé en el mismo sobre que la foto y el treinta me
llegaban flores, caramelos, revistas. Pero yo no cambié.
fui a una pensión decente y barata de la calle
Y él lo sabía. Una tarde entró tan pálido que hasta doña
Washington. A nadie le di mis señas, pero a un amigo de

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Cata hizo un comentario. No era para menos. Se lo había pregunté si conocía una foto en que la niña Estercita
dicho al padre. Don Celso había contestado: "Lo que aparecía bañándose con el menor de los Gómez Taibo.
faltaba." Pero después se ablandó. Un tipo pierna. Un minuto de silencio. "Bueno, también la tengo yo."
Estercita se rió como dos años, pero a mí qué me Esperé por las dudas, pero nada. Entonces dije:
importa. En cambio la Vieja se puso verde. A Tito lo trató "Piénselo, señora" y corté. Fui yo la que corté, no ella. Se
de idiota, a don Celso de cero a la izquierda, a Estercita habrá quedado mascando su bronca con la cara
de inmoral y tarada. Después dijo que nunca, nunca, embadurnada y la toalla en la cabeza. Bien hecho. A la
nunca. Estuvo como tres horas diciendo nunca. "Está semana llegó el Tito radiante, y desde la puerta gritó: "¡La
como loca", dijo el Tito, "no sé qué hacer". Pero yo sí vieja afloja! ¡La vieja afloja!" Claro que afloja. Estuve por
sabía. Los sábados la Vieja está siempre sola, porque dar los hurras, pero con la emoción dejé que me besara.
don Celso se va a Punta del Este, Estercita juega al tenis "No se opone pero exige que no vengas a casa." ¿Exige?
y Tito sale con su barrita de La Vascongada. O sea que a ¡Las cosas que hay que oír! Bueno, el veinticinco nos
las siete me fui a un monedero y llamé al nueve siete casamos (hoy hace dos meses), sin cura pero con juez,
cero tres ocho. "Hola", dijo ella. La misma voz gangosa, en la mayor intimidad. Don Celso aportó un chequecito
impresionante. Estaría con su salto de cama verde, la de mil y Estercita me mandó un telegrama que -está mal
cara embadurnada, la toalla como turbante en la cabeza. que lo diga- me hizo pensar a fondo: "No creas que salís
"Habla Celia", y antes de que colgara: "No corte, señora, ganando. Abrazos, Ester."
le interesa." Del otro lado no dijeron ni mu. Pero
En realidad, todo esto me vino a la memoria, porque ayer
escuchaban. Entonces le pregunté si estaba enterada de
me encontré en la tienda con la Vieja. Estuvimos codo
una carta de papel gris que don Celso guardaba en su
con codo, revolviendo saldos. De pronto me miró de
escritorio. Silencio. "Bueno, la tengo yo." Después le

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refilón desde abajo del velo. Yo me hice cargo. Tenía dos corazonada y agarrándome fuerte del paraguas de
caminos: o ignorarme o ponerme en vereda. nailon, le contesté tranquila: "Yo bien, ¿y usted, mamá?"

Creo que prefirió el segundo y para humillarme me trató


de usted. "¿Qué tal, cómo le va?" Entonces tuve una

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Después del almuerzo

Julio Cortázar

Después del almuerzo yo hubiera querido quedarme en iba a estrenar unos zapatos amarillos que brillaban y
mi cuarto leyendo, pero papá y mamá vinieron casi en brillaban.
seguida a decirme que esa tarde tenía que llevarlo de
Cuando salí de mi cuarto eran las dos, y tía Encarnación
paseo.
dijo que podía ir a buscarlo a la pieza del fondo, donde
Lo primero que contesté fue que no, que lo llevara otro, siempre le gusta meterse por la tarde. Tía Encarnación
que por favor me dejaran estudiar en mi cuarto. Iba a debía darse cuenta de que yo estaba desesperado por
decirles otras cosas, explicarles por qué no me gustaba tener que salir con él, porque me pasó la mano por la
tener que salir con él, pero papá dio un paso adelante y cabeza y después se agachó y me dio un beso en la
se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, frente. Sentí que me ponía algo en el bolsillo.
me clava los ojos y yo siento que se me van entrando
-Para que te compres alguna cosa -me dijo al oído-. Y no
cada vez más hondo en la cara, hasta que estoy a punto
te olvides de darle un poco, es preferible.
de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí,
que claro, en seguida. Mamá en esos casos no dice nada Yo la besé en la mejilla, más contento, y pasé delante de

y no me mira, pero se queda un poco atrás con las dos la puerta de la sala donde estaban papá y mamá jugando

manos juntas, y yo le veo el pelo gris que le cae sobre la a las damas. Creo que les dije hasta luego, alguna cosa

frente y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que así, y después saqué el billete de cinco pesos para

claro, en seguida. Entonces se fueron sin decir nada más alisarlo bien y guardarlo en mi cartera donde ya había

y yo empecé a vestirme, con el único consuelo de que otro billete de un peso y monedas.

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Lo encontré en un rincón del cuarto, lo agarré lo mejor consiguió acercarse a un sitio donde había una baldosa
que pude y salimos por el patio hasta la puerta que daba un poco más hundida que las otras, y cuando me di
al jardín de adelante. Una o dos veces sentí la tentación cuenta ya estaba completamente empapado y tenía
de soltarlo, volver adentro y decirles a papá y mamá que hojas secas por todas partes. Tuve que pararme,
él no quería venir conmigo, pero estaba seguro de que limpiarlo, y todo el tiempo sentía que los vecinos estaban
acabarían por traerlo y obligarme a ir con él hasta la mirando desde los jardines, sin decir nada pero mirando.
puerta de calle. Nunca me habían pedido que lo llevara al No quiero mentir, en realidad no me importaba tanto que
centro, era injusto que me lo pidieran porque sabían muy nos miraran (que lo miraran a él, y a mí que lo llevaba de
bien que la única vez que me habían obligado a pasearlo paseo); lo peor era estar ahí parado, con un pañuelo que
por la vereda había ocurrido esa cosa horrible con el gato se iba mojando y llenando de manchas de barro y
de los Álvarez. Me parecía estar viendo todavía la cara pedazos de hojas secas, teniendo que sujetarlo al mismo
del vigilante hablando con papá en la puerta, y después tiempo para que no volviera a acercarse al charco.
papá sirviendo dos vasos de caña, y mamá llorando en Además yo estoy acostumbrado a andar por las calles
su cuarto. Era injusto que me lo pidieran. con las manos en los bolsillos del pantalón, silbando o
mascando chicle, o leyendo las historietas mientras con
Por la mañana había llovido y las veredas de Buenos
la parte de abajo de los ojos voy adivinando las baldosas
Aires están cada vez más rotas, apenas se puede andar
de las veredas que conozco perfectamente desde mi
sin meter los pies en algún charco. Yo hacía lo posible
casa hasta el tranvía, de modo que sé cuándo paso
para cruzar por las partes más secas y no mojarme los
delante de la casa de la Tita o cuándo voy a llegar a la
zapatos nuevos, pero en seguida vi que a él le gustaba
esquina de Carabobo. Y ahora no podía hacer nada de
meterse en el agua, y tuve que tironear con todas mis
eso y el pañuelo me empezaba a mojar el forro del
fuerzas para obligarlo a ir de mi lado. A pesar de eso

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bolsillo y sentía la humedad en la pierna, era como para máquina de los boletos, y yo tuve que darme vuelta y
no creer en tanta mala suerte junta. hacerle señas de que viniera a cobrarme a mí,
mostrándole la plata para que comprendiera que tenía
A esa hora el tranvía viene bastante vacío, y yo rogaba
que darme dos boletos, pero el guarda era uno de esos
que pudiéramos sentarnos en el mismo asiento,
chinazos que están viendo las cosas y no quieren
poniéndolo a él del lado de la ventanilla para que
entender, dale con la moneda golpeando contra la
molestara menos. No es que se mueva demasiado, pero
máquina. Me tuve que levantar (y ahora dos o tres
a la gente le molesta lo mismo y yo comprendo. Por eso
pasajeros me miraban) y acercarme al otro asiento. «Dos
me afligí al subir, porque el tranvía estaba casi lleno y no
boletos», le dije. Cortó uno, me miró un momento, y
había ningún asiento doble desocupado. El viaje era
después me alcanzó el boleto y miró para abajo, medio
demasiado largo para quedarnos en la plataforma, el
de reojo. «Dos, por favor», repetí, seguro de que todo el
guarda me hubiera mandado que me sentara y lo pusiera
tranvía ya estaba enterado. El chinazo cortó el otro
en alguna parte; así que lo hice entrar en seguida y lo
boleto y me lo dio, iba a decirme algo pero yo le alcancé
llevé hasta un asiento del medio donde una señora
la plata y me volví en dos trancos a mi asiento, sin mirar
ocupaba el lado de la ventanilla. Lo mejor hubiera sido
para atrás. Lo peor era que a cada momento tenía que
sentarse detrás de él para vigilarlo, pero el tranvía estaba
darme vuelta para ver si seguía quieto en el asiento de
lleno y tuve que seguir adelante y sentarme bastante
atrás, y con eso iba llamando la atención de algunos
más lejos. Los pasajeros no se fijaban mucho, a esa hora
pasajeros. Primero decidí que sólo me daría vuelta al
la gente va haciendo la digestión y está medio dormida
pasar cada esquina, pero las cuadras me parecían
con los barquinazos del tranvía. Lo malo fue que el
terriblemente largas y a cada momento tenía miedo de
guarda se paró al lado del asiento donde yo lo había
oír alguna exclamación o un grito, como cuando el gato
instalado, golpeando con una moneda en el fierro de la

