Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
ámbitos de la Evaluación
Moderna para la toma de
decisiones y el mejoramiento
Según Elola y Toranzos (2000)1 , con mucha frecuencia las discusiones sobre la pertinencia
o la utilidad de los procesos en el ámbito del sistema educativo se basan en un conjunto
de significados que, simultáneamente, le son atribuidos a la evaluación, y en ello se origina
la consecuente disparidad de criterios:
1. Se destacan las opiniones que asocian la evaluación a los exámenes y estos últimos
son considerados un instrumento de poder, que reflejan un estilo de enseñanza
conservadora y autoritaria que produce secuelas negativas en el desarrollo de los
alumnos.
2. La emisión de juicios de valor sobre los alumnos y sobre la calidad de sus tareas,
se suele basar en una información muy elemental, es decir, que la tendencia en la
práctica evaluadora es la de reducir el espectro de las informaciones y, por lo tanto,
simplificar los juicios de valor.
3. Con frecuencia los instrumentos de evaluación se usan con fines diferentes para los
que fueron diseñados, por ejemplo, cuando se administran las altas calificaciones
como premios y las bajas como castigo, convirtiéndolas así en un instrumento de
control disciplinario o similar.
4. Se observa un notable desfase entre la teoría y la práctica vinculada con la evaluación
atribuible a múltiples causas, como la burocracia escolar, la presión del tiempo, cierta
inercia y rutina consolidada alrededor de la práctica de la evaluación más tradicional.
5. Existe una tendencia fuerte a identificar evaluación y calificación, lo que manifiesta
una vez más el deterioro del concepto mismo de evaluación educativa.
1 Evaluación Educativa, una aproximación conceptual. Elola, Nydia y Toranzo, Lilia. Buenos Aires, 2000.
6. Los instrumentos de evaluación que habitualmente se diseñan, se refieren a un
número muy restringido de competencias cognoscitivas, muchas veces reducidas, por
ejemplo, a la memorización comprensiva, lo cual deja de lado un conjunto importante
de procesos y competencias involucrados en el aprendizaje que, por lo tanto, debieran
ser objeto de evaluación.
7. Los significados tradicionales más frecuentemente asociados a la evaluación, son las
ideas relativas a:
• El control externo.
• La función penalizadora.
• El cálculo del valor de una cosa.
• La calificación.
• El juicio sobre el grado de suficiencia o insuficiencia de determinados aspectos.
Estas ideas relacionadas con la calificación propia del ámbito escolar han ido permeando
la definición de evaluación en su sentido más amplio y, a su vez, han contribuido a la
generación de un conjunto de estereotipos que dificultan la práctica evaluadora. En este
sentido, la mayoría de las definiciones sobre evaluación se enmarcan en un plano que se
puede denominar normativo. Es decir, en el “deber ser” que define un modelo ideal y se
constituye en el referente evaluativo. La evaluación así aparece solo como una probabilidad
de determinar en qué medida las acciones realizadas se ajustan o no a ese patrón normativo
y no tanto como una posibilidad de definir nuevas normas, o bien, recrear las existentes.
Este significado, que expresa una cultura evaluativa tradicional, aparece muchas veces en
los documentos oficiales de una organización educativa, como los Proyectos Educativos
y/o los Reglamentos o Manuales de Evaluación. A veces, al revés, aparecen características
modernas de los procesos evaluativos, pero en la práctica, se siguen desarrollando acciones
tradicionales asociadas a la evaluación.
La evaluación moderna es aquella que se plantea con un sentido constructivo para revisar,
por ejemplo, el proceso de enseñanza y aprendizaje o cualquiera de los distintos procesos
de una organización educacional (las prácticas pedagógicas, por ejemplo). De esa manera,
la información que entrega todo proceso evaluativo incide directamente en la toma de
decisiones para el mejoramiento de los diferentes ámbitos de una organización.
En primer lugar, se puede afirmar que toda evaluación es un proceso que genera información
y, en este sentido, siempre implica un esfuerzo sistemático de aproximación sucesiva al
objeto a evaluar. Pero esta información no es casual o accesoria, sino que la información
que se produce a través de la evaluación genera conocimiento de carácter retroalimentador,
es decir, significa o representa un incremento progresivo de conocimiento sobre el objeto
evaluado. Desde esta perspectiva, la evaluación permite poner de manifiesto aspectos o
procesos que de otra manera permanecen ocultos y posibilita una aproximación en forma
más precisa a la naturaleza de ciertos procesos, las formas de organización de los mismos,
los efectos, las consecuencias, los elementos intervinientes, etc.
