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Sesión #02:
Recuerdo que los dos micrófonos que tenemos aquí en la mesa son para efectos
de la transmisión web, no son para la sala. Para que todos disfrutemos de esta noche
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el primer consejo es que pongamos el celular en vibrador o lo pongamos en silencio.
Damos un par de segundos para que todos hagamos esto.
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Creo que sí.
Vamos a hablar de eso más adelante. Javier, vos naciste en La Paz Centro en
1984, pero ese mismo año te venís a Managua, donde vivís hasta 1995, cuando
regresás a La Paz Centro. ¿Qué peso tiene en vos estos viajes de tu infancia, este
contraste entre el municipio de La Paz Centro y la urbanidad de la capital?
Hablás de esas inquietudes literarias, sin embargo vos has mencionado que no
tuviste ninguna precocidad literaria, al contrario, y te cito, tuviste “una infancia
maravillosa llena de trivialidades”. ¿En qué momento es que empezás a sentir esa
curiosidad por las letras?
En la sesión anterior, José Adiak comentaba que usualmente las personas que
tienen interés por las letras inician ese camino a través de los versos, ése también fue
tu caso cuando llegabas a los dieciocho años. ¿Cuál es tu primera publicación y qué
recordás de esa primera publicación?
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Recuerdo muy poco. Yo he tenido bastantes exilios en cuanto a la literatura,
deserciones por decirlo así. Es decir, yo escribí en esa época un año pero luego abandoné la
literatura y me dediqué a cosas más importantes como a la universidad, a los estudios.
Luego, pasé dos años, tres años sin tener contacto con libros, con textos, con la literatura;
regresaba con total impunidad y esto es ir y venir en la literatura. Entonces por eso se me
hace difícil fijar porque yo siempre conviví con la literatura de una manera con conflicto
casi, un forcejeo. Por eso te digo, iba y venía de estos escenarios literarios. Nunca he tenido
este fetiche por la escritura, este fetiche por la palabra.
Pero, bueno, tu primer texto es un poema. Vos abandonaste este género y te has
enfocado únicamente en la narrativa y en el ensayo...
Literarias creo que ninguna, de vida muchas. Anduve en todos lados, haciendo un
montón de cosas, estudiando, en ocio, trabajo, saliéndome de clases, haciendo un montón
de cosas; literarias creo que muy pocas, personales muchísimas.
Es que mirá, eso de inquietudes literarias siempre he tenido muchas reservas con
eso, acordate que yo tenía inquietudes bastante provisionales sobre literatura: podía tener
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una temporada de seis meses, leía muchísimo, escribía, pero luego los siguientes dos años
no hacía nada, me dedicaba a otra cosa.
Quién sabe, no sé. Nunca lo racionalicé, no presumo de eso, verdad, cada quien
tiene su ecuación, sus tretas hacia la literatura.
Fe de errata, como te dije en algún momento. Es decir, a los dieciséis años todavía
no tenía la madurez de tomar decisiones tan importantes como una carrera universitaria.
Coincidió con un momento de elucubraciones y de pasión literaria, mal coincidió porque
tuve oportunidad de estudiar otra carrera: medicina, derecho, entonces coincidió con este
momento y me puse a estudiar literatura, creyendo que los escritores se hacen en una
universidad, otro error, otra errata. Uno creyó que la formación literaria, de creación
literaria, se hacía en las universidades y no es así.
Difícil decirlo porque estamos hablando de casi diez años, desde el 2002 hasta el
2007, cinco años. ¿Qué implicó? Bueno, amistades, algunas virtudes monetarias por los
premios, algunos con mayores montos que otros.
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Me referías la otra vez que si algún beneficio literario, yo creo que no, porque luego
de cada premio yo tenía una vida que vivir, no tenía una literatura que escribir. Los premios
pudieron haber significado algo eventualmente, provisionalmente, pero luego había que
vivir, había que estudiar, había que trabajar, había que llevar una vida de hombre, una vida
que vivir, no me iba a escribir un cuento. ¿Me entendés? Creo que significaron muy poco,
más allá de lo que ahora uno ve: “este hombre pasó ganando premios toda su vida,
seguramente estaba satisfecho e iba de premio en premio”, no, en el lapso de un premio a
otro hay muchos vacíos.
¿Seguro?
Tomamos el riesgo.
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Los rostros
Fragmento del cuento publicado en Historia vertical (2011)
Ahora voy a hablar sin poder controlarme, piensa, con mentiras en ocasiones para
poder tenerle algo que contar, atropellándome, adelantándome a sus palabras como un
tributo que tengo que pagarle, mi voz y mis palabras unipersonales, mi enojo rudimentario
por el recibo de la luz, para mostrarle que me tiene a mí, que estoy yo (tasajea la carne,
aprieta la boca como si fuera escupir y encoge el ojo derecho en un gesto ambiguo).