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de los Álvarez. Entonces me puse a contar hasta diez, darle una patada en las piernas para que se apurara y
igual que en las peleas, y eso venía a ser más o menos me dejara llegar al asiento donde la señora había
media cuadra. Al llegar a diez me daba vuelta agarrado una canasta o algo en el suelo y ya se
disimuladamente, por ejemplo arreglándome el cuello de levantaba para salir. Al final creo que la empujé, la oí que
la camisa o metiendo la mano en el bolsillo del saco, protestaba, no sé cómo llegué al lado del asiento y
cualquier cosa que diera la impresión de un tic nervioso o conseguí sacarlo a tiempo para que la señora pudiera
algo así. bajarse en la esquina. Entonces lo puse contra la
ventanilla y me senté a su lado, tan feliz aunque cuatro o
Como a las ocho cuadras no sé por qué me pareció que
cinco idiotas me estuvieran mirando desde los asientos
la señora que iba del lado de la ventanilla se iba a bajar.
de adelante y desde la plataforma donde a lo mejor el
Eso era lo peor, porque le iba a decir algo para que la
chinazo les había dicho alguna cosa.
dejara pasar, y cuando él no se diera cuenta o no
quisiera darse cuenta, a lo mejor la señora se enojaba y Ya andábamos por el Once, y afuera se veía un sol
quería pasar a la fuerza, pero yo sabía lo que iba a precioso y las calles estaban secas. A esa hora si yo
ocurrir en ese caso y estaba con los nervios de punta, de hubiera viajado solo me habría largado del tranvía para
manera que empecé a mirar para atrás antes de llegar a seguir a pie hasta el centro, para mí no es nada ir a pie
cada esquina, y en una de esas me pareció que la desde el Once a Plaza de Mayo, una vez que me tomé el
señora estaba ya a punto de levantarse, y hubiera jurado tiempo le puse justo treinta y dos minutos, claro que
que le decía algo porque miraba de su lado y yo creo que corriendo de a ratos y sobre todo al final. Pero ahora en
movía la boca. Justo en ese momento una vieja gorda se cambio tenía que ocuparme de la ventanilla, que un día
levantó de uno de los asientos cerca del mío y empezó a alguien había contado que era capaz de abrir de golpe la
andar por el pasillo, y yo iba detrás queriendo empujarla, ventanilla y tirarse afuera, nada más que por el gusto de

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hacerlo, como tantos otros gustos que nadie se como que no veía más al inspector y a todos los otros.
explicaba. Una o dos veces me pareció que estaba a En Sarmiento y Libertad se empezó a bajar la gente, y
punto de levantar la ventanilla, y tuve que pasar el brazo cuando llegamos a Florida ya no había casi nadie.
por detrás y sujetarla por el marco. A lo mejor eran cosas Esperé hasta San Martín y lo hice salir por la plataforma
mías, tampoco quiero asegurar que estuviera por delantera, porque no quería pasar al lado del chinazo
levantar la ventanilla y tirarse. Por ejemplo, cuando lo del que a lo mejor me decía alguna cosa.
inspector me olvidé completamente del asunto y sin
A mí me gusta mucho la Plaza de Mayo, cuando me
embargo no se tiró. El inspector era un tipo alto y flaco
hablan del centro pienso en seguida en la Plaza de
que apareció por la plataforma delantera y se puso a
Mayo. Me gusta por las palomas, por la Casa de
marcar los boletos con ese aire amable que tienen
Gobierno y porque trae tantos recuerdos de historia, de
algunos inspectores. Cuando llegó a mi asiento le
las bombas que cayeron cuando hubo revolución, y los
alcancé los dos boletos y él marcó uno, miró para abajo,
caudillos que habían dicho que iban a atar sus caballos
después miró el otro boleto, lo fue a marcar y se quedó
en la Pirámide. Hay maniseros y tipos que venden cosas,
con el boleto metido en la ranura de la pinza, y todo el
en seguida se encuentra un banco vacío y si uno quiere
tiempo yo rogaba que lo marcara de una vez y me lo
puede seguir un poco más y al rato llega al puerto y ve
devolviera, me parecía que la gente del tranvía nos
los barcos y los guinches. Por eso pensé que lo mejor
estaba mirando cada vez más. Al final lo marcó
era llevarlo a la Plaza de Mayo, lejos de los autos y los
encogiéndose de hombros, me devolvió los dos boletos,
colectivos, y sentarnos un rato ahí hasta que fuera hora
y en la plataforma de atrás oí que alguien soltaba una
de ir volviendo a casa. Pero cuando bajamos del tranvía
carcajada, pero naturalmente no quise darme vuelta,
y empezamos a andar por San Martín sentí como un
volví a pasar el brazo y sujeté la ventanilla, haciendo
mareo, de golpe me daba cuenta de que me había

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cansado terriblemente, casi una hora de viaje y todo el a lo mejor no era un capricho. Total, estar ahí parados no
tiempo teniendo que mirar hacia atrás, hacerme el que tenía nada de malo, pero igual no me gustaba porque la
no veía que nos estaban mirando, y después el guarda gente que pasaba tenía más tiempo para fijarse, y dos o
con los boletos, y la señora que se iba a bajar, y el tres veces me di cuenta de que alguien le hacía algún
inspector. Me hubiera gustado tanto poder entrar en una comentario a otro, o se pegaban con el codo para
lechería y pedir un helado o un vaso de leche, pero llamarse la atención. Al final no pude más y lo agarré otra
estaba seguro de que no iba a poder, que me iba a vez, haciéndome el que caminaba con naturalidad, pero
arrepentir si lo hacía entrar en un local cualquiera donde cada paso me costaba como en esos sueños en que uno
la gente estaría sentada y tendría más tiempo para tiene unos zapatos que pesan toneladas y apenas puede
mirarnos. En la calle la gente se cruza y cada uno sigue despegarse del suelo. A la larga conseguí que se le
viaje, sobre todo en San Martín que está lleno de bancos pasara el capricho de quedarse ahí parado, y seguimos
y oficinas y todo el mundo anda apurado con portafolios por San Martín hasta la esquina de la Plaza de Mayo.
debajo del brazo. Así que seguimos hasta la esquina de Ahora la cosa era cruzar, porque a él no le gusta cruzar
Cangallo, y entonces cuando íbamos pasando delante de una calle. Es capaz de abrir la ventanilla del tranvía y
las vidrieras de Peuser que estaban llenas de tinteros y tirarse, pero no le gusta cruzar la calle. Lo malo es que
cosas preciosas, sentí que él no quería seguir, se hacía para llegar a la Plaza de Mayo hay que cruzar siempre
cada vez más pesado y por más que yo tiraba (tratando alguna calle con mucho tráfico, en Cangallo y Bartolomé
de no llamar la atención) casi no podía caminar y al final Mitre no había sido tan difícil, pero ahora yo estaba a
tuve que pararme delante de la última vidriera, punto de renunciar, me pesaba terriblemente en la mano,
haciéndome el que miraba los juegos de escritorio y dos veces que el tráfico se paró y los que estaban a
repujados en cuero. A lo mejor estaba un poco cansado, nuestro lado en el cordón de la vereda empezaron a

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cruzar la calle, me di cuenta de que no íbamos a poder que todos estuvieran muertos y enterrados menos tía
llegar al otro lado porque se plantaría justo en la mitad, y Encarnación.
entonces preferí seguir esperando hasta que se
Pero esas cosas se pasan en seguida, vimos que había
decidiera. Y claro, el del puesto de revistas de la esquina
un banco muy lindo completamente vacío, y yo lo sujeté
ya estaba mirando cada vez más, y le decía algo a un
sin tironearlo y fuimos a ponernos en ese banco y a mirar
pibe de mi edad que hacía muecas y le contestaba qué
las palomas que por suerte no se dejan acabar como los
sé yo, y los autos seguían pasando y se paraban y
gatos. Compré manises y caramelos, le fui dando de las
volvían a pasar, y nosotros ahí plantados. En una de
dos cosas y estábamos bastante bien con ese sol que
esas se iba a acercar el vigilante, eso era lo peor que nos
hay por la tarde en la Plaza de Mayo y la gente que va de
podía suceder porque los vigilantes son muy buenos y
un lado a otro. Yo no sé en qué momento me vino la idea
por eso meten la pata, se ponen a hacer preguntas,
de abandonarlo ahí; lo único que me acuerdo es que
averiguan si uno anda perdido, y de golpe a él le puede
estaba pelándole un maní y pensando al mismo tiempo
dar uno de sus caprichos y yo no sé en lo que termina la
que si me hacía el que iba a tirarles algo a las palomas
cosa. Cuanto más pensaba más me afligía, y al final tuve
que andaban más lejos, sería facilísimo dar la vuelta a la
miedo de veras, casi como ganas de vomitar, lo juro, y en
pirámide y perderlo de vista. Me parece que en ese
un momento en que paró el tráfico lo agarré bien y cerré
momento no pensaba en volver a casa ni en la cara de
los ojos y tiré para adelante doblándome casi en dos, y
papá y mamá, porque si lo hubiera pensado no habría
cuando estuvimos en la Plaza lo solté, seguí dando unos
hecho esa pavada. Debe ser muy difícil abarcar todo al
pasos solo, y después volví para atrás y hubiera querido
mismo tiempo como hacen los sabios y los historiadores,
que se muriera, que ya estuviera muerto, o que papá y
yo pensé solamente que lo podía abandonar ahí y andar
mamá estuvieran muertos, y yo también al fin y al cabo,
solo por el centro con las manos en los bolsillos, y