En síntesis, y para lograr lo anterior, es posible afirmar que en todo proceso de evaluación
reconocemos la presencia de ciertos componentes:
1. Búsqueda de indicios: ya sea a través de la observación o de ciertas formas de
medición, se obtiene información, la que constituye los indicios visibles de aquellos
procesos o elementos más complejos que son objeto de nuestra evaluación. En este
sentido, siempre hay que tener presente que toda acción de evaluación, finalmente
se lleva a cabo sobre un conjunto de indicios que se seleccionan de modo no azaroso,
sino sistemático y planificado, pero no por ello dejan de ser indicios. Por ejemplo, la
indagación sobre la adquisición de determinadas competencias por parte de un grupo
de alumnos requiere de la búsqueda de indicios, de pistas, que nos permitan estimar
la presencia o ausencia de dichas competencias.
2. Forma de registro y análisis: a través de un conjunto variado de instrumentos se registran
estos indicios. En este sentido, resulta positivo recurrir a la mayor variedad posible de
instrumentos y técnicas de análisis con carácter complementario, ya que en todos los casos
se cuenta con ventajas y desventajas en el proceso de registro y análisis de la información.
3. Criterios: un componente central en toda acción de evaluación es la presencia de
criterios, es decir, de elementos a partir de los cuales se puede establecer la comparación
respecto del objeto de evaluación o algunas de sus características. Este es uno de los
elementos de más dificultosa construcción metodológica y, a la vez, más objetable en los
procesos de evaluación. Por una parte, se corre el riesgo de reducir toda la evaluación
a una acción de carácter normativo, en la cual sólo se intenta establecer el grado de
satisfacción o insatisfacción de determinadas normas. Por otra, se puede caer en la
tentación de eludir la búsqueda o construcción de criterios, con lo cual toda acción de
evaluación resulta estéril, ya que solo es posible hacer una descripción más o menos
completa del objeto de estudio, pero no resulta factible realizar un análisis comparativo.
La mayor discusión en materia de evaluación se plantea alrededor de la legitimidad de
los criterios adoptados en una determinada acción evaluativa, es decir, quién y cómo
se definen estos criterios. Esto se incrementa teniendo en cuenta lo que se planteaba
inicialmente sobre la débil cultura evaluativa de nuestra práctica pedagógica escolar.
4. Juicio de valor: íntimamente vinculado con el anterior, pero constituyendo el componente
distintivo de todo proceso de evaluación se encuentra la acción de juzgar, de emitir
o formular juicios de valor. Este es el elemento que diferencia la evaluación de una
descripción detallada o de una propuesta de investigación que no necesariamente
debe contar con un juicio de valor. Es un elemento central en toda acción evaluativa
y el que articula y otorga sentido a los componentes definidos anteriormente, por
lo que tanto la búsqueda de indicios, las diferentes formas de registro y análisis, y la
construcción de criterios, estarán orientadas hacia la formulación de juicios de valor.
5. Toma de decisiones: por último, la toma de decisiones es un componente inherente al
proceso de evaluación y que lo diferencia de otro tipo de indagación sistemática. Las
acciones evaluativas cobran sentido en tanto sean soporte para la toma de decisiones.
Este es un elemento que adquiere importancia central y no siempre es tenido en cuenta
por quienes llevan a cabo los procesos de evaluación y/o quienes lo demandan. Volver
la mirada sobre este componente significa reconocer que toda acción de evaluación es
una forma de intervención que trae aparejada la toma de decisiones en algún sentido,
aun cuando la decisión sea la inacción y, por lo tanto, los procesos o fenómenos objetos
de evaluación sufren algún tipo de modificación como consecuencia de las acciones de
evaluación. Por ello, se vuelve imprescindible tener presente con anterioridad cuáles
son el o los propósitos o finalidades que se persiguen con la evaluación propuesta.
2 Terry D. TenBrink. Doctor en Psicología. Ha publicado numerosos artículos. Sus publicaciones se centran en la evaluación,
el estudio, el desarrollo humano y la psicología general educativa.
de obtener información y usarla para formar juicios que a su vez se utilizarán en la toma
de decisiones”.
