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29 Enero 2016
MOHORTE
@mohorte

El pasado mes de abril, durante una sesión


parlamentaria, Pedro Sánchez evocó las célebres
palabras de Bibiana Aído mientras se refería a la
bancada del Partido Popular: "Ustedes, ayer, todos los
miembros y miembras del grupo parlamentario...".
Antes de que pudiera finalizar su oración, los diputados
populares estallaron en una reacción a mitad de camino
entre lo indignado y lo hilarante. Sánchez, consciente
del efecto de su expresión, se excusaba y trataba de
continuar denotando el carácter paródico de la doblez
gramatical. El debate, claro, llegó más lejos.
more
Durante los días y semanas subsiguientes, proliferaron,
de nuevo, los artículos de opinión alrededor de, por
desgracia, el mayor legado mediático de Bibiana Aído,
ministra socialista de Igualdad en el primero gobierno
de José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Era la expresión
utilizada ahora por Sánchez una acertada forma de
otorgar visibilidad a la mujer en el debate político o,
por el contrario, se trataba de una aberración
lingüística? Para quienes juzgaron las palabras de Aído
y Sánchez como un error, "miembros y miembras"
servía como ejemplo palmario del sinsentido al que el
lenguaje inclusivo encaminaba al castellano.
Pese al carácter excepcional de la expresión empleada
por Sánchez y acuñada por Aído, "miembros y
miembras" no era sino la punta de lanza de un debate
subyacente de profundas implicaciones para el modo
en que todos los hispanohablantes nos comunicamos
día a día. La conversación se ordena en torno a las
implicaciones sexistas y machistas de nuestra lengua,
al posible modo de corregir tales connotaciones y a su
adecuación dentro de nuestro léxico y gramática. El
lenguaje inclusivo, o lenguaje no sexista, no es una
mera anécdota, y su debate es profundo y rico.

Pedro Sánchez dice "miembros y miembras" y alega que se


estaba choteando de Aído

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Gracias al progresivo mayor protagonismo de las


posturas feministas dentro de nuestro espacio
mediático, la idoneidad o la necesidad de utilizar un
lenguaje inclusivo, reformado, se ha colocado encima
de la mesa. No sólo en los periódicos o en las tertulias
radiofónicas, sino también en diversos organismos
públicos que, durante los últimos años, han
desarrollado guías de lenguaje no sexista en las que se
recomienda emplear dobleces gramaticales y ahorrar
utilizaciones a su juicio sexistas como el masculino
genérico. Son normativas, de carácter administrativo y
muy disputadas.
De un tiempo a esta parte, la
utilización de guías de lenguaje
inclusivo ha chocado con la
recepción negativa de la
academia y de los profesionales
de la lengua
Hace varios años, el catedrático Ignacio Bosque
arremetió contra la mayoría de ellas y contra un
fenómeno, a juicio de todos los firmantes de su
artículo, que pasaba por alto la recomendación de los
más elementales criterios lingüísticos. Bosque publicó
su opinión en El País y la Real Academia Española
colgó el largo trabajo, tan profuso en elementos
formales como en opiniones personales del académico,
en su página web. Se puede consultar aquí de forma
completa.
¿Cuál era su idea de fondo? La que comparten muchos
otros (que no todos) expertos en la materia, de
catedráticos a académicos, pasando por investigadores
y profesores de Filología: las guías de lenguaje
inclusivo, el empleo de sus recomendaciones no sólo
en el registro formal sino también en el informal, en el
escrito o en el hablado, pasan por alto fundamentos
elementales de nuestro idioma. Y lo que es peor, no
contribuyen a solucionar el problema que tratan de
combatir. Sin embargo, la suya es sólo una opinión en
un debate cuyos matices son muy amplios y donde
nada es blanco o negro. Veamos en qué sentido.