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comprarme una revista o entrar a tomar un helado en exportaciones, y entonces me empezó a doler el
alguna parte antes de volver a casa. Le seguí dando estómago, no como cuando uno tiene que ir en seguida
manises un rato pero ya estaba decidido, y en una de al baño, era más arriba, en el estómago verdadero, como
esas me hice el que me levantaba para estirar las si se me retorciera poco a poco; y yo quería respirar y me
piernas y vi que no le importaba si seguía a su lado o me costaba, entonces tenía que quedarme quieto y esperar
iba a darle manises a las palomas. Les empecé a tirar lo que se pasara el calambre, y delante de mí se veía como
que me quedaba, y las palomas me andaban por todos una mancha verde y puntitos que bailaban, y la cara de
lados, hasta que se me acabó el maní y se cansaron. papá, al final era solamente la cara de papá porque yo
Desde la otra punta de la plaza apenas se veía el banco; había cerrado los ojos, me parece, y en medio de la
fue cosa de un momento cruzar a la Casa Rosada donde mancha verde estaba la cara de papá. Al rato pude
siempre hay dos granaderos de guardia, y por el costado respirar mejor, y unos muchachos me miraron un
me largué hasta el Paseo Colón, esa calle donde mamá momento y uno le dijo al otro que yo estaba
dice que no deben ir los niños solos. Ya por costumbre descompuesto, pero yo moví la cabeza y dije que no era
me daba vuelta a cada momento pero era imposible que nada, que siempre me daban calambres, pero se me
me siguiera, lo más que quería estar haciendo sería pasaban en seguida. Uno dijo que si yo quería que fuera
revolcarse alrededor del banco hasta que se acercara a buscar un vaso de agua, y el otro me aconsejó que me
alguna señora de la beneficencia o algún vigilante. secara la frente porque estaba sudando. Yo me sonreí y
dije que ya estaba bien, y me puse a caminar para que
No me acuerdo muy bien de lo que pasó en ese rato en
se fueran y me dejaran solo. Era cierto que estaba
que yo andaba por el Paseo Colón que es una avenida
sudando porque me caía el agua por las cejas y una gota
como cualquier otra. En una de esas yo estaba sentado
salada me entró en un ojo, y entonces saqué el pañuelo
en una vidriera baja de una casa de importaciones y

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y me lo pasé por la cara y sentí un arañazo en el labio, y cruzar las calles, y el tranvía estaba casi vacío al
cuando miré era una hoja seca pegada en el pañuelo que comienzo del recorrido, así que lo puse en el primer
me había arañado la boca. asiento y me senté al lado y no me di vuelta ni una sola
vez en todo el viaje, ni siquiera al bajarnos: la última
No sé cuánto tardé en llegar otra vez a la Plaza de Mayo.
cuadra la hicimos muy despacio, él queriendo meterse en
A la mitad de la subida me caí, pero volví a levantarme
los charcos y yo luchando para que pasara por las
antes que nadie se diera cuenta, y crucé a la carrera
baldosas secas. Pero no me importaba, no me importaba
entre todos los autos que pasaban por delante de la
nada. Pensaba todo el tiempo: «Lo abandoné», lo miraba
Casa Rosada. Desde lejos vi que no se había movido del
y pensaba: «Lo abandoné», y aunque no me había
banco, pero seguí corriendo y corriendo hasta llegar al
olvidado del Paseo Colón me sentía tan bien, casi
banco, y me tiré como muerto mientras las palomas
orgulloso. A lo mejor otra vez... No era fácil, pero a lo
salían volando asustadas y la gente se daba vuelta con
mejor... Quién sabe con qué ojos me mirarían papá y
ese aire que toman para mirar a los chicos que corren,
mamá cuando me vieran llegar con él de la mano. Claro
como si fuera un pecado. Después de un rato lo limpié un
que estarían contentos de que yo lo hubiera llevado a
poco y dije que teníamos que volver a casa. Lo dije para
pasear al centro, los padres siempre están contentos de
oírme yo mismo y sentirme todavía más contento, porque
esas cosas; pero no sé por qué en ese momento se me
con él lo único que servía era agarrarlo bien y llevarlo, las
daba por pensar que también a veces papá y mamá
palabras no las escuchaba o se hacía el que no las
sacaban el pañuelo para secarse, y que también en el
escuchaba. Por suerte esta vez no se encaprichó al
pañuelo había una hoja seca que les lastimaba la cara.

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Casa tomada

Julio Cortázar

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea
antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de
ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los hermanos, era necesaria clausura de la genealogía
recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos
nuestros padres y toda la infancia. moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se
quedarían con la casa y la echarían al suelo para
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo
enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor,
que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho
nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes
personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la
de que fuese demasiado tarde.
mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once
yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar Irene era una chica nacida para no molestar a nadie.
y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día
puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía
platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han
la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer
para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias,
era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y
pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo
Esther antes que llegáramos a comprometernos. destejía en un momento porque algo no le agradaba; era

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gracioso ver en la canastilla el montón de lana erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos
encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas canastillas en el suelo donde se agitaban
horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; constantemente los ovillos. Era hermoso.
Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El
nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas
comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres
salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar
dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada,
vanamente si había novedades en literatura francesa.
la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo
Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y delantera donde había un baño, la cocina, nuestros
de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto dormitorios y el living central, al cual comunicaban los
qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un
un libro, pero cuando un pullover está terminado no se zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living.
puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón De manera que uno entraba por el zaguán, abría la
de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de
blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a
como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se
Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el
ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda
campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más
la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la
y a mí se me iban las horas viéndole las manos como puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy

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grande; si no, daba la impresión de un departamento de la alfombra o un ahogado susurro de conversación.


los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después,
yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas
íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que
la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el
muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado
lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de
palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre
vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo
sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, -Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte

un momento después se deposita de nuevo en los del fondo.

muebles y los pianos. Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y cansados.

sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su -¿Estás seguro?


dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me
Asentí.
ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el
pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y -Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que
daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando vivir en este lado.
escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido
venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre

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Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de
rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto
chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco. tener que abandonar los dormitorios al atardecer y
ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos
dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que
queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo
estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los
botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar
(pero esto solamente sucedió los primeros días) la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para
cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en
mirábamos con tristeza. sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de
Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-No está aquí.
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al
dibujo de trébol?
otro lado de la casa.
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó
cuadradito de papel para que viese el mérito de algún
tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y
sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a
media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos
poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin
de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a
pensar.
la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo
pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba

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(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo
seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o creo que era por eso que de noche, cuando Irene
papagayo, voz que viene de los sueños y no de la empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en
garganta. Irene decía que mis sueños consistían en seguida.)
grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor.
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De
Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero
noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene
de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos
que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua.
oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que
Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la
conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes
cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el
insomnios.
codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi
eran los rumores domésticos, el roce metálico de las lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los
agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum ruidos, notando claramente que eran de este lado de la
filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo
maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la
Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay
hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos
demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros
hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre
sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos
sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel
allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios
y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
y al living, entonces la casa se ponía callada y a media

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-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once
las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo
debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle.
otro lado, soltó el tejido sin mirarlo. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de
entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté
algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en
inútilmente.
la casa, a esa hora y con la casa tomada.
-No, nada.

Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil


pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.

