A MANERA DE ANTECEDENTE

Un testimonio personal
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Almacén central de la unidad Julcani.

Don Alberto Benavides, primeros tiempos en

la minería.

Don Alberto Benavides, al centro, en la

Universidad de Harvard, en 1971.
 A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL
E
N LA TARDE del 6 de febrero de 1952
me encontraba en la mina de Julcani.
Tenía 31 años de edad. Había egresado
de la Escuela de Ingenieros del Perú,
hoy Universidad Nacional de Ingeniería; había hecho
dos años de estudios de posgrado en el tema de
Geología Minera en la Universidad de Harvard, en
Massachussetts, Estados Unidos de América; y había
trabajado como geólogo durante siete años en la Cerro
de Pasco Copper Corporation. Estaba acompañado
de don Eusebio Mansilla, bastante mayor que yo,
contador con amplia experiencia en el campo minero.
Don Eusebio, a quien le expreso mi reconocimiento,
fue un silencioso pero entusiasta, eficiente y leal
colaborador durante ese año y los primeros de la vida
de Buenaventura, hasta que se retiró de la empresa
por razones de edad.
Por una serie de acontecimientos y circunstancias que
no es el caso narrar en esta ocasión, me había visto
en la disyuntiva de arrendar la mina de Julcani, con
los riesgos que ello implicaba, o seguir en mi puesto
como jefe de exploraciones de la Cerro de Pasco
Copper Corporation, o simplemente «la Cerro», donde
tendría un porvenir bastante menos riesgoso. Con el
entusiasta apoyo de mi esposa opté por lo primero, es
decir, arrendar Julcani. Renuncié a la Cerro.
A principios de enero de ese año, 1952, había
contratado los servicios del ingeniero Elmer Vidal
Dávila, recién egresado de la Universidad Nacional de
Ingeniería, donde fue alumno distinguido del curso
de Yacimientos Minerales que me tocó dictar durante
1951. Con Elmer tuve varias reuniones en Lima, en la
cuales le informé sobre mis rápidas visitas a la mina,
los datos que había podido recopilar y el estado de las
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negociaciones que mantenía con la Sociedad Minera
Suizo-Peruana, propietaria de la mina Julcani, para
el arrendamiento de la mina, que en los últimos años
había sido arrendada a la Cerro.
Decidimos que Elmer viajaría a la mina únicamente por
unos días, pues él tenía todavía asuntos personales
que atender en Lima, y que yo le daría el alcance tan
pronto me lo permitiera el cierre de la negociaciones,
que, contra mi voluntad, demoraban más de lo
previsto. Lo cierto es que solo pude llegar a la mina
tres días antes del 6 de febrero, fecha fijada para que
el personal técnico de la Cerro viajara a La Oroya.
Elmer estaba urgido de regresar a Lima, a pesar de lo
cual tuvimos oportunidad de hacer una visita rápida
a la mina, no con la calma y el detalle que hubieran
sido aconsejables, pero sí con tiempo suficiente
para intercambiar ideas. Elmer me presentó a don
Máximo Laura, que había sido capitán de minas
bajo la dirección del personal técnico de la Cerro.
Para ese momento, los servicios de Máximo Laura
ya habían sido contratados por Elmer para que se
hiciera cargo de la supervisión de los trabajos de la
mina Herminia. Elmer regresó a Lima, y yo me quedé
con don Eusebio Mansilla, con quien vimos partir al
personal técnico de la Cerro.
Esa tarde del 6 de febrero de 1952, reinaba en
Julcani un profundo silencio, pues los servicios de
todo el personal habían sido cancelados y la planta
concentradora estaba parada. Caía una intensa lluvia,
típica de esa estación del año en nuestras serranías, a
4.300 msnm. Julcani está situada en un aislado cerro
de nuestra cordillera, a 55 km por carretera al este
de la ciudad de Huancavelica, y a 22 km al oeste de
Lircay. El ambiente era realmente deprimente.
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Locomotora trasladando
mineral, en la unidad
Uchucchacua.

Don Alberto Benavides y trabajadores en la unidad Julcani.