El masculino genérico, el
principal campo de batalla
De forma a menudo simplificada, la cuestión sobre el
sexismo en la lengua castellana ha tendido a rotar en
torno a los masculinos genéricos y su idoneidad. El
masculino genérico es el recurso aceptado por la RAE
y por la mayoría de los lingüistas para designar a
grupos de hombres y mujeres. "Los estudiantes", "los
profesores", "los niños", "los jugadores". De firme
asentación en nuestro uso diario, es uno de los
principales campos de batalla de quienes abogan por el
lenguaje inclusivo. Así, reclaman utilizar dobleces para
visibilizar al género femenino: "Los niños y las niñas",
"los profesores y las profesoras".
La RAE se muestra contraria a tal uso:
Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e
innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los
sustantivos que designan seres animados existe la
posibilidad del uso genérico del masculino para
designar la clase, es decir, a todos los individuos de la
especie, sin distinción de sexos: Todos los ciudadanos
mayores de edad tienen derecho a voto. La mención
explícita del femenino solo se justifica cuando la
oposición de sexos es relevante en el contexto: El
desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas
de esa edad. La actual tendencia al desdoblamiento
indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y
femenina va contra el principio de economía del
lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por
tanto, deben evitarse estas repeticiones.
<img alt="Rae" src="https://i.blogs.es/3934bc/rae/450_1000.jpg">
La RAE, por lo general, se ha mostrado escéptica respecto al
lenguaje inclusivo.
En su escrito, Bosque sostiene la misma
argumentación. Para él, y para muchos otros
académicos, los dobletes no contribuyen a mantener la
economía del lenguaje (véase la constitución de
Venezuela, por ejemplo), y los juzga innecesarios. Si
bien no niega la presencia de sexismo tanto en la
sociedad como en determinadas expresiones del
lenguaje, Bosque tiende a reducirlos en torno a frases
de marcado machismo ("Los directivos acudirán a la
cena con sus mujeres") que, por descontado, son
atacados y eliminados tanto por los defensores del
lenguaje inclusivo como por las guías que menciona.
"Es sexista la utilización del
masculino genérico en aquellos
contextos en los que la
referencia resulta ambigua, pues
el ámbito en cuestión ha sido un
dominio privativo del varón",
explica María Márquez,
profesora de la Universidad de
Sevilla
¿Es suficiente? María Márquez es profesora en el
Departamento de Lengua española de la Universidad
de Sevilla y autora de Género gramatical y discurso
sexista (Síntesis, 2013), donde analiza las guías de la
polémica. Sobre los dobletes, explica: "Es sexista la
utilización del masculino genérico en aquellos
contextos en los que la referencia resulta ambigua,
pues el ámbito en cuestión ha sido un dominio
privativo del varón. En estos contextos, se ha hecho un
uso abusivo del masculino genérico, pues la mención
era específica". Y pone un ejemplo: los Derechos del
Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa,
donde las mujeres no estuvieron reconocidas. La Carta
original de 1789 se modificó en 1794 para abolir la
esclavitud, pero los derechos de la mujeres siguieron
sin aparecer, dando lugar a uno de los primeros textos
emancipativos: la Declaración de los Derechos de la
Mujer y la Ciudadana de Olympe de Gouges, que
nunca adquirió estatus oficial.
Sin embargo, hay numerosos grises. No todos los casos
son tan evidentes como el anterior y, a su juicio, en
muchas ocasiones, el masculino genérico sí puede
servir para denominar a ambos sexos, especialmente
por razones prácticas: "Nunca utilizo en mi clase los
desdobles, porque es algo consabido que los alumnos
matriculados son mujeres y varones. En ese contexto,
el masculino es un auténtico genérico, por tanto es
correcto decir 'Los alumnos entregarán sus trabajos el
día del examen', haciendo una referencia global".
Fernando Vilches, doctor en
Filología
Hispánica por
la
Universidad
Complutense,
tiene una
visión más
crítica del uso
de masculino
y femenino
para acabar
con el
masculino
genérico: "No
se puede
andar todo el
día con los
dobletes que,
además, se
utilizan mal.