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Los gallinazos sin plumas


Julio Ramón Ribeyro
A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas -¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora!
y comienza a dar sus primeros pasos. Una fina niebla
Los dos muchachos corren a la acequia del corralón
disuelve el perfil de los objetos y crea como una
frotándose los ojos legañosos. Con la tranquilidad de la
atmósfera encantada. Las personas que recorren la
noche el agua se ha remansado y en su fondo
ciudad a esta hora parece que están hechas de otra
transparente se ven crecer yerbas y deslizarse ágiles
sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal.
infusorios. Luego de enjuagarse la cara, coge cada cual
Las beatas se arrastran penosamente hasta desaparecer
su lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto,
en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos,
se aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el
macerados por la noche, regresan a sus casas envueltos
lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.
en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros
inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados -¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no

de escobas y de carretas. A esta hora se ve también más, que ya llegará tu turno.

obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a
contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas los árboles para arrancar moras o recogiendo piedras, de
sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, aquellas filudas que cortan el aire y hieren por la espalda.
como a una especie de misteriosa consigna, aparecen Siendo aún la hora celeste llegan a su dominio, una larga
los gallinazos sin plumas. calle ornada de casas elegantes que desemboca en el
A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo malecón.
y sentándose en el colchón comienza a berrear:

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Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual
suburbios alguien ha dado la voz de alarma y muchos se de cocina. No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo
han levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con los que
a veces sólo basta un periódico viejo. Sin conocerse fabricó una honda. Otra vez una pera casi buena que
forman una especie de organización clandestina que devoró en el acto. Enrique, en cambio, tiene suerte para
tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean por las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las
los edificios públicos, otros han elegido los parques o los escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes
muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, que colecciona con avidez.
sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria.
Después de una rigurosa selección regresan la basura al
Efraín y Enrique, después de un breve descanso, cubo y se lanzan sobre el próximo. No conviene
empiezan su trabajo. Cada uno escoge una acera de la demorarse mucho porque el enemigo siempre está al
calle. Los cubos de basura están alineados delante de acecho. A veces son sorprendidos por las sirvientas y
las puertas. Hay que vaciarlos íntegramente y luego tienen que huir dejando regado su botín. Pero, con más
comenzar la exploración. Un cubo de basura es siempre frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y
una caja de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas, entonces la jornada está perdida.
zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes muertos,
Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste
algodones inmundos. A ellos sólo les interesan los restos
llega a su fin. La niebla se ha disuelto, las beatas están
de comida. En el fondo del chiquero, Pascual recibe
sumidas en éxtasis, los noctámbulos duermen, los
cualquier cosa y tiene predilección por las verduras
canillitas han repartido los diarios, los obreros trepan a
ligeramente descompuestas. La pequeña lata de cada
uno se va llenando de tomates podridos, pedazos de

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los andamios. La luz desvanece el mundo mágico del Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en
alba. Los gallinazos sin plumas han regresado a su nido. una especie de monstruo insaciable. Todo le parecía
poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre
Don Santos los esperaba con el café preparado.
del animal. Los obligaba a levantarse más temprano, a
-A ver, ¿qué cosa me han traído? invadir los terrenos ajenos en busca de más

Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena desperdicios. Por último los forzó a que se dirigieran

hacía siempre el mismo comentario: hasta el muladar que estaba al borde del mar.

-Pascual tendrá banquete hoy día. -Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además
porque todo está junto.
Pero la mayoría de las veces estallaba:
Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los
-¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a
carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra,
jugar seguramente! ¡Pascual se morirá de hambre!
descargaban la basura sobre una pendiente de piedras.
Ellos huían hacia el emparrado, con las orejas ardientes Visto desde el malecón, el muladar formaba una especie
de los pescozones, mientras el viejo se arrastraba hasta de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinazos y
el chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos
empezaba a gruñir. Don Santos le aventaba la comida. los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus
enemigos. El perro se retiró aullando. Cuando estuvieron
-¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por
cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta
culpa de estos zamarros. Ellos no te engríen como yo.
sus pulmones. Los pies se les hundían en un alto de
¡Habrá que zurrarlos para que aprendan!
plumas, de excrementos, de materias descompuestas o

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quemadas. Enterrando las manos comenzaron la Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín
exploración. A veces, bajo un periódico amarillento, sintió un dolor en la planta del pie. Un vidrio le había
descubrían una carroña devorada a medios. En los causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie
acantilados próximos los gallinazos espiaban hinchado, no obstante lo cual prosiguió su trabajo.
impacientes y algunos se acercaban saltando de piedra Cuando regresaron no podía casi caminar, pero don
en piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba Santos no se percató de ello, pues tenía visita.
para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero Acompañado de un hombre gordo que tenía las manos
y hacían desprenderse guijarros que rodaban hacía el manchadas de sangre, observaba el chiquero.
mar. Después de una hora de trabajo regresaron al
-Dentro de veinte o treinta días vendré por acá -decía el
corralón con los cubos llenos.
hombre-. Para esa fecha creo que podrá estar a punto.
-¡Bravo! -exclamó don Santos-. Habrá que repetir esto
Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos.
dos o tres veces por semana.
-¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que
Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y
aumentar la ración de Pascual! El negocio anda sobre
Enrique hacían el trote hasta el muladar. Pronto formaron
rieles.
parte de la extraña fauna de esos lugares y los
gallinazos, acostumbrados a su presencia, laboraban a A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos

su lado, graznando, aleteando, escarbando con sus picos despertó a sus nietos, Efraín no se pudo levantar.

amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la -Tiene una herida en el pie -explicó Enrique-. Ayer se
preciosa suciedad. cortó con un vidrio.

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Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección -Bien, bien -dijo rascándose la barba rala y cogiendo a
había comenzado. Efraín del pescuezo lo arreó hacia el cuarto-. ¡Los
enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú
-¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y
harás la tarea de tu hermano. ¡Vete ahora mismo al
que se envuelva con un trapo.
muladar!
-¡Pero si le duele! -intervino Enrique-. No puede caminar
Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos
bien.
repletos. Lo seguía un extraño visitante: un perro
Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero escuálido y medio sarnoso.
llegaban los gruñidos de Pascual.
-Lo encontré en el muladar -explicó Enrique -y me ha
-Y ¿a mí? -preguntó dándose un palmazo en la pierna de venido siguiendo.
palo-. ¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta
Don Santos cogió la vara.
años y yo trabajo... ¡Hay que dejarse de mañas!
-¡Una boca más en el corralón!
Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro
de su hermano. Media hora después regresaron con los Enrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la
cubos casi vacíos. puerta.

-¡No podía más! -dijo Enrique al abuelo-. Efraín está -¡No le hagas nada, abuelito! Le daré yo de mi comida.
medio cojo.
Don Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo en el
Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara lodo.
una sentencia.
-¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes!

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Cuento Latinoamericano
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Enrique abrió la puerta de la calle. -Te he traído este regalo, mira -dijo mostrando al perro-.
Se llama Pedro, es para ti, para que te acompañe...
-Si se va él, me voy yo también.
Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos
El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para insistir: jugarán todo el día. Le enseñarás a que te traiga piedras

-No come casi nada..., mira lo flaco que está. Además, en la boca.

desde que Efraín está enfermo, me ayudará. Conoce ¿Y el abuelo? -preguntó Efraín extendiendo su mano
bien el muladar y tiene buena nariz para la basura. hacia el animal.

Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se -El abuelo no dice nada -suspiró Enrique.
condensaba la garúa. Sin decir nada, soltó la vara, cogió
Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había
los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero.
empezado a caer. La voz del abuelo llegaba:
Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al
-¡Pascual, Pascual... Pascualito!
corazón corrió donde su hermano.
Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se
-¡Pascual, Pascual... Pascualito! -cantaba el abuelo.
inquietaron, porque en esta época el abuelo se ponía
-Tú te llamarás Pedro -dijo Enrique acariciando la cabeza intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el
de su perro e ingresó donde Efraín. corralón, hablando solo, dando de varillazos al

Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto,

revolcaba de dolor sobre el colchón. Tenía el pie echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos

hinchado, como si fuera de jebe y estuviera lleno de aire. silenciosos, lanzaba un salivazo cargado de rencor.

Los dedos habían perdido casi su forma.

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Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se -¡Está muy mal engañarme de esta manera! -plañía-.
acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra. Abusan de mí porque no puedo caminar. Saben bien que
soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al
-¡Mugre, nada más que mugre! -repitió toda la noche el
diablo y me ocuparía yo solo de Pascual!
abuelo, mirando la luna.
Efraín se despertó quejándose y Enrique comenzó a
A la mañana siguiente Enrique amaneció resfriado. El
toser.
viejo, que lo sintió estornudar en la madrugada, no dijo
nada. En el fondo, sin embargo, presentía una catástrofe. -¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son
Si Enrique enfermaba, ¿quién se ocuparía de Pascual? basura, nada más que basura! ¡Unos pobres gallinazos
La voracidad del cerdo crecía con su gordura. Gruñía por sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El abuelo
las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del está fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy día no habrá
corralón de Nemesio, que vivía a una cuadra, se habían comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no
venido a quejar. puedan levantarse y trabajar!

Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y
levantar. Había tosido toda la noche y la mañana lo volcarse en la calle. Media hora después regresó
sorprendió temblando, quemado por la fiebre. aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro de la
Baja Policía lo había ganado. Los perros, además,
-¿Tú también? -preguntó el abuelo.
habían querido morderlo.
Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió
-¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida
furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.
hasta que no trabajen!