Don Alberto Benavides y doña Elsa Ganoza

en el matrimonio del ingeniero Elmer Vidal
y doña Belén Sánchez, en 1953.
 A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL
Con don Eusebio decidimos ingresar a la casa de la
gerencia, donde había una acogedora salita cuyas
paredes estaban forradas con madera y donde había
sido instalado un pequeño receptor de radio. Lo
encendimos en busca de un programa alegre que
nos permitiera olvidar las responsabilidades que
estábamos asumiendo. Solo encontramos voces
aquejumbradas que anunciaban «El mundo está de
duelo, ha fallecido el Rey Jorge VI de Inglaterra».
Apagamos el receptor y nos tomamos un par de piscos
para prepararnos a afrontar los retos del día siguiente.
Cenamos, y esa noche dormí con la tranquilidad que
da la juventud de que entonces gozaba, y al parecer
sin tomar conciencia del reto que enfrentaba.
Al día siguiente, entré a la mina Herminia, junto con
Máximo Laura, que ya había reclutado una cuadrilla
para el reinicio de las operaciones.
En la mina visitamos los lugares donde la Cerro había
trabajado recientemente, y dispusimos la reanudación
de las labores. Se inició así el proceso de recuperación
de la mina, pero el reto iba más allá. Las reservas de
minerales parecían ser limitadas: los técnicos de la
Cerro habían afirmado enfáticamente que no había
mineral sino para dos meses. La meta inmediata era,
entonces, encontrar reservas para poder continuar
con las operaciones. Conforme pasaban los días y
visitábamos la mina en compañía de Elmer Vidal,
quien regresó de Lima tan pronto pudo, nos fuimos
convenciendo de que aquel pronóstico —que no
tendríamos mineral sino para dos meses— era
exageradamente pesimista y no se justificaba.
A mediano plazo, el reto era mayor, pues todo lo
que había logrado de los propietarios de la mina,
la Sociedad Minera Suizo-Peruana Julcani, era un
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contrato de arrendamiento que, si bien fijaba regalías
considerablemente reducidas si se las comparaba
con las que había venido pagando la Cerro, tenía una
duración de apenas un año, al final del cual yo debía
decidir si compraba o no la mina y sus instalaciones,
por un monto de $300.000.
El principal objetivo durante ese año consistía, por lo
tanto, no solo en subsistir a lo largo de doce meses,
sino en encontrar suficientes reservas para justificar
aquel pago. No parecía fácil de lograr.
Durante ese año se operó la mina con normalidad,
se pudo pagar oportunamente las regalías y
las obligaciones financieras contraídas para el
arrendamiento, y lo que es más importante,
se contaba con mayores reservas minerales.
Específicamente, se había logrado desarrollar una
nueva veta, conocida como la veta Sacramento, en los
alrededores de la mina Herminia. Yo había estudiado
su afloramiento y me había lanzado a explorarla
por medio de un pequeño socavón de cortada con
una longitud de 40 m. Este descubrimiento sería
vital para lograr la financiación del capital necesario
para adquirir la propiedad y disponer de suficientes
recursos dinerarios para cubrir las necesidades de la
operación misma.
Sin falsas modestias, puedo decir que, junto con mis
colaboradores, tuvimos éxito durante ese año. Entre
mis colaboradores de ese momento debo señalar
en particular al ingeniero Elmer Vidal, cuyo nombre
debe siempre estar presente junto con el de otros
que luego se unieron al grupo. Entre ellos debo
mencionar a don Francisco Valdivia, don Gumercindo
Vargas y don José Cilliani, a quienes había conocido
en Cerro de Pasco. Se ocupaban de la maestranza, la
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Don Alberto Benavides en lavadero de oro en San Antonio de Poto, en Puno, en 1938.
mina y los servicios en la superficie, respectivamente.
También debo recordar a César Bravo de Rueda,
quien, con la valiosa asesoría de mi compañero de
la Escuela de Ingeniería Carlos H. Plenge, se encargó
del manejo de la planta concentradora.
Quiero mencionar a mi esposa, que me dio su apoyo
desde el momento mismo en que se presentó la
oportunidad de arrendar Julcani, y me acompañó
durante los primeros años en la mina y se encargó
de supervisar los servicios domésticos, incluyendo
el comedor, creando así un ambiente familiar que
evidentemente contribuyó al éxito alcanzado.
Sin ánimo, naturalmente, de desconocer mi
contribución y la de mis colaboradores, debo decir
que supimos, además, capitalizar plenamente una
serie de circunstancias que contribuyeron a estos
resultados. Entre ellas quiero señalar las siguientes: 1)
la historia de la minería en el Perú preincaico, incaico,
virreinal y republicano, y su tradición; 2) la situación
de la Sociedad Minera Suizo-Peruana Julcani en 1951
y su historia; y 3) el Código de Minería de 1950. Estos
temas son desarrollados a continuación.
La historia de la minería en el Perú
La minería es y ha sido una actividad fundamental
de la economía peruana en toda su historia, aunque
su función ha ido variando conforme evolucionaba la
concepción en torno a su importancia. En las épocas
preincaicas e incaicas tenía un rol ornamental pero de
enorme trascendencia, porque el uso de los metales
preciosos se reservaba a la élite política y religiosa,
pues las culturas prehispánicas se caracterizaron
por el predominio de Estados teocráticos.
Sin embargo, ni el oro ni la plata formaban parte de
los tributos que se debía pagar a los gobiernos, a
diferencia de lo que usualmente sucedía en la mayoría
de culturas en el hemisferio occidental. Es destacable
el nivel técnico alcanzado en la metalurgia durante
el Tahuantinsuyo, cuyos métodos fueron en algunos
casos adoptados por los españoles, ya que eran más
prácticos y eficientes que los que ellos conocían
hasta ese momento, antes del advenimiento del
método de amalgamación con azogue (mercurio).
Las civilizaciones preincaicas utilizaban,
principalmente, el oro aluvial de los ríos Marañón
y sus afluentes, en el norte, y del río de las Piedras
en Madre de Dios, en el sur. Es muy posible que
el cobre fuera extraído de los afloramientos de
Quiruvilca, en la cuenca del río Moche, en la sierra de
La Libertad, pues los objetos de «bronce» que han
sido encontrados tienen solo pequeñas cantidades
de estaño, mucho menos que las contenidas por
el bronce en la actualidad. En lugar de estaño, en
las piezas preincaicas se ha detectado una fuerte
proporción de arsénico, proveniente, posiblemente,
de los minerales de Quiruvilca (enargita, término
para designar al sulfoarseniuro de cobre). El arsénico
es hoy una impureza, pero resultaba bienvenido en
tiempos preincaicos, pues le daba rigidez al cobre. El
«bronce» preincaico e incaico debe, pues, describirse
como un «bronce arsenical».
Respecto de la plata, la fama de Potosí es bastante
conocida, y no creo necesario entrar en mayores
detalles. Solo mencionaré que el mineral de
plata de Potosí se encontraba en filones que, si
bien contenían alta ley de plata, eran bastante
angostos. La producción de Potosí había disminuido
considerablemente en el siglo XVIII, quizás por la
A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL
A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL
10 Páginas 18-19: Mapa del Perú de Guilielmus Blaeuw, grabado en cobre, siglo XVII.

