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El diario de Gabriel Quiroga

Opiniones sobre la vida argentina


Manuel Gálvez

En la hora actual se han abandonado los ideales nacionalistas para preocuparnos por el acrecentamiento
de la riqueza y la aceleración del progreso.
Hasta hace pocos años había un espíritu nacional, un marcado patriotismo; se exaltaba a los soldados y a los
escritores y si bien las fuerzas eran escasas, el alma colectiva era noble y la espiritualidad, rica.
Los argentinos damos a la vanidad nacional el nombre de patriotismo sin tener en cuenta que el patriotismo
es un sentimiento profundo y que solo existe donde el hombre es producto genuino del suelo, de la raza y del
ambiente.
El nacionalismo está oculto bajo una capa de cosmopolitismo y por eso para encontrar el alma nacional
debemos volver al pasado y seguirla en su marcha bajo el materialismo que la cubre y rastrearla en las
escasas tradiciones que se conservan.
Se necesita limpiar la vida nacional de las malezas que crecen en su superficie.
Buenos aires, a diferencia de Castilla, en España, que unifico a todo el país imponiendo a las demás
comarcas su idioma, su gobierno y leyes, está unificando al país en su carácter cosmopolita y sus
costumbres de pueblo sin personalidad, como ciudad tentacular.
El aire envenenado de la ciudad-puerto se dilata por todo el país y las provincias la imitan.
En la Argentina, las regiones centrales son conservadoras mientras que las regiones marítimas son anti
tradicionalistas. El proceso se manifiesta plenamente en los puertos y el interior ha quedado reducido a una
lucha contra el cosmopolitismo de las comarcas litorales.
Buenos aires es una ciudad sin fisonomía propia, una imitación torpe de las capitales europeas.
Una ciudad es algo más que un conjunto de casas y de calles. En este país no hemos dejado de ser españoles
a pesar de la imaginación.
Alguien ha dicho que la salvación de América Latina está en el protestantismo sin tener en cuenta que
significaría una completa desnacionalización, con el añadido de elementos extraños y discordantes.
Si bien la constitución es importante, la nacionalidad debe primar sobre ella. La República necesita que el
extranjero se argentinice.
De imponerse el protestantismo cambiarían nuestros hábitos pero lo cierto es que hay un obstáculo para su
difusión: el individualismo que llevan en sí misma.
En Buenos Aires hay civilización pero no cultura. La Facultad de Derecho, por ejemplo, exalta a los
mediocres y hace de ellos figuras huecas. La palabra doctor es la varita mágica que abre puertas. Son
simples mercaderes, analfabetos patentados, procuradores con diploma.
De España heredamos su espíritu de desunión, en parte y los indios nos han legado sus rebeldías y sus
odios.
El espíritu de disociación nos ha tenido atrasados y es la causa de producción del caudillismo.
Ningún país llega a ser grande sin solidaridad y sin patriotismo.
La salvación de nuestro país estaría en la guerra con el Brasil. Ésta haría que los pueblos se conocieran.
Es más, concretaría en un solo pensamiento los deseos y esperanzas de todos los ciudadanos, desde
Mendoza hasta Misiones y desde Tierra del Fuego hasta Jujuy. La guerra nos haría conocer ante el mundo.
El Brasil constituye una verdadera nación. Se pueblo está aislado de los pueblos latinoamericanos.
Renán dice que una nación es tal cuando hay entre los ciudadanos comunidad de tradiciones y
comunidad de ideales. Esto existe en el Brasil; en la Argentina, no. Tenemos tradiciones históricas pero
carecemos de ideales. Y ese ideal, a decir de Gálvez, es el imperialismo.
La empleomanía es un bien inapreciable y una necesidad de nuestro medio social.
En este país de trabajadores, de extranjeros, de analfabetos, la clase dirigente es reducida. Las funciones
intelectuales, administrativas y políticas recaen sobre un pequeño grupo de ciudadanos. Los escritores son
provistos de buenos empleos y luego, enviados a Europa.
La empleomanía es fomentada por el gobierno.
Los escritores argentinos antiguos son detestables. Sus nombres se repiten en las escuelas y se los exalta
mas allá que los únicos valorables sean el Martín Fierro, Fausto y Sarmiento.
La falta de prejuicios es una característica nacional. Es un mal visible al igual que la falta de ideas. Esto
determina una uniformidad aplastante y negativa. Si tuviéramos prejuicios habríamos conservado la tradición
nacional.
Además, cada pueblo tiene su juego nacional. Los vascos juegan a la pelota, los castellanos al tresillo y los
argentinos, al truco.
En el truco se encarnan dos vicios: la pereza y la materia. Lo que vale es el engaño.
Todo argentino tiene una preocupación dominante: llegar porque llegar es triunfar. Llegar es la ambición más
fuerte. Somos aspirantes para nosotros y para nuestro país.

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Sarmiento y Alberdi hablaron de nuestra barbarie y predicaron la necesidad de europeizarnos. Y para ello
se fomento la inmigración.
La cuestión del unitarismo y del federalismo aun no ha terminado.
El unitario típico es, casi siempre, doctor, presumido y académico; cultiva la oratoria y cuida las formas
sociales. Es librecambista y liberal. Es ingenioso, orgulloso y engreído. La patria es para él una
entidad abstracta. Aún existe el unitarismo en Buenos Aires.
El federal casi nunca es doctor. Es estanciero. Siente a la patria con intensidad. Es un producto genuino de
la tierra. Es sencillo y democrático, conservador y proteccionista.
Rosas fue un federal genuino.
En las seudodemocracias americanas la verdadera igual es sustituida por la tendencia a nivelar hombres y
cosas en un plano de mediocridad.
Este pueblo padece, también, de una grave enfermedad: el moreirismo. El gaucho Juan Moreira
representa los defectos nacionales: tendencia agresivas, guapeza, manía revolucionaria; es el gaucho
pendenciero.
El pueblo argentino es presumido. Se da corte, aparenta una posición superior a la propia. Y cuando
aparece algún gaucho por las calles de Buenos Aires se lo ridiculiza dando muestras de un
antitradicionalismo incomprensible. Frente a éste, aparecen algunos vestigios de nacionalismo que
pretende argentinizarnos. Algo así como fundir en una fragua común lo argentino, lo americano, lo español y
lo latino que hay en nosotros para ofrecer al mundo una civilización original y propia.
El nacionalismo expresa el amor a la patria y persigue el afianzamiento del espíritu nacional, la
conservación de las tradiciones y el amor a nuestra historia. Aun conservamos lo indio que había en
nosotros.

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