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Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo o una zanahoria cruda, con el propósito de excitar su
que renunciar. Su pierna de palo había perdido la apetito creyendo así hacer más refinado su castigo.
costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y
Efraín ya no tenía fuerzas para quejarse. Solamente
cada paso que daba era como un lanzazo en la ingle. A
Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y
la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su
al mirar a los ojos del abuelo creía desconocerlo, como si
colchón, sin otro ánimo que para el insulto.
ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las
-¡Si se muere de hambre -gritaba -será por culpa de noches, cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro entre
ustedes! sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo
gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y el
Desde entonces empezaron unos días angustiosos,
abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A
interminables. Los tres pasaban el día encerrados en el
veces se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. A la
cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión
luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero a
forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua, Enrique tosía.
la huerta, levantando los puños, atropellando lo que
Pedro se levantaba y después de hacer un recorrido por
encontraba en su camino. Por último reingresaba en su
el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que
cuarto y se quedaba mirándolos fijamente, como si
depositaba en las manos de sus amos. Don Santos, a
quisiera hacerlos responsables del hambre de Pascual.
medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les
lanzaba miradas feroces. A mediodía se arrastraba hasta La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual
la esquina del terreno donde crecían verduras y lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había oído decir
preparaba su almuerzo, que devoraba en secreto. A que los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos
veces aventaba a la cama de sus nietos alguna lechuga como los hombres. El abuelo permaneció en vela, sin

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apagar siquiera el farol. Esta vez no salió al corralón ni -Ahora mismo... al muladar... lleva los dos cubos, cuatro
maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba cubos...
fijamente la puerta. Parecía amasar dentro de sí una
Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera.
cólera muy vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla.
La fatiga del hambre y de la convalecencia lo hacían
Cuando el cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas,
trastabillar. Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro
abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia
quiso seguirlo.
sus nietos y lanzó un rugido:
-Tú no. Quédate aquí cuidando a Efraín.
¡Arriba, arriba, arriba! -los golpes comenzaron a llover-.
¡A levantarse haraganes! ¿Hasta cuándo vamos a estar Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de

así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!... la mañana. En el camino comió yerbas, estuvo a punto
de mascar la tierra. Todo lo veía a través de una niebla
Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó, aplastándose
mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi
contra la pared. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo
como un pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo más
hasta volverlo insensible a los golpes. Veía la vara
entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron
alzarse y abatirse sobre su cabeza como si fuera una
rebosantes emprendió el regreso. Las beatas, los
vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.
noctámbulos, los canillitas descalzos, todas las
-¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la
saldré, yo iré al muladar! ciudad. Enrique, devuelto a su mundo, caminaba feliz
entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado
El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en
por la hora celeste.
recuperar el aliento.

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Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que Enrique salió del cuarto.
lo obligó a detenerse. Era como si allí, en el dintel,
-¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?
terminara un mundo y comenzara otro fabricado de
barro, de rugidos, de absurdas penitencias. Lo Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la

sorprendente era, sin embargo, que esta vez reinaba en mirada en la pared. Enrique tuvo un mal presentimiento.

el corralón una calma cargada de malos presagios, como De un salto se acercó al viejo.

si toda la violencia estuviera en equilibrio, a punto de -¿Dónde está Pedro?


desplomarse. El abuelo, parado al borde del chiquero,
Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo
miraba hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo desde
en medio del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo
su pierna de palo. Enrique hizo ruido pero el abuelo no
del perro.
se movió.
-¡No! -gritó Enrique tapándose los ojos-. ¡No, no! -y a
-¡Aquí están los cubos!
través de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Este la
Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo.
soltó los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose
apenas lo vio, comenzó a gemir: de su camisa, gritando, pataleando, tratando de mirar sus

-Pedro... Pedro... ojos, de encontrar una respuesta.

-¿Qué pasa? -¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué?

-Pedro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un

después lo sentí aullar. manotón a su nieto que lo hizo rodar por tierra. Desde allí

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Enrique observó al viejo que, erguido como un gigante,


miraba obstinadamente el festín de Pascual. Estirando la
un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo.
mano encontró la vara que tenía el extremo manchado
Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se
de sangre. Con ella se levantó de puntillas y se acercó al
había aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a
viejo.
divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció
-¡Voltea! -gritó-. ¡Voltea! que lo llamaba por su nombre, con un tono de ternura
que él nunca había escuchado.
Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba
el aire y se estrellaba contra su pómulo. ¡A mí, Enrique, a mí!...

-¡Toma! -chilló Enrique y levantó nuevamente la mano. -¡Pronto! -exclamó Enrique, precipitándose sobre su
Pero súbitamente se detuvo, temeroso de lo que estaba hermano -¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al
haciendo y, lanzando la vara a su alrededor, miró al chiquero! ¿Debemos irnos de acá!
abuelo casi arrepentido. El viejo, cogiéndose el rostro,
-¿Adónde? -preguntó Efraín.
retrocedió un paso, su pierna de palo tocó tierra húmeda,
resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas al -¿Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo,

chiquero. donde los gallinazos!

Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído -¡No me puedo parar!

pero no se escuchaba ningún ruido. Poco a poco se fue Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo
aproximando. El abuelo, con la pata de palo quebrada, estrechó contra su pecho. Abrazados hasta formar una
estaba de espaldas en el fango. Tenía la boca abierta y sola persona cruzaron lentamente el corralón. Cuando
sus ojos buscaban a Pascual, que se había refugiado en

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abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.
celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva,
abría ante ellos su gigantesca mandíbula.

Por las azoteas


Julio Ramón Ribeyro
botas paternales o blandir como una jabalina la escoba
A los diez años yo era el monarca de las azoteas y que perdió su paja. Nada me estaba vedado: podía
gobernaba pacíficamente mi reino de objetos destruidos.
construir y destruir y con la misma libertad con que
Las azoteas eran los recintos aéreos donde las personas insuflaba vida a las pelotas de jebe reventadas, presidía
mayores enviaban las cosas que no servían para nada: la ejecución capital de los maniquíes.
se encontraban allí sillas cojas, colchones
despanzurrados, maceteros rajados, cocinas de carbón, Mi reino, al principio, se limitaba al techo de mi casa,
muchos otros objetos que llevaban una vida purgativa, a pero poco a poco, gracias a valerosas conquistas, fui
medio camino entre el uso póstumo y el olvido. Entre extendiendo sus fronteras por las azoteas vecinas. De
todos estos trastos yo erraba omnipotente, ejerciendo la estas largas campañas, que no iban sin peligros -pues
potestad que me fue negada en los bajos. Podía ahora había que salvar vallas o saltar corredores abismales-
pintar bigotes en el retrato del abuelo, calzar las viejas regresaba siempre enriquecido con algún objeto que se
añadía a mi tesoro o con algún rasguño que acrecentaba

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mi heroísmo. La presencia esporádica de alguna saltar en esa tierra nueva, divisé a un hombre sentado en
sirvienta que tendía ropa o de algún obrero que reparaba una perezosa. El hombre parecía dormir. Su cabeza caía
una chimenea, no me causaba ninguna inquietud pues sobre su hombro y sus ojos, sombreados por un amplio
yo estaba afincado soberanamente en una tierra en la sombrero de paja, estaban cerrados. Su rostro mostraba
cual ellos eran solo nómades o poblaciones una barba descuidada, crecida casi por distracción, como
trashumantes. la barba de los náufragos.

En los linderos de mi gobierno, sin embargo, había una Probablemente hice algún ruido pues el hombre
zona inexplorada que siempre despertó mi codicia. Varias enderezó la cabeza y quedo mirándome perplejo. El
veces había llegado hasta sus inmediaciones pero una gesto que hizo con la mano lo interpreté como un signo
alta empalizada de tablas puntiagudas me impedía seguir de desalojo, y dando un salto me alejé a la carrera.
adelante. Yo no podía resignarme a que este accidente
natural pusiera un límite a mis planes de expansión. Durante los días siguientes pasé el tiempo en mi azotea
fortificando sus defensas, poniendo a buen recaudo mis
A comienzos del verano decidí lanzarme al asalto de la tesoros, preparándome para lo que yo imaginaba que
tierra desconocida. Arrastrando de techo en techo un sería una guerra sangrienta. Me veía ya invadido por el
velador desquiciado y un perchero vetusto, llegué al hombre barbudo; saqueado, expulsado al atroz mundo
borde de la empalizada y construí una alta torre. de los bajos, donde todo era obediencia, manteles
Encaramándome en ella, logre pasar la cabeza. Al blancos, tías escrutadoras y despiadadas cortinas. Pero
principio sólo distinguí una azotea cuadrangular, partida en los techos reinaba la calma más grande y en vano
al medio por una larga farola. Pero cuando me disponía a pasé horas atrincherado, vigilando la lenta ronda de los

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gatos o, de vez en cuando, el derrumbe de alguna


cometa de papel. Esta invitación, si no equivalía a una rendición
En vista de ello decidí efectuar una salida para incondicional, revelaba al menos el deseo de
cerciorarme con qué clase de enemigo tenía que parlamentar. Asegurando bien mis armamentos, trepé por
vérmelas, si se trataba realmente de un usurpador o de el perchero y salté al otro lado de la empalizada. El
algún fugitivo que pedía tan solo derecho de asilo. hombre me miraba sonriente. Sacando un pañuelo
Armado hasta los dientes, me aventuré fuera de mi fortín blanco del bolsillo -¿era un signo de paz?- se enjugó la
y poco a poco fui avanzando hacia la empalizada. En frente.
lugar de escalar la torre, contorneé la valla de maderas,
buscando un agujero. Por entre la juntura de dos tablas -Hace rato que estas allí -dijo-. Tengo un oído muy fino.
apliqué el ojo y observé: el hombre seguía en la Nada se me escapa... ¡Este calor!
perezosa, contemplando sus largas manos trasparentes -¿Quién eres tú? -le pregunté.
o lanzando de cuando en cuando una mirada hacia el -Yo soy el rey de la azotea -me respondió.
cielo, para seguir el paso de las nubes viajeras. -¡No puede ser! -protesté- El rey de la azotea soy yo.
Todos los techos son míos. Desde que empezaron las
Yo hubiera pasado toda la mañana allí, entregado con vacaciones paso todo el tiempo en ellos. Si no vine antes
delicia al espionaje, si es que el hombre, después de por aquí fue porque estaba muy ocupado por otro sitio.
girar la cabeza no quedara mirando fijamente el agujero.
-No importa -dijo-. Tú serás el rey durante el día y yo
-Pasa -dijo haciéndome una seña con la mano-. Ya sé durante la noche.
que estás allí. Vamos a conversar.

