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en el aula
Autoridad pedagógica y
motivación
Tenti menciona dos factores, no los únicos, que han incidido en este cambio:
la crisis de la institución escolar, su desvalorización, y la adquisición de nuevos
derechos de las jóvenes generaciones, que antes eran “propiedad de los padres” y
ahora pueden participar, elegir, expresarse, informarse, tienen autonomía e
identidad. Así, la autoridad del docente debe renovarse permanentemente. Como
dice el mismo Tenti, el docente ahora debe persuadir cotidianamente a su público.
Este es el tema del presente trabajo: la persuasión en el aula como fuente de
autoridad y estrategia de motivación del docente.
1
Sobre el concepto de Autoridad Pedagógica ver en Bibliografía.
2
Licenciado en Ciencias Políticas y Sociales por la UNCu y Profesor de Sociología de la Educación de la UBA.
3
“Viejas y nuevas formas de autoridad docente”, artículo publicado en Revista Todavía, 2017.
Fundamentación
“El hombre no es un ente de razón pura.
Su conducta se rige más por las preferencias del
sentimiento que por las exigencias de la lógica”.
(G. Bousquié, 1969)
Dos son los términos en que se inscribe la práctica persuasiva del docente: la
construcción y renovación permanente de la autoridad pedagógica y la motivación
de los estudiantes. Ambos términos se hallan en estrecha relación y se
retroalimentan. Sobre el primer término se ha dicho, con Tenti, que la
“desinstitucionalización de la vida social” y las nuevas miradas sobre infancia,
adolescencia y el estudiante en general y su relación con la institución escolar y el
docente obligan a este último a representar concienzudamente un papel si desea
construir la autoridad pedagógica en relación con sus estudiantes que le permita
hoy tomar su posición y que aquellos la acepten y respeten.
Las nociones actuales sobre enseñanza y aprendizaje dictan que se trata de dos
procesos independientes, aunque vinculados estrechamente, de “dependencia
ontológica”4. A grandes rasgos la enseñanza sería la actividad voluntaria y
consciente de un sujeto para facilitar a otro, a través de diversas estrategias,
recursos, instrumentos y herramientas, experiencias de aprendizaje. El aprendizaje,
en cambio, es un proceso individual y personal de adquisición de conocimiento,
saberes, habilidades, capacidades, etc.; debido a esto, para la Psicología de la
Educación la motivación ocupa un lugar fundamental en los procesos de enseñanza
y aprendizaje.
En Psicología Educativa de Anita Woolfolk5 se define a la motivación como “un
estado interno que activa, dirige y mantiene el comportamiento” y, así mismo,
agrega que “hay muchos factores que influyen en la motivación y la participación en
el aprendizaje. (…) Cada estudiante representa un desafío motivacional diferente”.
Según Woolfolk “algunos psicólogos han explicado la motivación en términos
de rasgos personales o características individuales”, mientras que otros “ven la
motivación como un estado, una situación temporal”. No obstante ello, “la
motivación que experimentamos en un momento específico por lo general es una
combinación de rasgos y estado”. Un enfoque clásico distingue la motivación
intrínseca de la extrínseca. La motivación intrínseca es la tendencia natural del ser
humano a buscar y vencer desafíos, conforme perseguimos intereses personales y
ejercitamos capacidades. Cuando se está motivado intrínsecamente la actividad es
gratificante en sí misma. En cambio, cuando lo que importa no es la actividad sino lo
4
Término utilizado por Gary Fenstermacher (Profesor de Educación por la Universidad de Michigan e Investigador en
Filisofía de la Educación) y apuntado en “La Evaluación Educativa” (2000).
5
Psicóloga estadounidense, especialista en educación infantil.
que ella redituará se habla de motivación extrínseca; por ejemplo obtener una
calificación, evitar un castigo o agradar al profesor.
No puede saberse solo a partir de la observación si una conducta está motivada
de manera intrínseca o extrínseca. La diferencia entre los dos tipos de motivación es
la razón que el estudiante tiene para actuar, es decir, si el locus de causalidad de la
acción (la ubicación de la causa) es interno o externo al individuo.