Hurgando en la mañana cualquier incidente que haya sucedido durante su ausencia y
hacerla sentir que todo le pertenece, los días feriados y las fechas de cumpleaños de los
demás, las transformaciones minúsculas, mi escrutinio lento sobre el mundo, contarle que
vinieron dos hombres vestidos de celeste a abatizar porque detectaron un caso de dengue en
el barrio, el niño morenito de la señora que te compra enchilada todos los sábados, que se
acabó el detergente olor a pino que a ella le gusta y que la llave del inodoro gotea y el agua
llega hasta la puerta.
—Nada, que nuevo va a ver, el mismo alboroto. Todo más caro, puta, las chiltomas
subieron quince pesos.
—Uh, sí, hace rato. ¿Me fuiste a esperar? Lo que pasa es que el acarreo me dejó
aquí frente a la casa, le dije a don Eriberto que me hiciera el favor de dejarme por hoy aquí
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—sacude su cuerpo cilíndrico y hace una marcha con fastidio, y se queja sólo para que yo
la escuche— hay que echar veneno aquí, hay un hormiguero del diablo.
—Bueno, lo voy a buscar; sí, te estuve esperando, donde siempre, en la esquina del
ferretero —obesa y con pólipos oscuros en las cuencas de los ojos, pero con un buen humor
que como una membrana la cubre durante el día y le aclara la apariencia.
—No, no vino, a menos que haya venido cuando me fui a esperarte —tricolómana
compulsiva frente al televisor, y esa manía despreciable que tiene de rascarse y husmearse
los dedos, pero su juventud intercede por ella, le absuelve en ocasiones, le libra de lo ruin.
—¿A dónde? ¿Otra vez donde el viejo jubilado? Qué terquedad la tuya, seguís con
la cosa esa —no es un reproche, ha debido ser una broma que no pudo completar, intentar
reír pero algo le falló en sus pensamientos y no termina de encontrarle la gracia al asunto,
bufa. —Vos y tus cosas locas, siguiéndole la corriente a las chifladuras que habla la
gente.— Mido el grosor de la mímica que se le trabó en los labios por algo que no dijo,
calculo la verdadera distancia que nos separa, más allá de estas existencias rasguñadas que
empuñamos sin coraje y que arrimamos el uno al otro, el peso del miedo que gotea y que
encubre al fondo de sus ojos trémulos, lo que en realidad me da, me quita y no le doy, el
tiempo de vida a su bondad doméstica. Podría acercármele ahora con violencia y gritarle
puta, verla como se tensa y persigue el movimiento de mis manos sólo con oírme, gritarle
mierda e insultarla hasta que se escuche el silencio que empujan los vecinos y la vieja
costurera de al lado para escucharnos discutir.
—Te fui a esperar ahí porque es donde siempre te deja el acarreo, ¿no? ¿Qué habla
la gente? ¿Qué dice la gente? No para nada, no me molesté. Sabés, en la barbería me
encontré a alguien que trabajó conmigo en los buses, uh hace años, ahora él trabaja para el
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gobierno, en la oficina de cedulación, me dijo de algo, no mucho pero ya es algo, por lo
menos para empezar me dijo, me dio su número —podría insultarla y odiarla con libertad,
golpearla sin saña hasta que le sangre la nariz, en un hilillo púrpura que le moje los labios;
en fin odiarla, asignarle este odio espeso y sin trayecto que ni siquiera es contra ella, este
odio como una extremidad cercenada, sin fuerzas para alcanzar a alguien más.
Bueno, varias cosas que sintetizo en este sentido: el libro no tenía ningún beneficio
personal, literario probablemente, pero personal ninguno. Yo siempre he subordinado la
vida clandestina del escritor a la vida personal. Entonces no veía ningún beneficio, más
bien me causaba contratiempos porque ahora se me iba a ver como un escritor, algo que no
tenía mucho beneficio.
Eso por un lado, por otro lado te voy a ser honesto, publicar un libro era una suerte
de iniciación a estos escenarios literarios de los que ahora para bien o para mal soy parte.
Siempre rehuí a estos escenarios de la literatura, siempre quise estar un poco como el
espectador, no ser parte de estas rivalidades que hay ahora, estos suertes de guetos literarios
que todavía subsisten. Siempre quise mantenerme como un espectador, quería ahorrarme
estos escenarios que son desgastantes y no producen nada literariamente.
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Te lo pregunto porque muchos factores influyeron para que saliera tu libro,
inclusive tuviste el acompañamiento de Sergio Ramírez en el proceso de edición.