Si bien las imágenes más frecuentes que se tienen sobre la evaluación se refieren a su
aplicación solo a los alumnos, es importante tener en cuenta que sus características, en
su modernidad, con sus componentes y funciones, son también aplicables a diferentes
ámbitos de la evaluación educativa. Frente a esta tarea, es necesario precisar, junto con
las funciones de la evaluación, el ámbito donde la misma tendrá lugar y procurar definir
las herramientas metodológicas consideradas más adecuadas para ese ámbito, tanto
en las tareas de recolección como de sistematización y análisis de la información, para
retroalimentar y decidir para alcanzar el mejoramiento.
Todos ellos constituyen un gran ámbito, que es el educacional, y en todos ellos deben
aplicarse las funciones de la evaluación moderna.
Para el maestro:
• Saber cuáles objetivos fueron cumplidos a través del ciclo didáctico proyectado.
• Intentar un análisis de las causas que pudieron haber motivado deficiencias en el logro
de las metas propuestas.
• Adoptar una decisión en relación con la causal que concurrió al logro parcial de los
objetivos propuestos.
• Aprender de la experiencia y no incurrir, en el futuro, en los mismos errores.
• Obtener evidencias que le permitan decidir qué aspectos de los métodos utilizados,
del programa o de los materiales de enseñanza, deben ser mejorados.
• Ir estableciendo un verdadero banco de información y de materiales que han probado
reiteradamente su utilidad y eficacia, es decir, lo que se denomina información válida
empíricamente.
Para el alumno:
• Conocer sus puntos débiles en el aprendizaje de determinados aspectos durante el
proceso y qué decisiones tomar para superarlos.
• Tener una estimación de su propio progreso, tanto durante el proceso como al término
de este.
• Recibir un estímulo permanente a su trabajo para esforzarse cada vez más.
• Acceder a un proceso de autoevaluación.
Las decisiones que se tomen al respecto deben estar enmarcadas en una estrategia y
decisión institucional que fomente la capacidad emprendedora, que estimule el esfuerzo
y recompense el óptimo desempeño, sea en lo cognitivo o en lo actitudinal. En ese
sentido, se puede organizar encuentros académicos entre estudiantes de diferentes
instituciones, ferias de libro, promoción de la lectura, olimpiadas de distinta índole
(de matemáticas, de historia, ortografía, etc.)
En el ámbito del aula, el docente debe promover siempre que los estudiantes hagan
más de lo que se les pide, que asuman el reto de aprender más. Se puede ofrecer,
igualmente, antologías de lecturas, artículos científicos, reportajes para profundizar
determinados aprendizajes. Estas acciones deben ser de elección libre, sin presiones
de ningún tipo, para que de verdad se aproveche el potencial de los estudiantes.
Es decir, el análisis para la toma decisiones no debe limitarse sólo a los resultados del
alumno con las notas obtenidas, sino que tanto docentes como directivos deben realizar
un análisis de las condiciones en que se están ejecutando las prácticas pedagógicas
en el aula. Se sugiere realizar talleres de autoestima, juegos de roles, análisis de casos,
excursiones, que deriven en reflexiones y compromisos sobre la práctica de la tolerancia,
el asertividad y la empatía. El establecimiento debe entregar y establecer normas de
convivencia en forma consensuada, de tal manera que haya un conocimiento cabal
y claro respecto de los objetivos de dichas normas de convivencia. La comunicación
que se mantenga con los asistentes de la educación de cada curso y los profesores,
debe servir para programar acciones conjuntas que mejoren el clima en el aula, lo que,
indudablemente, redundará en un ambiente mucho más propicio para los aprendizajes.
Pero también resulta injusto pensar que los únicos responsables del fracaso escolar
sean los estudiantes. Por lo tanto, frente a esta discusión, la mayoría de los profesores
desde hace mucho tiempo ha establecido una mirada madura y profesional respecto de
su quehacer. Esta es, revisar continua y permanentemente sus prácticas pedagógicas.
Para esto, resulta clave plantearse interrogantes como: ¿hemos reflexionado por
un momento sobre la pertinencia o no de las estrategias que empleamos? ¿Hemos
pensado en los estilos y ritmos de aprendizaje de los estudiantes y en función de ellos
hemos seleccionado las estrategias? Los resultados de las evaluaciones a los alumnos
es lo que nos permite como docentes tomar decisiones respecto de nuestro quehacer
pedagógico cuando se analizan dichos resultados.
Por lo tanto, cuando analizamos los ámbitos en que se deben tomar decisiones a partir
de los resultados de las evaluaciones, es fundamental realizar un análisis exhaustivo
tanto de los procedimientos evaluativos como de los instrumentos aplicados.