Existen dos explicaciones que evitan la dicotomía extrema entre intrínseco o
extrínseco. Una plantea que las actividades del individuo se ubican en un continuo
que va desde totalmente autodeterminadas (motivación intrínseca) hasta
totalmente determinadas por otros (motivación extrínseca). En general la actividad
se hallaría en un punto intermedio en que, por ejemplo, la persona elige libremente
aceptar causas externas, como los requisitos de certificación, y luego intenta
obtener el mayor beneficio de tales requisitos. La persona ha interiorizado una
causa externa. La otra explicación sostiene que la motivación intrínseca y extrínseca
no son los extremos de un continuo, sino que las tendencias intrínsecas y
extrínsecas son dos posibilidades independientes, y en un momento dado quizá se
esté motivado por un poco de cada una de ellas. La enseñanza genera motivación
intrínseca al conectarse con los intereses de los estudiantes y al fomentar las
capacidades en desarrollo. Pero no funciona así todo el tiempo. “Si los profesores
confían en que la motivación intrínseca siempre dará energía a todos sus alumnos,
se sentirán desilusionados”. Hay situaciones en que los incentivos y los apoyos
externos son necesarios. “Los profesores deben alentar y avivar la motivación
intrínseca y, al mismo tiempo, asegurarse de que la motivación externa fomente el
aprendizaje”, es lo que aconseja Woolfolk.
La autora explica que uno de los enfoques generales de la motivación, y el que
está más próximo al desarrollo teórico de Bousquié expuesto en el siguiente
apartado, es el de las interpretaciones humanistas, cuyos representantes principales
son Abraham Maslow y Carl Rogers, en los que se hace hincapié en las fuentes
intrínsecas de la motivación como las necesidades de “autorrealización”, la
“tendencia a la autorrealización” o la necesidad de “autodeterminación”. En estas
teorías motivar significa activar los recursos internos de la gente: su sentido de
competencia, autoestima, autonomía y autorrealización; resaltan la libertad
individual, la elección, la autodeterminación y la búsqueda de crecimiento personal.
La teoría de la autodeterminación (de E. Deci y R. Ryan) plantea que todas las
personas necesitan sentirse competentes y capaces en las interacciones que tienen
con el mundo, contar con algunas opciones, tener la sensación de control sobre su
vida y estar conectados con los demás, es decir, pertenecer a un grupo social.
Caracteriza, entonces, tres tipos de necesidades: competencia, autonomía y control
y poder.
La necesidad de autonomía es fundamental para la autodeterminación, ya que
es la necesidad de que los propios deseos, y no las recompensas o presiones
externas, determinen los actos propios. La gente lucha por tener autoridad en su
vida y por controlar su propio comportamiento.
La teoría de la evaluación cognoscitiva explica la forma en que las vivencias, de
los alumnos del día en el aula en este caso, como recibir elogios o críticas, les
recuerden fechas límites, les otorguen calificaciones, les ofrezcan opciones o les
hablen de las reglas, influyen en la motivación intrínseca de los estudiantes, al tener
impacto en sus sentimientos de autodeterminación y competencia. Según esta
teoría, todos los acontecimientos tienen dos aspectos: de control y de información.
Si un acontecimiento es de alto control, es decir, si presiona a los estudiantes para
actuar o sentir de cierta manera, entonces ellos experimentan menos control y su
motivación intrínseca disminuirá. Si el acontecimiento brinda información que
incrementa la sensación de competencia y eficacia del estudiante, entonces la
motivación intrínseca aumentará. Si la información que se brinda provoca que los
estudiantes se sientan menos competentes, es probable que la motivación
disminuya.
La necesidad de relación es el deseo de establecer vínculos emocionales
cercanos y apego con los demás. Los alumnos que se sienten relacionados con los
profesores y los compañeros se involucran más emocionalmente con la escuela y
manifiestan una mayor motivación intrínseca. Las relaciones positivas con los
profesores aumentan las probabilidades de éxito académico de los alumnos. Las
relaciones aumentan el sentido de pertenencia.
Por último, se harán algunas precisiones sobre el par de conceptos intereses y
emociones.