¿Cómo fue este acompañamiento?
Siempre rescato una anécdota con Sergio, que fue un lujo, siempre lo digo, fue un
lujo tenerlo. Recuerdo que la primera vez que pactamos ir a hablar sobre mi libro, como
todo joven pasional en su momento, en ese momento, creí que íbamos a tener una
conversación literaria. Cuando llegué, Sergio me dice “mirá, aquí te tengo una copia de tu
libro. Sentate ahí, vamos a empezar a corregir comas y cuestiones tediosas”, porque ése es
el trabajo del escritor. La enseñanza de Sergio es ésa, puede parecer algo obvio a estas
alturas, pero “a ver, sentate ahí, vamos a hablar de Descartes y vamos a hablar de
Cervantes”, no, “sentate ahí y empecemos a corregir comas y puntos”, que son parte del
proceso de edición necesaria de la obra literaria.
Sí, claro, Fran tuvo una gran paciencia y una gran cortesía, al igual que vos.
No es que me diera a hacer rogar sino que no estaba convencido de esta iniciación
que es el libro.
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variedad de registros del lenguaje; hay diferentes estilos narrativos, lo que me motiva
a preguntarte qué implica para vos el lenguaje...
Uno de los hallazgos en cuanto al comentario que hacía Sergio de Carlos (Fonseca
Grigsby) es que coincidieron los dos en algo, ninguno de los dos había leído el comentario
del otro. Los dos coincidían en el asunto de la mirada, los textos son una mirada, una
mirada nada agradable en algunos casos porque en una Managua desde la derrota. Estos
personajes son personajes derrotados, personajes que llegaron en su vida a callejones sin
salida, son textos del fracaso, pero es una mirada necesaria. Ellos hablaban de la mirada, de
la observación. El lenguaje por supuesto que juega un papel importante, esa es la materia
prima de uno.
Yo insisto en que los textos nunca fueron pensados como un libro en su conjunto,
por eso es que a veces suene como escalones, hace falta un escalón porque los textos
corresponden a diferentes situaciones de un ser humano; en un momento tuve determinada
visión estética, este lenguaje artificioso, estilizado, pero luego uno madura, sobre todo
como ser humano, no es que el escritor esté montado sobre el hombre sino que el hombre
madura, y la visión sobre la vida cambia. Uno no puede estar hablando con un lenguaje
decimonónico, uno no puede estar hablando de monólogos líricos, etcétera, casi como
ventriloquía, y uno debe de buscar ampliar un poco ese registro de lenguaje y hablar sobre
la cotidianidad sobre todo.
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anaqueles restantes, y que está compuesto de gradientes sumamente variadas, los
cuentos se van compactando el uno sobre el otro a través de los retazos, gestos, goces y
atributos que se van acumulando como granos de arena en un tubo de ensayo. En esta
estructura se notan claramente diferentes influencias, incuestionables, empezando por
Onetti. ¿Cuáles fueron tus lecturas de cabecera durante el proceso de creación de este
libro?
Entre estas lecturas destaca un autor español que vos escogiste para presentar
esta noche, que es Antonio Muñoz Molina. Te damos la palabra para que lo presentés.
Sale vale.
Muñoz Molina no sé si será un autor que circule su obra. Elegí a Muñoz Molina
porque guardo una gran admiración por esta generación de escritores, narradores sobre
todo, españoles de esta década, una admiración casi envidia, porque luego de la Guerra
Civil Española floreció una generación de escritores y narradores que supo retratar su
época, casi como cronistas de su época, de estas décadas de derrota en España. Muñoz
Molina es uno de ellos. Yo creo que es algo que hace falta para nosotros, digo Nicaragua.
Ellos contaron con estos casi etnógrafos: Muñoz Molina, Marsé, Vásquez Montalván.
Lograron registrar este trabajo del escritor, de ser etnógrafo de su época, testigo de su
época, y es probablemente el único optimismo que sobrevive, que todavía tengo esperanza
de que surja de esta generación.
Él tiene una novela titulada Plenilunio, es sobre un asesino en estas ciudades que
quedaron a la deriva en España en la guerra en los años sesenta, de la posguerra, tipos
fracasados, que no iban a ninguna parte y que el único camino era delinquir. Este es el
monólogo del asesino, un joven que vendía mariscos y él era pederasta además de esto, él
se dedicaba a su vida clandestina, él se dedicaba a la violación y al delito. Hay unas
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imágenes hermosas porque manipulaba los cuerpos de las niñas y de las víctimas
obviamente con las manos y era ese registro en la memoria de las manos que quedaba en
las mismas, una memoria fisiológica.
Ése es el extracto que leo, ese monólogo enfermizo, monomaníaco del delincuente y
cito...