Página de la Nueva corónica y buen gobierno, de Guamán Poma, sobre

Huancavelica, de 1615: «La Ciudad Villa Rica de Oropesa de Guanca Vilca, minas
Plaza Mayor de la ciudad de Huancavelica, hacia 1950. de azogue donde los indios sufren grandes trabajos».

Iglesia matriz de
Huancavelica, hacia 1950.

Pieza prehispánica de oro.

 A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL
restructuración administrativa introducida por el
rey Carlos III, al haber establecido el Virreinato de
La Plata e incluido en su territorio al yacimiento de
Potosí. El virrey de La Plata estaba deslumbrado,
con toda razón, por el potencial agrícola de las
pampas gauchas, y habría descuidado la operación
de Potosí. No tengo información concreta sobre este
raciocinio mío, pero parece lógico pensar que esa fue
la situación a fines del siglo XVIII.
En la época republicana, el perfil del cerro de Potosí
fue incorporado al escudo de la República de Bolivia,
y desde entonces hubiera sido atrevido pensar en
la recuperación de las actividades mineras en ese
lugar, convertido en un ícono nacional.
En cuanto a Huancavelica, no sé si los incas
conocieron la existencia del azogue en la zona,
pero sí supieron de la existencia del cinabrio (el
sulfuro de mercurio de color rosado) que, según la
leyenda, usaban para pintarse la cara y el cuerpo.
En efecto, a mediados del siglo XVI, Jerónimo
Luis de Cabrera, gobernador de Huamanga, tuvo
noticias de la existencia del yacimiento de cinabrio
de Santa Bárbara. Los españoles sabían que el
cinabrio contenía altas leyes de azogue, que se
utilizaría en el tratamiento de los minerales de
plata extraídos de las minas de Potosí, ubicadas
en el Alto Perú (hoy en territorio boliviano). La
opulencia de que llegó a gozar Huancavelica fue tal,
que cuando el virrey Francisco de Toledo ordenó
la fundación formal de la ciudad, el 4 de agosto
de 1571, la bautizó como Villa Rica de Oropesa.
El yacimiento de cinabrio, fuente del azogue y
conocido con el nombre de Santa Bárbara, se
ubica en el cerro Wanka Willka, nombre que con
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el tiempo derivó en Huancavelica. En 1779 se
produjo un devastador derrumbe en la mina, que
prácticamente marcó el final de la época de gloria
de Santa Bárbara y de Huancavelica, y coincidió
también con la decadencia de Potosí.
Adicionalmente a Potosí, se sabe que la existencia de
minerales de plata en Cerro de Pasco era conocida
por las civilizaciones preincaicas. El profesor César
Pérez Arauco, en su obra Cerro de Pasco, historias
del pueblo mártir del Perú, siglos XVI al XIX, señala
que en la región de Pasco existieron tres yaros
(grupos aimaras asentados en la zona de Cerro de
Pasco, mucho antes de la llegada de los españoles): los
champihuarangas, los huariacas y los tinyahuarcos,
los dos primeros dedicados a la agricultura, mientras
que los últimos eran principalmente mineros. Su
relato desvirtúa aquella leyenda que señala que
el pastor Huaricapcha habría sido el descubridor
de los minerales de Cerro de Pasco, cuando, tras
cobijarse en una cueva y habiendo encendido una
fogata para protegerse del intenso frío, encontró,
al despertar al siguiente día, que la roca «lloraba
pequeñas bolas de plata», las mismas que recogió
para llevar al español Joseph Ugarte, agricultor de
la zona de Huariaca, quien inició la explotación del
emblemático yacimiento de Cerro de Pasco. Me
inclino a pensar que el profesor Pérez Arauco tiene
razón: los tinyahuarcos, en tiempos preincaicos,
conocían ya de la existencia de minerales de plata en
Cerro de Pasco.
La ciudad de Cerro de Pasco fue fundada como Villa
de Pasco en 1572. En 1639, a raíz de un envío de 5
millones de ducados procedentes del asiento minero
de San Esteban de Yauricocha (hoy Cerro de Pasco),
 Instalación de faja de finos en Manto, en la unidad Orcopampa, en 1966.