Hay dos clases de intereses: personales (individuales) y situacionales, los
cuales se basan en la diferencia entre rasgo y estado. Los intereses personales o
individuales son las características más perdurables de las personas, como la
tendencia duradera a disfrutar o sentirse atraído por materias como la historia o la
matemática o actividades como los deportes y la música. En general, los estudiantes
con un interés individual en el aprendizaje buscan nueva información y tienen
actitudes más positivas hacia la escuela. Los intereses situacionales son aspectos
más breves de la actividad, el libro de texto o los materiales, que captan y retienen
la atención del alumno. Tanto los intereses personales como los situacionales están
relacionados con el aprendizaje: un mayor interés conduce a respuestas
emocionales más positivas ante el material, una mayor perseverancia para
aprender, un procesamiento más profundo, una mayor evocación del material y un
mejor rendimiento. El interés aumenta cuando los estudiantes se sienten
competentes, de manera que incluso si ellos inicialmente no tienen interés en un
tema o una actividad, podrían desarrollar el interés conforme experimentan el éxito.
El interés y la curiosidad están relacionados. George Lowenstein (1994) sugiere que
la curiosidad se activa cuando la atención se enfoca en un vacío de conocimientos;
estos vacíos de información generan un sentimiento de privación llamado
curiosidad. La gente curiosa está motivada para obtener la información faltante y
para reducir o eliminar el sentimiento de privación.
Las emociones humanas son el resultado de respuestas fisiológicas provocadas
por el cerebro, en combinación con interpretaciones de la situación y de otra
información. Las emociones son una interrelación constante entre evaluaciones
cognoscitivas, sentimientos conscientes y respuestas corporales, donde cada uno es
capaz de influir en el otro. Los seres humanos son más propensos a poner atención,
a prender y a recordar acontecimientos, imágenes y lecturas que provocan
respuestas emocionales. Las emociones pueden repercutir en el aprendizaje al
modificar los niveles cerebrales de dopamina que influyen en la memoria de largo
plazo y al dirigir la atención hacia un aspecto de la situación. En ocasiones, las
emociones interfieren con el aprendizaje al ocupar la tención o el espacio de la
memoria de trabajo que podría utilizarse para aprender.
Es la motivación, así, objeto de la práctica persuasiva del docente tanto como
de la construcción de la autoridad pedagógica, pues un estudiante motivado, que ve
sus posibilidades y progresos y sus intereses implicados, puede aceptar la relación
asimétrica y arbitraria entre él y el docente; aceptar la autoridad pedagógica de este
último por confiar en que los beneficios que puede obtener en esta relación
equiparan, dan valor y sentido a sus posiciones.
6
G. Bousquié (1907-1966), profesor y escritor francés. Estudió literatura clásica en La Sorbona, fue profesor y
bibliotecario y escribió libros sobre historia y psicología práctica dirigida a empresas y estudiantes.
Técnica de la persuasión de G. Bousquié
En primer lugar se distinguen dos grados de la acción persuasiva: el primero
es agradar, complacer, actuar sobre el sentimiento, sobre la voluntad, lo
cual es propiamente persuadir; el otro grado es convencer, usar la razón,
ilustrar el espíritu, instruir por vía discursiva o demostrativa. En efecto estas
dos fuerzas llevan a consentir, cada una de las cuales tiene sus elementos
motores: la convicción actúa sobre el entendimiento, la persuasión sobre la
voluntad. La primera ilumina el espíritu y la segunda incita a la acción.
Convencida una persona no hace más que asentir y creer. Persuadida, está
decidida a actuar en el sentido en que ha sido arrastrada.
Para persuadir es suficiente con ganar la sensibilidad pues aun los que
disponen de una desarrollada capacidad de raciocinio no dejan de ser
emotivos, fácilmente impresionables y conmovibles.
Por último, la cuarta ley, ley de la identificación, es: “el grado de persuasión
es proporcional al grado de identificación”. Esta ley es correlativa de la
primera: el persuasor ha hecho el esfuerzo de ponerse en el lugar del otro, y
este le devuelve el cumplido solidarizándose con él.
El persuasor debe conocerse, conocer de lo que habla y saber a quién habla;
en tanto emisor lo consideramos solo bajo el objetivo que persigue,
centrándonos en su capacidad de influir. Él es tal como es, con sus
cualidades y sus defectos; se ha de ver solo la medida en que puede
mejorar sus recursos para este fin preciso. Y esto no lo logrará más que
objetivándose con relación al receptor. Este es el centro del problema.