Plenilunio
Antonio Muñoz Molina
Las manos limpias, las manos blandas de tanta humedad, las manos rojas del trabajo y del
frío, las manos con dedos grandes, con uñas cuarteadas, de filos ásperos y córneos, las uñas
siempre con un borde negro, a pesar del jabón y del agua caliente, de los chorros de agua
hirviente o helada bajo los cuales se ahuecan y frotan las manos tan rojas, con una humedad
de carne cruda, con una palidez de manos enfermas que no se corresponde con su tamaño ni
con la fuerza de acero de los dedos, acostumbrados a apretar, a arrancar cosas, a clavarse
como garfios en los escamosos vientres abiertos para extraer en un solo movimiento rápido
las vísceras: manos rápidas, expertas, eficaces y crueles, manos que alzan cajas resbaladizas
de humedad y de grasa y mugre de pescado, que se retuercen la una enredada a la otra en
los momentos de inactividad, ocultas bajo el mandil sucio, nerviosas, deformadas,
envejecidas por tanto trabajo, por el roce con superficies ásperas, con cosas húmedas y
frías, dotadas de espinas, endurecidas por el frío de los congeladores, manos mucho mas
viejas y cuarteadas que la cara, como injertadas en otro cuerpo mas joven y de apariencia
mas débil, que no pueden ocultar el castigo diario del trabajo ni tampoco el olor, sobre todo
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el olor, que se queda en todo, en el cristal de una copa, en las monedas y en los billetes de
un cambio, en el botón de un ascensor, en la hoja de una navaja automática, que infecta el
aire, que nunca puede ser desprendido por completo de la ropa, de la piel, del pelo, a pesar
del jabón, de la colonia, de los hábitos maniáticos de la limpieza, las manos sumergidas en
el agua, rojas y reblandecidas en el lavabo, surgiendo del vapor, del humo, chorreando al
ascender como animales emergidos e idénticos, carnosas criaturas marinas, como los
calamares, los pulpos, las rayas, las potas, los rapes, manos arracimadas en cajas de
pescado, cortadas y expuestas, amputadas, con un lado todavía sangriento, como el lomo de
un gran pez recién cortado por la mitad de un hachazo, manos que se mueven solas, que
buscan, que arrastran a quien se siente quirúrgicamente cosido a ellas, quietas y alerta,
pálidas en la oscuridad del insomnio, posadas en la cama, reclamando algo, tirando,
curvándose sobre la cara delante del espejo, los dedos abiertos entre los cuales se asoman
los ojos como a una celosa, manos de apariencia vulgar, semejantes a tantas otras manos
maltratadas y endurecidas por el trabajo, manos anónimas, como encapuchadas en el
interior de los bolsillos, replegándose sobre sí mismas como se cierran las patas articuladas
y afiladas de un cangrejo, con huellas digitales que van quedando en todas partes, como
queda el olor, y también imborrables, así que sería preciso protegerlas bajo guantes de
goma, para que solo dejen las señales rojas de los dedos, el negativo de los dedos abiertos
en una piel tan fácil de hundir como arcilla, de rasgar con las unas, con sus filos córneos,
siempre rotos y ásperos, con ese olor que sigue notándose si se acercan mucho las uñas a la
nariz a pesar del jabón y el roce frenético: manos que apresan, que arrancan, que hienden y
buscan en la oscuridad, que emergen mojadas, pegajosas, como de un pescado abierto, que
separan labios y dientes apretados, que sellan una boca cuando va a surgir de ella un grito y
luego se queda abierta y nada se escucha...
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Javier, antes de leer ese fragmento y de presentar a Muñoz Molina hablaste de
la generación de Muñoz Molina y en cierta forma te referiste a esta generación
contemporánea (nicaragüense), diciendo que tenías expectativas de esta generación.
Para empezar, ¿podemos hablar de generación literaria?
Mirá, yo sé que estás jochando... pero hay que decir algunas cosas aunque sea desde
mi punto de vista.
Sí, sí, me he sentido con total libertad. Hay varias cosas a considerar desde lo que
creo; una de ellas es que hay una obsesión casi por fijar esta generación, por ponerle un
nombre. Yo creo que eso es muy prematuro, lo digo porque esta generación está
formándose, gestándose.
...sí, estoy de acuerdo con él. No sé por qué hay esta obsesión, este fetiche por
buscar títulos para la generación. Es una generación que incluso cada uno de nosotros está
articulándose, cada uno de nosotros tiene a medias claras las búsquedas, las influencias, el
estilo mismo. Yo no me podría considerar parte de una generación con un libro, un libro
que está gestándose; yo como ser humano, como escritor, me estoy gestando. No sé por qué
hay esta necesidad de aventurarse a un título generacional todavía, como si fuera
necesario... como si fuera necesario el título.