De acuerdo con todo lo anterior, entonces, podemos señalar que todo proceso de evaluación
exitoso debe observar algunos requerimientos indispensables o atender a cierto conjunto
de premisas.
En primera instancia, debe entenderse que toda acción evaluativa es una forma particular
de intervención en la realidad.
Cualquiera que sea la estrategia metodológica adoptada, los objetos de evaluación sufren
algún tipo de modificación como consecuencia de esta intervención. Este es un elemento
que debe tener presente el evaluador, por una parte, para no producir interferencias en
demasía en el desarrollo habitual de las acciones y, por la otra, para ponderar este efecto,
por ejemplo, en la elección de las estrategias metodológicas y el balance general de los
resultados de la evaluación.
Las características mismas de los procesos evaluativos traen como consecuencia una notable
movilización por parte de todos los sujetos que, de una u otra manera, se ven involucrados
en ellos. Por eso, es necesario considerar en términos generales quiénes son los sujetos
alcanzados de una u otra forma por las acciones evaluativas y generar entre ellos cierta
base de consenso y aceptación. Esto contribuye a evitar la resistencia propia que genera
este tipo de acciones, en parte debido a la endeble cultura evaluativa que en general se
observa. La comunicación amplia sobre las finalidades de las acciones de evaluación, los
procedimientos predominantes, la utilización de los resultados y la difusión de los mismos,
son estrategias que promueven una mayor aceptación entre los involucrados.
La relevancia y la oportunidad son, por último, dos requisitos básicos para que las acciones
de evaluación tengan significatividad. La relevancia se refiere a la centralidad de los objetos
de evaluación, es decir, la complejidad de un proceso de evaluación se justifica en la
medida en que se lleve a cabo alrededor de problemas, aspectos o fenómenos relevantes.
En el mismo sentido, la oportunidad es la cualidad de la ubicación temporal adecuada
del proceso de evaluación y, en especial, de sus resultados. Un proceso de evaluación
exitoso lo es, en buena medida, en tanto sus resultados se encuentren disponibles en el
momento adecuado para incidir en la toma de decisiones y en los procesos de gestión en
forma oportuna.
Las ideas anteriormente expuestas respecto a las relaciones de la evaluación con otros
elementos de un proceso, nos conducen a recordar cuatro elementos del proceso evaluativo,
a saber: congruencia, medición, juicio valorativo y toma de decisiones.
Si se define la evaluación como un proceso que determina en qué grado se logran los
objetivos prefijados, se debe establecer una estricta congruencia entre los objetivos, los
logros alcanzados y los procedimientos empleados para medir tales objetivos. Importante
es el componente de congruencia. Pero, además, este concepto se ve enriquecido y
perfeccionado con una característica fundamental: los procesos desarrollados, para cumplir
los objetivos, deben ser congruentes con los procedimientos evaluativos, es decir, debe
darse la llamada congruencia. Un ejemplo: evaluamos a los docentes en su desempeño, pero
debiéramos previamente contar con procedimientos de acompañamiento para la mejora.
Es evidente que los aspectos educativos cambian enormemente en relación con su capacidad
para ser sometidos a medición; algunos objetivos educacionales son más intangibles que
otros y, por consiguiente, más difíciles de medir, pero no es imposible. Tal es el caso, por
ejemplo, de aquellos relacionados con el dominio afectivo, actitudinal o creativo.
Naturalmente, el juicio del evaluador se emite sobre la base de variadas evidencias que
logra recolectar. Respecto a esta información, es útil considerar los problemas relacionados
con la validez de los procedimientos evaluativos y con la interpretación de los resultados
de las mediciones; estos aspectos, en último término, afectan el juicio del evaluador y la
decisión que, consecuentemente, se derive.
Por lo anterior, estos juicios de valor están directamente relacionados con la toma de
decisiones, que debe ser la consecuencia lógica de toda evaluación. La toma de decisiones
implica poner a la evaluación al servicio del mejoramiento permanente de la educación.
Sin embargo, lo anterior no ha sido siempre así. Debemos recordar que, a través de la
historia, la evaluación ha cumplido distintas funciones o ha tenido distintos énfasis, todo
esto, a partir de la necesidad de delimitar su conceptualización. Así, se ha movido desde
la elaboración de juicios subjetivos y el control de medición estricto, hasta concepciones
actuales más preocupadas del aprendizaje y sus procesos cualitativos.
Por lo anterior, podemos señalar que estas concepciones, a través del tiempo, pueden
agruparse desde los énfasis en juicio, medición y congruencia, hasta la toma de decisiones.