El mensaje no existe, en este parte del fenómeno analizado, más que como
objeto percibido por el receptor. La descripción que se dé de este objeto ha
de conseguir el aprecio de aquel. Pero cómo será percibido inicialmente el
objeto: según su naturaleza, los resultados que se esperan, las
consecuencias que se imaginan, también según el estado de ánimo del
receptor, su posición frente al mundo de imágenes que se le han sabido
evocar asociadas a las que crea espontáneamente. Es percibido en fin, en
función de quien se lo presenta. El conocimiento del objeto por parte del
receptor está íntimamente ligado a la presentación que se le hace y a la
misma persona que la realiza.
Se tienen más posibilidades de conseguir la adhesión si se gana antes el
corazón, la confianza. El receptor tiene sus prevenciones, desconfía. Tener
que considerar una opinión distinta de la suya, trastorna su comodidad
intelectual.
El persuasor debe tranquilizar al receptor, imponer su presencia. Entonces
sus palabras le reconfortarán, su presencia ejercerá un magnetismo que le
cautivará, le halagará que sea a él a quien el persuasor ha consentido
dirigirse. Para dar crédito a sus afirmaciones solo le falta experimentar el
deseo de estar de acuerdo con ellas.
Es el deseo de conformidad, y no la conformidad, lo que se debe suscitar;
que el individuo quiera hacer lo que de él se desea. La sugestión, que
modifica su percepción del objeto, queda así reforzada; el receptor
aportará un nuevo juicio de apreciación sobre la cosa, que él mismo mirará
de legitimar para acallar las exigencias de su razón. Frente a las tendencias
del individuo, tal como el persuasor las detecta, debe oponer un prestigio.
El gregal desea unir sus esfuerzos a los de los demás. Tiene miedo. Teme a
la soledad y se protege, se resguarda prudentemente. Es inútil darle las
razones por las que uno disiente de él pues no escuchará. No conoce ni el yo
ni el tú. Solo es sensible a las personas en plural.
Si se le hace ver que la gente de su grupo o la mayoría de ellos ya se han
adherido a esas opiniones de las que se les quiere hacer partícipe, si se le
habla de “la mayoría de la gente”, el prestigio de este sentimiento unánime
terminará con sus reticencias, para no traicionarles. El persuasor encuentra
otro elemento afectivo: el temor a apartarse de las normas del grupo.
Condiciones previas
Pruebas
No todos los argumentos tienen el mismo valor. Debe cuidarse que los
menos buenos no desacrediten a los mejores, pues el antagonista no dejará
de atacar el punto débil, que le puede servir de escapatoria. Así pues,
cuando se tenga, entre muchos, un argumento formal, debe esgrimirse
aislado y no mezclado, ya que el motivo accesorio de la discusión puede
servir de escudo para aparentar no ver el argumento bueno.
La razón del oyente no se satisface si no se respetan ciertos principios
lógicos en el despliegue del pensamiento y del lenguaje. Una idea es lógica
cuando constituye el desarrollo de un orden. Una tesis, que en sí no sea
evidente, debe apoyarse en un razonamiento que o parte de la naturaleza
del hecho o del objeto para justificar las consecuencias que se derivan, o
bien parte analíticamente del efecto o resultado reconocido a la causa, y
desarrollo una cadena de motivos que conduzcan a una conclusión. Esto es
lo que se llama argumentación.
Cómo demostrar
Cómo discutir:
Cómo replicar
La palabra persuasiva
La eficacia es uno de los mayores privilegios de la palabra. La palabra
puede, más que cualquier otra comunicación, convencer a los más
reticentes, bajo ciertas circunstancias, debido a que la acción verbal es
intensa.
La persuasión, como esfuerzo de creación de un campo de influencia,
supone, en resumen, tres condiciones: un verdadero conocimiento del
espíritu humano; un conocimiento de los móviles y motivos que hacen
actuar a los hombres; y un conocimiento de las distintas formas de hablar
ante los diferentes interlocutores.
La tarea se desarrolla en tres fases:
1. Hacer ver la cosa de la que se quiere persuadir.
2. Hacerla ver posible.
3. Hacerla ver deseable.
El persuasor debe tener del objeto, resultado de su esfuerzo, una idea clara
y diferenciada que debe transmitir al auditorio. Sabrá de qué se trata, no
habrá ambigüedades, no podrá equivocarse. Nunca es posible persuadir a
nadie de una cosa vaga y engañosa: si el interlocutor no sabe exactamente
adónde se le conduce, a lo que se expone y obliga, no puede entregarse a
fondo.