Muy
aficionados a
ellos son los
populismos
políticos que
dicen eso de
'los
ciudadanos y
las
ciudadanas
madileños', lo
que nos lleva
a una grave
incorrección
sintáctica
relativa a la
concordancia
". En este
sentido, la
opinión de
Vilches
coincide con
la de Burgos
y se centra en
los aspectos
gramaticalme
nte
incorrectos
del lenguaje
inclusivo.

Aido habla de "miembros y miembras"


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Sin embargo, la utilización de lenguaje no sexista por


parte del feminismo no interpreta el masculino
genérico como una forma de pulir y dar esplendor a la
lengua que hablamos, sino como una batalla en el
campo de lo simbólico. "El lenguaje enmarca", afirma
Elisa G. McCausland, periodista, crítica cultural e
investigadora especializada en el análisis de la cultura
popular desde la perspectiva de género. El marco del
masculino genérico no es neutro, explica, e invisibiliza
a las mujeres. "Hay una deuda histórica con la
visibilización de las mujeres. El lenguaje lo utilizas
para visibilizar lo que es visible y lo que no", añade.
Los dobletes, tan polémicos, servirían de experimento
provocativo, como forma de poner el debate encima de
la mesa.
Desde el feminismo se
argumenta: "Hay una deuda
histórica con la visibilización de
las mujeres. El lenguaje lo
utilizas para visibilizar lo que es
visible y lo que no", explica
Elisa G. McCausland
"Hay toda una política de lenguaje, a nivel tanto
lingüístico como sociológico y de consumo plural, hay
una ideología aplicada que, claro, cuando haces
experimentos como el femenino plural hay quien se
mosquea", explica. Ella forma parte de la Asociación
de Autoras de Cómic, en cuyo nombre no encontramos
un doblete, sino un femenino plural, recomendación
ausente en la mayor parte de guías de lenguaje
inclusivo. No se trata de una agrupación limitada a
autoras. Al contrario, también incluye a autores "que
luchan por la igualdad real y efectiva". Pero utiliza el
femenino genérico como reclamo de esa necesidad.
"Está relacionado el cómo nombramos las cosas con
nuestra realidad. 'Todos y todas' haces más visibles
algunas cuestiones y a la hora de dar clase me obligo a
ello", añade. Del mismo modo, Vilches es consciente
de la invisibilidad histórica a la que el género femenino
ha sido sometido en el lenguaje (y por extensión, en
otros campos de conocimiento, como la Historia), pero
no acepta la eliminación del masculino genérico.
Una cuestión es eliminar por completo al sexo
femenino de la lengua y otra volverse loco. Es evidente
que estar constantemente diciendo en historia que "el
hombre puebla la tierra", "el hombre inventa la
rueda", "el hombre se hace sedentario"... nos lleva a
pensar que la mujer no existía o estaba en la cueva
esperando a que llegara su macho. Podemos decir con
mucho más acierto "el ser humano". Y otra muy
distinta son los discursos farragosos que hacen los
políticos y sindicalistas con los dobletes de género que,
además, están llenos de incorrecciones.
El sexismo más allá del
masculino genérico
Es un debate parcialmente enquistado. El masculino
genérico es quizá el elemento más visible de las dos
posturas en torno al sexismo en la lengua, pero no el
más relevante. Hay otros aspectos en nuestro lenguaje,
en las expresiones y palabras que utilizamos
diariamente, que sí representan de modo más evidente
la discriminación a la que las mujeres se ven
sometidas. Tanto quienes abogan por la utilización de
un lenguaje no sexista como quienes se muestran
escépticos ante los dobletes aceptan y comparten esta
última idea. Entonces, ¿no sería mejor poner el foco
más allá del masculino genérico.