Sin embargo, si apartamos esa posible vista que se ha querido dar a esta
generación, digámosle consagratoria, y lo enfocamos como tiene que ser de primeros
pasos, ¿es posible evaluar esas primeras búsquedas y estas primeras experiencias
literarias?
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¿Y qué expectativas tenés vos de este grupo?
Tengo que decir que dentro de esta generación, generación ya sea por cuestiones
cronológicas, hay gente que necesita estos títulos de marketing, que necesita verse, necesita
ver sus nombres por todas partes, necesita verse en los periódicos. Yo creo que también
nosotros tenemos un Peña Nieto de la literatura, gente que no propone nada pero tiene una
muy buena imagen y que logra vender, tenemos un Peña Nieto en la literatura, si no uno,
varios; esta gente que se mercantiliza. Yo sé que en la tarea del escritor es necesario vender
su libro, el libro y no el autor, hay que estar claro que el libro está antepuesto al autor.
Sí, es que a partir de estas discusiones como de viejas casi: uno escribe una cosa, el
otro escribe otra cosa. Entonces Topogenario dice: “hombre, dejémonos de esto, hagamos
un blog” y abrió las puertas, las compuertas, para que todo mundo publique, de manera
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racional, razonada y muy bien pensada, porque yo te decía algo a vos, que conversamos, es
fácil chismear pero pensar es muy difícil, sentarse a pensar y razonar algo es muy difícil.
Entonces Topogenario, para no hacer largo el cuento, abrió el blog y él mismo dio el
ejemplo y ya lleva cuatro posts...
...cinco posts, y era de esperarse pues, no ha habido ninguna réplica, en los que me
sumo yo pues...
...y yo...
...sí, yo no tiro la piedra y escondo la mano. El hombre abrió el blog: “ahí está,
razonemos, veámonos, veamos la fisionomía de esta generación, si podemos hablar de
generación, escribamos, razonemos, compartamos”. Nadie, nadie ha escrito.
Ahí hay que hacer varias divisiones necesarias, porque cuando uno habla de
generación literaria te llevás en el saco narrativa, cuentos... el poeta tiene búsquedas
particulares porque maneja otro género, maneja otra álgebra del texto, sus búsquedas tienen
que ser sino diferentes, opuestas al del narrador. ¿Qué puntos en común he encontrado?
Una suerte de recelo hacia la generación que le antecede. Yo he visto eso, nadie quiere
sombras, nadie quiere que le hagan sombras. Entonces un sentido de negación a las
generaciones anteriores literarias, un sentido de indiferencia y un sentido, creo yo, creo que
por eso soy un optimista en esta generación, un sentido de narrar su contemporaneidad, ya
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sea del sentido que lo hace Luis Báez con sus cuentos, el caso que hace Roberto Carlos
haciendo lecturas contemporáneas de la historia.
Creo que hay una necesidad de narrar. Ha llegado el momento, creo yo, finalmente,
hablo desde el narrador que es donde me siento más cómodo de hablar, no quiero
aventurarme a hablar de la poesía. Espero y voy a escuchar a nuestros poetas, sus puntos de
vista. Creo que ha llegado la hora de narrar nuestra vida, ya que nuestros antecesores no lo
hicieron, o lo hicieron tímidamente, el caso de Lizandro Chávez Alfaro, el caso de
Gioconda Belli, el mismo caso de Sergio Ramírez, que de manera muy tímida se asomaron
a las épocas, a los años noventa, a los años dos mil. ¿Dónde están esos años? Quedaron
invisibles.
Ya. El Show de los Peques, sí. Es que es muy prematuro, Ulises, y yo creo que
desde ahí no hay que insistir. Hay otro que se llama Buscando un sueño. Hay que ver TV
Azteca, ahí se aprende mucho.
Sí y aquí también, siguen pasando. Peña Nieto es socio, creo yo, de TV Azteca.
¿Por qué crees que existe este interés mayor por la narrativa en la actualidad?
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pocas que he leído; en Lizandro Chávez Alfaro era muy prometedor; el caso de Mario
Cajina Vega que eran relatos urbanos; en Sergio lo encuentro muy tímidamente, el caso de
El cielo llora por mí, Sombras nada más, pero no lo hizo, y yo creo que esa es una
necesidad, yo necesito leerme, yo como ciudadano necesito leer mi época, así como lo
hicieron los españoles en su época. Leerse es reconocerse, verse, identificarse, husmearse.
Sí, sí.
¿Por qué?