Debe tenerse en cuenta la interpretación diversa que puede darse, de
buena fe, tanto a las afirmaciones como a las palabras. Por ello siempre
que sea posible deben darse definiciones. Es decir, nunca se es
suficientemente claro, y debe ponerse mucha atención en que las palabras
y giros empleados no se presten a equívocos.
Debe expresarse el pensamiento con un lenguaje simple, inteligible,
accesible. Para instruir es necesario hacerse comprender.
El auditorio puede ser, si no inculto, ligero, distraído: debilidad y pereza de
espíritu son antagonismos que se deben reducir con fórmulas explosivas,
con palabras mordaces y siempre con mucha precisión. La claridad y la
precisión suscitan además una especie de satisfacción y gratitud que puede
favorecer el trabajo, y se asocian a la lealtad; y esto hace perder la
desconfianza.
La mejor manera de hacer ver consiste en recurrir a las imágenes, otra
forma de ser claros. Es preciso dirigirse al espíritu a través de los sentidos.
De lo sensible se debe para a lo inteligible. Debe enseñarse, probarse,
demostrarse. El persuasor debe analizar, interpretar el hecho, exponer su
punto de vista. Su esfuerzo de explicación es por sí mismo simpático. Las
razones son que el persuasor hace asistir a sus oyentes a la elaboración de
un razonamiento; y es una curiosidad ver a un ser debatiéndose con las
ideas y las expresiones, efectuando este juego de manos verbal, asombroso,
que es una improvisación.
En segundo lugar se debe dar la impresión de que se tiene conocimiento
pleno de lo que se trata, que se sabe sólidamente todo lo que se refiere a la
cuestión.
Finalmente, si el persuasor se desvive en grandes esfuerzos por su auditorio
es señal de que respeta a este y a su propio papel. El persuasor se esfuerza,
desarrolla su talento, pues quiere y cree lo que defiende. Que el auditorio
deje invadir su cerebro, abierto a todo, es irreprochable. La persuasión es
un servicio que se presta; no es un asalto ni una violación; no se sirve de la
personalidad de los demás, sino que la sirve, la ayuda a ensancharse.
La última fase consiste en hacer ver la cosa de que se quiere persuadir
deseable, anhelosamente apetecible. Si ello se logra y el interlocutor es
consecuente consigo mismo, está convencido de la utilidad, del provecho de
adoptar el punto de vista del persuasor. Es una necesidad ineludible que le
acorrala. Además, el persuasor debe dar la impresión de un espíritu que
sabe y que quiere enérgicamente lo que desea. Es preciso que se vea que tal
consejo no se da por interés personal o por capricho (por un impulso
incontrolado). Que se distinga el vigor de un temperamento: que se
descubra al hombre.
Además, la firmeza de la proposición es garantía de su valor, de su
importancia. Consideración y confianza son hermanas de la docilidad. El
persuasor inculca el deseo de entrar en acción, de efectuar la tarea que
propone. Debe consagrarse a conseguir este fin.
Se vuelve así de lo inteligible a lo sensible, de la razón al sentimiento, más o
menos apasionado. Se crea una doble corriente de interés y energía. Se
movilizan las voluntades, se inicia la impulsión. El auditorio, aceptada la
idea, la adopta sin titubear. Se pone de acuerdo con el persuasor sobre la
determinación que se impone.
Conclusiones
Bibliografía
Bousquié, G. (1969): “Psicología Práctica de la Persuasión”. Barcelona.
Editorial Hispano Europea.
Woolfolk, A. (2010): “Motivación para el aprendizaje y la enseñanza”, en
Psicología Edicativa. México. Ed. Pearson Educación.
Greco, M. B. (2007): “La autoridad (pedagógica) en cuestión”. Rosario, Santa
fe. Editorial Homo Sapiens.
Tenti, E. (2004): “Viejas y nuevas formas de autoridad docente”, en Revista
Todavía. Buenos Aires. Ed. Fundación OSDE.
Elola, N.; Zanelli, N.; Oliva, A.; Toranzos, L. (2010) “Evaluando aprendizajes”,
en La Evaluación Educativa. Buenos Aires. Ed. Aique.