Don Bruno Tschudi,

fundador de la Sociedad
Minera Suizo-Peruana Túnel San Lorenzo, en el nivel 420,
Julcani. en Tentadora, en la unidad Julcani.
 A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL
mediante real cédula se le otorgó el título de Ciudad
Real de Minas.
No puedo, sin embargo, dejar de mencionar la
importancia que en su momento tuvieron los
yacimientos de Caylloma, en las alturas de Arequipa,
y de Castrovirreyna, en Huancavelica. Fueron
intensamente trabajados durante el Virreinato,
y contribuyeron con sumas importantes para la
Corona Española.
Seguramente de menor importancia fueron
Hualgayoc, en Cajamarca, y Laicacota, en Puno. Con
referencia a Hualgayoc, Alexander von Humboldt, a
finales del siglo XIX, quedó tan impresionado, que
llegó a decir que ese lugar estaba llamado a ser el
nuevo Potosí. Con referencia a Laicacota, nuestro
genial tradicionalista Ricardo Palma cuenta, o mejor
dicho inventa, que hubo una reyerta entre los señores
Salcedo, dueños de la mina, y las tropas del virrey;
en tal reyerta hubo disparos de armas de fuego, y
cuando a los hermanos Salcedo se les terminaron
las balas de plomo, continuaron, pero con balas de
plata. Palma señala en su historia esta frase: «No se
dirá que no mataban lujosamente».
Hubo, además, muchas otras pequeñas
explotaciones, entre las que podemos incluir
a Julcani, alma máter de Buenaventura, como
veremos a continuación.
En conclusión, durante el Virreinato, la producción
de plata de nuestra cordillera fue muy importante
para la Corona de España a través de los llamados
«quintos reales», que en realidad eran un impuesto
de 20% del valor de los metales exportados.
Ya a principios de la República se nota algún
interés de nuestros gobernantes por la minería.
13
Una primera muestra de ello es la disposición
dada por el libertador Simón Bolívar, según señala
el padre Rubén Vargas Ugarte en el tomo 7 de la
Historia General del Perú, donde se lee: «Antes
de partir al sur, el 10 de abril de 1825 adoptó
algunas medidas administrativas». Entre ellas, dice,
«crear las direcciones de minería en las capitales de
departamento (1° de febrero) y ordenar se sacasen
a licitación las minas abandonadas o anegadas a
fin de arbitrarse recursos, siendo el beneficio de
las minas una de las principales entradas del fisco.
Todo cuanto se hiciera por su desenvolvimiento
tenía que redundar en beneficio del país».
Mariano de Rivero, según consta en sus memorias,
desempeñó el cargo de director general de
Minería. Suponemos que esta posición fue
creada para supervisar la labor de las direcciones
departamentales creadas por Bolívar.
El mariscal Ramón Castilla, en la década de 1850,
fundó la primera Escuela de Ingenieros Civiles y
de Minas del Perú, bajo la dirección del ingeniero
Ernesto Malinowski, pero desafortunadamente la
institución no llegó a funcionar por falta de fondos.
En 1850 llegó al Perú Giovanni Antonio Raimondi
Dell’Acqua, quien nació en Milán en 1824 y falleció
en San Pedro de Lloc en 1890. Raimondi fue un
investigador, naturalista, geógrafo, explorador,
escritor y catedrático, que desde su llegada al Perú,
en 1850, se dedicó a realizar un esmerado estudio
de la fauna, la flora y la geología de nuestro país.
Su obra más sobresaliente es El Perú, editada en
seis tomos, entre 1875 y 1913, en cuyo prefacio
anima y aconseja directamente a los peruanos a
estudiar nuestras riquezas naturales, hecho que lo