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Muchos escritores jóvenes creemos que el ser escritor está en los libros, qué gran
ingenuidad, hay una vida que vivir primero y sobre todo hay que ver muchísimo, vivir
muchísimo, errar muchísimo para luego tener algo que contar y no solamente estar sacando
frases del calcetín, frases que alguien dijo, frases “ahí, sonó bonito”. Es que leo cuentos de
gente que tutea, casi se me sale una palabra, porque tutean en los cuentos, o sea, hay que
vivir, ¿a quien se le ocurre tutear en un cuento nacional?
En esa vida que vivís vos, Javier, que transcurre en dos frentes, una vida
privada y una vida pública. Sos docente, has sido docente universitario, has impartido
talleres de literatura y escritura creativa...
Un taller sólo.
...vas a impartir otro que empieza a final de mes en la UNAN, que podés
anunciarlo si querés.
No, ya lo hiciste.
Vos me señalaste algo interesante pues, que para vos la docencia es algo
marital, público, y la escritura es algo privado, casi ilegítimo.
Sí, sí, no significa que sea la mejor condición, es la mía. Sí, la docencia es la vida
colectiva, uno comparte con los estudiantes, uno aprende muchísimo de los estudiantes, yo
creo que es la forma, el vehículo en que circula mejor esta información, además que los
alumnos leen de la mejor manera, nosotros los tutores somos muy prejuiciados para leer,
esta gente lee de manera voraz, entonces uno aprende mucho como para ser lector de los
estudiantes y sí, la idea del escritor siempre ha sido la vida clandestina. Yo siempre por eso
he estado un poco en la periferia de lo que sucede en los últimos años.
Y te voy a citar a vos, vos una vez dijiste cuando el año 2007 que gané el Premio
Mariano Fiallos Gil, “¿y quién es este Javier González que gana en 2007 un Premio
Mariano Fiallos Gil”? O sea, “no es ninguno de nosotros, no es ningún chico del barrio,
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quién es éste que gana un premio, es un total desconocido”, y lo disfrutaba muchísimo y lo
sigo disfrutando.
No, el hecho de la escritura, que hay que ser muy paciente. No sé cuál es el prurito
que tienen algunos por escribir, como dermatitis por la escritura. Hay que vivir muchísimo,
hay que vivir muchísimo antes de escribir, vivir mucho y leer poco, y hay temporadas en
que se lee muchísimo y se vive poco.
Curioso porque una de tus influencias principales Onetti acuño el término, que
tiene mucho que ver con lo que hablamos, literatosis, esa enfermedad de transformar
en literatura todo lo que vivimos.
Bueno, si el público tiene alguna pregunta, comentario estoy seguro que Javier
va a responder las preguntas y comentarios pertinentes que tengan.
[Pregunta de Víctor Ruiz] Buenos días. Perdón, buenas noches. Quiero que me
aclarés algo, al inicio de tu participación hablaste, o más o menos expresaste que la
experiencia básicamente no forma parte de la literatura y ya al final dijiste de que para
poder escribir hay que vivir mucho, entonces ahí hay una contradicción en cuanto a lo que
estás diciendo. ¿No es la experiencia el elemento básico de la literatura?
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novela que se ha escrito sobre la Managua marginal, no esa Managua ficticia, utópica de
Sergio Ramírez, de Gioconda Belli, sino pues esa novela marginal que retrató Franz
Galich pero la sorpresa es que Franz Galich no era nicaragüense pues. Eso pues tal vez se
te fue por alto.
Luego con la cuestión de las generaciones. Yo igual coincido con vos de que es muy
prematuro hablar de una generación y primero para hablar de una generación tendríamos
que rastrear de dónde venimos. Me parece que la crítica ha recaído mucho en querer ver a
esta generación como una generación contestataria, que renuncia totalmente a la tradición
y yo creo que no, una generación necesita de la tradición. Entonces para poder plantear o
para poder nombrar a este grupo de escritores surgidos en el 2000 es necesario hacer una
revisión de la tradición, de dónde nacen, porque por un lado nos dicen, bueno, me incluyo,
por un lado se nombra la Generación del desasosiego porque no tiene ningún puente,
ningún referente con las generaciones anteriores pero sí, si hacemos un rastreo de todas
las obras que se están escribiendo actualmente sí hay inmersa dentro de esa gran
literatura que se está escribiendo una tradición, casi podríamos decir que somos Carlos
Martinianos, que somos exterioristas por el lado de Ernesto Cardenal, incluso algunos
somos hasta eróticos por el lado de Gioconda Belli, otros somos más apegados a Ernesto
Mejía Sánchez y sí hay un respeto por la tradición. Obviamente hay un rechazo de ciertos
elementos de la tradición pero ese rechazo es parte de la naturaleza de la literatura, de lo
que llamó Octavio Paz “la tradición de la ruptura”. Es decir, es necesario romper con la
tradición pero también es necesario retomarla. Entonces sería interesante que ahondemos
también en ese punto.