"El lenguaje es sexista no tanto por sus estructuras
morfológicas en las que, para mí, el accidente género
trasciende al sexo, sino, sobre todo, por expresiones
más evidentes como nenaza o marimacho y más sutiles
como cabrón o hijo de puta, que si bien por su carga de
insulto son malsonantes, para mí remiten a realidades
que esconden una fuerte carga sexista", opina Carmen
Escobar, filóloga y reconocida feminista. En este
sentido, pone otro ejemplo claro: zorro adjetiva
habilidad e inteligencia para los hombres, mientras que
zorra se utiliza de forma altamente despectiva contra
las mujeres.
<img alt="Diccionario"
src="https://i.blogs.es/6cd3a7/diccionario/450_1000.jpg">
Al margen del masculino femenino, María Márquez
identifica casos de sexismo allí donde el lenguaje
transmita estereotipos. En ocasiones, de forma mucho
más sutil de lo que podría parecer a primera vista: "Por
ejemplo, las declaraciones de Miguel Arias Cañete tras
su debate con Elena Valenciano constituyen un caso
clarísimo de discurso sexista. Cuando el candidato del
PP dice que 'El debate con una mujer es complicado. Si
demuestras superioridad intelectual o la acorralas, es
machista', está actualizando el tópico de la dificultad de
la mujer para sostener una argumentación seria, de su
'debilidad' y de su indefensión intelectual".
El masculino genérico puede
servir como batalla simbólica,
pero las expresiones sexistas en
nuestro día a día van más allá
de ello, y perpetúan estereotipos
y actitudes discriminatorias
hacia las mujeres
El subtexto del mensaje de Cañete, duramente criticado
en su día, es evidente, aunque él en su momento
pudiera negarlo: "La conclusión lógica sería su
exclusión [de la mujer] de esa esfera. Sin embargo,
basar la superioridad dialéctica en el sexo, como hace
Arias Cañete, es, efectivamente, una muestra de
discurso machista, una confusión de planos: el
intelectual y el sexual", añade Márquez.
Lo podemos observar de forma cotidiana en nuestras
calles, en nuestros debates o en nuestros medios.
McCausland trabaja en varios de ellos, y considera que
perviven enfoques machistas: "Los titulares de
violencia de género utilizan la forma pasiva, y es
bastante insultante. 'Una mujer muere'. ¿Cómo que una
mujer muere? O 'una mujer es asesinada'. ¿Por qué
utilizas la pasiva, por qué se omite el sujeto, un hombre
o un ex-marido? En cambio, cuando una madre asesina
a su hijo el sujeto es visible".
En el fondo, los masculinos genéricos, su utilización o
sus dobletes, acaparan y ensombrecen el resto del
debate, en un proceso de polarización que anula las
aristas y los matices necesarios a nivel discursivo. O lo
que es peor, impide profundizar en la eliminación del
sexismo en nuestra forma de expresarnos. "Es un poco
inocente pensar que podemos acabar con el uso sexista
del lenguaje simplemente así [eliminando los
masculinos genéricos], aunque reconozco que puede
ser un gran paso. Me preocupa cuando veo que en
algunos espacios se utilizan esas prácticas como un
guiño al feminismo, pero no se tiene en cuenta otras
discriminaciones sexistas", expresa Escobar.
<img alt="Diccionario"
src="https://i.blogs.es/c8745b/diccionario/450_1000.jpg">
Más aún cuando, en ocasiones, ni siquiera contrapone
géneros. Escobar de nuevo:
Aun cuando la RAE ya admite el uso de presidenta, se
llama desde el criterio filológico la atención sobre el
hecho de que los sustantivos que terminan en -nte
derivan de antiguos participios donde la oposición de
género era inanimado / animado y no femenino /
masculino. Para el hablante presidente es masculino y,
por lo tanto, necesita un femenino como ocurre con
otros sustantivos y adjetivos de su lengua. Es porque el
hablante no conoce esa realidad en la que se oponía
inanimado / animado. A mí me encantaría dar a
conocer esa realidad, ya que resulta muy interesante y,
además, señalaría el género gramatical como lo que
es, un simple accidente gramatical. Que en alemán el
sol sea femenino y en castellano sea masculino no
cambia nada; que el camino sea femenino en griego y
masculino en castellano, tampoco. Ahora bien, algunos
lingüistas se llevan las manos a la cabeza cuando oyen
decir presidenta y no cuando oyen asistenta. A mí,
personalmente, es esto último lo que me llama la
atención. Me gustaría separar perfectamente la
ideología del lenguaje y viceversa, pero todo es
permeable.