convierte, para muchos historiadores y escritores,
en un verdadero peruanista.
En 1876, cuando era presidente del Perú Manuel
Pardo y Lavalle, se fundó finalmente la Escuela de
Ingenieros Civiles y de Minas, bajo la dirección del
ingeniero Eduardo de Habich, y con la colaboración
del ingeniero Ernesto Malinowski. Al producirse
la Guerra del Pacífico, las labores de la escuela
quedaron suspendidas, pero pronto reanudó sus
actividades, y a finales de ese siglo egresaron las
primeras promociones de ingenieros.
Conviene recordar que el XIX en el Perú fue el siglo
del guano y del salitre, así como de la construcción
de ferrocarriles, pero la minería metálica, a pesar
del interés mostrado por el libertador Simón
Bolívar a inicios de la República, quedó relegada a
segundo plano.
En el año 1901 se promulgó el primer Código de
Minería, cuando ejercía la presidencia Eduardo
López de Romaña, y se formó el Cuerpo de
Ingenieros de Minas. Esta institución encargó
a varios de los egresados la preparación de
monografías sobre distintas partes del país. Ellas
han quedado registradas en los boletines del Cuerpo
de Ingenieros de Minas del Perú, y constituyen una
valiosa fuente de información para los que hemos
ejercido la profesión.
En 1902 se estableció en el Perú la Cerro de Pasco
Mining Company, y en 1910, la Morococha Mining
Company. En 1916 se fusionaron ambas empresas
para formar la Cerro de Pasco Copper Corporation,
que construyó la fundición de La Oroya. Esta
empresa trajo al Perú a eminentes geólogos y
metalurgistas con alta formación académica, como
Anverso y reverso de doble ducado
Zaragoza, del siglo XVI.
Donald H. McLaughlin y Louis C. Graton, entre
otros, que influyeron positivamente en la formación
profesional de ingenieros peruanos.
Mientras tanto, en Cerro de Pasco seguían operando
algunas empresas mineras, dentro de las cuales
debe mencionarse las dirigidas por don Eulogio
Fernandini. En Morococha sucedió algo similar, y allí
destacó la figura de don Lizandro Proaño.
En 1925 se fundó la Sociedad Geológica del Perú
por iniciativa de Carlos I. Lisson Beingolea, a quien
se considera el padre de la Geología en el Perú.
Esta sociedad también publicó valiosos boletines
con descripciones de minas, tanto peruanas como
extranjeras.
Fue así como se creó una institucionalidad minera
que indudablemente fomentó el ambiente necesario
para la promulgación del famoso Código del 50, que
tanto interés despertó por los yacimientos minerales
del Perú, y que contribuyó a que yo me decidiera a
hacerme cargo del arrendamiento de Julcani en 1952.
Esta historia y esta tradición mineras hicieron
posible también que en 1951 hubiera en el Perú
recursos humanos suficientes para emprender la
aventura de Julcani.
 A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL 15