[Responde Javier González Blandino] Sí, no voy a abusar del tiempo. ¿Qué tal,
Víctor? Qué bueno que estés aquí. Bueno, voy a empezar de atrás para adelante. Lo de la
tradición estoy absolutamente de acuerdo sin temor a contradecirme. Vos sos un heredero
de Ernesto Mejía Sánchez, por ejemplo, algunos de Carlos Martínez en menor o mayor
grado, de nuestros poetas, Joaquín Pasos, admiradores de Joaquín Pasos. Claro que hay una
influencia, pero sobre todo en la narrativa creo que el caso no es igual, has mencionado
poetas pero narradores creo que personalmente no guardo la misma empatía. Mencioné
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algunos que admiro, claro que he leído la tradición y sé que vos la has leído y que la mayor
parte de los que somos protagonistas de esta generación también han leído la tradición, han
hecho una revisión de la tradición y por eso es que me siento con el ánimo de hablar sobre
ella; el caso de Mario Cajina Vega que es uno de los pocos logros que tiene nuestra
narrativa, Lizandro Chávez... Yo creo que el fenómeno en la narrativa es muy diferente al
de la poesía.
Sí, sí, y voy a hacer muy mínima aclaración para si alguien más quiere intervenir.
Sí, claro, incluso vos en tu poesía has tocado algunos aspectos de la Managua, Mario,
Carlos, el caso de Luis que son los que retengo ahora. Hay algunos que sí han tratado la
ciudad, somos esta generación. Acordate que hago la crítica malsana, lo confieso, de las
generaciones anteriores que lo han hecho de manera muy tímida. Ahora sí, en la poesía
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hay algunos autores que lo están haciendo y te recuerdo tu poesía, la de Carlos, la de Luis,
la narrativa de Luis, y otros autores que ahora no retengo, que no significa que no tengan el
mismo protagonismo, es una cuestión de tiempo, no puedo mencionar el listado. Sí lo
estamos haciendo y probablemente ése es el único optimismo que ahora tengo.
[Continúa Víctor Ruiz] Sí, la cuestión de la relación entre Antonio Muñoz Molina y
Juan Marsé porque todavía no existe la novela nicaragüense, la novela nicaragüense que
mire los ochenta como realmente lo que fue: una guerra entre nicaragüenses y no una
guerra entre sandinistas e imperialismo...
...y donde todos perdimos por igual, la misma cuota. Pero fijate que soy optimista,
por ejemplo, pienso en algunos cuentos de Luis y de Roberto Carlos; ahí se está haciendo la
lectura y hay una lectura, que por cierto el libro de Roberto Carlos está pronto a salir. Está
empezando a hacerse la lectura, sí lo hizo Franz Galich, lo hizo Erick (Aguirre), tenemos
algunos antecedentes, nosotros no nos estamos sacando nada nuevo de la manga, nosotros
no somos los faquires que sacamos cosas de la manga, hay algunos puentes necesarios en la
narrativa también, no tanto como los hay en la poesía pero sí hay algunos puentes que están
tendiendo, dialogando la tradición con nosotros: Erick Aguirre, Franz Galich, algunas obras
de Sergio.
Lo otro, yo pienso que no tanto la ciudad, pienso que el país, el país entero está
para novelarlo, está para narrarlo, porque igual, yo soy de ese tiempo, o sea, yo viví la
guerra de la forma más dura y difícil, vi la generación posterior y nunca olvido una
persona que me dijo “la generación de nosotros”, bueno, yo no pero los que pudimos
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haber tomado un fusil, que no lo hicimos, que hoy pues me bendigo a mí mismo que me
corrí, “después nos perdimos”. Entonces yo pienso que una manera de recuperarlo y yo lo
amplío más, bueno, es cierto, Managua es el corazón, es el punto focal pero pienso que el
país entero está para tanto y creo que se puede ir por ahí.
Javier, yo quiero felicitarte por tu lucidez, por tu certeza y por ser una persona que
va caminando y creo que vas a llegar.
Ahora está claro si la duda era literaria pero no, ahora entiendo que fue una duda
de tiempo.
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Sobre la ciudad, yo no tengo tampoco fetiche urbano. Muchos de mis relatos
suceden en La Paz Centro, en Chichigalpa. Yo digo la ciudad como una figura, como una
colectividad: un pueblo, un caserío, una comarca, cualquier lugar hay imaginación y en
cualquier lado se puede escribir algo muy bueno, y ni siquiera un escritor pues, un
mentiroso de un pueblo tiene una gran imaginación.