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-No -respondí-. Yo también reinaré durante la noche. el hombre dijo que no sabía nada. Y sólo entonces lo
Tengo una linterna. Cuando todos estén dormidos, dejaron en paz».
caminaré por los techos.
-Está bien -me dijo-. ¡Reinarás también por la noche! Te Al decir esto, se echó a reír con una risa tan fuerte que
regalo las azoteas pero déjame al menos ser el rey de terminó por ahogarse. Al ver que yo lo miraba sin
los gatos. inmutarme, se puso serio.

Su propuesta me pareció aceptable. Mentalmente lo -No te ha gustado mi cuento -dijo-. Te voy a contar otro,
convertía ya en una especie de pastor o domador de mis otro mucho más fácil: «Había una vez un famoso imitador
rebaños salvajes. de circo que se llamaba Max. Con unas alas falsas y un
pico de cartón, salía al ruedo y comenzaba a dar de
-Bueno, te dejo los gatos. Y las gallinas de la casa de al saltos y a piar. ¡El avestruz! decía la gente, señalándolo,
lado, si quieres. Pero todo lo demás es mío. y se moría de risa. Su imitación del avestruz lo hizo
-Acordado -me dijo-. Acércate ahora. Te voy a contar un famoso en todo el mundo. Durante años repitió su
cuento. Tú tienes cara de persona que le gustan los número, haciendo gozar a los niños y a los ancianos.
cuentos. ¿No es verdad? Escucha, pues: «Había una vez Pero a medida que pasaba el tiempo, Max se iba
un hombre que sabía algo. Por esta razón lo colocaron volviendo más triste y en el momento de morir llamó a
en un púlpito. Después lo metieron en una cárcel. sus amigos a su cabecera y les dijo: ‘Voy a revelarles un
Después lo internaron en un manicomio. Después lo secreto. Nunca he querido imitar al avestruz, siempre he
encerraron en un hospital. Después lo pusieron en un querido imitar al canario’».
altar. Después quisieron colgarlo de una horca. Cansado,

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Esta vez el hombre no rió sino que quedó pensativo, -Te estaba esperando -me dijo el hombre-. Me aburro, he
mirándome con sus ojos indagadores. leído ya todos mis libros y no tengo nada qué hacer.

-¿Quién eres tú? -le volví a preguntar- ¿No me habrás En lugar de acercarme a él, que extendía una mano
engañado? ¿Por qué estás todo el día sentado aquí? amigable, lancé una mirada codiciosa hacia un
¿Por qué llevas barba? ¿Tú no trabajas? ¿Eres un vago? amontonamiento de objetos que se distinguía al otro lado
-¡Demasiadas preguntas! -me respondió, alargando un de la farola. Vi una cama desarmada, una pila de botellas
brazo, con la palma vuelta hacia mí- Otro día te vacías.
responderé. Ahora vete, vete por favor. ¿Por qué no
regresas mañana? Mira el sol, es como un ojo… ¿lo ves? -Ah, ya sé -dijo el hombre-. Tú vienes solamente por los
Como un ojo irritado. El ojo del infierno. trastos. Puedes llevarte lo que quieras. Lo que hay en la
azotea -añadió con amargura- no sirve para nada.
Yo miré hacia lo alto y vi solo un disco furioso que me -No vengo por los trastos -le respondí-. Tengo bastantes,
encegueció. Caminé, vacilando, hasta la empalizada y tengo más que todo el mundo.
cuando la salvaba, distinguí al hombre que se inclinaba -Entonces escucha lo que te voy a decir: el verano es un
sobre sus rodillas y se cubría la cara con su sombrero de dios que no me quiere. A mí me gustan las ciudades
paja. frías, las que tienen allá arriba una compuerta y dejan
caer sus aguas. Pero en Lima nunca llueve o cae tan
Al día siguiente regresé. pequeño rocío que apenas mata el polvo. ¿Por qué no
inventamos algo para protegernos del sol?

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-Una sombrilla -le dije-, una sombrilla enorme que tape El hombre quedo mirándome sin entenderme.
toda la ciudad.
-¡Ah, la sombrilla! -exclamó- La haremos mejor de piel,
-Eso es, una sombrilla que tenga un gran mástil, como el ¿qué te parece? De piel humana. Cada cual dará una
de la carpa de un circo y que pueda desplegarse desde oreja o un dedo. Y al que no quiera dárnoslo, se lo
el suelo, con una soga, como se iza una bandera. Así arrancaremos con una tenaza.
estaríamos todos para siempre en la sombra. Y no
sufriríamos. Yo me eche a reír. El hombre me imitó. Yo me reía de su
risa y no tanto de lo que había imaginado -que le
Cuando dijo esto me di cuenta que estaba todo mojado, arrancaba a mi profesora la oreja con un alicate- cuando
que la transpiración corría por sus barbas y humedecía el hombre se contuvo.
sus manos.
-Es bueno reír -dijo-, pero siempre sin olvidar algunas
-¿Sabes por qué estaban tan contentos los portapliegos cosas: por ejemplo, que hasta las bocas de los niños se
de la oficina? -me pregunto de pronto-. Porque les llenarían de larvas y que la casa del maestro será
habían dado un uniforme nuevo, con galones. Ellos convertida en cabaret por sus discípulos.
creían haber cambiado de destino, cuando sólo se
habían mudado de traje. A partir de entonces iba a visitar todas las mañanas al
hombre de la perezosa. Abandonando mi reserva,
-¿La construiremos de tela o de papel? -le pregunté. comencé a abrumarlo con toda clase de mentiras e
invenciones. Él me escuchaba con atención, me

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interrumpía sólo para darme crédito y alentaba con -Yo soy eso, sencillamente, eso y nada más, nunca lo
pasión todas mis fantasías. La sombrilla había dejado de olvides: un trasto.
preocuparnos y ahora ideábamos unos zapatos para
andar sobre el mar, unos patines para aligerar la fatiga Otro día me dijo:
de las tortugas.
-Yo soy como ese hombre que después de diez años de
A pesar de nuestras largas conversaciones, sin embargo, muerto resucitó y regresó a su casa envuelto en su
yo sabía poco o nada de él. Cada vez que lo interrogaba mortaja. Al principio, sus familiares se asustaron y
sobre su persona, me daba respuestas disparatadas u huyeron de él. Luego se hicieron los que no lo
oscuras: reconocían. Luego lo admitieron pero haciéndole ver que
ya no tenía sitio en la mesa ni lecho donde dormir. Luego
-Ya te lo he dicho: yo soy el rey de los gatos. ¿Nunca has lo expulsaron al jardín, después al camino, después al
subido de noche? Si vienes alguna vez verás cómo me otro lado de la ciudad. Pero como el hombre siempre
crece un rabo, cómo se afilan mis uñas, cómo se tendía a regresar, todos se pusieron de acuerdo y lo
encienden mis ojos y cómo todos los gatos de los asesinaron.
alrededores vienen en procesión para hacerme
reverencias. A mediados del verano, el calor se hizo insoportable. El
sol derretía el asfalto de las pistas, donde los
O decía: saltamontes quedaban atrapados. Por todo sitio se
respiraba brutalidad y pereza. Yo iba por las mañanas a
la playa en los tranvías atestados, llegaba a casa

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arenoso y famélico y después de almorzar subía a la dedo meñique sería un mundo a su lado. Pero ¿no decía
azotea para visitar al hombre de la perezosa. un escritor famoso que las cosas más pequeñas son las
que más nos atormentan, como, por ejemplo, los botones
Este había instalado un parasol al lado de su sillona y se de la camisa?
abanicaba con una hoja de periódico. Sus mejillas se
habían ahuecado y, sin su locuacidad de antes, Ese día me estuvo hablando hasta tarde, hasta que el sol
permanecía silencioso, agrio, lanzando miradas coléricas de brujas encendió los cristales de las farolas y crecieron
al cielo. largas sombras detrás de cada ventana teatina.