Dentro de ese "accidente gramatical", además, quedan
fuera otras realidades, también soslayadas. "Hay una
serie de minorías no incluidos en el os/as. Gente trans
que no se siente identificada ni de un modo ni de otro.
Hay experimentos como el hablar en '-es'. Hay quien
puede pensar que es una tontería, pero eso también
plantea un marco simbólico, y eso creo que también es
importante", relata McCausland.
"Habría que recordar que
muchos de los femeninos que
hoy utilizamos con naturalidad
no existían en los orígenes de
nuestro idioma", señala
Márquez
El sexismo en el uso del lenguaje se manifiesta, quizá
de forma más clara y un tanto menos polémica, en "la
resistencia" a aceptar "la creación de femeninos
específicos a aquellos sustantivos con referencia
personal cuando estamos hablando en un plano
específico", como indica María Márquez. No es
infrecuente negar la corrección de denominaciones
como médica, jueza o ingeniera frente a "expresiones
agramaticales, sintácticamente aberrantes" como "la
médico", "la juez" o "la ingeniero". Esas resistencias
perpetuan el estigma del género (lo femenino como
peyorativo, en palabras de McCausland) frente a la
seriedad y el rigor, frente al poder, que connota la
utilización del género masculino.
Las lenguas se transforman conforme a nuestros usos
lingüísticos, no son estáticas. ¿Es erróneo hablar de una
médica o de una ingeniera? Márquez ofrece algo de
perspectiva histórica como respuesta: "Habría que
recordar que muchos de los femeninos que hoy
utilizamos con naturalidad no existían en los orígenes
de nuestro idioma: señor, portugués, trabajador,
infante, parturiente eran las únicas formas utilizadas,
independientemente del sexo del referente del
sustantivo. Se crearon las formas femeninas y hoy las
utilizamos de forma natural sin que se haya roto
nuestra lengua, sin que se haya introducido ningún tipo
de caos en nuestra conceptualización del mundo".
Feminismo: de la sociedad a las
palabras
Para el caso que nos ocupa, la gallina llegó antes que el
huevo. Todos los expertos consultados afirman que "el
lenguaje no es sexista", y no lo es desde un plano
estrictamente analítico, pero su uso en un contexto
social sí puede llegar a serlo. Es decir, las palabras, la
estructura gramatical de nuestro idioma no es sexista
pero sé, pero refleja una serie de usos y de estereotipos
sexistas que, como hemos visto, sí se transmiten a
través de según qué forma de enfocar la forma en la
que nos expresamos.
<img alt="Diccionario"
src="https://i.blogs.es/87a066/diccionario/450_1000.jpg">
Márquez opta por hablar de "discurso sexista" antes
que de "lenguaje sexista", porque tras ese discurso hay
una serie de "léxico, palabras, y expresiones fijadas",
además de "contenidos implícitos" y otros usos
gramaticales, "que transmiten ideas discriminatorias,
todo ello sobre un fondo social, ideológico y cultural
determinado". Resulta complejo negar la
discriminación hacia la mujer en el trabajo, en sus
relaciones sociales y familiares y en otros aspectos de
nuestra vida, y no es contraintuitivo pensar que ese
modelo estructural se traslade al idioma. La pregunta,
claro, es cómo evitarlo y corregirlo.
¿A través de las instituciones, a través de la Real
Academia Española? Burgos hizo un llamamiento a
incorporar a los profesionales de la lengua al proceso.