La Sociedad Minera
Suizo-Peruana Julcani
En cuanto a la historia de la mina Julcani, conviene
señalar que, si nos remontamos al siglo XVI, vemos
que el yacimiento era ya conocido. En el libro
Relación de la ciudad de Guamanga y sus
términos, del año 1586, Marcos Jiménez de la
Espada indica que «existían minas en el cerro que
llamaban Xulcani, cuatro leguas de Guancavelica
hacia esta ciudad (Lircay, Angaraes), de donde se
extraen oro y plata», y en particular menciona las
vetas de oro de Corihuacta y Carnicería.
El desarrollo del distrito de Julcani en la época
colonial ha sido descrito también por Enrique
Dueñas, que señaló que a mediados del siglo XVII
fueron descubiertas las vetas argentíferas de San
Pedro, San José, Santo Domingo y Santa Úrsula.
En lo que se refiere a la producción de esos años
se tiene alguna información un tanto confusa y no
confiable. Sin embargo, los informes anuales del
Tribunal de Minería muestran que en 1787 había
en Julcani 11 mineros trabajando 17 pozos o minas,
con un total de 247 trabajadores; en 1779 había
32 mineros, quienes poseían 14 minas de plata y
empleaban a 202 trabajadores. Es, pues, indudable
que en el siglo XVIII hubo en Julcani alguna actividad Eduardo de Habich, fundador de la Escuela de Ingenieros del Perú, hoy
minera, la cual disminuiría considerablemente Universidad Nacional de Ingeniería, en retrato realizado por Luis Astete y
Concha, hacia 1910.
durante el siglo XIX, lo que se explica por los
movimientos precursores de la Emancipación y por
la anarquía que caracterizó los primeros años de la
República.
Fue recién en 1907 cuando Juan Zumaita
constituyó la Sociedad Minera Huancavelica con
el objetivo de explotar los filones de Acchilla, en
el distrito minero de Julcani. Pero no tuvo éxito.
En ese tiempo apareció la figura de don Diosdado
Gandolini, ciudadano italiano cuyos servicios
habían sido contratados para diseñar los sistemas
de agua y desagüe de la ciudad de Huancayo,
donde se había enterado de la existencia del filón
de Corihuacta en Julcani. Don Diosdado adquirió
los derechos mineros de la zona y construyó un
primer horno para fundir los minerales y una planta
para recuperar otros minerales que acompañan al
oro en Corihuacta, tales como tungstato de hierro
y manganeso, la wolframita (que otorgaba una
extraordinaria dureza a los minerales de Julcani).
Así, don Diosdado decidió establecer su hogar en
Lircay, capital de la provincia de Angaraes.
Al mismo tiempo, el ingeniero Pablo G. Vidalón,
graduado en la Escuela de Ingenieros del Perú,
perteneciente a una distinguida y tradicional
familia lirqueña, se interesó y puso en marcha la
zona de Mimosa, ubicada en el extremo noroeste
del distrito minero de Julcani. Don Pablo contrajo
matrimonio con la señorita María Luisa Gandolini,
hija de don Diosdado. La familia Vidalón Gandolini
llegó de esa manera a consolidar la gran mayoría
de las concesiones del distrito minero de Julcani, y
logró interesar a un grupo de inversionistas suizos
y peruanos, que en 1936 formaron la Sociedad
Minera Suizo-Peruana Julcani.
Otro concesionario minero en el distrito de Julcani
era don Eduardo Larrauri, primo de don Pablo
G. Vidalón. Sus concesiones finalmente fueron
también adquiridas por la Sociedad Minera Suizo-
Peruana Julcani.
De otro lado, entre mis papeles he encontrado una
fotocopia de una publicación titulada La presencia
suiza en el Perú. Desafortunadamente no está
completa, y no se aprecian ni el nombre del autor
ni la fecha de la edición, pero me parece interesante
reproducir aquí tres párrafos relacionados con
la familia Oechsle, la constitución de la Sociedad
Minera Suizo-Peruana Julcani y, posteriormente, la
formación de Buenaventura, bajo el título «Oechsle,
Tschudi-Tradición centenaria»:
Don Fernando Augusto Oechsle Junk nació
en Ulm, Alemania, en 1860. Llegó a Lima en
1883, llamado por Ottenheim Hermanos como
contador. Después trabajó con Juan Harten y
Compañía; don Fernando fue cónsul de Noruega
y Finlandia en el Perú, respectivamente.
Visionario, creativo, trabajador incansable, no
pensó que su nombre prevalecería más de un
siglo en una de las más importantes empresas
comerciales que forma parte de la historia
nacional. Aquí tomó por esposa a una dama de
apellido Pruss, hija de un inmigrante alemán, y
tuvieron cinco hijos.
Constituye con Juan Harten la compañía
que después, en 1897, tendría la razón
social A.F. Oechsle, en la cual incluye a su
hermano Arturo. En la calle Bodegones —
jirón Carabaya— funcionó como mayorista
y distribuidora de géneros, juguetes,
pasamanería, droguería y otros. Después, en la
Plaza de Armas, pasaje Olaya, surge un nuevo
establecimiento minorista que destaca por su
moderna decoración y el arte de la moda al día,
proveniente de Zurich, París, Londres, Milán,
 A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL
Florencia, Hamburgo y Nueva York. Es un
edificio de cinco pisos conocido entonces como
«El Coloso de Hierro Vestido de Sedas», en el
que se instaló el primer ascensor de Lima.
Corrían los años de 1920, don Fernando
Oechsle viajaba continuamente a Europa,
en especial a Suiza, para renovar estilos y
artículos. Durante la estadía de la familia en
Suiza, Edith, hija de don Fernando, conoció al
joven Bruno Tschudi, hijo del famoso médico
Eugene Tschudi, y se casó. La tradición
Oechsle se dinamizó con el aporte de Tschudi,
quien ingresó a la organización en 1927, en
la especialidad de pasamanería. Pero Bruno,
en 1936, se independiza, compra una mina
en Huancavelica y funda la Sociedad Minera
Suizo-Peruana Julcani, la cual instaló una
concentradora y un campamento minero en las
faldas del cerro Corihuacta. Fernando Oechsle
murió en 1945; la segunda generación continúa
la brega. La casa Oechsle se confirma como
el mejor centro comercial de moda al estilo
de los grandes almacenes de Europa. Bruno
Tschudi se convence de que su camino no está
en la minería, vende Julcani a la Compañía
Buenaventura y en momentos difíciles regresa
a la empresa familiar, se asocia con esta para
formar una larga cadena con el nombre de
Monterrey.
De allí en adelante, la publicación se refiere a
los futuros acontecimientos de la Casa Oechsle,
desvinculada ya de la minería, y en consecuencia no
incumbe a la historia de Buenaventura.
Debo agregar que fui un gran admirador de Bruno
17
Tschudi, quien no dudó en suscribir un porcentaje
importante de acciones de Buenaventura en su
fundación, y posteriormente fue miembro del
directorio de la empresa desde 1953, y su presidente
desde 1956 hasta 1979, cuando decidió retirarse
en razón de su edad y para no distraer su atención
de los asuntos de los supermercados Monterrey.
Agradezco a Bruno por sus sabios consejos y su
continua colaboración durante los primeros años
de Buenaventura. Es justo por eso que, en este
momento en que Buenaventura cumple 60 años
de su fundación, se rinda un merecido homenaje a
la memoria de tan distinguido hombre de negocios,
que tanto nos ayudó durante los primeros tiempos
de la vida de la empresa.
En lo que se refiere a las actividades de la Sociedad
Minera Suizo-Peruana Julcani, y a la decisión de
Bruno Tschudi de vender Julcani, se explican por las
dificultades encontradas durante su operación y que
tienen su razón de ser en el hecho de que Bruno era
fundamentalmente un excelente comerciante, pero,
