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Universidad Nacional de Colombia

Taller de comprensión y producción de textos


Juliana Pinzón Garrido
Noviembre de 2016

Hacia una comprensión más profunda de la memoria

En el año 2011 David Rieff, intelectual y crítico cultural estadounidense, publicó


Contra la memoria, un libro que puso en tela de juicio la importancia de la memoria
histórica para la sociedad, generando con ello un gran debate y polémica. Él
cuestiona respecto a la utilidad que puede tener la constante rememoración de
eventos históricos trágicos para las sociedades, pues, según su experiencia como
corresponsal de guerra en lugares como Bosnia, Ruanda, Kosovo, Israel-Palestina
e Irak, la constante evocación del pasado es uno de los ingredientes que mantienen
vivo el sentimiento punitivo. Así, su tesis central es que el olvido es una herramienta
imprescindible para lograr la paz.

En el primer capítulo de este libro, Sus huellas en las arenas del tiempo, en el cual
nos centraremos, se plantean varias ideas en torno al sentido de la historia en
relación con nuestro presente y nuestro actuar en él. Sobre la premisa del carácter
temporal de los seres humanos y sus creaciones, como por ejemplo la historia, que
para Rieff es una construcción de sentido variable, se fundamenta principalmente la
idea de que la memoria histórica colectiva puede llegar en algún punto a ser un
ejercicio absurdo.

En efecto, como muestra el autor, la memoria o el acto de recordar no es algo


generalizable, el sentido de recordar determinados eventos históricos trágicos
depende de la proximidad emocional que se tenga con los mismos, ya sea por
haberlos vivido o sentir afinidad con ellos en alguna otra medida. De modo que ese
sentido y valor que pueda haber en el acto de recordar tiene una caducidad. A este
respecto se presentan en el libro diversos ejemplos de momentos trágicos en la
historia de algunos pueblos que son ya tan lejanos en el tiempo, tan lejanos de la

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experiencia y el presente, que recordarlos consiste más en una tradición o
convención que en un hecho significativo. Es por tanto una rememoración absurda.

Las memorias son algo personal, hablar de ellas en un sentido generalizado carece
de significado pues supone que todos compartimos una experiencia relacionada con
los mismo eventos, lo cual es fácticamente imposible. Además, cuando se habla de
memoria histórica colectiva, no nos referimos a hechos recientes, ni siquiera a veces
experimentados por una minoría, sino que se refiere a acontecimientos muy
distantes en el tiempo, que atañen a un colectivo porque ese colectivo entabla con
dicha historia una proximidad psicológica mediada por la identificación dentro de un
Estado-nación. Así pues, para Rieff, este concepto, aparte de carecer de sentido
por su imposibilidad fáctica, está más asociado a la política y a la ideología que
sustenta la unidad nacional que a la historia, pues, la historia como disciplina
académica no permite la construcción de narraciones tan unívocas y claras.

Ya que aquella memoria histórica colectiva no parte de la experiencia, consiste en


una narración elaborada desde una postura de poder, está por tanto viciada por
criterios e intereses particulares. Es una reescritura de ciertos eventos históricos
desde una determinada posición o lugar, que prescinde del rigor histórico,
convirtiéndose así en un mito. Dado que es una narración que surge de un lugar de
enunciación muy particular, con intereses propios, se convierte en una máquina
para producir determinados efectos según se matiza su forma y contenido. Puede
incitar en las masas el odio, el rencor y el deseo de venganza si se sabe usar.

Cabe entonces preguntar, como lo hace Rieff, qué conveniencia puede tener para
la sociedad recordar un pasado que, en primer lugar, carece de verdad científica y,
en segundo lugar, es herramienta de la política y la ideología. Es un conocimiento,
si se lo puede llamar así, que no reporta beneficios ni intelectuales ni emocionales.
Entonces, por qué no reconsiderar el valor, quizá excesivo, que se le da a la
rememoración del pasado, por qué no explorar la idea de que el olvido contribuye

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de manera mucho más evidente a la paz de los pueblos. Es a esta reflexión a la que
nos convoca Contra la memoria.

Personalmente, considero que esta nueva mirada sobre la memoria y la historia es


refrescante, pues abre una nueva perspectiva donde parecía que no era posible
encontrarla. Inconscientemente es aceptada, como si fuese una verdad absoluta, la
importancia de la memoria, se tiende a asumir que la única manera de valorar lo
pasado es recordándolo y hablando de ello, reviviendo las lágrimas y el dolor como
forma de tributo a los ancestros que sufrieron graves vejámenes en el pasado. Pero
como Rieff muestra, se vuelve una obligación moral recordar, mientras que a diario
todo aquello que el conocimiento de la historia debería evitar sigue ocurriendo.
Recordar y conmemorar, cosa a la que el ser humano dedica grandes esfuerzos, no
ha hecho que la humanidad sea mejor, no ha evitado que las guerras continúen
siendo guerras, con toda la violencia radical que implican.

La memoria está sobrevalorada, está más atada a una visión romántica y


melancólica del pasado, se ha vuelto casi una moda a través de la que se muestra
la sensibilidad por las tragedias ocurridas a otros pueblos o al nuestro propio, sin
percatarse de que en la práctica no contribuye a nada; se vuelve más un ejercicio
de vanidad, de ostentación de una sensibilidad profunda que un acto de conciencia
real sobre lo que como seres humanos somos capaces de hacer con miras a evitar
más violencia y guerras. En efecto, como también dice el autor, hay momentos en
los que la memoria como ejercicio particular y de justicia es necesario y reparador,
esos momentos son próximos a los acontecimientos a recordar, pero una vez
superado este escenario, la memoria se vuelve un ancla, un lastre que nos
enceguece a la contradicción manifiesta con nuestro presente, que es al que la
historia debe servir.

El texto de Rieff, diría yo, más que proponer la devaluación del concepto de memoria
en pro del de olvido, lo que pretende es que tengamos una concepción del pasado,
de la historia y de la memoria de la violencia mucho más profunda, menos pasiva e

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inconsciente. Donde el acto de reflexionar sobre el pasado no implique un acto
público donde cada quien expone su afectación o una postura autocomplaciente y
condescendiente, que esta reflexión no se vuelva sensiblería barata para mover a
las masas al igual que cualquier discurso demagógico, sino que sea un ejercicio
mucho más serio, que lleve a concluir que una vez acabado el dolor hay que seguir,
no quedarse a contemplar las profundidades del alma humana y hallar resarcimiento
en eso mientras se descuida el presente. Lo que Rieff propone es una postura
pragmática frente a los traumas del pasado, que dice que para llorar y lamentar
también debe haber un alto pues los pueblos, al igual que los sujetos individuales,
necesitan un poco de olvido para avanzar. La memoria es un arma de doble filo.

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