Corresponde a la acepción más antigua y ya está presente en la antigua China (a. c.),
en la administración pública y en las ordenanzas escolares sajonas (1430). Se presenta
principalmente en el juicio oral que grupos de jueces emitían sobre admisiones, promociones
y rendimientos finales del alumnado. Ya en el Renacimiento también es posible encontrar
este tipo de evaluación en las disputas o presentaciones públicas en las cuales se evaluaban
(juzgaban) las discusiones sobre temas de controversia y las exposiciones de cada participante.
Este tipo de evaluación tiende a mantenerse en el tiempo, sobre todo, debido a algunos
rasgos que la hacen efectiva: principalmente en lo referido a resultados inmediatos, debido
a que los juicios calificativos se realizan sin demora por parte del evaluador; ausencia de
instrumentos, ya que solo requiere la interrogación oral a partir de la cual el evaluador extrae
la información sustentadora del juicio; experiencia del juez o maestro, que le otorgaba la
autoridad para juzgar al discípulo.
Entre otros factores o características, podemos señalar: a) la subjetividad de los juicios:
los jueces solían discrepar al evaluar a determinados alumnos sobre un mismo tema; b)
la influencia de factores exógenos, ya que este tipo de evaluación se ve influenciada por
diversos factores que no son pertinentes a la evaluación, incluyendo desde características
personales del alumno hasta factores de cansancio del maestro encargado del juicio; c) la
diferente complejidad de preguntas emitidas por los jueces; d) la diversidad de criterios
empleados por los jueces.
A principios del siglo XVI, aparecen lo primeros instrumentos escritos (exámenes) promovidos
por los jesuitas, eliminando la evaluación como juicio oral.
Aparece en los albores del siglo XX a través de los test mentales de James McKeen
Cattell3 (1890), destinados a medir la capacidad mental de una persona. Posteriormente,
aparecen los tests objetivos de rendimiento, los que se inscriben en las nuevas formas
de la evaluación.
Sin embargo, con el correr del tiempo, esta acepción comenzó a ser cuestionada
fundamentalmente por su imposibilidad de medir todos los aspectos involucrados en el
proceso educativo, cualitativos principalmente, y las distintas etapas de dicho proceso.
Estos antecedentes sentaron las bases para que se comenzara a tener cautela con respecto
al uso exagerado de la psicometría en los procesos de instrucción.
3 Cattell fue un psicólogo estadounidense muy importante a fines del s. XIX e inicios del XX, que permitió en su país valorar
a la psicología como disciplina.
cuales se sugería que las pruebas debían medir los cambios producidos por los medios
educativos4 . Desde este instante, el cambio conductual, cuya expresión eran los objetivos
instruccionales, motiva la génesis de una nueva concepción de la evaluación, sustentada
fuertemente en el desempeño con relación a metas prefijadas.
La integración de las tres acepciones anteriores, relacionando las ventajas y eliminando las
desventajas de cada una por separado, es la tendencia de nuestros tiempos. Esto da como
resultado que la evaluación pasa a constituirse en un proceso para obtener evidencias que
permitan identificar y juzgar el grado de logro de los objetivos de aprendizaje, además de
realizar los mecanismos de retroalimentación y toma de decisiones dirigidos al mejoramiento
continuo de dichos aprendizajes y de todos los procesos que lo implementan. Por lo
tanto, la consecuencia inmediata de toda evaluación es la retroalimentación y la toma de
decisiones para el mejoramiento.
Además, permite pensar que la evaluación podría ser aplicada a cualquier sistema o
4 Principios Básicos del Currículo, Ralph Tyler, Troquel, Buenos Aires, 1973.
subsistema educativo, empleando una metodología propia basada en el delineamiento,
obtención y procesamiento de la información requerida, la que finalmente será entregada
en formas de alternativas de decisión.
Para cada uno de los casos anteriores, se tienen que elegir mecanismos diferentes de
intervención, lo que debe ser una decisión compartida entre todos los participantes.
Muy importante: reiteramos que todas estas características de la evaluación moderna deben
reflejarse en los proyectos educativos de tal manera que se expresen como decisiones
institucionales encaminadas a la calidad educativa y no como estrategias voluntarias del
profesorado o de aplicación esporádica para uno u otro curso. Es decir, todo lo anterior
forma parte de una moderna cultura evaluativa de una organización educativa, la que
debe expresarse explícitamente en los Manuales de Evaluación y, por supuesto, en los
Proyectos Educativos Institucionales.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: