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1 Escrito en 1905.
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La clave económica del imperialismo 87
y las energías del excedente intrépido de nuestra población. Esa expansión es una
necesidad vital para una nación con la grande y creciente capacidad de produc
ción que tiene la nuestra. Cada vez es mayor el número de británicos que se de
dica a la industria y al comercio en las ciudades, y cuya vida y trabajo dependen
de la llegada de alimentos y materias primas de tierras extranjeras. Para comprar
y pagar estas cosas, tenemos que vender nuestras mercancías fuera. Esto lo conse
guimos los británicos sin dificultad durante los primeros setenta y cinco años del
siglo xix al amparo de una expansión natural del comercio con las naciones del
continente europeo y con nuestras colonias, todas las cuales iban muy por detrás
de nosotros en tecnología industrial y en medios de transporte. Durante el tiem
po en que Inglaterra tuvo prácticamente el monopolio de los mercados mun
diales para ciertas clases importantes de bienes manufacturados, el imperialismo
fue innecesario. A partir de 1870, la supremacía industrial y comercial británica
sufrió un grave quebranto. Otras naciones, principalmente Alemania, Estados
Unidos y Bélgica avanzaban con gran rapidez, y aunque no han destruido y ni si
quiera frenado el crecimiento de nuestro comercio exterior, su competencia ha
hecho cada vez más difícil que Gran Bretaña pueda colocar a precios rentables la
totalidad del excedente de su producción industrial. La manera en que estas na
ciones habían invadido nuestros mercados tradicionales, e incluso de los de
nuestras propias posesiones, hacía urgente que tomáramos enérgicas medidas
para conseguir nuevos mercados. Estos nuevos mercados tenían que estar en países
hasta entonces no desarrollados, principalmente de los trópicos, en los que
existía una numerosa población susceptible de experimentar crecientes necesida
des económicas que nuestros fabricantes y comerciantes podían satisfacer.
Nuestros rivales se estaban apropiando y anexionando territorios con la misma fi
nalidad y, cuando se los habían anexionado, los cerraban a nuestros productos.
Tuvieron que emplearse la diplomacia y las armas de Gran Bretaña para obligar a
los propietarios de los nuevos mercados a comerciar con nosotros. La experiencia
mostró que la manera más segura de afianzar y desarrollar dichos mercados era la
creación de protectorados o la anexión. El valor de dichos mercados en 1905 no
debe considerarse como prueba definitiva de la eficacia de la citada política; el
proceso de creación de necesidades civilizadas que Gran Bretaña pueda satisfacer
es necesariamente un procedo gradual, y el coste de ese tipo de imperialismo ha
de considerarse como un desembolso de capital, cuyo'frutos recogerán las futuras
generaciones. Los nu'eyos mercados puede que no fueran grandes, pero brinda
ban útil salida al superávit de nuestras*grandes industrias textiles y metalúrgicas,
y cuando se llegó a entrar en contacto con las poblaciones del interior de Asia y
Africa, lo normal era que se produjera una rápida expansión del comercio.
Mucho mayor y mas importante es la urgencia que tiene el capital de en
contrar en el extranjero negocios en los que invertir. Además, mientras el fabri
cante y el comerciante se contentan con comerciar con las naciones extranjeras, el
inversor tiene una decidida tendencia a procurar la anexión política de los países
en los que radican sus inversiones más especulativas. Está fuera de toda duda que
los capitalistas presionaren este sentido. Se ha acumulado un gran volumen de
ahorro que no puede invertirse lucrativamente en Inglaterra y tiene que encontrar
88 Estudio del imperialismo
2 «¿Y por qué se emprenden las guerras si no es para conquistar colonias que posibili
ten la inversión de más capital, la adquisición de monopolios comerciales, o la utilización
en exclusiva de determinadas rutas comerciales?» Loria, pág. 267.
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ya hemos visto que con sus homólogos de Gran Bretaña y otras partes
ocurría lo mismo. Porque, en efecto, el gasto público asignado a prose
guir la aventura imperialista sería otra fuente de inmensas ganancias
para ellos: los financieros se beneficiarían haciendo empréstitos, los cons
tructores de buques y las compañías navieras percibiendo subvenciones,
y los fabricantes de armamentos y otros útiles imperialistas realizando los
contratos correspondientes.
La precipitación de este cambio radical de política se debió a la rápi
da manifestación de la necesidad que lo motivó. En los últimos años del
siglo XIX, Norteamérica casi triplicó el valor de sus exportaciones in
dustriales; todo hacía pensar que si se mantenía el ritmo de crecimiento
de aquellos años, superaría antes de una década el volumen de las expor
taciones británicas, que progresaba más lentamente, y se colocaría a la
cabeza de las naciones exportadoras de productos industriales3.
Este era el objetivo que ambicionaban abiertamente los más activos
hombres de negocios norteamericanos; y con los recursos naturales, la
mano de obra y la capacidad administrativa que tenían a su disposición
era muy probable que lo consiguieran4. Como los capitalistas norteame-
3 Tras la primera guerra mundial, las nuevas circunstancias, que brindaban inmensas
oportunidades a la exportación de capital y bienes de Estados Unidos, determinaron una
pausa en su política imperial y una retirada temporal de la carrera imperialista.
4 «Tenemos ahora tres de las cartas que ganan en el juego de la grandeza comercial, a
saber: el hierro, el acero y el carbón. Durante mucho tiem po, hemos venido siendo el gra
nero del mundo; ahora aspiramos a ser su factoría, y después queremos ser su banco». (Pa
labras del presidente de la Asociación de Banqueros Americanos, en Denver, en 1898).