-¡El sol, el sol! -repetía-. Pasará él o pasaré yo. ¡Si Cuando me retiraba, el hombre me dijo:
pudiéramos derribarlo con una escopeta de corcho!
-Pronto terminarán las vacaciones. Entonces, ya no
Una de esas tardes me recibió muy inquieto. A un lado de vendrás a verme. Pero no importa, porque ya habrán
su sillona tenía una caja de cartón. Apenas me vio, llegado las primeras lloviznas.
extrajo de ella una bolsa con fruta y una botella de
limonada. En efecto, las vacaciones terminaban. Los muchachos
vivíamos ávidamente esos últimos días calurosos,
-Hoy es mi santo -dijo-. Vamos a festejarlo. ¿Sabes lo sintiendo ya en lontananza un olor a tinta, a maestro, a
que es tener treinta y tres años? Conocer de las cosas el cuadernos nuevos. Yo andaba oprimido por las azoteas,
nombre, de los países el mapa. Y todo por algo inspeccionando tanto espacio conquistado en vano,
infinitamente pequeño, tan pequeño -que la uña de mi

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sabiendo que se iba a pique mi verano, mi nave de oro -¿Por qué no me habías dicho que hablabas con ese
cargada de riquezas. hombre? ¡Ya verás esta noche cuando venga tu papá!
Nunca más subirás a la azotea.
El hombre de la perezosa parecía consumirse. Bajo su Esa noche mi papá me dijo:
parasol, lo veía cobrizo, mudo, observando con ansiedad -Ese hombre está marcado. Te prohíbo que vuelvas a
el último asalto del calor, que hacía arder la torta de los verlo. Nunca más subirás a la azotea.
techos. Mi mamá comenzó a vigilar la escalera que llevaba a los
-¡Todavía dura! -decía señalando el cielo- ¿No te parece techos. Yo andaba asustado por los corredores de mi
una maldad? Ah, las ciudades frías, las ventosas. casa, por las atroces alcobas, me dejaba caer en las
Canícula, palabra fea, palabra que recuerda a un arma, a sillas, miraba hasta la extenuación el empapelado del
un cuchillo. comedor -una manzana, un plátano, repetidos hasta el
Al día siguiente me entregó un libro: infinito- u hojeaba los álbumes llenos de parientes
-Lo leerás cuando no puedas subir. Así te acordarás de muertos. Pero mi oído sólo estaba atento a los rumores
tu amigo..., de este largo verano. del techo, donde los últimos días dorados me
Era un libro con grabados azules, donde había un aguardaban. Y mi amigo en ellos, solitario entre los
personaje que se llamaba Rogelio. Mi madre lo descubrió trastos.
en el velador. Yo le dije que me lo había regalado «el
hombre de la perezosa». Ella indagó, averiguó y Se abrieron las clases en días aun ardientes. Las
cogiendo el libro con un papel, fue corriendo a arrojarlo a ocupaciones del colegio me distrajeron. Pasaba
la basura. mañanas interminables en mi pupitre, aprendiendo los
nombres de los catorce incas y dibujando el mapa del

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Perú con mis lápices de cera. Me parecían lejanas las cuerpos mutilados. Yo atravesé, angustiado, mis
vacaciones, ajenas a mí, como leídas en un almanaque dominios y a través de barandas y tragaluces llegué a la
viejo. empalizada. Encaramándome en el perchero, me asomé
al otro lado. Solo vi un cuadrilátero de tierra humedecida.
Una tarde, el patio de recreo se ensombreció, una brisa La sillona, desarmada, reposaba contra el somier
fría barrió el aire caldeado y pronto la garúa comenzó a oxidado de un catre. Caminé un rato por ese reducto frío,
resonar sobre las palmeras. Era la primera lluvia de tratando de encontrar una pista, un indicio de su antigua
otoño. De inmediato me acordé de mi amigo, lo vi, lo vi palpitación. Cerca de la sillona había una escupidera de
jubiloso recibiendo con las manos abiertas esa agua loza. Por la larga farola, en cambio, subía la luz, el rumor
caída del cielo que lavaría su piel, su corazón. de la vida. Asomándome a sus cristales vi el interior de la
casa de mi amigo, un corredor de losetas por donde
Al llegar a casa estaba resuelto a hacerle una visita. hombres vestidos de luto circulaban pensativos.
Burlando la vigilancia materna, subí a los techos. A esa
hora, bajo ese tiempo gris, todo parecía distinto. En los
Entonces comprendí que la lluvia había llegado
cordeles, la ropa olvidada se mecía y respiraba en la
demasiado tarde.
penumbra, y contra las farolas los maniquís parecían

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La canción que cantábamos todos los días


Luciano Lamberti
Me llamo Tomás, tengo treinta años, vivo con mi padre. directamente. Otro que se metió en nuestra familia y la
Somos dos solitarios en una casa grande que se cruzan devoró por dentro.
a horas insólitas y se tratan con respeto, pero podemos
Fue un 13 de abril. Me acuerdo bien de la fecha porque
pasar días enteros sin vernos. Los jueves viene una
coincide con el cumpleaños de mi madre. Esa vez cayó
señora que barre los pisos, lava los platos acumulados y
domingo y comimos un asado en un parador, al borde de
deja brillantes los muebles. Tengo un hermano mayor,
la ruta 9, yendo para Zenón Pereyra. Los domingos los
ingeniero en sistemas, que vive en las sierras con su
asadores se llenaban de gente que estacionaba bajo los
familia, y a veces los vamos a visitar. Nos turnamos al
árboles y se pasaba el día entero ahí, oyendo el partido
volante, porque a mi padre se le cansa la vista. Salimos
con la puerta del auto abierta, pero en ese domingo en
el sábado temprano y volvemos el domingo después del
particular no había casi nadie. Una pareja sola, que
almuerzo, para no agarrar la ruta congestionada.
comió y se fue temprano.
Pero lo que quiero contar es otra cosa. Algo que no le
Bueno, detrás de los asadores, cruzando un alambrado,
conté nunca a nadie.
estaba el bosquecito. Era un monte de esos árboles que
Mi hermano, el de las sierras, no es el original. Es algo se llaman siempreverdes, que habían nacido regados por
en el cuerpo de mi hermano, algo que lo reemplazó. la desembocadura del canal y cuyas hojas podridas
Hace muchos años desapareció en el “bosquecito” y formaban un colchón en el piso. Si uno se metía cien
nunca volvió. Quiero decir: volvió, pero ya no era él. No metros el lugar se ponía feo, con pedazos de vidrio
es que estuviera distinto, o cambiado. Era otro, emergiendo del barro, chapas podridas, perros muertos

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inflados por la descomposición y ratas del tamaño de un ojos y me preguntó por él, con las cejas fruncidas por la
gato saliendo entre los escombros. De ahí vino lo que preocupación. A lo mejor había tenido una pesadilla, uno
ocupó el cuerpo de mi hermano. de sus “pálpitos”. Levanté los hombros: no sabía. Mi
madre se acercó al alambrado y lo llamó. Gritó varias
Hay una foto de esa tarde. La tengo cerca mientras
veces su nombre. Despertó a mi padre y lo llamamos
escribo, porque marca el momento exacto en el que todo
entre los tres. Después oímos el chasquido de una rama
comenzó a deteriorarse. Ahí estamos los cuatro, frente
al quebrarse y mi hermano salió de entre los árboles con
los árboles, a un costado asoma la cola celeste del
el walkman puesto. Se quedó mirándonos. Recuerdo esa
Dodge. Mi madre todavía es joven y tiene un ojo cerrado
expresión y me da frío.
porque el sol le da en la cara. Un cigarrillo humea entre
los dedos de mi padre. Mi hermano sonríe, con los –Sacate eso de las orejas haceme el favor –lo retó mi
auriculares del walkman colgados del cuello. Es una madre.
sonrisa maravillosa, una sonrisa que dice: mírenme,
Mi hermano tardó en reaccionar. Cuando lo hizo, movió
tengo diecisiete años, soy nuevo en el mundo, estoy
la mano para sacarse los auriculares con un gesto que
lleno de brasas. Su sonrisa está congelada en esa foto:
no era para nada suyo. Entonces sospeché que algo
es la última vez que la vamos a ver.
andaba mal, algo difícil de definir. Pero no dije nada,
Después de esa foto comimos la torta y mis padres se ¿qué iba a decir? Nos subimos al auto y volvimos a casa.
tiraron en las reposeras y se quedaron dormidos. Yo me
Al mes lo llevaron a un médico, el primero: el doctor
senté contra un árbol y me puse a leer una revista de
Ferro. Le hizo radiografías de la cabeza y algunos
historietas. No vi lo que hacía mi hermano. Pasaron, no
exámenes, después habló con mis padres. Físicamente,
sé, diez o quince minutos. Entonces mi madre abrió los
dijo, mi hermano estaba bien, a lo mejor el problema

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tenía que ver con la adolescencia, la efervescencia cerca. No soportaba su presencia. Antes era una pesada
hormonal, el rechazo del mundo, incluso la depresión, que lo despeinaba y le decía que estaba cada día más
¿quién no se deprime a los diecisiete años? churro, cosas que hacen las madres con sus hijos, pero
desde la tarde en el bosquecito no lo tocaba. Incluso le
Así que les dio el número de un sicólogo, que habló con
costaba estar cerca suyo: enseguida se ponía nerviosa.
mi hermano y les repitió a mis padres el diagnóstico de
Lo mismo nos pasaba a mi padre y a mí: una parte de tu
Ferro: era un chico sano, perfectamente sano. Un poco
cuerpo sentía una repulsión instintiva hacia él. Ganas de
callado, un poco retraído, pero sano.
irse lejos y no volver nunca.
–Usted no entiende –dijo mi madre–. Ese chico es otra
No hablamos mucho del tema. Con mi padre recuerdo
persona. No es mi hijo.
haberlo hablado una sola vez. Estábamos sentados en el
El sicólogo levantó los hombros. auto, frente al pabellón de deportes donde yo tenía mi
–La personalidad de su hijo está fluctuando por la edad. hora de gimnasia. Él había insistido en llevarme, aunque
Va a tener que aceptarlo así. siempre me iba caminando o en bicicleta, y cuando me
estaba por bajar me dijo que quería preguntarme algo.
Pero mi madre no lo aceptó. Lo llevó a otros médicos, a
Pensó un rato:
un homeópata, a un parasicólogo, a curanderas. La idea
la obsesionaba. Con el tiempo comenzaría a perder el –¿Vos te diste cuenta?
control de su vida: a fumar en exceso, a descuidar su Hice que sí con la cabeza.
aspecto personal, a sufrir largos períodos de insomnio en
–Respira distinto –dije.
los que la idea rebotaba en su cabeza como una pelotita
de pinball. Mi hermano era otro y ella no podía estar Yo compartía habitación con él y lo oía de noche.

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–¿Cómo distinto? interior de un pozo, en la tierra. Era un pozo muy


profundo, la salida se veía como una moneda de luz en
–Distinto, raro. Respira como si fuera otra persona. Y a
lo alto, y él se había roto las uñas tratando de trepar.
veces prendo la luz y está sentado en la cama, con los
Estaba flaco, se le notaban las costillas. Gritaba y
ojos abiertos. Me da miedo.
gritaba.
Mi padre se quedó callado un rato y al final dijo:
–Me despierto angustiada, y le pido a Dios no soñar de
–Tu mamá está deprimida. Ayudala, no la hagas renegar, nuevo con eso –me contó mi madre–. A veces Dios me
portate bien, ¿sí? escucha.
Estuve a punto de contarle de los sueños. Del sueño que Un día mi madre lo miró y le dijo:
había tenido la noche anterior. Pero preferí no hacerlo.
–¿Por qué no te vas?
–Sí –le dije, y me bajé del auto.
–Tranquila –dijo mi padre.
Los sueños eran todos más o menos parecidos. Mi
Estábamos almorzando con la televisión prendida, era un
hermano andaba por la casa sin prender la luz ni hacer
sábado o un domingo. Mi hermano pinchó un raviol, se lo
ruido. Se acercaba a las fotos colgadas en la pared y las
llevó a la boca y masticó sin quitar los ojos de la
miraba. Se acercaba a mi cama, se acercaba a la cama
televisión.
de mis padres, nos miraba. Sus ojos eran completamente
negros. Después volvía a acostarse. –Yo sé quién sos. Lo sé muy bien –dijo mi madre,
asintiendo.
Mi madre también soñaba, pero no lo supe hasta mucho
después. Soñaba con –como lo llamó– tu “verdadero –Tranquila –repitió mi padre.
hermano”. Mi verdadero hermano, me dijo, estaba en el

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Mi madre se levantó y fue a fumar al patio. escondidas en el lavadero, meses en los que todos
preferíamos estar en cualquier parte menos en casa. Una
En ese entonces ya éramos una familia solitaria. Unos
mañana la portera vino al aula y habló con la maestra en
meses después del incidente del bosquecito los amigos
voz baja, mirándome. Después la maestra me pidió que
de mi hermano dejaron de venir. No dieron explicaciones.
guardara los útiles. Mi padre me esperaba en la entrada.
Después mi madre se encontró con uno en la calle, que
En su cara advertí que algo había pasado, algo feo.
le dijo que quedarse solo con él le ponía la piel de
gallina, y le mostró el brazo: recordarlo también le ponía –Tu mamá tuvo un ataque de nervios –me explicó en el
la piel de gallina. Con los parientes pasó lo mismo. auto, negando con la cabeza–. Quiso cortar a tu hermano
Incluso con algunos vecinos que antes siempre andaban con un cuchillo.
dando vueltas por casa. Mi hermano los incomodaba. Así
Después supe que mi madre había cometido el error de
que también ellos dejaron de venir.
contarles, primero a la policía y después a un sicólogo su
Yo me despertaba gritando por las noches y mi padre teoría sobre el cambio de mi hermano. Les explicó que
prendía la luz. había sido reemplazado por un espíritu que vive en la
madera de los árboles, algo que había leído en alguna
–¿Le hiciste algo? –le preguntaba a mi hermano.
revista. El espíritu viviría en su cuerpo hasta desgastarlo,
Hablaba con violencia, como si estuviera a punto de y luego saltaría a otro, y a otro, y a otro. Era como un
pegarle una trompada. parásito. Y lo que ella había hecho fue intentar liberarlo.
Mi hermano se daba vuelta y se hacía el dormido. Eso les dijo.

No sé cuánto duró esta situación. Meses probablemente. La llevaron a un hospital siquiátrico y por quince días no
Meses de comidas tensas, meses de mi madre llorando a nos dejaron verla. Se estaba estabilizando, le explicó el

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siquiatra a mi padre. Fuimos por primera vez un domingo –No te vayas a quedar solo con ese. Es malo, está lleno
a la tarde. Mi hermano tenía gasas pegadas con cinta en de odio. Nos odia a los tres. Nos odia porque somos
la cara y los brazos, porque en algunos cortes debieron distintos. ¿Vos me entendés, mi amor?
hacerle puntos. Nos sentamos en una mesa de cemento,
Yo le digo que sí. Que entiendo.
en el patio, mirando a las internas que recibían las visitas
de sus familias. Cada familia tiene su canción, la canción que canta todos
los días. Una canción hecha de pequeños gestos que les
Al rato una enfermera la trajo. Era una mujer corpulenta y
permite vivir juntos, dejar pasar el tiempo, no pensar.
llevaba a mi madre del brazo. Mi madre caminaba
Mientras se canta esa canción, el fuego arderá en alguna
arrastrando los pies, con un equipo de jogging celeste y
parte. Y si la canción se calla, la familia explota como una
las manos extendidas, como si estuviera ciega. Cuando
gran bomba y sus miembros son esparcidos como
reconoció a mi hermano, a lo lejos, empezó a gritar y
esquirlas en cualquier dirección. Por eso cantamos todos
luchar en los brazos de la mujer. Tuvo que acercarse otra
los días lo mismo: para permanecer juntos. Para que el
y entre las dos la sujetaron y le pusieron una inyección.
fuego siga encendido.
Desde entonces, sólo vamos mi padre y yo.
Hace unos meses tuve que hacer un viaje en uno de
Vamos los domingos, y hace más de veinte años que esos colectivos lecheros. Fue desastroso: las luces
repetimos el ritual. Le llevamos cigarrillos, chocolate, individuales estaban rotas, el asiento no se inclinaba, la
revistas. Mi madre está cada vez más ausente, más calefacción era excesiva. En algún momento desperté,
abandonada: cuando se inclina para hablarme al oído ofuscado: el ómnibus estaba detenido en la terminal de
puedo oler la fetidez de su aliento, un olor denso, un pequeño pueblo. Tenía tres plataformas y estaba casi
pesado. Siempre me dice lo mismo. a oscuras. En el piso grasiento había un perro dormido, y

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contra una columna un hombre de pie, con un gran bolso los árboles, mirando las montañas y oyendo el rumor de
Adidas al hombro. Me acuerdo que pensé: qué un arroyo que pasa cerca. Disfrutando de la tranquilidad.
deprimente vivir en un pueblo así. Y entonces volví a No hemos dicho una palabra en veinte minutos.
mirar al tipo y era mi hermano. Sentí una aguja helada en
Miro a mi hermano. Él me mira.
la columna vertebral: era mi hermano, era mi hermano,
era el verdadero, con algunas hebras grises en el pelo y ¿Quién sos?, tendría que preguntarle. ¿Qué sos?

algunos kilos extra, pero era él, Dios y la Virgen Santa. Pero prefiero no saberlo. Después de todo, es mi familia.
Tendría que haberme puesto de pie, haber detenido el
colectivo, haber gritado como loco, pero la verdad es que
me quedé clavado al asiento. El colectivo empezó a
retirarse de las plataformas y no pude hacer nada. Me
tapé la cara y estuve así un buen rato, hasta que las
luces del pueblo quedaron atrás y nos sumergimos en la
oscuridad monstruosa de la ruta.

Ahora estamos sentados en el patio de su casa de


las sierras, mi hermano y yo.

Es un domingo cualquiera, un domingo cálido que


anuncia la cercanía del verano. Hace un rato que mi
padre, la mujer de mi hermano y su hijo duermen la
siesta adentro. Pero nosotros nos quedamos acá, bajo

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