Sin embargo, el papel que puede llegar a jugar la RAE
es limitado, como comenta Vilches: "Revisar por
revisar lo veo inútil. La RAE ya se ocupa de revisar,
opinar, dirigir la evolución de la lengua sin perder de
vista que la lengua es patrimonio de sus hablantes, no
de la RAE o de los profesores de Lengua Española".
En este sentido, la "sensatez" sería el mayor valor
añadido que los expertos lingüístas podrían incorporar,
limitando las formas agramaticales.
"El lenguaje es natural y fluye.
Creo que se puede usar el
lenguaje no sexista para señalar
una realidad, pero el lenguaje
no cambiará nada si no cambia
la sociedad", opina la filóloga
Carmen Escobar
Un proceso de autoconsciencia, según Carmen
Escobar, sería más profundo y útil: "Creo que es
conveniente ser más consciente cuando se habla de que
el lenguaje que usamos está plagado de expresiones
hechas por la sociedad en la que vivimos y que esta es
patriarcal. Está lleno de expresiones que discriminan a
minorías". El lenguaje, según ella, no puede ser
artificial es difícilmente imponible por la vía
normativa. "Es natural y fluye", explica, "creo que se
puede usar el lenguaje no sexista para señalar una
realidad, pero el lenguaje no cambiará nada si no
cambia la sociedad".
Esa capacidad limitada del lenguaje inclusivo, o del
discurso no sexista, debería apuntar más hacia los
significados y no tanto hacia los significantes, de
acuerdo a Escobar: "¿Por qué necesitamos formar
modisto, asistenta o sastra? ¿Por qué cambia el
significado de asistente y asistenta si el género
morfolófico simplemente marca sexo o género? ¿Por
qué con pianista no podemos hacer pianisto? Creo que
estas cosas son las que señalan que el lenguaje sólo
retrata lo que somos, y que no es el problema".
<img alt="Rae Libro" src="https://i.blogs.es/0f327d/rae-
libro/450_1000.jpg">
Para McCausland, una forma hábil de reflexionar sobre
el lenguaje sexista es cuestionar en todo momento las
relaciones de poder de nuestro entorno. "Los procesos
de tu trabajo y de tu vida se retroalimentan con el
lenguaje", opina. Y pone como ejemplo a los
periodistas, que a menudo contamos con muchas más
fuentes masculinas en nuestros reportajes que
femeninas. "Tiene que ver en cómo estás codificado y
con qué consideramos cada cuál que es el hombre y
que es la mujer. Es un cuestionamiento interesante.
Considerar a las mujeres sujeto pensante, que tienen
una opinión y que han de ser escuchadas e incluidas".
Quizá, la batalla, el debate, no
dependa tanto de los agentes
que lo protagonizan como de la
adaptación del lenguaje a las
nuevas realidades y
comunicativas
Márquez ofrece una visión algo más global, y aboga
por la presencia de la academia en el proceso de
reconversión de la lengua sin obviar que son los
hablantes quienes la modifican y evolucionan: "Los
cambios sociales conllevan necesariamente
transformaciones en la conceptualización de la realidad
y en las formas de nombrarla. La incorporación de la
mujer al trabajo remunerado, a la esfera pública y
política, necesariamente ha de verse reflejada en la
lengua. Y ese es el objetivo de la RAE: ser flexible y
adaptarse a los cambios sociales".
Sea como fuere, es el curso de la realidad quien, en
última instancia, fija a la lengua. La segunda, no en
vano, es un reflejo de la primera, y está condenada a
evolucionar conforme las realidades sociales que la
conforman cambian. "La investigación siempre puede
dar luz, tratar de entender lo que ocurre, sus causas,
prever la dirección de los cambios, dar indicaciones
que pueden ser beneficiosas..., pero no podemos forzar
el curso de las aguas de un río como tampoco podemos
detenerlo", concluye la profesora. De cómo logre
articularse la relación entre nuevas realidades y
adaptación académica dependerá, en el futuro, la forma
final de nuestro lenguaje. Y su carácter sexista o no.

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