[Pregunta Alejandra Sequeira] Javier, vos hablaste no sólo al inicio sino en todo el
transcurso y, pudimos notar cierta reticencia a iniciarte y pertenecer al medio literario. Sin
embargo, te decidiste a publicar y estás aquí hoy con nosotros participando de ese medio.
Mi pregunta es si te estás dejando, digamos, seducir por eso, o cuál es la razón, porque te
tenemos aquí y estás aquí.
Es verdad.
¿Quiénes son? Fijate que la publicación del libro sigo con mis dudas: ¿por qué estoy
aquí? Tengo muchos amigos que son escritores pues; el caso de Ulises, en alguna medida
Carlos, Víctor que es un gran amigo mío, otro amigo es Roberto Carlos, y que están en el
medio literario, esto es como la mafia, no salís si no muerto. Entonces la amistad me ha
unido mucho, una amistad más allá de la literatura. No quiero excusarme, he errado
muchísimo, pero tengo muchos amigos y cuando yo me reúno con Víctor o con otros
amigos en la universidad no sólo hablamos de literatura, hablamos de otras cosas, hablamos
de cosas triviales que se disfrutan muchísimo pues.
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[Pregunta Luis Báez] Buenas noches, Luis Báez me llamo. Un poquito hablando de
la tradición narrativa, verdad, eso es lo que más me llamó la atención de la forma, bueno,
somos una generación de posguerra, también nosotros, y la forma de retratar los
substratos o qué sé yo, la relectura de la historia, de lo que queda. Mackenbach, que es de
los estudiosos que más han estudiado la narrativa en Nicaragua, para variar un
extranjero, tiene pues todo un registro historiográfico de la narrativa desde la
independencia hasta el 2000, creo, a finales de los noventa, y lo que se nota pues es una
tendencia, primero, bueno, toda la segunda mitad del siglo XX hacia el testimonio y a
partir de los ochenta un incremento de la novela, en relación al testimonio y él habla de
primero una preocupación narrativa política que se fue transformando en estética y yo
creo pues que si miró eso bastante en el proceso de los noventa, no sólo en la narrativa y
en la poesía pues, la pérdida del fondo y del contacto con la realidad circundante hacia
una búsqueda más estética, que tampoco pues ha sido tan rigurosa, tan seria y tan formal.
Yo creo que tal vez sería un momento de una síntesis entre este fin político, no quiero decir
político-partidario que es a lo que se ha minimizado la política aquí, sino político
inherente a la condición humana y estético. ¿Vos ves posible esa síntesis o de qué forma la
pensás en tu narrativa?
Ahora, creo que ustedes o nosotros estamos en una mejor posición porque vemos tal
vez algo más despersonalizado. Probablemente la narración anterior no porque fue más...
tenemos una mejor posición, somos mejores testigos para ver este fenómeno. Ésa era la
palabra: sin pasión, despersonalizado, pero que te permite ver el panorama con los
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elementos necesarios. No sos, como decía Víctor, sin resentimiento, no estás del lado del
que venció ni del lado del derrotado, todos fuimos derrotados, es una guerra por igual.
[Mario Martz] Desde Facebook, Luis Topogenario hace cinco minutos posteó
una pregunta y dice: “Muchos escritores estamos en el exilio, ¿cómo ves, Javier, que
va influyendo eso, ya que las comunicaciones hacen posible el diálogo cruzado entre
los del exilio y los de Nicaragua? Nuestra experiencia afuera no es la de Managua o
Nicaragua sino la de los países en el exilio.
Es otra mirada, otra mirada necesaria que se conjuga y que dialoga con la mirada de
los que convivimos en Managua. La digo porque yo también estuve una temporada,
obviamente no tan larga como la de Topogenario ni la de Roberto Carlos, que son los
autores con los que más empatizo, creo que también hay otros escritores...
Sí, sí. Entonces creo que la mirada de él es una mirada muy necesaria. Claro, la
tecnología ahora permite más el diálogo, eso, las miradas se unen: la mirada de los que
todavía habitamos en Nicaragua y la mirada... Son dos miradas necesarias, diferentes pero
necesarias al fin y al cabo.
Afuera están los libros de cortesía para que tomen uno y uno: tenemos la
antología que preparamos para el proyecto y la antología Poesía ante la incertidumbre.
Aquí tenemos un par de libro de Javier, por si quieren adquirirlos y los invitamos a la
tercera sesión que es el 31 de julio con Luis Báez, nacido en Managua en 86, cuentista
y autor de El patio de los murciélagos.
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Muchas gracias por venir. La transcripción de esta charla va a estar en los
próximos días en la página web (www.los2000.com) y que continúe el diálogo. Muchas
gracias a todos.
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