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La inmigración que llegó de Oriente / El hito porteño de la cultura asiática

El barrio chino, una meca de contrastes


Este rincón de Belgrano con planes de expansión encierra las tradiciones de la
comunidad, que cuenta allí con todo tipo de servicios; la comida exótica es
protagonista, pero los tenedores libres ahora dejan paso a restaurantes elegantes
Por Franco Varise | LA NACION
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te rincón de Belgrano encierra las tradiciones de la comunidad china, que cuenta allí con todo tipo
de servicios. Foto: LA NACION / Jorge Bosch
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Aguas vivas frescas comestibles y huevos de patos negros; carcasas de ranas,


cangrejos y patas de gallinas. El hito de la fabulosa inmigración china en la
Argentina y, tal vez, su obra cultural más alucinante es el barrio chino de
Belgrano, en Buenos Aires. En poco más de seis manzanas los taiwaneses y
chinos continentales forjaron en los últimos 20 años un universo donde
pueden hallarse desde los productos más kitsch y extraños -al menos para un
occidental- hasta las combinaciones humanas del "futuro", si es que se
cumple aquello de que el porvenir encerrará un inexorable componente
multicultural.

El barrio chino comenzó a principios de la década del 80 como un enclave


taiwanés circunscripto a unos pocos negocios y a instituciones de la
colectividad. Poco a poco, ese microcosmos oriental fue creciendo
comercialmente gracias al cada vez más importante interés de los porteños
por la gastronomía asiática y los productos relacionados con la vida sana
característicos de Oriente. A partir de los 90, los taiwaneses comenzaron a
recibir a sus vecinos de China continental, sobre todo de la provincia de
Fujián, localizada justo enfrente de Taiwan. Según cuentan los históricos de
este microbarrio, los taiwaneses vendieron los fondos de comercio a sus
"paisanos" chinos, que ampliaron la vida cultural y comercial.

En este rincón de Buenos Aires pueden encontrarse casi todos los servicios
para un chino que pretenda sentirse como en casa: peluquerías, videoclubes,
librerías, supermercados específicos, estudios de fotos con paisajes de fondo,
inmobiliarias, agencias de viajes y brillante ropa oriental.

"Vengo a comer seguido con mi mamá para reencontrarme con las raíces de
mi país", explica Fernando Wu, un joven argentino de padres taiwaneses, de
22 años. Mientras encara con los palitos el plato de verduras y mariscos al
wok, intercambia su experiencia como hijo de inmigrantes y las posibilidades
del "China Town" como se bautizó a esta zona de la ciudad.

"Cuando yo era chico, esta zona era mucho más pequeña; hoy hay de todo y
me parece mucho mejor para todos porque a nosotros los porteños nos
encanta la comida china. ¿O no?", sostiene Fernando. En el barrio chino, los
jóvenes, la segunda generación de esta inmigración bastante nueva, les han
dado un toque aún más autóctono y actual a estas calles. En las peluquerías
-el negocio de moda- los chicos prefieren los cortes al estilo de los personajes
del Manga o el manhua chino, más corto por arriba que por abajo, de modo
que la capa superior de pelo rodee la cabeza a la altura de los ojos. "Los
chicos nos juntamos en karaokes -ubicados en el barrio coreano en Flores-con
un salón privado donde cantamos lo que queremos con nuestro grupo;
también están la fiestas Masomi K, para los jóvenes orientales, donde
bailamos cachengue y reggaetón", comenta Fernando, que estudia hotelería
en la Universidad de Palermo. "No me escraches mal, eh", pide.

El barrio chino, además de un refugio privilegiado del acervo oriental, es uno


de los paseos elegidos por los porteños y los turistas durante los fines de
semana. Un domingo es casi imposible caminar por esas calles repletas de
regalerías, mega- supermercados, restaurantes y el extraño aroma de la
comida cocida en base a algas de mar. El éxito es tan grande que la
comunidad china proyecta expandir China Town porque quedó pequeño para
albergar a todos los comerciantes.

Los carteles de los helados coreanos Melona ("los helados frutales más ricos
del mundo") o el anuncio de "aquí conseguís la galletita de la fortuna"
complementan los idiogramas chinos que aparecen en todas las marquesinas
de los locales. Muchos comerciantes chinos viven esa dualidad: colocan un
nombre en su lengua y otro en español. En general eligen figuras felices como
la del restaurante Todos contentos o la casa de té Ciudad Exquisita. El tenedor
libre ya no existe y, en cambio, hay restaurantes de mejor nivel, como China
Rose o BBQ Town, entre otros.
El especialista en herboristería, Carlos Andrin, es uno de los argentinos que
desde hace 20 años tiene su local en una galería sobre Arribeños, pleno
corazón de China Town.

"Es una experiencia muy interesante porque yo soy el extranjero acá; todo el
día escuchás hablar en chino, su música y los olores... Es una relación muy
acotada pero de mutuo respeto, al punto de que Mario [su vecino chino de
local] dijo que yo soy más familia que sus parientes porque estoy más cerca",
relata Andrin. Caro Quevedo acaba de abrir su local especializado Punto Té,
también en el barrio chino, donde antes había un videoclub oriental. "En los
foros de Internet todos recomendaban comprar té acá y decidí abrir el local...
Soy como una extranjera con una relación muy interesante, aunque tenés que
caerles bien porque si no no te dan bolilla", sintetizó.
.

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