como él mismo dijo, «La minería no es mi camino».
Para completar esta historia de la Sociedad Minera
Suizo-Peruana Julcani, permítaseme reseñar las
siguientes cifras que seguramente provocaron la
desazón de Bruno en la minería:
g / Au / t Años
Leyes de 1941 1942 1943
mineral 13,25 6,43 5,34 4,23
Como se ve, las leyes del mineral habían disminuido
notablemente, y la situación económica y
18
financiera se había tornado desesperada, más aun
cuando Bruno había contratado los servicios de un
experimentado metalurgista —me atrevo a decir
que con limitada experiencia en Geología Minera—,
quien reportó que había inspeccionado la mina y que
no había encontrado reservas minerales similares a
las producidas en 1941, lo cual era correcto.
Lo que le faltó a este experto fue reconocer que el
área de Corihuacta, con minerales de oro, no era
sino una parte del distrito de Julcani, donde también
había vetas de minerales de plata, que, si bien eran
delgadas e irregulares, contenían importantes leyes
de este metal. Tal es el caso de la mina Herminia, a 1
km al sur de Corihuacta.
Esta situación de desesperanza llevó a Bruno,
convencido ya de que la minería no era su camino, a
tocar las puertas de uno de sus acreedores, la Cerro
de Pasco Copper Corporation, que inmediatamente
comprendió que había quedado mucha área
por explorar dentro del distrito. Bruno logró un
excelente contrato de arrendamiento de la mina con
una opción de compra por $2 millones durante los
primeros dos años del arrendamiento. Vencido ese
plazo, la Cerro decidió no adquirir la propiedad, pero
sí seguir adelante con el arrendamiento.
En 1951, seis años después de haber tomado el
arrendamiento, la Cerro empezó a considerar hacer
suelta del mismo, pues las vetas, si bien con altos
contenidos de plata, se presentaban en pequeñas
bosonadas irregulares y se había alcanzado la
convicción de que Julcani nunca llegaría a compararse
con las operaciones en Cerro de Pasco, Morococha,
Casapalca o San Cristóbal. Julcani sería siempre una
pequeña operación de 100 t diarias. Además, en
ese tiempo no había carretera desde Huancayo hasta
Huancavelica; solo existía el ferrocarril, de trocha
angosta, el famoso Tren Macho, «que sale cuando
quiere y llega cuando puede», y que daba un servicio
aceptable para transportar la carga, pero no para el
transporte de pasajeros. Los técnicos de la Cerro que
tuvieron a su cargo la supervisión de esta operación
debían dormir en Huancayo para tomar el único tren
de pasajeros que salía diariamente a las seis de la
mañana, con el riesgo, en especial en la época de
lluvias, de que el tren tuviera que postergar su salida
durante varias horas, incluso días.
En vista de esta situación, en 1952, la Cerro tomó la
decisión definitiva de hacer suelta del arrendamiento,
no sin antes tratar de interesar a un joven minero
que quisiera hacerse cargo de las operaciones, con
el compromiso de vender en forma exclusiva la
producción de Julcani a la fundición de La Oroya.
La razón radicaba en que los minerales de Julcani,
además de su contenido de plata, tenían también
entre 1 y 2% de bismuto, que interesaba mucho a la
fundición de La Oroya, que se había convertido en la
mayor productora de este metal en el mundo y veía
con preocupación que el contenido de bismuto de los
minerales de la mina de Cerro de Pasco disminuían
constantemente. Fue en esas circunstancias cuando
me presenté como posible futuro arrendatario de
Julcani, lo que logré gracias a la desesperanza que
sufría Bruno al ver que no solamente él había tenido
dificultades para operar la mina con utilidades, sino
que ahora una empresa del volumen y la capacidad
técnica de la Cerro hacía suelta del arrendamiento.
Como señalé antes, negocié con el mayor detalle las
regalías que debía pagar, y logré una rebaja sustancial
 A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL
si se las comparaba con las que había venido pagando
la Cerro. Sin embargo —algo explicable quizás por
mi falta de experiencia—, olvidé aclarar en esas
negociaciones que, al hacer mi propuesta de regalías,
tenía en mente que el contrato duraría un plazo de
diez años. Bruno me comunicó que había presentado
mi propuesta de regalías a los accionistas de la
Sociedad Minera Suizo-Peruana Julcani, quienes la
habían aprobado luego de inevitables resistencias,
pero que solo sería por un año, otorgándoseme
una opción de compra, al cabo de ese plazo, por la
suma de $300.000. Mi frustración fue considerable,
y traté de hacer ver a varios accionistas que esas
condiciones eran inviables y no me daban tiempo
para realizar las exploraciones que tenía en mente,
pero lo único que logré fue un ofrecimiento verbal:
si yo pagaba puntualmente las regalías y lograba
llevar eficientemente la operación, ellos podrían
reconsiderar y darme un plazo adicional.
Vencido el plazo de un año, y al haber cumplido
fielmente las obligaciones del contrato, viajé a Lima
con una lejana esperanza de lograr la extensión del
plazo. Fue imposible. Me vi obligado, entonces, a
hacer uso de la opción de compra que se me había
otorgado al inicio del arrendamiento.
En verdad, si bien el hallazgo de la veta Sacramento
me había dado un respiro en el aspecto de las
reservas minerales, también había despertado la
ambición de algunos accionistas peruanos, que
hacían el siguiente raciocinio: «Si Benavides a los 31
años, sin mayor experiencia minera [mi experiencia
en la Cerro había sido en el campo de la Geología,
pero no contaba con ella en lo concerniente a la
extracción de minerales ni en la metalurgia, y menos
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aun en el campo de lo gerencial], ha logrado lo que ha
logrado, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros?».
Me vi obligado a aceptar el reto y, para ello, cumplido
el año de arrendamiento, a formar Buenaventura.
Pero ese es otro capítulo.
El Código de Minería de 1950
En cuanto a la situación sociopolítica que se vivía
en la década de 1950 y la tradición minera del
país, conviene anotar que eran los tiempos en que
gobernaba el general Manuel A. Odría, cuyo lema
era «Hechos y no palabras». Habría que agregar
que el general Odría había nacido en Tarma, ciudad
situada en el corazón de la minería de esos días,
entre Cerro de Pasco y Morococha, y no lejos de La
Oroya. Parecería que el presidente quería que la
actividad económica en esa zona del centro del país
se replicara en el resto de nuestra serranía, y que
eso pudiera hacerse a través de la minería. Como
director general de Minería del entonces Ministerio
de Fomento había sido nombrado el ingeniero Mario
Samamé Boggio, quien presidió una comisión para
la preparación de un nuevo Código de Minería, el
famoso Código del 50, que generó, a no dudarlo, una
gran promoción de la minería de esos días.
Bajo el amparo del Código del 50 se puso en
producción Toquepala, Cuajone, Cobriza, Yauricocha,
Marcona y otras operaciones menores, dentro de las
cuales se puede mencionar a Julcani, y fue posible
que otras modernizaran o ampliaran su capacidad de
tratamiento, como es el caso de la Minera Atacocha.
Todo eso representó una significativa contribución a
la economía del país, pero quizás más transcendental
a largo plazo fue el interés que despertó en los
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Ingeniero Mario Samamé Boggio,