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nuación puede servir para ver más claramente el problema: «El volumen
de producción ha ido ascendiendo con anuamente"gracias al perfecciona
miento de la maquinaria moderna. Los productos correspondientes se
distribuyen por dos canales, uno que lleva la parte de la producción des
tinada al consumo de los trabajadores, y otro que transporta todo lo res
tante para los ricos. El canal de los trabajadores tiene el lecho de roca
viva y no puede ensancharse, debido a que el competitivo sistema de sala
rios impide que éstos suban en proporción al aumento del rendimiento
en el trabajo. Los salarios se basan en el coste de la vida, y no en el rendi
miento de la mano de obra. El minero que trabaja en una mina pobre
gana lo mismo que el minero que trabaja en la mina de al lado, que es
rica. Es el propietario de la mina rica, y no su asalariado, el que se alza
con la ganancia. El canal que transporta los bienes destinados al sumi
nistro de los ricos se bifurca a su vez, en dos brazos. Un brazo lleva lo
que los ricos «gastan» en sí mismos, para sus necesidades y lujos, y el otro
brazo no hace sino recoger y conducir el agua que se desborda, los
ahorros de los ricos. El brazo que conduce el gasto, es decir, lo que los ri
cos desperdician en lujos, puede ensancharse algo, pero como el número
de los que son ricos de verdad para permitirse todos los caprichos es pe
queño, nunca podrá agrandarse de manera considerable y, de todos mo
dos, su caudal es tan desproporcionadamente inferior al del otro brazo,
que en ningún caso puede haber muchas esperanzas de que la bifurca
ción mencionada sirva para evitar el desbordamiento del capital. Los ri
cos no tendrán nunca la imaginación suficiente para gastar lo necesario
para evitar el exceso de producción. El brazo del canal que transporta el
ahorro de los ricos, el gran aliviadero cuya misión era recoger el agua que
se desbordaba, se ha ido ahondando y ensanchando constantemente
para que pudiera llevar el flujo siempre creciente del nuevo capital, pero
de repente se ve que no sólo no puede agrandarse más, sino que además
parece encontrarse en estos momentos en un proceso de
estancamiento»'5.
Aunque el pasaje transcrito subraya excesivamente las diferencias
entre ricos y pobres y exagera la mala situación de los trabajadores, sirve
para ponernos ante la vista, de forma vigorosa y exacta, una verdad
importantísima y poco reconocida de la teoría económica. El «aliviadero»
del ahorro no se alimenta exclusivamente, desde luego, del superávit de
la renta de «los ricos». A él contribuyen también los profesionales e in
dustriales de clase media y, en muy pequeña medida, también los traba-
6 Poverty: A Study ofTown Life, [La Pobreza: Estudio de la Vida en las Ciudades.]
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guíente, los perjuicios que temen; de hecho, no pueden utilizar esos ex
cedentes de ahorro más que obligando a su país a embarcarse en una
ruinosa política imperialista. El único sistema que puede dar seguridad a
los Estados consiste en quitar a las clases poseedoras los incrementos no
ganados de sus ingresos y añadirlos a los salarios de las clases trabajadoras
o a la renta pública, para que puedan gastarse en elevar el nivel de con
sumo.
La doctrina de la reforma social presenta dos variantes, según que los
reformadores traten de conseguir el objetivo indicado elevando los sala
rios, o aumentando los impuestos y el gasto público. Estas dos alternati
vas no son, en lo fundamental, contradictorias sino más bien comple
mentarias. Los movimientos de la clase trabajadora, bien mediante orga
nizaciones cooperativas privadas o presionando ante la Administración o
el poder legislativo, aspiran a aumentar el porcentaje de la renta na
cional que está asignado a la mano de obra en forma de salarios, pen
siones, compensación por accidentes de trabajo, etc. El socialismo de Es
tado intenta conseguir para el uso directo del conjunto de la sociedad
una participación mayor de los «valores sociales» que emanan del tipo de
trabajo estrecha y esencialmente cooperativo de toda sociedad industrial,
gravando la propiedad y los ingresos con impuestos que posibiliten la
entrada en el erario público, para el gasto público, de «la parte no ga
nada» de los ingresos, dejando a los fabricantes los beneficios necesarios
para sentirse estimulados a explotar sus recursos económicos del modo
más eficaz posible, y dejando también a las empresas privadas los nego
cios que no engendran monopolio y que el conjunto de la sociedad no ne
cesita emprender o no puede emprender por su cuenta. Los objetivos
que hemos mencionado no son los únicos, y ni siquiera los más común
mente aceptados, de los movimientos de reforma social; pero para los
objetivos del presente trabajo constituyen el aspecto esencial.
Los sindicatos y el Socialismo son, por tanto, los enemigos naturales
del imperialismo, dado que pretenden arrebatar a las clases «imperialis
tas» el exceso de ingresos ^ue constituye el motor impulsor del impe
rialismo. •v
No pretendemos presentar aquí una descripción definitiva de todas
las relaciones existentes entre las fuerzas indicadas. Cuando analicemos
el aspecto político del imperialismo, veremos como éste tiende de modo
natural a aplastar a los sindicatos y a «roer» o a explotar parasitariamente
el socialismo de Estado. Limitándonos por el momento al aspecto pura
mente económico, podemos considerar a los sindicatos y al socialismo de
Estado como fuerzas que se complementan para luchar contra el impe
rialismo en cuanto qué, al hacer llegar a las clases trabajadoras o al gasto
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