promotor del Código del 50.

inversionistas, lo que se tradujo en agresivos

programas de exploración en todo el territorio
nacional. Fue en esa época, y como consecuencia
de la promulgación del Código del 50, cuando se
pusieron sobre la mesa prospectos mineros como
Antamina, Tambo Grande, Tintaya, Las Bambas, y
tantos otros que, si bien ya se conocían y habían sido
descritos en los boletines del Cuerpo de Ingenieros
de Minas del Perú, no habían recibido el menor
interés a lo largo de más de cincuenta años. Y es una
lástima que hayan tenido que pasar otros cincuenta
para que algunos de ellos entren en producción o se
les haya prestado la atención requerida.
La labor del ingeniero Mario Samamé Boggio y de los
miembros de la comisión redactora no puede ni debe
mezquinarse. Hicieron un estupendo trabajo, pero a
ello contribuyó la tradición minera del país desde
los tiempos preincaicos, incaicos, virreinales y de los
inicios de la República.
Hago votos para que en este siglo XXI, con mejores
vías de comunicación, Huancavelica progrese y se
incorpore al proceso de desarrollo que está viviendo
nuestro país, y que Buenaventura continúe por
muchos años más colaborando con ese proceso.

Alberto Benavides de la Quintana

Presidente Fundador
Compañía de Minas Buenaventura

Lima, diciembre de 2013

A MANERA DE ANTECEDENTE / UN TESTIMONIO PERSONAL 21

Ciudad de Huancavelica en la actualidad.